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SEMINARIO DE SEÑOR SAN JOSÉ DE LA ARQUIDIÓCESIS

DE GUADALAJARA

INSTITUTO DE TEOLOGÍA
“SAN CRISTOBAL MAGALLANES”

AFILIADO A LA FACULTAD DE TEOLOGÍA


DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD LATERANENSE

EL PECADO ORIGINAL Y LA CONCUPISCENCIA

Profesor: Pbro. Lic. Miguel Ángel Ávila


Materia: Seminario de Investigación Teológica: El Pecado Original
Alumno: Bryan Alejandro Ramírez Barba

Guadalajara, Jalisco, México. 14 de enero de 2019


INTRODUCCIÓN

¿Por qué la Iglesia insiste tanto en entender el pecado original como una decisión
fundamental para entender la situación de pecado en la que vive el hombre y sus
luchas interiores? ¿Por qué se ha de entender el pecado original como una decisión
puntual y no como el resultado del pecado de toda la humanidad?
En este pequeño estudio se pretenden responder algunas de estas interrogantes que
causan ciertas confusiones para entender y tratar de exponer la doctrina católica. Se
presentará el tema buscando una manera satisfactoria de explicar tal problema,
teniendo en cuenta la doctrina católica y los avances en el pensamiento teológico.
Se expondrá, primero, el desarrollo sobre las sentencias del pecado original que
hace el Catecismo de la Iglesia Católica pasando, después, a mostrar el pensamiento
que hacen algunos teólogos sobre el tema y, por último, se procurará explicar el
problema sin lastimar la doctrina de la Iglesia, pero tratando de dar una respuesta
satisfactoria. La finalidad de esta obra no es abordar el tema desde la Sagrada Escritura
sino desde las líneas del Magisterio, concretamente a partir del catecismo de la Iglesia
Católica y el Concilio de Trento. Procuraré ceñirme al método concéntrico.

2
CAPÍTULO I

EL PECADO ORIGINAL DESDE EL


CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
1. El primer pecado del hombre
La doctrina del pecado original es, por así decirlo, «el reverso» de la Buena Nueva
de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que
la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo1.
El hombre, tentado por el Diablo, dejó morir en su corazón la confianza en su
creador2 y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto
consistió el primer pecado del hombre3 […] En adelante, todo pecado será una
desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad4.
En este pecado el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios y por ello
despreció a Dios […] «el hombre, constituido en un estado de santidad, estaba
destinado a ser plenamente «divinizado» por Dios en la gloria»5.
La armonía en la que se encontraba, establecida gracias a la justicia original, queda
destruida… la muerte hace su entrada en la historia de la humanidad6. Desde este
primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el mundo 7.

1
CEC 389.
2
Cf. Gn 3, 1-11.
3
Cf. Rm 5, 19.
4
CEC 397.
5
Ibid 398.
6
Cf. Rm 5, 12.
7
CEC 400-401.
3
2. Consecuencias del pecado de adán para la humanidad
Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán8… La inmensa miseria
que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles
sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un
pecado con que todos nacemos afectados y que es «muerte del alma»9.
¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo
el género humano es en Adán, dice Santo Tomás de Aquino, «sicut unum corpus unius
hominis» (como el cuerpo único de un único hombre). Por esta «unidad del género
humano», todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están
implicados en la justicia de Cristo: «Cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un
pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en
un estado caído […] por eso, el pecado original es llamado «pecado» de manera
análoga: es un pecado «contraído», «no cometido», un estado y no un acto»10.
Así, podemos decir que el pecado original es la privación de la santidad y de la
justicia originales. Cabe mencionar que la naturaleza humana no está totalmente
corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al
sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es
llamada «concupiscencia»)11.

