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ARTE Y JUEGO EN FEDERICO NIETZSCHE

La definición de los términos Arte y Juego ha ocupado sectores importantes


del pensamiento occidental. En torno a ellos se han reunido diversas
concepciones que bien pueden delinearse desde los griegos hasta nuestros
tiempos. El conjunto de reflexiones que aquí se presentan tienen como objetivo
descifrar la relación Arte-Juego en la Filosofía de Federico Nietzsche, cuya raíz se
advierte ya desde sus primeros escritos y de manera especial en el Nacimiento de
la Tragedia.

En primer lugar, el arte puede ser considerado como pulsion vital de fuerzas
antagonicas: lo apolineo y lo dionisiaco. Esto queda determinado por la adopción
de las deidades helénicas de Apolo y Dionisos, para significar que la evolución del
arte está ligada a esta dualidad, de manera similar como la generación lo está a la
dualidad de los sexos. Ambas fuerzas son antagónicas, constantemente se
excitan entre sí para procrear nuevos frutos cada vez más enérgicos, sobre los
cuales la palabra Arte tiende un puente.

Tras la bella máscara de Apolo, que es el impulso formador de las


apariencias, de lo ordenado y armónico, siempre se encuentra el fondo caótico,
informe y del flujo vital efervescente, que es Dionisos. Apolo domina en las artes
figurativas, que es armonía de formas; mientras que su oponente Dionisos es el
dominante en la música, que está privada de forma, porque significa ebriedad,
exaltación entusiasta y orgiástica. El arte transfigura lo horrible y lo absurdo en
imágenes.

De esta consideración del arte podemos deducir la primera relación con la


noción de Juego. En el arte se produce el "develar" que no es otra cosa que la
realidad dionisíaca de construcción y destrucción simultánea. Dionisos designa el
principio destructor-constructor, símbolo del poder cósmico; es el mundo que
juega, juega como el fondo dionisíaco que produce el mundo apolíneo de las
formas, juega configurando y destruyendo, más allá de toda estimación axiológica,
pues todos los valores aparecen en el seno de ese juego.

Asimismo, el juego es entendido desde la propia óptica del artista pues, en


tanto creador juega y produce la bella apariencia del fenómeno como producto
artístico de su impulso, en el cual se encuentra a sí mismo y se autocontempla. El
artista como jugador, abierto a toda posibilidad creadora, penetra en el fondo
primordial de Dionisos, informe, caótico, disarmónico y lo transforma en la bella
apariencia de Apolo. De este mismo modo, este fondo primigenio del mundo crea -
como crea el artista su obra- la pluralidad de lo aparente individualizado.
Una segunda consideración en la óptica nietzsheana refiere al arte como valor
metafisico. El mundo no es otra cosa que arte, nos dice Nieztsche en Ecce Homo.
Esta afirmación sentencia el principio de una metafísica de artista que refiere a la
justificación de la existencia sólo como fenómeno estético; sólo el arte hace la vida
no solamente bella, sino digna de ser vivida. Generada de esta concepción resulta
fundamental la idea del arte en relación con la vida: tanto en un sentido fisiológico
como psicológico, el arte es concebido como el Gran Estimulante, como aquello
que impulsa eternamente al hombre a vivir, a vivir eternamente.

Esta legitimación estética es una visión particular que tiene el privilegio –


según él mismo lo admite en El Nacimiento de la Tragedia- de ser inmoral, no
inspirada por la virtud. El arte es la actividad propiamente metafísica del hombre.
Por esta misma vía se descubre el sentido del artista, este es, un dios artista
completamente amoral y desprovisto de escrúpulos, que tanto en el construir como
en el destruir, en el bien como en el mal, lo que quiere es darse cuenta de su
placer y de soberanía idénticos, un dios-artista que, creando mundos, se
desembaraza de la necesidad implicada en la plenitud y la sobreplenitud, del
sufrimiento de la antítesis en él acumuladas.
El artista no huye del enigma ni del horror, la predilección por ello constituye
en cambio un síntoma de fuerza. Esta es la verdadera profundidad del artista,
aquel que no se refugia en la belleza de la forma, sino que, poseído por la fuerza
primordial artística -dionisíaca, es capaz de sobrepasar la observación de las
cosas próximas y afirmar la verdadera naturaleza de la vida que conoce también el
horror, el terror, la fealdad. Por lo tanto el arte que es el gran estimulante de la
vida, es la embriaguez de vivir, una voluntad de vivir, sin detracción, ni elección, ni
excepción.

