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DISCERNIMIENTO VOCACIONAL

NDC

SUMARIO: I. Clarificación de términos. II. La orientación vocacional apunta al


discernimiento. III. Discernir desde la espiritualidad cristiana. IV. El
discernimiento vocacional: 1. Aspectos teológicos que hay que educar; 2.
Elementos constitutivos de la vocación cristiana; 3. Manifestaciones de la
vocación y criterios de discernimiento. V. Condiciones para el discernimiento. VI.
El tiempo oportuno para el discernimiento. VII. El itinerario del discernimiento
vocacional. VIII. Los autoengaños en el discernimiento.

En la etapa posconciliar se ha dado mucha importancia a las ciencias


psicosociales en los procesos de maduración de la persona, en la pedagogía
religiosa, en la acción pastoral y en la relación de ayuda, tanto para resolver
problemas como para orientar la vida. El cuerpo doctrinal que fundamenta esta
visión del crecimiento humano sitúa a la persona concreta en el centro de sus
preocupaciones, y subraya la importancia de aspectos afectivos en la
interpretación y resolución de los problemas personales. La clave de esta
pedagogía está en la conjunción de objetivos, necesidades, intereses y
maduración personal. El término integración se manifiesta como uno de los que
proporcionan mayor rendimiento educativo, pues apunta a la unidad del yo, así
como a la coherencia entre la situación en la que está y las metas hacia las que
se apunta. E. M. Erikson1 habla de una serie de actitudes básicas que van
construyendo la persona humana a través de las diferentes edades evolutivas.

En cada una de estas etapas nos relacionamos con personas significativas que
nos ayudan a ser nosotros mismos. Las principales actitudes que van
configurando la adultez y las personas que intervienen en la formación de las
mismas son: la confianza básica (la madre), la autonomía (la familia), la iniciativa
(la familia y los compañeros de juego), la efectividad (la escuela), la identidad
(los grupos de iguales), la intimidad (la pareja y la familia), la generatividad (la
familia y el trabajo) y la integridad del yo

(la sociedad). Estas actitudes básicas no surgen sin la presencia de virtudes


como la esperanza, la fuerza de voluntad, la fidelidad, la responsabilidad, la
reflexión y el amor.

I. Clarificación de términos

Pablo VI, en la Populorum progressio (PP 14-15), dice que toda la vida es
vocación; en consecuencia, la vocación es para todas y cada una de las
personas, y afecta al ser humano como totalidad y unidad. Por tanto, debemos
hablar de vocación y de vocaciones. Todas las vocaciones tienen
unos elementos constitutivos que son comunes: la llamada, la respuesta, el
estilo/estado de vida y la misión. Las diferencias entre las vocaciones está en los
modos de concretar cada uno de los elementos comunes de la vocación. En
consecuencia, no se pueden igualar todas las vocaciones ni tampoco se deben
privilegiar unas respecto de las otras. Lo importante es que cada uno conozca la
vocación a la que Dios le llama y responda de todo corazón, pues a través de
ella se da la llamada a la santidad, que es única y universal.

Por orientación vocacional entendemos las ayudas que un creyente recibe para
poder responder adecuadamente a las preguntas fundamentales de la vida2:
quién soy, qué debo hacer, qué aptitudes y actitudes tengo para responder
adecuadamente, cómo llegar a conocer la vocación personal y cómo saber que
no me engaño en la vocación a la que me siento llamado. Las ciencias humanas,
sobre todo la psicología y la pedagogía, son una ayuda imprescindible, tanto para
no equivocarse en la elección como para hacer de forma adecuada el camino
que lleve al discernimiento vocacional.

Los dos términos del enunciado orientación vocacional suponen una


determinada visión filosófica de la realidad humana. Hay que reconocer que
existen formas de entender la vida humana como algo replegado sobre el propio
yo, sin valorar adecuadamente la apertura a la realidad humana interpersonal,
estructural e histórica. Por el contrario, existen otras visiones de la persona
estructuradas desde las relaciones, el dinamismo histórico y la proyectualidad de
la existencia con esperanza y utopía. Como creyentes, nos orienta la
antropología teológica, que considera al hombre como imagen de
Dios, esencialmente comunitario y haciendo historia de salvación en la
humanidad, desde el compromiso solidario con los más desfavorecidos.

Al hablar de la vocación hay que superar cualquier dicotomía y evitar los posibles
reduccionismos. La vocación comporta un estilo y un estado de vida y un
quehacer profesional. Importa mucho que estos tres componentes se vivan como
elementos constitutivos de la vocación en armonía y coherencia, pero también
con realismo, es decir, huyendo de perfeccionismos imposibles y desarrollando
las posibilidades concretas de cada persona.

II. La orientación vocacional apunta al discernimiento

El creyente debe buscar en cada momento y situación lo que agrada a Dios (cf
Rom 12,2; 14,8; 2Cor 5,9; Ef 5,10; F1p 4,18; Col 3,20; Tit 2,9). Esto no es algo
evidente o espontáneo; por el contrario, el creyente debe poner todos los medios
para descubrir personalmente lo que es voluntad de Dios. El término
discernimiento aparece 22 veces en el Nuevo Testamento, y constituye una de
las categorías básicas para entender la vida cristiana. Esta visión
neotestamentaria sitúa el vivir cristiano en un horizonte nuevo: no es el
cumplimiento de una norma lo que agrada a Dios, sino la búsqueda personal de
su voluntad. El régimen de la ley ha sido superado por Cristo (cf Rom 10,4; 7,1-
4) y estamos en el régimen de la gracia (cf Rom 6,14). Lo importante es que la
novedad y las posibilidades del evangelio alcancen a toda persona y a todas las
personas (lCor 9,19-23). «Cuando Pablo habla de la liberación con respecto a la
ley, no se refiere solamente a las observancias legales y a las ceremonias rituales
que practicaban los judíos, sino que además de eso, y sobre todo, se refiere a la
ley en su sentido más general, es decir, se refiere a la ley en cuanto
manifestación de la voluntad preceptiva de Dios, cuya expresión culminante es
el decálogo»3.

