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EN CONTRA DE LAS PATOLOGÍAS LITERARIAS

A MANERA DE PRÓLOGO
Paulo Piaggi Arellano

Estudiar Literatura en los tiempos actuales puede ser una experiencia frustrante
para quien ingrese a la universidad buscando en ella un lugar donde primen la ciencia
y la razón. Inmediatamente, uno se entera de que la ciencia es solo un lenguaje y la
razón, una construcción eurocéntrica que privilegia al hombre blanco, heterosexual,
europeo, sin discapacidades, etc. El proceso educativo se convierte entonces en un
adoctrinamiento, en la iniciación de los estudiantes en una aparente secta
posmoderna. Afortunadamente, ese no es el caso de Dorian Espezúa quien, en las aulas
y fuera de ellas, orienta a sus alumnos a interesarse por la Literatura dentro de su
especificidad disciplinaria. Por este y otros motivos, muchos de los que hemos sido sus
estudiantes lo reconocemos como uno de los docentes que más han contribuido a
nuestra formación, y no a nuestra deformación, profesional.

Como podrá suponerse, el presente libro no surge en el vacío, sino que se


inserta en una discusión más amplia tanto a nivel local como global acerca del lugar de
las humanidades en el ámbito académico. Espezúa, dentro de su prolífica producción,
entre libros y artículos, ya había cuestionado los postulados de la posmodernidad en su
artículo “Huaquear y bambear” (2003) y reflexionado antes acerca de las falencias de
los Estudios Literarios (me cuesta utilizar este término por su asociación a otros
“estudios”) en el Perú. Específicamente, en su ensayo titulado “¿Qué hacemos con
teóricos que no hacen teoría?” (2007) planteó críticas sobre lo que se escribe y lo que se
enseña en las distintas Escuelas de Literatura del país. Esta publicación continúa con
esa línea crítica, a partir de una profundización y problematización llamativa, que lejos
de perderse en la discusión, señala un camino para el cambio. En las siguientes
páginas, desarrollaré algunas ideas acerca del contexto en que surge este libro, así
como sobre sus propuestas centrales.

Todos sabemos que el primer libro de Dorian Espezúa titulado Entre lo real y lo
imaginario. Una lectura lacaniana del discurso indigenista (2000), por lo demás
premiado dos veces y citado de manera recurrente, está fuertemente influenciado por
lo que él llama su formación posmoderna. Pues bien, no mucho tiempo después,
Espezúa gira y empieza a cuestionar los estudios que se hacen desde la perspectiva
posmoderna. De manera que este libro no es el primer lugar en donde el crítico
sanmarquino expone sus críticas a los Estudios Literarios actuales. Algunas de las ideas
aquí planteadas aparecen ya en su segundo libro Todas las sangres en debate, científicos
sociales versus críticos literarios (2011). Sin embargo, el que podría ser el precedente
más antiguo es la publicación de su artículo titulado “Literaturas periféricas y crítica
literaria en el Perú” (2002) en la revista especializada Ajos & Zafiros. Si bien en esa
etapa de su pensamiento, el profesor sanmarquino defendía una ampliación de los
estudios literarios a otras manifestaciones de la cultura en general (aunque
actualmente no desmerece en absoluto los acercamientos a formas culturales
populares, su visión de la Literatura como un campo de estudios parece ser más
específico y restringido) y podría acusárselo de presentar un pensamiento más
postmoderno, en el sentido de imposibilitar a las humanidades la construcción de
conocimientos objetivos dentro de sus campos, sus críticas a los Estudios Culturales
son muy sugestivas y de plena vigencia. En el 2002, el crítico puneño afirmaba que:

Los Estudios Culturales son, al interior de la intelectualidad de Occidente, un


cuestionamiento a sus propios textos hegemónicos, por eso el interés de las
universidades norteamericanas y europeas por otorgar becas de postgrado, por abrir
sus puertas a los indios, a los negros, a los orientales, a las mujeres, a los gay, al
marxismo, al psicoanálisis, al budismo, porque al fin y al cabo el avance cultural
hegemónico encuentra su terreno más fértil en las contra-culturas. Hipócrita,
enmascarada y aparentemente este imperialismo se presenta como liberador y dice
rescatar las diferencias de los grupos minoritarios, que en realidad son la mayoría, con
el disfraz de los estudios culturales que promueven el mestizaje y que son una falsa
ruptura respecto de la cultura global. Estos discursos son un conjunto heterogéneo de
actitudes, intereses y prácticas que tienen por objeto la instauración de un sistema de
dominio y su perpetuación. En buena cuenta el postmodernismo es una nueva y buena
técnica de neocolonización (2002).

Efectivamente, estamos siendo colonizados, pero la pregunta es ¿por quién y


para qué? No me convence en absoluto la idea de que los Estudios Culturales
respondan a intereses imperialistas como sí habrían podido hacerlo los Estudios
Orientales en otros tiempos y la antropología en general. Estos “nuevos” estudios no
solo intentan enseñarnos qué debemos pensar sobre nosotros mismos, sino cómo
debemos pensar las relaciones sociales y culturales en general. Esto es algo que no
temen en admitir sus propios partidarios. Fahs y Karger proponen que los Women
Studies (Estudios de la Mujer) tienen como objetivo, no solo enseñar un cierto
contenido, sino convertir a los estudiantes en “virus simbólicos” que deberán infectar
otras áreas del conocimiento (2016). Casos anecdóticos son el del astrofísico británico
Matt Taylor, quien en el año 2014 vio uno de los logros científicos más importantes de
los últimos años (la llamada misión Rosetta, que consistió en una nave espacial que
aterrizó en el núcleo de un cometa) menoscabado por haber él tenido puesta una
camisa que ciertas personas consideraron “sexista”, y el de los estudiantes de Oxford
que se niegan a estudiar a los filósofos clásicos por ser ellos todos “hombres blancos”.
O quizá podríamos nombrar el retiro masivo de científicos de la llamada March for
Science (Marcha por la Ciencia) organizada en Washington DC el pasado 22 de abril, ya
que consideraban que esta había sido invadida por posturas de la izquierda
estadounidense como los llamados por la diversidad y la “justicia social”.

Por lo tanto, desde mi punto de vista, no podría sostenerse que los Estudios
Culturales sean una forma de neocolonización por la que unos países buscan dominar
a otros, sino que sería mejor caracterizarlos como un “virus” perteneciente
específicamente a la academia (con repercusiones políticas) que se integra a distintas
áreas del conocimiento para descarrilarlas de las funciones que les son propias. Así
como las marchas y las conferencias sobre ciencia ya no tratan sobre ciencia, sino sobre
cuántas mujeres o minorías eligen estas carreras, la Literatura ya no estudia Literatura,
sino todo aquello que consideran “subalterno” en sus divisiones dicotómicas. Estamos
siendo invadidos, sí, pero esta invasión no responde a los intereses de los Estados
llamados del primer mundo, sino que ellos sufren también las consecuencias de
aquellas células infectadas que han dejado reproducirse descontroladamente. Es
posible que este cambio de contexto, en el que los problemas se han hecho más
evidentes, haya producido también una variación en el pensamiento del doctor Dorian
Espezúa, que asocia los estudios culturales a una de las tantas herramientas de
colonización del saber.

No creo equivocarme al afirmar que lo que antes eran objeciones y dudas, se


han convertido hoy en propuestas concretas.

Ahora bien; si el profesor Espezúa ya había planteado sus críticas desde hace
tantos años, ¿qué es lo que lo lleva a volver sobre este tema? O, por lo menos, ¿por qué
publicarlo en forma de libro? Juzgo que existe una razón externa a la evolución de su
propio pensamiento. Aunque cueste admitirlo, la teoría literaria desde hace varias
décadas se mueve por caminos sinuosos, por un bosque de términos y conceptos
tomados de otras áreas del conocimiento que se mezclan (a discreción de cada
individuo) para formar un enmarañado lingüístico que costaría mucho desenredar.
Contamos con palabras de moda que se utilizan sin necesidad de definición alguna
(como, por ejemplo, el llamar a las personas “cuerpos”), que sería muy difícil explicar a
un neófito aún no adoctrinado en nuestra forma de pensar (me incluyo por razones
gremiales, aunque no comparta en modo alguno estos postulados o este argot).

En medio de este problema, evidente a nivel mundial, ha llegado a nuestras


costas la teoría literaria creada por el filólogo Jesús G. Maestro, fundamentada en el
materialismo filosófico como sistema de pensamiento ideado por el filósofo Gustavo
Bueno, ambos españoles. Considero que sería incorrecto desmerecer la importancia de
este acontecimiento. Las distintas Escuelas de Literatura (puedo hablar, en gran
medida, por la Universidad Nacional Federico Villarreal, y solo de segunda mano por la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos) se han visto cuestionadas en sus creencias
y en su modo de operar, lo que ha causado un cisma temporal. Aquellos que estaban en
búsqueda de un cambio, algunos, profesores de mente abierta y otros, estudiantes
desilusionados como yo, han decidido apostar por esta nuestra empresa hispana que
busca ordenar el caos. En la orilla opuesta, están los antiguos profesores que han
construido su carrera desde los postulados posmodernos y los estudiantes que, o bien
aún no conocen esta nueva teoría, o prefieren unirse a las corrientes actualmente
imperantes.

Aun cuando pueden existir críticas legítimas provenientes de este segundo lado
(que es el hegemónico), debemos defender las principales virtudes del materialismo
filosófico como teoría de la Literatura. En primer lugar, la fortaleza del pensamiento de
Gustavo Bueno brinda a esta nueva teoría la capacidad de reinterpretar a las anteriores
desde sus propios parámetros. Esta no es una hazaña desdeñable. ¿Cómo podría
alguien que aplica el psicoanálisis a la Literatura discutir con un narra- tólogo? ¿O un
culturalista con un semiólogo o un marxista? Solamente podría haberse hecho a partir
de lo negativo, de comentarios superficiales sobre lo que el otro “ignoraba”. El
materialismo filosófico como teoría de la Literatura es capaz de incorporar todas estas
posturas y reinterpretarlas desde sus propias coordenadas. Proporciona, en definitiva,
un metalenguaje a partir del cual puede construirse una verdadera ciencia de la
Literatura y la incomunicación entre investigadores llegaría a su fin. En segundo lugar,
esta nueva teoría exige que todo concepto aplicado a la Literatura pueda volver a la
realidad por una metodología circular. Quedarían desterradas así categorías que no
sean capaces de demostrarse en los materiales literarios y nos libraría de idealismos
que, a fin de cuentas, solo pueden construir una retórica sobre la Literatura, pero
nunca sentar las bases para su verdadero conocimiento. Por último, y aunque esto
fuera lo único que tomásemos de Maestro sería ya suficiente, el materialismo filosófico
como teoría de la Literatura nos obliga a identificar y definir correctamente aquello
sobre lo que tratamos. Por muchos años, he visto profesores y estudiantes de Literatura
que niegan la posibilidad de definir lo que la Literatura es. Si no podemos ni siquiera
hacer esto, entonces mejor sería colgar los guantes, porque eso solo demuestra que no
sabemos ni de qué estamos hablando. Puede que muchos no quieran reconocer esta
situación, pero sobre los puntos anteriores se ve venir un enfrentamiento en el
horizonte.

Dorian Espezúa, a quien no le son ajenas las ideas de Jesús G. Maestro ni de


Gustavo Bueno, despliega su propio pensamiento tomando necesariamente partido por
una defensa de la razón, la ciencia y la especificidad de la Literatura como disciplina
científica. Esto demuestra que no siempre debemos mirar y seguir al mundo
anglosajón o francófono (que tanto daño ha hecho), sino que podemos hallar
planteamientos sólidos en otros países hispanohablantes y en nuestras propias casas de
estudio. No obstante, lo planteado aquí tiene un basamento textual que trasciende los
planteamientos del materialismo filosófico porque formula una propuesta adaptada a
la realidad peruana que también toma en cuenta los planteamientos de otros teóricos y
críticos literarios.

Habría que recordar que la llegada de la teoría literaria de Jesús G. Maestro aún
no ha producido debates por escrito en nuestro medio, sino que es todavía una
discusión que se mantiene en las aulas y, ¿por qué no? en conversaciones en bares. Sin
embargo, existe una controversia, de importancia apenas anecdótica, registrada por
escrito que surge a partir de una entrevista al profesor Dorian Espezúa publicada en la
revista de crítica literaria Entre Caníbales. Por este medio, el crítico puneño manifestó
algunas de sus opiniones acerca del quehacer literario, las investigaciones culturales
sobre lo chicha y el estado de los estudios actuales de Literatura en el Perú. Sobre este
último tema, surgieron respuestas que reputaban al entrevistado de formalista, debido
a su mención de la necesidad de incorporar cursos sobre Teoría de la Lírica y
Narratología al plan de estudios de Literatura en la universidad de San Marcos. Esta
acusación me parece del todo infundada y puede desmentirse por un análisis textual de
lo dicho en la entrevista y, más allá de eso, por la lectura de cualquiera de sus libros o
artículos, los cuales nunca se limitan a descripciones formales, sino que emplean un
método de lectura riguroso, siempre orientado a interpretaciones soportadas por el
texto. Remitimos al lector a los números tercero, cuarto y quinto de Entre Caníbales,
revista fundamental para quien quiera enterarse de la última producción sobre
Literatura en nuestro país.

Considero que la controversia anterior, que en sí no es particularmente


relevante, muestra una incomprensión mayor de los culturalistas ante todo aquel que
propone apostar por una interpretación objetiva de los materiales literarios. Se cree,
erróneamente, que esta actitud se limitaría a un descriptivismo acumulativo, a indicar
la cantidad de sílabas métricas de un verso, el tipo de narrador de una novela y poco
más. Esa visión debe ser imputada, ya que en ella subyace la idea de que lo único
objetivo son las observaciones formales, y cualquier análisis de un contenido sería
subjetivo y, en el peor de los casos, necesariamente ideológico. Según este
pensamiento, somos, principalmente, portavoces de alguna ideología, por lo que lo
correcto sería asumirla y difundirla en nuestras lecturas. En la superficie, este
planteamiento puede parecer liberador. No tendríamos que limitarnos a lo que
podemos probar en el texto, sino que nuestras investigaciones podrían ser más
“profundas” (por no decir “tiradas de los pelos”).

Sin embargo, proponer la objetividad como un ideal hacia el que dirigirnos es


un paso imprescindible para poder producir trabajos que tengan algún valor
académico. Lo contrario sería negar la razón que nos es común a todos y aceptar que
nuestra característica definitoria principal es la pertenencia a un grupo o a varios (sexo,
raza, clase social, etc.). Quizá una alegoría podría ayudar a ilustrar lo anterior. Si bien
no importa cuántos policías contratemos o cuántas leyes se pasen en el congreso,
nunca se eliminará la delincuencia completamente, la solución no puede ser
deshacernos de estos mecanismos de protección y dejar impunes a los culpables.
Crímenes son crímenes, sí, y subjetividad es subjetividad, pero esta es una cuestión de
magnitud.

Algo que puede sorprender al lector acerca de este libro es el llamado a la


reducción de los textos que deben ser considerados literarios. Por varias décadas, nos
hemos encontrado expuestos a una ampliación del campo literario hasta lo que
podemos considerar, junto con Espezúa, como una “concepción maximalista de la
literatura”. En su forma conservadora, se nos indica que cualquier texto que contiene
“elementos literarios” puede ser considerado Literatura, mientras que, en su forma
extrema, ya no existe ningún texto esencialmente literario, sino que se incurre en
monismos según los cuales todo es lenguaje, o todo es cultura, o todo es poder.
Cualquier afirmación categórica (o categorial) acerca de lo que es, en efecto, la
Literatura, involucra una exclusión de otros textos, lo cual es considerado, según el
pensamiento posmoderno, como una forma de opresión que surge necesariamente de
cualquier discriminación fundamentada racionalmente o de cualquier jerarquiza- ción
de la realidad.

Sin embargo, una delimitación científica de la Literatura es fundamental para la


diferenciación disciplinaria e involucra tanto restringir nuestro objeto de estudio como
las interpretaciones que de él puedan hacerse (ya que deben fundamentarse en un
pensamiento racional y materialista). Como plantea Umberto Eco, “incluso el
deconstruccionista más radical acepta la idea de que hay interpretaciones que son
clamorosamente inaceptables” (1992:19). Si bien es cierto que la Literatura es
susceptible a ser interpretada de múltiples formas, muchas de las que actualmente
están en boga son divagaciones que solamente los correligionarios del intérprete
pueden aceptar como siquiera plausibles. En ese sentido, nos encontramos en una
confrontación directa con quienes se ganan la vida como ideólogos u opinólogos que,
habiéndose formado en Literatura, creen poder interpretar el mundo en su totalidad
como supuestos sabios contemporáneos. Lo único que parecen lograr es repetir
ideologías (marxistas, feministas, etc.) generadas en otros contextos.

En el presente libro, se plantean tres características esenciales de la Literatura:


la ficción, la escritura y la elaboración estética. Esta afirmación tendrá muchos
detractores entre quienes se encargan de relativizar lo que la Literatura es y podría
tacharse al autor de esencialista o anticuado. Se nos dirá sobre la escritura que existe
Literatura oral o, peor, se apelará a Derrida para fundamentar que la oralidad es ya
escritura; se apuntará a distintos investigadores que se encargan de textos no
ficcionales como si fueran Literatura; y se aducirá que la estética es un mecanismo de
opresión mediante el cual se ha dejado a muchos escritores fuera del canon literario. La
relativización, la lógica que apunta a la excepción e ignora la regla, y los intereses
ideológicos están a la orden del día, pero de lo que se trata acá es de hacer ciencia, para
lo que necesitamos definiciones claras y fundamentadas acerca del núcleo constitutivo
de la Literatura. En caso contrario, y en términos del profesor Espezúa, nos habrá
vencido el Alzheimer.

La posmodernidad, podría decirse, ha sido un golpe brutal para las


humanidades y, en especial, para la Literatura. Eso se debe a que nuestra carrera no
cuenta con las armas necesarias para defenderse de este pensamiento relativista y
también, probablemente, a que los que nos dedicamos a la Literatura nos sentimos
atraídos por distintas ficciones. Esto ha ocasionado que nuestra disciplina se haya
convertido en un verdadero “vertedero de las ideologías” como acostumbra decir Jesús
G. Maestro en sus distintas presentaciones y videos. En palabras de este crítico: “La
teoría literaria posmoderna se basa en numerosos dogmas a los que no puede
renunciar sin declarar vulnerablemente la inconsistencia de sus mitos fundamentales,
basados en el irracionalismo y en el idealismo, dos tendencias a las que se entrega
babélicamente el ejercicio de la crítica literaria y pseudo-cultural de las últimas
décadas” (2014:13).

