DE ROMA
INSTITUTO TEOLÓGICO DE. MURCIA. OFM
MARIOLOGÍA
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sino el fruto de la redención de Cristo, obrada por su muerte en cruz, y porque María
vivió en una carne capaz de sufrir, sometida al dolor, y que, por tanto, sólo encontrará su
perfección por la consumación del sufrimiento en la muerte.
CAPÍTULO I: MARÍA EN LA TEOLOGÍA
Si el cristiano quiere reflexionar más exactamente sobre la Virgen, debe abrir, en
primer lugar, la Sagrada Escritura. Esta misma Sagrada Escritura no puede leerse de una
manera correcta sino bajo la dirección del Magisterio Eclesiástico.
¿María puede ser objeto de fe, de nuestra comprensión y de nuestra proclamación
de la fe? Cuando se trata de la fe, cuando el hombre confiesa lo que sabe él de Dios por
la Palabra del mismo Dios, podría pensarse que entonces se trata exclusivamente del
Dios único y de su gracia. Se podría pensar que, tratándose de la fe, sólo está permitido
hablar de Dios, de su gracia, de su redención y, por tanto, de Su Verbo encarnado, y que
todo lo restante debería pasarse en profundo silencio.
Pero, ¿existe una teología del hombre? Sí, existe una teología del hombre, una
predicación y una teología que ensalzan y alaban a Dios en cuanto que dicen algo del
hombre. Para la teología y la fe no existe algo así como un Dios y junto a Él todo lo
imaginable, sino que existe sólo el Dios único, incomprensible, tres veces santo, digno
de adoración. Sin embargo, existe una teología del hombre en cuanto tal, una profesión
de fe que expresa algo del hombre mismo, no paralelamente a la profesión de fe del
único Dios eterno, sino incluida en esa misma profesión de fe; porque Dios mismo, en
su vida trinitaria, en su gloria insondable y eterna nos ha asumido en su misma vida
personal. Él mismo, en su propia Palabra, se ha hecho hombre.
Entonces nosotros, cristianos, no podemos confesar al Dios eterno sin alabarle
como quien se ha dado de tal manera a nosotros que, con toda verdad, podemos decir
que es también hombre, sentado a la diestra del Dios eterno. No se puede hacer teología
sin hacer al mismo tiempo antropología. No se puede decir quién es Dios verdadera y
realmente sin afirmar que su Palabra eterna, por la que Él se expresa a Sí mismo, es
hombre por toda la eternidad.
Después de Jesucristo, no se puede decir nada verdadero, auténtico y concreto
acerca de Dios sin reconocerlo como el Emmanuel, el Dios que ha nacido de María
virgen y, que como hombre entre nosotros es hombre y Dios en una sola Persona.
Y porque éste es el Dios verdadero se explica que aparezca en el punto central de
nuestra fe y de la teología el rostro de un hombre. La auténtica teología es la teología de
la exaltación del hombre, logrando en esa misma exaltación la alabanza única de Dios.
Por esta razón puede darse también una mariología, una dogmática de la Virgen y
Madre de nuestro Señor. Por ello no es la mariología un simple fragmento de una
biografía de Jesús de Nazaret, sino una afirmación de la fe sobre una realidad
dogmática, sin la cual no hay salvación.
A esto se añade que nosotros para nuestra salvación dependemos de los demás
hombres, dependemos los unos de los otros. Por naturaleza y por gracia existe una
comunidad que se traduce en la solidaridad en el pecado y en la culpa, en la comunidad
de la misericordia de Dios y de su gracia, en la unidad de origen y de fin. Ante Dios, la
comunidad de los hombres es una comunidad de salvación y de condenación.
Por el hecho de que estamos religados los unos a los otros también en la historia
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de la salvación, existe un orden salvífico en el que todos dependen de todos y ninguno
es insignificante para los demás. Dios ha querido que la salvación que Él opera en
nosotros sea llevada a cabo por mediación de los hombres.
Por ello, cuando la fe y la teología se expresan acerca de la importancia salvífica
de los hombres en la historia de Dios, deberán hablar de María, la Virgen Santa. Pues
Ella es la Madre de Aquél en quién se funda nuestra salvación, porque es Dios y hombre
en una sola Persona. Por el hecho de que nuestra salvación está en Jesucristo, María
tiene también una importancia decisiva. Es por esto por lo que la teología debe hablar de
Ella.
Cuando celebramos el mes de mayo somos una asamblea que alaba a Dios al
proclamar la gloria de la Virgen Santa porque dependemos, en nuestra salvación, de esa
misma Virgen y Madre de Dios.
