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El marxismo y la democracia: itinerario reflexivo desde Marx


hasta Mariátegui
Autor(es): Soto Rodríguez, José Antonio
Soto Rodríguez, José Antonio. Profesor Titular y master en pensamiento filosófico
latinoamericano del departamento de Filosofía. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de
Oriente. Trabajo enviado por el autor para su publicación en Herramienta.

Marx y Engels no abordaron de forma particular, en tratado aparte, el problema de la


democracia; sin embargo, en sus trabajos tempranos y maduros aparecen análisis
importantes sobre la misma, que se proyectan en tres dimensiones esenciales. En primer
lugar, la crítica a la falsedad de la democracia burguesa, que quiere presentarse como la
abanderada de la igualdad, de los derechos de los ciudadanos y de la libertad. En segundo
lugar señalan los límites de la democracia burguesa como escenario de lucha del
proletariado. En tercer lugar destacan las características de la democracia socialista cuya
esencia es significativamente la dictadura del proletariado.

En lo que respecta a la primera de las dimensiones a la que hacemos referencia, en los


trabajos tempranos de Marx, éste pone el acento en el análisis de la democracia burguesa y
su naturaleza ideológica, y conceptualmente ya fija sus primeras nociones sobre la temática.
Así, en La crítica de la filosofía del Estado de Hegel señala: "En la democracia, la constitución
misma debe aparecer como una determinación de los intereses del pueblo. En la monarquía,
tenemos el pueblo de la constitución, en la democracia, la constitución del pueblo".

Aquí ya Marx apunta, en fecha tan temprana como 1843, una idea cardinal: la esencia de
toda democracia plasmada en el derecho a través de la constitución es responder al pueblo.

Marx concibe a toda forma de Estado no democrático y no representativo de los reales


intereses populares como una enajenación de la justicia y de la verdadera libertad, como una
negación sustancial de los intereses que debe representar y, por tanto, como una antítesis
de la real y verdadera democracia. En tanto poder para la mayoría y por la mayoría y dirigido
esencialmente a satisfacer sus necesidades materiales y espirituales deviene en la máxima
manifestación de la democracia, ya que se plantea como esencialidad de su accionar luchar
por la igualdad social, eliminar las diferencias de clases y del propio Estado y el logro
supremo de la desalienación del hombre.

Él concibe al socialismo y más tarde a la sociedad comunista como la expresión suprema de


la realización plena del hombre de todas sus aspiraciones materiales y espirituales; por eso,
para el propio ascenso del progreso material fundamentado en el desarrollo inusitado de las
fuerzas productivas que tenía su apoyatura en la ciencia, debía propiciar al mismo tiempo el
libre desenvolvimiento de las relaciones sociales y el predominio del más acendrado
humanismo, por tanto el propio desarrollo cultural, y el libre desenvolvimiento de las
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relaciones estéticas y éticas basadas en el pleno desempeño del hombre con todas sus
prerrogativas garantizadas era para Marx la mayor realización de la democracia.

Trascendente es la concepción de los clásicos sobre la dictadura del proletariado, no como


dictadura de un partido, ni como liderazgo político permanente. Esas fueron lecturas
tergiversadas de la teoría expuesta y argumentada por los mismos, las que llevaron a
cometer serios errores en la construcción del socialismo y a torcer la esencia democrática de
la teoría de la dictadura del proletariado, llevándola a su negación en la práctica.

Es necesario enfatizar que Marx y Engels siempre destacaron que la misma era un poder
colegiado de los obreros en alianza con los campesinos, artesanos y trabajadores de los
servicios, así como los profesionales e intelectuales. En la Crítica al Programa de Gotha, Marx
apunta un aspecto raigal de la democracia que es el derecho, insiste en que la sociedad que
acaba de salir del capitalismo presenta irrecusablemente en todos sus aspectos: en el
económico, en el moral y en el intelectual las taras de la vieja sociedad y por tanto los
productores recibirían proporcionalmente al trabajo que han aportado. La igualdad aquí se
mide por el mismo rasero: el trabajo.

Y señala: "Indefectiblemente en el socialismo no reina la plena igualdad, ya que no todos los


individuos tienen la misma capacidad física y mental y por tanto unos aportarían más que
otros".[4]

Incluso Marx reconoce la posibilidad de que unos sean más ricos que otros, y al mismo
tiempo apunta la certera idea de que estos defectos son inevitables en la primera fase de la
sociedad comunista.

