¿Qué nueva operación hegemónica traza hoy la crítica argentina para que
ciertos continentes olvidados aparezcan en su mapa? Seguramente el
abandono de concepciones sobre el arte y la literatura que no integraban
convenientemente la inmensa transformación tanto en la praxis vital
como en la producción y la recepción artística que desde el siglo XIX la
tecnología de la cultura masiva trajo como un silencioso y definitivo
huracán cultural y material. El interés que desde hace bastante tiempo
tiene la crítica por estudiar las revistas culturales y el periodismo cultural
(me refiero a los trabajos de Silvia Saítta, Claudia Gilman, Renata
Rocco-Cuzzi y a muchos otros) supone una actitud integradora hacia
fenómenos, que como el periodismo, cumplen un papel más vital y
polémico que el formato libro con su aparente conclusividad, con su
inevitable aureola reverencial o sacra. Un interés por la cultura popular
que, por cierto, quedó trunco en la revalorización militante de la crítica
argentina en la década del setenta: un punto de referencia insoslayable
para la historia de las ideas que la crítica tiene de la cultura popular en
relación con la literatura. Esta brecha que la década del setenta no
terminó de suturar del todo, se suelda en las interpretaciones que
recientemente se han hecho del punto más alto de la “alta” cultura
literaria, Jorge Luis Borges. Siguiendo esta línea, Annick Louis en su
libro Jorge Luis Borges: oeuvre et manoeuvres relaciona la gestación de
los relatos borgianos con su paso por la industria cultural, por el
sensacionalismo periodístico del diario Crítica, y con su actividad como
director del Suplemento multicolor de los sábados (9).
Agregaría a estas razones de visibilidad una “influencia” solapada y
hasta casi vergonzante, debido a que la cultura académica argentina
rechazó, con justa razón, la jurisprudencia administrativa de los llamados
“estudios culturales”, pero no sus principios integradores que adosaron el
interés por manifestaciones cotidianas o hasta triviales de la cultura
masiva o industrializada. Y agregaría también la influencia menos
solapada de los estudios de género, una forma de la crítica que ha
desenterrado de los archivos una trama de silenciamientos, segregaciones
y opresiones, tejida en los grandes dispositivos del poder tanto como en
las relaciones cotidianas de los sexos o en las consignas normalizadoras
de la prensa.
Supongo que ante tanto olvido, estas dos formas de la crítica habrán
tenido algunos otros aliados o enemigos, algunas otras circunstancias
políticas y culturales que hacen del olvido algo más que una
participación voluntaria y plenamente conciente en el juego de las
hegemonías culturales. Porque ¿qué se gana en la ponderación de la
ósmosis entre cultura literaria e industria cultural, si se posee para ambas
el mismo concepto sacralizado de autor al que hay que rendir tributos de
originalidad y quemar inciensos de desagravio?
©Jorge Panesi
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