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Al-Ghazzâli: LA SÛFFIYA (1)

"Él os conoce perfectamente, incluso cuando os crea a partir


de la tierra y cuando vosotros sois embriones en el vientre de
vuestras madres. ¡No os elogiéis! Él conoce perfectamente a
quien es temeroso" (Corán, LIII, 33).

Paso ahora al estudio de la Vía sufí (sûffiyya). Ésta consiste


en reconocer ciencia y acción como igualmente necesarias. Se
dirige a eliminar los obstáculos personales (nafs, deseos
sensuales) y a purificar el carácter de sus defectos. El corazón
acaba así por ser liberado de todo lo que no es Allah (de todo
aquello que es distinto de Allah), para fijarse en el único
nombre de Allah.

Pero la ciencia me era más fácil que la acción. Comencé


leyendo las obras de sufismo: El Alimento de los Corazones,
de Abû Tâlib Al-Makkî (2), las obras de Al- Hârit al-Mushâsibî
en las citas de Al-Junayd (3), de Al- Shiblî (4) o de Abû Zayd
al-Bistâmi (5) y otros shaijs. Conocí así la quintaesencia de su
propósito especulativo y lo que se puede adquirir por la
enseñanza y el oído. Pero me pareció que aquello que les es
específicamente propio no puede alcanzarse sino por el
"gusto", los estados del alma (6) y la mutación de los
atributos.

Esto ocurre en cuanto a la salud y la saciedad, por ejemplo.


¡Qué gran diferencia existe entre, por un lado, el simple
conocimiento de sus definiciones, de sus causas y de sus
condiciones respectivas, y, por otro, el hecho de tener uno
mismo buena salud o de estar saciado! ¡Entre el hecho de
estar embriagado y el conocimiento de la definición de
ebriedad (ese estado debido a los vapores que suben del
estómago al cerebro)! El embriagado no conoce la definición
de la ciencia de la embriaguez: ni siquiera tiene dudas. Y
quien está sobrio la conoce bien, aunque sea en ayunas.
Igualmente, un médico enfermo conoce bien la definición de
la salud, sus causas y los remedios que la restablecen; y sin
embargo está enfermo. Conocer la realidad de la vida
ascética, con sus condiciones y sus causas, es una cosa, pero
es otra diferente estar efectivamente en el estado de alma del
ascetismo y del desapego de los bienes de este mundo.
Ahora bien, he comprendido con certeza que los místicos no
son habladores, pero poseen sus estados de alma. Lo que
podía aprenderse lo había aprendido. El resto es asunto de
gusto y de buena vía. Gracias a mi búsqueda en el dominio de
las ciencias, tanto religiosas como racionales, hube llegado a
una fe inquebrantable en Allah, en la Revelación y en el Juicio
Final.

Estos tres principios religiosos se habían grabado fuertemente


en mi corazón, no como efecto de argumentos escogidos y
redactados, sino a causa de motivos, circunstancias y
experiencias que no me es posible enumerar.

Yo veía también que no podía esperar la felicidad eterna sino


temiendo a Allah y ahuyentando a las pasiones, es decir,
comenzando con romper las ataduras de mi corazón con el
mundo. Debía abandonar las ilusiones de este mundo para
dirigirme hacia la Morada Eterna y hacia la punta extrema del
deseo de Allah. Todo ello exigía evitar el honor y el dinero, y
huir de todo lo que ocupa y encadena al hombre.

Entré entonces en mí mismo: estaba enredado en los lazos


que me ligaban a todo. Reflexioné sobre mis actos -siendo el
mejor de ellos la enseñanza- y vi que mis estudios eran
fútiles, sin utilidad para la Vía.

Así pues, ¿hacia qué fin dispensaba mi enseñanza? Mi


intención no era pura, no estaba extendida hacia Allah. ¿No
era más bien mi propósito ganar gloria y renombre? Estaba al
borde oscilante de un precipicio; si no me enderezaba, caería
en el Fuego.

No cesaba de pensar, estando todavía indeciso. Un día, decidí


dejar Bagdad y cambiar de vida; pero cambiaba de opinión al
día siguiente. Daba un paso adelante y otro hacia atrás.
Tenía, por la mañana, un ardiente deseo del Más Allá, que,
durante el día, el ejército del deseo atacaba y abatía. La
concupiscencia me encadenaba al lugar (Bagdad), mientras
que el heraldo de la fe me gritaba: "¡En ruta! ¡en ruta! la vida
es breve, y largo el camino (para ti). Ciencia y acción no son
para ti sino apariencia y disimulo. Si no estás preparado,
desde ahora, para la Otra Vida, ¿cuándo lo estarás? Y si no
rompes ahora tus amarras, ¿cuándo lo harás?". En ese
momento, el impulso había sido dado: adopté la decisión de
partir.

Pero Satán me decía: "¡Esto no es más que un accidente! No


te dejes llevar, esto pasará rápido... Si cedes, perderás
honores, tu situación estable y tranquila, esa perfecta
seguridad sin rival. Corres el riesgo de tener que empezar de
nuevo y de lamentarlo: volver atrás no será fácil..."

