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Amantes suicidas 1

Amantes suicidas: el tópico del suicidio por amor en el teatro español del Renacimiento

María Luisa Castro Rodríguez


Universidad Nacional Autónoma de México

Tan asperas de sofrir


son mis angustias y tales,
que de mis esquiuos males
es el remedio morir.

Fatigan mi triste vida


y hazen crescer mis daños
cuytas, afán sin medida,
sospiros, lloros estraños,
soledad, graue gemir,
dolores, ansias mortales,
que de mis esquiuos males
es el remedio morir.

(Canción vieja que cierra la Farsa a manera de tragedia)

Y, sin embargo, no todos los amantes mueren; algunos prefieren vivir la pena o enfermedad de

amor, como tributo a su amada que el descanso que podría ofrecerles la muerte.

Fabor no os pido, ni buena obra:

morir y penar por vos me sobra,

pues de la muerte me viene gloria.

¿Qué lleva, entonces, al enfermo de amor al suicidio? Justamente ese gran pecado que

condena la Iglesia católica: la desesperanza1. No es hasta que el amante pierde toda esperanza de

alcanzar a la amada, ya sea porque ésta ha encontrado otro amante o ya porque ha muerto ella

misma, que toma el camino de la muerte.

Analizaremos, en este breve ensayo, tan sólo tres parejas de amantes: Fileno y Zefira de la

Égloga de Fileno, Zambardo y Cardonio (1509) de Juan del Enzina; Plácida y Vitoriano de la

1
Es importante resaltar que, después del Concilio de Trento (1545-1563), la condena de la Iglesia Católica a este
pecado se vuelve mucho más severa, al grado de que su tratamiento en la literatura será radicalmente modificado y la
censura no permitirá que se trate con la naturalidad con la que se hace en estas obras.
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Égloga de Plácida y Vitoriano (1513), del mismo autor, y Roseno y Liria de la anónima Farsa a

manera de tragedia (1537). En cada una de estas obras, encontramos un caso diferente de

suicidio por amor y, como veremos, con diferentes desenlaces cada una.

Cabe partir, para este análisis, recordando a los dos grandes amantes suicidas clásicos,

inmortalizados en las Metamorfosis de Ovidio: Píramo y Tisbe. En que una confusión lleva a

creer a Píramo que su amada ha muerto devorada por una leona, desesperado se traspasa con su

propia espada: “‘[…] pero es propio de un cobarde desear la muerte.’ Coge el velo de Tisbe […]

y, después de que derramó lágrimas y dio besos a la conocida vestidura, dijo: ‘¡Recibe ahora

también el sorbo de mi sangre!’ Y hundió en sus ijares el hierro del que estaba ceñido”.

(Metamorfosis p. 319) Tisbe, al encontrar a su amante muerto, sigue el mismo camino,

lanzándose sobre la misma espada que había traspasado el pecho de su amado:

‘¡Tu mano y tu amor te han perdido, desgraciado! También yo tengo una fuerte

mano para esto solo, también yo tengo amor: él me dará fuerzas para herirme. Te

seguiré en la muerte y será llamada la más desgraciada causa y compañera de tu

muerte […]’ Dijo, y tras haber dispuesto la espada bajo su pecho, se lanzó sobre la

espada, que todavía estaba tibia de muerte. (Metamorfosis p. 320)

La muerte de la persona amada, o la creencia en ella en el caso de Píramo, es lo que los

lleva a cometer el suicidio. Pero mucho han cambiado las cosas desde que Ovidio escribió esta

historia y ya a principios del siglo XVI el panorama es otro y, como consecuencia lógica, los

motivos que llevarán a los amantes a quitarse la vida serán también otros, así como el papel que

juega el Amor en estas tragedias.


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En el caso de Fileno y Zefira, la más antigua de nuestras obras2, tenemos dos elementos

que de entrada resultan de importancia: en primer lugar, Zefira no aparece en escena, sabemos de

su existencia tan sólo a través de las voces de Fileno y de su compañero Cardonio; en segundo

lugar, se nos presenta a Fileno como enfermo de amor durante toda la obra, única de Enzina

escrita por completo en endecasílabos, y la acción es casi nula, reduciéndose al diálogo del

enfermo con dos de sus compañeros en los que busca encontrar consuelo a su pena. De este

modo, la única acción que presenciamos es el suicidio del amante, lo que la trae a primer plano

en la atención del lector-espectador.

Inicia la obra:

FILENO: Ya pues consiente mi mala ventura

que mis males vayan sin cabo ni medio,

y quanto más pienso en darles remedio

entonces se abiva muy más la tristura.

