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Letras Hispanas

Volume 8.1, Spring 2012


Title: Explicar el poema: algunas notas sobre Días del bosque de Vicente Valero
Author: Jorge Fernández Gonzalo
Affiliation: Universidad Complutense de Madrid
Abstract: This article discusses some notable aspects of Vicente Valero’s book of poems Días
del bosque through its structure and poetic devices. It aims to investigate the author’s poetic
theory and his interpretation of the lyrical phenomenon. To this end, we use the thought of
French philosopher Gilles Deleuze and the concepts of «rhizome». Throughout our study,
we examined the “mirror structure” of the poems and the mechanisms used by the author
to show that duality in order to reveal the poetic of the Spanish poet.
Keywords: Duplicity, poetic structure, poetic language, metapoetry, rhizome
Resumen: Este artículo analiza algunos aspectos destacados del poemario Días del bosque, de
Vicente Valero, a través de su estructura y recursos poéticos. Se pretende indagar en la teo-
ría poética del autor y en su interpretación del fenómeno lírico. Para dicho acercamiento
nos servimos del pensamiento del filósofo francés Gilles Deleuze y del concepto de rizoma.
A lo largo de nuestro estudio examinamos la “estructura en espejo” del poemario y los me-
canismos que utiliza el autor para mostrar esa dualidad con el fin de desvelar la poética del
poeta español.
Palabras clave: Duplicidad, estructura poética, lenguaje poético, metapoesía, rizoma
Date Received: 09/28/2011
Date Published: 05/03/2012
Biography: Doctor por la Universidad Complutense de Madrid con una tesis sobre la poesía
de Claudio Rodríguez. Es autor, además, de varios poemarios publicados en editoriales de
prestigio como la editorial Hiperión o la colección Adonáis. En ensayo ha publicado el libro
La muerte de Acteón. Hacia una arqueología del cuerpo, en la editorial Eutelequia (2011) y
ese mismo año resultó finalista del premio Anagrama de ensayo por su libro Filosofía zombi
(2011).

ISSN: 1548-5633
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Explicar el poema: algunas notas sobre Días


del bosque de Vicente Valero
Jorge Fernández Gonzalo, Universidad Complutense de Madrid

Ni variación, ni comentario: armazones originalidad, o cuanto menos de estimable


rizomáticos, árboles imposibles, diferencias infrecuencia en los textos poéticos, pero que
insondables. Así podría definirse la estruc- guardan en conjunto el aliento lírico necesario
tura del libro Días del bosque, publicado por para llegar a nosotros con incuestionable inten-
Vicente Valero en 2008, tal y como pretende- sidad emotiva. A este redoblamiento estructu-
mos describir en estas páginas. ral hay que añadir un último texto, el más ex-
La palabra poética de Valero (Ibiza, tenso de todos y con una disposición métrica
1963) se fortifica en las presencias reales: las ceñida a los metros impares tradicionales que
raíces, el ciervo, el moho, el zorzal o el mirlo, aglutina en cierta manera la experiencia de dis-
los ríos y páramos, el bosque y sus recovecos, persión y redoble espejeante que habían ofreci-
etc., todo ello para conectar con tales reali- do las composiciones anteriores. Así,
dades exteriores una emoción que es toda
lenguaje, que pretende comunicar a través de cada poética de cuantas convoca la
los pasos (de las huellas, dirá literalmente el experiencia del caminante en el bos-
texto) su experiencia interior con las texturas que se presenta de esta manera cali-
doscópica que, muy lejos de explicar-
del paisaje que rodean al poeta. Así, bajo el
la, multiplica sus matices, genera en la
signo del viaje se nos muestra este poemario, lectura una suerte de salmo contem-
el sexto que publica su joven autor, como un poráneo, en el que la repetición que lo
viaje por la realidad y por las palabras. Viaje vertebra no es formal sino conceptual.
no iniciático, pues, por lo que respecta a su Y tampoco es repetición fonética, sino
trayectoria artística, pero sí de una enorme intensificación semántica. (Cilleruelo,
complejidad en la medida en que tiende un no pág.)
