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HISTORIA

SOCIAL
Concepto
Desarrollo
Problemas
Jürgen Kocka

Editorial Alfa
Estudios Alemanes
Historia social
ESTUDIOS ALEMANES

Colección dirigida por Ernesto Garzón Valdés


y Rafael Gutiérrez Girardot
HISTORIA SOCIAL

Concepto - Desarrollo - Problemas

Jürgen Kocka

Editorial Alfa
Barcelona/Caracas
Traducción de
Juan Faber

Revisión de
Rafael Gutiérrez Girardot

Título del original alemán:


Sozialgeschichte Begriff - Entwicklung - Probleme

©Vandenhoeck & Ruprecht, Gotinga 1986


©Editorial Alfa, S.A ., 1989

Representante para España


Editorial Laia, S.A.
Guitard, 43, 5°/08014-Barcelona

ISBN: 84-7668-262-X
Depósito legal: B. 16,484 - 1989

Impreso en Romanyá/Valls, Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona)


Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona)

Impreso en España
Printed in Spain
ÍNDICE

A DVERTENCIA PRELIM INAR ......................................... 5

I. LA CIENCIA EN TR E EL DOGM ATISM O Y EL DECI-


SIONISM O: ELEM ENTOS DE U N A HISTÓRICA FU ­
T U R A .................................................................................... 11

1. Objeto, concepto e intereses ............................................... 11


a) Karl Marx y Max Weber: objetivo y preparación-
de de la comparación de sus metodologías . . . 11
b) Realidad y método en W e b e r............................... 23
c) Realidad y método en M a r x .................................. 28
d) Totalidad histórica y «continuum heterogéneo» . 32
e) Crítica e intento de m e d ia c ió n ............................ 40
f) Resultado p ro v isio n a l............................................... 55

2. Criterios de objetividad en la historiografía ................... 57


a) Los límites del campo de a c c i ó n ......................... 59
b) Ponderación dentro del campo de acción . . . . 63

II. HISTO RIA SOCIAL: CO NCEPTO - DESARROLLO


- P R O B L E M A S ................................................................ 65

1. Las cuestiones disputadas y por qué vale la pena discutirlas 65

2. L a historia general como historia política y las consecuen­


cias: el modelo historiogrdfico b ásico ............................... 70

185
a) La corriente principal en el siglo X IX y comien­
zos del X X ............................................................... 70
b) Nuevos planteamientos antes de 1 9 1 4 ................ 81

3. Los planteamientos del cambio de paragidma después de


1 9 4 5 ................................................................................. 92

4. L a historia estructural - un modo de consideración . . . 96


a) Importancia yrendimiento .................................... 96
b) Historia estructural, historia de acontecimientos
y ciencia social h istó ric a ......................................... 100
c) Los límites de la historia estructural contra su
equiparacióncon lahistoria social ........................ 107

5. La historia social como historia de un campo especial . . 115


a) Sobre la aplicación de teorías científico-sociales . 116
b) Problemas actuales y tendencias de desarrollo . 125

*»6. La historia social como historia de sociedades enteras . . 137


a) Sobre el concepto «historia de la sociedad» . . . 137
b) Las teorías de la historia de la so c ie d a d ............ 141
c) Tareas y p r o b le m a s.................................................. 154

III. ¿PARA QUE LA H I S T O R I A ? ................................... 161

1. Condiciones históricas y actuales de la pregunta y posibles


respuestas a ella ........................................................... 161
2. Tareas y funciones sociales de la historiografía . . . . 174
3. Formación de identidad y crítica ............................... 181

186
A DVERTENCIA PRELIM INAR

Cuando en 1977 apareció la primera edición de este libro, se


debatían tan a fondo los principios y perspectivas de esta discipli­
na que Karl-Georg Faber pudo comparar la disputa teórica y me­
todológica de los historiadores de entonces con la disputa en torno
a Lamprecht de finales de los años 90 del siglo pasado1. A media­
dos de los años 70 se trataba de la relación entre interés y concep­
to, entre praxis politico-social y ciencia, entre norma y análisis;
en el centro del debate se hallaban la objetividad, el compromiso
y el partidismo de la ciencia. Por otra parte, se trataba de la rela­
ción entre la historia política tradicionalmente dominante y la his­
toria social que paulatinamente iba ganando terreno; se trataba
pues de qué es lo que debería ser la historia social:¿una disciplina
parcial, limitada a la investigación de un campo parcial de la rea­
lidad histórica situada entre la economía y la política, o un enfo­
que amplio, —quizás superior— para la investigación de la histo­
ria en general? Por último, se discutió intensamente sobre la rela­
ción entre teoría y empirie en la ciencia de la historia y sobre su
relación con las ciencias sociales sistemáticas. Hoy —a mediados
de los años 8 0 — la dureza del debate de entonces ha sido supera­
da. En la medida en que la ciencia de la historia se ha vuelto a
imponer en el cánon de las asignaturas escolares y en el interés
público, ha disminuido la inclinación de los historiadores profe-

1. La comparación de la actual “disputa metodológica” con la disputa en


torno a Lamprecht en K. - G. Faber, History andTheory, t. 16, 1977, p. 51 s.

5
sionales a la auto reflexión sobre los principios. Esta es una de las
cuestiones. Por otra parte, se han desarrollado nuevas controver­
sias que en 1977 sólo se encontraban en el estadio del plantea­
miento: por ejemplo, la crítica de la «historia de la cotidianeidad»
a la historia social orientada estructural y teóricamente. En la dis­
cusión actual no se trata tanto de la comprensión cabal de las teo­
rías sino más bien de la narración y de su papel adecuado en la
historiografía. Si hace diez años interesaba preferentemente la re­
lación de la historiogafía con la sociología, la economía y la poli-
tología, entre tanto ha ganado en importancia la relación de esta
materia con el folklore y con la antropología cultural. Han desa­
parecido antiguos conceptos claves y otros nuevos han ocupado su
lugar: hoy casi no se habla de dación de sentido y de identidad,
de crítica y de emancipación, cuando se hace referencia a las tareas
de la historia en el presente.
Sin embargo, los capítulos de este libro no han sido modifica­
dos con respecto a la primera edición. Sus enunciados me siguen
pareciendo sostenibles, si bien desde una perspectiva actual lo uno
o lo otro se podría acentuar de manera diferente. Estos capítulos
son artículos originariamente independientes, aparecidos entre
1966 y 1975, que en 1977 fueron reelaborados levemente y coor­
dinados mutuamente. (El lugar de su publicación originaria se in­
dica en la primera nota a pie de página de cada capítulo.) Es evi­
dente que están signados por el momento de su génesis, precisa­
mente en sus juicios programáticos y en su crítica. Estudios de
este tipo no pueden ser reelaborados fácilmente, después de casi
un decenio.
Sin embargo, para la segunda edición se modificó esta adver­
tencia, se agregaron complementos en la redacción, se revisaron
el texto y las notas. El capítulo I desarrolla una posición funda­
mental científico-metodológica que dista tanto del dogmatismo
antiliberal como del decisionismo incondicionado. Esto ocurre en
discusión con Karl Marx y Max Weber, cuyas teorías de la ciencia
son interpretadas y confrontadas a fin de trazar una posición que
medie entre Marx y Weber y que podría ser el fundamento de una
histórica futura. Sobre este fundamento se define lo que podría ser
la «objetividad» en la ciencia histórica; se formulan criterios que
permiten diferenciar entre compromiso legítimo y partidismo

6
deformador, entre selección necesaria y parcialidad desfiguradora,
lo mismo que entre el aprovechamiento práctico legítimo de inte­
lecciones históricas y su instrumentalización viciada.
El capítulo II expone un doble concepto de «historia social».
En discusión con la tradición y en deslinde con la «historia estruc­
tural» (cuyos rendimientos y límites se discuten detalladamente),
se define la historia social, por una parte, como historia de un
ámbito parcial («ciencia sectorial») y, por otra, como aprehensión
histórico-social de la historia en general («historia de la socie­
dad»). Se discute ampliamente cómo han de aplicarse en la histo­
ria social las teorías científico-sociales de la más diversa dimen­
sión, en especial la consideración del modo ideal-típico de aplica­
ción. Esto responde muy claramente a los principios de un plura­
lismo conceptual y teórico limitado y discursivamente controlado,
tal como se desarrollara en el capítulo I. Con el ejemplo del ma­
terialismo histórico, de las teorías sobre la modernización y otros
más, se discuten los rendimientos y los límites de amplias teorías
sobre el análisis de sociedades enteras. Se considera la relación de
la historia social con las ciencias sociales sistemáticas y se la define
como relación de cooperación lo más estrecha posible entre disci­
plinas independientes. Esta parte esboza las líneas centrales del
desarrollo de la asignatura desde el siglo X IX hasta mediados de
los años 70 y proporciona una visión panorámica de las diversas
tendencias evolutivas, de las prioridades de la investigación y de
los problemas en la investigación de la historia social internacional.
El capítulo III plantea la pregunta por el sentido social de la
ciencia histórica y de la enseñanza de la historia en el presente.
Sobre la base de un concepto liberal-democrático de ciencia y so­
ciedad —y con ello sobre la base del capítulo I — se esboza un
contexto práctico de aplicación de conocimientos histórico-cientí-
ficos que no contradice los principios científicos sino que la ayuda
a satisfacerlos. Se muestra que la cultura y la formación históricas
pueden cumplir tareas importantes en un orden democrático-libe­
ral de la sociedad, en su imposición, perfeccionamiento y conser­
vación, y que, al revés, un mínimo de principios democrático-li-
berales forma parte de los presupuestos funcionales de la ciencia
histórica; en este sentido específico se fundamenta su «mandato
político» limitado. La posición que aquí se sostiene se encuentra

7
igualmente alejada tanto de la utilización («politización») de la
historiografía como de la noción de una historiografía que se agota
en sí misma.
Como se ha dicho, los diversos capítulos de este volumen sur­
gieron en diversos momentos entre 1965 y 1975. El lector perci­
birá que no se trata de una obra hecha de una pieza. Los intereses
del conocimiento, la perspectiva y el lenguaje se modifican en el
curso de un decenio. Pero se ha intentado eliminar las repeticiones
y relacionar y coordinar los artículos entre sí. Ojalá que en el re­
sultado, ellos muestren el contexto intelectual que los une.
Estos son estudios teóricos de un historiador que trabaja pri­
mariamente de modo empírico, si bien no ateórico, cuyos centros
de investigación se encuentran hasta ahora en el lapso que va des­
de fines del siglo XV III. Consecuentemente se acentúan los inte­
reses y las experiencias de lectura. Muchos de los enunciados si­
guientes se refieren principalmente a la historia moderna, aunque
no se insista en ello cada vez; son enunciados sobre historia social
e historiografía. El punto de mira de la mayoría de las reflexiones
es, explícita e implícitamente, el trabajo práctico del historiador,
que sólo puede enriquecerse mediante la abundante reflexión teó­
rica.
Estos estudios surgieron, en parte, con el fin de lograr la propia
autocomprensión y seguramente ellos reflejan este esfuerzo. Pero
me parece que pueden contribuir también a la clarificación de una
discusión no siempre del todo clara que conoce tantas controver­
sias y conflictos necesarios (y ojalá fructíferos), que bien puede
renunciar a aquellas controvesias y conflictos que resultan de oscu­
ridades y malentendidos. Se ha empleado mucho esfuerzo en la
definición clara de conceptos tales como «historia social», «histo­
ria estructural», «teoría» «cultura» o «historia de lo cotidiano».
La concepción que se sostiene aquí está signada sin duda por
el clima intelectual y las discusiones de los años 60 y de comien­
zos de los años 70. Ellos tuvieron especial influencia —en forma
individualmente muy diferente— en quienes en aquellos años ini­
ciábamos la actividad científica y profesional. En visión retrospec­
tiva esto me parece primariamente una ventaja. La solidez de esta
concepción teórico-metodológica ha de mostrarse, no en última
instancia, en su capacidad de asimilar selectivamente y de ela­

8
borar productivamente las nuevas experiencias y suscitaciones, im ­
pulsos y desafíos que han ido surgiendo en el curso del tiempo.
N o existe motivo alguno para pasarse con banderas desplegadas
desde una posición, desarollada entonces, de una historia social o
de la sociedad orientada estructural y teóricamente, a una historia
de lo cotidiano, de concepción pobre, y hacerlo «desde dentro y
desde abajo», si bien se observan tales movimientos. Al contrario,
sería un signo de testaruda inflexibilidad querer ignorar los nue­
vos impulsos de la historia experimental, cultural o femenina y
negarles influencia en el propio trabajo. Uno puede sentirse afor­
tunado §i logra argumentativamente mantenerse, pese a toda crí­
tica, en la posición básica, desarrollada entonces con fundadas ra­
zones y, al mismo tiempo, ampliarla y modificarla mediante la
exploración y la recepción de lo nuevo: un acto de aseguramiento
de la identidad intelectual, si se quiere, que evita tanto la diligen­
te acomodación a las tendencias de moda como la rigidez fiel a
los principios, pero improductiva.