Tales disensiones entre la concupiscencia y las llamadas del


Más Allá duraron cerca de seis meses. A partir del mes de
Rajab del año 488 pasé del libre arbitrio a la coacción. En
efecto, Allah me trabó la lengua, impidiéndome así enseñar.
Debí luchar mucho para hablar al menos una vez a mis
discípulos, ya que mi lengua rechazaba todo servicio. Y este
nudo en la lengua hizo nacer en mi corazón una melancolía.
No podía tragar nada, extraer ningún gusto de los alimentos,
de la bebida.

Mis fuerzas se debilitaron, los médicos desesperaban: "el mal,


decían, ha descendido al corazón, de donde se ha difundido
por los humores; no hay otro remedio que liberarlo de la
preocupación que le atormenta".

Sintiendo mi impotencia, incapaz de decidirme, me entregué


a Allah, último recurso de los necesitados. Fui atendido por
aquel que "escucha al necesitado cuando éste le ruega" (7).
Él (Allah) me hizo fácil la renuncia a los honores, al dinero, a
la familia y a los amigos.

Fingí dirigirme a la Meca, cuando en realidad me preparaba a


partir para Damasco. Temía, en efecto, advertir al Califa y a
algunos amigos. Debí finalmente usar de estratagemas para
abandonar Bagdad, decidido plenamente a no volver. Me
exponía así a los reproches de los iraquís, de quienes ninguno
podía suponer que pudiera renunciar, por motivos religiosos,
a una enseñanza que representaba, a sus ojos, la cumbre de
la religión ("Su más alta idea del saber no va demasiado
lejos") (8).

Después, la gente se enredó en sus hipótesis. Unos, en el


exterior de Iraq, creyeron mi partida impuesta por las
autoridades. Otros, cercanos a éstos, viendo su insistencia en
defender mi propio alejamiento, decían: "Es un golpe del
cielo, una desgracia que se ha abatido sobre los musulmanes
y los sabios!"

Dejé pues Bagdad, tras haber distribuido mi dinero, no


guardando más que el estrictamente necesario para alimentar
a mis hijos. En efecto, mi dinero iraquí fue reservado a las
buenas obras, invertido en fundaciones piadosas destinadas a
los musulmanes. Ahora bien, yo no veía, en el mundo, otro
bien que el sabio pudiera utilizar mejor para su familia.

Llegué a Damasco, donde permanecí cerca de dos años,


consagrado al retiro y a la soledad, a los ejercicios y a los
combates espirituales, ocupado totalmente en purificar mi
alma, en pulir mi carácter, en tornar mi corazón apto para
acoger a Allah, según la enseñanza de los místicos. Me quedé
durante algún tiempo en la mezquita de Damasco; pasaba el
día en lo alto del minarete, tras quedar encerrado dentro.

De Damasco fui a Jerusalem: cada día me encerraba en la


mezquita del Peñón.

Vino a mí entonces la llamada de los Lugares Santos, del


peregrinaje a la Meca, a Medina (a ejemplo del Profeta), tras
haber visitado la tumba de Abraham (Hadrat Ibrahim
alayhissalam). Y me puse en camino a Hejâz.

Más tarde, ciertas preocupaciones, asuntos de familia, me


requirieron en mi "patria". Volví, cuando en realidad era el
hombre más alejado del retorno: prefería el retiro, por gusto
de la soledad y el deseo de abrir mi corazón a la oración. No
obstante, las circunstancias, las preocupaciones domésticas,
las obligaciones materiales habían falseado el sentido de mi
decisión y turbado lo mejor de mi soledad. Mi alma no estaba
en paz sino a intervalos intermitentes, a los que sin cesar
aspiraba y a los que, a pesar de los obstáculos, siempre
regresaba.

Mi período de retiro duró alrededor de diez años (9), en el


curso de los cuales recibí innumerables, inagotables
revelaciones. Me bastará declarar que los sufíes (sûfi) siguen,
muy particularmente, la Vía de Allah. Su conducta es
perfecta, su Vía recta, su carácter virtuoso. ¿Se les podrá
añadir entonces la razón de los razonables, la sabiduría de los
sabios, la ciencia de los doctores de la Ley (sharî'at)? ¿Se
puede creer así que se mejora su conducta o su carácter? No,
ciertamente. Pues todo lo que, en ellos, se mueve o reposa,
su apariencia y su fuero interno, se ilumina con la luz de la
Profecía en su nicho (lámpara del nicho) (10). Y no hay otra
luz de la Profecía sobre la faz de la tierra...

¿Qué decir de una Vía en la que la purificación consiste, ante


todo, en limpiar el corazón de todo lo que no es Allah (de
todo lo que es distinto de Allah); que debuta (en lugar del
"estado de sacralización" que abre la oración) (11) por la
fusión del corazón en la mención de Allah, y que termina por
el total aniquilamiento en Allah? Y aún este resultado no es
sino un inicio con respecto al libre arbitrio y a los
conocimientos adquiridos. De hecho, es el comienzo de la vía,
aquello que le precede no es sino la antecámara.