Según Rom 12,1-2, el culto verdadero es el discernimiento de la voluntad de


Dios, que tiene que ver con el comportamiento básico de los cristianos (cf Ef 5,8-
10; Flp 1,8-11) y sus posibles desviaciones (cf lCor 11,28-29; 2Cor 13,5-6; Gál
6,4-5). La adultez cristiana y el vivir según el Espíritu están íntimamente
relacionados con la capacidad de distinguir lo bueno de lo que no lo es (cf He
5,14; Un 4,1).

El discernimiento de las cuestiones importantes requiere una condición básica:


que en los creyentes se haya producido la conversión del corazón que permita
una forma renovada de ver y analizar lo que es la voluntad de Dios (cf Rom 12,2
y Ef 4,17-24). La primera manifestación de esta nueva mentalidad consiste en
situarse de forma crítica y alternativa frente a la moral prevalente y el orden
establecido (cf 1Cor 1,20-28), expresión de los intereses egoístas de los
poderosos según este mundo. Esta condición es todavía más importante para el
discernimiento vocacional, pues la vocación cristiana supone un estilo de vida
evangélico, estructurado desde la conversión del corazón, la referencia eclesial
y el trabajo por el Reino. En la medida que el creyente va entrando en comunión
de vida con la persona de Jesucristo y va teniendo sus mismos sentimientos, va
creciendo en el amor a Dios y al prójimo. Cada persona discierne desde los
valores que vive cotidianamente; por lo mismo, sólo quien vive la experiencia del
amor evangélico puede discernir adecuadamente lo que agrada a Dios (cf Ef
5,10), lo mejor (cf Flp 1,9-10; 1Tes 5,21-22; Heb 5,14) y lo que es voluntad de
Dios (cf Rom 12,2).

El peligro en todo proceso de discernimiento, sea vocacional o no, está en asumir


como voluntad de Dios lo que no puede serlo. ¿Cómo sabe.el cristiano que la
opción tomada es la que Dios le pide? En el Nuevo Testamento, y más
constantemente en los escritos paulinos, hay una correlación entre el
discernimiento evangélico y los frutos de vida cristiana (cf Ef 5,8-10 y Flp 1,9-11);
lo que no termina dando buenos frutos no se puede aceptar (cf Mc 11,14; Mt
3,10; 21,43; Lc 13,6-9 y Jn 15,6). Frutos son todas las obras que manifiestan
dominio de las pasiones, respeto y tolerancia, fidelidad, humildad, alegría, paz y
amor incluso a los enemigos4. En las relaciones, proyectos y compromisos en
que aparecen estos frutos es fácil encontrar la voluntad de Dios; donde
predominan las rupturas, intereses, partidismos e injusticias, no se puede
discernir la voluntad de Dios (cf 1Cor 13,3).
III. Discernir desde la espiritualidad cristiana

La espiritualidad cristiana consiste en acoger la presencia del Espíritu Santo en


la existencia cotidiana de las personas y en ser fiel a las inspiraciones y acciones
de este Espíritu. La espiritualidad cristiana se forma en el seguimiento de Jesús;
este camino nos lleva a los siguientes descubrimientos vitales5: 1) como Jesús,
hav que vivir para la construcción del reino de Dios en la historia; 2) las
bienaventuranzas son el proyecto de vida y acción del cristiano; 3) la vida de fe
y el compromiso se viven eclesialmente, y 4) la fuente que nos alimenta es la
vida trinitaria (fe, esperanza y amor).

El proyecto vocacional de vida que Dios tiene preparado para cada uno llega a
conocerse y aceptarse si se dan las experiencias propias de la vida cristiana; sólo
cuando estas se pasan por el corazón en actitud de disponibilidad se puede
escuchar lc que Dios pide a cada uno.

No es posible el discernimiento vocacional si antes no se ha trabajado la


espiritualidad cristiana, que se construye desde las dificultades del día a día, y
en ellas también desemboca. La lectura de los signos de los tiempos es un
elemento imprescindible, tanto para la configuración de la identidad cristiana
como para el discernimiento vocacional.

En los evangelios vemos cómo el Espíritu actúa desde el principio, total y


personalmente, en la persona y la historia de Jesús de Nazaret; por la pascua de
Cristo, este mismo Espíritu ha sido derramado a la Iglesia para que siga haciendo
presente la salvación de Dios en cada comunidad y en cada contexto histórico.
Este Espíritu es el que nos lleva a la plenitud de la vida, en el corazón de la
Trinidad, en la Iglesia y en el compromiso liberador. 1. Ellacuría entiende «la
espiritualidad cristiana como don de Dios a los pobres», pues continúa en la
historia la entrega de Jesucristo. La espiritualidad cristiana conlleva
intrínsecamente una praxis que quite del mundo la injusticia y posibilite el que la
gracia de Dios aparezca en los corazones, las relaciones y las estructuras.

