326s)
Corregimos la prueba objetiva nº5 y seguimos con los concilios (Nicea y Arrio)
Esquema: A. Corrección prueba objetiva nº 5 (0'00'-40'54''); B. Repaso última parte clase anterior
(pp.326-327) (40'55''-49'00''); C. 4.4 Nicea. La divinidad del Verbo. Arrio (49'01''-1h11'24''); D.
4.4.2. Doctrina y texto (se queda a la mitad) (1h11'25''-final)
***
DESARROLLO
Falta completar
Falta completar
Sin embargo se abre paso en la doctrina cristiana el monoteísmo, monoteísmo que también
se entiende como una pluralidad de personas en una unidad de esencia en Dios. Se marcan así las
distancias del monoteísmo judío y del politeísmo pagano. Pero no va a ser tan fácil alcanzar esta
objetivación de la experiencia creyente, por razones tanto religiosas, como políticas. Veamos.
4.4.1. Arrio
1
engendra lo múltiple.
Arrio aplica el esquema de Plotino ayudado por textos de la Sagrada Escritura. En concreto,
trata de explicar, por una parte, la absoluta trascendencia de Dios, el «totalmente Otro», y, por otra,
las relaciones que mantiene como Padre con el Hijo, y se dice Padre en el orden de la creación, una
analogía que nada revela de la esencia de Dios, pues es el «totalmente Otro». En el primer caso,
Dios es trascendente y no engendrado; no tiene principio. En el segundo caso, el Hijo con relación
al Padre, es diferente al Padre y no como una realidad individual subsistente, sino por naturaleza,
porque no es eterno como el Padre, porque es creado de la nada por el Padre, por más que se piense
que es anterior a la creación. Se deduce que el Hijo fue engendrado —entendido como creado— por
voluntad del Padre y por Él es divinizado, pero no con su misma naturaleza o de su sustancia, ya
que Dios no se puede fragmentar. Se nombra Dios al Hijo con relación a la humanidad, a la
creación, en el sentido de que todas las cosas fueron creadas por medio de él. Pero el Hijo, como la
«Inteligencia» de Plotino, no tiene el mismo rango y gloria que el Padre. Se llama Hijo como los
hombres se llaman hijos de Dios; es inferior al Padre, y se relaciona con el Padre como el único
Dios: «en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, el único Dios verdadero». La naturaleza
creada del Hijo se manifiesta con claridad al estar sometida a las condiciones normales que se dan
en la historia humana, como el hambre, la sed, el sufrimiento, la ignorancia, etc. Participa de la
categoría del devenir, de lo creado, como el Espíritu, y en contraposición a Dios único y no
engendrado, que es impasible.
Alejandro, obispo de Alejandría, le contesta que el Hijo coexiste con el Padre desde el
principio, no ha sido creado; por consiguiente, es Hijo por naturaleza, y no por creación o por
adopción. De ahí que tenga la misma naturaleza que el Padre y no esté sujeto al sufrimiento. La
disputa entre Arrio y Alejandro se extiende al episcopado, a los pensadores y al pueblo. Alejandro
condena a Arrio en un sínodo celebrado en Alejandría en el año 320, y en el que se reúnen casi 100
obispos de Egipto y Libia; condena que es ratificada por otro sínodo habido en Antioquía (entre el
324-325), en el que está básicamente todo lo que se aprobará en Nicea. El emperador Constantino
interviene aconsejado por el obispo Osio de Córdoba y, quizás, por el mismo Alejandro, y convoca
un concilio en Nicea, al que asisten entre 250 y 300 obispos, porque no es conveniente que la
Iglesia se divida. El 19 de junio del año 325 se declara y firma una confesión de fe procedente,
seguramente, de Cesárea de Palestina con algunas incorporaciones que rechazan y condenan
explícitamente la doctrina de Arrio.
El texto referente a Cristo dice así: «Creemos [...][la] en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de
Dios, [Ib] engendrado unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de
luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien
todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, [le] el cual por
nosotros los hombres y nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y
resucitó al tercer día, subió a los cielos, y viene a juzgar a los vivos y a los muertos.
Se parte con dos títulos muy queridos por los cristianos, Señor e Hijo de Dios [la],
ampliamente usados en la liturgia y en las confesiones de fe, con los que se eleva a Jesús a la gloria
divina, aunque no se defina exactamente la distancia que tal elevación establece con la vida
humana. Jesús recibe estos atributos reservados a Dios en el Antiguo Testamento. La filiación
divina contiene la pregunta sobre quién es él, aunque no lo defina de una forma exacta. Hijo de Dios
2
es una confesión que incluye su identidad, pero soterrada por lo que interesa de inmediato a los
cristianos: su función salvadora junto al Padre y al Espíritu, como expresamente dice el saludo de
Pablo: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con
todos vosotros»; o con estructura bimembre: «... para nosotros existe un solo Dios, el Padre, que es
principio de todo y fin nuestro, y existe un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y también
nosotros».
A continuación se afirma que la filiación de Jesús es «única» [Ib]. «Hijo único» se usa para
el relato trágico del sacrificio de Isaac, y los LXX lo traducen al griego por «amado». No es extraño
que cuando los Sinópticos usen «hijo amado» en la teofanía del Bautismo y de la Transfiguración,
esta expresión sea la traducción de «hijo único». Tanto el NT como los primeros Padres de la Iglesia
encontraron un paralelismo entre el sacrificio de Isaac y el sacrificio de Cristo. En esta línea hay
que comprender los textos de Juan sobre el «Hijo unigénito». Sin embargo, el corpus joánico
supone que el Hijo unigénito no es una filiación que corresponda exclusivamente a Jesús situado en
la historia, sino que le pertenece desde siempre, es decir, en su preexistencia, cuando existe en la
gloria divina junto a Dios. Por eso, el cuarto Evangelio no habla de nacimiento de Jesús, sino de
venida en gloria; igual que cuando acaba su misión en la tierra, la pasión y muerte se entienden
como una vuelta al Padre.
(Aquí se queda)
***