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Armando Rojas Guardia

Armando Rojas Guardia (1949) nació en Caracas, hijo de Pablo Rojas Guardia. Durante los
primeros siete años de vida se residenció en Praga, Haití y Nicaragua como consecuencia de
los cargos diplomáticos de su padre. En su juventud vivió en Bogotá, en Friburgo (Suiza) y
en Solentiname (Nicaragua), con Ernesto Cardenal. Participó en el Taller Literario Calicanto.
Su reconocimiento arriba con la creación del grupo Tráfico. Es docente, ensayista y poeta.

Su obra como poeta resalta por tratar de darle una aproximación mística al individuo arrojado
al desierto del posmodernismo. Durante la época de Tráfico desarrolló una poesía intimista,
acompañada de imágenes y temas naïves, que recobraba el sentido más personal sobre la
relación del sujeto con su entorno. Por ejemplo, en el poema “Domingo”, puede apreciarse
el deslizamiento de la metáfora entre descripciones:

Cuánta vida
dulce
el cielo
las gaviotas
luz
en el asfalto a trechos una sombra
fresca.

País sonoro
la mujer que pasa caminando
el aire el ritmo
calle plomo y sol todo caliente
trepando la colina sobre casas
blanquísimas y cielo puro cielo
que quema que arde que se pierde
y luego baja:
mar

Costaba
arrancarnos la plata pegadiza
del océano, el temblor fláccido
del agua y las plumas brillantes
hundidas y calientes
Sol
y voces frescas, frutos tibios:
todo en vasto azul, maduro y esplendente
como espalda de cielo a mediodía.
Con los primeros versos se podría cerrar el poema y dejar un admirable haikú. Sin embargo,
lo llamativo de este poema es la expresión de la espiritualidad que embarga el domingo,
primer día de la semana en la tradición cristiana. En general, durante este día se trata de
buscar tranquilidad, bien sea en reuniones con familiares o amigos, o dando un paseo por la
ciudad despejada. En la poesía de Rojas Guardia, también presente en los otros poetas de
Tráfico, el enfoque está puesto sobre determinados momentos, aparentemente banales, que
en realidad recogen un mayor significado existencial.

Deberían bastar, sin más preguntas,


la trinitaria abierta sobre el muro,
este libro que ahora hojeo,
el calor de marzo entre mis cejas
y la noche en puntillas acercándome
el perfume brumoso de tu cuerpo.

Por sólo esta hora blanca que atardece


resonando como el gong de una paz seca
valió la pena haber vivido.

Este temblor del aire, lleno de ecos


que ovacionan el cuerpo y lo celebran,
sobrevivió el naufragio de los días
como síntesis final, inmerecida,
del hecho de existir. Digo por eso:
debería bastar el centro del recuerdo,
la bóveda ancestral de la memoria
amparando esta tarde, que ya es otras,
las que vi languidecer, las que perdí
bajo la misma quietud cristalizada,
los crepúsculos que ardieron en mis ojos
y que éste resume, lentamente.

Por sólo este acorde vespertino


me digo plenitud, justificado.

Sobre este poema, “Cumplimiento”, cabe repetir el mencionado intento de impresionar los
momentos que acaecen precisamente como cumplimientos de una jornada. Este poema trata
sobre el final trascendente de una espera, la satisfacción de una promesa formada hace largo
tiempo. Intenta salvarse, tal vez como una expresión de la ansiedad sentida, en la injustificada
esperanza.
No dejo de asombrarme de que seas
una costumbre de mi carne:
esta vaga ternura que no cede,
este clima del sexo, unas palabras
aún ahítas de tu forma de decirlas,
el sobresalto al pasar por ciertas calles,
un olor demorado de la almohada
y la lección más reciente de tus hábitos: la atención
que ahora le presto al rock y la manera
de leer, desayunando,
la Página de Arte del periódico.
Me resigno en silencio a esta agonía
que te prolonga en mí cada mañana.
No bastaba un adiós –puntual, preciso–,
era necesario también arrepentirse de la obscenidad de la memoria
cuya vergüenza irónica suplica
la absolución de un nuevo cuerpo
donde el olvido se reaprenda.

Sobre este poema, llamado “La obscenidad de la espera”, resalta el tono conversacional,
manejado a través de la experiencia de Tráfico. Esta aparente dejadez y soltura que dirige la
voz poética en segunda persona, bastante contaminada de nostalgia, demuestran que también
la poesía puede tratarse de una presencia que sólo es tomada en cuenta cuando desaparece y
descubre el vacío, el arrepentimiento que marca la ausencia.

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