Educar en la espiritualidad cristiana supone ayudar a: 1) Crecer en introspección,


silencio y reflexión, para acoger mejor la acción de Dios, los signos de los tiempos
y descubrir los egoísmos y autoengaños; 2) la superación progresiva y constante
del pecado personal, los apegos desordenados, las limitaciones por rutina o
superficialidad, la falta de esfuerzo, etc.; 3) hacer un camino de fe que conduzca
a la oración diaria y a la oración afectiva; el encuentro con el Señor en la oración
y los sacramentos es el ámbito privilegiado para que cambie el corazón y para
escuchar su voz; 4) el análisis de la realidad para descubrir el paso de Dios por
la vida y la apertura de esta a la acción de Dios; el evangelio pide una actitud
empeñativo-transformadora, que aproxime lo más posible el mundo que
tenemos, al proyecto salvador del Padre; 5) la comprensión de la vida personal
como compromiso liberador desde los pobres, para que el pecado, en sus
múltiples manifestaciones, dé lugar a la gracia de Dios; 6) plantearse el futuro en
clave de disponibilidad a la voluntad de Dios: cómo y dónde serviré más y mejor
a mis hermanos más necesitados; no se trata de una cuestión de compromiso
únicamente, pues este, si no está alentado por la misericordia entrañable de
Dios, es difícil que sea permanente; 7) descubrir al creyente que va madurando
en su fe cómo la palabra de Dios en la Escritura y en la Tradición, y en la vida e
historia de la Iglesia, es el alimento cotidiano de la fe; esto da a la vida cristiana
un talante misionero que engloba la oración y el compromiso; 8) la
sacramentalidad del pobre, del excluido, del explotado, del enfermo y del
pecador, que nos descubre el mal del mundo, el rostro de Cristo y las entrañas
misericordiosas del Padre; la fe en el Dios de Jesús y la lucha por la justicia van
indisolublemente unidas, pues el Padre quiere que todos sus hijos se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad; 9) la vida teologal como lo que da unidad
a la vida del creyente y dinamiza los aspectos fundamentales de la vida humana:
la confianza plena en el Padre y en el sentido de la vida, la esperanza en un
futuro nuevo y pleno desde Jesucristo y la entrega a los demás por la fuerza del
Espíritu; 10) la vocación como acogida del amor trinitario y como continuación de
la misión del Hijo, por la acción del Espíritu Santo, en la Iglesia y para el mundo.
Este modo de hacer del Dios cristiano requiere escucha, apertura y
disponibilidad.

IV. El discernimiento vocacional

En la Carta a los hebreos leemos: «nadie se arroga tal dignidad, si no es llamado


por Dios». En esta expresión se sintetiza el proceso de maduración vocacional:
la llamada de Dios, la respuesta del vocacionado y la misión encomendada. «El
ser humano es capaz de Dios y oyente de la palabra; porque ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios, puede encontrarse con Dios como Creador y
Señor»6. La persona es esencialmente dialogal, y está llamada a vivir en apertura
a la realidad, a los demás y a Dios mismo. A este respecto nos iluminan los
relatos vocacionales que aparecen en la Sagrada Escritura, que constan de los
siguientes elementos: contextualización socio-política de lo que cuentan,
experiencia de Dios que llama personalmente y encomienda una misión
concreta, señal que confirma la llamada y conclusión del relato.

1. ASPECTOS TEOLÓGICOS QUE HAY QUE EDUCAR. La vida es llamada a


relacionarse con Dios y con los demás. El pecado es sustitución de las relaciones
humanizadoras por las relaciones de dominio y cosificación.

Cada vocación se sitúa en el horizonte de destino de la humanidad: llegar a ser


la familia de los hijos de Dios.

Las tres grandes mediaciones de la vocación son: Jesucristo, la Iglesia y la


humanidad necesitada de salvación.
La vocación cristiana nos remite a la Trinidad y a la Iglesia: todo parte del amor
del Padre (cf Rom 8,29-30; Col 3,12; He 22,14-15), Cristo es el camino para ir al
Padre y el comienzo de la nueva humanidad (cf Gál 6,15), el Espíritu Santo lleva
a término la obra comenzada en nosotros, capacitándonos para responder al
proyecto del Padre; y la Iglesia como Cuerpo de Cristo es madre y maestra de
todas las vocaciones.

2. ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE LA VOCACIÓN CRISTIANA. a) La


llamada personal. Dios quiere que todos los hombres se salven. Esta iniciativa
de Dios, sorprendente y desbordante, nos lleva a valorar la existencia de forma
distinta (cf Rom 9,21). Jesucristo es la revelación plena y personal de la
manifestación y acercamiento de Dios a la humanidad (cf RH 11). «La clave
fundamental para percibir la llamada de Dios es sentirse alcanzado por
Jesucristo, que nos revela la plenitud del misterio de Dios, nos enseña a
responder en fidelidad a la voluntad del Padre y nos ayuda a salir, de manera
nueva y comprometida, al encuentro de las necesidades de los hermanos»7.

b) La misión recibida. El proyecto salvador del Padre pasa por continuar en este
mundo la misión comenzada en y por Jesús de Nazaret. La misión se vive
desde el estar con él; por eso el llamado necesita docilidad al Espíritu Santo, que
le lleva al encuentro con Cristo y con los hermanos. El mismo es garante de la
misión confiada, pues estará con nosotros hasta el final (cf Mt 28,20). La misión
concreta recibida por el vocacionado se inserta en la Iglesia y es para el Reino;
en la Iglesia todas las vocaciones son para ayudar a otros a acoger el evangelio
como buena noticia y para construir entre todos el Reino con obras y palabras.

c) La respuesta del llamado. La llamada vocacional es algo personal, histórico e


intransferible, y tiene que ver con la estructura básica de la fe cristiana madura:
vivir la salvación. Esta es la opción fundamental del creyente, y todas las
decisiones deben tomarse en relación a ella. La gran llamada es al seguimiento
de Cristo en la Iglesia y para el Reino. Esta vocación bautismal, común y
universal, se concreta de forma plural, y cada bautizado tendrá que poner los
medios para discernir la vocación a la que Dios le llama. La respuesta vocacional
da unidad a la vida entera del creyente, haciendo que todas las dimensiones de
la persona confluyan, de forma convergente, en Dios y su proyecto salvador (cf
GS 22; RH 10; PP 22).