Bielefeld, septiembre de 1985


Jürgen Kocka

9
I. LA CIENCIA DE LA HISTORIA EN TR E EL
DOGMATISMO Y EL DECISIONISM O: ELEM ENTOS
DE U N A H ISTÓ RICA FU TU RA

1. Objeto, concepto e intereses

a) K ar M arx y M ax Weber: objetivo y preparación de la comparación


de sus metodologías.

N ada es más decisivo para la ubicación científico-teórica y me­


todología de un científico social o de un historiador que el modo
como piensa la relación entre objeto de la investigación, concepto/
teoría e interés (extracientífico). Desde este punto crucial, se pue­
den explorar y fundamentar —en la medida en la que exista una
posición metodológica-teórica bastante consistente— las nociones
que se forma de la relación cabal entre teoría y empirie, objetivi­
dad y partidismo, ciencia y praxis. La relación entre objeto, con­
cepto e interés ha sido formulada de dos modos extremadamente
diversos —en cierto modo clásicos— en la teoría de Karl Marx,
orientada hacia Hegel, y en la teoría de la ciencia de Max Weber.
En las obras de estos dos autores se encuentran las dos posiciones
contrapuestas que han signado también la discusión teórico-cientí-
fica del último decenio, en todo caso en Alemania, y por cierto
que en aguda confrontación recíproca. Los autores orientados de
una o de otra manera por Marx reprochan frecuentemente a los
científicos sociales «burgueses», decisionismo irracional, falta de

1. p. 9-40, apareció primeramente bajo el título “Karl Marx und Max


Weber. Ein methodologischer Vergleich” en: Zeitschrift fiir die gesamte Staats-
wissenschaft, t. 122, 1966, p. 328-357.

11
compromiso y agnosticismo en la determinación de la relación en­
tre concepto y realidad y mencionan en este contexto con frecuen­
cia a Max Weber como principal testigo de su acusación2. Al re­
vés, la seguridad de la pretensión de muchos marxistas de dispo­
ner de planteamientos, conceptos y teorías, cuya identidad está
asegurada, en principio por las estructuras de la realidad que hay
que conocer, en las que por así decirlo, la cosa que hay que cono­
cer se mueve por sí misma, y que son las únicas que posibilitan
el conocimiento científico de las leyes sociales, les parece, al me­
nos a aquellos que no están comprometidos estrictamente con pre­
supuestos gnoseológicos-hegelianos-marxistas, sino que están
orientados neokantianamente3 —si bien frecuentemente de modo
vago y difiriendo mucho en el detalle— no sólo como injustificada
y acrítica, sino también como antipluralista y dogmática4.

2. Cfr., por ejemplo, I. S. Kon, Die Gescbichtsphilosophie des 20. Jahrhun-


derts, t. 1, Berlín, 19662, p. 136-37.; B. Berthold y otros, comp. Kritik der
biirgerlicken Geschichtsschreinbung, Colonia, 19712, p. 76-81; J . Kuczynski,
“Max Weber un die ‘Wertfreiheit’ der Wissenschaft” en sus Studien zur Wis-
senschaft von de Gesellschaftsu'issemcbaftm, Berlin, 1972, p. 189-200.; H.
Schleier, Tbeorie der Geschichte-Theorie der Geschkhtsivissenschaft. Zu mueren theo-
retisch-methodologischen Arbeiten der Geschichtsschreibung in der BRD, Berlin,
1972, p. 7 2 .— W. Lefevre, Zum historischen Charakter und zur Funktion der
Methode bürgerlicher Soziologie. JJntersuchungen am Werk M arx Webers, Francfort,
1971, p. 6-23; M. V. Bretano, en: DerSpiegel, N . 8, 14, 1972, pp. 36,38:
crítica al “concepto pluralista de la ciencia” con referencia a su proveniencia
de M. Weber y sus supuestas consecuencias decisionistas; la ciencia se reduce
así a método y excluye toda teoría que tenga pretensión de contenido de
verdad.— H. D. Kittsteiner, Tbeorie und Gescbichte. Zur Konzeption der moder-
nen westdeutseben Sozialgeschicbte, en: Das Argument, Nr. 75 ( =K ritik der biirger-
lichen Geschkhtsivissenschaft 11), Berlín, 1972, pp. 18-32.
3. En relación con la convicción de Weber, que en las páginas siguientes
ha de discutirse y diferenciarse, según la cual el mundo de los fenómenos
puede conceptualizarse, en principio, de diversas maneras.
4. Como ejemplos de una argumentación marxista de tal tipo: R. Tom-
ber, ”Was heisst bürgerliche Wissenschaft?" en: Das Argument, N . 66, 1971,
p. 470-475; W. Eckermann y H. Mohr, Einführung in das Studium der Gescbicb-
te, Berlín, 19622, pp. 33, 40 s., 69 ss.; E. Hahn, Soziale Wirklichkeit undso-
ziologische Erkenntnis. Pbilosophiscb-methodologische Aspekte der soziologischen Theo-
rie, Berlín, 1965. Frente a ello críticamente: H. Albert, Traktat iiber Kritische
Vemunft, Tubinga, 19692, p. 7, 47-54 (19753); H. Seiffert, Marxismus und
bürgerliche Wissenschaft, Munich, 1971, especialmente p. 95-104.

12
La comprensión de algunas condiciones, implicaciones y pers­
pectivas de solución de esta disputa actual y básica constituye el
interés rector de la siguiente sección que reconstruye y confronta,
en parte, las posiciones epistemológico-metodológicas de Marx y
de Weber5. La confrontación de las concepciones epistemológico-
metodológicas de Marx y de Weber pondrá de manifiesto la lim i­
tación y parcialidad respectivas y, con ello, conducirá a la pregun­
ta por las lagunas y por los momentos impulsores dentro de las
dos concepciones, que pueden sugerir y sustentar el ensayo de in­
termediarlas en parte y, así, suavizar su parcialidad. Tal intento
no sólo debe destacar los aspectos frecuentemente descuidados de
la interpretación de Marx y de Weber; deberá mas bien esforzarse
por la localización de aquellos elementos de las dos concepciones
que deberían ser irrenunciables para toda futura teoría de la cien­
cia si quiere poder defenderse, tanto frente al reproche de dogma­
tismo como frente al veredicto del decisionismo teórico-conceptual
incondicionado, cuyos resultados o han abandonado toda preten­
sión de verdad o sólo pueden reclamarla metódicamente. Ha de
intentarse esbozar, al menos mediante la reconstrucción, la con­
frontación y la crítica de las dos teorías, los contornos de una pre­
tendida teoría de la historia entre el dogmatismo y el decisionis­
mo. Se mostrará que la problemática epitemológica a que se hace
referencia, es decir, la relación entre objeto del conocimiento y co­
nocimiento con la problemática histórico-filosófica, que ha de di­
ferenciarse de ello, la relación entre realidad histórica analizable y
normas de la acción política, esto es, la relación entre ciencia y polí­

5. Y por cierto sistemáticamente. No se trata, en cambio, el aspecto


histórico de la relación de Weber y Marx. Cfr. G. Roth, “Das historische
Verháltnis der Weberschen Soziologie zum Marxismus” en: Kolner Zeitschrift
fiir Soziologie und Sozialpsychologie, t. 20, 1968, p. 429-447, recogido en R.
Bendix y G. Roth, Scholarship andpartisanship. Enssays on M ax Weber, Berke-
ley, 1971. —Aquí no se discuten siquiera las condiciones históricas de la
teoría de la ciencia de Weber. Sobre eso cfr., entre otros,: A .N . Scharlin,
“Max Weber and the Origins of the Idea of Value-free Social Science” en:
Archives europeéns de sociologie, t. 15, 1974, p. 777-53; cfr. también J . Kocka,
“Kontroversen über Max Weber” en: Nene Politische Literatur, año 21, 1976,
p. 281-301, especialmente p. 229 s. Aquí se dejan de lado también los “es­
tratos Históricos” dentro de las obras de Marx y Weber.

13
tica, están estrechamente vinculadas entre sí; de esta manera se
subraya la significción práctico-política del tema teórico-metodo-
lógico que aquí se trata.
El esquema esbozado tropieza con diversas dificultades: 1.
Weber casi no discute explícitamente con Marx. Cuando se ocupa
del marxismo, se centra primariamente en una determinada evolu­
ción posterior de la teoría marxiana, pero deja de lado esencial­
mente la posición de Marx, detrás de cuyo pensamiento habían
recaído los materialistas históricos de aquel entonces6. 2. Marx
apenas explícito su metodología, del mismo modo como el pensa­
miento que lo invoca apenas ha producido algo más que esbozos
de una metodología. Hay que intentar una fundamentación de
este hecho. Para averiguar la posición metodológica de Marx será
necesario recurrir, por una parte, a algunas observaciones de su
obra filosófica y económica y, por otra, desarrollarla a partir de
su concepto de historia. Para encontrar una base convincente de
comparación es necesario pues partir de la teoría metodológica de
Weber7, pero también ir más allá y preguntarse por su imagen de

6. Aquí se trata de una comparación de las posiciones fundamentales


metodológicas y epistemológicas de los dos autores y de su concepción de la
historia, en la medida en la que ésta se halla relacionada con ello, y no de
muchos otros aspectos (concepto de capitalismo, comprensión del Estado
etc.) que suelen tratarse en una comparación amplia de ambos. Entre las nu­
merosas comparaciones de Marx con Weber, cfr.: K. Lówith, “Max Weber
und Karl Marx” en Gesammelte Abhandlungen, Stuttgart, 1960, p. 1-67; M.
Lowy, “Weber et Marx” en: L ’homme et la Société, N. 20, 1971, p. 73-83;
G. Hufnagel, Kritik ais Beruf. Der kritische Gehalt itn Werk Max Webers,
Francfort, 1971, p. 148-54; R. Ashcraft, “Marx and Weber on Liberalism
as Bourgeois Idelogy” en Comparative Studies in Society and History, t. 14,
1972, p. 130-168; C. Mayer, “Die Marx-Interpretation von Max Weber” en
Soziale Welt, t. 25, 1974, p. 265-77; W. Mommsen, Max Weber. Gesells-
chaft, Politik und Geschichte, Francfort, 1974, p. 144-181; V.M. Bader y
otros, Einführung in die Geselhchaftstheorie. Gesellschaft, Wirtschaft und Staat
bei Marx und Weber, 2 tt. Francfort 1976.
7. Esta no puede ser expuesta en su totalidad y sus muchos matices. Cfr.
al respecto: A. v. Schelting, M ax Webers Wissenschaftslehre, Tubinga 1934;
J . J . Schaaf, Geschichte und Begriff. Bine Kritische Studie zur Geschichtsmethodologie
von Ernst Troeltsch und Max Weber, Tubinga, 1952; F.H . Tenbruck, “Die Gé­
nesis der Methodologie Max Weber” en Kolner Zeitschrift fiir Soziologie und So-
zialpsychologie, t. 11., 1959, p. 573-630; J . Janoska-Bendl, Methodologische

