DE GUADALAJARA
INSTITUTO DE TEOLOGÍA
“SAN CRISTOBAL MAGALLANES”
¿Por qué la Iglesia insiste tanto en entender el pecado original como una decisión
fundamental para entender la situación de pecado en la que vive el hombre y sus
luchas interiores? ¿Por qué se ha de entender el pecado original como una decisión
puntual y no como el resultado del pecado de toda la humanidad?
En este pequeño estudio se pretenden responder algunas de estas interrogantes que
causan ciertas confusiones para entender y tratar de exponer la doctrina católica. Se
presentará el tema buscando una manera satisfactoria de explicar tal problema,
teniendo en cuenta la doctrina católica y los avances en el pensamiento teológico.
Se expondrá, primero, el desarrollo sobre las sentencias del pecado original que
hace el Catecismo de la Iglesia Católica pasando, después, a mostrar el pensamiento
que hacen algunos teólogos sobre el tema y, por último, se procurará explicar el
problema sin lastimar la doctrina de la Iglesia, pero tratando de dar una respuesta
satisfactoria. La finalidad de esta obra no es abordar el tema desde la Sagrada Escritura
sino desde las líneas del Magisterio, concretamente a partir del catecismo de la Iglesia
Católica y el Concilio de Trento. Procuraré ceñirme al método concéntrico.
2
CAPÍTULO I
1
CEC 389.
2
Cf. Gn 3, 1-11.
3
Cf. Rm 5, 19.
4
CEC 397.
5
Ibid 398.
6
Cf. Rm 5, 12.
7
CEC 400-401.
3
2. Consecuencias del pecado de adán para la humanidad
Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán8… La inmensa miseria
que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles
sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un
pecado con que todos nacemos afectados y que es «muerte del alma»9.
¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo
el género humano es en Adán, dice Santo Tomás de Aquino, «sicut unum corpus unius
hominis» (como el cuerpo único de un único hombre). Por esta «unidad del género
humano», todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están
implicados en la justicia de Cristo: «Cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un
pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en
un estado caído […] por eso, el pecado original es llamado «pecado» de manera
análoga: es un pecado «contraído», «no cometido», un estado y no un acto»10.
Así, podemos decir que el pecado original es la privación de la santidad y de la
justicia originales. Cabe mencionar que la naturaleza humana no está totalmente
corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al
sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es
llamada «concupiscencia»)11.
8
CEC 402.
9
Ibid 403.
10
Ibid 404.
11
Ibid 405.
4
CAPÍTULO II
DIFERENTES INTERPRETACIONES
DEL PECADO ORIGINAL
1. El pecado original, explicado en clave de evolución (P. Teilhard de Chardin,
K. Schmidt-Moormann, J.L. Segundo)
El pecado original sería un subproducto necesario de la unificación a partir de lo
múltiple. El mal, el dolor físico, la falta moral, se introducen en el mundo en virtud
del ser participado12.
«El pecado de que Cristo nos libera sería, entonces, más «original» que si hubiera
sido cometido un día por el primer padre; es la base de la unidad de la especie humana
y de nuestra solidaridad con el universo»13.
El pecado, de modo semejante a la entropía (es la que se opone a la marcha
ascendente de la evolución), es anti evolucionista, se opone a Cristo, que ha de luchar
contra él14.
No se niega el pecado original, sino que se da la posibilidad de comprender este
pecado como precedencia y preparación al pecado personal por el hecho de que uno
pertenezca a la especie humana15.
12
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 123.
13
Idem.
14
Idem.
15
Cf. Ibid 124.
5
2. El pecado original, explicado en clave de «pecado del mundo» (P.
Schoonenberg, Martelet)
El padre Schoonenberg se pregunta en concreto por qué hay que dar al pecado de
Adán una relevancia especial, y si no puede pensarse que todos los pecados, incluido
el primero, ponen al hombre en la situación de privación de gracia en que ahora se
encuentra16.