puente entre la poesía mística y la reflexión
metapoética de la literatura postmoderna. Tres secciones, por tanto, que a modo de
Tanto García Jambrina como Cilleruelo, expresión no dialéctica componen todo un
han señalado la similitud de la obra Días del campo de fuerzas, de relaciones y de pro-
bosque con la poesía de San Juan de la Cruz, ductivas redundancias, que comprometen al
aunque por un rasgo poco frecuente dentro lector en “un proceso de deconstrucción y re-
de la literatura de nuestros días: Valero y San construcción” (García Jambrina 20) a través
Juan se sirven ambos del recurso del comen- del cual el lector es dueño y presa de esa liber-
tario a la hora de hacer llegar a sus lectores tad interpretativa que determina la lectura del
sus composiciones poéticas. libro (Sáenz de Zaitegui).
Valero escribe poemas y comenta sus La estructura es entonces la de un poema-
propias obras en el cuerpo del texto, muy a fuente (la sección titulada POEMAS) que co-
la manera de las acotaciones del místico, si necta con un poema-comentario (DECLARA-
bien lo hará con profundas divergencias con CIONES), como podemos observar en la tercera
respecto al autor de Cántico espiritual. El co- de estas composiciones, construida sobre la idea
mentario del poema es aquí otro poema, a de que el aviador no guarda verdadera similitud
menudo prosificado, que se sirve de ciertos con el pájaro, en donde queda reflejado per-
mecanismos narrativos o ensayísticos de gran fectamente ese movimiento no dialéctico que
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mueve la estructura: el comentario, el poema El mirlo las convoca y las pronuncia con su
redoblado, no alcanza a establecer los már- negra lengua del amanecer. Creo en
genes del poema-fuente, no lo limita en sus vosotras todavía.
múltiples senderos interpretativos, y sin em- Creo en el aire amarillo de este invierno y en
las hojas sin luz que ahora resbalan, desnu-
bargo supone una suerte de reconstrucción,
das, se deslizan, como palabras últimas del
de respuesta que intenta escribir la causa, las mundo:
razones por las que el aviador no podría ja- mensajeras oscuras de una más honda y per-
más alcanzar a ser como el pájaro: fecta claridad. (POEMAS, I)

El pájaro también conoce el bosque


El poema que sirve de reflejo, de dupli-
desde arriba, pero su vuelo, cómo no,
sabe adentrarse transparente en la os- cidad, explica justamente esa potencia de la
curidad viva, en el corazón silencioso higuera, también del poema, para redoblar su
de las sombras. Bebe luego la luz de crecimiento en una estructura simétrica entre
las hojas mojadas y da de comer a sus las ramas y las raíces, es decir, entre el poema
crías en el cálido musgo o en las más y su correspondiente comentario, como si sub-
altas ramas, él mismo se alimenta de terráneamente al poema existiera un poso aún
raíces podridas, de pan blando del intratado, un material por desbrozar, que Va-
subsuelo, y sólo entonces comprende lero recuperara y desarrollara para ofrecernos
el significado de volar, de venir desde
una lectura privilegiada de su teorías poética:
allá arriba.
Por tanto el aviador no es como el pá-
jaro (DECLARACIONES, III) Digámoslo muy claro: una higuera
en un bosque es siempre una higue-
ra abandonada, un árbol que ha sido
El desarrollo del discurso de esta segun- dado por perdido. Tratemos entonces
da pieza no alcanza a establecer una causali- de imaginar su desamparo, pero más
dad lógica o una explicación objetiva con res- aún el sufrimiento de sus raíces. Éstas,
pecto a la primera, sino que se muestra como asediadas por árboles más poderosos,
una nueva composición de mayores asimien- lentamente se deslizan, huyen hacia
tos referenciales y mecanismos descriptivos, espacios todavía vacíos, en donde tam-
pero siempre bajo la complejidad rítmica del bién serán asediadas.
poema (se trata de una prosa de gran intensi- Se dice que las ramas de la higuera
crecen y se desarrollan siempre en la
dad musical) y mediante recursos prototípi-
misma dirección que sus raíces. No
cos de la palabra poética: metáforas e imáge- carecemos por tanto de un mapa para
nes, hipálajes y sinestesias, elipsis, símbolos e orientarnos en el mundo invisible de
inconexiones lógicas. este árbol.