Esta concepción fue adulterada por muchas experiencias de construcción del socialismo en el
mundo, que se propusieron un igualitarismo económico y cultural, por encima de las
condiciones económicas existentes. Esto provocó el estancamiento, la falta de estímulo en el
trabajo, en el desarrollo social y el no reconocimiento adecuado de las potencialidades
humanas y sus diferencias y, por tanto, el no lógico reparto según las mismas.

Marx, no obstante, no renuncia al ideal comunista "de cada cual según su capacidad y
necesidad", pero condiciona esta meta a un alto desarrollo de las fuerzas productivas y por
ende de las riquezas, lo que permitiría un reparto más equitativo de las mismas. Para él,
esto se conseguiría con un Estado que luchara denodadamente por eliminar la oposición
entre el trabajo manual y el intelectual, por un alto desarrollo cultural, que lleve a la
eliminación de la enajenación y todos los vicios capitalistas. Por ello este Estado socialista
debe expresar la soberanía del pueblo, sus intereses de clase, sus derechos cardinales y la
más alta expresión de las libertades, tanto económicas como políticas y sociales, pero sin
caer en el falso sentido del igualitarismo.

Precisamente por ello para Marx y Engels hace falta un período de eliminación de las
diferencias de clases, de establecimiento de condiciones económicas nuevas donde se
cumpla la satisfacción plena material y espiritual de los individuos. Para ellos la concepción
del socialismo sólo podía darse en sociedades desarrolladas y no en sociedades con bajo
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desarrollo de las fuerzas productivas, porque entonces no era posible garantizar el progreso
y las aspiraciones de una sociedad donde se diera el salto de la necesidad a la libertad más
plena de la democracia verdadera.

En su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels aporta ideas


vitales para la comprensión de la falsedad de la democracia burguesa, sin descartar que a
través de ella el proletariado debía hacer prevalecer sus derechos como partido
independiente y participar en las luchas políticas, aunque en el sufragio no alcanzara nada
esencial en la sociedad capitalista y a través de su sistema de dominación política.
Consideraba a estas luchas como un escalón de la toma de conciencia política del
proletariado, para llegar más lejos a través de la revolución socialista y la dictadura del
proletariado como la conquista de sus intereses económicos, políticos y sociales. Para
alcanzar estos fines, Engels define que el movimiento político de la clase obrera tiene como
objetivo último la conquista del poder político y para ello debe preparase, movilizarse,
adquirir una conciencia política como sujeto de la revolución.

Por estas razones, Engels concede tanta importancia al desarrollo gradual de la organización
y la movilización obrera, a su preparación cultural e ideológica, y entiende que la primera
manifestación importante de esta toma de conciencia del proletariado contra sus opresores
es la agitación constante contra la política de las clases dominantes y la adopción de una
actitud hostil contra ese poder.

Las concepciones leninistas sobre la democracia

Lenin, continuador de lo aportado por Marx y Engels sobre la democracia burguesa y la


democracia proletaria, logra sistematizar estas concepciones en relación con el Estado, la
toma del poder político, los derechos de las masas populares luego de conquistado el poder,
la lucha por hacer más participativo el poder del Estado y por elevar el nivel de vida de las
masas.

En el ensayo La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación,


analiza la necesidad de la democracia como requisito indispensable del socialismo triunfante,
pero una democracia de nuevo tipo, y señalaba que "la democracia es también una forma del
Estado, que debiera desaparecer junto con él, pero eso ocurrirá sólo cuando se pase del
socialismo definitivamente vencedor y consolidado al comunismo completo".

Lenin acertadamente valora cómo la revolución socialista debe combatir en los frentes de la
economía, de la política y de la cultura por el progreso social y la satisfacción plena de las
necesidades materiales y espirituales del hombre y ponía en alta estima el problema de la
democracia como el camino y la vía de realización del humanismo socialista.

Las concepciones del espacio democrático en la revolución proletaria las desarrolló Lenin a
tenor con las nuevas condiciones históricas. En este sentido, aportó significativas ideas al
movimiento revolucionario, tácticas y estrategias de desarrollo necesarias en la etapa del
imperialismo, las que mantienen plena vigencia por su nivel de objetividad si no se
constituyen en dogmas de la teoría originaria. Destacaba que el marxismo exige un análisis
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objetivo y concreto de la correlación de las clases y de las peculiaridades concretas de cada


momento histórico.

