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EN POS DEL SIQNO

Herón Pérez Martínez


EN POS DEL SIGNO
INTRODUCCIÓN A LA SEMIÓTICA
EN POS DEL SIGNO
INTRODUCCIÓN A LA SEMIÓTICA

Herón Pérez Martínez

©
El Colegio de Michoacán
401.41 Pérez Martínez, Herón
PER-e En pos del signo: introducción a la semiótica/Herón Pérez
Martínez-Zamora, Mich.: El Colegio de Michoacán, 1995.

324.; 23 cm.
ISBN: 968-6959-23-8

1. Semiótica
2. Signos y símbolos
I. Título

Portada: “El laberinto” de Robert Vickrey

© El Colegio de Michoacán, 1995


Mtz. de Navarrete # 505
Esq. Av. del Árbol
59690 Zamora, Mich.

Impreso y hecho en México


Printed and made in Mexico

ISBN 968-6959-23-8
A Rebeca, Gustavo Herón, Alejandro Iván y Myriam Rebeca
ÍNDICE

A guisa de prólogo 13
Este libro 13
En la cultura todo es significativo 14
Las deudas de gratitud 17

Introducción 19
Los usos del vocablo “semiótica” 19
El origen del término “semiótica” 24
¿Semiótica o semiología? 27
Semiótica vs semántica 28
Hay varias semióticas 30

PRIMERA PARTE. EL SIGNO EN LA ÉPOCA PRESEMIÓTICA

I. La presemiótica griega 39

II. El signo en la edad media 45


San Agustín 45
Utopías semióticas del medioevo 49
Los Modistae 56
Tomás de Erfurt 58
La concepción tomista del signo 62
Tomás de Aquino 62
Juan Poinsot 65
Guillermo de Occam 70
III. La semiótica renacentista 75
Francis Bacon 75
Bajo la sombra de Port-Royal 80
John Locke 87

IV. Las otras semióticas del siglo XVII 91


La emblemática de Picinelli 93
Tomás Hobbes 104
La ciencia como semiosis: Leibniz 105

V. La teoría del signo en los siglos XVIII y XIX 107


George Berkeley 107
David Hume 109
Jean Henri Lambert 110
Bernard Bolzano 111
Joseph Marie Hoene-Wronski 113
Edmund Husserl 113

SEGUNDA PARTE. PROYECTOS CONTEMPORÁNEOS DE


SEMIÓTICA

VI. Charles Sanders Peirce 117


Charles Morris 127

VII. La semiótica saussureana 129


Mongin-Ferdinand de Saussure 130
El proyecto saussureano de semiótica 138
Luis Hj elmslev 144

VIII. La semiótica rusa 151


El formalismo ruso 151
¿Qué se proponían? 152
La epistemología literaria de los formalistas rusos 153
Sus principales protagonistas 155
V íctor Sklovski 155
B . M. Eikhenbaum 160
El método formal según Eikhenbaum 161
YuriTinianov 164
Vladimir Propp 167
Jan Mukarovski 175
Roman Jakobson 178
Juri M. Lotman y la Escuela de Tartu 185

IX. La semiótica barthesiana 205


Roland Barthes 205
Julia Kristeva 215
Algirdas Julien Greimas 216
La semiótica greimasiana 219
Categorías y lógica 220
Figuras y actantes 222
El análisis en acción 233
El análisis en el componente narrativo 235
Los estados y los cambios 236
El sujeto y el objeto 237
El programa narrativo 238
El concepto de realización 238
La capacidad 239
Análisis en el componente descriptivo 240

X. La semiótica italiana 243


Umberto Eco y su Tratado de semiótica general 243
Semiótica de la narratividad: Lector in fabula 249
Semiótica de la vida cotidiana 252
Gillo Dorfles 252
Emilio Garroni 254

XI. Las fachadas de la catedral de Morelia. Un ensayo de semiótica 257


Advertencia 257
Considerandos 257
La estructura emblemática 271
Lectura semiótica del conjunto 273
XII. La estructura de gobierno según La Relación de Michoacán. 277
Ensayo de lectura semiótica 277
¿Informe o relato? 277
La relación de Michoacán 284
Nuestro texto 288
Primera lectura 297
Características discursivas 297
Hacia un análisis semiótico 3 00

Bibliografía 305
Diccionarios 305
Obras generales 306
Obras auxiliares 307
Teoría del discurso 309
Teoría de la recepción 311
Lingüística 312
Lingüística aplicada: la traducción 315
Retórica 315
Estilística 316
Crítica literaria 317
Teoría literaria 319
Literatura comparada 320
Lexicología 320
Semiótica 321
Hermenéutica 324
A GUISA DE PRÓLOGO

Imagina una ciencia muy vasta en cuya


formulación el estudioso acabara por
incluirse a sí mismo.
Roland Barthes

E ste libro

El presente libro, lector amigo, nació bajo la modesta forma de apuntes


de clase. El hecho de haber nacido como material de discusión escolar
marcó de una manera definitiva su apariencia y determinó el tipo de
material que lo conforma. Por una parte, es un libro nacido de la reflexión
y hecho para la reflexión. Por otra, es más un acto de anámnesis que un
acto de síntesis: tiene más interés en mirar el camino recorrido que en
lanzar la mirada hacia el futuro. Le gusta dejar oír voces ajenas más que
la suya propia que, en esas dimensiones, no puede sonar sino como una
interferencia. Estaciones de un largo viaje, actores, autores, personajes,
proyectos, reflexiones en voz alta: y todo ello unido sólo por la línea
continua del tiempo que viene del ayer y va al mañana, sin detenerse
apenas en el hoy. Lo anterior no constituye una observación inocente: es
una manera de justificar lo que este libro no es, ni pretende ser. No es un
libro de teoría semiótica, ni ensayo de semiótica aunque al final se
aventure a ensayar algún análisis semiótico. Es, sí, la historia de una
búsqueda en pos del signo.
Habentsua fatta libelli, “los libros tienen su destino” dice Terenciano
Mauro en su Carmen heroicum en una expresión que hoy es un refrán del
habla académica. Esta incursión a la historia de la semiótica parece llegar
en un momento oportuno. En efecto, el desarrollo actual de la semiótica
no sólo en Europa sino en países como el nuestro apuntan hacia la
necesidad de extender los brillantes resultados obtenidos por la semiótica
literaria hacia tipos diferentes de textualidad. La historia de la reflexión

13
En pos del signo

que hasta ahora ha tenido lugar es importante para alcanzar nuevas


metas. En efecto, la semiótica en la actualidad, no sólo se ha consolidado
como disciplina sino que, en terrenos de la crítica literaria, ha extendido
sus confines arraigando en países como el nuestro en donde no hace
mucho era apenas peregrina. El interés por la semiótica ha crecido en los
últimos tiempos y no son pocos los ámbitos académicos de nuestro país
en donde se la cultiva con competencia. Por contraste, la diaria tarea
escolar aún tiene dificultades, en esta disciplina, para abrirse paso por
senderos propios.

E n l a c u l t u r a t o d o e s s ig n if ic a t iv o

La convicción que subyace a En pos del signo. Introducción a la


semiótica es que toda cultura está estructurada como un magno sistema
semiótico cuyos textos, organizados jerárquicamente, remiten a una
extensa gama de lenguajes cuya gramática se atiene a reglas parecidas a
las de las gramáticas de las lenguas naturales. La cultura es una magna
lengua cuyo léxico está constituido por signos no sólo de distinta “subs­
tancia” sino de distinta índole y en donde las reglas de combinación que
los gobiernan son en parte distintas y en parte parecidas de un lenguaje a
otro. Es tarea de la semiótica a secas identificar cada uno de esos
distintos sistemas de signos, descubrir sus respectivas gramáticas, estu­
diar sus mecanismos de funcionamiento y, en suma, aprender a leer los
textos que producen y de que se alimenta nuestra civilización. Por lo
general, no se trata sólo de sistemas jerarquizados y como superpuestos
estratigráficamente: se trata, más bien, de sistemas semióticos trabados
entre sí de tal manera que, en conjunto, forman a su vez un magno
sistema semiótico: en la cultura todo es significativo y, viceversa, toda la
semiótica no puede tener otro objeto que la cultura.
Por eso suena tan redundante el nombre de “semiótica de la cultura”
con que se hizo célebre cierto tipo de semiótica. La semiótica, en efecto,
no puede ser sino una semiótica de la cultura: es impensable una semiótica,
a secas, que no sea de una manera o de otra semiótica de la cultura. ¿De
que otra cosa puede ocuparse la semiótica si no es de los múltiples signos
y procesos de significación de que se compone la cultura y que posibilitan

14
A GUISA DE PRÓLOGO

a los seres humanos sus múltiples y variadas formas de comunicación? La


perspectiva en que se planta, empero, este libro es, digámoslo redun­
dantemente, la de una semiótica de la cultura. Los objetos de una cultura
tienen su “valencia” que de una u otra manera determina no sólo su
combinabilidad, dentro de esa cultura, con los otros objetos sino su rol,
llamémosle actancial, atándolos permanentemente al sistema semiótico a
que pertenecen no importa donde se hallen.
La semiótica ha mostrado ya, a estas horas, que si bien el papel de la
lengua como sistema semiótico sigue siendo en muchos aspectos
paradigmático, en muchos otros cada lenguaje tiene sus propias reglas y
sus propios mecanismos que el analista debe descubrir.
Esto no obstante, la semiótica de la cultura está por hacerse. Los
brillantes avances que ha logrado la semiótica literaria, sobre todo en los
terrenos de la narratividad de los relatos, no han sido alcanzados en otras
formas de narratividad en textos verbalizados de otra índole, para no
hablar de los textos no verbalizados donde la semiótica apenas explora
niveles de una descriptividad muy rudimentaria. Hay varios síntomas de
que la semiótica a secas, no importa la espectacularidad de sus exhibicio­
nes, apenas se concibe a sí misma haciendo humildes y primitivas tareas
descriptivas: hoy parece impensable y hasta herética una semiótica que
aspire a otra cosa. En efecto, la semiótica que hasta ahora se ha practica­
do es meramente descriptiva.
Paul Ricoeur, en un brillante ensayo, escrito como homenaje a Greimas
a raíz de su muerte, interpreta la semiótica greimasiana como un “expli­
car” y se pregunta, en una magistral confrontación con la hermenéutica
cuya función es “comprender”, si no es posible pensar en una “meta-
hermenéutica” o hermenéutica general de la que la semiótica fuera
parte.1 Bien pareciera aquí que ya se han traspasado los umbrales de la
descripción y se ha ido más allá. Sea lo que fuere en el futuro, este
comprender y este explicar de la semiótica, sin embargo, aún aparecen
muy cerca de la descripción.1

1. Paul Ricoeur, Entre Herméneutique et sémiotique, Nouveaux actes sémiotiques, Limoges, PULIM,
1990.

15
En pos del signo

Por otro lado, el interés por una metahermenéutica de la que forme


parte la semiótica, como ciencia del futuro, aún está adormecido: los
desdoblamientos e introspecciones que algunas disciplinas de la ciencia
c o n te m p o rá n e a han p ro p u e sto aún e stá n lejo s de la d ic h a
metahermenéutica. Si es cierto que el ser humano es pertinaz productor,
intérprete y consumidor de signos, también lo es que se ha ido vacunan­
do, con el paso del tiempo, al grado que su constante convivencia con los
universos sígnicos y con el magno universo sígnico lo ha hecho en buena
medida insensible a ellos convirtiéndolo, en cierto sentido, en analfabeta.
Consueta vilescunt, escribió San Agustín.
Desde hace mucho tiempo, hemos aprendido que cada texto tiene su
gramática o, como decía Hjelmslev, debajo de cada proceso hay un
sistema subyacente. ¿Cuál es la gramática o, mejor, cuáles son las gramá­
ticas de ese cúmulo de textos de que se compone nuestra cultura? ¿Cuál
es ese sistema subyacente? El carácter semiótico de la cultura es una vieja
adquisición, producto de una reflexión que lleva largos siglos de camino.
Es propósito de este libro recopilar las principales estaciones de este
recorrido: analizarlas, e ir aprendiendo sobre la marcha los secretos,
reglas y mecanismos de funcionamiento de los sistemas semióticos de
que se compone nuestra cultura.
En pos del signo es sólo un instrumento para facilitar esa reflexión y
estudio. Los temas por los que transita son tan importantes en sí mismos
que casi todos ellos tuvieron su momento estelar: estrictamente hablan­
do, cada tema y cada personaje de los que aquí desfilan requerirían un
espacio mucho más amplio y una reflexión mucho más acuciosa de los
que aquí se les atribuye. Aunque estamos totalmente de acuerdo con ello,
nuestro propósito, sin embargo, es otro: reconstruir, a grandes rasgos,
los pasos de la reflexión que ha hecho posible el nacimiento de la
semiótica contemporánea. A nuestro juicio, el carácter semiótico de la
cultura viene siendo un descubrimiento tan importante como lo fue, en su
momento, el descubrimiento del alfabeto. El poder identificar unidades
distintas entre sí en el continuum del habla, aislarlas y representarlas
gráficamente en textos es una actividad análoga a los actuales esfuerzos
de la semiótica.

16
A GUISA DE PRÓLOGO

L a s d e u d a s de gratitud

En un libro como En pos del signo son muchas las deudas de gratitud
contraídas: el libro se gestó desde los antiguos cursos de semiótica
impartidos a principios de la década pasada en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León y vino a tomar forma
en los recientes cursos del Centro de Estudios de las Tradiciones de El
Colegio de Michoacán: en ese trayecto hubo muchos interlocutores hoy
acreedores de este libro a quienes va, en primer lugar, mi gratitud: sus
sugerencias, bibliografías y comentarios surgidos en el penoso crisol del
aula cotidiana tuvieron a bien calarlo y enriquecerlo con su pausada
reflexión, con sus espectativas, sus observaciones y su paciencia, vaya a
todos ellos este libro un poco más afinado y con un poco menos de vacíos
sin colmar. Agradezco al Departamento de Publicaciones de El Colegio
de Michoacán, especialmente a Jaime Domínguez y a Rosa María Manzo,
la capaz dedicación y el generoso empeño que pusieron en la conforma­
ción de este libro. Mecenas de En pos del signo es Agustín Jacinto, actual
coordinador del Centro de Estudios de las Tradiciones quien, además de
contribuir en especie con varios documentos bibliográficos, no dejó de
insistir en su publicación. A él va dedicado con mi especial gratitud. Ahí
va, pues, lector benévolo, convertido en libro de verdad. Queda en tus
manos.

Herón Pérez Martínez

Jacona, Mich., junto al Canal de la Esperanza,


30 de septiembre de 1994.

17
INTRODUCCIÓN

LOS USOS DEL VOCABLO “ SEMIÓTICA”

El actual término “semiótica” remite, en efecto, a una muy larga y


fatigosa historia de búsquedas y exploraciones en tomo al complejo
fenómeno de la significación o, si se quiere, de las situaciones significantes,
que ha desembocado en las actuales prácticas de desmontaje, de la más
diversa índole, aplicadas a distintas configuraciones culturales, interesa­
das en los sistemas y mecanismos de la significación.
Según sea el concepto que se asuma de semiótica se podrá decir o no
que las reflexiones de que se da cuenta en este libro pueden ser conside­
radas o no como parte de la semiótica. Sin embargo, la historia de la
lingüística y, en general, la historia de la cultura ha mostrado cuánto el
saber es patrimonial y cuánto las reflexiones contemporáneas sobre lo
que sea deben a las exploraciones a veces balbucientes del pasado. De
una manera o de otra esta ojeada que ahora echamos hacia el pasado de la
semiótica muestra bien cuánto ha sido el interés que el signo y los
diversos sistemas por él configurados ha provocado entre los hombres de
ciencia del pasado. Por lo demás, como veremos enseguida, en la actuali­
dad no siempre se llama “semiótica” a lo mismo.
En efecto, hoy en día circulan varias definiciones de semiótica que, de
hecho, corresponden a otros tantos proyectos, diversos entre sí, que
aparecerán a lo largo de estas páginas. Para Peirce (Collected Papers)
semiótica es “la doctrina de la naturaleza esencial de las variedades
fundamentales de toda posible semiosis”; para De Saussure (Curso), se
trata de una “ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la
vida social” a la que propone que se dé el nombre de “semiología”. Para
Erik Buyssens (La communication et Varticulation linguistique), en

19
En pos del signo

cambio, se trata del “estudio de los procesos de comunicación, es decir,


de los medios utilizados para influir a los otros y reconocidos como tales
por aquel a quien se quiere influir”, la llama semiología. Mientras Ch.
Morris (Signos, lenguaje y conducta)1 define la semiótica como una
“doctrina comprehensiva de los signos”; para Umberto Eco “es una
técnica de investigación que explica de manera bastante exacta como
funcionan la comunicación y la significación”.12
* Este patente desacuerdo sobre lo que debe entenderse por semiótica,
independientemente de los acuerdos que conlleve, plantea de entrada un
serio problema de terminología. Por lo pronto, el nombre: unos llaman
semiótica lo que otros llaman semiología. Sobre ello volveremos más
adelante. En segundo lugar, más allá del nombre, nos interesa la semiótica
como una práctica analítica. Una cuestión importante, de acuerdo con
esto, es qué significa en concreto, para cada uno de estos proyectos, la
expresión “hacer semiótica” : qué significa, a saber, realizar un “análisis
semiótico” de un determinado texto, sea verbal o no, según la idea que
cada uno de ellos se hace sobre la disciplina. Por lo general, parece existir
un acuerdo en que el análisis semiótico no es un acto de lectura sino, más
bien, un acto de exploración de las raíces, condiciones y mecanismos de
la significación. Cómo está hecho el texto para que pueda decir lo que
dice.
Desde luego, al explorar el mecanismo de un texto será posible
percibir el tipo de significaciones de que ese texto es capaz y, al contra­
rio, las significaciones que no puede producir. Por tanto, no nos interesa
qué es lo que el texto que analizamos dice ni quien es el sujeto que dice lo
que el texto dice. No nos interesamos en “sacar” a los textos que
analizaremos sus sentidos “ocultos” al lector común y sólo perceptibles
por los “expertos”. Nos interesa el cómo del texto: cómo este texto dice
lo que dice. Nos interesa explorar cómo está hecho el mecanismo del

1. Se trata de Signs, Language and Behavior, New York, Prentice-Hall, 1946, del que circula la traducción
que al español hace J. Rovira Armengol titulada, precisamente, Signos, lenguaje y conducta, B. Aires,
Ed. Losada, 1962.
2. U. Eco, El signo, p. 17. En adelante las referencias bibliográficas se harán de acuerdo con la bibliografía
arriba incluida, a no ser que se diga otra cosa. Véase la lista de definiciones que recoge F. Casetti en su
Introducción a la semiótica, Barcelona, Ed. Fontanella, 1980, pp. 21 y s.

20
Introducción

texto en cuestión. En el análisis semiótico que aquí practicaremos lo que


importa, pues, es la forma del contenido, cómo el texto dice lo que dice,
no la substancia del contenido, el qué del texto.3
Hay, como se sabe, muchas maneras de entender lo que es “hacer
semiótica” . En efecto, cada una de las definiciones arriba esbozadas
parece entender la práctica semiótica de una manera diferente: parecen
corresponder a proyectos o maneras diferentes de “hacer semiótica”. Si
como hemos visto, Peirce (Collected Papers) entiende por semiótica “la
doctrina de la naturaleza esencial de las variedades fundamentales de
toda posible semiosis”. Para él “hacer semiótica” significará, por tanto,
tomar todos los fenómenos o hechos catalogables como semióticos,
hacer una clasificación de ellos, y elaborar una teoría de cada una de las
variedades resultantes. Aunque, en el fondo, elaborar una teoría de un
fenómeno equivale, de cualquier modo, a hacer explícito su mecanismo
de funcionamiento: analizar los elementos de que se constituye y las
reglas según las cuales funciona. En último término, por tanto, “hacer
semiótica” para Peirce puede significar hacer explícito el mecanismo de
funcionamiento de los diferentes tipos de semiosis. Su teoría semiótica,
como la de los demás semiotistas de esta pequeña muestra será expuesta
más adelante en detalle.
Por lo que hace a Ferdinand de Saussure (Curso), en cambio, piensa -
que la semiótica del futuro debería ser una “ciencia que estudie la vida de
los signos en el seno de la vida social” a la que propone se dé el nombre
de “semiología”. Saussure habla de la tal “semiología” en las lexías 73,
129, 139, 161 y 170 del Curso y la funda, precisamente en el carácter
arbitrario del signo lingüístico. Desde luego, hay también referencias a su
proyectada “semiología” en sus célebres cuadernos de notas, sus Cahiers.
La semiótica, pues, tendrá como objeto estudiar “la vida de los signos en
el seno de la vida social”.
Como se verá en detalle más adelante, el texto saussureano más
sobresaliente sobre semiótica está basado en las lecciones dictadas los
días 12 y 16 de noviembre de 1908, durante su segundo curso en

3. Para los presupuestos teóricos de este análisis puede verse, Grupo de Entrevernes, Análisis semiótico de
los textos, Madrid, Cristiandad, 1982.

21
En pos del signo

Ginebra, y las lecciones del 4 de noviembre de 1910 y 25 de abril de


1911, pertenecientes al tercer curso. Según se desprende de esos textos,
De Saussure concibe la lengua como un sistema semiótico y lo equipara a
otros sistemas de algún modo semióticos.
La naturaleza semiológica del lenguaje en Saussure, tiene su origen
sobre todo en el hecho de que el lenguaje es una institución social y, por
tanto, el sistema de signos de que hace uso es siempre un sistema de
signos convencionales. Este carácter colectivo o, si se prefiere, social es
una característica esencial de todo hecho semiológico: si no es social o
colectivo un fenómeno sígnico no es semiológico.4 Por otro lado, se
sugiere en el texto anterior una de las tareas más urgentes de la futura
semiótica: la de clasificar los distintos sistemas de signos de que se
compone una cultura.
Por lo que puede desprenderse de estos breves bosquejos de una
disciplina que aún no existe, a reserva de regresar en su momento sobre
ello, “hacer semiótica” parece significar en Ferdinand de Saussure hacer
explícito el funcionamiento social de los sistemas semióticos: cómo es
que esos sistemas producen la significación. Se ocupará, por tanto, de
“marcar los grados y las diferencias” existentes entre ellos; “averiguar si
los modos de expresión que se basan en signos enteramente naturales
-com o la pantom im a- le pertenecen de derecho” a la semiótica o no. En
resumidas cuentas, “hacer semiótica” para De Saussure consiste en
averiguar “en qué consisten los signos y cuáles son las leyes que los
gobiernan” .
Según la definición esbozada arriba, para Erik Buyssens (La
communication et l'articulation linguistique), en cambio, “hacer
semiótica” consiste en el “estudio de los procesos de comunicación, es
decir, de los medios utilizados para influir a los otros y reconocidos como
tales por aquel a quien se quiere influir”. Como De Saussure, también él
la llama semiología. En esta definición de Buyssens, como se ve, el
objetivo de la semiótica es el cómo de la significación: cada proceso de
comunicación se descompone en sus diferentes elementos a los que se
analiza, uno a uno, para ver no sólo cómo se da en ellos eso que llamamos

4. Para este asunto véase a Koemer, pp. 419-436.

22
I ntroducción

significación que no es otra cosa que su capacidad de “influir y ser


reconocidos” por el destinatario sino en concreto en qué consiste ese
mecanismo.
Para Ch. Morris (Signos, lenguaje y conducta), en cambio, la semiótica
es, según hemos visto, una “doctrina comprehensiva de los signos”.
Esta definición es muy vaga y, como veremos, Morris profundiza en ella
en varias de sus obras como sus Foundations in the Theory o f Signs.5 Si
nos atenemos a lo que en general se llama “doctrina”, hemos de decir,
sin embargo, que siempre redunda en el cómo. Las antiguas texnai, por
ejemplo, extraían la doctrina de la buena práctica: de la práctica de los
maestros se extraían el cómo hacerlo; ese cómo hacerlo era llamado
“doctrina” . En efecto, según Morris la semiótica es la “ciencia de la
semiosis” cuyo objeto es “el signo o conducta semiósica”.6 En con­
creto:

El proceso en el cual alguna cosa funciona como signo puede llamarse semiosis.
Se lia considerado comúnmente, en una tradición que se remonta a los griegos,
que este proceso supone tres (o cuatro) factores: aquello que actúa como un signo,
aquello a que se refiere el signo, y el efecto en un intérprete. Estos tres componen­
tes de la semiosis pueden llamarse, respectivamente, el vehículo señal, el designatum
y el interpretante; el intérprete puede incluirse como cuarto factor. Estos factores
hacen explícitos los factores sobreentendidos cuando en el habla común se dice
que un signo indica algo a alguien.7

“Hacer semiótica”, por tanto, significa no sólo identificar los distin­


tos componentes de la semiosis, sino clasificar los distintos tipos de
signos y analizar su funcionamiento en sus diferentes niveles. Morris
distingue entre semiótica pura y semiótica descriptiva. Hacer semiótica
pura consiste en elaborar “en forma sistemática el metalenguaje median­
te el cual se describirían todas las situaciones que involucran signos”.
Hacer semiótica descriptiva, en cambio, no es otra cosa que aplicar este
metalenguaje, la semiótica pura, “a casos concretos de signos” .8

5. Chicago and London, The University o f Chicago Press.


6. Mauricio Beuchot, Elementos de semiótica, México, UNAM, 1979, p. 182.
7. En M. Beuchot, Op. cit., p. 182. El texto en negritas ha sido substituido por mi.
8. En M. Beuchot, Op. cit., p. 192.

23
En pos del signo

Para Umberto Eco, en fin, dado que la semiótica “es una técnica de
investigación que explica de manera bastante exacta como funcionan la
comunicación y la significación” .9 “Hacer semiótica”, por tanto, consis­
te en explicar con precisión “cómo funcionan la comunicación y la
significación”. Aunque la comunicación es un proceso subordinado a la
significación, en Eco “hacer semiótica” parece tener un doble corpus de
hechos: unos, los de la comunicación, que se interesan en los signos; y
otros, los de la significación, interesados en los códigos.
He aquí, como punto de partida, algunas de las diferentes maneras de
entender en la actualidad no sólo el vocablo “semiótica” sino la práctica
de la disciplina que lleva ese nombre y que aquí nos interesa.

El o r ig e n d e l t é r m in o “ sem ió t ic a ”

El vocablo “semiótica”, como todo el mundo sabe, es de origen griego.


Semeiotiké, en efecto, significa la observación de los síntomas. Fue
acuñado en el siglo II de nuestra era por Galeno, el antepasado de los
médicos, para designar, precisamente eso: el arte de observar e interpre­
tar los síntomas. Sin embargo, el interés humano por los signos se pierde
en los albores de la humanidad. Semeiotiké, en la lengua griega, es un
derivado de sema, un vocablo primario tan antiguo que su uso se remonta
al período oral de la cultura griega.
Entre los griegos, en efecto, el vocablo sema se usaba desde antes de
que las tradiciones orales emanadas del período micénico fueran fijadas
por Homero en lo que hoy es tenido como la épica griega, probablemen­
te, hacia el siglo VII antes de nuestra era. Significaba tanto la señal, como
el indicio, el signo, la marca. Sema, pues, se usó para denotar todo lo que
por contraste a un continuo se diferenciaba de él.
Con ese vocablo se denominaba, en efecto, todo lo que sobresalía.
Sema fue usado, por ejemplo, para designar el montículo o cualquier tipo
de elevación en el terreno como los túmulos o las sepulturas. Y de allí, en
una época posterior, pasó a significar el santo y seña, el distintivo

9. U. Eco, El signo, p. 17. En adelante las referencias bibliográficas se harán de acuerdo con la bibliografía
arriba incluida, a no ser que se diga otra cosa.

24
Introducción

convenido, la contraseña. En una tradición empezada también por la obra


homérica,1012en una de las líneas de desarrollo semántico del vocablo,
sema se empezó a usar para designar la señal en el cielo, el presagio, el
augurio, el hecho portentoso. Con ello, el vocablo conquistó el universo
de lo celeste en sentido tanto religioso como astronómico.
Por otro lado, el deslizamiento semántico de sema lo hizo llegar de
una forma natural a ámbitos cercanos a los que aquí nos interesan. Sema,
en efecto, fue usado para designar la frontera o el límite entre territo­
rios.11 Si se denominaba sema a las marcas que se ponían para identificar
los límites entre dos terrenos contiguos, nada extraño que, andando el
tiempo, por la natural tendencia a la simplificación que se observa en
todas las lenguas, por mera sinécdoque se empezó a utilizar el vocablo
sema para denotar el límite mismo, la frontera. De esta manera, sema se
fue especializando en aquel tipo de marcas que servían para diferenciar
una cosa de otra: marcas de identidad. Así, por ejemplo, se llamó sema
tanto al sello o efigie que solían llevar las monedas, como al emblema o
divisa de un broquel.
Teorías aparte, se puede obtener fácilmente una muestra práctica de
que la cultura está constituida por conjuntos de sistemas de significación
con sólo ver las múltiples derivaciones que se fueron aglutinando en
tomo al vocablo sema: semaía, por ejemplo, se usó para designar la
bandera, el estandarte y, en general, cualquier tipo de enseña. Y así
llegamos al importante verbo semaíno y a su gemelo semeióo : compues­
to del nombre sema y del sufijo de presente -aíno.'2Semaíno significaba
poner una marca a algún objeto; colocar un sello a algo; dar la señal para
que empezara alguna cosa, por ejemplo, un combate. Semaíno, por tanto,
se usó pronto con el sentido de dar una orden y, de allí, dar a conocer,
hacer saber, revelar, explicar, hasta llegar al concepto con que, en la
actualidad, se le conoce más en el mundo no bárbaro: significar, tener una
significación, mostrarse como un síntoma, manifestarse. Conforme se

10. Por ejemplo, Ilíada 10.466, 23.326; Odisea 19.250, etc.


11. Ilíada 23.843.
12. Véase, por ejemplo, Pierre Chantraine, Morfología histórica del griego, Barcelona, Ediciones Avesta,
1974, & 282. Puede verse, igualmente, Georg Curtius, Gramática Griega , Buenos Aires, Ediciones
Desclée, & 352,7.

25
En pos del signo

toma conciencia del carácter semiótico de la cultura, este verbo se va


haciendo abstracto: primero es el signo concreto que está adherido a una
realidad en la que funciona como marca de identidad; después, es la
marca sola que remite siempre a una segunda realidad.
En el primer sentido, semaíno denota anunciar, mostrar, dar a cono­
cer y comunicar: así lo usan tanto la tradición homérica como las
inscripciones, los papiros, los LXX y Filón y, en general, el griego koiné
en el siglo I de nuestra era. Hay una tradición, que podríamos denominar
religiosa, que usa el verbo semaíno y adopta un sentido futurista como
dar un indicio, augurar, predecir. Esta tradición se remonta a Heráclito,
pasa por Flavio Josefo y llega hasta el cuarto evangelio.13 Es curioso el
universo a que remite este verbo en voz media: el significado va desde el
simple marcar algo para sí hasta el conjeturar. Una conjetura es, en
efecto, un salto semántico en que supuestas ciertas marcas se deducen las
que faltan hasta completar un cuadro de lo que sea: una conjetura es un
proceso semiótico.
Al segundo sentido pertenece el vocablo semeion que desde Esquilo,
Heródoto, inscripciones papirológicas, los LXX, la epístola de Aristeas,
Filón, Flavio Josefo y los oráculos sibilinos significa la “huella”. Este
significado fundamental se bifurca en dos direcciones básicas: la primera
de ellas se apoya en el sentido básico de semeion,”señal” o “distintivo” .
De esta manera, semeion significa el “indicio”, el “síntoma”, el “presa­
gio”, la “admonición”. La segunda de ellas es de índole religiosa:
semeion, de acuerdo con esta línea semántica, significa el acontecimiento
maravilloso, el suceso que contradice las leyes del acontecer natural.
Semeion es, por tanto, el milagro. En este segundo sentido, semeion
denota el “signo” proveniente de los dioses.
La familia del vocablo sema es numerosa y variada: semaiofóros es el
abanderado, semaléos es el que hace señales o signos. Semaléos, dador
de signos, se le llama a Zeus;14 séman es un vocablo generador de una
amplia gama de términos cuyo denominador común es funcionar como
distintivo de algo, indicar algo o conducir, de la manera que sea, hacia

13. Walter Bauer, Wórterbuch zum neuen Testament, Berlín, Editorial Alfred Topelmann, 1958, ad loe.
14. Paus. 1.32.2.

26
Introducción

alguna parte o dominio. Especialmente importantes para nuestro asunto


son dos derivados del ya mencionado verbo semeióo: semeiósis y
semeiotikós. El primero de ellos, semeiósis, significa la acción de indicar,
de señalar, de significar. Semeiotikós, de donde deriva nuestro vocablo
semiótica, es el que se dedica a observar signos: la cultura es, pues, un
continuum que tiene distintos tipos de marcas de distinta índole
interrelacionadas entre sí de manera jerárquica. La semiótica es el arte de
leerlas.

¿S e m ió t ic a o s e m io l o g ía ?

La disciplina que tiene por objeto estudiar los sistemas de signos ha


corrido mundo, como bien se ha visto, bajo dos nombres: semiología y
semiótica. Por principio de cuentas, el uso del término semiótica o
semiología remite a un diferente ámbito de origen: la disciplina emanada
de Peirce y desarrollada especialmente en Estados Unidos prefirió el
nombre de semiótica; mientras la engendrada por Ferdinand de Saussure,
más ligada al universo europeo, prefería el de semiología.
Pero, en general, se puede decir que durante una parte del siglo XX se
mantuvieron los dos ya usándose indistintamente, ya dividiéndose
civilizadamente el campo. Así, se dio en llamar “semiología”, sobre todo
en Francia, tanto a la disciplina que tenía como objeto el estudio de los
signos en sistemas verbales, como a la corriente europea (sausureana) de
la semiótica, de que hablaremos luego. En cambio, se llamó semiótica ya
a la disciplina que se ocupaba de los sistemas de signos no verbales, ya a
la corriente anglosajona de base lógico-filosófica|(Peirce, Frege, Russell,
Odgen y Richards, Morris, Carnap, Quine, Wittgenstein, Tarski, etc.).
Como dice Umberto Eco, “pronto, releeremos entera la historia de la
filosofía, en clave semiótica”.15
Elubo otros intentos de dividir el campo. Rossi-Landi, por ejemplo,
en su libro Charles Morris e la semiótica novecentesca,16 propone que se

15. “El pensamiento semiótico de Roman Jakobson”, en Revista mexicana de ciencias políticas y sociales.
Literatura y sociedad, México, UNAM, Núm. 102, Año XXVI, octubre-diciembre 1980, p. 214.
16. Milano, Feltrinelli, 1975.

27
En pos del signo

llame semiótica a la ciencia general de los signos y semiología a la


disciplina particular que se ocupa de los fenómenos sígnicos post y
translingüísticos. D 'A . S. Avalle, en cambio, en su Corso di semiología
dei tes ti leiterar i,'1 prefiere llamar semiología el estudio de los signos
intencionales y arbitrarios y semiótica al estudio de los síntomas, indicios,
etc. Al crearse en 1969 la Asociación Internacional de Semiótica cuya
revista Semiótica aparece por primera vez ese año, se decidió que se
llamara semiótica a la disciplina que estudia los sistemas de significación.
El término “semiótica” quedó, con ello, convertido en un término
general para designar la disciplina que se ocupa de cualquier asunto
relacionado con el fenómeno de la significación. En ese sentido lo
usamos aquí.

S emiótica vs semántica

El térm ino “sem ántica” es cercano pariente de nuestro vocablo


“semiótica” : en último término, es también descendiente de nuestro ya
viejo conocido sema. Por semántica se suele entender la “ciencia del
significado”1718iJEl vocablo “semántica” procede del lingüista francés
Michel Breal, quien fue el primero en formular y proponer los principios
de una semántica diacrónica. Breal había destacado desde 1862 como
mitólogo, filólogo y lingüista mediante la publicación de numerosos
escritos. Su carta de celebridad, en todo caso, le viene de dos rumbos
diferentes entre sí: el haber sido maestro de Ferdinand de Saussure en
París y el haber creado la semántica. De acuerdo con los vientos que
corrían en la Europa de fines del siglo XIX, este lingüista se interesaba en

17. Turin, Giappichelli, 1972.


18. No me interesa definir de otra manera la semántica. Remito al lector a obras como: John Lyons,
Semántica, Barcelona, Editorial Teide, 1980, 856 pp., con una abundante bibliografía sobre el tema;
Stephen Ullmann, Semántica. Introducción a la ciencia del significado, segunda edición, cuarta
reimpresión, Madrid, Ed. Aguilar, 1976, 320 pp.; Jerrold J. Katz, Teoría semántica, M éxico, Ed.
Aguilar, 1979, 612 pp.; F. H. George, Introducción a la semántica, Madrid, Editorial Fundamentos,
1974, 198 páginas; Adam Schaff, Introducción a la semántica, tercera reimpresión de la primera edición
en español, M éxico, FCE, 1978, 404 pp.; Goefrey Leech, Semántica, Madrid, Alianza Editorial,
AU 197, 1977, 420 pp.; Eugenio Coseriu, principios de semántica estructural, Madrid, Gredos, 1977,
248 pp.

28
I ntroducción

estudiar los cambios de significado que sufrían las palabras. En 1897


publicó su Essai de sémantique, Science des significations, en el que
emplea por primera vez el término “semántica” .
Ya a mitad de siglo Reisig había hablado de la semasiología que tenía
por objeto, a decir de su creador, estudiar “los principios que gobiernan
el desarrollo del significado”. Empero, todo había quedado en eso.
Reisig no tuvo seguidores y la nueva disciplina tuvo que esperar a Breal
quien la bautizó como “semántica” en 1883 y escribió su acta de
identidad en 1897 en el mencionado Essai. Su intención, según sus
propias palabras,

fue dar un esbozo general, bosquejar una división general y, por así decirlo, un
plano provisional de un dominio que no ha sido estudiado hasta ahora y que
resultará del trabajo de muchas generaciones de lingüistas. En consecuencia, se
ruega al lector que considere este libro como una simple introducción a la ciencia
que propongo se llame semántica.19

Breal, en una nota al pie de página, daba la siguiente explicación:


“Semantiké téjne, ciencia de los significados, de la palabra semaíno,
denotar, en cuanto opuesta a fonética, ciencia de los sonidos hablados” .20
Lo que Breal quería estudiar en la nueva disciplina era, como decía, la
causa, índole y estructura de los procesos que tenían lugar cuando las
palabras cambiaban sus significados ya sea por ampliación, ya por reduc­
ción o especialización, ya por transferencia, ya, en fin, por otras vías.

En esta segunda parte, me propongo, dice Breal, investigar por qué las palabras,
una vez creadas y dotadas de cierto significado, lo amplían o lo contraen, lo
trasladan de un grupo de Ideas a otro, elevan o rebajan su valor, en una palabra:
producen cambios. Esta segunda parte es la que constituye la semántica, es decir,
la ciencia del significado.21

La semántica nace con esos propósitos que luego habría de ir afinan­


do sobre todo tras la discusión con la lingüística conductista norteameri­

19. En Adam Schaff, Op. cit., p. 15.


20. Ibid.
21. Schaff, Op. cit., p. 16. Véase también Gaetano Berruto, La semántica, M éxico, Nueva Imagen, 1979,
P- 31-

29
En pos del signo

cana de principios de siglo. En todo caso, se ocupa de los problemas de


significación que se dan en el seno de las lenguas históricas: denotación,
connotación, denominación, designación, significación, sentido, referen­
cia, campos semánticos, etc. Los lingüistas han entendido por semántica
investigaciones de tres tipos diferentes: el cambio de significado, la
significación en sí misma y el estudio del significado como plano del
signo lingüístico.
La relación entre la semántica y la semiótica estaría dada por los
respectivos objetos dados por sendas definiciones, así sean provisionales:
la semántica como la “ciencia del significado” y la semiótica, como la
“ciencia de los signos” . Los vocablos “signo” y “significado”, si bien
parientes, etimológicamente hablando, remiten a procesos diferentes: el
“significado” es un proceso de índole lingüística; el “signo” es un
fenómeno más general que no se agota en el signo lingüístico que,
aunque eminente entre los signos, no deja de ser sólo un tipo de signo.
Luego de señalar que Eco, Schaff, Fano y Greimas, entre otros,
superponen semántica y semiótica agrega:

Este planteo se basa, seguramente, en el hecho de que el problema del significado


es fundamental para la semiótica. Pero, es uno de los problemas de la semiótica y
no su objeto de estudio. Por consiguiente, la semántica será, a lo sumo, una parte
de la semiótica, y tendrá sus propios métodos de investigación y sus problemas
específicos por resolver, que no son necesariamente los de la semiótica. Demos a
la semántica lo que es de la semántica: la semiótica es la ciencia de los signos, la
semántica la ciencia del significado. Ambas no deben ser confundidas.22

H ay varias semióticas

Como se ve por la somera encuesta de definiciones de la disciplina con


que empezamos, hay varios proyectos de semiótica de los cuales unos

22. Berruto, Op. cit., p. 15. Berruto dice “semiología”, no “semiótica”. Empero, por las razones que dimos
arriba sobre las relaciones entre semiótica y semiología, y porque la mitad de los autores de que habla
han dado el nombre de semiótica a la disciplina, hemos substituido en la cita semiología por semiótica.

30
Introducción

podrían considerarse como originantes y otros como derivados. Entre el


cúmulo de proyectos de semiótica que se han ido proponiendo a lo largo
del siglo XX, sobresalen tres que, de hecho, se han convertido, en la
actualidad, en importantes corrientes de la semiótica: una semiótica
norteamericana, una semiótica francesa heredera del proyecto saussureano
y una semiótica rusa.
La semiótica norteamericana se ocupó, desde muy pronto, de descri­
bir sistemas de símbolos no verbales. Con marcadas tendencias a la
antropología cultural y de índole predominantemente descriptiva, ha
logrado desarrollar técnicas muy avanzadas para el análisis de procesos
culturales. Sin embargo, hay, en la semiótica norteamericana actual, otras
vertientes.
El proyecto de semiótica formulado por Ferdinand de Saussure fue
desarrollado, sobre todo, por Erik Buyssens, Luis Hjelmslev y Roland
Barthes. Barthes crea una escuela que, en resumidas cuentas, alberga una
poderosa corriente de semiótica que aquí denominaremos, sin más,
semiótica francesa. La semiótica francesa, por lo demás, nació en el seno
de un movimiento llamado el formalismo francés y, por tanto, está
emparentada con ese magno y brillante movimiento de principios de siglo
conocido como formalismo ruso. La semiótica francesa se ha vigorizado
impulsada por Claude Lévi-Strauss, Roland Barthes, Julia Kristeva,
Tzvetan Todorov, Philippe Sobers y, sobre todo, Algirdas Julien Greimas.
Esta corriente se orientó, sobre todo, a estudiar las formas sociales que
funcionan a la manera del lenguaje: los sistemas de parentesco, los mitos,
la moda y, sobre todo, el lenguaje literario en donde Greimas ha alcanza­
do resonantes triunfos.
La versatilidad de esta tendencia aparece bien en los trabajos de sus
ya mencionados pilares: mientras las Mitológicas de Lévi-Strauss se
ocupan de desentrañar ciertas clases de mitos, Roland Barthes se aplica
en sus Mitologías a desentrañar “mitos” de la vida cotidiana como el
turismo, el automóvil, la publicidad, los juguetes, el poder, la cocina, etc.;
la semiótica greimasiana, por su parte, ha desarrollado sofisticadas técni­
cas para estudiar las semiosis que se dan en textos como los narrativos.
Próximo a esta tendencia está el italiano Umberto Eco quien, tras desa­

31
En pos del signo

rrollar una consistente teoría semiótica, en Lector in fabula lleva a cabo


una muy original semiótica de la narratividad mientras que en La estrate­
gia de la ilusión aplica su teoría semiótica a la vida cotidiana: discurso
periodístico, discurso político, las modas, las costumbres, el deporte, la
televisión, etc.
La semiótica rusa nació hace más de cien años con las investigaciones
del gran filósofo ruso A. A. Potebnaj interesado en el aspecto sígnico del
lenguaje. A partir de entonces, se ha ocupado, hasta principios de la
década de los setenta, del vasto territorio de las tradiciones populares, la
lingüística y la crítica literaria, a lomos del formalismo ruso, primero, y
del Círculo de Praga, después. Como ejemplo de las leyes semióticas
emanadas de las tesis del 29 podemos mencionar la que dice que cual­
quier sistema semiótico está sujeto a leyes semióticas generales cuyos
códigos siempre están atados a comunidades históricas.
A partir de los años 60, sin embargo, tuvo lugar un fuerte movimiento
semiótico cuyos objetivos más importantes son los siguientes: a) Conver­
tir los antiguos principios del formalismo ruso en una auténtica ciencia
literaria; b) alcanzar rigor científico con la inclusión de métodos de
análisis más exactos como la teoría de la información; c) mantener una
apertura interdisciplinaria en que, al coexistir las diferentes corrientes
semióticas, se puede ver la cultura como una variedad de sistemas de
signos; d) no sólo la literatura sino cualquiera de los sistemas semióticos
de que se compone una cultura es un objeto semiótico: cualquier fenóme­
no cultural es susceptible de ser estudiado por la semiótica.
En resumidas cuentas, pues, la semiótica se ocupa de signos, sistemas
sígnicos, acontecimientos sígnicos, procesos comunicativos, funciona­
mientos lingüísticos y cosas así. Es decir, la semiótica se ocupa del
lenguaje entendido tanto como la facultad de comunicar que como el
ejercicio de esa facultad. La semiótica, por tanto, se ha ocupado de las
más variadas cosas: arquitectura, cine, teatro, las modas, las señales de
tráfico, la publicidad, la literatura, el arte, los juegos, las normas de
cortesía, la televisión, los gestos y muchas más cosas de esa índole.
Si queremos hacer un pequeño cuadro de las relaciones entre la
semiótica y las demás disciplinas que, de una u otra manera se ocupan del

32
Introducción

signo, introduzcamos algunas nociones y distinciones. Se suele llamar


“hecho semiótico”, “situación semiótica” o “semiosis” a cualquier
fenómeno en cuya composición entra el signo, principalmente el signo
lingüístico. Todos los hechos o situaciones semióticos constituyen el
objeto de estudio de la semiótica. Todo hecho semiótico es, por defini­
ción, un proceso de comunicación. Por tanto, en la conformación de un
hecho semiótico hay, por definición, un signo, un emisor y un receptor.
Estos últimos son los usuarios del signo. Pero dado que todo signo está
constituido por la relación entre un significado (contenido del signo) y un
significante (medio o vehículo por el que se comunica el significado),
entonces en todo acontecimiento semiótico toman parte los usuarios, el
significado y el significante.
Pues bien, la parte de la semiótica que estudia las relaciones entre
significantes y significados es, como hemos visto, la semántica. En
efecto, se suele llamar semántica a la “rama” de la lingüística que se
ocupa de estudiar el significado tanto de las palabras, como de los
enunciados y de las oraciones. Dentro de un ámbito todavía más específi­
co, hay la onomasiología y la semasiología: la primera se ocupa en
general de la tarea de dar nombres a los objetos y en concreto de las
denominaciones que se dan a un mismo referente. La semasiología, en
cambio, es la actividad inversa. El término se emplea sobre todo en
geografía lingüística y designa el estudio de los diferentes significados o
los derivados que a través del tiempo ha tenido un mismo signo lingüístico.
Sin embargo, estos dos últimos términos no han logrado avanzar más allá
de algún intento inicial de asignarles un campo específico dentro de algún
tipo de semántica. Para el Diccionario de filosofía de Nicola Abbagnano,
por ejemplo, semasiología es “lo mismo que semántica”.23
En la historia de la filosofía encontramos, sobre todo a principios de
siglo, el uso del término semántica en una acepción distinta de la de
ciencia del significado que en 1897 le dio originalmente Michel Breal, su
fundador, en sus Essais de sémantique: science des significations. Por

23. Segunda edición, México, FCE, 1974, ad loe.

33
En pos del signo

ejemplo, los lógicos polacos emplearon el término semántica para desig­


nar la lógica formal en general.24
A la parte de la semiótica, en cambio, que se encarga de estudiar las
relaciones entre significantes y usuarios se le llama pragmática y, en
efecto, estudia el empleo de signos por los seres humanos en sus diferen­
tes maneras de relacionarse. Sin embargo, dentro de este ámbito, se
pueden distinguir al menos tres direcciones en la actual pragmática. Se la
puede entender y se la entiende, en efecto, tanto como una doctrina del
empleo de los signos, que como una lingüística del diálogo y, finalmente,
como una teoría del acto de habla.25
Finalmente, se llama sintaxis a la parte de la semiótica que estudia las
relaciones de los significantes entre sí. Se puede decir, por tanto, que de
acuerdo con el modelo saussureano, la semiótica “está por encima” de
los objetos particulares de cada una de estas disciplinas que se ocupan de
alguno de los componentes del proceso semiótico.26
Hay, según hemos señalado, toda una corriente de una semiótica que
podríamos llamar filosófica, heredera de Peirce, de corte anglosajón, que
cobija los trabajos de la corriente lógico-analítica de Frege, Wittgenstein,
Carnap, Quine, Odgen y Richards, Moore, Russell y, sobre todo, Charles
Morris, del que hablaremos más adelante. Más aún, a decir de Roman
Jakobson en su “Ojeada al desarrollo de la semiótica”,27 el verdadero
comienzo de la moderna semiótica se dio en los territorios de la lógica.
Las relaciones entre la lógica y la semiótica se verán más claramente a lo
largo de estas páginas. Para los autores arriba citados, la semiótica es la
“teoría de los signos en general y de los signos lingüísticos en particu-

24. N. Abbagnano, Op. cit., p. 1010.


25. Véase Brigitte Schlieben-Lange, Pragmática lingüística , versión española de Elena Bombín, Madrid,
Gredos, 1987, p. 12. Esta obra revisa la bibliografía que sobre pragmática circulaba hasta 1975. Como
tipo de una corriente de pragmática actualmente en boga, los Elementos de pragmática lingüística de
Alain Berrendoner (Barcelona, gedisa, 1987) sostienen la fírme convicción de que “no es posible
representar en conceptos generales la enunciación de un enunciado, sin definirla como totalidad del
hecho de la comunicación verbal, es decir, sin aceptar representar algunos de esos functivos hasta ahora
considerados como no pertinentes: gestos y normas sociales, especialmente”, (p. 27).
26. Cfr. Mauricio Beuchot, Elementos de semiótica, México, UNAM, 1979, pp. 9-14.
27. En Roman Jakobson, El marco del lenguaje, México, FCE, 1988, pp. 7-31 el traductor prefiere emplear
el término semiología para traducir el vocablo sémiotique que emplea Jakobson.

34
I ntroducción

lar”.28 Se dedica, en especial, al lenguaje formal tanto de la lógica como


de las ciencias. Sin embargo, hablar de “semiótica filosófica” es inade­
cuado entre otras razones porque fue la filosofía, como quedará claro a lo
largo de estas páginas, la que más y primero se ocupó del fenómeno de la
significación.29

28. N. Abbagnano, Op. cit., Ibid.


29. Véase, por ejemplo, el alcance semiótico que I. M. Bocheski en su reconocida Historia de la lógica
form al (segunda reimpresión de la primera edición, Madrid, Gredos, 1985, p. 165) asigna a los
componentes escolásticos de la significación como “sonido”, “voz”, “voz articulada”, “v oz no
articulada”, “voz significativa”, “voz no significativa”, “significación natural”, “significación
convencional”, “v oz significativa convencional simple”, “voz significativa convencional compleja”,
etc.

35
PRIMERA PARTE

EL SIGNO EN LA ÉPOCA PRESEMIÓTICA


I
LA PRESEMIÓTICA GRIEGA

El proyectó de una ciencia que estudiase


todas las posibles variedades de signos y
las reglas que gobiernan la producción, el
cambio y la interpretación, no es reciente.
Umberto Eco

El interés por estudiar los signos es tan viejo como la humanidad. El ser
humano, por su constitución misma, ha sido siempre un productor,
consumidor e intérprete nato de signos. La civilización no es más que un
magno sistema de signos. Cuando crea sistemas para interpretar el
significado de la nube, de la lluvia, del relámpago o del trueno tanto como
cuando crea sofisticados rituales como mecanismo para conjurar las
fuerzas de la naturaleza que no entiende, sueña con una ciencia como la
que soñó Ferdinand de Saussure y creó Charles Sanders Peirce.
El nombre “semiótica” 1 fue ya utilizado en medicina por Galeno
(129-199) para designar la ciencia de los síntomas. Sin embargo, aunque
sin emplear el nombre de semiótica, la tradición de una disciplina que se
ocupa del complejo fenómeno de la significación en sus diferentes moda­
lidades se remonta a los estoicos fundados por Zenón (c. 300 a. de C.)
quienes, si bien en cuestiones de filosofía y retórica fueron tras las huellas
de Aristóteles, hicieron su propio camino y crearon sus propios métodos
y doctrinas. La reflexión sobre el lenguaje, pues, ocupó un lugar impor­
tante en el sistema estoico y puede resumirse en estas tres citas:

Primero viene la impresión; después la mente, usando la lengua, expresa con


palabras la experiencia producida por la impresión [...]
Todas las cosas son percibidas a través de estudios dialécticos [...]1

1. Tomamos el vocablo “presemiótica”, que empleamos en el título de este capítulo, de la Introducción a


la semiótica (Barcelona, Ed. Fontanella, 1980, p. 28) de Francesco Casetti cuya obra, por lo demás, nos
ha inspirado algunos de los conceptos y estructuras utilizados en este capítulo.

39
E n pos del signo

La mayoría está de acuerdo en que es apropiado empezar el estudio de la


dialéctica por esa parte que trata del habla...2

Los estoicos distinguían entre tó semainon , el significante, tó


semainomenon , el significado y tó tynjánon, el objeto. Sexto Empírico,
en efecto, en su célebre obra Adversus mathematicos, escrita alrededor
del 180-200 dice de los estoicos:

Hubo entre ellos diversidad de opiniones, defendiendo unos el punto de vista de


que lo verdadero y lo falso residen en lo significado, otros en la palabra, otros en
el proceso cognoscitivo. Los estoicos defendieron la primera interpretación di­
ciendo que el significado (tó semainomenon), el significante (tó semainon) y el
objeto (tó tynjánon) se unen entre sí de tres maneras. En efecto, el significante es
la imagen fónica ( 'e phoné), como por ejemplo, Dión; el significado es la cosa
misma expresada por la imagen fónica (deloúmenon), cosa que nosotros aprehen­
demos pensando simultáneamente en lo que se representa y en la imagen fónica,
pero los extranjeros no la aprehenden aunque oigan el sonido; finalmente, el
objeto es lo que existe fuera de nosotros, como, por ejemplo, Dión en persona. De
estos tres conceptos, dos son materiales (somata), o sea la imagen fónica y el
objeto, y el tercero inmaterial, es decir, la cosa designada y enunciada (lékton) que
puede ser verdadera o falsa.3

Se trata, como se ve, de una teoría del signo lingüístico muy moderna.
No han faltado quienes se admiran de la coincidencia terminológica entre
los estoicos y De Saussure; habría que decir que estas teorías forman
parte de una vieja reflexión semiótica que tuvo lugar hacia el siglo IV
antes de Cristo. Los estoicos, pues, describen con exactitud el proceso
semiótico que tiene lugar en un acto de habla: el semainon , el signo
propiamente dicho, es un entidad física; el semainomenon, el significado,
es, en cambio, lo que el signo dice y no representa una entidad física; el
tynjánon , en cambio, es el objeto al cual se refiere el signo, obviamente se
trata, aquí sí, ya de una entidad física, ya de un acontecimiento, ya de una
acción.

2. Diógenes Laercio, Vitaephilosophorum, 7-49, 7-83, 7-55.


3. En Hans Arens, La lingüística, tomo I, Madrid, Gredos, 1976, pp. 33-34.

40
La presemiótica griega

Este pequeño sistema de relaciones semióticas que se da en el signo


lingüístico ha sido expresado a lo largo de la historia de la cultura
occidental de muy diversas maneras y con muy distintos nombres a cada
uno de sus elementos. De él parte cualquier consideración semiótica
actual aunque, como dice Umberto Eco, haya que hacerle antes algunos
ajustes.4 La manera más frecuente de presentar estas relaciones es la
siguiente:
sem ainom enon

sem ainon tynjánon

Es el famoso triángulo de la significación o triángulo semiótico. Cada


una de estas funciones del proceso semiótico han recibido a lo largo de la
historia distintos nombres según los distintos investigadores del signo y
sus respectivos proyectos de semiótica como lo ha puesto de manifiesto
Umberto Eco:5

interpretante (Peirce)
referencia (Odgen-Richards)
sentido (Frege)
intención (Carnap)
designatum (Morris, 1938)
significatum (Morris, 1946)
concepto (Saussure)
connotación, connotatum (Stuart Mill)
imagen mental (Saussure, Peirce)
contenido (Hjelmslev)
estado de conciencia (Buyssens)

signo (Peirce) objeto (Frege-Peirce)


símbolo (Odgen-Richards) denotatum (Morris)
vehículo sígnico (Morris) significado (Frege)
expresión (Hjelmslev) denotación (Russel)
sema (Buyssens) extensión (Camap)

4. U. Eco, Signo, Barcelona, Labor, 1976, p. 24.


5. Cfr. U. Eco, Op. cit., pág. 26.

41
En pos del signo

Pero ya, estrictamente hablando, había hecho semiótica Platón (427-


347 a. de C.) sobre todo en el hermoso diálogo Cratilo o sobre la verdad
de las palabras. En efecto, en el contexto de su discusión sobre si los
nombres de las cosas son naturales o por convención, se ocupa del signo
definiéndolo como “lo que remite a otra cosa ya de manera natural, ya
convencionalmente”. “El autor de los nombres -pone Platón en boca de
Sócrates- siempre ha procedido de la misma manera, formando con las
letras y las sílabas nombres para designar cada ser; y con estos nombres,
otros más compuestos, procurando siempre con empeño imitar la natura­
leza de las cosas”. En eso basa Platón la propiedad de los nombres.
En cambio, en el Teetetes o de la ciencia, Platón define el discurso
(logos) “como el acto de hacer perceptible el propio pensamiento, con
ayuda de la voz, por medio de onómata y rémata”. El ónoma y el rema
son tenidos por Platón como sémeia, signos, que, por tanto, no expresan
las esencias de las cosas.
También en Aristóteles (384-322 a. de C.) hay una incipiente teoría
semiótica sobre todo en Perí Hermeneias y en la Metafísica que, por
varios conductos, será la que alimentará la teoría del signo durante la
edad media. El Estagirita, sobre todo en el Perí Hermeneias distingue
entre el ónoma, nombre que por convención significa una cosa; el rema
que añade a su significación la referencia al tiempo; y el lógos que es,
como se verá más adelante, un signo complejo. Aristóteles sólo se ocupa
del signo lingüístico en la medida en que interviene tanto en la exposición
del pensamiento (lógica) como en el arte poética. Su postura con respec­
to a los signos queda esbozada en las siguientes citas:

Las expresiones lingüísticas son los signos de las impresiones psíquicas; y la


escritura es el signo de las primeras. Así como la escritura no es la misma en
todos, tampoco lo es la lengua. Sin embargo, las impresiones psíquicas, a las
cuales se refieren originariamente estos signos, son las mismas en todos; y de
igual modo las cosas, de las que aquellas impresiones son imágenes, son las
mismas en todos [...]
Un nombre es una formación fonética con un significado establecido por
convención, sin significación temporal y creado de tal manera que ninguna de sus
componentes tiene significado por sí misma [...]
Pero después de la convención viene el significado, porque ninguna palabra
existe por naturaleza, sino que sólo es palabra cuando se toma como signo de algo.

42
La presemiótica griega

Los sonidos inarticulados de los animales expresan indudablemente algo, pero


no son palabras [...].67
Rema [verbo] es lo que cosignifíca (prosemainon) tiempo y ninguna de sus
partes tiene significado separadamente ; y es signo de lo que se dice acerca de otro

Dado que los nombres se presentan en número limitado (y lo mismo sucede


también con las respectivas expresiones en el discurso), mientras que las cosas,
por el contrario, se presentan en número ilimitado, es necesario que toda expre­
sión (lógos) pueda designar (semainein) una multiplicidad de cosas y que todo
nombre (ónoma) tenga un significado unitario.8

Hay, pues, entre los griegos una incipiente teoría semiótica que es
importante si se tiene en cuenta, sobre todo, el naturalismo imperante en
las poderosas culturas del Antiguo Próximo Oriente. El penetrante análi­
sis que los estoicos llevan a cabo en la estructura de los procesos de
significación verbal y la identificación y caracterización de la manera de
significar de cada una de las “partes de la oración” permanecerán por
mucho tiempo en las consideraciones lingüísticas. Puede tomarse como
ejemplo Dionisio de Tracia (siglo I a. C.) cuya gramática reproduce en
buena parte de lo dicho por Aristóteles en su Arte poética, sirve de
modelo a las gramáticas latinas y se pasea intacto por la baja edad media.

6. Perí hermeneias, 16a y ss. Puede verse la edición que de los Tratados de lógica de Aristóteles hace
Gredos; para el caso, véase el tomo II, Introducciones, traducciones y notas por Miguel Candel Sanmartín,
Madrid, Gredos, 1988, pp. 35 y ss. La traducción que aquí presentamos, sin embargo, está tomada de
Hans Arens, La lingüística, tomo I, Madrid, Gredos, 1976, pp. 26 y ss.
7. Traducción tomada de Miguel Candel Sanmartín, Op. cit.
8. Eugenio Coseriu, “Significato e designazione in Aristotele”, en Agora. Filosofía e cultura, estracto de
los números 24-25, Japadre Editore L’aquila, 1981, p. 8. La traducción del italiano es mía. En este
artículo, Coseriu demuestra cómo en Aristóteles el verbo semainein es empleado tanto en su acepción de
“sentido” como en la de “significado” que, de esta manera, son para él “modos de significar”.

43
II
EL SIGNO EN LA EDAD MEDIA

San A gustín

Como m uy bien observa Umberto Eco en la primera parte de su libro


Teorías del símbolo ,’ aunque San Agustín no se las da de semiótico, sus
aportaciones a la semiótica, hechas de pasada, superan con mucho lo que
él mismo dice o piensa. De hecho, si hay que asignar el título de “padre
de la semiótica” a algún escritor antiguo, éste le corresponde con toda
justicia a San Agustín.
San Agustín (354-430) se ocupó del signo sobre todo en tres obras:
Principia dialecticae (PL 32,1409-1420), escrito en el año 387, De
Doctrina Christiana libri IV (PL 34,15-122) y el De Trinitate que
publica en 1415.2 Principia dialecticae son parte de una magna obra
enciclopédica titulada Disciplinarum libri diseñada según el modelo de
Barrón; en ella pretendía mostrar cómo se pueda y se deba ascender a
Dios a partir de las cosas materiales. Esta será la vía, como se sabe, que
seguirá Sor Juana Inés de la Cruz. El programa abarcaba las siete artes de
las que San Agustín sólo escribió dos tratados completos: el De
grammatica, hoy perdido, y el De música. De la dialéctica, la retórica, la
geometría, la aritmética y la filosofía sólo redactó algunas notas de las
que dice en su libro de las Retractationes (1,6) “creo que algunos las
tengan”. En concreto del libro Principia dialecticae, también conocido 12

1. Tercera edición, Caracas, Monte Ávila Latinoamericana, 1993.


2. Para San Agustín, además de las Obras Completas que han sido publicadas por la BAC, puede verse
Instituto Patrístico Augustianianum, Patrología III La edad de oro de la literatura patrística latina ,
Madrid, BAC 422, 1981, pp. 405-553.

45
En pos del signo

como De dialéctica liber, dice en el m encionado lugar de las


Retractationes: “De dialéctica [...] sólo quedaron los principios, que
también he perdido, aunque creo que está en manos de algunos”.
El texto que hoy conocemos está entre las obras agustinianas “dudo­
sas”, aunque la mayor parte de los especialistas en San Agustín lo
consideran auténtico. En el capítulo V dice que signo: “es aquello a sí
mismo al sentido y que, fuera de sí, muestra también algo al espíritu.
Hablar es dar un signo con ayuda de un sonido articulado [...] La palabra
es el signo de una cosa que puede ser comprendido por el receptor
cuando es proferido por el locutor” .
Sin duda el más importante tratado de semiótica en la antigüedad fue
el tratado De Doctrina Christiana de San Agustín, cuyos libros II y III
son dedicados en gran manera a disertar sobre los signos. De Doctrina
Christiana libri IV fue compuesto hasta III 25,26 en 397 y el resto, hasta
el final, entre los años 426 y 427 en que se publicó la obra. Cabe señalar
que la teoría semiótica de San Agustín está incluida en la parte más
antigua de la obra. Precisamente esta parte antigua del De Doctrina
Christiana termina mientras Agustín examina, en una especie de semiótica
de la conducta de mando, diferentes tipos de órdenes.
Esta obra es muy importante tanto por tratarse de una síntesis dog­
mática que tendrá mucha influencia en las Sententiae de la edad media,
como por la nítida teoría del signo que el obispo de Hipona propone aquí,
tanto como de las preciosas informaciones que sobre hermenéutica y
retórica contiene.
El De Doctrina Christiana libri IV, como lo indica el nombre con que
llegó hasta nosotros, consta de cuatro libros agrupados en dos partes.
Los tres primeros capítulos constituyen, en efecto, la primera parte del
De Doctrina Christiana. El libro cuarto, en cambio, constituye la segun­
da parte de la obra. San Agustín escribe esta obra con pretensiones
verdaderamente hermenéuticas. En efecto, la primera parte del De Doc­
trina Christiana tiene como objetivo proporcionar una serie de reglas
hermenéuticas para descubrir el verdadero sentido de la Biblia? Agustín 3

3. Véase el prefacio de la obra.

46
E l signo en la edad media

muestra en el primer libro de la obra que el descubrimiento del significa­


do depende tanto de las cosas como de los signos de esas cosas. Las
cosas a las que se refiere el obispo de Hipona son los contenidos de la fe
cristiana: la Trinidad, la inefabilidad de Dios, la encarnación; la pasión,
muerte y resurrección de Cristo, Cristo camino hacia Dios, la importan­
cia y condiciones de una correcta interpretación de la Biblia. Quizás, para
el asunto que nos ocupa, sea importante el capítulo 2 de este primer libro
dedicado a exponer qué es una cosa y qué es un signo. He aquí un
fragmento de ese capítulo:

Toda instrucción es o bien sobre cosas o bien sobre signos; las cosas, sin embargo,
se aprenden mediante signos. Empleo ahora la palabra “cosa” en un sentido
estricto para significar lo que jamás es empleado como signo de alguna otra cosa
[...] [Pone una serie de ejemplos de cosas bíblicas significativas] [...] Por el hecho
de que son objetos son también signo de otras cosas. Son signos de otra cosa
aquellos que no son empleados sino como signos: por ejemplo las palabras. Nadie
usa las palabras sino como signo de alguna cosa. De aquí se puede entender lo que
yo llamo signos: aquellas cosas que por convención son usadas para indicar algo
más. De acuerdo con ésto, todo signo es también una cosa; aquello que no es una
cosa, simplemente no es nada. No cualquier cosa, sin embargo, es necesariamente
un signo [...].

La teoría del signo formulada por San Agustín en esta obra, sin
embargo, está más desarrollada en los libros II y III de esta obra, como se
ha dicho. Es importante, por ejemplo, el capítulo I del libro II, que trata
de la naturaleza y variedad de los signos. Este capítulo es, de hecho, un
pequeño tratado de semiótica dado que su propósito es dar cuenta de las
principales formas de semiosis. El segundo capítulo de este mismo libro
II, en cambio, trata del funcionamiento de los signos convencionales a
que se refiere el tratado: o sea de los signos contenidos en la Biblia. El
capítulo tercero desarrolla la tesis de que entre los signos la palabra
ocupa el lugar principal: el asunto, pues, es el signo lingüístico. El cuarto,
en fin, es una pequeña historia de la escritura. Los siguientes 38 capítulos
constituyen un verdadero tratado de hermenéutica bíblica que se prolon­
ga en el libro III cuyo capítulo 9, sin embargo, regresa sobre el imperio de
los signos dentro de la cultura cristiana.

47
En pos del signo

Ante la imposibilidad de reproducir toda la doctrina agustiniana sobre


el signo, recojo estos breves fragmentos más como una invitación a la
lectura de esta importante obra que como un sustituto de ella:

Un signo es algo que, además de la impresión que hace a los sentidos, suscita en la
mente alguna otra cosa. Por ejemplo, al encontramos ante una huella pensamos
que ha pasado una fiera que la ha dejado; por el humo sabemos que debe haber
fuego; con sólo oir la voz de un criado, nos damos cuenta de su estado de ánimo;
por el clangor de la trompeta saben los soldados si deben avanzar, retroceder o
hacer cualquier otra cosa que exija el combate.
Unos signos son naturales, otros son deliberadamente arbitrarios (data). Los
signos naturales son aquellos que, sin propósito o intención de significar nada
exterior a ellos, permiten conjeturar alguna otra cosa [...].
Los signos conscientemente dados son aquellos que todos los hombres se hacen
para, en la medida de lo posible, mostrar todo lo que les sucede: lo que sienten y lo
que piensan. Nosotros no tenemos ningún otro motivo para significar, ésto es,
para ofrecer señales, que el de dar a conocer y transfundir al espíritu de otro
aquello que se mueve en el espíritu del que hace el signo [...].
De los signos con que los hombres se comunican mutuamente sus sentimientos,
algunos se dirigen al sentido de la vista, pero la mayor parte al oído y muy pocos
a los otros sentidos. Con sólo una inclinación de cabeza ofrecemos un signo a
aquel a quien, por medio de esta señal, queremos significar nuestra voluntad.
Algunos expresan por medio de los movimientos de sus manos la mayoría de sus
vivencias. Los actores, mediante el juego de todos sus miembros, hacen signos a
los espectadores y hablan, por así decirlo, a sus ojos. Los estandartes y enseñas
militares permiten a los ojos distinguir a los caudillos. Todos estos signos son
visibles. Pero los que se dirigen al oído son, como hemos dicho, los más numero­
sos, principalmente en palabras. Es verdad que las trompetas, flautas y cítaras a
menudo no sólo emiten tonos agradables, sino también expresivos, pero todos
estos signos, comparados con las palabras, son muy pocos. O sea, que las palabras
han conquistado entre los hombres la primacía para la designación de todos los
procesos síquicos que desean expresar [...] La gran cantidad de signos con que los
hombres comunican sus pensamientos consisten en palabras. Todos los otros
signos, de que brevemente hemos hablado, he podido exponerlos con palabras,
pero en cambio yo no hubiera podido expresar las palabras con aquellos signos.
Pero estos signos, tan pronto como han agitado el aire, se extinguen y no duran
más tiempo del que dura el sonido, se han creado signos para las palabras por
medio de letras. De esta manera, los signos de la lengua se muestran a los ojos no
por sí mismos, sino por medio de los signos que están subordinados a ellos.4

4. Traducción tomada de Arens, Op. cit., pp. 54 y ss.

48
El signo en la edad media

Finalmente, la teoría del signo formulada en el De Trinitate tiene


como antecedente una profimdización y desarrollo de las ideas de Agustín
formuladas en 405 en un libro titulado La catequesis de los principiantes
y que se encuentra también en el libro XI de las Confesiones. A saber:
“El verbo siempre es inmanente, empleamos la palabra o un signo
sensible para provocar en el alma de nuestro interlocutor, por medio de
esa evocación sensible, un verbo semejante al que subsiste en nuestra
alma mientras hablamos”.5

U topías semióticas del medioevo

Umberto Eco, en un erudito libro6 hecho con mirada de semiotista al


hurgar en Europa buscando utopías que persiguieran una lengua univer­
sal y perfecta, se topa con una serie variada e interesante de sistemas
semióticos, con su respectiva ciencia, algunos de los cuales, por lo
demás, ya había recreado en sendas novelas El nombre de la rosa y El
péndulo de Foucault. Entre ellos, sobresale lo que él llama la “pansemiótica
cabalística” por importancia y persistencia.
El vocablo kabbalah significa tradición. En efecto, en la lengua
hebrea se han usado dos vocablos, en distintos contextos y épocas, para
referirse a lo que entre nosotros se designa con el vocablo “tradición” .
En ambos casos tienen como referente sendos sofisticados sistemas
semióticos con su respectiva semiótica. En esta ojeada por la historia de
la semiótica, ante la imposibilidad de referimos a todos ellos, vamos a
detenemos un poco en la kabbalah.
Los dos principales vocablos que en la lengua hebrea se han usado
para significar “tradición” son: masorah (del verbo msr) y kabbalah (del
verbo kbl). El primero más ligado a la lengua hebrea tradicional, el
segundo más en el contexto de una lengua hebrea que lleva mucho
tiempo conviviendo con la hermana lengua árabe. El primero, la masorah,
tiene que ver con las tradiciones textuales de la Biblia. El segundo, la

5. En T. Todorov, Op. cit., p. 50. El lector podrá encontrar un excelente comentario a la semiótica
agustiniana en esta obra, pp. 41-71.
6. La búsqueda de la lengua perfecta , Barcelona, Grijalbo-Mondadori, 1994.

49
En pos del signo

kabbalah, es más bien una tendencia exegética de índole mística. Masorah


y kabbalah, sin embargo, no son sólo dos vocablos con que la lengua
hebrea denomina el importante fenómeno de la tradición sino también y
sobre todo son dos vocablos que remiten a dos tradiciones históricas
concretas, verdaderos sistemas semióticos.
En sí, se le llama masora al sistema de signos vocálicos, de puntua­
ción y de lectura que junto con las notas marginales (masora marginalis),
interlineales y finales (masora finolis ) fueron creados por los “masoretas”
o defensores de la tradición para fijar el texto hebreo de la Biblia y
corregir las diferentes modificaciones que dicho texto había sufrido en su
proceso de transmisión a lo largo de los siglos. Los masoretas vivieron
entre los años 750 y 1000 de nuestra era. El resultado de la labor de los
masoretas es conocido como texto masorético: es el texto de la Biblia
hebrea que hoy se imprime con los mencionados signos masoréticos.
La historia de este proceso comienza con el destierro de Babilonia en
el siglo VI antes de nuestra era, cuando los desterrados entran en
contacto con el arameo, lengua internacional y diplomática de la época,
empleada por los reyes de Asiria, Babilonia y Persia para redactar sus
documentos oficiales. Era, desde luego, la lengua que se hablaba en el
noreste de Siria, la llamada región de Aram, de donde tomó el nombre.
Los judíos desterrados a Babilonia aprenden el arameo y con ello empie­
za el lento pero implacable desplazamiento del hebreo como lengua de
Israel al grado que en tiempos de Jesús de Nazaret era el arameo la
lengua hablada por el pueblo.
Quiero enfatizar el hecho de que es en este momento cuando empieza
a acuñarse el concepto de “tradición” dentro de la lengua y cultura
hebreas: se trata de un mecanismo de defensa contra las embestidas de
los diferentes pueblos que, por turnos, fueron subyugando al pueblo
judío. En los círculos rabínicos, ante la desaparición de muchas de las
instituciones sociales y ante la competencia cultural que significa la
presencia extranjera, se va creando un tipo de resistencia basada en el
rescate de las tradiciones: una de ellas se refiere a cómo debe ser leída la
Biblia; la otra, a cómo servirse de ella para resolver los múltiples asuntos
de la vida cotidiana.

50
El signo en la edad media

Lo primero que urge, en una situación de embestida cultural, es fijar


el texto de la Biblia para el siglo I de nuestra era aún con muchas
variaciones.7 El proceso de fijación del texto bíblico comienza a cargo de
los sóferim 8 con el llamado sínodo de Yamnia convocado por el célebre
Rabbi Aquiba hacia el año 100 de nuestra era y se concluye gracias,
precisamente a la labor de los masoretas, varios siglos más tarde. Para
que quede claro el contenido de estas tradiciones, hay que tener en
cuenta que para el judaismo no todos los escritos de la Biblia tienen el
mismo valor: el primer lugar, el corazón de toda la Biblia judía, lo ocupa
la Torah.9
Una de las características del concepto de tradición que se va desa­
rrollando es que “tradición” se contrapone de alguna manera a “escritu­
ra”. Las tradiciones, en este caso, son instituciones culturales que se
transmiten vivencialmente de una generación a otra. En el caso que nos
ocupa, el judaismo tiene la convicción de que existen dos vías de supervi­
vencia de la Torah : una es la ley escrita, la otra es la ley oral transmitida
oralmente por Moisés a sus sucesores. Esta ley oral tenía una doble
función: completar e interpretar la ley escrita. Por eso se la va conservan­
do cuidadosamente. Sólo hacia el año 200 de nuestra era esa ley oral se
pone por escrito. Así se va construyendo ese complejo sistema semiótico
del que aquí nos ocupamos. Tras los escribas, vienen los tannaim o
expositores de la Mishnah y los amoraim o expositores del Talmud.

7. Es harina de otro costal mostrar aquí la inestabilidad del texto hebreo de la Biblia. Al lector le pueden
bastar las muchas y grandes diferencias que hay entre nuestro actual texto masorético y el texto de que se
sirvieron los traductores de los LXX: las variantes, como los manuscritos de Qum-Ram lo han mostrado,
no se deben todas a la arbitrariedad de los traductores. Lo mismo se diga de las diferencias entre el Texto
Masorético y el Pentateuco Samaritano.
8. Los sóferim son los escribas o doctores de la ley de que se habla en el evangelio. El vocablo sóferim
viene del verbo hebreo safar que significa contar. Esta institución de estudiosos de la Biblia parece haber
nacido en plena embestida helenista a mediados del siglo II antes de nuestra era. Frente a otros grupos de
poder como los sacerdotes o la nobleza laica, los escribas tienen en el saber la fuente de su poder.
Cuando el año 70 es destruida Jerusalén, los escribas concentran su fuerza en el estudio de las escrituras.
A ellos se remonta la escuela tiberiense de que se hablará más adelante.
9. Torah es el nombre hebreo con que se designa a la ley judía. Normalmente se hace remontar a Moisés
aunque en realidad sea muy posterior a él y se la distingue de los profetas. En general, la Torah se
identifica con los cinco primeros libros de la Biblia conocidos con el nombre de Pentateuco. El segundo
lugar lo ocupan los profetas: de allí la expresión evangélica “la ley y los profetas”. Viene en último
lugar los otros escritos, los ketubim. Sin embargo, a los escritos fuera del Pentateuco eran tenidos como
agregados a la Torah. De hecho, el Talmud los llama dibrey kabbalah : “las palabras de la tradición”.