Buscar me conviene agena cordura

con que mitigue la pena que siento;

provado he las fuerҫas de mi pensamiento,

mas no pueden darme vida segura. (vv. 1-8)

Zambardo, el primer pastor a quien quiere contarle su pena “porque espero tu sabio

concierto / concierte el reposo que en mí está perdido.” (vv. 55-56), es quien hace alusión por

primera vez a las señales de la enfermedad:

flaco, amarillo, cuidoso y escuro;

a lloros, sospiros, conforme dispuesto.

En tus vestiduras no nada compuesto

2
Publicada en el Cancionero de todas las obras de Juan del Enzina de 1509.
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te veo, y solías andar muy polido.” (vv. 25-29),

sin embargo, el cansancio vence a Zambardo, quien se queda dormido y no logra escuchar las

penas de Fileno. Es entonces cuando busca el consejo de Cardonio.

El amante, describe, entonces, a Zefira, que, muy acorde con la referencia mítica es:

una figura formada en el viento

que, quando a los ojos más cerca la siento,

mis propios sospiros la hazen huir.

Y como en beldad excede al dezir,

assí de crueza ninguna la iguala. (vv. 90-94).

Seguirá un debate entre los pastores sobre la crueldad y bondad de las mujeres, pues Cardonio,

que ama a Oriana y es correspondido, las defenderá de los ataques de Fileno, cada uno, utilizando

a su dama, evidentemente, como modelo, ya de fiereza, ya de santidad.

Sin embargo, no es, sino hasta el verso 4933, que sabemos el motivo del gran dolor de

Fileno y el que lo lleva al deseo de acabar con su vida:

Que sola una cosa tan congoxado

me tiene y me pone el cuchillo en la mano:

en averme Zefira por otro trocado

y aver tanto tiempo servídola en vano.

Que puedes, Cardonio, de cierto creer

que, aunque Zefira jamás me mirara,

si claro no viera mudar el querer,

sobre otra persona jamás me quexara. (vv. 493-500)

3
La obra consta solamente de 704 versos, lo que hace que este fragmento se encuentre ya muy cerca del final.
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En estos versos está la clave: la mudanza de la amada la transforma de inalcanzable en

imposible, y es esta imposibilidad la que lleva a Fileno, enfermo de amor, a la desesperanza y el

deseo de muerte.

En su parlamento final, Fileno llamará a la muerte: “Alegre te espero, ¿cómo no vienes? /

Tan justa demanda, ¿por qué me la niegas?” (vv. 514-515), culpará al dios Amor de su pena:

¡O ciego traidor!, que tú me has traído

a tan cruda muerte en joven edad.

¡O malo perverso, desgradescido,

do nunca jamás se vio piedad! (vv. 525-528)

Y, como decía, ya no estamos en la antigüedad, estamos en la España católica del siglo

XVI, la cual, aunque pretridentina, no puede pasar por alto que el suicidio condena el alma, por

esto, Fileno, antes de darse la muerte, se dirige a su propia alma:

Tú, alma, no pienses ni tengas temor,

que andando al infierno ternás mayor pena;

mas piensa, sin duda, tenerla menor

doquier que te halles sin esta cadena.” (vv. 549-552)

y a Dios, en su equivalente mítico:

¡O Júpiter magno! ¡O eterno poder!,

pues claro conosces que muero viviendo,

la inocente alma no dexes perder,

la qual en tus manos desde agora encomiendo. (vv. 589-592),

tras lo cual se da muerte con su propio cuchillo.

Por último, cabe anotar que esta obra es la única de Enzina que no termina con un

villancico, según la convención del género que se está formando, sino que la obra cierra, muy en
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concordancia con el tono trágico de la égloga, con el epitafio que hace Zambardo en la hermita

donde él y Cardonio entierran al suicida:

¡O tú, que passas por la sepultura

del triste Fileno! Espera, si quieres,

y leyendo verás quien sirve a mugeres

quál es el fin que a su vida procura.

Verás cómo en premio de fiel servidor

Amor y Zefira, por mi mala suerte,

me dieron trabajos, desdeños, dolor,

lloros, suspiros y, al fin, cruda muerte. (vv. 697-704)

La Égloga de Plácida y Vitoriano es de suma importancia para nuestro análisis pues

presenta gran cantidad de diferencias con respecto a las otras obras. Para empezar, es necesario

enfatizar que es la primera obra del teatro renacentista español4 en que una mujer: Plácida,

aparece de manera protagónica, no es tan sólo amada sino que es activamente amante, hasta el

punto en que será ella la que inicie la obra, la que se queje del desprecio de su amante y,

finalmente, se dé muerte.