Dorian Espezúa dedica varias páginas al análisis de la postmodernidad y de las


distintas patologías academicistas que ha desencadenado (llámense estudios
culturales, de género, etc.). Lo que podemos adelantar sobre este tema es que nos
encontramos ante una forma de pensamiento muy consolidada, con un corpus
amplísimo de obras que se refuerzan mutuamente. Como explica el filósofo Stephen
Hicks (2004), el posmodernismo no se interesa por la razón o por la búsqueda de la
verdad, sino que, para ellos, lo único que existe es el poder y la lucha de unos grupos
contra otros. Bajo esas premisas, su objetivo es obtener poder para lograr cambios
sociales que beneficien a quienes ellos consideran “oprimidos”, pero, principalmente,
para luchar contra la civilización occidental, a la cual consideran poco menos que
demoníaca (piénsese en todos los “conceptos” que son casi teorías conspiratorias que
se usan para difamarla: eurocentrista, falogocéntrica, patriarcal, etc.).

Las consecuencias académicas de esto son notables en la estructuración de


planes de estudio que no buscan formar a los estudiantes fortaleciéndolos como
individuos, sino que su-propósito es opacar su individualidad y fomentar su adhesión a
distintos grupos. En Estados Unidos y Canadá, donde esta tendencia se ha desarrollado
desde los años 60, todas las carreras universitarias que incluyan la palabra “stu- dies" se
dedican a formar activistas y no profesionales. Si bien la respuesta a esto se ha hecho
esperar, ciertos problemas sociales de los últimos años han puesto la situación en
evidencia. El doctor en psicología Jordán B. Peterson (2017), profesor de la Universidad
de Toronto, se encuentra actualmente desarrollando una página de internet en la cual
se puedan consultar los cursos universitarios dedicados a la promoción de esta
ideología, con el fin de que los estudiantes los eviten. El boicot a través de la difusión
de información parece la manera más legítima de quitar financiamiento a estos
programas. Más poder para él.

Gran dificultad tendrá quien desee encontrar en el Perú a un investigador más


capacitado para hablar de lo inter-, multi- y transdisciplinario que Dorian Espezúa.
Estos son conceptos que él ha explorado no solo teóricamente, sino en su práctica
crítica con investigaciones que emplean conceptos provenientes de disciplinas como
las Ciencias Sociales y la Lingüística (área en la que Espezúa sí se encuentra formado),
pero teniendo como base un fuerte fundamento en la Literatura como disciplina. En su
libro Todas las sangres en debate, afirma lo siguiente:

No obstante, los actuales Estudios Culturales que decretan la anulación de


jerarquías, límites, fronteras, disciplinas de modo tal que los conceptos, objetos de
estudio y métodos se convierten en nómadas, olvidan que en la tradición crítica
latinoamericana siempre se respetaron sin desvincular, los enfoques particulares,
competentes, pertinentes y relevantes de los diferentes campos disciplinarios. Hay que
recordar que en la tradición latinoamericana siempre se ha promovido la inter-multi-
transdisciplinariedad a partir de una disciplinariedad sólida, pero articulada con otras
disciplinas. Otra es la lógica de los Estudios Culturales actuales que, en algunas
vertientes, promueven la anulación de la disciplina de cada una de las disciplinas.
Desde la perspectiva actual en la que se ha relativizado todo, en los Estudios Culturales
no se distingue lo prioritario de lo importante, lo secundario de lo primario, lo central
y lo periférico (2011:30).

En ese sentido, la propuesta del profesor Dorian Espezúa es el fortalecimiento


de las disciplinas como un paso previo (e indispensable) para las exploraciones en lo
inter-multidisciplinario. Habría que prestar mucha atención a la diferencia entre lo que
los investigadores dicen hacer y lo que efectivamente hacen. En el caso de este libro, el
autor posee una trayectoria que lo respalda con, por lo menos, dos trabajos de largo
aliento: su libro sobre Arguedas donde reclama una lectura literaria de Todas las
sangres y su último libro titulado Las consciencias lingüísticas en la literatura peruana
(2017). En ambos trabajos, el también profesor de la universidad Federico Villarreal,
parte de la Literatura y utiliza, con discreción y conocimiento de causa, conceptos de
otras áreas del conocimiento para ayudar a esclarecer ciertos aspectos del objeto de
estudio. Aunque lo que aquí menciono parezca sensato e incluso obvio,
lamentablemente la gran mayoría de trabajos que se consideran (que dicen que son)
inter- o transdisciplinarios, en realidad son antidisciplinarios. Confunden su objeto de
estudio de tal manera que sería imposible determinar si se refieren a un texto literario,
a una película o a un testimonio. Tratan todo de la misma manera, como una
aplicación de conceptos confusos, y no claros y distintos como deberían ser, con el fin
de repetir clichés. Las conclusiones ya son dadas de antemano por las creencias
ideológicas del “investigador”.

Me parece que la propuesta de Dorian Espezúa de volver a la tradición


latinoamericana es fundamental, pero previamente es necesario establecer los criterios
bajo los cuales se la estudiará, porque muchos de sus autores y categorías ya han sido
incorporados dentro de la confusión culturalista. El presente libro es un paso decisivo
en esa dirección. En ese sentido, el reto planteado por el crítico puneño es retomar el
proyecto de hacer una teoría literaria racional y científica a partir de un corpus de
textos literarios latinoamericanos. En este punto, debemos aterrizar en algunas de las
propuestas concretas del profesor Dorian Espezúa para devolver a la Literatura su lugar
dentro de las Ciencias Humanas. En primer lugar, los conocidos Estudios Generales
deberían reducirse a solo un año, en aquellas universidades en donde esto no sea así
aún, y no tener como objetivo suplir deficiencias de la educación secundaria, sino que
se limiten a cursos que se dictan principalmente en universidades (psicología, filosofía,
antropología, historia de la ciencia, etc.). Este planteamiento parece responder a lo que
para todos debe ser un hecho evidente: cinco años son pocos para formar a un
especialista en la gran cantidad de ramas de la historia, crítica y teoría literarias, por lo
que los espacios tomados por los cursos generales podrían ser mejor aprovechados por
cursos de carrera. No obstante, en la realidad, esta propuesta puede resultar
contradictoria con el llamado a recuperar espacios para la Literatura, fundamentales
para el desarrollo de la Ciencia Literaria. Precisamente, son las universidades que el
profesor sanmarquino llama “universidades negocio” las que se deshacen de las
humanidades dentro de sus planes de estudios. En ese sentido, de ser aceptado este
planteamiento de manera generalizada, podríamos estarnos poniendo aún más la soga
al cuello. En todo caso, ya será tarea de otros el discutir el balance correcto entre
agregar más cursos de Literatura a nuestros planes de estudios o abrirlos en los
estudios genérales de otras carreras (de ser posible). El punto del profesor Espezúa que
sí podría aplicarse casi inmediatamente es el de redireccionar ciertos cursos generales
que ya se poseen con el objetivo de potenciar una visión científica del mundo en los
estudiantes. Ello convertiría uno de los cursos menos apreciados, como es el de
Biología, en uno de los más relevantes, si es que se orientara, como propone el texto,
hacia la teoría evolutiva (y no la teoría celular, como parece suceder ahora).

En segundo lugar, en los cursos de carrera, deben promoverse aquellos que


traten sobre teoría literaria que sea efectivamente teoría y literaria, y, además, cursos
monográficos sobre autores peruanos. Para nadie es un secreto que la llamada “teoría”
(así, sin más) es una amalgama de filósofos, antropólogos, historiadores, psicoanalistas
y otros profesionales de las disciplinas más disímiles. ¿Realmente podemos con esto
construir conocimiento sobre la Literatura? ¿O terminamos produciendo trabajos
alejados de lo que a nuestras funciones competen?

Así mismo, de aceptarse el cambio propuesto aquí, debería abrirse un diálogo


sobre los límites de la libertad del docente para elegir los temas de sus cursos, los
cuales en muchas ocasiones responden a sus propios intereses y no a lo estipulado
previamente, ni al horizonte de expectativas de los estudiantes que por algo eligieron
estudiar Literatura, y no otra carrera. Porque, a fin de cuentas, ¿cómo puede
aprenderse Retórica leyendo a Judith Butler?
En tercer lugar, deberíamos plantearnos si es que existen verdaderas líneas de
investigación en nuestras universidades. La mayoría de investigaciones son producto
de los intereses de los “profesores investigadores” (ya que no contamos, por lo general,
con la figura de los investigadores a tiempo completo). A este punto puede unírsele la
necesidad de que los postgrados en Literatura sean verdaderas especializaciones y no
meras repeticiones de los contenidos del pregrado.

En cuarto lugar, el profesor Dorian Espezúa propone como fundamental la


difusión de lo producido en nuestras Escuelas de Literatura. El aislamiento y la
ausencia de diálogo no son productivos. Debemos leernos entre nosotros, enterarnos y
promocionar las tesis sustentadas en las distintas universidades en donde se enseña
Literatura, estar dispuestos a la conversación y a la discusión. En este libro, se apuesta
por la construcción de una verdadera comunidad académica. Finalmente, las
autoridades universitarias deben compromoterse con la formación de estudiantes
verdaderamente capacitados como investigadores que puedan analizar científicamente
los textos literarios. Esto involucra amonestar profesores que hayan sido tachados por
sus alumnos en repetidas oportunidades, crear cátedras paralelas para que los
estudiantes tengan la opción de elegir y, especialmente, apostar por que las tesis
sustentadas sean verdaderas investigaciones. En este último caso, no puede aceptarse
que los bachilleres se licencien con tesinas de alrededor de cincuenta páginas, las
cuales son promovidas específicamente (en la UNFV) por los llamados cursos de
actualización.

Lo expuesto hasta este momento no son todos los puntos tratados por el
profesor Dorian Espezúa, pero pueden dar una idea de hacia dónde se dirige.
Confiamos con firmeza en que el presente libro representará para muchos la esperanza
de poder estudiar la Literatura sin necesidad de unirse a los dogmas dominantes. La
ciencia y la razón, que para muchos posmodernos resultan opresivas, en realidad, nos
liberan de la servidumbre intelectual a ciertas ideologías. En ese sentido, el profesor
Dorian Espezúa está construyendo en este libro los cimientos de un cambio, está
haciendo un llamado a quienes deseamos defender la Literatura como disciplina
científica de quienes gozan con pervertir su objeto, sus métodos y sus objetivos. La
identificación de los problemas actuales con dos enfermedades incurables no debe ser
vista como una forma de pesimismo, sino como la apuesta por la búsqueda de un
remedio a estas verdaderas patologías literarias.
PRESENTACIÓN

¿Qué relación establezco entre el Parkinson (enfermedad con la que convivo


hace más de diez años), el Alzheimer (un tipo de demencia común que espero no
padecer) y la disciplina literaria (profesión en la que me gradué y titulé como bachiller,
licenciado, magíster y doctor en Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos)? El Parkinson, cuya etiología o causa se desconoce, es una enfermedad crónica
y degenerativa producida por la muerte de neuronas de la sustancia negra que
producen dopamina. La ausencia de dopamina (un neurotransmisor importante en el
circuito de los ganglios basales cuya función primordial es el correcto control de los
movimientos) produce, básicamente, disfonía (disminución de la sonoridad de la voz),
disquinesia (trastornos de movimiento), bradicinesia (lentitud, escasez e incapacidad
para iniciar movimientos) y rigidez. Cuando hay una marcada reducción del nivel de
dopamina, se altera la información en el circuito de los ganglios basales y esto se
traduce en temblor, rigidez, lentitud de movimientos e inestabilidad postural, entre
otros síntomas. El Alzheimer, por otra parte, es una enfermedad neurodegenerativa
que causa problemas con la memoria, la forma de pensar, el carácter o la manera de
comportarse. No se conocen las causas que producen Alzheimer, pero se sabe que
mueren células nerviosas y que se atrofian ciertas zonas del cerebro.

Sostendré aquí que la Literatura, como disciplina científica, sufre, por un lado,
una especie de Parkinson debido a la decadencia o degeneración de sus investigaciones
y a la pérdida del equilibrio disciplinario que permite el descontrol de sus
movimientos; y, por otro lado, siendo una disciplina joven, sufre de una enfermedad
senil debido a que ha olvidado su función, su lugar y hasta su nombre. Así, la
Literatura, entendida como disciplina que forma parte de las llamadas “ciencias
humanas”, se fue enfermando gradual y silenciosamente en los últimos treinta años en
el Perú, no solo porque involucionó disciplinariamente, sino, y sobre todo, porque
perdió de vista su razón de ser hasta llegar al grado de la acinesia cuando no al estado
de coma. En el momento actual no es exagerado afirmar que la Literatura ha olvidado
su origen y el quehacer que le da sentido a su existencia como disciplina científica. Sin
embargo, a diferencia del Parkinson y del Alzheimer, es posible rastrear el derrotero y
las causas de la degeneración literaria y eso es lo que intentaremos hacer a lo largo de
este texto.

Intentaré dialogar con dos posturas. La de la mayoría de los licenciados en


Educación que enseñan en la UNFV y que corporativamente prefieren aceptar
pasivamente la imposición de un plan de estudios mal estructurado y desfasado
elaborado sin criterios técnicos y por profesores secundarios que no deben enseñar
ninguna materia en la universidad sin haber obtenido un título de segunda
especialidad o un grado académico de magíster o doctor en Literatura con tesis. Estos
profesores, que prefieren el silencio y no cuestionar el status quo mientras no se metan
con sus privilegios ganados por méritos políticos más que académicos, seguramente
reclamarán se me sancione por describir la realidad y por emitir mi opinión
públicamente. Sin embargo, espero que puedan responder a mis descripciones
objetivas con ideas razonables en beneficio de su Facultad, de su Departamento
académico y de su Escuela profesional, sin caer en la bajeza de meterse con la vida
personal. Mi postura será criticada también por algunos jóvenes licenciados en
Literatura que son parte del problema cuando no causantes directos de la
desacreditación académica de una Escuela que en veinte años no ha podido
consolidarse y que, salvo el esfuerzo de algunos profesores y estudiantes que la hacen
visible participando en congresos nacionales e internacionales, no cuenta con los
requisitos mínimos como para ser acreditada o licenciada.

Por otro lado, intentaré dialogar con la postura escéptica de aquellos que
defienden el subjetivismo, el relativismo o el fenomenalismo y se arrogan la
representación de las actuales, modernas, innovadoras, nuevas, etc., perspectivas sobre
las “ciencias humanas” en general y sobre la Literatura en particular. Dicha postura
desacredita la larga tradición racionalista de la investigación científica calificándola de
vieja, superada, desfasada o errónea como si el racionalismo hubiera sido cancelado
como método científico. Es curioso, por paradójico, que estos investigadores, cuya
ocupación principal es la difusión de sus opiniones personales sobre diversos tópicos
de la cultura y no la investigación literaria, pregonen una cultura de diálogo
desacreditando o ninguneando el discurso de quienes pretenden que sean sus
interlocutores. Los adjetivos calificativos usados en sus textos prueban textualmente la
existencia de un discurso dogmático y pragmático que asume tener la razón que le
niega al otro. La coherencia argumentativa lo aguanta todo, la coherencia científica
solo aguanta la razón que se confronta con la realidad para construir conocimientos.
LAS CIENCIAS HUMANAS EN LA ERA DE LA POSCIENCIAS

No es casual que las posciencias -que relativizan y cuestionan el conocimiento


científico que pretende ser objetivo, racional y con validez uní- versal- estén
estrechamente vinculadas a la epistemología posmoderna. Por lo tanto, es lógico que
los seguidores de la posciencia defiendan un tipo de investigación que toma en cuenta
los condicionamientos sociales, políticos, psicológicos, éticos, culturales o históricos.
La posciencia se opone a lo que denominan “epistemología gris”, “formalismo his-
tórico”, “concepción heredada” o “ciencia tradicional” que pretende comprender el
mundo físico, biológico o humano estableciendo leyes, en la medida de lo posible, al
margen de cualquier tipo de condicionamiento. “Sin embargo, en el siglo XX la ciencia
ha debido aceptar la inestabilidad, el azar, la indeterminación, los procesos
irreversibles, la expansión del universo, la discontinuidad, la evolución de las especies,
las catástrofes, el caos, así como el estudio riguroso de los sistemas simbólicos, del
inconsciente y de los intercambios humanos” (Díaz La posciencia 18). Así, la posciencia
se ubica dentro del paradigma científico que relativiza el conocimiento científico
haciéndolo dependiente de factores externos y subrayando la imposibilidad de conocer
objetivamente cualquier objeto de estudio.

En este texto defenderé la tesis de que la Literatura como disciplina científica


debe y puede establecer conocimientos racionales y científicos sobre los textos
literarios que estudia. En ese sentido, la Literatura es inteligible. La ciencia de la
Literatura debe establecer leyes objetivas; si esto no es así, debemos quitarle el rótulo
de ciencia. El conocimiento objetivo considera que los hechos son hechos
independientemente de las variables, emociones, percepciones, deseos o capacidades
cognitivas del sujeto cognoscente. En ese sentido, me opondré a algunos postulados de
la llamada teoría de la recepción o teoría del efecto estético que, en nombre del
“horizonte de expectativas”, relativizan el conocimiento objetivo de un texto literario.

En efecto,' la Literatura forma parte de las ciencias humanas, conocidas también


como ciencias del espíritu o ciencias de la cultura, que se definen de manera oscura e
inexacta como aquellas “ciencias que se ocupan del conocimiento del hombre”. La
definición de ciencias humanas, epistemológica más que gnoseológica, designa a un
extenso grupo de ciencias y disciplinas cuyo objeto de estudio es lo humano del
Hombre, es decir, las manifestaciones humanas como el lenguaje, el arte, el
pensamiento o la cultura. Las llamadas ciencias humanas se definen equivocádamente
oponiéndolas a las ciencias no humanas, formales, naturales o duras, como si la
Biología o la Física no fueran también, además, ciencias humanas. Etiológicamente,
todas las ciencias son humanas; teleológicamente, todas las ciencias tienen que
producir conocimiento objetivo. No obstante, la definición de ciencias humanas no es
gnoseológica por cuanto es difícil conocer y definir “humano”, “hombre”, “espíritu”,
“cultura” o “literatura”.

Está claro que las ciencias humanas no son divinas ni demológicas porque, si lo
fueran así, no serían humanas. Creer que hay algo sobrenatural, que no puede ser
explicado con la razón, es situarse en un modo de pensar felizmente ya superado de
pensar las ciencias humanas que se corresponde con el pensamiento premoderno.
Racionalizar la Literatura es finalmente la razón de ser de los Estudios Literarios. Así,
la superstición y el irracionalismo son los principales enemigos de la ciencia de la
Literatura. Sin embargo, cabe recordar aquí los planteamientos platónicos sobre la
Poesía, que consideraban al poeta un ser poseído por las Musas y, por lo tanto, un
médium. Desde el punto de vista platónico la poesía auténtica (que se opone a la poesía
técnica o falsa), entendida como acto creativo, tiene su origen en la divinidad o los
demos. Ahora bien, dar cuenta de la creación o explicarla requería de la anamnesis.

