La visita que en días pasados realizara a Colombia el actual Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, produjo varios titulares y declaraciones. Como ya se hizo costumbre, la intervención de Iván Duque se llevó especial atención por parte de los medios de comunicación y los twitteros más entusiastas. Primero como declaración en rueda de prensa y luego como trino, Iván Duque agradeció la visita del Secretario de Estado con un mensaje compuesto por dos partes. La primera, en clave histórica, se refería a la importancia de la relación de los dos Estados. Con una desafortunada afirmación, Iván Duque agradeció al Pompeo la ayuda que habían recibido los próceres de la independencia criolla por parte de los Estados Unidos. El yerro histórico, de gran magnitud, logró restarle importancia a la segunda parte del mensaje de Duque: “Buscamos que Colombia en su bicentenario se libere de la polarización, del narcotráfico y vea florecer el emprendimiento y las oportunidades”. Para el presidente de Colombia, la polarización política es un problema equiparable al narcotráfico o a las desigualdades del sistema económico. Lo que Duque afirma no es para nada novedoso. La satanización de la polarización política se ha convertido en un recurso retórico constantemente utilizado en los medios y en el discurso de algunos políticos. Sin embargo, tanto el uso constante de este recurso, como su alta efectividad para captar simpatizantes, no son indicadores de que concebir siempre a la polarización con un significado negativo sea lo más apropiado. Por ejemplo, la politóloga belga Chantal Mouffe afirma que esta manera de entender la polarización puede ser consecuencia de una interpretación errónea sobre la naturaleza de lo político y que puede ser un caldo de cultivo para el populismo. Para superar esta situación, establece una distinción entre la política y lo político. La distinción que propone Mouffe no tiene que ver nada con un asunto de género. Para la profesora de la Universidad de Wensmister lo político se refiere al conflicto que genera el hecho de diversas maneras de entender el mundo deban coexistir en una misma sociedad. No se refiere Mouffe al conflicto en un sentido bélico, sino en un sentido de social: conformar una sociedad democrática supone el reto, no menor, de aceptar que la diferencia de pensamiento (¡la pluralidad!) no es un derecho de las personas, sino el pilar sobre el que se construye un sistema democrático. Por otro lado, la política se refiere a la manera en que las sociedades resuelven y tramitan esta pluralidad de pensamiento. Una sociedad plural y democrática, por ejemplo, requiere de instituciones que reflejen y defiendan estas características contribuyendo tanto a la creación de dispositivos para el dialogo, como a velar para que se usen y respeten ¿Qué tipo de dispositivos? Desde la educación más básica, pasando por la alfabetización política de los ciudadanos, hasta la creación de leyes y entidades que permitan que dos o más identidades políticas con distancias ideológicas significativas estén en la capacidad de entender que en esa distancia radica el sentido de la democracia. Propender por eliminar la diferencia y el conflicto político es propender por la instalación de un pensamiento único, de una homogeneidad pasmosa que en nada contribuye al progreso material e intelectual de una sociedad. Premiar con nuestros votos o con nuestros afectos a los políticos y a los partidos que perciben en la pluralidad de la sociedad un riesgo para sus intereses, es alentar a la desaparición de la democracia. El reto es aún mayor si lo pensamos en clave de actualidad. No solo los liderazgos políticos abiertamente autoritarios como el de Bolsonaro, Maduro o el uribismo sustentan su discurso político en la eliminación de la diferencia y en la imposición de un único polo ideológico, los sectores autodefinidos como de “centro político” han optado por significar de manera negativa a la divergencia ideológica como como base de su discurso. En la medida en que se satanice la diferencia ideológica, aquellos que piensen de manera diferente serán percibidos como enemigos a los que hay que eliminar. Sólo el respeto, la defensa y el aliento por la pluralidad puede garantizarnos la posibilidad de no ver enemigos, sino adversarios, a quienes es posible debatir radicalmente entendiendo que en la diferencia radica el espíritu de la democracia.