Símbolos como el que abre el poemario: Observemos así cómo algunas de sus
una higuera. La higuera, árbol de no excesivas ramas mueren, pero también cómo
connotaciones simbólicas (no en la literatura, otras, en el lado opuesto, brotan con
aunque sí en diversas religiones o en creen- fuerza y se extienden felices hacia más
cias populares) se ofrece aquí como figura vida. Este desequilibrio interior y exte-
rior, sin embargo, surgido de la necesi-
explicativa de la estructura en resonancia del
dad inmediata, como consecuencia de
poemario. El diseño de sus ramas y raíces se su fuga desesperada, daña al árbol. Lo
corresponde con el libro y sus hojas se nos cierto es que, durante sus permanen-
muestran como palabras tal y como se indica tes combates subterráneos, la higuera
en la composición que abre el poemario Días aprende a ser mortal y sombra fugitiva.
del bosque: Por esta razón puede decirse que una
higuera en el bosque es, sobre todo,
Como palabras son las hojas de esta higuera. una higuera sin esperanza, un árbol
Como palabras dichas en voz baja. imposible […] (DECLARACIONES, I)
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La imagen de la higuera, por tanto, será través de una falta de lenguaje (la perplejidad,
fundamental para la concepción poética del el no-decir, no hablar) y, al mismo tiempo,
autor por lo que respecta a esta obra. El poe- un intento por dar carta de ciudadanía a ese
ma tiene una estructura doble, una duplici- no-lenguaje del asombro, a la intuición, a lo
dad que exige ya no el comentario, ni siquie- misterioso, al cuerpo, a las sensaciones, etc.
ra estas páginas que ahora se escriben, sino Todo aquello que carece de verbo acaba por
la propia poesía como duplicidad, el mismo comunicar en su secreta palabra un miste-
fondo de misterio, el mismo rigor estético, rio no reducible al signo, una verdad que no
musical incluso, para que la explicación se convoca poder alguno, certeza impostada,
torne parte del fenómeno lírico, para agregar sino que se hace cierta en su imposibilidad,
definitivamente el comentario al manantial en su cuestionamiento, en su movimiento
de lo poético como su trasfondo invisible. circular de duda de sí misma. Se trata, hasta
Una raíz que se desliza lentamente entre otros cierto punto, de hacer visible lo invisible, de
discursos más poderosos, discursos de poder dar nombre a lo que permanecía sin discurso,
parece indicar el poeta, capaz de entregarnos de recorrer un camino en donde aún crecía
una visión renovada del fenómeno lírico y de demasiada hierba:
alzarse en ese espacio vacío de la indecibili-
dad que salvaguarda la poesía. el cuerpo flexible, simbólico, hiper-
Pero ésta es tan sólo una de las conse- sensible de la palabra poética nos
cuencias que la estructura espejeante que el li- permite descubrir territorios nuevos,
convierte en visibles aspectos que
bro pone de manifiesto. La otra consecuencia
permanecían invisibles, de tal modo
es totalmente opuesta: si el poema requiere de que podemos llegar a afirmar que las
otro poema para su explicación, es decir, si el palabras del poema consiguen decir
comentario como poder, como violencia ex- aquello que no existiría si las palabras
terior, se queda fuera del hecho lírico se des- del poema no lo hubieran nombrado.