51
En pos del signo

Se distinguen dos tipos de masora: una masora numeral que se


encarga de transmitir el número de versos, palabras o letras de que consta
un texto; y una masora textual que se ocupa de la transmisión del texto de
la Biblia sin corrupciones. Nos ocuparemos sólo de esta última masora.
La masora babilónica fue escrita en arameo mientras que la masora
palestina lo fue en hebreo.
Como bien se sabe, la escritura hebrea no tiene signos especiales para
las vocales. Como sucede aún en la actualidad, los hebreos empleaban
algunas de las consonantes para indicar las vocales. La ‘a lef servía para
indicar la a; se usaba la letra he, al fin de palabra^ en lugar de a, e, o,; la
letra waw indicaba la o y la u; la yod, en fin, ocupaba el lugar de la e y de
la i. Estas consonantes eran llamadas por los hebraístas latinos matres
lectionis, por la función que desempeñaban de servir de apoyo para la
lectura. Sin contar los acentos, signos de puntuación y signos vocálicos,
la masora consiste en un efectivo sistema de unos doscientos cincuenta
signos, que suelen ponerse al margen del texto hebreo como indicaciones
de la más variada índole al lector.10
Por lo que hace a la kabbalah, hay que decir que, además de la Torah,
los judíos veneraban una serie de escritos conocidos con el nombre
general de “literatura rabínica” que es resultado de la actividad docente
de los escribas y rabinos. De entre la gran variedad de escritos que
componen la literatura rabínica, el más conocido es el conjunto de
escritos llamado Talmud que, en general, puede describirse como el
conjunto de la ley oral judía puesta por escrito.
El Talmud, pues, viene siendo un complemento de la Torah. El
Talmud se compone de la Mishnah (repetición) y la Gemarah. La
Mishnah es el conjunto de tradiciones no recogidas en la Torah: esta
enseñanza fue puesta por escrito en el siglo II de nuestra era. La Mishnah
equivale, en general, con la halakah o ley tradicional. La Gemarah, en
cambio, está constituida por comentarios a la Mishnah hechos por
rabinos tanto de Palestina como de Babilonia. Más tarde tanto la Mishnah
como la Gemarah pasarían a formar parte del Talmud.

10. El lector interesado en esto, puede consultar la Biblia hebraica editada por Rudolk Kittel, Stuttgart,
Würtembergische Bibelanstalt.

52
El signo en la edad media

En la novela de Eco El péndulo de Foucault se mencionan varias


técnicas judías de interpretación de la Biblia muy usadas en la edad media
por la Kabbalah: el Notarikon, la Gematriah y la Temurah. Notarikon
era un método cabalístico que se ocupaba de obtener abreviaturas mági­
cas de palabras hebreas. Temurah, en cambio, es una técnica judía de
interpretación de la Biblia, basada en el cambio o permutación de las
letras. Gematriah, por su parte, es una técnica judía de interpretación de
la Biblia basada en correspondencias numéricas.
El origen de la kabbalah tiene lugar entre los siglos VII y X al
proliferar una serie de escuelas babilónicas cuyos doctores, llamados
geonim, fueron los directores de la vida judía y que en general tendían a
emanciparse de la rigidez talmúdica. Como producto de esta época,
florece un tipo de literatura de la que por desgracia no se han conservado
más que fragmentos. Es en este ambiente donde nace la kabbalah. Su
principal antecedente es el pequeño tratado llamado Séfer Yesirah, lite­
ralmente “libro de la numeración” aunque por su contenido sea de hecho
“un libro de la creación”.
El Séfer Yesirah -escrito por un autor desconocido, probablemente
un judío babilónico influido de gnosticism o-trata de explicar la creación
del mundo mediante una cosmología gramatical combinada con un
simbolismo numérico. Atribuye, en efecto, propiedades misteriosas tanto
a los números 10, 3, 7 y 12 como a las letras del alefato a las que se
considera no sólo como signos de las cosas sino que se tiene la creencia
que de su combinación resultan las cosas mismas al ser pronunciadas por
Dios o por su Sabiduría Creadora. Es, pues, una auténtica semiótica.
El número 10 tiene un simbolismo especial según el Séfer Yesirah
porque 10 son los Sefiroth. Los Sefiroth son los elementos esenciales de
la tradición cabalística. La palabra viene del vocablo hebreo sefirah que
significa numeración. Sin embargo, en la tradición cabalística los Sefiroth
son rayos, cualidades, atributos de Dios manifestados en las cosas y a
través de los cuales se puede ascender de nuevo hacia el principio a
aprender la inaprensible esencia, el Ayn Soph. Los Sefiroth, pues, son
medios del verdadero conocimiento, según la Kabbalah.
Los Sefiroth son 10 agrupados en ternas y son los siguientes: Kether
(corona), Hokhmah (sabiduría), 3) Binah (inteligencia), Hesed (gracia),

53
En pos del signo

5) Geburah (fuerza), Tifereth (belleza), Netsah (victoria), Hod (gloria),


Yesod (fundamento), y, finalmente, sin formar parte de ninguna tema,
Malkhuth (el Reino). Sin embargo, no es esta la única agrupación que se
hacía de los Sefiroth. También se les agrupaba en columnas. La columna
de la derecha estaba constituida por Sabiduría, Gracia y Victoria; la de la
izquierda por Inteligencia, Fuerza y Gloria; y la de en medio por Corona,
Belleza y Fundamento. El Reino está dominado por la columna de en
medio. La columna de la derecha es la columna activa o masculina: es
también la columna de la misericordia. La columna de la izquierda es la
columna pasiva o femenina: es la columna del rigor. La columna central
es el equilibrio axial, la vía celeste. Para la Kabbalah el hombre original
en su forma más pura es el llamado Adam Kadmon, síntesis del universo
creado, que tiene la Corona encima de su cabeza, el Reino bajo sus pies,
la Inteligencia y la Sabiduría a uno y otro lado de la cabeza; la Gracia y la
Fuerza son sus brazos, la Victoria y la Gloria son sus piernas, la Belleza
está en el corazón y el Fundamento en la zona genital. La Kabbalah
elaboró complejos sistemas de correspondencia entre los Sefiroth y los
nombres divinos.
Los otros números simbólicos del Séfer Yesirah ( 3 , 7 y 12) provienen
del alefato que, como se sabe, consta de 22 letras. Según este libro, tres
de esas consonantes (alef mem, schin ) son las letras “madres”, pues
Dios al pronunciarlas produjo los tres elementos “padres” : el aire (íawir),
el agua (mayim ) y el fuego (‘esh ); siete son dobles y doce son simples.
Las 22 consonantes del alefato y las 10 Sefiroth constituyen las 32
palabras maravillosas de la sabiduría: por medio y a partir de ellas tuvo
lugar la creación de todas las cosas mediante combinaciones de letras y
palabras. La creación de las cosas, según el Séfer Yesirah, tuvo lugar
cuando la Sabiduría al pronunciar las tres letras madres produjo los tres
elementos padres y las seis direcciones; al pronunciar las siete letras
dobles produjo los siete cielos, los siete planetas, las siete tierras, los siete
días, los siete jubileos, etc.; pronunciando, en cambio, las doce letras
simples produjo las doce constelaciones, los doce meses del año, los doce
miembros del hombre, etc. El hombre es concebido como un microcosmos
en el que entran todas las combinaciones numéricas y gramaticales que
tienen lugar en el macrocosmos.

54
El signo en la edad media

Entre los comentaristas posteriores del Séfer Yesirah está un discípu­


lo del célebre Rabbí cordobés Moses ben Maimún (1135-1204) conoci­
do, simplemente, como Moisés Maimónides: el nombre de este discípulo
es Abraham ben Samuel Abulafia, de Zaragoza, quien vivió hacia 1240-
1292. Abulafia desarrolló la técnica de combinación de letras.
La Kabbalah , en relación al Séfer Yesirah, es relativamente reciente.
Como se ha dicho, el vocablo significa “tradición” aunque lo que de
hecho denomina es el sistema judío de ideas místicas y esotéricas creado
en la edad media, basado en la Biblia, pero con la incorporación, como
hemos visto, de diversas tradiciones que se remontan a Filón, el
gnosticismo, los pitagóricos y el neoplatonismo. Como se ha podido
apreciar, la Kabbalah considera a la Biblia como un complicado sistema
semiótico que oculta profundos secretos acerca de Dios y del mundo: la
interpretación de este sistema dependía de que se entendiera el significa­
do de la colocación de las letras y sus valores numéricos. En el alefato
cada letra tiene asignado, en efecto, un valor numérico: ‘o /e / por ejem­
plo, tiene el valor de uno; l a jW vale 10; la taw, 400, etc.
La principal obra de la Kabbalah es el celebérrimo Séfer ha Zohar
conocido, simplemente, como el Zohar cuyo compilador y redactor
principal debió ser Moisés ben Sem Tob, cabalista de León que vivió en
1250-1305. Según el Zohar, Dios creó cuatro mundos distintos que se
corresponden con cada una de las cuatro letras del tetragrama sagrado
(Yod, he, waw, he) con que se escribe el nombre de Yahweh: el primer
mundo es la sede de la gloria de Dios, el segundo mundo es la sede de las
almas justas, el tercer mundo es el destinado a las diez categorías de
ángeles y el reino de las almas racionales de los hombres ( Yesirah) y el
cuarto mundo es para los ángeles que están encargados de cuidar a los
hombres y de recoger sus oraciones. El Zohar desarrolla también la
cuestión de los Sefiroth ." 1

11. Para todo esto, puede verse Roger Le Déaut, Introduction á la littérature targumique, Roma, Pontificio
Instituto Bíblico, 1966; Manuel de Tuya / José Salguero, Introducción a la Biblia , 2 tomos, Madrid,
BAC, 1967; Guillermo Fraile, Historia de la filosofía , Madrid, BAC, 1986; Steven Runciman, Los
maniqueos de la edad media, México, FCE, breviarios 499, 1989.

55
En pos del signo

Umberto Eco12 muestra bien cómo el cabalismo persiste y aun se


incrementa durante el renacimiento en las obras de Raimundo Lulio, Pico
de la Mirándola, Giordano Bruno. El interés de Europa por el hermetismo
de todo tipo ha sido estudiado sobre todo por la investigadora británica
Frances A. Yates.13

LOS MODISTAE

Esta doctrina del signo lingüístico y de los signos en general atravesará la


edad media y llegará hasta nuestros días. Será, por lo pronto, la base de la
teoría del signo entre los modistae, quienes ocupan un lugar especial en el
camino hasta la semiótica contemporánea, varios siglos más tarde.14 La
teoría del conocimiento vigente para ellos, y la consiguiente teoría del
signo suponen que la realidad, que es una y la misma para todos, es
conocida por la mente humana que también es idéntica en todos los seres
humanos, quienes se forman las mismas ideas de las mismas cosas. Lo
único diferente son las maneras como cada uno expresa lingüísticamente
esas ideas. Las palabras son signos de las ideas y éstas, a su vez son
signos de las cosas. Todo el edificio de la ciencia no es más que un magno
sistema semiótico cuyo proceso y elementos son los mismos procesos y
elementos de la comunicación verbal.
Se suele llamar “modistae” a un grupo de escritores que entre los
años 1200 y 1350 desarrollaron una serie de gramáticas denominadas
especulativas en las que concebían y explicaban las diferentes categorías
lingüísticas como modos de significar (modi significandi). La realidad,
de acuerdo con lo dicho, se refleja como en un espejo en la mente

12. La búsqueda, Op. cit.


13. Véase, entre otros, Giordano Bruno and the Hermetic Tradition, Londres, Routledge and Kegan Paul
Ltd, 1964. El arte de la memoria (Madrid, Taurus, 1974), El iluminismo rosacruz (primera reimpresión,
México, FCE, colección popular, 1985), Ensayos reunidos, I Luiio y Bruno (México, FCE, 1990).
14. Sobre los modistae , pueden verse los trabajos de R. H. Robins. Para el asunto que nos ocupa, pueden
bastar las indicaciones que Robins da en Breve historia de la lingüística , segunda edición, Madrid,
Paraninfo, 1980, pp. 81-99. Véase, además, Beatriz Garza Cuarón, La connotación: problemas del
significado , M éxico, El Colegio de M éxico, 1978. Desde luego, una muestra de esas gramáticas
especulativas es la de Tomás de Erfurt, Gramática especulativa, Buenos Aires, Losada, 1947.

56
El signo en la edad media

mediante las ideas y éstas, a su vez, se reflejan especularmente en las


palabras y categorías lingüísticas.

En el sistema modístico -dice R o b in s-15 las cosas como seres existentes poseen
propiedades o modos de existencia (modi essendi). La mente aprende las cosas por
medio de los modos de comprensión activa {modi intelligendi activi), a los que
corresponden los modos de comprensión pasiva {modi intelligendi passivi ), las
cualidades de las cosas tal cual son aprendidas por la mente. En el lenguaje la
mente otorga a los sonidos orales (voces) los modos activos de significación {modi
significandi activi) en virtud de los cuales se convierten en palabras {dictiones) y
partes de la oración {partes orationis), y significan las cualidades de las cosas;
estas cualidades son, a su vez, representadas por los modos de significación pasiva
{modi significandi passivi), las cualidades de las cosas significadas por las
palabras.

El punto de arranque de este tipo de reflexiones son preguntas sobre


la relación entre la gramática y la lógica que, según los medievales, tenían
por objeto el sermo significativus, sólo que el gramático se interesaba en
el hablar correcto (sermo congruus) mientras que el lógico en el hablar
veraz (sermo verus). Las gramáticas especulativas tenían como objeto
indagar qué y cómo “significan” las ocho partes de la oración con el fin
de investigar con exactitud las palabras y su significación. Para los
modistae la secuencia acústica (vox) se convierte en palabra (dictio) por
el hecho de considerarla como denominación de una cosa (dictio). Entre
estos modistae cabe citar, desde luego, a Petrus Heliae, Robert Kilwardby,
Roger Bacon y Michael de Marbais. Según este último,

El ser designado no está en la forma fonética designante que formaliter es signo de


aquel, ésto es, en el sujeto, sino que está en él por decirlo así in término.
Algunos otros afirman que la significación es la forma de la palabra, en cuanto
que se reconoce la diferencia entre lo significado y la significación y tampoco ésto
puede ser la forma de la palabra, pues todo acto y efecto que procede de una forma,
por esencia y naturaleza, es distinto de esta forma, de donde el acto o efecto de una
cosa no es la forma de la misma, sino algo que resulta de la forma existente en la
materia.

15. Op. cit., p. 85.

57
En pos del signo

Si la relación de significación <ratio significando, ésto es, relación de la


palabra con lo significado, fuese la forma de la palabra, una forma fonética tendría
sólo una relación de significación, pues para un perfectible sólo hay una única
forma o perfección, y, por lo tanto, no sería una palabra equívoca; pero ésto es
falso... La relación de significación es un accidente de la formación fonética en
cuanto formación fonética, ésto es, no es un accidente de la formación fonética
como portadora de significación y, en consecuencia, como una cosa puede tener
varias formas accidentales pero no substanciales, pueden ser atribuidas a una
formación fonética varias relaciones de significación.16

T om ás de E rfurt

Tomás de Erfurt, de quien nos ocuparemos enseguida, es la punta de


iceberg de toda una pléyade de gramáticos que, basándose en la gramáti­
ca escolástica y en sus especulaciones sobre las distintas maneras de
significar, crean una madura teoría del signo lingüístico que servirá
de punto de apoyo a reflexiones posteriores tan fecundas como el
cartesianismo de Port-Royal. Según esta teoría del signo lingüístico, una
secuencia fónica (vox) se convierte en palabra {dictio) por el hecho de
asumirla como denominación de una cosa. Es decir, la función significante
(ratio significandi) da el rango de palabra a la secuencia fónica del habla.
A decir de Ronald Donzé,17 todo el sistema funcionaría así:

Los modistae (inspirándose en concepciones de la lógica medieval) partían de una


triple distinción: a la cosa {res) susceptible de ser aprendida por el espíritu,
oponían el intelecto que la concibe ( intellectus) y el sonido vocal (vox) que puede
venir a ser su símbolo {dictio). Atribuían después a cada uno de esos tres
elementos un modo particular: a la cosa {res), un conjunto de propiedades
(proprietates reí) o de una manera de ser (modus essendi); al intellecto {intellectus),
una manera de concebir {modus intelligendi); al sonido (vox), unido por un acto
del espíritu a la cosa (res), una manera de designarla {modus signandi). Haciendo
del sonido (vox, cuyo estudio es objeto del físico, no del gramático), el signo de la
cosa {res), el espíritu le confiere el valor de palabra {dictio).

16. En Arens, Op. cit., tomo I, p. 69.


17. La gramática general y razonada de PORT-ROYAL, Buenos Aires, EUDEBA, 1970, p. 35.

58
El signo en la edad media

Un representante notable de los modistae es, como ya decía, Tomás


de Erfurt con su ya citada Gramática especulativa. Muy poco se sabe de
este gramático: que vivía en Erfurt antes hacia 1350 y que allí era un
notable maestro de artes y rector de una escuela de gramática y lógica.18
Su prestigio y autoridad debieron, en todo caso, ser muy grandes, pues se
le atribuyen obras importantes: el códice Q51, por ejemplo, lo considera
autor de un comentario superfundamentapuerorum; el códice de Munich1920
le atribuye comentarios a la Eisagoge de Porfirio y al De praedicamentis
de Aristóteles. Su gloria, sin embargo, le proviene de la obra que aquí nos
ocupa De los modos de significar o Grammatica speculativa. Una
singularidad de esta gramática es, como se dice en el ya citado artículo de
Grabmann, que corrió mundo y llegó hasta nosotros entre las obras de
Duns Scoto y bajo su atribución. Para ver cómo estaban hechas estas
gramáticas y cuál era la índole de su reflexión y de su discurso, reproduz­
co aquí el proemio y los dos primeros capítulos:

PROEMIO DEL AUTOR

Razón del método. Puesto que el entender y el saber dependen, en toda ciencia, del
conocimiento de los principios, como se escribe en el Libro I Sobre la física,10 en
el texto comentado, nosotros, por lo tanto, queriendo tener noticia de la ciencia
gramatical, conviene que insistamos primeramente acerca de los primeros princi­
pios, a los cuales pertenecen los modos de significar. Pero, antes que investigue­
mos su conocimiento en especial, deben exponerse algunas cosas en general, sin
las cuales es imposible conseguir plena inteligencia de los principios.

18. Esta noticia proviene del códice IV Q9 (del siglo XV) de la Universidad de Bratislava y llega a nosotros
en un artículo publicado en 1922 por el historiador Martín Grabmann en la revista Archivum-
Franciscanum-Historicum (pp. 273-277) bajo el título de De Thoma Erfordiensi, auctore Grammaticae
quae Joanni Duns Scoto adscribitur, speculativae. En la página 276 Grabmann recoge estas palabras
del mencionado códice: De causa efficiente a diversis diversimode asignatur, a quibusdan dicitur
sanctum Thomam fuisse compilatorem hujus notitiae, a quibusdan vero recitatur quod olim fuit
rector quídam solempnis Erfordiea, nominatus Thomas, Artium magister excellentissimus, qui istam
notitiam colligit; sed de isto non est difficcultas, ut Seneca dicit: non te moveat dicentis auctoritas,
sed quid dicatur attendito. Cjr. la edición mencionada de la gramática, p. 10.
19. Se trata del códice Q281 que se encuentra en la Biblioteca de Munich y que contiene dos tratados de
modis significandi atribuido el primero a Pedro de Dacia, siendo el segundo el de Tomás de Erfurt que
concluye con estas palabras: expliciunt modi significandi Thomae grammatici excellenter notabilis
(terminan los modos de significar de Tomás, gramático sumamente notable).
20. Se refiere, obviamente, a la física de Aristóteles (I, 1-5)

59
En pos del signo

Seis cosas deben tenerse en cuenta primeramente. De las cuales una y la


primera es, cómo se divide y describe el modo de significar. Segunda, de dónde se
origina radicalmente el modo de significar. Tercera, de dónde se toma inmediata­
mente el modo de significar. Cuarta, cómo el modo de significar se distingue del
modo de entender y del modo de ser. Quinta, en dónde se encuentra el modo de
significar como en su sujeto. Sexta, qué orden guardan mutuamente estos térmi­
nos, signo, dicción, parte de la oración y término.

CAPÍTULO I
División y descripción del modo de significar

Dos modos de significar. Modo de significar activo y pasivo. Acerca de los


primeros debe saberse, que el modo de significar tiene un doble significado
equívoco. Se divide en modo de significar activo y pasivo. El modo de significar
activo es un modo, o propiedad de la voz, otorgado por el entendimiento, mediante
el cual, la voz significa una propiedad de la cosa. El modo de significar pasivo es
un modo, o propiedad de la cosa, tal como es significada por la voz. Y puesto que
significar y consignificar es en cierta manera obrar, y ser significado y
consignifícado es en cierta manera padecer, de ahí el que el modo o propiedad de
la voz, mediante la cual la voz significa activamente la propiedad de la cosa, se
denomine modo de significar activo; más el modo, o propiedad de la cosa, tal
como es significada pasivamente, se denomine modo de significar pasivo.

El entendimiento atribuye una doble cualidad a la voz. En relación con ésto se ha


de advertir, que cuando el entendimiento impone una voz para significar o
consignifícar, le atribuye una doble cualidad, ésto es, la cualidad de significar, que
se denomina significación, por medio de la cual se convierte en signo o significante;
y así formalmente es la dicción; y la cualidad de consignifícar, que se denomina
modo de significar activo por medio del cual la voz significante se convierte en
consigno o significante; y así formalmente es una parte de la oración; de modo que
es parte por sí por esta cualidad de consignifícar, o modo de significar activo,
como por un principio formal; pero es parte con relación a otra por la misma
cualidad activa de consignifícar, como por un principio eficiente intrínseco.
Por lo cual es evidente, que los modos de consignifícar activamente o modos de
significar activos, por sí y primariamente, pertenecen a la gramática, como
principios que se consideran en la gramática. Pero las razones pasivas de
consignificar, no pertenecen a la gramática, sino accidentalmente, puesto que no
son principios de la parte del discurso, ni formal ni eficiente, siendo propiedades
de las cosas; excepto en lo que es formal en ellas; pues en ésto quizás no discrepen
de los modos activos de significar, como se evidenciará más adelante.

60
El signo en la edad media

CAPÍTULO II
De dónde se origina radicalmente el modo de significar

Todo modo de significar activo procede de alguna propiedad de la cosa. Acerca de


lo segundo se ha de advertir: puesto que las tales cualidades, o modos de
significar, no son ficciones, conviene que todo modo activo de significar se
origine radicalmente de alguna propiedad de la cosa. Se comprueba: cuando el
entendimiento impone un significado a una voz bajo algún modo activo de
significar, tiene en cuenta la propiedad de la cosa, de la cual originalmente extrae
el modo activo de significar; porque siendo el entendimiento una facultad pasiva,
de sí indeterminado, no pasa a un acto determinado, a no ser que sea determinado
de otra parte. De allí que cuando impone el significado a una voz bajo un
determinado modo activo de significar, es movido necesariamente por una propie­
dad-determinada de la cosa; por lo tanto, a cualquier modo activo de significar
corresponde alguna propiedad o un modo de ser de la cosa.

Primera objeción.- Pero en contra ésto se objeta: que esta voz significativa, ésto es
deidad (deitas), es del género femenino, que es un modo pasivo de significar; sin
embargo, en lo significado esta propiedad no corresponde a la cosa, a la que se
atribuye una propiedad de paciente, de la cual se toma el género femenino.

Segunda objeción.- Así mismo, las privaciones y las ficciones carecen de propie­
dades, pues no son entes; y sin embargo, las voces que significan privaciones y
ficciones tienen modos activos de significar, como ceguera, quimera y otras
semejantes.

Solución a la primera.- Se ha de decir, que no siempre el modo activo de significar


de una dicción se extrae de la propiedad de la cosa de aquella dicción, de la cual es
modo de significar; sino que puede extraerse de la propiedad de una cosa de otra
dicción, y atribuírsela, y basta con que no le repugne; y puesto que no podemos
comprender las substancias separadas, sino mediante los sentidos, por ésto les
imponemos nombres de propiedades sensibles, y a sus nombres les imponemos
modos activos de significar. De donde se sigue que aunque en Dios, de acuerdo a
la verdad, no hay propiedad pasiva, sin embargo la imaginamos como paciente a
nuestros ruegos.

Solución a la segunda.- Igualmente entendemos las privaciones por analogía con


sus hábitos correspondientes y les imponemos nombres bajo las propiedades de
hábitos, y así les atribuimos modos activos de significar. Igualmente en los
nombres de las ficciones aceptamos modos activos de significar a causa de las

61
En pos del signo

propiedades de las partes, de que imaginamos componerse por ejemplo, la


quimera, que nos imaginamos que consta de cabeza de león, cola de dragón; y así
con las demás.

Instancia.- Se insiste: si los modos activos de significar, en los nombres de las


privaciones, se toman de los modos de ser de los hábitos, designarán entonces el
hábito, y no la privación; y supuesto ésto, los nombres de las privaciones, a causa
de sus modos activos de significar, serán falsos por una significación simultánea.

Solución.- Se ha de decir que ésto no es verdad; más aún, los nombres de las
privaciones, a causa de sus modos activos de significar, designan los modos de
entender las privaciones, que son modos de ser. Acerca de lo cual debe saberse,
que a pesar de que las privaciones no son entes positivamente afuera del alma, sin
embargo son entes positivos en el alma, como se evidencia en el libro IV de la
Metafísica, texto 921 y son entes según el alma; y porque el entenderlos es su ser,
por ésto los modos de entenderlos serán sus modos de ser. De donde los nombres de
las privaciones, por sus modos activos de significar, no serán falsos en una
significación simultánea, pues los modos de entender las privaciones se reducen a
los modos de entender los hábitos (pues la privación no se conoce sino mediante el
hábito), por ésto los modos de ser de las privaciones se reducen a la postre a los
modos de ser de los hábitos.

L a concepción tomista del signo

T omás de A quino.- Con él la escolástica se afianza y llega a su madurez.


Es el continuador de la obra de San Alberto Magno (1193-1280) quien,
por su parte, expone y difunde la obra de Aristóteles en Europa central,
como lo confiesa él mismo al final de varias de sus obras (por ejemplo su
Metafísica y su libro Acerca de los animales). De la familia de los condes
de Aquino, Tomás nació en Rocasecca en 1225 o 1226. Empezó sus
estudios en el monasterio de Montecassino y en 1243, en Nápoles,
ingresó en la orden de los dominicos. Enviado a París, fue alumno allí de
San Alberto Magno al que siguió hasta Colonia, a donde había sido
enviado a enseñar. Tomás de Aquino regresará a París en 1252, como
profesor: empieza comentando la Biblia y el libro de las Sentencias de

21. Metafísica, Libro V, Cap. XXII

62
El signo en la edad media

Pedro Lombardo. Excelente profesor, en 1257, a raíz de la disputa entre


los mendicantes y los maestros seculares, es nombrado profesor de la
célebre Universidad de París junto con su amigo San Buenaventura. En
esta primera estancia en París, escribe, amén de otras obras menores, De
ente et essentia y Quaestiones disputatae de veritate.
Permanece allí hasta 1259 año en que abandona París y vuelve a
Italia: permanece en Orvieto y Viterbo, como huésped del papa Urbano
VI de 1261 a 1264. En 1265 es encargado de organizar los estudios de la
orden en Roma. En este tiempo escribe sus obras más importantes:
Comentario a las sentencias (el segundo), la Summa contra gentiles y la
I y II partes de la Summa Theologiae. En 1269 regresa a París a su
cátedra de teología en la Universidad de París que ocupa durante tres
años. Mientras tanto, los profesores seculares regresan a la lucha contra
los 'mendicantes. Allí escribe, con esa ocasión, De perfectione vitae
spiritualis, Contra adversarium perfectionis christianae y De perfectione
et excellentia status clericorum en defensa, claro está, de los mendicantes.
Y contra los avances que mientras tanto había logrado el aristotelismo
averroísta, escribe De unitate intellectus contra averroistas. De esta
misma época es un escrito contra la escolástica de corte agustiniana:
Quaestiones quodlibetales. En 1272 lo llaman a la Universidad deNápoles
a enseñar. Permanece allí hasta enero de 1274, año en que parte, nombra­
do por Gregorio X, al Concilio de Lyon. En el viaje enferma y muere en
Fossanova el 7 de marzo de 1274.
Desde luego, la obra del aquinatense es mucho más amplia y no viene
al caso mencionarla.22 Además, de toda su mole doctrinal, viene al caso
su teoría del conocimiento. En ella, principalmente, como en varias
partes de la obra tomista, hay una firme concepción del signo basada,
como en todos los escolásticos, en el Perí hermeneias de.Aristóteles.
La teoría del conocimiento tomista se plantea un proceso de abstrac­
ción que partiendo de la realidad va ascendiendo hasta llegar al concepto,
signo interno del objeto. Entre el concepto o palabra muda y la palabra
hablada, signo a su vez del concepto, media una imagen acústica, o

22. Hay excelentes historias de la filosofía como la N . Abbagnano (segunda edición española, tres tomos,
Barcelona, Montaner y Simón, 1978) o la de G. Fraile (BAC).

63
En pos del signo

palabra interior; la palabra hablada es signo de la palabra escrita. Tomás


de Aquino expone su teoría del signo tan en relación con los sacramentos
como en varias de las doctrinas que expone, por ejemplo su teoría del
conocimiento.23 Así, en la Summa Theologica (1, 13, le), citando el
pasaje del Perí hermeneias relativo al nombre,24 el aquinatense dice:

Voces sunt signa intelectuum, et intellectus sunt rerum similitudines. Et sic patet
quod voces referuntor ad res significandas, mediante conceptione intellectus.
Secundum igitur quod aliquid a nobis intellectu cognosci potest, sic a nobis
potest nominari.
Las palabras son signos de los conceptos y los conceptos son semejanzas de las
cosas. De manera que es evidente que las palabras se refieren, mediante la
concepción del entendimiento, a las cosas que se quiere significar. Por tanto, de la
manera como algo puede ser conocido por nosotros con el entendimiento, así
puede ser nominado.

Para Santo Tomás, el modo de significar es una consecuencia del


modo de entender y la propiedad de las locuciones depende no sólo del
objeto significado sino de la manera de significar.

El conocimiento humano -d ic e - se nos presenta en forma lingüística, con el


ropaje de la palabra. ¿Se puede hablar también en el caso del conocimiento divino
de una palabra? Por lo pronto, se habla de palabra en dos sentidos: de la palabra
externa, que cae en la esfera de los sentidos, y de la palabra interior, que se da a
conocer y se manifiesta mediante aquella. Se trata de examinar las dos. Cuando
llegamos al conocimiento de las cosas, les ponemos nombres. Pero resulta que lo
que por naturaleza es posterior nos es conocido normalmente antes [...], nos es
más conocida la palabra exterior que la interior, por ser sensible. Por eso, según la
nomenclatura vigente, se suele llamar palabra, más bien que a la palabra interior,
a la palabra considerada como formación fonética, aunque la palabra interior sea,
por naturaleza, anterior, dado que es causa eficiente y final de la exterior. En
efecto, la palabra dicha al exterior designa, no la acción cognitiva del espíritu,
sino lo que ha sido conocido por el espíritu que es un hábito o potencia, el
entendimiento interior mismo: porque la palabra interior se identifica con el
entendimiento mismo. Pero es eficiente porque contiene la palabra manifestada al

23. Cfr. H.D. Gardeil, Iniciación a la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Psicología , M éxico, Tradición,
1974.
24. Libro I, cap. I, núm. 2

64
El signo en la edad media

exterior, ya que su función significante depende, en principio, de la voluntad, lo


mismo que todo lo demás que es producido artificialmente, y por ésto hay, en la
mente del artífice, una imagen preexistente de la obra externa, un modelo de la
misma. Y así sucede en todo lo que es producido artificialmente. Y de la misma
manera que en el artífice se dan el fin de la obra, el modelo y la obra ya acabada,
encontramos también en el que habla una triple palabra: en primer lugar el
concepto, es decir, aquello que se aprehende interiormente por medio de la
inteligencia y que para nombrar pronunciamos la palabra externa, se trata de una
palabra del corazón pronunciada sin sonido; viene luego el modelo de la externa
al que se llama palabra interior porque posee en si misma la imagen de la palabra
fónica; finalmente, la palabra pronunciada exteriormente, la llamada palabra
fónica, Y así como en el artista primero se da la consideración del fin, luego la
ideación de la forma de la obra y al final tiene lugar el llevarla a cabo, así también
la palabra del corazón en el que habla es antes que la palabra que posee en sí un
modelo de la palabra fónica y la última es la palabra fónica.25

Ju a n P oinsot (1589-1644).-2627Sin embargo, la doctrina tomista sobre el


signo logrará su desarrollo varios siglos más tarde: en el siglo XVII el
fraile dominico Juan Poinsot, comentarista de Santo Tomás de Aquino,
conocido como Juan de Santo Tomás, la desarrolla explícitamente en su
obra De los signos y los conceptos.21 Esta obra es un verdadero tratado
de semiótica por desgracia poco estudiado quizás por estar en latín.28
La obra de Poinsot es presentada explícitamente como un comentario
al Organon de Aristóteles y señaladamente al Perí hermeneias y Analíti­
cos primeros y consta de tres partes bien definidas: “el signo en sí
mismo”, “las divisiones del signo” y “de las noticias y los conceptos” .
La formulación de las cuestiones es típicamente escolástica. Así, en la
parte dedicada al signo en sí mismo, los seis artículos de que consta
tienen estos significativos títulos, problemas y soluciones:

25. Esta es la teoría tomista de la palabra formulada en las Quaestiones disputatae de veritate escritas en
París entre 1256 y 1259. Transcribo la traducción de Arens, Op. cit., p. 63.
26. Colocamos en la “edad media” a Poinsot pese a ser, obviamente, un pensador renacentista por depender
conceptualmente de Tomás de Aquino; con ello, queremos mostrar en qué medida el pensamiento del
aquinatense sobre el signo alcanza en Poinsot su máxima expresión y desarrollo.
27. Introducción, traducción y notas de Mauricio Beuchot, M éxico, UNAM , 1989. Desgraciadamente la
traducción parece muy apresurada: en todo caso es una traducción muy descuidada y, en algunos casos,
ilegible, como el lector podrá comprobar por sí mismo en los fragmentos que aquí transcribo. En lo
sucesivo, me referiré a esta obra simplemente como De los signos.
28. La traducción que Mauricio Beuchot propone constituye, de hecho, un excelente servicio a la historia de
la semiótica.

65
En pos del signo

I. Si el signo está en el género de la relación

Con respecto a esta cuestión, la conclusión a la que llega, en un razonamiento muy


escolástico, como todo el planteamiento, es: “la razón de signo, formalmente
hablando, no consiste en una relación según el decir, sino en una según el ser”. El
concepto de signo en que se basa Poinsot es: “lo que representa algo distinto de sí
mismo a la facultad cognoscente”. Distingue dos funciones del signo: manifestar
y significar. La primera de ellas “mira principalmente a la facultad como término
al que tiende o hacia el que se mueve”.
En cambio, significar o ser significativo se toma directamente en orden a lo
designado, al cual substituye y cuyas veces hace como un medio por el cual lo
designado es conducido a la facultad. Pues en ésto ministra y sirve el signo a lo
designado, que lo lleva y lo presenta a la facultad como su representable principal;
como también en el ministro y en el sustituto de otro consideramos dos cosas, a
saber, la sujeción al otro cuyas veces hace, como un principal, y el efecto en lugar
de aquel al que ministra y cuyas veces hace.

II. Si en el signo natural la relación es real o de razón

La respuesta, en cambio, a esta cuestión es: “la relación del signo natural a su
designado, por la cual se constituye en el ser de signo, es real y no de razón, en
cuanto lo tiene de suyo y por virtud de su fundamento, y suponiendo la existencia
del término y las demás condiciones de la existencia real.”

III. Si es la misma la relación del signo a lo designado y a la facultad

Con respecto a ésto concluye: “Si la facultad y lo designado se consideran como


términos directamente conectados por la relación, necesariamente exigen doble
relación en el signo, pero de este modo el signo mira a la facultad directamente
como objeto, no formalmente como signo. Pero si se considera la facultad como
término alcanzado en oblicuo, así con una única relación del signo se alcanzan lo
designado y la facultad, y ésta es la propia y formal razón del signo.”

IV. Cómo se divide el objeto en motivo y terminativo

A esta cuestión Poinsot propone una conclusión en tres partes o, si se quiere, una
triple conclusión. La primera de ellas es: “El objeto en común, en cuanto abstrae
de motivo y terminativo, consiste en que es algo extrínseco de lo cual se toma y
depende la razón intrínseca y la especie de alguna facultad o acto; y ésto se reduce
al género de la causa formal extrínseca que no causa la existencia, sino la
especificación.” La segunda conclusión, en cambio, dice: “en el objeto motivo,

66
El signo en la edad media

aun en cuanto se distingue del terminativo, se salva la verdadera razón de objeto”.


Finalmente, la tercera y última conclusión dice: “el objeto terminativo, respecto
de la facultad cognoscitiva y apetitiva, también tiene razón de causa formal
extrínseca.”

V. -Si significar es causar formalmente algo en el género del efectuar

La única conclusión que saca es: “el significar o representar de ningún modo se
da manera efectiva por el signo, ni el significar -hablando formalmente- es
efectuar.”

VI. -Si en los brutos y en los sentidos externos hay verdadera razón de signo

A esta cuestión propone dos conclusiones. La primera: “los brutos propiamente


usan signos, tanto naturales como consuetudinarios”. La segunda: “no sólo los
sentidos internos, sino también los externos, en nosotros y en los brutos, perciben
la significación y usan signos”.

La primera parte concluye con un importante apéndice en que Poinsot


discute varias definiciones de signo. La suya propia que hace remontar a
Tomás de Aquino: “lo que representa algo distinto de sí”; la de San
Agustín:29 “el signo es lo que, además de las especies que hace llegar a
los sentidos, hace llegar algo distinto al conocimiento”. Poinsot no
acepta la definición del obispo de Hipona porque “sólo se da en el signo
instrumental”. Luego vienen dos definiciones de Tomás de Aquino. La
primera dice: “el signo comporta algo manifiesto en cuanto a nosotros,
por lo que somos conducidos al conocimiento de otra cosa”.30 La
segunda, tomada del De veritate dice: “el signo, comúnmente hablando
es cualquier cosa en la que se conoce otra”.31 Tras analizar con acuciosidad
las circunstancias en que se da la significación establece, en consecuen­
cia, tres condiciones para que algo sea signo: “La primera, que sea más
conocido que lo designado, no según la naturaleza, sino en cuanto a

29. Cfr. De doctrina Christiana, II, c. 1: Migne, P.L. XXXIV, 35


30. De los signos, Op. cit., 112.
31. Ibid.

67
En pos del signo

nosotros. La segunda, que sea inferior y más imperfecto que lo designa­


do. La tercera, que sea desemejante a él”.32
A partir de ello, discute la relación entre imagen y signo; o, mejor
dicho, cómo difieren entre sí imagen y signo:

Pues, en primer lugar, ni toda imagen es signo, ni todo signo es imagen. En efecto,
la imagen puede ser de la misma naturaleza que todo aquello de lo que es imagen,
como el hijo y el padre, aun en la divinidad, y, sin embargo, no es signo de él.
También muchos signos no son imágenes, como el humo con respecto al fuego, el
gemido en relación al dolor. Luego la razón de la imagen consiste en que proceda
de otro como de un principio y a semejanza suya [,..].'33

En cuanto a la segunda parte de la obra de Poinsot sobre las divisio­


nes del signo, los artículos se ocupan de las siguientes cuestiones:

I. Si es unívoca y buena la división del signo en formal e instrumental.

La respuesta a esta cuestión es doble. Poinsot responde primeramen­


te que: “En la opinión de Santo Tomás es más probable que el signo
formal sea verdadera y propiamente signo, y por ello de manera unívoca
al instrumental, aunque en el modo de significar difieran mucho”.34
La otra respuesta, en cambio, a la naturaleza de la división del signo
en formal e instrumental: “es esencial y unívoca”, dice.

II. - Si el concepto es signo formal

A esto responde también doblemente. En primer lugar: “el concepto


o especie expresada por el intelecto es de manera muy propia signo
formal” (p. 134). En segundo lugar: “también el ídolo, o especie expresa
sensible en las facultades interiores, es signo formal respecto de tales
facultades” (p. 136).

32. Op. cit. p. 114.


33. ibid., p. 115.
34. Ibid.y p. 119

68
El signo en la edad media

III. Si la especie impresa es signo formal

A la cuestión de si la especie impresa es signo formal, Poinsot


responde llanamente que no.

IV. Si el acto de conocer es un signo formal

A esto, la conclusión a la que Poinsot llega es: “el acto de entender,


así distinto de la especie impresa y expresa, no es signo formal, en
cualquier operación del intelecto que se tome” (p. 150).

V. - Si es buena la división en signo natural, convencional y consuetudinario

La conclusión a la que llega respecto a esta cuestión es que:

Si esta división del signo en natural y convencional se considera entitativamente y


en el ser de la cosa, es análoga; si en el género de lo representativo o de lo
cognoscible, es unívoca, y el signo convencional es verdaderamente signo en el
oficio y lugar del oficio que ejerce (p. 155).

VI. - Si el signo por convención es verdaderamente signo.

La conclusión es:

Si la costumbre mira a algún signo, destinándolo y proponiéndolo como signo, tal


signo fundado en la costumbre será convencional. Pero si la costumbre no propone
o instituye algo como signo, sino que dice simple uso de alguna cosa y por razón
de ello algo se asume como signo, tal signo se reduce a natural (p. 161).

Como se puede ver, Poinsot establece dos divisiones del signo: por
una parte, divide al signo en signo formal y signo instrumental; por otra,
en signo natural, signo convencional y signo consuetudinario en el seno
de la teoría escolástica del conocimiento. Desde su punto de vista, esta
teoría semiótica establece al signo lingüístico como paradigma de todo
signo.

69
En pos del signo

G uillermo de O ccam

En el camino hacia la semiótica, es figura también importante Guillermo


de Occam (1300-1350), llamado por sus contem poráneos Doctor
invincibilis, Princeps nominalium y Venerabilis inceptor, quien en su
Summa logicae se ocupa profusamente del signo. Pese a su enorme
importancia en la historia del pensamiento occidental, son pocas las cosas
que se saben de la vida de Guillermo de Occam.35 Que nació hacia 1285
en Ockham, un poblado pequeño del condado de Surrey, Inglaterra; que
estudia con los franciscanos y muy joven aún se hace franciscano; que en
1306 fue ordenado de subdiácono; que en 1324 fue llamado a compare­
cer en la Corte de Avignon para que respondiera de unas tesis “sospe­
chosas” sustentadas por él en su Comentario a las sentencias', que

en mayo de 1328, Ockham huía de Avifión, juntamente con Miguel de Cesena,


general de la orden de los franciscanos y sostenedor de la tesis (que el Papado
tenía como herética) de la pobreza de Cristo y de sus apóstoles; y se refugiaba en
la corte del emperador Luis el Bávaro, en Pisa; desde allí prosiguió hacia Munich,
donde permaneció probablemente el resto de su vida. Su muerte debió acontecer
entre el 1348 y 1349; su cuerpo fue sepultado en la iglesia franciscana de
Munich.36

De la profusa obra de Guillermo de Occam nos referiremos breve­


mente a su Summa Logicae en que expone ampliamente sp teoría del
signo y a sus Principios de Teología donde, a propósito del concepto de
“definición”, expone sus ideas semióticas. En efecto, la lógica de Occam
está dominada por el vocablo signum y derivados como significare,

35. Remitimos al lector a los excelentes estudios monográficos ya existentes sobre el ocamense: N. Abbagnano,
Guillermo de Ockham, M éxico, Jus, 1941; L. Baudry, Guillermo de Occam. Su vida, sus obras, sus
ideas sociales y políticas, Buenos Aires, Emecé, 1946; G. Canella, El nominalismo de Guillermo de
Occam, Córdoba, Universidad, 1962; Teodoro de Andrés, El nominalismo de Guillermo de Ockham
como filosofía del lenguaje, Madrid, Gredos, 1969; C. Giacón, Guillermo de Occam. Ensayo histórico
crítico sobre la formación y la decadencia de la escolástica, 2 volúmenes, Santiago de Chile,
Universidad, 1961; R. Guelluy, Filosofía y Teología de Guillermo de Ockham , Buenos Aires, Kraft,
1948; E. A. Moody, La lógica de Guillermo de Occam , Buenos Aires, Columba, 1947; S. Rábade
Romeo, Guillermo de Occam y la filosofía del siglo XIV, Madrid, BAC, 1966; Paul Vignaux, El
pensamiento en la edad media, cuarta reimpresión de la primera edición, México, FCE, 1983.
36. N. Abbagnano, Historia de la filosofía, Vol. I, Barcelona, Montaner y Simón, 1978, p. 533.

70
El signo en la edad media

significans, significado, signification, cosignificare, significandum. Para


Occam, “significar” es la acción del signo de remitir a una realidad
distinta de sí. De hecho, Occam define el signo como “lo que , una vez
aprehendido, hace conocer otra cosa”37 y en cuanto a “significar” dice
en concreto:

Muy comúnmente se toma como “significar” cuando algo implica otra cosa ya de
manera principal, ya secundaria, ya en recto, ya en oblicuo, ya sea que equivalga
a entender, ya sea que lo connote, ya que lo signifique de cualquier manera [...]
afirmativa o negativamente.38

Se puede notar hasta dónde esta definición de Occam está influida


por San Agustín. Desde luego, el concepto de signo es más amplio en el
ocamense que en el santo: mientras que en San Agustín la función
significativa queda en el ámbito de lo material o sensible, en Occam
“queda abierto el campo de la función significativa a un posible tipo de
signos que no hayan de ser previamente conocidos para llevamos, en
virtud de su función significativa, al conocimiento de una realidad distinta
de sí”.39
Según Occam, por tanto, la función significativa es tan amplia que lo
lleva a asumir el concepto como signo. Empero, por ser tan amplia la
función de signo puede ser realizada a diferentes niveles. Dos de esos
niveles del signo son el vestigium y la imago. El carácter sígnico de
ambas formas significativas se muestra en el hecho de que ambas remiten
a otra realidad. Funcionan, pues, como el signo. Por lo que hace a la
imagen dice:

En cuanto a lo primero, digo que la imagen se entiende de tres maneras: según una
manera muy estricta de entender, una imagen es una substancia formada por el
artífice a semejanza de otra a partir de algunos rasgos accidentales de la misma

37. Est sciendum quod signum dupliciter accipilur: uno modo pro omni illo quod aprehensum alíquid
aliud in cognitionem facit venire, quamvis non facial mentem venire in primam cognitionem eius,
sicul alibi ostensum est, sed in actualem post habitualem eiusdem.
38. Accipitur significare communissime, quando aliquid importat, sive principaliter, sive secundario, sive in
recto, sive in obliquo, sive det intelligere, sive connotet illud, sive quocumque modo significet [...]
affirmative vel negative.
39. T. de Andrés, Op. cit., p. 78.

71
En pos del signo

índole en que coinciden [...] por lo cual hace que el que conoce la imagen recuerde
esa substancia original [...] según otra manera, se asume en lugar de ella sin
importar si está o no hecha a imitación de otra cosa [...] Una tercera manera de
asumir la imagen: todo producto de otra cosa que según la naturaleza de la
producción es producido como semejante40

Occam da ejemplos. Para la primera acepción pone el ejemplo de la


madera que se moldea a semejanza de Hércules. Para el segundo, la
imagen producida sin intención de quien la produce, no pone ejemplo
pero puede pensarse en las imágenes que forman las montañas: una silla
de montar, por ejemplo, como la que forma el Cerro de la Silla de
Monterrey. El ejemplo que Occam pone para el tercer tipo de imagen es
el del hijo en relación con su padre: “según este modo, dice Occam, se
puede decir que el hijo es imagen de su padre”.
En cuanto al vestigio, Occam también admite tres modalidades o
maneras de entender el concepto: “Dico que vestigio, en cuanto que una
creatura se dice vestigio de otra, puede entenderse de tres maneras: de
una manera lata, y así vestigio es el efecto dejado por alguna causa, de
determinada especie o al menos de determinado género, que hace recor­
darlo [...]” .
La segunda manera es el vestigio que simultáneamente es imagen
(pro impositione alicuius in aliquid sibi cedens remanere in absentia
eius) como el sello impreso en la cera. En cambio la tercera acepción del
vocablo “vestigio”, que Occam llama vestigium strictissime dictum, a la
impresión dejada por la parte de un todo. Como las huellas impresas en la
arena por un hombre o un animal son, en realidad impresas sólo por el pie
pero que remiten al todo y hacen recordarlo. A este tipo de significación,
Occam la llama significación representativa: es el primer nivel de la
significación. Se caracteriza por tres rasgos:

40. Circa primum dico quod imago tripliciíer assumitur, uno modo strictissime et sic imago est substancia
formata ab artifice ad similitudinem alterius secundum aliqua accidentia et eiusdem speciei [...]
propter quidfácil cognoscentem venire in recordationem ipsius [...] alio modo accipitur sive fía t ad
imitationem alterius sive non [...] Tertio modo accipitur imago pro omni univoce producto ab alio,
quod secundum rationem productionis producit ut simile.

72
El signo en la edad media

1. Implica el conocimiento de los dos términos de la significación: el del signo, sea


imagen o vestigio, y el de la cosa representada por ellos.

2. Por este mecanismo el signo produce un nuevo conocimiento que consiste en


recordar.

3. Por su funcionamiento este tipo de signos primarios son signos representati­


vos.41

Occam, empero, trata de un segundo nivel de significación que va


más allá de la pura significación representativa: se trata de la significación
lingüística. Los signos lingüísticos según Occam son de tres clases:
escritos, hablados y mentales. Por lo demás, tanto los signos hablados
como los escritos son arbitrarios; en cambio el signo mental o concepto
es tenido por Occam como un signo lingüístico natural.
Hacia 1337, cuando Guillermo cumple 47 años y ya el occamismo se
ha extendido a todas las universidades europeas, redacta, en la cúspide de
la fama, sus Principios de Teología obra, como se sabe, que tiene el valor
histórico de resumir las tesis y principios básicos del nominalismo.

Algunos entes, a más de su entidad propia, son signos de otras cosas y ésto, tanto
naturalmente como por imposición [...] los signos, al mismo tiempo que son
singulares son universales, singulares en su ser, universales por el significado,
ésto es, son aquellos que son signos de muchos. Pues aquello que se define
primariamente según el primer modo es singular, lo singular es universal, ésto es,
un ente singular que es signo [...] De acuerdo con ésto, se enseña que en muchas
proposiciones la cosa no se predica distinguiéndola de su signo, porque los
términos de algunas proposiciones son universales; mas el ser universal no
compete sino a los signos.42

41. T. de Andrés, Op. cit. pp. 80 y ss.


42. Texto tomado, con algunas correcciones, de Principios de Teología, Madrid, Sarpe, 1985, pp. 58 y ss.
Lamentablemente la traducción es pésima.

73
Ill
LA SEMIÓTICA RENACENTISTA

El siglo XVII es un siglo singular para la cultura occidental, en muchos


sentidos. Por ejemplo, el gran siglo XVII francés con figuras tan decisi­
vas para nuestra cultura como Blas Pascal, René Descartes, Pierre
Corneille, Moliere, Nicolás Malebranche; con instituciones tan importan­
tes para el pensamiento occidental como Port-Royal; y con figuras tan
importantes como el célebre cardenal Richelieu, el omnipotente ministro
de Luis XIII, inmortalizado por el romanticismo, a la vuelta de un par de
siglos, en obras literarias como Los tres mosqueteros o Veinte años
después, del segundo de los Alejandros Dumas.
Pero también el siglo XVII a secas con Bacon, Locke, Tycho Brahe,
Kepler, Galileo, Campanella, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez,
Baruch Spinoza, Leibniz, Hobbes, entre muchos otros. Para la historia de
la semiótica que nos ocupa, el siglo XVII fue no sólo un siglo cargado de
signos y sistemas de signos, sino, en consecuencia, un siglo fuertemente
interesado en la reflexión sobre el signo y en el desarrollo de importantes
análisis que vinieron a contribuir, en gran medida, al actual auge de la
semiótica. Dar cuenta cabal de ello, requeriría un libro de grandes
proporciones. Lo que aquí realizaremos, por tanto, será una somera
introducción a un ámbito de investigación abierto. Empecemos, pues.

F rancis B acon (1561-1626)

Nace en York House, Strand (Londres), el 22 de enero de 1561. Su


padre, Nicolás Bacon, era abogado, guardasellos y canciller tanto de la
reina Isabel I, como de Ann Cooke pariente del primer ministro de la

75
En pos del signo

corona Lord Burghley. Lina leyenda de palacio contaba que Francis


Bacon era, en realidad, hijo de Isabel, cuando era princesa, y de Roberto
Dadley, conde de Lancaster, de cuyas relaciones habría nacido el conde
Essex. A los doce años, en 1573, ingresa junto con su hermano Anthony
al Trinity College de Cambridge en donde permanece hasta 1575: estos
dos años le causaron un profundo desengaño de la filosofía aristotélica a
la que llegó a considerar como una vacía y estéril masa de argucias que
sólo servían para practicar los artificios de las disputas.
En 1577 ingresa al Gray’s Inn en Londres para cursar la carrera de
derecho que interrumpe este mismo año para acompañar al embajador
inglés Sir Amyas Paulet a Francia. La muerte de su padre, ocurrida dos
años más tarde, le obliga a regresar a Londres. La herencia rio es mucha
y, por necesidades financieras, tiene que terminar la carrera de abogado
hacia 1582. Su vida se desarrolla entre la abogacía, que ejerce como
trampolín hacia una carrera política, y sus verdaderas aspiraciones filosó­
ficas de las cuales da muestra ya en 1583 cuando redacta el escrito
Temporis partus sive instauratio magna imperii humani in universum.
Su carrera política, en cambio, da comienzo en 1584 al ser elegido
miembro de la Cámara de los Comunes. Sin embargo, sus aspiraciones de
introducirse en la corte de la reina Isabel no tienen mucho éxito. En todo
caso, su fortuna apenas le permite irla pasando; en 1598, en efecto, lo
arrestan por no pagar las numerosas deudas que tiene. Se aventura en
cosas tan peligrosas como la insurrección que emprende el conde Essex,
bajo cuya protección se había puesto Bacon en 1591 para que le ayudara
en su carrera política. Se distancia de él y redacta, 1601, un memorial en
el que hace una relación de las traiciones del conde que muere, finalmen­
te, ejecutado. Después de la muerte de Isabel I sucedida en el trono por
Jacobo I en 1603, los vientos en la fortuna de Bacon parecen cambiar; en
todo caso, es cuando empieza a escribir con mayor ímpetu y así ve
aparecer sus obras más importantes.
Ya en 1597 había publicado sus Essays moral, economical and
political que, traducidos al latín, serían publicados en 1625 bajo el
nombre de Sermones fideles, sive Interiora rerum. En 1605, publica en
Londres On the Porficience and Advancement o f learning divine and

76
La semiótica renacentista

human. Dos años más tarde aparece publicada la obra Cogitata et visa de
interpretatione naturae, sive de Inventione rerum et artium. En 1609,
publica De sapientia veterum liber. Es hasta 1623 cuando publica la
primera parte de la Instaurado Magna bajo el significativo nombre De
dignitate et augmentis scientiarum libri Di. La otra parte había apareci­
do en 1620 bajo el título de Novem organum scientiarum, sive Indicia
vera de interpretatione naturae et regno hominis. Por las mismas fechas,
entre 1622 y 1623, publica su Historia naturalis et experimentalis ad
condendam philosophiam sive fenómena universi. En 1627 aparecen
tanto su Sylva sylvarum como New Atlantis. El 9 de abril de 1626 muere
en Londres Francis Bacon. En 1653 aparecerán sus Opera posthuma.
De la filosofía de Bacon, sólo nos interesa hacer un breve apunte de
sus ideas semióticas. Bacon propone una reconstrucción de la ciencia
bajo el signo de la inducción. Su oposición a Aristóteles lo lleva a
proponer un nuevo tratado de lógica, un Novum organum en oposición a
su Organon. Bacon concibe al hombre como “servidor e intérprete de la
naturaleza”. En efecto, la ciencia no es más que una magna réplica, un
gran edificio, de la naturaleza cuyas leyes están ocultas al ser humano
pero que van dejando huellas, aquí y allá, que deben ser observadas por
él. En la construcción de esa semiótica, hay una serie de indicios de que el
edificio que se construye, el edificio de la ciencia, corresponde a la
realidad. De esos indicios trata el Novum organum cuyo subtítulo es,
precisamente, indicia vera de interpretatione naturae : indicios verdade­
ros de la interpretación de la naturaleza.
Mediante la observación y la experimentación, en efecto, el científico
tiene que ir construyendo, por inducción, una especie de réplica de la
naturaleza, el gran edificio de la ciencia. Para interpretar la naturaleza y
construir el edificio de ella está la nueva lógica, basada en la inducción y
no a la manera de Aristóteles, quien se basaba en el silogismo deductivo y
en un método a priori. En efecto, una vez que se tenga el nuevo método
de la ciencia, habrá que recoger toda clase de datos de la experiencia a fin
de, a partir de ellos, por inducción, construir la enciclopedia del saber,
especie de réplica facsimilar del universo. He aquí, en una breve cita,
cómo Umberto Eco interpreta la semiótica de Bacon:

77
En pos del signo

Los signos, para Bacon, pueden ser de dos tipos: ex congruo (nosotros los
llamaremos icónicos, motivados), como los jeroglíficos, los gestos y los emblemas
que reproducen, de algún modo las propiedades de la cosa significada; o ad
placitum y, por tanto, arbitrarios y convencionales. Sin embargo, un signo
convencional puede ser definido como un “carácter real” si por sí solo puede
referirse no a un sonido equivalente, sino directamente a la cosa o al concepto
correspondiente: “characteres quídam reales, non nominales; qui scilicet nec
literas, nec verba, sed res et not iones exprimunf (De augmentos, VI, 1). En este
sentido son caracteres reales los signos de los chinos, que precisamente represen­
tan conceptos sin que, por otra parte, presenten ninguna semejanza con el objeto.
Como podemos observar, Bacon, a diferencia de Kircher, no había advertido el
vago iconismo que contienen los ideogramas chinos, pero esta falta de apreciación
la hallamos también en otros autores.
[...] Para Bacon los ideogramas son signos que se refieren directamente a una
noción sin pasar por la mediación de una lengua verbal: los chinos y los japoneses
hablan distintas lenguas y, por consiguiente, llaman a las cosas con nombres
distintos, pero reconocen los mismos ideogramas y, por tanto, cuando escriben
pueden comprenderse mutuamente [...].
Bacon no piensa en un carácter que proporcione la imagen o revele la naturale­
za de la cosa misma; su carácter es un signo convencional que, no obstante, se
refiere a una noción precisa. Su problema es elaborar un alfabeto de nociones
fundamentales: en este sentido, el Abecedarium Novum Naturae, compuesto en
1622, que debía figurar como apéndice a la Historia naturalis et experimental is,
representa un intento de establecer un índice de saber, ajeno al proyecto de una
lengua perfecta. Y sin embargo, para los estudiosos posteriores iba a resultar una
fuente de inspiración el hecho de que, por ejemplo, decidiese asociar letras del
alfabeto griego a un índice de saber, según el cual alpha significaba “denso y
raro”, épsilon “de volatile et fixo”, cuatro épsilon “de naturali et montruoso” y
cuatro omicron “de auditu et sono”.1

Sobre la ciencia baconiana he aquí algunos de los fragmentos más


célebres relativos al método:

37. En su comienzo, tiene nuestro método gran analogía con los procedimientos
de los que defendían la acatalepsia\ pero, en fin de cuentas, hay entre ellos y
nosotros diferencia inmensa y verdadera oposición. Afirman ellos sencillamente
que nada puede saberse; afirmamos nosotros que no puede saberse mucho de lo
que a la naturaleza concierne, con el método actualmente en uso; por ello quitan1

1. Umberto Eco, La búsqueda de la lengua perfecta, Barcelona Grijalbo-Mondadori, 1994, pp. 179 y ss.

78
La s e m i ó t ic a renacentista

los partidarios de la acatalepsia toda autoridad a la inteligencia y a los sentidos; y


nosotros, al contrario, procuramos y damos auxiliares a una y a otros.

38. Los ídolos y las nociones falsas que han invadido ya la inteligencia humana,
echando en ella hondas raíces, ocupan la inteligencia de tal suerte, que la verdad
sólo puede encontrar a ella difícil acceso; y no sólo esto; sino que, obtenido el
acceso, esas falsas nociones concurrirán a la restauración de las ciencias, y
suscitarán a dicha obra obstáculos mil, a menos que, prevenidos los hombres, se
pongan en guardia contra ellos, en los límites de lo posible.

39. Hay cuatro especies de ídolos que llenan el espíritu humano. Para hacerlos
inteligibles, los designamos con los siguientes nombres: la primera especie de
ídolos, es la de los de la tribu; la segunda, los ídolos de la caverna; la tercera, los
ídolos del foro; la cuarta, los ídolos del teatro.

73.- No hay signo más cierto ni de más consideración, que el que deriva de los
resultados.

75. - Hay todavía otro signo que apreciar, si es que conviene el nombre de signo a
lo que más bien debe mirarse como un testimonio, como el más fundado de los
testimonios todos: nos referimos a la propia confesión de los autores universal­
mente hoy reconocidos [...] Esperamos, pues, que por este signo se persuadirán
fácilmente los hombres a no arriesgar sus fortunas y sus trabajos en sistemas no
sólo desesperados, sino que también engendradores de la desesperación.

76. - Un signo que es preciso no echar en olvido, es la discordia extrema que ha


reinado hasta poco ha entre los filósofos y la multiplicidad de las mismas escuelas,
lo que prueba suficientemente que la inteligencia carecía de un camino para
elevarse de la experimentación a las leyes [...].

130.- Ya es tiempo de que expliquemos el arte de interpretar la naturaleza.


Aunque creamos haber encerrado en este método preceptos muy útiles y muy
verdaderos, estamos no obstante bien lejos de atribuirle una necesidad absoluta
(hasta el punto de que nada se pueda sin ella) ni siquiera una entera perfección.
Opinamos que si los hombres tuviesen en su mano una historia exacta de la
naturaleza y de la experiencia, y alimentasen con ella su pensamiento, y si por otra
parte, pudiesen imponerse la doble obligación de despojar las nociones recibidas y
las nociones vulgares, y abstenerse de llevar su espíritu a los primeros principios
y a las leyes que más a ellos se acercan, pudiera ocurrir que por la propia potencia
de su inteligencia, y sin otro arte, encontrasen lo verdadero procedente de la
interpretación. La interpretación es la obra verdadera y natural de la inteligencia,

79
En pos del signo

después de haber separado todos los obstáculos que entorpecen su marcha; pero,
sin embargo, mediante nuestros preceptos, el trabajo del espíritu tendrá mayor
facilidad y solidez.
Estamos también muy lejos de afirmar que nada se puede añadir a nuestros
preceptos; más bien al contrario, nosotros, que poseemos la fuerza de la inteligen­
cia no en su propia virtud, sino en su intercambio con la realidad, debemos
declarar que el arte de los descubrimientos puede desarrollarse con los descubri­
mientos mismos.2

B ajo la so m bra de P ort -R oyal

Durante el gran siglo XVII francés suceden fenómenos de una gran


proyección y figuras tan decisivas para nuestra cultura como Blas Pascal,
René Descartes, Pierre Corneille, Moliere. Pero lo más importante es que
este gran siglo vio crecer instituciones tan importantes para el pensa­
miento occidental como el monasterio Port-Royal. Esta célebre abadía
cisterciense había sido fundada en 1204 en el Valle de Chevreuse y, tras
ser reformada a comienzos del siglo XVII por sor Angélica Amauld, en
1625 la comunidad se traslada a París constituyendo el Port-Royal
parisiense.
En 1648, sin embargo, se regresa al Port-Royal des Champs. En ese ir
y venir, la vida religiosa de la comunidad había recibido un nuevo impulso
gracias al celo de su director espiritual, el célebre jansenista Saint-Cyran.
Está por demás decir que Port-Royal se convierte en un foco de ideas
jansenistas. En 1637 varios seglares piadosos, conocidos como los “soli­
tarios” o los “señores de Port-Royal”, fueron a vivir junto a la abadía.
Resultado de ello fue la fundación de las “pequeñas escuelas”. Port-
Royal, como se ve, se convierte en un centro importante del pensamiento
francés del siglo XVII. Por allí pasa todo lo que sucede en la Francia de
esos días: desde las disputas teológicas en tomo a las tesis de Bayo y
Jansenio sobre la gracia que habrían de culminar con la publicación del
Augustinus en 1640, la obra postuma del célebre obispo Ypres, hasta la
nuevas ideas sobre geometría analítica, astronomía y otras ciencias.

2. Cito por la edición de SARPE, Madrid, 1984.

80
La semiótica renacentista

Empero Port-Royal entra en el modesto escenario de nuestra ojeada


sobre la reflexión semiótica del pasado, no por su jansenismo, ni por
haber albergado a varios personajes famosos de la época, como el célebre
Pascal; nos interesa, sí, por las ideas gramaticales y lógicas que allí
germinaron y que, a la postre, conformaron una pequeña pero poderosa
teoría semiótica.
En efecto, el 28 de abril de 1660 se publica la Grammaire générale et
raisonée conocida, simplemente, como la “gramática de Port-Royal”,
escrita por Antoine Arnauld y Claude Lancelot, amén de La logique ou
l ’art de penser contenant, outre les regles communes, plusieurs
observations nouvelles, propres á former le jugement, publicada en
1662, conocida como la “lógica de Port-Royal”, obra del mismo Antoine
Arnauld acompañado esta vez por Pierre Nicole. Arnauld es gramático,
Nicole es más bien lógico. Antoine Arnauld es hermano de sor Angélica
Arnauld, la priora de Port-Royal. La influencia que esta corriente de
pensamiento, sobre todo la “gramática de Port-Royal”, ejerció sobre la
lingüística contemporánea ha sido puesta de manifiesto por Noam
Chomsky, el padre de la lingüística generativo-transformacional, en su
libro Lingüística cartesiana?
Toda la teoría semiótica de Port-Royal, como se sabe, está impregna­
da del espíritu cartesiano emanado de la célebre obra de René Descartes
El discurso del método, publicado en 1637 y con el que se inicia una
nueva era en la historia de la ciencia. Al igual que Bacon y Galileo,
Descartes concibe la ciencia de una manera cualitativamente distinta: el
argumento máximo de la nueva ciencia proviene de la razón. Las dos
obras de Port-Royal mencionadas tienen, como el lector puede ver ya por
el sólo título, la inconfundible impronta cartesiana.
En efecto, la nueva ciencia que propone Descartes es una ciencia
cuya naturaleza y funcionamiento es análogo al de la matemática: la
evidencia como criterio de verdad. Todo lo que no es evidente es falso.
La razón, por tanto, es llevada así a un campo en donde las reglas del
juego son las mismas que las de la lógica matemática y en donde el único 3

3. Noam Chomsky, Lingüística cartesiana. Un capítulo de la historia del pensamiento racionalista ,


traducción española de Enrique Wulff, Madrid, Gredos, 1978.

81
En pos del signo

razonamiento válido es el razonamiento de tipo geométrico. Todo lo que


no funciona así es abandonado por irracional. Descartes rechaza lo
probable, lo plausible, lo verosímil como cosas falsas. Hay que recordar
que el siglo XVII francés es también el gran siglo del absolutismo, el siglo
de Luis XIV, el rey sol: al absolutismo de la razón propuesto por
Descartes corresponde, en lo político, el absolutismo del rey sol.
Como se sabe, el mismo Descartes divide su libro en seis partes. Pues
bien, la segunda parte, la propiamente epistemológica, está dedicada a
exponer “las principales reglas del método que el autor ha investigado”.
Para ello, tiene primero que destruir el edificio de la ciencia en que él,
Descartes, se ha educado. Y lo hace con rigor en la parte primera de su
obra. Viajando por el mundo percibe con claridad lo inútil de la vieja
ciencia: “pues me parecía que podía encontrar mucha más verdad en los
razonamientos que hace cada uno sobre los asuntos que le importan”.
Este método o manera de reflexionar valiéndose sólo de la propia razón
es expuesto por Descartes en la segunda parte de su libro que constituye,
como decía, el núcleo del racionalismo epistemológico cuyos postulados,
en número de cuatro, esboza de la siguiente manera:

El primero era no recibir jamás por verdadera cosa alguna que no la reconociese
evidentemente como tal [...] El segundo, dividir cada una de las dificultades, que
examinara, en tantas parcelas como fuere posible y fuere requerido para resolver­
las. La tercera, conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos
más simples y más fáciles de conocer para subir poco a poco, como por grados,
hasta el conocimiento de los más complejos, incluso suponiendo un orden entre
aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros. Y el último, hacer
en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que quedase
seguro de no omitir nada.

Descartes, pues, toma como modelo de todo razonamiento “esas


largas cadenas de razones, enteramente simples y fáciles, de que los
geómetras suelen servirse para llegar a sus más difíciles demostracio­
nes”. Para él, por tanto, sólo el razonamiento more goemelrico es válido:
ninguna otra manera de razonar es aceptable. Con ello se entroniza a la
razón como única manera de conocer. Con ello, también, nace un nuevo
tipo de ciencia basada en la inducción y nacida de la experiencia: es la
misma ciencia preconizada por Bacon y Galileo.

82
La semiótica renacentista

Tanto en la gramática como en la lógica de Port-Royal se contiene un


explícito planteamiento sobre el signo que pese a su importancia parece
haber escapado a los historiadores del movimiento. La gramática, por
ejemplo, comienza así:

La gramática es el arte de hablar. Hablar es explicar uno sus pensamientos por


medio de signos, que los hombres han inventado para ese fin. Se encontró que los
más cómodos de esos signos eran los sonidos y las voces. Pero como esos sonidos
pasan, se inventaron otros signos para hacerlos durables y visibles: los caracteres
de la escritura, que los griegos llamaron grámmata, de donde ha venido la palabra
gramática. Así, se pueden considerar dos cosas de esos signos. La primera, lo que
son ellos por naturaleza; es decir, en tanto que sonidos y caracteres. La segunda,
su significación; es decir, la manera como los hombres se sirven de ellos para
significar sus pensamientos. Nosotros trataremos de la una en la primera parte de
esta gramática y de la otra en la segunda [...].

Las palabras son signos arbitrarios de los pensamientos. Esos signos


de los pensamientos, las palabras, son de tipo acústico por ser un tipo de
signos muy prácticos. Sin embargo, los sonidos son muy efímeros. Por
eso se inventó la escritura un tipo de signos paralelos a las palabras más
durables y visibles. En un signo se pueden distinguir dos cosas: su parte
material, ser sonido o ser figura, por una parte; y su significación, por
otra. Por significación se entiende la manera como los hombres se sirven
de los signos para expresar sus pensamientos. La gramática de Port-
Royal estudia la parte material de las palabras en su primera parte y su
significación en la segunda. En efecto, al iniciar la segunda parte dice:

Hasta aquí no hemos considerado en la palabra sino lo que tiene de material, y que
es común, al menos en cuanto al sonido, a los hombres y a los papagayos. Nos
queda por examinar lo que tiene ella de espiritual, que constituye una de las
mayores ventajas del hombre por encima de todos los demás animales, y que es
una de las mayores pruebas de la razón. Es el uso que hacemos de ella para
significar nuestros pensamientos, y esta invención maravillosa de componer con
veinticinco o treinta sonidos esa infinita variedad de palabras, que, no teniendo
nada similar en sí a lo que ocurre en nuestro espíritu, no dejan de descubrir a los
demás todo el secreto de él y de hacer entender a los que en él no pueden penetrar,
todo lo que concebimos y todos los diversos movimientos de nuestra alma. (II, c. I)

83
En pos del signo

Las palabras son, en efecto, definidas en la segunda parte de la


gramática como “sonidos distintos y articulados de los que los hombres
han hecho signos para significar sus pensamientos”. Y, en efecto, toda la
segunda parte de la gramática está asentada en esta idea de palabra como
seña del espíritu. Por lo que hace al vínculo que une al sonido con el
sentido, los maestros de Port-Royal asumen que es arbitrario al asentar
que las palabras “no tienen nada similar en sí a lo que ocurre en nuestro
espíritu”.
Pero ¿qué son los pensamientos? ¿No son signos los pensamientos
mismos? En la lógica de Port-Royal encontramos la respuesta a pregun­
tas como éstas. La obra consta de cuatro partes. La primera de ellas
“contiene reflexiones sobre las ideas, es decir, sobre la primera acción
del espíritu que es la de la concepción”. La segunda parte, en cambio,
“contiene las reflexiones que los hombres han hecho sobre sus juicios”.
La tercera parte está dedicada al razonamiento y la cuarta, al método. La
primera de las cuatro partes se dedica a analizar de dónde provienen las
ideas: su naturaleza y su origen, cuáles son los objetos de las ideas, etc.
Por lo que hace a la naturaleza y origen de las ideas, los autores de la
lógica repasan y refutan en el capítulo primero algunas opiniones que
circulaban en la época para finalmente emitir su propio punto de vista,
muy cartesiano, por cierto. Desde luego, aunque rechazan el viejo axio­
ma nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu en estos térmi­
nos:

es, pues, falso que todas nuestras ideas vengan de nuestros sentidos; se puede decir
más bien, por el contrario, que ninguna idea que está en nuestro espíritu tenga sus
orígenes en los sentidos, a no ser ocasionalmente, en lo que los movimientos que
tienen lugar en nuestro cerebro, que es todo lo que pueden hacer nuestros sentidos,
dan la ocasión al alma de formarse ideas diversas de las que se formaría sin eso,
aunque casi siempre estas ideas no tengan ninguna semejanza con lo que se forma
en los sentidos y en el cerebro, y que hay más bien un número muy grande de
ideas, que al no tener absolutamente ninguna imagen corporal, no pueden, sin un
evidente absurdo, ser relacionadas con nuestros sentidos.

El capítulo cuarto de esta primera parte es, empero, especialmente


significativo del proyecto semiótico de Port-Royal. Se titula “de las ideas

84
La semiótica renacentista

de las cosas, y de las ideas de los signos”. Sólo por este capítulo, se
puede decir que la lógica de Port-Royal presenta unas concepciones
semióticas que rebasan el caso particular del sistema semiótico que es la
lengua; intentan, en efecto, una descripción general del signo. He aquí
algunos fragmentos que muestran la naturaleza y estilo de esa reflexión:

Cuando se considera un objeto en sí mismo y en su propio ser, sin fijar la vista del
espíritu en lo que puede él representar, la idea que de ello se tiene es una idea de
cosa, como la idea de la tierra, del sol. Pero cuando no se mira un determinado
objeto sino como representativo de otro, la idea que de él se tiene es una idea de
signo, y ese primer objeto se llama signo. Es así como se miran de ordinario los
mapas y los cuadros. Así, el signo encierra dos ideas: una, de la cosa representati­
va; otra, de la cosa representada; y su naturaleza consiste en excitar la segunda por
la primera.
Pueden hacerse diversas divisiones de los signos, nosotros, empero, nos con­
tentaremos con tres que son de la más grande utilidad. En primer lugar, hay
signos ciertos, llamados en griego tekméria\ como la respiración es signo de la
vida de los animales. Hay otros signos que sólo son probables y que son llamados
en griego semeia , como la palidez en las mujeres no es sino un signo probable de
embarazo, f Lógica, I, c. IV)

Los dos maestros de Port-Royal distinguen, además, los signos uni­


dos a las cosas o los signos separados de ellas. Esta división de los signos,
dice, da lugar a algunas máximas. Las máximas en cuestión son cuatro:

1. Que jamás se puede concluir con precisión ni de la presencia del signo a la


presencia de la cosa significada, dado que hay signos de cosas ausentes; ni de la
presencia del signo a la ausencia de la cosa significada, dado que hay signos de
cosas presentes. Se ha de juzgar, más bien, a partir de la naturaleza particular del
signo.

2. Que, puesto que una cosa en un estado no puede ser signo de sí misma en ese
mismo estado, puesto que todo signo exige una distinción entre la cosa represen­
tante y la cosa representada, sin embargo es muy posible que una cosa en un cierto
estado, se represente a sí misma en otro estado, como es muy posible que un
hombre en su cuarto, se represente predicando y que así la sola distinción de
estado baste entre la cosa figurante y la cosa figurada: es decir, que una misma
cosa puede ser en un cierto estado cosa figurante, y en otro estado cosa figurada.

85
En pos del signo

3. Que es muy posible que una misma cosa oculte y devele otra cosa, al mismo
tiempo, y que así quienes han dicho nada aparece por lo que lo oculta han
formulado una máxima muy poco sólida. Pues dado que la misma cosa puede ser
al mismo tiempo cosa y signo, puede ocultar como cosa lo que descubre como
signo. Así, la ceniza caliente oculta el fuego en cuanto cosa, y le descubre en
cuanto signo. Así las formas adoptadas por los ángeles, les cubren como cosas y
les descubren como signos. De la misma manera los símbolos eucarísticos,
ocultan el cuerpo de Jesucristo como cosa y lo descubren como símbolo.

4. Se puede concluir que la naturaleza del signo al consistir en estimular los


sentidos por la idea de la cosa figurante, mientras este efecto subsiste, es decir,
mientras esta doble idea es estimulada, subsiste el signo, aunque la cosa sea
destruida en su propia naturaleza. Así no importa que los colores del arcoiris, que
Dios ha tomado como signo de que él no volverá a destruir al género humano por
un diluvio, sean reales y verdaderos, con tal que nuestros sentidos tengan siempre
la misma impresión, y que se sirvan de esta impresión para concebir la promesa de
Dios.

Sobre la división de los signos en naturales y convencionales, dicen, al


final del capítulo:

La tercera división de los signos es que los hay naturales, que no dependen de la
fantasía de los hombres; como una imagen que aparece en un espejo es un signo
natural de aquel a quien representa; y que hay otros que no son sino de institución
y de establecimiento, ya sea que tengan alguna relación lejana con la cosa
figurada, ya sea que no la tengan en absoluto. Así, las palabras son signos por
convención de los pensamientos, y los caracteres lo son de las palabras. (I, c. IV)

Prácticamente, como se puede ver, era casi un lugar común de la


cultura la tesis de la naturaleza semiótica de las palabras. No faltaron en
los autores de la lógica de Port-Royal como no faltaron en Descartes,
principalmente en sus Meditaciones reflexiones de esta índole. Como se
sabe, esta obra de Descartes ha corrido mundo acompañada de las
objeciones formuladas por filósofos de la época: las más importantes son
siete. Pues bien, las terceras de esas objeciones fueron hechas por el
filósofo inglés Thomas Hobbes, quien hacia 1640 llega a París huyendo
del antimonarquismo creciente en Inglaterra y allí se instala por once
años. La cuarta de ellas se refiere al carácter convencional de la relación
entre sonidos e ideas en el signo lingüístico; dice así:

86
La semiótica renacentista

¿Qué diremos ahora, si tal vez el razonamiento no pasa de ser un ensamble y


encadenamiento de nombres por la palabra es? De donde se seguiría que por la
razón no concluimos absolutamente nada acerca de la naturaleza de las cosas, sino
solamente acerca de sus apelaciones, es decir que, por ella, vemos simplemente si
unimos bien o mal los nombres de las cosas, según las convenciones que hemos
hecho según nuestra fantasía acerca de sus significaciones.