14
la historia8. Hay que mostrar el punto desde el cual resulta inte­
ligible la diversidad de las dos posiciones, que también se hubiera
revelado si Weber hubiera interpretado más adecuadamente a
Marx.
Sería insuficiente querer entender a Weber a partir de su an­
tagonismo con Marx9. Frecuentemente y también en su obra capi­
tal Economía y Sociedad, largos tramos de la investigación siguen
un método que mucho se aproxima al planteamiento de Marx,
esto es, el de referir formas sociales de la organización y de la
conciencia a procesos económicos. A sí, por ejemplo, cuando la
formación de la comunidad o la génesis de un orden referido a
valores son inferidas del presupuesto de la competencia económica
o cuando, desde el punto de vista de la sociología de la religión,
se fundamenta la primacía de un Dios en la importancia de un
determinado desarrollo económico10. Hasta la crítica de Weber al
materialismo histórico muestra su deuda con el planteamiento de
Marx: «Y bajo la impresión de la poderosa significación cultural
de las modernas revoluciones económicas y especialmente del alcan­
ce sobresaliente de la “cuestión obrera”, se deslizó de modo natu­
ral por este camino el impulso inextirpablemente monista de todo
conocimiento acrítico frente a sí mismo» (WL, 167)11. En cierto

Aspekte des Idealtypus. M ax Weber und die Soziologie der Geschichte, Berlin,
1965; G. Hufnagel, Kritik ais Beruf (Cfr. N. 6) (con detallada bibliografía);
G. Dux, “Gegenstand und Methode. Am Beispiel der Wissenschaflehre Max
Webers” en: Dux y Th. Luckmann (comps.) Sachlichkeit. Fetchr. ztm 80. Ge-
burtstag von H. Plessner, Opladen, 1974, p. 187-221.
8. Cfr. W. Mommsen, “Universalgeschichte und politisches Denken bei
Max Weber, en HZ, t. 201, 1965, p. 557-612; recogido en su M ax Weber
(ver nota 6); G. Abramowski, D as Geschichtsbild M ax Webers. Universalgeschi­
chte am Leitfaden des okzidentalen Rationalisierungsprozefies, Stuttgart, 1966.
9. Así escribe, por ejemplo, K . Braunreuther, “Bemerkungen über Max
Weber und die bürgerlicher Soziologie” en Wiss. Zeitschr. der Humboldt-Univ-.
Ges. -und sprachwiss. Rcihe 1958/59, p. 115.123: “ser antimarxista fue la
profesión propiamente tal de Weber” (p. 116).
10. M. Weber, Wirtschaft und Gesellschaft, Tubinga. 19564. p.
1 9 9 -2 0 7 , 212, 352.
11. De los Gesammelte Aufsatze zur Wissenschafislehre de Max Weber se
cita según la edición de Tubinga, 1968? ( 19734) con las sigla WL, pero se
indican las páginas de la primera edición de 1922, porque la segunda y la

15
modo, Weber coloca al monismo marxiano bajo la sospecha de
ideología en cuanto lo refiere a su base económico-social.
Por otra parte, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo,
Weber, deslindándose conscientemente de M arx12, se sirve de un
método que invierte su planteamiento en cuanto se propone reve­
lar los orígenes espiritual-religiosos de las relaciones de produc­
ción capitalistas13. Para la explicación de su actitud ambivalente
frente a Marx, es preciso primeramente traer a cuento las opinio­
nes de Weber sobre el marxismo.
«La llamada “concepción materialista de la historia , en el vie­
jo sentido genial-primitivo del Manifiesto comunista, domina hoy
ciertamente sólo las cabezas de los legos y diletantes» (WL, 167).
Weber la rechaza como «visión del mundo». Esta concepción de
la historia constituiría su impulso acrítico frente a sí misma, su
fe en «que la totalidad de los fenómenos culturales son deducibles
como producto o como función de constelaciones “materiales” de
intereses» (WL, 166). Y Weber define: «m aterialista» significa

tercera edición indican en el margen entre paréntesis las páginas de la prime­


ra edición (en la medida en la que estas se diferencian de la tercera edición);
de este modo se posibilita la consulta de todas las ediciones.
12. Cfr. Max Weber, “Die protestantische Ethik und der Geist des Ka-
pitalismus” en : Gesammelte Aufsatze zur religionssoziologie, t. I. Tubinga, 1920
(1972r>), p. 38. El conocimiento de que en los Estados Unidos existía el es­
píritu capitalista antes del desarrollo económico hacia el capitalismo lo utiliza
Weber para una polémica contra el materialismo histórico “ingenuo”. “En
este caso, la relación causal se encuentra en todo caso de modo inverso a
como se la postularía desde el punto de vista materialista. Pero la juventud
de esas ideas es, en general, más espinosa de lo que suponen los teóricos de
la ‘superestructura’, y su desarrollo no se efectúa como el de una flor” , p. 60.
13. Ciertamente hay que apuntar que Weber sabe perfectamente que
esta manera de consideración no basta para la explicación del capitalismo de­
sarrollado (“triunfante”). (Ib. p. 37): “El (el capitalismo triunfante, J . K .)
impone al individuo, en la medida en la que éste está implicado en la rela­
ción del mercado, las normas de su acción económica”. En el capitalismo
desarrollado (y a éste lo investiga K. Marx en El Capital J . K .), el “espíritu
del capitalismo” debe ser concebido, en gran parte, como función de las re­
laciones que, según Weber, este espíritu ha creado y que, entre tanto, se
han convertido en un sistema que se reproduce a sí mismo ( cápsula ). Sin
embargo, esta intelección no ingresa en las reflexiones metodológicas de We­
ber. Cfr. ibidem p. 203 s.

16
«el inequívoco condicionamiento de los procesos “históricos” por
el modo respectivo de la adquisición y empleo de los bienes “ma­
teriales” , es decir, económicos, y especialmente también la ine­
quívoca deternunabilidad de la acción “histórica” de los hombres
por intereses “materiales” , es decir, económicos» (WL, 314). Por
toda la obra de Weber se extienden los reproches basados en esta
opinión sobre el materialismo histórico14.
Sin embargo, Weber cree “que el análisis de los fenómenos socia­
les y de los procesos culturales desde el punto de vista especial de su
condicionamiento y alcance económicos fue un principio científico
de fecundidad creadora y seguirá siéndolo aún por largo tiempo,
si se lo aplica prudentemente y libre de toda parcialidad dogmá­
tica» (WL, 166). Weber ve hasta el peligro de que el método
marxiano sea subestimado en el presente. «Todo aquel que alguna
vez haya trabajado con conceptos marxianos conoce la eminente
importancia heurística y hasta única de estos tipos ideales (de las
categorías marxianas, J . K .), cuando se las utiliza para la compara­
ción de la realidad con ellas, y conoce igualmente el peligro cuan­
do se las presenta como “fuerzas actuantes” empíricamente válidas
o hasta reales (es decir, en verdad, metafísicas), o “tendencias”
etc.» (WL, 205).
Con ello, Weber intenta salvar lo que él entiende por inter­
pretación marxiana de la historia para lo que él entiende por his­
toria. Weber acepta el materialismo histórico como principio heu­
rístico, lo libera de su pretensión de absolutez, pero con ello tam­
bién de su potencia revolucionaria y lo considera como un método
entre otros para conocer científicamente la realidad —en la medi­
da en que esto es posible— . A sí, Weber puede servirse con pro­
vecho de los modelos de Marx, sin que ello limite su pluralidad
metodológica. Antes de explicar este hecho a partir de la metodo­
logía de Weber, es preciso ocuparse más detalladamente de su crí­
tica a la interpretación marxiana de la historia. Hay que distinguir
dos aspectos de la crítica esbozada: en primer lugar, Weber sostie­
ne críticamente que el materialismo histórico pretente considerar

14. Así, por ejemplo ibidem p. 37 s., óO, 83, 205 s. Weber, Wirtscbaft
und Gesellschaft, p. 228 y 352.

17
como realidad las tendencias, las fuerzas y las leyes comprobadas
por él y no bis caracteriza como construcciones ideal-típicas que
mantienen distancia con la realidad. El materialismo histórico
identifica ingenuamente el conocer empírico-científico con la rea­
lidad objetiva15. En segundo lugar, Weber cree que las explicacio­
nes causales del materialismo histórico tienden a una deducción
de los fenómenos históricos singulares a partir de una «ley», en
última instancia ahistórica, es decir, de la ley de la dependencia
causal de la conciencia y la acción sociales del ser económico que
subyace monocausalmente a todo desarrollo. Sin embargo, este se­
gundo reproche no hace plena justicia a lo que Marx quiere decir
con «ley».
Sobre la relación entre historiografía y filosofía de la historia
dice Marx: «La filosofía independiente pierde con la exposición
de la realidad su médium de existencia. En su lugar puede surgir,
todo lo más, un resumen de los resultados más generales que se
pueden abstraer de la consideración del desarrollo histórico de los
hombres. Tomadas en sí, separadas de la historia real, estas abs­
tracciones no tienen valor alguno. Sólo pueden servir para facilitar
la ordenación del material histórico, para insinuar la serie de sus
estratos singulares. Pero en modo alguno proporcionan, como la
filosofía, una receta o un esquema según el cual se pueda dar for­
ma conveniente a las épocas históricas». Los principios de ordena­
ción y exposición resultan «tan sólo del estudio del proceso real
de la vida y de la acción de los individuos en cada época»16.
Marx se niega expresadamente a formular una ley filosófica
más allá de la historiografía práctica. Y esto, ante todo, por tres
razones: 1. «Como metabolismo entre hombre y naturaleza»17 in­
termediado por el trabajo en que consiste la historia, ésta no es
para Marx una función automática, plenamente determinada, de
la «base material». Cierto es que en Marx se encuentran formula­
ciones que permiten una tal interpretacin, pero ella contradiría
los aspectos dominantes de su planteamiento completamente his-

15. Sobre esto también Janoska-Bendl, p. 89-114.


16. K. Marx y F. Engels, Die deutsche Ideologie en: Marx/Engels, Werke,
Berlín, 1957 ss (en adelante se cita MEW), t. 3. p. 27
17. Marx, Das Kapital, t. I., MEW, t. 23, p. 57

18
tonco, que emerge más débilmente en su obra capital económica
que en sus escritos de juventud, pero que en modo alguno es
abandonada'8. Según Marx, la historia nunca surge sin conciencia
prácticamente deviniente. Esto no ha de entenderse como conse­
cuencia causal del «ser material», y la acción humana tampoco ha
de entenderse como ejecución inequívocamente determinada de le­
yes que dicta la base. «La teoría materialista1819 de la transforma­
ción de las circunstancias y de la educación olvida que las circuns­
tancias deben ser transformadas por los hombres y que el educador
mismo debe ser educado. Por lo tanto, esta teoría debe sondear
la sociedad en dos partes»20. Esto justamente es lo que no quiere
Marx. El ser histórico y la conciencia son más bien elementos,
que se transforman recíprocamente, de una relación entrecruzada
que debe ser pensada como separada y como unida En toda fase
histórica se encuentra un conjunto de relaciones que han deveni­
do, que «ciertamente han sido modificadas por la nueva genera­
ción, por una parte, pero que, por otra, prescriben sus propias
condiciones de vida y les dan un desarrollo determinado, un carác­
ter especial, de modo que las circunstancias hacen al hombre así
como también el hombre hace las circunstancias»21. Después de
haber comprendido la intermediación dialéctica entre ser y con­
ciencia, entre circunstancias y hombre, en realidad no es posible
hablar de leyes en el sentido de leyes naturales, ahistóricas, deter­
minantes.
2. Si Marx hubiera formulado la ley de la historia, entonces
hubiera hecho exactamente lo que le reprochara a Feuerbach en

18. En el prólogo a Zur Kritik der politiscken Ókonomie (1859) hace Marx
un resumen esquemático de sus estudios que subraya una considerable sepa­
ración de ser y conciencia sociales y reduce así la interpretación dialéctica de
la obra de Marx Marx, MEW, t. 13, p. 18 ss. Tales planteamientos meca-
nicistas de Marx fueron asumidos y subrayados por teóricos posteriores como
Karl Kautsky y Max Adler, en parte ya por Friedrich Engels, y de otro modo
en el estalinismo. Con muchas citas lo muestra y lo fundamenta A. Wellmer,
Kritische Gesellschaftstheorie und Positivismos, Francfort, 19713, p. 45-127.
19. Se refiere al materialismo que Marx encontró y criticó, entre otros
el de Feuerbach.
20. Marx, “Dritte These über Feuerbach”, MEW, t. 3, p. 5 s.
21. Marx y Engels, Die deutsche ideologie, MEW, t. 3-, p. 38