En la antigüedad, las denominadas ciencias del espíritu o de la cultura no


existían. Por ejemplo, en el esquema gnoseológico de la ciencia aristotélica no
aparecen las ciencias humanas. En este modelo, los saberes se dividen según los tres
grados de abstracción (que corresponden, respectivamente, a la Física, a la Matemática
y a la Metafísica). No existen ciencias humanas porque el “Hombre” no constituía
objeto de estudio de ninguna ciencia. En el esquema aristotélico, las “ciencias
prácticas” (la Ética, la Política) y las “ciencias productivas” (Arte, Retórica, Poética) son
las que más se acercan a las contemporáneas ciencias humanas. Como se ve, la Poética
es una ciencia productiva o técnica. No hay que olvidar que la Poética, aunque
incompleta y referida a la tragedia, es el primer tratado sistemático de lo que hoy se
conoce como teoría literaria, porque delimita un campo de estudio (la poesía) y dentro
de ese campo un objeto de estudio específico (la tragedia) para desarrollar conceptos
que lo expliquen racionalmente. Así, el primer texto que estudia de modo científico la
producción “literaria” surge en una época donde no existían -por lo menos
nominalmente- las ciencias humanas ni la Literatura. La Poética de Aristóteles es la
prueba irrefutable de que un método científico racional produce conocimientos
objetivos sobre su objeto de estudio.

Ya en el periodo escolástico, la división propuesta es la de ciencias divinas o


sobrenaturales, también conocidas como ciencias de participación de la luz divina y
ciencias no divinas o humanas, que incluyen a las modernas ciencias naturales que no
son divinas. La distinción de Ibn Hazm de Córdoba entre ciencias comunes a todos los
pueblos y ciencias particulares a cada pueblo nos parece relevante por cuanto la
Matemática, la Física o la Medicina serían ciencias generales que establecen leyes
“universales” mientras que la Lingüística, la Antropología o la Literatura serían ciencias
particulares de cada pueblo porque se ocupan del estudio de una lengua, de una
cultura o de una Literatura. Esto podría correlacionarse con la opinión de quienes
reclaman la elaboración de una teoría literaria latinoamericana porque consideran que
no puede haber una “teoría” literaria universal debido a que sus postulados son
aplicables a una Literatura particular propia del mundo occidental. En cambio, no se
puede reclamar la elaboración de una Matemática latinoamericana porque dicha
disciplina postula leyes de carácter universal.

¿Es la Literatura una ciencia común a todos los pueblos o es una ciencia
particular de cada pueblo? Creo que la Lingüística, como la Literatura, pueden ser
consideradas ciencias particulares si es que estudian una lengua o un texto literario en
concreto y, al mismo tiempo, pueden ser consideradas ciencias comunes si es que
estudian “universales lingüísticos” o “universales literarios” comunes a todas las
lenguas y literaturas. Es cierto que cada lengua, región, cultura o persona produce
manifestaciones literarias particulares que no son permanentes porque evolucionan
constantemente; no obstante, la Literatura como ciencia tiene que dar cuenta de los
elementos comunes y constantes a todos los textos literarios, independientemente de
los condicionamientos circunstanciales, si es que quiere ser considerada una ciencia.
Hago notar aquí que la definición de texto literario implica, en este momento, una
reducción más que una ampliación del corpus de textos considerados literarios, dado
que no todos los textos son o deben ser estimados como literarios.

La aparición de las ciencias humanas es un acontecimiento moderno y, por lo


tanto, reciente. Muchas de estas ciencias o disciplinas están en proceso de realizar su
cierre categorial que implica delimitar su campo de estudio de manera que una
disciplina científica se diferencie de la otra. La mayoría de estas ciencias surgen a partir
del siglo XIX hijas del Trívium (Gramática, Retórica y Dialéctica), de las Letras o de la
Humanidades. Algunas de estas ciencias, como la Lingüística, han logrado precisar con
mayor rigor científico su campo, su objeto de estudio, su metodología y sus conceptos;
otras, en cambio, pueden ser calificadas de pseudociencias, como el psicoanálisis, la
futbología, la politología, la mariología o las ciencias de la información. Entonces, la
cientificidad de las ciencias humanas depende de la precisión con la que se define el
campo de estudios, el objeto de estudios, la metodología y los conceptos generados en
y por la disciplina. La Literatura, en tanto Estudios Literarios, es considerada por sus
propios miembros de tres maneras: como una posciencia, como una disciplina que
tiene pretensión de cientificidad o como una disciplina científica. ¿Son o no son los
Estudios Literarios una disciplina científica?

Desde un punto de vista temático, las ciencias humanas, entendidas como


aquellas que estudian lo “humano del Hombre”, se definen como el conocimiento del
hombre por el hombre o como autognosis. Este conocimiento solo se puede dar por
reflexividad en tanto el hombre busca el conocimiento de sí mismo. Sin embargo, el
conocimiento científico supone la oposición del sujeto y el objeto de conocimiento
dado que el conocimiento científico es conocimiento objetivo o no es conocimiento
(Bueno “En torno al concepto de ‘ciencias humanas’” 1978: 12-46). Este conocimiento
científico supone también un método científico que, aunque no sea infalible ni
autosuficiente, es una característica de todas las ciencias. Así: “[...] donde no hay
método científico no hay ciencia” (Bunge La investigación científica 29). Desde esta
concepción del conocimiento, las ciencias humanas tal y como son concebidas por la
posciencia, no son científicas por cuanto el objeto de conocimiento es el sujeto
cognoscente mismo y porque no necesariamente se cumple con las reglas del método
científico.

Para objetivar al sujeto hay que cosificarlo u objetivarlo de manera que las
ciencias humanas, más que “descubrir” al sujeto, lo encubren. De modo que no es
posible una ciencia del hombre porque el “Hombre” no es objeto categorial de ninguna
ciencia. La autognosis científica, es decir, el conocimiento del hombre, es imposible
porque no se puede obligar al sujeto a que se haga objeto de su conocimiento o a que
se exteriorice. En ese sentido, las ciencias humanas son imposibles o utópicas. Pero, si
segmentamos y objetivamos las manifestaciones humanas podemos conocer
gradualmente aspectos concretos del campo de lo humano. El conocimiento de lo
humano del Hombre requiere de la colaboración de todas las ciencias (donde se
incluyen las ciencias naturales o formales y, por supuesto, a las denominadas ciencias
humanas).

Por lo anterior, y en contra de los postulados de aquellos que niegan el


conocimiento de lo real-humano, nosotros creemos que todo saber es aproximativo a
ese real desconocido que, sin embargo, se hace cada vez más preciso y conocido
porque no hay manera de agotar la adecuación del saber a su objeto de estudio.
Asumimos que todo saber es fractal porque el estado del conocimiento científico actual
no puede dar cuenta del campo total de la experiencia humana. Lo que hay que
conocer de lo real (desconocido) es como un gran continente cuyas costas apenas
podemos ver desde el barco de la ciencia actual (Casenave, Diccionario de la ignorancia
2000). Es lógico suponer que en eso que nos falta por conocer existan objetos de
estudio desconocidos que requerirán de disciplinas nuevas para su investigación;
también es lógico suponer que varias “zonas” de ese continente tienen que ser
exploradas por un equipo multi o interdisciplinario que intente explicar racionalmente
dicha zona. Finalmente, es posible que haya que transgredir o desaprender los
conocimientos de la ciencia actual para explicar eso real por conocer. No obstante,
para explicar lo real, que no nos es dado por adelantado, necesitamos partir del
conocimiento actual establecido disciplinariamente, que es insuficiente, limitado y
discontinuo, para después elaborar hipótesis inter, multi o transdrsciplinarias que nos
permitan racionalizar lo real desconocido. La mayor parte de lo real todavía nos es
desconocido; pero al menos sabemos que existe. Que lo real sea desconocido no
significa necesariamente que sea imposible de conocer. Que el objeto por conocer esté
en constante cambio no implica necesariamente que este sea incognoscible.

Desde otro punto de vista se ha definido a las ciencias humanas como “ciencias
hermenéuticas” (Heidegger, Gadamer o Ricoeur) en oposición a las ciencias factuales.
La tesis defendida es que como no es posible conocer lo humano, entonces solo nos
queda comprenderlo e interpretarlo. ¿Es la hermenéutica una ciencia? ¿La
hermenéutica ofrece análisis gnoseológicos precisos? Todas las ciencias son
hermenéuticas porque interpretan signos naturales o artificiales. Sin embargo, la
hermenéutica se aplica a textos de la Filosofía, de la Religión o de la Literatura y casi
nadie considera a las Matemáticas ni a la Lógica formal como ciencias hermenéuticas,
debido a que la interpretación se aplica allí donde hay ambigüedad y donde es
imposible establecer un sentido definitivo. Las ciencias de la comprensión
hermenéutica no son gnoseológicas, sino epistemológicas.

Por un lado, en el intento de vigilar, respetar o aclarar el sentido textual, la


hermenéutica, inevitablemente, produce confusión que nos lleva a más confusión y
peor si consideramos que la hermenéutica no debe hacerse sobre el texto como objeto
sino sobre la interrelación del sujeto con el objeto manifestada en una “experiencia de
lectura”. ¿Puede producir la hermenéutica conocimiento objetivo sobre la experiencia
de lectura? Por otro lado, la hermenéutica ha desarrollado conceptos operacionales
que nos permiten precisar los significados y sentidos textuales impidiendo, en la
medida de lo posible, que se manipule o prostituya el sentido textual. En esa línea, la
interpretación de textos literarios tiene que ser una subdisciplina de la Literatura que,
mediante la aplicación de métodos científicos, aclare y no oscurezca la significación del
texto interpretado.
Desde un punto de vista metodológico son ciencias humanas aquellas que
contienen en su campo al sujeto operador y aquellas que, mediante algunos
procedimientos y operaciones, simulan el fenómeno estudiado, lo reconstruyen
científicamente a “escala” o reproducen analógicamente los componentes formales del
objeto por conocer. Así, por ejemplo, el sujeto gnoseológico se disfraza de lo que va a
estudiar o se mimetiza con la cultura que estudia, intenta reconstruir el horizonte de
sentido de un texto y elabora una realidad virtual que simule el sitio arqueológico
descubierto o el acontecimiento histórico. De modo que el conocimiento depende de
los procedimientos de reconstrucción del campo que contiene al sujeto operador. El
problema con estas metodologías es que el sujeto operador que habla una lengua se
cree también un sujeto gnoseológico lingüista, el que vive en sociedad se siente
sociólogo, el que se hace preguntas se considera filósofo, el que conoce otras culturas
se asume antropólogo, etc. En resumen, todos se sienten con la capacidad de opinar
sobre lo que hacen porque son el objeto de su propio conocimiento.

Las ciencias naturales o formales, en cambio, anulan la reconstrucción a escala


para lograr el conocimiento objetivo. Sostener que las ciencias humanas no pueden
producir conocimiento objetivo es contribuir a la negación de la condición científica de
las ciencias humanas y afiliarse a los cuestionamientos hechos por la posciencia que a
saber son: 1. Que no se pueden establecer leyes que se apliquen a todos los seres
humanos. 2. Que no pueden hacer predicciones exactas para poner a prueba las teorías.
3. Que no se pueden establecer leyes (como las leyes de la naturaleza), porque los
objetos de conocimiento son cambiantes, están en movimiento o no son constantes. 4.
Que no se pueden medir los datos estadísticamente. 5. Que hay una relación entre el
objeto de conocimiento que es un hombre y el sujeto de conocimiento que también es
un hombre. 6. Que su objeto de estudios no puede ser estudiado como en las ciencias
formales porque no se pueden controlar las variables y repetir los experimentos. 7. Que
están impregnadas de valores y que son normativas. La tarea no consiste en relativizar
más de lo que ya está el conocimiento científico de las ciencias humanas, sino en preci-
sarlo para hacer que ese conocimiento sea objetivo y racional.
CUESTIONAMIENTO A LOS POSTULADOS DE LA
POSMODERNIDAD

En esta parte haremos un cuestionamiento a los postulados defendidos por la


posmodernidad que siguen estando vigentes en las cuatro Escuelas y Departamentos
de Literatura que existen en el Perú (UNSA, PUCP, UNMSM y UNFV) y que, según mi
punto de vista, han significado un estancamiento cuando no un retroceso en el
desarrollo de la Literatura entendida como disciplina científica, es decir, con campo de
investigación, con objeto de estudio propio, con un(os) método(s) adecuado(s) para el
estudio de ese objeto y con conceptos desarrollados en y para la disciplina. Salvando
los aportes que permiten mejores análisis de los discursos en general, la
posmodernidad ha producido muy pocos conocimientos relevantes para el desarrollo y
fortalecimiento de la disciplina literaria porque: “El progresivo alejamiento de la
realidad objetiva conduce al rechazo de la verdad como correspondencia con esa
realidad, al escepticismo relativista y finalmente al nihilismo” (Torre, Visión de la
realidad y relativismo posmoderno, 2010: 14).

Estos aportes en el análisis del discurso pudieron haber servido para fortalecer
la hermenéutica o la interpretación de textos literarios. Esto no fue así, puesto que la
posmodernidad niega la posibilidad de conocer el significado de un significante. Por lo
tanto, los aportes de los métodos posmodernos, fueron utilizados para diseminar la
significación de un texto o para especular sobre lo mismo. Para la hermenéutica
posmoderna el texto no tiene sentido, al texto puede otorgársele un sentido, el sentido
del texto depende de la recepción, el texto genera un sentido o es imposible
determinar el sentido de un texto. ¿Pueden o no verificarse, demostrarse o
comprobarse, verdades en los textos literarios?

Así como la religión es el opio del pueblo, la posmodernidad es la anestesia de la


ciencia. La aplicación de los postulados de la posmodernidad a los Estudios Literarios
ha producido discursos que relativizan todo, que son antiesencialistas y pragmáticos.
Cosa más grave es la consideración posmoderna de que no existe una disciplina
literaria. En esa lógica, la Literatura tendría fronteras indefinidas, objeto de estudio
inestable, métodos imprecisos y campo de estudios desconocido, de modo que no
cumpliría con ningún requisito para ser considerada una disciplina científica. Por lo
tanto, desde la perspectiva de quienes niegan el cierre categorial de las disciplinas
científicas, es muy cómodo o fácil sostener que la Literatura es multi-inter-
transdisciplinaria sin considerar que, para que lo sea, primero tiene que ser una
disciplina.

Con una oposición dogmática a la ciencia, a la verdad, al significado y a la


objetividad, no es difícil comprender la relativización o negación de todo conocimiento
científico y, por consiguiente, su estancamiento. Los fundamentos de este
irracionalismo y relativismo los podemos encontrar, según Esteban Torre, en la sesgada
utilización posmoderna de la teoría de la relatividad propuesta por Albert Einstein, la
teoría del caos o teoría del “efecto mariposa” de Edward Norton Lorenz, el teorema de
la incompletitud o de la indecidibilidad propuesto por Kurt Gódel que establece que
cada modelo se explica dentro de un modelo más amplio y más general; o el principio
de incertidumbre e indeterminación postulado por Werner Karl Heisenberg. A esto
hay que sumarle los postulados del filósofo Karl Popper, quien pone en duda los
conceptos de verdad y verificabilidad cuando postula que más que verificar una
proposición, hay que comprobar si puede ser falsada o refutada; la idea de que el
conocimiento científico es relativo y es construido socialmente se la debemos a
Thomas Khun y su teoría de las revoluciones científicas; el anarquismo metodológico
donde todo vale y todo sirve se lo debemos a Paul Feyerabend; el nihilismo se lo
debemos a Richard Rorty, quien retoma lo planteado por Nietzsche en el sentido de
que no hay hechos, sino interpretaciones.

De manera que hemos pasado de una firme postura disciplinaria y racional a


una inestabilidad y degeneración parkinsonianas que se ha encargado de intentar
negar los evidentes avances de la ciencia y de la tecnología. El Alzheimer se grafica
bien en el hecho de que los profesionales en Literatura han olvidado la existencia de la
Literatura porque han dejado de leer y estudiar novelas, cuentos o poemas. Los
Estudios Literarios actuales le prestan más atención a textos discutiblemente literarios
o evidentemente no literarios. En efecto, el Alzheimer crónico ha permitido el olvido
de qué es, cómo se formó, cuáles son los límites y cuáles son los fines de la disciplina
literaria.

Conviene aquí definir algunos conceptos básicos que serán utilizados a lo largo
de este texto con ejemplos literarios. Lo disciplinario hace referencia a una disciplina
científica que cuenta con objeto de estudio definido y que ha desarrollado métodos y
conceptos adecuados para dar cuenta de ese objeto. Así, el objeto de estudio de la
disciplina literaria es, como acertadamente sostuvo Jacobson a inicios del siglo XX, el
texto literario que ha sido estudiado, por ejemplo, con el método formalista y que tiene
conceptos propios como desautomatización, extrañamiento, metáfora o verso
alejandrino. Lo interdisciplinario alude al estudio de un objeto que pertenece a dos o
más disciplinas que tienen métodos de aproximación diferentes a dicho objeto. Este
sería el caso del ensayo como género discursivo y objeto de estudio reclamado tanto
por la Literatura como por la Historia, la Sociología o la Antropología. Lo
multidisciplinario o pluridisciplinario remite al estudio articulado de un objeto que
pertenece a una disciplina específica hecho desde el punto de vista de otras disciplinas
con sus respectivos métodos de aproximación. Corresponde poner el ejemplo del
estudio de un texto literario hecho desde la perspectiva de la Antropología, Sociología,
Historia, Lingüística, Derecho o Pedagogía con sus respectivas herramientas
metodológicas y conceptos disciplinarios. Lo transdisciplinario indica una visión
holística de un fenómeno que requiere la articulación de todas las disciplinas
necesarias y la transgresión de las fronteras disciplinarias a través de la incorporación
de saberes considerados no científicos. Aquí encajan como ejemplos los estudios sobre
las manifestaciones de la cultura en general que hacen uso de todos los conceptos y
métodos provengan de donde provengan. Lo antidisciplinario señala tipos de “estudio”
que no tienen campo, objeto de estudio, métodos o conceptos definidos y que pueden
ser realizados por cualquier sujeto que se crea capaz de opinar sobre cualquier tópico
sin rigor científico. Estamos frente a la lógica que sostiene que todas las lecturas son
interpretaciones válidas.
Ahora bien, el objeto de estudio de la Literatura que, a saber, es el texto
literario, como lo sostuvo Jacobson, es variable porque su evolución depende de la
“creación” literaria hecha por un humano operador del discurso llamado autor. En ese
sentido, la Literatura es una disciplina que tiene que reformular y ajustar sus métodos
continuamente para dar cuenta del objeto de estudios que es cambiante porque es un
producto humano. Sin embargo, vale hacer una precisión respecto a este objeto de
estudios: una cosa es el texto literario en abstracto, que es una entelequia teórica, otra
cosa es el texto literario concreto y materializado a través de la escritura y otra cosa es
el texto literario en continua transformación. En ese sentido, el objeto de estudios de la
teoría literaria es el texto literario en abstracto; el objeto de estudios de la crítica
literaria es el texto literario en concreto sobre el que hay que emitir un juicio de valor;
y el objeto de estudios de la historia literaria es la evolución del texto literario. El
objeto de estudio de la Literatura se puede transformar tanto como se pueda sin dejar
de ser literario o sin dejar de poseer la literariedad tanto como el virus de la influenza
puede transformarse cada año sin dejar de ser el virus de la influenza.

