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Núcleo de aprendizaje:
Sociedad sustentable y entorno vital

Intencionalidad:
Formación y transformación docente

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ECOFORMACIÓN Y ECOPEDAGOGÍA
PARA UNA SOCIEDAD SUSTENTABLE

G1N9 HÉCTOR MARTINEZ GUERRERO

Xalapa, Ver., 18 de noviembre de 2011


2

INDICE

Introducción…………………………………………………………………………………………..3

El punto azul en el universo………………………….…………………………………………….4

Caminos divergentes y complementarios………………………………………………………...6

Ecoformación y ecopedagogía …………………………………..………………………………..8

Estrategias ecopedagógicas para una sociedad sustentable……………………………...…10

Conclusión…………………………………………………………………………………………..12

Bibliografía…………………………………………………………………………………………..13
3

Introducción

Nos encontramos en un punto crucial de nuestras vidas. La crisis ecológica que estamos
experimentando, producto del modelo de sociedad consumista que predomina en el mundo, nos
coloca ante el riesgo de nuestra desaparición como género humano.

Los daños y desequilibrios provocados a la tierra en sus ecosistemas, han sido de tales
proporciones que nuestro planeta se encuentra gravemente enfermo y su sistema inmunológico
realiza esfuerzos descomunales por mantener el equilibrio dinámico de su estructura para
preservar y prolongar su existencia.

La visión reduccionista de la vida, derivada del paradigma mecanicista del siglo XVI, alentó la
conformación de sociedades fincadas en la apropiación, el control y el poder, y nos condujo a
buscar a cualquier costo la acumulación bienes y riquezas, en una competencia insana que
provocó depredación y devastación de la naturaleza, así como desigualdades, opresión y pobreza
extrema en grandes regiones del mundo.

Por tanto, este ensayo es una invitación para analizar, reflexionar, juzgar y valorar, desde la razón
y la emoción, los efectos y las consecuencias de la crisis ecológica y humana en nuestras vidas,
así como sus implicaciones ambientales, sociales, económicas y educativas, para proponer un
nuevo modelo de sociedad que recupere la relación hombre/mujer/naturaleza y la promoción de
una consciencia ecológica armónica y solidaria con todos los seres vivos del planeta.

El escrito se ha estructurado en cuatro apartados interrelacionados o nodos generadores que


intentan mostrar una perspectiva global de la problemática de análisis. En el primer apartado se
expresa nuestro origen común: la tierra. Al hacerlo se destaca la visión que se tenía sobre ella y la
forma en que paulatinamente esta visión se fue transformando, al punto de ser considerada como
un mero objeto que proporciona recursos para la acumulación de bienes.

En el segundo apartado se juzgan los efectos del modelo de sociedad consumista que predomina
en el mundo, así como los proyectos de desarrollo sostenible que no han logrado concretizar sus
dimensiones de bienestar social, económico y equilibrio ambiental. En su lugar se propone la
construcción de un nuevo modelo de sociedad sustentable que promueva el equilibrio armónico y
dinámico del ser humano consigo mismo y con la otredad.

En el tercer nodo generador se propone edificar una sociedad sustentable a partir de una
reconversión de nuestras acciones cotidianas, para resignificar lo que somos, hacemos y vivimos
en el devenir de nuestra existencia. Para ello se destaca la ecoformación y la ecopedagogia como
principios educativos que pueden permitir la toma de una consciencia ecológica y la promoción de
una educación sustentable o ecoeducación.

En el último apartado de este ensayo se comparten, a partir de las claves pedagógicas de


Gutiérrez (2004), una serie de estrategias ecopedagógicas promovidas a partir de la praxis
creativa y liberadora para conformar una sociedad sustentable. Dichas estrategias intentan
trascender los espacios escolarizados formales y los contenidos enciclopédicos de la educación
tradicional para inscribirse en una práctica eminentemente activa, significativa y dadora de
sentido. El punto de partida de estas estrategias es la promoción de la vida cotidiana, porque en
ella se encuentran las más formidables experiencias humanas y ambientales de aprendizaje que
pueden hacer posible nuestro reencuentro con la naturaleza y todos los seres vivos. Condición
necesaria para una coexistencia respetuosa y amorosa.
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El punto azul en el universo

