A MANERA DE PRÓLOGO
Paulo Piaggi Arellano
Estudiar Literatura en los tiempos actuales puede ser una experiencia frustrante
para quien ingrese a la universidad buscando en ella un lugar donde primen la ciencia
y la razón. Inmediatamente, uno se entera de que la ciencia es solo un lenguaje y la
razón, una construcción eurocéntrica que privilegia al hombre blanco, heterosexual,
europeo, sin discapacidades, etc. El proceso educativo se convierte entonces en un
adoctrinamiento, en la iniciación de los estudiantes en una aparente secta
posmoderna. Afortunadamente, ese no es el caso de Dorian Espezúa quien, en las aulas
y fuera de ellas, orienta a sus alumnos a interesarse por la Literatura dentro de su
especificidad disciplinaria. Por este y otros motivos, muchos de los que hemos sido sus
estudiantes lo reconocemos como uno de los docentes que más han contribuido a
nuestra formación, y no a nuestra deformación, profesional.
Todos sabemos que el primer libro de Dorian Espezúa titulado Entre lo real y lo
imaginario. Una lectura lacaniana del discurso indigenista (2000), por lo demás
premiado dos veces y citado de manera recurrente, está fuertemente influenciado por
lo que él llama su formación posmoderna. Pues bien, no mucho tiempo después,
Espezúa gira y empieza a cuestionar los estudios que se hacen desde la perspectiva
posmoderna. De manera que este libro no es el primer lugar en donde el crítico
sanmarquino expone sus críticas a los Estudios Literarios actuales. Algunas de las ideas
aquí planteadas aparecen ya en su segundo libro Todas las sangres en debate, científicos
sociales versus críticos literarios (2011). Sin embargo, el que podría ser el precedente
más antiguo es la publicación de su artículo titulado “Literaturas periféricas y crítica
literaria en el Perú” (2002) en la revista especializada Ajos & Zafiros. Si bien en esa
etapa de su pensamiento, el profesor sanmarquino defendía una ampliación de los
estudios literarios a otras manifestaciones de la cultura en general (aunque
actualmente no desmerece en absoluto los acercamientos a formas culturales
populares, su visión de la Literatura como un campo de estudios parece ser más
específico y restringido) y podría acusárselo de presentar un pensamiento más
postmoderno, en el sentido de imposibilitar a las humanidades la construcción de
conocimientos objetivos dentro de sus campos, sus críticas a los Estudios Culturales
son muy sugestivas y de plena vigencia. En el 2002, el crítico puneño afirmaba que:
Por lo tanto, desde mi punto de vista, no podría sostenerse que los Estudios
Culturales sean una forma de neocolonización por la que unos países buscan dominar
a otros, sino que sería mejor caracterizarlos como un “virus” perteneciente
específicamente a la academia (con repercusiones políticas) que se integra a distintas
áreas del conocimiento para descarrilarlas de las funciones que les son propias. Así
como las marchas y las conferencias sobre ciencia ya no tratan sobre ciencia, sino sobre
cuántas mujeres o minorías eligen estas carreras, la Literatura ya no estudia Literatura,
sino todo aquello que consideran “subalterno” en sus divisiones dicotómicas. Estamos
siendo invadidos, sí, pero esta invasión no responde a los intereses de los Estados
llamados del primer mundo, sino que ellos sufren también las consecuencias de
aquellas células infectadas que han dejado reproducirse descontroladamente. Es
posible que este cambio de contexto, en el que los problemas se han hecho más
evidentes, haya producido también una variación en el pensamiento del doctor Dorian
Espezúa, que asocia los estudios culturales a una de las tantas herramientas de
colonización del saber.
Ahora bien; si el profesor Espezúa ya había planteado sus críticas desde hace
tantos años, ¿qué es lo que lo lleva a volver sobre este tema? O, por lo menos, ¿por qué
publicarlo en forma de libro? Juzgo que existe una razón externa a la evolución de su
propio pensamiento. Aunque cueste admitirlo, la teoría literaria desde hace varias
décadas se mueve por caminos sinuosos, por un bosque de términos y conceptos
tomados de otras áreas del conocimiento que se mezclan (a discreción de cada
individuo) para formar un enmarañado lingüístico que costaría mucho desenredar.
Contamos con palabras de moda que se utilizan sin necesidad de definición alguna
(como, por ejemplo, el llamar a las personas “cuerpos”), que sería muy difícil explicar a
un neófito aún no adoctrinado en nuestra forma de pensar (me incluyo por razones
gremiales, aunque no comparta en modo alguno estos postulados o este argot).
Aun cuando pueden existir críticas legítimas provenientes de este segundo lado
(que es el hegemónico), debemos defender las principales virtudes del materialismo
filosófico como teoría de la Literatura. En primer lugar, la fortaleza del pensamiento de
Gustavo Bueno brinda a esta nueva teoría la capacidad de reinterpretar a las anteriores
desde sus propios parámetros. Esta no es una hazaña desdeñable. ¿Cómo podría
alguien que aplica el psicoanálisis a la Literatura discutir con un narra- tólogo? ¿O un
culturalista con un semiólogo o un marxista? Solamente podría haberse hecho a partir
de lo negativo, de comentarios superficiales sobre lo que el otro “ignoraba”. El
materialismo filosófico como teoría de la Literatura es capaz de incorporar todas estas
posturas y reinterpretarlas desde sus propias coordenadas. Proporciona, en definitiva,
un metalenguaje a partir del cual puede construirse una verdadera ciencia de la
Literatura y la incomunicación entre investigadores llegaría a su fin. En segundo lugar,
esta nueva teoría exige que todo concepto aplicado a la Literatura pueda volver a la
realidad por una metodología circular. Quedarían desterradas así categorías que no
sean capaces de demostrarse en los materiales literarios y nos libraría de idealismos
que, a fin de cuentas, solo pueden construir una retórica sobre la Literatura, pero
nunca sentar las bases para su verdadero conocimiento. Por último, y aunque esto
fuera lo único que tomásemos de Maestro sería ya suficiente, el materialismo filosófico
como teoría de la Literatura nos obliga a identificar y definir correctamente aquello
sobre lo que tratamos. Por muchos años, he visto profesores y estudiantes de Literatura
que niegan la posibilidad de definir lo que la Literatura es. Si no podemos ni siquiera
hacer esto, entonces mejor sería colgar los guantes, porque eso solo demuestra que no
sabemos ni de qué estamos hablando. Puede que muchos no quieran reconocer esta
situación, pero sobre los puntos anteriores se ve venir un enfrentamiento en el
horizonte.