aloja en todas sus formas. El poema original Esta es la otra realidad que tan nece-
en sí va a presentarse como lo misterioso en saria se nos ha vuelto para compren-
tanto que tal, como un enigma sin resolución der la realidad misma. (“Prosa”, 28)
abriéndose en espirales infinitas como fondo
sin superficie en donde la experiencia de la La poesía, decimos, es imposible. Y este
poesía se vuelve al mismo tiempo irreduci- doble juego de espejos que nos ofrece Valero
ble, intolerable e impracticable. No podemos sólo nos remite a una imposibilidad manifies-
decir el poema; para ello, otro poema se alza ta. El árbol completo de su poesía constituye
sobre ese hueco de imposibilidad, se redupli- un árbol imposible, el de la entera unidad en-
ca en un juego que podríamos perfectamente tre el poema y su comentario, entre el poe-
alejar hasta el infinito, circunscribir al infi- ma y los poemas que genera, porque no hay
nito de la escritura pero sin abrir la palabra unidad, ni centro del discurso, ni modelo ni
poética a otro juego de poder, a la dura ley copias, sino sólo ramas, raíces, rizomas, por
del comentario, de la razón y de sus procesos usar la terminología de Deleuze y Guattari,
argumentativos. El poema se preserva, enton- en crecimiento y sin una estructura jerár-
ces, como intolerable, como lo imposible. quica, sin privilegios entre el original y sus
infinitas ramificaciones, sin poder. Días del
bosque ofrece una estructura rizomática, no
El árbol imposible dialéctica, que guía nuestra lectura a través de
La poesía es para Valero el idioma de infinitos recovecos. El árbol de su diseño ya
nuestra perplejidad (“Prosa”, 24). Hay, en esta no dibuja un centro o tronco que, a manera
tímida aserción, todo un complejo mecanis- de eje de la experiencia poética, se ramificase
mo teórico para explicar el lenguaje poético a en numerosos comentarios que partieran de
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este origen común para entregarnos toda su Así vamos ocupando el mundo con
estructura perfectamente acabada, sino que nuestras palabras o permitimos que el
bajo el suelo, en las raíces del árbol, la poe- mundo penetre en nosotros, como la
sía continúa. El comentario se hace poético, humedad de la noche, con su dolor y
su belleza. Seres sin convicciones, los
la savia de la emoción lírica alcanza a regar
poetas ofrecen su cuerpo permeable
hasta el último recodo. La rama se confunde al río de la vida y de la muerte, aman
con el tronco, con la raíz: todo es poético en la profundidad de este río, su sonoro
este juego de duplicidades, todo cae bajo el curso interminable. Aprenden de su
misterio, en la convicción de la incerteza, la misterio más que de las pocas certe-
duda, pero también bajo un sentimiento esté- zas dúctiles y navegables. La poesía
tico que alcanza todas las formas de escritura. puede ser entonces una conversación
Leer poesía es poesía, viene a decirnos el di- emocionada con este misterio (Vale-
seño del poemario. Así, ro, “Prosa” 29).

la criatura Días del bosque nace in- Si nuestra lectura, decimos, es poema,
completa, se repite y contradice, nos si el comentario es poético y la convivencia
fascina con su premeditada disper- con la naturaleza nos permite participar de
sión. Múltiples fracturas dinamitan su esa sublevación lírica, igualmente y como
esqueleto: mil veces en un solo libro consecuencia de esto el mundo se hará texto,
escribe el poeta las mismas higueras, se contaminará de signos, se alzará como es-
las mismas ramas, idénticos caminos. critura: así, las hojas son palabras, como dirá
Y, para entender estas ruinas circula-