Esto es premisa insoslayable de toda fundamentación científica de la política. En el


folleto Cartas sobre Táctica, Lenin expone que las particularidades de la revolución
atraviesan por las etapas y por los rumbos que les dicten las circunstancias y la complejidad
de los acontecimientos que se desarrollen. No descarta el paso de la revolución democrático-
burguesa o de la lucha de posiciones políticas, en la que se da el pacto de la pequeña
burguesía intelectual, comercial e industrial y campesina con los sectores más humildes del
proletariado por determinadas conquistas parciales, aunque necesarias para preparar el
terreno subjetivo en el camino por la toma del poder.

En la obra El Estado y la Revolución, define la democracia burguesa como la de los ricos, la


que defiende los intereses de la sociedad capitalista:

"Si observamos más de cerca el mecanismo de la democracia capitalista, veremos siempre y


en todas partes restricciones y más restricciones de la democracia... en los obstáculos
efectivos a todos los derechos políticos... estas restricciones excluyen, eliminan a los pobres
de la política, de la participación activa en la democracia".

Precisamente, Lenin consideraba que partiendo de esta estrecha e hipócrita concepción que
rechaza a los desposeídos no podíamos ir hacia una mayor democracia, sino todo lo
contrario, hacia una mayor dictadura política de la burguesía monopolista.

En el período de transición debía dominar la dictadura del proletariado, pero él la concibe


como el Estado donde debían decidir y gobernar los obreros en alianza con los demás
trabajadores y el peso de las decisiones debían partir del criterio y de los intereses de estas
clases y grupos sociales, los cuales forman el bloque histórico de la revolución. Precisamente
este era el viraje sustancial que debía dar la democracia socialista frente a la burguesa, el
que debía responder por entero a las necesidades materiales y espirituales de las grandes
mayorías y nunca de una minoría, pues si no se perdía la esencia democrática del socialismo.

Es importante tomar en cuenta como Lenin enfatiza en la necesidad de que durante la


transición se necesita el Estado como un aparato especial para reprimir a la minoría
explotadora, que ha perdido sus propiedades, y él concibe este Estado como pequeño en
cuanto a la cantidad de funcionarios. Por ende, la burocracia debía estar limitada y
garantizarse la participación efectiva de las amplias masas y por ello el Estado debe
responder en todos los órdenes: económico, político y social a estos intereses, así afirma: "Y
ello es compatible con la extensión de la democracia a una mayoría tan aplastante de la
población y por tanto es una máquina sin grandes gastos financieros, sencillo, austero."

Innegablemente que el socialismo no puede construirse de forma auténtica sin la dictadura


del proletariado, pero de una dictadura de las masas populares y no de una minoría de
burócratas, conformadora de una aristocracia de nuevo tipo que aparentemente se dice
representante de estos intereses viviendo al margen de ellos, como ocurrió en el ex campo
socialista.
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Realmente en la ex URSS y demás países ex socialistas de Europa del Este, el Estado creció
exponencialmente y la burocracia era un insulto a la esencia verdadera del socialismo,
poniéndole freno a los derechos y las libertades de los trabajadores, haciéndolos padecer una
cadena infinita de trámites burocráticos, que no alcanzaban la solución de sus reales
problemas.

Todos estos factores anteriormente expuestos fueron dando al traste con el descrédito del
Estado socialista, ya que no contribuyó al cumplimiento de la verdadera esencia del
socialismo: la satisfacción creciente de las necesidades materiales y espirituales del hombre.
Esto ha hecho mucho daño al ideal del socialismo a escala mundial y de la democracia
socialista tal como la concibieron los clásicos del marxismo. Aspecto muy importante que
sirve como basamento metodológico para el análisis de la democracia desde las posiciones
del marxismo leninismo son las concepciones de Lenin acerca de la diferencia de la
democracia burguesa respecto de la democracia socialista, insistiendo en el carácter clasista
para analizar todo tipo de democracia. Por eso critica a fondo la concepción burguesa sobre
la "democracia pura". Lenin, de igual modo, parte del criterio de que concebir la libertad y la
igualdad en general es un engaño y una trampa para los obreros, así como para todos los
trabajadores y explotados por el capital, y es que mientras existan las clases, en todo
razonamiento acerca de la libertad y de la igualdad, debemos cuestionarnos: libertad para
qué clase, igualdad entre qué clases. Si dejamos estos aspectos esenciales sin tomarlos en
cuenta estaríamos poniéndonos de lado del capitalismo monopolista, ya que en esencia ellos
protegen los intereses de la propiedad privada. Por tanto, la consigna de la libertad y de la
igualdad en general es un embuste e hipocresía de la sociedad burguesa.