Desde que los astronautas, en 1960, vivieron la increíble experiencia de


observar desde el espacio exterior a nuestro planeta, destacaron su
pequeñez y fragilidad en el concierto del universo. Ante sus miradas, en la
distancia, apreciaron un pequeño punto azul capaz de contener todos
nuestros descubrimientos y adelantos tecno-científicos, la configuración del
mosaico de naciones, nuestras victorias y derrotas, ricos y pobres, seres vivos
y no vivos; en una palabra la totalidad de nuestra historia humana.
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x
Desde el exterior, la tierra se les mostraba como un ser en sincronía con el cosmos, ocupando un
lugar privilegiado en el infinito que hacía posible la existencia de la vida. Un ser vivo que junto con
la humanidad formaba una entidad única, compleja, contradictoria y dotada de un gran
dinamismo. (Boff, 2002). Un origen común que nuestros pueblos de la antigüedad destacaron y
respetaron con profunda consciencia ecológica. Destaca Boff (2002) que para los griegos la tierra
simbolizaba a nuestra gran madre (Gaia), un ser dotado de fecundidad y misterio, un ethos
planetario, un espacio de convivencia y de armonía con el universo; nuestra patria/matria, una
fuente generadora de sabiduría y por lo tanto un ser al que se le respetaba y admiraba.

Paulatinamente esta visión de totalidad, com-unión y de hermandad que tenían nuestros


antepasados con la tierra, se verá suplantada por el surgimiento de una nueva racionalidad. En el
siglo XVI, el paradigma newtoniano cartesiano impondrá una nueva forma de ser y hacer. El ser
humano se colocará por encima de todas las cosas. El antropocentrismo y con ello el
androcentrismo cobrarán sus tributos, imperará la fuerza de la devastación, fragmentación,
exclusión y dominación sobre todas las cosas, se generarán nuevas culturas y sociedades
fundadas en el principio de acumulación de bienes y riquezas, como sinónimo de poder y control.

Nuestro comportamiento se asemejará al de los “carnívoros triviales”, (Lovelock, 2007) es decir,


sujetos para los cuales todas las cosas vivas representan “comida”, un modo de subsistencia, un
bien, porque en la sociedad consumista esa es la lógica que tiene sentido. En lo sucesivo, la
tierra será degradada, convirtiéndola en un objeto, lo que nos llevará a una grave crisis ecológica
y de co-existencia. Al dar cuenta del daño ecológico que estamos causando a nuestro planeta y
del dilema existencial que vivimos, nos enfrentamos a un reto ecoético enorme si queremos
sobrevivir en un planeta que agoniza: transformar nuestra visión de la tierra, al considerarla solo
un instrumento para la satisfacción de nuestras necesidades, y aprender a verla como un ser vivo
que está resintiendo los daños que le ocasionamos. Para esta nueva forma de entender y
comprender que la tierra es –metafóricamente- un ser vivo, Jaimes Lovelock (2007), en 1970
formuló la hipótesis Gaia:

“la tierra funciona como un sistema único y autorregulado, formado por composiciones físicos,
químicos, biológicos y humanos. Las interacciones y flujos de información entre las partes que la
compone son complejas y exhiben gran variabilidad en sus múltiples escalas temporales y
espaciales” (Lovelock: 2007,14).

La hipótesis Gaia expresa con singularidad la existencia de un ser que no solo es materia
inanimada, sino que se encuentra conformada por elementos comunes a los seres humanos, de
ahí que experimente un proceso o ciclo vital dinámico, complejo, caótico, autorganizado, igual que
todos los seres vivos. Muestra también su robustez como un macroorganismo frente a las
agresiones que le provocamos a su sistema inmunológico. Esta es una de las razones por las
cuales ha resistido los daños causados, adaptándose a sus nuevas condiciones ecológicas; sin
embargo, su estado es crítico, se encuentra enferma y su final se encuentra próximo.
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Desde que apareció la hipótesis Gaia, numerosos estudios desarrollados por científicos,
economistas, políticos y ecologistas de todo el mundo, han puesto la alerta sobre el futuro de
nuestro planeta y de la humanidad.

“Al contemplar el ecosistema global como un todo, el crecimiento de la población humana, la


degradación de la tierra, el agotamiento de los recursos, la acumulación de desechos, la polución
de todo tipo, los cambios climáticos, los abusos de la tecnología y la destrucción de la
biodiversidad en todas sus formas, constituyen una amenaza sin parar para el bienestar
humano…” (Lovelock, 2007:15).

De ahí que, o dejamos de dañarla o será la propia Gaia quien se cobre las
ofensas. Tal y como apunta Guerra (2001), Boff (2002), Gadotti (2002),
Elizalde (2003), Gutiérrez (2004) y Lovelock (2007), nos encontramos en un
punto decisivo de nuestra historia. El calentamiento global, la
contaminación ambiental, la depredación, la desertización de bosques, la
deforestación de sus suelos, la superpoblación que se asienta en grandes
extensiones de tierra, y todos aquellos recursos que le expropiamos para
vivir, deben ser razones más que suficientes para reivindicar nuestra relación www.google.com.m
con Gaia. x
Pero los buenos deseos no son suficientes, se requiere además una reforma de pensamiento que
permita dar cuenta de la ética de nuestras acciones. Es urgente avanzar más allá de la denuncia,
la defensa y la lucha por el cumplimiento de la gestión ambiental, es prioritaria la construcción de
una ciudadanía planetaria consciente de sus responsabilidades individuales y colectivas.