el autor en el primero de los poemas, y marzo
res, los lectores debemos escribirlas
de nuevo. (Sáenz de Zaitegui, no pág.) compone un entramado de signos, una nueva
escritura que los animales aguardan:
Por tanto, en ese hueco que se abre entre los Ah, los animales solitarios: cómo es-
poemas y sus declaraciones, en ese espacio peran la página de marzo, la escritura
que ha quedado por el mismo efecto de bi- que los haga salir hacia la luz. Sólo en-
sagra que describe la obra, nuestra lectura tonces las redes invisibles del bosque
crece como un lenguaje, por dehiscencia, en se abrirán para ellos. Será la tinta de la
el interior de las palabras, en la distancia que primavera la que guiará sus pasos otra
las separa (todo es ahora lenguaje) como si la vez, la que les mostrará el camino de
lectura—una rama más en ese árbol imposi- siempre. (Días del bosque, 40)
ble—se viera bañada por la misma savia y se
volviera asimismo poética, aliento lírico. Ex- Y sin embargo, por esa misma distan-
plicar el poema es poema, vivir el poema es cia que impide que el poema gemelo llegue a
poema, penetrar en su misterio no es invo- conocer el poema-fuente, llegue a explicarlo o
carlo, sino haber estado siempre allí. a esclarecerlo, la naturaleza parece reconocer-
El mismo autor describe este movi- se en una falta de entendimiento, en esa im-
miento de asimilación entre la escritura del posibilidad que es la certeza más reveladora:
poema y la materialidad de las cosas como un “conocimiento de sí mismo no tienen los ár-
fenómeno o impulso de su propia experiencia boles” (41), podemos leer en uno de los poe-
poética: mas. O esa descripción del zorzal que busca,
sin por qué, sin razón alguna, sin necesidad,
La poesía no especula, nos conduce
la luz del limonero (39). O aquél otro lenguaje
hasta las cosas para celebrarlas o para del río, “un río oscuro, lleno de palabras […].
convertirlas en nuevas partes de nues- De este antiguo idioma qué sabemos, por qué
tra conciencia, de nuestro cuerpo, en no lo aprendimos” (44). La vida parece acon-
una extensión de nosotros mismos. tecer en esa falta de relación (lingüística), en
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ese movimiento sin origen y sin finalidad que como texto ya enteramente deconstruido que
establece entre los seres una diferencia, el es- muestra sus fallas, las fisuras de su diseño,
pacio para una escritura, que es ya la escritu- la relación inestable entre sus componentes:
ra de la diferencia, la imposibilidad de unión letras que no forman una lógica, que no re-
entre las cosas, su inalcanzable separación, miten a causalidad alguna. La poesía de Va-
espacio neutro que en cierto modo permite lero parece ver en este universo del bosque,
la neutralidad del poema, la posibilidad de la en esta realidad que describe, un lenguaje
palabra poética como instancia del no-poder, para la falta de lenguaje, un texto roto que es,
como la no-relación que propone y separa a justamente, el conocimiento que hace aguas,
los seres en un paisaje sin unión ni distancia que se vence a sí mismo, que nos descubre la
entre sus componentes, tan sólo una diferen- imposibilidad de conocer el paisaje una vez
cia de la diferencia, una escritura blanca que que queda escrito como texto poético. Y sin
escribe el paisaje, que lo comunica desde la embargo, si el mundo es poema, igualmente,
imposibilidad. Nada tiene que ver, como la palabra se hará cuerpo: “las palabras actúan
apunta acertadamente Ortega, con una suerte entonces como un sentido más de nuestro
de correspondencia baudelairiana. No se trata cuerpo, se vuelven hipersensibles” (23).