Hay dos monólogos de Plácida en la obra, el primero, que da inicio a la Égloga mantiene

dos de los elementos que ya aparecían el el discurso de Fileno: la invocación de la muerte como

único remedio para el mal de amor:

Cúmplase lo que Dios quiera,

venga ya la muerte mía,

si le plaze que yo muera.

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Aunque sí consideramos la Tragicomedia de Calisto y Melibea un texto dramático, ya que pertenece a la tradición
de la comedia humanística, no la consideramos como parte del teatro aquí analizado pues pertenece a otra línea
evolutiva.
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¡O, quién le viera y oyera

los juramentos que hazía

por me haver!

¡O, maldita la muger

que en juras de hombre confía!

[…]

Sin remedio son mis males,

sólo Dios curarlos puede

porque son tantos y tales

que de crudos y mortales

no ay remedio que les quede,

ni ventura,

sino sólo sepultura

que en partir se me concede. (vv. 129-136, 233-240)

y la maldición al dios Amor

¡O traidor!

¡O maldito dios de Amor,

que me tratas tanto daño!

Tráyote puesto en retablo

y adórote como a Dios.

Tú eres dios y eres diablo,

perdóname si mal hablo,

que esto para aquí entre nos

te lo digo:
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que eres diablo enemigo,

pues apartas tales dos. (vv. 158-168);

a los que se agrega el tema de la Fortuna adversa. En el segundo, que será el que preceda a su

muerte, se repite la invocación a la muerte “ven ya, muerte, / acaba mi mala suerte / con un fin

muy lastimero” (vv. 1237-1239) y se compara con Iseo, quien, al ver morir a su amado Tristán en

sus brazos muere ella misma de amor:

No so yo menos que Iseo,

ni la fe ni causa mía,

mas más fe y más causa veo

para dar fin al desseo

como hize al alegría.

Coraҫón,

esfuerҫa con la passión,

fenezca ya tu porfía. (vv. 1248-1255)

Un detalle importante es que el puñal con el que se da muerte es de Vitoriano, lo que se

puede interpretar como símbolo de que es él la causa de su muerte, como ella misma dice:

Huelga ya,

que Plácida morirá

siendo tú de amor la peste.

A sabiendas olvidaste,

¡o traidor! Este puñal;

cierto, muy bien lo miraste

y aparejo me dexaste

para dar fin a mi mal. (vv. 1261-1268)


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y, una vez más, el temor de la condenación no consigue detenerla de usar el dicho puñal para

darse muerte: “aunque vayas al infierno / ternás pena, mas no dudo” (vv. 1286-1287). Amor, una

vez más, es culpado pues el sacrificio que pide a sus súbditos, así como el galardón que les otorga

es la muerte:

¡O Cupido, dios de amor,

rescibe mis sacrificios,

mis primicias de dolor,

pues me diste tal señor

que despreció mis servicios!

Ve, mi alma,

donde Amor me da por palma

la muerte por beneficios. (vv. 1304-1311)

Vitoriano, el amado, arrepentido de haber dejado a Plácida –los motivos nunca se aclaran

por completo–, decide volver a ella tan sólo para encontrarla muerta, con su propio puñal en el

pecho. Es aquí él quien quiere darse muerte por seguirla, como hizo Tisbe por Píramo, pero, en el

discurso previo a su muerte, no sólo reconoce el suicidio como pecado sino que acepta

explícitamente la condenación de su alma:

Muera yo sin esperanҫa,

sin más ni más consejarme.

Quiero dar fin al cuidado,

rómpase mi coraҫón

sin confessar su peccado,

que quien va desesperado

no ha menester confessión. (vv. 2292-2296)


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La diferencia en el discurso de Vitoriano es que, consciente de la indiferencia de Amor, decide

invocar a su madre: la diosa Venus: “Pues Cupido / siempre me pone en olvido, / a Venus hago

oración.” (vv. 2297-2299). Y es a ella a la que encomienda su alma, al tiempo que se queja de su

ciego hijo, y recuerda a las dos parejas de amantes trágicos que impregnarán todo el

Renacimiento, los ya mencionados Píramo y Tisbe, y Leandro y Hero:

¡O Venus, dea graciosa!

A ti quiero y a ti llamo,

toma mi alma penosa

pues eres muy piadosa

a ti sola ahora llamo,

que tu hijo

tiene conmigo letijo,

nunca escucha mi reclamo.