3. MANIFESTACIONES DE LA VOCACIÓN Y CRITERIOS DE


DISCERNIMIENTO. Según el capítulo V de la constitución Lumen gentium, del
Vaticano II, la llamada a la santidad se vive dentro de la vocación concreta de
laico, presbítero o religioso. Las llamadas vocacionales surgen en el contexto
eclesial y pertenecen al orden de la gracia; por lo mismo, los criterios de
discernimiento vocacional con los que se analizan las manifestaciones de la
vocación también serán de la misma naturaleza. «Cuando un bautizado se siente
llamado a una vocación concreta, es porque el Espíritu Santo crea en él
una inclinación espiritual que le lleva a gustar y sentir aquella vocación como algo
en lo que él gozosamente se reconoce. Las manifestaciones de la llamada de
Dios son las siguientes: deseo de seguir a Cristo, de servir a la Iglesia y de
construir el reino de Dios, reconocer en la propia llamada la gracia de Dios, y
poseer las cualidades para la vocación concreta»8.

El deseo de avanzar en el seguimiento de Jesucristo y de que el evangelio


constituya el centro de la vida debe ser la principal motivación vocacional, sea
cual sea la vocación concreta a la que uno se siente llamado. Al aceptar y desear
seguir una vocación, lo decisivo está en el convencimiento de que es Dios mismo
el que nos llama y nos capacita con su gracia para responder adecuadamente.
La llamada, para ser real y posible, debe ser recibida por sujetos con las
cualidades requeridas: disposiciones naturales (aptitudes) y cualidades
conseguidas (actitudes).

Los rasgos de madurez para poder vivir la vocación son: la estabilidad


psicológica, la afectividad-sexualidad entendida como amor oblativo, la
orientación de la vida desde el servicio a los demás, la fidelidad a las opciones
tomadas, la resolución aceptable de los problemas y conflictos, la aceptación de
las propias limitaciones, un estilo de vida sencillo y encarnado y el plantearse lo
cotidiano desde Dios.

Todas las vocaciones requieren el reconocimiento eclesial (cf OT 20; LG 45);


este elemento eclesial manifiesta que la vocación es un don de Dios y que a la
comunidad cristiana le corresponde reconocer y cuidar este don. El
reconocimiento eclesial ayuda a los llamados a estar más seguros de la llamada
recibida, que de este modo sale del ámbito personal y es ratificada por la
comunidad. «Según sea el camino vocacional que uno ha discernido como
propio, así será la comunidad a la que a partir de ese momento se toma como
referencia, pertenencia y camino de confirmación vocacional. La acción
salvadora de Dios ha acaecido siempre en la historia de la humanidad; también
la llamada de Dios se sitúa en la vida de los creyentes que viven como comunidad
peregrina. Los aspectos importantes de la existencia humana se afianzan en las
relaciones, el diálogo en profundidad y la fidelidad en el tiempo, pues, en
definitiva, se trata de comprometerse con otros y para otros en el futuro. El
alcance del proyecto vocacional se va desarrollando a medida que se camina en
búsqueda y perseverancia»9.

En la historia de la Iglesia, los consejos evangélicos de pobreza, castidad y


obediencia se han formulado pensando en la vida religiosa. Estos consejos
evangélicos, adecuadamente reformulados, deben alentar los diferentes caminos
vocacionales. Laicos, presbíteros y religiosos estamos llamados a vivir los
valores que propone Jesús de Nazaret:

a) La pobreza evangélica. La segunda persona de la Trinidad asume la condición


humana, nace y muere fuera de la ciudad, se presenta desde la pequeñez y el
servicio, y anuncia el evangelio a los pecadores, pobres, enfermos y marginados.
La pobreza que propone Jesús de Nazaret se fundamenta en el amor entrañable
y misericordioso del Padre, que nos regala la vida, el amor, la libertad, la paz y
la esperanza. La apertura a estos bienes fundamentales implica el
desprendimiento de todas las ataduras materiales y un estilo de vida austero y
sencillo, estructurado por los valores del ser, el servir y el compartir, frente al
tener, el dominar y el competir que nos propone la sociedad de consumo y el
pensamiento neoliberal.

b) La obediencia evangélica. Desde la perspectiva cristiana, la obediencia


significa responder a lo que nos constituye como imagen de Dios: el tratar de vivir
como hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. La voluntad de Dios
consiste en que todos sus hijos sean libres y felices; prestar atención a este
proyecto, dejar que impregne nuestra mente y corazón y hacerlo realidad en lo
cotidiano, eso es cumplir la voluntad del Padre (cf Rom 8,2; Gál 6,2; 1Cor 9,21).
Para ello hay que ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, superar los egoísmos
e intereses, dejar entrar a los hermanos en la propia vida y compadecerse de los
más necesitados. La obediencia evangélica significa confianza plena en el Padre
y disponibilidad a lo que él nos pide a través de los hermanos necesitados. En
modo alguno se puede equiparar la obediencia a la rutina, a la pasividad o al
protagonismo individual; por el contrario, la vida comunitaria es el lugar donde la
corresponsabilidad florece y se expresa en los frutos del Espíritu Santo (cf Gál
5,22-23).

c) El amor evangélico. El Nuevo Testamento llama agape a la forma de amor que


ha encarnado Jesús de Nazaret. Su amor es universal, incondicional, y hasta el
final. El himno de 1Cor 13 expresa las características del amor humano cuando
se vive desde el amor de Dios. El amor auténtico se caracteriza por lo siguiente:
asume gozosamente la corporalidad como encuentro de personas, valora a la
persona en sí y por sí misma, reorienta los impulsos pasionales, ayuda a madurar
en unidad personal, abre a lo comunitario y solidario, alimenta la experiencia
afectiva de Dios y entiende la disponibilidad como la forma cotidiana de amar.