Habría que recordar que la llegada de la teoría literaria de Jesús G. Maestro aún
no ha producido debates por escrito en nuestro medio, sino que es todavía una
discusión que se mantiene en las aulas y, ¿por qué no? en conversaciones en bares. Sin
embargo, existe una controversia, de importancia apenas anecdótica, registrada por
escrito que surge a partir de una entrevista al profesor Dorian Espezúa publicada en la
revista de crítica literaria Entre Caníbales. Por este medio, el crítico puneño manifestó
algunas de sus opiniones acerca del quehacer literario, las investigaciones culturales
sobre lo chicha y el estado de los estudios actuales de Literatura en el Perú. Sobre este
último tema, surgieron respuestas que reputaban al entrevistado de formalista, debido
a su mención de la necesidad de incorporar cursos sobre Teoría de la Lírica y
Narratología al plan de estudios de Literatura en la universidad de San Marcos. Esta
acusación me parece del todo infundada y puede desmentirse por un análisis textual de
lo dicho en la entrevista y, más allá de eso, por la lectura de cualquiera de sus libros o
artículos, los cuales nunca se limitan a descripciones formales, sino que emplean un
método de lectura riguroso, siempre orientado a interpretaciones soportadas por el
texto. Remitimos al lector a los números tercero, cuarto y quinto de Entre Caníbales,
revista fundamental para quien quiera enterarse de la última producción sobre
Literatura en nuestro país.
Lo expuesto hasta este momento no son todos los puntos tratados por el
profesor Dorian Espezúa, pero pueden dar una idea de hacia dónde se dirige.
Confiamos con firmeza en que el presente libro representará para muchos la esperanza
de poder estudiar la Literatura sin necesidad de unirse a los dogmas dominantes. La
ciencia y la razón, que para muchos posmodernos resultan opresivas, en realidad, nos
liberan de la servidumbre intelectual a ciertas ideologías. En ese sentido, el profesor
Dorian Espezúa está construyendo en este libro los cimientos de un cambio, está
haciendo un llamado a quienes deseamos defender la Literatura como disciplina
científica de quienes gozan con pervertir su objeto, sus métodos y sus objetivos. La
identificación de los problemas actuales con dos enfermedades incurables no debe ser
vista como una forma de pesimismo, sino como la apuesta por la búsqueda de un
remedio a estas verdaderas patologías literarias.
PRESENTACIÓN
Sostendré aquí que la Literatura, como disciplina científica, sufre, por un lado,
una especie de Parkinson debido a la decadencia o degeneración de sus investigaciones
y a la pérdida del equilibrio disciplinario que permite el descontrol de sus
movimientos; y, por otro lado, siendo una disciplina joven, sufre de una enfermedad
senil debido a que ha olvidado su función, su lugar y hasta su nombre. Así, la
Literatura, entendida como disciplina que forma parte de las llamadas “ciencias
humanas”, se fue enfermando gradual y silenciosamente en los últimos treinta años en
el Perú, no solo porque involucionó disciplinariamente, sino, y sobre todo, porque
perdió de vista su razón de ser hasta llegar al grado de la acinesia cuando no al estado
de coma. En el momento actual no es exagerado afirmar que la Literatura ha olvidado
su origen y el quehacer que le da sentido a su existencia como disciplina científica. Sin
embargo, a diferencia del Parkinson y del Alzheimer, es posible rastrear el derrotero y
las causas de la degeneración literaria y eso es lo que intentaremos hacer a lo largo de
este texto.
Por otro lado, intentaré dialogar con la postura escéptica de aquellos que
defienden el subjetivismo, el relativismo o el fenomenalismo y se arrogan la
representación de las actuales, modernas, innovadoras, nuevas, etc., perspectivas sobre
las “ciencias humanas” en general y sobre la Literatura en particular. Dicha postura
desacredita la larga tradición racionalista de la investigación científica calificándola de
vieja, superada, desfasada o errónea como si el racionalismo hubiera sido cancelado
como método científico. Es curioso, por paradójico, que estos investigadores, cuya
ocupación principal es la difusión de sus opiniones personales sobre diversos tópicos
de la cultura y no la investigación literaria, pregonen una cultura de diálogo
desacreditando o ninguneando el discurso de quienes pretenden que sean sus
interlocutores. Los adjetivos calificativos usados en sus textos prueban textualmente la
existencia de un discurso dogmático y pragmático que asume tener la razón que le
niega al otro. La coherencia argumentativa lo aguanta todo, la coherencia científica
solo aguanta la razón que se confronta con la realidad para construir conocimientos.
LAS CIENCIAS HUMANAS EN LA ERA DE LA POSCIENCIAS
Está claro que las ciencias humanas no son divinas ni demológicas porque, si lo
fueran así, no serían humanas. Creer que hay algo sobrenatural, que no puede ser
explicado con la razón, es situarse en un modo de pensar felizmente ya superado de
pensar las ciencias humanas que se corresponde con el pensamiento premoderno.
Racionalizar la Literatura es finalmente la razón de ser de los Estudios Literarios. Así,
la superstición y el irracionalismo son los principales enemigos de la ciencia de la
Literatura. Sin embargo, cabe recordar aquí los planteamientos platónicos sobre la
Poesía, que consideraban al poeta un ser poseído por las Musas y, por lo tanto, un
médium. Desde el punto de vista platónico la poesía auténtica (que se opone a la poesía
técnica o falsa), entendida como acto creativo, tiene su origen en la divinidad o los
demos. Ahora bien, dar cuenta de la creación o explicarla requería de la anamnesis.