19
relación con los hombres. Feuerbach, dice Marx, habló falsamente
«del hombre», en vez de hablar del en cada caso diverso «hombre
real histórico»22. Marx haría entonces abstracción del decurso le­
gal histórico, establecería una «ley natural» y, con ello, contradi­
ría su propio planteamiento, que se aferra a la opinión de que la
«naturaleza» del hombre es su historia, de que no se puede hablar
precisamente de una naturaleza del hombre y de su historia capta-
ble bajo la forma de una ley23. Las posibilidades objetivas del
hombre social sólo están limitadas por su historia actual y por la
autonomía de la naturaleza, con tal que ésta no sea absorbida ple­
namente por los modos de su apropiación histórica24. Sin embar­
go, esta autonomía de la naturaleza, que no es plenamente dispo­
nible para el hombre, es sólo describí ble en el marco de la respec­
tiva situación histórica en la que los hombres se enfrentan con
ella. Por eso, ella es igualmente inadecuada para proporcionar la
base de la formulación de una constante esencial (negativamente
delimitante) del hombre25.
3. Marx polemizó enérgicamente en 1870 contra el intento
«de subsumir» toda la historia «bajo una única gran ley natural»,
bajo el principio de la lucha por la existencia26. Sin embargo,
Marx utiliza frecuentemente el concepto de «ley natural» para la
designación de tendencias sociales de desarrollo. Habla de las «le­
yes naturales» de la producción capitalista, de estas «tendencias

22. Ibídem. p. 42
23. Cfr. Marx, Úkonomisch-philosophische Manuskripte aus dem Jahre 1844,
NEW , tomo complementario, 1 parte, p. 579: “Ni la naturaleza - objetiva­
mente - ni la naturaleza - subjetivamente - existe inmediatamente de modo
adecuado al ser humano. Y , como todo lo natural, tiene que ser humano. Y
como lo natural tiene que ser una génesis, así también tiene el hombre su
acto de génesis, la historia... La historia es la verdadera historia natural del
hombre” .
24. A. Schmidt, Der Begrifí der Natur in der Lehre von Marx, Francfort,
1962, p. 51 ss.
25. Sobre el carácter histórico del planteamiento de Marx, en general,
con citas adicionales: A. Schmidt, “Über Geschichte und Geschichtschrei-
bung in der materialistischen Dialcktik” en: Folgen einer Theorie. Essays über
“Das Kapital”, Francfort, 1967, p. 103-129, y H. Fleischer, Marxismus und
Geschichte, Francfort, 1969.
26. Marx a Kugelmann, 27. 1870, MEW, t. 32, p. 685

20
que operan y se imponen con necesidad férrea»27. Esto ha de en­
tenderse en dos respectos:
Con «ley natural» designa Marx, en primer lugar, críticamente
el modo como ocurre la autorcproducción del sistema capitalista,
«en cuanto aquí el contexto de la reproducción total se impone
como ley ciega a los agentes de producción, no como la ley com­
prendida y con ello dominada por su entendimiento asociado, que
ha sometido al proceso de producción bajo su control común»28.
Con carácter de ley natural en este sentido transcurre el proceso
social o económico, mientras los hombres no hayan devenido suje­
tos determinantes de sus relaciones29. En cuanto Marx refiere las
«leyes naturales» a una determinada situación histórica, de la cual
han surgido y dentro de la cual operan, las muestra como algo
devenido y transformable. Al mismo tiempo, critica su carácter
rígido, represivo, «de ley natural», con el propósito de superar­
lo30.
Por otra parte, Marx ciertamente considera que todas las épo­
cas históricas de producción tienen en común ciertas característi­
cas. «En la medida en la que el proceso del trabajo sólo es un
mero proceso entre los hombres y la naturaleza, sus elementos
simples son comunes a todas las formas sociales de desarrollo del
m ism o»31. N o es sorprendente la existencia de tales «constantes»
dentro de la concepción de Marx si se tiene en cuenta la relación
entre hombre y naturaleza en Marx. Mientras que el joven Marx
designa muy utópicamente como meta del desarrollo histórico «la
plena unidad esencial del hombre con la naturaleza, la verdadera
resurrección de la naturaleza, (el) naturalismo realizado del hom­

27. Marx, Das Kapital, t. 1, MEW, t. 23, p. 12.


28. Ibidem. t. 33, MEW, t. 25, p. 267
29. Cfr. Ibidem. t. 1, pp. 89 y 511: “... con el efecto ciegamente des­
tructor de una ley natural...”, "... como, por ejemplo, la ley de la gravita­
ción, cuando a uno se le derrumba la casa sobre la cabeza” , Cfr. sobre esto:
R. Rosdolsky, “Ein neomarxistisches Lchrbuch der politischen Ókonomie”
en Kyklos, t. 16, 1963, p. 631 s. Menos acertado: Ch. Helberger, Marxismus
ais Methode, Francfort, 1974, p. 19 s. passim.
30. Cfr. también A. Schmidt, ‘‘Über Geschichte...”, p. 128 s. (Ver
Nota 25).
31. Marx, Das Kapital, t. III, MEW, t. 25, p. 890 s.

21
bre y (el) humanismo realizado de la naturaleza»,32 Marx com­
prende más tarde que la naturaleza no se funde completamente
con los modos históricos de su apropiación histórica, que más bien
el hombre de la sociedad socialista debe luchar con la naturaleza,
que no renuncia completamente a resistirse, para satisfacer sus ne­
cesidades33. En 1868 escribió: «Las leyes naturales no pueden ser
eliminadas. Lo que se puede transformar en las situaciones histó­
ricamente diversas es solamente la fonna cómo se imponen aquellas
leyes»34, De este contexto resulta claro que lo que ha de entender­
se por lo que aquí se designa como «leyes naturales» es aquella
«condición de existencia del homnbre (y eterna necesidad natu­
ral)» que se mantiene «independientemente de todas las formas
sociales»35. N o obstante, los objetos de investigación que intere­
san a los historiadores y a los economistas no son precisamente
estas «leyes naturales» formales y abstractas sino la forma como
se imponen aquellas leyes36.
Tales formulaciones equívocas, que también aluden probable­
mente a contradicciones en el pensamiento de Marx, no deben
ocultar el hecho de que en estas «leyes naturales» no se trata de
leyes suprahistóricas, formulables como abstraídas de las indivi­
dualidades históricas concretas; no se trata de reglas que permitan
interpretar los fenómenos históricos como casos de su aplicación,
sino como algo general que sólo se da en lo particular37.

32. Marx, Ükonomisch-philosophische Manuskripte, MEW, tomo comple­


mentario, 1 parte, p. 538.
33. Cfr. Marx, Das Kapital, t. III, MEW t. 25, p. 829 s. y Schmidt,
Begriff, pp. 57, 109, 115 ss. (Ver Nota 24).
34. Marx a L. Kugelmann, 11.7.1868, MEW, t. 32, p. 553.
35. Marx, Das Kapital, t. I, MEW, t. 23, p. 57.
36. Como ejemplo cita Marx la necesidad de la distribución del trabajo
social como una ley natural persistente, el valor de trueque como su forma
en la sociedad capitalista. “La ciencia consiste precisamente en exponer cómo
se impone la ley del valor” (Marx a Kugelmann, 11.7.1868, MEW, t. 32,
p. 553.) Cfr. R. Rosdolsky, “Der Gebrauchswert bei Karl Marx” en Kyklos,
t. 12, 1959, p. 31 ss.
37. Cfr.también: Marx a Engels, 9.12.1861, MWE, t. 30, p. 207:
“Hegel nunca llamó dialéctica a la subsunción de una masa de casos bajo un
principio general.”

22
Ciertamente según esto, la historia no posee, según Marx, una
plasticidad ilimitada; pero la «ley eterna», que Weber le imputa,
no tiene sitio alguno en su pensamiento. Cuando Weber reprocha
al materialismo histórico su concepto ahistórico, monocausal, de
ley, no critica tanto a Marx sino más bien a quienes más tarde lo
interpretaron rígida y antidialécticamente. Desde luego, hay que
subrayar que Marx mismo no perseveró siempre en su plantea­
miento histórico-dialéctico y, ante todo, que el concepto marxiano
de la relación entre lo general y lo particular en la historia sólo
puede comprenderse a partir de su procedencia de la lógica hege-
liana. Ya hacia finales del siglo pasado y comienzos del presente,
y más especialmente en los decenios siguientes, tales conceptos se
dirigían a un público que, por regla general, no compartía los
presupuestos y peculiaridades de la lógica hegeliana. Sin duda,
Max Weber sucumbió al peligro de la equivocación fundado en
ello —y que precisamente hoy tendría que tener en cuenta todo
aquél que se í.irve del lenguaje hegelianizante aunque tienda a la
comprensibilidad lo más clara posible.
Con la revelación de esta parcialidad weberiana, no desapare­
cen en modo alguno todas las diferencias entre las posiciones me­
todológicas de Marx y de Weber. Pues aunque Max no formuló
leyes ahistóricas del decurso de la historia, sin embargo no aban­
donó la pretensión de conocer científicamente la «figura nuclear»
de la sociedad capitalista, es decir, de obtener una intelección en
la substancia, algo que, según Weber, es imposible y que condena
como «m etafísica». Aunque Weber hubiera interpretado a Marx
más adecuadamente, su planteamiento le hubiera resultado ina­
ceptable.

b) Realidad y método en Weber

Weber parte de la separación estricta entre el científico que


analiza y la realidad que ha de ser analizada. Seguramente no basta
afirmar que esta realidad, en la medida en que no ha sido some­
tida a una consideración científica, es para Weber una realidad
inestructurada. «Lo que será objeto de la investigación y hasta
dónde se extienda esta investigación en la infinitud de relaciones

23
causales» es cosa que ciertamente detcrmianan las ideas valorativas
del investigador (WL, 184). Pero con esta frase implica Weber el
. hecho de que hay relaciones causales a las que se extiende la inves­
tigación, es decir, que la investigación sigue estructuras de la rea­
lidad previamente dadas, no las produce como por encanto-’8.
Además, la realidad previamente dada al historiador es una reali­
dad humana-histórica. Esto significa, según Weber, que los obje­
tos del conocimiento de las ciencias del espíritu son objetos surgi­
dos ya en el nivel «óntico»383940mediante una acción referida a valo­
res y, en tal medida, son objetos referidos a un sentido y, por
ello, estructurados. Tan sólo esta peculiaridad de tales objetos po­
sibilita la comprensión histórica, que sólo puede realizarse en re­
lación a valores (WL, 180 s.).
Frente a esto se pueden aducir una gran cantidad de opiniones
de Weber que indican que concebía la realidad como una realidad
caótica. «La luz que donan aquellas supremas ideas de valor cae
respectivamente sobre una parte finita siempre variable de la
monstruosa comente caótica de acontecimientos que se vuelca por
el tiem po»10. Partiendo de tales citas inequívocas, muchos intér­

38. Henrich, Die Einheit ... p. 14 (Ver Nota 7).


39. El adjetivo “óntico” debe referirse aquí a la realidad tal como se le
ha dado previamente al análisis científico - que aún no está constituido por
la referencia científico-metódica a valores y puntos de vista (a diferencia de
esto, “individuo histórico” significa en Max Weber una unidad de determi­
naciones de la realidad, en cuya vinculación coopera un acto del científico
referido a valores y puntos de vista de interés). Del mismo modo como We­
ber elude reflexiones filosófico-gnoseológicas sobre la realidad que se le pre­
senta al científico, se utiliza aquí “óntico” en un sentido gnoseológicamente
no problemático. Cfr. Die Einheit, p. 17 ss.
40. WL, p. 213 s. Además WL, p. 180: "... ‘Cultura’ es un trozo finito
de la infinitud sin sentido del acontecer del mundo, dotado con sentido y
significación desde el punto de vista del hombre.” WL, p. 177: “El número
y el modo de las causas que han determinado algún acontecimiento indivi­
dual es siempre infinito y no hay característica alguna que se encuentre en
las cosas mismas, para separar una parte de ellas como la única que hay que
tomar en consideración. Un caos de ‘juicios existenciales’. . . ” WL, p. 184:
“Infinitamente rueda la corriente del acontecer inconmesurable hacia la eter­
nidad".