V. Condiciones para el discernimiento

La condición básica para poder encontrar la vocación es que el creyente,


relativizando todas las cosas, quiera hacer la voluntad de Dios. Y esto lo siente
con paz, confianza y alegria, pues la voluntad de Dios va muy unida a la
realización personal y a lo que pasa en la Iglesia y en el mundo.

Supuesta esta condición básica, es necesario disponer el corazón; no basta con


querer, hay que poder, es decir, hay que preparar el terreno para que lo que se
desea se consiga. Los presupuestos para poder encontrar la voluntad de Dios
son: el amor al prójimo, los valores morales, la apertura a las necesidades de los
otros y la convergencia de la razón, las intuiciones y los sentimientos. Estos
dinamismos de la persona funcionan si el creyente va purificando su corazón de
todos los apegos desordenados que le desvían de su Salvador y del sentido
último de la vida. La superación personal de los egoísmos es tanto más rápida y
eficaz cuanto el cristiano se sitúa en lugar del pobre, para sentirse necesitado de
salvación y responder a los gritos de los explotados y oprimidos.

Un corazón purificado del pecado y sensible al amor al prójimo es la tierra


abonada para que Dios pueda hacerse presente. El lugar adecuado de la
escucha de Dios es la oración, que alimenta la vida teologal (fe, esperanza y
caridad) y fortalece los dinamismos antropológicos básicos: la apertura, la
confianza, la disponibilidad y la entrega. Esta autocomunicación personal de Dios
se realiza en la oración contemplativa y a través de la lectura de fe de los
acontecimientos (signos de los tiempos) que se dan en la historia cercana y
lejana de la Iglesia y el mundo. La persona de Jesucristo es la referencia
fundamental para el creyente, ya que él es la revelación definitiva y plena de Dios
a los hombres; él es el hombre libre para los demás transido por el deseo de
hacer la voluntad del Padre, y comprometido solidariamente con la condición
humana hasta el final. El seguimiento de Jesús y la contemplación de los
misterios de su vida, muerte y resurrección, nos llevan a acoger la voluntad del
Padre y a entregar la vida al Reino. «El proyecto de Dios —la liberación de todos
los hombres— saldrá adelante a través de la cruz, es decir, de la pobreza y el
sufrimiento solidario. Qué importante es para el creyente descubrir el sentido de
la cruz: plenitud del amor de Dios, asunción de lo más deshumanizado y
anticipación de la plenitud futura»10.

Supuesto el proceso anterior, el discernimiento de la vocación puede darse


de tres formas distintas11:

a) Claridad y rapidez en el discernimiento. El creyente percibe claramente la


vocación a la que Dios le llama, no le cabe duda y tiene una gran paz interior.
Sabe y siente las dificultades que la toma de esta decisión le va a suponer, así
como los sufrimientos por los que puede pasar; a pesar de todo, manifiesta una
resolución alegre y decidida. Quien así discierne no ve para él otro camino
vocacional que aquel por el que opta.

b) Dudas y resistencias existenciales en el discernimiento. La perplejidad afecta


tanto a los aspectos objetivos de la fe y de la vocación como a los signos
vocacionales y a lo que ha ido pasando por el interior de la persona. Las dudas
engendran miedos y resistencias a la hora de tomar una decisión; por lo mismo,
el tiempo de discernimiento debe prolongarse hasta que la conjunción de mente,
realidad y corazón permitan seguir el camino al que Dios llama.

c) Tranquilidad existencial, pero con pocos elementos afectivos en el


discernimiento. La cabeza funciona bien, los datos se perciben con verdad y
objetividad, pero al corazón le falta ilusión e intuición. La tranquilidad psicológica
es buena señal para dar importancia a los datos objetivos y decidir desde el
evangelio, desde las necesidades eclesiales y desde los más pobres lo
que razonablemente parece la vocación a la que Dios llama.

En todos los casos, una vez tomada la decisión, se abre una etapa de
comprobación para ver si el camino elegido es realmente la voluntad de Dios.
Desde dentro, viviendo los elementos constitutivos de la vocación a la que el
creyente se siente llamado, y con la ayuda del acompañamiento personal, se
podrá confirmar o no el camino vocacional iniciado.

VI. El tiempo oportuno para el discernimiento

El Espíritu sopla donde y como quiere, y Dios llama de muchas maneras; en


consecuencia, no hay un tiempo determinado para la llamada vocacional, pues
el dueño de la viña saléva cada hora y envía operarios a su campos. Con todo,
el tiempo de la juventud y la etapa de iniciación cristiana son momentos
privilegiados para prepararse y oír la llamada del Señor. «El fin definitivo de la
catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad
con Jesucristo... La comunión con Jesucristo, por su propia dinámica, impulsa al
discípulo a unirse con todo aquello con lo que el propio Jesucristo estaba
profundamente unido: con Dios, su Padre, que le ha enviado al mundo y con el
Espíritu Santo, que le impulsaba a la misión; con la Iglesia, su cuerpo, por la cual
se entregó; con los hombres, sus hermanos, cuya suerte quiso compartir» (DGC
80-81; cf CT 5).