¿Es la Literatura una ciencia común a todos los pueblos o es una ciencia
particular de cada pueblo? Creo que la Lingüística, como la Literatura, pueden ser
consideradas ciencias particulares si es que estudian una lengua o un texto literario en
concreto y, al mismo tiempo, pueden ser consideradas ciencias comunes si es que
estudian “universales lingüísticos” o “universales literarios” comunes a todas las
lenguas y literaturas. Es cierto que cada lengua, región, cultura o persona produce
manifestaciones literarias particulares que no son permanentes porque evolucionan
constantemente; no obstante, la Literatura como ciencia tiene que dar cuenta de los
elementos comunes y constantes a todos los textos literarios, independientemente de
los condicionamientos circunstanciales, si es que quiere ser considerada una ciencia.
Hago notar aquí que la definición de texto literario implica, en este momento, una
reducción más que una ampliación del corpus de textos considerados literarios, dado
que no todos los textos son o deben ser estimados como literarios.
Para objetivar al sujeto hay que cosificarlo u objetivarlo de manera que las
ciencias humanas, más que “descubrir” al sujeto, lo encubren. De modo que no es
posible una ciencia del hombre porque el “Hombre” no es objeto categorial de ninguna
ciencia. La autognosis científica, es decir, el conocimiento del hombre, es imposible
porque no se puede obligar al sujeto a que se haga objeto de su conocimiento o a que
se exteriorice. En ese sentido, las ciencias humanas son imposibles o utópicas. Pero, si
segmentamos y objetivamos las manifestaciones humanas podemos conocer
gradualmente aspectos concretos del campo de lo humano. El conocimiento de lo
humano del Hombre requiere de la colaboración de todas las ciencias (donde se
incluyen las ciencias naturales o formales y, por supuesto, a las denominadas ciencias
humanas).
Desde otro punto de vista se ha definido a las ciencias humanas como “ciencias
hermenéuticas” (Heidegger, Gadamer o Ricoeur) en oposición a las ciencias factuales.
La tesis defendida es que como no es posible conocer lo humano, entonces solo nos
queda comprenderlo e interpretarlo. ¿Es la hermenéutica una ciencia? ¿La
hermenéutica ofrece análisis gnoseológicos precisos? Todas las ciencias son
hermenéuticas porque interpretan signos naturales o artificiales. Sin embargo, la
hermenéutica se aplica a textos de la Filosofía, de la Religión o de la Literatura y casi
nadie considera a las Matemáticas ni a la Lógica formal como ciencias hermenéuticas,
debido a que la interpretación se aplica allí donde hay ambigüedad y donde es
imposible establecer un sentido definitivo. Las ciencias de la comprensión
hermenéutica no son gnoseológicas, sino epistemológicas.
Estos aportes en el análisis del discurso pudieron haber servido para fortalecer
la hermenéutica o la interpretación de textos literarios. Esto no fue así, puesto que la
posmodernidad niega la posibilidad de conocer el significado de un significante. Por lo
tanto, los aportes de los métodos posmodernos, fueron utilizados para diseminar la
significación de un texto o para especular sobre lo mismo. Para la hermenéutica
posmoderna el texto no tiene sentido, al texto puede otorgársele un sentido, el sentido
del texto depende de la recepción, el texto genera un sentido o es imposible
determinar el sentido de un texto. ¿Pueden o no verificarse, demostrarse o
comprobarse, verdades en los textos literarios?
Conviene aquí definir algunos conceptos básicos que serán utilizados a lo largo
de este texto con ejemplos literarios. Lo disciplinario hace referencia a una disciplina
científica que cuenta con objeto de estudio definido y que ha desarrollado métodos y
conceptos adecuados para dar cuenta de ese objeto. Así, el objeto de estudio de la
disciplina literaria es, como acertadamente sostuvo Jacobson a inicios del siglo XX, el
texto literario que ha sido estudiado, por ejemplo, con el método formalista y que tiene
conceptos propios como desautomatización, extrañamiento, metáfora o verso
alejandrino. Lo interdisciplinario alude al estudio de un objeto que pertenece a dos o
más disciplinas que tienen métodos de aproximación diferentes a dicho objeto. Este
sería el caso del ensayo como género discursivo y objeto de estudio reclamado tanto
por la Literatura como por la Historia, la Sociología o la Antropología. Lo
multidisciplinario o pluridisciplinario remite al estudio articulado de un objeto que
pertenece a una disciplina específica hecho desde el punto de vista de otras disciplinas
con sus respectivos métodos de aproximación. Corresponde poner el ejemplo del
estudio de un texto literario hecho desde la perspectiva de la Antropología, Sociología,
Historia, Lingüística, Derecho o Pedagogía con sus respectivas herramientas
metodológicas y conceptos disciplinarios. Lo transdisciplinario indica una visión
holística de un fenómeno que requiere la articulación de todas las disciplinas
necesarias y la transgresión de las fronteras disciplinarias a través de la incorporación
de saberes considerados no científicos. Aquí encajan como ejemplos los estudios sobre
las manifestaciones de la cultura en general que hacen uso de todos los conceptos y
métodos provengan de donde provengan. Lo antidisciplinario señala tipos de “estudio”
que no tienen campo, objeto de estudio, métodos o conceptos definidos y que pueden
ser realizados por cualquier sujeto que se crea capaz de opinar sobre cualquier tópico
sin rigor científico. Estamos frente a la lógica que sostiene que todas las lecturas son
interpretaciones válidas.
Ahora bien, el objeto de estudio de la Literatura que, a saber, es el texto
literario, como lo sostuvo Jacobson, es variable porque su evolución depende de la
“creación” literaria hecha por un humano operador del discurso llamado autor. En ese
sentido, la Literatura es una disciplina que tiene que reformular y ajustar sus métodos
continuamente para dar cuenta del objeto de estudios que es cambiante porque es un
producto humano. Sin embargo, vale hacer una precisión respecto a este objeto de
estudios: una cosa es el texto literario en abstracto, que es una entelequia teórica, otra
cosa es el texto literario concreto y materializado a través de la escritura y otra cosa es
el texto literario en continua transformación. En ese sentido, el objeto de estudios de la
teoría literaria es el texto literario en abstracto; el objeto de estudios de la crítica
literaria es el texto literario en concreto sobre el que hay que emitir un juicio de valor;
y el objeto de estudios de la historia literaria es la evolución del texto literario. El
objeto de estudio de la Literatura se puede transformar tanto como se pueda sin dejar
de ser literario o sin dejar de poseer la literariedad tanto como el virus de la influenza
puede transformarse cada año sin dejar de ser el virus de la influenza.