No existe una mariología que pueda ser importante para nosotros si no es verdad
que cada uno es responsable también de la salvación de su hermano, y que puede y debe
actuar en su favor por medio de la oración, el sacrificio y la ayuda personal. Por esto,
María se nos presenta no solamente como la Madre de nuestro Señor, sino también
como nuestra Madre. Una alabanza a María es una glorificación del Dios eterno, que en
su Verbo hecho hombre se ha acercado a nosotros al nacer de la Virgen María.
CONCLUSIÓN
Al principio del segundo capítulo, Karl Rahner dice que no se propone escoger
una de las proposiciones acerca de la idea o principio sobre el que fundamentar la
mariología. Sin embargo, al leer todo este capítulo, no pasa desapercibido su inclinación
por el principio cristológico ya que al partir del concepto de cristiano perfecto, el mismo
concepto nos remite a Cristo. También, para definir la perfección de la realización de
ese cristianismo perfecto en María se basa en su sí al asentir, en la fe, a la Encarnación,
misterio que la convierte en Madre de Dios y la une indisolublemente a Cristo. Se nota
la clara tendencia cristotípica de Rahner.
Un aspecto importante que señala Rahner a tener en cuenta por todo aquel que se
decante por el cristotipismo o por todo el que quiera estudiar esta tendencia es que no se
debe considerar la maternidad divina desde el ámbito meramente biológico, sino que
hay que tener muy en cuenta, y nunca pasar por alto, que el acontecimiento de la
Encarnación del Verbo en el seno virginal de María absorbe totalmente el ser físico y
espiritual de la Virgen, y que no se realiza por un asentimiento biológico, carnal, natural
humano, sino que interviene de manera decisiva la fe de María, la gracia sobrenatural, y
que la historia de la relación interpersonal de María con Dios no se cierra –como no se
debe cerrar ninguna historia personal de relación con Dios– al ámbito íntimo,
individual, privado, sino que se abre al ámbito público, universal, y por eso es
sumamente fecundo, porque es el amor divino que vive en María, fruto de esa relación
interpersonal con Dios Amor, el que hace fecunda y universal la vocación de María, su
maternidad, su colaboración en la salvación del género humano. Por esta razón Ella es
el modelo del cristiano perfecto, la imagen de la Iglesia, el icono de la Esposa de Cristo.
Al ser miembro supereminente y del todo singular de la Iglesia (cf. LG 53) Ella es como
primicia de esa fecundidad de la Iglesia que engendra nuevos hijos en Cristo, que
engendra otros Cristos –alter Christus– en el Bautismo. La relación que une a María y a
la Iglesia es muy profunda: mirando a María, descubrimos el rostro más bello y tierno
de la Iglesia; mirando a la Iglesia, reconocemos las características sublimes de María1.
Otro punto que quiero resaltar del capítulo sobre la maternidad divina de María, y
de su protagonismo en este acontecimiento misterioso, es que Ella, al unir su palabra a
la Palabra de Jesús al entrar en el mundo 2, hizo posible nuestra salvación. La Palabra de
Jesús, es Palabra divina, es Dabar que produce la acción que profiere, es Palabra
“activa”. Sin embargo, la palabra de María no puede ser considerada de esta manera
porque Ella es una criatura. De cualquier manera, su palabra en este caso es palabra
“pasiva” que se deja penetrar de la Palabra “activa” divina, y, por esta razón, puede ser
fecunda, puede producir el efecto que pasivamente entraña. El «sí» de María y el «sí»
de Jesús3, fueron pronunciados simultáneamente y en total sintonía, al unísono. El Hijo
de Dios esperó el «sí» de María para pronunciar el Suyo junto con Ella. Pero sólo por el
«sí» de Jesús el «sí» de María tuvo toda la fuerza para atraer a su seno al Verbo de Dios.
Y esto, porque el «sí» de María, aunque es un acto libre y personal auténticamente
atribuible a María, es también gracia de Dios, que cuando otorga su gracia, todo lo que
da se convierte en auténticamente nuestro. Este proceso misterioso se encuentra
excluido desde su comienzo de un destino meramente privado, sino insertado en la
historia de la fe y de la salvación y es el punto central y culminante de toda la historia
de salvación.
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escrito en el rollo del libro - a hacer, oh Dios, tu voluntad!»
3 Ibídem.
Al hablar de la virginitas post partum, hay que hacer mención del matrimonio con
José. La maternidad trascendente de María, esa singular forma de ser madre, no implicó
la renuncia al matrimonio con José. Así como la maternidad en Ella no se atuvo a un
canon normativo de lo que es ser madre, así tampoco el matrimonio con José. Su
relación matrimonial también estuvo afectada por esa trascendencia.
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