A ti, mi bien verdadero,

mis sacrificios se den

como te los dio primero

tu siervo Leando y Hero,

Tisbe y Píramo tanbién;

tú, señora,

recibe mi alma agora. (vv. 2300-2314)

Esta diferencia será trascendental, pues como en los Milagros de Berceo la Virgen

intercederá con su hijo Jesucristo a favor de los que la invocan, aquí la madre es también la que

en un deus ex machina extraordinario detiene el suicidio del amado: “¡Ten queda la mano, ten!”
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(v. 2315) y, con la ayuda de Mercurio, devuelve la vida a Plácida, quien recuerda haber estado en

el infierno y escuchado allá que Vitoriano se le uniría:

Desque del mundo partí

y al infierno me llevaron,

¡o, quántas cosas que vi!,

mas de tal agua beví

que todas se me olvidaron!

No me queda

cosa que acordarme pueda,

sino a ti, que allá nombraron.

Y aún diéronme tales nuevas

que muy presto allá serías. (vv. 2436-2445)

La Égloga, entonces, termina felizmente en baile.

Para finalizar, dejaremos a Enzina y veremos el caso de Torcato y Liria de la anónima

Farsa a manera de tragedia. En esta obra, es en la primera en que se presenta a los amantes

como parte de un amor “ilícito”, y digo “ilícito” porque, aunque Liria está casada con Gazardo –

matrimonio arreglado por el hermano de ésta, Carlino, ya que Gazardo a pesar de rústico es rico–

no han consumado su matrimonio. Liria, sin embargo, está enamorada de Torcato y es

correspondida, pero Carlino, sospechoso de los amores de su hermana y queriendo salvaguardar

más que la honra, la riqueza de su cuñado, envía una carta a Torcato, pretendiendo ser Liria, en la

que le dice que ha consumado el matrimonio con su marido, que ha perdido el interés en él y ha

confesado a su hermano y esposo los planes que tenían de verse en secreto, y, como despedida, le

advierte que huya pues están por ir a matarlo.


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Torcato lee la carta y, creyendo que la autora es realmente su amada, pues habían

discutido casi al final del auto anterior, decide, en lugar de huir, que era lo que quería Carlino,

darse la muerte:

¿Qué hará de quien sí vió

nuevas de tanto dolor?

¿Es posible vivir yo?

No, ni quiero bivir no.

Muere ya triste amador,

muere pues te embía dezir

quien causa tu grave suerte

que bien siente tu morir. (V, vv. 1275-1282)

Se queja de la mudanza de la mujer y de las palabras engañosas de Liria cuando le decía que lo

amaba, y continúa

Y pues es tal mi despecho

que ningún remedio espera,

abriré mi triste pecho

hazia el coraҫón derecho

que la sangre salga fuera.

Y con letra ensangrentada,

si me queda algo de vida,

será una carta notada,

y en respuesta será dada

desta que me fue trayda,

y en las espaldas será


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desta misma carta escrita

[…]

Ora sal aquí, cuchillo,

hiere en el siniestro lado,

quiero muy bien descubrillo,

ven tú, pluma, a escrebillo,

lleve de sangre el traslado.

Escribe la carta con su sangre y dize:

Mas ¡Ay triste! Que hirió

en el cuerpo muy cerrado,

y como no se cerró

he me todo desangrado.

¡Quántos desmayos siento!

Cierto el alma se me sale.

¡Ay! Si mueres, pensamiento,

pues cessará tu tormento,

descanҫa, que más te vale.

Cata aquí, Liria, donde voy;

será tu gozo acabado,

gózate, que muerto soy

mas desdichado, que voy

sin perdón, desesperado.

¡O santo Dios! Y perdona

a quien no pensó matarse,


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no sufras que mi persona

pierda tu rica corona

porque quiso desgollarse. (V, vv. 1334-1372)

Como vemos, la reacción de Torcato ante el desprecio de su amada fue tan repentina, que,

a diferencia de los amantes que vimos anteriormente, no es hasta que está muriendo que se da

cuenta del pecado de desesperanza que comete. Vemos, entonces, que, si bien deseaba la muerte,

a diferencia de Plácida, a quien no le importa que su alma se perdiera, Torcato, en el momento

final, se arrepiente de su desesperanza, no es que se haya matado por accidente, simplemente no

tuvo tiempo de pensar las consecuencias de su acción, como dirá en la carta que escribe a Liria

con su propia sangre:

Bien pensé no me matar

hasta que esso que has contado,

como has quesido ordenar,

me vinieran a acabar,

por no yr desesperado.

Mas el puñal muy agudo,

y mi mano con sus sañas,

viendo mi dolor tan crudo,

jamás sufrirse no pudo

sin traspassar mis entrañas. (V, vv. 1432-1441)

en donde se aclara que deseaba la muerte, pero no condenarse; detalle que no importará a Liria,

quien, ignorante de la carta que Carlino escribió en su nombre, recibe la noticia de la muerte de

su amado, junto con la carta escrita en sangre y, al ver el cuerpo ensangrentado de Torcato, no

duda en darse muerte:


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No me cumple más bivir,

pues veo muerta mi vida.