La vocación tiene mucho que ver con la maduración de la fe y con el momento


vital en que el joven se abre a la realidad social en toda amplitud: estudios,
trabajo, participación socio-política, estabilidad afectiva, estilo/ estado de vida,
proyecto de vida, metas de futuro, etc.

La fe madura consiste en vivir estas facetas de la vida desde la experiencia de


Dios Padre, el sentido eclesial de la fe y el compromiso con los valores del
evangelio. La culminación de los procesos de maduración de la fe entre los 18 y
25 años es el tiempo más propicio para la orientación vocacional. El Proyecto
marco de pastoral de juventud12 define la auténtica espiritualidad por la nota
inconfundible de la fe integrada en la vida del joven. De este modo el evangelio
«alcanza y transforma los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos
de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos
vitales» (EN 19).

El tiempo oportuno para el discernimiento vocacional es una conjunción de


elementos variados: edad apropiada, madurez humana básica, adhesión a la
persona de Jesucristo, actitud de disponibilidad, relación de acompañamiento y
proceso de discernimiento. Con esto estamos afirmando uno de los principios
generales de la pastoral vocacional. «Toda pastoral, y en particular la juvenil, es
originariamente vocacional; en otras palabras, decir vocación es tanto como decir
dimensión constituyente y esencial de la misma pastoral ordinaria, porque la
pastoral está desde los comienzos, por su naturaleza, orientada al discernimiento
vocacional. Es este un servicio prestado a cada persona, a fin de que pueda
descubrir el camino para la realización de un proyecto de vida como Dios quiere,
según,las necesidades de la Iglesia y del mundo de hoy»13.

La comprensión y puesta en práctica de este principio supondría un salto


cualitativo en la pastoral vocacional actual, así como un enfoque más profundo
de la pastoral juvenil. El momento adecuado para la orientación vocacional es
fruto de un proceso pedagógico en el que Jesucristo aparece como auténtico
maestro y formador que siembra a manos llenas, hace arder el corazón, educa
(saca de la nada), forma las actitudes humanas y evangélicas, y ayuda a discernir
el don del Padre.

El camino de maduración vocacional es lento y se va fraguando en el día a día;


ahí se van poniendo las bases para que la llamada de Dios pueda resonar en el
corazón del creyente. Este proceso requiere, en el momento adecuado, por su
propia naturaleza, unos días dedicados al discernimiento vocacional. En ellos
hay que partir de las preguntas básicas: ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿dónde
fundamento mi existencia? y ¿cómo acojo la voluntad de Dios en el presente?
En una experiencia de discernimiento vocacional «es necesario cambiar el
protagonismo de los interlocutores que intervienen en la oración; lo primero e
importante no es lo que nosotros pensemos, digamos y sintamos como
consecuencia. Lo decisivo es que aquello que contemplamos nos mire a
nosotros, nos seduzca y alcance el corazón, para que podamos gustar la altura,
la anchura y la profundidad del misterio de Dios y dejar que él actúe en nosotros.
El fíat de María —expresión de confianza, acogida y disponibilidad— es un
modelo referencia) de la actitud básica para poder hacer el discernimiento
vocacional»14.

La vocación es una gracia y el itinerario para llegar a descubrirla también; por lo


tanto, si queremos llegar a buen término, debemos comenzar pidiendo a Dios
con sencillez e insistencia la gracia de conseguir lo que nos proponemos:
discernir la propia vocación. Al mismo tiempo, hay que posponer las prisas, las
preocupaciones, las tensiones y el deseo de llegar al final de forma rápida y
exitosa. Por el contrario, nuestros esfuerzos deben centrarse en preparar el
terreno para que Dios pueda actuar; lo demás le corresponde a él y hay que
ponerse confiadamente en sus manos. El contraste diario de lo vivido con alguna
de las personas que animan el encuentro será la mayor garantía de que
avanzamos por el buen camino. La experiencia de discernimiento vocacional
tiene sus exigencias internas, que hay que acoger con actitud de apertura,
novedad y desbordamiento; este es uno de los mejores cauces para que el
Espíritu Santo pueda actuar.

VII. El itinerario del discernimiento vocacional


El discernimiento vocacional requiere un camino educativo, unos ámbitos
apropiados y una propuesta pedagógica. El fin al que queremos llegar y el
método empleado deben ser convergentes, pues la referencia necesaria es la
persona de Jesús. Se lee en el documento Nuevas vocaciones para la nueva
Europa: «Ante todo, los evangelios nos presentan a Jesús mucho más como
formador que como animador, precisamente porque obra siempre en
estrechísima unión con el Padre, que esparce la semilla de la Palabra y
educa (sacando de la nada), y con el Espíritu que acompaña en el camino de la
santificación»15. Según el reciente documento pontificio sobre la pastoral
vocacional, los principales pasos pedagógicos en el camino vocacional son los
siguientes:

a) Entender la vida de fe como diálogo del creyente con Dios y encuentro de dos
libertades: Dios, que llama a quien quiere y como quiere (2Tim 2,9), y el hombre,
que está invitado a entrar en ese diálogo de gracia. «Que ninguno, por nuestra
culpa, ignore lo que debe saber para orientar, en sentido diverso y mejor, la
propia vida»16. Esta experiencia llega de múltiples formas, algunas casi
imperceptibles, y que suelen pasar desapercibidas si uno no está atento al paso
de Dios por la propia vida.