Por consiguiente, según las ideas de Lenin que sintetizan las concepciones teóricas de Marx y
Engels en este terreno, el socialismo, la dictadura del proletariado y la democracia socialista
no debían ser fenómenos de distinto orden, si se cumplían sus reales principios y se
respondía a los verdaderos intereses de las masas populares.

En la práctica ocurrió todo lo contrario, la construcción de un socialismo deformado, que


entró en contradicción con la real y efectiva democracia socialista, y la dictadura del
proletariado se transformó en la dictadura política de un partido opuesto a los intereses del
proletariado, que cayó en fenómenos graves de corrupción, de desviación ideológica de los
principios del marxismo y de alejamiento de las masas, y por tanto la dictadura que debió
ser del proletariado se convirtió trágicamente en la dictadura de una dirigentocracia que
soslayó los cardinales intereses de las masas populares.

Apuntes reflexivos en torno de las concepciones de Antonio Gramsci y José Carlos


Mariátegui sobre la democracia

Las ideas de Gramsci y Mariátegui sobre la democracia no están intencionalmente


desarrolladas a la manera de la intelectualización de los conceptos, pero en las esencias con
que abordan trascendentales problemas se da una asunción sustantiva de las problemáticas
que concurren en la visión marxista del fenómeno de la democracia. Y esto se evidencia en el
tratamiento que da Gramsci a problemas tales como la sociedad civil y sus relaciones con el
Estado, hegemonía y bloque histórico, los problemas relativos a la democratización orgánica
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del partido, el papel de la intelectualidad en la revolución y el papel de la cultura en el


proceso democratizador de la sociedad socialista.

En el caso del pensamiento mariateguista, los problemas agudos y polémicos que le dan
tratamiento a la naturaleza de las entidades colectivas, la crítica al dogmatismo y al
inmovilismo, la valoración de la crisis del marxismo y sus consecuencias para el pensamiento
marxista latinoamericano, así como el problema de la necesaria democratización en las filas
del partido.

Abordar estas ideas resulta esencial por la trascendencia que tiene en el tratamiento de la
polémica en torno a la democracia por las izquierdas latinoamericanas y cómo son asumidas
en el redimensionamiento de las concepciones de la sociedad civil y sus relaciones con el
poder, así como en la propia reestructuración orgánica de los partidos de izquierda y sus
cambios profundos en la democratización interna y en las proyecciones de la unidad a lo
ancho y a lo profundo, con otras fuerzas de izquierda, en los problemas relativos a la
vanguardia y a las relaciones prácticas de la estrategia y la táctica y de los paradigmas
emancipatorios de estas fuerzas.

Apuntes reflexivos sobre las concepciones de Antonio Gramsci en relación con la


democracia socialista

Es necesario destacar que Gramsci es totalmente ajeno a la ortodoxia marxista oficial, que
ya se había establecido al final de la década del veinte del siglo pasado; a diferencia de
Mariátegui que propone la heterodoxia como movimiento interno y necesario de la ortodoxia,
Gramsci recorre las alternativas del pensamiento marxista que se basta a sí mismo.

No es fortuito que esta crítica a la ortodoxia emprendida por Gramsci tome cuerpo a través
del análisis del manual de Bujarin Teoría del materialismo histórico en los momentos en que
Stalin ya dejaba establecido su noción de marxismo-leninismo.

Realmente los Cuadernos de la Cárcel, con toda la crítica que han recibido por
considerárseles fragmentarios, contienen juicios de un calibre agudo sobre un marxismo
abierto y creativo. No podemos obviar el hecho de que los mismos eran notas para
emprender una obra madura en el futuro.

Al decir de José Aricó

"El programa científico de los Cuadernos consiste en edificar una teoría de la hegemonía. Por
un lado, como un desarrollo teórico-práctico de la filosofía de la praxis, afirmando
potencialmente una filosofía nueva y que abriera espacios más amplios, para el análisis
dialéctico de los problemas más candentes de la época".