María del Carmen Bobes Naves afirma que: “Los métodos adecuados para lograr
el conocimiento científico deben tener en cuenta el estatus ontológico de los objetos
que analizan. Comprender el ser de la obra literaria es decisivo para lograr
conocimientos científicos sobre ella” (Crítica del conocimiento literario 19). En efecto, la
autora, al preguntarse si es posible un conocimiento científico sobre las obras
literarias, reconoce que estas “obras literarias” son el objeto de estudio de la Literatura
entendida como disciplina científica. Más adelante, en ese mismo texto se lee:
“Determinar el objeto de estudio y el método para estudiarlo son pasos previos y
centrales de toda investigación” {Critica del conocimiento literario 26). Que se
establezca una relación entre el sujeto cognoscente y el objeto cognoscible, no significa
que el objeto de estudio de la Literatura sea esa relación entendida como experiencia
de lectura.

La disciplina literaria existirá como tal mientras seamos capaces de identificar al


texto literario como tal. Por lo tanto, la disciplina se transformará o morirá si es que
ponemos en duda la existencia de nuestro objeto de estudio asimilando o
incorporando dentro de nuestro campo de estudios a textos dudosamente literarios o
claramente no literarios. En ese caso, se justifica la aparición de estudios que
trascienden el campo disciplinario literario de manera que ya no sean propiamente
literarios. ¿Por qué se le teme tanto a los Estudios Literarios disciplinarios si son la
condición previa para realizar estudios inter-multi-transdisciplinarios?
DEGENERACIÓN 0 EVOLUCIÓN DE LA LITERATURA

La posmodernidad, que considera que todo es discurso y lenguaje, asume que


cualquier discurso puede ser considerado literario porque se puede encontrar en él
algún indicio de literariedad. Esto ha permitido ampliar el corpus de lo que se entiende
por Literatura hasta el punto en que la Literatura como disciplina prácticamente
desapareció de las Escuelas y Departamentos de Literatura que existen en el Perú, para
dar paso a los estudios del discurso o a los estudios culturales que son campos que
surgieron articulando disciplinas, pero que, ahora, con la incorporación a la academia
universitaria han pasado a ser transdisciplinarios y peor aún antidisciplinarios. Desde
mi punto de vista, tanto los estudios culturales como los estudios del discurso, por
tener campos de estudio prácticamente inabarcables, solo pueden hacerse conjugando
el trabajo disciplinado y disciplinario de un equipo de investigadores provenientes de
varias disciplinas, como explicaremos más adelante.

¿Por qué los estudios culturales o los estudios del discurso desplazaron a los
Estudios Literarios? La respuesta a esta pregunta tiene que ver, en el caso peruano, con
la importación de una moda académica difundida desde las universidades
metropolitanas a las que asisten para obtener su PhD los egresados de nuestras
universidades. En efecto, la dependencia académica o la colonialidad del saber
(Quijano “Colonia- lidad del poder...” 2003) tiene un esquema piramidal en el que el
reconocimiento académico se obtiene en las universidades metropolitanas para luego
ser difundido en las principales universidades que funcionan en Lima adonde acuden a
“capacitarse” los profesionales de las universidades del interior que, a su vez, capacitan
a los profesionales de las provincias y distritos en cada una de las regiones del Perú.

La difusión de estas modas epistemológicas que construyen redes


internacionales es la prueba evidente de la debilidad de nuestra comunidad científica
literaria, incapaz de desarrollar una agenda de investigación propia que se dedique al
estudio de lo que Antonio Cándido llamó, en mil novecientos setenta y dos, “obras
estéticamente válidas”, en vez de estar fascinada con el estudio de lo que el crítico
brasileño llamó “obras estéticamente anacrónicas” directamente relacionadas con
textos de la industria cultural (Cándido “Literatura y subdesarrollo” 1972). Nada impide
que un licenciado en Literatura estudie textos fronterizos o textos foráneos al campo
literario; pero, ¿hemos agotado la investigación sobre los textos literarios como para
ampliar nuestras investigaciones a otros tipos de textos cuyo estudio corresponde a
otras disciplinas o a un conjunto de disciplinas científicas?

La ampliación del Corpus de lo que ahora se quiere entender por Literatura (que
también puede verse como deformación, distorsión, desequilibrio o evolúción) tiene
dos causas: una endógena y otra exógena. La primera obedece a la experimentación
continua e inevitable, por parte de los escritores, que mezclan géneros y transgreden
tradiciones heredadas de modo que producen obras híbridas y desconcertantes para la
crítica y teoría literaria, en lo que podría denominarse “evolución autónoma de la
producción literaria”, que está íntimamente relacionada con la morfogénesis y la
genética textual. Este fenómeno puede ser ejemplificado con todos los experimentos de
la Vanguardia y, específicamente, con El pez de oro de Gamaliel Churata que es, como
todos saben, un texto generológicamente complejo.

La segunda causa, que es más agresiva e invasiva, se debe más bien a la


incorporación arbitraria de prácticamente todo discurso producido en cualquier código
semiótico al campo literario, evidenciado claramente con la inclusión del discurso de
los cómicos ambulantes al corpus literario (Vich, El discurso de la calle 2001). A esta
segunda causa se le puede denominar “afiliación arbitraria de cualquier discurso”. La
ampliación del corpus (distorsión o deformación) de lo que se acepta hoy por
Literatura obedece más a causas exógenas que endógenas y, prácticamente, no hay
parámetros, límites ni fronteras en ese territorio de todos y de nadie. El resultado: la
Literatura es una monstruosidad. Claro que pensar la monstruosidad puede ser
fascinante y puede tomarse como un reto.

Conviene detenernos un instante en el problema de si el hipertexto (Landow


Teoría del hipertexto 1997) es o no Literatura y para intentar responder a esa pregunta,
vale la pena mencionar sus cinco características fundamentales que son, a saber: 1) Es
un texto multisemiótico conformado no solo por lenguaje escrito, sino
fundamentalmente por la oralidad, las imágenes fijas o en movimiento, el sonido, etc.
2) Es un texto que permanentemente es una enunciación que nunca se materializa en
un enunciado por su continua manipulación e intervención. 3) Es un texto que tiene
diversos autores como son los diseñadores gráficos, los ingenieros, los programadores,
los narradores, etc. 4) Es interactivo porque requiere la participación física del
“jugador” a través de prótesis que les permiten interactuar en esos mundos virtuales. 5)
Es altamente inmersivo pudiendo ir gradualmente de la concentración, la implicación
imaginativa, el encantamiento a la adicción (Ryan La narración como realidad virtual
125). Ahora bien, estas características son propias de textos no literarios. ¿Por qué?

Tomando en cuenta que (como explicaré más adelante) la Literatura se define


ontológicamente por ser producto de un trabajo estético, por ser plasmada en escritura
y por ser ficcional, podemos concluir que el hipertexto no es Literatura aunque tenga
algunas características propias de la literatura. Y no es Literatura porque no se puede
considerar que algo sea lo que no es. Me explico, un texto histórico no es literario
aunque tenga elementos ficcionales como una enciclopedia médica no es literatura
porque utilice metáforas para describir las enfermedades. Otra cosa es que el texto
histórico y la enciclopedia médica sean considerados textos literarios de manera
arbitraria. El hipertexto no es Literatura porque hay un predominio de otros códigos
semióticos sobre la escritura, porque no necesariamente hay un trabajo estético con la
escritura, sino, más bien, con la imagen fija o en movimiento y porque existen
hipertextos no Acciónales, por ejemplo en los museos u hospitales. En ese sentido,
puede haber hipertextos que tengan más elementos literarios que otros sin ser
plenamente literarios.

Estamos frente al cine si el soporte del texto es fundamentalmente la narración


con imágenes que construyen un mundo posible inexistente; estamos frente a la
Literatura si el soporte material del texto es prioritariamente la escritura ficcional;
estamos frente a la Historia si el soporte básico es la imagen o la narración escrita
factual; estamos frente al hipertexto si es que el soporte físico es la realidad virtual
factual o ficcional, etc. Es claro que la Literatura puede incorporar imágenes, que el
hipertexto puede incorporar la escritura ficcional y que el cine puede incorporar textos
de carácter factual y no por eso dejan de ser Literatura, cine o hipertexto.

La tecnología no es causa de la evolución literaria porque la escritura será


siempre escritura, sea plasmada en papel, en piedra o en computadora. La tecnología
cambia el soporte de la obra, pero no cambia la tarea de hacer con la escritura un
poema o una novela estéticamente relevante. En ese sentido, la teoría literaria debe
revisar los postulados aberrantes que sostienen que se puede hacer Literatura con
imágenes, poemas visuales sin palabras o cuadros pintados con sonidos. Todos los
códigos semióticos se pueden incorporar a la Literatura mientras haya un predomino
de la escritura. Cuando se da el predominio de otro código, estamos frente a un texto
de otra naturaleza que, para ser explicado, requiere de otro especialista. Cuando no se
puede distinguir el predominio de ningún código semiótico, requerimos de la
confluencia de diversos especialistas para caracterizar la naturaleza de ese texto que,
inevitablemente, tiene que ser bautizado.

¿Cuáles son los fundamentos de la práctica desarrollada por la “crítica cultural”?


Lo primero que hay que reconocer es que estos simpatizantes de la nueva izquierda
han pasado, en términos marxistas, de preocuparse de los conflictos en la estructura
(económicos) a estar obsesionados por nuevas formas de conflictos propios de la
superestructura (ideológicos y culturales). Ya no se habla de la lucha de clases ni de la
distribución de la riqueza porque los obreros viven felices en el mundo neoliberal;
ahora se debate sobre la defensa de la igualdad de la heterogénea superestructura sin
considerar que las diferencias son inherentes a las ideologías y culturas. Como se anula
el conflicto de clases en la estructura, entonces, en su lugar, se crean y resaltan los
conflictos que las minorías sociales tienen con el sistema que los contiene.

Sin más, los fundamentos son:

1. El reconocimiento de campos no delimitados o abandonados por las


disciplinas que conforman las ciencias humanas. Una especie de territorios liberados
donde ninguna disciplina ha puesto su bandera y donde cualquiera puede explorar.

2. La aparición de textos que no pueden ser objeto de estudio específico de


ninguna disciplina que, por lo tanto, pueden ser calificados como fronterizos o
intermedios.

3. El requerimiento de un método plural, flexible, en movimiento, que ayude a


explicar el texto indeterminado.

4. La intención política de poner al mismo nivel de los discursos académicos los


discursos considerados periféricos, marginales o subalternos. No obstante, como
explicaremos más adelante, no hay que perder de vista que la “crítica cultural” se aplica
a textos de la cultura que no son necesariamente textos literarios.

Por otro lado, los estudios del discurso fundamentan su práctica en el hecho de
que cualquier discurso de la cultura es un relato, una narración, un discurso que puede
ser analizado e interpretado por todas las disciplinas que se ocupan del estudio de la
comunicación, de la información y del lenguaje. Cabe aquí formular algunos
interrogantes: ¿Todos los textos fronterizos o indeterminados deben y pueden ser
considerados Literatura? ¿Los discursos culturales son discursos literarios? Con estos
criterios se amplió el corpus literario hasta el punto de incluir a discursos no literarios
solo por el hecho de ser expresados con lenguaje. Si no podemos definir un texto
literario, por lo menos tenemos que saber reconocer un texto no literario y un texto
condicionalmente literario. Si no podemos hacer eso, entonces ya no tenemos
disciplina literaria. Eso significaría que el Alzheimer nos ha derrotado.

La degeneración de la Literatura -que desde otro punto de vista puede


considerarse evolución- puede ser ejemplificada con el proceso que evidencia el
cambio en su concepción y definición. Así, se pasó de una concepción minimalista,
restringida, canónica y constitutiva de la Literatura (manifestada por ejemplo en
novelas, cuentos y poemas) a una concepción fronteriza, intersticial o ambigua de lo
literario (que se observa en el teatro, el cine o el ensayo) para, posteriormente, incluir
géneros discursivos ajenos al campo literario (como las crónicas periodísticas, los
diarios, los testimonios, los epitafios, la fotografía o los expedientes judiciales) en lo
que ahora se conoce como la definición maximalista de lo literario que ha llegado al
extremo de considerar a la Física, a la Matemática, a las Artes plásticas, a la Música, a la
Historia, a la Filosofía, al Periodismo o a la Antropología como géneros literarios.

Esta voraz ampliación del corpus de lo que se considera como literario da por
sentado que cualquier texto (entendido como cualquier producción que pueda leerse o
como cualquier conjunto sígnico coherente) puede ser estudiado como Literatura. En
esta lógica, la Literatura no es una disciplina científica, sino un campo indeterminado,
inestable, inconsistente o débil conformado por diferentes objetos de estudio disímiles
que se analizan con una mescolanza de métodos derivados de varias disciplinas. Por
tanto, la Literatura ya no tiene un campo de investigación, un objeto de estudios
definido; tampoco desarrolla métodos adecuados para dar cuenta del fenómeno
literario, para establecer relaciones entre los textos literarios y explicar su evolución,
para enunciar leyes o principios y para producir conocimientos útiles para el hombre.
La “crítica cultural” es una práctica hermenéutica que no produce saber, un ejercicio
libre de interpretación, una arbitraria y continua experimentación con el ensamblaje
de conceptos y métodos de manera antidisciplinaria.

Desde otra perspectiva, la desaparición de la disciplina literaria puede


considerarse una ganancia más que una pérdida, por cuanto la Literatura sería una
especie de zángano que se apodera y vive de todos los discursos y de todos los métodos
provenientes de todas las disciplinas integrándolas a su invadido e indefinido campo.
Esta idea concuerda con aquellos que sostienen que no hay nada “literario” en los
Estudios Literarios o con aquellos que defienden la idea de que los Estudios Literarios
se ocupan de cualquier texto hecho con algún tipo de lenguaje donde esté expresada
una cultura. Es obvio que a las otras disciplinas no les afecta esta intromisión en el
normal desarrollo de su agenda disciplinaria porque no seles ocurre poner en duda su
existencia como disciplina científica.

Estamos frente a la figura del charlatán, que cree tener competencia para opinar
sobre performances, pintura o música. La prueba de esto está en las tesis de nuestros
estudiantes, que en estos tiempos versan sobre cómics, canciones, danzas, cuadros,
representaciones, recetas de cocina, artículos periodísticos, cine, caricatura, o
prácticamente cualquier discurso de la cultura (Miranda Catálogo de tesis de la
Facultad de Letras 2003). Sin embargo, no hay que perder de vista que cuanto más se
extiendan las fronteras de lo literario, más cerca estaremos de su desaparición como
disciplina, ya que tanto el objeto como el método se vuelven indeterminados. Como
correlato contrario está la tesis de que cuanto más se fortalezcan y precisen las
fronteras de la disciplina literaria -o de cualquier otra- que produzca conocimientos
útiles para la humanidad, más garantizaremos su existencia y supervivencia como
disciplina científica. Esa ha sido la razón por la que la comunidad antropológica ha
desterrado a los estudios culturales de su campo disciplinario y decretado su
decadencia e impertinencia (Reynoso Apogeo y decadencia de los estudios culturales
2000).
INTER – MULTI – DISCIPLINARIEDAD CON
DISCIPLINARIEDAD

Está claro que una defensa de las disciplinas no impide realizar estudios ínter o
multidisciplinarios; por el contrario, contribuye a fortalecerlos. La integración, diálogo
o colaboración disciplinaria presupone necesariamente la formación sólida de los
investigadores colaboradores en su respectiva disciplina. En otras palabras, lo inter o
multidisciplinario existe solo a partir de lo disciplinario porque son disciplinas las que
se integran y dialogan interdiscursivamente entre sí. Nadie, en su sano juicio, puede
defender el aislamiento, la cerrazón, la endogamia, el ensimismamiento, la clausura o
el encierro disciplinario. Pero, tampoco nadie, formado disciplinariamente, puede
proponer que se realicen estudios multi-trans-interdisciplinarios sin la existencia
previa de disciplinas. Aquel que habla de todo sin fundamento científico es un
charlatán. La colaboración disciplinaria depende de las competencias que tengan los
investigadores de cada una de las disciplinas convocadas. Las “zonas de
indeterminación” disciplinaria tienen que ser indagadas por un equipo de
investigadores que hagan dialogar sus métodos y conceptos para dar cuenta del nuevo
fenómeno descubierto.

Dos animales simbolizan este proceso: el erizo y el zorro (Berlín, El erizo y el


zorro 2016). Los erizos escarban profundamente en su especialidad sin dejar de estar
informados de otras disciplinas, tienen ideas penetrantes que les permiten ver lo
esencial en la complejidad y discernir patrones fundamentales. Son los erizos los que
simplifican lo complejo a través de un concepto básico, una idea que organiza el caos,
un principio, una teoría o una ley que explica un fenómeno. Los zorros transitan
superficialmente por el amplio territorio de todas las disciplinas sin profundizar en
ninguna, ven el mundo en su complejidad, tienen muchas metas, quieren conocerlo
todo, son dispersos, difusos y nunca integran su pensamiento en un concepto total o
una visión unificada.

Se trata de que el licenciado en Literatura sea una mezcla de erizo y zorro como
consecuencia de la heterosis (fenómeno de la genética -traducido como “vigor
híbrido”- que indica el cruce de dos especies diferentes cuyos hijos salen superiores a
los padres). Esto significa que el licenciado en Literatura, fundamentalmente, debe
conocer bien su especialidad para, posteriormente, dialogar con profesionales de otras
disciplinas, sin pretender el imposible de ser especialista en todas las disciplinas. Esto
no impide que estudie una segunda especialidad o posgrados en otras especialidades.
Pero, tenemos que abandonar la arrogancia narcisista de los posmodernos, que creen
saber de todo sin haberse especializado en nada, cuando en su discurso monológico se
liberan de toda atadura ontológica, ética, estética y epistémica descalificando el
discurso de otro que tiene una posición contraria. Es una contradicción hablar de
diálogo, de participación, de solidaridad o de cooperación partiendo de la defensa
dogmática de una posición que desacredita, ningunea o silencia el discurso del otro.
No hay diálogo sin humanismo como no hay comunicación sin racionalidad. El
diálogo, que implica respeto y consideración, no se da si no se parte del principio de
que el otro puede tener la razón. En ese sentido, los discursos revelan las posiciones
conflictivas o democráticas de sus enunciadores.

