Este capítulo tiene dos objetivos principales. El primero es dar cuenta de la naturaleza
social de la mente compartida [shared mind]. El segundo es proponer argumentos y
evidencias para considerar los objetos materiales, especialmente los artefactos, como
ingredientes cruciales de la intersubjetividad y de su desarrollo. En esta sección
anticipamos argumentos filosóficos y psicológicos para considerar la mente compartida
como algo fundamentalmente social. Analizamos críticamente el individualismo
metodológico de muchos filósofos y psicólogos, el cual guía el constructo [construal] de
la noción de intersubjetividad, y proponemos un constructo alternativo de la
intersubjetividad, el cual la ve anclada en una ontología de lo social, cuya contraparte
metodológica es el concepto Durkheimiano del “hecho social”.
Es indiscutible que los seres humanos adultos normales basan gran parte de su
razonamiento social en representaciones de los estados mentales de otras personas. Hay
también buenos argumentos para considerar instituciones sociales tales como el lenguaje
como objetos de conocimiento común (Itkonen, este volumen). Hay, sin embargo, tres
objeciones en contra de considerar la explicación del “conocimiento común” como
suficientemente fundacional o, inclusive, de comprender la intersubjetividad en su
totalidad. La primera objeción es lógica. La explicación del conocimiento común es
inmediatamente vulnerable al problema de las Otras Mentes de Hume: ¿cómo puedo saber
que el contenido mental que te atribuyo es realmente el contenido mental que posees, aun
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excluyendo casos de asunciones falsas o equivocadas? En otras palabras, si, por ejemplo,
pienso (correctamente) que mi vecino cree en las hadas, ¿cómo puedo saber que aquello
en lo que cree mi vecino es lo que yo creo que cree? Para saber eso, tengo que estar seguro
de que aquello sobre lo que versa el contenido mental de mi vecino es lo igual a lo que,
bajo mi representación, versa el contenido mental de mi vecino. Sin esta garantía de
intersubjetividad referencial, no puede haber conocimiento común. En otras palabras, la
formulación del “conocimiento común” de la intersubjetividad presupone, sin explicarlo,
la intersubjetividad de referencia.
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Para Durkheim, los hechos sociales no son simples conjuntos de representaciones
individuales realizadas por los sujetos regulados o “coaccionados” por los hechos
sociales, en tanto que, para cada sujeto individual, el hecho social se presenta como parte
de una realidad externa objetiva. La objetividad de los hechos sociales consiste en el
hecho de que son independientes de los pensamientos y la voluntad de cualquier sujeto
individual. El tratamiento de Durkheim de los hechos sociales consiste, primero, en una
proposición ontológica: que los hechos sociales son irreductibles a hechos biológicos o
psicológicos (o estructuras o procesos); y, segundo, una proposición metodológica y
epistemológica sobre su tratamiento: como objetos de una clase particular, cuya
naturaleza determinada consiste en su “coerción” de la conducta.
Searle (1995: 1-2): “Hay cosas que existen solo porque creemos que existen. Pienso en
cosas como el dinero, la propiedad, el gobierno, los matrimonios… [tales] hechos
Institucionales son llamados así porque dependen de las instituciones humanas para su
existencia”. Durkheim, creemos, hubiera coincidido con la segunda de estas
proposiciones de Searle, pero no con la primera. ¿Cómo podemos hacer inteligible esta
diferencia?
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reificación, como formas convencionales, de la intersubjetividad. Como tales, son
también objetos epistémicos potenciales de conocimiento común, incluyendo el
conocimiento científico y teórico.
Nuestra propuesta puede ahora ser comparada con el siguiente argumento a favor de la
existencia de la “intencionalidad colectiva”, propuesto por Searle (1995: 5-6).