de símbolos, de conexiones simbólicas, sino El autor ha declarado en una conferen-
de una escritura diáfana que en su máximo cia la posibilidad de que accedamos a la poe-
rigor de transparencia acabaría por destruirse sía como un fenómeno físico (21). Es ésta jus-
a sí misma. Un bosque escrito que rompe con tamente la ruptura del libro a la que hacemos
el libro, un río de palabras que se desentiende alusión: la obra ya no permanece sepultada
de la escritura. en su espacio ontológico, en su no-lugar, sino
que se abre a una fractura, se instala en lo real
Mecánica poética para que la escritura sean aquellos pájaros, su
Porque en cierto modo lo que está en jue- música, el ritmo de un paisaje, la literatura de
go es el conocimiento poético, la poesía como cada recoveco que ofrece la naturaleza. Escri-
forma de conocimiento que es ya una falta de bir, entonces, para dejar de escribir. El libro
conocimiento, una experiencia de no-relación, rompe sus propias páginas, deja atrás todo
un espacio neutro que nos impide acceder al conocimiento para hacer de la percepción
acontecimiento como experiencia de sentido, su clave, el motor o impulso para un acer-
como tramo de lenguaje: “la poesía no es un camiento a lo real que prescinda de todo su
saber, como pueda serlo la filosofía, ni tam- equipaje semiótico:
poco un poder, como pudieran serlo las artes
mágicas o religiosas” (Valero, “Prosa”, 24). Las el conocimiento que este estado nos
palabras del poema parecen colarse entre los proporciona [estado de privilegio de la
intersticios: el árbol no puede conocerse a sí percepción] tiene que ver sobre todo
mismo porque el lenguaje que lo separa de sí con los sentidos que al mismo tiempo
lo han propiciado. Diría más: la poesía
mismo, un lenguaje poético, no alcanza a ci-
habla solamente de esto, es decir, de
frar conocimiento alguno, sino que sólo marca lo que han logrado alcanzar nuestros
esa distancia insalvable de la mismidad (las sentidos en su máxima extensión. Esta
cosas no son iguales a sí mismas), sólo traza la es la razón por la que sentimos tam-
imposibilidad de que el mundo sea una escri- bién que un poema es la culminación
tura de poder, un libro cerrado, la unidad de de un acercamiento (23).
forma y de sentido. Muerto Dios desde la filo-
sofía nietzscheana, Dios-Unidad, Dios-Límite, La poesía no supondrá para el autor más
el pensamiento postmoderno nos deja un li- que una huella, una huella que, en mitad del
bro incompatible consigo mismo, un mundo camino, nos pertenece y no nos pertenece,
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alía nuestra presencia con el camino, como existencia fundada en la receptividad para
dirá una de las composiciones del propio traducir en ejemplos vitales los ciclos y me-
Valero: canismos del medio ambiente” (Ortega, no
pág.). Asistimos, pues, a un rozamiento entre
Para el caminante sus huellas son un los componentes que se ponen en juego más
miembro más de su cuerpo: sienten y allá de toda representación hasta acceder a
envejecen con él, necesitan cuidados ese poso invisible bajo el lenguaje, repuntan-
amorosos. Pero también el bosque do en un gesto, en el tacto, en la música, un
las reclama como suyas. Por eso yo le
no-lenguaje que perfora el discurso para ma-
pido al ojo del bosque que vigile mis
huellas, que no las abandone. (DE-
terializarse al amparo de las fisuras que teje la
CLARACIONES, XIII). palabra poética:

Mis manos también tienen su visión


El cuerpo, por tanto, recupera su lugar dentro
propia del bosque, han aprendido
del lenguaje, elabora sus propias escrituras a abrir las páginas ocultas, a leer en
(las huellas) que no son enteramente trazos, ellas los textos invisibles. Palpan la os-
sino trazos para la falta de trazos, excrituras curidad y la temperatura, el miedo y
que realizan ese movimiento crítico de la la esperanza.