La respuesta de Descartes muestra bien el alcance de la discusión que


sobre la arbitrariedad del signo lingüístico tiene lugar en la época: las
palabras, en cuanto nombres de las cosas, sólo funcionan en la medida en
que presuponen siempre en el hablante las ideas de las cosas; cada pueblo
y, por ende, cada lengua ha llegado a dichas ideas no por simple yuxtapo­
sición mediante el verbo es, como argumentaba Hobbes, sino por razona­
mientos análogos sobre las mismas realidades; la arbitrariedad del signo
lingüístico forma parte de una convención particular en el interior de una
lengua. Descartes responde a Hobbes en estos términos:

El ensamble que se hace en el razonamiento no es el de los nombres, sino el de las


cosas significadas por los nombres; y me sorprende que lo contrario pueda
ocurrírsele a nadie. ¿Pues quién duda que un francés y un alemán puedan tener los
mismos pensamientos o razonamientos acerca de las mismas cosas, aunque
empero conciban palabras enteramente diferentes? ¿Y ese filósofo no se condena
a sí mismo cuando habla de las convenciones que hemos hecho según nuestra
fantasía acerca de la significación de las palabras? Pues si admite que algo es
significado por las palabras, ¿por qué no admite que nuestros discursos y razona­
mientos sean más bien de la cosa significada que de las palabras solas?

Dentro de esta línea del pensamiento se podría considerar al Brócense,


Francisco Sánchez de las Brozas, el Descartes de los gramáticos, con su
Minerva publicada en Salamanca en 1587, que aunque anterior al padre
del racionalismo, su concepción gramatical y la teoría del signo que de
ella emana forma parte de esta misma tradición a que se adscribiría más
tarde el cartesianismo.

John L ocke (1632-1704)

Por la misma época, el inglés John Locke (1632-1704) se ocupa de


semiótica. Nacido en Wrington, cerca de Bristol, hace sus primeros

87
En pos del signo

estudios en la Wesmintster School de Londres entre 1646 y 1652. En


1652, en efecto, con la idea de hacerse clérigo entra en el Christ Church
de Oxford cuyo ambiente estaba totalmente dominado por el nominalismo.
Se gradúa de bachiller en 1655, de maestro en 1658 y al año siguiente se
empleó como maestro de griego y retórica. A los veinte años lee a
Descartes y se entusiasma con su filosofía. Abandona sus estudios ecle­
siásticos para entregarse a la física, química y medicina: se titulará,
muchos años después, en 1674. En efecto, desde 1665 Locke empieza a
rodar de viaje en viaje en donde entra en contacto con las ideas de la
época. Por ejemplo, en un viaje a Francia en 1668 lee los Essais de
Morale de Pierre Nicole, ya conocido nuestro como coautor de la lógica
de Port-Royal. Pese a que escribió otras cosas como el Methodus
adversariorum, que publicó en 1686, o sus Two Treatises o f civil
Governement, aparecida en 1690, su obra principal es el Ensayo sobre el
entendimiento humano.
Representante de un materialismo de tipo sensualista, Locke rechaza
las ideas innatas de Descartes y coloca la fuente de nuestro conocimiento
en la experiencia sensible de una manera muy parecida a la de los lógicos
Port-Royal. “Llamo idea -d ic e - todo cuanto el espíritu apercibe en sí
mismo, toda percepción que está en nuestro espíritu cuando piensa” (II
8, 8). Y en la introducción al Ensayo dice que “idea es todo cuanto es
objeto de nuestro entendimiento cuando pensamos [...] todo cuanto se
entiende por fantasma, noción, especie o cualquier cosa que ocupa
nuestro espíritu cuando éste piensa” .
Para Locke, todas nuestras ideas son adquiridas. No tenemos ideas
innatas. Nuestra ideas provienen de la experiencia. En el proceso de
conocimiento humano tienen lugar dos procesos totalmente diferentes
entre sí: la percepción y el pensamiento. La percepción es una condición
absolutamente necesaria para que se dé el pensamiento. Sin embargo,
como le sucede a Descartes, tampoco Locke establece distinción entre
los límites de la sensación, la imaginación o el entendimiento. La expe­
riencia para Locke, sin embargo, es doble: hay una experiencia externa
“por la que nuestros sentidos perciben las impresiones que en ellos
causan los objetos exteriores y las cualidades sensibles”; y hay una
experiencia interna “por la cual el alma percibe sus propias operaciones

88
La semiótica renacentista

sobre los objetos sensibles: percibir, pensar, dudar, creer, razonar, cono­
cer, querer y todas las diferentes acciones de nuestra alma”.
Locke dedica una buena parte de su obra a disertar sobre las diferen­
tes clases de ideas. De hecho, más que los lógicos de Port-Royal, Locke
asume una parte de la teoría del conocimiento planteada por la escolásti­
ca. Tomás de Aquino, por ejemplo, tiene frases como éstas: cum omnis
cognitio intellectus nostri oriatur a sensu ,4primum principium nostrae
cognitionis est sensus.5 Sin embargo, a diferencia de los lógicos de Port-
Royal, Locke sostiene con firmeza que las ideas, abstraídas de las cosas
por el mencionado procedimiento, son, de algún modo que la semiótica
debe investigar, signos de las cosas, retomando la medieval teoría susten­
tada por los modistae.
En efecto, en el último capítulo de Ensayo sobre el entendimiento
humano, al hacer su propuesta de una “división de las ciencias”, las
divide y organiza en tres grandes clases: llama a la primera Physica, a la
segunda Práctica y a la tercera Semeotiké. Locke, por tanto, plantea aquí
un proyecto de semiótica con nombre y todo. En efecto, su proyecto de
una ciencia llamada “semiótica” o “ciencia de los signos” es formulado
en estos términos:

La tercera rama puede llamarse Semeotiké o Doctrina de los signos, y, como las
palabras constituyen la parte más útil, también puede llamarse con suficiente
propiedad Logyké, Lógica. El asunto de esta ciencia consiste en considerar la
naturaleza de los signos de los que se vale la mente para entender las cosas, o para
comunicar sus conocimientos a otros. Porque, como entre las cosas que la mente
contempla no hay ninguna, salvo sí misma, que sea presente para el entendimien­
to, es necesario que alguna otra cosa se le presente como signo o representación de
la cosa que considera, y esas son las ideas. Y como la escena de las ideas que
constituye los pensamientos de un hombre, no puede exhibirse de manera inme­
diata a la vista de otro hombre, ni guardarse en ninguna parte que no sea la
memoria, que no es un almacén muy seguro, por eso tenemos la necesidad de
signos de nuestra ideas para poder comunicar nuestros pensamientos los unos a
los otros, así como registrarlos en beneficio propio. Los signos que los hombres
han encontrado más convenientes, y, por lo tanto, aquellos de que se valen más

4. IV, Sent, d.9 q.I a.4.


5. De ver. q.12 a.3 ad 2.

89
En pos del signo

comúnmente son los sonidos articulados. Por eso, la consideración de las ideas y
de las palabras, en cuanto que son grandes instrumentos del conocimiento,
constituye una parte nada despreciable de la contemplación de quienes pretendan
ver en toda su extensión el humano conocimiento. Y si esos instrumentos fueran
objetos de una esmerada ponderación y de un estudio cuidadoso, quizá no
ofrecerían otra clase de lógica y de crítica, distintas a las que nos han sido
familiares hasta ahora.6

6. Op. cit, p. 728.

90
IV
LAS OTRAS SEMIÓTICAS
DEL SIGLO XVII

Umberto Eco, en un artículo que tituló “El pensamiento semiótico de


Roman Jakobson”,1 al echar una mirada hacia el pasado de la semiótica
dice:

La discusión en tomo a los signos adquiere particular relevancia durante la edad


Patriótica, y se hace notablemente refinada en los años comprendidos entre los
Modistae y Occam. Pronto releeremos entera la historia de la filosofía, en clave
semiótica. Cito solamente la Gramática General de Port-Royal, y el debate que se
desarrolló en el siglo XVII sobre la posibilidad de formar un Ars signorum\ dicho
de otro modo: una Semaeología (Wilkins), Semeotike (Wallis), Sematology
(Dagamo), Semeiología (Kircher), hasta el proyecto fundamental de Locke, que
definió como “semiótica”, en el último de los volúmenes que componen su
Ensayo (1690), como uno de los tres aspectos de la ciencia (al lado de la Física y
de la Ética), una disciplina no inferior a la lógica, “cuya tarea sea examinar la
naturaleza de los signos que la mente infiere para entender las cosas, o para
transmitir a los otros el conocimiento”. También, sin considerar la filosofía de
Hobbes, Hume, Berkeley y Leibniz contribuyeron explícitamente a la semiótica
moderna y asimismo olvidaron (como frecuentemente sucede fuera de nuestro
país) aquella imponente arqueología de los lenguajes humanos que es la Nueva
Ciencia de Juan Bautista Vico.12

En su libro ya citado La búsqueda de la lengua perfecta , Umberto


Eco muestra cómo se da de una manera febril esta búsqueda durante el

1. Publicado en traducción de Leobardo Cornejo Murga en el Núm. 102 de Revista mexicana de ciencias
políticas y sociales dedicado al tema de Literatura y Sociedad, M éxico, UNAM, AÑO XXVI, Nueva
Época, octubre-diciembre de 1980, pp. 213-236.
2. Op. cit., p. 214. Lamentablemente tanto la traducción como la edición misma son muy deficientes.

91
En pos del signo

renacimiento especialmente en personajes como Atanasio Kircher,3John


Wilkins4 y George Dalgamo.5 La exploración de las propuestas de una
lengua perfecta a lo largo de la cultura europea parten del supuesto
implícito de que cada lengua constituye un sistema semiótico de com­
prensión del mundo. De hecho, los casos de postulación de una lengua
perfecta presuponen un esquema en el cual esa lengua funciona como
referente fijo, que por lo demás ya se ha utilizado en la historia de la
traducción sobre todo entre quienes trabajan en la traducción automática.
“Este instrumento funcionaría, dice Eco, por la misma razón por la que
cualquier lengua clarifica sus propios términos mediante un principio de
interpretando: la propia lengua natural actúa constantemente de meta-
lenguaje para sí misma, a través del proceso que Peirce llamaba semiosis
ilimitada ”.6
Como muestra de vertiente semiótica renacentista, recojo, a guisa de
ejemplo un significativo soneto escrito entre 1594 y 1595, en las cárceles
de la Inquisición en Roma, por Tomasso Campanella que expresa bien no
sólo la doctrina hermetista sobre el conocimiento de Dios sino la vieja
idea de que el mundo es un libro que hay que aprender a leer:

Modo di filosofare

II mondo é il libro dove il Senno Eterno


scrisse i propi concetti, e vivo tempio
dove, pingendo i gesti e 7 propio esempio
di statue vive ornó l ’imo e 7 superno;

perch ’ogni spirito qui l ’arte e 7 governo


leggere e contemplar, per non farsi empio,
debba, e dir possa: -lo l ’universo adempio,
Dio contemplando a tutte cose interno-.

3. La lengua perfecta, Op. cit., pp. 126 y ss.


4. Ibid., pp. 201 y ss.
5. Ibid., p. 193 y ss.
6. Op. cit., p. 290.

92
L as otras semióticas del siglo X V II

Ma noi, stretíe alme a ’ libri e tempii morti,


copiati dal vivo con piu errori,
gli anteponghiamo a magistero tale.

O pene, del fallir fatiche accorti,


lid, ignórame, fatechi e dolori:
deh, torniamo, per Dio, a ll’originóle!7

La e m b l e m á t ic a d e P ic in e l l i

El afán por hacer y usar emblemas estuvo de moda sobre todo el siglo
XVII: la emblemática, en efecto, fue una muestra eximia del interés que
ese siglo tuvo por el signo del que, bajo esa forma, desarrolla una
importante teoría, hoy casi olvidada. Los nombres de los emblematistas
son muchos. El lector los puede ver citados a menudo por uno de ellos el
milanés Filippo Picinelli, autor de Mondo simbólico del que nos ocupare­
mos enseguida como paradigma de una práctica semiótica.
El Mondo simbólico de Picinelli es una colección de emblemas cuyas
figuras, a diferencia de los muchos libros de emblemática que prolifera-
ron en Europa sobre todo durante el siglo XVII, están sólo descritas
verbalmente; por ello, el libro tiene más bien la apariencia de un acervo de
lemas comentados en el que, por lo general, la figura o cuerpo del
emblema está reducido al título que preside cada capítulo. La emblemática
es, en su conjunto, una obra de reflexión semiótica que consistía no sólo
en la producción de pequeños sistemas semióticos, los emblemas, sino en
el desarrollo de una teoría semiótica subyacente. A introducir al lector en
este interesante campo, dedicamos las pocas páginas que siguen.
De Filippo Picinelli, el autor de Mondo simbólico, sólo se saben muy
pocas y muy generales cosas: que nació en Milán en 1604, que perteneció
a la orden agustina de los canónigos de San Juan de Letrán desde muy
joven, que se ordenó de sacerdote, que fue doctor en teología; se sabe
que, además, escribió otras obras de las que mencionamos Lumi riflessi,

7. En Frances A Yates, Giordano Bruno y la tradición hermética, Ariel, Barcelona, 1983, pág. 541.

93
En pos del signo

Panegirici, Fattiche apostoliche, Ateneo dei litterati milanesi. Mondo


Simbólico apareció publicado por vez primera en Milán, en 1653. Es un
producto neto del siglo XVII. Que tuvo un éxito inmediato, lo prueban
las ediciones italianas que se sucedieron: dos en Milán, 1669 y 1680,
respectivamente; y una en Venecia, en 1687. Lo prueba también la
traducción al latín, la lengua internacional de la ciencia de la época. De
hecho, esta traducción sirvió de plataforma de lanzamiento de la obra de
Picinelli al ámbito internacional: la traducción al latín corrió a cargo del
también canónigo regular agustino, el alemán Agustín Erath. La primera
traducción latina apareció publicada en Colonia en 1681. Este libro se
difundió mucho en las colonias americanas de España en su versión
latina. En la Nueva España, por ejemplo, prácticamente no había bibliote­
ca novohispana que no estuviera dotada de un “Picinello”, como se le
conocía en el argot bibliográfico de la época.
Como ya dije, un emblema es un pequeño aunque complejo sistema
semiótico. Por consiguiente, el afán por coleccionar y por crear emble­
mas no puede significar otra cosa que un afán por las semiosis que en este
repaso de la historia de la semiótica debe, sin duda, ser siquiera mencio­
nado. El hecho de que, por lo que se desprende de la misma obra, el autor
parece estar pensando en la predicación y en los predicadores, como
universo y destinatarios, respectivamente, de su libro, nos remite a un
tipo de discurso, cifrado en clave semiótica que prolifera en la época y
que denota no sólo la afición a los signos y sistemas de signos, sino la
existencia en el siglo XVII, sobre todo, de una teoría y una práctica
hermenéutica, en boga en esa cultura, acostumbrada a navegar en el
mundo del signo. En efecto, para Filippo Picinelli, si bien un emblema
heroico

es una composición que consta de una figura y un lema, que además de tener un
significado literal, está destinada a representar alegóricamente un concepto nues­
tro particular.8

8. Para el texto del Mundus symbolicus que aquí empleo, me he servido de las traducciones realizadas por
Eloy Gómez en el Centro de Estudios de las Tradiciones de El Colegio de Michoacán y que empezarán a
ser publicadas en breve.

94
L as otras semióticas del siglo XVII

Se dice por tanto que el emblema heroico es un compuesto en el cual el cuerpo o


figura es la materia y el lema es la forma, de modo que una y otra como partes
contribuyen a integrarlos. De esto se deduce que es errónea la opinión de aquéllos
que piensan que la figura o el lema solos constituyen la naturaleza de un
verdadero y real emblema.9

Las etimologías que reconoce tanto del vocablo “emblema” como de


“símbolo” son expuestas en los siguientes términos que le permiten
hablar de los orígenes de los emblemas y, en general, del lenguaje
simbólico:

En pocas palabras diré lo referente a la etimología del símbolo y del emblema.


Emblema viene de la raíz griega “EMBALLEZAI”, es decir, introducir, meter o
insertar, por tanto lo que por causa de ornato se introduce en otra parte se conoce
universalmente con el nombre de emblema. Símbolo, también viene del griego
“SUMBALLEIN”, poner junto, unir, concordar, a saber cuando se toma alguna
nota o señal, para significar cosas o conceptos o principios latentes en el ánimo.
Era costumbre antigua de los soldados poner en los escudos sus nobles campañas
pintadas o grabadas y empezaron a llamarse figuras o bien emblemas, como
adornos de aquellos ilustres varones insertas en los escudos, o bien símbolos, que
fueran como marcas o señales con las que se mostraban los hechos heroicos y los
pensamientos magnánimes de aquellos. Sobre este asunto el señor Aresio oportu­
namente observa que los italianos llaman correctamente a los emblemas heroicos
“Impresa” o más claramente “Intrapresa”, es decir, una acción noble y famosa
que un hombre intrépido o ya emprendió o piensa emprender. Aunque después se
comenzó a conocer con el nombre de “Impresa” o de emblema heroico no tanto la
acción generosa, sino la imagen o figura con que tal acción se representaba.

Picinelli da luego una serie de explicaciones de su definición en los


siguientes términos:

Se dice por tanto que el emblema heroico es un compuesto en el cual el cuerpo o


figura es la materia y el lema es la forma, de modo que una y otra como partes
contribuyen a integrarlos. De esto se deduce que es errónea la opinión de aquéllos
que piensan que la figura o el lema solos constituyen la naturaleza de un

9. El Mundus Symbolicus sólo se ocupa de los emblemas heroicos.

95
En pos del signo

verdadero y real emblema. Además el emblema heroico es un compuesto con un


significado doble: uno literal y otro alegórico y por tanto la figura emblemática
con su lema no sólo debe tener un sentido físico y moral, sino además implícita­
mente una consideración y concepto nuestro particulares.
Con esta definición se distingue suficientemente el emblema o símbolo heroico
de otros compuestos semejantes o invenciones como son los emblemas morales,
símbolos morales (pues se divide el símbolo o emblema en moral y heroico que
para los italianos se llama “Impresa”), jeroglíficos, etc. Y en verdad el heroico se
distingue de los emblemas morales porque éstos admiten todo género de figuras,
enteras y divididas, reales e imaginarias, legendarias e históricas, perfectas y
monstruosas, simples y compuestas, que por las solas figuras o bien por los solos
lemas, dicen expresamente el concepto moral que se representa en tales figuras.
Por el contrario el emblema heroico, como dijimos antes, escoge sus figuras con
mayor rigor y con un significado más especial e interpreta el sentido recóndito y
mutuo que entre sí tienen la figura y el lema.
Se diferencia de los símbolos morales porque éstos no son otra cosa que un
proverbio o máxima a modo de enigma, que representa un ejemplo o un misterio.
Tales son aquellos famosos símbolos de Pitágoras: A FABIS ABSTINENDUM
(hay que abstenerse de las habas) es decir de dar votos secretos en la república;
STATERAM NON TRANSILIENDAM (no excederse en la balanza), es decir
que nuestros actos deben realizarse con medida y moderación, IGNEM GLADIO
NE FODITO (no avives el fuego con la espada) es decir que a un hombre colérico
no se le debe provocar con ninguna injuria. En cambio el emblema heroico
además del lema, requiere de la figura, en forma tal que ese lema sólo expresa una
máxima a medias, pero no completo y perfecto. Finalmente difiere de los jeroglí­
ficos, en que éstos sólo muestran figuras puras y simples que tienen un significado
sin necesidad de lemas o palabras. Así el fuego representa a la divinidad; la
serpiente enroscada alrededor del mundo, a la etemidad;la palma a la victoria, etc.
Por el contrario, el emblema heroico no exige sólo la figura, o el lema sólo, sino
ambos a la vez como partes que se unen dándole al emblema heroico un sentido
perfecto. Ni con sólo la figura ni con sólo el lema explica su pensamiento sino con
la unión de los dos se expresa y determina el verdadero y literal sentido del
emblema heroico, bajo el cual subyace el sentido alegórico que sugiere no sin
deleite por doquiera y para todos en forma agradable las ideas internas y princi­
pios del autor.
Por lo tanto, para resumir, para la formación del emblema heroico deben
concurrir la figura y el lema con un nexo muy estrecho. Por ello no faltan quienes
a la figura dan el nombre de cuerpo y al lema de alma; pues de la unión de ambos,
materia y forma nace un compuesto bello y noble. Pero como para la completa
belleza de esta ingeniosa estructura simbólica, existen varias reglas referentes
tanto a las figuras como a los lemas, es necesario que las explique brevemente.

96
L as otras semióticas del siglo XVII

En efecto, Picinelli se dedica a explicar cada uno de los dos elementos


que entran en la composición de un emblema empezando por el cuerpo o
figura.

Es lícito tomar el cuerpo emblemático de cualquier cosa natural o artificial,


aunque será más loable y vistoso cuanto más fuere de aspecto bello y noble a la
vista. Por lo tanto, desde el principio y para siempre se proscriben de los
emblemas todos los cuerpos espurios y abominables, como el escarabajo formando
su pelota; las aves y cuadrúpedos evacuando las heces de su vientre, con los cuales
no poco se ofenden los ojos y la mente de los que miran, y en fin, todo lo que es
obsceno, indigno no sólo del pincel y la imagen, sino inclusive de que se nombre.
Advierte que el cuerpo debe ser una cosa fácilmente identificable para los que
lo ven y que pueda distinguirse de otros objetos. Por lo que se aprueban mejor
cuerpos comunes y fáciles de conocer, que los secretos y extraños, porque éstos
debido a su oscuridad no sólo no reaniman el espíritu de quienes los mira, sino que
producen mucha molestia y fastidio. Por lo cual en la lista de un emblema bonito
no pueden admitirse los animales de la India, cuyas propiedades, las más de las
veces son desconocidas, de la misma manera las piedras preciosas, el rubí, zafiro,
esmeralda, ópalo, diacodos, etc., y los metales, oro, plata, plomo, estaño, etc.,
puesto que estos cuerpos apenas pueden distinguirse del cobre o madera en el cual
están incrustados y más bien producen desagrado y confusión que deleite o
distinción en el ánimo.
La mayor parte de los escritores excluye del álbum de los emblemas a los
cuerpos humanos y si algunas veces se admiten son cuerpos históricos o legenda­
rios, pero fáciles de identificar como Hércules, Polifemo, Icaro, Jano, Faetón y
semejantes, en los cuales no raras veces se encuentra mucho de gracia y amenidad,
como puede verse en el libro tercero de nuestro “Mundo Simbólico”, lleno de
emblemas de esta naturaleza. Los miembros y las partes separadas del cuerpo
humano algunas veces se permiten en los emblemas heroicos, como en el Teatro
del abad Ferro, entre otros se halla una mano que en su palma sostiene un
escorpión con el lema PROCUL AB ICTU (lejos del golpe), un corazón con este
lema AB HOC, VITA PENDET ET AFFECTUS (de este depende la vida y el
afecto), omito la cabeza, la lengua y otros miembros exhibidos por este autor en
forma de emblema. Sin embargo quisiera que notaras esto: Las manos y los brazos
se emplean muchísimas veces en los símbolos, no como cuerpos emblemáticos
sino sólo como el instrumento que sostiene los incensarios, jarras, antorchas,
hachas y otras figuras dibujadas en los emblemas.
Así también en los emblemas se encuentran miembros separados de animales,
como Aresio muestra unas alas solas, con el lema PORTANTEM PORTANT
(llevan al que lleva) y una sola pluma templada, con el letrero NON EVEHAR, NI

97
En pos del signo

VEHAR (no guío si no soy guiado) y otros emblemas no defectuosos sino dignos
de alabanza y llenos de belleza.
Un solo cuerpo es suficiente para la estructura de un emblema verdadero, por
ejemplo una torre con este lema OPPUGNATA FORTIOR (más fuerte si es
atacada), una rosa con este epígrafe VIX ORTA FUGIT (apenas nacida desapare­
ce); una flecha en el aire con esta leyenda AUT SALIT AUT CADIT (o vuela o
cae); una luna con la inscripción ERRAT INERRANS (errando no yerra) y otros
muchos más. Según el parecer de Aresio, dos figuras dan más gracia y esplendor
al emblema que una sola; porque en ellas más fácilmente se descubren las
acciones y las pasiones significadas. Con este método se pintan dos leones
trenzados en pelea a muerte, con el lema CAEDI QUAM CEDERE (ser muerto
antes que ceder), un heliotropo que recibe el sol de frente, con el lema VERTOR
UT VERTITUR (me vuelvo a donde se vuelve). Unas espinas encorvadas alrede­
dor de un arbusto, con el epígrafe PUNGUNT SED PROTEGUNT (pican pero
protejen); una hiedra adosada a un muro con la inscripción AMPLECTENDO
PROSTERNIT (abrazando derriba), y otros muchos.
Por esta razón también se admiten tres figuras en el mismo emblema, con tal
que ayuden a expresar la misma idea. Así se ve un emblema del sol, cuyos rayos
recogidos en un espejo y reflejados encienden la estopa colocada en el lado
opuesto, con el lema E LUCE ARDOR (de la luz el fuego). Un pez llamado
espada, rota la red se escapa y a la vez facilita la libertad de otros peces atrapados
allí mismo, con el lema VICTORIA VICTO (victoria al vencido); un hierro
puesto en la fragua rociado con agua, con el lema ASPERSUM FLAMMESCIT
(mojado se enciende). Una aguja magnética colocada en un mar agitado y fija en
la estrella polar, con la inscripción AGITANT ADVERSA QUIETUM (los
contrarios agitan al quieto) y otros semejantes.
Y para decirlo de una vez, no sólo dos sino cuatro, seis o varios cuerpos deben
admitirse para formar un emblema, cuando el conjunto de ellos no engendra
confusión y todos concurren a un solo fin, en forma tal que con su unión y
concordia admirables, como de un único cuerpo representen una sola acción. Por
ejemplo tenemos el símbolo de la corona real, que colocada sobre el yunque muy
cerca de la fragua, tiene junto a sí martillos, limas, pinzas, etc., con el lema PER
FERRUM ET IGNES (por el hierro y el fuego).
Un cierto gran ingenio observa a este respecto que las personas y almas nobles
deben escoger para sus símbolos figuras que por su naturaleza sean heroicas y
nobles como las estrellas, planetas, montes, rosas, águilas, leones, etc. Por eso
afirma que contra esta regla peca el emblema de un buey que colocado en medio
del altar y el yugo tiene esta inscripción AD UTRUMQUE PARATUS (preparado
para ambas cosas). La persona noble con ese dibujo emblemático parece decir de
sí misma: yo soy un buey. Esta misma crítica merecería cualquier emblema que
tuviera una figura de jabalí o un puerco espín, cuando Claudiano canta del puerco

98
L as otras semióticas del siglo XVII

espín: OS LONGIUS ILLI ASSIMULAT PORCUM (su hocico más largo lo


asemeja al cerdo).
Una persona representada por tal figura como antes dijimos, incurriría en
deshonra y oprobio, indignos de su nobleza y no merecería un símbolo de tal
naturaleza ser catalogado entre los perfectos y distinguidos. Por lo tanto pésima­
mente se usaría una cara o cabeza del cerdo como símbolo de nobleza, etc.
Si la figura del emblema fuese de alguna cosa extraordinaria merecería mayor
alabanza, puesto que originaría mayor deleite y satisfaría más que lo acostumbra­
do. Lo que también puede hacerse con figuras comunes por ejemplo los fénix,
plumas, leones, etc., con tal que estén animados con nueva energía de ideas.
Sobre todo debe observarse que la figura del emblema no esté formada por
cosas que se excluyen entre sí y que regularmente no suelen pintarse ni son
compatibles. Por consiguiente erraron quienes pintaron a un perro con alas y
volando por los aires con aquellas palabras de Horacio, NEGATA TENTATITER
VIA (cerrado un camino, busca otro). En efecto, las alas no se compaginan con la
naturaleza del perro sino que ios rechaza enérgicamente.
Por ello también, según el parecer de los peritos, se censura aquel emblema de
una tortuga alada que va volando, porque es completamente monstruoso e incom­
patible con la buena proporción que un simbológrafo prudente puede guardar
preferentemente en la composición de los emblemas.
Por semejante razón los cuerpos artificiales no deben juntarse con los natura­
les, tampoco aquellos cuerpos que no suelen unirse en el curso ordinario de la
naturaleza. Contra esta regla peca el emblema del delfín que atado a una áncora
transversalmente tiene esta inscripción TUTIUS UT POSSIT FIGI (para poder ser
fijado más seguramente), un rayo junto con una flecha, con el lema VIS
CONJUNCTA MAIOR (la fuerza unida es mayor), y una flecha enlazada con una
serpiente y con este epígrafe VIS NESCIA VINCI (fuerza invencible).
Mas como según la ley antes dicha, el cuerpo sólo concurre como una parte a la
composición del emblema, y debe ofrecerse a la vista con una sola condición, a
saber, que las palabras no resulten superfluas ni ociosas, sino que junto con las
palabras formen un concepto íntegro y perfecto en sentido metafórico. Por lo
tanto, después de que tratamos suficientemente sobre la naturaleza del cuerpo,
clara y enérgicamente, también sobre las palabras o lema hay que explicar algunas
reglas y observaciones.

También los textos que acompañan a las figuras de un emblema y les


aportan el sentido, los lemas o epígrafes, tienen sus reglas. De hecho,
Picinelli presenta una verdadera teoría del lema que se podría reducir a
tres aspectos: las relaciones entre el lema y el emblema, la técnica del
lema y, finalmente, algo que podría llamarse la estilística del lema. En

99
En pos del signo

cuanto a las relaciones del lema con el emblema, Picinelli empieza


planteando una importante característica textual del lema: el lema no
debe tener significado por sí solo dado que debe concurrir con el cuerpo
o figura para formar el emblema que de esta manera está completo y
puede entonces significar. Como decía, esta es la más importante percep­
ción de tipo sintáctico que se tiene de los lemas de Picinelli.
El emblema, en efecto, es concebido como una pequeña máquina de
producir significaciones: es un pequeño sistema semiótico que desde el
punto de vista retórico funciona como un exemplum. La conclusión que
Picinelli saca de esto es que ni los refranes ni las máximas pueden ser
lemas dado que no necesitan de la figura para significar sino se bastan por
sí mismos para tener un sentido completo. Esto determina, evidentemen­
te, una serie de diferencias tanto formales como discursivas entre el lema
y el refrán. Aplicando este principio a los emblemas, Picinelli concluye,
además, que hay una serie de emblemas cuyo lema está constituido por
un refrán y, por tanto, son defectuosos.10

Contra esta regla -d ice Picinelli- va la imagen de una zorra que lleva este lema
FATO PRUDENTIA MAJOR (más vale prudencia que suerte), una liebre con la
inscripción MALO UNDIQUE CLADES (al que es malo dondequiera le salen
calamidades), un globo terráqueo con este dicho IN PUSILLO NEMO MAGNUS
(nadie es grande en lo pequeño) y cualquier otra figura que lleve una máxima total
y completa.

Uno de los postulados del lema formulados por Picinelli establece


ulteriores diferencias entre lema y refrán: “las palabras del lema deben
significar una verdad general en relación con el objeto al que se aplican”.
Mientras un refrán es una verdad general, a secas, la significación de un
lema puede ser tenida sólo como una verdad general “en relación con el
objeto” al que se aplica: se trata de una significación cuya validez tiene
vigencia en todos los sujetos de la misma especie. Un dado, por ejemplo,
siempre cae de pie: por tanto el caer de pie es una propiedad de todos los
dados.

10. Sobre los requisitos que debe tener un texto para ser refrán véase nuestro Refrán viejo nunca miente,
Op. cit..

100
L as otras semióticas del siglo XV II

En cuanto al tipo de significación, Picinelli dice que el lema debe


significar alguna propiedad natural y física relativa a la figura; que no
debe expresar un concepto moral o alegórico, puesto que el funciona­
miento semiótico del emblema consiste en que la mente tanto del que lo
ve, como del que lo usa y aun del que lo hace, extraiga su significación de
la confluencia de la figura con el lema: la aplicación del emblema heroico
no debe ser deducida de manera inmediata y unilateral del solo lema. Por
tanto, las palabras del lema deben ser aptas para significar sólo las
acciones de la figura dibujada: la significación del conjunto debe ser fácil
y graciosa.
Finalmente, entre las reglas de estilística del lema, de que hablaremos
más adelante, Picinelli inserta la indicación que dice que va contra las
reglas de la emblemática poner en el lema el nombre de la figura; a no ser,
dice, que “ ello sirva para significar alguna idea ingeniosa, que de otra
forma no podría colegirse de manera inmediata por la sola visión de la
figura” .
El segundo cuerpo de observaciones en la teoría del lema de Picinelli
se refiere, como decía, a la técnica. Una primera regla dice que las
palabras del lema no deben ser comunes y fácilmente aplicables a otras
figuras: en la medida de lo posible, deben ser aplicables únicamente a la
figura representada en el emblema. El que no sean palabras comunes
tiene dos causas: la primera de ellas es que las palabras comunes, por ser
tales, quitan nobleza y distinción al emblema; la segunda, que las palabras
comunes son fuente de ambigüedad, cosa que debe evitarse en los
emblemas.
Como las palabras de un lema son tan pocas, deben ser seleccionadas
con sumo cuidado. Picinelli recoge, por tanto, una serie de reglas relati­
vas a la índole de las palabras del lema: “las palabras del lema deben ser
pocas, breves, decisivas e incisivas” puesto que tanto las palabras demás
como el empleo de palabras demasiado largas afectan mucho la elegancia
y vivacidad del emblema. Empero, ni tanto que queme al santo ni tanto
que no lo alumbre: “hay que cuidar, agrega, que la tradicional brevedad
del lema no engendre equívocos u oscuridad, puesto que el símbolo por
su naturaleza debe a la vez significar y recrear, pues sin duda ningún
placer produciría en los que lo ven, sino al contrario mucho fastidio, si se
propusiera un lema tosco y oscuro”.

101
En pos del signo

Una de las funciones que Picinelli asigna al emblema y en la que


insiste constantemente es la de recreación: el símbolo tiene en el discurso
la función de recrear. La retórica siempre apreció el juego: el juego de
palabras, por ejemplo, es uno de los recursos del arte verbal más aprecia­
dos por la retórica. Es decir, el emblema no sólo tenía en el discurso
funciones didácticas sino que recaía en ella la fundamental función retóri­
ca de captar la atención. La descodificación de un emblema, por tanto, no
debe convertirse en un ejercicio abstracto y difícil y, en consecuencia,
“deben evitarse en los lemas, asimismo, las palabras dudosas, ambiguas,
equívocas y embrolladas” ; como deben desterrarse de ellos “tanto las
palabras hiperbólicas como las impropias o mal empleadas” . “Sin em­
bargo no por ello ha de excluirse del lema, en forma absoluta, toda
metáfora: todo buen emblemista las usa con cuidado sólo para ilustrar y
ponderar una idea”. La misma actitud recomienda Picinelli hacia las
palabras equívocas que aunque van contra la belleza de los lemas, usadas
con tino pueden a veces resultar adecuadas.
Y siguiendo con las palabras que han de entrar en la composición de
un lema, Picinelli es de la idea de que los lemas pueden tomarse de
cualquier lengua; sin embargo, dice: “el que desee no sólo que lo
entiendan sino agradar, debe absolutamente procurar usar una lengua
conocida”. Desaconseja, por tanto, el recurrir sin razón suficiente a
vocablos o textos griegos, hebreos y caldeos, sólo entendidos por muy
pocos. Finalmente, los lemas pueden ser tomados de los libros de poetas,
historiadores y oradores, o puede elaborarlos uno mismo “ya que la
belleza de los lemas no depende tanto de la antigüedad y peso del autor,
como de la energía, gracia y amenidad del lema, que igualmente puede
provenir de la agudeza de nuestro propio ingenio”. En esto, desde luego,
hay una importante distinción entre lemas y refranes: nadie puede dedi­
carse a crear refranes, pues para que una expresión pueda ser considera­
da refrán ha de pasar, como tal, por el crisol del habla.
Vienen, en fin, una serie de indicaciones sobre lo que podría denomi­
narse la estilística del lema. Como ya hemos dicho, si una de las más
importantes funciones discursivas del emblema es la de recrear, nada raro
que Picinelli diga “los lemas reciben mucho de belleza y gracia, si fueren
rociados con algún donaire, paradoja o juego de palabras”. La razón que

102
L as otras semióticas del siglo XVII

da es que el lema simbólico debe, por su propia naturaleza, rezumar


elegancia, gracia y vivacidad. Hay que tener, sin embargo, mucho cuida­
do con este tipo de fuegos de artificio pues “cuanto un lema simbólico
gana en gracia con el donaire y juego de palabras, otro tanto se vuelve
soso con palabras demasiado fáciles o vulgares”. Tampoco hay que usar
en los lemas palabras obvias y trilladas: hay que usar en ellos sólo
aquellas palabras dotadas de una tal vivacidad, energía, agudeza y ameni­
dad que sean capaces, a su vez, de producirlas.
Los epítetos y adjetivos no suelen admitirse en los lemas, puesto que
éstos deben ser breves y en la medida de lo posible libres de toda
redundancia. Tampoco hay que emplear en un mismo lema dos palabras
que sean sinónimas, a no ser que una de ellas pueda servir de refuerzo de
la otra, o en una estructura paralelística, sirva para aclarar otro aspecto
del concepto que se quiere proponer.
Deben evitarse de los lemas las partículas HIC, HOC, ITA, SIC: “tales
partículas quitan al lema toda belleza y vuelven al emblema flojo y soso”.
Un lema afirmativo o negativo admite todos los modos verbales." “Son
óptimos los lemas que van en primera persona del verbo, o los que
presentan una figura que discurre consigo misma. Apenas si se encuen­
tran ejemplos de lemas en segunda persona”. “Se pueden elaborar lemas
con adverbios solos, con nombres solos, verbos solos, con nombres y
verbos o, finalmente, con verbos y adverbios”. Hay lemas con el verbo
sobreentendido. Picinelli concluye su pequeño tratado del lema con la
observación de que los vocablos monosílabos dan al lema sabor y encan­
to.
Si echáramos una ojeada al conjunto de lemas que recorren el libro,
veríamos como, desde el punto de vista formal, los lemas suelen ser
sintagmas cuya estructura misma los presenta, por lo general, como
partes de un todo, dependiendo totalmente, para su significación, de la
figura. No se trata, por tanto, de sentencias universales y sintácticamente
autónomas. Ello los dota de un sentido de particularidad: la particulari­
dad que les viene de estar siempre uncidos a una figura. Sin embargo,
este carácter particularizante no significa que, desde el punto de vista 1

11 ■ Picinelli enumera el indicativo, el imperativo, el subjuntivo y el optativo.

103
En pos del signo

discursivo, el lema no pueda desempeñar eventualmente en el discurso la


función de un gnoma. Con frecuencia, los lemas son expresiones sintag­
máticas que carecen de verbo. Otras veces, son verbos cuyo sujeto
gramaticalmente implícito es la figura del emblema que, por tanto, no es
nominada, por razones de principio. Aunque a veces son meros sintagmas
funcionales, los lemas son a menudo frases sentenciosas, declaraciones,
constataciones, consejos, exclamaciones, expresiones de la propia inte­
rioridad del hablante; a veces, empero, son simples partes de un sintagma
oracional del tipo A=B. Con frecuencia, el lema es una protasis, algunas
veces es una apódosis y, en ocasiones, es un compuesto de protasis y
apódosis. En fin que las estructuras sintácticas del lema son de lo más
variado, como sus formas.

T om ás H obbes ( 1 5 8 8 - 1 6 7 9 )

Aunque indirectamente, hay en el Leviatán de Hobbes, una de las obras


maestras de la filosofía política del siglo XVII, un planteamiento semiótico.
Todo el edificio que de un “estado cristiano” construye es un sistema
semiótico en donde, por ejemplo, “espíritu”, “ángel”, “inspiración”
tienen su propia significación, amén de que explica con detenimiento
“por qué signos se reconocen los profetas”,12 aclara cómo “las señales
de un profeta en la Antigua Ley son los milagros y la doctrina que está de
acuerdo con esta ley”.13 Además, toda la parte III está formulada como
especie de clave en la que se indican los significados de los diferentes
conceptos o categorías que vigen en un estado cristiano. Se trata, desde
luego, de una construcción de tipo semiótico que es contrapuesta a otra
construcción de la misma índole, “el reino de las tinieblas” de que se
ocupa en la parte IV y última de la obra. Pero, sin duda, entre los textos
de la obra de Hobbes que más directamente expresan sus ideas semióticas
está ese capítulo IV de la parte I en que se refiere al lenguaje y del cual
reproduzco este pequeño fragmento:

12. Tomás Hobbes, Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, primera
reimpresión de la segunda edición, México, FCE, 1982, p. 307.
13. Op, cit., p. 309.

104
L as otoas semióticas del siglo XVII

La más noble y provechosa invención de todas fue la del lenguaje, que se basa en
nombres o apelaciones, y en las conexiones de ellos. Por medio de esos elementos
los hombres registran sus pensamientos, los recuerdan cuando han pasado, y los
enuncian uno a otro para mutua utilidad y conversación [...] El uso general del
lenguaje consiste en trasponer nuestros discursos mentales en verbales: o la serie
de nuestros pensamientos en una serie de palabras, y ésto con dos finalidades: una
de ellas es el registro de las consecuencias de nuestros pensamientos, que siendo
aptos para sustraerse de nuestra memoria cuando emprendemos una nueva labor,
pueden ser recordados de nuevo por las palabras con que se distinguen. Así, el
primer uso de los nombres es servir como marcas o notas del recuerdo. Otro uso se
advierte cuando varias personas utilizan las mismas palabras para significar (por
su conexión y orden), una a otra, lo que conciben o piensan de cada materia; y
también lo que desean, temen o promueve en ellos otra pasión. Y para este uso se
denominan signos.'4

La c ie n c ia c o m o s e m io s is

GOTTFRIED W. LEIBNIZ (1646-1716).- Varios historiadores de la semiótica


han mencionado, entre los predecesores de esta disciplina, a Gottfried W.
Leibniz. Umberto Eco, por ejemplo, en sus relaciones arriba referidas de
la historia de la semiótica, dice que “Hume, Berkeley y Leibniz contribu­
yeron explícitamente a la semiótica moderna” ubicándolos al lado de
Hobbes. Leibniz, en efecto, tanto en su Dissertatio de arte combinatoria,
escrito en 1666, como en Horizon de la doctrine humaine, preocupado
en calcular el número máximo de enunciados que se pueden formular con
un alfabeto de 24 letras, elabora, en un alarde de ejercicio semiótico
teórico-práctico, en el contexto de lo que se ha llamado lógica inventiva,
el modelo de las “complexiones” y lo aplica a la combinatoria silogística.1415
Leibniz parte, en su teoría del conocimiento, de Descartes cuya filosofía,
desde luego modifica; por ejemplo, el filósofo de Leipzig acepta las ideas
innatas; sin embargo, propugna una teoría del conocimiento muy cercana
a la de los escolásticos defendiendo el viejo axioma nihil est in intellectu
quodprius non fuerit in sensu.

14, Op. cit., pp. 22 y ss.


15. Sobre las implicaciones semióticas de los trabajos de Leibniz véase a Umberto Eco, La búsqueda, Op.
cit., p. 233.

105
E n pos del signo

Desde luego, la más importante aportación de Leibniz a la reflexión


semiótica está en sus proyectos y propuestas de una ciencia universal que
más tarde se convertiría en una Enciclopedia Universal que debería
abarcar todas las ciencias. Empero su búsqueda de una enciclopedia tenía
como objeto, en realidad, hacer un inventario de todos los pensamientos
humanos Alphabetum cogitationum humanarum

para llegar a un conjunto de símbolos representativos de unas cuantas ideas


simples, a base de las cuales pudieran reconstruirse todas las ciencias mediante el
arte combinatoria. Los signos deberían representar los objetos, a la manera de los
jeroglíficos egipcios o los símbolos de los alquimistas, y además debían permitir el
raciocinio ( Tanto uüliora sunt signa, quanto magis notionem rei signatae
exprimunt» ita ut non tantum repaesentationes sed et ratiocinationi inservire
possint). El ideal de la characteristica universalis debía ser el álgebra, que permite
realizar todas las operaciones con un número reducido de símbolos. Leibniz
proyectaba aplicarla a todas las ciencias, con lo que pensaba conseguir que todas
tuvieran el mismo rigor deductivo y el mismo grado de certeza que las matemáti­
cas» excluyendo todo error en virtud del método riguroso.16

m.. G uiara© fraile» Hüsmm de M De! slwmmmm a ¡a iim sm ciim , Madrid. BAC 1% 6, pp.

106
V
LA TEORÍA DEL SIGNO EN LOS SIGLOS
XVIII Y XIX

G eorge B erkeley

En efecto, también se ocuparon de la significación, entre muchísimos


otros, Hume (1711-1776), Berkeley (1685-1753) y J. H. Lambert quien
escribe una o b ra d en o m in ad a, p re c isa m e n te, S em io tik ; o la
Wissenschaftslehre de Bolzano, publicada en 1837, con un capítulo
llamado precisamente “Semiotik”-, y, en fin, Husserl en su Lógica de los
signos uno de cuyos capítulos se llama “semiótica”.
Nacido el 12 de marzo de 1685 cerca de Thomastown, Irlanda,
Berkeley recibió una esmerada educación de su acomodada familia que,
entre otras medidas educativas, contratan una niñera para que le fuera
enseñando la lengua francesa al futuro filósofo. Cuando tenía trece años,
en 1698, Berkeley ingresa al Kilkenny College donde tiene por compañe­
ros a William Congreve y a Jonathan Swift y del que, andando el tiempo,
conservaría gratos recuerdos amén de una sólida formación tanto en
literatura como en ciencias naturales.
Cuatro años más tarde, en 1702, comienza sus estudios superiores en
el Trinity College de Dublin con una gran trayectoria humanística y cuyo
programa incluía los estudios completos de la literatura clásica tanto
griega como latina. Es aquí donde se familiariza tanto con la obra de
Locke, lectura obligada en su tiempo, como con la de Newton. Cinco
años más tarde, al graduarse, de acuerdo con la tradición del Trinity
College, Berkeley es ordenado sacerdote según el rito anglicano. Inme­
diatamente, en el mismo colegio, empieza su labor docente: teología,
griego, latín, hebreo, aritmética. Precisamente en ese 1707 publica su

107
En pos del signo

primer libro que significativamente tenía como título La aritmética de­


mostrada sin recurrir al álgebra ni a la geometría.
El libro que nos interesa aquí fue escrito en dos partes: en 1710, en
efecto, publica la primera parte de su tratado Sobre los principios del
conocimiento humano. La segunda parte la escribirá en 1712: los origi­
nales se pierden poco después. Viaja mucho, conoce en Francia al
filósofo Nicolás Malebranche; regresa a Londres, se casa con Anne
Foster (1728), la pareja parte para las islas Bermudas. En 1732 regresan
de nuevo a Inglaterra y, tres años más tarde, es consagrado obispo de la
sede anglicana de Cloyne, Irlanda. Muere en Oxford en 1753.1
Berkeley profesó el nominalismo. En su Teoría de la visión , Berkeley
asume que las sensaciones son signos de los que consta el lenguaje de la
naturaleza. El carácter de universalidad que adquiere la idea particular
deriva de su relación con otras ideas particulares y se debe a su función
de signo.12

Observando cómo las ideas se hacen generales, podemos comprender mejor cómo
se generalizan las palabras. De paso, quiero hacer notar que no niego en absoluto
la existencia de ideas generales: lo que no puedo admitir es que existan ideas
generales abstractas [...] Ahora, si tratamos de dar significado a nuestras palabras,
hablando únicamente de lo que podemos concebir, se reconocerá sin dificultad
que una idea, de suyo particular, pasa a ser general cuando se la hace representar
o se la toma en lugar de otras ideas particulares del mismo tipo.
Aclaremos lo dicho con un ejemplo: supóngase que un geómetra quiere
demostrar el método para dividir la línea en dos partes iguales: traza con tinta
negra una línea de una pulgada de longitud. Semejante trazo, que de suyo no es
más que una línea particular, es sin embargo general en cuanto a lo que significa,
pues se la toma para representar todas las líneas particulares, cualesquiera que
sean; y así, lo que se demuestre de aquel, quedará demostrado de todos, o sea, de
la línea general. Y del mismo modo que esa línea particular se convierte en
general al hacerse de ella signo, así también el nombre línea, que tomado en
absoluto es particular, al ser un signo se convierte en general. Y así como la
primera debe su generalidad al hecho de ser signo, no de una línea general y
abstracta sino de todas las líneas rectas particulares que puedan existir, de la
misma manera hay que pensar que el signo o palabra con que designamos el trazo

1. Para todo esto, puede verse George Pitcher, Berkeley, México, FCE, 1983.
2. N. Abbagnano, Op. Cit., tomo 2, p. 310.

108
La teoría del signo en los siglos xvm y xix

hecho deriva su universalidad de la misma causa, es decir de las numerosas líneas


particulares que indistintamente puede designar.3

D avid H um e

Nació el 26 de abril de 1711 en Edimburgo y murió allí mismo el 25 de


agosto de 1776. La mayor parte de los elementos empíricos de su
filosofía los tomó de Locke y de Berkeley. En su Treatise o f Human
Nature (I, IV, 7) escribe acerca de la teoría de Berkeley sobre el signo
arriba mencionada: “considero esta doctrina como uno de los más
grandes y valiosos descubrimientos que se han hecho en los últimos años
en la república de las letras”.
Una de las razones por la que lo recordamos aquí es por su teoría del
conocimiento en cuyo seno se encuentran las ideas de Hume sobre el
signo. Aunque el pensamiento humano nos parezca el paradigma de la
libertad y de lo infinito en realidad, dice Hume, la mente humana está
“realmente confinada dentro de límites muy estrechos” en la medida en
que sus contenidos sólo pueden reducirse a los datos que proporcionan a
la mente humana los sentidos y la experiencia: en pocas palabras los
contenidos de la mente humana dependen totalmente de las percepcio­
nes, como llama a los datos de la mente provenientes de los sentidos y la
experiencia. Las percepciones, a su vez, se presentan en la mente bajo
dos formas: impresiones e ideas. De manera que impresiones e ideas
constituyen el contenido total de la mente: la impresión es la materia
primaria del pensamiento; la idea, en cambio, es simple copia de la
impresión y menos vivida e intensa que ella. Por lo tanto, no son posibles
las ideas sin las impresiones.

Podemos dividir -d ic e - todas las percepciones de la mente en dos clases especies,


que se distinguen por sus distintos grados de fuerza o vivacidad. Las menos
fuertes o intensas comúmente son llamadas pensamientos o ideas; la otra especie
carece de un nombre en nuestro idioma, como en la mayoría de los demás, según
creo, porque solamente con fines filosóficos era necesario encuadrarlos bajo un
término o denominación general. Concedámonos, pues, a nosotros mismos un

3. G. Berkeley, Principios del conocimiento humano, Madrid, Sarpe, 1985, pp. 43s.

109
En pos del signo

poco de libertad, y llamémoslas impresiones, empleando este término en una


acepción un poco distinta de la usual. Con el término impresión, pues, quiero
denotar nuestras percepciones más intensas: cuando oímos, o vemos, o sentimos,
o amamos, u odiamos, o deseamos, o queremos. Las impresiones se distinguen de
las ideas que son percepciones menos intensas de las que tenemos conciencia,
cuando reflexionamos sobre las sensaciones o movimientos arriba mencionados.4

J ean H enri L ambert (1728-1 111)5

Con Lambert se inaugura un tipo de reflexión semiótica que culmina con


Husserl y que podríamos denominar semiótica fenomenológica. Lambert
fue, sobre todo, un matemático. Entre sus logros se encuentra el haber
demostrado en 1768 que “P /” es irracional, el haber desarrollado la
geometría de la regla y el haber calculado las trayectorias de los cometas.
Lambert se interesó en cartografía, fue uno de los creadores de la
fotometría y autor de innovadores trabajos sobre las geometrías no
euclideanas. Lambert fue, en fin, uno de los precursores de la lógica
simbólica.
Lambert sigue a Locke. Un ejemplo claro de las deudas contraídas
por Lambert con respecto a Locke se encuentra, sin lugar a dudas, en su
Nenes Organum publicado en 1764. Tan sólo para trazar las líneas de la
tradición, habrá que mencionar que Lambert aplica en esta obra el
término “fenomenología”, que deambulaba en el ambiente de la filosofía
desde mediados de siglo, a la teoría de las apariencias básica para todo
conocimiento empírico.6 Como se sabe, el Nenes Organum consta de dos
volúmenes divididos, a su vez, cada uno de ellos en dos partes: en total,
cuatro partes. Pues bien, con la tercera de esas cuatro partes cuyo título
es Semiotik oder Lehre von der Bezeichnung der Gedanken und Dinge,
empieza el segundo volumen y abarca las primeras doscientas páginas en
la obra original, capítulos del 2 al 10. Por lo pronto, debe a Locke el
término “semiótica” cuyo contenido formula como “la indagación de la

4. Investigación sobre el conocimiento humano, p. 33.


5. Para la exposición de la teoría semiótica tanto de Lambert como de Bolzano me he basado en Roman
Jakobson, “Ojeada al desarrollo de la semiología”, en Roman Jakobson, El marco del lenguaje,
México, FCE, 1988, pp. 7-31.
6. Cfr. Dagobert D. Runes, Diccionario de filosofía, México, Grijalbo, 1982, p. 143.

110
La teoría del signo en los siglos xviii y xix

necesidad de la cognición simbólica en general y del lenguaje en particu­


lar” .
Como se ve ya desde el título, Lambert no limita a los signos verbales
el objeto de su semiótica, les reconoce, sin embargo, una importancia y
un predominio evidentes. En efecto, aunque la parte del león es ocupada
por el signo lingüístico, sólo uno de los nueve capítulos está dedicado a
“todos los otros tipos de signos” . Amplía, pues, el universo de lo sígnico
a la gestualidad, las figuras, los diseños y, por ende, la escritura. Forma
parte del objeto de la semiótica de Lambert la música, en cuanto lenguaje,
las fórmulas de la química y la matemática, las relaciones de parentesco,
la cartografía, la heráldica, la numeración. En especial, Lambert piensa
que esa semiótica tiene que ocuparse de establecer una especie de escala
de iconicidad que se ocuparía de distinguir la imitación de la reproduc­
ción, la alegoría de la metáfora y cosas así. Como dice Roman Jakobson
hablando de Lambert,

El libro estudia la diferencia en el uso de signos naturales y arbitrarios (&& 47 y


48); los signos naturales de los afectos ( Natürlichen Zeichen von Affekteri) son los
primeros que llaman la atención (& 19): Lambert toma en cuenta el papel
desempeñado por los gestos, por ejemplo, “a fin de aclarar el concepto, que es
oscuro en el alma (mente) [...] o al menos para dar una indicación suya a nosotros
mismos y a los demás”, y prevé el alcance semiótico de los simulacra (que
reaparecerán un siglo después en la lista de Peirce bajo el título de iconos o
semblanzas ( likenesses). Lambert plantea la cuestión de los signos cuya estructura
interna se funda en relaciones de similitud ( Áhnlichkeiten) y al interpretar signos
de un orden metafórico, evoca los efectos de la sinestesia (& 18). A pesar del
carácter sumario de sus observaciones sobre la comunicación no verbal, ni la
música, ni la coreografía, ni la heráldica, ni el emblema, ni las ceremonias
escapan a su mirada de investigador. Las transformaciones de los signos
( Verwandlungen) y las reglas de su combinación (Verbindugnskunst der Zeichen)
quedan incluidas en la agenda para ulteriores estudios.7

B ernard B olzano

Este matemático checo, de origen italiano, nació en Praga en 1781. Tuvo


entre sus preocupaciones científicas el dilucidar algunos conceptos fun-

7. En Roman Jakobson, El marco del lenguaje, México, FCE, 1988, p. 9.

111
E n pos del signo

damentales de análisis; sus trabajos sobre el infinito están a los orígenes


de la teoría de conjuntos. Una de sus obras más importantes, su Teoría de
la ciencia o ( Wissenschaftlehre), apareció en 1837, en cuatro volúme­
nes. En el último de ellos se ocupa largamente de semiótica. Como
Lambert depende de Locke, Bolzano depende de ambos a quienes cita
con frecuencia. Del Neues Organum, por ejemplo, recaba “sobre semiótica
[...] muchas observaciones muy estimables”.8 Como señala muy bien
Jakobson, es significativo, porque identifica ambas denominaciones, que
el capítulo en cuestión tenga nombres diferentes en el índice (Semiotik) y
en el título del texto (Zeichenlehre). Ello significa que, para Bolzano, la
“semiótica” es lo mismo que la “teoría de los signos” . Efectivamente,
páginas adelante, identifica explícitamente ambas denominaciones. La
obra de Bolzano, por lo demás, se ocupa de los signos de dos maneras
diferentes. Por una parte, tanto en este capítulo Teoría de la ciencia
como en otras partes de la obra Bolzano se ocupa sobre todo de la
perfección de los signos ( Volkommenheit oder Zweckmássigkeit) de los
que se sirve el pensamiento lógico. Por otra, en el primer párrafo del
volumen III el autor plantea explícitamente su teoría de los signos. He
aquí el resumen que hace Jakobson de ese párrafo:

Este & empieza con una definición bilateral del signo: “Un objeto [...] a través de
cuya concepción deseamos conocer de manera renovada otra concepción conecta­
da con aquella en un ser pensante es lo que llamamos signó". Sigue toda una
cadena de conceptos gemelos, algunos de los cuales son muy nuevos, mientras que
otros que remiten a sus fuentes anteriores son especificados y ampliados de
manera novedosa. Los pensamientos semióticos de Bolzano sacan así a luz la
diferencia entre significado ( Bedeutung) de un signo como tal y el sentido (Sinn)
que ese signo adquiere en el contexto de la circunstancia presente, y luego la
diferencia entre el signo producido por el emisor ( Urheber) y percibido por el
receptor que, por otra parte, oscila entre la comprensión y la incomprensión
( Verstehen uns Missverstehen). El autor hace una distinción entre la interpreta­
ción pensada y expresada del signo (gedachte und sprachliche Auslegung), entre
signos universales y particulares, entre signos naturales y accidentales ( natürlich
undzufállig), arbitrarios y espontáneos ( willkürlich und unwilkürlich), auditivos y
visuales (hórbar und sichtbar), simples ( einzeln) y compuestos (zuzammengesetzt,

8. En R. Jakobson, Op. cit., p. 11.

112
La teoría del signo en los siglos xvui y xix

que significa “un todo cuyas partes son a su vez signos”), entre unisémicos y
polisémicos, propios y figurativos, metonímicos y metafóricos, mediatos e inme­
diatos; a esta clasificación añade lúcidas notas a pie de página sobre la importante
distinción que debe hacerse entre signos (Zeichen) e indicios (Kennzeichen) que
carecen de emisor, y finalmente sobre otro tema apremiante, la cuestión de la
relación entre la comunicación interpersonal {an andere) e interna {Sprechen mit
sich selbst).9

Joseph M arie H oene -W ronski

Entre los filósqfo-matemáticos polacos herederos de la tradición inaugu­


rada por Locke, Jakobson hace una breve mención101de Joseph Marie
Hoene-Wronski, ya muy cercano al fenomenólogo Edmond Husserl.
Hoene-Wronski publica en 1879 una Philosophie du langage en donde
se ocupa de la facultas signatrix. Según él, la séméiotique tiene por
objeto la “perfección de los signos”. La propuesta de este filósofo
polaco se circunscribe a la facultas signatrix dentro del proceso de
conocimiento. En efecto, dice explícitamente que “esta signación es
posible, ya sea para la forma sensorial o para el contenido sensorial o
inteligible de los objetos”.11 Para Hoene-Wronski los signos pueden
dividirse ya sea atendiendo a las categorías de existencia en signos
propios y signos impropios, si se considera su modalidad ; y signos
determinados e indeterminados si se tiene en cuenta la cualidad ; ya sea
atendiendo a las categorías de producción como son la cantidad, la
relación y la unión. Según la cantidad, los signos pueden ser signos
simples y signos compuestos; según la relación, en cambio, los signos se
dividen en signos naturales y signos artificiales; y, finalmente, según la
unión, se dividen en signos mediatos y signos inmediatos.

E d m und H u sse r l (1859-1938)

Ya al final del siglo XIX, Edmund Husserl se ocupó del signo tanto en su
ensayo Zur Logik der Zeichen (Semiotik) que, como observa muy bien

9. R. Jakobson, Op. cit., pp. 11 y ss.


10. Op. cit., p. 10.
11. En R. Jakobson, Op. cit., p. 10.

113
En pos del signo

Jakobson,12 aunque fue escrito en 1890 sólo aparecería publicado en


1970. Para responder a la importante cuestión de hasta dónde el lenguaje,
el más importante sistema de signos, favorece y hasta dónde reprime el
pensamiento, Husserl intenta organizar las categorías del signo. Para el
fenomenólogo, en efecto, profundizar en la teoría y crítica del signo es
una de las tareas más urgentes de la lógica: “Una mirada más profunda
sobre la naturaleza de los signos y de las artes permitiría (a la lógica) ir
más allá en esos métodos de procedimiento simbólico a los que no ha
llegado todavía la mente humana, es decir, a establecer las leyes de su
invención”.13
Este mismo interés por el signo aparecerá, diez años más tarde, en sus
Logische Untersuchungen (Investigaciones lógicas). En el seno de su
investigación sexta “elementos de un esclarecimiento fenomenológico
del conocimiento” hay una incursión, en la sección primera, al asunto de
la significación; de él recojo este fragmento sobre la relación entre el
signo y la imagen:

El signo no tiene, generalmente, con lo designado nada de común en su contenido;


puede designar tanto lo heterogéneo como lo homogéneo con él. La imagen, por el
contrario, se refiere a la cosa por semejanza, y si ésta falta, ya no puede hablarse de
imagen. El signo, en cuanto objeto, se construye para nosotros en el acto de
aparecer. Este acto no es todavía un acto designativo; necesita, según el sentido de
nuestros análisis anteriores, enlazarse con una nueva intención, con un nuevo
modo de aprehensión, por medio del cual es mentado no lo que aparece
intuitivamente, sino algo nuevo, el objeto designado.14

Al abrigo de la filosofía, pues, nació, vivió y creció una antiquísima y


muy bien nutrida tradición epistemológica que se interesa por los distin­
tos tipos de sistemas de signos (semiosis) mediante los cuales tiene lugar
la cultura humana. Con tener tan antiguo pasado y antecedentes de tan
noble índole, ha sido en el siglo XX cuando la semiótica se ha desarrolla­
do como una disciplina científica formal al abrigo, sobre todo, del gran
auge, importancia y desarrollo que han tenido las ciencias del lenguaje.

12. Op. cit., p. 12.


13. En R. Jakobson, Op. cit., p. 12.
14. Investigaciones lógicas, tomo 2, Madrid, Alianza Editorial, 1982, pp. 636 y ss.

114
SEGUNDA PARTE

PROYECTOS CONTEMPORÁNEOS
DE SEMIÓTICA
VI
CHARLES SANDERS PEIRCE
Y SU PROYECTO DE SEMIÓTICA

Modernamente, como se sabe, se atribuye la paternidad de la semiótica


tanto a Ferdinand de Saussure como a Charles Sanders Peirce. La vía
saussureana quedó plasmada en su célebre propuesta de una semiología
que se ocupara del “conjunto de los hechos humanos” asumidos como
■^ignosj^ue explorada, sobre todo, por Erik Buyssens (Le langage et le
mscours),’ Luis Hjelmslev (Prolegómenos para una teoría del lengua­
je), Roman Jakobson quien introduce a occidente la doctrina semiótica
del formalismo ruso y el Círculo de Praga y, desde luego, toda la
vertiente semiótica francesa encabezada por Roland Barthes y conocida
como el formalismo francés.
Peirce, nacido en Cambridge, Massachusetts, en 1839 y muerto en
Milford, Penssylvania, en 1914, dejó su doctrina semiótica en sus Collected
Papers, ordenados parcialmente entre 1931 y 1935 y actualmente en vías
de reordenamiento. Ferdinand de Saussure, por su parte, nacido en 1857
y muerto en 1913, dejó su doctrina consignada en su célebre Cours de
linguistique générale publicado también postumamente por sus discípu­
los en 1916.
La semiótica encabezada por Peirce, en cambio, constituye la magna
vertiente anglosajona de la que se desprenden dos corrientes: la que se
puede distinguir entre la corriente de Wittgenstein, en la llamada segunda
época; y la corriente vinculada al lenguaje formal de la lógica en la que
militan el propio Peirce, Morris, Odgen y Richards, Frege, Russel, Carnap 1

1. Bruselas, Office de Publicité, 1943.

117
E n po s d e l s ig n o

y Quine, entre otros. Ante la imposibilidad de meternos de lleno en la


filosofía analítica, echaremos una ojeada a la semiótica de Peirce de la
que, indudablemente, beben Morris y Odgen y Richards. Digamos de
momento que Peirce entiende por semiótica, como se ha dicho, “la
doctrina de la naturaleza esencial y de las variedades fundamentales de
toda posible semiosis”, que resalta el carácter sociocultural de los signos
concibiendo la cultura como una semiosis ilimitada en que el objeto de un
signo es siempre el signo de otro objeto y así sucesivamente. Para Peirce,
por tanto, todos los objetos de que se compone una cultura son
significantes.
Charles Sanders Peirce tiene sus cartas credenciales selladas en los
ámbitos de la filosofía, especialmente la lógica.2 Dentro de este horizon­
te, sin embargo, el estudio de los signos siguió siendo uno de los temas en
que especialmente se interesó. Muestras de este interés son una serie de
trabajos que fueron recopilados en un volumen de cualquier manera
inconcluso, publicado en 1909-1910 bajo el significativo título de Essays
on meaning. Como filósofo, Peirce contribuyó al desarrollo del cálculo
de relaciones, es el fundador del pragmatismo lógico y, sobre todo, es el
principal creador de la moderna semiótica de lo cual tiene una clara
conciencia: “que yo sepa, soy un pionero, o más bien un hombre del
monte, atareado en desmontar y abrir lo que yo llamo semiótica [...] y
encuentro el campo demasiado vasto, la tarea demasiado grande para un
recién llegado”.3 A juicio de Bertrand Russell, Peirce es “uno de los
cerebros más originales de fines del siglo XIX y el más grande pensador
norteamericano de todos los tiempos”.4 Para otros es “el más inventivo
y el más universal de los pensadores norteamericanos”.5
De familia de matemáticos, Peirce logra una amplísima cultura mate­
mática: su padre fue, en efecto, un matemático, profesor de la Universi­

2. Véase, por ejemplo, la Historia de la lógica formal de I. M. Bochenski, segunda reimpresión, Madrid,
Gredos, 1985, pp. 14, 19, 20, 24, 26, 28, 119, 282, 284, 285, 286, 294-295, 301, 310, 317, 318, 323,
325, 327, 333, 334, 337, 343, 344, 349, 359, 362, 363-4, 374-5, 390, 392-5, 403, 414, 482, 521, 533.
3. En R. Jakobson, “Ojeada...”, Op. cit., pp. 13 y ss.
4. En Enciclopedia Salvat. Diccionario, tomo 10, Salvat Editores, Barcelona/México, 1976, ad loe.
5. Roman Jakobson, “A la recherche de Vessence du langage', en Diogéne, LI, Paris, p. 346.

118
C harles S anders P eirce

dad de Harvard en la que él mismo estudiaría. Años después, él mismo


llegaría a ser profesor tanto de la célebre universidad durante los breves
períodos lectivos de 1864-65 y 1869-70, como de la Johns Hopkins
University. Bochenski dice que “enseñó en Baltimore, Cambridge <Mass.>
y Boston”.67En todo caso, no parece que las incursiones de Peirce en la
vida universitaria hayan sido muy felices: en sus escritos parece denotar
resentimiento hacia la academia universitaria. Amén de estos breves
periodos como docente universitario, Peirce trabajó durante treinta años
en la Geodetic Survey de Estados Unidos.
Según Odgen y Richards en su célebre libro El significado del
significado,1

La más trabajada y decidida tentativa de proporcionar una explicación de los


signos y su significado es, con mucho, la del lógico norteamericano C. S. Peirce,
de quien William James tomó la idea y término Pragmatismo, y cuya Álgebra de
las Relaciones Diáticas fue desarrollada por Schroeder. Infortunadamente su
terminología era tan temible que pocos son los estudiosos que han querido dedicar
tiempo a dominarla, y la obra nunca se completó. “Estoy trabajando desesperada­
mente para lograr terminar, antes de morir, un libro de Lógica que atraerá a
algunos espíritus por cuya mediación puedo hacer algo realmente bueno”, escri­
bía a Lady Welby en diciembre de 1908, y por gentileza de Sir Charles Welby
reproducimos aquí partes de la correspondencia que arrojan luz sobre sus artículos
éditos acerca de los signos.8

Desde luego, Peirce debe su mayor celebridad a la semiótica de la que


en la actualidad se le considera co-creador, con Ferdinand de Saussure,
como bien se sabe. En 1883 publicó sus Studies in Logic y, posterior­
mente, muchos artículos en revistas como Popular Science Monthly y
The Monist. En 1923 Morris R. Cohen publicó Chance, Love and Logic
y, como se ha dicho, entre 1931 y 1935 Charles Hartshorne y Paul Weiss

6. Op. cit., p. 557.


7. Véase la bibliografía.
8. P. 292. Basaremos nuestra exposición de la semiótica de Peirce, sobre todo, en la descripción que de ella
dan Odgen y Richards (en lo sucesivo O. y R.), en la que da Mauricio Beuchot en sus Elementos de
Semiótica, citada en la bibliografía y, en fin, en la Introducción a la semiótica de F. Casetti, también
mencionada en la bibliografía.

119
E n pos del signo

publicaron los Collected Papers o f Charles Sanders Peirce.9 Sin embar­


go, hay que decir con Jakobson que:

En cuanto a la “semiotic ”, “semeiotic ” o “semeotic”, sólo asoma en los


manuscritos de Peirce en los últimos años del siglo; es en esa época cuando la
teoría “de la naturaleza esencial y variedades fundamentales de semiosis posi­
bles” captura la atención de este gran investigador. Su inserción del griego
semeiotiké, así como la concisa definición “teoría de los signos” nos pone en la
pista de Locke, cuyo celebrado Essay es aludido y citado a menudo por el
partidario de su doctrina. A pesar de la maravillosa profusión de hallazgos
originales y saludables en la semiótica de Peirce, éste permanece estrechamente
ligado a sus precursores: Lambert, “el más grande lógico formal de aquellos
tiempos” (11.346), cuyo Neues Organon cita (IV.353), y Bolzano, al que conoce
por su “valiosa contribución a la lucidez de los conceptos humanos” y por su
“trabajo sobre lógica en cuatro volúmenes” (IV, 651).10

Como hemos dicho, el proyecto semiótico de Peirce se enclava


dentro de un magno proyecto de lógica. En 1867, en un trabajo fechado
el 14 de mayo, dicen Odgen y Richards,

Peirce definía la lógica como la doctrina de las condiciones formales de la verdad


de los símbolos; ésto es, de la referencia de los símbolos a sus objetos. Más tarde,
cuando “reconoció que la ciencia consiste en investigación y no en doctrina,
-dado que la clave de los significados de las palabras se halla en la historia, no en
su etimología, especialmente en palabra tan saturada de la idea de progreso como
es ciencia”- llegó a comprender, como escribió en 1908, que durante un largo
tiempo quienes se dedicaron a examinar “la referencia general de los símbolos a
sus objetos, estarían obligados a realizar además investigaciones de las referen­
cias a los interpretantes, así como a los caracteres de los símbolos, y no de los
símbolos solos sino de todas las clases de signos. De modo que por ahora, el
hombre que investigue la referencia de los símbolos a sus objetos, se verá
precisado a realizar estudios originales en todas las ramas de la teoría general de
los signos”. A esta teoría la llamaba Semeiótica, y sus elementos esenciales se
encuentran desarrollados en un artículo de Monist, 1906, bajo el título

9. 2 vols., The Belknap Press o f Harvard University, Cambridge, Mass. Existe una traducción al español,
que bajo el título La ciencia de la semiótica , publicó en 1974 la editorial N ueva V isión de Buenos
Aires.
10. “Ojeada al desarrollo de la semiología”, en El marco del lenguaje, Op. cit., p. 13.

120
C harles S anders P eirce

“Prolegomena to an Apology for Pragmatism”.H Empecemos por el concepto de


signo formulado por Peirce:
Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o que se
refiere a algo en algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, ésto es, crea en la
mente de esa persona un signo equivalente o, tal vez, un signo aún más desarrolla­
do. Este signo creado es lo que yo llamo el interpretante del primer signo. El signo
está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar de ese objeto , no en todos los
aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de idea, que a veces he llamado el
fundamento del representamen. “Idea” debe entenderse aquí en cierto sentido
platónico, muy familiar en el habla cotidiana; quiero decir, en el mismo sentido en
que decimos que un hombre capta la idea de otro hombre, en que decimos que
cuando un hqmbre recuerda lo que estaba pensando anteriormente, recuerda la
misma idea, y en que, cuando el hombre continúa pensando en algo, aun cuando
sea por una décima de segundo, en la medida en que el pensamiento concuerda
consigo mismo durante ese lapso, o sea, continúa teniendo un contenido similar,
es “la misma idea”, y no es, en cada instante del intervalo, una idea nueva.
La palabra signo será usada para denotar un objeto perceptible, o solamente
imaginable, o aun inimaginable en un cierto sentido. En efecto, el vocablo inglés
“fast”, que es un signo, no es imaginable, dado que no es la palabra misma la que
puede ser escrita en un papel o pronunciada, sino solamente una instancia de ella;
dado, además, que es exactamente la misma palabra cuando es escrita y cuando es
pronunciada, pero, por el contrario, es una cierta palabra cuando significa “rápi­
damente” y otra, totalmente distinta, cuando significa “estable”, y aun una
tercera cuando alude a la abstinencia. Para que algo sea un signo, debe “represen­
tar”, como solemos decir, a otra cosa, llamada su objeto , aunque la condición de
que el signo debe ser distinto de su objeto es, tal vez, arbitraria, porque, si
extremamos la insistencia en ella, podríamos hacer por lo menos una excepción
en el caso de un signo que es parte de un signo. Así, nada impide a un actor que
desempeña un papel en un drama histórico usar como “utilería” teatral la
mismísima reliquia que se supone que solamente está representada, como, por
ejemplo, el crucifijo que el actor Bulwer utiliza en el papel de Richelieu, y que alza
con tan intenso efecto de desafío. Si el mapa de una isla se deposita en el suelo de
la misma, debe haber, en circunstancias ordinarias, una posición o punto , esté éste
marcado en el mapa o no lo esté, que representa exactamente ese mismo punto del
mapa. Un signo puede tener más de un objeto. Así, la oración “Caín mató a
Abel”, que es un signo, se refiere tanto a Caín como a Abel, aun si no se considera
-com o se debería- que se tiene un “matar” como tercer objeto. Pero puede
considerarse que el conjunto de objetos constituye un único objeto complejo. En lo1

11. O. y R., pp. 292 y ss.

121
En po s d e l s ig n o

sucesivo, y a menudo en otros futuros textos, los signos serán tratados como si
cada uno tuviera únicamente un solo objeto, a fin de disminuir las dificultades del
estudio. Si un signo es distinto de su objeto, debe existir, sea en el pensamiento o
en la expresión, alguna explicación, algún argumento, algún otro contexto, que
muestre cómo -sobre la base de qué esquema, o por qué razones- el signo
representa al objeto o al conjunto de objetos a que se refiere. Ahora bien, entiendo
que el signo y la explicación conjuntamente constituyen otro signo, y dado que la
explicación será un signo, requerirá probablemente una explicación adicional, la
cual, tomada conjuntamente con el signo precedentemente ampliado, constituirá
un signo aún más amplio; y si continuamos suficientemente este proceso, final­
mente llegaremos, o deberemos llegar a alcanzar en última instancia un signo de
sí mismo, que contuviera a su propia explicación y la de todas sus partes
significantes; y, de acuerdo con esta explicación, cada una de esas partes tendrá a
alguna otra parte como objeto.
Conforme con ello, cada signo tiene, real o virtualmente, lo que podemos
llamar un precepto de explicación, según el cual el signo debe ser entendido como
una suerte de emanación, por así decirlo, de su objeto. (Si el signo fuera un icono,
un escolástico podría decir que la species del objeto emanada de él encontró su
materia en el icono. Si el signo es un índice, podemos pensarlo como un
fragmento arrancado ai objeto, siendo ambos en su existencia un todo, o una paite
de ese todo. Si el signo es un símbolo, lo podemos pensar como encamando ía
“Varío”, o razón, del objeto., que ha emanado del mismo. Todas estas son, desde
luego, meras figuras del lenguaje; pero el serlo no les impide ser útiles.)
El signo puede solamente representar aí objeto y aludir a éi. No puede, dar
conocimiento o reconocimiento del objeto. Esto es lo que se intenta definir en este
trabajo por objeto de un signo: vale decir, objeto es aquello acerca de lo cual el
signo presupone un conocimiento para que sea posible proveer alguna informa­
ción adicional sobre el mismo. No dudamos que habrá lectores que digan que no
pueden aprehender ésto. Ellos pensarán que un signo no necesita estar relaciona­
do con algo ya conocido de otra manera y creerán que no tiene ni pies ni cabeza
afirmar que todo signo debe relacionarse con un objeto conocido. Pero si existiera
'“algo” que transmitiera información y. sin embargo, no tuviera ninguna relación
ni referencia respecto de alguna otra cosa acerca de la cual la persona a quien llega
esa información careciera del menor conocimiento, directo o indirecto —y por
cierto que sería esa una muy extraña clase de información- el vehículo de esa
d ase de información no será llamado, en este trabajo un signo.02

O., On. Sanéeos Peiinoe. ím cim em ée b s^iétksju B., Aires, Nueva Visión, II974, pp. 22-24. en F. Casetti,
(Op.. oí... pp.. 324-327..