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normativa, se convencionalizan como prácticas sociales y comunicativas. Esta definición
excluye acciones que pueden estar dirigidas hacia otros, pero que no se encuentran
enmarcadas como parte de una actividad gobernada por una norma. También excluye
actividades solitarias, las cuales pueden estar gobernadas por normas de ejecución o de
logro, como es el caso de la jardinería o de una receta de cocina, que pueden calificarse
como prácticas sociales, pero que (cuando se realizan en solitario) no involucran ninguna
interacción social. Incluye tanto prácticas discursivas semióticamente mediadas tales
como hablar y gesticular, y prácticas no discursivas socialmente organizadas como la
coparticipación en juegos o en construcciones físicas.
En cuanto a las diferencias entre el nudo y el billete de veinte dólares podemos decir que,
si el token monetario e destruido, el valor que este significa también se destruye, mientras
que si el nudo es desatado, la información que este significa no se pierde. El valor
monetario del billete lo acompaña mientras se encuentre en circulación. Por otra parte, el
nudo puede ser “usado” nuevamente para hacer acordar de otro mensaje distinto.
Finalmente, mientras que tiene sentido decir que el nudo “está en el lugar” del mensaje,
el billete no “está en el lugar” de, por decir, veinte billetes de un dólar, pero es
intercambiable por un equivalente a ellos. Mientras que el nudo es un signo del mensaje,
el billete es su valor monetario, es en sí mismo idéntico a ese valor.
La distinción entre la relación “cuenta como” y “está en lugar de” puede ahora ser usada
para distinguir entre la aceptabilidad gramática y la interpretación semántica de una
oración (Itkonen, este volumen):
“James eats meat” cuenta como una oración correcta del inglés, y está en lugar de la
proposición que indica que James come carne en el contexto C.
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sentido del hecho institucional de Searle? La respuesta, sugerimos, es sí: un objeto cuenta
como una silla si es un artefacto pensado y diseñado para ser usado como una silla. Las
propiedades físicas de una silla no son más, entonces, meros “hechos en bruto”, sino
características socialmente construidas y normativamente reguladas que permiten la
función canónica de la silla. La función canónica de los artefactos son, entonces, los
hechos sociales, y el mundo material de objetos “artefácticos” no está constituido tan solo
por “hechos en bruto” es su aspecto físico, sino que también por significados sociales.
Los objetos, entonces, no solo (como sucede con el pañuelo de Vygotsky) pueden ser
signos de algo más, pero, cuando son artefactos, como los son la mayoría de los objetos
que encontramos en nuestra vida cotidiana, son también significantes de sus funciones
canónicas socialmente estandarizadas en un contexto de prácticas sociales.
Se puede considerar que estos experimentos muestran, en primer lugar, los objetos son
cognitivamente comprendidos por los niños, desde edades muy tempranas, en función de
su función socialmente impuesta, normativa y canónica (el objeto “cuenta como” un
contenedor). En segundo lugar, la conceptualización emergente de relaciones espaciales
entre objetos también se deriva tanto de relaciones canónicas funcionales que contraen
los objetos unos con otros, como de información puramente perceptual-geométrica.
¿De dónde proviene esta comprensión, por parte del niño, de la función canónica de los
objetos? Esta pregunta es importante, por causa de la íntima relación entre las propiedades
físicas de un artefacto y su función canónica socialmente “bautizada”. La estructura física
de artefactos “tradicionales” como una taza no solo son no-arbitrarias sino que también
son esenciales para el cumplimiento de su función canónica.
Para concluir esta revisión de la evidencia experimental, enfatizamos el hecho de que las
funciones y las orientaciones canónicas, aunque pueden, en algún sentido, ser intrínsecas
al objeto en tanto entidad material con una determinada estructura y funciones para la
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acción humana, no son propiedades esenciales de los objetos como lo es la sustancia del
objeto. El encuadrado del objeto, en función de su función y orientación normativamente
apropiada, puede ser “localmente” enseñada y negociada. También hay variaciones
interculturales de la orientación y función canónicas asignadas a objetos que pueden ser
materialmente idénticos en distintas culturas.