escritura cuando sale de sus márgenes y se […]
enfrenta al azar, a la página en blanco de la Mis manos hablan entonces otro idio-
naturaleza, a los ríos y bosques del paisaje. ma: el que aprendieron palpando la
Por encima, por tanto, de esta dimensión de textura del bosque, su misterio tangi-
la palabra como abstracción de sentido, como ble. (DECLARACIONES, XX)
experiencia de negación, de separación, la pa-
labra poética reinvierte los códigos para hac- Es, por tanto, esta misma condición fí-
er de la palabra la falta de la falta, el vacío para sica de la poesía la que obliga al poeta a soli-
un vacío, una ruptura con la ausencia a la que citar al agua que le haga invisible, como a ella:
se ve comprometida todo libro para que, en “Agua del bosque, vierte tu transparencia so-
ese desgarro, por esa separación de lo que nos bre mi corazón. Dame tu claridad. // Hazme
separa de las cosas (el lenguaje cotidiano), se invisible”; (POEMAS, XXII), para comunicar
rompan todas las gasas, todas las interrupcio- desde la ausencia de cuerpo con la realidad
nes, y el cuerpo halle un lenguaje en el tacto, de lo incorpóreo del mismo modo que antes
en la experiencia del tocar, del sentir, del ser: había hecho que las presencias inmateriales
(el hálito del escarabajo, la edad del tronco,
la poesía afecta de un modo peculiar a la luz pobre del musgo) se tornaran palpables
todos los sentidos. Podríamos hablar, para su palabra. Sutil paradoja, movimiento
sí, de una hipersensibilidad […] que aparentemente contradictorio, el que parece
favorece o propicia sobre todo el co- mostrarnos esta oscilación entre lo invisible
nocimiento de los propios sentidos. y lo visible que apunta en último término a
De tal manera que el poeta es aquel una conexión, sea cual fuere el plano en que
que se ocupa de las posibilidades de ésta se produzca, entre el poeta y el paisaje,
su vista o de su oído, pero también
entre la voz y el bosque, conexión que sólo es
de su olfato, de su tacto o de su gus-
to, siempre en su máxima extensión, posible en la escritura y fuera de ella, es decir,
sumergiéndose plenamente en la rea- en la palabra poética.
lidad. (“Prosa”, 22) Asistimos, por tanto, a la posibilidad
de romper con el relato. Un ejemplo claro de
La palabra deshecha la fuerza de los signifi- ello es el poema VI, en donde se pregunta el
cados y las abstracciones para imponer una autor si, como ya señalábamos, el árbol, en
mecánica; el autor “urde una lógica de la el último instante de su muerte podrá soñar
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justamente que ha sido un árbol de modo que Palabras que hemos visto sumergirse, a so-
accediera a una suerte de revelación (que no las, muchas noches, en las oscuras aguas de
es, por tanto, una forma de conocimiento, este río.
sino una aparición de lo inconsciente, un Ello Cierto ciervo que vi bebía entonces, lavaba
sus heridas invisibles.
que no responde a subjetividad alguna: el ár-
Un nuevo idioma renacía a oscuras, tem-
bol nunca es un yo, un sujeto que aprehende blaba como animal nocturno, ardía hasta el
un objeto) por la cual vislumbrara la realidad amanecer.
toda de su existencia. El poema que sirve de (POEMAS, IX)
correlato explicará la anécdota (real o no): el
poeta, un día en el bosque, pregunta a Eric
el leñador si en ese último instante antes de
Conclusiones
cortar el árbol éste tendrá algún tipo de cons- Nos encontramos, por tanto, ante una
ciencia de su propia realidad aunque sea tan doble paradoja; ni saber ni no saber, ni cor-
sólo bajo la amenaza inminente de la muerte. poralidad ni incorporalidad, o quizá el entre,
Eric se hecha a reír para después confesar al el intersticio, como sucede con la escritura
poeta que una vez llegó a percibir una leve poética, huella para la ausencia de huella. El
agitación en las ramas de un pino antes de poeta lo ha dicho con palabras precisas: “sen-
asestar el golpe fatal. timos con emoción todo lo que no sabemos,
Lo importante de este relato no es en nos aproximamos a tientas a lo que no tiene
todo caso lo relatado, sino la posibilidad del forma” (“Prosa”, 29). Hay, en su poesía, un
relato, el relato en sí, como si el poema re- intento de aproximación a ese no-saber que
concentrara en sus dimensiones toda la fuer- sólo nos provoca la experiencia radical que
za impresiva de la palabra y no pudiera sino pone de manifiesto la poesía. Es mediante esa
expulsar de sí las reglas de la coherencia, el falta de saber que caminamos a tientas por lo
juego de encadenamientos que configura el informe, por lo invisible, en una relación con
discurso, que justamente irá a parar al poe- la contemplación que ya no es la de la mera
ma-comentario en donde el material narra- percepción de cosas, la de una vigilancia
tivo se trabajará desde nuevos presupuestos constante de lo que cae bajo el perfil de la luz
(elipsis, cierta incoherencia expositiva, etc.) sino una contemplación hecha visión aluci-
hasta hacerlo plenamente funcional dentro nada, radiación sutil y centelleante de lo que
de las coordenadas y exigencias de la lírica. escapa a lo material, de lo que puede ser pen-
Lo que no vale en un punto sirve en otro, sado en esa divergencia radical con respecto
dándonos la impresión, en último término, a los objetos materiales y a las limitaciones fí-
de que el encadenamiento entre ambas sec- sicas, hasta tocar, literalmente, lo incorpóreo,
ciones, de que el intento de explicar el poema hacerse transparente como el agua y acceder
no se logra, si bien el resultado es la imposi- al resto sagrado de las cosas, como nos pro-
bilidad de conocimiento como certeza, el len- pone la experiencia poética de Valero.