122
C harles S anders P eirce

Y en un artículo de Monist, 1906, titulado “Prolegomena to an


Apology fo r pragmatism ” 13 en efecto, Peirce ahonda su explicación
sobre la naturaleza del signo diciendo que

tiene un Objeto y un Interpretante, siendo el último lo que el signo produce en la


casi-mente que es el Intérprete, determinando a este último a un sentimiento, a un
acto, o a un signo, determinación que es el interpretante. Pero queda por señalar
que existen habitualmente dos objetos, y más de dos interpretantes. A saber,
tenemos que distinguir el objeto inmediato, que es el objeto tal como el signo
mismo lo representa, y cuyo ser depende entonces de la representación de él en el
signo, del objeto dinámico, que es la realidad que por algún medio se ingenia para
determinar el signo para su representación. Respecto del interpretante tenemos
que distinguir igualmente, en primer lugar, el interpretante inmediato, que es el
interpretante como se revela en la correcta comprensión del signo mismo, y se
llama comúnmente el “significado” del signo; en tanto, en segundo lugar,
tenemos que anotar el interpretante dinámico, que es el efecto real que el signo, en
tanto signo, determina realmente. Por último está lo que provisoriamente llamo
interpretante final, que se refiere a la manera en que el signo tiende a representar­
se a sí mismo para relacionarse con su objeto. Confieso que mi propia concepción
de este tercer interpretante todavía no se halla totalmente libre de confusión.1415

En las “Cartas a Lady Welby” que forman parte del volumen La


ciencia de la semiótica, como se titula la traducción española de Collected
Papers'5 se encuentra una interesante comparación de terminologías en
la que Peirce la hace de traductor. La carta está fechada el 14 de marzo
de 1909 y discute la triada sentido, significado y significancia o significa­
ción propuesta por Lady Welby en un artículo publicado en la Enciclope­
dia Británica. Siendo la terminología una de las dificultades principales
de su propuesta de semiótica, me permito reproducir ese texto que, por
otro lado, continúa con la reflexión anterior:

[...] Veamos en qué medida estamos de acuerdo. La mayor discrepancia parece


residir en mi interpretante dinámico, en comparación con su “significado”. Si he

13. O. y R., 293.


14. Ibid.
15. Buenos Aires, Nueva Visión, 1974, pp. 109-110. La cita que aquí reproduzco la tomo de Casetti, Op.
cit., pp. 234-236.

123
En pos del signo

entendido bien a este último, consistiría en el efecto de la mente del intérprete que
el emisor del signo se propone producir (en forma verbal o por escrito). Mi
interpretante dinámico consiste en el efecto directo realmente producido por un
signo en su intérprete. En mi opinión, coinciden en el hecho de ser los efectos del
signo sobre la mente de un individuo, o sobre las mentes de varios individuos
reales, por acción independiente sobre cada uno de ellos. Mi interpretante final
sería, en mi opinión, exactamente lo mismo que su “significación”: vale decir, el
efecto que el signo produciría sobre cualquier mente sobre la cual las circunstan­
cias permitirían que pudiera ejercer su efecto pleno. Mi interpretante inmediato
es, en mi opinión, un concepto que está cercano, o que coincide con el suyo de
“sentido”, porque pienso que el primero es el efecto total, sin analizar, que se
calcula que el signo ha de producir, o que se espera naturalmente que produzca; y
me he acostumbrado a identificar ésto último con el efecto que el signo produce en
primera instancia o puede producir en una mente, sin detenerme a reflexionar en
esta identificación. No tengo conocimiento de que haya tratado usted de definir
alguna vez su concepto de “sentido”; pero colijo que sería el primer efecto que un
signo tendría sobre una mente apta para aprehenderlo. Dado que usted dice que se
trata de un elemento sensorial y no volitivo, he de suponer que se trata de una
“impresión”. Entonces, a mi entender, sería lo mismo que mi interpretante
inmediato. Usted ha seleccionado palabras del habla vernácula para expresar los
diferentes conceptos, mientras que yo he tratado de evitarlo expresamente y de
elaborar términos ad hoc, que sean adecuados a los propósitos de la ciencia.
Podría describir mi interpretación inmediata como la parte del efecto del signo
que basta para que una persona pueda decir si el signo es o no es aplicable a algo
que esa persona conozca suficientemente.
Mi interpretante, con sus tres clases, es, según creo, algo esencialmente
atingente a cualquier cosa que actúe como un signo. Es bien cierto que los signos*
naturales, así como los síntomas, carecen de emisor y, por lo tanto, no tienen
significado, si ha de entenderse al significado como la intención del emisor. No
me permito hablar aquí de las “intenciones de Dios Todopoderoso”, dado que
cualquiera de sus intenciones se efectiviza. La intención, a mi entender, si bien
puedo estar equivocado, es un intervalo de tiempo que transcurre entre el deseo y
el proceso de arbitrar los medios para que ese deseo se cumpla. Pero, a mi juicio,
el deseo sólo puede pertenecer a una criatura finita.
Sus ideas sobre sentido, significado y significación, en mi opinión, provienen
de la prodigiosa sensibilidad de su percepción, que yo jamás podría igualar; en
cambio, mis tres grados de interpretantes fueron obtenidos razonando, a partir de
la definición de signo, qué tipo de cosa debería ser relevante y, luego, buscándola.
Mi interpretante inmediato está implícito en el hecho de que cada signo debe tener
su interpretabilidad peculiar antes de obtener un intérprete. Mi interpretante
dinámico es aquel que es experimentado en cada acto de interpretación, y en cada

124
C harles S anders P eirce

uno de éstos es diferente de cualquier otro; y el interpretante final es el único


resultado interpretativo al que cada intérprete está destinado a llegar si el signo es
suficientemente considerado. El interpretante inmediato es una abstracción: con­
siste en una posibilidad. El interpretante dinámico es un evento singular y real.

Una de las aportaciones de Peirce a la semiótica es, sin duda, su


cuidado en establecer distinciones entre los tipos de signos y distinguirlos
de otras entidades en que se da un cierto mecanismo de simbolización
próximo al signo pero que aún no es signo. Peirce habla de “diez
divisiones de signos que me ha parecido que requería un estudio especial
de mi parte. Seis se refieren a los caracteres del interpretante, y tres a los
del objeto. Así, la división en iconos, índices y símbolos, depende de las
diferentes relaciones posibles de un signo con un objeto dinámico”.16
La décima de las divisiones del signo se refiere a la naturaleza del
signo mismo. O. y R. reproducen este texto referente al mismo tema:

Un modo común de estimar el volumen material de un manuscrito o un libro


impreso, consiste en contar el número de palabras. Habrá ordinariamente unos
veinte “the” en una página, y, por supuesto, cuentan como veinte palabras. En
otro sentido de la palabra “palabra”, empero, hay sólo una palabra “the” en el
idioma inglés; y es imposible que esta palabra se encuentre en forma visible en
una página, o se oiga en una expresión cualquiera, por la razón de que no es una
cosa singular o evento singular. No existe; sólo determina cosas que sí existen. A
una forma definitivamente significante, propongo llamarla tipo . A un evento
singular que ocurre una vez y cuya identidad se limita a ese que ocurre, o a un
objeto singular de una cosa que está en algún lugar singular en un instante
cualquiera del tiempo, siendo significante un evento tal sólo en tanto ocurre
cuando y donde ocurre, tal como esta o aquella palabra en una línea singular
de una página singular de un ejemplar singular de un libro , me aventuro a
llamarlo una señal. Un carácter significante indefinido tal como el tono de la voz,
no puede llamarse tipo ni señal. Propongo llamar a un signo tono. Para que pueda
utilizarse un tipo, tiene que estar incorporado a una señal que será un signo del
tipo, y por ello del objeto que el tipo significa. Propongo llamar a tal señal de un
tipo, caso del tipo. Así, puede haber veinte casos del tipo “the” en una página.17

16. O. R.: 293.


17. O .R .:2 9 3 s.

125
En pos del signo

Y, efectivamente, establece diez clases principales de signos:

1.- Cualisignos. 2.- Sinsignos ¡cónicos. 3.- Legisignos icónicos. 4.- Vestigios o
sinsignos índicos remáticos. 5.- Nombres propios, o legisignos índicos Temáticos.
6.- Símbolos remáticos. 7.- Sinsignos dicentes (como un retrato con una leyenda).
8.- Legisignos indicíeos dicentes. 9.- Proposiciones, o símbolos dicentes. 10.-
Razonamientos.18

Así, pues, para Peirce un signo es cualquier cosa o entidad que


represente a otra haciendo sus veces. La representación sígnica tal cual la
piensa Peirce consiste en una especie de referencia del signo a alguna
propiedad del objeto. Por lo demás, en Peirce el signo no sólo contrae
una relación con su objeto sino que la contrae, igualmente, con el sujeto
para quien es signo: en suma, el signo representa algún aspecto de algo
para alguien. Por esta razón Peirce llama al signo representamen en la
medida en que representa alguna cosa, bajo algún aspecto, para alguien.19
La novedad y originalidad de su planteamiento aunada a la ya señala­
da oscuridad han hecho no sólo que se le haya interpretado mal sino que
sus ideas de semiótica hayan tardado tanto tiempo para llamar la atención
en Europa. A esta tardanza ha contribuido, sin duda, el hecho de que la
mayor parte de los escritos de Peirce sobre semiótica se publicaron muy
tarde y, como se sabe, en forma desordenada. Quizás la mejor manera de
cerrar esta invitación a la lectura de la obra de Peirce sea echando mano
de la palabra de Roman Jakobson:

El edificio semiótico de Peirce encierra toda la multiplicidad de fenómenos


significativos, ya sea una llamada a la puerta, la huella de un pie, un grito
espontáneo, una pintura o una partitura musical, una conversación, una medita­
ción silenciosa, un trozo de escritura, un silogismo, una ecuación algebraica, un
diagrama geométrico, una veleta o una simple señal de libro. El estudio compara­
tivo de varios sistemas de signos llevado a cabo por el investigador reveló las
convergencias y divergencias fundamentales que hasta entonces habían permane­
cido inadvertidas. Las obras de Peirce demuestran una perspicacia particular

18. O. y R.: 298.


19. Puede verse la presentación que de la teoría de Peirce sobre el signo hace Mauricio Beuchot, Op. cit, pp.
137 y ss.

126
C harles S anders P eirce

cuando el autor trata de la naturaleza categórica del lenguaje en los aspectos


fónico, gramatical y léxico de las palabras, así como en sus arreglos dentro de las
cláusulas, y en la disposición de las cláusulas con respecto a los enunciados. Al
mismo tiempo, el autor se da cuenta de que su investigación “debe extenderse a
todo el conjunto de la semiótica general” y advierte a su interlocutora epistolar,
Lady Welby: “Quizá está usted en peligro de caer en algún error por limitar tanto
sus estudios del lenguaje”.20

C harles M orris

Una palabra sobre este seguidor de Peirce, pionero de la semiótica


contemporánea. Como ya señalamos arriba, dos son los textos más
importantes en que Morris propone su teoría semiótica: por una parte,
Foundations o f the Theory o f Signs, preparado para la International
Encyclopaedia o f Unified Science,21 un verdadero tratado de semiótica;
por otra, Signs, Language and Behavior,212en donde no disimula sus
vínculos con el conductismo.
Foundations, como decía, es un verdadero tratado de semiótica
conductista. El librito consta de siete partes además de una muy selecta
bibliografía. En estas siete partes se exponen de manera sucinta aunque
explícita, diecisiete temas. Así, en la introducción discute la relación
entre semiótica y ciencia; una segunda sección donde bajo el título de
“semiosis y semiótica” estudia como la naturaleza del signo, las dimen­
siones y niveles de la semiosis para cerrar con el lenguaje; en el tercer
apartado, que titula “sintaxis”, estudia la concepción formal del lenguaje
y la estructura lingüística; en el cuarto, en cambio, denominado
“semántica”, estudia “la dimensión semántica de la semiosis” y contras­
ta las estructuras lingüísticas con las no lingüísticas; la quinta parte de
Foundations está destinada a la pragmática: estudia, en efecto, tanto “las
dimensiones pragmáticas de la semiosis” como la incidencia de los
factores individuales y sociales en la semiosis y, en fin, el pragmático uso
y abuso de los signos; la sexta parte, llamada “la unidad de la semiótica”,

20. R. Jakobson, “Una ojeada...”, Op. cit., p. 14.


21. The University o f Chicago Press, Chicago/Londres, 1938, Vol. I, Núm. 2., 59 pp.
22. Op. cit.

127
En pos del signo

estudia el significado, las relaciones entre los universales y la universali­


dad y, finalmente, la interrelación de las ciencias semióticas; el séptimo
apartado de Foundations, en fin, llamado “problemas y aplicaciones”,
incluye una propuesta de unificación de las ciencias semióticas, otra de la
semiótica como Organon de las ciencias y el estudio de las implicaciones
humanísticas de la semiótica. El texto termina con una, en verdad,
“selecta bibliografía” donde aparece bien la línea filosófica de esta
semiótica.
Son muy importantes las reflexiones de Morris sobre la semiótica y,
en general, sobre las semiosis, como llama al proceso en el que una cosa
funciona como signo. Ya hemos visto arriba su definición de semiótica.
Ya desde el análisis que hace de los elementos de que se compone una
semiosis se muestra su cercanía tanto a Peirce como al conductismo. En
efecto, según Morris, los elementos de toda semiosis son el vehículo
señal, el designatum y el interpretante. Descarta el intérprete como
cuarto elemento.
Una de las aportaciones más importantes de Morris es la hecha a la
nomenclatura del signo con sus veintiún nombres ya de tipos de signos ya
de elementos relacionados con el signo: vehículo del signo, familia de
signo, signo unisituacional, signo plurisituacional, signo interpersonal,
signo personal, signo vago, signo preciso, signo inequívoco, signo ambi­
guo, signo singular, signo general, signo implicado analítico, signo uni­
versal, signo sinónimo, signo válido, signo inválido, signo icónico, signo
no-icónico, símbolo, señal.23

23. Mauricio Beuchot, Op. cí/., pp. 186-188. Puede verse, además, en las páginas 192-205 una sucinta
descripción del contenido de cada una de las partes de Foundations arriba mencionadas.

128
VII
LA SEMIÓTICA SAUSSUREANA

Preludio.- La semiótica saussureana ha asumido la forma de una discipli­


na dedicada a estudiar los sistemas de significación de cualquier tipo que
sean. Consta, por tanto, de una teoría de la significación y de un conjunto
de procedimientos de análisis que permiten describir sistemas de signifi­
cación. De acuerdo con esto, la semiótica no se interesa en el signo sino
en la significación. El signo es la articulación, relación o vínculo entre un
elemento significante y el significado que se le atribuye en un sistema de
significación determinado. En este libro introductorio repasaremos,
someramente, los postulados de tres tradiciones de semiótica europea: la
semiótica emanada del proyecto de Ferdinand de Saussure; la semiótica
rusa que brota de los formalistas rusos y madura en la semiótica de la
cultura de la Escuela de Tartu; semiótica barthesiana heredera, de alguna
manera, tanto del saussureanismo como de la semiótica rusa, que tiene en
la escuela greimasiana su máxima expresión; y, en fin, la muy desarrolla­
da la semiótica italiana cuya figura mayor, Umberto Eco, es una especie
de síntesis de todas las vertientes anteriores.
El orden que seguimos en nuestra exposición es, por tanto, el mismo
orden de su génesis. Esbozada la vertiente anglosajona emanada de
Peirce, nos ocupamos, en primer lugar, de la semiótica saussureana.
Pasamos luego a la semiótica rusa cuyos orígenes, por una parte, están
muy emparentados con De Saussure y, por otra, constituyen una tradi­
ción con vigor propio; en efecto, esta reflexión semiótica ha logrado
extender, de manera original, en sus análisis, el concepto de texto a
configuraciones culturales. Por esta razón, consideramos que la semiótica
rusa es, no sólo, una de las semióticas más representativas de la discipli­
na, sino una de las más evolucionadas. Muy evolucionada, entre noso-

129
En pos del signo

tros, es la vertiente semiótica que nace y se desarrolla en tomo a Roland


Barthes. En ámbitos de la semiótica literaria, esta semiótica, que aquí
hemos llamado barthesiana, se identifica con frecuencia con la semiótica
a secas. Ha logrado producir una extensa bibliografía en tomo suyo y ha
desarrollado vistosas y, en algunos puntos, complicadas metodologías:
su expresión más desarrollada es la semiótica greimasiana. Finalmente,
como síntesis de la reflexión semiótica contemporánea, nos ocupamos de
Umberto Eco en el contexto de una aún poco convincente semiótica
italiana.
Como se ve, dos de estos cambios de la semiótica contemporánea son
de origen francés: la saussureana, por un lado, y la barthesiana, por el
otro, que muestra indudables huellas tanto del magno movimiento cultu­
ral nacido en tomo al formalismo ruso como, evidentemente, de la
lingüística saussureana. Empecemos, pues, por el principio y el principio
se llama

M ongin-F erdinand de S aussure (1857-1913 )1

Nació en Ginebra el 26 de noviembre de 1857 de una de las más antiguas


y prestigiosas familias de la ciudad con una larga tradición como intelec­
tuales. Su padre, Flenri de Saussure (1829-1905), era zoólogo y
entomólogo; su madre fue la Condesa de Pourtalés. Entre sus antepasa­
dos hay varios científicos notables:

Saussure tenía a quien heredar. Su bisabuelo, Horace-Bénédict, fue el padre de la


geología, de la mineralogía y de la meteorología alpestres... Su padre..., también
naturalista, inculcaba a sus hijos, con el ejemplo, el rigor del trabajo metódico y la
insatisfacción por los resultados obtenidos... Su madre parecía poseer todos los
dones del espíritu y del buen gusto, y era, entre otras cosas, una música consuma-1

1. Para una información más completa sobre Saussure, puede verse el libro de E. F. Konrad Koerner,
Ferdinand de Saussure, Madrid, Gredos, 1982. Ofrece no sólo una información precisa sobre las
posibles fuentes saussureanas sino sobre los estudios que sobre Saussure se han hecho. Está dotado,
además, de una respetable y bastante actualizada bibliografía. Para este tema, además, citaré la excelente
edición del Curso de lingüística general hecha por Alianza Universidad, Madrid, 1983. No sólo se trata
de una edición crítica, la célebre edición crítica del profesor Tulio De Mauro, sino que además está
dotada de una serie de apéndices y demás que la hacen valiosa.

130
L a semiótica saussureana

da. En verano, la sobria elegancia de la casa Creux de Genthod, con su césped


rodeado de una doble fila de árboles centenarios, el espejo del lago y, como
horizonte, los Alpes; en invierno el amplio departamento de la Tertasse, en
Ginebra, con sus vitrinas llenas de colecciones de todas clases, los libros, los
álbumes, los grabados en profusión: este el ambiente en que crece F. de Saussure.
(David)2

Ferdinand de Saussure tuvo tres hermanos menores: Horace (1859-


1926) fue acuarelista y pintor; Leopold (1866-1925) fue primero militar
y luego sinólogo: experto en astronomía de la antigua China; el más joven
de ellos, René (1868-1943), fue profesor asociado de matemáticas en la
Universidad Católica de Washington, D. C. (1895-1898); luego enseña­
ría en las universidades de Ginebra y Berna; publicó muchos libros tanto
sobre ciencias naturales como sobre la idea, entonces de moda, de
establecer una lengua internacional que superara los defectos de otras
lenguas artificiales como el esperanto y el ido.3
Saussure empieza sus primeros estudios en el colegio de Hofwyl,
cerca de Berna. Allí adquirirá, para siempre, su amor a la lingüística
gracias a la influencia que en él ejercieron tanto el sabio indoeuropeísta
Adolphe Pictet, autor de Origines indoeuropéennes, como su abuelo
materno el conde Alexandre Joseph de Pourtalés, aficionado a construir
yates y autor de etimologías. Con esta vocación a cuestas, en 1870 se
matricula en el instituto Martine donde asiste a las clases de lengua griega
que imparte el profesor Millenet sobre la gramática de Haas. Para
entonces, Ferdinand de Saussure ya sabía francés, alemán, inglés y latín.
Aprendido el griego, Saussure intenta establecer un “systéme général du
langage” y, en efecto, en 1872, a los quince años, dedica a Pictet, numen
tutelar de su infancia, un manuscrito titulado Essai sur les langues cuya
tesis central era que, partiendo de cualquiera de las cinco lenguas, se
puede remontar hasta raíces bi- o triconsonánticas comunes en el supues­
to de que p=b=f=v, k=g=h=ch y t=d=th.

2. Citado por Tulio de Mauro, Op, cit., p. 333. En adelante, abreviaré las referencias a esta obra del
profesor De Mauro con las siglas TDM.
3. Para más datos véase K. Koemer, Op. cit., p. 78, nota 3.

131
E n pos del signo

Pictet fue siempre un modelo para F. de Saussure. Es muy probable


que fuera él, Pictet, quien introdujo a Saussure en los territorios de la
cultura romántica idealista: Pictet, en efecto, había estado en contacto
con Schlegel, Cousin, Hegel y Schelling. En 1878, Saussure publicará en
el Journal de Genéve (17, 18 y 21 de abril) una reseña a la segunda
edición de Origines que por entonces aparece. Pictet había muerto tres
años antes. Mientras tanto, en el otoño de ese 1872, Saussure no ingresa
al bachillerato (“gimnasio”) por considerarlo sus padres aún inmaduro:
debe permanecer en un colegio público por un año. Le fascinaba cual­
quier tipo de investigación. Estando un día en clase en ese colegio,
estaban leyendo un texto de Heródoto y se topó, de repente, con la forma
tetájatai, una de las muchas excepciones de la gramática griega.

En el instante en que vi la forma [contará él más tarde], mi atención, extremada­


mente distraída en general, como era natural, en afio de repetición, fue de repente
atraída de una manera extraordinaria, pues yo acababa de hacer este razonamien­
to: legómetha: légontai, por consiguiente, tetágmetha: tetájatai. Luego, N=a.4

De esta manera, a los dieciséis años, había descubierto la forma


nasalis sonans de entre las formas prehistóricas de la lengua griega, tres
años antes que lo hiciera el neogramático Brugmann. En 1973 se inscribe
en el bachillerato (“gimnasio”). Siguiendo los consejos de Pictet, al año
siguiente empieza a estudiar sánscrito en una gramática de Franz Bopp
que encontró en la Biblioteca Pública de Ginebra. Entra en contacto no
sólo con la segunda edición de los Grunzüge der griechischen Etymologie
de Georg Curtius, sino con el indianista y profesor de lengua y literatura
latinas de la Universidad de Ginebra, Paul Oltramare. Todo ello irá
determinando sus futuras andanzas.
Finalmente, en 1875, al terminar el bachillerato, para dar gusto a sus
padres y cumplir con una larga tradición familiar, entra en la Universidad
de Ginebra para estudiar ciencias naturales. Se inscribe, en efecto, en los
cursos de física y química. Ese año muere Pictet, su modelo. De Saussure,
sin embargo, no abandona sus inclinaciones hacia los campos ya hollados

4. TDM:335 y ss.

132
La semiótica saussureana

por Pictet: así, al mismo tiempo que sus lecciones de física y química,
Saussure asiste a clases de filosofía e historia del arte; pero, sobre todo,
sigue ocupándose de lingüística.
Había, por entonces, en la Universidad de Ginebra una cátedra de
“filología” que entre 1869 y 1873 había ocupado un tal Krauss. A partir
de ese 1873 se hace cargo de ella Joseph Wertheimer, teólogo y durante
cincuenta años rabino de Ginebra, que no sabía absolutamente nada de
lingüística.5 Desde luego, Saussure no comete el error de asistir a las
clases que este personaje imparte bajo el título ya de “lingüística compa­
rada”. Wertheimer dura, sin embargo, en el cargo hasta 1905 en que será
substituido, precisamente, por Ferdinand de Saussure. En vez de asistir a
las clases de Wertheimer, Saussure toma lecciones privadas de gramática
latina y griega con Luis Morel recién llegado de Leipzig donde había
asistido a las clases de E. Curtius.
Entra así, en contacto, con la escuela neogramática. Al finalizar su
primer año de universidad, Saussure deja, por tanto, sus cursos de
ciencias naturales y se dedica a lo que es su verdadera vocación, la
lingüística. Por un lado, el 13 de mayo de 1876 como miembro de la
Société de Linguistique de París apenas fundada; por otro lado, en el
otoño de 1876 se inscribe en la Universidad de Leipzig para estudiar
lingüística indoeuropea en donde permanece hasta el primer semestre de
1880. Es la época del Saussure neogramático.6 De esta época, en efecto,
son sus trabajos: Le suffixe -T-, Sur une classe de verbes latins en -eo, La
Transformation latine de tt en ss suposse-t-elle un intermedíame st?,
Essais d u n e distinction des differentes a indoeuropéens. Pero, sobre
todo, la célebre Memoire sur le systeme prim itif des voyelles dans les
langues indoeuropéennes, publicada en Leipzig en 1878 y reimpresa en
París en 1887.
La vida en Leipzig, por lo demás, no estuvo libre de intrigas, celos y
complots contra el lingüista suizo.7 El primer profesor alemán con quien
se topó fue el indoeuropeísta Heinrich Hübschmann (1848-1908), quien

5. Cfr. TDM:336.
6- Sugiero al lector interesado en ella que leaaT D M .337 y ss o aKoemer:81 y ss.
7. Véase, sobre todo esto, TDM:338 y ss. y Koemer:82 y ss.

133
En pos del signo

impartía un seminario de persa antiguo. Se sabe que en la entrevista


previa, el iranista le pregunta a Saussure qué piensa de la hipótesis
recientemente formulada por Brugmann sobre la existencia de una vocalis
sonans al origen de la -a- griega y del -un- germánico en las lenguas
indoeuropeas (descubierta por Saussure tres años antes en el aburrimien­
to de una clase de griego). Saussure se lamenta no haber anunciado su
descubrimiento a la par que se da cuenta de que sus razonamientos son
correctos. En el tiempo de su estancia en Leipzig, Saussure tomó los
cursos de gramática comparada que impartía Georg Curtius (1820-
1885), cursos de eslavónico y lituano con August Leskien (1840-1916),
un curso de celta con Ernst Windisch (1844-1918), un curso elemental de
sánscrito con Hermann Osthoff (1847-1909), fue oyente en el curso de
historia de la lengua germánica que impartía Hermann Braune (1850-
1926) y trabó contacto académico con Brugmann. Salvo Curtius, la
mayor parte de estos profesores alemanes de De Saussure no llegaban a
los treinta años.
En febrero de 1880, Ferdinand de Saussure defiende su tesis doctoral
De l ’emploi du génitif absolu en Sanscrit publicada en Ginebra al año
siguiente. Obtiene el doctorado summa cum laude et dissertatione egre­
gia. De la excelente defensa que De Saussure hace de su tesis un
compañero de estudios, Edouard Favre, recordará más tarde que si FdS
no hubiera sido tan modesto, bien hubieran podido invertirse los papeles
y ser él el examinador de sus examinadores

sus conocimientos eran universales: ningún tema, ni poesía, ni literatura, ni


política, ni bellas artes, ni historia, ni ciencias naturales le era ajeno. Escribía
versos, dibujaba. No conocía el bluff, fea palabra para designar una fea cosa; era
modesto, reflexivo, sincero y recto. Sus compañeros de estudios lo sabemos por
experiencia.8

El nuevo doctor abandona Leipzig y va a París a proseguir sus


estudios. Desde antes estaba en muy buena relación con la Societé. De
allí parte a Lituania a estudiar el lituano directamente sobre el terreno y

8. TDM:342.

134
L a semiótica saussureana

en sus diversas variedades habladas. El lituano era importante para el


trabajo indoeuropeísta de Saussure por su aspecto arcaico. Probablemen­
te, Saussure permanece en Lituania desde marzo a septiembre de 1880,
aunque, en realidad, no se sabe exactamente la fecha. Lo cierto es que en
el otoño de 1880 se instala en París. En todo caso para 1881 el domicilio
de Saussure es el número 3 de la calle Odeón y asiste a los cursos de
Michel Breal. En febrero de 1881, empezará a asistir, además, en L ’Ecole
des Hautes Etudes, a los cursos de iranio que imparte J. Darmesteter, a
los de sánscrito de A. Bergaigne y, finalmente, a las lecciones de filología
latina que imparte Louis Havet.
El mismo Edouard Favre cuenta que un día “un profesor que trataba
un tema ya estudiado por Saussure lo invitó a ocupar su lugar, y, ese día,
el estudiante ginebrino dió la clase”.9 Probablemente se trataba de Havet
quien positivamente admiraba a Saussure. En todo caso, Breal le cede su
curso en L Ecole y así, el 30 de octubre de 1881, Ferdinand de Saussure
es nombrado, a los veinticinco años, “maitre de conferences” de gótico
y de alto alemán. Al principio está restringido a enseñar germánico con
un salario de 2000 francos, en 1887-1888 es dejado en libertad y el curso
se amplía con gramática comparada del griego y del latín: al año siguiente
se agregan el persa y el lituano. Con esto, las lecciones de germánico se
convierten, prácticamente, en lecciones de lingüística indoeuropea.
El magisterio de Ferdinand de Saussure es muy importante para el
asunto que nos ocupa por la circunstancia de que lo que sabemos de su
proyecto de semiótica lo sabemos por sus alumnos. Una palabra, pues,
sobre el maestro. La enseñanza en París duró de 1881 a 1891 sólo
interrumpida el año lectivo de 1889/1890 por estar enfermo. Todos sus
alumnos están de acuerdo en decir que Saussure fue un profesor fasci­
nante aunque, por lo que hace a su ciclo parisino, no parecen haberlo
comprendido del todo. Guardaba con sus alumnos una relación directa.
Entre clase y clase, deben hacer ejercicios prácticos como componer una
gramática a partir de un trozo de texto determinado, o interpretar
alternativamente textos, o hacer ejercicios de lectura. Quedan muchos

9. TDM:345.

135
En pos del signo

testimonios de sus alumnos sobre la brillantez, sapiencia y cortesía con


que ejerció la cátedra en estos diez años. Daba sus conferencias en
L ’Ecole , sin rimbombancias y sin pleitos,

enseñó durante diez años con un brillo y una autoridad incomparables y, entre
tantos maestros eminentes, fue uno de los más escuchados y más queridos.
Admirábamos en sus lecciones la amplia y sólida información, el método riguro­
so, la visión general, que unía al detalle preciso, la elocución, de una claridad, de
una soltura y de una elegancia soberanas. Después de treinta años, me vienen aún
a la memoria como uno de los más grandes placeres intelectuales que yo haya
experimentado en mi vida.101

Y Antoine Meillet:

Ferdinand de Saussure era, en efecto, un verdadero maestro. Para ser un maestro


no es suficiente recitar delante del auditorio un manual correcto y al día; es
necesario tener una doctrina y un método y presentar la ciencia con acento
personal. La enseñanza que los estudiantes recibían de Ferdinand de Saussure
tenía un valor general, los preparaba para trabajar y formaba su espíritu; sus
fórmulas y sus definiciones se fijaban en la memoria como guías y modelos. Y
hacía querer y sentir la ciencia que enseñaba; su pensamiento de poeta daba a su
discurso una vivacidad que no se olvidaba más. Detrás del detalle se adivinaba
todo un mundo de ideas generales y de impresiones; por otra parte, parecía que
jamás llevaba a su curso una verdad terminada; había preparado cuidadosamente
todo lo que tenía que decir, pero no daba a sus ideas un aspecto definitivo sino
hablando; y fijaba su forma en el mismo momento en que se expresaba: el
auditorio estaba en suspenso ante este pensamiento en gestación, que continuaba
creándose ante él y que, en el momento mismo en que se formulaba de la manera
más rigurosa y cautivante, dejaba esperar una fórmula aún más rigurosa y
cautivante. Su persona hacía amar la ciencia; era asombroso ver esos ojos azules
llenos de misterio captar la realidad con tan rigurosa exactitud; su voz armoniosa
y velada despojaba a los hechos gramaticales de su sequedad y aspereza; ante su
aspecto aristocrático y juvenil no era posible ni imaginar que alguien pudiera
acusar a la lingüística de falta de vida.11

Los diez años de permanencia en París fueron fecundos para Saussure


en sus relaciones con la Societé de cuyas Memoir es es hecho director. A

10. E. Muret, Journal de Genéve, 26 de febrero de 1913, citado por TDM:346 y ss.
11. En TDM: 347.

136
La semiótica saussureana

las reuniones de la Societé asistían sus antiguos profesores de L ’Ecole


Michel Breal, Bergaigne, Havet. También había invitados extranjeros
entre los que hay que mencionar, por el tema que nos ocupa, a los rusos I.
Baudouin de Courtenay y Kruszewski, que tanta importancia habrían de
tener para el desarrollo de la fonología.
En este lapso parisino, en efecto, no dejará Saussure de enviar sus
notas y memorias a Societé que, aunque breves, son indicio de los
intereses del lingüista ginebrino y de los intereses neogramáticos que
cultivaba por esa época. He aquí algunos. En 1884 envía un breve texto
titulado Une loi rytmique de la langue grecque en que propone la
llamada ley Saussure sobre el tríbraco, como se llama en métrica al pie
compuesto de tres sílabas breves. De este año son también tanto la carta
que envía a Guiraud-Teulon sobre los nombres de parentesco arios con el
título de Les origines du Mariage et de la familie, como una nota sobre
el védico titulada, precisamente, Le védique. Y, en fin, una media docena
más de notas, en general sobre lingüística indoeuropea.
Saussure tuvo en París una dificultad que acabó por alejarlo: la
legislación francesa del momento le exigía la nacionalidad francesa para
tener un trabajo estable. Los pagos que recibió por su trabajo siempre se
enfrentaron a esa dificultad. El magisterio saussureano se corta cuando
estaba en la cúspide. Las circunstancias precisas se desconocen. Parece
ser que fue el problema de la nacionalidad francesa y de la religión:
protestante suizo, Saussure rehusó hacerse francés y dejó París cuando la
Universidad de Ginebra le ofreció, en 1891, la cátedra de Lingüística
Histórica y Comparada de Lenguas Indoeuropeas.
Ya en Ginebra, Saussure empieza sus clases en el semestre de invier­
no de 1891. Permanece como profesor extraordinario hasta 1896, fecha
en que es nombrado profesor ordinario de Sánscrito e Indoeuropeo,
además de director de la Biblioteca de la Facultad de Letras y Ciencias
Sociales. Del semestre de verano de 1899 al semestre de invierno de
1908, Saussure ofrece, anualmente, un seminario de fonología del fran­
cés moderno. Dentro de ese seminario, a partir del semestre de invierno
de 1900-1901, agrega un curso de versificación francesa que consistía en
estudiar las leyes de versificación desde el siglo XVI hasta el momento.
En el semestre de verano de 1904 a E. Redard en la clase de lengua y

137
En pos del signo

literatura alemanas: el curso de Saussure versa sobre los Nibelungen.


Además, durante veintiún años, ofrecerá, hasta su muerte, un curso anual
de sánscrito. A partir de 1907, como se sabe, Saussure ofrecerá sus
cursos de lingüística general, objeto de nuestro interés.12
Todo esto no le impide casarse con Marie Faesch, matrimonio del que
nacen Raymond y Jacques. Su vida es tranquila y regular: durante el año
vive en su casa de la calle Tertasse, en verano la familia sale. Sus lugares
de veraneo van cambiando con el tiempo. Viaja poco: a París en 1893; a
Italia con su mujer entre diciembre de 1905 y enero de 1906; en 1909 a
Inglaterra y nuevamente a París. Publica poco y, en general, lo que
publica (por lo general pequeñas notas) en este período ginebrino se
refiere a lingüística indoeuropea. Muere la tarde del 22 de febrero de
1913.

El pro yecto s a u s s u r e a n o d e s e m ió t ic a

Sobre los cursos de lingüística general ofrecidos por Ferdinand de Saussure


y de los que se desprende la magna revolución lingüística entre la que se
encuentra su proyecto de semiótica, voy a recoger lo que los editores del
Curso nos dicen al respecto:

Muy a menudo oímos a Ferdinand de Saussure deplorar la insuficiencia de los


principios y de los métodos que caracterizaban a la lingüística en cuyo ambiente
había crecido su genio, y toda su vida buscó las leyes directrices que pidiera su
pensamiento a través de ese caos. Pero en 1906, al suceder a Joseph Wertheiner en
la Universidad de Ginebra, no pudo dar a conocer las ideas personales que había
madurado durante tantos años. El maestro dió tres cursos sobre lingüística general
en 1906-1907, 1908-1909 y 1910-1911, si bien las necesidades del programa le
obligaron a consagrar la mitad de cada curso a exponer cuestiones relativas a la
historia y descripción de las lenguas indoeuropeas, con lo cual resultó singular­
mente reducida la parte esencial de su tema.13

Como ya lo explican los editores, el Curso es una reconstrucción


sintética de los tres cursos impartidos por Saussure a partir del tercer

12. Para todo esto véase Koemer, pp. 91 y ss.; y TDM: 353 y ss.
13. Curso , edición TDM: 59.

138
La semiótica saussureana

curso.14 Son muchas las referencias que el Curso hace al signo. Los dos
primeros capítulos de la primera parte, dedicada a explorar los “princi­
pios generales”, se ocupan del signo lingüístico. Saussure rechaza el
modelo según el cual la lengua no es una nomenclatura a la que corres­
ponde una lista de cosas:

Esta concepción, dice, es criticable por muchos conceptos. Supone ideas comple­
tamente hechas preexistentes a las palabras;15 no nos dice si el nombre es de
naturaleza vocal o psíquica, pues arbor puede considerarse en uno y otro aspecto;
por último, hace suponer que el vínculo que une un nombre a una cosa es una
operación muy simple, lo cual está bien lejos de ser verdad. Sin embargo, esta
perspectiva simplista puede acercarnos a la verdad al mostramos que la unidad
lingüística es una cosa doble, hecha con la unión de dos términos.

Ya antes, en la lexía 60, al hablar del circuito de la palabra, se refiere


al acto de habla individual y dice:

este acto supone por lo menos dos individuos: es el minimum exigible para que el
circuito sea completo. Sean, pues, dos personas, A y B, en conversación:

El punto de partida del circuito está en el cerebro de uno de ellos, por ejemplo, el
de A, donde los hechos de conciencia, que llamaremos conceptos, se hallan
asociados con las representaciones de los signos lingüísticos o imágenes acústicas
que sirven a su expresión. Supongamos que un concepto dado desencadena en el
cerebro una imagen acústica correspondiente: éste es un fenómeno enteramente
psíquico , seguido a su vez de un proceso fisiológico : el cerebro transmite a los

14. La edición crítica de Tulio de Mauro, con muy buen sentido, divide el texto del Curso, en unidades de
lectura que, usando una terminología propuesta por Barthes para su análisis estructural del relato,
llamaremos lexías. Tienen la misma función que los versículos de la Biblia o las suras del Corán,
aunque las lexías del curso son, en la mayoría de los casos, muchísimo más grandes. El Curso termina
en la lexía 305.
15. Saussure explicará más adelante, en la lexía 224, que el pensamiento de que se constituyen los contenidos
de las palabras, quitada la expresión,
no es más que una masa amorfa e indistinta. Filósofos y lingüistas han estado siempre de acuerdo
en reconocer que, sin la ayuda de los signos, seríamos incapaces de distinguir dos ideas de manera
clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es como una nebulosa donde nada está
necesariamente delimitado. No hay ideas preestablecidas, y nada es distinto antes de la aparición
de la lengua.

139
En pos del signo

órganos de fonación un impulso correlativo a la imagen; luego las ondas sonoras


se propagan de la boca de A al oído de B: un proceso puramente físico . A
continuación el circuito sigue en B un orden inverso: del oído al cerebro,
transmisión fisiológica de la imagen acústica; en el cerebro, asociación psíquica
de esta imagen con el concepto correspondiente. Si B habla a su vez, este nuevo
acto seguirá -d e su cerebro al de A - exactamente la misma marcha que el primero
y pasará por las mismas fases sucesivas que representamos con el siguiente
esquema:
Audición Fonación

La lexía 130 concluye con estas célebres y significativas palabras: “lo


que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un concepto
y una imagen acústica”. Saussure entiende por imagen acústica la huella
psíquica del sonido material, “la representación que de él nos da el
testimonio de nuestros sentidos; esa imagen es sensorial”. Y viene luego
un ejercicio que Saussure propone para mostrar “el carácter psíquico de
nuestras imágenes acústicas” : recitar, sin mover los labios, un poema en
nuestra lengua materna. Las palabras de la lengua materna son para
nosotros imágenes acústicas. En todo acto de habla hay, pues, una
imagen interior y una imagen exterior que es la realización de aquélla.
El signo lingüístico, por tanto, es una entidad psíquica de dos caras, el
concepto y la imagen acústica, que están tan íntimamente unidas entre sí
que se reclaman recíprocamente, como las dos caras de una hoja de
papel.

Llamamos signo a la combinación del concepto y de la imagen acústica; pero en el


uso corriente este término designa generalmente la imagen acústica sola, por
ejemplo, una palabra {arbor, etc.). Se olvida que si llamamos signo a arbor no es
más que gracias a que conlleva el concepto “árbol”, de tal manera que la idea de
la parte sensorial implica la del conjunto.
La ambigüedad desaparecería si designáramos las tres nociones aquí presentes
por medio de nombres que se relacionen recíprocamente al mismo tiempo que se
opongan. Y proponemos conservar la palabra signo para designar el conjunto, y
reemplazar concepto e imagen acústica con significado y significante; estos dos

140
La semiótica saussureana

últimos términos tienen la ventaja de señalar la oposición que los separa, sea entre
ellos dos, sea del total de que forman parte. En cuanto al término signo, si nos
contentamos con él es porque, no sugiriéndonos la lengua usual cualquier otro, no
sabemos con qué reemplazarlo.16

Saussure establece enseguida los dos caracteres del signo lingüístico:


es arbitrario, el significante es de índole lineal. El capítulo siguiente, en
cambio, lo dedica a exponer la inmutabilidad y la mutabilidad del signo.
Saussure habla de “semiología” en las lexías 73,129,139,161 y 170 y la
funda, precisamente, en el carácter arbitrario del signo lingüístico. Tam­
bién se pueden encontrar referencias a nuestro asunto en los Cahiers de
Ferdinand de Saussure.
1. El más célebre e importante de ellos está basado en las notas de
cuatro lecciones: las lecciones dictadas los días 12 y 16 de noviembre de
1908, durante su segundo curso en Ginebra, y las del 4 de noviembre de
1910 y 25 de abril de 1911, pertenecientes al tercer curso. De Saussure
concibe, en efecto, la lengua como un sistema semiótico:

La lengua -d ic e - es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso compara­


ble a la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas
de cortesía, a las señales militares, etc. Sólo que es el más importante de todos
esos sistemas.
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno
de la vida social. Tal ciencia sería parte de la psicología general. Nosotros la
llamaremos semiología (del griego sémeion “signo”). Ella nos enseñará en qué
consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan. Puesto que todavía no
existe, no se puede decir qué es lo que ella será; pero tiene derecho a la existencia,
y su lugar está determinado de antemano. La lingüística no es más que una parte
de esta ciencia general. Las leyes que la semiología descubra serán aplicables a la
lingüística, y así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio bien
definido en el conjunto de los hechos humanos.
Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología; tarea del
lingüista es definir qué es lo que hace de la lengua un sistema especial en el
conjunto de los hechos semiológicos. Más adelante volveremos sobre la cuestión;
aquí sólo nos fijamos en ésto: si por primera vez hemos podido asignar a la
lingüística un puesto entre las ciencias es por haberla incluido en la semiología.

16. Lexía 135.

141
En pos del signo

¿Por qué la semiología no es reconocida como ciencia autónoma, ya que tiene


como las demás un objeto propio? Es porque giramos dentro de un círculo vicioso:
de un lado, nada más adecuado que la lengua para hacer comprender la naturaleza
del problema semiológico; pero, para plantearlo convenientemente, se tendría que
estudiar la lengua en sí misma; y el caso es que, hasta ahora, casi siempre se la ha
encarado en función de otra cosa, desde otros puntos de vista.17*

Cuando Saussure diserta sobre lo arbitrario del signo lingüístico hace,


de paso, una importante referencia a la futura semiología:

cuando la semiología esté organizada, se tendrá que averiguar si los modos de


expresión que se basan en signos enteramente naturales -com o la pantomima- le
pertenecen de derecho. Suponiendo que la semiología los acoja; su principal
objetivo no por eso dejará de ser el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario
del signo. En efecto, todo medio de expresión recibido de una sociedad se apoya,
en principio, en un hábito colectivo o, lo que viene a ser lo mismo, en la
convención. Los signos de cortesía, por ejemplo, dotados con frecuencia de cierta
expresividad natural (piénsese en los chinos que saludan a su emperador
prosternándose nueve veces hasta el suelo), no están menos fijados por una regla;
esa regla es la que obliga a emplearlos, no su valor intrínseco. Se puede, pues,
decir que los signos enteramente arbitrarios son los que mejor realizan el ideal del
procedimiento semiológico; por eso la lengua, el más complejo y el más extendido
de los sistemas de expresión, es también el más característico de todos; en este
sentido la lingüística puede erigirse en el modelo general de toda semiología,
aunque la lengua no sea más que un sistema particular.
Se ha utilizado la palabra símbolo para designar el signo lingüístico, o, más
exactamente, lo que nosotros llamamos el significante. Pero hay inconvenientes
para admitirlo, justamente a causa de nuestro primer principio. El símbolo tiene
por carácter no ser nunca completamente arbitrario; no está vacío: hay un
rudimento de vínculo natural entre el significante y el significado. El símbolo de
la justicia, la balanza, no podría reemplazarse por otro objeto cualquiera, un carro,
por ejemplo.1®

De Saussure, como ya hemos visto, llama semiología a la ciencia que


se ocupa de los sistemas de significación. Es una de las cosas que aquí

17 Ferdinand de Saussure, Curso de lingüistica general* Madrid, Alianza Editorial, 1983, pp. 80 y ss.
Lexía 73.
18.. Lexías 139-140.

142
La semiótica saussureana

llamamos semiótica. Según el profesor ginebrino, la elaboración y el


control de cualquier sistema de significación sólo pueden darse, para el
individuo, en el interior de una lengua histórica. Eso quiere decir que la
lengua debe quedar al centro de cualquier teoría semiótica en la medida,
no sólo, que es el sistema de significación más desarrollado, sino en la
medida en que para un individuo histórico la lengua es el sistema semiótico
más importante y todos los demás sistemas semióticos están estructurados
lingüísticamente. En efecto, a diferencia de los sistemas semióticos no
verbales, cada lengua histórica está construida de tal manera que puede
dotar de sentido a cualquier experiencia humana.

¿Dónde se detendrá la semiología? [pregunta de Saussure en un texto ya célebre


de Cahiers], Es difícil decirlo. Esta ciencia verá extenderse su dominio cada vez
más. Los signos, los gestos de cortesía, entrarían en ella; son un lenguaje en tanto
que significan algo; son impersonales -salvo los matices, pero se puede decir otro
tanto de los signos de la lengua-, no pueden ser modificados por el individuo y se
perpetúan por sí mismos. Será una de las tareas más apremiantes de la semiología
marcar los grados y las diferencias.19

La naturaleza semiológica del lenguaje, en Saussure, tiene su origen


sobre todo en el hecho de que el lenguaje es una institución social y el
sistema de signos de que hace uso es siempre un sistema de signos
convencionales. Este carácter colectivo o, si se prefiere, social es una
característica esencial de todo hecho semiológico y, por tanto, de todo
sistema semiológico: si no es social o colectivo un fenómeno sígnico no
es semiológico.2021
Por otro lado, se sugiere en el texto anterior una de las tareas más
urgentes de la futura semiótica: la de clasificar los distintos sistemas de
signos de que se compone una cultura. Esta vertiente saussureana será
explorada primero por el danés Luis Hjelmslev en sus Prolegómenos
para una teoría del lenguaje,11 y luego por el formalismo francés capita­
neado por Roland Barthes. Empero, vista en su conjunto y comparada

19. F. de Saussure, Cahiers de Ferdinand de Saussure, n.19, 1962, p. 5 y ss.


20. Para este asunto véase a Koemer, pp. 419-436.
21. Cito por la edición de Editorial Gredos, Madrid, 1971.

143
En pos del signo

con los desarrollos a que la disciplina llega con Peirce, sobre todo, hay
que estar de acuerdo con Jakobson en que

La contribución de Ferdinand de Saussure al progreso de los estudios semióticos


es evidentemente más modesta y más restringida. Su actitud frente a la science
des signes, y el nombre de semiologíe (o esporádicamente signologie) que le
impuso inmediatamente, se mantiene, al parecer, enteramente fuera de la corrien­
te creada por hombres tales como Locke, Lambert, Bolzano, Peirce y Husserl.
Puede decirse que ni siquiera conoció sus investigaciones en semiótica. Sin
embargo, en sus lecciones se pregunta: “¿Por qué no ha existido la semiología
hasta ahora?”. La cuestión del precedente que pudo haber inspirado el programa
construido por Saussure sigue sin respuesta. Sus ideas sobre la ciencia de los
signos han llegado solamente hasta nosotros bajo la forma de notas escasas, la más
antigua de las cuales data de la década de 1890,22 y en los dos últimos de sus tres
cursos de lingüística general.23

Luis H jelmslev (1899-1965)

El suyo constituye el más sólido esfuerzo por crear una ciencia del
lenguaje sobre las huellas de Saussure. Sin embargo, no es su teoría del
lenguaje en sí lo que nos permite evocarlo sino la ampliación que de ella
hace a sistemas de signos no lingüísticos (cap. XXI) y por su teoría de la
significación.
Hijo de un profesor de matemáticas, tuvo como primer profesor al
comparatista y neogramático Holger Pedersen, quien fue uno de los
primeros en escribir una historia de la lingüística rica en modernas
observaciones. Tras estudiar en Lituania (1921) va a Praga (1923) donde
entra en contacto con los emigrantes del formalismo ruso, en pleno
período de discusión de las famosas tesis del 29. Y de allí a París donde
asiste a las clases del saussureano Antoine Meillet entre 1926 y 1927. En
1937 sucede a Pedersen en la cátedra de lingüística comparada en la
Universidad de Copenhague.

22. Cfr. Robert Godel, Les sources manuscriíes du Cours de la linguistique générale de F. de Saussure,
Génova, Librairie F. Droz, 1957, p. 275.
23. “Ojeada...”, en El Marco del lenguaje , Op. cit., 17.

144
La semiótica saussureana

La obra de Hjelmslev, dice Mounin,24 estuvo simbolizada, durante casi un cuarto


de siglo, por una obrita de 112 páginas, aparecida en 1943, Omkring sprogteoriens
grundlaeggelse. Ni siquiera al inglés fue traducida, y por consiguiente accesible a to­
do el mundo, hasta 1953, bajo el título: Prolegomena to a Theory of Language [...].

En esta obra expone de una manera muy nítida su compleja teoría de


la glosemática, una lingüística científica. Para Hjelmslev, la significación
es la relación entre el plano de la expresión y el plano del contenido.
Según él, en efecto, el análisis de un texto debe conducir a dividir el texto
en dos partes: el plano de la expresión y el plano del contenido. El plano
de la expresión está constituido por elementos de tipo físico: sonidos, si
se trata de lenguaje hablado; letras, si se trata de lenguaje escrito; otros
elementos, si se trata de otros lenguajes. El plano del contenido, en
cambio, es el que contiene el sentido del texto. Cada uno de esos planos,
por lo demás, posee una forma y una substancia. En esta última distinción
se funda la semiótica francesa que se interesa, como veremos, en la forma
del contenido. El análisis consiste en descomponer cada uno de esos
componentes en sus respectivos componentes hasta agotar el análisis. Un
desarrollo de las ideas semióticas de Hjelmslev puede verse en Jürgen
Trabant, Semiología de la obra literaria. Glosemática y teoría de la
literatura,25
A partir del capítulo XXI de sus Prolegómenos, en efecto, Hjelmslev
hace una ampliación de su punto de vista y así de los capítulos XXI a
XXIII, en un intento de definir el no lenguaj e, pasa a mostrar la aplicabilidad
de su teoría a “sistemas de signos o a sistemas de figuras con fines
sígnicos” basado en que una lengua natural “puede describirse con base
en una teoría que es específica en mínimo grado y que debe implicar
consecuencias de mayor alcance”.26
La propuesta semiótica de Hjelmslev, por muchas razones, se puede
decir que es una continuación y desarrollo de la saussureana. Saussure
aparece en toda la obra del danés. Por otro lado, el presupuesto de que
parte es el mismo que el de toda su glosemática: detrás de todo proceso

24. La lingüística del siglo XX, Madrid, Gredos, 1976, pp. 133.
25. Madrid, Gredos, 1975.
26. Pág. 147.

145
En pos del signo

hay un sistema. O en palabras suyas: “para cada proceso hay un sistema


correspondiente, por medio del cual puede aquél analizarse y describirse
con un número limitado de premisas”.27 La validez de este principio es
asumida a priori como general dado que la substancia no puede ser un
definente de una lengua

Además, cabe sustituir la sustancia del sonido-y-gesto que generalmente se


emplea por cualquier otra que resulte adecuada en circunstancias externas distin­
tas. Así la misma forma lingüística puede manifestarse también en la escritura,
como ocurre en la notación fonética o fonémica y en las llamadas ortografías
fonéticas, como la finlandesa. En este caso tenemos una “sustancia” gráfica
dirigida exclusivamente a la vista y que no es necesario convertir en “sustancia”
fonética para comprenderla. Y esta “sustancia” gráfica, precisamente desde el
punto de vista de sustancia, puede ser de tipos muy diversos. Puede haber
asimismo otras “sustancias”; pensemos simplemente en el código de señales de
la marina, que muy bien puede usarse para expresar una lengua “natural”, por
ejemplo el inglés, o en el lenguaje de signos de los sordomudos.28

Con una apertura así de su esquema, Hjelmslev puede analizar cual­


quier texto, no importa la “sustancia” de que esté hecho. El vocablo
“semiótica”, por tanto, a “cualquier estructura que sea análoga a una
lengua y satisfaga la definición dada”. La definición dada por Hjelmslev
de semiótica es: “una jerarquía, cualquiera de cuyos componentes admi­
te su análisis ulterior en clases definidas por relación mutua, de modo que
cualquiera de estas clases admite su análisis en derivados definidos por
mutación mutua”.29
Hjelmslev cree que analizar otras estructuras semióticas distintas de
las lenguas naturales no es tarea del lingüista sino del lógico. Pero el
lingüista, para poder cumplir su cometido, tiene que tener un horizonte
más amplio estudiando estructuras análogas. Y agrega:

Desde los tiempos de Saussure se sabe, desde el punto de vista lingüístico, que el
lenguaje no puede estudiarse aisladamente. Saussure estimaba necesario, como
base de la lingüística en su sentido más estricto, una disciplina que él bautizó con

27. Pág. 19.


28. Pág. 147.
29. Pág. 150.

146
La semiótica saussureana

el nombre de semiología (de sémeion ‘signo’). De ahí que, en los años que
precedieron a la segunda guerra mundial, tanto la lingüística concreta como
ciertos círculos de orientación lingüística interesados en el estudio de los funda­
mentos (especialmente en Checoslovaquia), se esforzaron por estudiar sistemas de
signos distintos de las lenguas -especialmente los trajes regionales, el arte y la
literatura- sobre una base semiológica más general.30

Hjelmslev se refiere específicamente a ciertos trabajos ligados a lo


que fue el formalismo ruso, primero, y el Círculo de Praga, después, de
que hablaremos más adelante. Cita, en concreto, a Bogatyrev, Mukarovsky
y Buyssens. Hjelmslev recuerda, precisamente, que Saussure en más de
una ocasión se refirió al aspecto lúdico del sistema lingüístico. Estas
comparaciones son muy pertinentes para el asunto que nos ocupa. Hélas
aquí:

1. Para la lingüística interna la cosa es muy distinta: la lingüística interna no


admite una disposición cualquiera; la lengua es un sistema que no conoce más que
su orden propio y peculiar. Una comparación con el ajedrez lo hará comprender
mejor. Aquí es relativamente fácil distinguir lo que es interno de lo que es externo:
el que haya pasado de Persia a Europa es de orden externo; interno, en cambio, es
todo cuanto concierne al sistema y sus reglas. Si reemplazo unas piezas de madera
por otras de marfil, el cambio es indiferente para el sistema; pero si disminuyo o
aumento el número de las piezas tal cambio afecta profundamente a la “gramáti­
ca” del juego. Es verdad que para hacer distinciones de esta clase hace falta cierta
atención. Así en cada caso se planteará la cuestión de la naturaleza del fenómeno,
y para resolverlo se observará esta regla: es interno todo cuanto hace variar el
sistema en un grado cualquiera.31

2. Pero entre todas las comparaciones que se podrían imaginar, la más demostra­
tiva es la que se hace entre el juego de la lengua y una partida de ajedrez. En
ambos juegos estamos en presencia de un sistema de valores y asistimos a sus
modificaciones. Una partida de ajedrez es como una realización artificial de lo
que la lengua nos presenta en forma natural.

Veámoslo de más cerca:

30. Pág. 151.


31. Lexías 90 y 91.

147
En pos del signo

En primer lugar un estado del juego corresponde enteramente a un estado de la


lengua. El valor respectivo de las piezas depende de su posición en el tablero, del
mismo modo que en la lengua cada término tiene un valor por su posición con
todos los otros términos.
En segundo lugar, el sistema nunca es más que momentáneo: varía de posición
a posición. Es que los valores dependen también, y sobre todo, de una convención
inmutable, la regla del juego, que existe antes de iniciarse la partida y persiste tras
cada jugada. Esta regla admitida una vez para siempre existe también en la
lengua: son los principios constantes de la semiología.
Por último, para pasar de un equilibrio a otro, o -según nuestra terminología-
de una sincronía a otra, basta el movimiento y cambio de un solo trebejo: no hay
mudanza general. Y aquí tenemos el paralelo del hecho diacrónico con todas sus
particularidades...32

Hjelmslev se sirve de estas reflexiones saussureanas para erigir la


lingüística en su sentido más amplio como semiología:

Ciertamente, en el Cours de Saussure se considera que esta disciplina general se


erige sobre la base de factores esencialmente sociológicos y psicológicos. Al
mismo tiempo, Saussure esboza algo que sólo puede comprenderse como ciencia
de la pura forma, una concepción de la lengua como estructura de transformación
abstracta, que él deduce de estructuras análogas. Así, ve que un rasgo esencial -tal
vez esencialísim o- de la estructura semiológica reaparece en las estructuras
llamadas juegos; por ejemplo en el ajedrez, al que presta gran atención.33

El estudio de las relaciones mutuas entre la lengua y otros sistemas,'


explorada por Saussure con respecto al ajedrez, es propuesto por Hjelmslev
como mecanismo metodológico permanente para estudiar la lengua.
Según Hjelmslev, en efecto, un juego como el ajedrez es un sistema de
transform ación “esencialm ente de la m ism a estructura que una
semiótica”.34 No sólo, pues, la lengua, sirve de paradigma a los otros
sistemas de signos sino que éstos, a su vez, sirven para explorar otras
propiedades de la lengua. La semiótica, pues, serviría para recorrer ese
camino en las dos direcciones y conformar una enciclopedia del signo:

32. Lexías 186 y 187.


33. Pág. 152.
34. Pág. 157

148
La semiótica saussureana

En un sentido nuevo, pues, parece fructífero y necesario establecer un punto de


vista común a un gran número de disciplinas, desde la literatura, el arte, la música
y la historia en general hasta la lógica y las matemáticas, de modo que desde él se
concentren esas ciencias en un planteamiento de los problemas definido
lingüísticamente. Cada una de ellas podrá contribuir en su medida a la ciencia
general de la semiótica investigando hasta qué punto y de qué manera pueden
someterse sus objetos a un análisis que esté de acuerdo con las exigencias de la
teoría lingüística. De este modo quizá se arroje nueva luz sobre esas disciplinas y
se provoque un autoexamen crítico de las mismas. Y así, a través de una
colaboración recíprocamente fructífera sería posible elaborar una enciclopedia
general de las estructuras sígnicas.35

Metodológicamente hablando, sin embargo, Hjelmslev propone que


se asuma la lengua como modelo de sistema de signos y que a partir de lo
que allí pasa se estudien los demás: “una lengua, dice, es una semiótica a
la que pueden traducirse todas las demás semióticas -tanto las demás
lenguas como las demás semióticas concebibles-”.36
Hjelmslev clasifica las estructuras semióticas en tres tipos: las
semióticas denotativas, las semióticas connotativas y las metasemióticas.
Una semiótica denotativa es aquella en que ninguno de los dos planos de
que consta es una semiótica. Por ejemplo:

Expresión Contenido

En cambio, una semiótica connotativa es una semiótica cuyo plano de


la expresión es, a su vez, una semiótica. Así:

i---------------------------
Expresión

Expresión
Contenido
Contenido

35. Pág. 153.


36. Ibid.

149
En pos del signo

En primer lugar un estado del juego corresponde enteramente a un estado de la


lengua. El valor respectivo de las piezas depende de su posición en el tablero, del
mismo modo que en la lengua cada término tiene un valor por su posición con
todos los otros términos.
En segundo lugar, el sistema nunca es más que momentáneo: varía de posición
a posición. Es que los valores dependen también, y sobre todo, de una convención
inmutable, la regla del juego, que existe antes de iniciarse la partida y persiste tras
cada jugada. Esta regla admitida una vez para siempre existe también en la
lengua: son los principios constantes de la semiología.
Por último, para pasar de un equilibrio a otro, o -según nuestra terminología-
de una sincronía a otra, basta el movimiento y cambio de un solo trebejo: no hay
mudanza general. Y aquí tenemos el paralelo del hecho diacrónico con todas sus
particularidades...32

Hjelmslev se sirve de estas reflexiones saussureanas para erigir la


lingüística en su sentido más amplio como semiología:

Ciertamente, en el Cours de Saussure se considera que esta disciplina general se


erige sobre la base de factores esencialmente sociológicos y psicológicos. Al
mismo tiempo, Saussure esboza algo que sólo puede comprenderse como ciencia
de la pura forma, una concepción de la lengua como estructura de transformación
abstracta, que él deduce de estructuras análogas. Así, ve que un rasgo esencial -tal
vez esencialísim o- de la estructura semiológica reaparece en las estructuras
llamadas juegos; por ejemplo en el ajedrez, al que presta gran atención.33

El estudio de las relaciones mutuas entre la lengua y otros sistemas,'


explorada por Saussure con respecto al ajedrez, es propuesto por Hjelmslev
como mecanismo metodológico permanente para estudiar la lengua.
Según Hjelmslev, en efecto, un juego como el ajedrez es un sistema de
transform ación “esencialm ente de la m ism a estructura que una
semiótica”.34 No sólo, pues, la lengua, sirve de paradigma a los otros
sistemas de signos sino que éstos, a su vez, sirven para explorar otras
propiedades de la lengua. La semiótica, pues, serviría para recorrer ese
camino en las dos direcciones y conformar una enciclopedia del signo:

32. Lexías 186 y 187.


33. Pág. 152.
34. Pág. 157

148
La semiótica saussureana

En un sentido nuevo, pues, parece fructífero y necesario establecer un punto de


vista común a un gran número de disciplinas, desde la literatura, el arte, la música
y la historia en general hasta la lógica y las matemáticas, de modo que desde él se
concentren esas ciencias en un planteamiento de los problemas definido
lingüísticamente. Cada una de ellas podrá contribuir en su medida a la ciencia
general de la semiótica investigando hasta qué punto y de qué manera pueden
someterse sus objetos a un análisis que esté de acuerdo con las exigencias de la
teoría lingüística. De este modo quizá se arroje nueva luz sobre esas disciplinas y
se provoque un autoexamen crítico de las mismas. Y así, a través de una
colaboración recíprocamente fructífera sería posible elaborar una enciclopedia
general de las estructuras sígnicas.35

Metodológicamente hablando, sin embargo, Hjelmslev propone que


se asuma la lengua como modelo de sistema de signos y que a partir de lo
que allí pasa se estudien los demás: “una lengua, dice, es una semiótica a
la que pueden traducirse todas las demás semióticas -tanto las demás
lenguas como las demás semióticas concebibles-”.36
Hjelmslev clasifica las estructuras semióticas en tres tipos: las
semióticas denotativas, las semióticas connotativas y las metasemióticas.
Una semiótica denotativa es aquella en que ninguno de los dos planos de
que consta es una semiótica. Por ejemplo:

Expresión Contenido

En cambio, una semiótica connotativa es una semiótica cuyo plano de


la expresión es, a su vez, una semiótica. Así:

i
Expresión

Expresión
Contenido
Contenido

35. Pág. 153.


36. Ibid.

149
En pos del signo

Finalmente, una metasemiótica es una semiótica en que el plano del


contenido es, a su vez, una semiótica. De esta manera:

Contenido .

Expresión
Expresión
Contenido

150
VIII
LA SEMIÓTICA RUSA

El f o r m a l is m o ruso

Es la otra línea de la tradición de que se alimenta no sólo la semiótica


francesa sino la semiótica a secas. Sólo voy por ahora a trazar las
principales líneas de reflexión de esta importante escuela que está a la
base del interés del siglo XX por los textos cualquiera que sea su índole.
Ya hemos visto, por un lado, los múltiples contactos entre miembros
ilustres de esta escuela y Ferdinand de Saussure. Por otro, las reflexiones
que en tomo al folclor y la literatura tienen lugar en el seno del formalis­
mo ruso, desembocarán de manera directa en la reflexión y ejercicio de la
semiótica ya directamente, ya a través del Círculo Lingüístico de Praga.
En el seno del formalismo ruso, en efecto, tiene lugar una importante
discusión que lleva a sus miembros a descubrimientos deslumbrantes,
andando el tiempo, como los del fonema y, por tanto, la relación entre
forma y función que será, finalmente, la clave de muchos de los momen­
tos estelares de esta concepción semiótica. El hecho de que el Círculo
Lingüístico de Praga, heredero de la reflexión formalista, haya distingui­
do, por ejemplo, en el seno de una lengua histórica una serie de lenguas
de diferentes funciones, fue acostumbrando a estos pensadores no sólo a
distinguir las diferentes configuraciones que por razones de función se
dan en el interior de una misma lengua y con más razón en el seno de una
cultura, sino a aislarlas y estudiarlas en un verdadero alarde metodológico
de análisis semiótico. En línea directa, las a veces áridas reflexiones y
discusiones que tienen en el seno del grupo formalista, primero,
y praguense, después, desembocarán de buenas a primeras en brillantes y
fructíferos descubrimientos como los que hace Propp que, al fin de

151
En pos del signo

cuentas, están a la base del concepto de actante. El intentar aquí bosque­


jar algunos momentos de estas reflexiones tiene el propósito de nutrir la
reflexión semiótica con algunos de los elementos originales.
Se suele entender por formalismo ruso a una rica tradición de estu­
dios elaborados sobre textos, especialmente los literarios; el formalismo
floreció en Rusia a principios de siglo en tomo tanto al llamado Círculo
Lingüístico de Moscú cuanto al grupo de Leningrado. El primero conta­
ba entre sus miembros más importantes a Roman Jakobson, a Ptr Bogatirev
y a G. O. Vinocur; el segundo, que se conoció desde 1916 con el nombre
Opojaz: siglas de Obscestvo izucenija poeticeskogo jasyka que significa
“Sociedad para el estudio de la lengua poética”.
Poco importan, en realidad, las discusiones de si tal o cual trabajo se
encuentra o no en los orígenes del movimiento. Un recuento de las
peripecias se puede encontrar en el ya clásico libro de Victor Erlich1que
describe así los orígenes del formalismo:

Los comienzos del formalismo ruso lo fueron todo menos espectaculares. Los dos
centros del movimiento -e l Opojaz peterburgués y el Círculo Lingüístico de
M oscú- al principio no eran más que pequeños grupos de discusión, en los que los
jóvenes filólogos intercambiaban sus ideas acerca de los problemas fundamentales
de la teoría literaria en una atmósfera libre de restricciones impuestas por los
cursos académicos oficiales.12

¿Q ué s e p r o p o n ía n ?

En una serie de conversaciones con Krystina Pomorska,3Roman Jakobson


recuerda así los orígenes del formalismo: “Con la perspectiva de buscar
nuevos caminos y nuevas posibilidades en lingüística, en poética y sobre
todo en métrica para aplicarlas en primer lugar al folklore, se fundó en
marzo de 1915 el Círculo Lingüístico de Moscú y con esas orientaciones
se estableció su programa”.4

1. Elformalismo ruso, Barcelona, Seix Barral, 1974.


2. Op. cit., p. 89.
3. Lingüistica, poética » tiempo. Conversaciones con Krystina Pomorska , Barcelona, Editorial crítica,
1980.
4. Op. cit., 28:19.

152
La semiótica rusa

Las publicaciones de algunos de sus miembros y la veintena de


artículos leídos entre 1918 y 1919 muestran bien los diversos intereses
por los que transitan los cultivadores del método formal: “Los epítetos
poéticos” y “El ritmo del verso de Osip Brik” de Osip Brik; “El
pentámetro yámbico de Pushkin” presentado por Tomashevskij; “El
problema de los préstamos e influencias literarias” de S. Bobrov; “La
lengua poética de Xlenikov” de Roman Jakobson.
El otro grupo, el de San Petersburgo, estaba interesado directamente
en resolver los problemas de la literatura con la ayuda de la lingüística
moderna.
Erlich llam a al período que va de 1916 a 1920 “los años de
enfrentamiento y polémica”. Es, sin embargo, el período de formulación
de los postulados formalistas. Luego vendrá el enfrentamiento del forma­
lismo con el marxismo y las crisis formalistas que ello provocó: 1921-
1925; en este lapso, sin embargo, las teorías formalistas sufrirían una
criba obligada por los planteamientos marxistas. El resultado es positivo
para el formalismo: madura. Entre 1926 y 1930, sin embargo, tiene lugar
lo que Erlich llama “crisis y desbandada”.

La e p i s t e m o l o g í a l it e r a r ia d e l o s f o r m a l is t a s r u s o s

Uno de los principales propósitos del formalismo ruso es el estudio


científico de la literatura. Desde luego este propósito se basa en la
convicción de que dicho estudio es posible. Más aún el estudio científico
de la literatura es una de las premisas del formalismo. Por ejemplo,
Sklovski en “El arte como procedimiento”5 habla de la oposición de las
leyes de la lengua poética a las leyes de la lengua cotidiana; por esta
razón, dice, “debemos tratar las leyes de gasto y economía en la lengua
poética dentro de su marco propio y no por analogía con la lengua
prosaica” .6
Este sueño de los investigadores literarios del formalismo ruso se
fincaba, en efecto, en un modelo epistemológico monista: una ciencia de

5. Véase Formalismo y vanguardia, Madrid, Alberto Corazón, 1973, pp. 85-113.


6. Op. cit., p. 94.

153
En pos del signo

la literatura hecha a imagen y semejanza de la física. Eran neopositivistas.


Mientras tanto Jakobson planteaba el problema de la demarcación en
literatura con la creación del concepto de literariedad reclamando, desde
1921, la necesidad de una ciencia de la literatura y Tinianov, en 1927,
sentaba la precisión como postulado de la ciencia literaria.
Pero fue Eichenbaum, en 1926, en su célebre artículo “La teoría del
‘método form al'”,7 quien más claramente se pronunció por un método
científico de investigación literaria asumiendo un método hipotético-
deductivo muy cercano al de Karl Popper -L a lógica de la investigación
científica-

La teoría es solamente una hipótesis de trabajo en nuestras investigaciones. Con


su ayuda tratamos de señalar y comprender los hechos y descubrir su carácter
sistemático, gracias al cual llegan a convertirse en materia de estudio [...]
Preferimos establecer principios concretos y atenemos a ellos en la medida en que
puedan ser aplicados a una materia determinada. Pero si esa materia exige una
complejización o una modificación de nuestros principios, no dudamos en
efectuarlas. En este sentido somos suficientemente libres frente a nuestras teorías
y, en nuestra opinión, toda ciencia debería serlo, en la medida en que existe una
diferencia entre teoría y convicción. La ciencia no es algo definitivamente cons­
truido: su existencia se basa en la superación de los errores, no en el estableci­
miento de verdades.8

En este afán por sistematizar fenómenos tendentes a la singularidad


están las raíces de la semiótica rusa, de la que nos ocuparemos después.
En efecto, lo que aquí se dijo de los sistemas literarios, se aplicará más
tarde a otros sistemas de significación. La reflexión, teorización y
metodologías que se habían aplicado a descodificar los sistemas literarios
se aplicaron sin dificultad a otros sistemas de significación.
Según los formalistas, pues, toda afirmación científica sobre literatura
es, en principio, revocable. No existen las verdades absolutas: la verdad
científica en literatura se va haciendo, penosamente, paso a paso. La
ciencia literaria, para los formalistas, por tanto, tiene como objeto la

7. Formalismo y vanguardia, Op. cit ., pp. 29 y ss.


8. Op. cit., p. 30.

154
La semiótica rusa

literariedad y no los textos literarios en conjunto o en forma individual.


La literariedad, a su vez, es el conjunto de mecanismos y principios
estructurales que hacen que un texto sea literario, una obra de arte. La
ciencia de la literatura tiene como objeto esos mecanismos y principios
estructurales.
Además de este postulado, los formalistas aceptaron que “una nueva
forma produce un nuevo contenido y que el contenido está condicionado
por la forma”. Por tanto, formas diferentes tienen distintos contenidos a
excepción de los sinónimos y homónimos en donde las palabras se
emancipan de sus significados como diría Jakobson.

SUS PRINCIPALES PRO TAG O NISTAS

Víctor Sklovsky.9

Es quizás la figura más importante del “formalismo” . Fue, entre otras


cosas, el organizador del “Opoíaz”. Novelista y crítico literario, entre su
obra como crítico literario encontramos Resurrección de la palabra
(1914), La literatura y el cine (1923), Sobre la teoría de la prosa
(1925), Materiales y estilo en Guerra y Paz, de Tolstoi (1928), Notas
sobre la prosa de los clásicos rusos (1955), De la prosa literaria (1959).
La idea que sobre la lengua poética tiene Sklovski se puede resumir
diciendo que la lengua poética es arte en todos sus niveles en la medida
en que la construcción estética se logra escapar de los automatismos. En
un texto poético, tanto sus componentes fonéticos y léxicos, como sus
estructuras sintácticas y aun sus construcciones semánticas hechas de
palabras, tienen un carácter estético que se revela siempre por los mismos
signos: es creado siempre para liberar la percepción del automatismo; su
visión representa la finalidad del creador y está construida artificialmente,
de manera que la percepción se detenga sobre ella y llegue al máximo de

9. De la extensa producción de Sklovski, circulan en español con profusión Sobre la prosa literaria,
Barcelona, Planeta, 1971; la Teoría literaria de los formalistas rusos, antología preparada por T.
Todorov, Buenos Aires, Siglo XXI, 1970; La disimilitud de lo similar, Madrid, Alberto Corazón, 1973;
Tynianov, Eikhenbaum, Sklovski, Formalismo y vanguardia. Textos de los formalistas rusos, Madrid,
Alberto Corazón, 1973.

155
En pos del signo

su fuerza y su duración. El objeto es percibido no como una parte del


espacio, sino por así decirlo, de su continuidad.
Esta concepción de Sklovski está dentro de la misma línea, como se
ve, de las tesis praguenses del 29. El lenguaje poético es una de las tantas
tradiciones que crecen dentro de una misma lengua. La concepción de
Sklovski sobre la lengua poética, de hecho, se atiene a la concepción más
general y muy difundida entre los formalistas de que “el arte es el
pensamiento en imágenes” Y que hacían remontar a un principio de
Potebnia: “no hay arte y, en particular, no hay poesía, sin imagen”.101
Esta concepción de Sklovski encierra tanto su idea de poesía como su
idea de investigación sobre fenómenos estéticos, en general. La investi­
gación de la lengua poética tiene, para Sklovski, varios aspectos que
podríamos llamar: fonético-fonológico, léxico-semántico, estilístico y
semiótico. Por otra parte, en esta concepción se pone de manifiesto una
de las tesis del formalismo a la que será sensible Sklovski de una manera
muy especial: “Las funciones del idioma en la actividad del hombre son
diferentes”.11Por lo pronto, la primera función del idioma, según Sklovski,
es la de ser medio de unión entre los hombres, un medio de relación, de
comunicación; la segunda, es propuesta por Potebnia como una condi­
ción indispensable del pensamiento de cada individuo por separado, no
importa si está totalmente aislado, pues el concepto se forma únicamente
por medio de la palabra, y sin el concepto es imposible el verdadero
pensamiento. Como se sabe, esta idea es muy vomhumblotiana y se
contrapone, directamente, con las teorías gnoseológicas medievales. En­
tre las máximas de Potebnia citadas por Shklovski, en efecto, sobresale la
siguiente: “la poesía, al igual que la prosa, es ante todo y sobre todo una
cierta manera de pensar y de conocer”.12 Y él mismo:

La poesía es una manera particular de pensar, a saber, un pensamiento por


imágenes; esta manera aporta una cierta economía de fuerzas mentales, una

10. Cfr. Víctor Sklovski, “El arte como artificio”, en T. Todorov, Teoría de la literatura de los formalistas
rusos, Op. cit., p. 55. Este artículo ha sido muy difundido entre nosotros. Se le puede encontrar también
en Formalismo y vanguardia, Op. cit., pp. 85 y ss.
11. Sobre la prosa literaria, Op. cit., p. 13.
12. “El arte como procedimiento”, en Formalismo y vanguardia, Op. cit., p. 87.