Desde el principio, es el comienzo de las Revelaciones y de


las visiones. En estado de vigilia, los místicos contemplan a
los ángeles y a los espíritus de los Profetas; entienden su
palabra y aprovechan sus consejos. Después se elevan desde
la visión de imágenes y símbolos hasta grados inefables. No
se puede intentar expresar estos estados del alma sin caer en
un inevitable fracaso.

En suma, los sufíes llegan a una Proximidad que, para


algunos, podría casi ser la Inherencia, para otros la Unión y,
para otros, la Conexión (12). Lo cual es falso, como hemos
demostrado en nuestro tratado de Al-Maqsad al- Asnâ. Lo
único que debería decir de ello quien permanece en ese
estado es este dístico:

"No hablaré de aquello que ha ocurrido.


Piensa bien, ¡que no se me interrogue!"

Pues aquel que no ha tenido el privilegio de la gustación no


conoce, de la realidad de la Profecía, más que el nombre. De
hecho, los milagros de los santos prefiguran a los profetas.
Tales fueron los inicios de Muhammad, cuando se aisló en la
oración en el monte Herâ (13), y los árabes decían:
"¡Muhammad alayhissalâm arde del deseo de Allah!"
Aquel que practica la Vía gusta de semejantes estados de
éxtasis. Y quien no los ha gustado puede, frecuentando a los
místicos, recoger directamente su testimonio, cuyo contexto
le ofrecerá toda certeza, o, asistiendo a sus reuniones,
aprovechar su fe (pues jamás son compañeros de infortunio).
En cuanto a quien no ha podido frecuentarlas, que esté
seguro de que todo ello está absolutamente probado, tal
como he dicho en el capítulo "'Ajâ'ib al-Qalb" de mi obra
sobre La Regeneración de las Ciencias religiosas.

Ahora bien, la Ciencia consiste en la verificación por medio de


la prueba; la Gustación es el íntimo conocimiento del éxtasis;
y la Fe, fundada en la conjetura, es la aceptación de los
testimonios orales y de los de la experiencia.

Tales son los tres grados, y "Allah elevará en jerarquía a


aquellos que, entre vosotros, hayan creído y hayan recibido la
ciencia" (14).

Los demás son los ignorantes. Niegan, por principio, todo lo


que se les dice a este respecto, se asombran, escuchan de
nuevo, se burlan y dicen: "¡Vaya historia! ¡Vaya
divagaciones!". De tales gentes ha dicho Allah: "Entre los
infieles, los hay que te escuchan, pero cuando, por fin, se
alejan de ti, preguntan a aquellos que han recibido la ciencia:
¿Qué es lo que acaba de decir? El corazón de éstos ha sido
sellado por Allah y siguen sus perniciosas doctrinas".

Es necesario, ahora, tras haber hablado de los místicos, que


trate de la realidad de la Profecía y de sus particularidades. Es
una cuestión absolutamente indispensable.

NOTAS:

1. Ext. de la trad. francesa de Al-munqid min addalâl (La Delivrance de


l'Erreur o La liberación del error), Publications du Waqf Ikhlâs, Hakîkat
Kitabevi, Darüssefaka Cad. No. 57/A P.K. 35, 34262, Fatih, Istambul
(Turk.), 1992 (2ª ed.).

2. Muerto en Bagdad en 386/996, jefe del sistema teológico de los


Sâlimiyya de Basra. Ghazâli ha transcrito pasajes enteros del Qût al-Qulûb
en la "Ihyâ' 'Ulûm ad- din".

3. Muerto en 289/920.
4. Nacido en Bagdad en 247/861, y muerto en 334/945.

5. Muerto en 261/875 o 264/877. Muy célebre. No se conoce su doctrina


más que por algunos pasajes de Attâr, en su Tadkirât'l-awliyâ".

6. El gusto es un conocimiento directo e inmediato de la enseñanza


religiosa, que se convierte en un estado del alma. Cf. "Ihya", I, 91. En este
sentido, el gusto se opone a la aceptación de la fe y al saber conseguido
normalmente, basado en el razonamiento. Cf. también "Ihya", IV, 123,
para la identidad entre hâl (estado de alma) y dawq, que es un sinónimo
de Idrâk (conocimiento directo). Cf. también, un poco más adelante en la
misma obra, la diferencia entre el conocimiento por medio del "gusto", por
la prueba (el saber) y por simple creencia.

7. Corán, XXVII, 62.

8. Corán, LIII, 31.

9. Del 488/1095 al 499/1105.

10. Alusión a la "Sura de la Luz" (Sûrat an-Nûr).

11. Acto religioso prescrito al iniciar la oración. Difícil de vertir en una


traducción inmediata. Abd-el-Jalil traduce "estado de sacralización"
(Aspects intérieurs de l'Islâm, París, 1956, p. 119).

12. Estos tres términos (hulûl, ittihâd, wusûl) son respectivamente


explicados por "Fusión del ser, Identificación, Unión íntima" en la
traducción de Barbier de Maynard.

13. Colina situada a unos 5 km. de La Meca.

14. Corán, LVIII, 11.

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