Esto solo será posible si llevamos a cabo un acto de religación que haga posible la emergencia de
un nuevo pacto natural con nuestro planeta. Necesitamos de un nuevo paradigma civilizatorio,
requerimos de una ética ecológica que nos sensibilice, re-una y hermane con todos los seres
vivos. Dice Boff (2002), que necesitamos recuperar nuestra sensibilidad, amorosidad y sinergia
para con todos los seres del planeta, sin colocarnos sobre ella sino junto a ella. Porque todos
conformamos la gran unidad cósmica que nos alimenta, abriga y soporta. Si no advertimos que
“somos peligrosamente ignorantes de nuestra propia ignorancia” (Lovelock, 2007:16), si no
modificamos la forma de relacionarnos, sentir, percibir, valorar a la naturaleza y a todos los seres
vivos, estaremos contribuyendo a agravar la crisis ecológica y humana.

La tecnología y la ciencia han propiciado no solo bienestar social, sino además han contribuido en
la depredación ambiental y la opresión humana. La cartografía mundial sigue siendo un mosaico
de desigualdades e inequidades. Nuestro desarrollo y bienestar social se han fincado sobre la
apropiación y la devastación ecológica, y la dignidad humana se encuentra extraviada. No
obstante, somos capaces de fundar una nueva civilización (Lovelock, 2007). La historia nos
demuestra que después del caos, el desequilibrio, viene el orden, en este nuevo orden nuestro
papel como sujetos debe empezar a caminar por un sendero que haga posible la conversión
armoniosa de todos los seres del planeta.

La aparición de grupos verdes, ecologistas, economistas y políticos, que actúan en bien de una
ética ecológica, no debe ser un discurso de ocasión para ocultar interés egoístas; los programas y
proyectos que postulan un desarrollo sostenible deben ser objeto de una mirada crítica y
transformadora, que permitan contribuir en la conformación de una com-unidad holística. En este
sentido, cabe discernir si los programas y proyectos de desarrollo sostenible (o sustentable) son
las soluciones adecuadas, o si por el contrario, es posible generar nuevas alternativas para la
construcción de una sociedad ecológica, una sociedad sustentable que incorpore no solo las
categorías de bienestar social y económico, sino además de justicia ecológica. Este es el punto
que se comparte a continuación.
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Caminos divergentes y complementarios

La crisis ecológica que amenaza a los seres vivos, generada por el


mito del progreso, desarrollo y crecimiento económico, nos ha
colocado en los umbrales de una sociedad de riesgo (Guerra, 2001).
El capitalismo y el socialismo han aumentado la brecha de las
desigualdades entre los seres humanos. Afirma Boff (2002) que los
seres más perjudicados por la crisis que vivimos son los pobres –el
79% de la población vive en condiciones precarias-, y las especies –
a partir del año 2000-, están despareciendo una cada hora, sin que
se destinen recursos suficientes para disminuir esta inequidad. www.imagenes.google.com.mx.

“Una civilización basada en


La UNESCO ha reconocido que la crisis se ha agravado por el
bienes que responden a los excesivo crecimiento poblacional, la pobreza generalizada, la
deseos estrambóticos y devastación del medio ambiente, la negación continua de la
desquiciados de seres
insensibles a la necesidad de
democracia, las violaciones de los derechos humanos y el aumento
otros es inviable, es ilegitima y de los conflictos y de la violencia étnica y religiosa; las diferencias
es injusta, y por eso de género, y las políticas de desarrollo, así como el enorme avance
profundamente inmoral
(Elizalde, 2003: 24) de las tecnologías de la información y comunicación (Gadotti, 2002)

Ante este escenario, las políticas de desarrollo sostenible o de crecimiento económico se han
convertido en caminos divergentes que enmascaran el paradigma de la apropiación, buscando el
máximo beneficio con el mínimo de inversión y en el más corto plazo de tiempo posible, sin
importar los daños causados no solo al medio ambiente, sino también a los seres humanos. Por
ello, resultan inviables, porque no se puede seguir ampliando los caminos y desigualdades
económicos y sociales de las generaciones presentes y futuras, sosteniendo lo insostenible.

La expresión desarrollo sostenible o sustentable aparece por primera vez en 1979 cuando la
Asamblea de las Naciones Unidas refieren que “el desarrollo podía ser un proceso integral que
incluyera dimensiones culturales, éticas, políticas, sociales y ambientales, y no sólo
económicas…”(Gadotti, 2002: 52). Para Gisbert Glaser (citado en Lovelock, 2007:19) “el
desarrollo sostenible es un objeto no estático. Representa un esfuerzo continuo por equilibrar e
integrar tres pilares –el bienestar social, la prosperidad económica y la protección del medio
ambiente- en beneficio de las generaciones presentes y futuras”. Desde su aparición dicho
concepto ha sido objeto de numerosos desacuerdos por su vació, ambigüedad y por decir mucho
y no decir cómo, pero fundamentalmente por encubrir una lógica racional que pretende esconder
intereses financieros para controlar el flujo económico en poder de unos cuantos.

