“Como mujer, como hija, como madre, como rehén de todos los patriarcas de todas las
culturas, la identidad me preocupa.”
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palabra justa podría esperar años hasta ser hallada. Fue una grande. Te regalo este
poema, mi preferido:
Las hormigas
Mítico universo
Filigrana móvil
Carcomiendo el borde de los tiempos
Desde otro ángulo, mi padre Raúl Mirad, que fue ginecólogo, cuando se jubiló escribió el
Manual del asador argentino que lleva ya muchas ediciones. Y luego como narradora, el
eterno recuerdo de mi abuela, mi querida abuela Enriqueta que nos contaba historias de
su pueblo natal, Pobla de Segur –Cataluña–, antes de dormir. A veces espeluznantes, otras
tiernas, pero siempre atrapantes. Y luego otra vez mi padre: Mi padre fue un gran y voraz
lector. Mi recuerdo más potente es el de su figura flaca y alta, en el sillón berger familiar,
leyendo fuera de las horas de consultorio o cirugías.
Actualmente vivís en Rosario, cambiaste el pueblo por la ciudad. ¿Te costó adaptarte?
Ya sumo 47 años en Rosario. Quitándole dos años en los que viví en Roma. De los 18 a los
20 y dos años en Barcelona, desde los 25 a los 27. Sí, sí me adapté al cambio. Si bien
convoco siempre a mi pasado en Casilda, no soy una persona nostálgica. El camino es
siempre hacia adelante y una de mis mayores características, aparte de la enorme
terquedad, es la capacidad de adaptación. Quizá sean mis genes libaneses... soy una
persona que siempre se está yendo. Física y emocionalmente. Muchas veces es difícil
encontrarme, por eso mismo. Padecimiento que llevan consigo mis afectos más cercanos.
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pensaba en espacio o pensaba en palabras. Hoy ya manejo con soltura los dos lenguajes y
los superpongo.
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La identidad. En todos su niveles. Social, familiar, individual. Es mi tema en este momento.
Más adelante, no sé. Como mujer, como hija, como madre, como rehén de todos los
patriarcas de todas las culturas, la identidad me preocupa. Sobre todo la identidad de la
mujer. Aunque en las novelas policiales, Evidencio Triputti, mi investigador privado,
padece problemas de identidad en un mundo que permanentemente lo condena como
mediocre.
Hablemos un poquito sobre La Ley Muia, esa novela que me llevó hasta vos.
¿Cómo llega a ser publicada?
La presenté en un concurso de Novelas de Baltasara Editora. Una editorial seria de Rosario
y relativamente nueva. El premio era la publicación. No ganó. Como había quedado dentro
de los seleccionados; por el tono y el tema fue considerada viable, y la novela se publicó
un tiempo después.
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Sí, claro. La novela tuvo mucha repercusión. No solo porque la autora va madurando en
cada texto, sino porque la editorial se mueve mucho y muy bien en ventas y distribución.
Un trabajo impecable.
La Ley Muia dice: La vida resuelve sola, siempre. ¿De dónde sale este enunciado?
¡Ay!, sale de los padecimientos que me trae la terquedad. Recién ahora estoy
aprendiendo que no pasa por mí la obligación de ordenar el mundo, hacerlo justo, limpio y
amoroso, en paz, armonía, excelencia. Padecí mucho e hice padecer.
La novela está dedicada al “Iacha Muia, filósofo y asador”, ¿quién es el Iacha Muia?,
¿tiene algo que ver con esa ley que lleva su nombre?
El Iacha Muia era un personaje de Casilda. Era un bohemio. El Iacha tuvo el título de
bohemio en una ciudad donde el que trabajaba menos de lo considerado correcto es
condenado por vago. El Iacha era un filósofo urbano que, de tanto en tanto, se lo
contrataba para hacer asados enormes de festejos privados o en clubes. Él no sabe de esa
ley. Es un invento mío. Era una persona muy querida. Una vez, me dijo: Mirá Lilí (así me
dicen en Casilda), vos sos muy fuerte, quizá demasiado. Yo tenía quince años. Lo entendí a
los cuarenta. La Ley Muia es mi homenaje a esta persona tan querida. Alto, morocho,
engominado. De alpargatas y camisa blanquísima. Cantor, pensador y asador.