La teoría de la hegemonía de Gramsci estaba dirigida a elaborar una concepción nueva de la


política, en la cual se puede escindir el nexo entre política y Estado, constitutivo de la
categoría moderna de política.
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Es de destacar en estas concepciones gramscianas sobre hegemonía que no la entendía


como la centralidad absoluta de la clase obrera sino como la integración de varias fuerzas,
que van a formar lo que él llamó un bloque histórico.

Uno de los méritos mayores de Antonio Gramsci fue el de percatarse a tiempo de que los
cierres categoriales llevaban al fracaso y a mutilar el desarrollo de los procesos
revolucionarios, por eso en el propio concepto de hegemonía hay una revalorización de la
teoría marxista sobre el papel de las clases y del Estado, así como del partido y la interacción
dialéctica de las mismas.

La concepción de la hegemonía en Gramsci va más allá del modo en que se ha concebido el


marxismo leninismo staliniano en la década del veinte del siglo pasado. Su visión es
superadora y se propone realmente un replanteo complejo que englobaba todas las
contradicciones de su época, cuyas soluciones aún no han sido resueltas del todo, ya que se
propuso redimensionar lo político con la concepción del Estado nación, que le asignaba un
papel destacado a la cultura y al carácter desarrollador de la intelectualidad como entidad de
relevante importancia en el progreso social.

Lo novedoso de Gramsci es su enfoque de los sujetos nacionales donde no se privilegia a la


clase obrera como sujeto principal de la revolución, porque para él, el esquema industrialista
tal como se planteaba hasta entonces iba a ser superada por el proceso de
internacionalización del capital y entonces vastos sectores no obreros, tales como
campesinos y trabajadores de los servicios, iban a quedar englobados en el desarrollo
capitalista que necesitaba de estos espacios para su progreso y expansión.

Eso obligaba a repensar la idea de los sujetos en la revolución y a analizar desde una
perspectiva más amplia la revolución y sus métodos tradicionales y a considerar nuevas vías
no armadas, donde el espacio de la sociedad civil desempeñara un papel más dinámico.
Estas ideas son las que hoy con más fuerza son retomadas por el pensamiento de izquierda
en América Latina.

Gramsci juzga el papel del partido y su autoridad política en constante dinámica dialéctica
para responder a las clases a las que representa y para adecuarse a las cambiantes
situaciones nacionales e internacionales. Un partido que se debe estructurar dialécticamente
en lo orgánico para no desaparecer, pero que además no puede sentirse agotado, porque
perece su esencia de vanguardia. Esto debe alejar del partido todo tipo de autoritarismo y
centralismo de las fuerzas dirigentes para evitar que se caiga en el culto al líder.

Lo anteriormente mencionado iba dirigido a una crítica aguda al autoritarismo y verticalismo


de Stalin y a los métodos burocráticos de la otrora Unión Soviética, y es que él es capaz de
avizorar el fracaso del modelo de socialismo que se construía, planteando ya la necesidad de
la construcción teórica y práctica más dialéctica y democrática del mismo.

Es de notar que en un artículo de Gramsci, anterior a los Cuadernos de la Cárcel,


titulado Socialismo y Cultura, el mismo sostiene que la dominación de clase no se puede
explicar simplemente a partir de las circunstancias económicas, ni de las posiciones de
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fuerza, sino que hay que tener en cuenta también como un factor de peso el "contexto
cultural" que es el que permite dar reconocimiento y legitimidad al régimen que está en el
poder.

Por tanto Gramsci plantea como tarea necesaria en la preparación de la revolución un


intenso trabajo crítico, que permita la elevación del nivel cultural e ideológico de las
mayorías, inconformes con el sistema de dominación imperante. Estas ideas del filósofo
marxista italiano tienen relación con el concepto de hegemonía, ya que para él la dominación
de clases en los tiempos modernos necesita de una legitimación, que la dominación
perdurable debe implicar; no sólo se debe garantizar el elemento de fuerza de coerción, sino
también la construcción y conservación del consenso.

Es notorio que Gramsci insiste en ver al Estado como elemento aglutinador de la dominación
de clase, el sustento ideológico con que las clases y grupos lucharon por la hegemonía; no es
sólo expresión de sus inmediatos intereses de clase, sino también una manifestación ético-
política, que engloba a todo el cuerpo social.