Otra de sus mayores críticas se centra en poner al medio ambiente como bandera de
reivindicación económica y social, salvaguardando su integralidad y conservación, pero al mismo
tiempo hace del ecologismo un espacio elitista para reservarse para sí derechos perentorios para
su explotación, sin importarle las consecuencias de sus actos de depredación. De donde resulta,
que ante los efectos de la crisis que vivimos ningún programa de desarrollo sustentable tenga
sentido si no garantiza dichos pilares.

Gutiérrez (citado en Gadotti, 2002:56) señala que para que exista un verdadero desarrollo
sustentable se “requiere de cuatro condiciones básicas: económicamente factible, ecológicamente
apropiado, socialmente justo y culturalmente equitativo, respetuoso y sin discriminación de
género. Estas condiciones implican una reorientación de las políticas desarrollistas y una
redefinición de la ecología, entendida más allá del medio ambiente, es decir, como una disciplina
que trata del “estudio de la inter-retro-relación de todos los sistemas vivos y no vivos entre sí y con
su medio ambiente” (Ernst Haeckel, citado en Boff, 2002: 15). Expresa el hecho de que un ser vivo
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no puede ser considerado aisladamente como un mero representante de su especie o como un


objeto que satisface alguna necesidad, sino que debe ser visto y analizado como un ser
“sintiente”, es decir como un ser que siente, vive, sufre y experimenta igual que los seres humanos
las transformaciones de que es objeto su ethos, su ecosistema, porque también es un elemento
del ciclo vital del planeta.

Transformar la forma habitual de concebir a la naturaleza como un


instrumento u objeto que solo satisface nuestras necesidades y “Una sociedad o un proceso de
desarrollo posee sustentabilidad
verla como un ser vivo que experimenta y “siente” el daño que le cuando por medio de él se consigue
causamos, puede representar el primer paso para hacer posible la satisfacción de las necesidades sin
una coexistencia en armonía y sincronicidad con la tierra y todos comprometer el capital natural y sin
los seres vivos. Implica reconocer a la sustentabilidad más allá de lesionar el derecho de las
un concepto o discurso retorico, o una acción ambientalista, generaciones futuras de ver
significa “la preservación de los recursos naturales y de la atendidas también sus necesidades y
de poder heredar y legar un planeta
viabilidad de un desarrollo sin agresión al medio ambiente. Implica
sano, con sus ecosistemas
un equilibrio del ser humano consigo mismo y, en consecuencia preservados”
con el planeta. La sustentabilidad se refiere al propio sentido de lo (Leonardo Boff, citado en Gadotti,
que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos como seres 2002: 56)
con sentido y dadores de sentido de todo lo que nos rodea”
(Gadotti, 2002: 31)

Si las políticas de desarrollo sustentable llegaron al extremo de su inviabilidad, convirtiéndose en


caminos divergentes que nos excluyen y separan en naciones, grupos económicas y sociales, es
momento de construir una sociedad que resulte complementaria al desarrollo sustentable, porque
“no hay desarrollo sustentable sin una sociedad sustentable” (Gadotti, 2002: 59) Una sociedad
sustentable con calidad de vida, que nos permita decidir en forma autónoma nuestro propio
destino.

La noción de sustentabilidad se refiere no solo al ámbito de lo político, ecológico, económico,


social o cultural, se refiere a un sistema de vida democrático, abierto, transdisciplinario, holístico,
espiritual y ético, fundado en valores como el uso sustentable de los recursos naturales, crear la
vida, aprender a convivir con la naturaleza, respetar la sacralidad del misterio de la vida, una ética
de la compasión y de la frugalidad (Elizalde, 2003:137). Por tanto, la crisis que vivimos no solo es
consecuencia de nuestro modelo de sociedad o de las políticas de desarrollo sustentable, es
también consecuencia de nuestra forma de operar, de ser y estar en el mundo, de la forma de
vivir, sentir, relacionarnos, actuar, convivir, amar, emocionar, y requiere de una reforma del
pensamiento que permita el desarrollo de una consciencia de justicia social y ecológica.

La tierra se encuentra grave, el desarrollo sustentable ha provocado este padecimiento, el


tratamiento que podemos aplicarle para mantenerla en condiciones de habitabilidad depende de
una metamorfosis en nuestra forma de pensar y de actuar, así como en la construcción de una
sociedad sustentable que nos permita vivir con amorosidad y espiritualidad el tiempo que le quede
de vida.