156
La semiótica rusa

“sensación de ligereza relativa”, y el sentimiento estético no es más que un


reflejo de esta economía [...] Potebnia y sus numerosos discípulos ven en la poesía
una manera particular de pensamiento, el pensamiento con ayuda de imágenes;
para ellos, las imágenes no poseen otra función que la de permitir agrupar objetos
y acciones heterogéneas y la de explicar lo desconocido por lo conocido.13

Las palabras de Potebnia, que Sklovski cita a continuación, muestran


bien los límites que los mismos formalistas han diseñado para que la tesis
de que “el arte es el pensamiento en imágenes” y que “no existe arte sin
imágenes” no los conduzca a situaciones extremistas. De hecho, como se
sabe, el formalismo se distanció de las tesis de Potebnia cuya postura era:
“la relación de la imagen con lo que explica puede ser definida como
sigue: a) la imagen es un predicado constante para temas variables, un
medio constante de atracción para percepciones cambiantes; b) la imagen
es mucho más simple y mucho más clara que lo que explica”.14
Como muy bien lo ha señalado Víctor Erlich,15 una de las etapas por
las que los formalistas atraviesan en su búsqueda de la literariedad es,
precisamente, la de suponer que lo específico de los textos literarios era
el lenguaje en imágenes. Estos textos aún reflejan la polémica. Sklovski
se queja de las “mostruosas deformaciones” a que ha dado lugar esta
tesis: “se ha intentado comprender la música, la arquitectura, la poesía
lírica como un pensamiento por imágenes”.16 Y, en efecto, en su ya
tantas veces citado artículo “El arte como procedimiento”, dedicará no
pocas páginas a combatir esa teoría del arte y, desde luego, de lo literario:

Así, pues, muchas personas siguen pensando que el pensamiento en imágenes,


“los caminos y las sombras”, “los sillones y los andadores” representan el rasgo
principal de la poesía. Por ello, esas personas deberían aguardar a que la historia
de ese arte por imágenes, según sus palabras, consistiera en una historia del
cambio por imagen. Pero ocurre que las imágenes son casi inmóviles; se transmi­
ten de siglo en siglo, de país en país, de poeta en poeta, sin cambiar apenas. Las
imágenes no son nadie: son de Dios. Cuanto más se hace luz sobre una época

13. Formalismo..., Op. cit., p. 87.


14. En Sklovski, Formalismo..., Op. cit. p. 88.
15. Op. cit.
16. Formalismo..., Op. cit., p. 88.

157
En pos del signo

determinada, más se advierte que las imágenes, consideradas como creación de un


poeta concreto, están tomadas por él a otros poetas, casi sin cambios. Todo el
trabajo de las escuelas poéticas no es, pues, más que acumulación y revelación de
nuevos procedimientos para disponer y elaborar el material verbal, y consiste más
en la disposición de la imagen que en su creación. Las imágenes son algo dado, y
en el terreno de la poesía es mucho más frecuente recordar imágenes que
utilizarlas para pensar.17

Para Sklovski, el lenguaje es, en efecto, un singular aparato de


pensamiento, que permite al hombre no regresar siempre directamente a
los objetos. Es nuestra manera de operar con conceptos tomados de la
realidad, sí, pero también de limitar y sustituir la percepción. El arte, por
su parte está basado en la experiencia social de la humanidad. Cada
creador, según este crítico literario, se sirve de la experiencia colectiva
tanto en el empleo de los elementos como en el empleo del sistema dentro
del cual estos elementos se relacionan.
Sklovski concibe la creación estética como una huida de lo automáti­
co del hablar: un texto estéticamente hecho tiende a evitar las estructuras
endurecidas por el habla cotidiana. Es, por tanto, una creación artificial
que tiene como objeto el texto en sí mismo. Aquí, como se ve, aparece ya
lo que esbozará Jakobson muchos años más tarde: la función poética
tiene como objeto el texto en sí mismo.
Junto con Jakobson, Trubetzkoy y Eikhenbaum, Sklovski fue uno de
los descubridores del fonema y, al fin de cuentas, de la función de los
sonidos en la poesía que como configuraciones propias hacen que un
poema sea sistema semiótico. En un artículo suyo titulado “Sobre la
poesía y la lengua transracional”, en efecto, Sklovski mostró que “fre­
cuentemente, las personas utilizaban palabras sin referirse a su sentido”.
Era el célebre problema de las construcciones transracionales. En la
teoría de la lengua transracional, en efecto, está el paso de la teoría
literaria a la semiótica. Conocía ya, en efecto, la célebre posición de
Potebnia -ta n discutida por los formalistas como desarrollada en los
trabajos de A. B ieli- de que la poesía es un pensamiento en imágenes: en

17. Op. cit., p. 89.

158
L a semiótica rusa

resumidas cuentas, Bieli18 había descubierto la función icástica o, como


dice Eikhenbaum, “la pintura por medio de sonidos” : dos versos de
Pushkin le habían parecido la imagen fónica del champán al pasar de la
botella a la copa, y la repetición del grupo fónico r, d, t en Blok le había
parecido representar “la tragedia de la desilución”.19
Había, pues, una lengua transracional. Sklovski estaba convencido de
que en ella se escondían muchos hechos de la lengua poética. Decía:

Si, para hablar de una significación de la palabra, exigiésemos que sirviera


necesariamente para designar nociones, las construcciones transracionales queda­
rían fuera del lenguaje. Pero no serían las únicas; los hechos mencionados nos
incitan a reflexionar en la siguiente cuestión ¿tienen siempre las palabras un
sentido en la lengua poética (y no solamente en la lengua transracional), o por el
contrario hay que ver en semejante opinión una manifestación más de nuestra
falta de atención?20

Sklovski está presente en los momentos y en los descubrimientos más


significativos del formalismo. Se podría decir que los formalistas avanzan
y maduran al calor de la polémica. La concepción de Potebnia sobre la
poesía como pensamiento en imágenes es un ejemplo de ello. Otro
ejemplo, lo constituye, sin duda, la discusión con Vesselovski y sus
discípulos sobre la evolución literaria. Vesselovski, en efecto, sostenía el
principio de que “la nueva forma aparece para expresar un nuevo
contenido”. Sklovski, en cambio, dice

La obra de arte es percibida en relación con las demás obras artísticas y con la
ayuda de las asociaciones que se establecen con ellas... No es sólo el pastiche: toda
obra de arte se crea por paralelismo y por oposición con un modelo determinado.
La nueva forma no aparece para expresar un nuevo contenido, sino para reempla­
zar a la forma antigua que ha perdido ya su carácter estético.21

18. Véase en Formalismo y vanguardia, Op. cit., en el artículo de Eikhenbaum la nota 4 de la p. 41).
19. Recuérdese aquí la posición asumida por Platón en Cratilo y repetida, a principios de siglo, por Benjamín
Lee Whorf.
20. En Eikhenbaum, Formalismo y vanguardia, p. 40.
21. Eikhenbaum, Formalismo..., Op. cit., p. 52.

159
En pos del signo

La poética formalista, pues, asume todos los rasgos que asumirá, en


la década siguiente, la fonología. Esta poética, por lo demás, preparaba la
reflexión que más tarde llevarán a cabo tanto Mukarovski como Propp en
terrenos más decididamente semióticos.

B. M. Eikhenbaum (1886-1959)

Profesor de historia de la literatura rusa en la Universidad de Leningrado


de 1918 a 1949 y luego profesor en los institutos de Historia del Arte y de
Literatura Rusa, sus principales trabajos del período formalista son “La
melodía del verso lírico ruso” (1922) y “Literatura” . Empero sus
publicaciones alcanzan hasta 1960, el año siguiente de su muerte.
De Eikhenbaum son importantes, entre otras cosas, sus opiniones
sobre la teoría formalista de la prosa. Por ejemplo, en el texto que
Todorov titula “Sobre teoría de la prosa”.22 Él pensaba, en efecto, en
una teoría de las formas y de los géneros poéticos, fundada sobre el
ritmo. Parte de una distinción que Otto Ludwig hace sobre dos formas de
relato: el relato propiamente dicho y el relato escénico. En el primer caso,
dice, el narrador imaginario se dirige al público: la narración está integra­
da como elemento, a veces principal, del relato; de cualquier modo, en
este primer caso, la narración es uno de los elementos que determinan la
forma de la obra. En el caso del relato escénico, en cambio, es el diálogo
de los personajes lo que está en primer plano, mientras que la parte
narrativa se convierte en un comentario que envuelve y explica el diálogo.
Rechaza al relato compuesto como punto de partida para el análisis
de todos los tipos de prosa literaria; pues, dice, “no está suficientemente
ligado a la palabra”. En cambio le parece punto de partida ideal “la
forma del relato”. La poesía le parece destinada a ser hablada mientras
que la prosa ha estado más ligada a la tradición escrita y tanto dentro
como fuera de esta tradición ha creado formas impensables. Hay unos
géneros más cercanos a la tradición oral y otros más cercanos a la
tradición escrita.

22. Cfr. T. Todorov, Teoría de la literatura de los formalistas rusos, Op. cit., pp. 147 y ss.

160
La semiótica rusa

El método formal según Eikhenbaum

Eikhenbaum es, con Jakobson, uno de los que más tiempo tendrían para
reflexionar sobre lo que ellos llamaron el “método formal”. El método
formal, dice al respecto, no resulta de la constitución de un sistema
metodológico particular sino de los esfuerzos para la creación de una
ciencia autónoma y concreta. El asunto principal para los formalistas,
dice, no era pues cuestión de método sino de la literatura como objeto de
estudio. Eikhenbaum traza con detalle el desarrollo histórico de la postu­
ra metodológica de los formalistas en su célebre artículo “La teoría del
método formal” de donde tomamos, a guisa de ejemplo, este fragmento:

En el momento de la aparición de los formalistas, la ciencia académica -dice


Eikhenbaum- que ignoraba por completo los problemas teóricos y que utilizaba
cómodamente los viejos axiomas tomados a la estética, a la psicología y a la
historia, había perdido hasta tal punto la noción de su objeto de estudio, que su
existencia misma había llegado a ser una quimera... Liberar la palabra poética de
las tendencias filosóficas y religiosas, cada vez más preponderantes entre los
simbolistas, fue la consigna que unificó al primer grupo de formalistas... Lo más
importante de nuestra lucha era oponer a los principios estéticos subjetivos... la
exigencia de una actitud científica y objetiva respecto a los hechos.23

Esta ciencia autónoma y concreta de lo literario definiría su objeto


según los cánones neopositivistas24 en palabras de Roman Jakobson
recogidas por Eikhenbaum:

El objeto de la ciencia literaria no es la literatura sino la “literariedad”


(iliteraturnosf ), es decir, lo que hace de una obra dada una obra literaria. Sin
embargo, hasta el momento, los historiadores de la literatura se parecen bastante
a esos policías que cuando van a detener a alguien detienen a todo el que
encuentran en la habitación donde vive e incluso a las personas que pasean por la
calle próxima. Los historiadores de la literatura lo aprovechan todo: la vida
personal, la psicología, la política, la filosofía. Construían así, en lugar de una
ciencia literaria, un conglomerado de disciplinas rígidas, como si se pudiera

23. Tomamos la cita de Formalismo y vanguardia, Op. cit., p. 34.


24. Ibid., p. 35.

161
En pos del signo

olvidar que cada uno de esos objetos pertenecen respectivamente a una ciencia: la
historia de la filosofía, la historia de la cultura, la psicología, etc., y que estas
últimas pueden naturalmente servirse de los hechos literarios como de documen­
tos defectuosos, de segundo orden.25

Los formalistas, pues, se lanzaron a especificar lo literario. Para ello


se valieron de la contrastación:

confrontar la serie literaria con otra serie de hechos -dice Eikhenbaum-, seleccio­
nando de las series existentes aquella que correspondiéndose mejor con la serie
literaria, poseyera sin embargo una función diferente. La confrontación de la
lengua poética con la lengua cotidiana ilustraba este procedimiento metodológico.26

¿Cuál fue el resultado de esa confrontación? Aquí cabe mencionar


que los formalistas trabajaron con el presupuesto de que el asunto de la
literariedad no era un asunto ajeno a la lingüística como lo demostraría
m uchos años más tarde Roman Jakobson en su célebre artículo
“Lingüística y poética” : “los lingüistas -dice Eikhenbaum - se han
interesado en el método formal, en la medida en que los hechos de la
lengua poética pueden, en tanto hechos de la lengua, ser considerados
como pertenecientes a los dominios puramente lingüísticos” .27
Buscando, pues, la literariedad, los formalistas descubren que dentro
de una misma lengua hay muchas “lenguas” con una finalidad propia
cada una: la lengua poética, la lengua cotidiana, la lengua científica. En
realidad, dicen, no se trata de muchas “lenguas” sino de la misma lengua
con diferentes funciones. Se descubre, así, lo que quizás sea la mayor y
más fecunda aportación del formalismo ruso: la lengua tiene característi­
cas diferentes según sean sus funciones. En realidad, no se trataba
exactamente de la lengua sino de los textos: los textos realizan la lengua
de manera diferente según sea su finalidad. Eikhenbaum recoge y hace
suyos los resultados que Yakubisnki obtuvo de la contrastación entre la
lengua poética y la lengua cotidiana en busca de la literariedad:

25. Ibid., p. 37.


26. Ibid.
27. Ibid.

162
L a semiótica rusa

Los fenómenos lingüísticos deben ser clasificados desde el punto de vista de la


finalidad elegida en cada caso particular por el sujeto que habla. Si los utiliza con
una finalidad puramente práctica de comunicación, estamos dentro del sistema
cotidiano de la lengua (del pensamiento verbal), en el cual, los componentes
lingüísticos (sonidos, elementos morfológicos, etc.) carecen de valor autónomo y
sólo son un medio de comunicación. Pero es posible imaginar (y realmente
existen) otros sistemas lingüísticos, en los cuales el objeto práctico pasa a segundo
plano (aunque no llegue a desaparecer completamente) y los componentes
lingüísticos obtienen entonces un valor autónomo.28

Otro de los descubrimientos de los formalistas sería el de las funcio­


nes significativas de los sonidos. Era preciso, dice Eikhenbaum,
“reconsiderar el problema de los sonidos, con objeto de oponer un
sistema de observaciones científicas derivadas de tal sistema”. En con­
creto, la posición formalista sería la misma que, años más tarde, conduci­
ría a Trubetzkoy a descubrir el fonema.

El trabajo de los formalistas -dice Eikhenbaum- comenzó con el estudio del


problema de los sonidos del verso, que en aquella época era el más acuciante y el
más importante. Indudablemente, tras este problema particular de la poética se
elaboraban tesis más generales que iban a conocerse más adelante. La distinción
entre los sistemas de la lengua poética y la lengua prosaica, que había determina­
do desde el comienzo el trabajo de los formalistas, iba a ejercer una notable
influencia sobre la discusión de muchos problemas fundamentales. La concepción
de la poesía como un pensamiento por imágenes y la fórmula que derivaba de ella,
poesía = imagen, no correspondía evidentemente a los hechos observados, y
estaba en contradicción con los principios generales esbozados.29

Los hechos, en cambio, indicaban que la diferencia específica del arte


no se expresaba en los elementos que constituyen la obra, sino en la
utilización particular que se hace de ellos.Eikhenbaum reseña los pasos
dados por el formalismo a lo largo de su camino de maduración:30

1. Partiendo de la oposición inicial y sumaria entre lengua poética y lengua


cotidiana, hemos llegado a la diferenciación, según diferentes funciones, de la

28. Ibid, pp. 38-39.


29. Ibid. p .4 3 .
30. Ibid., pp. 81-83.

163
En pos del signo

noción de lengua cotidiana (L. Yakubinski) y a la delimitación de los métodos de


la lengua poética y de la lengua emocional (R. Jakobson). Relacionándolo con esta
evolución, nos hemos interesado en el estudio del discurso oratorio que nos parece
lo más cercano a la literatura en la lengua cotidiana, pero que, sin embargo, posee
funciones diferentes, y hemos comenzado a hablar de la necesidad de una retórica
que renacería junto a la poética [...].

2. Partiendo de la noción general de forma en su nueva acepción, hemos llegado a


la noción de procedimiento y de ella a la noción de función.

3. Partiendo del ritmo poético opuesto al metro y de la noción de ritmo como factor
constructivo del verso como una forma particular de discurso que posee sus
propias cualidades lingüísticas (sintácticas, léxicas y semánticas).

4. Partiendo de la noción de tema como construcción, llegamos a la noción de


material como motivación, y a concebir así el material como un elemento que
participa en la construcción, aunque siempre dependa de la dominante constructi­
va.

5. Partiendo del establecimiento de la identidad del procedimiento sobre materia­


les diferentes y de la diferenciación del procedimiento según sus funciones,
llegamos a la cuestión de la evolución de las formas, es decir, a los problemas del
estudio de la historia literaria. Nos encontramos, pues, ante una serie de proble­
mas nuevos.

Yuri Tinianov (1894-1943)

Antiguo profesor de historia de la literatura rusa en el Instituto de Arte de


Leningrado (1920-1931), sus principales libros de la época formalista
son Dostoievski y Gogol (1921), El problema de la lengua poética
(1924). Esta última obra es significativa de su labor como formalista. La
obra, en efecto, se divide en dos partes: “El ritmo como factor construc­
tivo del verso”, la primera, y “El sentido de la palabra poética”, la
segunda de ellas. Ya vimos hasta donde la discusión del ritmo en el verso
sirvió para determinar la singularidad del verso como discurso que posee
sus propias cualidades lingüísticas.
Quizás sea más importante, por tanto, en este bosquejo de las ideas
formalistas camino a la semiótica, recoger algo del pensamiento de

164
L a semiótica rusa

Tinianov en la segunda parte de la obra que, como decía, titula “el


sentido de la palabra poética”.31 Tinianov concibe así la palabra:

La palabra no tiene significado preciso. Es un camaleón que nos muestra matices,


y aun colores distintos [...]. Es, en rigor, una especie de receptáculo cuyo
contenido variará acorde con la estructura léxica en la que esté ubicado, y con las
funciones de cada uno de los elementos del discurso. Podemos considerar que la
palabra constituye un corte transversal de estas distintas estructuras lexicales y
funcionales.32

La palabra es, pues, una especie de comodín: su valor lo recibe del


contexto. O si se quiere usar la misma imagen de Tinianov, es como un
camaleón que se camufla coloreándose de lo que le rodea. Esto tendrá
importancia en la contrastación entre el lenguaje cotidiano y el lenguaje
poético, por ejemplo, que metodológicamente tanto sirvió a los formalis­
tas. Las palabras adoptan una serie de matices del entorno que las rodea.
Ahora bien, este entorno depende de la función que el texto tenga. Es, de
hecho, la función la que determina cómo se estructurarán los elementos
textuales y cómo se efecturá la selección -desde el paradigm a- de los
elementos de que se constituirá el texto: suponemos que a partir de la
tradición textual en la que se ubica el texto, hay una terminología que es
apropiada y otra que es inapropiada. La propiedad o impropiedad de las
palabras de un texto se determina por la tradición textual en la que se
ubica: un texto poético, por tanto, selecciona ciertas palabras del paradigma
lingüístico y rechaza otras. Aun cuando una palabra no encaje en una
tradición textual por sí misma, con su sola incorporación asumirá la
coloración de las palabras que la rodean.
Los formalistas gustarán de ilustrar esta doctrina con un cúmulo de
ejemplos que sacarán de la poesía rusa y que, por otro lado, ilustrarán
bien el tipo de crítica literaria que llevan a cabo. Veamos un ejemplo
tomado del mismo Tinianov. Tomemos, dice, la palabra “tierra” y
veamos estas frases:

31. Para trazar el pensamiento de Yuri Tinianov, empleamos, en general, su libro El problema de la lengua
poética , Buenos Aires, 1972. Aunque también recurrimos a los artículos “La noción de construcción” y
“Sobre la evolución literaria” que aparecen en T. Todorov, Op. cit., pp. 85-101.
32. El problema..., Op. cit., p. 55.

165
En pos del signo

1. Tierra y marte; tierra y cielo (tellus).


2. Esconder un objeto bajo tierra; la negra tierra {h u m u s).
3. Cayó a tierra (suelo).
4. La tierra nativa (patria).

Aquí tenemos, dice Tinianov, significados distintos de una misma


palabra en diversos usos.33 En este ejemplo tendríamos, según Tinianov,
un significado fundamental, la misma matización léxica de la palabra, y
una serie de matizaciones fluctuantes secundarias que tienden a anular el
significado fundamental. Tinianov lo dice así:

Vimos al examinar el problema de los indicios fluctuantes que se manifiestan en


la palabra, que alcanza particular importancia el matiz léxico de la misma. La
anulación del significado, es decir la desaparición del indicio fundamental del
significado, hace resaltar con fuerza el matiz genérico que una palabra obtiene por
su pertenencia a uno u otro contexto discursivo.34

Así, pues, las palabras tienen un significado fundamental y tienen una


serie de coloraciones semánticas que adquieren según el contexto textual
en que se enclavan. De aquí se desprende no sólo una teoría para
comprender los textos sino una metodología para discernir los contextos
vitales -e l Sitz im Leben- en los que una palabra adquiere una connota­
ción u otra. La connotación o contenido secundario de una palabra se
adquiere mediante el contacto de dicha palabra con los diversos tipos de
contextos que la circundan.
Una palabra, por ejemplo, tomada del habla cotidiana al incorporarse
a un contexto literario, se literariza. Así se explica, además, la
multifuncionalidad de las palabras, por una parte, y el empleo de la
metodología fonológica para el análisis de un texto. Un texto, en efecto,
es susceptible de ser analizado en sus componentes en la medida en que
estos componentes constituyen un sistema de oposiciones en que cada
elemento adquiere sus valores de las oposiciones que contrae con los
otros valores del sistema. En palabras de Tinianov:

33. Yuri Tinianov, El problema de la lengua poética, Op. cit., pp. 56 y ss.
34. Ibid., p. 63.

166
La semiótica rusa

Cada palabra aporta la connotación que le confiere su ámbito discursivo más


común y habitual. La diferencia entre un contexto discursivo y otro se enlaza con
la diferencia de condiciones y funciones de la actividad de la lengua. Cada
actividad y situación tiene condiciones propias y fines particulares; dependiendo
de éstos cada palabra asume mayor o menor significatividad dentro del contexto y
se incorpora a él.
Cuando la palabra obtiene su connotación, según el carácter de una actividad o
un contexto que la modifican y forman, el matiz léxico se percibe con más
intensidad fuera del campo de la actividad y situación a las que caracteriza. O,
más exactamente: cada palabra tiene su característica léxica propia, originada en
la época, la nacionalidad, el ambiente, pero sólo fuera de esa época y nacionalidad
se le reconoce una caracterización léxica propia [...] Sin embargo, cada contexto
discursivo tiene una fuerza asimilativa que impone a la palabra determinadas
funciones y no otras, connotándolas según el tono de la actividad [,..].35

Todas estas reflexiones apuntaban hacia la semiótica. Por un lado y


en primer lugar, hacia una semiótica literaria: las configuraciones textua­
les conforman sistemas de significación, especies de mecanismos de
significación. De allí el salto a la semiótica general fue obvio gracias,
sobre todo, a los contactos que establece Claude Lévi-Strauss con el
Círculo de Praga y, más específicamente, con Vladimir Propp: la cultura
funciona como un conjunto de textos cuya lectura es análoga a la de los
textos verbalizados.

Vladimir Propp

El formalismo ruso, lo hemos repetido, inspiró una serie de investigacio­


nes literarias, buscó métodos y, desde luego, exploró caminos hacia una
ciencia de lo literario -hasta entonces no explorados- con la convicción
de que lo que fuera válido para un sistema de signos lingüísticos debía
servir como punto de referencia obligado a la hora de explorar el funcio­
namiento de otros sistemas de signos. La perspectiva de investigación del
formalismo fue, sin duda, una perspectiva que hoy denominaríamos
semiótica.

35. Ibd., p. 63.

167
En pos del signo

Ya la tercera tesis del círculo lingüístico de Praga, sucesor del


formalisnáo, se refería específicamente a ello. En concreto, se proponía
abordar l'os “problemas de las investigaciones sobre las lenguas de
diversas funciones” dividiendo en tres partes su problemática: “sobre las
funciones de la lengua”, “sobre la lengua literaria” y “sobre la lengua
poética”. En ellas se refería, entre otras cosas, al lenguaje interno y al
lenguaje externo, al lenguaje intelectual en relación al lenguaje emocional
y, en especial, a los diversos modos de manifestación lingüística propo­
niendo, por ejemplo, “estudiar sistemáticamente los gestos que acompa­
ñan las manifestaciones orales”. Esto había desembocado no sólo en el
descubrimiento del fonema sino en el igualmente genial hallazgo de que
en los textos funcionan diferentes configuraciones de la más variada
naturaleza, especies de constantes de lenguaje, que son capaces de
adoptar formas o apariencias textuales diferentes según los casos.
Ya la tercera parte de esta tesis, la que se refiere a la lengua poética,
desemboca directamente en el ámbito de la semiótica reafirmando la
analogía entre el sistema semiótico de la poesía con los otros sistemas
semióticos del arte:

Las cuestiones relativas a la lengua poética desempeñan -d ic e - en la mayoría de


los casos, en los estudios de historia literaria, un papel subordinado. Ahora bien,
el índice organizador del arte, por el cual este se distingue de otras estructuras
semiológicas, es la dirección de la intención no hacia el significado, sino hacia el
signo en sí mismo.

Esta tesis central del formalismo pasó intacta a la semiótica francesa:


lo que importa en un sistema semiótico no son los contenidos sino el
signo, cómo está estructurado y qué tipo de significaciones es capaz de
producir.
Uno de los representantes más sólidos del formalismo que después
serviría de pie de apoyo para otras investigaciones y otras metodologías
semióticas lo es, sin duda, Vladimir Propp con Las raíces históricas del
cuento pero, sobre todo, con su importantísima investigación sobre
Morfología del Cuento que inspiró buena parte de los análisis de Lévi-
Strauss sobre el mito. En Raíces históricas Propp pone de manifiesto que
los cuentos populares rusos y soviéticos reflejan vestigios localizables

168
La semiótica rusa

históricamente de viejas concepciones mitológicas anteriores a ellos.36


Reflejan, en efecto, tomas de posición ante ideologías, cosmovisiones,
ritos, costumbres de tiempos muy antiguos. Muestra Propp cómo al
reducir a cuentos las viejas mitologías tiene lugar un auténtico proceso de
desmitologización o, lo que es lo mismo, de racionalización del mito.
Vladimir Propp, nacido en Rusia en 1895, fue profesor de etnología
en la Universidad de Leningrado. La primera edición de Morfología del
Cuento apareció en 1928. “Morfología, dice, significa el estudio de las
formas”. Con ello, Propp quiere decir el estudio de las partes constituti­
vas, el estudio de la relación de unas con otras y con el conjunto, el
estudio -e n resumidas cuentas- de la estructura. La forma como él lo
expresa es la siguiente: Morfología del cuento es “el estudio de las
formas y el establecimiento de las leyes que rigen la estructura”. Como
dice Erlich:

Su método fue el del ‘análisis morfológico', es decir, el de analizar la estructura


del cuento de hadas en sus partes constitutivas. El objetivo confesado del erudito
era “reducir la aparente multiplicidad de los argumentos de los cuentos de hadas
a un número limitado de tipos básicos”.
¿Cuál fue la base de esta tipología? Esta autoridad formalista en folklore era
escéptico acerca de las numerosas tentativas de clasificación basadas en la
naturaleza del medio descrito, o las características del protagonista. Estos crite­
rios, sostenía, son inoperantes, ya que introducen un número virtualmente ilimita­
do de variables.

La solución que Propp vio al problema de los análisis estructurales,


fue la de poner como unidad básica de ellos no el personaje sino su
función, el papel que desempeña en el argumento. Propp establece la
distinción -e n un cuento- entre dos niveles: lo que cambia y lo que no
cambia.

Comparemos entre sí -d ic e - los casos siguientes:


1. El rey da un águila a un valiente. El águila se lleva a éste a otro reino (171).
2. Su abuelo da un caballo a Sutchenco. El caballo se lleva a Sutchenco a otro
reino (132).

36. Más tarde, George Dumézil explorará brillantemente esta pista.

169
En pos del signo

3. Un mago da una barca a Iván. La barca se lleva a Iván a otro reino (138).
4. La reina da un anillo a Iván. Dos fuertes mozos surgidos del anillo llevan a Iván
a otro reino (156), etc.
En los casos citados -continúa Propp-, encontramos valores constantes y
valores variables. Lo que cambia, son los nombres (y al mismo tiempo los
atributos) de los personajes; lo que no cambia son sus acciones, o sus funciones. Se
puede sacar la conclusión de que el cuento atribuye a menudo las mismas acciones
a personajes diferentes. Esto es lo que nos permite estudiar los cuentos a partir de
las funciones de los personajes (MC:21-32).

Esta distribución de Propp tendrá una importancia capital no sólo en


los análisis de Lévi-Strauss, sino en la semiótica greimasiana: de aquí
proviene no sólo su distinción entre un nivel superficial y un nivel
profundo, sino su distinción entre actante y personaje o actor, de que
hablaremos luego.
El problema fundamental que se plantea en su Morfología del cuento
es investigar en qué medida las funciones representan realmente “valores
constantes, repetidos, del cuento”. Y, por tanto, ver cuántas funciones
puede incluir un cuento. La investigación de Propp da respuesta a ambas
preguntas. Por un lado, “los personajes de los cuentos, por diferentes
que sean, realizan a menudo las mismas acciones”. Se trata, en efecto de
constantes.

Anotemos -d ice Propp- que la repetición de funciones por ejecutantes diferentes


ha sido observada hace ya tiempo por los historiadores de las religiones en los
mitos y creencias, pero que no lo ha sido por los historiadores del cuento. Así
como los caracteres y las funciones de los dioses se desplazan de unos a otros y
pasan incluso, finalmente, a los santos cristianos, las funciones de ciertos perso­
najes de los cuentos pasan a otros personajes.

En efecto, para Propp, como su nombre lo indica, el nivel superficial,


llamado también nivel de manifestación o de los personajes, está consti­
tuido por lo que cambia en el texto. Y “lo que cambia -dice P ropp- son
los nombres (y al mismo tiempo los atributos) de los personajes” . En
cambio, el nivel profundo está constituido por las funciones, la constante
del texto. “Lo que no cambia -d ic e - son sus acciones, o sus funciones”.
Cada función, en efecto, puede ser desempeñada por varios personajes.

170
La semiótica rusa

Como se verá más adelante, estas ideas fueron retomadas más tarde por
la semiótica greimasiana como una de las inspiraciones más fecundas.37
En cuanto al número de funciones que Propp encuentra en los
cuentos maravillosos, cabe decir que son 31. La manera como determina
las funciones es mediante la pregunta “qué hacen los personajes”. Otras
preguntas como “quien hace algo y cómo lo hace son preguntas que sólo
se plantean accesoriamente”. La conclusión a la que llega es formulada
por él en estos términos:

Los cuentos maravillosos poseen treinta y una funciones. No todos los cuentos
maravillosos presentan las mismas funciones, pero la ausencia de algunas de ellas
no influyen en el orden de sucesión de las demás. Su conjunto constituye un
sistema, una composición. Sistema que se encuentra muy extendido y que es
sumamente estable [...]. El sistema no se limita a treinta y una funciones. Un
motivo, por ejemplo el de “Baba Yaga da un caballo a Iván”, comprende cuatro
elementos, uno de los cuales representa una función, mientras que los otros tres
tienen un carácter estático. El número total de elementos, de partes constitutivas
del cuento, es alrededor de ciento cincuenta. Se puede dar un nombre a cada uno
de estos elementos, de acuerdo con su papel en el desarrollo de la acción [...]. Si le
dieran nombres a los ciento cincuenta elementos del cuento maravilloso en el
orden exigido por el mismo cuento, se podrían inscribir en ese cuadro todos los
cuentos maravillosos; y por el contrario, cualquier cuento que se pudiera inscribir
en esa tabla sería un cuento maravilloso mientras que aquellos que no pudieran
inscribirse en ella serían otra clase de cuentos.38

Para ver cómo entiende él por estas funciones veamos algunos ejem­
plos. La primera de esas funciones es formulada así por Propp: “uno de
los miembros de la familia se aleja de la casa”. La definición de esta
primera función es: “alejamiento”. “El alejamiento, dice Propp, puede
ser el de una persona de la generación adulta” : puede ser, por ejemplo,
los padres que se van a trabajar; el príncipe que tiene que partir para un
largo viaje y dejar a su mujer entre extraños; etc. Se equipara al aleja­
miento la muerte de un personaje, los padres, por ejemplo. La segunda

37. Como ya ha señalado Noam Chomsky en su Lingüística cartesiana, Op. cit., este concepto de estructura
profunda y estructura superficial como planos estructurantes de un texto ya habían sido contemplados
por los sabios de Port-Royal.
38. V. Propp, Morfología..., Op. cit., pp. 155 y ss.

171
En pos del signo

función que Propp encuentra en los cuentos, la formula, en cambio, así:


“recae sobre el protagonista una prohibición”. La segunda función es
definida, pues, como “prohibición” : “no debes mirar lo que hay en esta
habitación”, “no te apartes del camino”, “no le abras a nadie”, etc. La
última de las funciones, en cambio, es: “el héroe se casa y asciende al
trono”. Se define, por tanto, como “matrimonio”. En cada una de estas
funciones hay variantes que no viene al caso mencionar en este bosquejo.
Las conclusiones que saca, al respecto, son las siguientes:

1. Los elementos constantes, permanentes, del cuento son las funciones de los
personajes, sean cuales fueren estos personajes y sea cual sea la manera en que
cumplen esas funciones. Las funciones son las partes constitutivas fundamentales
del cuento.
2. El número de funciones que incluye el cuento maravilloso es limitado.
3. La sucesión de las funciones es siempre idéntica.
4. Todos los cuentos maravillosos pertenecen al mismo tipo en lo que concierne a
su estructura.39

En palabras de Erlich, nuevamente,

Mientras las dramatis personae a menudo cambian de una versión del mismo
cuento a otra, las ‘funciones' son las mismas. En otras palabras, el ‘predicado' del
cuento de hadas, lo que el protagonista ‘hace', es el elemento constante; su sujeto
- e l nombre y los atributos del personaje- el variable. “El cuento de hadas
-escribía Propp- a veces atribuye la misma acción a varias personas”. Según el’
período o medio ambiente étnico, el papel del torvo enemigo puede ser ejecutado
por un monstruo, una serpiente, un gigante malvado o un jefe tártaro; la función
del obstáculo colocado en el camino del héroe puede realizarlo una bruja, un
malvado hechicero, una tempestad o un animal de presa.40

Con esta herramienta, Propp se dedica a estudiar el folclor internacio­


nal. Encuentra, al respecto, que la narración se constituye por un número
limitado de elementos fijos, las funciones, que constituyen una especie de

39. Morfología, Op. cit., pp. 33-35.


40. Elformalismo mso, Op. cit., p. 358.

172
L a semiótica rusa

morfología de la narración a un nivel más profundo que el solo nivel


sintáctico.
Observa, en efecto, que el número de funciones que se dan en
cuentos de viaje era muy reducido -Propp encuentra y describe treinta y
una funciones- mientras que el número de personajes era muy amplio; la
secuencia de estas funciones, sin embargo, era siempre la misma. La
conclusión de Propp era que las sorprendentes semejanzas entre los
cuentos de hadas de varios países y épocas radican no sólo en los motivos
individuales sino en la manera como organizan esos motivos -e . d. en los
argumentos.41 Propp, en efecto, sacaba la conclusión de que todos los
cuentos de hadas son estructuralmente monotípicos. Los trabajos de
Propp serán especialmente útiles para los análisis del mito de Claude
Lévi-Strauss y para la semiótica greimasiana.
De aquí saca Greimas, por ejemplo, su concepto de actante que,
como veremos más adelante, es entendido como una constante funcional
que en los relatos puede ser desempeñada por actores distintos. Las
propuestas de Propp tuvieron otro tipo de paternidades igualmente
famosas como el análisis tanto del pensamiento primitivo como del mito,
propuestos por Claude Lévi-Strauss.
Si Morfología del cuento es importante para el avance de la semiótica,
no menos importante lo fue otro ensayo de Propp -m enos famoso,
ciertamente. Me refiero a “Las transformaciones de los cuentos maravi­
llosos”. Partiendo de la misma distinción entre constantes y variables en
los cuentos, estudia precisamente el fenómeno de la transformación que
sufren las funciones al pasar de un cuento a otro, de una cultura a otra. A
saber, si la estructura de un cuento ruso es equivalente a la estructura de
un cuento egipcio en donde los personajes y sus atributos son distintos.
“El investigador -dice Propp- puede establecer con la mayor precisión
qué cuentos diferentes, por ejemplo el cuento egipcio de los dos herma­
nos, el del pájaro de fuego, el de Morozko, el del pez y el pescador, lo

41. V. Erlich, Op. cit., p. 358, & 3.

173
E n pos del signo

mismo que un determinado número de mitos, se pueden incluir en el


mismo esquema”.
En este trabajo Propp va en busca de las formas fundamentales, labor
que completa en Las raíces históricas del cuento. Propp encuentra que
un elemento puede transformarse en otro por veinte vías como: reduc­
ción, ampliación, deformación, inversión, intensificación, debilitamiento,
sustitución interna, sustitución realista, sustitución confesional, sustitu­
ción por superstición, sustitución arcaica, sustitución literaria, modifica­
ciones, sustituciones de origen desconocido, asimilación interna, asimila­
ción realista, asimilación confesional, asimilación por superstición, la
asimilación literaria y la arcaica.
Con este trabajo, Propp dio pie a la utilización de su metodología de
análisis a esquemas no narrativos, como sucederá más tarde con la
semiótica. Las investigaciones de Propp, como ya se ha dicho, contribu­
yeron a afinar el concepto de actante que se basó en dos principios
fundamentales. Por un lado, se trataba de agrupar a los personajes de un
relato, un sistema de acciones o, en general, de un operativo, en un
número mínimo de categorías de manera que abarquen todas las combi­
naciones efectivamente realizables en la obra”.42 Por otro, “extraer los
verdaderos protagonistas de la acción, reagrupando o desmultiplicando a
los personajes más allá de sus rasgos particulares” .43 Pues bien, Propp
agrupa a los protagonistas de los cuentos en siete esferas de acción o
actantes:

1. El malo (comete una mala acción).


2. El donador (atribuye el objeto mágico y los valores).
3. El ayudante (socorre al héroe).
4. La princesa (exige una hazaña y promete matrimonio).
5. El mandatario (envía al héroe a una misión).
6. El héroe (actúa y se somete a diversas peripecias).
7. El falso-héroe (usurpa por un instante el rol del héroe verdadero).44

42. Patrice Pavis, Diccionario del teatro. Dramaturgia, estética, semiología, Barcelona, Paidós, 1990. ad
loe.
43. Ibid.
44. Ibid.

174
L a semiótica rusa

Jan Mukarovsky45

Otro paso im portante hacia la perspectiva sem iótica lo dio Jan


Mukarovsky, miembro ilustre del Círculo de Praga, quien se ocupó,
sobre todo, de estética y que para la semiótica representa el nexo entre la
tradición filosófica heredera de Kant y Hegel y la teoría semiótica de la
cultura que se desarrolló en tomo al mencionado Círculo. Esto sucedió
simplemente trasladando al mundo del arte los conceptos fundamentales
de la lingüística estructural; con ello quedaban sentadas las bases para el
desarrrollo ulterior de una teoría semiótica de la cultura en un sentido
amplio.
En 1934, en el seno de un congreso internacional sobre filosofía
praguense, Mukarovsky presentó una ponencia titulada, significativamente,
“el arte como hecho semiológico”. En ella Mukarovski afirmaba sin
más: “los resultados de la semántica lingüística deben ser aplicados a
todas las demás series de signos” que deberán, sin embargo, distinguirse
por sus rasgos especiales. Y hablando de la obra artística dice: “La obra-
cosa funciona únicamente como símbolo exterior (significante, en la
terminología de Saussure) al que le corresponde en la conciencia colecti­
va, una significación determinada” .46
Si el signo estético es autónomo, si la obra artística no es simplemente
un estado psíquico, entonces debe haber otra realidad a la que debe
evocar, pues todo signo “es un hecho sensorial que se refiere a otra
realidad”. ¿A qué otra realidad -pregunta- se refiere la obra de arte? Esa
otra realidad es identificada por Mukarovsky con

el contexto general de fenómenos llamados sociales, como por ejemplo, la filoso­


fía, la política, la religión, la economía, etc. Esta es la razón por la que el arte, más
que cualquier otro fenómeno social, es capaz de caracterizar y de representar una
época dada; por eso mismo, durante mucho tiempo, la historia del arte se
confundía directamente con la historia de la cultura en el sentido más amplio de la
palabra.47

45. Para esta exposición, nos basamos, sobre todo en Escrito de estética y semiótica del arte, mencionado
en la bibliografía.
46. Pág. 36.
47. Pág. 37.

175
En pos del signo

En el pensamiento de Mukarovsky está, sin embargo, muy lejos la


idea de identificar al arte como un burdo reflejo de fenómenos sociales.
Asienta, por un lado, que la relación de algunas obras de arte con su
contexto social parece ser muy libre; y, por otro, que “la obra artística,
como cualquier otro signo, puede tener una relación indirecta con la cosa
que designa, por ejemplo metafórico u otra, sin dejar de referirse a esa
cosa” .48
Por otro lado, el signo estético no sólo es autónomo sino que tiene
además la función de signo comunicativo. Dicho de otra manera: las
obras de arte tienen además la función de signo comunicativo. Son
“palabra” que expresa el estado de ánimo, la idea, el sentimiento, etc.
Existen artes, dice Mukarovsky, “en las que esta función comunicativa
es muy evidente (la poesía, la pintura, la escultura, etc.), y otras, en las
que aparece oculta (el baile) o incluso invisible (música, arquitectura).”
Sin embargo, aun en estas últimas artes Mukarovsky halla un elemento
comunicativo difuso y pone por ejemplo, la vinculación entre la melodía
musical y la entonación lingüística.
La obra de arte tiene, pues, dos significaciones semióticas: la autóno­
ma y la comunicativa. Como se ha dicho, toda obra de arte es, en primera
instancia, un signo autónomo que consta de tres elementos: a) la obra-
cosa que funciona como símbolo sensorial y que en la terminología
saussureana constituye el significante; b) el objeto estético que se en­
cuentra en la conciencia colectiva y que funciona como el significado, en
la terminología saussureana; c) la relación de la obra de arte con la cosa
designada, relación que se refiere al contexto general de los fenómenos
sociales del medio en que funciona la obra de arte.
Sin embargo la significación semiótica comunicativa sólo se da en las
obras de arte que tienen un tema. Mukarovsky entiende por tema el
contenido de las obras de arte cuyo funcionamiento como signo
comunicativo está fuera de duda y en las que “este tema parece funcionar
a primera vista como la significación comunicativa de la obra” .49Aunque
admite enseguida:

48. Ibid.
49. Op. cit., pág. 38.

176
La semiótica rusa

En realidad, cada componente de la obra de arte, incluyendo los “más formales”,


contiene su propio valor comunicativo, independiente del tema. Así, por ejemplo,
los colores y las líneas de un cuadro significan “algo” aunque no haya ningún
tema -véase la pintura absoluta de Kandinsky o las obras de arte de los pintores
surrealistas. Justamente en este rasgo virtualmente semiótico de los componentes
formales consiste la fuerza comunicativa del arte sin tema, llamada por nosotros
difusa. Si queremos ser precisos tenemos que decir de nuevo que toda la estructura
de la obra artística funciona como significación, e incluso como significación
comunicativa. El tema de la obra tiene simplemente el papel de un eje cristalizador
de esta significación, que sin él quedaría vaga. La obra artística tiene, pues, dos
significaciones semiológicas, la autónoma y la comunicativa, de las cuales la
segunda está reservada a las artes que tienen un tema.50

El proceso de análisis semiótico propuesto por Mukarovski se extien­


de, sin embargo, más allá y plantea “complicaciones aún más delicadas”
al estudiar el problema de la relación del arte con la cosa designada.

Al final quisiéramos señalar que el estudio de la estructura de una obra artística


quedará necesariamente incompleto mientras no esté suficientemente aclarado el
carácter semiológico del arte. Sin orientación semiológica -d ic e -, el teórico del
arte tendrá siempre la tendencia a juzgar la obra de arte como una construcción
puramente formal, o incluso como una imagen directa de las disposicones psíqui­
cas, o a lo mejor fisiológicas del autor, o de una realidad diferente expresada por la
obra, o eventualmente de la situación ideológica, económica, social, y cultural del
medio dado [...]. Sólo el punto de vista semiológico permite a los teóricos
reconocer la existencia autónoma y dinamismo fundamental de la estructura
artística, y comprender la evolución del arte como un movimiento inmanente que
está en una relación dialéctica permanente con la evolución de las demás esferas
de la cultura.51

Este tipo de consideraciones generales de semiología de la obra de


arte hechas en 1934, irán siendo aplicadas a los diferentes dominios del
arte a lomos de una estética bajo la hipótesis de que también en la
“postura estética [...] los hechos que entran dentro de su esfera adquie­
ren el carácter de signo”.52 Cuando Mukarovski escribía estas cosas, ya

50. Ibid.
51. Op. cit., p. 39.
52. Op. cit., p. 147.

177
En pos del signo

circulaban con cierta fluidez las ideas tanto de Peirce como de Saussure
sobre semiótica. Más aún, ya existía, al menos en cierne, una semiótica
del lenguaje que partía del supuesto metodológico de que las distintas
unidades del lenguaje, no sólo las palabras, son signos. Pero quizá, más
allá de la semiótica del arte que estaba dentro de la concepción de
Mukarovski había ya la perspectiva de una semiótica de la cultura al
estilo de la Escuela de Tartu.

Roman Jakobson

Roman Jakobson es el padre de muchas cosas cuando se habla de las


ciencias del texto durante el presente siglo. Nació el 11 de octubre de
1896 en Moscú, por cuya universidad se doctoró en 1919. Enseñó
sucesivamente en la Escuela de Arte Dramático de Moscú, en la Univer­
sidad Masaryk de Brno, Checoslovaquia, en las universidades de
Copenhague y Upsala, en la Ecole Libre des Hautes Etudes de Nueva
York, en el Instituí de Philologie et d‘Histoire Orientales et Slaves,
también de Nueva York, en las universidades de Columbia y Harvard, en
el Massachusetts Institute of Tecnology, en las universidades de Yale y
Princeton, en el Collége de France y en la Universidad Católica de
Lovaina. De sus numerosos trabajos sólo mencionamos los tres tomos de
los Selected Writings.
Como ya se ha dicho, Jakobson está a la base del formalismo ruso en
sus remotos orígenes a principios de siglo. Jakobson lo acompaña tam­
bién al exilio a raíz de sus polémicas con la revolución de 1917 y el
marxismo. Jakobson será el alma de Praga y el más coherente difusor y
obrero hacia el occidente. Sus publicaciones son muy conocidas para
dedicarle espacio a reseñarlas siquiera. En todo caso, su teoría fonológica,
como le diría Kristina Pomorska, “se halla íntimamente ligada a la poesía
y a la lengua poética”. Jakobson es el promotor en occidente de una tesis
que ahora es axioma en la investigación literaria. A saber: lengua y
literatura no son dos territorios extraños entre sí. La literatura, en efecto,
en cualquiera de sus modalidades es siempre un hecho de lengua y su
estudio es asunto de la lingüística. Una lingüística que no se ocupe de los

178
L a semiótica rusa

textos literarios es una lingüistica arbitrariamente trunca y parcial a la que


falta el estudio de la lengua en su realización más excelsa.
Una vez tendido el puente entre el signo lingüístico y el signo
literario, Jakobson intenta tenderlo entre el signo lingüístico y otros
sistemas de signos. De hecho, Roman Jakobson fue educado en un medio
que se interesaba por las tradiciones populares fuera cual fuera su índole.

Desde el principio me sorprendió -dice a Kristina Pomorska- que los eruditos


fueran sobre todo a los lugares más apartados del país a la búsqueda de obras de
poesía popular, mientras que existía una tradición folclórica viva en los alrededo­
res de Moscú, e incluso en el casco urbano. Así, pues, me puse a recoger leyendas
moscovitas, cantos corales y rituales siempre vivos en las calles de la ciudad,
rimas y canciones interminables, inmutables, que tarareaban en la periferia de
Moscú, creencias populares y presagios de profundas raíces, refranes y adivinan­
zas que adornaban la conversación, cancioncillas y ocurrencias múltiples que
formaban parte de los juegos de la chiquillería moscovita. Estas primeras anota­
ciones me prepararon para un verdadero trabajo de campo. Continué ocupándome
de folklore durante mis primeros años en la Universiadad [...] Narski nos había
proporcionado una gran abundancia de elementos relativos a los estudios de la
literatura y del folklore rusos tal como se hallaban en aquella época. Pero a pesar
de todo el interés que este material pudiera presentar, se hacía cada vez más
manifiesto que la cuestión de la esencia misma del arte literario, de la originalidad
de sus diferentes épocas, escuelas y representantes más prestigiosos quedaba sin
respuesta. Y parecía cada vez más evidente que esta esencia estaba estrechamente
ligada al soporte lingüístico de las obras literarias, a lo que esta base tenía de
general o de individual.53

Buceando en un corpus bibliográfico que consta de sesenta títulos y


que en fechas abarca desde 1919 hasta 1975, Umberto Eco, en un
artículo ya mencionado en otras partes de este libro titulado “el pensa­
miento semiótico de Roman Jakobson”,54 saca una serie de conclusiones
que me parece reflejan bien las relaciones entre Roman Jakobson y la

53. Pomorska, pp. 12-13).


54. Para comodidad del lector repito las referencias bibliográficas de este artículo: Roman Jakobson, “El
pensamiento sem iótico de Roman Jakobson”, en Revista mexicana de ciencias políticas y sociales.
Literatura y sociedad, Núm 102, Año XXVI, Nueva Época, México, UNAM, octubre-diciembre 1980,
pp. 213-236.

179
En pos del signo

semiótica. En primer lugar la tesis que Eco se propone demostrar: que


Jakobson “ha sido el mayor ‘catalizador’ de la ‘reacción semiótica’
contemporánea”. En segundo lugar, que aunque Jakobson jamás ha
escrito un libro de semiótica, “toda su existencia ha sido un ejemplo
viviente de una continua investigación de la semiótica”.55
En los sesenta textos recogidos por Eco, en efecto, sólo los arriba
mencionados se refieren explícitamente a la semiótica. Eco encuentra en
el cúmulo de los sesenta artículos, sin embargo, un sólido proyecto de
semiótica basado en los siguientes ocho postulados:

1. Existe signo siempre que existe una situación en la cual una cosa remite a otra.

2. La significación es un fenómeno que abarca todos los elementos pertenecientes


a la cultura. Es decir: existen signos por todas partes no sólo en el lenguaje verbal.

3. Puesto que existen muchos tipos de signos y cada uno de ellos configura una
“rélation de renvof\ la semiótica debe ocuparse, en una magna empresa de
traducción interdisciplinaria, de hacer un inventario completo, establecer las
leyes y aislar los mecanismos constantes y universales de la significación. Jakobson
ha puesto la muestra trabajando en música, cine, folklore, métrica, fonología,
artes visuales y afasia.

4. “Todos los sistemas semióticos pueden ser descritos desde una perspectiva
unificada, si los reconocemos como sistemas de reglas (códigos) generadores de
m ensajes”.

5. Puesto que existen muchos tipos tanto de signos como de códigos, corresponde­
ría a la semiótica, desde el supuesto de lo que todos ellos tienen en común, aislar
y describir cada uno de ellos según su manera tanto de “remitir a otro”, como de
ser percibidos y memorizados.

6. Una teoría semiótica deberá estar interesada en la estructura sintáctica de los


signos sin importar cual es el sistema por el que es transmitido y sin ignorar que
también el sólo nivel sintáctico tiene valor semiótico.

7. “El interés de una teoría semiótica no es solamente la estructura de los signos


transmitidos, sino también la estructura del universo de los contenidos transmiti­
dos. N o se da semiótica sin que en su interior haya una semántica.”

55. Op. cit.y p. 217.

180
L a semiótica rusa

8. Puesto que todo proceso en el que entran signos implica contextos, la semiótica
debe ocuparse tanto de los signos aislados como de los sintagmas de signos, “en
teoría del co-texto y del contexto”.56

Si quisiéramos ejemplificar con uno sólo de sus campos de interés las


aportaciones hechas por Jakobson a la semiótica, escogeríamos sus
trabajos en torno a la semiótica del texto literario. Su búsqueda, a saber,
de la literariedad, por una parte, y el intento por ubicar la literariedad
entre los fenómenos de la lengua, por otra. En efecto, puede verse en
estos pocos postulados en qué medida para Jakobson los sistemas
semióticos literarios son el paradigma de los sistemas semióticos a secas:

1. La poética se interesa por los problemas de la estructura verbal, del


mismo modo que el análisis de la pintura se interesa por la estructura
pictórica. Y dado que la lingüística es la ciencia global de la estructura
verbal, la poética puede considerarse como una parte integrante de la
lingüística.57 La poética es aquella parte de la lingüística que trata de la
función poética en sus relaciones con las demás funciones del lenguaje.
La poética en el sentido lato del término, se ocupa de la función poética
no sólo en poesía, en donde la función se sobrepone a las demás funcio­
nes de la lengua, sino también fuera de la poesía, cuando una que otra
función se sobrepone a la función poética.

2. Si quisiéramos caracterizar brevemente el pensamiento que guía a


la ciencia actual en sus manifestaciones más variadas, no encontraríamos
expresión más justa que la de estructuralismo. Cada uno de los conjuntos
de fenómenos que trata la ciencia actual es enfocado, no como una
yuxtaposición mecánica, sino como una unidad estructural, como un
sistema, y la tarea fundamental es descubrir sus leyes intrínsecas -lo
mismo estáticas que dinámicas.58

56. U. Eco, Op. cit., pp. 220-232.


57. Véase el célebre artículo “Lingüística y poética” en Ensayos de Lingüística general, pág. 348, véase
bibliografía.
58. Cfr. Nuevos ensayos de lingüística general, p. 11, en bibliografía.

181
En pos del signo

3. La confusión terminológica entre “estudios literarios” y “crítica”


es una tentación para el estudioso de la literatura, para que sustituya la
descripción de los valores intrínsecos de una obra literaria (“estudios
literarios”) por un fallo subjetivo, sancionador (“crítica”). La investiga­
ción sintáctica y morfológica no puede ser suplantada por una gramática
normativa.59

4. Los estudios literarios, y la poética como el que más, consisten,


como la lingüística, en dos conjuntos de problemas: la descripción o
estudio sincrónico de la literatura y la poética histórica. La primera
abarca no sólo la producción literaria de una fase dada, sino aquella parte
de la tradición literaria que ha sido vital o se ha revitalizado en la fase en
cuestión. A este respecto, uno de los problemas fundamentales en un
estudio sincrónico de la literatura lo constituye, precisamente, la selec­
ción de los clásicos y su reinterpretación por parte de una nueva tenden­
cia. Una poética histórica se construye sobre una serie de descripciones
sincrónicas sucesivas.60

5. Hay que investigar el lenguaje en la variedad de sus funciones. Las


funciones del lenguaje son determinadas por los factores que constituyen
todo hecho discursivo: destinador, mensaje, destinatario, contexto de
referencia, código y contacto. Cada uno de estos seis factores determina
una función diferente de lenguaje. La orientación del texto hacia el
mensaje como tal, el mensaje por el mensaje, es la función poética del
lenguaje. Esta función no puede estudiarse de modo eficaz fuera de los
problemas generales del lenguaje. Por otro lado, la función poética no es
la única función del arte verbal, sino sólo su función dominante.

6. El estudio lingüístico de la función poética tiene que rebasar los


límites de la poesía, al mismo tiempo que la indagación lingüística de la
poesía no puede limitarse a la función poética. La poesía épica, centrada
en la tercera persona, implica con mucha fuerza la función referencial del

59. Ensayos, p. 350.


60. Ibid., pp. 3 50~351.

182
L a semiótica rusa

lenguaje; la lírica, orientada a la primera persona, está íntimamente ligada


con la función emotiva; la poesía de segunda persona está embebida de
función connativa y es o bien suplicante o exhortativa, según que la
primera persona se subordine a la segunda o la segunda a la primera.

7. Para responder a la pregunta sobre cuál es el rasgo indispensable


inherente en cualquier fragmento poético, hay que decir que en toda
conducta verbal hay dos modos básicos de conformación: la selección y
la combinación. La selección se produce sobre la base de la equivalencia,
la semejanza y desemejanza, la sinonimia y la antonimia, mientras que la
combinación, la construcción de la secuencia, se basa en la contigüidad.
La función poética proyecta el principio de la equivalencia del eje de
selección al eje de combinación. La equivalencia pasa a ser un recurso
constitutivo de la secuencia. La investigación poética implica, por tanto,
la determinación de las semejanzas y desemejanzas, de equivalencias y
oposiciones que hay en las secuencias del texto.

Todas estas concepciones, traídas a occidente y difundidas por el


mismo Jakobson, contribuyeron en mucho al desarrollo de la semiótica
occidental. Por lo demás, están sus ya referidos escritos sobre semiótica,
amén de los otros cincuenta y siete títulos en los que Eco encuentra una
postura que puede catalogarse como semiótica y a que nos hemos
referido arriba. En la ya mencionada conversación con Kristina Pomorska
Jakobson traza, en breves rasgos, sus ideas sobre semiótica:

En vísperas de la primera guerra mundial mantuve animadas discusiones con los


jóvenes pintores moscovitas sobre el problema del vínculo y de la diferencia entre
las diversas formas de arte y, en particular, entre el signo pictórico en tanto que
elemento de la pintura y el signo verbal en tanto que elemento de la lengua, y
también sobre la realización de estas dos variedades de signo en el cuadro de la
pintura abstracta y de la poesía supraconsciente. Los temas y la terminología de
las cuestiones del signo habían atraído después de largo tiempo a estos jóvenes
investigadores. Cuando tuvimos conocimiento de las reflexiones de Saussure, la
cuestión de la ciencia de los signos (o semiología, según la expresión de Saussure,
que quería fundar una nueva disciplina) entró a formar parte de inmediato de
nuestras conversaciones y nuestros proyectos y fue desarrolllada en el Círculo
Lingüístico de Praga, recientemente creado (1926).

183
En pos del signo

Tomando como punto de partida una afirmación de Leonard Bloomfield


que asienta sin más que “la lingüística es el principal contribuyente de la
semiótica”, Jakobson propone que para poder establecer con mayor
precisión las relaciones entre las estructuras verbales con otros tipos de
signos, hay que proceder a agrupar estos últimos. En este sentido, una
primera variedad de los sistemas semióticos es la formada por los diferen­
tes substitutos del lenguaje hablado: la escritura, por ejemplo. Otro
grupo de sistemas semióticos está constituido por sistemas idiomórficos
relacionados aunque sea de manera indirecta con el lenguaje: piénsese en
los gestos que acompañan al hablar.
Si Jan Mukarovsky desde la estética trabajó, como se ha visto, a
finales de los treinta y principios de los cuarenta, bajo el postulado de que
de todos los tipos de signos y formas de arte, la lengua y la literatura
siguieron siendo el punto permanente de referencia en las reflexiones que
ocuparon al Círculo de Praga durante el período de entre guerras; Roman
Jakobson se puso a analizar el problema del lugar que ocupa la lengua
dentro de la cultura y de su consiguiente importancia en el conjunto de
los demás sistemas de signos.
Jakobson defiende dos planos de análisis de las culturas: por un lado
el “marco sociocultural de la lengua y de las tareas históricas que ello
implica”; por otro lado, el análisis global de la estructura interna de la
lengua. Se trata de dos planos a la vez autónomos y correlativos; verdad
indudable, dice, como el decir que la lengua forma parte integrante de
todo un conjunto de sistemas semióticos.
Independientemente de la relación jerárquica entre todos esos siste­
mas; e independientemente de la relación que se admita entre la lengua y
las demás esferas de signos, para Jakobson el estudio comparado de la
lengua y de todos los otros conjuntos de signos, documentable a partir de
la historia de la semiótica, es una tarea urgente. Y sobre la cuestión de
cuáles deberán ser los signos objeto de estudio de la semiótica, Jakobson
sólo admite una respuesta posible: todos. Si la semiótica, como el
nombre lo indica, es una ciencia de los signos, entonces no puede excluir
de su campo de interés ningún signo. Lo más que se podrá hacer, si
dentro de la diversidad de los sistemas de signos se descubren sistemas
que se distinguen de los demás por rasgos específicos, será colocarlos en

184
L a semiótica rusa

una clase aparte, pero, desde luego, no excluirlos de la ciencia general de


los signos.61

Yuri m. Lotman y la Escuela de Tartu

De acuerdo con lo hasta aquí dicho de esta tradición semiótica rusa, esta
escuela preocupada desde principios de siglo en los fenómenos culturales
de la más variada índole, ha logrado desarrollar una madura teoría
semiótica aplicable no sólo a textos verbales sino a todos los procesos
culturales que, por ende, son asumidos como procesos semióticos: en
otras palabras, la escuela rusa cuyos momentos estelares hemos pergeñado
ha desembocado en una evolucionada semiótica de la cultura cuyo objeto
no son sólo los sistemas de signos que subyacen a esos procesos, sino
que abarca prácticamente todos los campos que por lo general son objeto
de estudio de otras disciplinas.
Según D. M. Segal, miembro de la escuela, “la historia de las
investigaciones semióticas en Rusia cuenta, por lo menos, cien años”.62
Sin embargo, la existencia de una disciplina denominada semiótica con un
estatuto propio sólo tuvo lugar a principios de la década de los sesenta y
designaba

no sólo la ciencia abstracta sobre las propiedades universales de los sistemas


sígnicos, sino, principalmente, una determinada orientación científica, todavía
apenas en formación que abarca aquello que en otros países estudian ciencias
como la antropología cultural, la psicología social, la etnografía histórica, el
análisis del contenido, la poética, la crítica del arte, etc.63

61. La primera parte del libro Nuevos ensayos de lingüística general (M éxico, Siglo XXI, 1976, pp. 11-
127) ofrece un pequeño pero importante ramillete de las contribuciones de Roman Jakobson a la
reflexión semiótica. A ellos remito al lector.
62. Para esta exposición de la escuela semiótica de Tartu me he servido de los trabajos compilados en Jurij
M. Lotman y Escuela de Tartu, Semiótica de la cultura, Madrid, Ed. Cátedra, 1979. Las anteriores
palabras de D. M. Segal, tomadas del artículo de D. M. Segal “Las investigaciones soviéticas en el
campo de la semiótica en los últimos años” que apareció en 1973, se encuentran en la página 225 de esa
obra que, en lo sucesivo, será designada con las siglas SdC.
63. SdC:226.

185
En pos del signo

La semiótica de la cultura considera los diferentes procesos que se


dan en una cultura como sistemas de signos susceptibles de ser, por
tanto, desentrañados. En la actualidad, quienes más han desarrollado la
semiótica de la cultura son Yuri Lotman y la Escuela de Tartu con
trabajos como: semiótica del comportamiento humano, de la mitología,
de la historia, del texto, semiótica de la alta edad media, del cine, etc.
En 1962 se celebró en Moscú el primer simposio sobre semiótica: su
tema, en concreto, fue el estudio estructural de los sistemas sígnicos. Y
aunque ya hubo indicios de la disciplina cinco años antes, este aconteci­
miento es con su fecha como el acta de nacimiento de una semiótica rusa
como ciencia autónoma. Segal demuestra bien los diferentes indicios que
aparecían por aquí y por allá en los años inmediatamente anteriores a
lomos de otras disciplinas y otras problemáticas como la traducción
automática.
En la primera sección de este simposio de 1962, como puede verse en
la pequeña reseña de Segal,64 se discutieron los usos puramente semióticos
de los objetos lingüísticos equivalentes a los iconos o a los índices. De
esta manera, hubo ponencias sobre el análisis semiótico de “lenguajes
secretos” o sobre los gritos de merolicos y vendedores ambulantes,
asumidos como signos publicitarios. Fue en esta sección donde C. V.
Civ’jan, expuso los primeros resultados de sus trabajos en donde descri­
be las situaciones de etiqueta asumiéndolas como sistema semiótico.65
Siguientes secciones se ocupaban de temas como el arte cual sistema
semiótico, estudio estructural y matemático de las obras literarias y, en
fin, discusiones sobre pragmática.
A raíz de este simposio habría saltado a la palestra de la semiótica la
Universidad de Tartu que desde 1964 se convirtió en el foro en donde
desde esa fecha se habrían de discutir las cuestiones relacionadas con la
semiótica. Los simposios destinados a la discusión de los problemas de
semiótica en la Universidad de Tartu recibieron el nombre de escuela de
verano. El organizador de la primera escuela de verano fue el profesor
Jurij M. Lotman en su calidad de responsable de la cátedra de literatura

64. SdC :235 y ss.


65. Este trabajo será expuesto detalladamente más adelante.

186
La semiótica rusa

rusa bajo que daba cobijo a discusiones sobre semiótica de los textos
artísticos. Esta primera escuela de verano tuvo como consecuencia inme­
diata para la semiótica rusa, el que el método semiótico fuera reconocido
de manera absoluta. Las siguientes escuelas ampliaron el horizonte de esa
semiótica ocupándose, bajo la guía de Lotman, de problemas que podrían
ser claramente catalogados ya como semiótica de la cultura.
Lotman asume como objeto de esta semiótica cualquier tipo de texto
-entendiendo por tal toda comunicación, de la índole que sea, que haya
tenido lugar en un determinado sistema sígnico. Cada cultura es un
lenguaje que produce, por consiguiente, textos. “Los textos reales de las
distintas culturas, dice, necesitan no ya de un código determinado para
descifrarlos, sino un sistema complejo que a veces tiene una organización
jerárquica y a veces nace tras una conjunción mecánica de varios sistemas
más sencillos”.66
Se puede decir, pues, que el origen de la semiótica rusa se basa en el
estudio del aspecto sígnico del lenguaje, que sus principales propulsores
eran lingüistas de formación, que la distensión en el ámbito de la cultura
que tuvo lugar a principios de la década de los sesenta, puso de manifies­
to en occidente el amplio interés y los avances que en la Unión Soviética
se habían logrado en el ámbito del estudio de los sistemas de signos.67
Como indiscutible representante de la semiótica soviética y uno de los
principales protagonistas de esta edad de oro aparecía, pues, la figura de
Yuri M. Lotman, heredero directo del formalismo ruso, con mucho
tiempo trabajando en la Universidad de Tartu sobre sistemas de signos y
director de la revista Semeiotike. Especialista en literatura rusa del siglo
XVIII y principios del XIX, varias obras suyas han recorrido con especial
éxito el mundo occidental -u n a de ellas, fue traducida al alemán en 1972
por Rolf-Dietrich Keil bajo el nombre de Die Strucktur literarischer
Texte (Munich, 1972)-; otra, Análisis de textos poéticos, ha sido traduci­
da al francés, italiano y alemán.
Lotman es, como decía, continuador del formalismo ruso aunque en
varios aspectos sea completamente original. En 1929 Bogatirev y

66. & /C :4 1 y s.
67. Cfr.SdC.22S y ss.

187
En pos del signo

Jakobson, desde el Círculo Lingüístico de Praga, escribían un artículo


conjunto - “El folklore como forma de creación autónoma”- en el que se
encuentran esbozados algunos de los principios de esta semiótica
soviética:
Por principio de cuentas, que no se da innovación lingüística sin que
haya un consenso que la acepte y la integre, y que esto vale también para
los otros sistemas de comunicación. En segundo lugar, que cualquier
sistema semiótico está sujeto a las leyes semióticas generales y opera
como código, pero tales códigos están vinculados a comunidades especí­
ficas (del poblado al grupo étnico) del mismo modo que un lenguaje
genera sus subcódigos ligados a profesiones o actividades determinadas.
En tercer lugar, que el estudio de un código es estudio tanto de sus leyes
sincrónicas como de la formación y transformación diacrónicas.
Esta es la tradición a la que se adscribe Lotman en sus trabajos de
semiótica de la cultura bajo el postulado de que los comportamientos
sociales, los mitos, los ritos, las creencias, etc. son elementos de un
magno sistema de significación que permite la comunicación social. En
palabras de Lotman: “La semiótica de la cultura no consiste sólo en el
hecho de que la cultura funciona como un sistema de signos. Es necesario
subrayar que ya la relación con el signo y la signicidad representa una de
las características fundamentales de la cultura” .68
Lotman trabaja, como todos los formalistas, tomando como base el
sistema fonológico de una lengua. En efecto, Lotman es consciente de
que “existen numerosas definiciones de cultura”; se pone a buscar, por
ende, un lugar de encuentro entre todas ellas: “connotaciones asdcribibles
intuitivamente a la cultura -d ic e - sea cual sea la interpretación del
término”. Y se detiene en dos de esas connotaciones intuitivas de la
cultura: por una parte, la intuición venida de la fonología praguense de
que, como el fonema, la cultura posee trazos distintivos y de que, por
tanto, la cultura nunca representa un conjunto universal, sino que es tan
sólo un subconjunto suyo con una determinada organización. Es decir,
que la cultura no engloba jamás todo hasta el punto de formar un nivel

68. S d C .1 5 .

188
L a semiótica rusa

con consistencia propia, sino que sólo se concibe, como un área cerrada
sobre el fondo de la no cultura. En segundo lugar, que toda variedad de
demarcaciones entre la cultura y la no-cultura es de tipo semiótico dado
que se da como sistema de signos, pues la cultura es de naturaleza
sígnica.
De esta manera, metodológicamente, va en busca de los rasgos
distintivos de la cultura, por ejemplo “artificial” en contraposición a
“innato”, etc. Como las lenguas, las culturas tienen expresión y conteni­
do. Así

pueden distinguirse culturas predominantemente centradas en la expresión y


culturas predominantemente en el contenido. Se entiende cómo el hecho de una
orientación predominante sobre la expresión, una ritualización rígida de las
formas de comportamiento se deriven por lo general del reconocimiento de una
correlación biunívoca (y no arbitraria) entre el plano de la expresión y el del
contenido.69

Este carácter modelar de lenguaje con respecto a la cultura constituye


el núcleo de la célebre hipótesis Sapir-Whorf en el sentido de que el
lenguaje influye en las distintas manifestaciones de la cultura humana
(determinismo lingüístico). La semiótica rusa de la cultura, en efecto,
hiende sus raíces en la célebre hipótesis Sapir-Whorf. Esta hipótesis,
como se sabe, se finca en dos principios: el relativismo lingüístico (hipó­
tesis Sapir-Whorf, propiamente dicha) y el determinismo lingüístico. El
relativismo lingüístico es asumido por Benjamín Lee W horf mostrando
cómo, en el caso de la descripción lingüística, la gramática de una lengua,
como la lengua misma, condiciona la observación del investigador, pues
las personas que utilizan gramáticas totalemente diferentes se ven dirigi­
das por sus respectivas gramáticas hacia tipos diferentes de observación
y hacia evaluaciones diferentes de actos de observación, externamente
similares; por lo tanto, no son equivalentes como observadores, sino que
tienen que llegar a algunos puntos de vista diferentes sobre el mundo.70

69. SdC:p.76.
70. Benjamín Lee Wohrf, Lenguaje, pensamiento y realidad, Barcelona, Barral Editores, p. 250.

189
E n pos del signo

Esto supone, en otras palabras, que las personas que hablan lenguas
diferentes ven y evalúan el cosmos de manera diferente. W horf censura a
la civilización occidental por tratar a las otras lenguas y sus respectivas
culturas como inferiores: “a través del lenguaje, la civilización occidental
ha hecho un análisis provisional de la realidad, y mantiene como definiti­
vo este análisis, sin aceptar correcciones”.71
Esta idea es central en la semiótica de Lotman y, en general, en la
semiótica cultivada en la Universidad de Tartu: para ella los fenómenos
culturales son “sistemas de modelización secundarios” en relación a las
lenguas naturales.
Lotman, por lo demás, considera como casos típicos, aunque antitéticos
entre sí, el símbolo y el ritual: el símbolo presupone normalmente la
expresión exterior -relativamente arbitraria- de un contenido; el ritual,
en cambio, tiene “la capacidad de formar el contenido” o, cuando
menos, de influir en él. Lotman supone a la cultura, a cualquier cultura,
orientada hacia la expresión

y fundada -d ic e - en una designación correcta y, en particular, en una correcta


denominación, todo puede presentarse como un texto constituido por signos de
distinto orden, en el que el contenido se ha determinado con anticipación, y tan
sólo es necesario conocer la lengua, es decir, conocer la correlación entre los
elementos de la expresión y los del contenido; dicho de otro modo, el conocimien­
to del mundo está equiparado al análisis filológico.7273

Este tipo de semiótica toma al libro como símbolo del mundo. La idea
del libro como símbolo del mundo ya fue usada en la Edad Media como
lo demuestra eruditamente Ernst Robert Curtius en su ya clásica obra
Literatura europea y edad media latina.13Es la misma idea que adopta la
semiótica lotmaniana de la cultura: las culturas son libros que hay que
aprender a leer.

La cultura -d ice Lotman- puede representarse como un conjunto de textos; pero


desde el punto de vista del investigador, es más exacto hablar de la cultura como

71. Ibid.
72. SdC: 76 y ss.
73. Traducción de Margit Frenk y Antonio Alatorre, México, FCE, 1955, pp. 423-498.

190
L a semiótica rusa

mecanismo que crea un conjunto de textos y hablar de los textos como realización
de la cultura. Puede considerarse una connotación esencial de la caracterización
tipológica de la cultura la manera en que ella misma se define. Si es propio de
ciertas culturas el representarse como un conjunto de textos regulados, otras
culturas se modelizan como un sistema de reglas que determinan la creación de
los textos.74

De hecho, esta última idea está latente en varias de las mitologías para
las que la creación del mundo es una ordenación del mundo: la cultura se
identifica con el orden, la no cultura con el caos. Lotman adopta algunos
de los conceptos estructuralistas modificándolos y, en algunos casos,
discrepa abiertamente de los formalistas. Por ejemplo el concepto deno­
tado por el vocablo “mecanismo” : para él significa “un elemento que
tiene una función en una estructura”. Este concepto difiere, por ejemplo,
del de Sklovski para quien una obra literaria es la suma total de sus
mecanismos. Esta formulación, como se ve, desdeña el aspecto semántico
de la literatura. De alguna manera sigue a Bajtin quien señaló que en el
dominio de la cultura es imposible trazar una distinción clara entre
expresión y contenido. Igualmente el concepto de significado en Lotman.
Acepta como significado “lo invariante en las operaciones reversibles de
la traducción” es decir como “una clase de representaciones y connota­
ciones conectadas con cierto símbolo. Emplea, pues, un concepto de
significado que es difícil desligar del de su expresión o significante.
En su Semiótica, Julia Kristeva hace un lúcido análisis no sólo de los
sistemas de que se ha ocupado esta escuela sino del tipo de herramienta
que ha usado:

Los trabajos, publicados recientemente, de los semióticos soviéticos dan testimo­


nio de tales preocupaciones. El lugar de vanguardia lo ocupa el grupo de la
Universidad de Tartu en Estonia. Sus investigaciones tratan sobre todo de los
sistemas modelantes secundarios, es decir las prácticas semióticas que se organi­
zan sobre bases lingüísticas (siendo el lenguaje denotativo el sistema primario),
pero que se constituyen en estructuras complementarias, secundarias y específi­
cas. Por consiguiente, esos sistemas modelantes secundarios contienen, además
de las relaciones propias de las estructuras lingüísticas, relaciones de un segundo

74. SdC: 77.

191
En pos del signo

grado y más complejas. “De ello se deduce que uno de los problemas fundamen­
tales que plantea el estudio de los sistemas modelantes secundarios es el de definir
sus relaciones con las estructuras lingüísticas.75

Un tipo de análisis semiótico especialmente importante no sólo por­


que muestra bien los métodos de trabajo y el conjunto de presupuestos
teóricos en que se sustenta la semiótica rusa de la cultura, sino por su
aplicabilidad a la multitud de rituales que conforman la cultura mexicana,
puesto que un ejemplo dice más que mil palabras, es el que vamos a
exponer siguiéndolo paso a paso: el análisis concreto del trabajo de C. V.
Civ’jan titulado “La semiótica del comportamiento humano en situacio-
, nes dadas (principio y fin de la ceremonia, fórmulas de cortesía)”]! Quizás
el contenido este mejor expresado en el original ifálíáíio: La semiótica del
comportamento in situazioni fisse (inizio e fine della situazione
d ’etichetta).76
El punto de partida de Civ’jan es doble. Por un lado, el supuesto de
que un comportamiento humano correcto está constituido por la ejecu­
ción de un conjunto de comportamientos concretos. Y, por otro, la
observación de que la función principal del comportamiento humano
correcto es la de determinar qué lugar ocupa cada individuo con respecto
a los restantes miembros de la sociedadL|Estos dos presupuestos, como
sé ve, son aplicables a cualquier situación de convivencia social. Civ’jan
analiza el comportamiento de etiqueta por estar más fuertemente codifi­
cado que otros tipos de comportamiento que, aunque evidentemente
codificados, las estructuras de esas codificaciones no son tan fácilmente
perceptibles ni, desde el punto de vista metodológico, tan evidentes.
Entran con más frecuencia, por tanto, en el terreno de lo subjetivo para el
intérprete.
Civ’jan distingue en el comportamiento de etiqueta no sólo una forma
y un contenido, sino funciones como la referencial, de acuerdo con el
esquema j akobsoniano remontable al Círculo de Praga^El contenido del
"cóm ^itam iiéntó^ré cortesía puéde ser: presfaTuñ servicio, manifestar

75. Tomo I, pp. 56 y ss. (Véase la referencia en la bibliografía)


76. SdC:173-194.

192
La semiótica rusa

simpatía, prestar atención, mostrar interés, recriminación, etc. Esta es la


función referencial de este texto que es el comportamiento de etiqueta.
Sin embargo, esta función referencial de los comportamientos de etiqueta
es asumida como secundaria por el investigador: sostiene, pues, que en
las situaciones de etiqueta prevalece una función que denomina social.Los
comportamientos de cortesía, por tanto, como los textos, tienen diferen­
tes funciones jerarquizadas entre sí: por lo pronto, Civ’jan habla de una
función referencial subordinada a su función social. De hecho, para
Civ’jan el comportamiento de etiqueta es definido como aquel comporta­
miento en que la función referencial está subordinada a la función social.
Para su análisis semiótico de los comportamientos de etiqueta, Civ’jan
distingue entre el aspecto verbal (las palabras o fórmulas), los gestos
-que pertenecen a la categoría más amplia de los kinem as- y los acceso­
rios (objetos que adquieren un significado ritual como trajes, flores,
adornos, insignias, cosméticos, menus, obras de arte, etc.) Se trata, pues,
de cuatro tipos diferentes de comportamientos de etiqueta o, más bien,
cuatro tipos diferentes de elementos que constituyen el comportamiento
de etiqueta. Tras definir lo que podríamos llamar las variables generales
del comportamiento de etiqueta, Civ’jan revisa rápidamente cada uno de
estos comportamientos de etiqueta o, si se quiere, cada uno de estos
elementos.
Observa C iv’jan que el lenguaje de etiqueta es muy sensible a los
cambios de la moda. El aspecto verbal se refiere a la parte que en el
comportamiento de etiqueta tiene el lenguaje natural. El aspecto verbal
del comportamiento de etiqueta se distingue, además, en escrito y oral.
Un comportamiento X de etiqueta es un texto que tiene, por tanto, su
léxico. C iv’jan habla del léxico de etiqueta refiriéndose a los distintos
elementos de que se compone un sintagma de etiqueta, no sólo a la parte
verbal: el léxico, por tanto, está dividido en tres tipos diversos de
categorías o paradigmas. Las palabras o fórmulas verbales propiamente
dichas, son sólo una parte del léxico; otra, como hemos dicho, la consti­
tuyen los kinemas; y el tercer paradigma léxico está formado por los
accesorios. Un sintagma, por tanto, se constituye reuniendo según una
gramática - la gramática del comportamiento de etiqueta- los elementos
de los tres paradigmas. En efecto, tomando el conjunto de los comporta­

193
E n pos del signo

mientos de etiqueta como una lengua organizada de manera particular


será preciso, obviamente, destacar cuáles son sus rasgos específicos.
Pues bien, los rasgos específicos de la lengua constituida por el
conjunto de los comportamientos de etiqueta son: heterogeneidad (de los
elementos que la forman), apertura (a cualquier medio de comunicación)
y, en fin, “el carácter de uso y de unión de los elementos con amplias
posibilidades de combinación, duplicación, reducción, ocasionalidad,
etc.”. Para mantener una orientación correcta de la sociedad, basta, en la
vida cotidiana, con poseer un conocimiento mínimo de comportamien­
tos. Pueden presentarse varias situaciones. En una primera, el individuo
ejecuta los comportamientos, en esas situaciones, de una manera mecáni­
ca: ello puede interpretarse como un alto nivel de orientación por parte
del individuo en situación de etiqueta. Ello quiere decir que hay una
definición correcta, por parte del individuo, de su posición social con
respecto a los demás participantes.
Para proceder a su análisis, Civ’jan supone el comportamiento como
un continuum que es roto por una serie de situaciones de etiqueta (SE)
que se suceden en el tiempo y en el espacio. Cada SE exige un comporta­
miento de etiqueta (CE). La clasificación de las SE, por tanto, permitirá
traducir adecuadamente el lenguaje de los hechos al lenguaje del CE.
Desde luego, el comportamiento no depende sólo de la SE sino del status
social de sus participantes. En general, Civ’jan define el comportamiento
del individuo miembro de una determinada sociedad como de etiqueta
porque la sociedad nunca le permite olvidarse ni de su existencia ni de sus
leyes independientemente del número de miembros que integran dicha
sociedad.
De esta manera, la vida cotidiana misma puede analizarse como un
comportamiento de etiqueta. Por lo general, un individuo, en las situacio­
nes habituales de la vida cotidiana, no tiene mayores problemas para
relacionarse con las personas que le rodean. Ello se debe, dice Civ’jan, al
carácter habitual y repetido de las situaciones en las que están muy bien
determinado ya el papel de cada uno de los individuos con quienes tiene
que interactuar: ya se sabe cual es el valor y el peso social de cada uno.
Por tanto en esas situaciones todo está fijado hasta en sus mínimos
detalles: el individuo sabe bien qué hacer, cómo comportarse en cada

194
L a semiótica rusa

caso aunque sean muy variados los casos. En general el comportamiento


de la vida cotidiana puede explicarse y aun analizarse así.
Otra manera de determinar y, por tanto, de analizar el comportamien­
to es la inversa: en vez de partir de las situaciones, se toma como punto
de referencia la individualidad del ejecutor y se hace una clasificación de
las personas con quienes tiene que interactuar. Aquí también, esta gran
variedad de posibilidades puede irse reduciendo a partir de las fórmulas
verbales fijas con que se introducen estos comportamientos: saludos a
familiares, amigos, compañeros, conocidos; formas para dirigirse a un
vsuperior, a un dependiente, a un camarero, a un cobrador, a un bolero,
etc. Cada innovación turbaría de igual manera a los participantes en la SE.
' Civ’jan entiende que todo el comportamiento social está fundamen­
talmente automatizado. Las fórmulas verbales con las que uno se dirige a
cada uno de los individuos con que socialmente nos relacionamos en el
transcurso de la vida cotidiana son equiparables a automatismos. Si por la
mañana me encuentro con un compañero las palabras que le dirigiré y las
que él me dirá se mueven dentro de un ámbito de posibilidades. Me
deberá decir, por ejemplo, “ ¡Buenos días!” o su equivalente; no me
podrá decir “ ¡Buenas noches!” o su equivalente.