Esto lleva a Gramsci a ampliar el concepto marxista de Estado como aquel que además del
aparato de Estado y de las fuerzas represivas tome en cuenta la vitalidad de la sociedad civil.
Otto Kollschemer ha apuntado refiriéndose a la teoría de la hegemonía de Gramsci que es a
la vez una reformulación diferenciada de la doctrina marxista de la base y la superestructura.
Una crisis económica que revele los límites de las antiguas relaciones de producción no
conduce necesariamente a un cambio revolucionario de la dominación de clases existentes.
Una posibilidad así se da solamente en el caso de una situación de crisis orgánica en la que
se pone en tela de juicio los valores culturales y la legitimidad de la dominación de los
antiguos bloques de poder.

Y es que para Gramsci, superar las antiguas condiciones de producción y formas de dominio
depende de que los grupos sociales que compiten, es decir la clase obrera y sus intelectuales
orgánicos, logren expresar en un nuevo bloque histórico no sólo a la mayoría de la población,
sino nuevos criterios de racionalidad social, tanto en sentido ético productivo, técnico
productivo y de la economía en general.

En relación con el papel de la sociedad civil, se expresa como un amplio concepto cultural en
el que se incluyen las funciones de organismos que el cataloga de privados y que hay que
diferenciar expresamente de las funciones del Estado; en esto se vincula con las
concepciones de Marx en sus primeras obras y con Hegel, quien diferencia en su obra El
Estado y el derecho las funciones de las organizaciones privadas de las funciones
propiamente del Estado. Pero hay una gran distancia entre Hegel y Gramsci, ya que en Hegel
la concepción de lo privado se refiere a la propiedad privada, mientras que en Marx y
Gramsci se refiere a la participación de todos individualmente en la organización de la
sociedad.

En esta concepción gramsciana de la sociedad civil está tomado muy en cuenta el individuo,
concebido como un sujeto activo en sus roles sociales. La idea esencial de Gramsci en
relación con la sociedad civil gira en torno de la funcionalidad de la misma dada en la
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organización del consenso, es decir, el sistema parlamentario debe llevar a la práctica en la


sociedad la riqueza de las energías públicas, y hace énfasis en la hegemonía permanente de
las clases urbanas sobre la totalidad de la población. El consenso tiene un carácter en estas
instituciones de perfil moral, pues ocurre voluntariamente de una manera u otra.

Gramsci establece dos niveles de la superestructura, la propiamente llamada sociedad civil,


la totalidad de las instituciones públicas, y el referido a la sociedad política o el Estado. Al
primer nivel le corresponde la función de hegemonía que los grupos dominantes ejercen
sobre toda la sociedad y al otro la función de dominio directo o de mando que se expresa en
el Estado y el gobierno jurídico. Para él los intelectuales son los que llevan el peso
fundamental en la hegemonía social y en el gobierno político.

Para lograr estos fines, el grupo básico dominante tiene que tener el consenso de las grandes
mayorías, pero este consenso brota espontáneamente y es el resultado del prestigio que el
grupo dominante alcanza en el mundo de la producción, con su posición y su función, y en
segundo lugar del aparato coercitivo del Estado que asegura la disciplina de los grupos que
no dan su respaldo.

Por estas razones la recepción de Gramsci en América Latina, al decir de Enzo Faletto, se
orientó a señalar las carencias democráticas de las propias organizaciones, el modelo
estandarizado por las agrupaciones de izquierda de férreo centralismo, y sobre todo el
énfasis se pone ahora en la relación de los partidos con las distintas expresiones de la
sociedad; por estas razones la reinterpretación de la concepción de hegemonía de Gramsci
condujo a una percepción mayor de la complejidad de lo social sacándola de la reducción a
un estrecho criterio partidario.

En realidad y aún hoy está dada esta exigencia para el pensamiento de izquierda
latinoamericano; se necesita generar un momento de reencuentro de vastos actores sociales,
especialmente con los denominados sectores medios, tomando como fundamento conceptos
claves como libertad, justicia, preocupación social y democracia.

Se ha tomado conciencia por los partidos de izquierda y por las restantes agrupaciones que
estos temas que habían sido marginados debían ser asumidos y alejarse de una concepción
de dominio para poder exhibir una práctica más ajustada a las necesidades presentes de
lograr las necesarias alianzas y consensos unitarios con variadas fuerzas y tendencias
políticas.