8
CEC 402.
9
Ibid 403.
10
Ibid 404.
11
Ibid 405.
4
CAPÍTULO II

DIFERENTES INTERPRETACIONES
DEL PECADO ORIGINAL
1. El pecado original, explicado en clave de evolución (P. Teilhard de Chardin,
K. Schmidt-Moormann, J.L. Segundo)
El pecado original sería un subproducto necesario de la unificación a partir de lo
múltiple. El mal, el dolor físico, la falta moral, se introducen en el mundo en virtud
del ser participado12.
«El pecado de que Cristo nos libera sería, entonces, más «original» que si hubiera
sido cometido un día por el primer padre; es la base de la unidad de la especie humana
y de nuestra solidaridad con el universo»13.
El pecado, de modo semejante a la entropía (es la que se opone a la marcha
ascendente de la evolución), es anti evolucionista, se opone a Cristo, que ha de luchar
contra él14.
No se niega el pecado original, sino que se da la posibilidad de comprender este
pecado como precedencia y preparación al pecado personal por el hecho de que uno
pertenezca a la especie humana15.

12
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 123.
13
Idem.
14
Idem.
15
Cf. Ibid 124.
5
2. El pecado original, explicado en clave de «pecado del mundo» (P.
Schoonenberg, Martelet)
El padre Schoonenberg se pregunta en concreto por qué hay que dar al pecado de
Adán una relevancia especial, y si no puede pensarse que todos los pecados, incluido
el primero, ponen al hombre en la situación de privación de gracia en que ahora se
encuentra16.
Si se acepta esta posibilidad, se plantea el problema de la universalidad del pecado:
En un período más o menos largo el mundo de pecado, por decirlo de algún modo, no
habría «cuajado» todavía, de manera que, durante este tiempo, no tendría por qué
implicar a toda persona que viniera a este mundo. El pecado no habría sido, en este
sentido, universal 17.

El padre Schoonenberg trató de resolver esta dificultad, en un primer momento,


diciendo que el Magisterio de la Iglesia ha puesto siempre en relación la universalidad
del pecado original con la necesidad que todos tienen del bautismo; por lo tanto, sólo
estamos obligados a afirmar esta universalidad a partir del momento en que el
bautismo ha existido; lo que daría pie a pensar que ha sido con el rechazo concreto de
Cristo, con su muerte en la cruz, cuando se ha producido el pecado universal
definitivo, una «segunda caída» definitiva, que ha consumado la historia de pecado18.
…La necesidad del bautismo significa sobre todo necesidad de Cristo redentor. ¿Se
da ésta sólo después de la encarnación y muerte de Cristo? Podría darse la paradoja
de que Jesús, que viene a quitar el pecado del mundo, no haga más que acrecentarlo.
Es verdad que el rechazo de Cristo y su muerte en concreto son la máxima
manifestación del pecado. Pero no parece que este rechazo inaugure la situación
pecaminosa, sino que más bien es de algún modo consecuencia del pecado ya
existente. En el mismo Nuevo Testamento, la muerte de Jesús parece verse en
continuidad con la historia precedente de pecado y de rechazo de Dios (cf. Mt 21,33ss
par., parábola de los viñadores homicidas) 19.

16
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 125.
17
Ibid 125.
18
Cf. Ibid 125.
19
Ibid 125-126.
6
El padre Schoonenberg no ha sido el único en considerar la suma de los pecados
de los hombres como pecado originante, sin conceder relevancia específica al primer
pecado20.
En la misma línea aparece Martelet quien considera que el «pecado de Adán» no
puede ser causalidad respecto de los otros pecados; este primer pecado sería una falta
«arquetípica» en la que aparece la naturaleza de todo pecado21.

