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El paraíso de los estúpidos

La fineza de espíritu, o aquello que denominamos inteligencia, consiste en


percibir las infinitas matices de los cuales es suceptible un hecho. Bajo esta
consideración, es imposible reducir todas las perspectivas a una sentencia
unilateral.
Esa falta de complejidad se denota en todo su esplendor en juicios tales
como “está todo bien” o “esta todo mal”. No solo son juicios faltos de
complejidad sino que además erroneos, en el sentido de utilizar la
térmnología moral de forma indiscriminada.
Mientras menos complejo sea el análisis más tendencia habrá a sentencias
enfáticas de carácter público. Si alguien saliera a la calle gritando “¡Estamos
en el paraíso!” sería indubitable el hecho de una estupidez prominente.
Por que si bien estamos en el paraíso, también estamos en su opuesto. Y es
justamente ese lugar de tensión donde el espíritu crece, no instalándose en
las comodidades de recetas que se repiten sin cesar.
Es imprecindible pensar la realidad como síntoma de su estado contrario
toda exaltación de amor, unión, progreso, bondad, etc es más bien un
indicio de que sucede lo contrario. De allí la necesidad de redención enfática
que se ve en cada uno de esos gestos. Por poner un ejemplo más didáctico:
el jovén manifestandose pública y enfáticamente a favor de los derechos de
la mujer era justamente alguien que los había corrompido y violentado.
Aquel que es bueno no tiene necesidad de espectáculos públicos de lo que es.
¿Qué necesidad hay de remarcar lo que ya se és de forma evidente?, ¿Para
que hacer un postulado de lo que ya se és, de lo que no se puede dejar de
ser?
Todos los regímenes más nefastos se basaron en ese “paraíso de los
estúpidos”, fomentaron la cría selectiva de un tipo de hombre que fuese
incapaz de una perspectiva diferentes. Eliminaron, me encantaría que
fuese en el sentido figurado pero no ha sido así, a los mejores ejemplares de
la raza humana. Interpretaron, siguiendo con la lógica de soberanía, todo
disenso como un ataque personal.
2015 fqc

Sereno es el sueño que ansío,


Y al despertar, descubrir
Entre tu pecho y el mió,
Cálido un retoño nuestro.

Sobre escribir

Alguien aconsejo que el camino del buen escritor consiste en no cesar, jamás, de
escribir lo que su mente evoca. Volverlo todo lenguaje. Y que toda palabra, pensamiento
y acción se vuelvan materia prima de nuevos alumbramientos.
No cesar jamás, ese es el camino. Ser efusivo y hasta obstinado, rumiarlo todo y
regurgitar el mundo hecho lenguaje.
Es necesario el sinsentido de la palabra obstinada y veloz para darnos cuenta, amén de
un largo camino, que de nada sirve la efusividad. Pero quien no a cometido todos los
errores posibles está en disposición de cometer el peor, creer que esta cometiendo una
genialidad cuando solo se trata de un balbuceo novicio dulzón y superfluo.

Siempre he admirado a los grandes escritores, capacees de redimir estéticamente


acontecimientos triviales para el común de la gente, historias que no tienen más que un
interés vulgar puede volverse bajo su pluma verdaderas tragedias

¿Cómo incurrir en el error? Escribiendo sin cesar. Hay quien receto como fórmula para
convertirse en buen escritor el encerrarse a escribir durante tres días sin cesar. Quizás
este proceder decante al espíritu de lo superfluo trayendo a fin de cuentas algo digno de
perdurar. Lo que es cuestionable en éste ejercicio es que el resultado final, heterogeneo
en cuanto a los méritos y demeritos de las expresiones, debe a fin de cuentas pasar por
una criba que seleccione y rechaze, pasar a través de nuestro juicio estético. El creador
tiene una idea de lo que el cree que debe realizarse, por ello es posible que está idea sea
lo más perfecta y compleja hasta el punto de ser inalcanzable y de operar a fin de
cuentas, sólo como un ideal regulativo. Es común la idolatracion de una figura carnal,
de una persona de a la cual atribuimos la la forma carnal de la idea o la genesis de la
misma. El ideal debe operar de forma discreta, no ser patente ni palpable sino más bien
ser aquella finalidad difusa hacia la cual tiendes nuestros ímpetus creativos.
La conformación de ese ideal jamás, obviamente, ha sido el mismo a través de la
historia aunque todos son en cierta forma los que depuran la creación, el ideal no es un
lugar a llegar o un lugar habitable, es más bien algo que siempre esta por fuera de lo
creado, en sus contornos, embelleciéndolo y delimitándolo.
Una bella forma no existe jamás, lo bello es todo el silencio o toda la nada que la rodea
ciñéndose a los margenes de lo creado. El aire que se ciñe en los detalles de la estatua,
el silencio alrededor de un acorde cuyo resonar sublime tiene un fragor de creación, de
comienzo, de algo que hace que la nada habrá su frígido pecho y se ofrende a si misma
lo bello.
La belleza en si no existe, por que necesita de una complejidad que muchas veces
incluye la contradicción.