María del Carmen Bobes Naves afirma que: “Los métodos adecuados para lograr
el conocimiento científico deben tener en cuenta el estatus ontológico de los objetos
que analizan. Comprender el ser de la obra literaria es decisivo para lograr
conocimientos científicos sobre ella” (Crítica del conocimiento literario 19). En efecto, la
autora, al preguntarse si es posible un conocimiento científico sobre las obras
literarias, reconoce que estas “obras literarias” son el objeto de estudio de la Literatura
entendida como disciplina científica. Más adelante, en ese mismo texto se lee:
“Determinar el objeto de estudio y el método para estudiarlo son pasos previos y
centrales de toda investigación” {Critica del conocimiento literario 26). Que se
establezca una relación entre el sujeto cognoscente y el objeto cognoscible, no significa
que el objeto de estudio de la Literatura sea esa relación entendida como experiencia
de lectura.
¿Por qué los estudios culturales o los estudios del discurso desplazaron a los
Estudios Literarios? La respuesta a esta pregunta tiene que ver, en el caso peruano, con
la importación de una moda académica difundida desde las universidades
metropolitanas a las que asisten para obtener su PhD los egresados de nuestras
universidades. En efecto, la dependencia académica o la colonialidad del saber
(Quijano “Colonia- lidad del poder...” 2003) tiene un esquema piramidal en el que el
reconocimiento académico se obtiene en las universidades metropolitanas para luego
ser difundido en las principales universidades que funcionan en Lima adonde acuden a
“capacitarse” los profesionales de las universidades del interior que, a su vez, capacitan
a los profesionales de las provincias y distritos en cada una de las regiones del Perú.
La ampliación del Corpus de lo que ahora se quiere entender por Literatura (que
también puede verse como deformación, distorsión, desequilibrio o evolúción) tiene
dos causas: una endógena y otra exógena. La primera obedece a la experimentación
continua e inevitable, por parte de los escritores, que mezclan géneros y transgreden
tradiciones heredadas de modo que producen obras híbridas y desconcertantes para la
crítica y teoría literaria, en lo que podría denominarse “evolución autónoma de la
producción literaria”, que está íntimamente relacionada con la morfogénesis y la
genética textual. Este fenómeno puede ser ejemplificado con todos los experimentos de
la Vanguardia y, específicamente, con El pez de oro de Gamaliel Churata que es, como
todos saben, un texto generológicamente complejo.
Por otro lado, los estudios del discurso fundamentan su práctica en el hecho de
que cualquier discurso de la cultura es un relato, una narración, un discurso que puede
ser analizado e interpretado por todas las disciplinas que se ocupan del estudio de la
comunicación, de la información y del lenguaje. Cabe aquí formular algunos
interrogantes: ¿Todos los textos fronterizos o indeterminados deben y pueden ser
considerados Literatura? ¿Los discursos culturales son discursos literarios? Con estos
criterios se amplió el corpus literario hasta el punto de incluir a discursos no literarios
solo por el hecho de ser expresados con lenguaje. Si no podemos definir un texto
literario, por lo menos tenemos que saber reconocer un texto no literario y un texto
condicionalmente literario. Si no podemos hacer eso, entonces ya no tenemos
disciplina literaria. Eso significaría que el Alzheimer nos ha derrotado.
Esta voraz ampliación del corpus de lo que se considera como literario da por
sentado que cualquier texto (entendido como cualquier producción que pueda leerse o
como cualquier conjunto sígnico coherente) puede ser estudiado como Literatura. En
esta lógica, la Literatura no es una disciplina científica, sino un campo indeterminado,
inestable, inconsistente o débil conformado por diferentes objetos de estudio disímiles
que se analizan con una mescolanza de métodos derivados de varias disciplinas. Por
tanto, la Literatura ya no tiene un campo de investigación, un objeto de estudios
definido; tampoco desarrolla métodos adecuados para dar cuenta del fenómeno
literario, para establecer relaciones entre los textos literarios y explicar su evolución,
para enunciar leyes o principios y para producir conocimientos útiles para el hombre.
La “crítica cultural” es una práctica hermenéutica que no produce saber, un ejercicio
libre de interpretación, una arbitraria y continua experimentación con el ensamblaje
de conceptos y métodos de manera antidisciplinaria.
Estamos frente a la figura del charlatán, que cree tener competencia para opinar
sobre performances, pintura o música. La prueba de esto está en las tesis de nuestros
estudiantes, que en estos tiempos versan sobre cómics, canciones, danzas, cuadros,
representaciones, recetas de cocina, artículos periodísticos, cine, caricatura, o
prácticamente cualquier discurso de la cultura (Miranda Catálogo de tesis de la
Facultad de Letras 2003). Sin embargo, no hay que perder de vista que cuanto más se
extiendan las fronteras de lo literario, más cerca estaremos de su desaparición como
disciplina, ya que tanto el objeto como el método se vuelven indeterminados. Como
correlato contrario está la tesis de que cuanto más se fortalezcan y precisen las
fronteras de la disciplina literaria -o de cualquier otra- que produzca conocimientos
útiles para la humanidad, más garantizaremos su existencia y supervivencia como
disciplina científica. Esa ha sido la razón por la que la comunidad antropológica ha
desterrado a los estudios culturales de su campo disciplinario y decretado su
decadencia e impertinencia (Reynoso Apogeo y decadencia de los estudios culturales
2000).
