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¿Qué historia enseñar?

Por Josep Fontana

A mediados del siglo pasado los historiadores cultivaban una historia económica y social y es
esforzaban en estudiar problemas de su tiempo y entorno para así poder transformar el presente, lo
malo de este método es que algunos lo convirtieron en un recetario mecánico que daba respuestas a
partir de una teoría previamente memorizada que no servía solamente para explicar el pasado sin ir
a los archivos sino era también una suerte de conjuro sobre la realidad presente y transformar el
mundo. Pero el mundo se resistió a dejarse transformar y los análisis del pasado escritos acabaron
en una retórica vacía. Esto condujo a una especie de escepticismo por lo que se refiere a esto de
cambiar sustancialmente al mundo y a un retiro del compromiso cívico de los historiadores a la
tranquilidad de la vida académica, dejaron de interesarse por los problemas de la sociedad para
dedicarse a problemas que sólo interesaban a los iniciados.

Para Fontana el horizonte del historiador está limitado, vive en medio de una multitud de escuelas,
que a veces no pasan de sectas, que pretende explicarlo todo y resolverlo todo por ejemplo: historia
de las mentalidades, microhistoria, etc.

Todas estas corrientes/tendencias tienen una característica común: una atención casi exclusiva a los
aspectos culturales, desdeñando los datos de la economía y de la sociedad. Para Fontana ninguna
escuela ha de ser menospreciada, cada una tiene su parte de verdad, cada una posee una herramienta
que resulta útil. Es la naturaleza del problema que pretendemos estudiar la que determine los
métodos que elegimos para hacerlo, tomando herramientas de diferentes emplazamientos. Es el
problema el que dicta el método: no el método el problema.

También, los historiadores para Fontana se han alejado de los problemas que importan al ciudadano
corriente, que debería ser el destinatario final del trabajo de un historiador, para recluirse en un
mundo encerrado y dedicado a escribir para la tribu de iniciado, los profesionales.

Lo que pasa dice Fontana, es que los que viven en este mundo exterior, en eso que llamamos la calle
necesitan también de la historia, en la medida en que la historia cumple para todo grupo una de las
funciones que la memoria personal tiene para cada individuo, que es la de proporcionarle un sentido
de identidad, y dado que no son los profesionales los que le proporcionan el tipo de historia que
necesitan, la reciben de los políticos y medios de comunicación. Esto último forma parte de lo que
se llama el uso público de la historia, todo aquello que no entra en la historia profesional pero
constituye la memoria pública, todo lo que crea el discurso histórico difuso, la visión de la historia
que es propia de todos los ciudadanos, un terreno que es gestionado verdaderamente por políticos y
medios de comunicación de masas.

Este uso público de la historia comienza con la educación, de la que recibimos una visión histórica
codificada, producto final de una colonización intelectual desde el lugar de poder, que es quién ha
decidido cuál es nuestro pasado, para asegurarse con eso que compartimos su definición de la
identidad del grupo del que formamos parte. Esta historia “pública” cumple una función muy
importante: influir en la decisión de la gente e incluso en su disposición para tomar las armas para
defender unos valores inculcados por la educación o hasta para matar a los que han sido designados
enemigos de esos valores. La historia que los gobiernos querían imponer cumplía la doble función
de legitimar cada estado-nación y asentar la aceptación del orden social establecido.
Hemos recibido un tipo de historia que se desarrolla linealmente, del pasado al presente y que tiene
como protagonista básico al Estado, la dirección se sitúa en lo que sirve para consolidar al estado
unitario en su forma actual. Es una historia que tiene como único motor la formación del estado,
pero que olvida escuchar las voces de los hombres y mujeres que nos podían haber hablado de otras
dimensiones de sus vidas. Esta historia lineal y estatista nos ha impedido ver la importancia de los
pueblos y grupos subalternos: clases populares el papel de la mujer, los pueblos no europeos, etc. El
mayor de los desafíos de los historiadores de comienzos del siglo XXI es superar el viejo esquema
tradicional que tenía como protagonistas a los grupos dominantes (políticos, económicos y
culturales), y los personajes ilustres. Hay diversos fenómenos históricos que escapan del hilo lineal
de la construcción del estado

Luego Fontana se plantea la necesidad de la historia en los hombres y mujeres de hoy. En primer
lugar, las colectividades humanas necesitan contar con una memoria, que es un complejo sistema de
relaciones que tiene un papel esencial en la formación de la consciencia. La consciencia se vale de
la memoria para evaluar las situaciones nuevas a que debe hacer frente mediante la construcción de
“un presente recordado” que es la capacidad de poner en juego todo un conjunto de experiencias
previas para incorporar los nuevos elementos que se nos presentan. Los historiadores al trabajar con
la memoria colectiva, se dedican a construir “presentes recordados” que puedan contribuir a que la
consciencia colectiva responda a los nuevos problemas que se le presentan. A veces el discurso
político tiende a formar esas consciencias colectivas para que las colectividades humanas funcionen
de una manera. El historiador no solo debe denunciar los abusos de este discurso público sino
también participar activamente en la formación de la memoria pública para cambiar las cosas, para
ello cuenta con una poderosísima herramienta: la enseñanza, su importancia reside en la posibilidad
de enseñarles a pensar, dudad, y que no acepten los hechos de la historia oficial como datos a
memorizar, sino como opiniones y juicios que se pueden analizar. En palabras de Marc Bloch:
introducir un pellizco de consciencia en la mentalidad del estudiante.

Para Fontana los grandes problemas de nuestro tiempo que deberían de servir como inspiración para
nuestro trabajo refiere en primer lugar a buscar las causas de los grandes fracasos del siglo XX: de
la barbarie que lo ha caracterizado, con el fin de que se pueda evitar en el futuro y estudiar los
mecanismos que han dado lugar a un mayor aumento de la desigualdad social donde han aumentado
dramáticamente las distancias entre países ricos y pobres. Frente a esto el historiador debe
explicarlos para ayudar a formar la consciencia colectiva, debe investigar con las herramientas de su
oficio los grandes problemas de su tiempo para ayudar a entenderlos y nos apliquemos todos a
resolverlos. En un tiempo como este el deber del historiador es implicarse en el mundo en el que
vive. Ha de ser una historia que concentre todas las voces de la sociedad en una estructura coral, nos
ha de servir para crear una consciencia crítica del pasado a fin de que entendemos mejor el presente,
una historia que no tiene modelos acabados, no hay manuales, ni libros de texto, ha de ser una
historia que cumpla con la exigencia de convertirse en la voz que clama en la plaza pública como
decía Bloch y que nos ayude a reencontrar la dimensión de la utopía: la esperanza de que todo es
aún posible.

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