Es más, dentro del enorme campo literario, existen erizos que se especializan,
por ejemplo, en la producción de un escritor, de una región o de una época, y zorros
que tienen visiones panorámicas de la literatura peruana, latinoamericana o mundial
en general. La heterosis de zorros con erizos presupone una doble competencia que
permita estudiar la producción literaria de cualquier escritor ubicándolo dentro del
proceso literario en el que se inscribe. Lo que quiero advertir es que es muy difícil que
un licenciado en Literatura domine todas las ramas del árbol literario, por lo que es
muy pretencioso aparentar que se dominan todas las ramas del bosque cultural. Otra
cuestión, muy diferente, es lo transdisciplinario que presupone a un sujeto que domina
todas las disciplinas. Sin embargo, un hombre con semejante conocimiento
enciclopédico, que solo puede calificarse como sabio, no existe en el siglo XXI. En tal
sentido, me parece que no debemos pretender formar profesionales transdisciplinarios
puesto que esa tarea es imposible y que, por el contrario, sí debemos garantizar la
formación disciplinaria para, posteriormente, integrarla a los estudios inter o
multidisciplinarios.
ESTUDIOS TRANSDISCIPLINARIOS

Particularmente me parece harto discutible la pertinencia literaria de muchos


de los cursos o materias que llevan el rótulo de “estudios” (estudios de género, estudios
poscoloniales, estudios andinos, estudios culturales, estudios del discurso, etc.)
porque, primero, hacen estudios antidisciplinarios en los que un “sabio” pretendida y
pretenciosamente transdisciplinario vende la imagen de conocer todas las categorías,
provengan de donde provengan, para explicar un objeto de estudios que, por su
naturaleza requiere de la colaboración de investigadores provenientes de varias
disciplinas; segundo, porque la Literatura es solo una de las múltiples disciplinas (tal
vez la menos considerada) que se requieren para estudiar tan amplios y complejos
campos de saber; tercero, porque los conceptos y las categorías con las que trabajan no
son literarias, de manera que usan la Literatura como un laboratorio para poner a
prueba la aplicabilidad de las “ideologías” subyacentes en esos “estudios”. Los
sacerdotes de estos cursos se defenderán y justificarán diciendo que sí estudian “textos
literarios” con “metodologías” y “teorías” que están de moda en las academias me-
tropolitanas. Y justamente ese es el problema: las metodologías y teorías que emplean
para estudiar cualquier texto de la cultura que pasa por texto literario.

Los cursos que tienen el rótulo de “estudios” tienen una clara ideología detrás
heredada del relativismo posmoderno donde no se puede abogar por nada y tampoco
se puede llegar a ningún “deber ser” debido a que todo “puede ser”. Esta ideología, que
se identifica actualmente como “marxismo cultural” (una reinterpretación de la
Escuela de Frankfurt), se manifiesta en un procedimiento que consiste en ubicar
cualquier ámbito del quehacer humano en el que hay una distribución desigual del
capital simbólico; identificar a los que les “va mejor” como opresores y a los que no
como oprimidos; ponerse del lado de los “oprimidos” y en contra de los “opresores”; y
hablar por, hablar de, hablar como, hablar sobre las prácticas de los oprimidos para
ocupar un lugar dominante en el culturalismo académico. En ese sentido, si
estudiamos Crimen y castigo en vez de ver videos de “Risas y salsa” (el más famoso
programa cómico que emitió la televisión peruana) en una clase de literatura, estamos
invisibilizando prácticas artísticas marginales, y, por lo tanto, estamos oprimiendo al
subalterno.

Así, esta ideología ha servido para equiparar a Julio Ramón Ri- beyro con
Mónica Cabrejos, a Manuelcha Prado con Óscar Colchado o a Hilaria Supa con
Sócrates Zuzunaga, por poner tres ejemplos. Desde esa perspectiva, cualquier
valoración, jerarquía o simple categorización en diferentes dominios sería
discriminadora y opresiva en principio. Ya no se trata solamente de que “todo puede
ser literatura”. Ahora también hay que considerar que el culturalista (una especie de
soldado de la justicia cultural) está convencido que debe luchar para que los discursos
subalternos que han sido oprimidos o marginados sean considerados literarios,
ocupando la posición principal o central dentro de la disciplina literaria. Para ello,
paradójicamente, dejan la discusión literaria para centrarse en una discusión socio-
política. El resultado: cualquier discurso marginal de cualquier naturaleza es
considerado discurso literario.
Considero que uno de los problemas en cuestión es que existe un afán por hacer
gala del dominio de la teoría cultural (aunque este dominio teórico sea un sancochado
de todo) y un descuido en la utilización de la teoría literaria, de modo que se termina
opacando el texto considerado literario. O, en el caso más grave, dicho texto termina
siendo el pretexto para validar la teoría aplicada. Sin embargo, debemos tener presente
que las categorías y los conceptos fueron desarrollados para explicar un fenómeno
dentro de una disciplina y que, por lo tanto, es muy difícil aplicarla en otra disciplina
sin procesos de adaptación y transducción {La formación de conceptos en ciencias y
humanidades, 2006). En efecto, la categorías sexualidad o inconsciente son trabajadas
esencialmente en el campo disciplinario de la Psiquiatría, las categoría poscolonialidad
y subalterno corresponden básicamente a la Historia, la categoría andino corresponde a
varias disciplinas pertenecientes a la ciencias sociales, la categoría cultura corresponde
fundamentalmente a la Antropología, la categoría discurso es trabajada básicamente
por la Lingüística.

Es fácil constatar, por lo tanto, que lo que hacemos en Literatura es hablar de lo


que el profesor-investigador considera que es Literatura, con categorías no literarias
que lindan con ideologías provenientes de otras disciplinas o antidisciplinas. Al
licenciado en Literatura se le preguntará seguramente sobre categorías como
metonimia, poema, soneto, narrador, endecasílabo, diégesis, mimesis, novela, etc., y
difícilmente sobre eutanasia, clonación, inflación o condimentos. El licenciado en
Literatura debería dar cuenta de tópicos inter o multidisciplinarios desde el punto de
vista de la especialidad en la que es competente sin atribuirse la competencia en
disciplinas en las que no está formado. Doy por sentado que todos entendemos que
muchas categorías, especialmente de las ciencias humanas, pueden pertenecer a dos o
más disciplinas y que, además, todos podemos distinguir las categorías nativas de las
categorías inmigrantes o trasplantadas dentro de una disciplina.

Como era de esperarse, el resultado de la ampliación del corpus literario por


causas exógenas ha sido funesto, no solo porque se ha incluido en el canon textos
discutiblemente literarios (Tómese como ejemplo el reciente otorgamiento del Premio
Nobel de Literatura 2016 al cantautor estadounidense Bob Dylan y el otorgamiento del
Premio Nobel de Literatura 2015 a la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich) sino
fundamentalmente porque la disciplina literaria está desapareciendo o ha
desaparecido, puesto que es integrada a los estudios del discurso en general y a los
estudios culturales en particular, como hemos dicho. En este sentido se parecen mucho
el Parkinson y la Literatura puesto que se desconoce la manera de reintroducir la
dopamina en el cerebro. Así, de facto, nos quedan dos opciones: o asumimos que la
Literatura es o puede ser cualquier discurso cultural o asumimos que la Literatura es
equivalente a las Letras o Humanidades sin considerar que existen ramas disciplinarias
de las Letras o Humanidades que no son Literatura.
LA LITERATURA, TERRENO DE TODOS Y DE NADIE

La lectura y comentario de un texto literario es algo que todo lector puede


hacer, aunque no necesariamente disfrutar, porque la Literatura, como producción
textual estética, puede ser leída por cualquiera que tenga la competencia para hacerlo.
Ya Horacio, allá por el año veintitrés a.C., hablaba de la dualidad docere-delectare
dando a entender que un texto literario puede ser útil para complacer, para aprender o
para las dos cuestiones a la vez. No obstante, creo necesario tener claro que una cosa es
la lectura y opinión particular hecha por un individuo cualquiera que solo lo afecta a él,
y otra cosa es la lectura profesional hecha por un licenciado en Literatura que emite
una opinión con rigor científico destinada a orientar la lectura de los demás. Eso no
quita la posibilidad de que, por ejemplo, un autodidacta emita un juicio con coherencia
y pertinencia. Lo que ocurre es que, en este momento, nuestras lecturas están tan
desacreditadas, por aquello de “todo vale” y “todo sirve”, que importan lo mismo las
opiniones comunes y las opiniones especializadas emitidas por sujetos que
supuestamente están formados disciplinariamente en Literatura. De hecho, todos
hemos leído lecturas descabelladas hechas por licenciados en Literatura.

Si la lectura de un texto consiste en entender su significación y la interpretación


de textos literarios debe producir conocimientos objetivos sobre lo interpretado,
entonces me parece anticientífico el planteamiento que defiende la huida de la
interpretación o la “erótica del arte” (Sontag Contra la interpretación 2007). Esta
concepción de la literatura y el arte sostiene que el texto literario como el texto
artístico no tiene que tener necesariamente elementos que sean cognoscibles racional y
objetivamente por lo que el lector solo debe disfrutar del placer estético. Así, en el arte,
existirían textos que no tienen la mínima intención de reunir los clásicos requisitos de
la textualidad y que, por el contrario, buscan solo provocar una reacción estética
sustentada en las sensaciones y sentimientos que provoca el texto anulando la
comprensión racional. Los que consideran que el arte en general -y la Literatura en
particular- no puede ser interpretado racional y lógicamente se inclinan por la posición
que defiende la “erótica del arte”.

Una posición radical y contraria, con la que no estamos de acuerdo, es la


sostenida por Jesús G. Maestro quien afirma rotundamente que quien lee Literatura no
aprende nada:

La literatura no proporciona conocimientos: los exige, nadie aprende nada


leyendo literatura. Ha leído bien: nadie aprende nada leyendo literatura. Que nadie
espere que la Literatura le informe sobre lo que no sabe, porque la Literatura no lo
hará. A la literatura hay que llegar, y hay que acudir, con conocimientos procedentes
de otras ramas del saber. La Literatura exige el concurso de otras ciencias categoriales.
Porque la Literatura exige conocimientos, no los proporciona (Critica de la razón
literaria 2960).
no estoy de acuerdo porque no se puede considerar que la Literatura no brinde
algún tipo de información o que no sea un “sistema de ideas disfrazado de fábula”
como el mismo teórico español señala. ¿Qué sentido tiene leer algo que no te
proporciona algún tipo de conocimiento por más irrelevante que este sea? ¿Cuándo
uno lee a Cervantes no aprende nada? ¿Un texto literario no es, además, un texto
informativo de la cultura que lo produce como hemos sostenido?

Sostener que el texto literario no es inteligible ya sea apoyándose en la “erótica


del arte” o en la imposibilidad de aprender nada de la lectura, es colaborar con la tesis
posmoderna según la cual la Literatura no es una disciplina científica porque no ha
desarrollado conceptos o categorías que expliquen racional y lógicamente el texto
literario. Es claro que se lee con y desde una serie de conocimientos previos que son los
que me permiten leer de la manera en que leo; pero eso no quiere decir que no pueda
entender o aprender de lo que leo. Que muchas veces el plano cognitivo de un texto
requiera del auxilio de otras ciencias para ser evidenciado es otra cosa. En
consecuencia, debemos distinguir dos tipos de conocimientos que proporciona la
literatura. El conocimiento susceptible de ser captado por cualquier lector y el
conocimiento “disfrazado” que puede ser mejor explicado por el crítico literario.

No debe sorprender, por tanto, que cualquier profesional de cualquier área del
saber se sienta con la capacidad de opinar con propiedad sobre Literatura ya que
considera que este es un terreno de todos o de nadie. Esta es la única profesión en la
que un economista, un abogado, un antropólogo, un filósofo, un sociólogo, un
ingeniero o un médico (sin licenciatura en Literatura) pueden escribir un artículo
científico sobre Literatura que sea aceptado por la comunidad literaria. En ese sentido,
nuestro campo es muy democrático. Claro que la especialización no está dada
necesariamente por el título profesional y que existen autodidactas más competentes
que los profesionales en Literatura, pero son la excepción y no la regla. Además, asumo
que la competencia literaria puede alcanzarse estudiando una segunda especialización,
una maestría o doctorado en Literatura. ¿Tiene sentido otorgar una licenciatura
(permiso para ejercer una profesión) en Literatura cuando cualquiera, de facto, hace
teoría, crítica e historia literaria? Desde mi punto de vista, no se puede hacer Estudios
Literarios sin formación científica.

Es imposible, en cambio, que un licenciado en Literatura enseñe medicina o


derecho sin que tenga el título de médico o abogado, aún así haya cursado estudios de
posgrado en dichas especialidades. Una condición por la cual a un biólogo o un físico
se le permite dictar cátedra en Literatura es que se haya especializado, mediante cursos
de posgrado o de modo autodidacta, en la disciplina literaria. La otra forma de que, por
ejemplo, un antropólogo dicte cátedra en Literatura o que un historiador asuma un
curso de narratología es que todos los que estudiamos ciencias humanas tengamos un
bachillerato o licenciatura en Letras / Humanidades / Estudios Culturales / Análisis del
Discurso que nos uniformice y nos dé competencias que no tenemos. Con esta lógica,
tampoco debería sorprendernos que los futuros premios Nobel de Literatura sean
entregados a historiadores, antropólogos o futbolistas.

¿Hasta cuándo los Estudios Literarios estarán subordinados por las ciencias
sociales o por la Filosofía? ¿Hasta cuándo la Literatura será el laboratorio para probar o
no la pertinencia de categorías provenientes de otras disciplinas? ¿Hasta cuándo la
Literatura será un campo sin límites, bordes ni fronteras donde cualquiera pueda
entrar sin salvoconducto? ¿Hasta cuándo la disciplina literaria será la única que
cuestiona su propia existencia y la única que incorpora como académicos a
especialistas en otras áreas? En el campo literario pasa lo mismo que en las filiales de la
Real Academia de la Lengua Española, que han incorporado en su seno a ilustres
profesionales que saben tanto de la lengua española como sé yo de nanotecnología. En
el campo literario pasa lo mismo que en el Periodismo, donde existen periodistas
profesionales formados académicamente, periodistas autodidactas con una
competencia extraordinaria y personas que se creen periodistas por haber publicado
artículos en diarios. ¿Debe desaparecer el Periodismo como profesión?

En palabras simples, hemos perdido el horizonte disciplinario de los Estudios


Literarios porque la extensión de lo literario, entendido como la apertura del cierre
categorial (Maestro, Contra las musas de la ira 2014) propio del campo literario, trajo
como consecuencia la diseminación de la disciplina literaria hasta el punto en que
muchos han decretado su muerte. Los Licenciados en Literatura que sufren de
Alzheimer salieron un día de su casa a pasear por su barrio y no regresaron jamás
porque perdieron el rumbo, porque olvidaron quiénes son, porque ya no saben a qué se
dedican y hacia dónde van.

Sin exagerar, se puede afirmar que las ciencias humanas, definidas opaca y
ambiguamente como aquellas que se ocupan del conocimiento del hombre, han
perdido su disciplinariedad científica al intentar articular postulados, conceptos,
categorías, métodos, teorías en un magma antidisciplinario o cuanto más
transdisciplinario que no produce conocimiento útil y que se deleita en el discurso.
¿Cómo van a producir conocimiento si niegan la posibilidad de conocer lo real? Si
antes costó mucho esfuerzo que cada una de las disciplinas de las ciencias humanas
decretara su autonomía, ahora creemos que es muy fácil articularlas nuevamente sin
considerar sus respectivos desarrollos disciplinarios y sus especializaciones. En efecto,
la Lingüística, la Antropología o la Sociología surgieron como ciencias solo a partir de
la segunda mitad del siglo XIX cuando establecen sus respectivos objetos de estudio y
métodos de investigación. La Literatura se establece como disciplina científica en la
primera década del siglo XX.

Creo que una de las causas del retroceso de las Humanidades se debe a que no
han sabido mantener y desarrollar sus campos disciplinarios produciendo
conocimientos que impacten en la sociedad y al surgimiento de antidisciplinas. Los
profesionales no disciplinarios, que cuestionan a la ciencia y que por lo mismo están en
expansión, hallan en los estudios transdisciplinarios su tabla de salvación y un espacio
adecuado para el desarrollo de sus posiciones especulativas, relativistas y nihilistas.
Estamos viviendo tiempos en que los erizos literarios (prácticamente una especie en
extinción) son mal vistos por defender y profundizar en sus fronteras disciplinarias.
Por el contrario, los zorros, que gozan del reconocimiento académico y de la fama, son
aquellos sacerdotes que difunden e interpretan el discurso de los profetas, espe-
cialmente si consideran que todo es un discurso críptico que solo ellos pueden
explicar. El hecho de que trabajemos con discursos no implica que nos quedemos
regodeando el discurso sin producir conocimientos. La consecuencia de esta actitud
permitió que en Perú, por ejemplo, a nivel secundario se fusionaran la lingüística, la
literatura y la filosofía en un curso disolvente llamado Comunicación, que cuenta con
un plan lector donde priman obras estéticamente anacrónicas y se dejan de lado los
textos literarios.

No nos debe sorprender entonces que los estudiantes de primaria y secundaria


lean como buena literatura lo que sus profesores -capacitados por nosotros- hacen
pasar como textos literarios. De ahí la percepción de la comunidad que considera que
el literato es un todoterreno, un doxósofo, un sofista en sentido negativo, un
parlanchín que puede hablar sin propiedad de Antropología, Política, Educación,
Economía, Psiquiatría, Ciencia, Sociología o Historia. El literato no consciente de su
finitud cree, equivocadamente, tener la capacidad y la competencia académica para
analizar e interpretar cualquier discurso de la cultura sin considerar que es muy difícil,
y más en este tiempo de súperespecialización, que un licenciado en Literatura domine
varias o todas las disciplinas de las ciencias humanas como para hacer estudios
transdisciplinarios. Es más, existen literatos (que fungen de filósofos, de psicoanalistas,
de historiadores, de sociólogos, de lingüistas, de sexólogos, de científicos o de todo eso
junto) que pretenden con su discurso solucionar los problemas de la humanidad sin
considerar que esa es una tarea que trasciende la disciplina literaria. La Literatura, por
muy importante que sea, no tiene como función primordial solucionar los problemas
de una nación. Cabe aquí formular una pregunta de base: ¿existe la Literatura o se ha
convertido en un significante vacío que puede ser llenado con cualquier significado?

Con la ampliación del corpus hemos pasado de intentar definir y delimitar lo


literario a identificar cualquier discurso como literario de modo que ahora la tarea
consiste, paradójicamente, en identificar un discurso que no sea considerado literario.
No se trata de enfrentar la hiperespecialización a lo interdisciplinario, debido a que lo
primero es parte y condición de lo segundo; se trata de enfrentar paradigmas
disciplinarios a experimentos antidisciplinarios. Además, actualmente, las cuatro
Escuela de Literatura que funcionan en el Perú están muy lejos de una formación
disciplinaria y más lejos aún de una hiperespecialización. ¿En qué rama de la literatura
están especializados nuestros estudiantes de pre y posgrado? Repito que lo grave de
esto es que sin especialización es difícil que seamos convocados a integrar equipos de
investigación ínter o multidisciplinaria a no ser que nos convoquen para asuntos de
redacción o corrección de estilo. Muchos prefieren formar parte de la tribu literaria
para conocer y estudiar ese territorio o campo que ser diluidos en campos abiertos
llamados Cultura, Discurso, Letras o Humanidades, dado que siendo parte de mi tribu
puedo dialogar con propiedad utilizando mi lenguaje, mis métodos y mis esquemas
cognitivos con miembros de otras tribus para construir realmente puentes inter o
multidisciplinarios.