20
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 126.
21
Ibid 126.
7
CAPÍTULO III

LÍNEAS PARA COMPRENDER EL PECADO ORIGINAL


1. Llamados a pertenecer al Cuerpo de Cristo
El punto de partida estará en la solidaridad de los hombres en el bien, y
consiguientemente en el mal; así también, en las repercusiones comunitarias del
pecado personal.
Todos los hombres estamos llamados a la unión con Cristo en su cuerpo, la Iglesia.
Desde esta premisa se podrá comprender la solidaridad de los hombres también en el
mal como el reverso de la medalla de la vocación que todos los hombres tenemos a la
unión con Cristo. Es claro que el bien que cada uno realiza tiene efectos positivos para
todos, y que el pecado no daña sólo al que lo comete, sino que tiene consecuencias
negativas para los demás22.
El «estado original» significaba una posibilidad concreta que Dios dio al hombre
de realizar su vida en armonía con el designio divino en Cristo, de vivir en amistad
con su Creador, en gracia; y de ser mediador para otros de esta posibilidad. El pecado
significa que esta cooperación a la obra de Dios no ha sido aceptada, y que, en
consecuencia, no existe esta situación de presencia de Dios y de gracia que nos
impulsaría hacia el bien. Podemos decir que la «mediación» de la gracia de Cristo,
que el hombre hubiera podido recibir por el hecho de venir al mundo, ha fallado23.

22
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 111.
23
Cf. Ibid 112.
8
Al hablar del pecado en clave de evolución hemos de tener en cuenta dos nociones
que se han de entender y distinguir muy bien, perfectibilidad de la criatura y mal
moral. Además, que el «pecado original originado» reclama el pecado originante. No
sólo un origen, sino específicamente un pecado de origen24.

2. El pecado de Adán
No hay contradicción entre el «pecado de Adán» y el «pecado del mundo»; no se
trata de una alternativa, ambos se exigen de algún modo mutuamente: el segundo, sin
el primero, deja de tener explicación. No se trata de decir que este primer pecado sea
de naturaleza o gravedad distintas de los otros. Pero es, simplemente, el primero, y,
como tal, de algún modo el desencadenante de una historia de pecado, a la que todos
los hombres hemos contribuido después y seguimos contribuyendo25.

3. Todos somos Adán


En este sentido, todos somos Adán; la doctrina del pecado original adquiere sin
duda así un peso existencial mucho mayor: no somos sólo víctimas del pecado de los
demás, sino que también los demás son víctimas de nuestro pecado. El primer o
primeros pecadores no son, por tanto, los responsables de todos los males; pero la
situación de pecado se arrastra desde el comienzo de la historia, no como una mera
suma de pecados personales, sino también como un destino solidario (mejor sería
decir «anti solidario») de toda la humanidad; en este sentido, el pecado de «Adán»
nos ha constituido a todos en pecadores26.

4. El Bautismo como solución al pecado original


En el bautismo, el hombre es plenamente renovado y desaparece de él todo lo que
tenga razón de pecado, es la afirmación del concilio de Trento. Pero, por otra parte,
tenemos la experiencia cotidiana del pecado de los bautizados. ¿No tienen nada que

24
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 124.
25
Cf. Ibid 128.
26
Cf. Ibid 128-129.
9
ver estos pecados personales del bautizado con el pecado original? ¿No tienen ninguna
relación con la privación de comunicación de gracia que nos rodea?
Al respecto podemos decir que en el contexto de la doctrina del pecado original el
concilio de Trento no alude a la disposición con que se recibe el bautismo, a la
aceptación de la gracia, etc. No así en el decreto sobre la justificación donde esta
disposición y cooperación es expresamente tenida en cuenta. Por esto nos podemos
preguntar si en todo caso la aceptación de la gracia y la cooperación a la misma ha de
ser total y completa, en modo de eliminar en el justificado todo resquicio de
«pecado»27.
Simplemente afirmamos que la respuesta y la cooperación a la gracia, necesaria en el
adulto y que también en el caso del bautismo del niño deberá realizarse una vez que
éste llegue a la edad del discernimiento, difícilmente será tal que la inserción en Cristo
y la eliminación del mal se logren perfectamente. No nos separamos del todo del
mundo de pecado. Los pecados personales del bautizado tienen que ver, por tanto,
también con el pecado original y con el «pecado del mundo»; no serán, en general,
exclusivamente personales ni en su raíz ni en sus consecuencias. La mediación
negativa del mal sigue actuando en nosotros mientras estemos en este mundo. La
plena justificación del pecador es un bien escatológico 28.