Esto lo explica el hecho -d ice Civ’jan - de que en los casos mencionados tan sólo
se precisa la confirmación del código de etiqueta establecido ya que éste, a su vez,
será la confirmación del de la solidez del status social que consideramos como la
garantía de nuestra integridad. Por tanto -véanse las distintas obras literarias
existentes-, la rebelión de la persona contra la sociedad (o contra una unidad suya,
por ejemplo la familia, el eterno problema entre padres e hijos) por lo general
empieza con un cambio del código en las situaciones ordinarias; lo que los
destinatarios interpretan como una deformación de la jerarquía social en una
dirección determinada (y que puede adquirir un matiz tanto cómico como trági­
co).77

El problema del comportamiento ordinario en transcurso de la vida


cotidiana, no sólo no presenta problemas para el individuo sino que

77. SdC: 175 y ss.

195
E n pos del signo

además da buena información sobre las jerarquías establecidas en una


sociedad. En cambio, un individuo encuentra por lo general dificultades
de comportamiento cuando se enfrenta a situaciones nuevas o raras.
Ahora bien: estas dificultades pueden referirse ya al contenido (significa­
do) ya a la forma (significante). En el primer caso -la s dificultades se
refieren al contenido- se trata de SE en las que el participante, por alguna
causa, no puede calibrar correctamente a sus Partners: no sabe quien es
quien en una sociedad determinada.
En el segundo caso -dificultades de form a- “se trata de situaciones
que exigen comportamientos desconocidos para el ejecutor”.78 No sabe,
por ejemplo, cómo usar la gran cantidad de cubiertos que le ponen en una
comida de gala de carácter oficial; o no sabe qué hacer ante un platillo
desconocido; o no sabe cómo usar los palillos en casa de Agustín.
Para el sentido común es más importante superar las dificultades de
contenido; los errores formales, en cambio, suelen verse de manera
morbosa. Esta actitud se explica, dice Civ’jan, por la propia tendencia
humana (consciente o inconsciente) a mantener la posición social si se
está satisfecho de ella, o a elevarla, en caso contrario; como aparece en
Dostoievsky en expresiones como “nosotros los pobres”, “qué pode­
mos hacer nosotros”, etc.Las dificultades derivadas de la ignorancia de
los comportamientos, se superan con facilidad elemental, sobre todo si el
ejecutor está interesado en superarlas. Civ’jan se centra, por tanto, en la
“correcta orientación del hombre en la sociedad, puesto que está
ligado al tema de las situaciones fijas, y precisamente al principio y al fin
de las SE.
El asunto del principio y el fin de las SE parece importante a Civ’jan
porque es justamente en estos momentos en donde se afirma y se acentúa
con mayor determinación la relación de la posición social de los partici­
pantes. Este problema empieza por aclarar quien de los participantes
tiene derecho social a empezar y/o a acabar la SE.

En nuestros trabajos anteriores, dice Civ’jan, ya hemos hablado de la importancia


esencial del principio y del fin en las SE, puesto que justamente es en estos

78. SdC : 176.

196
L a semiótica rusa

distintos momentos donde se afirma y se acentúa con mayor determinación la


relación de la posición social (de los pesos) de los participantes, lo que indica
también su posición en la jerarquía social de una determinada sociedad (posición
que el hombre por lo general no se siente inclinado a cambiar por una más baja, y
que sólo lo haría en caso de protesta y por consiguiente a causa de determinadas
convicciones), y que por tanto también confirma la solidez de la sociedad que
protege a sus miembros. Esta diferenciación empieza ya desde la aclaración sobre
quién de los participantes tiene derecho a empezar y/o terminar la SE, y en su
interior a pasar de una etapa a otra; los participantes que no gozan de este derecho
son independientes y se encuentran totalmente en el interior de la situación (véase
la prohibición para el hombre de que sea éste el que tienda primeramente la mano
a una mujer, la prohibición para un subalterno de interrumpir una reunión, etc.).
Ésto mismo sucede a la hora de usar determinados elementos o nuevos comporta­
mientos de etiqueta, como por ejemplo, las libertades aristocráticas. Es natural
que las características de los participantes tengan un significado esencial, la
forma de la SE, etcétera, puesto que hay varios modos, patentes o solapados,
delicados o decididos, de desarrollar una SE. Además, por lo general, los partici­
pantes están divididos en pasivos y activos, y éstos primeros son los que aceptan la
táctica que se les imponga.79

Civ’jan analiza especialmente las situaciones saludo-despedida y para


ello divide a los participantes de la SE en dos grupos: emisor (A) y
destinatario (a). Está claro que a lo largo de la situación estos papeles se
alternan. Civ’jan sólo analiza la situación del principio y del fin: quién
comienza y quién da por terminada la interacción.

La iniciativa de la elección del código -d ice Civ’jan - pertenece a (A), por tanto,
su tarea es más compleja que la de (a), quien, en cualquier caso, no se encuentra
frente a lo desconocido y puede servirse del código propuesto. Al empezar una SE,
(A), a lo largo de un arco de tiempo limitado, tiene que hacer un análisis del
ambiente y de los partners con el fin de escoger de entre el arsenal de comporta­
mientos de saludo-despedida, que es limitado, los comportamientos propios del
caso y ejecutarlos de modo que se cree un cuadro adecuado de las posiciones
sociales de los participantes en la SE en cuestión. Por tanto, la tarea de (A) puede
definirse como social. Además, se encuentra ante sí con otras tareas bastante
importantes: la indicación de los límites de la SE, es decir, la señalización de su
principio y de su fin. (A) aplica comportamientos que indican que a partir de un

79. SdC: 177.

197
En pos del signo

cierto momento un determinado grupo de personas se unen, pasando a ser los


participantes en una SE, y que desde ese momento sus acciones (palabras,
movimientos^ etc.) adquieren un significado semiótico (y no ya, digamos, pura­
mente pragmático o incluso biológico) correspondiente a las tareas de la SE de
que se trata; tareas de orden personal como exponer o esconder los propios
sentimientos a los partners , producir una impresión que garantice un desarrollo,
óptimo para (A), de ésta y de las siguientes SE, ejecutar los comportamientos de
una manera impecable desde un punto de vista estético, etcétera. (Por otra parte,
[A] puede aspirar a alcanzar una indeterminación máxima de su propia estrategia
que en el futuro le permita una mayor libertad de acción; un procedimiento
neutral, particularmente, puede aplicarse también cuando [A] desea transmitir a
[a] la posibilidad de escoger el código, lo que, desde el punto de vista de la
cortesía, es muy apreciado.)80

Según Civ’jan, la elección de los comportamientos del CE está


substancialmente condicionada por una serie de factores. C iv’jan enume­
ra cuatro. Llama al primero de ellos “el equipo fundamental de contrase­
ñas diferenciales (ECD) de los participantes”. Entre estas contraseñas
más importantes, Civ’jan menciona una serie de parejas en el entendido
de que el primer puesto lo ocupa regularmente quien tiene un significado
preeminente:

1. Femenino-masculino.
2. Anciano-joven.
3. Superior-inferior (por posición social).
4. Extraño-familiar (por pertenencia a una determinada célula social o una
determinada sociedad).81

Según Civ’jan, el ECD es un índice objetivo de la posición social del


individuo que determina en cada momento su posición social con respec­
to a los p a r t n e r s . Sin embargo, la determinación de los CE es compleja
dado que las señales de superioridad en el seno de una pareja son de
diversa índole y proveniencia. Por ejemplo, están ligadas a las caracterís­
ticas complementarias de los participantes que es el segundo de los
factores anunciados como condicionantes del comportamiento.

80. SdC: 179.


81. SdC: 180.

198
L a semiótica rusa

Este segundo factor se refiere a cosas como la nacionalidad, fe


religiosa, relaciones de parentesco, amistad, simpatía, hostilidad, antipa­
tía, indiferencia, algunas noticias biográficas (información sobre aconte­
cimientos de/y acciones de la vida de (A) y (a), aspecto exterior, estado
de salud, temperamento, estado de ánimo, carácter, etc. Civ’jan admite
en esta sección contraseñas de otra índole que afectan a la interacción:
educación, la libertad de ejecución, la atención hacia la función estética.
Aunque son complementarias, estas características nunca juegan un
papel secundario o auxiliar y a menudo son determinantes de la CE, más
incluso que el ECD. Al contrario, decía, con frecuencia son las que
determinan la estrategia del CE: por ejemplo, las fiestas nacionales o
religiosas, el lazo de parentesco, el grado de conocimiento pueden influir
regularmente en la elección de comportamientos. Eso indican, por ejem­
plo, expresiones como “no se tienen favoritismos”, “en el trabajo no
hay parientes ni amigos”, etc. que suelen servir de slogans en alguna
oficina o empresa, o que incluso son convertidos en letreros. Otro
ejemplo dél papel que juegan las características complementarias en la
determinación del EC es el caso de las prerrogativas que tiene una mujer
joven y bonita independientemente del ECD de los partners.
Civ’jan supone que esto sucede porque el ECD se nos impone desde
fuera y más bien de carácter abstracto y sólo casualmente llega a coincidir
con nuestros deseos o conceptos, etc.: forma parte de las formalidades
impuestas. En cambio, en nuestros comportamientos preferimos lo no
oficial, lo libre, lo concreto, sobre lo oficial, lo aconsejado y lo abstracto.
Llegamos así al tercero de los factores condicionantes. Se refiere a la
cantidad de participantes de la SE. Supongamos, dice, que (A) y (a) son,
respectivamente, el emisor y el destinatario. Las posibilidades de combi­
nación entre los participantes pueden, entonces, ser representadas así:1

1) A & a
2) A & S a
3) S A & a
4) S A & S a82

82. SdC: 181.

199
En pos del signo

Según la cantidad, el saludo y la despedida pueden ser individuales


(caso 1), comunes (caso dos: por ejemplo el caso de un profesor que
saluda a sus alumnos) o colectivos como en los casos 3 y 4: un grupo se
dirige a un destinatario (caso 3), por ejemplo si los estudiantes contestan
el saludo del profesor; o cuando dos grupos se intercambian saludos
(caso 4) como en el caso de dos equipos deportivos que se saludan o
despiden.
Finalmente, viene el cuarto de los factores condicionantes del com­
portamiento. Civ’jan coloca aquí las “características de la SE” . Son
género, tiempo y lugar. Con respecto al género distingue diferentes
situaciones: si se trata de encuentro (premeditado o fortuito), visita,
presentación, conocimiento, reunión oficial, mitin, desayuno, comida,
cena, coctel-fiesta, día de campo, velada, baile matrimonio, bautismo,
cumpleaños, aniversario, funeral, banquete fúnebre, celebración de algún
acontecimiento importante, una fiesta nacional, una ceremonia (por ejemplo
diplomática), una inauguración. Este aspecto admite clasificaciones ulte­
riores más precisas; por ejemplo si los saludos-despedida son oficiales-no
oficiales, generales-individuales, etc.
Por lo que hace al tiempo, en cambio, distingue el “tiempo absoluto”
-s i el saludo-despedida tiene lugar en la mañana, a mediodía, por la tarde
o por la noche—de la “fecha” -día, mes, añ o - y del “tiempo relativo”
-u n tiempo en relación a otro tiempo. Por ejemplo: un banquete fúnebre
a los cuarenta días de la muerte. Y, finalmente, los límites temporales de
la SE: es decir, su duración.
Con respecto al lugar de la SE, Civ’jan razona así: dado que se trata
de saludo-despedida, las SE pueden distinguirse las que se realizan en
lugar abierto (calle, parque, bosque, playa, estadio, etc.) de las que se
realizan en lugar cerrado (casa ajena/propia, oficina ajena/propia, teatro,
cine, restaurante, tienda, etc.). Aunque también pueden proponerse otras
clasificaciones propio/extraño, oficial/no oficial. Civ’jan da especial im­
portancia a la clasificación abierto/cerrado por la manera tan directa de
influir en el comportamiento: determina, por ejemplo, la indumentaria
(sombrero/no sombrero, indumentaria formal/informal, etc.), los kinemas
y la pronunciación en voz alta, etc. La misma investigación, dice Civ’jan,

200
La semiótica rusa

nos podrá indicar qué lugar es el que hay que tomar como referencia: si el
ambiente doméstico, el ceremonial. El analista debe, por consiguiente,
informarse sobre estos tres tipos de variantes a la hora de analizar las
características de la SE teniendo en cuenta que, por lo general, están
mutuamente implicadas.
Por lo demás, son varios los factores que determinan, según Civ’jan,
la estrategia del comportamiento de los participantes en una situación de
etiqueta:

La estrategia del comportamiento de los participantes en la SE está determinada


fundamentalmente por cuatro condiciones: el ECD de los participantes, sus
características complementarias, la cantidad de los participantes y la característi­
ca de SE (se da por supuesto que los participantes dominan el equipo de compor­
tamientos de etiqueta que se les ha prescrito). Si se obtiene una información
suficiente desde los cuatro puntos, entonces la elección de los comportamientos es
relativamente sencilla y puede suponerse que las tareas de la SE se realizarán de
manera correcta y satisfactoria. De todos modos, los participantes en la SE pueden
o no saber algo sobre el partner o poseer informaciones incompletas y disparata­
das (ésto puede suceder, por ejemplo, si alguien va a dar con un grupo desconoci­
do, donde tampoco nadie le conoce; evidentemente, en el ECD tan sólo el sexo es
fácilmente determinable, pero, debido a las características de la moda actual,
también aquí se pueden dar algunas complicaciones. Cuando se desconoce el
ECD, lo que determina la estrategia del comportamiento son, automáticamente,
las características complementarias y, antes que nada, lo que se puede extraer de
la impresión exterior, que se produce por el aspecto, las maneras, el vestir,
etcétera. Según el espíritu de observación o las facultades analíticas del partici­
pante, las características complementarias pueden garantizarle una elección justa
(por ejemplo, la identificación de la persona deseada), pero también pueden
confundirle y, por tanto, ponerlo en una situación embarazosa o ridicula (en el
mejor de los casos) [...] Véase, por ejemplo, los numerosos cuentos humorísticos
donde A antepone el impresionante portero de librea con galones al dueño de
aspecto modesto; véase también la situación inversa en un cuento de G. Chesterton,
donde los dueños se ven obligados a cambiar el color de su frac para no ser
confundidos con los sirvientes. La incapacidad para orientarse en una determina­
da situación conduce a menudo a errores de “incorrección”: véanse, por ejemplo,
las diferentes versiones de la fábula de Ivanushka el tonto, que llora en las bodas
y baila en los funerales.83

83. SdC: 183.

201
En pos del signo

Civ’jan analiza una serie de comportamientos equivocados a causa de


una información deficiente recibida por los participantes y, en general,
por una evaluación equivocada del interlocutor ya sea por falta de
información, ya en forma deliberada. Según sean las distintas opiniones
que los interlocutores tengan uno respecto del otro, así será el CE.
C iv’jan propone una matriz que refleja la recíproca estimación o evalua­
ción de los p a r t n e r s :

1) A/=/, a/=/
2) A/=/, a/+/
3) A/=/, a/-/
4) A/+/, a/=/
5) A/+/, a/+/
6) A/+/, a/-/
7) A/-/, a/=/
8) A/-/, a/+/
9) A/-/, a/-/84

En donde el signo = denota una “valoración exacta”, el signo +


denota “exageración”) y, finalmente el signo - equivale a “disminu­
ción”. Al respecto, dice Civ’jan:

La elección equivocada de los comportamientos de etiqueta puede explicarse por


una información insuficiente recibida por los participantes, aunada a su incapaci­
dad de extraer de dicha información las noticias esenciales [...] y, por último, por
la incapacidad de traducir correctamente el lenguaje de los hechos a lenguaje de
etiqueta [...] Para salir de esta situación cabe la posibilidad de utilizar un conjunto
estandarizado de comportamientos neutrales [...] con un radio amplio de aplica­
ción. La utilización de estas fórmulas neutrales [buenos días, adiós, gracias, de
nada, perdón, etc.] en cualquier SE no será un error, pero puede caracterizar
distintamente al participante que las utilice: en algunos casos se le estimará como
“demasiado cortés” [...], en otros como “demasiado seco” [...].85

84. SdC: 185 y ss.


85. SdC: 184.

202
L a semiótica rusa

Por tanto, dice Civ’jan, la elección del comportamiento de etiqueta es


bastante compleja y depende de muchos factores que pueden entrar en
contradicción entre sí. De cualquier modo, el individuo tiene que elaborar
la información en el menor tiempo posible y de esta manera seleccionar el
comportamiento a seguir.
Viene enseguida el análisis de las “fórmulas verbales” que se usan en
una situación de etiqueta. Para ello, Civ’jan divide las fórmulas o expre­
siones verbales que forman parte del CE según la función y según la
importancia de los participantes. Según la función, las fórmulas verbales
pueden ser:

a) Fórmulas de saludo.
b) Fórmulas de despedida.
c) Fórmulas introductivas o divisorias.

En cambio, según la importancia de los participantes, son clasificadas


en:

a) Fórmulas para dirigirse a superiores.


b) Fórmulas para dirigirse a inferiores.
c) Fórmulas para dirigirse a iguales.86

La última parte del ensayo está dedicada a los otros elementos de los
comportamientos de etiqueta: los kinemas, especialmente los gestos,87 y
los accesorios.88 La conclusión que saca es ésta:

El análisis del lenguaje de cortesía - e l conjunto de los instrumentos, las reglas de


combinación de los signos, las reglas sobre el uso de los comportamientos de
etiqueta- antes que nada han de basarse sobre material concreto. El conjunto de
las SE homogéneas, descritas de manera idéntica (por ejemplo, el saludo-despedi­
da) llevará a establecer las reglas de su construcción, lo que más tarde brindará la

86. SdC: 186.


87. SdC: 190.
88. SdC: 192.

203
En pos del signo

posibilidad de elaborar una gramática generadora del lenguaje de etiqueta. Esta­


blecer dichas reglas, sobre todo para las conversaciones denominadas “munda­
nas” con un mínimo contenido, en algunos casi nulo, es relativamente sencillo.
Es conveniente empezar desde un amplio experimento de la investigación de las
SE de masas, haciendo uso de encuestas estadísticas y prestando particular
atención a los datos lingüísticos. Sobre esta base es posible establecer los principa­
les tipos de SE y CE (este último dependiente de la SE y de sus participantes), lo
que en el futuro puede llevar a plantear el problema de la tipología de los sistemas
de etiqueta como una de las tareas principales y esenciales de la investigación
semiótica, problema tanto más importante cuanto que es, al mismo tiempo,
investigación de las estructuras sociales, etc. Además, las relaciones sociales en el
interior de una determinada sociedad son puestas a la luz sobre un material nuevo,
que además se encuentra en un nivel inconsciente, lo que garantiza una mayor
objetividad de las conclusiones obtenidas.89

Como el lector puede ver, este modelo ejemplar de análisis semiótico


de situaciones rituales es muy sugerente: se trata de un verdadero pro­
yecto de eso que llamamos “semiótica de la cultura” cuya metodología
consiste en diferenciar, clasificar y analizar comportamientos para dedu­
cir las leyes, la gramática, de este tipo de lenguajes.

89. SdC: 193 y ss.

204
IX
LA SEMIÓTICA BARTHESIANA

R oland B arthes

Al principio de la década de los sesenta, Roland Barthes se puso al frente


de un grupo de gente joven, escritores preocupados a la vez por buscarle
nuevos senderos a la crítica que por desentrañar las distintas
estructuraciones de la cultura occidental. En este grupo nació un movi­
miento al que se conoció como “formalismo francés” o “Nouvelle
Critique”. Fue famoso el escrito en que Raymond Picard, haciendo uso
de un estilo panfletero, se lanzaba contra esta Nouvelle critique llamán­
dola nouvelle imposture 1 y dando pie a Roland Barthes a hacer una
preciosa exposición de ella en Crítica y verdad} En todo caso, este
movimiento iría evolucionando conceptualmente, entre tumbos y vueltas,
hasta desembocar, por lo que hace a la semiótica, en la muy avanzada
propuesta hecha por Algirdas Julien Greimas. De esta larga reflexión sólo
tocaremos de pasada algunos momentos estelares para detenemos, así
sea sólo un poco, en la semiótica greimasiana.
Roland Barthes quizás rehusaría el papel que este libro le atribuye de
cabeza de escuela de una corriente entre cuyos logros se cuenta el haber
desarrollado un proyecto de semiótica. El Barthes maduro, en vísperas
de cumplir sesenta años, en una conferencia pronunciada en Italia y
publicada por Le Monde el 7 de junio de 1974, traza los principales
momentos de este proceso. Porque es la mejor, la más clara y concisa
historia que de este movimiento conozco, y porque incluye un lúcido
autoanálisis que nos permite apreciar las etapas de su evolución; voy a1

1. Raymond Picard, Nouvelle critique ou nouvelle imposture, Paris, J. J. Pauvert, colección “Libertes”,
1965.
2. Buenos Aires, Siglo XXI, 1972.

205
E n pos del signo

reproducir aquí los párrafos que para este asunto considero más pertinen­
tes:

No represento a la semiología ni al estructuralismo: ningún hombre puede


representar una idea, una creencia, un símbolo [...] por una parte, mi mayor
aspiración es ser asociado al cuerpo de los semiólogos; mi mayor aspiración es
poder responder junto con ellos a los que los atacan: espiritualistas, vitalistas,
historicistas, espontaneístas, antiformalistas, arqueomarxistas, etcétera [...] Pero,
por otra parte, la semiología no es para mí una causa; no es para mí una ciencia,
una disciplina, una escuela, un movimiento con el que identifico mi propia
persona [...] ¿Qué es, entonces, para mí, la semiología? Es una aventura, es decir,
lo que me adviene, lo que me viene del significante [...] Esta aventura se me ha
presentado en tres momentos.
El primer momento fue de deslumbramiento. El lenguaje, o para ser más
preciso, el discurso, ha sido el objeto constante de mi trabajo, ya desde mi primer
libro, es decir, desde El grado cero de la escritura. En 1956 yo había reunido una
especie de material mítico de la sociedad de consumo, que entregué a la revista de
Nadeau, Les Lettres Nouvelles, bajo el nombre de Mitologías; fue entonces
cuando leí por primera vez a Saussure, y tras haberlo leído quedé deslumbrado por
esta esperanza: suministrar por fin a la denuncia de los mitos pequeñoburgueses,
que nunca hacía sino, por así decirlo, proclamarse sobre la marcha, el medio para
desarrollarse científicamente. Este medio era la semiología o análisis concreto de
los procesos de sentido gracias a los cuales la burguesía convierte su cultura
histórica de clase en cultura universal: la semiología se me apareció entonces, por
su porvenir, su programa y sus tareas, como el método fundamental de la crítica
ideológica. Expresé ese deslumbramiento y esa esperanza en el postfacio de
Mitologías, texto que quizás haya envejecido científicamente, pero que es un texto
eufórico, porque infundía seguridad al compromiso intelectual, proporcionándole
un instrumento de análisis, y responsabilizaba al estudio del sentido asignándole
un alcance político.
La semiología ha evolucionado desde 1956, su historia se ha enajenado en
cierta medida, pero sigo convencido de que toda crítica ideológica, si quiere
escapar a la pura reafirmación de su necesidad, no puede ser más que semiológica:
el análisis del contenido semiológico de la semiología, como pretendía la estu­
diante que acabo de mencionar, no podría llevarse a cabo sino por los caminos
semiológicos.
El segundo momento fue el de la ciencia, o por lo menos el de la cientificidad. De
1957 a 1963 trabajé en el análisis de un objeto altamente significativo: la ropa de
moda. El objetivo de este trabajo era muy personal, ascético, si puedo decirlo así.
Se trataba de construir minuciosamente la gramática de una lengua conocida pero
que no había sido analizada hasta entonces. Me importaba poco que la exposición
de ese trabajo resultara ingrata; lo que importaba para mi placer era hacerlo,
operarlo.

206
L a semiótica barthesiana

Al mismo tiempo intentaba concebir cierta enseñanza de la semiología (con los


Elementos de semiología).
A mi alrededor la ciencia semiológica se elaboraba según el origen, el movi­
miento y la independencia propia de cada investigador (pienso sobre todo en mis
amigos Greimas y Eco); se produjeron conjunciones con los grandes predecesores,
como Jakobson y Benveniste, e investigadores más jóvenes, como Bremond y
Metz: se creó una Asociación y una Revista Internacional de Semiología.
En lo que a mí respecta, lo que dominaba ese período de mi trabajo era no tanto
el proyecto de poner los fundamentos de la semiología como ciencia cuanto el
placer de ejercitar una sistemática : en la actividad de la clasificación hay una
especie de embragues creativa, que fue la de los grandes clasificadores como Sade
y Fourier. En su fase científica la semiología me deparó esa embriaguez: yo
reconstituía, yo confeccionaba (dando un sentido elevado a esta expresión) siste­
mas, juegos. NO me gustaba escribir libros si no era por placer. El placer del
sistema reemplazaba para mi el Superyo de la Ciencia: era preparar ya la tercera
fase de esta aventura. Por fin, indiferente a la ciencia indiferente (adiafórica,
como decía Nietzche), entré por placer en el significante, en el texto.
El tercer momento es, en efecto, el del texto. En tomo a mí se tejían discursos,
que desplazaban los prejuicios, inquietaban evidencias, proponían nuevos con­
ceptos: Propp, descubierto a partir de Lévi-Strauss, permitía vincular seriamente
la semiología con un objeto literario, el relato; Julia Kristeva, remodelando
profundamente el paisaje psicológico, me brindaba personal y principalmente los
conceptos nuevos de paragramatismo e intertextual idad; Derrida desplazaba
vigorosamente la noción misma de signo al postular el retroceso de los significa­
dos, el descubrimiento de las estructuras; Foucault acentuaba el proceso del signo
asignándole un lugar histórico pasado; Lacan nos proporcionaba una teoría
acabada de la escisión del sujeto, sin la cual la ciencia está condenada a permane­
cer ciega y muda acerca del lugar donde se habla; Tel Quel, por fin, esbozaba el
intento, renovador todavía hoy, de situar nuevamente el conjunto de estas muta­
ciones en el campo marxista del materialismo dialéctico. Para mí, este período se
inscribe en conjunto entre la Introducción al análisis estructural del relato (1966)
y S/Z (1970). El segundo trabajo negaba, en cierta medida, el primero, mediante el
abandono del modelo estructural y el recurso a la práctica del texto infinitamente
diferente.3

En sus comienzos, el grupo estaba muy cerca del formalismo ruso,


aunque sus conceptos y aun su formulación fueran saussureanos: esta

3. Las citas de los trabajos de Barthes las haremos por Roland Barthes, La aventura semiológica, Barcelona,
Planeta-De Agostini, 1994, pp. 10-12. Se trata de una práctica recopilación de los principales escritos de
Roland Barthes sobre semiótica. En lo sucesivo, citaremos esta obra simplemente como La aventura.

207
En pos del signo

tradición barthesiana de la semiótica es, de hecho, una excelente síntesis


de ambas tradiciones, la saussureana y la formalista. Poco a poco, sin
embargo, el formalismo francés fue cobrando originalidad a partir, sobre
todo, de un ampliado concepto de texto y de lenguaje: la cultura, toda
cultura, está hecha por un sinnúmero de sistemas de significación que se
expresan por medio de textos de la más diversa índole cuyo funciona­
miento es análogo al del más importante de ellos: la lengua. Para Barthes,
un texto no es otra cosa que una manifestación de un lenguaje: “el texto
es el afloramiento mismo de la lengua”, dice en la lección inaugural de la
cátedra de semiología literaria en el College de France hablando de los
textos cifrados en la lengua natural.
Roland Barthes nació en Cherburg el 12 de noviembre de 1915.
Fueron sus padres el subteniente de navio Luis Barthes y Henriette
Binger. Aún no cumplía el año cuando, el 26 de octubre de 1916, murió
su padre en un combate naval en el Mar del Norte. De 1916 a 1924 su
madre se traslada a Bayonne con sus suegros los Barthes y en la escuela
del lugar realiza Roland Barthes sus primeros estudios. En 1924 la familia
emigra definitivamente a París, cerca de los abuelos matemos. A partir de
entonces, las vacaciones escolares serán en Bayonne con los abuelos
Barthes. De 1924 a 1930, Roland prosigue sus estudios en el Liceo
Montaigne y de 1930 a 1934 en el Liceo Louis-le-Grand. El 10 de mayo
de ese año (1934) alterna sus enfermedades pulmonares, con convalecen­
cias en lugares montañosos, con sus estudios: Barthes se gradúa en letras
clásicas en la Sorbona.
Desde 1937 empieza su vida magisterial que alterna con sus estadías
en hospitales y convalecencias en la montaña de que se libera, finalmente,
en 1948, fecha a partir de la cual Roland Barthes entra de lleno en la
actividad académica. En efecto, entre 1948 y 1949, Barthes trabaja como
auxiliar de bibliotecario y luego como profesor en el Instituto Francés de
Bucarest amén de asistente extranjero adjunto en la Universidad de
Bucarest. De 1949 a 1950, Barthes coincide con Greimas en la Universi­
dad de Alejandría en Egipto: allí Barthes funge como asistente extranjero
adjunto. En lo sucesivo, los caminos de ambos semiotistas se cruzarán a
menudo cuando no irán paralelos. De 1950 al 1952, trabaja en el servicio
de enseñanza de la Dirección General de Relaciones Culturales. De 1952

208
La semiótica barthesiana

a 1954, pasante de investigaciones en lexicología del CNRS (Centro


Nacional de Investigación Científica). De 1954 a 1955, funge como
consejero literario de Éditions L ’Arche. De 1955 a 1959, investigador
adjunto, en el área de sociología del CNRS. De 1960 a 1962, jefe de
trabajos en la sexta sección de L ’Ecole Pratique des Hautes Études, en la
sección de ciencias económicas y sociales. En 1962 funge como director
de estudios de L ’Ecole Pratique des Hautes Études en un área llamada
“Sociología de los signos, símbolos y representaciones” . En 1976 pasa a
ocupar la cátedra de semiología lingüística en el célebre Colegio de
Francia, institución fundada desde 1529. Allí, el 7 de enero de 1977 dicta
su lección inaugural.4 Al salir del Colegio de Francia, precisamente, el 25
de febrero de 1980 Roland Barthes es atropellado por una camioneta, un
símbolo sobresaliente de la cultura que él, irónicamente, había trabajado
tanto por desentrañar. Muere el 26 de marzo de 1980 en un hospital
parisino. La versión que del accidente da Le Monde el 27 de marzo de
1980 es diferente:

En el momento del accidente, Roland Barthes salía de un almuerzo que había


reunido, alrededor de Frangois Miterrand y Jack Lang, responsable del partido
socialista, a un cierto número de artistas e intelectuales, entre los que se contaban
Jacques Berque, Danielle Delorme, el compositor Pierre Henry, Rolf Lieberman y
Luis Néel, premio Nobel.5

4. Publicada al año siguiente por Éditions du Seuil bajo el título de Legón inaugúrale de la chaire de
sémiologie littéraire du College de France. Para la edición en español, véase Roland Barthes, El placer
del texto y lección inaugural de la cátedra de semiología literaria del College de France, M éxico,
1982, pp. 111-150.
5. Para una bibliografía de y sobre Roland Barthes puede verse el volumen titulado Roland Barthes par
Roland Barthes (Paris, Éditions du Seuil, 1975). Cito por la traducción italiana Barthes di Roland
Barthes que ofrece en las páginas 208-210 una bibliografía tanto de Barthes como sobre Barthes de
1942 a 1974. Para completar esa bibliografía, el lector puede acudir a Le grain de la voix. Entretiens
1962-1980, publicada en 1981, al año siguiente de la muerte de Barthes, por Éditions du Seuil; este
importante libro, aparecido en español en Editorial Siglo XXI (México, 1983) bajo el título de El grano
de la voz. Entrevistas 1962-1980, trae no sólo una bibliografía actualizada sino un par de páginas con
las fechas más importantes en la vida de Roland Barthes. Es una especie de semblanza espiritual del
escritor que, com o se puede ver desde el título, adopta la forma de una colección de entrevistas de
distintas épocas, que entre 1962-1980 habían aparecido en diversos periódicos y revistas. Yo mismo, en
1982, publiqué en la revista Deslinde (Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de
N uevo León, Núm. 1, Vol. I, pp. 14-21), bajo el título de “En tomo al pensamiento barthesiano”, un
pequeño e incompleto inventario bibliográfico de la obra de Barthes. La anterior cita de Le Monde está
tomada de El grano de la voz: 374.

209
En pos del signo

El antecedente más inmediato de la semiótica francesa fue conocido


como análisis estructural del relato. Su formulación más autorizada se
remonta a Roland Barthes y fue publicada en el número 8 de la revista
Communications.6 Para Barthes, un relato puede estar cifrado tanto en el
lenguaje articulado -la s lenguas- como por otros tipos de lenguajes: la
imagen fija o móvil, el gesto o “la combinación ordenada de todas estas
substancias”. El relato, para Barthes,

está presente en el mito, la leyenda, la fábula, el cuento, la novela, la epopeya, la


historia, la tragedia, el drama, la comedia, la pantomima, el cuadro pintado
(piénsese en la Ursula de Carpaccio), el vitral, el cine, las tiras cómicas, las
noticias policiales, la conversación. Además, en estas formas casi infinitas, el
relato está presente en todos los tiempos, en todos los lugares, en todas las
sociedades; el relato comienza con la historia misma de la humanidad; no hay ni
ha habido jamás en parte alguna un pueblo sin relatos; todas las clases, todos los
grupos humanos, tienen sus relatos y muy a menudo estos relatos son saboreados
en común por hombres de cultura diversa e incluso opuesta: el relato se burla de la
buena y de la mala literatura: internacional, transhistórico, transcultural, el relato
está allí, como la vida.7

Barthes admite la posibilidad de muchos puntos de vista desde los


cuales se puede hablar del relato; a saber puntos de vista como histórico,
psicológico, sociológico, etnológico, estético, etc. Sin embargo, dice,
tanto los formalistas rusos como Propp y Lévi-Strauss han puesto de
manifiesto que todo relato tiene una estructura a partir de la cual se
produce el sentido: cada relato es, pues, un sistema semiótico. El análisis

6. La m etodología del análisis estructural del relato fue expuesta por Roland Barthes tanto en un escrito
largo titulado, precisamente, “Introducción al análisis estructural de los relatos” aparecida en el
mencionado volumen 8 de Comunicaciones cuyo título es, precisamente, Análisis estructural del relato.
De esta obra circulan varias ediciones en español: la más antigua es la Editorial Tiempo Contemporáneo,
Buenos Aires, 1970; en 1982, Premiá Editora publicó en M éxico otra edición en la que agrega un
artículo de Umberto Eco titulado “James Bond: una combinación narrativa”. Finalmente, está la ya
arriba citada bajo la abreviación La aventura. Hay, empero, una versión abreviada del análisis estructural
del relato: se trata de una conferencia. En español, conozco dos ediciones de ella: la primera, bajo el
título “El análisis estructural del relato. A propósito de Hechos 10-11”, aparece en Roland Barthes,
Paul Beauchamp, Hemy Bouillard, Joseph Courtés, Edgard Haulotte, Xavier Léon-Dufour, Louis Marin,
Paul Ricoeur, Antoine Vergote, Exégesisy hermenéutica, Madrid, Ed. Cristiandad, 1976. La segunda,
en La aventura : 281-307.
7. La aventura: p. 163.

210
L a semiótica barthesiana

estructural del relato consiste en el desciframiento de ese sistema: tiene


por objetivo el cómo del sentido a partir de la identificación y análisis de
la estructura del relato.
El análisis estructural del relato es transfrástico. Sin embargo, la
lengua natural es punto de referencia obligado para estudio de cualquier
sistema semiótico de índole no verbal.

Jakobson y Lévi-Strauss -d ice Barthes- han hecho notar que la humanidad podía
definirse por el poder de crear sistemas secundarios, “desmultiplicadores” (he­
rramientas que sirven para fabricar otras herramientas, doble articulación del
lenguaje, tabú del incesto que permite el entrecruzamiento de las familias) y el
lingüista soviético Ivanov supone que los lenguajes artificiales sólo han podido ser
adquiridos después del lenguaje natural [...].8

Barthes, por tanto, postula como hipótesis la homología entre lo que


pasa en las lenguas naturales y lo que pasa en los sistemas de significación
no verbales. Todo relato, tiene varios niveles de sentido que el análisis
tiene que empezar por poner de manifiesto. Entre esos niveles hay una
relación jerárquica: ningún nivel puede producir sentido por sí sólo, sólo
adquiere sentido cuando se le integra en el conjunto. En un texto verbal,
por ejemplo, hay un nivel fonético, otro fonológico, otro gramatical y
otro contextual: sólo puesto en relación con los demás niveles, cada uno
de ellos produce sentido. Dicho de otra manera: “el relato es una gran
frase, así como toda frase constatativa es, en cierto modo, el esbozo de
un pequeño relato”.9 En el análisis estructural del relato, según Barthes,
hay tres niveles de descripción: el nivel de las funciones, el nivel de las
acciones y el nivel de la narración.
El primer paso de la descripción, en efecto, consiste en dividir el texto
en segmentos, en unidades mínimas. Barthes utiliza la terminología de
Hjelmslev y llama “clases” a cada una de esas unidades mínimas de
texto. Según el lingüista danés, “el objeto que se somete a análisis se
llamará clase”;10 y a una “clase de clases” le llama jerarquía. Barthes

8. La aventura: 167
9. Ibid. pág. 13.
10. Op. cit., p. 49.

211
En pos del signo

alterna el nombre de “clase” con el de “lexía” o unidad de lectura. Cada


una de esas unidades son tenidas por Barthes como unidades funcionales.
Este es su supuesto en este primer nivel. ¿Todo, en un relato, es funcio­
nal? Todo, hasta el menor detalle, ¿tiene un sentido? ¿Puede el relato ser
íntegramente dividido en unidades funcionales? -pregunta Barthes. Y
responde con un rotundo sí. Como veremos inmediatamente, hay sin
duda muchos tipos de funciones, pues hay muchos tipos de correlacio­
nes, lo que no significa que un relato deje jamás de estar compuesto de
funciones: todo, en diverso grado, significa algo en él.
Entre esos distintos tipos de funciones está, por ejemplo, la función
narrativa: en un fragmento de texto, un código podrá, en efecto, tener
una función narrativa. En 1969, a propósito de una reunión sobre analistas
de textos bíblicos, Barthes presentó una ponencia sobre análisis estructu­
ral basado en el relato de la visita que hace Pedro a un centurión romano
(Hech. 10-11)." La unidad de lectura “subió Pedro a la azotea”, además
de ser un código topográfico, es una unidad funcional: tiene, en efecto,
una función narrativa pues sirve para justificar el que Pedro no oiga la
llamada de los emisarios que lo buscan y poder así introducir la adverten­
cia del episodio del ángel.
Otro ejemplo usado por Barthes es el de James Bond: supongamos,
dice, que Bond está de guardia en su oficina del Servicio Secreto, que
suena el teléfono y que una unidad de relato narra lo que sigue así:
“Bond levantó uno de los cuatro auriculares”. El vocablo “cuatro”,
dice Barthes, constituye por sí solo una unidad funcional, pues remite a
un concepto necesario al conjunto de la historia: el de una alta técnica
burocrática. Funciona como decorador del relato. En este caso, dice
Barthes, la unidad narrativa no es la unidad lingüística - la palabra “cua­
tro”-: la unidad narrativa es el valor connotado por la palabra “cuatro”.
Hay varios niveles en estas unidades funcionales que se relacionan entre
sí según una gramática del discurso muy distinta de las gramáticas
ffásticas.
El segundo nivel de descripción es el de los personajes denominado
también nivel de las acciones, ya que los personajes son definidos por su1

11. Véase la referencia más arriba.

212
L a semiótica barthesiana

participación en las acciones. Barthes, en efecto, adopta el concepto


proppeano de personaje: los personajes del análisis son una tipología
simple fundada en la unidad de las acciones que el relato les impone. El
personaje es un “participante” que, por tanto, se define por su participa­
ción en una esfera de las acciones siendo esas esferas poco numerosas,
típicas, clasificables. De la misma manera asume el concepto de sujeto.
El tercer nivel de la descripción del relato, decía, es el nivel de la
narración. La narración se mueve gracias a una gran función de intercam­
bio que va de un dador a un destinatario, pues no puede haber relato sin
narrador y sin oyente o lector. Aquí no se trata de ponerse en el lugar del
narrador para escudriñar sus motivos; ni se trata de estudiar los efectos
que la narración produce en el lector. De lo que se trata es de describir el
código a través del cual se otorga significado al narrador y al lector a lo
largo del relato.
Las disposiciones operativas más importantes en el análisis estructu­
ral del relato son, pues, las siguientes: distribución del significante mate­
rial en unidades manejables de lectura. “Se trata, dice Barthes, de una
especie de cuadriculación del texto, que proporciona los fragmentos del
enunciado sobre los que se va a trabajar”. El significante material no
necesariamente es un texto verbal: puede ser el relieve en una fachada
(como en el caso de las fachadas de la catedral de Morelia) o lo que sea.
La segunda operación que el analista debe hacer con el texto consiste
en un inventario de los códigos citados en él. Para Barthes, un texto está
constituido por una gran cantidad de citas a códigos. Barthes entiende
por código “un número indefinido de unidades que guardan entre sí una
relación muy tenue fundada en la asociación sin recurrir para nada a una
organización lógico-taxonómica”.12 El inventario tiene como objetivo
apreciar las posibilidades de lectura de un texto. Para Barthes un código
es el punto de partida de una serie de significantes; o, si se quiere, es una
cita que, por el hecho de serlo es punto de partida de otros significantes.
Es que, como se sabe, en cuestión de lenguaje existen las tradiciones, los
lenguajes dentro de las lenguas, las especializaciones de ciertos vocablos
que remiten invariablemente a un ámbito determinado de la cultura: cada

12. Greimas/Courtés, Semiótica, tomo I, pp. 57 y ss. Véase referencia en la bibliografía.

213
En pos del signo

palabra arrastra otras palabras, las evoca. La localización de un código y,


en general, el inventario de códigos en el análisis de un texto es, al fin de
cuentas, un inventario de los universos que allí son convocados. Un
código es, como decía, un punto de partida hacia otros significantes hacia
donde el vocablo evocador nos hace partir.
La tercera operación que el analista debe practicar en el texto es
denominada “coordinación” y consiste en establecer las correlaciones
de las funciones acotadas, con frecuencia separadas, superpuestas, entre­
mezcladas o incluso trenzadas, pues un texto (del latín fóxtws=tejido) es,
efectivamente, un tejido de correlatos que pueden estar separados entre
sí por la inserción de otros correlatos pertenecientes a otros conjuntos.
Barthes distingue dos grandes tipos de correlaciones en los textos: las
internas y las externas. En las primeras, como es obvio, el elemento
correlativo se encuentra en el mismo texto; en las correlaciones externas,
en cambio, el término inicial se encuentra en el texto y su correlato está
fuera: puede remitir a una totalidad global o, incluso, puede remitir a
otros textos en lo que Julia Kristeva llama la intertextualidad.
Barthes aplicó este tipo de análisis tanto a textos narrativos cifrados
en lenguaje verbal como a textos de la cultura cifrados en otro tipo de
lenguajes. Entre los primeros está el ya citado análisis que hace texto
lucano del centurión romano y, desde luego, el que practica a Sarracine,
una novela corta de Balzac, que publica bajo el nombre de S/Z. Entre los
segundos, está su análisis al Sistema de la moda y sus Mitologías.
Los postulados de este análisis semiótico habían sido ya publicados
en un trabajo célebre que apareció en el número 4 de la misma revista
Communications con el nombre de Recherches semiologiques que cons­
tituyen, en buena medida, la teoría semiótica de Barthes. El relato, para
Barthes, es un habla de un lenguaje, consistente en una estructura hecha
de todos los relatos del mundo habidos y por haber. O como se imagina
en el Sistema de la moda : un vestido sin fin tejido de todas las maneras
posibles según las revistas de la moda. Cada texto -verbal o no verbal-
por los que se expresa una cultura es el habla que remite a sistemas
semióticos que el analista tiene que identificar y aprender a leer.
En conclusión, para Barthes, el hombre es un ser semiótico, produc­
tor y consumidor de signos, que funciona a signos, los crea, se aferra a

214
L a semiótica barthesiana

ellos, los endurece y, frecuentemente, los convierte en ritos: su conjunto


constituye la cultura. Con respecto a ella, el hombre contemporáneo está
tratando de descubrir sus alfabetos: está aprendiendo a leer. El esfuerzo
de Barthes por desentrañar sistemáticamente la cultura contemporánea,
de buscar afanosam ente instrum entos de análisis en el seno del
estructuralismo, lo hace acuñar los principios de lo que será la semiótica
francesa de la que es el verdadero padre.

Ju l i a K r is t e v a

Otro de los miembros del grupo publicó en 1978 un libro titulado


Semiótica, en donde expone los resultados de sus investigaciones y
formula los fundamentos de la semiótica como disciplina científica. Lo
que el análisis semiótico realiza, según Kristeva, es actualizar los distin­
tos tipos de lenguajes para extraer sus modelos. Julia Kristeva entiende,
como todos los formalistas franceses, que la vida social de cualquier
comunidad -econom ía, costumbres, arte, etc.- es considerada como un
sistema significativo estructurado como un lenguaje, de manera que toda
práctica puede ser científicamente estudiada como un modelo secundario
en relación a la lengua natural a la que modela y por la que es modelada.
Por tanto, para Kristeva, la semiótica consiste en una producción de
modelos. Como se ve, más que de semiótica, Kristeva prefiere hablar de
un nivel semiótico que consiste en una axiomatización de los sistemas
significativos. La semiótica planteada por Kristeva descansa en una
sólida reflexión tanto sobre la propuesta saussureana como sobre los
posibles objetos de la semiótica. La idea de texto que maneja, por
ejemplo, es significativa: texto es lo que se deja leer.
Su Semiótica consta, como decía, de dos tomos. En el primero de
ellos explora y construye los fundamentos de la disciplina. Si la semiótica
fuera la magna ciencia de los signos que propone Saussure, entonces la
lengua no puede ser asumida como referente absoluto. En el esquema
saussureano, dice Kristeva, la semiótica vendría siendo más bien una
parte de la lingüística. Al concebir la semiótica como una producción de
modelos, Kristeva la imagina como una “ciencia crítica y/o crítica de la

215
En pos del signo

ciencia”. Sin embargo, la semiótica imaginada por Kristeva pasa pronto


de las lenguas naturales a otras prácticas semióticas:

En la actualidad -d ice ella- la semiótica se orienta hacia el estudio de la


“magia”, de las adivinaciones, de la poesía, de los textos “sagrados”, de los
ritos, de la religión, de la música y de la pintura rituales, para descubrir en sus
estructuras dimensiones que obstruye el lenguaje de la comunicación denotativa.
En este quehacer, supera las fronteras del discurso europeo y se ocupa de los
complejos semióticos de las demás civilizaciones, intentando escapar así a una
tradición cultural cargada de idealismo y mecanicismo. Esta ampliación de la
esfera de acción de la semiótica plantea el problema del instrumento que dará
acceso a las prácticas semióticas cuyas leyes no son las del lenguaje denotativo. La
semiótica busca esas herramientas en los formalismos matemáticos y en la
tradición cultural de las civilizaciones lejanas. Prepara así los modelos que un día
servirán a las estructuras de las civilizaciones que han alcanzado discursos
altamente semiotizados (India, China).13

Desde luego, entre esas civilizaciones con discursos altamente


semiotizados están las americanas, como la nuestra. Los textos que la
semiótica de Kristeva prevé son, desde luego, los llamados literarios, los
gestos y textos como la moda, explorada específicamente por Barthes.

A lgirdas J ulien G reimas

Formado en la escuela barthesiana y miembro del llamado grupo Tel


quel, por el nombre de la revista en que aparecieron los más importantes
de sus trabajos, el lituano francés Algirdas Julien Greimas ha desarrolla­
do, al cobijo del grupo, una de las más importantes corrientes semióticas
que se ha extendido, sobre todo por Francia, Italia y la América hispano­
hablante, en estos últimos veinte años; en el análisis semiótico de los
' textos ha conquistado territorios como el de la exégesis bíblicajNacido
en Tuía, Lituania, en 1917, Greimas llegó por primera vez a Francia, muy
joven aún, para terminar, en Grenoble, sus estudios que había empezado,
tanto a nivel escolar como universitario, en Kaunas, Lituania. En Grenoble,

13. Semiótica, tomo 1, pp. 55 y ss. Ver bibliografía.

216
La semiótica barthesiana

pues, de 1936 a 1939, llevó al cabo estudios de licenciatura en letras y


estudios de dialectología franco-provenzal.
Sin embargo, la guerra le hace interrumpir sus estudios: regresa a
Lituania en 1939 y hace su servicio militar. En 1944, al final de la guerra,
vuelve a Francia y se instala en París en donde encuentra un grupo
entusiasta en un fervor intelectual en que ve las posibilidades de construir
su porvenir. Al principio, crece a la sombra de Charles Bruneau trabajan­
do en la Sorbona con otros jóvenes en un ambicioso proyecto lexicológico.
En 1948 obtiene su doctorado en Letras con la tesis La Mode en 1830.
Essai de description du vocabulaire vestimentaire d ’aprés les jounaux
de mode de l ’époque y, desde el año siguiente hasta 1962 se desempeña
como profesor universitario en Alejandría, Ankara, Estambul, Poitiers y
París, de nuevo. En Estambul y Ankara desarrolla los primeros bosquejos
de una semántica estructural. En efecto, de 1949 a 1958, Greimas se
desempeña en Alejandría como maitre de conferences', en 1956 publica
en el número 3 de Le Frangais moderne un trabajo bajo el título de
“L ’actualité du saussurisme”; de 1958 a 1962 se desempeña como
profesor en la Universidad de Ankara y, desde 1960, de forma simultá­
nea, en la de Estambul.
En 1960, participa en B e s a ro n , con otros lingüistas, en la fundación,
en esa universidad, de la Sociedad de Estudios Lingüísticos Franceses, la
SELF, que sería determinante para el desarrollo de los estudios lingüísticos
en Francia.
Su regreso a Francia tiene lugar en 1962 cuando es nombrado profe­
sor de lingüística francesa en la Universidad de Poitiers donde permanece
hasta 1965. Este año es elegido director de estudios de L ’Ecole Pratique
des Hautes Études, la institución que albergaba por entonces a los
estructuralistas franceses de mayor reputación mundial: Claude Lévi-
Strauss, Roland Barthes, Jacques Bertin, Fernand Braudel, Georges
Friedman, etc.
El año siguiente, 1966, es un buen año para él: sale su libro Semántica
estructural, como resultados de esas incursiones por la semántica estruc­
tural, y Prácticas y lenguajes gestuales, obra que publica al año siguiente
en Larousse, que lo coloca por fin en la ruta de la semiótica a la que da un
fácil salto desde la semántica; funda, con Roland Barthes, J. Dubois,

217
En ro s DEL SIGNO

Bernard Pottier y Bernard Quemada, la revista Langages; en este mismo


año, tiene lugar la creación de la Asociación Internacional de Semiótica
de la que Greimas es el secretario general; finalmente, ese año se crea,
igualmente, el grupo de investigaciones semio-lingüísticas E.P.H.E.
Los años siguientes serán fecundos en libros y, en algunos casos, en la
creación de instituciones para la investigación semiótica. En 1970, en
efecto, aparece publicado por Éditions du Seuil el primer volumen de Du
sens. Essais sémiotiques y tiene lugar la creación del Centro Intemazionale
di semiótica e di lingüistica d ’Urbino del cual Greimas será el director
durante el primer año. A partir de entonces, durante la década de los
setenta, aparecen una serie de ensayos suyos en que los análisis semióticos
de los textos narrativos pasan a otros tipos de discursos, como el
discurso jurídico, el historiográfico, etc.
En 1972, Larousse le publica sus Essais de sémiotique poétique ; en
1976, ahora en Éditions du Seuil, aparece publicado tanto el libro
Maupassant. La sémiotique du texte: exercises pratiques como Semiotique
et sciences sociales', en 1978 tiene lugar la creación tanto de la Asocia­
ción para el desarrollo de la semiótica como de Actes sémiotiques.
Síntoma y expresión del magno edificio construido sobre el suelo de la
semiótica es el excelente, aunque complejo, diccionario de semiótica que
apareció por primera vez en francés, en 1979, en las prensas de la
Librairie Hachette, bajo el título de Semiotique. Dictionnaire raisonné
de la théorie de langage, obra que firma junto Joseph Courtés. En el
mismo 1979, aparece Introduction á Vanalyse du discours et sciences
sociales, en que Greimas aparece como editor al lado de Éric Landowski;
en 1983, aparece E. du Seuil Du sens II. Essais sémiotiques', en 1985
aparece en Presses universitaires de France, el libro Des Dieux et des
hommes. Etudes de mythologie lithuanienne traducción al francés de una
obra que había aparecido en Chicago, en 1979. En 1985, aparece en
Hachette el segundo tomo del diccionario de semiótica, suyo y de
Courtés, bajo el título de Sémiotique. Dictionnaire raisonné de la théorie
du langage, II. Compléments, débats, propositions. En 1987, en P.
Fanlac, aparece De VImperfection. En unión de Jacques Fontanille,
publica en 1991, en Éditions du Seuil, Sémiotique des passions. Des
états de choses aux états d ’áme. Finalmente, Ed. Larousse le publica en

218
L a semiótica barthesiana

1992, el año de su muerte, el Dictionnaire du moyen frangais del cual es


autor en compañía de T. M. Keane. Como diría Paul Ricoeur en Nouveaux
actes sémiotiques :

él recorre todo lo que tiene la forma de discurso, todo significado articulado en


una estructura. Es el proyecto de una semiótica general que cubre todo el espacio
discursivo. Que incluye, por tanto, toda acción, individual o social, toda pasión
revestida bajo la apariencia de texto, todo lo que pretende tener sentido.1415

La s e m ió t ic a g r e im a s ia n a

La semiótica greimasiana es la más desarrollada en la línea de la semiótica


francesa. Por otro lado, es Greimas quien más ha desarrollado no sólo las
líneas semióticas trazadas por Barthes sino las intuiciones de Saussure,
Propp y Lévi-Strauss, entre otrosjPara el acercamiento a la semiótica
greimasiana voy a proceder por círculos: primero haré un bosquejo muy
general, luego propondré las principales nociones en que sustenta esa
semiótica y, finalmente, haré una exposición más detallada de cómo
proceden algunos de sus análisis, lo que se proponen y lo que, finalmente,
pueden lograr. La semiótica greimasiana consiste, en efecto, tanto en una
teoría de la significación como en una serie de procedimientos de análisis.
Su objetivo no radica sólo en la descripción de la comunicación sino que
se interesa positivamente en los mecanismos de la significación.
Empezaré advirtiendo que la semiótica greimasiana comenzó dedica­
da al relato y que de allí pasó a otros tipos textuales como los textos de
índole discursiva y hasta los no verbalizados. Es significativa la afirma­
ción que aparece en Análisis semiótico de los textos. Introducción,
teoría y práctica 15 según la cual “todo texto presenta un componente

14. Presses de l’Université de Limoges et du Limousin, sin fecha, p. 45.


15. Bajo la autoría del Grupo de Entrevemes, Madrid, Ed. Cristiandad, 1982. En lo que sigue, mencionaremos
este libro simplemente como Análisis y a sus autores como GdE. En la exposición de la metodología de
análisis de la semiótica greimasiana me he apoyado sobre todo en esta obra. He utilizado, además, de J.
Courtés, Introducción a la semiótica narrativa y discursiva, citada en la bibliografía; los dos tomos del
diccionario de semiótica de A. J. Greimas y J. Courtés, Semiótica. Diccionario razonado de la teoría
del lenguaje; el Diccionario del teatro, dramaturgia, estética, semiología, de Patrice Pavis, Barcelona,
Paidós, 1990; el Diccionario de términos literarios de Victoria Ayuso de Vicente, Consuelo García
Gallarín y Sagrario Solano Santos, Madrid, AKAL, 1990.

219
En pos del signo

narrativo y puede ser objeto de análisis narrativo; los relatos propiamente


dichos no son más que una clase particular en la que los estados y los
cambios están atribuidos a personajes individualizados” .16
Por tanto, aunque muchos de los análisis practicados por los
greimasianos tengan por objeto textos verbalizados y, más específicamente,
relatos, la semiótica greimasiana es aplicable no sólo a cualquier tipo de
relato, sea de índole verbal o no, sino, como se ha dicho, a cualquier clase
de texto. Por tanto, a un relato, desde luego; pero también a un sermón,
una lección de filosofía, un discurso político, un complejo arquitectónico,
una fachada o una pintura, por ejemplo.

C a t e g o r ía s y l ó g ic a

En general, los mecanismos de análisis de la semiótica greimasiana


descansan en la descomposicióm de los distintos elementos de que consta
un texto sea de índole verbal o no. Emplea conceptos como narratividad,
descripción, figura, tema, actante, estructura profunda, estructura super­
ficial, isotopía, isomorfismo. Por lo general, la semiótica greimasiana
asume que en todo texto se pueden distinguir el plano de la manifestación
del plano de la inmanencia.
El plano de la manifestación es el plano del texto tal cual se presenta
al lector: personajes que hacen, no hacen, buscan, pierden, alcanzan,
evolucionan; es, en resumidas cuentas, el plano de todo lo que acaece y
podemos ver en la superficie del texto. Como el análisis semiótico es un
análisis inmanente cuyo objetivo es buscar las condiciones internas de la
significación, no se ocupa, en primera instancia, del plano de la manifes­
tación. El análisis semiótico consiste en poner en evidencia el dispositivo
productor del sentido.
El plano de la inmanencia es el plano de lo que sucede en el “inte­
rior” del texto y a causa del cual sucede todo lo que sucede en el plano de
la manifestación. El plano de la inmanencia está compuesto por dos tipos
de estructuras: una estructuras superficiales y una estructuras profundas.

16. Op. cit., p. 24.

220
L a semiótica barthesiana

En las estructuras superficiales, la semiótica greimasiana prácticamente


asume los dos más antiguos y básicos componentes de los textos: la
narratividad y la descripción, estructuras cronológicas y estructuras es­
paciales, conviviendo juntas y conformando las apariencias del texto. Las
estructuras profundas también son de dos tipos: relaciones clasificadoras
de los valores de sentido, por una parte, y, por otra, operaciones de tipo
lógico que organizan el paso de un valor a otro.
Puesto que, como se ha dicho, las estructuras superficiales, son
narrativas y descriptivas, en el análisis se trata de ver cuáles son cada una
de estas estructuras. Así, pues, las narrativas se estructuran en enuncia­
dos -d e acción o de estado- mientras que las descriptivas giran en tomo
a las figuras y conforman lo que los greimasianos llaman “conjuntos
figurativos” . Los papeles descriptivos de los personajes de un relato, por
ejemplo, desembocan en papeles temáticos.
Las estructuras profundas, por su parte, se construyen en torno al
concepto de isotopía.17 Isotopía es, en resumidas cuentas, la redundancia
o iteración de rasgos mínimos a lo largo de una cadena sintagmática que
permite aclarar y eliminar las ambigüedades del texto. La isotopía suele
ser definida como un plano común que hace posible la coherencia de un
dicho o, en palabras de Greimas, como “un conjunto de categorías
semánticas redundantes que permiten la lectura uniforme de una histo­
ria”. Si la isotopía es, como decía, una forma de redundancia,18 de hecho
se manifiesta en una serie de pequeñas marcas marginales que indican las
circunstancias de la acción.
Puesto que estamos en las estructuras profundas en donde se gesta el
significado, cabría preguntarse ¿cuáles son las unidades mínimas de
significado? El análisis semiótico a este nivel va en busca, efectivamente,
de las unidades mínimas de significado. Llega, así, a los semas y clasemas.19
Se trata de una descomposición de las figuras -d e que hablaremos luego-

17. Para una exposición del concepto de isotopía puede verse Helena Beristáin, Diccionario de Retórica y
Poética, tercera edición, M éxico, Porrúa, 1992, pp. 285 y ss.; véase, desde luego, A. J. Greimas / J.
Courtés, Semiótica, citada en la bibliografía; y, obviamente, el mencionado Análisis... del GdE. Una
lectura especialmente útil sobre este respecto es Lector infabula de Umberto Eco, pp. 131 y ss.
18. A. J. Greimas, Du sens, Op. cit., p. 188.
19. Véase la Introducción a la semiótica narrativa... de J. Courtés, pp. 44 y ss.

221
E n pos del signo

de la misma manera como se descompone un fonema en rasgos distinti­


vos: una figura lexemática, por tanto, se descompone en sus sememas y
cada uno de éstos en sus semas correspondientes.20 Todo esto viene a
desembocar o más bien está edificado en el cuadrado semiótico que es
como el resorte que mueve al resto de las piezas en un proceso de
significación. Es la clave de todo lo que sucede en los niveles superiores
del texto.

F ig u r a s y a c t a n t e s

En efecto, las estructuras descriptivas están configuradas en tomo, prin­


cipalmente, a las figuras. Las figuras son las unidades de contenido. El
análisis de figuras consistirá en determinar el valor de las figuras que
aparecen en el texto: qué figuras hacen la función de sujeto, qué figuras
hacen la función de objeto; cuáles de destinador o de destinatario y
cuáles, en fin, de ayudante o de oponente. La semiótica greimasiana
clasifica, en efecto, a los protagonistas de los textos según seis funciones
constantes que llama actantes. Greimas admite seis actantes o constantes
funcionales en los relatos: en primer lugar, el objeto de una petición, un
deseo o una búsqueda; al sujeto corresponde el objeto que es el término
de la petición, búsqueda o deseo del sujeto; la siguiente pareja de actantes
está constituida por el destinador que es el que envía el objeto y el
destinatario que recibe este objeto; finalmente están el adyuvante que,
como su nombre lo indica, ayuda al sujeto en su búsqueda, y el oponente
que se opone a ello.
Como se puede ver, el concepto de actante es uno de los más
importantes del proyecto semiótico de Greimas. Cabe decir aquí que el
origen del concepto de actante se remonta, en buena medida, a las
investigaciones de Propp, ya reseñadas. El actante es una constante: una
función que puede ser cumplida por actores de la más variada índole: una
bruja, un ogro, un lobo, por ejemplo, tienen la misma función actancial en
los cuentos a que se refiere Propp. Un ejemplo que al Grupo de Entrevemes

20. GdE, Análisis..., p. 143.

222
L a semiótica barthesiana

gusta mucho para explicar el concepto de actante es éste. Al entrar a una


catedral gótica, dicen, amén de la majestuosidad del espacio que obliga a
levantar la mirada al cielo, lo primero que impacta al visitante es el
equilibrio del conjunto. Parecería como si las bóvedas en ojiva lucharan
con las paredes y quisieran empujarlas hacia afuera y, sin embargo, las
paredes se mantienen verticales. ¿Por qué? Al salir al exterior encontra­
mos la respuesta: constatamos que hay unos arbotantes que contraba­
lancean el empuje de las bóvedas; como si las paredes, por tanto,
estuvieran siendo empujadas hacia afuera por las bóvedas y hacia adentro
por los contrafuertes con dos fuerzas que al contrarrestarse recíproca­
mente permiten a las paredes permanecer verticales. La función que
desempeñan los arbotantes es, pues, mantener el equilibrio de la cons­
trucción y hacer que las bóvedas no tumben las paredes. Si, por el
contrario, la catedral no fuera gótica sino románica, podríamos apreciar
cómo la función que desempeñan los arbotantes es desempeñada por
poderosos contrafuertes apoyados a los muros.
Empleando la terminología greimasiana, tendríamos a dos “actores”,
arbotantes y contrafuertes, diferentes que desempeñan, sin embargo, la
misma función: estamos, pues, ante un actante. Un actante contrabalancea
las bóvedas y este actante se viste de distinta manera según esté en una
catedral gótica o en una románica: la función es la misma, la apariencia es
distinta.
Este concepto permite al analista abstraer: entre la gran cantidad de
variantes como se dan en los textos de diferente especie, el analista sabe
que, empero, las funciones son muy pocas y puede dedicarse a ver cómo
se relacionan entre sí y de qué manera están revestidas en el texto. Pese a
que ya Propp había trabajado, como se ha dicho, con un concepto muy
cercano al de actante, el término “actante” fue propuesto por primera
vez por L. Tesniére en 1959 en sus Éléments de sintaxe structural21para
designar los sustantivos y sus equivalentes. De allí lo tomó Greimas “para
indicar el ente que participa en el proceso expresado por el verbo, como
si fuese el personaje de la acción” .22 Para L. Tesniére, citado por

21. Paris, Klincksieck, 1959, p. 102.


22. Giorgio Raimondo Cardona, Diccionario de lingüística , Barcelona, Ariel, 1991, ad loe.

223
En pos del signo

Greimas,23 “los actantes son los seres o las cosas que, por cualquier
razón y de una manera u otra-incluso a título de simples figurantes y del
modo más pasivo- participan en el proceso”.
Los actantes, según Greimas, son, como se ha dicho, el objeto,
sujeto, destinador, destinatario, oponente y adyuvante. Sus relaciones
forman lo que se llama el “modelo actancial” .(He aquí cómo el ya
referido Diccionario de términos literarios*organiza las tres parejas de
actantes según la propuesta de Greimas:

1. Sujeto y objeto:
El sujeto es la persona, animal personificado o cosa con intención de conseguir lo
que se ha propuesto. El objeto es la aspiración del sujeto, lo que suscita interés;
puede ser la riqueza, la sabiduría, el amor, la felicidad, el aumento de sueldo.
2. Destinador y destinatario:
El destinador o dador suele ser una abstracción: la sociedad, el destino, el tiempo,
etc., aunque puede encamar a una persona. El destinatario suele coincidir con el
sujeto, desea siempre algo o a alguien.
3. Adyuvante y oponente
Inciden en la relación surgida entre el sujeto y el objeto, también determinan las
aventuras y los obstáculos que ha de recuperar el sujeto.24

Sin embargo, para Greimas el actante actúa y está a nivel del texto.
Por tanto, más que a nivel de personajes, los actantes hay que buscarlos
en el nivel ffástico pues el actante es, de hecho, el “ente que participa en
el proceso expresado por el verbo, como si fuese el personaje de la
acción”.25 En general, pues, es el “sujeto, animado o inanimado, que
participa en la acción verbal” .26 Según esto, en la frase “Juan no pudo
comprar la casa que tanto anhelaba” tanto “Juan” como “casa” hacen
las veces de actante con respecto al verbo “comprar”: el primero como
sujeto y el segundo como objeto. Para que el lector vea cuál es el nivel del
actante reproducimos el siguiente cuadro:

23. A. J. Greimas / J. Courtés. Semiótica, diccionario razonado de la teoría del lenguaje, tomo I, Madrid,
Gredos, 1982, ad loe.
24. María Victoria Ayuso de Vicente / Consuelo García Gallarín / Sagrario Solano Santos, Diccionario de
términos literarios, Madrid, Ed. AKAL, 1990, ad loe.
25. Giorgio Raimondo Cardona, Diccionario de lingüistica, Barcelona, Ariel, 1991, ad loe.
26. Ramón Cerdá (coordinador). Diccionario de lingüística, México, rei, 1991, ad loe.

224
La semiótica barthesiana

NIVEL SISTEMA DEL NIVEL


TEXTUAL PERSONAJE DE
EXISTENCIA

NIVEL IV Intérpretes Personaje


Representación perceptible
ESTRUCTURA

NIVEL III Actores Estruc. discursiva


SUPERFICIAL Superf. Textual Motivos, temas
de la intriga
NIVEL II Actantes Roles
Estruc. narrativa
ESTRUCTURA
Sint, del relat. Lógica de acciones

NIVEL I Operadores Estructuras


PROFUNDA lógicos elementales de la
Estruc. lógica significación

En efecto, para explicar la relación que hay entre los diferentes


niveles de existencia de un personaje en un texto se puede echar mano de
la elemental y conocida distinción aplicada por Greimas a los relatos
entre estructura superficial y estructura profunda. En la estructura super­
ficial constaría, a su vez, de dos niveles: el nivel IV o nivel de la
representación (por ejemplo en una representación teatral) en donde cada
personaje está representado por un intérprete y su nivel de existencia es el
personaje perceptible.
El segundo nivel de la estructura superficial es el nivel III, nivel de la
superficie textual, en donde los personajes son los actores o personajes
que en la construcción actancial greimasiana son

una concreta y definida materialización de la función sintáctica, o sea, del actante.


Se puede identificar con cualquier ser capaz de ser responsable de acciones
(animales, personas, ideologías, etc.), y el actor puede ser más de una categoría
actancial (un mismo personaje puede ser sujeto y beneficiario a la vez del

225
En pos del signo

proceso), o desdoblarse en varios actores (el oponente se resuelve en varias


personas y/o convenciones sociales, etc.).27

Bajo la estructura superficial subyace la estructura profunda a la que,


a su vez, corresponden dos niveles: el nivel II o nivel de la sintaxis del
relato, y el nivel I o nivel de la estructura lógica. El nivel de la sintaxis del
relato el personaje correspondiente es el actante. Los actantes son entida­
des generales, no antropomórficas y no figurativas; además, “tienen sólo
una existencia teórica y lógica en el sistema lógico de la acción o de la
narratividad”.28 En cambio, el nivel I es el nivel de las estructuras
elementales de la significación: “las relaciones de contrariedad, contra­
dicción e implicación entre diferentes universos de sentido forman el
cuadro lógico”.29 Un actante es representado por varios actores.
El concepto de actante tiene una mayor extensión en semiótica
literaria que el término personaje al cual substituye en la terminología
greimasiana y que el dramatis personae de V. Propp: “pues no sólo
comprende los seres humanos, sino también a los animales, los objetos o
los conceptos”.30 Si bien L. Tesniére es el inventor del término “actante”,
han sido las investigaciones de V. Propp las que han dado con la
categoría. Las siete funciones a que reduce los innumerables personajes
de los cuentos fantásticos que él analiza se comportan, de una manera o
de otra, como los actantes de Greimas. Para Propp estas funciones son
las siete siguientes: héroe, princesa, mandador, agresor, falso héroe,
auxiliar y donante. Ya hemos dicho que Greimas reconoce los seis
actantes que hemos mencionado arriba: sujeto, objeto, destinador, desti­
natario, oponente y ayudante. El francés E. Souriau, en su obra Les
200 000 situations dramatiques31 intentó darles un carácter más abstrac­
to a las funciones del relato fantástico propuestas por Propp y las redujo

27. Angelo Márchese / Joaquín Forradellas, D ic c io n a r io d e r e tó r ic a , c r ít ic a y te r m in o lo g ía lite r a r ia ,


tercera edición, Barcelona, Ariel, 1991, a d lo e .
28. Patrice Pavis, D ic c i o n a r i o d e l te a tr o . D r a m a tu r g ia , e s té tic a , s e m i o lo g ía , Barcelona-Buenos Aires-
México, Paidós, 1990, p. 16.
29. I b id .
30. S e m ió tic a , I, O p. c it., a d loe.
31. Paris, Flammarion, 1950.

226
La semiótica barthesiana

a seis: filosofía, mundo, Dios, humanidad, materia y espíritu. He aquí, en


un cuadro, las tres propuestas. Souriau, como puede verse, toma ejem­
plos de la filosofía escolástica:

PROPP GREIMAS SOURIAU

héroe sujeto filosofía

princesa objeto mundo

mandador destinador Dios

destinatario humanidad

agresor oponente materia

falso héroe

auxiliar ayudante espíritu

donante

Greimas distingue entre los actantes de la comunicación o de la


enunciación y los actantes de la narración o del enunciado. Los actantes de
la enunciación son: el narrador y el narratario, el interlocutor y el
interlocutario. Participan en el diálogo que es tenido como una estructura
de interlocución de segundo grado. Los actantes del enunciado, en
cambio, son sujeto/objeto, destinador/destinatario. Distingue, igualmen­
te, entre los actantes sintácticos inscritos en un programa narrativo, tales
como el sujeto de estado y el sujeto de hacer, y los actantes funcionales o
sintagmáticos que comprenden los roles actanciales de un recorrido
narrativo determinado.32
El análisis descriptivo se hace sobre los mismos elementos que el
análisis narrativo aunque no sobre los rasgos narrativos sino los demás

32. S e m ió tic a , O p. c it., tomo I, a d lo e.

227
En pos del signo

rasgos. Con las figuras pasa lo que con los lexemas como pueden
llamarse a las palabras como las trae un diccionario. Todo lexema se
compone de semas o unidades mínimas de significación. En cada lexema,
cada acepción de diccionario constituye un semema o itinerario semémico.
Las figuras funcionan de manera parecida a un lexema. De hecho, a una
figura en abstracto se le puede llamar figura lexemática. Sin embargo, los
itinerarios lexemáticos que se desgajan de cada figura son referidos
siempre a un núcleo estable: una figura lexemática, por tanto, es una
organización virtual de sentido como un lexema en abstracto lo es: una
figura es virtualmente, por tanto, un repertorio; sin embargo, una figura
ya en un texto (en un sintagma) es una figura realizada, actualizada.
La virtualidad de las figuras es asunto de la lengua, su realización, en
cambio, remite a una situación en el discurso. Aquí nos interesa enfatizar,
sobre todo, este segundo aspecto. Este tipo de análisis, en efecto, puede
valer, como se ha dicho, para un tipo de discurso como el de una fachada
de una catedral cifrada, sobre todo, en categorías topológicas. La rela­
ción entre los enunciados es, por lo general, de tipo paratáctico. En los
relatos propiamente dichos, en cambio, tenemos no un solo enunciado
sino secuencias de enunciados: un texto está constituido por una o varias
series de frases. Entonces se dan, por tanto, cadenas o redes de figuras.
Sucede, pues, en las figuras lo que con los lexemas: un tema descriptivo
consta de un núcleo estable que sirve de enlace a varios conjuntos
figurativos. Cada conjunto figurativo es un papel temático. Un conjunto
figurativo se descompone, a su vez, en semas. Los semas de un texto se
encuentran en mutua relación. Estas relaciones pueden ser de: contrarie­
dad, contradicción o presuposición.
Las operaciones, en fin, de las que hablamos arriba como el último
nivel, el más profundo del análisis semiótico, se nos presentan como el
paso de un valor a otro. Es decir, como una serie de operaciones. A una
relación de contradicción, por ejemplo, corresponde una operación de
negación, a una relación de presuposición, una operación de selección.
En el análisis greimasiano el resumen de estas relaciones se suele repre­
sentar en el llamado “cuadrado semiótico”. He aquí un esquema de los
diferentes tipos de análisis que se suelen practicar en la semiótica
greimasiana:

228
L a semiótica barthesiana

Plano de la manifestación
En los textos hay dos planos:
Plano de la inmanencia

Componente Narrativo que regula la


sucesión y encadenamiento de los
estados y los cambios.

PLANO N iv e l s u p e r fic ia l

Componente Descriptivo que regula


el encadenamiento de las figuras y
los efectos de sentido.
DE

LA
Trama de relaciones que clasifica los
valores de sentido según sus relacio­
nes.
INMANENCIA N iv e l pro fu n d o

Sistema de operaciones que determi­


na el paso de un valor a otro.
\

Como el lector puede ver, el análisis semiótico es una especie de


gramática transfrástica. Parte del supuesto de que hay una gramática del
relato, si se quiere, una gramática del texto según la cual se relacionan
entre sí los distintos elementos de que se compone un relato o un texto:
los actores del presunto relato, por ejemplo, no comparecen porque sí, ni
se comportan como se comportan según su capricho, sino que al hacerlo
están siguiendo unas reglas, las reglas de esa gramática del relato. Esa

229
En pos del signo

gramática viene siendo, finalmente, el sistema que hay detrás del proceso,
según la célebre frase de Hjelmslev. Y es precisamente por ello, porque
hay un sistema, porque hay unas reglas de funcionamiento del relato y del
texto en general por lo que cabe detectar un sentido en él. El sentido de
un texto es “lo que dice” ese texto.33
El relieve de la transfiguración de la fachada de la catedral de Valla­
dolid, al que nos referiremos más adelante, por ejemplo, es texto en el
que Moisés y Elias son actores que no pueden estar ni arriba ni abajo de
donde están; ni pueden hacer otra cosa distinta de lo que están haciendo:
conversar. Ese texto, pues, tiene su gramática que regula el comporta­
miento de cada uno de los actores que intervienen en él. En donde arriba,
abajo, izquierda, derecha, una nube, un ángel, un cayado, un libro, una
llave, son parte de un léxico. Y hay, desde luego, una gramática. Asumi­
da, en efecto, como un texto en el que hay un emisor, un receptor y un
mensaje, en la fachada de la catedral de Morelia tiene lugar un conjunto
de selecciones, por ejemplo: la nube debe ir sólo con ciertos elementos y
no con otros, algunos elementos hacen la función de nexo, etc.
La semiótica greimasiana tiene como objetivo explorar las condicio­
nes del significado de un texto, como el recién mencionado, para llegar
hasta las raíces del sentido; hurgar en las entrañas de un texto, ponerlo al
revés, para ver qué es lo que hay debajo del sentido. La semiótica
greimasiana se interesa primariamente por el funcionamiento del texto.
No interesa en un principio el sentido o los sentidos: no interesa qué dice
este texto, ni quien es el que habla en el texto, sino cómo este texto dice
lo que dice. El análisis semiótico no tiene tampoco como objetivo decir
cuál es el verdadero sentido del texto, ni se propone tampoco encontrar
un sentido nuevo e inédito. El análisis semiótico supone que lo que este
texto dice, es decir su sentido, ya es de alguna manera conocido. El
análisis lo que hace es descubrir el mecanismo que produce el sentido:
qué es lo que hace posible el significado que manifiestan los textos con
los que nos topamos, qué sistema organizado y cómo funciona, qué tosca

33. Conviene advertir que el vocablo “sentido” es ambiguo en la terminología de la lingüística. A este
respecto, existe, por ejemplo, la terminología propuesta por Eugenio Coseriu.