La significación de Antonio Gramsci para el pensamiento de izquierda en América Latina ha


sido y es notorio porque ha servido para pensar o repensar viejos y nuevos problemas, una
ruptura con un marxismo y con una visión del socialismo que aparecía como fosilizada o por
lo menos amenazada de parálisis.

Comparto los criterios de Néstor García Canclini cuando apunta:

La problemática de la hegemonía y la subalternidad gramsciana tienen actualidad y esto se


evidencia por las propias consecuencias del neoliberalismo y de los procesos culturales que
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se han desarrollado y los cambios económicos y políticos que han llevado a una mayor
concentración y monopolización del poder. Estos problemas de la centralidad y
descentralización invitan a pensar en Gramsci y la vitalidad de sus concepciones sobre la
cultura y sobre la sociedad civil y la hegemonía.

Realmente un nuevo pensamiento socialista podría desarrollarse en la medida que resuelva


dos problemas que Gramsci de forma esencial nos plantea: cómo hacer política socialista
cuando se carece de una cultura revolucionaria, autónoma y eficaz, adecuada al estado
presente del pensamiento y las exigencias de su perfeccionamiento y cómo elaborar una
política socialista cuando falta todavía por desarrollar un proyecto del humanismo socialista
que se constituya en la teoría y en la práctica como alternativa real a los dilemas que hoy
confronta América Latina, atenazada al antihumanismo del capitalismo neoliberal.

Apuntes reflexivos de José Carlos Mariátegui en torno a la democracia socialista

El pensamiento fundante de José Carlos Mariátegui de un marxismo auténticamente


latinoamericano es aportativo en sus esencias de una concepción en principio antidogmática
y antiortodoxa. Sus enfoques de la naturaleza de nuestras luchas y de la multivariedad de
sujetos participantes en las mismas, el carácter del Estado, del partido, de la lucha por
nuestra identidad cultural y del carácter sui géneris del marxismo acá en nuestras tierras
constituyen hoy fuente obligada de consulta del pensamiento de izquierda en la
reconstrucción más democrática de su paradigma emancipatorio.

En este sentido apunta Juan Valdés Paz:

El tema de la democracia no parece haber sido tratado centralmente por Mariátegui, al


menos bajo los términos con que se discute actualmente. Sin embargo, creo que las
perspectivas en que se sitúa Mariátegui de transformación social supone un proceso
generalizado de democratización de las estructuras sociales sin el cual la democracia política
se hace puramente formal, tal como se prueba en la experiencia latinoamericana.

El pensamiento humanista de Mariátegui es heredero de las mejores tradiciones históricas y


de nuestras luchas emancipatorias. En tal sentido, aunque no formula explícitamente una
teoría sobre la democracia, sí en el tratamiento a todos estos problemas aporta ideas de
raigal importancia que son enarboladas por el pensamiento de izquierda latinoamericano.
Hoy día esto está referido al problema de la naturaleza de la vanguardia política, del rol de
los sujetos, del papel de la cultura y de la dialéctica de lo nacional e internacional.

Manuel Moreno ha señalado con acierto que

"Mariátegui supo conjugar muy bien tres cosas, consustanciales con el pensamiento
revolucionario de todas las épocas: el pensamiento y la acción, la pasión y la teoría y la
pasión y la ciencia. En el Amauta hay en este aspecto ideas muy importantes, su vida como
tal, su trabajo militante, su esfuerzo permanente y su especial compromiso con la realidad".
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El Amauta supo distinguir bien dos tipos de actitudes críticas ante el marxismo: la
liquidadora y la renovadora y continuadora de la obra, y él se inclina por la segunda
desarrollando y adaptando el marxismo a las concepciones específicas de América Latina y
de su Perú natal.

La crítica de Mariátegui estuvo enfilada contra aquellos que entendían la teoría como un
modelo a aplicar tácitamente en América Latina, obviando nuestra historia y nuestra propia
concepción crítica de la modernidad y sus consecuencias y no enlazando el pensamiento
marxista a las corrientes filosóficas y políticas de nuestro ámbito, lo que traería por resultado
la negación del carácter objetivo del marxismo desde nuestras propias condiciones y
entonces la teoría marxista nos llegaría como ajena a América Latina.

Hay ejes importantes para acceder a este pensamiento fértil y fecundo por su carácter
renovador y ellos son: el problema de lo nacional y su conexión con lo universal desde las
perspectivas latinoamericanas y el problema del indigenismo, para partiendo de ahí
comprender la naturaleza del socialismo a partir de las complejidades de la realidad peruana.