En cuanto miembro de la humanidad pecadora, todo hombre, incluidos los niños,


somos pecadores y necesitados de redención, aunque no hayamos pecado
personalmente. Por ello el bautismo de los niños es también, en un sentido verdadero,
aunque analógico, «para remisión de los pecados».
Los hombres han contraído «algo» del pecado de Adán (pasando al positivo la
formulación de Cartago y Trento), que ha de ser lavado con el bautismo. En nuestra
reflexión sistemática tratamos de entender este «algo» como la privación de la gracia,
que lleva consigo la privación de la amistad con Dios29.

27
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 129-130.
28
Ibid, 130.
29
Cf. Ibid 119.
10
5. ¿Qué decir de la concupiscencia?
Ahora el hombre, con la gracia de Cristo, ha de vencer una resistencia al bien que
no existiría si los hombres hubiéramos sido siempre dóciles a sus inspiraciones. La
concupiscencia nos obliga así, como señala Trento, a una lucha para hacer el bien, a
una superación de las malas inclinaciones. No es estrictamente pecado, pero de él
proviene y a él inclina. Y si la concupiscencia procede del pecado, podemos decir
también que la integridad o libertad procede de la gracia, es el fruto de la presencia
del Espíritu en nosotros. En la medida en que el hombre se deja penetrar por la gracia,
por el Espíritu de Cristo, puede recobrar la libertad perdida30.

30
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 50-51.
11
CONCLUSIÓN

Constantemente en el estudio de la teología se puede tener la tentación de atropellar


algunas verdades de fe para hacer que nuestro pensamiento se adecúe a la ciencia
descubierta o aparezca moderno. Y aunque tenemos la obligación de dar razón de
nuestra fe en el mundo que nos rodea, hemos de procurar ceñirnos al tesoro de la fe
que durante años la Iglesia nos proporciona.
Al terminar este estudio podemos decir:
Ante la explicación del pecado original en clave de evolución debemos refinar el
hecho de no confundir que la criatura humana sea perfectible con el hecho de la
maldad moral; aunque el pecado haya venido al mundo por la posibilidad que
encontraba en la perfectibilidad humana no quiere decir que necesariamente tuvo que
haberse dado gracias a la perfectibilidad del hombre. Además de que existen muchas
situaciones de maldad que no se pueden explicar solo desde el ser finito del hombre.
Y ante la explicación del pecado original en clave del pecado del mundo, que piensa
que no es necesario exponer este problema desde un pecado personal primero, sino
que es el pecado de cada persona la que nos pone en esta situación de pecado. Hemos
de decir que es necesario tener en cuenta el pecado del primer hombre, ya que la
redención de Cristo es para todas las personas, cosa que se podría poner en duda ya
que cabría la posibilidad de que alguna persona no cometiera pecado y por lo tanto
que no necesitara de la salvación de Cristo.
El analogado principal al abordar este tema tiene que ser la salvación de Cristo que
es para todo hombre, que los hombres pertenecemos a Cristo, a su cuerpo y que como
12
miembros de su Cuerpo nuestras acciones y decisiones tienen consecuencias para los
demás, principalmente en lo bueno, aunque también dando la posibilidad de dañarnos,
como es el caso del pecado original. Hemos de comprender que estamos llamados a
la gracia, a vivir en plenitud con Cristo, pero que hemos de hacerlo con nuestra
decisión, aceptando los medios de Cristo que por amor nos regala.

13
BIBLIOGRAFÍA

LADARIA, L. F., Teología del pecado original y de la gracia, Madrid, 1993.

Biblia de Jerusalén, Bilbao, 2009.

Catecismo de la Iglesia Católica, México D. F. 1993.

OBRAS CONSULTADAS:

RUIZ DE LA PEÑA, J.L., El don de Dios, Santander, 1991.

IZQUIERDO, C., «Pecado Original», Diccionario de Teología, Navarra, 2006.

MORALES, J., El Misterio de la Creación, Navarra, 1994.

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