INTER – MULTI – DISCIPLINARIEDAD CON
DISCIPLINARIEDAD
Está claro que una defensa de las disciplinas no impide realizar estudios ínter o
multidisciplinarios; por el contrario, contribuye a fortalecerlos. La integración, diálogo
o colaboración disciplinaria presupone necesariamente la formación sólida de los
investigadores colaboradores en su respectiva disciplina. En otras palabras, lo inter o
multidisciplinario existe solo a partir de lo disciplinario porque son disciplinas las que
se integran y dialogan interdiscursivamente entre sí. Nadie, en su sano juicio, puede
defender el aislamiento, la cerrazón, la endogamia, el ensimismamiento, la clausura o
el encierro disciplinario. Pero, tampoco nadie, formado disciplinariamente, puede
proponer que se realicen estudios multi-trans-interdisciplinarios sin la existencia
previa de disciplinas. Aquel que habla de todo sin fundamento científico es un
charlatán. La colaboración disciplinaria depende de las competencias que tengan los
investigadores de cada una de las disciplinas convocadas. Las “zonas de
indeterminación” disciplinaria tienen que ser indagadas por un equipo de
investigadores que hagan dialogar sus métodos y conceptos para dar cuenta del nuevo
fenómeno descubierto.
Se trata de que el licenciado en Literatura sea una mezcla de erizo y zorro como
consecuencia de la heterosis (fenómeno de la genética -traducido como “vigor
híbrido”- que indica el cruce de dos especies diferentes cuyos hijos salen superiores a
los padres). Esto significa que el licenciado en Literatura, fundamentalmente, debe
conocer bien su especialidad para, posteriormente, dialogar con profesionales de otras
disciplinas, sin pretender el imposible de ser especialista en todas las disciplinas. Esto
no impide que estudie una segunda especialidad o posgrados en otras especialidades.
Pero, tenemos que abandonar la arrogancia narcisista de los posmodernos, que creen
saber de todo sin haberse especializado en nada, cuando en su discurso monológico se
liberan de toda atadura ontológica, ética, estética y epistémica descalificando el
discurso de otro que tiene una posición contraria. Es una contradicción hablar de
diálogo, de participación, de solidaridad o de cooperación partiendo de la defensa
dogmática de una posición que desacredita, ningunea o silencia el discurso del otro.
No hay diálogo sin humanismo como no hay comunicación sin racionalidad. El
diálogo, que implica respeto y consideración, no se da si no se parte del principio de
que el otro puede tener la razón. En ese sentido, los discursos revelan las posiciones
conflictivas o democráticas de sus enunciadores.
Es más, dentro del enorme campo literario, existen erizos que se especializan,
por ejemplo, en la producción de un escritor, de una región o de una época, y zorros
que tienen visiones panorámicas de la literatura peruana, latinoamericana o mundial
en general. La heterosis de zorros con erizos presupone una doble competencia que
permita estudiar la producción literaria de cualquier escritor ubicándolo dentro del
proceso literario en el que se inscribe. Lo que quiero advertir es que es muy difícil que
un licenciado en Literatura domine todas las ramas del árbol literario, por lo que es
muy pretencioso aparentar que se dominan todas las ramas del bosque cultural. Otra
cuestión, muy diferente, es lo transdisciplinario que presupone a un sujeto que domina
todas las disciplinas. Sin embargo, un hombre con semejante conocimiento
enciclopédico, que solo puede calificarse como sabio, no existe en el siglo XXI. En tal
sentido, me parece que no debemos pretender formar profesionales transdisciplinarios
puesto que esa tarea es imposible y que, por el contrario, sí debemos garantizar la
formación disciplinaria para, posteriormente, integrarla a los estudios inter o
multidisciplinarios.
ESTUDIOS TRANSDISCIPLINARIOS
Los cursos que tienen el rótulo de “estudios” tienen una clara ideología detrás
heredada del relativismo posmoderno donde no se puede abogar por nada y tampoco
se puede llegar a ningún “deber ser” debido a que todo “puede ser”. Esta ideología, que
se identifica actualmente como “marxismo cultural” (una reinterpretación de la
Escuela de Frankfurt), se manifiesta en un procedimiento que consiste en ubicar
cualquier ámbito del quehacer humano en el que hay una distribución desigual del
capital simbólico; identificar a los que les “va mejor” como opresores y a los que no
como oprimidos; ponerse del lado de los “oprimidos” y en contra de los “opresores”; y
hablar por, hablar de, hablar como, hablar sobre las prácticas de los oprimidos para
ocupar un lugar dominante en el culturalismo académico. En ese sentido, si
estudiamos Crimen y castigo en vez de ver videos de “Risas y salsa” (el más famoso
programa cómico que emitió la televisión peruana) en una clase de literatura, estamos
invisibilizando prácticas artísticas marginales, y, por lo tanto, estamos oprimiendo al
subalterno.
Así, esta ideología ha servido para equiparar a Julio Ramón Ri- beyro con
Mónica Cabrejos, a Manuelcha Prado con Óscar Colchado o a Hilaria Supa con
Sócrates Zuzunaga, por poner tres ejemplos. Desde esa perspectiva, cualquier
valoración, jerarquía o simple categorización en diferentes dominios sería
discriminadora y opresiva en principio. Ya no se trata solamente de que “todo puede
ser literatura”. Ahora también hay que considerar que el culturalista (una especie de
soldado de la justicia cultural) está convencido que debe luchar para que los discursos
subalternos que han sido oprimidos o marginados sean considerados literarios,
ocupando la posición principal o central dentro de la disciplina literaria. Para ello,
paradójicamente, dejan la discusión literaria para centrarse en una discusión socio-
política. El resultado: cualquier discurso marginal de cualquier naturaleza es
considerado discurso literario.
Considero que uno de los problemas en cuestión es que existe un afán por hacer
gala del dominio de la teoría cultural (aunque este dominio teórico sea un sancochado
de todo) y un descuido en la utilización de la teoría literaria, de modo que se termina
opacando el texto considerado literario. O, en el caso más grave, dicho texto termina
siendo el pretexto para validar la teoría aplicada. Sin embargo, debemos tener presente
que las categorías y los conceptos fueron desarrollados para explicar un fenómeno
dentro de una disciplina y que, por lo tanto, es muy difícil aplicarla en otra disciplina
sin procesos de adaptación y transducción {La formación de conceptos en ciencias y
humanidades, 2006). En efecto, la categorías sexualidad o inconsciente son trabajadas
esencialmente en el campo disciplinario de la Psiquiatría, las categoría poscolonialidad
y subalterno corresponden básicamente a la Historia, la categoría andino corresponde a
varias disciplinas pertenecientes a la ciencias sociales, la categoría cultura corresponde
fundamentalmente a la Antropología, la categoría discurso es trabajada básicamente
por la Lingüística.