La educación puede contribuir en esta tarea, promoviendo una consciencia planetaria y ecológica,
a través de la promoción del aprendizaje del sentido de las cosas a partir de la vida cotidiana. La
ecoformación y la ecopedagogía pueden resultar recursos de gran valor para la construcción de
una educación sustentable que resignifique el sentido de nuestra forma de ser y estar en el
mundo.
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Ecoformación y ecopedagogía.

Los problemas derivados de la crisis planetaria que vivimos, no solo son


“La sustentabilidad
consecuencia del modelo de sociedad consumista que experimentamos, puede entenderse
o de sus programas de desarrollo sustentable. En el fondo, tienen como un equilibrio del
también su origen en nuestra forma de vivir, ser, hacer y relacionarnos ser humano consigo
con la otredad. Por tanto, reconocer los efectos permisivos de nuestros mismo y, en
consecuencia con el
hábitos consumistas, depredadores y la forma de relacionarnos, planeta…”
representa el punto de mutación que hará posible el surgimiento de una (Gadotti, 2002: 31)
ética ecológica que esté más allá de la simple defensa del
ambientalismo, la justicia social y económica.

En esta tarea ecoeducativa los descubrimientos de la física cuántica y las nuevas ciencias de la
vida, postulados por el paradigma emergente, representan principios orientadores que modifican
nuestra visión lineal y fragmentada del mundo, dando paso a una nueva comprensión,
interpretación y expresión del universo. Nos invitan a ver y analizar la realidad a partir de nuevas
categorías interpretativas como subjetividad, complejidad, incertidumbre, caos, autopoiesis,
espiritualidad, azar, totalidad, dinamismo, interdependencia, transdisciplinariedad, energía,
flexibilidad, diversidad, ecología, desarrollo y sustentabilidad, entre otras. Estas nuevas categorías
y formas de comprender la realidad “suponen una nueva manera de sentir, de pensar, de valorar,
de actuar, de rezar, que conllevan necesariamente nuevos valores, nuevos sueños y nuevos
comportamientos asumidos por un número cada vez mayor de personas y de comunidades (Boff,
citado en Gutiérrez, 2004: 6).

En este sentido, el concepto de desarrollo adquiere un nuevo


“El paradigma emergente se
caracteriza por la promoción
significado y se ubica en una categoría más amplia y holística. El
de una lógica relacional y desarrollo sostenible y la conformación de una sociedad sustentable,
auto-organizacional que lleva encuentran en la educación el espacio propicio para promover la
al ser humano a redescubrir el integralidad de ambas categorías en equilibrio, dinamismo,
lugar que le corresponde flexibilidad, armonía, cuidado y sensibilidad con todos los seres
dentro del conjunto armonioso
del universo” vivos y no vivos.
(Gutiérrez, 2004:6)

Las posibilidades de hacer realidad este nuevo proyecto civilizatorio necesitan de una acción
transformadora de nuestros actuales sistemas de enseñanza: revisión de currículos y programas
de estudio, sistemas educacionales descentralizados, un nuevo papel de la escuela y de los
educadores, una nueva organización administrativa, financiera, democrática y pedagógica del
trabajo escolar; un nuevo educador que sea un promotor ecológico, “mediador del conocimiento,
sensible y crítico, aprendiz permanente y organizador del trabajo en la escuela, un orientador, un
cooperador, un curioso y, sobre todo, un constructor de sentido… porque quien forma se forma y
reforma al formar y quien es formado se forma y forma al ser formado” (Gadoti, 2002: 43)

Requiere también de la acción decidida de los aprendientes para comprender el sentido de sus
vidas, es decir, lo que son, lo que hacen, lo que viven, lo que experimentan en su relación con la
otredad y en las consecuencias de sus actos y en la de los demás. Gastón Pineau (citado en
Gadotti, 2002:72) propone para ello una ecoformación, señalando que nuestras historias de vida
poseen un incalculable valor formativo y por tanto pedagógico, porque “el medio ambiente forma
tanto como es formado o deformado. La ecoformación pretende establecer un equilibrio armónico
entre hombre/mujer y medio ambiente.

Desde el ámbito pedagógico la ecoformación permite a los aprendientes y educadores darse


cuenta de lo que sienten, viven y experimentan en espacios no formales, informales y formales de
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su vida cotidiana, porque la escuela no es el único espacio formador. La ecoformación permite


comprender cómo es que cada uno ha llegado a ser como es; se convierte en una radiografía
inicial para comprender el sentido de nuestro actuar y decidir en la vida. La ecoformación es
relacional, tiene como finalidad comprender la forma en que nos relacionamos con el contexto
ambiental. Al ser la ecoformación una acción educativa necesita de una estrategia, dicha
estrategia es la ecopedagogía.