Una revisión de los proyectos de investigación presentados en el Instituto de


Investigaciones Humanísticas perteneciente a la Facultad de Letras y Ciencias
Humanas de la UNMSM nos indica que la mayoría de sus miembros no “investiga”
sobre asuntos relacionados con la Literatura, sino sobre tópicos históricos,
antropológicos, sociológicos, filosóficos, lingüísticos aplicados a lo que el investigador-
profesor considera un texto literario. Si no somos capaces de delimitar las fronteras
disciplinarias de la Literatura, entonces está justificada su desaparición mediante la
integración en lo que genéricamente se llama Letras o Humanidades, que es casi lo
mismo que integrarla a los estudios culturales o a los estudios del discurso. Debemos,
entonces, preguntarnos si la Literatura como disciplina alguna vez se consolidó, si ha
muerto, si está moribunda o está a punto de ser entregada a sus verdugos con los “be-
sos de judas” provenientes de sus propios integrantes. ¿Es pertinente, necesario o
imprescindible defender la Literatura o, en su defecto, debemos integrarla o
subordinarla a otras disciplinas en nombre de lo inter o multidisciplinario? ¿Debemos
asumir que los sinónimos de Literatura son discurso, texto, letras, humanidades o
manifestación cultural?
TEORÍA DEL DISCURSO Y TEORÍA LITERARIA

Un corpus de todo tipo de discursos da como resultado inevitablemente una


teoría del discurso en general que no es necesariamente una teoría literaria. Para que
una teoría literaria sea posible es requisito indispensable que existan textos literarios y
para definir un texto como literario se debe definir primero qué es la Literatura. La
lógica es simple: sin textos literarios no existen los estudios literarios y sin estudios
literarios no se justifica la existencia de una disciplina literaria y, por tanto, de una
Escuela y Departamento de Literatura. Así, por ejemplo, para definir el testimonio
como un género literario primero tenemos que establecer los parámetros básicos para
definir ontológicamente la Literatura. Lo mismo tiene que hacerse en el campo
antropológico si es que se quiere definir el testimonio como discurso antropológico. La
salida más cómoda es considerar al testimonio como un género híbrido que tiene
elementos Acciónales y no ficcionales y que, por lo tanto, requiere de un estudio inter-
multi-transdisciplinario. Los licenciados en Literatura somos especialistas en encontrar
la literariedad en cualquier discurso y, paradójicamente, no podemos definir la
Literatura. Lo que es indudable es que el testimonio es un discurso de cultura y como
tal produce un texto de cultura que puede ser leído desde diversas disciplinas como la
antropología, la sociología, la filosofía o la literatura, como también puede ser
estudiado articulando diferentes disciplinas.

Es necesario tener claro que la Literatura es un discurso de la cultura, pero no


todo discurso de la cultura es Literatura. Por lo tanto, considero que se debe tomar el
toro por las astas volviendo a poner en agenda la pregunta fundamental planteada por
los formalistas rusos hace una centuria: ¿qué es lo que hace que una obra sea
considerada una obra literaria? No se trata, sin embargo, de responder con discursos
orientados a relativizar la respuesta o a negarla; tampoco se trata de seguir apelando a
la fenomenología o a la teoría de la recepción que no tiene nada de teoría; se trata de
hacer el esfuerzo de encontrar una respuesta a partir de la investigación.

¿De qué hablamos cuando hablamos de Literatura? ¿Cuál es el objeto de estudio


de la Literatura? ¿Hablamos e investigamos sobre los textos literarios o hablamos e
investigamos sobre nuestra “experiencia” de lectura? Se ha sostenido que el objeto de
estudios de la literatura no es un objeto ni un sujeto, sino el producto de la
interrelación entre objeto y sujeto que se da en una “experiencia de lectura”. Pero, no
puede haber experiencia de lectura sin el objeto que genera dicha experiencia así como
no puede haber generación de sentido sin significantes. Afirmar que la experiencia
literaria (que es intransferible, subjetiva y difícil de sistematizar) es el objeto de
estudios de la literatura equivale a afirmar que el objeto de estudios de la Sociología es
la experiencia social o que el objeto de estudios de la Historia es la experiencia
histórica. Además, podemos tener adecuadas o fallidas, buenas o malas, traumáticas o
provechosas experiencias de lectura provocadas por textos de diferente naturaleza. Así,
la experiencia de lectura de un texto literario es diferente a la experiencia generada por
un texto de historia o de filosofía, de manera que la experiencia de lectura depende del
objeto leído. El objeto de estudio es el texto literario y no los efectos que estos causan
en los lectores. En ese sentido, una manera de negar la existencia del objeto de
estudios de la literatura es apelar a la “experiencia literaria” que depende de quién sea
el lector, es decir, de la teoría de la recepción o teoría del efecto estético, de la
fenomenología o de la hermenéutica.

Desde mi punto de, vista, existen tres elementos que son indesli- gables de un
texto literario: la ficción, la escritura y la elaboración estética.

Respecto de la ficción se puede afirmar que todo texto literario es ficcio- nal,
pero no todo texto ficcional es literario. En efecto, se puede sostener que el cine y la
literatura son Acciónales, pero no se puede sostener de ninguna manera que el cine es
literatura o que la literatura sea cine a pesar de que compartan elementos comunes. La
misma lógica se puede aplicar al teatro. Siguiendo a Genette {Ficción y dicción 1993),
un texto literario (la novela que ha incorporado todo tipo de géneros dentro del
mundo representado) es constitutivamente ficcional porque a nadie se le ocurriría lo
contrario, es decir, a nadie, con formación literaria, se le ocurriría leer una novela
como un documento sociológico, antropológico o histórico como se hizo en el famoso
debate sobre Todas las sangres donde los científicos sociales evaluaron la novela de
Arguedas como si fuera un documento antropológico y no como lo que es: una novela
(Espezúa Todas las sangres en debate 2011). Sin dejar de ser considerados discurso
Acciónales, los textos literarios son tomados por otras disciplinas para discutir
problemas jurídicos, filosóficos, religiosos, sociales o culturales y a nadie se le ocurre
considerar a una novela como discurso fáctico. Es más, muchos de los conceptos
desarrollados por otras disciplinas para explicar fenómenos humanos, sociales o
culturales tienen su origen en la Literatura. Por el contrario, un testimonio entendido
como un discurso de la cultura que no necesariamente es literario sería
condicionalmente ficcional, esto quiere decir que puede ser leído como discurso
ficcional o como discurso no ficcional.

Con relación a la escritura, inherente al trabajo literario que es per se un trabajo


con la escritura, debemos por lo menos poner en duda si el discurso oral grabado por
antropólogos o recopiladores de la tradición oral y luego transcrito debe o no ser
considerado literario porque siguiendo esta lógica cualquier discurso oral debería ser
considerado como discurso literario tal y como se hace hoy en los congresos sobre
etnoliteratura o tradición oral. En estos se evidencia que basta y sobra que el discurso
esté enunciado en una lengua indígena para que este sea asumido como literario.
Tengo la impresión de que los discursos orales asumidos como literatura, es decir, con
valor estético (mitos o leyendas por ejemplo), son pocos y que, por la carencia de
discursos orales asumidos como literarios, se toma cualquier discurso oral como si este
fuera literario. Esto se parece mucho a una de las causas del fracaso del proyecto de
elaboración de una teoría literaria latinoamericana por cuanto se amplió tanto el
corpus de lo que en América Latina se considera literario que se terminó por plantear
categorías culturales para el estudio de la Literatura latinoamericana. En otras
palabras, la ampliación del corpus literario se ha hecho introduciendo discursos que no
son literarios. El reto que tienen los profesores y estudiantes interesados en esta área es
justamente establecer los parámetros que permitan distinguir un discurso oral que no
es literario de un discurso oral asumido como literario. De lo contrario, también
tendremos que aceptar, como ya se está haciendo, que todo discurso oral es Literatura.

La consideración de que la oralidad es escritura se la debemos en gran parte a


Derrida, que ha disociado los significados de los significantes de manera que el
significado del significante escritura puede ser pensamiento u oralidad. En
consecuencia el pensamiento es una forma de escritura, la oralidad es otro tipo de
escritura y la escritura es un tercer grado de manifestación de la escritura; en suma, no
hay discurso ni sujeto ágrafo. La ampliación de lo que normalmente se entiende por
escritura ha permitido, más para mal que para bien, incluir en el campo literario a
discursos expresados en cualquier código semiótico. Así, ahora entendemos que la
escritura es cualquier recurso nemotécni- co que nos permita recuperar información.
Esta concepción es la base para que muchos académicos presenten ponencias sobre
“escritos” con dibujos, con ruinas, con sonidos, con trazos, con fotos, con imágenes,
con vestigios, etc. Surgen aquí preguntas inevitables: ¿cuántos textos del corpus de lo
que ahora se estudia como Literatura no fueron concebidos como textos literarios?,
¿los testimoniantes tienen la intención de hacer literatura? Todo indica que no y que
esa pretensión proviene de los investigadores, recopiladores o transductores que
asumen ligeramente que todo discurso es o tiene elementos literarios.

El aspecto relacionado con la elaboración estética se refiere a la voluntad


operatoria que sobre el discurso ejecuta el autor cuando planifica, estructura, escribe,
corrige, moldea, extraña, desautomatiza o simplemente trabaja sobre el discurso con
una pretensión estética. Por lo tanto no se debe aceptar la premisa de que el quechua
es' una lengua poética por naturaleza tal y como la asumen algunos “poetas quechuas”
que no trabajan estéticamente sus textos. No existen lenguas poéticas, racionales,
afectivas, etc. Tampoco me parece acertada la tesis que sostiene que no hay ninguna
diferencia entre el lenguaje cotidiano y el lenguaje literario porque las metáforas de la
vida cotidiana son metáforas muertas que funcionan como frases lexicalizadas que han
dejado de funcionar como metáforas vivas.

Negar la diferencia equivale a negar la existencia de dialectos de una lengua y,


es más, equivale a borrar por desconocimiento la enorme contribución de los
formalistas rusos en este terreno. Por la informalidad en la enunciación oral, por ser a
veces discursos improvisados, por ser discursos pretendidamente no Acciónales, por
ser discursos carentes de escritura, me parece que varios de los discursos con los que
trabajamos en las Escuelas de Literatura no son literarios y que, por lo tanto, hacemos
estudios culturales o estudios del discurso y no estudios de Literatura. Lo digo a riesgo
y con la convicción de que no podemos seguir considerando que todo discurso es
literario. El hecho de que todavía no podamos definir la literariedad no nos otorga la
licencia para asumir que todo es Literatura porque si todo es Literatura, entonces nada
es Literatura.
CUATRO DEPARTAMENTOS Y ESCUELAS DE LITERATURA

No concibo una universidad sin Facultad de Letras, de Humanidades o de


Ciencias Humanas. Las universidades que carecen de dicha Facultad, no merecen
llamarse universidades. Es lamentable que en el Perú abunden las universidades
tecnológicas o científicas y que solo cuatro de las ciento cuarenta y dos universidades
cuenten con Facultades dedicadas a las carreras profesionales de ciencias humanas. Tal
vez esto, sumado a la pobre formación humanística que se imparte en los colegios
donde han desaparecido cursos como Filosofía y Literatura, explique en parte la
deshumanización de las personas, el crecimiento de la delincuencia, la corrupción
institucionalizada, el cinismo intelectual o el achoramiento del peruano. Sin embargo,
si revisamos, a grosso modo, las carreras que ofertan estas cuatro universidades que
cuentan con dichas Facultades, donde se incluye la carrera profesional de Literatura,
encontraremos similitudes y diferencias notables que vale la pena evidenciar.

Lo primero es que las Facultades dedicadas a la formación e investigación en


ciencias humanas están conformadas por disímiles carreras profesionales no
necesariamente articuladas entre sí. La Facultad de Humanidades de la UNFV está
integrada por Literatura, Lingüística, Filosofía, Arqueología, Antropología e Historia.
La Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNSA ofrece las carreras profesionales
de Lingüística, Literatura, Filosofía y Artes con mención en Música o Plásticas. La
Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM tiene las siguientes Escuelas
académico-profesionales: Arte, Conservación y Restauración, Danza, Bibliotecología y
Ciencias de la Información, Comunicación Social, Filosofía, Lingüística y Literatura. La
Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la PUCP consta de las carreras profesionales
de Trabajo Social, Lingüística y Literatura, Humanidades, Historia, Geografía y Medio
Ambiente, Arqueología, Filosofía y Ciencias de la Información.

Una rápida lectura de la diversidad de carreras que nos ofrecen las cuatro
universidades nos indica que no hay acuerdo sobre cuántas y cuáles deben ser las
carreras profesionales que se imparten en las Facultades de Ciencias Humanas. Esto
indicaría que no hay consenso sobre el campo. Así, muchas carreras pertenecen en
otras universidades a las Facultades de Ciencias Sociales; otras pertenecen a las
Facultades de Ciencias de la Comunicación; y otras pertenecerían a las Facultades de
Arte. Las únicas carreras profesionales comunes en las cuatro universidades son
Filosofía, Lingüística y Literatura. En lo que sigue, focalizaremos nuestra atención en la
carrera profesional de Literatura.

La PUCP otorga un bachillerato en Humanidades y una licenciatura en


Lingüística y Literatura con mención en Literatura Hispánica o Lingüística. Sin
embargo, las dos menciones otorgadas, demuestran que en la práctica son dos
disciplinas diferentes que requieren especializaciones y mallas, programas o diseños
curriculares diferentes. La Literatura y la Lingüística comparten un mismo campo y
tienen en común el estudio de algunos aspectos relacionados con el lenguaje; no
obstante, poseen objetos de estudio y metodologías de investigación diferentes. Está
claro que la Lingüística es la disciplina indispensable con la que se debe relacionar la
Literatura. Sin embargo, eso no explica la razón por la cual la PUCP sigue otorgando
una licenciatura en dos especialidades aunque se haga la mención en una de ellas.

La UNSA otorga el grado de bachiller y la licenciatura en Literatura y


Lingüística sin hacer menciones específicas, de manera que ese título profesional
indicaría que el licenciado egresado de la universidad arequipeña estaría capacitado en
las dos disciplinas y no en una. La UNSA es la única universidad que otorga un título
en dos profesiones por lo que se entiende que este licenciado es competente en ambas
disciplinas, al punto que puede desempeñarse en ambas profesiones. Pero, en realidad,
existen dos planes o programas de estudios diferentes orientados o a la Lingüística o a
la Literatura, de modo que implícitamente se reconoce la autonomía de cada
disciplina. Si, en promedio, la formación profesional básica de un licenciado en
Lingüística o Literatura dura ocho semestres académicos sin contar los dos semestres
de estudios generales, ¿por qué, entonces, siguen otorgando un grado y un título en las
dos disciplinas?

La UNMSM y la UNFV otorgan bachillerato y licenciatura en Literatura. La


Lingüística es, en estas dos universidades nacionales, una disciplina y carrera
profesional diferente y autónoma. Como hemos dicho, la Lingüística y la Literatura
comparten el estudio del lenguaje, pero eso no equivale a sostener que comparten el
mismo objeto de estudios y los mismos métodos por lo que su vinculación tiene que
darse a través de investigaciones inter o multidisciplinarias. La diferencia está en que
en la Facultad de Humanidades de la UNFV son profesores de Lengua y Literatura, sin
estudios de posgrado en la especialidad, los que en su mayoría (de)forman a
Licenciados en Lingüística y Literatura.

La brecha entre la UNMSM y la UNFV no se debe al potencial intelectual de sus


estudiantes, sino a la carencia de licenciados en Literatura de probada competencia
académica y a la ignorancia supina de algunos licenciados en Educación en la
especialidad de Lengua y Literatura que, desde su creación hasta hoy,
lamentablemente dirigen, no por méritos académicos, la Escuela de Lingüística y
Literatura en la UNFV. Estos licenciados en Educación, que no tienen idea de lo que
son los Estudios Literarios, que no tienen producción intelectual reconocida ni siquiera
en el ámbito local y que tampoco tienen grados académicos de posgrado en la
especialidad, son los encargados de evaluar la competencia de los licenciados,
magísteres o doctores en Literatura. Formulo aquí una pregunta dirigida a quien esté
en el cargo de Decano de la Facultad de Humanidades en la UNFV: ¿Quién debe dirigir
la Escuela de Lingüística y Literatura? Obviamente, no me refiero a dirigir la Escuela
hacia la desacreditación y el desprestigio académico para lo cual han demostrado una
capacidad y creatividad superlativas al programar sistemáticamente cursos de
titulación masiva en vez de fomentar la investigación.

Un eslogan de la UNFV puede servir para graficar un defecto común a las cuatro
universidades: “La Villarreal es para los villarrealinos”. Este eslogan hace referencia a
que el requisito básico para enseñar en la Villarreal es haber estudiado en la Villarreal.
Lo mismo se puede decir, en mayor o menor grado de permeabilidad, de las otras
Escuelas o Departamentos de Literatura donde se da la “endogamia académica”. En
efecto, pocos son los especialistas en Literatura que son profesores o investigadores
permanentes en una universidad donde no hayan estudiado. Así, los postulantes a una
cátedra tienen que “llevarse bien”, “sintonizar” o “concordar” con los postulados de los
profesores que decidirán a quién nombran o a quién no.

Otra es la disciplina pedagógica que forma docentes tanto en las Facultades de


Educación como en los Institutos Superiores Pedagógicos donde antes se capacitaba al
profesor en la especialidad de Lengua y Literatura y en cuyas aulas ahora se prepara al
profesor de Comunicación. El campo disciplinario de un Licenciado en Educación es el
proceso enseñanza-aprendizaje. En cambio, un Licenciado en Literatura se dedica a los
Estudios Literarios (teoría, crítica e historia literaria). La enseñanza de Literatura ha
sido reducida cuando no anulada de los planes de estudio tanto de la formación básica
como de la educación secundaria. En los centros académicos de formación pedagógica,
el profesor de Lengua y Literatura o el profesor de Comunicación recibe una pésima
formación en las disciplinas que va a enseñar (20% de la malla, programa o diseño
curricular) y una óptima preparación en materias propias de la disciplina pedagógica
(80% de las materias impartidas). Como era de esperarse, este profesor, cuya
especialidad es la pedagogía, sabe cómo enseñar, pero sabe poco respecto a qué va a
enseñar puesto que no es propiamente un especialista en Lingüística, Literatura o
Ciencias de la Comunicación. No sorprende entonces que estos profesores, obviamente
avalados por especialistas en ciencias humanas con pensamiento posmoderno y
poscientifico, hayan aceptado pasivamente la muerte de las dos especialidades en las
que más mal que bien fueron instruidos. Tampoco sorprende que acepten planes de
lectura -elaborados por ellos mismos- donde los textos excluidos son justamente los
constitutivamente literarios.