No debe sorprender, por tanto, que cualquier profesional de cualquier área del
saber se sienta con la capacidad de opinar con propiedad sobre Literatura ya que
considera que este es un terreno de todos o de nadie. Esta es la única profesión en la
que un economista, un abogado, un antropólogo, un filósofo, un sociólogo, un
ingeniero o un médico (sin licenciatura en Literatura) pueden escribir un artículo
científico sobre Literatura que sea aceptado por la comunidad literaria. En ese sentido,
nuestro campo es muy democrático. Claro que la especialización no está dada
necesariamente por el título profesional y que existen autodidactas más competentes
que los profesionales en Literatura, pero son la excepción y no la regla. Además, asumo
que la competencia literaria puede alcanzarse estudiando una segunda especialización,
una maestría o doctorado en Literatura. ¿Tiene sentido otorgar una licenciatura
(permiso para ejercer una profesión) en Literatura cuando cualquiera, de facto, hace
teoría, crítica e historia literaria? Desde mi punto de vista, no se puede hacer Estudios
Literarios sin formación científica.
¿Hasta cuándo los Estudios Literarios estarán subordinados por las ciencias
sociales o por la Filosofía? ¿Hasta cuándo la Literatura será el laboratorio para probar o
no la pertinencia de categorías provenientes de otras disciplinas? ¿Hasta cuándo la
Literatura será un campo sin límites, bordes ni fronteras donde cualquiera pueda
entrar sin salvoconducto? ¿Hasta cuándo la disciplina literaria será la única que
cuestiona su propia existencia y la única que incorpora como académicos a
especialistas en otras áreas? En el campo literario pasa lo mismo que en las filiales de la
Real Academia de la Lengua Española, que han incorporado en su seno a ilustres
profesionales que saben tanto de la lengua española como sé yo de nanotecnología. En
el campo literario pasa lo mismo que en el Periodismo, donde existen periodistas
profesionales formados académicamente, periodistas autodidactas con una
competencia extraordinaria y personas que se creen periodistas por haber publicado
artículos en diarios. ¿Debe desaparecer el Periodismo como profesión?
Sin exagerar, se puede afirmar que las ciencias humanas, definidas opaca y
ambiguamente como aquellas que se ocupan del conocimiento del hombre, han
perdido su disciplinariedad científica al intentar articular postulados, conceptos,
categorías, métodos, teorías en un magma antidisciplinario o cuanto más
transdisciplinario que no produce conocimiento útil y que se deleita en el discurso.
¿Cómo van a producir conocimiento si niegan la posibilidad de conocer lo real? Si
antes costó mucho esfuerzo que cada una de las disciplinas de las ciencias humanas
decretara su autonomía, ahora creemos que es muy fácil articularlas nuevamente sin
considerar sus respectivos desarrollos disciplinarios y sus especializaciones. En efecto,
la Lingüística, la Antropología o la Sociología surgieron como ciencias solo a partir de
la segunda mitad del siglo XIX cuando establecen sus respectivos objetos de estudio y
métodos de investigación. La Literatura se establece como disciplina científica en la
primera década del siglo XX.
Creo que una de las causas del retroceso de las Humanidades se debe a que no
han sabido mantener y desarrollar sus campos disciplinarios produciendo
conocimientos que impacten en la sociedad y al surgimiento de antidisciplinas. Los
profesionales no disciplinarios, que cuestionan a la ciencia y que por lo mismo están en
expansión, hallan en los estudios transdisciplinarios su tabla de salvación y un espacio
adecuado para el desarrollo de sus posiciones especulativas, relativistas y nihilistas.
Estamos viviendo tiempos en que los erizos literarios (prácticamente una especie en
extinción) son mal vistos por defender y profundizar en sus fronteras disciplinarias.
Por el contrario, los zorros, que gozan del reconocimiento académico y de la fama, son
aquellos sacerdotes que difunden e interpretan el discurso de los profetas, espe-
cialmente si consideran que todo es un discurso críptico que solo ellos pueden
explicar. El hecho de que trabajemos con discursos no implica que nos quedemos
regodeando el discurso sin producir conocimientos. La consecuencia de esta actitud
permitió que en Perú, por ejemplo, a nivel secundario se fusionaran la lingüística, la
literatura y la filosofía en un curso disolvente llamado Comunicación, que cuenta con
un plan lector donde priman obras estéticamente anacrónicas y se dejan de lado los
textos literarios.
Desde mi punto de, vista, existen tres elementos que son indesli- gables de un
texto literario: la ficción, la escritura y la elaboración estética.
Respecto de la ficción se puede afirmar que todo texto literario es ficcio- nal,
pero no todo texto ficcional es literario. En efecto, se puede sostener que el cine y la
literatura son Acciónales, pero no se puede sostener de ninguna manera que el cine es
literatura o que la literatura sea cine a pesar de que compartan elementos comunes. La
misma lógica se puede aplicar al teatro. Siguiendo a Genette {Ficción y dicción 1993),
un texto literario (la novela que ha incorporado todo tipo de géneros dentro del
mundo representado) es constitutivamente ficcional porque a nadie se le ocurriría lo
contrario, es decir, a nadie, con formación literaria, se le ocurriría leer una novela
como un documento sociológico, antropológico o histórico como se hizo en el famoso
debate sobre Todas las sangres donde los científicos sociales evaluaron la novela de
Arguedas como si fuera un documento antropológico y no como lo que es: una novela
(Espezúa Todas las sangres en debate 2011). Sin dejar de ser considerados discurso
Acciónales, los textos literarios son tomados por otras disciplinas para discutir
problemas jurídicos, filosóficos, religiosos, sociales o culturales y a nadie se le ocurre
considerar a una novela como discurso fáctico. Es más, muchos de los conceptos
desarrollados por otras disciplinas para explicar fenómenos humanos, sociales o
culturales tienen su origen en la Literatura. Por el contrario, un testimonio entendido
como un discurso de la cultura que no necesariamente es literario sería
condicionalmente ficcional, esto quiere decir que puede ser leído como discurso
ficcional o como discurso no ficcional.