La educación concebida como mera escolarización y recluida en espacios formales, ha dejado de


lado el valor que puede tener la ecoformación en la construcción de una consciencia ecoética y
para la promoción de una sustentabilidad educativa. Todavía en este siglo muchos currículos
escolares se encuentran articulados bajo la lógica racional de contenidos enciclopédicos, el
universo, los planetas, ecosistemas, seres vivos y no vivos, continentes, países, contaminación,
violencia, grupos étnicos, género, sexualidad, religión, etc., se enseñan bajo la visión academicista
y tradicional. Su comprensión se reduce a un esquema conceptual, alejada del verdadero sentido
y significado que tienen en la vida cotidiana de los aprendientes. Esta forma de enseñar resulta
inviable si lo que se quiere de verdad es comprender nuestra relacionalidad con el universo.

Para la comprensión de lo que somos y hacemos en nuestras vidas la ecoformación necesita de la


ecopedagogía; este neologismo acuñado por Francisco Gutiérrez (2004), se define como “la
promoción del aprendizaje del sentido de la cosas a partir de la vida cotidiana” (Gadotti, 2002: 69)
y resulta fundamental para resignificar cada acto de nuestras vidas, para soñar, hacer proyectos,
inventar, crear, imaginar; porque el sentido de nuestras vidas no está reñido con el sentido de
nuestro estar en el mundo.

La ecopedagogía busca explorar y potenciar una nueva mirada


sobre la educación, una mirada global, un modo de pensar y ser a
partir de nuestra cotidianidad, porque la vida privada nos educa a
cada instante, porque el sentido de lo cotidiano se entreteje
momento a momento, nada es irrelevante, todo es formador. Al ser
una estrategia formativa supera las enseñanzas curriculares,
estandarizadas y comporta un reto para los sistemas escolares. La
ecopedagogia es praxis democratizadora, abierta, diversa,
sensible, tierna; implica por tanto un reto para la escuela tradicional,
porque pretende descentralizar las acciones y decisiones
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Como la ecopedagogia no es una pedagogía escolar, sino praxis, no se reduce a espacios


formalizantes, aprovecha todos los espacios posibles, rompe con los muros de la escuela,
trasciende el abc del currículo pero no se opone a la educación ambiental, antes bien, es su
referente proponiendo estrategias, propuestas y medios para su concreción.

La ecopedagogía se orienta hacia una ciudadanía ambiental, hacia una ecoeducación, no se


ocupa solo de una relación saludable con el medio ambiente, sino también hacia el sentido más
profundo de lo que somos, hacemos y vivimos en nuestra existencia cotidiana. La ciudadanía
ambiental y la cultura de sostenibilidad serán necesariamente el resultado del quehacer
pedagógico que logre conjugar el aprendizaje desde la vida cotidiana.
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Estrategias ecopedagógicas para una sociedad sustentable

Para que la educación contribuya en la formación de una nueva


civilización sustentable, es necesario promover una praxis pedagógica
que recupere el valor de la vida cotidiana. La promoción y el desarrollo de
una consciencia ecológica requiere no solo de un saber racional, sino
además de sensibilidad, emoción, ternura, pasión, afecto, cuidado y
comprensión de cada uno de los miembros de la comunidad cósmica.
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Los educadores tienen una misión fundamental en este proceso ecoeducativo, pero ¿Cómo
operar desde la cotidianidad de nuestras prácticas pedagógicas el “hacer” con sentido, un hacer
que permita re-encontrarnos para con-vivir en armonía planetaria?

Los nuevos referentes interpretativos del paradigma emergente de las ciencias, nos indican que el
camino más apropiado es partir de nuestro hacer cotidiano, porque este nos aporta experiencias,
modos de convivir, crear, sentir, amar y estar en el mundo, que pueden ayudarnos en la
construcción de un mundo más democrático y de justicia social y ecológica.

La ecoformación y la ecopedagogía también contribuyen en este


Promover
hacer educativo. Gutiérrez (2004) propone algunos principios o la vida
cotidana
claves pedagógicas que pueden favorecer el desarrollo de una
Actuar
sociedad sustentable. Conciencia
planetaria
éticamente

Cada uno de estos principios puede convertirse en una estrategia


SOCIEDAD
pedagógica para revalorar nuestra relación SUSTENTABLE
Dimensión Equilibrio
hombre/mujer/naturaleza. En las líneas que siguen se presentan holística dinámico

algunas actividades que pueden contribuir con esta tarea.


Redimensionar
1. PROMOCIÓN DE LA VIDA. Para que los aprendientes se el actuar Convergencia
racional desde armónica
sensibilicen respecto de que nuestro planeta es un ser vivo y la intuición

merece un profundo respeto a sus ecosistemas y que todo lo


que hacemos en él tiene efectos en nuestro propio devenir, es Construcción propia a partir de
necesario promover la vida sintiéndola, amándola, gozándola; se Gutiérrez (2004)
trata de que, desde sus propias historias de vida, revaloren lo que
son, hacen, sienten y viven en la cotidianidad de su vida, porque ella alimenta y determina
nuestra forma congruente de ser y estar en el mundo.