El canon no es más que una convención de lo que se determinará como bello y por lo
tanto no es más que un juicio prestado, un elemento de parloteo para quien no encuentra
la belleza. Si los cánones fueran de una naturaleza invariable, e inmutable en si misma,
el arte hubiera perecido hace tiempo. La variaciones permanentes que subyacen a la
actividad artistica son una de sus notas distintivas, aunque no exclusivas. La filosofía,
como perspectiva de la realidad ha ido variando históricamente en sus consideraciones
sobre: por ejemplo, la verdad. Asi también el arte esta abierto a este perspectivimo
radical y sujeto a períodos históricos.
El arte es una perspectiva de la realidad, un modo de mirarla. Verla tal cual es, es cosa
del arte realista, de esta forma la belleza se equipara con el ser de la cosa representada.
Oscar wilde hablando de la decadencia de la mentira, señala el arte realista como un
proceso de decadencia y vulgarización.
Esquilo decía que el representaba a los hombres, no como eran, sino como debian ser,
he aquí una conexión con la ética. Cuando el deber ser es el objeto de la belleza,
tenemos la unión de la ética con la estética.

La inmunidad crítica del arte como síntoma de decadencia

Prof. Cristian Ezequiel Guarinos

Esta mañana una sentencia de Platón, que sintetiza el parecer general de los griegos
sobre la cuestión, me sale al encuentro de una manera recurrente “El arte no es una
actividad irracional” (Gorgias, 465ª).
Se ha hecho un lugar común en el arte contemporáneo el “no cuestionamiento” de las
creaciones artísticas. Aquel que inquiere sobre la naturaleza de una determinada obra de
arte, de una determinada configuración espacio-temporal, inmediatamente es
sentenciado bajo la nomina de “ignorante”, o de falto de entendimiento en la materia. Ya
es hora de cuestionarnos si tal procedimiento no corresponde más bien a un mecanismo
de conservación de un género artístico deficiente. No se trata a fin de cuentas más que
uno de las muchas argucias que los artistas han esgrimido para perseverar en un estatuto
que los diferencie de los demás mortales. En la antigüedad era la inspiración, es decir la
creencia de que el poeta era el transmisor de palabras que un dios le ofrendaba al oído,
ahora es la creencia de que el arte es una actividad exenta de toda problematización, de
un “o la entendéis o no la entendéis, y punto”.
El artista se ha convertido en un lugar de lo incuestionable, de aquel lugar blindado
donde la crítica no puede penetrar más que a riesgo de su deficiencia. Siguiendo a Oscar
Wilde podemos afirmar que toda creación supone un espíritu crítico y que éste “ve a la
obra de arte como punto de partida para una nueva creación” y “no se limita a descubrir
la intención real del artista y a aceptarla como definitiva”.
La avidez que los artistas contemporáneos tienen por evadirse de la crítica es un
significativo síntoma de su incapacidad de sustentarla. Así por ejemplo, vemos con
recurrencia la liviandad y ligereza técnica y la no figuración atestando todas las
exposiciones. Tales artistas sostienen que esos métodos son producto de una elección
conciente, de un acto de libertad. Se incomodarían realmente si alguien les preguntase
¿podrían hacer otra cosa? La supuesta elección de una ligereza técnica y no figurativa
corresponde más bien a una incapacidad disfrazada de acto voluntario. Dicen “elegir”
pintar de esa manera cuando en realidad no están eligiendo: no pueden hacer otra cosa.
Los grandes artistas eligieron la ligereza técnica y la no figuración como consecuencia
de un vasto recorrido por los métodos opuestos: es decir por la pulcritud estilística y la
diáfana figuración. Pero ahora parlotean por doquier “artistas”, que casualmente,
ejercen de su arte en cuestión la parte más cómoda, toman el atajo eligiendo del arte
aquello que pueden ejercer de una manera directa. Esto no es más que origen de
cerrazón y de decadencia del arte ¿para que recorrer el laborioso camino que hace que
un artistas genere un estilo después de haber recorrido la mayor cantidad de ellos?:
¡Estornudemos sobre la tela y ya!...
¿Qué otro síntoma más notorio de decadencia que democratizar los derechos del genio?
Es hora de admitir que también el arte es parte de la misma lógica que impera la
decadencia social y cultural, que no es inmune a ese nihilismo. Creemos, al entrar en un
museo, que estamos dentro de un perímetro de inmunidad a la decadencia general. Lo
cierto es que sólo el reavivamiento de la crítica, propia y ajena, puede hacer que un
pueblo genere obras dignas de perdurar en la memoria de generaciones enteras, pero
pareciera ser que ello ya no importa o más bien, es una impertinencia.