Los artefactos tienen un significado intrínseco dado por su función canónica o su uso de
valor. Lo que un objeto “significa” en una ocasión determinada depende de algo más que
solo su función canónica. No solo puede un artefacto ser usado no canónicamente, sino
también existen significados constituidos que son relativamente autónomos del uso
canónico de valor del objeto. Principal es, entre estos, el significado del objeto como un
objeto de intercambio.
Sean o no las rutinas de dar y recibir una precondición indispensable para la adquisición
del lenguaje, es indudable que, en desarrollos típicos del lenguaje, es un precursor de este.
Hipotetizamos que representa un paso fundamental en el surgimiento tanto de la
subjetividad como del dominio de la simbolización. El control voluntario, en el
intercambio de objetos, de la recepción y la cesión de objetos, gobernado por normas de
comunicación y no por metas de consumición inmediata, prefigura el uso voluntario y
representacional de signos.
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5. Más allá de la díada: imaginando culturas y comunidades
Nos hemos centrado en los contextos de interacción triádicos, en los cuales el objeto es
el “tercer término” de un triángulo semiótico constituido por las interacciones entre dos
individuos (la díada prototípica de las explicaciones desarrollistas de la intersubjetividad,
y el hablante y oyente típico-ideal de la teoría lingüística). Lo que falta en nuestra
explicación, hasta ahora, es la “Tercera Persona Ideal”: no el Objeto, sino la comunidad
de práctica y significado que, en última instancia, sanciona las normas que gobiernan las
interacciones entre dos o más participantes cualesquiera en sus relaciones con la realidad
social. Al confrontar este constructo –Sociedad, Comunidad o como sea que sea
nombrado- nos encontramos con un problema fundamental de las ciencias sociales y
humanas. ¿Cómo podemos reconciliar la entidad de los sujetos humanos, su capacidad
para innovar, con las estructuras determinantes (aunque no estrictamente determinísticas)
y procesos que permiten el desarrollo del sujeto enculturizado y socializado? En esta
sección, mantenemos nuestra atención en el rol de os objetos y la “interobjetividad” en lo
que Vogel, Valsiner y Lira (1997) han llamado “la dinámica del indeterminismo en los
procesos sociales y del desarrollo”.
Molka et al. proponen la siguiente pregunta: ¿en qué sentido está el desarrollo del signo
relacionado con el proceso que genera o une la creatividad con la resistencia individual,
el hecho de poder de violar las reglas canónicas? Graban y analizan un episodio de juego
de roles sociodramático de un grupo de niñas de entre 5 y 6 años en la “casita” del aula
de una escuela primaria, en el cual un sombrero de vaquero cumplía un rol crucial como
utilería en una narrativa dramática actuada. El sombrero, inicialmente introducido con su
significado canónico “extendido” como un accesorio de moda, más tarde se convirtió en
un significante de una nueva identidad adoptada por una de las niñas como la
contrapartida femenina del personaje de un vaquero que era parte del conocimiento
común contextual de todas las niñas que componían el grupo. Era crucial tanto para la
interpretación del proceso por parte de los investigadores, como para la construcción de
las niñas del “mundo de fantasía”, la creativa designación lingüística del personaje como
“Beth Carrera”, una feminización gramatical del nombre del personaje vaquero
masculino “Beto Carrero”.
Como señalan Smolka et al., el sombrero permaneció a lo largo de todo el juego como un
sombrero, nunca fue usado por los niños como otra cosa que un sombrero. Al mismo
tiempo, se “convirtió” –o, más bien, pasó a significar- más que las reglas canónicas del
uso típico de un objeto que este encarnaba.
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más abarcativo, comprendido discursivamente y de género, mediante el cual, dice
Simolka, “el aspecto significativo de las acciones (inter)subjetivas… implica
necesariamente… inmersión en el lenguaje y producción de significado”.
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