2. ETICA ECOLÓGICA. Para promover la construcción de una conciencia ecológica o ecoética,


es necesario actuar preocupados por las consecuencias de nuestras acciones en nosotros
mismos y en los demás. Al activar acciones y relaciones, preocupaciones y exigencias se
vivirá desde una dimensión ética. Reflexionar en el daño ambiental, la pobreza, las
desigualdades económicas y sociales, la opresión, y el modo en el que contribuimos para que
existan, permitirá comprender el equilibrio armónico y dinámico que debe existir entre todos
los seres vivos y ayudará en la construcción de una ética integral, democratizadora, flexible,
holística.

3. EQUILIBRIO DINÁMICO. Para promover la sensibilidad social en los aprendientes, respecto


del equilibrio que debe existir entre el desarrollo económico y la preservación de los
ecosistemas, es importante tomar en cuenta la sabiduría de la naturaleza. Nuestro planeta es
un sistema vivo autorregulado, como tal, reacciona ante los cambios que le infligimos. El
desarrollo económico debe considerar los ciclos vitales de la naturaleza y estar sólo en
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función del bienestar social y de la convivencia ética, cualquier otro fin rompería con este
equilibrio.

4. CONVERGENCIA ARMÓNICA. Para sentirnos en sincronía y sinergia con la tierra, religados


con todos los seres vivos, convivir con otros seres animados e inanimados, es preciso vivir en
armonía con la tierra y promover la sensibilidad, ternura, cuidado, la caricia, la extrañeza, el
asombro y el misterio de y con la naturaleza. La atracción, el movimiento, la interdependencia,
la interrelación, la energía, la autorganización son principios que nos ayudarán a mantener
una con-vivencia armónica con nuestro planeta y los seres vivos.

5. RACIONALIDAD INTUITIVA. Para promover una racionalidad que equilibre razón y emoción
se precisa desarrollar la capacidad de asombro, y de actuar como un ser humano integral. La
convergencia armónica debe proveernos de valores, experiencias emocionales, poéticas e
intuitivas para diseñar una racionalidad emancipadora que valore la afectividad, subjetividad,
creatividad y espiritualidad. El equilibrio entre razón y emoción puede representar la base de
una cultura de la sustentabilidad.

6. DIMENSION HOLÍSTICA. Para comprendernos como totalidad, en sincronía y sinergia con el


universo, como sistemas autopoiéticos, autorganizados y autorregulados; como sujetos
capaces de ver, relacionar, integrar, simular, inventar, etc., en todo momento, y en todos los
espacios posibles, se precisa promover una nueva compresión de la realidad. Analizar lo
macro y lo micro, lo supra y lo infra, como un gran holograma en el que el todo es constitutivo
de las partes y las partes constitutivo del todo. La fragmentación y la separación solo tienen
sentido en tanto forman parte de un proceso mayor que los vuelve a re-unir en una
estructuración del todo. Desde esta visión ya no seremos sujetos aislados, incomunicados,
sino una gran comunidad cósmica.

7. CONSCIENCIA PLANETARIA. Para desarrollar la solidaridad planetaria, es decir


reconociéndonos como parte integral de la tierra y vivir en armonía con ella, es necesario
participar de su devenir, entrar en relación directa con ella, escucharla, sentirla; solo de esta
manera podremos comprenderla, y tomaremos consciencia de nuestros actos y los daños que
le causamos y nos causamos al mismo tiempo. La consciencia planetaria puede representar
la diferencia entre seguir viviendo atrapados entre la barbarie que hemos edificado por
nuestro modo de ser, o coexistir en armonía el tiempo que le resta de vida.

La promoción y desarrollo de las estrategias que se han descrito son tan solo un referente, un
punto de partida que puede enriquecerse y recrearse con la praxis, experiencia y el trabajo
colaborativo y pedagógico de los educadores.