guaje de la incomprensión como recompensa La naturaleza se contamina entonces de
en la indagación lírica del autor. textualidad, pero ya no es la textualidad del re-
El propio Valero hablará en su libro, fi- lato. Es decir, la naturaleza no representa aho-
nalmente, de un lenguaje oscuro, lenguaje de la ra un texto armado y coherente como ocurre
noche que no necesita ya ceñirse a las aparien- en los textos de poder (científicos, filosóficos,
cias, a las trampas de la luz y de la visibilidad, críticos) sino que es un texto deconstruido en
un nuevo idioma que al mismo tiempo que se donde las piezas están mal ensambladas (el
escribe hace del mundo una escritura que no árbol no alcanza a pensarse como árbol) o
podemos dominar, comprender, reducir como separadas infinitamente entre sí. No hay una
un animal nocturno del cuál apenas alcanza- correspondencia baudelairiana, sino una fal-
mos a distinguir sus formas en la noche: ta de correspondencia, una imposibilidad de
Jorge Fernández Gonzalo 83

la naturaleza de saberse a sí misma que es ya raíz subterránea de la higuera que parece


una certeza que nos sobrecoge y nos alumbra reproducirse sin total semejanza (sólo es un
en su luz mortecina. mapa, apunta el poeta) en las ramas del árbol
Y todo ello porque, al explicarse el poe- imposible de la palabra poética.
ma, al urdir toda una trama caleidoscópica
de referencias y acotaciones el poeta des-
cubre que no puede explicarse, que el mo-
Obras citadas
vimiento de la palabra poética es el de una Cilleruelo, José Ángel. “Días del bosque.” El Ciervo
686 (mayo 2008). Red. 12 abril 2010.
no-relación, una ausencia de conocimien-
Deleuze, Gilles y Félix Guattari. “Rizoma: Intro-
to, una falta de correspondencia que hace ducción.” Fen-om. (marzo 1977). Red. 24 en-
de la escritura un encadenamiento infinito, ero 2010.
un juego de reduplicaciones implacable, un García Jambrina, Luis M. “Un secreto diáfano.”
juego insensato, como habría dicho Mallar- ABC de las Artes y las Letras 5-4 (2008): 20.
mé. El texto de la naturaleza, por tanto, es Red. 20 abril 2010.
un texto poético, como lo es todo ejercicio Ortega, Jorge. “Sabiduría de lo verde.” Quimera
de deconstrucción, que no responde ya a las 299 (octubre 2008). Red. 3 junio 2012.
premisas de los discursos de poder, a su lógi- Sáenz de Zaitegui, Ainhoa. 2008. “Días del
bosque.” El Mundo: Suplemento el Cultural
ca, a sus categorías, sino que muestra, al fin,
(2008). Red. 13 marzo 2010.
su maquinaria interna, dando paso a otra Valero, Vicente. Días del bosque. Madrid: Visor,
serie de lenguajes (no-lenguajes) como son 2008. Impreso.
la emoción, el tacto, los sentidos, una forma —. “Prosa para evocar la ráfaga.” Poética y poesía.
extrema de visibilidad que ve en las cosas lo Ed. Antonio Gallego. Madrid: Fundación
invisible a lo que no teníamos acceso, esa Juan March. (2009): 18-42. Red. 10 abril 2010.

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