24
pretes han llegado a la conclusión de que para Weber la realidad
en general no tiene ninguna «estructura objetual»41.
La contradicción entre realidad por una parte estructurada y,
por otra, caótica puede ser resuelta con ayuda de las reflexiones
siguientes. Aunque la realidad del «continuum heterogéneo»42 sea
una realidad estructurada y determinada por relaciones causales y
valorativas, ello no significa que tenga que ser cognoscible en estas
relaciones —por ejemplo, para el científico. Las estructuras previa­
mente dadas del «continuum» pueden ser más bien irrelevantes
para las estructuras que inquiere y constituye el trabajo científico,
y esto puede ocurrir cuando las relaciones causales previamente da­
das son incontables y, al mismo tiempo, cada elemento de esta
realidad se encuentra en una relación plurívoca con otros elemen­
tos. Entonces se puede hablar de un caos de relaciones causales o
de un cúmulo de elementos del ser individuales y referidos a valo­
res43, de un «acarreo amorfo» de elementos «embrollados»,

41. Tenbruck, p. 601 (Ver nota 7) y además por ejemplo, S. Landshut,


“Kritik der Soziologie” (1929) en Kritik der Soziologie u. andere Schriften zur
Politik, Neuwied, 1969, p- 37 ss.; Hufnagel (Ver nota 6) p. 130-39, 211
s., 219, 221; de modo parecido Mommsen, M ax Weber, p. 106, 226.
42. Este término de Rickert no usado por Weber significa una realidad
incalculable variada-diversa en su determinación espacio-temporal, lo mismo
que en relación con su peculiaridad cuantitativa, se caracteriza por un núme­
ro de características sobredimensionales para el entendimiento analizador.
Todo objeto concreto se encuentra en un contexto total, sus condicionamien­
tos son tan complejos y, en principio, tan inagotables como sus propiedades.
Cfr. Henrich, Die Einheit, p. 9 ss.
43. Cierto es que una referencia de valor tal constituye una estructura
común a todos los individuos actuantes. Pero ésta es puramente formal, por­
que no se puede decir nada obligatorio o regular sobre los contenidos de ios
valores que fungen como punto de referencia. Con ello, la referencia a valo­
res, que ha de concebirse como “racionalidad” específicamente humana, cons­
tituye ciertamente una estructura en el ámbito individual (la “personalidad”),
pero es inadecuada para fundamentar una estructura supraindividual en el
sentido de una cultura “material”, porque el contenido de esta “racionalidad”
puede ser un número incalculable de diversas combinaciones. De aquí resulta
claro que los objetos de la sociología comprensiva son “simplemnte decursos
y contextos de la acción específica de hombres singulares”, “porque sólo éstos
son para nosotros portadores comprensibles de la acción orientada por el sen­
tido” (WL, p. 514). Por eso, dentro de la sociología comprensiva no puede
haber un concepto (dialéctico o funcional) del todo de la sociedad.

25
si bien estructurados en sí. Según ello, la cultura es simplemente
un trozo, constituido y ordenado por el analista según determina­
dos valores y puntos de vista, de una realidad ciertamente no ines­
tructurada pero que, en última instancia, se le presenta al espec­
tador como caótica44.
Si de esta manera la realidad se presenta como algo infinita­
mente complejo y variado, el conocimiento empírico-científico
sólo puede ser un conocimiento parcial. «Todo conocimiento inte­
lectivo de la infinita realidad por el finito espíritu humano se basa,
por ello, en el presupuesto tácito de que sólo una parte finita de la
misma debe constituir el objeto de la captación científica, de que
sólo esa parte debe ser “esencial” en el sentido de “digna de ser
conocida”» (WL, 171). La selección de lo «esencial» se hace sobre
la base de ideas de valor y puntos de vista de intereses que no
pueden ser «tomados de la materia m ism a» (WL, 181). Weber
niega constantemente que de la materia puedan deducirse los pun­
tos de vista que posibilitan el conocimiento científico45. El crite­
rio para la corrección de punto de vista o para la posibilidad de
evaluar varios puntos de vista no se encuentra —al menos no su­
ficientemente— en el objeto que ha de investigarse46. Aunque la
realidad del continuum sea una realidad esructurada, Weber tiene
que subrayar esta independencia de la configuración de los puntos
de vista y de las categorías frente a la materia que ha de investi­
garse, porque aquellas estructuras «ónticas» en el «continuum he­
terogéneo» son considerablemente indeferentes frente a las relacio­

44. En contra, cfr. Tenbruck, p. 600. Sobre la cuestión de la estructura


de la realidad en Weber, cfr. la modificación de estas tesis de interpretación
en el apartado e) Crítica e intento de mediación.
45. Los puntos de vista están ligados a “ideas de valor que por su par­
te... no son fundamentables como válidas a partir del material empírico”
(WL, p. 213). “Pero lo que tiene significación para nosotros, no puede na-
turalemte ser explorado con ninguna investigación ‘sin presupuestos” de lo
dado empíricamente, sino que su comprobación es el presupuesto para que
algo se convierta en objeto de la investigación” (WL, p. 175 ss.) cfr. también
nota 40.
46. De modo semejante niega Weber la deductibilidad de normas de la
acción a partir del conocimiento de la realidad en la que se ha de actuar.
(Cfr. WL, p. 154 y 475).

26
nes causales y a las estructuras de interdependencia que le impor­
tan a la ciencia. Cierto es que la estructura «óntica» de la realidad
no es, según Weber, completamente indiferente frente a la confi­
guración científica de la estructura (configuración conceptual y
encuentro del resultado). El científico no puede aproximarse a
cualquier materia con cualquier interés y cualquier concepto y no
puede convertir simplemente cualquier cosa en un «individuo his­
tórico»4748. El límite de la arbitrariedad es, ante todo y por lo me­
nos18, aquella variedad de hechos que, por cierto, admite diversas
interpretaciones, pero no todas. Mientras la configuración concep­
tual científica no contradiga esta facticidad (y el margen parece
ser para Weber grande), la realidad es, en última instancia, indi­
ferente frente a la configuración de las categorías.
El esfuerzo de Weber de deslindar limpiamente el mundo de
los objetos, como facticidad libre de valores, del mundo de los
valores y de los puntos de vista dependientes de ellos, es compren­
sible desde la perspectiva de su imagen de la realidad y es un ele­
mento constitutivo e irrenunciable de su teoría de la ciencia y de
su ética. Esto le ocasionó el reproche de decisionismo. De hecho
parece que la elección de los puntos de vista del conocimiento se
mantiene en el ámbito de la decisión racionalmente no fundamen-
table y criticable, si la cuestión por investigar, la realidad históri­
ca, no entra en consideración como criterio49. Cuando Weber dice
que la elección del punto de vista no es «arbitraria» mientras el
éxito hable en su favor (W L, 170), hay que considerar que el éxito
se juzga según los mismos puntos de vista para los que dicho éxito
debe ser el criterio.
Cuando se sigue al Weber de los planteamientos metodológi­
cos, en la medida en que éstos han sido expuestos resumidamente hasta
ahora, se comprueba una profunda fisura entre realidad y conoci­
miento. La objetividad no puede ser determinada por el conteni­
do, sino sólo metódicamente. Esta renuncia fundamenta con tanto

47. Cfr. Henrich, Die Einheit..., p. 19.


48. Sobre otras instancias desde las cuales y también dentro de la cons­
trucción intelectual de Weber se puede limitar la arbitrariedad de la elección
de conceptos y categorías, cfr el apartado de este trabajo cit. en la nota 44.
49. Cfr. WL, p. 151 s. y 469 ss.

27
mayor razón el derecho de los puntos de vista valorativos a ser
sustraídos en su libertad a la discusión racional. Entre la razón y
la decisión parece abrirse un abismo. A partir de aquí resulta más
comprensible la actitud ambivalente de Weber frente a Marx.
Puede admitir la validez de sus puntos de vista y categorías como
una posibilidad entre otras. Weber no puede adjudicarle una ven­
taja o una desventaja frente a otros: así critica de igual modo el
materialismo histórico y la teoría de las razas, colocándolos el uno
al lado de la otra, formalmente y con igualdad de derechos (Wl,
167). Al mismo tiempo, tiene que negarle al pensamiento marxia-
no la pretensión de ser algo mas que un orden intelectivo de una
realidad, en última instancia subordinada, pues según Weber no
puede haber intelección de la substancia.

c) Realidad y método en M arx

Marx se opone a captar la realidad sólo «bajo la forma del ob­


jeto». Desea concebirla como «actividad sensorial-humana», como
praxis50. Según ello, la realidad histórica es un proceso en el que
constantemente y en medida creciente se objetualizan el trabajo
humano y, con ello, la conciencia humana que, a la vez, operan
retroactivamente sobre el sujeto pensante y actuante. Marx recha­
zaría como abstracta la exigencia de Weber de establecer una clara
separación entre el sujeto cognoscente y el objeto por conocer.
Pues, por un lado, una buena parte de la conciencia humana se
encuentra siempre en las relaciones condicionantes del estadio res­
pectivo del proceso histórico y, por otro, — «El mundo es el mun­
do de los hombres»51— la conciencia humana debe ser descripta
en su forma y contenido como conciencia histórica, es decir, como
determinada por el proceso histórico. De allí resultan nuevamente
dos cosas: por una parte, la realidad —en cuanto está intermedia­
da crecientemente por el trabajo y es co-constituida por la con­
ciencia prácticamente devenida— no necesita, en principio, ser

50. Marx, “Erste These über Feuerbach” , MEW, t. 3, p. 5


51. Marx, Zur kritik der Hegelschen Rechtsphilosopie. Einleitung, MEW, t.
21, p. 378.

28
extraña y externa al comprender racional humano. Esto lo sostiene
Marx contra Feuerbach, hasta para los objetos de las ciencias natu­
rales: «Aún esta “pura” ciencia natural obtiene su finalidad y su
material tan sólo gracias al comercio y la industria, gracias a la
actividad sensórea de los hombre»52. Esto cabe decir tanto más de
las ciencias sociales.
Por otra parte, la conciencia no se aproxima a la realidad con
categorías ajenas a ella. « ... el ser humano es un abstractum inhe­
rente al individuo singular. En su realidad, él es el conjunto de
las relaciones sociales»53. Por eso, sus formas y contenidos de con­
ciencia son «una existencia históricamente devenida en su forma
conceptual, un ámbito socialmcnte devenido de experiencia y un
grupo de nociones»54. Esto significa que también los valores y los
puntos de vista deben someterse a reflexión como elementos del
proceso pansocial e histórico y en modo alguno, como en Weber,
desligados de la cosa.
Ciertamente que de allí no se infiere, según Marx, que la con­
ciencia de los hombres siempre sea adecuada a sus objetos. Los
elementos conceptuales que ingresan en la realidad pueden y de­
ben aparecer en la conciencia de los «portadores y agentes» de las
relaciones económicas alienadas55 en una forma inversa. Cuando,
por ejemplo, los productores privados en el acto del trueque capi­
talistas, relacionan mutuamente, de modo abstracto, su trabajo
social, «ellos no (lo) saben pero lo hacen»56. La iluminación de
esta conciencia necesariamente falsa es precisamente la tarea de la
ciencia que, sin embargo, sólo puede cumplir con éxito cuando
es intermedidada por el interés proletario de clase y, al mismo
tiempo, se realiza la transformación práctica de las relaciones.
¿Qué consecuencias metodológicas tiene la aludida no separa­
ción de conciencia y mundo? En modo alguno puede tratarse de

52. Marx y Engels, Die Deutsche Jdeologie, MEW, t. 3., p. 44


53. Marx, “Sechste These über Feurbach”, MEW, t. 3., p. 6
54. O. Morf, Geschichte und Dialektik in ckr politischen Okonomie. Zum Ver-
hdltnis von Wirtschaftstheorie und Wirtschaftsgeschichte bei Karl M arx, Francfort,
19702, p. 114
55. Marx, Das Kapital, t. III. MEW, t. 25, p. 219
56. Ibidem. t. I, MEW, t. 23, p. 88