La tarea más urgente que enfrenta la humanidad es recuperar la sensibilidad, el amor y el sentido
común de nuestra vida cotidiana, para comprender y resignificar nuestra relación con la tierra y
todos los seres vivos. Lo que implica una reforma del pensamiento para actuar con consciencia
ecológica individual y colectiva, que nos permita transitar de la sociedad de consumo que vivimos
a una sociedad sustentable en la que se promuevan los valores fundamentales de la amistad,
respeto, honestidad, ternura, emoción, solidaridad y compasión por todos los seres vivos y no
vivos. Compromiso ineludible si queremos seguir cohabitando con la tierra el resto que le queda
de vida.
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CONCLUSIÓN

La tierra constituye nuestra patria/matria, es fuente de sabiduría, vida y misterio; es nuestro


origen común, el hogar y el espacio de nuestros sueños y proyectos, el punto de convivencia en el
que cohabitamos todos los seres vivos y no vivos. Un organismo vivo que se autogobierna y
autocrontola a través de sus procesos dinámicos y vitales. Pero su poder generador está en
riesgo, los cambios que está experimentado y el desequilibrio en que la hemos situado, a partir del
modelo de sociedad consumista que vivimos y las políticas de desarrollo y crecimiento económico,
la colocan al borde del colapso.

La cultura de la apropiación y la excesiva idolatría por la acumulación de recursos materiales,


riquezas, control y poder, han contribuido en el surgimiento de una crisis ecológica y humana que
nos ha hecho insensibles y egoístas ante la otredad y pone en peligro nuestra propia existencia
como especie. Por tanto, es necesario transitar hacia un nuevo modelo de sociedad que haga
posible la conversión armónica, dinámica y equilibrada entre la justicia ambiental, el bienestar
social y económico para todos los seres vivos.

Transitar de una sociedad de consumo a una sociedad sustentable implica un reto enorme si
queremos continuar en la categoría de especies vivas de este planeta. En la conformación de esta
nueva civilización el papel de la educación y los educadores son fundamentales, porque la crisis
ecológica y humana que estamos experimentando no es solo consecuencia del paradigma de la
apropiación o de los proyectos de desarrollo sostenible, sino además, de nuestro modo de ser,
hacer, vivir y estar en el mundo. Por ello, es preciso reeducar nuestra forma de ser, percibir los
riesgos de nuestras acciones, reencontrarnos con la naturaleza, admirar su sabiduría, entrar en
sintonía con la vida y sentirnos parte inseparable del universo y de la tierra.

Para ello es preciso educar desde la cotidianidad, desde lo más sentido para comprender lo que
somos, hacemos y vivimos. Los educadores pueden y deben contribuir en la conformación de una
ecoética, de una ecoformación, a través de una praxis pedagógica que se puede concretar
mediante la ecopedagogía, que vuelva praxis el actuar humano, consciente, racional y emotivo.
No hacerlo significará esperar el momento en que la propia gaia se cobre el precio de nuestras
arrogancias y de nuestras actitudes hostiles y egoístas con los seres vivos. Como dice Lovelock
(2007) con un suspiro gaia puede acabar con nuestros sueños de grandeza y poder.

La tierra se encuentra en crisis y enferma, las voces de alerta sobre su enfermedad se han
expresado públicamente en todo el mundo. Numerosos acuerdos, cartas, convenios y discursos
se han escrito y pronunciado sobre esta crisis; igualmente han surgido grupos ambientalistas y
partidos políticos que se pronuncian ante la gravedad del caso, pero, no es en la vía del discurso
escrito ni de la proclama demagógica como se puede resolver el conflicto hombre/mujer/
naturaleza; sino en el terreno de la acción y la praxis efectiva.

Tenemos dos caminos: continuar con nuestra vida consumista y egoísta y esperar el final sin
cambiar nuestro modo de ser y hacer o participar en la construcción de un nuevo modelo de
sociedad que recupera la relación originaria con la tierra y que nunca debimos perder.

Definirse por una u otra opción marcará nuestro destino final: vivir en un mundo lleno de injusticia
ambiental, anarquía y violencia humana o promover espacios ecoeducativos que promuevan el
equilibrio dinámico y armónico entre todos los seres vivos del planeta mientras llega el final del
planeta. Esta es la encrucijada histórica que debemos definir en el plazo inmediato de nuestras
vidas y la tarea educativa más importante que deberán promover los educadores del mundo.
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Bibliografía:

 Boff, Leonardo (2002). El cuidado esencial. Ética de lo humano, compasión por la Tierra.
Madrid: Editorial Trotta.

 Boff, Leonardo (2002). Ecología: grito de la Tierra, grito de los pobres. Madrid. Editorial
Trotta.

 Gadotti, Moacir (2002). Pedagogía de la tierra. México: Siglo XXI.

 Guerra, María José (2001). Breve introducción a la ecología. Madrid: Mínimo Tránsito.

 Gutiérrez Pérez, Francisco y Prado Rojas, Cruz (2004). Ecopedagogía y ciudadanía


planetaria. Costa Rica: IIPEC.

 Elizalde, Antonio (2003). Desarrollo humano y ética para la sustentabilidad. Chile:


Universidad Bolivariana.

 Lovelock, James (2007). La venganza de la tierra. Teoría de Gaia y el futuro de la


humanidad. Barcelona: Editorial Planeta.

 UNESCO (2000). La carta de la Tierra. Paris: UNESCO.

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