Una rápida lectura de la diversidad de carreras que nos ofrecen las cuatro
universidades nos indica que no hay acuerdo sobre cuántas y cuáles deben ser las
carreras profesionales que se imparten en las Facultades de Ciencias Humanas. Esto
indicaría que no hay consenso sobre el campo. Así, muchas carreras pertenecen en
otras universidades a las Facultades de Ciencias Sociales; otras pertenecen a las
Facultades de Ciencias de la Comunicación; y otras pertenecerían a las Facultades de
Arte. Las únicas carreras profesionales comunes en las cuatro universidades son
Filosofía, Lingüística y Literatura. En lo que sigue, focalizaremos nuestra atención en la
carrera profesional de Literatura.
Un eslogan de la UNFV puede servir para graficar un defecto común a las cuatro
universidades: “La Villarreal es para los villarrealinos”. Este eslogan hace referencia a
que el requisito básico para enseñar en la Villarreal es haber estudiado en la Villarreal.
Lo mismo se puede decir, en mayor o menor grado de permeabilidad, de las otras
Escuelas o Departamentos de Literatura donde se da la “endogamia académica”. En
efecto, pocos son los especialistas en Literatura que son profesores o investigadores
permanentes en una universidad donde no hayan estudiado. Así, los postulantes a una
cátedra tienen que “llevarse bien”, “sintonizar” o “concordar” con los postulados de los
profesores que decidirán a quién nombran o a quién no.
Si no son suficientes cinco años, entonces son menos suficientes cuatro tal y
como proponen aquellos que quieren reducir los semestres de estudio argumentando
la articulación de los estudios de pregrado con los de posgrado en el supuesto de que
en el posgrado se alcance la especialización. Entonces, qué pasará con los que decidan
no hacer estudios de posgrado. ¿Tendrán disciplina o especialidad? Si el estudiante
requiere especializarse en otra disciplina puede llevar una segunda especialización, que
dura cuatro semestres académicos, en lo que quiera. Lo que pasa es que las unidades
de posgrado no programan cursos de segunda especialización y sí maestrías inútiles
para la formación disciplinaria y la investigación científica.
Por otra parte, sustento mi propuesta con la prueba fáctica de que en muchos
cursos o materias impartidas en nuestras Escuelas académico profesionales se usa la
Literatura solo para estudiar aspectos antropológicos (cultura e identidad), aspectos
históricos (nación y poscolonialidad), aspectos ideológicos (género y raza), aspectos
filosóficos (ser y acontecimiento) descuidando completamente el estudio formal del
texto literario que se correlaciona con su contenido. Así, se subordina lo literario a
disciplinas como la Historia, la Antropología, la Filosofía de donde provienen las
categorías “ideológicas” que luego aplicamos a la Literatura. De manera que muchos de
nosotros asumimos que no existen conceptos o categorías propias en la disciplina
literaria como para dar cuenta de la Literatura. ¿Sufrimos o no de Alzheimer?
Tal como veo el asunto tenemos tres alternativas correspondientes con sus
respectivas concepciones de lo literario: 1) Asumimos que todos los cursos actuales son
igual de importantes por lo que cada profesor debe defender sus cursos a capa y espada
así estos cursos no tengan que ver mucho con la Literatura. En este caso, la reforma del
plan de estudios debe ser boicoteada o asumida con indiferencia. 2) Asumimos que
debe darse una reorientación del plan de estudios priorizando la formación
disciplinaria de los estudiantes de Literatura. 3) Asumimos que la Literatura ha muerto
y que el estudiante debe ser formado en todas las disciplinas con cursos heterogéneos
en un plan de estudios totalmente flexible que permita que el estudiante de Literatura
curse materias incluso en otras Facultades.
Sostengo que el programa de estudios debe primero cubrir los cursos
fundamentales para la formación de un licenciado en Literatura en un esquema que no
descuide ninguno de los cursos imprescindibles en la formación profesional y,
secundariamente, complementar esa formación básica con cursos o materias
provenientes de otras disciplinas afines al campo literario o con materias que son
producto de modas epistemológicas como los estudios culturales. Ló que no se debe
hacer (y se hace lamentablemente) es poner lo secundario en el lugar de lo primario.
La lógica que considera que todos los cursos son importantes corresponde con una
concepción maximalista de la literatura vinculada más a los estudios del discurso en
general que pone en riesgo la existencia misma de lo literario. No creo que sea un
problema mayor decidir, por consenso dialógico y fundamentado, cuáles son los cursos
básicos, primarios y secundarios en la formación de un licenciado en Literatura.
Tampoco es tan difícil distinguir entre lo prioritario y lo importante,
Si se trata de definir los espacios que hay para luego elegir los cursos primarios y
secundarios que deben llenar dichos espacios sin descuidar, reitero, la sólida formación
disciplinaria del licenciado en Literatura, creo innecesario (o secundario) la enseñanza
de cursos generales que se imparten en la enseñanza secundaria. Desde mi punto de
vista, la universidad no debe perder el tiempo llenando los vacíos cognitivos de los
ingresantes o nivelando su disímil preparación: esa es una tarea por la que la dirección
de educación secundaria del Ministerio de Educación debe responsabilizarse. Creo, sin
embargo, necesario impartir cursos de formación general que no se brindan en la
educación secundaria como, por ejemplo, Antropología, Sociología y, especialmente,
Teoría de la ciencia. Menciono esto último porque una de las razones por las que los
alumnos creen en los postulados absurdos de la posmodernidad es por su pobre
formación científica. No se puede sustentar científicamente que el agua es un discurso
(Ferraris Manifiesto del nuevo realismo 2013) o que el Parkinson y el Alzheimer sean
puro discurso.