Arúspice

(Arúspice: adivino etrusco que leía la voluntad divina a travez de las entrañas de un
animal sacrificado.
Gran importancia en las cortes romanas)

Una cabeza y otra, y otra. Ya la batea era un caldo sangriento de tripas y escamas que
saltaban por doquier perlando los azulejos del lavadero. Tiburcio comenzada a pensar si
todo el placer que la pesca le prodiga no se ve doblemente inhibido por quehaceres que
le siguen.
Tomando otra de las tarariras que flotaban en el balde repitió el proceso. Aferrando al
pez por las agallas lo recostó sobre la tabla y hecho el peso de su cuerpo para asegurarse
de que su babosa silueta no se escape. Con la otra mano, empuñando la cuchilla,
descamaba desde la cola a la cabeza. Después cortó la cola con una violencia tal que
tubo que esforzarse bastante para desencajar la hoja de la tabla de madera. Luego la
cabeza, ¡paff!.. no se quería desprender así nomás de la espina. Después las aletas: la
dorsal, las pectorales, las pélvicas. Luego un corte en la barriga para vaciar las tripas. Y
después todo eso al caldo de la batea.
Desde el lavadero oía el barullo que hacían los gatos en el patio, esperando las sobras de
la faena. Aunque no los veía en esa oscuridad, supo muy bien que percibiendo el aroma
del manjar comenzarían a pasearse por el tapial. El primero que se largaría desde allí
seria el hocico marrón, “Felipe”, siempre osado y pionero en las acciones del grupo,
luego la hembra, “Zarabanda”, grandota y negra, más cauta y menos ágil y luego los tres
pequeños, “Arisco”, “Rasguñador”, y “Desagradecido”. Luego del descenso se sentarían
todos bajo la planta de pomelo, observando con sus noctilucientes ojos a través del
espesor de la noche esperando que al abrirse la puerta se recortara en la tenue luz de la
portátil la figura de Tiburcio trayendo el balde con el contenido de la batea.
El círculo de lo predecible comenzaba a extenderse desde los quehaceres de los felinos
hacia todo lo que imaginaba. Podía con solo pensarlo ver al vecino friendo dos huevos
que burbujeaban violentados por un fuego feroz, al almacenero envolviendo con diario
un filet en cuya blanca carne quedará tatuada la noticia del día, a su hijo que volvería
del servicio como compensación por haber cosechado voluntariamente el maizal bajo
petición del General…
Todo era claro y quieto, percibió el ficticio fluir de la sangre yéndose por el desagüe.
Todo se tornó obvio, el olor de las tripas, y el coro de los gatos suplicantes, Florinda que
aparecerá repartiendo mandatos para preservar la pulcritud de los azulejos. Todo lo
existente se le abría de par en par mostrándole su esencia…Acaso si Dios quisiera
esconder algo ¿Qué lugar más adecuado que las entrañas de éste pescado y aquel?...¿que
secreto hay en lo grande que no se halle en lo mínimo?.
Debajo de la planta de pomelo, Zarabanda tironeaba de una tripa arrastrando a
Rasguñador, mientras Felipe masticaba ruidosamente una cabeza, con una complacencia
tal que parecía saber que esta seria la última vez que tal banquete les sería dado.

Breviario para iniciar una conversación de sobremesa

Tenemos una visión tan agraciada de nosotros mismos que todas las negativas que nos
dirigen las consideramos una impertinencia.

Quien nos convida con el aborrecimiento de un tercero, nos esta haciendo saber que
también nosotros seremos, llegado el momento, ese tercero.

A algo noble se le responde con el doble nobleza.

Es curioso como el alarde de pulcritud envenena támbien el pozo.

Hay dos tipos de preguntas: unas las hacemos queriendo saber la respuesta y otras,
interesados en que otros conozcan nuestro ignorancia sobre el asunto.

¿Qué es un estado de revolución permanente?...más de lo mismo

Hay dos tipos de preguntas:


1) La que hacemos cuando queremos saber algo.
2) La que hacemos queriendo que los demás sepan que estamos desentendidos de algo.

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