Muy desseado morir,

procura presto venir,

no me niegues tu venida. (V, vv. 1512-1516)

Conocedora de que es su hermano el culpable del engaño y de sus muertes lo maldice:

Maldigo a ti, Carlino,

si causaste aqueste daño,

de tanto mal seas dino

quanto agora a mí me vino

con tu falso y cruel engaño.

Y pues tomar no podré

venganҫa de tu malhecho,

yo de mí la tomaré,

que de ti no me libré,

metiendo éste en mi pecho. (V, vv. 1562-1571)

No falta, por supuesto la alusión a nuestros Píramo y Tisbe, en este caso en boca de

Roseno, amigo de Torcato, quien la encuentra yaciendo junto a él:

¡O leales amadores

más que Píramo y su amiga!

En la vida no menores,

en la muerte muy mayores,

si por la causa se siga. (V, vv. 1592-1596)


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Como podemos ver la causa de la muerte de los amantes es la desesperanza, pero el

suicidio no se da, como en el caso de Píramo, por la creencia de la muerte del otro, sino por

aquello que Lope condenará tanto en las mujeres: la mudanza. Fileno se da muerte pues Zefira lo

ha trocado por otro, Plácida porque Vitoriano se ha mudado, Torcato porque cree que Liria se ha

mudado y ha decidido regresar con su esposo; este último caso es el único en que tenemos la

muerte de la pareja, pues –en el caso de Vitoriano, la invocación a la diosa Venus, tal vez

representación mítica de María, lo detiene– no existe tal mudanza, todo es un engaño, una treta

planeada por Carlino, pero cabe aclarar que no es lo mismo que sucedía en el mito ovidiano, pues

Píramo cree a la amada muerta por las señales que interpreta de manera funesta, en el caso de

Torcato, éste cree a su amada mudada por una carta que rescibe firmada por ella y que no tiene

motivo para dudar de su procedencia.

Podemos, también, comenzar a esbozar una teoría sobre la estructura del discurso que

antecede al suicidio, pues hemos visto la repetición de la invocación de la muerte, pues se desea

su pronta llegada; la maldición al dios Amor por ser el causante de los males, por lo general

acompañada de algunas palabras que culpan también al amante que se ha mudado, el

reconocimiento de que el acto que están por cometer condenará su alma y algunos otros

elementos que ameritarían todo un análisis aparte.

Quiero terminar enfatizando que en las diferencias ideológicas que mencioné en un

principio entre Ovidio y el Renacimiento español, hay un gran elemento que hay que resaltar: la

llegada de la Iglesia católica y, con ella, el problema del suicidio como pecado de desesperanza, a

lo que se aúna la concepción del dios Amor, como representación del amor profano, también

degradado en los ojos de la Iglesia en oposición al divino. Vemos que, en Píramo y Tisbe, el

suicidio se trata como la solución natural al problema y que se ensalza a amor en el último

momento, recordemos que Tisbe dice “yo también tengo amor” para seguirte, en tanto que, en el
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Renacimiento, se condena al niño alado y se le maldice constantemente por ser el causante de

tantos males.

La ideología en torno al suicidió volverá a cambiar, se recrudecerá unos años más tarde,

tras el concilio de Trento, y, por eso, Góngora, medio siglo después, le dirá a este gran amante,

utilizado como ejemplo y modelo en el Renacimiento, Píramo, después de que se atraviesa con la

espada:

¡Oh tantas veces insulso

cuántas vueltas a tu yerro

los siglos darán futuros!

¿Tan mal te olía la vida?

¡O bien hideputa puto

el que sobre tu cabeza

pusiera un cuerno de juro! (Fábula de Píramo y Tisbe vv. 430-436)


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Referencias

Encina, Juan del. Teatro completo. Ed. M. A. Pérez Priego. Madrid: Cátedra, 1991.

Farsa a manera de tragedia. Ed. H. A. Rennert. Valladolid: Viuda de Montero Ferrari, 1914.

Frenk, Margit. Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica, siglos XV a XVII. México:
UNAM - El Colegio de México - FCE, 2003.

Góngora, Luis de. Antología poética. Ed. Antonio Carreira. Barcelona: Crítica, 2009.

Ovidio. Metamorfosis. Ed. y trad. C. Álvarez y R. M. Iglesias. 8ª ed. Madrid: Cátedra, 2007.

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