230
La semiótica barthesiana

o delicada armazón, qué reglas rigen la aparición del sentido. Estas son
las cuestiones que se propone contestar la semiótica. De esta manera, la
semiótica escudriña las posibilidades del sentido que tiene un texto y,
desde luego, qué sentidos puede y no puede producir. Al hacerlo, se
puede completar, precisar y aun corregir el sentido obvio. En efecto, al
ser puesto en evidencia por el análisis semiótico el mecanismo productor
del sentido, se excluyen los sentidos que ese mecanismo no puede
producir y proporciona numerosos datos que permiten fundar el conteni­
do del texto.34
Por las mismas razones, la semiótica al estilo greimasiano toma un
texto en su estado actual. Por tanto no interesan directamente al análisis
semiótico cómo se generó ese texto, ni su historia, autor o época de
composición, por ejemplo. En el análisis semiótico se toma al texto tal
cual está: se interesa en el mecanismo tal cual está funcionando. Hay un
discutible presupuesto que está detrás de esta actitud. A saber: que el
espíritu humano funciona siempre de la misma manera sin importar
época, mentalidad o cultura; que el espíritu humano obedece siempre a la
misma lógica. Cualquiera que haya estudiado la historia de la lógica sabe,
sin embargo, que no todos los niveles de la lógica forman parte de la
“naturaleza” humana; que hay niveles de la lógica de índole histórica y
cultural. Sin embargo, los niveles de lógica a donde aspira a llegar el
análisis semiótico son los mismos en el espíritu humano.
Por otro lado, cabe decir que el análisis semiótico es un acto de
lectura: por tanto, entre mayor sea la capacidad de leer por parte del
lector, más completa será la lectura. Estrictamente hablando, el sentido
no pertenece sólo al texto: surge en el encuentro entre el lector y el texto.
Si bien el análisis impide que el lector se desvíe proponiendo sentidos
arbitrarios que no corresponden a lo que el texto quiere significar, no
exime al lector de cierta capacitación mínima, indispensable a la lectura,
como conocer la cultura y el estilo de la época, que condicionan la
significación y, por ello, la comprensión del texto mismo. Pese a ello,
Greimas solía proclamar como principio fundamental del análisis semiótico

34. Cfr. A nálisis: 16-19.

231
En pos del signo

el que “fuera del texto no hay salvación”. Lo que cuenta es lo que el


texto dice no lo que se encuentra fuera de él.
L a semiótica se atiene a una lógica binaria según la cual pensamos
únicamente por oposición. Es principio básico del análisis semiótico,
tomado del estructuralismo, que no existe sentido más que en la diferen­
cia. Como lo hemos ya señalado, la semiótica greimasiana es deudora,
como muchas otras de las metodologías de análisis del discurso, de la
fonología praguense. El rojo se define por su relación con los demás
colores del espectro, la vida adquiere sentido en relación con la muerte, la
prohibición da sentido al permiso, la riqueza a la pobreza, etc. En cierta
medida, la invención de la fonología está a la base de esta propuesta de
semiótica. Para entender, por tanto, la generación del sentido desde la
perspectiva semiótica, bien haría estudiar cuidadosamente las reglas
propuestas por Trubetzkoy en sus Principios de fonología.35
Otro de los supuestos básicos de la semiótica greimasiana, relaciona­
do con el anterior, por otro lado, consiste en sostener que todo texto está
edificado sobre una o dos oposiciones fundamentales que son las que
determinan su estructuración. Son los principios lógicos universales a
que nos referíamos arriba.
Finalmente, la propuesta semiótica de Greimas sostiene que hay una
estructura profunda y una estructura superficial. Ya la gramática
generativo-transformacional ha trabajado mucho sobre este esquema,
que tanto arraigo tiene en la tradición lingüística.36 La estructura superfi­
cial es el nivel de la actuación y está siempre determinado por una lógica
a blanco y negro que descansa sobre una axiología rudimentaria: el lugar
donde brota y donde se justifica la ideología. Es decir, de esas oposicio­
nes fundamentales que se dan en el fondo, se deriva por qué los actores,
en la superficie de un relato y/o de un cuadro de Rubens, se comportan
como se comportan: de estas oposiciones fundamentales se produce el
sentido. Estas oposiciones fundamentales son, por tanto, el resorte últi­
mo del texto que mueve a todos los otros mecanismos. Como ya he

35. En español, puede verse la edición de Ed. Cincel, Madrid, 1973.


36. En su Lingüística cartesiana , Noam Chomsky traza las principales líneas de esta tradición y en
Estructuras sintácticas muestra sus posibilidades para explicar el proceso del habla.

232
La semiótica barthesiana

dicho, el análisis semiótico tiene como objetivo “bucear”, yendo de la


superficie a las profundidades del texto, para dar con este resorte último
que determina todo lo que sucede en los demás niveles del texto y es, en
resumidas cuentas, el que hace mover a todos los demás mecanismos.
El análisis semiótico, por tanto, se convierte en un acto de desmontaje:
quitar cada uno de esos mecanismos que están más arriba hasta dar con el
mecanismo que lo mueve todo, estas oposiciones fundamentales. Pero
este desmontaje debe ser hecho con un cuidado estratigráfico como el del
arqueólogo que registra acuciosamente el lugar y nivel en que cada pieza
fue encontrada y las otras piezas con que se hallaba. La organización de
estas oposiciones fundamentales, tal cual la propone la semiótica
greimasiana es, como lo hemos mencionado, de índole lógica y desembo­
ca en el ya mencionado cuadrado semiótico. En palabras del Grupo de
Entrevemes,

El cuadrado semiótico debe ser entendido como un mecanismo, es decir, como un


conjunto organizado de relaciones, capaz de dar razón de las articulaciones del
significado. Gracias a ese “instrumento” podremos evaluar y ordenar todos los
elementos cuyas relaciones rigen la manifestación del sentido de un texto. La
aplicación del cuadrado semiótico a un texto debe permitimos identificar las
oposiciones y las relaciones pertinentes para ese texto y descubrir cómo se verifica
el funcionamiento de esas oposiciones y relaciones. En otras palabras, la aplica­
ción del cuadrado semiótico debe hacer posible representar, para un texto dado, la
forma del sentido.37

E l análisis en acción

Como ya dije, en el proyecto de semiótica propuesto por Greimas el


análisis va siempre de arriba hacia abajo, de lo que se ve a lo que no se ve,
con las categorías arriba esbozadas se puede ir al desmontaje. Como es
obvio, lo que se desmonta es un sistema semiótico o texto. Por tanto, en
un acto de análisis semiótico lo que tenemos frente a nosotros es un texto
asumido como sistema semiótico. Desde luego, las maquinarias que
producen el sentido no constan sólo de las “piezas grandes” a que aquí

37. A n álisis: 162.

233
E n pos del signo

nos hemos referido. Están hechas de pequeñas piececitas, a veces minús­


culas, que requieren de “agudeza visual” por parte del analista, para
distinguirlas. Los dos tomos del Diccionario de semiótica de Greimas/
Courtés, varias veces mencionado, nos dan una idea de lo complejo que
puede ser un mecanismo productor de significación. Por lo demás, al
documentar los pasos del análisis semiótico al estilo greimasiano, por
obvias razones de pertinencia textual, no lo hacemos frente a un texto.
Remitimos al lector, por tanto, ya a Maupassant. La sémiotique du texte:
exercices pratiques, ya a Análisis del Grupo de Entrevernes. Los ejem­
plos están tomados, por lo general, de estas obras.
Como en el ejemplo del desmontaje de un reloj, ejemplo muy aprecia­
do por el Grupo de Entrevernes, el análisis semiótico se propone no sólo
descubrir qué es lo que hace que las manecillas se muevan de la manera
que se mueven, sino cómo se transmite el movimiento hacia ellas. En los
antiguos relojes, empezamos por las manecillas y llegamos hasta la
cuerda; en los actuales relojes de cuarzo, hasta la batería. El análisis
semiótico debe mostrar cómo la energía de la batería, por ejemplo, llega
de esa manera hasta las manecillas. Una poca energía, en principio
amorfa, va asumiendo una forma precisa a través de un mecanismo. Los
mecanismos de un sistema semiótico determinan y dan forma al rudimen­
tario principio lógico que sustenta la construcción. Éste es, como ya
decía, otro de los principios básicos de la semiótica greimasiana.
Como advertí al comienzo, estoy dando vueltas de lo general a los
pormenores de cada uno de los niveles, del bosque a los árboles. Volva­
mos, pues, a los dos niveles, ya mencionados, que hay en todo texto no
importa cual sea la “substancia”. Recordemos, además, que es el nivel
profundo el que nos da razón del comportamiento de los actores en el
nivel superficial. Y empecemos, como debe ser en el análisis semiótico
por la superficie. Como el nivel superficial consta, según se ha dicho ya
también, de un componente narrativo y un componente descriptivo,
veamos con más detalle de qué consta cada uno de ellos, ya que la teoría
del texto ha trabajado poco sobre estas dos estructuras fundamentales de
los textos.
El componente narrativo, el más superficial de los dos, es el que
regula la sucesión y encadenamiento de los estados y transformaciones.

234
La semiótica barthesiana

Se llama narratividad, en semiótica, al fenómeno de la sucesión de


estados y transformaciones. Por eso decíamos que en todos los textos
hay un nivel narrativo. Siempre hay una búsqueda, un caminar hacia
adelante o hacia atrás: hay, en fin, movimiento. Un estado se enuncia por
medio de los verbos “ser” (estar) o “tener” : el protagonista está alegre,
es esto o aquello. Un cambio se enuncia por medio del verbo “hacer” (o
un verbo de acción): el protagonista compra algo precioso, por ejemplo.
Es decir, tiene algo que no tenía. Vayamos, pues, al

A nálisis en el componente narrativo

Tenemos un texto hecho de lo que sea y nos proponemos analizarlo.


Como hemos quedado, empezamos por lo que tenemos más a la vista: es
decir por la superficie y, en concreto, por el componente narrativo. El
componente narrativo nos muestra la parte más movible de un texto, es el
lugar del comportamiento de los actores del texto. Los personajes reali­
zan una serie de acciones que los hace, por tanto, pasar de un estado a
otro; sufrir transformaciones en el sentido ya dicho.
Si, como se ha dicho, es la diferencia la que engendra el sentido, el
análisis semiótico se resume en reconocer y describir las diferencias que
van apareciendo en la sucesión de los textos. Los personajes, en efecto,
evolucionan a lo largo del relato: el personaje A tiene a X y luego, al final,
lo pierde. El personaje A tiene a X, es un estado; el personaje A no tiene
a X, es otro estado. La evolución de un personaje en un texto cualquiera
consiste, por tanto, en una serie de diferencias, en el paso de una serie de
estados de dicho personaje.
Si analizáramos un texto desde el punto de vista de la narratividad, se
podría decir que consiste en una sucesión de estados y de cambios de
esos estados: en palabras de esta semiótica, se trataría de una sucesión de
estados y transformaciones. Un estado A se transforma en un estado B
que, a su vez, se transforma en un estado C y así sucesivamente hasta el
estado final. La narratividad de un texto, pues, consiste en la sucesión de
estados y de cambios que se manifiestan en el discurso. Esta sucesión
-y a lo hemos dicho- es la responsable de la producción del sentido.

235
En pos del signo

Analizar un texto desde el punto de vista de la narratividad, consiste


en dos cosas: 1) identificar los estados y los cambios que ese texto tiene.
2) Una vez identificados los estados y los cambios que constituyen el
programa narrativo de un texto, hay que representar rigurosamente las
divergencias; es decir, las diferencias que los estados y cambios dejan ver
bajo el modo de la sucesión. Todo texto, sea cual sea su índole, tiene un
componente narrativo y puede ser objeto de un análisis narrativo. Lo que
pasa es que en los relatos -propiamente tales- son una clase particular de
textos en la que los estados y cambios se atribuyen a personajes
individualizados.38

Los ESTADOS Y LOS CAMBIOS

Siendo, como es, tan importante el papel que para la narratividad desem­
peñan los estados y los cambios hay que detenemos un poco en ellos.
Como ya dijimos más arriba, un estado se enuncia por medio de los
verbos “ser”, “estar” y “tener” que son llamados, por ello, “verbos de
estado” : el personaje A “es” un ignorante, “está” oprimido por una
gran pena o “tiene” mucho dinero.
Un cambio, por el contrario, se enuncia mediante un verbo de acción
(tipo “hacer”) como: comprar, vender, encontrar, etc. Por lo general,
son los verbos considerados como “transitivos” por la antigua gramáti­
ca. Hacer el análisis narrativo de un texto, analizar su narratividad,
equivale a hacer un inventario tanto de los enunciados de “estado” como
de los de “acción” : clasificar los enunciados de estado y los de acción
que hay en el texto sujeto a análisis.
Una característica de este tipo de análisis, como ya dijimos, es que se
trata de análisis transfrástico. Por tanto, los enunciados de estado y de
acción que contiene un texto no coinciden exactamente con las frases del
texto. Hay también aquí, se puede decir, dos niveles: las frases u oracio­
nes con que se topa el lector del texto constituyen lo que hemos llamado
el nivel de la manifestación. Es el nivel de la gramática tradicional, el nivel
frástico. Este nivel de manifestación se contrapone al “nivel construido”

38. A n á lisis : pp. 23 y ss.

236
L a semiótica barthesiana

en el que se disponen los elementos que pertenecen a la gramática


narrativa: los enunciados tanto de estado como los de acción pertenecen
al nivel construido. Es decir, las configuraciones que interesan a la
semiótica son de índole translingüística. Sucede como en los mitos: un
mitologema es siempre una configuración translingüística.

E l sujeto y el objeto

Un enunciado de estado expresa, en realidad, la relación entre un sujeto


(S) y un objeto (O). Ambos son funciones (actantes o papeles actanciales):
no se trata de la relación de una persona con una cosa. El papel de sujeto
puede ser desempeñado por una cosa y viceversa: en el ya referido caso
de las muros góticos que hacen las veces de sujeto, mientras que el objeto
es una abstracción, la verticalidad. La relación sujeto/objeto es perma­
nente y recíprocamente se implican: no existe sujeto sin objeto, como no
existe padre sin hijo. Por otro lado, todo objeto se define por su relación
con el sujeto y viceversa.
El análisis procede haciendo un inventario, de tipo transffástico, de
las diferentes situaciones que se van dando en la relación entre sujeto y
objeto. De hecho sólo se dan dos posibilidades: o bien el sujeto “tiene”
al objeto o el sujeto “no tiene” al objeto. Al primer caso se le llama
relación de unión, al segundo, relación de desunión y se representan de la
misma manera que en la teoría de conjuntos.
En otras palabras, para analizar la narratividad de un texto, Greimas
utiliza el mismo lenguaje simbólico de la teoría de conjuntos. Como he
dicho, estos son los únicos dos tipos de enunciados de estado posibles.
Un cambio es definido en el seno de la semiótica greimasiana como
“el paso de una forma de estado a otra” . Hay dos formas de cambio y
solamente dos: cambio por unión y cambio por desunión. En el primer
caso, primero el sujeto “no tiene” el objeto y luego el sujeto “tiene” al
objeto: pasa de no tenerlo a tenerlo. Es decir: el sujeto adquiere el objeto.
En el segundo caso, en cambio, primero el sujeto tiene al objeto y luego
el sujeto no tiene al objeto. Es decir, el sujeto pierde el objeto. Que el
sujeto adquiera o pierda al objeto son, como decía, las únicas dos formas
de cambio. Desde luego, en texto puede haber varios sujetos y varios

237
En pos del signo

objetos y son también varias las posibilidades de combinación entre estas


formas de cambio.

E l programa narrativo

La semiótica greimasiana llama programa narrativo (PN) a la sucesión de


estados y cambios que se encadenan a partir de una relación S-0 y de su
transform ación. Todo relato consta de al m enos un program a
narrativo.¿Por qué llamarlo programa narrativo? ¿Por qué no llamar a esa
sucesión de estados y cambios simplemente “secuencia narrativa”? Se le
llama “programa narrativo”, según los greimasianos, porque el análisis
semiótico parte del supuesto, como ya hemos dicho, de que este encade­
namiento de estados y cambios, no se realiza al azar sino que tiene una
lógica: apunta siempre hacia una dirección buscada. El describir la orga­
nización del PN permite dar cuenta de ese encadenamiento regulado.
Desde luego, los otros análisis permitirán descubrir cual es esa lógica que
rige el programa narrativo y qué es lo que se propone.
De hecho, en un texto puede haber varios cambios y en rigor cada
uno de ellos aglutina un programa narrativo. Es decir, el programa
narrativo principal siempre se ramifica en programas narrativos secunda­
rios. Sucede como en un filme: hay un perno, una acción sin la cual el
protagonista no hubiera hecho lo que hace y el filme no hubiera sido este
filme. Es el perno nuclear de la trama. Por tanto, esos cambios y esos
programas narrativos colaterales no son igualmente importantes. En
la práctica, el programa narrativo se basa en el cambio principal. En el
ejemplo que se ha venido mencionando el relato se centra en el programa
narrativo de derroche del oro.

E l concepto de realización

Se llama “realización” a toda actuación de un realizador que provoca un


cambio de estado. En el ejemplo que nos ocupa, el programa narrativo se
realiza mediante el paso de una unión a una desunión: es el relato de una
pérdida. La realización presupone un realizador al que se le da el nombre
de “sujeto agente”. El sujeto agente tampoco es un personaje, es una

238
La semiótica barthesiana

función.La semiótica greimasiana de la narratividad distingue dos tipos


de sujeto: el sujeto de estado y el sujeto de acción o sujeto agente.
El sujeto de estado es, simplemente, el sujeto de una relación de
unión o de desunión con respecto a un objeto. El sujeto agente, en
cambio, es el sujeto de una realización: también se le conoce como sujeto
de acción. La relación del sujeto agente con la acción define el enunciado
de acción. Se trata, como se ve, de formulaciones generales en tomo a
actantes y papeles actanciales.

La capacidad

Es uno de los conceptos más importantes del análisis greimasiano. Para


que sujeto agente pueda llevar a cabo la realización del cambio debe ser
capaz de hacerlo. Se llama capacidad, pues, a las condiciones necesarias
que debe tener el sujeto agente para realizar el cambio. En el texto de
Daudet, por ejemplo, el amigo que roba al hombre del cerebro de oro
posee el conocimiento del secreto: el saber es un elemento de su capaci­
dad, una condición necesaria para realizar el robo.
Greimas reduce a cuatro elementos la capacidad del sujeto: el deber-
hacer, el querer-hacer, el poder-hacer, el saber-hacer. La adquisición de
capacidad por parte del sujeto puede constituir un programa narrativo
subordinado al programa principal. A partir de estos elementos se da la
cualificación (modalización) de cada uno de los enunciados de acción.39
Este es, a grandes rasgos, el análisis narrativo. Como se ve, sólo tiene
en cuenta una parte de los elementos constitutivos de un texto: el
componente narrativo. Lo que hemos hecho hasta aquí es explicar el
metalenguaje de la gramática narrativa. Su finalidad es señalar las dife­
rencias (responsables del sentido percibido en la lectura) en la sucesión
de los estados y de los cambios: describir la narratividad del texto. Para
ello se desmonta (analiza) el texto en enunciados de estado (ser o tener) y
en enunciado de acción (hacer).
El análisis de la narratividad de un texto, a partir de esta rudimentaria
herramienta, desemboca en aplicaciones más complejas que las mencio­

39. Cfi. A n á lisis : pp. 43 y ss.

239
En pos del signo

nadas hasta ahora como ejemplos: se puede dar el desdoblamiento tanto


de los enunciados de estado como de los programas narrativos. Puede ser
que varios sujetos pretendan un mismo objeto, en ese caso entra el
concepto de oponente o antisujeto, del cual ya hemos hablado.40

A nálisis en el componente descriptivo

El análisis del componente narrativo ha puesto de manifiesto una red de


relaciones y actuaciones capaz de engendrar la organización narrativa del
discurso: la forma narrativa abstracta. Esta forma narrativa abstracta se
va cargando de contenidos específicos que varían de texto a texto. Las
formas narrativas por su carácter actancial pueden ser revestidas por
distintos actores. Aunque el análisis narrativo pertenece propiamente al
estudio del significado, no lo agota: hay que examinar también las formas
descriptivas generadas por el componente descriptivo.
La tarea del análisis descriptivo se ejerce sobre los mismos elementos
que la del análisis narrativo, pero toma aspectos que el análisis narrativo
dejó de lado. Las unidades del análisis descriptivo, como se ha dicho, son
las figuras. Las figuras, pues, son unidades de contenido que sirven para
calificar, para de alguna manera dar cuerpo a los papeles actanciales y a
las funciones que éstos cumplen.
Hay varias maneras de considerar las figuras: como figuras lexemáticas
basadas en lexemas que, para efectos del análisis, equivalen a las palabras
tal cual aparecen en el diccionario; las figuras en el discurgo^por ejemplo,
el" vocablo “cabeza” podría ser considerado como una figura. Es, desde
luego, una figura simple definida como “parte del cuerpo que contiene el
cerebro y en la que se encuentran la mayor parte de los órganos de los
sentidos”. Puede aparecer en enunciados como:

1. Le golpearon en la cabeza (cabeza en sentido del diccionario: anatómico).


2. N o ha sentado cabeza (cabeza como sede del cerebro, símbolo de la inteligencia,
de la mente: mental).
3. Les dieron una torta por cabeza (cabeza como individuo: numérico).41

40. Análisis: pp. 93 y ss.


41. Análisis: 11

240
La semiótica barthesiana

Este tipo de figuras se basan en un núcleo estable, como sucede en los


diccionarios, a partir del cual se derivan los tres itinerarios semémicos ya
mencionados. Hay, pues, una figura lexemática que funciona como orga­
nización virtual de sentido. En el discurso aparecen como una red de
figuras lexemáticas ligadas entre sí. A esa red de figuras se le llama
conjunto figurativo. Las redes de figuras que exhibe un texto contribuyen
a definir a los personajes de que se trata el relato: los personajes son
definidos principalmente por las figuras si se reducen los conjuntos
figurativos a papeles descriptivos denominados papeles temáticos para
distinguirlos de los papeles actuantes que definen la posición que tiene el
actor dentro de un programa narrativo. En esto consiste, a muy grandes
rasgos, el análisis nivel superficial de un relato.42
Pues bien, el componente descriptivo regula en un texto las figuras y
los demás componentes de sentido. Aunque de las figuras ya hemos
hablado mucho arriba, regresamos para ahondar en el tema para ver
cómo funcionan en un texto y cómo las puede identificar un analista. En
semiótica, en efecto, se llama figura a un elemento relativamente
reconocible en la lectura: “libro”, “casa”, “ventana”, “el cumpleaños
del padre”, etc. Se trata de pequeñas unidades de contenido que se
identifican como tales sin importar de dónde les viene el principio de
unidad. Cuando asumimos, por ejemplo, “el cumpleaños del padre”
como una figura del mismo nivel descriptivo que “libro” es que atribui­
mos a ese sintagma como una unidad objetivable.
Estos elementos de contenido pueden reconocerse en la lectura:
pertenecen a la “memoria discursiva” del lector. Las figuras están
dispuestas en recorridos figurativos. Nuestra memoria de lector juega al
estilo de un diccionario de figuras. Es el nivel virtual de la figura: el texto
que se analiza, sin embargo, hace un uso particular de la figura. Para
encontrar este uso particular hay que rastrear la figura a lo largo del
texto. Por ejemplo, la figura “ventana” puede tener varios usos en el
texto: una ventana que se abre para recibir una serenata, una ventana que
se cierra para que no se cuele el aire frío, una ventana entreabierta por la

42. A nálisis: pp. 116 y ss.

241
En pos del signo

que se espía, una ventana por la que el protagonista recibe una orden
secreta, etc. Todos estos usos de la figura “ventana”, dentro de un texto,
constituyen un recorrido figurativo que es el que permite precisar el
contenido de la figura: la manera como el texto la utiliza e interpreta.43
Como se ha dicho, el componente descriptivo también incluye los
valores temáticos. La forma de los recorridos figurativos es propia de
cada texto: el análisis semiótico tiene como finalidad, precisamente,
poner de manifiesto esa singularidad. En semiótica se trata de ver qué es
lo que hace el texto con las figuras, cómo las clasifica y ordena, y en
determinar en nombre de qué se ordenan así estas figuras para constituir
estos recorridos figurativos y no otros. Ello da pie a la función clasificante
y contextual de las figuras. Se trata por tanto de buscar los valores
temáticos que asumen los recorridos figurativos.
Como se ha dicho, todas estas operaciones son aplicables a textos no
verbales. Así, en la fachada central de la catedral de Valladolid, el
“ángel” es una figura que, por tanto, hace su recorrido: unos ángeles
sirven para configurar el cielo, otros ángeles desempeñan el papel de
sirvientes, otros ángeles forman un coro, otros ángeles son soldados,
otros son cargadores, etc. Esto es lo que hace el texto con esta figura: así
la clasifica y ordena. ¿Por qué? Las respuestas -q u e hay que analizar
cuidadosamente- son varias.
Si como se ha dicho, en el nivel profundo hay también dos planos en
que se organizan los elementos: una red de relaciones que nos permite
clasificar los valores de sentido y un sistema de operaciones que organiza
el paso de un valor a otro, hemos dado con el secreto del sentido del
texto, qué quiere y qué no quiere, qué considera bueno y qué malo.
Hemos dado, pues, con las reglas del juego vigentes en el texto.44 Y, una
vez que se ha hecho esto, el juego se ha acabado: el análisis semiótico ha
terminado porque se ha puesto de manifiesto el mecanismo que produce
el sentido del texto.

43. Cfr. Análisis: pp. 111 y ss.


44. Análisis: pp. 155 y ss.

242
X
LA SEMIÓTICA ITALIANA

U mberto E co y su tratado de semiótica general

Cuando se habla de semiótica italiana, el nombre que primero se viene a


la mente es el de Umberto Eco. Conviene, entonces, hacer una aclaración
inicial: por una parte, la semiótica italiana, tal cual se da en la actualidad,
no es sino una filial de la semiótica francesa de la más pura tradición
barthesiana. Hay muchas razones que apoyan esta afirmación; mas por la
naturaleza de este libro no las discutiremos. Por otra parte, Umberto Eco
brilla con luz propia: en muchos aspectos rebasa la reflexión francesa y es
como una síntesis de la moderna semiótica contemporánea.
Nacido en Alessandria (Piamonte) en 1932, Umberto Eco se doctoró
en filosofía por la Universidad de Turin con la tesis II problema estético
in Tomasso d 'Aquino, publicada en 1956. Su arribo a la semiótica fue a
través de su temprano interés por la estética como se ve ya en su tesis
doctoral. No sólo fecundo escritor, Umberto Eco ha desarrollado una
amplia labor magisterial en Italia, América Latina y Nueva York. Desde
que en 1967 publicó sus Appunti per una semiología de delle
comunicazioni visive (Milán, Bompiani, 1967), se ocupó de la cuestión
del carácter icónico de la cultura; y al año siguiente, se vuelve a ocupar de
la cuestión en La struttura assente (Milán, Bompiani, 1968); como lo
hará, tres años más adelante, en Le forme del contenuto (Milán, Bompiani,
1971) y en II segno (Milán, Isedi, 1973). Toda esta trayectoria de
investigación llega a su punto de madurez en su libro cumbre sobre
semiótica: Tratado general de semiótica publicado en 1976, original­
mente en inglés, bajo el nombre de “teoría semiótica” .

243
En pos del signo

El Tratado es, en efecto, una especie de “Summa semiótica ” de la


obra de Eco bajo el epígrafe de Pascal: “que no se diga que yo no he
dicho nada nuevo: la distribución de los contenidos es nueva”.
Empieza el libro con una magna introducción cuyo título es de por sí
significativo: “Hacia una lógica de la cultura”. En esta introducción,
muy ordenada como todo el resto del libro, se plantea Eco los límites y
fines de una teoría semiótica. Tras discutir el status epistemológico de la
semiótica, Eco traza el espectro del universo semiótico. El nivel más bajo
lo constituyen una serie de signos naturales como el estímulo, la señal y la
información física. El nivel más alto lo constituye la cultura tenida por
Eco como un fenómeno semiótico. En este magno espectro del signo se
mueve la semiótica. El umbral inferior del signo está constituido por dos
tipos de supuestos signos:

a) Fenómenos físicos que proceden de una fuente natural y b) comportamientos


humanos emitidos inconscientemente por los emisores.
Podemos inferir -dice E co- la presencia del fuego por el humo, la caída de la
lluvia por un charco, el paso de un animal por una huella sobre la arena, etc.
Todos esos son casos de inferencia y en nuestra vida cotidiana abundan los actos
de inferencia de ese tipo.1

Es el nivel mínimo del extenso objeto de la semiótica: los signos


naturales en la medida en que proceden de una fuente natural. Eco los
considera como signos por el conocido hecho de que “existe una con­
vención que plantea una correlación codificada entre la expresión (el
fenómeno percibido) y un contenido (su causa y su efecto posible). Un
fenómeno -d ic e - puede ser el significante de su propia causa o de su
propio efecto”.12
Es el caso de la inferencia como acto de semiosis. La tesis de Eco es:
“existen inferencias que deben reconocerse como actos semiósicos”. No
es casual, dice Eco, que la filosofía clásica haya asociado con tanta
frecuencia significación e inferencia. Y cita el Leviatán (1,3) de Hobbes
que llega a definir un signo como el antecedente evidente de un conse­

1. Pág. 48.
2. Pág. 49.

244
La semiótica italiana

cuente o el consecuente de un antecedente. O como dice W olff en su


Ontología (952): un signo es “un ente del cual se infiere la presencia o la
existencia pasada y futura de otro ente”. Un segundo tipo de signos, dice
Eco, “es aquel en que un ser humano realiza actos que cualquier otro
percibe como artificios señalatorios, que revelan alguna otra cosa, aun
cuando el emisor no sea consciente de las propiedades reveladoras de su
propio comportamiento”.
Eco pone como ejemplos tanto el caso de las diferentes maneras de
gesticular que tiene un alemán, un italiano, un chino o un hebreo; como
las diferentes maneras de hablar: “esos comportamientos parecen capa­
ces de significar, aunque quien los emite no sea consciente de significar
gracias a ellos”.3

Si tanto los fenómenos de origen no humano como los de origen humano -dice
E co-, pero no intencionales, pueden considerarse signos, en ese caso la semiótica
ha invadido un territorio situado más allá de un umbral frecuentemente fetichizado:
el umbral que separa los signos de las ‘cosas' y los signos naturales de los
artificiales [...] En realidad, si cualquier cosa puede entenderse como signo, con
tal de que exista una convención que permita a dicha cosa cualquiera representar
a cualquiera otra, y si las respuestas de comportamiento no se provocan por
convención, en ese caso los estímulos no pueden considerarse como signos [...]
Decir que los estímulos no son signos no equivale a decir que el enfoque semiótico
no deba referirse también a los estímulos. La semiótica se refiere a funciones, pero
una función semiótica representa, como veremos, la correlación entre dos fruitivos
que, fuera de dicha correlación, no son por sí mismos fenómenos semióticos. No
obstante, en la medida en que están en correlación mutua, pasan a serlo y, por esa
razón, merecen la atención del semiólogo. De modo, que puede ocurrir que se
cataloguen ciertos fenómenos entre los estímulos, y que resulte que aquellos en
algún aspecto o capacidad funcionan como signos para alguien.4

Lo mismo pasa con las señales: “el objeto específico de la teoría de la


información no son los signos, sino unidades de transmisión que pueden
computarse cuantitativamente, e independientemente de su significado
posible; dichas unidades se denominan señales, pero no signos”. Las

3. Pág. 50.
4. Op. cit:. 53-55

245
E n pos del signo

señales, si bien no carecen de valor para la semiótica, forman parte, en


calidad de rasgos, del significante: constituyen el umbral inferior de la
semiótica.
El umbral superior de la semiótica, como decía, está constituido por
la cultura. Parte Eco de tres fenómenos culturales elementales que son
más comunmente aceptados en el concepto de “cultura” : “a) la produc­
ción y el uso de objetos que transforman la relación hombre-naturaleza;
b) las relaciones de parentesco como núcleo primario de relaciones
sociales interinstitucionalizadas; c) el intercambio de bienes económi­
c o s” .
Dichos fenómenos no son sólo constitutivos de cualquier cultura
(junto con la aparición del lenguaje verbal articulado), sino que, además,
son objetos de estudios semioantropológicos que muestran que “la
cultura por entero es un fenómeno de significación y de comunicación y
que humanidad y sociedad existen sólo cuando se establecen relaciones
de significación y procesos de comunicación.

Frente a esos tres fenómenos podemos formular dos tipos de hipótesis: una más
radical y otra aparentemente más moderada.
Esas dos hipótesis son: i) la cultura por entero debe estudiarse como fenómeno
semiótico; ii) todos los aspectos de la cultura pueden estudiarse como contenidos
de una actividad semiótica.

La primera hipótesis suele circular en sus dos formas más extremas:


“la cultura es sólo comunicación” y “la cultura no es otra cosa que un
sistema de significaciones estructuradas”. Eco reduce a una sola ambas
formulaciones: “la cultura por entero debería estudiarse como un fenó­
meno de comunicación basado en sistemas de significación” .
Eco revisa por separado cada uno de los fenómenos fundamentales
que definen una cultura, a) Para que “la producción de instrumentos de
uso” -p o r ejemplo que un ser vivo use una piedra para romper una nuez-
se convierta en fenómeno cultural se requiere un ser pensante que: i)
establezca una nueva función de la piedra independientemente de si la
piedra ha sido transformada o no; ii) denomine a la piedra como ‘piedra
que sirve para algo'; iii) esté en condiciones de reconocer la piedra o una
piedra igual, ‘la piedra que responde a la función F y lleva el nombre Y'.

246
La semiótica italiana

Tras mostrar que tanto el intercambio de bienes como el intercambio


de parientes tienen un carácter semiótico, Eco concluye que la cultura es
un fenómeno semiótico. Por tanto, la hipótesis de que “la cultura por
entero debe estudiarse como fenómeno semiótico” hace de la semiótica
una teoría general de la cultura.

Pero reducir la cultura entera a un problema semiótico no equivale a reducir el


conjunto de la vida material a puros fenómenos mentales. Considerar la cultura en
su globalidad sub especie semiótica no quiere decir tampoco que la cultura en su
totalidad sea sólo comunicación y significación, sino que quiere decir que la
cultura en su conjunto puede comprenderse mejor, si se la aborda desde un punto
de vista semiótico. En resumen, quiere decir que los objetos, los comportamientos
y los valores funcionan como tales porque obedecen a leyes semióticas.5

A la misma conclusión llega tras explorar la hipótesis llamada por él


moderada. A saber: “todos los aspectos de la cultura pueden estudiarse
como contenidos de una actividad semiótica”. Repasada con atención,
dice, esta hipótesis sugiere que los sistemas de significados están organi­
zados en estructuras que siguen las mismas reglas semióticas descubier­
tas por los sistemas de significantes.

En otras palabras -d ice Eco-, “automóvil” no es sólo una entidad semántica


desde el momento en que va relacionada con el significante /automóvil/; lo es
también desde el momento en que queda sistematizada en un eje de oposiciones
con otras unidades semánticas como “carro”, “bicicleta” o “pie”.

Por tanto, concluye, todas las cosas que la semiótica no puede


estudiar de otro modo entran dentro de su dominio por lo menos al nivel
de una semántica estructural: “Un automóvil (entendido como objeto
físico concreto) indica cierta posición social y adquiere un valor simbóli­
co indudable” ; eso sucede no sólo cuando “automóvil” aparece como
una clase abstracta, como contenido de un significante verbal o pictográfico
sino cuando el automóvil se presenta como objeto: “El objeto //automó­
vil// se convierte en el significante de una unidad semántica que no sólo es

5. Op. cit.: 65.

247
E n pos del signo

el automóvil sino que puede ser, por ejemplo, “velocidad”, “convenien­


cia”, “riqueza” ...” .
En consecuencia, dice Eco, “la cultura puede estudiarse íntegramen­
te desde el punto de vista semiótico”. Con un razonamiento muy hecho a
la manera de la antigua filosofía escolástica, Eco ha deslindado tanto el
objeto material de la semiótica como su objeto formal. Ha marcado tanto
el límite inferior como el superior del universo estudiado por la semiótica.
Falta un tercer umbral: el epistemológico. Depende de la definición
de la propia disciplina en función de la pureza teórica.

En resumen -d ice E co- se trata de decir si la semiótica constituye la teoría


abstracta de la competencia de un productor ideal de signos o si es el estudio de
fenómenos sociales sujetos a cambios y reestructuraciones. Por tanto, si la semiótica
se parece más a un cristal o a una red móvil e intrincada de competencias
transitorias y parciales. En otros términos vamos a preguntamos si el objeto de la
semiótica se asemeja más a la superficie del mar, donde a pesar del continuo
movimiento de las moléculas de agua y los flujos de las corrientes submarinas, se
establece una especie de comportamiento medio que llamamos “el mar” o bien a
un paisaje cuidadosamente ordenado, en el que, sin embargo, la acción humana
interpreta continuamente la forma de las instalaciones, de las construcciones, de
las culturas, de las canalizaciones, etc.

Eco en su Tratado asume la segunda hipótesis: la semiótica se parece


a un paisaje cuidadosamente ordenado, en el que, sin embargo, cuya
apariencia es cambiada continuamente por la intervención humana. Si la
semiótica se parece a eso, entonces

la investigación semiótica no se parece a la navegación, en la que la estela del


barco desaparece tan pronto como ha pasado la nave, sino a las exploraciones por
tierra, en las que las huellas de los vehículos y de los pasos, y los senderos trazados
para atravesar el bosque, intervienen para modificar el propio paisaje y desde ese
momento forman parte integrante de él, como variaciones ecológicas.6

Definido el carácter de la semiótica, Eco se dedica a construir su


herramienta: aproxima los conceptos de “significación y comunica­

6. Leer página 68.

248
L a semiótica italiana

ción”, repasa las “teorías de los códigos” y desemboca en una “teoría


de la producción de signos”, la teoría semiótica, propiamente dicha:
tipos de trabajo semiótico, juicios semióticos versus juicios factuales, el
problema de una tipología de los signos, crítica del iconismo, tipología de
los modos de producción de signos, el texto estético como ejemplo de
invención, el trabajo retórico, ideología y conmutación de código.
El Tratado termina hablando del “sujeto de la semiótica”, el sujeto
humano en cuanto actor de la práctica semiótica. Dicho sujeto es deno­
minado “semiosis” entendida por Eco como “el proceso por el que los
individuos empíricos comunican y por el que los sistemas de significación
hacen posibles los procesos de comunicación. Los sujetos empíricos,
desde el punto de vista semiótico, sólo pueden identificarse como mani­
festaciones de ese doble aspecto de la semiosis”.7

S e m ió t ic a d e l a n a r r a t iv id a d : l e c t o r in f a b u la

Lector in fabula es una especie de continuación de Obra abierta publica­


da en 1962. Obra abierta había retomado no sólo diversos estilos de
investigación entonces en boga -desde el análisis del lenguaje hasta la
teoría de la inform ación- para “identificar una serie de comportamientos
observables en muy distintas zonas del arte contemporáneo: en la pintura
informal, en la nueva música, en la narrativa, en la poesía, en el cine, e
incluso en ciertas manifestaciones de la televisión”.8El problema que allí
se planteaba Eco era:

¿Cómo una obra de arte podía postular, por un lado, una libre intervención
interpretativa por parte de sus destinatarios y, por otro, exhibir, unas característi­
cas estructurales que estimulaban y al mismo tiempo regulaban el orden de sus
interpretaciones? Como supe más tarde, ese tipo de estudio correspondía a la
pragmática del texto o, al menos, a lo que en la actualidad se denomina pragmá­
tica del texto; abordaba un aspecto, el de la actividad cooperativa, en virtud de la
cual el destinatario extrae del texto lo que el texto no dice (sino que presupone,
promete, entraña e implica lógicamente), llena espacios vacíos, conecta lo que

7. Pág. 478.
8. Así se lee en la cuarta de forros de la edición mencionada en la bibliografía.

249
E n pos del signo

aparece en el texto con el tejido de la intertextualidad, de donde ese texto ha


surgido y donde habrá de valorarse: movimientos cooperativos que, como más
tarde ha mostrado Barthes, producen no sólo el placer, sino también, en casos
privilegiados, el goce del texto.9

Y sí: en Obra abierta Eco se dedica a determinar qué aspecto del


texto estimula y al mismo tiempo regula la libertad interpretativa del
lector. Lector in fabula continúa la reflexión “sobre la mecánica de la
cooperación interpretativa del texto” . Está, pues, dentro de la línea de
las semióticas textuales: parte de ellas y las supone para reflexionar sobre
los mecanismos del lector basado en un cuento de Alphonse Aliáis, Un
Drame bien parisién. La investigación pasó por varios centros universi­
tarios -S an Diego, Bolonia, Nueva Y ork- antes de aterrizar en el Centro
di Semiótica de Urbino, el de Greimas, para tomar forma definitiva en
Yale, en 1977.
En resumidas cuentas, Lector in fabula es una teoría de la lectura en
la que Eco echa mano tanto de la pragmática, como de la lingüística del
texto y hasta de la semiótica greimasiana para desentrañar el papel del
lector101y, en resumidas cuentas, desarrollar una semiótica de los textos;
o, si se quiere, una semiótica de la narratividad.
Para llevarlo a cabo, Eco procede ordenadamente y denota, de nuevo,
una mente escolástica; empieza desarrollando tres nociones: la noción de
texto, los fundamentos semiósicos de la cooperación texto-lector y el
concepto de “lector modelo”. “Un texto -dice E co - tal como aparece
en su superficie (o manifestación) lingüística, representa una cadena de
artificios expresivos que el destinatario debe actualizar [...] En la medida
en que debe ser actualizado, un texto está incompleto” .11
El concepto de “lector modelo” está construido sobre el concepto
chomskyano del hablante modelo. Por tanto, en el concepto de compe­
tencia. La primera ley por la que se guía el lector modelo dice que “la
competencia del destinatario no coincide necesariamente con la del

9. L e c to r .., O p. cit.: 13 y s.
10. Cap. I
11. Leer pp. 74-76.

250
La semiótica italiana

emisor” . Por otro lado, el texto postula la cooperación del lector como
condición de su actualización. Eso se ve muy bien en la comunicación
cara a cara en la que intervienen infinitas formas de reforzamiento
extralingüístico e infinitos procedimientos de redundancia y feed back
(retroalimentación) que se apuntalan mutuamente. Esto revela, dirá Eco,
que la comunicación nunca es algo meramente lingüístico, sino que
siempre se trata de una actividad semiótica en amplio sentido, en la que
confluyen varios sistemas de signos que se complementan entre sí.
¿Pero qué ocurre en un texto escrito? Un texto escrito deberá prever
un Lector Modelo capaz de cooperar en la actualización de la manera
prevista por el autor y de moverse interpretativamente, igual que el autor
se ha movido generativamente.
Ante la pregunta de ¿qué es lo que garantiza la cooperación textual
frente a la extensa gama de interpretaciones posibles? Eco propone,
entonces, un concepto generativo y móvil de texto sobre el que hace
descansar su lector modelo: “un texto es un producto cuya suerte
interpretativa debe formar parte de su propio mecanismo generativo.
Generar un texto significa aplicar una estrategia que incluya las previsio­
nes de los movimientos del otro; como ocurre, por lo demás, en toda
estrategia” .12
El funcionamiento del lector modelo tiene, sin embargo, niveles de
cooperación textual y, por consiguiente, límites.13 En su análisis de las
estrategias y mecanismos de la lectura, pues, Eco llega al texto. Su
aproximación conceptual es muy cercana a la greimasiana: un texto tiene
estructuras discursivas (estructuras de la trama) y estructuras narrativas
(estructuras de la fabula). Es aquí donde pone a funcionar su lector
modelo: es un lector in fabula que tiene que realizar una serie de
previsiones y paseos inferenciales, detectar las diferentes estructuras de
mundos posibles en el texto e identificar tanto sus estructuras actanciales
como las ideológicas.14

12. Pág. 79.


13. Leer pp. 96-97.
14 Leer pp. 318 y ss.

251
En pos del signo

S e m ió t ic a d e l a v id a c o t id ia n a : l a e s t r a t e g ia d e l a il u s ió n

En boca del mismo Eco, he aquí los propósitos de este libro:

Los textos de esta recopilación giran todos más o menos en tomo a discursos que
no son necesariamente verbales ni necesariamente emitidos como tales o entendi­
dos como tales. He tratado de poner en práctica lo que Barthes llama el “olfato
semiológico”, esa capacidad que todos deberíamos tener de captar un sentido allí
donde estaríamos tentados de ver solo hechos, de identificar unos mensajes allí
donde sería más cómodo reconocer sólo cosas. Pero no quisiera que se viera en
estos artículos unos ejercicios de semiótica. ¡Por el amor de Dios! Lo que entiendo
hoy por semiótica se encuentra expuesto en otros libros míos. Es cierto que un
semiótico, cuando escribe en un periódico, adopta una mirada particularmente
ejercitada, pero eso es todo.

Eco ha practicado otra especie de ejercicio semiótico a través de la


novela: recoger las huellas de épocas o culturas especialmente sensibles
al signo y crear pequeños modelos para echarlas a funcionar. Así, En
nombre de la Rosa es una reconstrucción de todos los mecanismos de
significación del medioevo, una especie de semiótica de la cultura medie­
val; como El péndulo de Foucault se ocupa en los mismos términos del
hebraísmo postbíblico.

G il l o D o rfles

Es una de las figuras más prestigiosas de la crítica de arte. Profesor de


estética en la Universidad de Milán, ha incursionado en sus numerosos
libros en una serie de temas relacionados con la crítica y análisis de la
obra de arte. Aunque conoce la semiótica, su preocupación, sin embargo,
no es semiótica como puede verse en una simple enumeración de sus
principales obras: La arquitectura moderna,15 El devenir del arte,161 7
Ultimas tendencias del arte hoy,11 Símbolo, comunicación y consumo,18

15. Milán, Garzanti, 1954.


16. Turin, Einaudi, 1959.
17. Milán, Feltrinelli, 1961.
18. Einaudi, Turin, 1962.

252
L a semiótica italiana

El diseño industrial y su estética ,19 Nuevos ritos, nuevos mitos,20 El


kitsch,21 Las oscilaciones del gusto 2223Introducción al diseño industrial
(Turin, Einaudi, 1972) El devenir de la crítica.22
Como se ve, Dorfles ha dedicado su obra principalmente al análisis de
la obra de arte. Por tanto, cuando se interesa en semiótica, lo hace desde
esta perspectiva: una semiótica de las artes visuales.
La semiótica de las artes visuales como la pintura, la escultura o la
arquitectura debe ser considerada en su conjunto, según él, como una
semiótica de la obra de arte, a secas, con todas las limitaciones y
consecuencias que tiene esta expresión; y no debe ser considerada como
una semiótica de la visualidad a secas. A diferencia, por ejemplo, de lo
que sucede en el caso del lenguaje verbal, donde el análisis se dirige en
primer lugar al medio peculiar de este lenguaje, que es la palabra, y no
sólo a la obra de arte literaria o poética, de la cual este lenguaje se vale;
en el caso de las artes visuales se tratará siempre de una obra en sí
concluida, con sus precisas características de carga estética.
Más aún, Dorfles está convencido de que ciertos análisis que desde el
punto de vista semiótico se han hecho a textos verbalizados no son
aplicables al lenguaje visual. Dorfles se une a la postura adoptada por
Hubert Damisch en el primer congreso internacional de semiótica cele­
brado en Milán, en 1974. Y concluye que para realizar el proyecto de
estudiar la obra como sistema de signos, según sostiene Damisch, es
preciso determinar desde el principio el significado de los términos
“sistema” y “signo”. En efecto, para aclarar si la pintura puede ser
analizada en términos de sistema, no hay que entender necesariamente el
vocablo “sistema” como “sistema de signos”. Al contrario, quizás más
bien en la posible disyunción entre signo y sistema se pueda percibir
desde una perspectiva más creativa y pertinente la problemática del
signo.

19. Bolonia, Cappelli, 1963,


20. Turin, Einaudi, 1965.
21. Milán, Mazzotta, 1968.
22. Turin, Einaudi, 1970.
23. Turin, Einaudi, 1976.

253
En pos del signo

Sin embargo, en Símbolo, comunicación y consumo Dorfles hace una


serie de análisis que, estrictamente hablando, son catalogables como
semiótica. En ella, Dorfles empieza analizando la relación básica entre la
comunicación y el consumo de la publicidad. En la segunda parte,
titulada comunicación artística y comunicación crítica” analiza el cambio
sufrido por la cultura contemporánea con la comercialización del arte:

Mientras el arte fue inseparable de la vida social, religiosa, cultural -lo s ritos y los
mitos-; mientras reflejó la imposición técnica y científica de la civilización a la
que pertenecía; mientras la artesanía fue arte y técnica a la vez; mientras la
mecanización no sacó el alma a las cosas y no sacó el arte a los objetos, el hombre
no sintió la necesidad de especular en tomo a esos dos principios (arte y psicolo­
gía)-

E milio G arroni

También llega a interesarse en semiótica por formación profesional en


estética. En efecto, en 1968 publica un libro significativamente titulado
Semiótica y estética24 que corregido vino a desembocar en su Proyecto
de semiótica.2425 Garroni trata en ambos de explorar las intuiciones formu­
ladas por Hjelmslev.
En Proyecto, Garroni trata de explorar, explícitamente, “la legitimi­
dad y la utilidad de un enfoque semiótico de los problemas del arte y de la
estética, desde un punto de vista claramente cultural” en el ámbito de la
cultura estética contemporánea.
El libro tiene tres partes. La primera de ellas trata de indicar los
problemas teóricos y técnicos de un enfoque semiótico generalizado
aplicado, por tanto, a los lenguajes no verbales “En una palabra, se
formulan algunas hipótesis teóricas y teórico-aplicativas provisionales
con una referencia constante a la experiencia artística concreta (por
ejemplo, los lenguajes del cine y de la arquitectura) con el doble objeto de
poner de manifiesto la posibilidad de aquellas hipótesis” .

24. Ver bibliografía.


25. Ver bibliografía.

254
L a semiótica italiana

Partiendo de Hjelmslev, en la segunda parte delinea lo que se entiende


por semiótica general, en sus presupuestos, métodos y objetivos. En
especial, se intenta definir la noción de lenguajes no verbales. En la
tercera parte, finalmente, se intenta dar respuesta al problema de la
interrelación de modelos formales homogéneos y heterogéneos.

255
XI
LAS FACHADAS DE LA CATEDRAL DE MORELIA.
UN ENSAYO DE SEMIÓTICA

Advertencia

Nos proponemos, en este y el siguiente capítulo, ensayar, desde la


perspectiva de la semiótica, tanto el análisis de un texto iconográfico, las
fachadas de la catedral de Morelia, la antigua Valladolid, en Michoacán,
como penetrar en las estructuras de autoridad entre los antiguos purépechas
según aparece descrita en los primeros capítulos de la tercera parte de La
relación de Michoacán} El objetivo de esta tercera parte es mostrar
algunas de las posibilidades del análisis semiótico cuya historia, concep­
tos y metodologías nos hemos ocupado de recoger. Ya se conocen, de
antemano, las dificultades de toda práctica que vaya precedida de teorías.
Aquí suele valer aquello de que “del dicho al hecho hay mucho trecho”.
Por lo demás, no se trata de poner en práctica un método especial sino de
analizar estos textos desde el punto de vista de la semiótica. Desde luego,
como ya se ha visto, el análisis semiótico de cualquier sistema depende
mucho del analista. Las que siguen, por tanto, son sólo una propuesta de
lectura.

C o n s id e r a n d o s

Al analizar las fachadas de la catedral de Morelia como un texto hay que


hacer varias consideraciones previas. La primera de ellas tiene que ver,1

1. Utilizo la edición de Francisco Miranda publicada en la colección Cien de M éxico de la SEP, M éxico,
1988.

257
En pos del signo

desde luego, con el hecho elemental de asumir el conjunto de fachadas


como un texto. Ahora bien, un texto es un tejido formado por las
relaciones entre varios elementos que engendra un sentido. Un texto es,
como ya hemos dicho, un sistema semiótico en el que las relaciones entre
los diversos elementos constitutivos están organizadas de tal manera que
engendran sentido.
Por tanto, al analizar las fachadas de la catedral de Morelia como
sistema semiótico, hemos de identificar los distintos elementos de que se
comjgonen y. establecer las relaciones que hay entre ellos./Un sistema
semiótico es un lenguaje y todo' lenguaje eóhstá'fle’unidades léxicas y de
un conjunto de reglas que rigen sus posibilidades de combmaciónJAnali-
zaremos, por tanto, los diferentes elementos que constituyen las fachadas
de la catedral de Morelia, tanto en su calidad de unidades léxicas como
por su capacidad sintáctica, es decir su valencia o combinabilidad con
otros elementos en orden a formar un sintagma.
En segundo lugar, hemos de decir que cuando aquí hablamos de
semiótica o de “hacer semiótica”, o de realizar el “análisis semiótico”
de un determinado texto, sea verbal o no, lo hacemos en un sentido bien
concreto: el análisis semiótico no es un simple acto de lectura sino un
acto de exploración de las raíces, condiciones y mecanismos de la
significación. Cómo está hecho el texto para que pueda decir lo que dice.
Desde luego, al explorar el mecanismo de un texto será posible percibir el
tipo de significaciones de que ese texto es capaz. Como ya dijimos antes,
nos interesa principalmente el cómo del texto: cómo este texto, sea cual
sea, dice lo que dice; explorar su mecanismo. En términos de Hjelmslev,
el cómo este texto dice lo que dice es la forma del contenido. Nos
interesa, pues, la forma del contenido, no la substancia del contenido, el
qué del texto.2
Hay, como se sabe, muchas maneras de entender lo que es “hacer
semiótica” . Si consultamos algunos de los diferentes proyectos de
semiótica que por aquí han desfilado, aunque sea apenas pergeñados, y
que en resumidas cuentas equivalen a otras tantas maneras de “hacer

2. Véase Grupo de Cnlrevemcs, Análisis semiótico de los textos, Madrid, Cristiandad, 1982.

258
L as fachadas de la C atedral de M orelia

semiótica”, veremos que, pese a ello, el análisis semiótico siempre tiene


como objeto dar con la forma del contenido, según la terminología
anterior. Un simple repaso de ellos nos indica que la semiótica se interesa
en el cómo de la significación y que “hacer semiótica” es un acto de
desmontaje y análisis, en sentido estricto del término.
Un texto, en tercer lugar, no sólo presupone una lengua sino que uno
o varios lenguajes: en el interior de una lengua se crean lenguajes que son
las tradiciones particulares de funcionamiento histórico de esa lengua. En
efecto, en los términos de las tesis del Círculo Lingüístico de Praga, en el
“interior” de una lengua histórica se desarrollan muchos lenguajes o
tradiciones: en ese sentido se habla del lenguaje literario, por ejemplo. La
lengua aporta el léxico y las reglas de combinación sintáctica; el lenguaje
aporta no sólo una serie de especializaciones verbales sino, sobre todo, el
peso de la interpretación, como diría Gadamer.3
--•"En un texto iconográfico, como las fachadas de la catedral de Morelia
tan importante es identificar los diferentes elementos que podríamos
llamar “lingüísticos” como reconstruir el marco hermenéutico de ellos:
qué interpretaciones les ha dado y les da la cultura en la que funcionan;
amén de qué usos les ha atribuido la tradición. Lo primero pertenece a la
lengua, lo segundo, al lenguaje. En un análisis semiótico hay que tenerlos
en cuenta ambos.
Esto significa que, en el análisis semiótico de un relieve como los que
nos ocupan, estamos ante una lengua cuyo léxico está constituido por las
figuras y cuyas reglas de combinación hay que aprender en cada caso.
Asumimos el término “figura” tanto en su acepción ordinaria como en la
acepción que les atribuye la semiótica greimasiana: las figuras de los
iconogramas, en efecto, son figuras del discurso. Piénsese, por ejemplo,
en las figuras de los ángeles en los diferentes relieves que, por lo general,
funcionan como adjetivos de los diferentes sujetos que los presiden: la
figura semiótica del ángel, en efecto, hace las veces de un adjetivo que
califica de celeste al personaje al cual acompaña: el anciano, la virgen de
Guadalupe, etc. Sin embargo, en otros casos, como en el relieve de la

3. Verdad y método, Salamanca, Ed. Sígueme, 1977, pp. 468 y ss., por ejemplo.

259
En pos del signo

adoración de los pastores, los ángeles desempeñan en el conjunto la


función actancial de ayudante que es, por tanto, una función sustantiva.
En cuarto lugar, para el análisis que aquí nos proponemos realizar
hemos de echar mano de una serie de categorías de análisis tomadas, por
lo general, de los análisis greimasianos de textos narrativos,4 y de otras,
relacionadas con la naturaleza topológica del texto que nos ocupa.5 En
las semióticas del espacio, en efecto, el punto de observación más
importante son las relaciones tanto entre los sujetos y los objetos “fabri­
cados”, como entre los objetos mismos. Es en las relaciones donde se
genera el sentido en los textos topológicos.
Por principio de cuentas, nos encontraríamos dentro de lo que la
escuela greimasiana ha llamado semiótica plástica. El término “plásti­
co” no equivale aquí, simplemente, a “pictórico” o “visual” : no se
refiere, por tanto, ni a una técnica de producción, ni a un canal sensorial.
“El discurso plástico tiene su especificidad; posee su forma propia,
realizable tanto por su juego de líneas y de colores como por volúmenes
y luces de un cuerpo en movimiento o un espacio construido” .6 La
semiótica plástica se ha planteado como objeto de estudio

la materialidad del significante de las imágenes y de los espacios construidos [...]


La semiótica plástica procede así de ese mismo rechazo de la necesidad y de la
inmediatez de la lexicalización de los textos visuales que está en el origen
del reconocimiento y de la definición de los sistemas semi-simbólicos.7

Esto equivale a decir, entre otras cosas, que la semiótica plástica ha


roto el principio que había servido de atadura a la semiótica desde la
propuesta saussureana: calcar la herramienta teórica y metodológica que
había cumplido alguna función en el análisis de los fenómenos de signifi­

4. En concreto, nos hemos basado muy especialmente en la síntesis que de la metodología greimasiana ha
hecho el Grupo de Entrevernes y que ha expuesto en el libro A n á lis is s e m i ó tic o d e lo s te x to s.
I n tr o d u c c ió n , te o ría , p r á c t i c a , Madrid, Cristiandad, 1982.
5. Para éstas, nos hemos valido de A. J. Greimas / J. Courtés. S e m ió tic a . D i c c i o n a r i o r a z o n a d o d e la
te o r ía d e l le n g u a je , versión española de Enrique Balón Aguirre, segundo tomo, Madrid, Gredos, 1991.
En lo sucesivo, nos referiremos a él con las siglas S2.
6. S2: 192.
7. S2: 192 s.

260
L as fachadas de la C atedral de M orelia

cación de índole verbal. Por lexicalización debe entenderse aquí, por


tanto, la pretensión de que todo signo debe estar dotado de un doble
plano: el semémico (contenido) y el lexemático (expresión). Ya Umberto
Eco lo ha señalado muy bien en su “Semiología de los mensajes visua­
les” en donde al discutir el concepto de “signo icónico” arremete contra
“el dogma de la doble articulación” catalogando los códigos visuales en:
códigos sin articulación, códigos que sólo cuentan con la segunda articu­
lación (en donde, por tanto, sólo hay descomposición en el nivel expresi­
vo), códigos que sólo cuentan con la primera articulación (en donde sólo
el nivel sintagmático es descomponible), códigos con doble articulación,
códigos con articulaciones móviles.8
Una importante categoría de análisis para el tipo de texto que nos
ocupa es, desde luego, la de “categoría plástica”. El referido diccionario
de Semiótica la define así:

Con categorías plásticas designamos el conjunto de categorías de expresión*


propias de los discursos plásticos. Las primeras investigaciones permiten propo­
ner una clasificación formal que se basa en el análisis de las funciones que ellas
cumplen en el interior del proceso de generación* de los textos plásticos. La
distinción fundamental es aquella entre categorías constitucionales (constituyen­
tes y constituidas, respectivamente cromáticas e eidéticas) y categorías no consti­
tucionales (topológicas).9

En nuestro análisis semiótico de las fachadas de la catedral de Morelia,


por tanto, hemos de emplear una serie de categorías plásticas que, en
efecto, son categorías de expresión. La terminología greimasiana intro­
ducida por este segundo tomo, como se ve, distingue entre las categorías
constitucionales y las categorías no constitucionales. Las primeras son
“las categorías que permiten aprehender una configuración plástica. Dos
subclases de categorías cumplen ese requisito: las categorías cromáticas
de naturaleza constituyente y las categorías eidéticas de naturaleza cons­
tituida”.10

8. C. Metz, Op. cit., pp. 51 y ss.


9. Op. cit., p. 192.
10. Op. cit., p. 55.

261
En pos del signo

En cambio, las categorías no constitucionales son las categorías


topológicas que regulan “la disposición de las configuraciones plásticas
en el espacio bi- y tridimensional. Se dividen en varias subclases, como la
posición y la orientación. En efecto, en los sintagmas de los textos que
configuran las fachadas de la catedral de Morelia hay una serie de
elementos de índole topológica que funcionan tanto como nexos
sintagmáticos que como categorizadores: arriba, abajo, enmedio, a la
derecha, a la izquierda, en efecto, son categorías que indican o bien la
prevalencia de un personaje sobre otro o bien la relación de un sintagma
con otro a manera de palabra-eslabón. El hecho de que Jesús, en el
relieve de la transfiguración, se encuentre “entre” el cielo y la tierra,
flanqueado por “Moisés y Elias” es significativo. Es igualmente signifi­
cativo para estos textos novohispanos el que Santa Rosa de Lima se
encuentre “en la cima” de la “tienda de la transfiguración” que es la
catedral de Morelia.
Por tanto, hemos de decir, en quinto lugar, que un texto como las
fachadas de la catedral de Morelia está estructurado en varios niveles
jerarquizados, que hay que tener en cuenta. Sin embargo, hay que
distinguir los relieves de las estatuas. Los relieves, por una parte, son la
representación gráfica de sendos relatos: detrás de cada relieve hay, pues,
relato. Relato y relieve forman, por tanto, un conjunto semiótico muy
semejante a un emblema sólo que el lema está hecho de imágenes. De
hecho, el sentido primario del relieve parece ser aportado por el relato.
En el relieve de la transfiguración, por ejemplo, parece dominado por la
frase del relato evangélico “ ¡maestro, qué bien se está aquí” !
Por otro lado, los relieves no son sólo producto de un relato verbal
sino parte de un conjunto mayor: un edificio, una casa, que como toda
casa, tiene por función principal servir de abrigo contra los peligros de la
intemperie. La catedral es una casa en donde se está a salvo: es un lugar
seguro. Por tanto, el grito de Pedro semidormido “ ¡maestro, qué bien se
está aquí” ! no es sólo una reminiscencia de un episodio evangélico sino
que está actualizado por su inclusión en un contexto textual diferente. Es
como cuando una frase del lenguaje cotidiano es incrustada en un texto
poético: dice lo mismo, pero al mismo tiempo no dice lo mismo. Lo ha
demostrado Jan Mukarovsky: los textos, al ser incorporados a un nuevo

262
L as fachadas de la C atedral de M orelia

contexto, se colorean de él." Es el caso, por ejemplo, del relieve de la


transfiguración en el conjunto textual de la catedral de Morelia.
Pero además, la catedral no es sólo una casa. Es un lugar sagrado: es,
por una parte, la casa de Dios y, por otra y sobre todo, un lugar de culto
en cuyo interior tienen lugar una serie de ceremonias y se dicen una serie
de palabras: ritos y mitos. Los relieves tienen como palabra explicativa,
las palabras que se pronuncian en las ceremonias. Por ejemplo, el relieve
de la transfiguración cuyo sentido dominante es, como decía, “ ¡maestro,
qué bien se está aquí!”, especifica su “aquí” a partir de las ceremonias y
actos de culto que en esa catedral tienen lugar.
Un relieve, por tanto, no sólo es como la figura de un emblema cuyo
lema es un relato, sino que forma un sintagma con los demás elementos
iconográficos del conjunto, construcción, estatuas y relieves que, a su
vez, constituyen como la figura de un emblema en donde la parte textual
está constituida por las ceremonias. Pero como se puede ver, también
esta parte textual es compleja: consta de ritos y mitos. Desde luego, todo
esto está regido por unos principios lógicos muy elementales en donde
las categorías peligro, no peligro, cielo, no cielo, Dios, no Dios, están a la
base.
Las estatuas de las fachadas de la catedral de Morelia, en cambio,
tienen detrás de sí no un texto bíblico sino el conjunto de las creencias
hagiográficas de la Iglesia Católica. Según ellas, san Pedro y san Pablo
son, entre otras cosas, las columnas de la Iglesia; los cuatro evangelistas
representan la totalidad del evangelio, pues el número cuatro dentro de la
cultura judeocristiana significa la totalidad del orbe, los cuatro puntos
cardinales o confines de la tierra;112 santa Rosa de Lima es el primer fruto
de la Iglesia Americana;13 los sesenta y cuatro santos en las alturas de las

11. Jan Mukarovsky, E s c r ito s d e E s té tic a y S e m ió tic a d e l A r te , O p. c it., pp. 195 y ss.
12. Jean Chevalier / Alain Gheerbrant, D ic c i o n a r i o d e s ím b o lo s , Barcelona, Herder, 1986, pp. 380 y ss.
Véase, también, Donaziano Mollat, “Principe d’interpretazione dell’apocalisse”, en Donaziano Mollat
y otros, L A p o c a l i s s e , Brescia, Paideia, 1967, p. 19.
13. Véase nuestro ensayo “Un texto iconográfico novohispano: las fachadas de la catedral de Valladolid”,
en N elly Sigaut (coordinadora), L a c a te d r a l d e M o r e lia , Zamora, El Colegio de Michoacán, 1991, pp.
98 y ss. Por lo demás, he de advertir al lector que para reconstruir el lenguaje subyacente a estos textos
he de referirme con frecuencia a este ensayo al que citaré, simplemente, como L a c a te d r a l.

263
En pos del signo

torres representan a la Iglesia triunfante, al cielo, son los que triunfaron


por haberse puesto bajo la protección de Dios.
La sintaxis de un texto iconográfico se atiene, como es obvio, a
distintas reglas: es cometido del análisis descubrirlas. Por ejemplo, a las
reglas sintácticas corresponden las ya mencionadas categorías topológicas:
en efecto, como decíamos, en este tipo de textos el estar al centro, arriba,
abajo, a la derecha, junto a, a la izquierda de un elemento es significativo.
Algunos elementos sólo son legibles como partes de un conjunto, otros
en cambio son susceptibles de ser leídos en forma autónoma: la estatua
de un evangelista o de un santo, por ejemplo, sólo adquiere significado en
el conjunto. Un relieve constituye, en cambio, una unidad textual suscep­
tible de ser leída sola aunque, de hecho, forme parte de un texto mayor.
Por lo general, una composición como la que nos ocupa es susceptible de
ser tenida como un tipo de escritura muy especial por plantear la necesi­
dad de una lectura sincrónica en donde todos los elementos significan
simultáneamente: no unos primero que otros, como es el caso de las
escrituras verbales. Por tanto una escritura emblemática, como la que
analizamos, puede ser leída empezando por cualquier parte dado que es
el conjunto el que da el sentido a cada uno de los elementos.
Por supuesto, un tipo de texto como el que conforman las fachadas de
la catedral tiene una sintaxis y, por tanto, una estructura espacial: la
narratividad, por ejemplo, es de tipo paratáctico. El componente descrip­
tivo (discursivo), en cambio, que en el nivel superficial quiere el análisis
greimasiano está constituido por las figuras y los conjuntos figurativos,
según la terminología greimasiana. El cielo, por ejemplo, simbolizado por
la nube en el relieve de la transfiguración, hace allí el papel actancial de
objeto, y está caracterizado semánticamente tanto por la figura de un
anciano de barba, como por la figura de la paloma, la figura de los ángeles
y la figura “arriba” formulada en términos topológicos.
En cuanto al componente narrativo que, como dije arriba, en nuestro
conjunto semiótico es de tipo paratáctico, los enunciados de que se
compone se relacionan entre sí no por razón de sucesión sino de mera
yuxtaposición. Además, así como el análisis semiótico de los relatos, de
corte greimasiano, asume las relaciones sujeto-objeto en enunciados de
tipo transfrástico, así en el nuestro, para efectos del análisis semiótico,

264
L as fachadas de la C atedral de M orelia

cada relieve es asumible como un enunciado de estado del tipo “Jesús se


transfigura”, en el relieve de la transfiguración, que equivale a “Jesús
hijo de Dios (sujeto) obtiene el cielo (objeto)”. Con razón este relieve
está en el centro flanqueado por dos relieves que se pueden enunciar,
respectivamente, en términos actanciales como el anterior: “pastores
judíos (sujeto) adoran a Jesús (objeto)” y “reyes extranjeros (sujeto)
adoran a Jesús (objeto)”. En el relieve de la transfiguración, entonces, las
figuras del anciano barbado, la paloma y los ángeles califican al objeto, el
cielo, simbolizado por la nube.
Como se ha dicho, el análisis semiótico supone que el sentido se
funda en la diferencia; si bien aquí no hay la diferencia que proviene de la
sucesión, sí se da, en cambio, la diferencia que proviene de la simple
comparación estática. Este tipo de diferencia basta para constituir la
narratividad en este tipo de textos: se trata de una narratividad diferente.
Tenemos, por tanto, a nivel superficial de nuestro texto un narrativo y un
componente descriptivo.
A nivel profundo, en cambio, tenemos “una trama de relaciones, que
clasifica los valores de sentido, según las relaciones que éstos mantienen
y un sistema de operaciones que organizan el paso de un valor a otro”.14
Por lo que hace a la “trama de relaciones”, cabe señalar que las figuras
se comportan como los lexemas y que, como ellos, son susceptibles de
descomponerse en sus rasgos mínimos o semas, tal cual sucede con el
fonema que es susceptible de descomponerse en rasgos distintivos. To­
memos, por ejemplo, las figuras del anciano barbado y la paloma que se
encuentran en el relieve de la transfiguración. Desgraciadamente en
semiótica iconográfica no tenemos un diccionario lexemático,15 la des­
composición de una figura lexemática en sus respectivos semas tendría
que hacerse acudiendo al lenguaje iconográfico. El anciano barbado, que
simboliza a Dios padre y que en el sintagma de la transfiguración hace las
veces de una figura que califica al objeto “cielo” simbolizado por la
nube, está compuesto por semas como “Dios”, “hombre”, “anciano”,

14. Ibid., p. 18
15. Quizás Iconographié de l ’Art Chrétien de Luis Réau (siete tomos, París, Presses Universitaires de
France, 1956-1958) pudiera servir para tal efecto.

265
En pos del signo

“padre”, “creación”, “protección”, “Sma. Trinidad” . Por el contra­


rio, la figura de la paloma está compuesta por semas como “Dios”,
“anim al”, “protección”, “espíritu santo”, “creación” “ Sma. Trini­
dad”. Habría aquí unos semas comunes a ambas figuras y otros semas
diferentes. Gracias a sus semas comunes hay una serie de relaciones entre
estas dos figuras.
Como hemos dicho, las figuras son unidades de contenido. Dentro de
la “gramática” del análisis semiótico, hay sustantivos y adjetivos: los
actantes (papeles actanciales y funciones) hacen las veces de sustantivo,
las figuras son los adjetivos. “Arriba”, por ejemplo, significa “divino”,
en el relieve de la transfiguración; “abajo”, en cambio, significa “huma­
no” . Las figuras, pues, hacen las veces de “adjetivos calificativos” en
los sintagmas figurativos en donde los actantes son los sustantivos. En el
relieve de la transfiguración, por ejemplo, los actantes son Jesús (sujeto),
el anciano barbado (destinador), Moisés (ayudante), Elias (ayudante) y
los discípulos (destinatario). Las figuras son la antorcha, el libro, “arri­
ba”, “en medio”, “abajo”, etc. La nube, la paloma y los ángeles son
figuras que forman en conjunto una especie de unidad actancial que
significa “cielo” y en el enunciado de la transfiguración constituyen el
papel actancial de objeto. Sin embargo, individualmente asumidas son
figuras.
En el análisis semiótico de corte greimasiano, en efecto, las figuras
son unidades de contenido definidas por su núcleo permanente cuyas
virtualidades se realizan de formas diversas según los contextos. Cada
figura viene siendo un lexema que, por tanto, admite diversas acepciones
montadas sobre un significado fundamental llamado por los greimasianos
“núcleo estable” : cada una de esas acepciones puede, en el discurso,
desarrollar “itinerarios semémicos” diferentes, pero es el núcleo estable
el que, como se ha dicho, permite relacionar una figura con otra.
Por ejemplo, la figura “ángel”, cuyo “núcleo estable” podría definirse
como “mozo celestial”, se encuentra en diferentes contextos y realiza,
por tanto, en los relieves de la catedral de Morelia, diversos itinerarios
semémicos. En el relieve de la transfiguración hay dos itinerarios semémicos
diferentes: en el primero de ellos, las tres cabezas de ángeles que acom­
pañan al anciano barbado realizan el itinerario de “miembro de la corte

266
L as fachadas de la C atedral de M orelia

celestial”; en el segundo, en cambio, los dos ángeles que flanquean a la


paloma realizan la función de “sirvientes del cielo”. Ambos itinerarios
semémicos reaparecen en el relieve de San José pero en una proporción
diferente: mientras la paloma es flanqueada por sendos pares de cabezas
de angel “miembros de la corte celestial”, San José, con el niño en
brazos, es acompañado de cuatro “sirvientes del cielo” para indicar el
carácter divino del niño. Lo mismo sucede con el relieve de la virgen de
Guadalupe en la fachada oriente, aunque de distinta manera. En cambio,
los relieves que flanquean al de la transfiguración los itinerarios parecen
dividirse: en la adoración de los magos los ángeles sólo sirven para
representar la corte celestial; en la de los pastores, en cambio, vuelven a
ser los mensajeros o sirvientes celestiales que forman un coro y cantan el
“gloria in excelsis Deo”.
En un texto como el relieve de la transfiguración o el conjunto
formado por los relieves, estatuas y símbolos de las fachadas de la
catedral, como hemos dicho, hay una narratividad de tipo estático. La
estructura superficial está constituida por este componente narrativo y el
componente formado por las figuras y los conjuntos figurativos. Enten­
demos por narratividad el “fenómeno de sucesión de estados y de
cambios, manifestado en el discurso y responsable de la producción de
sentido” .16 Empero, a diferencia del relato y de los textos discursivos, los
textos descriptivos y, en general, los textos que tienen una estructura
topológica, por ejemplo las listas, están dotadas de un componente
narrativo de tipo estático en donde las diferencias sólo son perceptibles
en comparaciones estáticas.
Por tanto, en los textos iconográficos como los que aquí nos ocupan
el sentido no se produce por sucesión cronológica de estados y cambios,
sino por la sucesión espacial de los actantes con sus respectivas figuras.
En un texto iconográfico, a no ser que se trate de la reproducción visual
de un relato verbal, no hay programas narrativos. Entre los relieves de la
catedral de Morelia el de la fachada oriente, el de la virgen de Guadalupe,
pese a que incorpora a su vez subrelieves relacionados entre sí de manera

16. Grupo de Entrevernes, Op. cit., p. 24.

267
En pos del signo

cronológica no contiene, propiamente hablando, un programa narrativo.