La cuestión arranca, plantea, "...de nuestra economía, tiene sus raíces en el régimen de
propiedad de la tierra, cualquier intento de resolverla con medidas de administración o
políticas fracasarían". Por eso para Mariátegui la solución del problema del indio tiene que ser
de carácter social, y en este sentido concede gran importancia a la organización política de
esta fuerza a través de los congresos indígenas, respetando sus formas de organización y
considera que tomarlos en cuenta para los cambios sociales debía ser una tarea prioritaria
del programa del Partido.

Marta Harnecker, en relación con esta contribución de José Carlos Mariátegui, señala en su
ensayo Indígenas, cristianos y estudiantes en la revolución

...insistía en que el partido debía ser capaz de captar el estado actual y sentimental de los
indígenas... conocer en detalle las condiciones de vida del indio, las condiciones de su
explotación, sus posibilidades de lucha, los medios más prácticos para que la vanguardia
lograra hacer un trabajo entre ellos. Sólo así lograría su rol histórico.

Esta situación gana actualidad ya que el problema indígena no ha sido solucionado


acertadamente por las fuerzas de izquierda en América Latina, con la excepción del
movimiento revolucionario chiapanezco.

En José Carlos Mariátegui se da una nueva racionalidad para comprender la esencia de la


revolución socialista en términos latinoamericanos. Su concepción era la de que no podía ser
viable acá en nuestras tierras el calco y la copia, y que el enfoque clasista cerrado no
permitía ni comprender ni encauzar acertadamente la revolución.

Respecto del problema de cómo el asume la problemática del poder, tiene mucho que ver
con su concepción de la revolución como liberación plena y no sólo como cancelación de la
explotación, sino de las jerarquías sociales y de las categorías de los marginados, dígase
etnia, clase, nación, género, sexo, edad, nivel cultural , etcétera.
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Este enfoque se planteaba distinto a la teorización oficial del materialismo histórico a lo


soviético, ya que la concepción de las tareas de la revolución no se definía en términos de
eliminar las contradicciones de forma rápida y total, Mariátegui no concibe que la revolución
pueda resolver todo de golpe. Se resuelven incluso los problemas de manera contradictoria y
complicada. Para él, el poder se encuentra en los movimientos y organizaciones sociales, las
cuales son plurales y deben tener capacidad para revocar a los que los representan en el
gobierno. Es dentro de estas fuerzas democráticas y su correlación donde que hay que
buscar la praxis política y la problemática del poder; por supuesto estas ideas llevaban a un
cambio profundo de cosmovisión sobre el ejercicio democrático del poder revolucionario en la
sociedad opuesto al totalitarismo. Hay que diferenciar muy bien lo que entiende Mariátegui
por la forma de democracia de la idea de democracia. A esta última le da plena actualidad y
vigencia cuando critica al parlamentarismo burgués, echando por tierra sus fundamentos y
utilidad para el socialismo.

El Amauta se esforzó mucho por hacer valer lo mejor de las concepciones democráticas
acerca de los derechos ciudadanos y de la vitalidad de la sociedad civil. En particular destaca
el papel de la intelectualidad que con su acción viva se enfrenta a cualquier tipo de
manifestación obstrusiva de la democracia. Pablo Guadarrama, valorando la dimensión
humana del Amauta, enfatiza que

No se está en presencia de un simple periodista que es capaz de escribir sobre lo que


demanda el público lector o las indicaciones que el gerente le sugiere. Se trata de un
intelectual orgánico comprometido al máximo con un proceso de liberación que le obliga a
poner todas sus energías en su misión desalienadora-concientizadora.

El pensamiento de Mariátegui es asumido hoy por la izquierda latinoamericana por su


fertilidad, porque a tiempo supo enfrentarse al dogmatismo y a los estilos sectarios,
oportunistas y reaccionarios de aquellos que, como Haya de la Torre, abandonaban las
posiciones del verdadero marxismo, como la abandonan muchos hoy. La confianza y la fe del
Amauta en el paradigma socialista a lo latinoamericano constituyen una fuente permanente
de referencia para aquellos que tienen ante sí la tarea de llevar a vías de hecho el ideal
emancipatorio, ajustado a la contemporaneidad y a la magnitud de sus problemas actuales.

Revista Herramienta Nº 32 - Marx - Teoría política

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