¿Y en qué se capacitan generalmente los docentes? En metodología, en


currículo, en didáctica, en gestión educativa o en problemas de aprendizaje, es decir se
superespecializan en el cómo y descuidan la capacitación en el qué, es decir, en lo que
se refiere a los contenidos que van a enseñar. En efecto, la jerga de las corrientes
pedagógicas es tan abundante y complicada que terminan distrayendo al profesor de
su función principal que es la enseñanza de conocimientos. Sin conocimientos no hay
competencias ni habilidades; sin conocimientos básicos no se puede “aprender a
aprender”. No es posible que, refiriéndonos al curso actual de Comunicación que se
imparte en el colegio, en once años de que dura la primaria y secundaria, los egresados
no terminen sabiendo leer, escribir, hablar o escuchar correctamente.

Y claro que sin esos conocimientos básicos son imposibles de lograr


competencias o habilidades como redactar un ensayo o saber dialogar. Ninguna
formación básica puede evadir la formación cognitiva, es decir, que, por ejemplo, sin
conocimientos de ortografía y de puntuación es imposible escribir y leer. ¿Qué se ha
hecho en once años? Seguramente muchas cosas, pero no se ha internalizado un
“saber” que es el abe de la Comunicación. El conocimiento está en todas partes, pero la
apropiación y el uso que se hace de ese conocimiento solo lo pueden hacer aquellos
que lo han aprehendido con esfuerzo intelectual.

Por mi formación y experiencia pedagógica en el nivel secundario sé que la


Pedagogía también ha perdido su horizonte disciplinario puesto que, a esta disciplina
no le corresponde solucionar los problemas económicos, psicológicos, médicos, de
desnutrición o de familias disfuncionales que, indiscutiblemente, afectan el proceso de
aprendizaje y enseñanza. Esos problemas deben ser asumidos por psicólogos, trabaja-
dores sociales, médicos y nutricionista que deben enfrentar el problema de manera
conjunta inter o multidisciplinariamente. Las ciencias de la educación tienen que
reorientar su objeto de estudio a la adquisición y el desarrollo del conocimiento. Para
conseguir ese fin, tienen que desarrollar métodos y técnicas de aprendizaje que
permitan aprehender dichos saberes. No hay que olvidar que la riqueza de las naciones
ya no está en los recursos naturales, sino en el conocimiento que es producto de la
investigación científica.

Por eso, celebro la existencia de la maestría en Lengua y Literatura que oferta la


Unidad de Posgrado de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM donde
se brinda a los docentes (y también a traductores, intérpretes y comunicadores) una
preparación actualizada en el qué y no en el cómo enseñar. Tampoco hay que olvidar la
tarea de que la Lingüística y la Literatura regresen a ser parte sustancial en la
formación integral del ser humano y eso pasa por recuperar la autonomía y el espacio
perdido en el programa curricular establecido por el Ministerio de Educación.
SALVAGUARDAR LOS ESTUDIOS LITERARIOS

Por lo expuesto, y en contra de la propuesta de estudios orientada a abrir el


campo literario, que puede muy bien traducirse en la disolución de la disciplina
literaria a través de la fusión de postulados, métodos o categorías provenientes de
todas las llamadas ciencias humanas que tendría por finalidad otorgar un bachillerato
en Letras o una licenciatura en Humanidades, propongo defender los Estudios
Literarios fortaleciendo y desarrollando los fundamentos que nos permitieron
consolidar la disciplina literaria conformada básicamente por la teoría literaria, la
crítica literaria y la historia de la literatura. En tal sentido, planteo salvaguardar los
Estudios Literarios en la orientación y agenda esbozada por aquellos que hicieron el
esfuerzo de pensarla como una disciplina científica diferenciada y delimitada respecto
de otras disciplinas que conforman las ciencias humanas y con las cuales,
inevitablemente, dialoga.

No se trata de un regreso al pasado ni tampoco de una negación de la evolución


de los discursos literarios; no se trata de una defensa del inmanentismo que desliga el
texto de su contexto; tampoco se trata de desligarse de los problemas propios de la
sociedad reduciendo el estudio del texto literario solo a sus aspectos formales. Por el
contrario, estudiar Literatura es acercarse a la comprensión de los problemas
históricos, sociales y culturales transcritos en el texto literario o aludidos por él. En
términos de Antonio Cornejo Polar (La formación de la tradición literaria en el Perú
1989), no se pueden explicar la Literatura separándola de la “totalidad contradictoria”
del mundo en que se inserta. Para el profesor sanmarquino formado en la Universidad
Nacional de San Agustín de Arequipa es necesario tomar en cuenta los
acontecimientos históricos, sociales y culturales que repercuten y se manifiestan en los
textos literarios. Así, la totalidad contradictoria está sustentada en el principio de que
ninguna manifestación discursiva permanece al margen de la dialéctica histórico-social
y se opone, por lo tanto, al textualismo o al innatismo que defienden la tesis de que
cualquier discurso puede ser analizado prescindiendo de la serie social. No creo
necesario enfatizar en que desde la Literatura también se pueden y se deben abordar
estos temas, pero desde y con nuestras propias categorías. La literatura es cultura, se
inscribe en ella, recibe sus influencias; pero su modo de desarrollo es o debe ser propio,
autónomo. Se trata de redisciplinar los Estudios Literarios.

El Parkinson como el relativismo posmoderno solo afecta la actividad motora


del cuerpo, de manera que se ha detenido el avance de la consolidación de la disciplina
literaria. Me explico, la Literatura, entendida como disciplina, es decir, como Ciencia
de la Literatura se desprende -y forma parte- de las ciencias humanas, ciencias del
espíritu o ciencias de la cultura al establecer su propio campo disciplinario que,
paradójicamente, hoy estamos a punto de perder con un retorno a las matriz de la que
nos hemos desprendido. En ese sentido, volver a las Letras o Humanidades significa
regresar a lo indeterminado, a lo caótico, a lo indefinido que solo se puede volver
razonable desde el trabajo conjunto de las diferentes disciplinas que la conforman o
desde los aportes particulares de una de esas disciplinas. Insisto en la tesis que sostiene
que los trabajos inter y multidisciplinarios serios solo pueden hacerse o desde el
trabajo conjunto de investigadores procedentes de varias disciplinas o desde el trabajo
individual de un sujeto transdisciplinario que domina todas las disciplinas
involucradas en la investigación. Lo demás, que es lo de menos, entra en el casillero de
estudios antidisciplinarios que pueden ser comprendidos, si se quiere, como estudios
experimentales.

Surgen inevitablemente otros interrogantes aquí: ¿Se puede formar en cinco


años de estudio a un sujeto que domine todas las disciplinas de las llamadas ciencias
humanas como para otorgarle un bachillerato en Letras o Humanidades? ¿Se puede
formar un Licenciado en Literatura en cinco años considerando la cantidad de ramas
de la Literatura que se dejan de lado por darle mayor importancia a materias de
carácter inter-multi-transdisciplinario? La respuesta a ambas interrogantes es no. Y
peor aún si se pretende que el estudiante lleve cursos de varias disciplinas durante
cuatro años para solo en el quinto año recibir la formación en la disciplina que ha
elegido estudiar.

Si no son suficientes cinco años, entonces son menos suficientes cuatro tal y
como proponen aquellos que quieren reducir los semestres de estudio argumentando
la articulación de los estudios de pregrado con los de posgrado en el supuesto de que
en el posgrado se alcance la especialización. Entonces, qué pasará con los que decidan
no hacer estudios de posgrado. ¿Tendrán disciplina o especialidad? Si el estudiante
requiere especializarse en otra disciplina puede llevar una segunda especialización, que
dura cuatro semestres académicos, en lo que quiera. Lo que pasa es que las unidades
de posgrado no programan cursos de segunda especialización y sí maestrías inútiles
para la formación disciplinaria y la investigación científica.

Porque en la educación secundaria técnicamente se debe formar a los


estudiantes en las materias básicas para desenvolverse en el mundo actual y porque
considero que en la universidad no se deben repetir materias propias de la formación
escolar a no ser que sea para profundizarlas, propongo que se dicten dos semestres de
estudios generales donde se brinden cursos de carácter inter o multidisciplinario para
que, a partir del segundo año, se forme disciplinariamente al estudiante en pre y
posgrado. Eso no se contradice con el interés del estudiante de especializarse en las
disciplinas que quiera y pueda. Programando más cursos generales corremos el riesgo
de formar un sabelotodo, un todo-terreno, un doxósofo, un zorro, un charlatán o
parlanchín que no sea especialista en Literatura y que, en consecuencia, no merezca el
título de licenciado en Literatura.

Creo que otorgar un bachillerato y una licenciatura en Letras o Humanidades


significaría un retroceso al periodo en que todas las disciplinas estaban integradas en el
enorme campo de las Letras o Humanidades y desconocer el desarrollo de las
diferentes ramas disciplinarias que, formando parte de las ciencias humanas,
consiguieron su autonomía al establecer un campo de investigación, un objeto de
estudios propio, un método adecuado para su estudio y unos conceptos o categorías
surgidos en y para explicar fenómenos de cada una de esas ciencias.
Tal vez, por un lado, a los licenciados en Literatura nos falta hacer ejercicios de
humildad y, por otro lado, creo que en vez de contribuir a licuar la disciplina literaria
dentro del jugo de las Letras o las Humanidades, debemos, por el contrario, ayudar a
su cierre categorial, es decir, a establecer sus fronteras, su objeto de estudio y sus mé-
todos. Volver a conectar las disciplinas que forman parte de las Letras no implica negar
sus autonomías ni borrar sus fronteras disciplinarias por más que estas sean difusas o
invisibles. La nueva articulación solo puede hacerse a partir de la conformación de
equipos inter o multi-disciplinarios que trasciendan la arrogancia transdisciplinaria y,
más precisamente, antidisciplinaria.

Mi propuesta se basa en el hecho de que, por ejemplo, actualmente en nuestras


Escuelas de Literatura el psicoanálisis ha remplazado a la teoría literaria. El
psicoanálisis ni es teoría ni es ciencia porque es una pseudociencia, es decir, “un
cuerpo de creencias y prácticas cuyos cultivadores desean ingenuamente o
maliciosamente, dar como ciencia, aunque no comparte con ésta ni el planteamiento,
ni las técnicas, ni el cuerpo de conocimientos” (Bunge La investigación científica 54). Y
no es ciencia, porque sus hipótesis son incontrastables. En cambio la Psicología y la
Psiquiatría son indiscutiblemente ciencias. Es muy curioso que, desde el punto de vista
de algunos licenciados en Literatura, el psicoanálisis se asuma como “científico”;
mientras que, desde el punto de casi todos los psiquiatras, se asuma que es pura
“charlatanería”.

Desde mi punto de vista, el psicoanálisis puede ser asumido a lo sumo como un


método de interpretación que puede ser aplicado con mucho cuidado al estudio parcial
de algunos discursos asumidos como literarios. El límite metodológico está dado por la
imposibilidad de demostrar las hipótesis planteadas sobre los textos literarios. En
sentido estricto el psicoanálisis se aplica a una persona real que acude a terapia porque
hay algo que lo perturba. Por eso, es preciso anotar: 1) que el psicoanálisis no puede
usarse para analizar un personaje siempre construido de manera finita e incompleta, 2)
que no pueden pasar los traumas del autor al texto literario, 3) que un texto literario no
tiene traumas, 4) que no se le puede pedir al texto literario que nos cuente en formas
diversas su historia, 5) que las hipótesis, formuladas a partir de la “puntuación” de los
lapsus lingüísticos o grietas del lenguaje, no pueden ser contrastadas, 6) que no se
puede curar a un texto con la palabra porque el texto no está enfermo de nada-y, por lo
tanto, no tiene cómo racionalizar, comprender y superar lo que le pasa, etc. Así que
formulo aquí otra pregunta inevitable: ¿Por qué razones se considera al psicoanálisis
como teoría literaria? Pasan también por teoría literaria, cuando están lejos de serlo,
los estudios de género o los estudios poscoíoniales que se desprenden de los estudios
culturales.

Por otra parte, sustento mi propuesta con la prueba fáctica de que en muchos
cursos o materias impartidas en nuestras Escuelas académico profesionales se usa la
Literatura solo para estudiar aspectos antropológicos (cultura e identidad), aspectos
históricos (nación y poscolonialidad), aspectos ideológicos (género y raza), aspectos
filosóficos (ser y acontecimiento) descuidando completamente el estudio formal del
texto literario que se correlaciona con su contenido. Así, se subordina lo literario a
disciplinas como la Historia, la Antropología, la Filosofía de donde provienen las
categorías “ideológicas” que luego aplicamos a la Literatura. De manera que muchos de
nosotros asumimos que no existen conceptos o categorías propias en la disciplina
literaria como para dar cuenta de la Literatura. ¿Sufrimos o no de Alzheimer?

Ya no se lee ni estudia Literatura en las Escuelas y Departamentos de Literatura


del Perú; se lee filosofía, psicoanálisis, género, etc. Cito a Mateo Díaz: “Para decirlo de
un modo llano: hoy es mucho más probable que un estudiante de literatura conozca
algo de Foucault o Lacan —o al menos haya interiorizado la necesidad de conocerlos
para desempeñarse exitosamente en el campo de la investigación literaria— a que haya
oído alguna vez el término 'encabalgamiento' o sea capaz de definir una metonimia”
(“El repliegue de la crítica” 2017). Nos hemos olvidado de la Literatura de tal modo que
tenemos diagnosticado de golpe un Alzheimer terminal.

En las Escuelas de Literatura del Perú, salvo honrosas excepciones de


catedráticos que no mencionaré aquí, no se imparten sistemáticamente cursos
fundamentales como Narratología, Teoría de la lírica, Genealogía textual, Poética,
Teoría de la ficción, Estilística, Literatura comparada, Genología, Historia de las
Literatura o Teoría de lo fantástico que son materias más vinculadas al campo literario;
no se programan seminarios monográficos sobre Palma, Arguedas, Vargas Llosa,
Melgar, Alegría, Valdelomar, Ribeyro, Adán, Churata, Eielson o Valle- jo por mencionar
a algunos referentes literarios peruanos; tampoco contamos con cursos monográficos
sobre autores latinoamericanos como Borges, Rulfo, Huidobro, Cortázar, Fuentes o
García Márquez y ni qué decir de los clásicos de la literatura mundial; no contamos con
materias donde los estudiantes aprendan las propuestas teórico-metodoló- gicas de los
formalistas rusos, de los estructuralistas o de los teóricos y críticos literarios peruanos y
latinoamericanos; no se imparten cursos de especialización sobre las Vanguardias, el
Modernismo o el Indigenismo literario; pero sí tenemos cursos que de hecho son
seminarios camuflados sobre filósofos, semiólogos o psicoanalistas de moda que,
casualmente, obedecen más al interés del profesor que a los fines de la formación
profesional del estudiante.

Ni qué decir de cursos inútiles para la formación de un licenciado en Literatura


como Defensa nacional o Práctica pre-profesional que se dictan en la Facultad de
Humanidades de la UNFV, donde además los estudiantes no pueden elegir libremente
cursos electivos ni cátedras paralelas. Pongo el parche: no estoy diciendo que unos
cursos sean más importantes que otros, estoy diciendo que unos son más relevantes e
imprescindibles que otros en la formación de un licenciado en Literatura. Se trata de
un orden de prioridades.

Tal como veo el asunto tenemos tres alternativas correspondientes con sus
respectivas concepciones de lo literario: 1) Asumimos que todos los cursos actuales son
igual de importantes por lo que cada profesor debe defender sus cursos a capa y espada
así estos cursos no tengan que ver mucho con la Literatura. En este caso, la reforma del
plan de estudios debe ser boicoteada o asumida con indiferencia. 2) Asumimos que
debe darse una reorientación del plan de estudios priorizando la formación
disciplinaria de los estudiantes de Literatura. 3) Asumimos que la Literatura ha muerto
y que el estudiante debe ser formado en todas las disciplinas con cursos heterogéneos
en un plan de estudios totalmente flexible que permita que el estudiante de Literatura
curse materias incluso en otras Facultades.
Sostengo que el programa de estudios debe primero cubrir los cursos
fundamentales para la formación de un licenciado en Literatura en un esquema que no
descuide ninguno de los cursos imprescindibles en la formación profesional y,
secundariamente, complementar esa formación básica con cursos o materias
provenientes de otras disciplinas afines al campo literario o con materias que son
producto de modas epistemológicas como los estudios culturales. Ló que no se debe
hacer (y se hace lamentablemente) es poner lo secundario en el lugar de lo primario.
La lógica que considera que todos los cursos son importantes corresponde con una
concepción maximalista de la literatura vinculada más a los estudios del discurso en
general que pone en riesgo la existencia misma de lo literario. No creo que sea un
problema mayor decidir, por consenso dialógico y fundamentado, cuáles son los cursos
básicos, primarios y secundarios en la formación de un licenciado en Literatura.
Tampoco es tan difícil distinguir entre lo prioritario y lo importante,

Si se trata de definir los espacios que hay para luego elegir los cursos primarios y
secundarios que deben llenar dichos espacios sin descuidar, reitero, la sólida formación
disciplinaria del licenciado en Literatura, creo innecesario (o secundario) la enseñanza
de cursos generales que se imparten en la enseñanza secundaria. Desde mi punto de
vista, la universidad no debe perder el tiempo llenando los vacíos cognitivos de los
ingresantes o nivelando su disímil preparación: esa es una tarea por la que la dirección
de educación secundaria del Ministerio de Educación debe responsabilizarse. Creo, sin
embargo, necesario impartir cursos de formación general que no se brindan en la
educación secundaria como, por ejemplo, Antropología, Sociología y, especialmente,
Teoría de la ciencia. Menciono esto último porque una de las razones por las que los
alumnos creen en los postulados absurdos de la posmodernidad es por su pobre
formación científica. No se puede sustentar científicamente que el agua es un discurso
(Ferraris Manifiesto del nuevo realismo 2013) o que el Parkinson y el Alzheimer sean
puro discurso.

Los estudios de género, al igual que los estudios culturales y postmodernos en


general, son anticientíficos o poscientíficos. Crean una lógica fallida, desde la cual
creen que los seres humanos no tenemos una naturaleza ni un cerebro donde existen
programas puestos allí por la evolución. Creen que somos páginas en blanco y que la
sociedad nos moldea. Su anticientificismo se hace notar en la diferenciación que hacen
entre sexo y género, proponiendo que el segundo término es netamente social. Si
hacemos un gráfico estadístico, para el 99.7% de las personas su sexo y su género son
exactamente lo mismo. Eso es prácticamente lo más cercanos que podemos estar
científicamente a una distribución bimodal. Pero ellos van a usar ese 0.3% de personas
para “demostrar” que todo es un “espectro” como les gusta decir. Una analogía sobre
este tema sería la proposición: “Los seres humanos tienen dos brazos”. Ellos dirán,
existen seres humanos que nacen sin un brazo (un porcentaje igual o menor que los
transexuales), y otros los pierden en accidentes. Además, ¿qué es un brazo? Ese brazo
es más corto, ese otro más largo, etc., etc. Por lo tanto, la cantidad de brazos que tiene
un ser humano es un “espectro”.