A la primera afirmación del juego como principio constructor-destructor de


todo lo existente, que hemos señalado, debemos agregar ahora el carácter
fundamental de esa noción. En sentido extenso, el juego refiere a toda actividad
ejercida sólo con miras a sí misma y no por el fin a que tiende ni por los resultados
que ella produce. Como actividad física o intelectual no posee una aplicación útil ni
determinada y la razón de ser en la conciencia de quien se entrega a él, es el
placer mismo que ella produce. Refiriéndonos en términos nietszcheanos el juego
es efectivamente inútil y puede considerarse como ideal del hombre
sobrecargados de fuerza, como cosa infantil. La confrontación que origina el juego,
el pólemos, es inútil, es decir, no tiene motivo práctico. Lo que produce el
enfrentamiento no son motivaciones extrañas a él mismo, por lo que no hay
"ningún para algo", sino un "porque sí", que no excluye en ningún sentido el dolor.

En el juego no hay ausencia de leyes, pues cuando el niño se entrega a la


acción lúdica no es arbitrario, él crea sus leyes previamente, sólo que éstas no
conocen otra estimación que no sea la propia interior, lo mismo que el artista crea
normas para sí mismo sin obedecer a motivaciones axiológicas que procedan de
otra instancia que no sea la del juego mismo.
El arte como el juego, es el ideal del hombre sobrecargado de fuerzas; el proceso
creativo es como el juego del niño, manifestación de candidez, entrega, plenitud y
olvido. Es amoral porque, porque ninguna ley constriñe su propio dinamismo. El
artista como jugador está abierto extáticamente al dios danzante que es Dionisos,
se entrega de igual manera como se entrega el niño al juego y en su acto creador
se devela el juego del mundo, la infantilidad del dios Dionisos.
Admitamos ahora una tercera valoración que nos permite nombrar al arte como
afirmacion tragica de la existencia.

El arte en su forma suprema de la tragedia, es una perforación de toda


superficie y de toda apariencia. Nace de la potencialidad del hombre, genera la
comunicación -por el mito- de que incluso lo terrible, lo feo y disarmónico son un
juego artístico que la voluntad juega consigo mismo en la eterna plenitud de su
placer. (Nietsche, F. El nacimiento de la Tragedia)
Este es el fenómeno primordial del arte dionisíaco, que afirma la vida en todos sus
aspectos. Dionisos como dios del juego, informe y formador, es la voluntad misma
que no se entrega a la fatalidad y ama al destino. Esto representa la aceptación
integral, la afirmación y participación en el juego trágico del mundo que expresa la
grandeza en el hombre.

Esta manera de afirmar la existencia y el hombre mismo, es la fórmula


trágica en su sentido más profundo, es la expresión del pensamiento trágico, que
no pretende orígenes ni fines determinados, que no tiene últimas metas, que no
proyecta hacia el porvenir, fuera de este mundo. Ese pensar que sólo cree en el
único mundo existente, en este mundo donde el esfuerzo y la lucha permanecen
eternos. Es allí donde el hombre trágico instaura la afirmación decidida de la vida
incluso en los aspectos más enigmáticos y terribles.

El reconocimiento del arte como afirmación nos permite otra nueva vía
conectiva con el Juego. Ese principio constructor-destructor que caracteriza la
acción lúdica, es esencialmente inocente. Sólo en el niño y en el artista puede
sucederse la propia infantilidad del Zeus heracliteano, que expresa el juego del
fuego, como principio cósmico de la realidad y como símbolo eminente de la
naturaleza y de la vida.

El instinto de juego permite expresar la afirmación de la existencia que no


tiene nada de responsable ni de culpable pues todo acaece por ley divina, la lucha
es pura justicia. La acción lúdica, posibilita que la existencia sea radicalmente justa
e inocente y a partir de ello esta puede ser concebida como un fenómeno estético,
como obra de arte que se crea y de destruye a sí misma sin cesar.