29
una disolución del objeto en el sujeto del conocimiento, el «sujeto
real (esto es, el objeto de conocimiento J . K .) se mantiene perma­
nente en su independencia fuera de la cabeza, siempre y cuando
que la cabeza se comporte sólo especulativamente, sólo teórica­
mente. De ahí que también en el método teórico el sujeto, la so­
ciedad, debe presentarse generalmente como ya presupuesto a la
representación»57.
El proceso de conocimiento tampoco puede describirse como
coincidencia del intelecto con los objetos que se encuentran fuera
de él en el sentido de una teoría de la imagen. Eso presupondría
precisamente aquella dualidad de sujeto y objeto que Marx trataba
de superar58.
El proceso de conocimiento no puede ser descrito fuera de la
relación práctica entre hombre y realidad. Por una parte, la refle­
xión sobre los objetos del mundo exterior parta de la importancia,
que éstos tienen como medios de satisfacción de las necesidades
humanas 59. El proceso progresivo de la apropiación práctica de
estos objetos conduce, por otra parte, a que en la realidad históri­
ca que se trata de conocer, el trabajo deviene objetual. Con ello,
la praxis humana debe ingresar en la definición de tal realidad,
que ha sido co-constituida por aquélla, por una parte, y de tal
modo la praxis se convierte en criterio de la verdad, por otra: «La
pregunta sobre si al pensamiento humano le corresponde verdad
objetual no es una pregunta de la teoría, sino una pregunta prác­
tica» 60. Sin que aquí se pueda entrar a considerar la problemática
que encierra esta frase61. Es claro que también para Marx el pen­
samiento científico está preformado siempre por una relación entre
mundo y hombre que ha de describirse como una relación prácti­

57. Marx, “Einleitung” Z ar Kritik der politichen Ókonomie. MEW, t. 13,


p. 633. Cfr. También Schmidt, Begriff, p. 66
58. La teoría de la reproducción de Lenin fue criticada en este sentido
desde la perspectiva marxista. Cfr. Karl Korsch, Marxismus und Philosophie,
Leipzig, 1930, p. 25 ss.
59- Cfr. Marx, “Randglossen zu Adolph Wagners ‘Lehrbuch der politi-
schen Ókonomie’”, cit. por Schmidt, Begriff, p. 93
60. K. Marx, “Zweite These über Feuerbach” , MEW, t. 3, p. 5. Cfr.
Schmidt, Begriff, p. 101.
61. Cfr. E. Bloch, Das Prinzip Hoffnung, Berlín' 1960, t. 1, p. 214 ss.

30
ca. El pensamiento científico se dirige a un mundo que no está
concluso sino orientado a la praxis, en la medida en que siempre
contiene praxis humana en forma objetualizada. La realidad histó­
rica está estructurada y, en sus estructuras, dentro de la respectiva
referencia a la praxis, es también cognoscible para el investigador.
La distinción de Weber entre realidad «objetiva» e «histórica» (es
decir co-constituida por la configuración conceptual científica) es
irrelevante en este pensamiento. «La disputa sobre la realidad o
no realidad del pensamiento — que está aislado de la praxis —
es una cuestión puramente escolástica»*'2.
De esta relación del pensamiento con una praxis actual y en
transformación resulta una imposibilidad doble:
La teoría de Marx no permite, por una parte, formular un sis­
tema ecónomico o sociológico. Como tal, éste debería desprenderse
de su referencia histórica c independizarse abstractamente. A par­
tir de aquí resulta comprensible que la ley general de la historia
criticada por Weber no tenga casi cabida en el pensamiento de
Marx. De aquí resulta más bien una cierta coincidencia entre
Marx y Weber, quien igualmente consideró como imposible un
sistema definitivo de las ciencias culturales a causa del cambio
permanente de los intereses del conocimiento (WL, 184).
Por otra parte, es imposible elaborar una metodología (por
ejemplo, en el sentido de Weber). Parece que toda metodología
debe realizar precisamente aquel corte entre sujeto y objeto de co­
nocimiento, que Marx rechaza. Además, cabe preguntarse si ella
no debe siempre abstraer del caso histórico concreto, si no debe,
por así decir, establecer un esquema bajo el cual pueda subsumir
todos los procesos de conocimiento 626364.
Por consiguiente, desde la posición de Marx se desarrolla una
crítica al punto de vista metodológico de Weber en la siguiente
dirección61: el proceso de la reproducción social ha adquirido una
independencia tal que el mundo humano se le presenta al hombre

62. Marx, "Zweite These über Feuerbach” , MEW, t. 3, p. 5


63. Cfr. Schmidt, Begriff, p. 94; MEW, t. 3. p. 5
64. Cfr. G. Lukács, Die Zerstorung der Vernunft, Neuwied, 1961, p.
521-37. Más diferenciado el análisis marxista de Kon, Die Gescbichtsphilosop-
hie, t. 1, p. 136-57.

31
como un mundo completamente extraño. La incalculabilidad del
proceso histórico para el individuo aislado, cuyos motivos son para
Marx indicables, se refleja en Weber en su caracterización de la rea­
lidad como caos inconmesurable. Ya no se puede concebir el pro­
greso. La racionalidad se reduce a la más efectiva relación medio-
fin, teniendo en cuenta aquí que, en última instancia, la determi­
nación de los fines, ya no tiene nada que ver con la razón. La crítica
marxista a la metodología de Weber tendería a entender sus afir­
maciones formuladas ahistóricamente sobre el proceso empírico-
científico del conocimiento a partir de sus presupuestos histórico-
sociales, a relativizarla histórica y socialmente y así a destruirla
como metodología general. Un paso de esa crítica sería, por ejem­
plo, el descubrimiento de la imagen weberiana de la realidad, un
presupuesto de su pensamiento sobre el que Weber no reflexionó.
Una crítica tal debería colocar a Weber en su contexto histórico y
social. La crítica de las categorías abstractas pasaría a ser crítica de
las relaciones abstractas, cuya falsa plenitud son aquéllas. Catego­
rías ahistóricas, desprendidas del objeto de su aplicación se mostra­
rían y relativizarían como indicio de un pensamiento alienado.

d) Totalidad histórica y «continuum heterogéneo»

De lo dicho hasta ahora resulta que Marx, a diferencia de We­


ber, tiene un concepto de la historia total y que, con ello, también
puede pensar a la sociedad como totalidad determinada y determi­
n a re , como una totalidad que condiciona sus partes singulares
(que están en mutua relación) del mismo modo como es condicio­
nada por ellas. Por ello Marx puede aplicar el método que expuso
brevemente en la introducción a su Crítica de la economía política65.
Marx parte de lo aparentemente «real y concreto, de los pre­
supuestos reales», esto es, en la economía, de la población. Esto
«real y concreto» se revela como abstracción vacía de contenido
cuando no se inquiere sobre su articulación, las clases y sus ele­

65. Marx, “Einleitung" Zur Kritik der politischen Qkonomie, MEW, 13,
p. 631

32
mentos fundamentales, capital, trabajo asalariado etc. Sin la mar­
cha analítica desde lo concreto representado hacia abstractos cada
vez más «sutiles» y hasta las determinaciones más sencillas, la re­
presentación de la totalidad resultaría caótica y completamente in­
determinada. «Desde allí habría que emprender el viaje hacia
atrás, hasta que llegara por fin otra vez a la población, pero esta
vez no como una representación caótica del todo, sino como una
rica totalidad de determinaciones y relaciones». Lo realmente con-
treto no es pues para Marx la concepción inmediata sino: «Lo con­
creto es concreto porque es el compendio de muchas determinacio­
nes, unidad pues de lo vario»66. Esta totalidad concreta abarca to­
das las relaciones sociales de un periodo histórico.
El todo sólo se encuentra en sus partes. «En la naturaleza de
las partes del todo se encuentra el presupuesto de su existencia, y
así, sólo el estudio de estas partes es el movimiento que configura
el todo. Pero tampoco eso basta, pues debe mostrarse cómo se en­
trelazan unas con otras, cómo se condicionan recíprocamente para
aparecer como un todo»67. Al revés, a causa de la conexión de las
partes, sólo puede captarse cada una de ellas si, al mismo tiempo,
se pregunta por el todo.
A este proceder metódico subyace implícitamente la noción
de una realidad en la que hay que diferenciar forma de aparición
y esencia, superficie y figura nuclear. «La figura conclusa de las
relaciones económicas, tal como se muestra en la superficie, en su
existencia real y de ahí también en las nociones con las que los
portadores y agentes de estas relaciones tratan de ponerse en claro
aquéllas, es muy diferente — y de hecho inversa — y contraria a
su figura nuclear interna, esencial pero oculta y diferente, del con­
cepto que le coresponde»68. Aunque en la sociedad alienada, la
existencia de las relaciones, lejos de revelar su esencia más bien la
oculta, el científico tiene que iniciar su trabajo en los fenómenos
de superficie, pues en ninguna parte puede encontrar la «figura

66. Ibiclem. Sobre esto Morf, Geschichte und Dialektik, p. 36 ss.; A.


Schmide, Geschichte und struktur. Fragen einer marxistischen Historik, Munich,
1971, p. 41 ss.
67. Morf, p. 128
68. Marx, Das Kapital, t. III, MEW, t. 25, p. 219

33
nuclear» sino sus formas histórico-concretas de aparición. La tarea
del científico consiste en buscar69 el concepto de esta «figura nu­
clear», es decir, «desvelar la ley económica del movimiento de la
sociedad moderna70. Pero esto no significa buscar una ley general
en el sentido de una fórmula del mundo. Se trata más bien de un
concepto que no ha de formularse desprendido de las formas de
su existencia. Por eso exige Marx inmediatamente también «em ­
prender el viaje hacia atrás», es decir, descubrir las relaciones en­
tre figura nuclear y fenómeno en la superficie y tan sólo así com­
prender la figura nuclear de manera adecuada, es decir, concreta­
mente71. Al mismo tiempo, se ponen en tela de juicios las «nocio­
nes con las que los portadores y agentes de las relaciones tratan
de aclararse dichas relaciones»72, y se crea así la posibilidad de su
transformación, que ciertamente no de limitarse al ámbito teórico,
sino que tiene que pasar a la transformación práctica de las relacio­
nes que condicionan aquella falsa conciencia.
En este sentido, la intelección de la sustancia — según Marx,
a diferencia de Weber — en principio es posible para la ciencia a
causa de la relación dialéctica esbozada más arriba, entre conciencia
y realidad, si bien dicha intelección sólo puede ser realizada por
una conciencia que no esté limitada por las barreras de clase y no
se halle invertida por la presión de las relaciones económicas alie­
nadas. Sobre las condiciones de posibilidad de tal conocimiento no
se puede reflexionar abstractamente porque el contenido y la forma
de la conciencia cognoscente están determinados como diversos re­
sultados y motivos de las respectivas situaciones históricas.
Ante todo, un concepto de realidad tomado de Hegel, si bien
transformado materialisticamente73, que conoce una unidad es­

69. Ibidcm. p. 825: "... toda ciencia sería supérílua si la forma de pre­
sentación y la esencia de las cosas consideran inmediatamente...”
70. Así formula el propio Marx el “objeto final” de su obra. Das Kapital.
t. I, MEW, t. 23, p. 151).
71. Cfr. Rosdolsky, Lehrbuch, p. 151.
72. Ver nota 68.
73. Con G. Lukács (Geschichte uncí Klassenbufitsein. Studien über marxistische
Dialekíik -1923- Neuwied, 1970, p. 255-355, H. Marcuse (Vernunft and Revo-
lution inglés 1941, 19522, Neuwied, 1962, p. 241 ss), K. Bekker (M arx Phi-
losophische Entwicklung. Sein Verhaltnis zu Hegel, Zurich, 1940), S. Avineri (The

34
tructurada en toda la variedad, una figura nuclear en todos los
fenómenos, le permite a Marx exigir una intelección de la esencia
de las relaciones históricas, es decir, intelección de la sustancia o
una captación de la totalidad. Al contrario, el pensamiento poshe-
geliano, neokantiano, de Weber, que sólo puede representarse la
realidad como un «continuum heterogéneo», tiene que satisfacerse
con conocimientos parciales y condenar como mala metafísica
aquella diferencia entre esencia y fenómeno y como arrogante ilu­
sión aquella intención de lograr un concepto de la totalidad. Al
revés, la fuerza de convicción y la consistencia del planteamiento
de Marx depende, en enorme medida, de la validez de las premi­
sas hegelianas. Quien no acepte esas premisas, no podrá aceptar
este planteamiento.
El método de Weber, que emerge de la noción de realidad
como un «continuum heterogéneo», se caracteriza —a diferencia
de la permanente inclusión del todo en Marx— primeramente de
acuerdo con un punto de vista conductor del conocimiento, por
pretender desprender tina «cuerda causal» de la riqueza de la rea­
lidad, que no es pensada como totalidad estructurada. Aunque
Weber también puede perseguir, con la ayuda de subsiguientes
investigaciones, «cuerdas causales» complementarias, le resulta
muy difícil —a causa de su método— reflexionar constantemente
sobre la relación y la significación de un momento de la realidad
frente a otros.
Esta abstracción, exigida por el planteamiento metódico, re­
sulta ser una dificultad en los trabajos de Weber, por ejemplo,
en La ética protestante y el espíritu del capitalismo. A sí parece enton­
ces que Weber, cuando se mantiene dentro de su planteamiento
limitado, no puede aclarar suficientemente el fenómeno del pietis-
mo, que ciertamente se basa en los mismos fundamentos religiosos
del puritanismo que impulsara el capitalismo, pero que precisa­
mente no conduce a un sobrio ascetismo y a un ethos del trabajo

Social an political thougth of K arl Marx, Cambridge, 1968, p. 3, passim), A.