b) El acompañante está para ayudar al vocacionado a escuchar y reconocer las


insistentes llamadas que le llegan. Como Elí con el joven Samuel, el
acompañante remite a Dios, como el que llama en medio de la noche, la fragilidad
y la ambigüedad. «Quizá la primera tarea del acompañante vocacional es la de
indicar la presencia del Otro, o de admitir la naturaleza relativa de la propia
cercanía o del propio acompañamiento, para ser mediación de tal presencia o
itinerario hacia el descubrimiento del Dios que llama y se acerca a cada
hombre»17.

c) El diálogo entre el acompañante y acompañado se va haciendo desde el


testimonio de la vocación que tiene el acompañante. El diálogo se hace
confesión de fe en Dios que llama y envía y expresión de la plenitud que supone
el vivir la vida según la voluntad de Dios. Esta forma de situarse del acompañante
es la que mejor puede suscitar las grandes cuestiones que hay en el fondo de
los corazones de los adolescentes y jóvenes que buscan de una u otra forma el
sentido de la vida.

d) El diálogo con Dios lleva a un mejor conocimiento de uno mismo y a una mayor
apertura al misterio de Dios. Esta doble apertura lleva a descubrir los apegos y
desórdenes del corazón humano, a superar un planteamiento de la vida centrada
en el yo y a comprender todo lo que el ser humano tiene de misterio. «Es posible,
y para ciertos aspectos natural, que, llegado a este punto, el joven sienta brotar
dentro de sí como una necesidad de revelación; esto es, el deseo de que el Autor
mismo de la vida le revele su significado y el puesto que en ella ha de ocupar.
¿Qué otros, además del Padre, pueden realizar tal revelación?»18. El camino
vocacional se sustenta en la paternidad/maternidad de Dios que a través de la
Palabra, que es Cristo, hace un diálogo de la existencia a la Palabra y de la
Palabra a la existencia. El conocimiento de uno mismo en la presencia fundante
del Padre tiene un ámbito privilegiado, la oración de confianza y de súplica para
que el Señor nos manifieste su rostro y comunique su voluntad. Esta manera de
orar requiere aprendizaje y la ayuda de alguien que, orando así, vive
gozosamente su vocación.

e) «La formación es, de algún modo, el momento culminante del proceso


pedagógico, ya que es el momento en que se propone al joven una forma, un
modo de ser, en el que él mismo reconoce su identidad, su vocación, su norma.
Es el Hijo, impronta del Padre, el formador de los hombres, pues es el modelo
según elcual el Padre creó al hombre. Por esto él invita a los que llama a tener
su forma. El es, al mismo tiempo, el formador y la forma»19. Dejarse formar por
Jesús que da sentido pleno a la vida desde su entrega personal hasta morir por
nosotros. En el evangelio, la vida es don recibido para ser don entregado; de ahí
la importancia de comprender la existencia humana como llamada, «dejarse
escoger y enviar». En definitiva, ser creyente maduro es dejarse traspasar por el
amor oblativo que lleva a vivir la gratuidad de la propia entrega y la disponibilidad
a lo que Dios y los hermanos nos pidan (cf Mt 10,8; 1Cor 4,7). A partir de esta
actitud de fe vienen las concreciones en los diferentes proyectos vocacionales.
El seguimiento de una vocación exige esfuerzos y renuncias, pero también
desarrolla las potencialidades más genuinas de cada persona hasta límites
insospechados, humanamente hablando. Cuando la confesión de fe en
Jesucristo coincide con el propio reconocimiento se puede hablar de madurez
vocacional.

f) La adhesión afectiva del joven a Jesucristo en una vocación concreta supone


un proceso de discernimiento. El primer síntoma de la adhesión afectiva del
llamado está en la decisión de encaminarse y poner los medios. Los miedos e
indecisiones cuando se ha visto claro el camino responden a fiarse poco de Dios
y a medir, sobre todo, las fuerzas del yo. Por el contrario, el que de forma
espontánea y pronta testimonia la llamada vocacional, manifiesta una señal
inequívoca de vocación. El conocimiento de la naturaleza y misión de la vocación
a la que uno se siente llamado es la guía más certera para avanzar en el camino
vocacional.

g) Los criterios de discernimiento que nos ofrece el documento pontificio20 son


los siguientes: 1) Apertura al misterio que mantiene al creyente en búsqueda con
confianza plena en Aquel que nos acoge y perdona, y a quien se encuentra en lo
cotidiano de la vida, cuando se vive con generosidad y radicalidad. 2) La
identidad personal basada en que somos «imagen de Dios». Desde esta realidad
básica que nos constituye como hijos de Dios y hermanos entre nosotros, Dios
nos llama a ser algo que nosotros no hemos proyectado y que abarca
unitariamente la mente, el corazón y la voluntad. En consecuencia, la llamada
vocacional es don que nos precede y supera, y respuesta radical e histórica. 3)
La asunción positiva del pasado. A la hora de proyectar el futuro es importante
estar reconciliado con la propia historia porque se ha integrado afectivamente, se
han curado las heridas y se ha aprendido de los propios errores. Las vocaciones
que surgen de hechos negativos o traumáticos no asumidos suelen presentar
poca consistencia. 4) La libertad interior del vocacionado para dejarse
orientar (docilidad). Esta disposición es imprescindible para toda la tarea de
integración del pasado y de reelaboración de la personalidad cristiana. La
docilidad vocacional requiere especial cultivo en el campo de la maduración
afectivo-sexual, el de las inconsistencias afectivas, que el llamado debe aprender
a conocer y controlar, y la armonización de la certeza de la llamada con las
limitaciones personales sin reduccionismos ni enmascaramientos.