Por estos motivos, considero, por ejemplo, que el curso de Biología puede ser
mejorado para tratar específicamente la teoría de la evolución aplicada a los seres
humanos. Además, considero indispensable, para no perder de vista lo real, que deba
llevarse un curso de Física. El resto de los espacios puede aprovecharse para cubrir los
“huecos” en la formación profesional del licenciado en Literatura. El sentido común,
que da origen y es superado por la investigación científica, indica que un médico no
puede dejar de llevar anatomía, que un lingüista no puede dejar de dominar fonética y
fonología, que un químico no puede evadir el conocimiento de las propiedades de los
elementos químicos, etc. ¿Por qué permitimos entonces que un licenciado en
Literatura no domine los postulados de los formalistas rusos, los conceptos de la
narratología, los aportes de la estilística o que no lea Literatura?
Por otra parte, el plan de estudios debe concordar con los estudios de posgrado.
Siendo coherentes con nuestra propuesta considero que, por ejemplo, en la UNMSM la
maestría en escritura creativa debe desaparecer cuando no convertirse a lo mucho en
un diplomado por su nulo aporte en investigación. Lo mismo opino de la maestría en
estudios culturales ya que no logró articular catedráticos y planes de estudios ínter o
multidisciplinarios orientados al estudio de textos literarios. Creo que debe ser un
imperativo categórico oponerse radicalmente a la estafa que consiste en imponer
cursos de género, filosofía o de psicoanálisis en las maestrías o doctorados en
Literatura. Y también considero impertinente abrir maestrías por modas
epistemológicas o razones de mercado. Por el contrario, las maestrías y doctorados
deben estar orientadas a producir conocimiento a través de la investigación en las
líneas de interés establecidas por la comunidad académica.
Cabe anotar aquí que de las tres áreas que conforman los Estudios Literarios, la
que no exhibe productos de investigación es la teoría literaria porque no trabajamos
con corpus de obras literarias para generalizar, formular y contrastar hipótesis,
elaborar conceptos o plantear una categoría que explique el fenómeno estudiado. La
crítica literaria tiene porcentualmente mayores investigaciones por su carácter
aplicativo. En cambio, la historia de la literatura tiene muy pocos investigadores
porque es inter o multidisciplinaria y que requiere la colaboración de un conjunto de
especialistas o de un licenciado en Literatura formado disciplinariamente en Historia.
Muy pocas son las universidades empresa en las que se mantiene uno o dos
cursos de Literatura; en la mayoría de estas universidades privadas la Literatura forma
parte del curso de comunicación, redacción o lengua. Es claro que, en vez de promover
la apertura de más cursos de Literatura, muchos de nosotros renunciamos a nuestra
profesión entrando en el juego de las universidades negocio. Es evidente que un
licenciado en Literatura se gana la vida leyendo, hablando, escribiendo e investigando.
Si los cursos de Literatura desaparecen de los colegios y las universidades, entonces
nos quedaremos sin los puestos de trabajo que ahora tenemos; si la investigación
literaria se detiene, la disciplina literaria corre el riesgo de desaparecer. En palabras
simples, estamos perdiendo espacios que son imprescindibles para el desarrollo de la
Ciencia Literaria. No se podía esperar otra cosa por cuanto nosotros mismos ponemos
en duda la existencia de la disciplina literaria; no podía ser de otro modo porque
nosotros mismos hemos integrado la Literatura a los estudios culturales, a las ciencias
de la comunicación o al análisis del discurso.
Además, hay que escuchar a los alumnos cuando tachan una, dos, tres, cuatro o
cinco veces a un profesor y no proteger la mediocridad con un falso espíritu de cuerpo
que perpetúa el error por muchos años. Si protegemos a un profesor tachado por los
alumnos, el error es de los profesores y de sus órganos de gobierno que consideran que
los estudiantes pasan, pero los aliados políticos quedan. La solución es simple: el
profesor cuestionado debe ser cambiado e invitado a preparar un curso en el que
demuestre mayor competencia. Para evitar eso, propongo que existan cátedras
paralelas en los cursos cuestionados y que se promueva la rotación quinquenal de
profesores con el objetivo de evitar el enquistamiento en una cátedra y promover la
renovación de enfoques metodológicos.
Una comunidad académica debe debatir lo que produce. Eso es lo que entiendo
por cultura de diálogo. No puede ser posible que nos desconozcamos entre nosotros
mismos, que no leamos lo que escribimos. A lo mucho monologamos con los colegas
afiliados a nuestra orientación teórica o metodológica quienes celebran con bombos y
platillos nuestros escritos. Pero, cuando se trata del debate, de la confrontación con
otras perspectivas, nos hacemos los desentendidos, desacreditamos la opinión
contraria o simplemente nos aislamos.
Para evitar que las tesis en Literatura den como resultado una interpretación
coherente, pero sin sustento científico, se requiere que el tesista domine el marco
teórico adecuado con el mayor rigor disciplinario posible. De otro modo, no estamos
frente a investigaciones científicas aunque tengan el rótulo de tesis.
Las ideas expresadas en este discurso escrito no ficcional (de ninguna manera
literario) proponen una reorientación de la formación profesional del Licenciado en
Literatura y buscan llamar la atención sobre el actual estado de los planes de estudios
de las carreras profesionales de Literatura fundamentalmente en las universidades
nacionales. Partiendo de un diagnóstico referido a, básicamente, dos Departamentos y
Escuelas de Literatura, me permito sugerir algunas soluciones radicales que permitan
enfrentar el complejo problema de la desaparición de la disciplina literaria y el
preocupante retroceso de las ciencias humanas.
Por otro lado, estos planteamientos son una invitación a repensar la naturaleza
y fines de los estudios de Literatura. Desde mi punto de vista, es urgente hacer
ejercicios de memoria que nos permitan recordar de dónde venimos, cómo nacimos,
cómo evolucionamos, cuándo maduramos y para qué existimos como disciplina
literaria. Así, este documento (que ha generalizado muchos aspectos corriendo el
riesgo de perder de vista la particularidad de lo singular) constituye una propuesta y
como tal está sujeta a recibir críticas, correcciones, reformulaciones, adhesiones o
cuestionamientos. Su intención es dialogar con otras propuestas para que, por
consenso razonable y democráticamente, se establezcan los más convenientes
lineamientos de los nuevos planes de estudios de las Escuelas y Departamentos de
Literatura en las universidades peruanas.
BIBLIOGRAFÍA
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