Si se acepta esta posibilidad, se plantea el problema de la universalidad del pecado:
En un período más o menos largo el mundo de pecado, por decirlo de algún modo, no
habría «cuajado» todavía, de manera que, durante este tiempo, no tendría por qué
implicar a toda persona que viniera a este mundo. El pecado no habría sido, en este
sentido, universal 17.
16
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 125.
17
Ibid 125.
18
Cf. Ibid 125.
19
Ibid 125-126.
6
El padre Schoonenberg no ha sido el único en considerar la suma de los pecados
de los hombres como pecado originante, sin conceder relevancia específica al primer
pecado20.
En la misma línea aparece Martelet quien considera que el «pecado de Adán» no
puede ser causalidad respecto de los otros pecados; este primer pecado sería una falta
«arquetípica» en la que aparece la naturaleza de todo pecado21.
20
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 126.
21
Ibid 126.
7
CAPÍTULO III
22
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 111.
23
Cf. Ibid 112.
8
Al hablar del pecado en clave de evolución hemos de tener en cuenta dos nociones
que se han de entender y distinguir muy bien, perfectibilidad de la criatura y mal
moral. Además, que el «pecado original originado» reclama el pecado originante. No
sólo un origen, sino específicamente un pecado de origen24.
2. El pecado de Adán
No hay contradicción entre el «pecado de Adán» y el «pecado del mundo»; no se
trata de una alternativa, ambos se exigen de algún modo mutuamente: el segundo, sin
el primero, deja de tener explicación. No se trata de decir que este primer pecado sea
de naturaleza o gravedad distintas de los otros. Pero es, simplemente, el primero, y,
como tal, de algún modo el desencadenante de una historia de pecado, a la que todos
los hombres hemos contribuido después y seguimos contribuyendo25.
24
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 124.
25
Cf. Ibid 128.
26
Cf. Ibid 128-129.
9
ver estos pecados personales del bautizado con el pecado original? ¿No tienen ninguna
relación con la privación de comunicación de gracia que nos rodea?
Al respecto podemos decir que en el contexto de la doctrina del pecado original el
concilio de Trento no alude a la disposición con que se recibe el bautismo, a la
aceptación de la gracia, etc. No así en el decreto sobre la justificación donde esta
disposición y cooperación es expresamente tenida en cuenta. Por esto nos podemos
preguntar si en todo caso la aceptación de la gracia y la cooperación a la misma ha de
ser total y completa, en modo de eliminar en el justificado todo resquicio de
«pecado»27.
Simplemente afirmamos que la respuesta y la cooperación a la gracia, necesaria en el
adulto y que también en el caso del bautismo del niño deberá realizarse una vez que
éste llegue a la edad del discernimiento, difícilmente será tal que la inserción en Cristo
y la eliminación del mal se logren perfectamente. No nos separamos del todo del
mundo de pecado. Los pecados personales del bautizado tienen que ver, por tanto,
también con el pecado original y con el «pecado del mundo»; no serán, en general,
exclusivamente personales ni en su raíz ni en sus consecuencias. La mediación
negativa del mal sigue actuando en nosotros mientras estemos en este mundo. La
plena justificación del pecador es un bien escatológico 28.
27
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 129-130.
28
Ibid, 130.
29
Cf. Ibid 119.
10
5. ¿Qué decir de la concupiscencia?
Ahora el hombre, con la gracia de Cristo, ha de vencer una resistencia al bien que
no existiría si los hombres hubiéramos sido siempre dóciles a sus inspiraciones. La
concupiscencia nos obliga así, como señala Trento, a una lucha para hacer el bien, a
una superación de las malas inclinaciones. No es estrictamente pecado, pero de él
proviene y a él inclina. Y si la concupiscencia procede del pecado, podemos decir
también que la integridad o libertad procede de la gracia, es el fruto de la presencia
del Espíritu en nosotros. En la medida en que el hombre se deja penetrar por la gracia,
por el Espíritu de Cristo, puede recobrar la libertad perdida30.
30
Cf. L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 50-51.
11
CONCLUSIÓN
13
BIBLIOGRAFÍA
OBRAS CONSULTADAS:
14