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Reflexión
La vitalidad del abandono

¿ Que es el Abandono ?

Con esta palabra, se entiende en la vida espiritual en sentido activo,


como la actitud de quien deja a Dios al cuidado de la propia persona
y del propio futuro. En el abandono encontramos dos vertientes: una
pasiva, por la que uno somete su vida a la iniciativa de Dios y otra
activa, esta es explícita, consciente, de mi voluntad, que deja que
Dios determine las motivaciones de nuestro obrar y actuar. Quien se
abandona se entrega a sí mismo y renuncia a la propia voluntad y,
de hecho, eso es un acto supremo de amor.

El abandono está sugerido por la fe, por que sin fe nos es muy difícil
decir al Señor: "solo quiero tu criterio"; y está mantenido por la
esperanza, porque, claro está, si me fío del criterio de Dios en mi
vida es porque este tiene futuro. El abandono es, por otro lado, la
comprobación de nuestra limitación básica en el orden de la gracia,
es decir, colaborar con la gracia de Dios; tomo conciencia de que he
de confiarme en el Señor para que su gracia me dinamice.

La actitud de abandonarse la encontramos fácilmente en creyentes


que viven la vida de la gracia. La actitud de abandono lleva a la
transformación de nuestra voluntad en la voluntad de Dios, eso que
decimos tantas veces "que se haga tu voluntad". Esta actitud
presupone el conocimiento que el amor de Dios ha realizado
maravillas en favor del hombre, es la respuesta de Maria en el
Magníficat y, por que lo creo profundamente, quiero fiarme de este
amor. Es una actitud que, siendo de amor, supone también la
humildad, porque es el reconocimiento de nuestra limitación, de
nuestra pequeñez. De aquí que el fundamento evangélico de esta
actitud espiritual lo hemos de descubrir en el mismo Jesús, que
vivía abandonado (Jn 8,28-29).

Naturaleza del abandono.


Toda expresión de vida, toda actitud vital, siempre es compleja y, el
abandono es una actitud compleja porque conlleva varios
elementos:

1. El creyente, el discípulo de Jesús, para abandonarse a Dios, le


ha de amar más que a sí mismo, porque si le amo más que a mí
mismo, me interesa extraer de la voluntad divina las motivaciones
de mi actuar. Si Dios estuviera al mismo nivel que ya, ¿para que me
interesaría su voluntad? La estima y el amor de dios suponen un
profundo conocimiento de fe, porque se trata de confiar en dios
nuestra propia vida. A veces hay consecuencias que
inmediatamente no nos son agradables, por que hay cosas que no
entiendo. ¿Por qué me pasa esto? ¿Dónde voy? Parece que me
haya colocado en n callejón sin salida y, no obstante, le digo al
Señor: como tú quieras y de la manera que tú quieras.

2. Quien se abandona a Dios ha de acoger fielmente todos los


reflejos de la acción divina, del actuar de Dios que, aunque siempre
es una acción amorosa y justa, a veces me sorprende; me
sorprende hace cuestionarme: ¿Qué le pasa al señor?, ¿Dónde me
lleva?, ¿Qué quiere?.

3. Cuando me abandono he de superar la tendencia natural de todo


hombre al amor propio. Este amor propio esta implantado en el
corazón del hombre y dirige todas nuestras actitudes. Cuando me
abandono he de decirle al Señor: se ha acabado, he de trabajar
para que seas tú quien me guíe, no mi amor propio. Es un trabajo
constante.

4. Para abandonarnos ha de ser la voluntad divina la base de donde


extraigamos los motivos de nuestro hacer. Un componente
fundamental del abandono, es la renuncia a la propia voluntad como
el motor principal de nuestra acción. Está claro que he tener
voluntad propia, pero he de ponerla al servicio de los criterios de
Dios, no renuncio, la pongo al servicio de lo que voy discerniendo
como voluntad de Dios. Si no tuviese voluntad propia, seria un
pasota y nada más.

5. Viendo como es de complejo el abandono, puesto que esta


formado por aspectos distintos, nos damos cuenta que no es tan
fácil renunciar a que la propia voluntad sea la base de nuestro
actuar, porque esta renuncia está matizada por la propia limitación
que nos hace creer que nuestros criterios son los mejores. Estamos
marcados por el criterio de la eficacia. Si lo hago así, esto tendrá un
buen resultado; pero si acepto este criterio que parece que es
evangélico o que es el criterio de dios, vete a saber como acabará.
Siempre es eso del grano de trigo: no se ve hacia donde va. Por
tanto, hemos de trabajar para sustituir las actitudes puramente
humanas por actitudes bien iluminadas por la fe. La fe, nos llevará a
renunciar gozosamente que mis criterios sean los determinantes de
mi acción y, a partir de aquí, amorosamente, me puedo unir del todo
a Dios, de una manera abandonada, y decirle: "Mira, como a ti te
parezca".

La finalidad del abandono.

En primer lugar, el alma, aquello que es lo más profundo del


hombre, ha de abandonar en Dios cualquier iniciativa propia y, por
eso, la norma de actuación de quien se ha abandonado no es su
libre elección: quiero hacer esto, o aquello, o lo de más allá, incluso
en cosas que son buenas y compatibles con la vida de Gracia, sino
que le decimos a Dios que la única norma de nuestro actuar es él.

Carlos de F. lo dice de otra forma: "en todo momento pregúntate


qué haría Jesucristo y hazlo; y ésta ha de ser tu norma de actuación
Quien está lleno de esta actitud se abandona completamente en
Dios, aceptando a partir de aquí las consecuencias, porque es muy
fácil hablar de abandono, pero hay que aceptar el abandono y las
consecuencias de este. Por tanto, se ha de renunciar a las
seguridades afectivas y prácticas. El abandono nos pide la renuncia
a todo lo que no es Dios, Dios y su reino, a fin de que él pueda
poseernos absolutamente. Y esto tiene una consecuencia, creo que
interesante, y es que quien vive este abandono, no se ha de
preocupar ni siquiera de sus defectos.

Muchas veces hemos organizado una santidad perfeccionista,


estamos mirando este defecto o el otro con lupa. Quien se
abandona, ni eso le interesa, porque solamente le preocupa la
gloria de Dios, alabar a dios, glorificarlo, vivir para la alabanza de su
gloria. La finalidad es que el Señor nos lleve en sus brazos.

>>>sigue en el nº 209>>>
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