VIII. Los autoengaños en el discernimiento

En el proceso de discernimiento somos tentados y engañados por el mal


espíritu que, de forma sutil, nos plantea dudas, miedos y falsas dificultades, para
impedirnos avanzar en la toma de decisiones. A estos mecanismos psicológicos
y espirituales les denominamos autoengaños. El creyente que pasa por ellos
difícilmente los percibe, si no es con la ayuda del acompañante, que le posibilita
el ver con más claridad lo que está pasando en su corazón.

Veamos los principales autoengaños: 1) Buscar la plena claridad intelectual


sobre la decisión que se ha de tomar. Consiste en el convencimiento de que hay
que tener certeza total sobre la vocación concreta a la que Dios nos llama para
ponerse en camino. En consecuencia, como la llamada vocacional nunca se
suele presentar como evidencia absoluta, el sujeto queda paralizado en la toma
de decisiones. 2) Entender la llamada que Dios hace como algo voluntario, a lo
que se puede o no responder, pues la salvación personal y la vivencia de la fe
no dependen de esta respuesta. Este desenfoque presenta la vida cristiana en
términos de mínimos obligatorios y se olvida de que creer es seguir a Jesús en
total disponibilidad. 3) Concretar los compromisos que se van a hacer en la vida
sin haber definido qué se va a hacer con la vida. Este autoengaño transforma los
medios en fines y entretiene la cuestión fundamental para un creyente: conocer
y hacer la voluntad de Dios. 4) Fijarse demasiado en las propias limitaciones para
concluir sintiéndose no capacitado para cumplir con las exigencias de la vocación
a la que uno se siente llamado. El vocacionado olvida que Dios todo lo puede y
que es su gracia la que nos capacita para responder adecuadamente. Además,
Dios da primero lo que pide después. 5) El engaño del futuro. Consiste en dejar
para más adelante las decisiones que se deberían tomar en el momento
presente. Cuando se reacciona así, no se tiene la intención de responder a la
llamada, pero difiriendo la respuesta parece que la propia responsabilidad queda
mitigada. 6) El miedo a equivocarse impide la decisión vocacional. Ante la
posibilidad de elegir un camino que después se descubre como equivocado, es
preferible no arriesgarse inútilmente. La decisión vocacional sólo se puede
confirmar desde la vivencia de la misma, y esto es un momento posterior a la
toma de opciones. Si el vocacionado comprueba que el camino elegido no es
aquel al que Dios le llama y rectifica, no se ha equivocado, pues ha hecho lo que
debía hacer. 7) Proyectar en dificultades extremas los inconvenientes para no
responder. Es una reacción inmadura y adolescente, pues uno se niega a sí
mismo la capacidad de responder como adulto, ya que delega en otras instancias
las competencias que sólo a él le corresponden. 8) Querer discernir la vocación
dejando fuera los aspectos más significativos de la existencia: los estudios, el
trabajo, el estilo de vida, la afectividad, el compromiso con los más necesitados,
etc. Esto no es admisible, pues justamente la vocación es el ámbito desde el que
se concretan todos los aspectos anteriores.
NOTAS: 1 E. M. ERIKSON, Infancia y sociedad, Buenos Aires 1996. — 2. J. VALCÁRCEL, Orientación
profesional y promoción humana, Madrid 1973. —3. J. M. CASTILLO, Discernimiento, en FLORISTÁN
C. -TAMAYO J. J. (dirs.), Conceptos fundamentales de pastoral, Cristiandad, Madrid 1983'-, 265; cf
Símbolos de libertad. Teología de los sacramentos, Sígueme, Salamanca 1981, 272-279; cf E.
PASTOR, La libertad en la Carta a los gálatas, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 1977. 4 J. M.
CASTILLO, El discernimiento cristiano según san Pablo, Facultad de Teología, Granada 1975, 83-89.
— 5 I. ELLACURÍA, Espiritualidad, en FLORISTÁN C.-TAMAYO J. J. (dirs.), a.c., 301-309. — 6.
J. SASTRE, El discernimiento vocacional, San Pablo, Madrid 1996, 93. —7. Ib, l 15. — 8 Ib, 117-118.
— 9 Ib, 120. — 10Ib, 92. — 11. J. LAPLACE, La experiencia del discernimiento en los «Ejercicios
espirituales» de san Ignacio, Secretariado de Ejercicios, Madrid 1978. — 12 CEAS, Jóvenes en la
Iglesia, cristianos en el mundo, Edice, Madrid 1992, 55. – 13. OBRA PONTIFICIA PARA LAS
VOCACIONES, Nuevas vocaciones para la nueva Europa, Cuadernos Confer (1998) 73; J. SASTRE,
o.c., 131. — 14 Ib. — 15 OBRA PONTIFICIA PARA LAS VOCACIONES, a.c., 105. – 16 PABLO VI, Mensaje
para la XV Jornada mundial de oración por las vocaciones (16-4-1978). — 17. OBRA PONTIFICIA PARA
LAS VOCACIONES, a.c., 111. — 18 Ib, 117. — '9 Ib, 120. — 20 Cf Ib, 129-134.

BIBL.: Además de la consignada en notas, AA.VV., La no directividad en la educación de la fe, San Pío
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Madrid 1982'; BERZOSA R., El camino de la vocación cristiana, Verbo Divino, Estella 1991; BOFF L., El
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Santander 1981; BRUNELLI D., Profetas del Reino, Ciar 58, Bogotá 1987; CASTAÑO C., Psicología y
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