Los relieves son estáticos: no están organizados por movimiento sino por
posibilidades, por valencias. Es decir, cada conjunto de actantes con su
cortejo de figuras tiene o no la posibilidad de relacionarse con otros
actantes: de las relaciones posibles de unos actantes con otros resulta el
sentido. Por ejemplo, en el relieve de la virgen de Guadalupe, la paloma
con las alas extendidas en actitud de “proteger” o “cubrir” a la virgen; o
el ángel a sus pies en actitud de sostenerla, son sintagmas iconográficos
que, al relacionar actantes, generan sentido.
Todas las representaciones iconográficas que nos ocupan son, como
se ha dicho, partes de un conjunto: son el cuerpo de un conjunto detrás
del cual hay un relato. Ese cuerpo funciona como una “cita” del relato o,
más bien, como figura de un conjunto semiótico respaldado por un texto
o por una tradición iconográfica: un lenguaje dentro de una lengua. Sin
embargo, el sistema semiótico que constituyen no se identifica ni con el
relato ni con el cuerpo solos. Por lo demás, como se ha dicho, el texto
subyacente no siempre es un relato: a veces cuerpo e interpretación ya
tienen tiempo de funcionar juntos ya como símbolo, ya como signo. El
símbolo, como se sabe, es una “representación sensorialmente percepti­
ble de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con ésta por una
concepción socialmente aceptada”;17 por ejemplo, la paloma como sím­
bolo del Espíritu Santo dentro de la iconografía católica. Un signo, en
cambio, se llama al “objeto, fenómeno o acción que, natural o conven­
cionalmente, representa o sustituye a otro objeto, fenómeno o acción” .18
Sin embargo, en los sistemas semióticos iconográficos hay varios
tipos de relación entre cuerpo y texto: en unos casos, como en nuestros
relieves, el texto es subyacente, en otros, como en los emblemas, está
explícito. En el primer caso, el conjunto semiótico recaba su sintaxis del
cuerpo y su sentido, del texto subyacente: el sentido, por tanto, está
fundamentalmente “oculto”. Si el lector no conoce la historia o el mito
que está detrás no puede saber lo que la imagen significa. Este tipo de

17. Diccionario de la RAE, edición 21.


18. Ibid.

268
L as fachadas de la C atedral de M orelia

textos iconográficos, sin embargo, es un ejemplo claro de cómo el


sentido fundamental es “redondeado” sintácticamente por los demás
elementos que integran el conjunto. En el segundo, en cambio, es el lema
o epígrafe textual el que da sentido al conjunto. El sentido, por tanto, es
explícito.
Un relieve o un texto iconográfico como el formado por las fachadas
de la catedral de Morelia es un montaje que consta de una parte visual a la
que podríamos llamar nivel superficial constituida por una serie de
actantes y figuras, en el sentido greimasiano; y una parte ideológica de la
que las figuras recaban no sólo las unidades de sentido o semas, sino su
sentido fundamental y aun su valor icónico. En un análisis semiótico, tan
importante es explorar el primer nivel como el segundo.
En ambos casos, se trata, en relación tanto a las imágenes como a los
textos, de un conjunto nuevo en donde las relaciones de los actantes e
incluso el valor de las figuras es dado, por lo general, ya por el texto
subyacente, ya por una creencia extendida de su función o papel. Las
relaciones son el único tipo de movimiento que tiene lugar en relieves
como los que analizamos.
Empero, cada figura, dentro del análisis semiótico, no es una unidad
indivisible. Al contrario, como se ha dicho, las figuras son susceptibles de
ser descompuestas en sus semas o unidades de significado. En efecto, en
el nivel profundo del análisis es posible ya desmontar los diferentes semas
de que se componen las figuras, ya organizados por clasemas, ya, en fin,
llegar hasta el sistema de operaciones que determina el paso de un valor a
otro. Debe quedar claro, que esos valores son expresados en los relieves
mucho más burdamente que en los relatos verbales. Por lo general, son
de carácter binario y muy abstractos. Por ejemplo, en el relieve de la
transfiguración la figura “arriba” puede descomponerse en los siguientes
semas: divino + celestial + bueno + seguro + sabio + profeta + despierto.
En cambio, “abajo” es susceptible de descomponerse en los semas:
humano + terrenal + malo + dormido.
Hemos señalado arriba, por ejemplo, que la figura lexemática “ángel”
realiza dos itinerarios semémicos. Es decir, se descompone en dos
sememas: “miembro de la corte celestial” y “sirviente del cielo”. El
primer semema, a su vez, puede descomponerse en: espíritu + celestial.

269
En pos del signo

El segundo, en cambio, en: espíritu + celestial + mensajero de Dios +


sirviente.
Finalmente, en el nivel más profundo del análisis semiótico, siempre
hay un elemento articulador de todo el conjunto. Es una estructura
elemental, diferencial y opositiva que consta, por tanto, de*dos términos
simultáneamente presentes que, por lo demás, están relacionados entre
sí. Una estructura, en efecto, se define como “una relación entre dos
términos”. Por eso, para poner en evidencia la forma semiótica tendrán
que usarse parejas de rasgos sémicos, valores mínimos opuestos como
grande vs pequeño o blanco vs negro”.19
En el análisis greimasiano, se llama cuadrado semiótico al esquema
fundamental de tipo sémico que “representa las relaciones principales a
las que necesariamente se someten las unidades de significado para poder
generar su universo semántico capaz de ser manifestado”. En el relieve
de la catedral de Morelia, el cuadrado semiótico es el siguiente:

celestial si s2 terrenal

no terrenal no-s2 no-sl no celestial

no-S

El cuadrado semiótico, empero, tal cual se desprende de nuestro


texto, implica la contraposición de tres juegos de conceptos contrarios:
cielo-tierra, adentro-afuera, seguro-inseguro. En ellos se basa todo el
dinamismo semiótico del texto. Funciona como sigue:

19. Entrevernes, Op. cit., p. 156.


L as fachadas de la C atedral de M orelia

Cielo Tierra
Adentro — — Afuera
Seguro Inseguro

Implicación Implicación

N o tierra No cielo
No afuera - N o adentro
No inseguro N o seguro

En donde si y s2, no-sl y no-s2 representan las unidades mínimas que


organizan el significado clasificando las figuras del texto. En este caso se
trata de la diferencia /celestial/ vs /terrenal/. S significa aquí el eje
semántico como se llama en el análisis greimasiano al denominador
común o “fondo sobre el que destaca una articulación entre dos ras­
gos” .20 La-oposición /celestial/ vs /terrenal/ se percibe en el eje semántico
de la “condición óntica”.

La e s t r u c t u r a e m b l e m á t ic a

La “gramática” de un texto como el que aquí analizamos se atiene, por


tanto, a una especie de gramática universal, muy en boga en el periodo
novohispano, de la cual nos puede dar una idea la gramática del emblema,
sistema semiótico del cual ya hemos hablado más arriba. Para ello,
remitimos al lector tanto a las páginas que preceden como a lo que dice el
mismo Filippo Picinelli en su Mondo simbólico .21 Según hemos visto, un
emblema “es una composición que consta de una figura y un lema, que
además de tener un significado literal, está destinada a representar
alegóricamente un concepto nuestro particular”.

20. Entrevernes, Op. cit., p. 156.


21. Quizás haya que añadir a lo dicho sobre esta obra que ya traducida al latín vino a dar casi enseguida a la
N ueva España y a poblar durante el siglo XVIII muchas de las bibliotecas novohispanas como la del
seminario de Valladolid.

271
En pos del signo

Se trata de un sistema semiótico híbrido compuesto de dos tipos de


lenguajes que confluyen igualmente, aunque de distinta manera, a produ­
cir la significación. Este tipo de estructuras semióticas están muy exten­
didas en la cultura. En el conjunto semiótico al que pertenecen las
fachadas de la catedral de Morelia hay, como hemos señalado, varios
subsistemas semióticos de índole híbrida. Vamos a llamar estructura
emblemática a este tipo de sistemas semióticos híbridos. La estructura
emblemática está a la raíz de los mecanismos de producción de discursos
como el lapidario cuya característica más importante podría definirse
como un “decir más de lo que se enuncia”.
Las estructuras emblemáticas son, pues, estructuras híbridas. Sus
elementos están constituidos por lenguajes de diferente índole que se
apoyan entre sí de tal manera que lo que uno parece callar el otro lo dice
a su modo y viceversa. Es, pues, un sistema en donde la dialéctica callar-
decir se explica porque lo que es silencio en uno de los dos sistemas es
palabra en el otro sistema y viceversa. El emblema, en efecto, es concebi­
do como una pequeña máquina de producir significaciones: es un peque­
ño sistema semiótico que combina la palabra (mito) con la figura (rito) y
que, desde el punto de vista retórico, funciona generalmente como un
exemplum aunque desempeñe funciones epigráficas.
En cuanto al tipo de significación del emblema, Picinelli insiste en que
el funcionamiento semiótico del emblema consiste en que la mente tanto
del que lo ve, como del que lo usa y aun del que lo hace, extrae su
significación de la confluencia de la figura con el lema: la aplicación del
emblema heroico no debe ser deducida de manera inmediata y unilateral
del solo lema. En la concepción filosófica de Picinelli la figura es la
materia y las palabras del lema es su forma. Por tanto, las palabras del
lema deben ser aptas para significar sólo las acciones de la figura dibuja­
da: la significación del conjunto debe ser fácil y graciosa.
Como ya señalé, esta estructura emblemática domina en toda la
composición semiótica a la que pertenecen las fachadas de la catedral de
Morelia. Relieves y estatuas sólo son como las figuras de un magno
emblema cuya parte textual, sus lemas, están conformados por las pala­
bras de los ritos que allí tienen lugar y las palabras de la predicación que
allí se lleva a cabo. Como se ha explicado, además, dentro de este

272
L as fachadas de la C atedral de M orelia

conjunto hay varios subconjuntos también dotados de una estructura


emblemática: por ejemplo las ceremonias que son conjuntos de ritos y
mitos.

L e c t u r a s e m ió t ic a d e l c o n j u n t o

El texto conformado por las tres fachadas de la catedral de Morelia forma


parte de un doble conjunto semiótico jerárquicamente estructurado. En
un primer plano, las fachadas junto con las torres constituyen la parte
ornamental exterior de un edificio. En un segundo plano, ese edificio es
una catedral, un lugar de culto. Por tanto, las fachadas son susceptibles
de ser leídas como texto, como parte exterior de un edificio que tiene,
desde luego, una parte interior correspondiente. Por ser un exterior,
remiten necesariamente a un interior y funcionan como un texto de tipo
retórico cuyo fin es convencer al visitante a entrar. La función textual,
por tanto, es de tipo parenético. Desde el punto de vista discursivo, por
lo demás, las fachadas tienen una función ornamental. Todo este conjun­
to semiótico forma parte de un magno sistema expresivo constituido
además por las ceremonias religiosas que en su interior tienen lugar,
constituidas por ritos y mitos. Representando esto mediante una simbología
estratigráfica, tenemos:

Edificio
Mitos

CATEDRAL< Interiores
41 » CEREMONIAS

Ritos
Fachadas

273
En pos del signo

Las fachadas, por otra parte, conforman un conjunto: la fachada del


frente dominada por Jesús transfigurado; la fachada de la izquierda para
el que entra en catedral, constituida por el relieve de la Virgen de
Guadalupe, María; la fachada de la derecha de quien entra, conformada
por el relieve de San José, esposo de María. El conjunto de los relieves de
las fachadas forma, por tanto, la Sagrada Familia. Independientemente,
pues, de la lectura que pueda desprenderse de cada una de las fachadas en
particular o de todas ellas juntas, el conjunto dice que la catedral de
Morelia es un hogar, el hogar de la Sagrada Familia: el conjunto de
semas, por tanto, apunta hacia el concepto de seguridad como contra­
puesto, desde luego, al de inseguridad. La catedral de M orelia es un lugar
seguro porque es el hogar de la Sagrada Familia. Entrar en la catedral es
entrar en ese hogar y entrar, por tanto, en un lugar seguro. Ese concepto
de seguridad está ligado al “entrar” y, por ende, a un “adentro”:
adentro se está seguro, afuera es un lugar peligroso. La lógica del relieve
de la transfiguración está regida por este conjunto de conceptos opuestos
que forman, como ya se ha dicho, lo que el análisis greimasiano llama el
cuadrado semiótico cuya estructuración hemos mostrado arriba.
Una lectura más detallada del conjunto constituido por las fachadas
nos conducirá a la figura “iglesia”. La fachada principal, como se ha
dicho, está dividida en tres cuerpos y tres calles en cuyo centro está el
relieve de la transfiguración. En ella las figuras arriba, abajo, en medio,
junto, funcionan también como categorías sintagmáticas. Las categorías,
sin embargo, arriba-abajo tienen un valor distinto según estén en la
fachada misma o en un relieve de la fachada. Las estatuas de San Pedro
(izquierda de quien entra) y San Pablo (derecha de quien entra), en el
primer cuerpo de la calle central, están “abajo”, como columnas y
fundamento del edificio de la Iglesia. En los relieves, sin embargo, la
figura “arriba” significa “cielo” y se contrapone a “abajo” que signifi­
ca “tierra”, el lugar de la debilidad humana donde los discípulos no
pueden mantenerse despiertos: “en medio” es el lugar de la transfiguración
entre el cielo y la tierra, el lugar de la catedral.
Leídas a partir de las estatuas, por tanto, las fachadas de la catedral
nos presentan un edificio fuerte y seguro, construido sobre el fundamento
sólido de los apóstoles Pedro, heredero de la antigua casa de Israel el

274
En pos del signo

hechos que allí se representan hubieran sucedido al mismo tiempo. La


sintaxis de los elementos es de índole topológica, no de índole cronológica:
lo que importa son las categorías cielo-tierra y sólo se representa lo que
podríamos llamar figuras dominantes.
Jesús es la figura central de los tres relieves de la fachada principal: el
de la transfiguración dice que Jesús es hijo de Dios; que es capaz de
entrar en el cielo, preludiado en la catedral, cuando él quiera, porque el
cielo es su casa; que está por encima no sólo de Moisés y Elias sino de los
somnolientos discípulos. En los otros dos relieves se nos dice que Jesús
es Dios, digno de ser adorado tanto por los paganos como por los hijos
de Israel. Si el objeto a alcanzar propuesto por estos textos es el “cielo”,
Jesús es alguien que lo ha alcanzado.
El tipo de enunciado que tenemos en los relieves de la fachada
principal es, en la terminología greimasiana, un enunciado de estado y
todos los enunciados de que se compone un texto como el que nos ocupa
están relacionados entre sí por mera yuxtaposición. Si el sujeto es cada
una de las figuras personificables y el objeto es el cielo, tenemos tantos
enunciados como sujetos hay. Para el caso de Jesús, el anciano, la
paloma, los ángeles, Moisés y Elias, los enunciados respectivos son
enunciados de estado de unión. Para el caso de los apóstoles y, desde
luego, para el visitante que llega a la catedral, los enunciados del relieve
se convierten en enunciados de estado de desunión.
Dentro de nuestro texto hay actores que aunque tienen figuras huma­
nas o antropomórficas, asumen de hecho papeles temáticos: Pedro y
Pablo el de columnas; los cuatro evangelistas el del evangelio. En otros
casos los actores desempeñan sólo una función sintagmática: meramente
gramatical y, por tanto, también temática. Juan el bautista es símbolo de
Elias; san Miguel es el jefe del ejército celeste.

276
En pos del signo

hechos que allí se representan hubieran sucedido al mismo tiempo. La


sintaxis de los elementos es de índole topológica, no de índole cronológica:
lo que importa son las categorías cielo-tierra y sólo se representa lo que
podríamos llamar figuras dominantes.
Jesús es la figura central de los tres relieves de la fachada principal: el
de la transfiguración dice que Jesús es hijo de Dios; que es capaz de
entrar en el cielo, preludiado en la catedral, cuando él quiera, porque el
cielo es su casa; que está por encima no sólo de Moisés y Elias sino de los
somnolientos discípulos. En los otros dos relieves se nos dice que Jesús
es Dios, digno de ser adorado tanto por los paganos como por los hijos
de Israel. Si el objeto a alcanzar propuesto por estos textos es el “cielo”,
Jesús es alguien que lo ha alcanzado.
El tipo de enunciado que tenemos en los relieves de la fachada
principal es, en la terminología greimasiana, un enunciado de estado y
todos los enunciados de que se compone un texto como el que nos ocupa
están relacionados entre sí por mera yuxtaposición. Si el sujeto es cada
una de las figuras personificables y el objeto es el cielo, tenemos tantos
enunciados como sujetos hay. Para el caso de Jesús, el anciano, la
paloma, los ángeles, Moisés y Elias, los enunciados respectivos son
enunciados de estado de unión. Para el caso de los apóstoles y, desde
luego, para el visitante que llega a la catedral, los enunciados del relieve
se convierten en enunciados de estado de desunión.
Dentro de nuestro texto hay actores que aunque tienen figuras huma­
nas o antropomórficas, asumen de hecho papeles temáticos: Pedro y
Pablo el de columnas; los cuatro evangelistas el del evangelio. En otros
casos los actores desempeñan sólo una función sintagmática: meramente
gramatical y, por tanto, también temática. Juan el bautista es símbolo de
Elias; san Miguel es el jefe del ejército celeste.

276
XII
LA ESTRUCTURA DE GOBIERNO DEL ANTIGUO REINO
P ’URÉHPECHA SEGÚN LA RELACIÓN DE MICHOACÁN
ENSAYO DE LECTURA SEMIÓTICA

¿ In form e o relato?

Para leer La relación de Michoacán desde las perspectivas de la semiótica,


es necesario, bien se sabe, deslindar, así sea someramente, la naturaleza
textual de este importante documento. Un primer dato nos viene, a este
respecto, por el nombre Relación con que se le conoce. Quizá una ligera
incursión a los tipos textuales de la época nos permita especificar algunas
de las características del género “relación”. Como bien se sabe, a raíz del
“descubrimiento”, conquista y colonización que de estas tierras hicieron
los europeos se multiplicó el uso de un tipo textual que se denominó
“relación” y que significa en el siglo XVI, según el Diccionario de
autoridades, “la narración o informe que se hace de alguna cosa que
sucedió” .1
Los tipos textuales llamados “relaciones” eran informes en forma de
relato. Para precisar la naturaleza textual de las “relaciones”, tomemos
el ejemplo de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
de Bemal Díaz del Castillo, una obra del siglo XVI como la Relación,
que tiene la ventaja de que entre las etiquetas que su autor le puso está
también la de “relación”. Bemal, en efecto, como dice Walter Mignolo,
no sólo no tiene “una clara posición con respecto a la actividad escriptural

1. Para todo esto véase el artículo de Walter Mignolo “Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y
la conquista”, en Luis Iñigo Madrigal (coordinador), Historia de la literatura hispanoamericana.
Tomo I. Época colonial, Madrid, Cátedra, 1982, pp. 57 y ss.

277
En pos del signo

que emprende”,2 sino que, de hecho, emplea como sinónimos los térmi­
nos “relación”, “historia” y “crónica” con que designa su obra. Su
misma viuda Teresa Becerra, cuando se trata de recuperar en 1584 el
ejemplar que de su obra había Bemal enviado a España nueve años antes,
la llama “ystoria y coronica” .
En primer lugar, el texto de Bemal ha pasado a la historia de la
literatura con el gafete de “crónica” y, desde luego, su estructura textual
tiene muchas cosas en común, sin duda, con la estructura textual de una
crónica. Sin embargo, no hay tipos textuales puros y menos dentro de la
literatura a que da lugar en el siglo XVI el inusitado espectáculo del
descubrimiento y conquista de América por los europeos; se echa enton­
ces mano del vocablo “crónica”, un término en vías de desaparición,
sacándolo del cementerio de palabras medievales en que yacía también
“an ales” ,

para denominar el informe pasado o la anotación de los acontecimientos del


presente, fuertemente estructurados por la secuencia temporal. Más que relato o
descripción la crónica, en su sentido medieval, es una “lista” organizada sobre
las fechas de los acontecimientos que se desean conservar en la memoria.3

La Historia verdadera tiene, por ejemplo, el apego textual de una


crónica al espacio y al tiempo. Pero como en todo lo relacionado con el
descubrimiento y la conquista, ante lo inusitado de la experiencia, hay
que encontrar formas de expresión heterodoxas. Es una crónica, sí, pero
es mucho más que eso. De allí las fluctuaciones de Bemal en cuanto al
nombre. Por lo demás, he de mencionar que los textos reciben no sólo el
nombre sino sus características textuales de su función social: del para
qué de un texto depende, en gran medida la forma que adopte. Por otro
lado, un tipo textual engendra a otro. Cuando un tipo textual nace, echa
mano de los recursos de tipos textuales afines. Nada raro, entonces, que
entre la tipología textual del español del siglo XVI las crónicas tendieran

2. Op. cit., p. 82.


3. Walter M ignolo, Op. cit. p. 75. Allí mismo, Mignolo cita a Jerónimo de San José quien en su Genio de
la historia , publicada en 1651, llama “corónica” a “la historia difusa de alguna República eclesiástica,
religiosa o seglar ajustada a los años”.

278
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

a la historia: ya no se sujetaban a la austera y rígida estructura del informe


cronológico de tipo paratáctico, sino que se habían deslizado hacia el
pulido discurso salido de la retórica que era la historia.
.. La obra bemaldiana es, pues, también una historia; y ese fue, final­
mente, el nombre que prevalecerá. Don Sebastián de Cobarruvias,4 unos
años antes de que Remón publicara la primera edición de la obra
bemaldiana, recoge la acepción que del vocablo “historia” era usual en
el siglo XVI “es [dice] una narración y exposición de acontecimientos
passados, y en rigor es de aquellas cosas que el autor de la historia vió
por sus propios ojos y da fee de ellas, como testigo de vista, según la
filen a del vocablo ‘istoria, apo tou ‘istorein, quod est spectare vel
cognoscere”.
Este concepto de historia está implícito, como bien se sabe, en las
reclamaciones que hace Bemal a López de Gomara, principalmente, a
Jovio e Illescas. Se trata de una ‘istoria en el sentido que el término
griego tiene, por ejemplo, en Jenofonte: sólo puede escribir historia
quien ha visto o quien se ha informado con rigor en “buenos originales y
autores fidedignos de aquello que narra y escrive”, dice Cobarruvias. Por
una parte, es fácil mostrar que para Bemal crónica e historia ya son
sinónimos. La crónica se ha convertido en historia y alterna con ella no
sólo el nombre sino también las funciones y, desde luego, la índole
textual. Era común en el siglo XVI este intercambio de nombres y de lo
demás entre crónica e historia; tanto, que ambos vocablos vienen a ser
sinónimos en el uso del siglo XVI: se trata de crónicas con ropaje de
historia y viceversa. Así sucede, por ejemplo, con fray Bartolomé de las
Casas: en el emdito prólogo que antecede a su Historia de las Indias,
luego de disertar sobre los motivos que tiene para escribir su obra a la
que llama reiteradamente “historia” concluye: “y así esta corónica
podrá engendrar menos fastidio”.5 De la misma manera que la Historia

4. T e s o r o d e la L e n g u a C a s te lla n a o E s p a ñ o la . P r im e r D ic c i o n a r i o d e la L e n g u a . ( 1 6 1 1 ) , Madrid/
México, Ed. Turner, 1984.
5. N o sabemos exactamente cuáles fueron los vínculos de Bemal con Las Casas. Bemal conoce muy bien
Las Casas pero no sabemos nada del improbable conocimiento que el exobispo de Chiapas hubiera
podido tener de Bemal. El mismo Bemal así lo cree en una carta del soldado cronista al obispo de
Chiapas, fechada el 20 de febrero de 1558, que se conserva entre las cartas y documentos de la

279
En pos del signo

General y Natural de las Indias de Fernández de Oviedo cuenta entre sus


modelos a Plinio y a Cicerón,6 así la Historia verdadera de Bemal recoge
el concepto de historia principalmente de sus contemporáneos, aunque
haya leído a Julio César, en el sentido de “memoria de los hechos
notables del pasado”.7 En efecto, una de las razones principales que da
en su prólogo es “porque haya fama memorable de nuestras conquis­
ta s ” .
Pero la Historia verdadera es llamada reiteradamente relación, como
el texto que nos ocupa. Es cosa sabida, en efecto, que Bemal toma como
modelos los escritores de su época que tratan de la gesta americana. Y,
ciertamente, uno de los modelos que más a la mano tenía era a su capitán
Hernán Cortés cuyas Cartas de relación de la conquista de México
ciertamente le sirvieron de modelo para su obra en más de un aspecto.
Nada raro, entonces, que en algunos de los estratos más antiguos de la
Historia bemaldiana el autor designe su texto con el nombre de “rela­
ción”. Un capítulo importante a este respecto, y que aquí cito a guisa de
ejemplo, es el capítulo CCXII, del cual como se sabe, se conserva una
versión anterior muy cercana al texto remoniano.8 Pues bien, en la
versión más antigua de ese capítulo Bemal se refiere con insistencia a su
obra designándola como “relación”. Véase: “como acabé de sacar en
limpio esta mi relación”, “las heroicas hazañas que hizo el marqués del
Valle en esta relación escribo”, “en el primer capítulo de mi relación”,

Audiencia de Guatemala. En ella el cronista empieza diciendo: “ya creo que V.S. no temá noticia de mí,
porque según veo que escrito tres veces é jamás e abido ninguna respuesta, é tengo que no abrá recibido
ninguna carta”; y, luego de quejarse y solicitar la intervención de Las Casas para que se declare
permanente el puesto que ocupa en el cabildo guatemalteco y otros asuntos y quejas, Bemal dice a fray
Bartolomé: “pues V.S. es padre y defensor destos proves yndios”. Las Casas había regresado de manera
definitiva a España desde 1547 y había renunciado a su obispado en 1551. Sin embargo, no sólo
coinciden en su interés por los indios, sino en su concepto de historia y hasta en la idea que ambos tienen
de lo que debe contener un prólogo. En ese importante prólogo estudiado por Lewis Hanke, Las Casas
ofrece una emdita concepción de lo que se ha entendido por historia.
6. Véase Edmundo O ’Gorman, C u a tr o h is to r ia d o r e s d e I n d ia s , M éxico, Alianza Editorial M exicana /
Consejo Nacional para la cultura y las artes, Col. Los noventa n. 25, 1989, pp. 41-67. Véase, igualmente,
Walter Mignolo, O p. c it., p. 81.
7. W. Mignolo, O p. c it., p. 80.
8. Puede verse, para esto, mi artículo “¿Cuál es el texto auténtico de la H is to r ia v e r d a d e r a V , en R e la c io n e s ,
Vol. XII, Núm. 48, Zamora, El Colegio de Michoacán, pp. 67-87.

280
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

“en blanco nos quedáramos si ahora yo no hiciera esta mi verdadera


relación”, “si en esta mi relación yo hubiera quitado su prez”, “lo cual
hallarán escrito en esta mi relación”. Precisamente, esta es una de las
cosas en que el texto primitivo se diferencia de la versión definitiva de
este capítulo según el manuscrito de Guatemala.9
Que Bemal se haya servido de las obras que sobre el descubrimiento y
conquista circulaban en su tiempo para dar forma y nombre a la suya, lo
da a entender en el esbozo de prólogo con que comienza el manuscrito de
Guatemala. Habla de la costumbre de escribir prólogos que tienen los
“muy afamados cronistas antes que comiencen a escribir sus historias”;
al respecto dice que por no ser latino no escribirá “preámbulo ni prólo­
go” . Es decir, Bemal escribe su obra siguiendo los modelos que tiene a la
vista. Ya se sabe, por otro lado, que la estructura de la obra bemaldiana
le proviene de la Hispania Victrix de López de Gomara: a partir de ella se
convierte en Historia verdadera. Bemal fluctúa entre “relación”, “cró­
nica” e “historia”, porque relaciones, crónicas e historias son los tipos
textuales que hablan de su tema en su tiempo.
El vocablo “relación”, como bien se sabe, se deriva del latín relatio
que, a su vez, viene del verbo referre. Originalmente, significaba “volver
a traer o llevar” . Es decir, “llevar de nuevo”, “llevar una cosa al punto
de partida”, “devolver”; de allí, por tanto, empezó a ser usado en el
sentido de “regresar” y, más tarde, en el sentido de “restituir”, “pa­
gar” . El deslizamiento semántico del vocablo llegó, así, hasta los linderos
de nuestra palabra: el verbo referre, en efecto, tomó el significado de
“replicar”, “responder” y de allí “oponer como réplica”, “exponer” .
Se trata, sin embargo, de un exponer provocado, de un discurso genera­
do por otro discurso del tipo de un requerimiento: referre es exponer
como respuesta a una pregunta, a una acusación o a una solicitud. De allí
pasó, fácilmente, a significar “dar cuenta”, “notificar”, “anunciar ofi­
cialmente” . Y luego, “consignar en”, “transcribir” hasta llegar al sim-

9. N o es difícil mostrar, por lo demás, la dependencia del prologuillo con que em pieza la versión de
Guatemala con respecto al texto primitivo de este capítulo CCXII. Allí también se lee la expresión “esta
mi verdadera y notable relación”.

281
En pos del signo

pie “contar”, “referir de palabra” que dio origen a nuestro vocablo


“relato” pariente muy cercano del término “relación”.
Relatio es, simplemente, la acción del verbo referre. Tiene, por tanto,
un deslizamiento análogo. El vocablo latino tiene dos acepciones que
parecen prevalecer sobre las demás y que serán decisivas en la terminolo­
gía del siglo XVI hispánico cuando, al fragor de la del descubrimiento,
conquista y colonización de América por los españoles, proliferan una
serie de textos a los que se da el nombre de “relaciones” : informar y
relatar. Primero informar y luego relatar. Ambas, como bien se sabe, se
funden en muchos de estos textos que, por ello, son relatos informativos.
Relatio tiene, en efecto, desde muy pronto el sentido de “informe de un
magistrado al senado”.10En este sentido Cicerón dice: relatio illa salutaris
et diligens fuerat consulis (aquel informe saludable y concienzudo había
sido obra del cónsul). Del uso de relatio en el otro sentido dan testimonio
tanto el mismo Cicerón como Quintiliano. Este último, por ejemplo, habla
de la relatio causarum o relatio meritorum en el sentido, respectivamen­
te, de la “exposición de causas” y “exposición de m éritos” . Esta
exposición, empero, tiene la forma de un relato, vocablo por lo demás
emparentado con “relación”.
La acepción que el vocablo “relación” tiene en el siglo XVI es,
simplemente, la de un relato. Cobarruvias define el término como el actus
referendi, sin más. Y, como se ha dicho, el Diccionario de autoridades
registra para el siglo XVI como principal acepción del vocablo “rela­
ción” “narración o informe que se hace de alguna cosa que sucedió”. El
vocablo “relación”, por tanto, se usa en la literatura de conquista del
siglo XVI tanto en el sentido de informe como en el de relato. En el caso
de las Cartas de relación de Cortés, predomina el deber de informar; en
Bemal, en cambio, el placer del relato aunque su fin particular fuera,
precisamente, el de informar adecuadamente.
Empero, el vocablo “relación” y su originante “referir” entraron al
flujo léxico del castellano en un sentido muy distinto al empleado por el

10. Agustín Blánquez Fraile, Diccionario Latino-Español Español-Latino , Barcelona, Ramón Sopeña,
1988, ad loe.

282
L a ESTRUCTURA DE GOBERNO del antiguo reino p ’urhépecha

redactor de La relación de Michoacán : “rechazar, apartar, perseguir” .


Así lo usan tanto Gonzalo de Berceo como El libro de Alexandre. Esto
no obstante, en el momento en que fray Jerónimo de Alcalá redacta La
relación de Michoacán, el vocablo había recuperado las dos principales
funciones que tenía su antepasado latino relatio y que se pueden resumir,
como he dicho, en los verbos “informar” y “relatar” o, en palabras del
Universal Vocabulario en latín y en romance de Alonso Fernández de
Palencia, publicado en Sevilla en 1490," “referir y denunciar” . Ambos
usos del vocablo “referir” estaban firmes ya a principios del siglo XVII y
se encuentran documentados tanto en Cervantes como, en general, en la
literatura de los siglos de oro.
En el mencionado Vocabulario de Fernández de Palencia hay una
acepción más abstracta del vocablo “relación” : “se diz q relación la que
se refiere a alguna cosa, como padre a fijo”.112 La terminología, pues, no
fue fijada de una manera firme sino en el siglo XVI a raíz de textos como
el que ahora nos ocupa.
La obra bemaldiana es, sí, relación, informe oficial; pero Bemal se
hace también cargo de su responsabilidad histórica ante los hechos. En
concreto pregunta: si no hablo yo del papel que tuvimos los soldados en
tan grandes hazañas ¿quién va hablar de ello? ¿Acaso las nubes o los
pájaros que por allí pasaron? La relación, pues, tiene funciones
historiográficas también. En resumidas cuentas, pues, la Historia verda­
dera es, en primera instancia, una “historia” con tintes apologéticos que
para cumplir con sus cometidos asume la responsabilidad de una “cróni­
ca” bajo los ropajes de “relación”, en el sentido tanto de relato como de
informe, de epopeya cortesana en prosa y hasta de novela de caballería;
pero bien pudiera ser al revés. Todo intento de análisis semiótico de uno
de estos textos como la Relación o la Historia verdadera tiene que tener
en cuenta que la lengua se realiza en los textos en la medida de su función
y que, después de todo, no es lo mismo una relación que un relato. La
estructura textual de un informe puede ser cronológica, topoglógica o
mixta, como en nuestro caso; la de un relato es decididamente cronológica.

11. Citado por J. Corominas, Diccionario crítico etimológico, Madrid, Gredos, 1954, tomo 3, p. 489.
12. En Corominas, Op. cit ., p. 869.

283
En pos del signo

L a relación de M ichoacán

Pues bien, La relación de Michoacán tiene todos estos matices textuales.


El redactor, identificado por J. Benedict Warren,13 como fray Jerónimo
de Alcalá, describe así sus propósitos textuales:

Vínome, pues, un deseo natural como a los otros, de querer investigar entre estos
nuevos cristianos: qué era la vida que tenían en su infidelidad, qué era su creencia,
cuáles eran sus costumbres y su gobernación, de dónde vinieron [...] Ya yo tenía
perdida la esperanza de este mi deseo, si no fuera animado por las palabras de
Vuestra Señoría Ilustrísima que, viniendo la primera vez a visitar esta provincia
de Michoacán, me dijo dos o tres veces que por qué no sacaba algo de la
gobernación de esta gente [...] Y por hacerle algún servicio, aunque balbuciendo
de poner la mano para escribir algo por relación de los más viejos y antiguos de
esta provincia, por mostrar a Vuestra Señoría, como en dechado, las costumbres
de esta gente de Michoacán, para Vuestra Señoría los favorezca rigiéndolos por lo
bueno que en su tiempo tenían y apartándoles lo malo que tenían [...] Pues
Ilustrísimo Señor, esta escritura y relación presentan a Vuestra Señoría los viejos
de esta Ciudad de Michoacán y yo también en su nombre, no como autor sino
como intérprete de ellos. En la cual Vuestra Señoría verá que las sentencias van
sacadas al propio, de su estilo de hablar, y yo pienso de ser notado mucho en esto,
mas como fiel intérprete no he querido mudar de su manera de decir, por no
corromper sus sentencias. Y en toda esta interpretación he guardado ésto, si no ha
sido algunas sentencias, y muy pocas, que quedarían faltas y diminutas si no se
añadiese algo; y otras sentencias van declaradas porque las entiendan mejor los
lectores [...] A ésto digo que yo sirvo de intérprete de estos viejos y haga cuenta
que ellos lo cuentan a Vuestra Señoría Ilustrísima y a los lectores, dando relación
de su vida y ceremonias y gobernación y tierra.
Ilustrísimo Señor, Vuestra Señoría me dijo que escribiese de la gobernación de
esta provincia, yo -porque aprovechase a los religiosos que entienden en su
conversión- saqué también: dónde vinieron, sus dioses más principales y las
fiestas que les hacían, lo cual puse en la primera parte; en la segunda parte puse
cómo poblaron y conquistaron esta provincia los antepasados del cazonci', y en la
tercera, la gobernación que tenían entre sí hasta que vinieron los españoles a esta
provincia y hace fin a la muerte del cazonci,14

13. “Fray Jerónimo de Alcalá autor de La relación de MichoacánT\ en Anuario, Escuela de historia de la
Universidad Michoacana, Núm. 2, Morelia, 1977, pp. 139-163.
14. Como se sabe, la Relación fue escrita poco tiempo después del asesinato del último rey de Michoacán, el
cazonci Tangáxoan Tzincicha, por Ñuño de Guzmán.

284
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

Vuestra Señoría haga pues enmendar y corregir y favorezca esta escritura, pues
se empezó en su nombre y por su mandamiento, porque esta lengua y estilo
parezca bien a los lectores y no echen al rincón lo que con mucho trabajo se
tradujo en la nuestra castellana [...] esta escritura y relación.

La Relación de Michoacán es, en efecto, un documento prevalente-


mente informativo, sobre la mitología del pueblo michoacano, elaborado
hacia 1540 a raíz de una explícita petición del virrey Antonio de Mendoza
con ocasión de la primera visita que hace a Michoacán a fines de 1539.
De hecho, el título indica con claridad no sólo las circunstancias en que
fue elaborado el texto sino su contenido: Relación de las ceremonias y
ritos y población y gobernación de los indios de la provincia de
Michoacán hecha al ilustrísimo señor Don Antonio de Mendoza, virrey
y gobernador de esta Nueva España por su majestad, etc. Como se sabe,
la puesta por escrito de este libro “uno de los libros más bellos y
conmovedores de la literatura universal, digno de ser comparado con la
Ilíada, el Poema de Gilgamés o la Geste d ’A rture”.15 Pues bien, como
dice el mismo Le Clézio, “este libro lleva la huella profunda del mundo
indígena del cual salió, de su magia y de su tragedia también. Historia de
un pueblo en agonía, la Relación es un testamento, dictado por los
testigos, los sacerdotes petámuti, según el ritmo de la tradición oral”.16^
Uno de los primeros deberes del análisis semiótico consiste en escla­
recer el proceso comunicativo: quién habla a quien sobre qué asunto, >
mediante qué conducto y qué código.\Ese proceso no es del todo simple
en la Relación. Por lo que sabemos,'"hay por lo menos dos situaciones. En
una primera instancia, en efecto, la Relación es un texto cuyo destinador
son los indios ancianos de M ichoacán y, en especial, don Pedro
Cuinierangari quien, según la misma Relación, fue el informante princi­
pal. El destinatario, en cambio, es tanto el virrey como los lectores. El
mensaje es el texto de la Relación. El contexto o referente es, a decir del
texto mismo,

15. Jean-Marie Le Clézio, La conquista divina de Michoacán, México, FCE, Cuadernos de la Gazeta Núm.
4, 1985, p. 7.
16. Ibid., pp. 7-8.

285
En pos del signo

dónde vinieron, sus dioses más principales y las fiestas que les hacían, lo cual puse
en la primera parte; en la segunda parte puse cómo poblaron y conquistaron esta
provincia los antepasados del cazonci; y en la tercera, la gobernación que tenían
entre sí hasta que vinieron los españoles a esta provincia y hace fin a la muerte del
cazonci.

Según el ya conocido esquema jakobsoniano,17 faltarían por explicitar


tanto el contacto como el código. Aquí es donde entra la función del
redactor que, según ha demostrado J. Benedict Warren, fue el francisca­
no fray Jerónimo de Alcalá.18 Fray Jerónimo de Alcalá no es sólo el
redactor de nuestro texto sino su recopilador y traductor. Está, por tanto,
a la base tanto de lo que Jakobson llama “contacto” como “código”.
Veamos, empero, cómo esto tiene lugar. Jakobson define el “contacto”
como “un canal físico y una conexión psicológica entre destinador y
destinatario, que permite tanto al uno como al otro establecer y mantener
la comunicación”. No cabe duda, pues, que el medio físico en cuestión es
nuestro escrito cuyo autor, en otro sentido, es fray Jerónimo. El esquema
de comunicación, por tanto, se complica. No es lo mismo que si hubieran
sido los ancianos tarascos quienes hubieran escrito el texto y lo hubieran
enviado al virrey. Tanto el fraile como su escrito, pues, sirven de medio
físico para que entren en contacto destinador y destinatario.
Más complicada es la cuestión del “código” . Según Jakobson, en
todo proceso de comunicación verbal se requiere “un código del todo, o
en parte cuando menos, común a destinador y destinatario (o, en otras
palabras, al codificador y al descodificador del mensaje)”. No cabe duda
de que, a este respecto, si tomamos nuestro texto como una traducción
fray Jerónimo es quien aporta el código al texto. Un traductor, en efecto,
es el intermediario de un proceso que consta necesariamente de dos
partes: una parte semasiológica en donde el traductor hace las veces de
lector, y otra onomasiológica en donde el traductor se convierte en una
especie de hablante condicionado, en la medida en que tiene que recons­

17. Hay muchas ediciones del célebre artículo de Roman Jakobson “Lingüística y poética”. Cito aquí por
Roman Jakobson, Ensayos de lingüística general, Obras del pensamiento contemporáneo Núm. 36,
edición de Origen/Planeta, México, 1986, pp. 347-395.
18. Op. cit.

286
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

truir el texto en la lengua de llegada con todos sus contenidos y con todas
sus jerarquías semióticas. La traducción es un proceso que consta de dos
partes en donde el traductor está siempre enmedio. Así:

Fase semasiológica Fase onomasiológica

Traductor lector Traductor hablante

Lengua de entrada ----------- TRADUCTOR Lengua de salida

Si nos atuviéramos, entonces, a la anterior interpretación de la Rela­


ción, tendríamos que el proceso de comunicación que subyace al texto
sería:

REFERENTE
(Origen, mitología y gobierno p’uréhpechas)

DESTINADOR MENSAJE DESTINATARIO


(La comunidad) (La Relación) (El virrey)

CONTACTO
(El traductor y el impreso)

CÓDIGO
(p’uréhpecha traducido al español)

Sin embargo, la Relación no es exactamente una traducción sino un


texto cuya parte más extensa e importante es una traducción, pero cuya
primera (lo que se conservó) y tercera partes tienen como autor no a la
comunidad p ’uréhpecha sino a fray Jerónimo de Alcalá. Señaladamente,
el fragmento de que aquí nos ocupamos, el capítulo I de la tercera parte,

287
En pos del signo

es obra del fraile. El cuadro de elementos del proceso de comunicación


propugnados por Jakobson es, por tanto, distinto al que arriba pergeñamos.

REFERENTE
(Origen, mitología y gobierno p’uréhpechas)

DESTINADOR MENSAJE DESTINATARIO


(Fray Jerónimo) (La Relación) (El virrey)

CONTACTO
(El impreso)

CÓDIGO
(El español)

En la edición de la Relación preparada por Francisco Miranda y


aparecida en la colección Cien de México publicada por la SEP, se usan

tres distintos tipos de letra que corresponden, el primero (redondas normales) al


texto propio del cronista según lo ya explicado, el segundo (negritas) sería lo que
consideramos la traducción de las aportaciones indígenas o médula de nuestro
documento como fuente de la literatura p’uréhpecha y el tercero (cursivas) es la
fiel transcripción, con sus variantes, de las voces en p’uréhpecha.19

N u estro tex to

DE LA GOBERNACIÓN QUE TENÍA Y TIENE ESTA GENTE ENTRE SÍ

Dicho se ha en la primera parte, hablando de la historia del dios Curicaueri:


“Cómo los dioses del cielo le dijeron: cómo había de ser rey y que había de
conquistar toda la tierra y que había de haber uno que estuviese en su lugar que
entendiese en mandar traer leña para los cues, etc.”

19. Página 37.

288
La estructura de gobierno del antiguo reino p ’ urhépecha

Pues decía esta gente que el rey cazonci estaba en lugar de Cnricaueri. Después
del abuelo del cazonci llamado Zizispandaquare todo fue un señorío esta Provin­
cia de Michoacán y así la mandó su padre y él mismo, hasta que vinieron los
españoles.
Pues había un rey y tenía su gobernador y un capitán general en las guerras y
componíase como el mismo cazonci. Tenía puestos cuatro señores muy principa­
les en cuatro fronteras de la Provincia y estaba dividido su reino en cuatro partes.
Tenía puestos por todos los pueblos, caciques que ponía él de su mano y entendían
en hacer traer leña para los cues, con la gente que tenía cada uno en su pueblo, y
de ir con su gente de guerra a las conquistas.
Había otros llamados achaecha, que eran principales que de continuo acompa­
ñaban al cazonci y le tenían palacio; asimismo, lo más del tiempo, estaban los
caciques de la Provincia con el cazonci - a estos caciques llaman ellos
carachacapacha.
Hay otros llamados ocanbecha que tienen encargo de contar la gente y de
hacerlos juntar para las obras públicas y de recoger tributos; éstos tienen cada uno
de ellos un barrio encomendado. Y al principio de la gobernación de don Pedro,
que es ahora gobernador, repartió a cada principal de éstos veinticinco casas. Y
estas casas no cuentan ellos por hogares, ni vecinos, sino cuantos se llegan en una
familia,- que suele haber en alguna casa dos o tres vecinos con sus parientes. Y hay
otras casas que no están en ellas más de marido y mujer, y en otras madre e hija,
y así de esta manera. A estos principales llamados ocanbecha, por este oficio no
les solían mas de leña y alguna sementerilla que le hacían y otros les hacían
cotaras. Y ahora, muchas veces, en achaque del tributo, piden demasiado a la
gente que tienen en cargo y se lo llevan ellos; y estos guardan muchas veces los
tributos de la gente, especialmente oro y plata.
Había otro diputado sobre todos éstos, que eran después del cazonci; éste ahora
recoge los tributos de todos los principales llamados ocanbecha.
Hay otro llamado pirouaqua nandari, que tiene cargo de recoger todas las
mantas que da la gente y algodón para los tributos; y éste todo lo tiene en su casa
y tiene cargo de recoger los petates y esteras de los oficiales, para las necesidades
del común.
Hay otro llamado tareta uaxatati, diputado sobre todos los que tienen cargo de
las sementeras de cazonci, y aquel sabía las sementeras cuyas eran. Este era como
mayordomo mayor diputado sobre todas las sementeras; que otro mayordomo
había sobre cada sementera, el cual la hacía sembrar y deshierbar y coger por
todos los pueblos, para las guerras y ofrendas a sus dioses.
Había otro mayordomo mayor, diputado sobre todos los oficiales de hacer
casas, que eran más de dos mil, otros mil para la renovación de los cues, que
hacían muchas veces. No entendían en otra cosa mas de hacer las casas y cues, que
mandaba el cazonci. Y de éstos hay todavía muchos.

289
E n pos del signo

Había otro llamado cacari, diputado sobre todos los canteros y pedreros,
mayordomo mayor en este oficio, y ellos tenían otros mandoncillos entre sí. De
éstos hay todavía muchos, con uno que los tiene a su cargo.
Había otro llamado quanicoti, cazador mayor diputado sobre todos los de este
oficio. Éstos traían venados y conejos al cazonci. Y otros pajareros había por sí,
que le servían de caza.
Había otro diputado sobre toda la caza de patos y codornices llamado curuhapindr,
éste recogía todas estas dichas aves para los sacrificios de la diosa Xaratanga , que
se sacrificaban en sus fiestas, y después toda esta caza comía el cazonci con los
señores.
Había otro llamado uaruri, diputado sobre todos los pescadores de red que
tenían cargo de traer pescado al cazonci y a todos los señores, que los que tomaban
el pescado no gozaban de ello, mas todo lo traían al cazonci y a los señores, porque
su comida de esta gente todo es de pescado, que las gallinas que tenían no las
comían, mas teníanlas para la pluma de los atavíos de sus dioses. Este dicho uaruri
todavía tiene esta costumbre de recoger el pescado de los pescadores, aunque no
en tanta cantidad como en su tiempo.
Había otro llamado taranta, diputado sobre todos los que pescaban de anzuelo.
Había otro mayordomo mayor llamado cauaspati diputado sobre todo el ají que
se cogía del cazonci, y otros mayordomos sobre todas las semillas, como bledos de
muchas maneras y frijoles y lo demás.
Había otro mayordomo mayor para recibir y guardar toda la miel que traían al
cazonci, de cañas de maís y de abejas.
Había un tabernero diputado para recibir todo el vino que hacían para las
fiestas, de maguey. Ese se llamaba atari.
Había otro llamado cuzuri, pellejero mayor de baldrés, que hacía cotaras de
cuero para el cazonci. Este todavía tiene su oficio.
Había otro llamado usquarecuri, diputado sobre todos los plumajeros que
labraban de pluma los atavíos de sus dioses y hacían los plumajes para bailar.
Todavía hay estos plumajeros. Estos tenían por los pueblos muchos papagayos
grandes colorados y de otros papagayos para la pluma, y otros les traían pluma de
garzas, otros otras maneras de plumas de aves.
Había otro llamado pucuriquari, diputado sobre todos los que guardaban los
montes, que tenían cargo de cortar vigas y hacer tablas y otra madera de los
montes. Y éste tenía sus principales por sí y los otros señores. Todavía le hay aquí
en Michoacán este pururiquari.
Otro que hacía canoas con su gente.
Había otro llamado curinguri, diputado para hacer atambores y atabales para
sus bailes. Y otro sobre todos los carpinteros.
Había otro que era tesorero mayor, diputado para guardar toda la plata y oro
con que hacían las fiestas a sus dioses, y éste tenía diputados otros principales con

290
La estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

gente, que tenían la cuenta de aquellas joyas, que eran rodelas de plata y mitras,
brazaletes de plata, guirnaldas de oro y así otras joyas.
Había otro llamado cherenguequari, diputado para hacer jubones de algodón
para las guerras, con gente que tenía consigo y principales.
Había otro llamado quanicoquari diputado para hacer arcos y flechas para las
guerras, y éste lo guardaba. Y las flechas, como habían menester muchas, que son
de caña, la gente de la ciudad las hacía cada día.
Había otro diputado sobre las rodelas, que las guardaba; y los plumajeros las
labraban de pluma de aves ricas y de papagayos y de garzas blancas.
Había otro mayordomo mayor sobre todo el maíz que traían al cazonci en
mazorcas, y éste lo ponían en sus trojes muy grandes y se llamaba quengue.
Había otro llamado hicharutauandari diputado para hacer canoas. Y otro
llamado paricuti, barquero mayor, que tenía su gente diputada para remar y ahora
todavía lo hay.
Había otro sobre todas las espías de la guerra.
Había otro llamado uaxanoti, diputado sobre todos los mensajeros y correos, los
cuales estaban allí en el patio del cazonci para cuando se ofrecía de enviar alguna
parte. Y ahora sirven éstos de llevar cartas.
Tenían su alférez mayor para la guerra, con otros que llevaban las banderas,
que eran de plumas de aves puestas en unas cañas largas.
Todos estos oficios tenían por sucesión y herencia los que los tenían, que
muerto uno quedaba en su lugar algún hijo suyo o hermano puestos por mano del
cazonci.
Había otro que era guarda de las águilas grandes y pequeñas y otros pájaros,
que tenía más de ochenta águilas reales y otras pequeñas, enjaulas. Y les daban de
comer del común, gallinas. Había otros que tenían el cargo de dar de comer sus
leones y ádives y un tigre y un lobo que tenía. Y cuando eran estos animales
grandes, los flechaban y traían otros pequeños.
Había otro diputado sobre todos los médicos del cazonci.
Había otro diputado sobre todos los que pintaban j icales, llamado uriniatari. El
cual hay todavía.
Otro sobre los pintores llamado chunicha.
Otro diputado sobre todos los olleros.
Otro sobre los que hacen jarros y platos y escudillas, llamados hucaziquari.
Había otro diputado sobre todos los barrenderos de su casa.
Otro diputado sobre todos los que hacían flores y guirnaldas para la cabeza.
Había otro diputado sobre todos sus mercaderes, que le buscaban oro y pluma­
jes y piedras, con rescate.
Andaban con él los valientes hombres, que eran como sus caballeros, llamados
quangariecha, con unos bezotes de oro o de turquesas y sus orejeras de oro.

291
En pos del signo

El fragmento de texto que hemos selecccionado corresponde, como


hemos dicho, al primer tipo. Es un texto redactado por fray Jerónimo de
Alcalá a partir de las informaciones recabadas de los mismos indígenas.
Nuestro fragmento consta de tres partes: la introducción (1 - 3/3), el
cuadro de gobernantes (3/3 - 3/11), el cuadro de empleados administrati­
vos (4 - 42).
La introducción propone de manera directa el sentido de la estructura
gubernamental que en seguida se expone y conecta esta tercera parte con
la primera. De esta introducción se desprende, en efecto, que el cazonci
es un lugarteniente de Curicaueri quien, por acuerdo de los dioses, es rey
y “debe conquistar toda la tierra” . Esta es la obligación del cazonci
quien, por tanto, gobierna no por autoridad propia sino como lugarteniente
de Dios. Para que no olvide que su autoridad es de origen divino, el
cazonci es también sacerdote20 y tiene como función principal “mandar
traer leña para los cues”.
Se trata, por tanto, de una verdadera teocracia. Los cargos y funcio­
nes que se desempeñan en tomo al cazonci adquieren, por esta razón, un
carácter sacro. He aquí la estructura gubernamental, tal cual se despren­
de del texto de que nos ocupamos. Bien mirado, se trata de una repro­
ducción facsimilar de la corte celeste. La superposición que el texto
propone de un esquema administrativo sobre los oficios y los bienes de la
tierra es, a su modo, una manera de proponer la providencia divina.
El texto, como se ve, tiene la estructura de un mosaico relativamente
jerarquizado de personajes que funcionan como cuadros plásticos colo­
cados uno al lado del otro. Si bien hay aquí un “arriba” y un “abajo”,
por una parte, y el supuesto de que la doble misión de la guerra y el culto,
del dios Curicaueri, alcanzan a cada uno de ellos, por otra, cada cuadro
se presenta más bien bajo la estructura sujeto-objeto incrustada, a su vez,
en el esquema destinador-destinatario. Estamos, por tanto, ante un mun­
do de actantes de los que hablaremos luego. En todo caso, la estructura
administrativa reflejada en el texto es piramidal.

20. Véase, por ejemplo, el & 5 del capítulo n i que sigue al nuestro.

292
La estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

CURICAUERI

REY (CAZONCI)
GOBERNADOR CAPITÁN GENERAL
CUATRO SEÑORES DE LAS CUATRO PARTES DEL REINO
CACIQUES PARA CADA PUEBLO
(F = hacer traer leña para los cues ir con su gente de guerra a las conquistas)

LA CORTE DEL CAZONCI: los achaecha (principales que acompañan al cazonci)


los carachacapacha (caciques).
“Andaban con él los valientes hombres, que eran
como sus caballeros, llamados quangariecha, con
unos bezotes de oro o de turquezas y sus orejeras de
oro” (& 42).

ADMINISTRADORES

SUPERRECAUDADOR: está por encima de los ocanbecha y depende directa­


mente de cazonci. “Recoge los tributos de todos los
principales llamados ocanbecha”.

CENSADORES los ocanbecha (principales, encargados, por barrio,


Y RECAUDADORES de contar la gente y de hacerlos juntar para las obras
públicas y de recoger tributos) 25 casas. Sólo perci­
ben, por razón de su cargo, “leña y alguna
sementerilla” y cotaras. A veces se roban los tributos
en oro y plata.

MANTAS Y ALGODÓN: los pirouaqua uandari (recoge toda la manta que da


la gente y algodón para los tributos; recoge, además,
“los petates y esteras de los oficiales, para las necesi­
dades del común”).

SEM EN TER A S DEL CA- el tareta uaxatati (es el encargado de todos los que
ZONCh (M A Y O R D O M O tienen a su cargo sementeras propiedad del cazonci o
MAYOR) mayordomos menores cuya función era hacer “sem­
brar y deshierbar y coger por todos los pueblos, para
las guerras y ofrendas a sus dioses”. El tareta waxatati
tiene una relación exacta de quienes son los que
tienen sementeras del cazonci).

293
En pos del signo

MAYORDOMO DE OFICIA­ Los oficiales de hacer casas eran “más de dos mil,
LES DE HACER CASAS Y otros mil para renovación de cues.
CUES

MAYORDOMO MAYOR DE El mayordomo mayor tenía bajo su mando a “otros


CANTEROS Y PEDREROS mayordomillos entre sí”.

CAZADOR MAYOR DE VE­ Se llamaba quanicoti y controlaba a todos los caza­


NADOS Y CONEJOS dores de venados y conejos para el cazonci, así como
a “otros pajareros”.

CAZADOR MAYOR DE PA­ Se llamaba curuhapindi y controlaba a todos los


TOS Y CODORNICES cazadores de patos y codornices tanto para los sacri­
ficios de la diosa Xaratanga en sus fiestas, como la
comida del cazonci y los señores.

PESCADORES DE RED Se llamaba el uaruri y tenía autoridad “sobre todos


(ENCARGADO DE) los pescadores de red que tenían a su cargo traer
pescado al cazonci y a los señores”.

PESCADORES DE ANZUE­ Se le llamaba tarama y era el encargado de los que


LO (ENCARGADO DE) pescaban con anzuelo.

BARQUERO MAYOR* Se le llamaba paricuti. Tenía a su mando “gente


diputada para remar”.

AJÍ Y OTRAS SEMILLAS Se le llamaba el cauaspati y era el encargado de


(MAYORDOMO MAYOR) concentrar todo el ají y, en general, todas las semillas
como bledos, frijoles y lo demás.

MIEL DE CAÑAS DE MAÍZ Mayordomo mayor encargado de recibir y guardar


Y DE ABEJAS toda la miel de este tipo que se traía para el cazonci.
(MAYORDOMO MAYOR)

VINO DE MAGUEY Se le llamaba atari y se encargaba de recibir todo el


(TABERNERO MAYOR) vino de maguey que se hacía para las fiestas del
cazonci.

TESORERO M A Y O R DE Guardaba toda la plata y el oro de las fiestas de los


ORO Y PLATA* dioses. Se valía de auxiliares.

294
La estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

M AY O R D O M O M A Y O R Se le llamaba quengue y cuidaba todo el maíz en


RESPONSABLE DEL MAÍZ mazorcas que traían al cazonci: lo guardaba en trojes
EN MAZORCAS* muy grandes.

PELLEJERO M AYO R DE Se le llamaba cuzuri y era quien “hacía cotaras de


BALDRÉS cuero para el cazoncf\

ENCARGADO DE PLUMA­ Se le llamaba usquarecuri y era el encargado de


JEROS todos los que labraban de pluma tanto los atavíos de
los dioses como los plumajes para bailar.

ENCARGADO DE GUARDA­ Se le llamaba pucuricuari y era el encargado de los


MONTES que guardaban los montes, cortaban vigas, hacían
tablas y otra madera de los montes.

ENCARGADO DE (*) HA­ Hacía canoas con su gente. Se le llamaba hicharu-


CER CANOAS tauandari.21

HACEDOR DE ATAMBORES Se le llamaba curinguri. Hacía atambores y atabales


Y ATABALES para los bailes.

JEFE DE CARPINTEROS Tenía a su cargo a todos los carpinteros.

JEFE DE MENSAJEROS * Se le llamaba uaxanoti y era el encargado de “todos


los mensajeros y correos, los cuales estaban allí en el
patio del cazonci para cuando se ofrecía de enviar a
alguna parte”.

JEFE DE FABRICANTES DE Se le llamaba cherenguequari y su función era diri-


JUBONES DE ALG O DÓ N gir un grupo de gente y principales para hacer jubo-
PARA LAS GUERRAS nes de algodón para las guerras.

ENCARGADO DE HACER Y Se le llamaba quanicoquari. Encargado de hacer


GUARDAR ARCOS Y FLE- arcos y flechas para las guerras, “y este lo guardaba.
CHAS PARA LA GUERRA Y las flechas, como había menester muchas, que son
de caña, la gente de la ciudad las hacían cada día”.

ENCARGADO DE GUAR­ Su responsabilidad consistía en guardar las rodelas


DAR LAS RODELAS hechas por los plumajeros.

21. Como se puede ver en la Relación, hay dos menciones diferentes del encargado de hacer canoas.

295
En pos del signo

JEFE DE ESPÍAS DE GUE- Su responsabilidad era coordinar a los espías de


RRA guerra.

ALFÉREZ MAYOR PARA Actuaba “con otros que llevaban las banderas, que
LA GUERRA eran de plumas de aves puestas en unas cañas lar­
gas”.22

OFICIOS NO HEREDITARIOS

CUIDADOR DE LOS ANI- Su función consistía en alimentar las águilas, pája-


MALES DEL CAZONCI23 ros, leones, adives, un tigre y un lobo que el cazonci
tenía.

JEFE DE MEDICOS Coordinar los médicos del cazonci.

JEFE DE PINTADORES DE Se le llamaba uraniatari y coordinaba


JICALES a todos los pintadores de jicales.

JEFE DE PINTORES Se le llamaba chunicha.

JEFE DE OLLEROS

JEFE DE ALFAREROS Se le llamaba hucaziquari y coordinaba a todos los


que hacían “jarros, platos y escudillas”

JEFE DE BARRENDEROS

ENCARGADO DE LOS FLO- Coordinaba a todos los que hacían arreglos florales y
REROS guirnaldas para la cabeza.

JEFE DE MERCADERES “Que le buscaban oro y plumajes y piedras, con


rescate.”

22. Llegados a este punto, & 32, la Relación hace la aclaración: “todos estos oficios tenían por sucesión y
herencia los que los tenían, que muerto uno quedaba en su lugar algún hijo suyo o hermano puestos por
mano de cazoncr. Siguen a éstos una serie de oficios menores que, a tenor del texto, ya no serían
hereditarios.
23. En muchos pasajes de la Relación da la impresión de que el informante no habla en general del cazonci
como institución sino de un cazonci determinado.

296
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

P rimera lectura

Si como hemos dicho, las funciones que aquí se mencionan constituyen


una réplica de la vida de Curicaueri, hemos de decir que este tipo de
sociedad con sus elementos es una sociedad sagrada. Hay en ella, en
primer lugar, una corte constituida por el cazonci con su séquito. Hay
luego, un esquema de cuatro lugartenientes del cazonci en las cuatro
fronteras del reino que corresponden, desde luego, a los cuatro puntos
cardinales. El esquema gubernamental que se propone es de tipo piramidal:
cada puesto, cada nivel, cada función, repite el esquema gubernamental
del dios Curicaueri. Por tanto, como hemos dicho, la sociedad aquí
descrita es una réplica del cielo de Curicaueri.
Sin embargo, hay una serie de oficios, de objetos y productos de la
tierra que resultan sacralizados. Entre los oficios sacralizados, unos son
de tipo gubernamental (en los que se ejerce alguna autoridad), otros son
de tipo administrativo (su función de poner orden), otros son de tipo
funcional y otros, en fin, de tipo ornamental (no hacen nada, sólo están
allí para adornar con su presencia la corte). Los de tipo funcional son de
dos clases: administrativos y manufactúrales. Los administrativos, aun­
que siempre se presentan como teniendo la función de coordinar perso­
nas, se trata, por lo general, de personas que deben hacer algo.
La caza y la pesca aparecen privilegiadas en la Relación; lo mismo
puede decirse de las piedras preciosas, el oro, la plata y las plumas de ave.
La caña es un producto ligado con la guerra. El ají, el maíz, el algodón, la
madera, el maguey, la miel de abeja, bledos, frijoles y demás semillas,
aparecen como los frutos privilegiados de la tierra de una sociedad que
alterna las fiestas con las guerras.

C aracterísticas discursivas

El texto está estructurado epigráficamente. La introducción, ya mencio­


nada, hace las veces de epígrafe con respecto al resto del texto y, por
tanto, determina su sentido y, por tanto, su interpretación. El sentido de
todo el texto, en efecto, está determinado por la resolución del consejo
de dioses sobre las funciones reales de Curicaueri.

297
En pos del signo

La estructura que se desprende del texto es la de una pirámide en la


que el índice de privilegio va de arriba a abajo: el arriba, sin embargo, se
determina por la cantidad de gente sobre la cual se gobierna. Así,
Curicaueri está por encima del cazonci y éste lo está por encima de
cualquier funcionario de su reino. En la parte más baja de la pirámide
están los que no tienen a quien mandar.
Por lo demás, nuestro texto es de tipo descriptivo. Por tanto, sus
elementos significativos pueden ser descritos con las categorías de “rol
actancial” y “figura”. En efecto, cada uno de los “funcionarios” de que
consta este catálogo es descrito en términos del rol actancial que desem­
peña dentro del gobierno. Eventualmente, encontramos alguna o algunas
figuras que, como hemos dicho de las figuras, “sirven para calificar, para
de alguna manera dar cuerpo a los papeles actanciales y a las funciones
que éstos cumplen”.24
Se trata, como bien se ve, de una lista de funciones. El tipo textual al
que nos enfrentamos adopta el carácter de una lista. Como en todas las
listas, los elementos están sólo puestos uno al lado del otro. En nuestra
lista, ni siquiera se preserva el espacio que dentro de la estructura
gubernamental tiene cada personaje. El texto, sin embargo, logra expre­
sar bien la impresión de que hay en él una serie de categorías topográficas:
por ejemplo, hay muy bien un “arriba” y un “abajo” de autoridad y de
honor. Arriba está Curicaueri y su lugarteniente cazonci; abajo, una serie
de subordinados organizados jerárquicamente. Y más abajo los indivi­
duos que si bien tienen un lugar en la sociedad de Curicaueri y, por ende,
tienen un puesto social, no tienen a nadie bajo su mando. Del texto, en
efecto, parecen desprenderse dos funciones sociales: una la de mandar a
otro; es decir, la de autoridad. Otra, la de la función: el estar encargado
de algo. En el primer caso, el objeto de la acción implícita es una persona;
en el segundo, es una cosa.
Las funciones, como las referidas por nuestra lista, son acciones
implícitas. La relación entre ellas, sin embargo, es sólo de tipo paratáctico:

24. Grupo de Entrevernes, Análisis semiótico de los textos, Madrid, Cristiandad, 1982, p. 111. En lo
sucesivo, este libro será mencionado simplemente como “Entrevernes”.

298
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

están sólo yuxtapuestas una al lado de la otra. Esa es, por lo demás, la
discursividad propia de las listas. Para un análisis semiótico, hemos de
decir que nuestro texto, en cuanto se trata de una enumeración de
funciones, es en general de tipo descriptivo. Estamos, pues, ante una
taxonomía. En la lingüística de Bloomfield se llama taxonomía a la
descripción y clasificación en listas de los elementos lingüísticos. Las
reglas de combinación serán las que, posteriormente, justifiquen las
construcciones de una lengua. Pues bien, eso es lo que sucede en nuestro
texto: tenemos una descripción y una clasificación mediante una lista;
pero no tenemos formulada explícitamente la combinabilidad social de
los elementos descritos.
En teoría del texto, una descripción es una pintura con palabras.
Describir es pintar con palabras personas, paisajes, cosas, actitudes,
funciones, como en nuestro caso, u otro tipo de “objetos”. Hay, como
dice Barthes25 una fuerte codificación de algunos de los diferentes y más
usuales tipos de descripciones: a la descripción de un lugar se le llama
“topografía”; a la descripción de un personaje se le llama, en cambio,
“prosopografía” o simplemente retrato, si se trata de su físico; si, en
cambio, lo que se describe de una persona es su carácter, el texto
resultante es llamado “etopeya”; a las descripciones de períodos de
tiempo de la duración que sea se les llama “cronografías” . La descrip­
ción de la función de un personaje, en cambio, como sucede en nuestro
caso, no tenía un nombre específico. La función discursiva de la descrip­
ción es formulada por Barthes26 en los siguientes términos:

Junto al eje propiamente cronológico - o diacrónico, o diegético— la narrado


admite un eje aspectual, durativo, formado por una serie flotante de estasis, las
descripciones. Estas descripciones han sido fuertemente codificadas. Hubo prin­
cipalmente: topografías o descripciones de lugares; cronografías o descripciones
de tiempos, de períodos, de edades; prosopografías o retratos. Es conocido el éxito
de estos “trozos” en nuestra literatura extrajudicial.

25. La antigua retórica , B. 2.9.


26. Ibid.

299
En pos del signo

No es el caso de ahondar en las funciones discursivas de la descrip­


ción dado que, en nuestro texto, lo que tenemos es sólo una lista de ellas.
¿Qué forma adoptan las descripciones de nuestra lista? Por lo general, en
nuestro texto cada una de las descripciones son introducidas por una
expresión conectiva en donde se alternan, por lo general, las expresiones
“había otro” y “hay otro”. A esto sigue el nombre del cargo expresado,
generalmente, por la fórmula “llamado ...”. A veces se omite el nombre
y se pasa directamente a la descripción propiamente dicha. Esta es
introducida, por lo general, por la expresión “que tiene a su cargo” o
bien “diputado sobre”. Por lo general, esta última fórmula suele em­
plearse cuando el cargo es de autoridad: “diputado sobre” tiene como
objeto, entonces, una serie de súbditos. Ello, como se ha dicho, crea a lo
largo de nuestro texto la ya mencionada relación semiótica arriba-abajo
como posiciones de autoridad y honor.

H acia un análisis semiótico

Se puede proponer un análisis de nuestro texto desde dos planos diferen­


tes relacionados, sin embargo, uno con el otro. Desde un plano textual y
desde el plano de la realidad referida. El primero, sin embargo, condicio­
nará siempre al segundo. Pivilegiamos, por tanto, el primero. Como
hemos dicho, nuestro texto es predominantemente descriptivo aunque,
en cierto sentido, está precedido de un marco narrativo que corresponde
a lo que hemos catalogado como “introducción” y, como ya se ha
explicado más arriba, está dotado, como todos los textos de una
narratividad en este caso de índole paratáctica.
Por tanto, los diversos procesos que a nivel de superficie tienen lugar
son de índole diversa a los que tienen lugar en los relatos estructurados
en tomo, precisamente, a la sucesión de estados o cambios de estado. De
una manera o de otra, todos los textos avanzan y nuestro texto lo hace,
sin duda. Este proceso de avance es lo que suele ser llam ado
“narratividad” . En nuestro texto, por tanto, hay dos tipos de narratividad:
la primera es la propia de los relatos, y la segunda, abarca la mayor parte
del texto, es la propia de las “listas” de descripciones: llamaremos a la

300
La estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

primera narratividad cronológica y a la segunda narratividad topológica o


descriptiva.
La “teoría” proveniente de la escuela greimasiana, supone que existe
una gramática de la frase, la gramática tradicional, y una gramática
narrativa con un tipo de unidades, reglas de combinación y estructuras
diferentes a las de la gramática de la frase. Lo que interesa al análisis de la
narratividad no es la gramática de las frases o gramática del nivel de la
manifestación, sino la gramática de la narratividad entre cuyos elementos
están los enunciados sean de estado o de acción. En el caso de nuestro
texto la narratividad está constituida por una serie de enunciados de
estado.
Para el análisis del texto que nos ocupa, es muy útil el modelo
actancial, proveniente de la semiótica greimasiana, y, por otra, tener en
cuenta que de acuerdo con el texto el consejo de dioses dio una orden a
Curicaueri que consta de cuatro mandatos:

1. “Cómo había de ser rey”.


2. “Conquistar toda la tierra”.
4. “Había de haber estuviese en su lugar”.
4. “Mandar traer leña para los cues”.

De acuerdo con esto, nuestro texto puede ser enmarcado dentro de


un gran proceso del cual tanto Curicaueri como el cazonci hacen las
veces de sujeto. En realidad, se trata del mismo sujeto: Curicaueri es una
especie de sujeto primario, aunque invisible; el cazonci, es el sujeto
secundario, visible y, por tanto, el sujeto actual del sistema de autoridad.
Su objeto es cumplir con el mandato del dios Curicaueri que, es en
efecto, el destinador. Este objeto consta de dos elementos: la guerra de
conquista, por una parte, y el culto, por la otra. El destinatario es, por
tanto, el mismo cazonci. Cada uno de los funcionarios descritos en la lista
hacen el papel de ayudantes. Estrictamente hablando, los oponentes no
son mencionados de manera explícita en el texto. Sí son, sin embargo,
referidos: los oponentes son, en efecto, los enemigos; es decir, por una
parte, todos aquellos que se oponen a que el cazonci cumpla con el
mandato divino de conquistar toda la tierra. Los enemigos son supuestos

301
En pos del signo

y referidos por el texto. Por otra parte, hay otro tipo de oponentes: los
que dentro de la estructura gubernamental del cazonci quebrantan con
sus pillerías el orden establecido por Curicaueri. El párrafo 5 de nuestro
texto, por ejemplo, habla de los ocanbecha como funcionarios corruptos
que se roban los tributos.
Por tanto, el gobierno es entendido como un servicio a Dios cuyas
dos funciones más importantes son hacer la guerra y mantener el culto.
Tanto la guerra como la vida social - la fiesta, por ejem plo- son tenidas
como acciones culturales. No hay una distinción entre “autoridad civil”
y “autoridad religiosa” : Curicaueri y, por tanto, el cazonci detentan
ambas autoridades.
La estructura gubernamental a que se refiere el pasaje es, fundamen­
talmente, una estructura del pasado aunque lleva superpuesto el esquema
de la autoridad vigente en el momento de escribir el texto. Es decir que
no faltan observaciones sobre las adaptaciones que esa estructura sufrió,
en los casos en que sobrevivió, tras la conquista española. Por ejemplo,
del sistema de mensajería p ’uréhpecha se observa: “y ahora sirven éstos
de llevar cartas” .27 El texto está lleno de “ahoras”.
Si bien nuestro texto es una descripción, hay que decir que se trata de
una descripción muy singular: tiene la forma de una galería de cuadros
yuxtapuestos. En teoría del texto, se suele comparar la descripción a una
pintura con palabras. Describir es pintar con palabras personas, paisajes,
cosas, actitudes, funciones, como en nuestro caso, u otro tipo de “obje­
tos”. Ya Roland Barthes28 ha señalado la fuerte codificación existente en
la antigua retórica de algunos de los más usuales tipos de descripción: la
topografía, la prosopografía, la etopeya, la cronografía. La descripción
de la función de un personaje, en cambio, como sucede en nuestro caso,
no tenía un nombre específico.
No es este el momento de ahondar en las funciones discursivas de la
descripción. Cabe recordar, sí, que lo que tenemos en nuestro texto es
una lista de ellas. ¿Qué forma adoptan las descripciones de nuestra lista?
Por lo general, en nuestro texto cada una de las descripciones son

27. & 30.


28. La antigua retórica , B. 2.9.

302
L a ESTRUCTURA DE GOBERNO del antiguo reino p ’urhépecha

introducidas por una expresión conectiva en donde se alternan, por lo


general, las expresiones “había otro” y “hay otro”. A esto sigue el
nombre del cargo expresado, generalmente, por la fórmula “llamado...”.
A veces se omite el nombre y se pasa directamente a la descripción
propiamente dicha. Ésta es introducida, por lo general, por la expresión
“que tiene a su cargo” o bien “diputado sobre”. Por lo general, esta
última fórmula suele emplearse cuando el cargo es de autoridad: “dipu­
tado sobre” tiene como objeto, entonces, una serie de súbditos. Ello,
como se ha dicho, crea a lo largo de nuestro texto la ya mencionada
relación semiótica arriba-abajo como posiciones de autoridad y honor.
Como ya dije, es posible proponer un análisis de nuestro texto desde
dos planos diferentes subordinados uno al otro: un plano textual y el
plano de la realidad referida en donde el primero condicionará siempre al
segundo. Privilegiaremos, por tanto, el primero. Pues bien, para explorar
el nivel real de autoridad, hay que tener en cuenta que, por tratarse de un
libro sagrado, el nivel textual determina al nivel real: de allí la situación de
un sujeto desdoblado. En este nivel real, nuestro análisis se interesa por
los personajes. El texto que nos ocupa no es sólo una lista: es una lista
que describe una red de personajes que tienen contraídas una serie de
relaciones tanto horizontales como verticales. Es una lista, además, en
donde se dan dos tipos de situaciones bien diferentes: por un lado, es una
lista en donde hay un “arriba” y un “abajo”, bien marcados, en los
niveles superiores. Por tanto, Curicaueri tiene que ser mencionado
“primero” y cazonci, “después”. Sin embargo, en ciertos niveles infe­
riores, el orden no tiene ninguna importancia y, de hecho, el texto
muestra varios casos notables de desorden.
Por lo demás, estas relaciones tienen como conector a veces una
acción o un objeto: cazar, pescar, alimentar, recolectar, fabricar algo,
hacer que alguien haga algo; pero también algún objeto. Las relaciones
cuyos conectores están constituidos por una acción son, por lo general,
de dos tipos: causativas y efectivas. Las primeras pueden llamarse rela­
ciones de autoridad. Las segundas relaciones de vasallaje o de servicio.
El texto que analizamos se refiere, preponderantemente, a relaciones de
autoridad: se trata de relaciones verticales en donde un individuo manda
hacer algo a otro o controla sus actividades. Sin embargo, a ciertos

303
En pos del signo

niveles la autoridad es de tipo vertical con respecto a los niveles inferio­


res: es el caso concreto de la autoridad de Curicaueri y del cazonci. En
todos los demás casos, la autoridad abarca alguno o todos los aspectos
de la vida real, pero se en da en forma de una red limitada. La apariencia
gráfica, por tanto, de la autoridad descrita por nuestro texto toma el
aspecto de una pirámide cuya base está constituida por una serie de redes
de alcance limitado. Esa autoridad viene de Dios, pasa intacta al cazonci.
Pero a nivel inmediatamente inferior al cazonci una parte de la autoridad
se divide en varios polos (los caciques) y otra se conserva única.
Si uno quisiera decir una palabra sobre la lógica que mueve todo este
sistema, habría que decir que el concepto fundamental que aquí subyace
es el de obediencia. Toda la autoridad de la que aquí se habla, es
formulada en términos de un gran acto de obediencia a una determina­
ción tomada por el consejo de dioses. Obediencia y desobediencia, pues,
son los extremos de esta conducta que, por su misma naturaleza, se
convierten en vida y muerte. Toda la vida purépecha, en efecto, está
concebida como un magno acto de obediencia. Los enemigos, por tanto,
son quienes no obedecen el decreto de los dioses: su castigo es la muerte.
Hay un orden de cosas establecido por los dioses: respetarlo es obedecer
a los dioses, respetarlo es vivir; quebrantar el orden social querido por los
dioses es desobedecerlos y, por tanto, morir.

304
BIBLIOGRAFÍA

El propósito de esta bibliografía es no sólo ofrecer las fichas completas


de los libros de que se habla en esta introducción a la historia de la
semiótica sino proporcionar un apoyo bibliográfico para quien se interne
en estos dominios. El lector notará la tendencia de esta obra por la
semiótica literaria la más desarrollada.

I. D iccionarios

A yuso de V icente, Victoria y Consuelo G arcía G allarín y Sagrario


S olano S antos, Diccionario de términos literarios, Madrid, Edi­
ciones AKAL, 1990.
B eristáin, Helena, Diccionario de retórica y poética, tercera edición,
México, Porrúa, 1992. 508 pp.
C ardona, Giorgio Raimondo, Diccionario de lingüística, Barcelona,
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C erdá, Ramón (coordinador), Diccionario de lingüística, México, rei,
1991.
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Este libro se terminó de imprimir el mes de marzo de 1995,
en los talleres de Ediciones de la Noche.
La edición consta de 1 000 ejemplares.
Se hizo bajo el cuidado del Departamento de Publicaciones
de
El Colegio de Michoacán.
Cuidado de la edición:
Jaime Domínguez Avila
Auxiliar de edición:
Manuel Ayala
Composición tipográfica:
Rosa María Manzo Mora
Dibujos:
Miguel Ángel López Escobar
En pos del signo. Introducción a la semiótica recoge la historia
de una reflexión milenaria. A base de pinceladas, traza el camino
que Occidente ha recorrido en su intento de aprender a leer los
signos que han ido construyendo sus diferentes culturas. Tiene,
por tanto, más interés en el camino recorrido que en lanzar mira­
das prospectivas hacia el futuro. Le gusta dejar oir voces ajenas
más que la suya propia que, en esas dimensiones, no puede sonar
sino como una interferencia. Estaciones de un largo viaje, acto­
res, autores, personajes, proyectos, reflexiones en voz alta: y
todo ello unido sólo por la línea continua del tiempo que viene
del ayer y va al mañana, sin detenerse apenas en el hoy. Es, para
decirlo pronto, la historia de una búsqueda en pos del signo.

La convicción que subyace a En pos del signo. Introducción a


la semiótica es que toda cultura está esctructurada como un magno
sistema semiótico conformado por textos de la más variada índo­
le y que, organizados jerárquicam ente, rem iten a una
extensa gama de lenguajes cuya gramática se atiene a reglas
parecidas a las de las gramáticas de las lenguas naturales, pero
que obedecen a leyes más universales. La semiótica, en efecto, es
una joven ciencia aunque sus pasos sean tan antiguos como los
orígenes del hombre; tan vasta que en su formulación el estudio­
so acaba por incluirse a sí mismo y tan ambiciosa que tiene la
pretensión de aprender a leer los textos que producen y de que se
alimenta nuestra civilización.

C o l e c c ió n M a n u a l e s

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