Schmidt, Geschichte und Struktur, p. 47-53 y passim y muchos más hay que
atenerse a la grande y persistente influencia de la filosofía hegeliana en Marx,
que él transformó radicalmente. No es convincente la posición contraria de
L. Althusser, Pour Marx, París, 1966., p. 153, passim.

35
como éste. Si Weber hubiera querido explicar esa diferencia, hu­
biera tenido que desarrollar más condiciones de la transformación
de la religiosidad calvinista en laboriosidad abierta al mundo, con­
diciones que, probablemente, son de naturaleza social, económica,
geográfica, etc. y que tienen el efecto de que contenidos religiosos
semejantes conduzcan en una ocasión a una activa apertura al
mundo y en otra a una piedad interiorizada74. Habría que refle­
xionar sobre el entrelazamiento e influencia recíproca de los dis­
tintos elementos condicionantes y ponderar mutuamente su im ­
portancia75.
A causa de su limitación a una cadena causal, Weber tropieza
con dificultades semejantes cuando pretende explicar cómo surgie­
ron de la empresas distribuidoras en el siglo XV III, las manufac­
turas centralizadas76. Weber recurre al nuevo espíritu calvinista
como el motor que impulsa una intensificación del control del tra­
bajo, de la planificación, de la publicidad comercial etc. y que
pone en tela de juicio la forma industrial hasta entonces fundada
en el trabajo doméstico. Pero parece cuestionable que todos estos
impulsos y efectos del nuevo espíritu puedan explicar suficiente­
mente por qué el trabajo tuvo que realizarse en las manufacturas,
es decir, en locales centrales de trabajo separados de los hogares.
Sería del todo imaginable que la planificación, la publicidad co­
mercial y una mayor racionalidad del proceso de trabajo también
hubieran podido ser llevadas a cabo con una forma descentralizada
de trabajo. Para explicar la génesis de los establecimientos cerra­
dos es inevitable recurrir al desarrollo ulterior de los medios de
producción, de las herramientas y primeras máquinas, cuya adqui­
sición y utilización exigían una cierta centralización, y al proceso
de trabajo, cuya evolución tecnológica exigía de manera cada vez
más clara una dirección central, e investigar la relación de estos

74. Weber, Die protestantische Ethik, p. 134 ss. y 192.


75. Cierto es que hay que tener en cuenta que Weber consideró su estu­
dio como trabajo previo y que esperaba complementos a base de otros puntos
de vista de la investigación futura (Ib. p. 205 s.)
76. Ibidem. p. 52 s. Cfr. sobre el problema del tránsito de distribuidora
a manufactura J . Kocka, JJnternehmer in der deutschen Industrialisierung. Gotin-
ga, 1975, p. 22 s.

36
elementos con el nuevo espíritu. Pero esto lo dificulta el plantea­
miento de Weber; al menos no conduce forzosamente a un proce­
der tal.
Frente a ello, Marx intenta captar la realidad en su diversos
elementos mutuamente condicionantes, uno de los cuales es la
propia investigación científica. Según él, hasta las categorías más
abstractas son categorías históricas. Esto lo desarrolla con la cate­
goría «trabajo». El trabajo puede ser pensado, primero, como
«trabajo en general» (según Marx, así lo hizo, por primera vez,
A. Smith) en una «totalidad muy desarrollada de modos reales de
trabajo... de los cuales ninguno es ya el dominante». Se presupo­
ne una sociedad «en la que los individuos pueden pasar con faci­
lidad de un trabajo a otro y para quienes el modo determinado
de trabajo es casual y, por lo tanto, indiferente». En la época de
los fisiócratas esto ocurrió menos que dentro de la sociedad bur­
guesa moderna. Con este ejemplo comprueba Marx convincente­
mente «cómo hasta las categorías más abstractas, pese a su vali­
dez, para todas las épocas —a causa precisamente de su abstrac­
ción— son, sin embargo, en la determinación de esta abstracción
igualmente el producto de las relaciones históricas y poseen su
plena validez sólo para y dentro de estas relaciones»77. A sí se con-
cretiza la tesis enunciada más arriba y según la cual el sujeto cog-
noscente no se acerca al problema con categorías extrañas. Tiene,
sin embargo, que reflexionar constantemente sobre su situación
dentro de la totalidad del proceso histórico y sobre la procedencia
de sus categorías, haciéndolo desde este proceso78. Las categorías,
los puntos de vista, sólo pueden ser criticados en cuanto se los
vincula con las relaciones en las que surgieron y se aplicaron.

77. Marx, “Einleitung” Zur Kritik der politischen Ókonomie, MEW, t. 13,
p. 634. Para la historia del concepto de “trabajo” cfr. el artículo de W.
Conze en, O. Brunner y otros (compiladores) Geschicbtliche Grundbegriffe. His-
torisches Lexikon zur politisch-sozialen Spracbe in Deutshland. t. I, Stuttgart,
1972, p. 154 ss.
78. Marx sólo insinúa esta exigencia (ib. loe. cit. p. 617 s.), pero puede
deducirse del contexto. Weber no hace esta exigencia porque sitúa los puntos
de vista de modo completamente separado de la realidad por investigar. Cfr.
apartado e) Crítica e intento de mediación en este trabajo.

37
La posición dominante de las categorías (puntos de vista) tra­
bajo, producción y trueque, la fundamenta Marx con la alta signi­
ficación que han adquirido en la sociedad capitalista que investi­
ga. Según Marx, las categorías son, al mismo tiempo, categorías
del ser; en el lenguaje de Weber: los puntos de vista del conoci­
miento científico son, al mismo tiempo, los elementos dominan­
tes de la realidad que se investiga.
Sin embargo, con ello se plantea la pregunta al historiador
Marx de si las categorías que pueden ser adecuadas a la sociedad
actual, pueden también ser aplicadas a la investigación de épocas
pasadas. En el caso, por ejemplo, de que se investigue la sociedad
medieval con las categorías de «clase» y «lucha de clases», surge
el peligro de que un sistema actual de categorías —que según la
pretensión propia de Marx está sujeto a la relativización históri­
ca— sea colocado ahistóricamente por debajo de todo el desarrollo
ocurrido hasta ahora. Marx piensa de modo lo suficientemente his­
tórico, en el sentido de la diversidad de las individualidades his­
tóricas, como para afirmar ingenuamente la aplicabilidad de con­
ceptos actuales a tiempos pasados. «Si de ahí es cierto que las
categorías de la sociedad burguesa poseen verdad para las otras
formas de la sociedad, entonces esto debe tomarse sólo cum grano
salis»79. Sin embargo, considera que tan sólo a partir de la orga­
nización del presente (la más altamente desarrollada hasta ahora)
es posible la intelección en la articulación y/las relaciones de las
formas desaparecidas de la sociedad que, desde la forma hasta aho­
ra última, es decir, la forma actual, son vistas como fases hacia
ella m isma». «La economía burguesa ofrece así la clave de la eco­
nomía antigua, e tc.»80, siempre y cuando no se borren con ello
las diferencias históricas. Marx parece sustentar tácitamente la
opinión de que los momentos singulares aparecen tan sólo en el
presente como lo que fueron en el pasado en forma oculta; el pre­
sente sería la forma desarrollada del pasado y las categorías actua­
les, aplicadas a formas pasadas, pueden captar mejor su esencia
que, por ejemplo, categorías que eran conscientes y estaban en
uso en la época que se investiga.

79. Marx, Zur Kritik. der politischen Ókonomie, MEW, t. 13, p- 636.
80 Ibidem.

38
Con ello acepta Marx implícitamente que la consideración his­
tórica siempre ocurre desde un horizonte determinado. Sin embar­
go, las relaciones actuales que constituyen el horizonte son, según
Marx, las más desarrolladas, la forma más verdadera de las relacio­
nes que se trata de describir. Aquí se muestra una cierta justifica­
ción del reproche de Weber, esto es, que en las «leyes» del mate­
rialismo histórico se trata de un método histórico-universal en el
que las relaciones de producción tendrían en cierto modo, una
preponderancia metafísica. Marx mismo proporciona puntos de
partida para malinterpretar lo que él proyectaba como anatomía
de la sociedad burguesa, como máxima histórico-filosófico, como
«concepción materialista de la historia».
También esta peculiaridad del método marxiano resulta con
cierta necesidad de la adopción (modificada) por Marx del concep­
to hegeliano de desarrollo. A sí, subyace al pensamiento de Marx
el presupuesto de concebir la historia como un proceso, en princi­
pio racional, al que el hombre pertenece inalienablemente como
elemento activo-intermediante. Cierto es que para el materialista
Marx la historia ya no es, como en Hegel, el camino de la auto-
liberación del espíritu —que primeramente es sólo en s í — hacia
la realidad revelada de su esencia. Con todo, cada época histórica
se concibe como totalidad estructurada, cuyas contradicciones en­
cierran ya en sí mismas la exigencia y la promesa de su solución.
También para Marx, el presente es en tal sentido «futuro restrin­
gido»81, de modo tal que el futuro es sólo la realización de las
tendencias de desarrollo ya dadas y orientadas en el presente.
Este presupuesto hegeliano del pensamiento de Marx funda­
menta, en última instancia, la contraposición de un pensamiento
tal frente a una posición como la de Weber, cuyo rechazo de todo
concepto de desarrollo resulta necesariamente de su comprensión
de la realidad como «continuum heterogéneo»82. Esta diferencia la
pone en claro una confrontación de lo que Weber y Marx entien­
den, en principio, bajo crítica: «El destino de una época cultu­

81. E. Bloch, Subjekt-Objekt. Erlauterungen zu Hegel, Berlín, 1951, p.


221 ss.
82. E. Troeltsch, Der Histortsmus und seine Próbleme, libro 1, (Reimpre­
sión de la ed. aparecida en 1922), Aalen, 1961, p. 367.

39
ral que ha comido del árbol del conocimiento consiste en tener
que saber que no podemos descifrar el sentido del acontecer del
mundo a partir del resultado, por perfecto que sea, de su investi­
gación, sino que debemos estar en condiciones de crearlo, que las
“cosmovisiones” nunca pueden ser producto de un saber empírico
progresivo y que los más altos ideales, que nos mueven de manera
más poderosa, surten efectos para todo tiempo sólo en lucha con
otros ideales, que son tan sagrados para los otros como los nues­
tros lo son para nosotros» (W l, 154). «Toda valoración con sentido
de un querer ajeno sólo puede ser crítica desde una “cosmovisión”
propia,' combate del ideal ajeno desde el terreno del ideal propio»
(WL, 157). En cambio Marx: «La razón ha existido siempre, sólo
que no siempre en la forma racional. El crítico puede, pues, partir
de toda forma de la conciencia práctica y teórica y desarrollar, a
partir de las formas propias de la realidad existente, la realidad ver­
dadera como su deber ser y su meta final»83. Mientras que para
Weber el hombre se decide en una realidad en última instancia,
sin sentido, y crea sentido, Marx desea encontrar el sentido de las
nuevas relaciones sociales mediante una crítica de las pasadas, que
las contienene ya en forma implícita.

e) Crítica e intento de mediación

Se ha mostrado que, dentro del pensamiento de Marx, la rea­


lidad que se investiga sirve de criterio para la adecuación de las
categorías de las investigación. Como se trata del conocimiento
de las estructuras esenciales, de las «leyes» de la realidad respec­
tiva (es decir, de su «figura nuclear») — y no de conocimientos
parciales — , la aplicación de las categorías de la investigación no
puede estar precedida de un acto arbitrario de selección. La cues­
tión que ha que investigar impone más bien al investigador los
puntos de vista y categorías adecuadas para su propia investiga­

83. Marx a Ruge, setiembre de 1843, en Die Frühschriften, ed. por S.


Landshut, Stuttgart, 1953, p. 169- Sobre la posibilidad de esta crítica inma­
nente en Marx en relación con el tránsito de Hegel a Marx, que aquí no se
tematiza detalladamente, cfr. Wellmer, (ver nota 18), p. 59-61, 78-92.