Por estos motivos, considero, por ejemplo, que el curso de Biología puede ser
mejorado para tratar específicamente la teoría de la evolución aplicada a los seres
humanos. Además, considero indispensable, para no perder de vista lo real, que deba
llevarse un curso de Física. El resto de los espacios puede aprovecharse para cubrir los
“huecos” en la formación profesional del licenciado en Literatura. El sentido común,
que da origen y es superado por la investigación científica, indica que un médico no
puede dejar de llevar anatomía, que un lingüista no puede dejar de dominar fonética y
fonología, que un químico no puede evadir el conocimiento de las propiedades de los
elementos químicos, etc. ¿Por qué permitimos entonces que un licenciado en
Literatura no domine los postulados de los formalistas rusos, los conceptos de la
narratología, los aportes de la estilística o que no lea Literatura?

Nuestro plan de estudios no debe perder de vista el mercado laboral que va


cambiando con los tiempos y que nos obliga a considerar cursos extracurriculares o
diplomados en corrección de estilo, edición de libros, promoción cultural, didáctica de
la Literatura, cibernética y Literatura, taller de narrativa o taller de poesía. Los
estudiantes elegirán el lugar laboral que ocuparán dentro del campo literario y, por lo
tanto, los cursos que quieran llevar. Esto nos obliga a repensar el perfil del egresado de
la carrera profesional de Literatura por cuanto puede ser al mismo tiempo profesor,
editor, promotor cultural o guía de un taller de creación. Sin embargo, el perfil
profesional básico que, desde mi punto de vista, debe priorizarse es el de ser un
investigador competente que opine con rigor científico sobre el fenómeno literario. Yo,
por ejemplo, que soy graduado y titulado en tres disciplinas (Educación, Lingüística y
Literatura) que no siempre puedo articular muy bien, tengo mucho cuidado para
opinar sobre disciplinas en las que soy un ignorante y de las que apenas estoy
informado a través de cursos generales. Por lo tanto, mi opinión sobre las disciplinas
en las que no he sido formado carece de competencia por varias razones y debe ser
tomada con mucha cautela.

Por otra parte, el plan de estudios debe concordar con los estudios de posgrado.
Siendo coherentes con nuestra propuesta considero que, por ejemplo, en la UNMSM la
maestría en escritura creativa debe desaparecer cuando no convertirse a lo mucho en
un diplomado por su nulo aporte en investigación. Lo mismo opino de la maestría en
estudios culturales ya que no logró articular catedráticos y planes de estudios ínter o
multidisciplinarios orientados al estudio de textos literarios. Creo que debe ser un
imperativo categórico oponerse radicalmente a la estafa que consiste en imponer
cursos de género, filosofía o de psicoanálisis en las maestrías o doctorados en
Literatura. Y también considero impertinente abrir maestrías por modas
epistemológicas o razones de mercado. Por el contrario, las maestrías y doctorados
deben estar orientadas a producir conocimiento a través de la investigación en las
líneas de interés establecidas por la comunidad académica.

En ese sentido, los estudios de posgrado deben ser estudios de especialización


orientados a la investigación. Por otro lado, creo necesario fortalecer la maestría y el
doctorado en Literatura Peruana y Latinoamericana que se imparte en la UNMSM
reformulando el plan de estudios que actualmente es una repetición de los contenidos
impartidos en el pregrado. Para nadie es un secreto que los estudios de posgrado no
son atractivos para los egresados de nuestras Escuelas. Planteo aquí dos preguntas
adicionales: ¿En qué se diferencian las cuatro Escuelas de Literatura que existen en
Perú? ¿Cuál es la particularidad o especialidad que ofrecen los estudios literarios en la
PUCP, la UNMSM, la UNFV y la UNSA? ¿Cuál es la oferta de especialización de sus
posgrados? ¿Cuáles son sus líneas de investigación?

¿Tenemos líneas de investigación o dependemos de la agenda metropolitana?


Una línea de investigación es un eje temático, un área de investigación o un tema de
interés estratégico para un investigador, para una Facultad, para la universidad o para
la sociedad. En ese entender, podemos clasificar de cuatro modos las líneas de
investigación: 1) Como una parte del campo disciplinario donde se encuentran los
temas por los que un investigador demuestra pasión, interés, predisposición,
habilidades y competencias. 2) Como un eje temático o área de interés de un grupo de
investigadores generalmente de carácter interdisciplinario pertenecientes a una
Facultad. 3) Como un área de investigación de interés institucional que integra a
investigadores de diferentes Facultades. 4) Como un tema de investigación
interinstitucional ejecutado por un equipo integrado por profesionales de diferentes
universidades o centros de investigación. Estas definiciones se corresponden con
cuatro tipos de líneas de investigación:

Primero: con la línea de investigación al interior de una disciplina. Por ejemplo,


el estudio de la novela puede articular a investigadores que, al interior de la Literatura,
tengan diferentes enfoques metodológicos como la narratología, la retórica, la teoría de
la ficción, la estilística, la generología, la historiografía literaria o la sociocrítica.
Entonces, al interior de nuestra disciplina las líneas de investigación pueden estar
fundamentadas en el estudio de un género, de una época o periodo literario, de una
corriente, escuela, tendencia o movimiento literario, de un tópico de la literatura o de
un método de interpretación.

Cabe anotar aquí que de las tres áreas que conforman los Estudios Literarios, la
que no exhibe productos de investigación es la teoría literaria porque no trabajamos
con corpus de obras literarias para generalizar, formular y contrastar hipótesis,
elaborar conceptos o plantear una categoría que explique el fenómeno estudiado. La
crítica literaria tiene porcentualmente mayores investigaciones por su carácter
aplicativo. En cambio, la historia de la literatura tiene muy pocos investigadores
porque es inter o multidisciplinaria y que requiere la colaboración de un conjunto de
especialistas o de un licenciado en Literatura formado disciplinariamente en Historia.

Segundo: con las líneas de investigación inter o multidisciplinarias al interior de


una Facultad donde se manifiestan problemas para establecer áreas comunes de
investigación que respondan al interés y competencias de los colaboradores. Deduzco
que estas áreas tienen que ver, en el caso de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas
de la UNMSM, con el interés por áreas geográfico-culturales como la andina,
amazónica, costeña, de estudios afroperuanos, de estudios nekei o tusan. Sin embargo,
no contamos con líneas de investigación que den cuenta de, por ejemplo, la relación
entre cognición y lenguaje, entre estética y gnoseología o entre ficción y realidad.
Debido al aislamiento de las distintas carreras profesionales que forman parte de la
Facultad, no existe un interés por establecer líneas de investigación transversales que
permitan realizar estudios inter o multidisciplinarios.

Tercero: con las líneas de investigación que convocan a especialistas


provenientes de diversas Facultades y que establecen relaciones, por ejemplo, entre la
neurología y el lenguaje, entre la materia y su representación, entre la ecología y la
tecnología o entre la biología y la ideología de género. ¿Cuántos de nosotros hemos
participado en un proyecto de investigación conformado por médicos, ingenieros,
historiadores, antropólogos y literatos?

Cuarto: con líneas de investigación interinstitucionales conformadas por


investigadores afiliados a diversos centros de investigación. Generalmente se
establecen en este nivel las líneas de investigación macro discursiva y los convenios de
cooperación interinstitucional. Sus intereses tienen que ver con el calentamiento
global, con la ecología, con el impacto de la tecnología, con el futuro de las
humanidades, con la realidad virtual, con la clonación y la teletransportación.

Por otra parte, conviene tomar en cuenta que no tenemos líneas de


investigación establecidas porque no tenemos investigadores en sentido estricto, es
decir, profesionales cuya única ocupación es investigar. Un investigador es aquel que
busca y encuentra respuestas y no quien constata o verifica la aplicabilidad de un
método de interpretación de textos literarios. Investigador, en las universidades
peruanas, no es un sustantivo, sino un adjetivo que se aplica, por ejemplo, al “profesor
investigador”. Sin investigadores, es imposible que se establezcan líneas de investiga-
ción en Literatura. En consecuencia, las investigaciones responden a los intereses y
capacidades personales de los profesores-investigadores que generalmente pasan por
“investigación” la divulgación de una teoría novedosa, el redescubrimiento de un autor
olvidado, la interpretación de un texto literario, la ubicación de la producción de un
autor desconocido dentro de la historiografía literaria o la demostración de algo ya
evidente.

Haciendo a un lado el problema de la insuficiente, pobre o nula investigación


literaria, afirmamos que ningún plan de mejora o poten- ciamiento de las Escuelas o
Departamentos de Literatura, que incluye la mejora del plan de estudios, funcionará
bien con profesores que dedican la mayor cantidad de su tiempo a ganar dinero en
“universidades negocio”. El hecho de que estemos mal pagados no justifica que nos
portemos como visitantes o turistas en la universidad donde tenemos tiempo
completo. La universidad pública está siendo desmantelada no solo porque sus mejores
cuadros han sido contratados con mejores salarios por universidades que no
investigan, pero que pagan bien la hora trabajada. Así, por ejemplo, la casi totalidad de
los catedráticos de las Escuelas de Literatura del Perú tienen dos o más trabajos para
garantizar un salario mínimo vital. Lo grave de esto es que esos mismos catedráticos se
dedican más a las universidades empresa y menos a las tres universidades nacionales
donde existen Escuelas profesionales de Literatura. Para nadie es un secreto que
nuestros licenciados en Literatura pelean los cursos de redacción, lenguaje y
comunicación en dichas universidades empresa con licenciados en Lingüística,
licenciados en Educación o licenciados en Ciencias de la Comunicación y que, por lo
tanto, no les queda mucho tiempo para dedicarse a investigar en el campo disciplinario
en el que fueron formados profesionalmente.

Muy pocas son las universidades empresa en las que se mantiene uno o dos
cursos de Literatura; en la mayoría de estas universidades privadas la Literatura forma
parte del curso de comunicación, redacción o lengua. Es claro que, en vez de promover
la apertura de más cursos de Literatura, muchos de nosotros renunciamos a nuestra
profesión entrando en el juego de las universidades negocio. Es evidente que un
licenciado en Literatura se gana la vida leyendo, hablando, escribiendo e investigando.
Si los cursos de Literatura desaparecen de los colegios y las universidades, entonces
nos quedaremos sin los puestos de trabajo que ahora tenemos; si la investigación
literaria se detiene, la disciplina literaria corre el riesgo de desaparecer. En palabras
simples, estamos perdiendo espacios que son imprescindibles para el desarrollo de la
Ciencia Literaria. No se podía esperar otra cosa por cuanto nosotros mismos ponemos
en duda la existencia de la disciplina literaria; no podía ser de otro modo porque
nosotros mismos hemos integrado la Literatura a los estudios culturales, a las ciencias
de la comunicación o al análisis del discurso.

Los planes de estudio deben tener en cuenta el “horizonte de expectativas” de


los estudiantes que demandan tácitamente ser formados en la especialidad por ellos
elegida. Si fuera de otro modo hubieran elegido otra profesión. En ese sentido, los
contenidos impartidos deben considerar primero el interés supremo de la formación
profesional actualizada en la disciplina profesional ofertada por la universidad. No
puede ser posible que sean los profesores los que arbitrariamente impongan
contenidos en las materias que imparten zurrándose en las sumillas establecidas en la
malla, programa o diseño curricular de modo que, por ejemplo, se enseñe filosofía,
género y psicoanálisis en vez de Literatura. Es más, muchos docentes usan a los
alumnos como conejillos de indias para hacerlos leer y debatir libros con temas de
interés para ese profesor en particular estén o no conectados con la Literatura. Y ya
hemos dicho que todo discurso puede ser asumido como literario desde una
perspectiva posmoderna.

Además, hay que escuchar a los alumnos cuando tachan una, dos, tres, cuatro o
cinco veces a un profesor y no proteger la mediocridad con un falso espíritu de cuerpo
que perpetúa el error por muchos años. Si protegemos a un profesor tachado por los
alumnos, el error es de los profesores y de sus órganos de gobierno que consideran que
los estudiantes pasan, pero los aliados políticos quedan. La solución es simple: el
profesor cuestionado debe ser cambiado e invitado a preparar un curso en el que
demuestre mayor competencia. Para evitar eso, propongo que existan cátedras
paralelas en los cursos cuestionados y que se promueva la rotación quinquenal de
profesores con el objetivo de evitar el enquistamiento en una cátedra y promover la
renovación de enfoques metodológicos.

Una comunidad académica debe debatir lo que produce. Eso es lo que entiendo
por cultura de diálogo. No puede ser posible que nos desconozcamos entre nosotros
mismos, que no leamos lo que escribimos. A lo mucho monologamos con los colegas
afiliados a nuestra orientación teórica o metodológica quienes celebran con bombos y
platillos nuestros escritos. Pero, cuando se trata del debate, de la confrontación con
otras perspectivas, nos hacemos los desentendidos, desacreditamos la opinión
contraria o simplemente nos aislamos.

Parafraseando un eslogan del Fondo Editorial de la UNMSM según el cual la


universidad es lo que publica, podemos decir que nosotros somos lo que escribimos y
que, por lo tanto, desconocer lo que escribimos, significa desconocernos entre nosotros
mismos. Tenemos que crear espacios de encuentro para dialogar o debatir sobre los
temas que investigamos para luego dialogar y debatir con colegas de universidades
extranjeras, especialmente latinoamericanas. Solo así garantizaremos la producción de
conocimiento relevante y las redes académicas necesarias que nos permitan colaborar e
invitar a colaborar en diversas revistas indizadas e indexadas.

Por ejemplo, cuando un colega sanmarquino o villarrealino publica un libro


sobre Estudios Literarios o defiende sus tesis de maestría o de doctorado, es ignorado o
ninguneado por los otros colegas o criticado por aquellos que no encuentran ningún
aporte valioso en ese libro o en esa tesis. Es lamentable que la academia y la
comunidad literaria desconozcan las investigaciones de todas las universidades debido
a que no se suele realizar reseñas críticas de las tesis de pregrado, de maestría y de
doctorado. Las revistas de letras han perdido la costumbre de reseñar y difundir las
tesis que son defendidas en cada Facultad.

¿Podemos hablar después de un Humanismo participante? Si queremos que


haya un progreso continuo en la calidad de nuestras investigaciones y publicaciones,
tenemos que colaborar con el otro haciéndole notar sus errores y resaltando sus
virtudes y aciertos. Una manera de fortalecer la comunidad académica es leyéndonos
entre nosotros mismos para organizar grupos de investigación interinstitucionales en
comunes áreas de interés. El desconocimiento y la descalificación automática de la
producción del colega no contribuye a la consolidación de una comunidad académica
científica.

Finalmente, los nuevos planes de estudios deben fortalecer la investigación seria


y rigurosa a través de una secuencia de cursos articulados entre sí para no caer en los
mediocres estándares exigidos por universidades privadas donde las tesis de pre y
posgrado en Literatura han suprimido la exigencia disciplinaria, el marco teórico y el
estado de la cuestión convirtiéndose en poco más o menos que un ejercicio libre de
interpretación de cualquier discurso redactado en un promedio de cincuenta páginas.

¿En qué partes de la tesis se demuestra la “investigación”? Indudablemente en la


recopilación, el procesamiento y la sistematización de lo que se conoce como
antecedentes o estado de la cuestión. Si no se conoce lo que se ha investigado antes
sobre lo que yo quiero investigar, ¿de dónde parte mi investigación y cuál sería su
aporte?

Para evitar que las tesis en Literatura den como resultado una interpretación
coherente, pero sin sustento científico, se requiere que el tesista domine el marco
teórico adecuado con el mayor rigor disciplinario posible. De otro modo, no estamos
frente a investigaciones científicas aunque tengan el rótulo de tesis.

A la universidad privada le interesa tener la mayor cantidad de titulados y


graduados, a nosotros nos debe seguir interesando la calidad de los nuestros. No hay
que ceder en la exigencia que demanda la investigación científica. Una universidad que
no investiga no merece llamarse universidad. Por eso, me opongo a los cursos de
actualización o de titulación que, por ejemplo, han permitido que el 80% de titulados
como licenciados en Literatura egresados de la UNFV “paguen” para obtener el título
presentando un trabajo que no merece llamarse ni monografía. Y critico abiertamente
a aquellas autoridades que ven en estos cursos la posibilidad de conseguir ingresos
económicos a costa del desprestigio de la Facultad donde ellos trabajan.

Bajar el nivel de la investigación de los estudiantes, en cuanto calidad se refiere,


repercute directamente en su formación profesional. No debemos aceptar modalidades
de titulación o de graduación como el informe profesional, la presentación de una
monografía que pasa por tesis, los cursos de titulación, las tesis elaboradas por dos o
más estudiantes o las llamadas tesinas. Particularmente, no entiendo la deontología de
aquellos profesores que programan, dictan, asesoran o son jurados de estos cursos de
titulación, pero los he escuchado hablar de ética profesional.

Finalmente, reclamo que para fortalecer la investigación literaria se debe, en lo


posible, orientar el plan de materias impartidas al estudio de textos constitutiva más
que condicionalmente literarios. De otro modo, corremos el riesgo de perdernos en el
enorme campo de las Letras o Humanidades aun así nos den un título o un grado con
mención en Literatura.
CACHARPARI

Las ideas expresadas en este discurso escrito no ficcional (de ninguna manera
literario) proponen una reorientación de la formación profesional del Licenciado en
Literatura y buscan llamar la atención sobre el actual estado de los planes de estudios
de las carreras profesionales de Literatura fundamentalmente en las universidades
nacionales. Partiendo de un diagnóstico referido a, básicamente, dos Departamentos y
Escuelas de Literatura, me permito sugerir algunas soluciones radicales que permitan
enfrentar el complejo problema de la desaparición de la disciplina literaria y el
preocupante retroceso de las ciencias humanas.

Por otro lado, estos planteamientos son una invitación a repensar la naturaleza
y fines de los estudios de Literatura. Desde mi punto de vista, es urgente hacer
ejercicios de memoria que nos permitan recordar de dónde venimos, cómo nacimos,
cómo evolucionamos, cuándo maduramos y para qué existimos como disciplina
literaria. Así, este documento (que ha generalizado muchos aspectos corriendo el
riesgo de perder de vista la particularidad de lo singular) constituye una propuesta y
como tal está sujeta a recibir críticas, correcciones, reformulaciones, adhesiones o
cuestionamientos. Su intención es dialogar con otras propuestas para que, por
consenso razonable y democráticamente, se establezcan los más convenientes
lineamientos de los nuevos planes de estudios de las Escuelas y Departamentos de
Literatura en las universidades peruanas.
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