El juego es la manifestación del 'santo decir sí', es la decisión infantil firme y


decidida de entregarse al momento de jugar y con ello querer su voluntad y
conquistar su mundo. Esa es la enseñanza de Zaratustra: Sí, hermanos míos, para
el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora 'su'
voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo. (F. Nietzsche, Así
Habló Zaratustra, "De las transformaciones") Para ese querer y esa conquista se
precisa inocencia, ausencia de culpas o deudas con el pasado y así entregarse a
la inutilidad del juego, sin preocupaciones por compromisos convencionales. Es la
validez permanente de la candidez infantil, capaz de desarrollar una actividad
continua sin depender de estimaciones extrañas a su propia vitalidad.

Lo trágico, es la máxima fórmula de la afirmación de la existencia, que no


sólo excluye el más grave dolor, sino que puede transfigurarlo en un placer
superior en virtud de una voluntad victoriosa y un sentimiento desbordante de vida.
Habría que añadir una última afirmación del Arte aquella que el propio Nietzsche
llama embriaguez dionisiaca. Para que haya arte, para que exista algún hacer y
contemplar estéticos, resulta indispensable una condición fisiológica previa: la
embriaguez. En ella lo esencial es el sentimiento de sobreplenitud y de
intensificación de las fuerzas. En El Crepúsculos de los Idolos nos dice: El hombre
en este estado transforma las cosas hasta que ellas reflejan el poder de él -hasta
que son reflejos de la perfección de él. Este tener - que - transformar -las - cosas
en algo perfecto es Arte.

La sobreabundacia de fuerzas que se estimulan constantemente, disponen


del hombre obligándole a la producción de imágenes, formas, ritmos, gestos,
movimientos.

El acto creador en este sentido está ligado con la sexualidad y la


voluptuosidad, con efectos orgánicos que suponen un incremento de la fuerza
vital. El hecho artístico lejos de significar la posibilidad de una superación del flujo
de las vivencias subjetivas, expresa el despliegue del impulso creativo que erige y
destruye urgido por su propia necesidad. No se trata ya de motivaciones subjetivas
sino de fuerzas de la naturaleza. Por este motivo sueño y embriaguez, son la
mediación del juego que tiene lugar entre la forma en que la fuerza se supera a sí
trascendiéndose en la obra de arte.

La proposición dionisíaca del arte es la expresión de una voluntad del


mundo que destruye eternamente y obtiene un placer perpetuo en esa destrucción,
convive con la guerra y el aniquilamiento. Efectivamente, esa alegría estética, el
placer de la voluntad del mundo en esa destrucción dionisíaca, hace que el arte
sea considerado como una voluntad del mundo que destruye eternamente. Así
entra en escena la imagen de Apolo, actuando como conjuro de esa destrucción
pues la naturaleza sublimada es respetada a través del arte.

El devenir de la naturaleza está orientado por lo que la fuerza es, expansión


y búsqueda del poder máximo como supremacía sobre las demás fuerzas que le
ofrecen resistencia. Este enfrentamiento de fuerzas es el origen del acto de la
creación, caracterizado en Nietzsche como victoria de una fuerza sobre sus
oponentes, los cuales quedan reducidos soberanamente por ella a una unidad. En
palabras de Diego Sánchez Meca, la obra de arte puede prefigurar la esencia del
mundo engendrándose perpetuamente a sí mismo, o sea, dando sin cesar rostro a
las cosas, creando y destruyendo sin otra finalidad que la de ejercitar
espontáneamente su propio dinamismo interno.

En definitiva, la significación más elevada de Dionisos es la de hacernos


más ligeros, otorgarnos el instinto del juego a partir del cual la existencia pueda
redimirse y convertirse así en una obra del arte. Esta es la relación más
contundente que se ha tratado de demostrar en este conjunto de reflexiones, y
para lo cual el mismo Nietzsche nos dirá en sus textos finales de La Voluntad de
Poder: No conozco ningún otro modo de tratar con tareas grandes que el juego:
éste es, como indicio de la grandeza, un presupuesto inicial.

Mgstr. Carmen Barrera de Encinoza


Profesora de Historia del Arte – ULA
Noviembre de 2000

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