40
ción siempre y cuando se abandone a ella de modo cabal. Algo
semejante — se podría mostrar — cabe decir de la relación de los
valores, es decir, de las normas y los criterios de la acción, con la
realidad que ha de ser transformada por tal acción. Llevadas las
cosas al extremo, tal pensamiento afirma la deductibilidad de las
normas de la acción, a partir del análisis cabal de la realidad his­
tórica84. Con ello —y en contraposición a la teoría weberiana de
la mentalidad valorativa— las decisiones pueden ser claramente
examinables, pero con ello, al mismo tiempo, ser eliminadas. De
modo semejante a como ocurre en una «civilización científica» en
la que el «político» no sería « “el que decide” o “domina” sino el
que an aliza...», el que sacaría las consecuencias de las presiones
del aparato que determina el desarrollo social85, en una realidad
que posibilitara un análisis de sí misma y de sus potencias objeti­
vas de modo tal que el conocimiento de lo «socialmente valioso»
pudiera ser deducido de ello86, se sustituiría también la decisión
según valores por una consecuencia adecuada a partir del análisis
de la realidad. En los dos casos, como consecuencia de tal pensa­
miento, surge el peligro de la no liberalidad, del anti-pluralismo
y del dogmatismo autoritarios: desde el punto de vista de la teoría
de la ciencia, la intolerancia frente a otros planteamientos del co­
nocimiento que, dentro de tal pensamiento, sólo pueden ser com­
prendidos como desviación errónea o ideológica frente al propio
modo verdadero de captación; desde el punto de vista político-so­
cial, la justificación ideológica de las propias metas, completa­
mente particulares, como metas generales y absolutas, surgidas
aparentemente de la compresión científica.

84. Como representantes modernos de este pensamiento cfr. M. Hork-


heimer, “Zum Begriff der Vernunft” en Adorno/Horkheimer, Sociológica II
Francfort, 1962, especialmente p. 204, y W. Hofmann, Gesellschaftslehre ais
Ordnungsmacht. Die Werturteilsfrage heute, Berlín, 1961, p. 29.
85. Cfr. H. Schelsky, Der Mensch in der ivissemchaftlichen Zivilisation, Co­
lonia, 1961, p. 25 y passim.
86. Así por ejemplo en el ámbito del pensamiento marxista, Hofmann,
p. 32 s. "Validez general se adjudica a las concepciones de valor o disvalor
de hechos sociales que corresponden objetivamente a una sociedad histórica
dada según el estado de todas sus potencias. Socialmente valioso es, en todo
caso, lo que históricamente se ha vuelto posible” .

41
La epistemología de Max Weber, en la medida en la que hasta
ahora se la ha traído a cuento, formula una posición contraria,
que se aferra a la indeductibilidad de los puntos de vista del cono­
cimiento con respecto a la cuestión que hay que investigar. Su
conocimiento es siempre conocimiento parcial, cuya dirección está
determinada por un acto primario de selección entre varios puntos
de vista. Apenas se evidencia una dependencia de los puntos de
vista del conocimientos de la realidad, si bien al contrario la in­
vestigación está determinada en el punto de partida, modo y me­
tas de su camino, por aquellos puntos de vista.
Weber también realiza una separación correspondientemente
radical —así se podría mostrar— entre realidad histórica y nor­
mas de la acción (valores), entre ciencia de la realidad y decisiones
de la vida. El conocimiento de los valores y metas de la acción
no resulta, según él, del análisis empírico-científico, por perfecto
que éste sea. Las funciones de la ciencia, también las que tiene
según Weber en la formulación de los fines de la acción87, no bas­
tan para fundamentar la preferencia de un valor frente a otro
opuesto (WL, 149 ss.). Y aunque se hubiera comprobado cientí­
ficamente una tendencia de desarrollo de la realidad histórica, ello
no proporcionaría información alguna para el actor acerca de si
debe apoyar la realización de esta tendencia u oponerse a ella (Wl,
474 s.). En una realidad que deja abiertas diversas posibilidades
de acción según valores opuestos, el origen y la elección de los
valores parecen no ser discutibles racionalmente. En el ámbito de
la acción (o en el proceso de la investigación), las metas y las nor­
mas (o los puntos de vista y metas del conocimiento) se constitu­
yen por un acto que, en última instancia, es decisionista, sobre
cuya racionalidad material no se puede decir nada88.

87. Estas han sido argüidas breve y concisamente en W L., p. 472 s.


88. Calificado de este modo como decisionista, Weber aparece con algu­
nos matices y valoraciones frecuentemente contrapuestas en, por ejemplo,
Tenbruck, p. 600 ss.; Lukács, Zerstorung, p. 532 ss.; L. Strauss, Naíurrecht
uncí Geschichte, Stuttgart, 1956, p. 107 s s .;J . Habermas, Tecbnik und Wissen-
sebaft ais Ideologie, Francfort, 1968, p. 121 s.; H. Marcuse, Kultur und Gesell-
schaft, t. 2. Francfort, 1965, p. 107 ss.; comp. además el panorama en G.
Rotch, Political Critiques of Max Weber. Some Implicatios for Political Sociology,
en American Sociological Review, t. 30, 1965, p. 213; en suma, cfr. U. Beck,

42
Marx y Weber representan — en la medida en que sus teorías
han sido expuestas hasta ahora con una cierta parcialidad condicionada
por la confrontación — dos posibilidades de pensamiento opuestas
entre sí. Su confrontación acentuada de determinada manera de­
muestra sus defectos y peligros y se convierte así en ocasión de
crítica recíproca y de intentos de mediación, es decir, da ocasión
primeramente a plantear la pregunta de hasta qué punto se en­
cuentran dentro de los dos planteamientos del pensamiento ele­
mentos que impulsan a ir más allá de los modelos básicos hasta
ahora esborzados.
Se ha dicho cuán necesariamente la posibilidad del plantea­
miento de deducir nítidamente puntos de vista del conocimiento
de la realidad que hay que conocer, supone ya un concepto de la
historia que — modificado en relación con la praxis — se apoya
fuertemente en el de Hcgel. Ciertamente: si la realidad, en su fi­
gura históricamente encontrable, es una realidad que tan sólo me­
diante la conciencia práctica cabal es mediada con lo que hasta
ahora sólo era posibilidad, que está pues orientada hacia la praxis
humana y, con ello, al conocimiento práctico, entonces las normas
de la acción pueden ser ajustadas a las posibilidades objetivas de
la respectiva realidad. Pues esta realidad no es para la comprensión
algo externo y extraño, sino que aquí vale la frase de Hegel: « ...
sólo la naturaleza del contenido puede ser la que se mueve en el
conocer científico, en cuanto al mismo tiempo esta reflexión pro­
pia del contenido es la que pone y genera su propia determina­
ción»89. A tal manera de hablar subyace como presupuesto la cer­
tidumbre de una identidad originaria del sujeto y del objeto de
conocimiento que está dada en las premisas de la filosofía hegelia-
na. Si la historia es el hecho «mediante el cual la meta final abso­
luta del mundo se realiza en ella, meta que tan sólo el espíritu
que es en s í lleva a sí mismo a la conciencia y autoconciencia y

Qbjektivitat und Normativitat. Die Theorie-Praxis-Debatte in der modernen deut-


schen und amerikanischen Soziologie, Reinbek, 1974.
89. Hegel, Wissenschaft der Logik, Leipzig, 1923, I parte, p. 6; Morf (p.
77) aplica con razón esta cita de Hegel al método de Marx. Sobre la conside­
rable afinidad del método de Marx con la Lógica de Hegel cfr. también
A. Schimidt, Geschichte und Struktur.

43
con ello a la revelación de su ser que es en sí y para s í» 90, entonces
la crítica puede agotarse en la confrontación de la realidad con su
pretensión (para garantizar el progreso histórico). Además, tal
concepto de la historia garantiza, en principio, la adecuación no
problemática de las categorías actuales para la investigación de re­
laciones pasadas, pues dichas categorías provienen de un presente
que es la forma más verdadera y más desarrollada del pasado que
hay que investigar. La identidad de espíritu subjetivo y objetivo,
de conciencia humana y realidad histórica es en Hegel una identi­
dad im plícita (si bien sólo en sí) y dada desde el principio.
Por el contrario, cabe preguntarse si el materialista histórico
Marx que suprime la razón originaria, históricamente deviniente,
la premisa de Hegel91, no se priva también con ello de la base
para pensar la relación entre hombre e historia de manera hegelia-
na, como una identidad im plícita y solamente por realizar. Cierto
es que a partir de la posición de Max es comprensible que la rea­
lidad histórica no necesita ser extraña comprensión humana ni ser
una «corriente monstruosamente caótica» en el sentido de Marx
Weber, porque siempre está configurada y conceptualmente inter­
mediada por la razón humana. Pero no se puede comprender por
qué la grada respectiva del proceso de metabolismo entre hombre
y naturaleza92 tiene que llevar en sí implícitamente su propio pro­
yecto de futuro, su propia crítica en el sentido de la posibilidad
objetiva hegeliana y llevarlo de tal manera que se pueda formular
íntegramente: «Lo valioso socialmente es lo histórica y posible­
mente devenido»93. El material del proceso histórico de interme­
diación no es, según Marx, una naturaleza que como idea pudiera
ser descrita en su alteridad94 y cuya verdad im plícita fuera desde
el principio la verdad. A sí como en Marx la naturaleza no se di­
luye completamente en la historia, así tampoco exige ella su elabo­
ración con sentido por parte del trabajo histórico; éste deja sim ­
plemente libre a aquélla, lo mismo que a su aplicación sin senti­

90. Cfr. Marx y Engels, Die deutsche ídeologie, MEW, t. 3, p. 13 ss.


91. Hegel, cit. nota 89.
92. Marx, Das Kapital. t. I, MEW, t. 23, p. 57, entre otras.
93. Ver nota 86
94. Hegel, Enzyklopádie, p. 197 (§244)

44
do. Aunque toda situación histórica está intermediada conceptual­
mente, no se puede argumentar propiamente desde la posición de
Marx que toda situación histórica lleva ya en sí suficientemente
el sentido de su futuro. La meta de la historia sólo es el concepto
del desarrollo alcanzado hasta ahora cuando este concepto, como
razón que es en sí, siempre precedió al desarrollo. Pero precisa­
mente la teoría de Marx95 ya no parte de esta premisa. La deduc-
tibilidad de metas del actuar político — deductibilidad que para
Marx es subjetivamente evidente — a partir del análisis adecuado
del desarrollo alcanzado hasta ahora, se manifiesta, dentro del
planteamiento marxiano, como algo que objetivamente es en ex­
tremo problemático.
Algo semejante cabe decir de la deductibilidad de puntos de
vista y categorías a partir de la cosa misma que se investiga.
Como se mostró más arriba96, el análisis histórico y social marxia­
no se realiza desde un horizonte específico, históricamente condi­
cionado y referido a la praxis. Con el ejemplo de sus indicaciones
metodológicas: cuando Marx pretende partir de «lo real y concreto
de los presupuestos reales» y toma a la «población» como punto
de partida de su investigación para llegar hasta su articulación (las
clases y a sus elementos fundamentales97), dispone ya entonces con

95. También Wellmer pone de relieve estos restos hegelianos de una ló­
gica especulativa de la historia en el pensamiento de Marx, en el que, sin
embargo, no tienen ya un justo lugar y una fundamentación cabal, y ve en
ellos las base de la inclinación de Marx a suponer que las contradicciones
sociales serían suspendidas y absorbidas con una cierta necesidad de un modo
progresista-revolucionario (p. 56 ss., 64., 77, 93 s. 126 ss.) Esta suposición
ha “resultado ser falsa en un sentido fatal” (p. 128). Cfr. también, M. Theu-
nissen, Gesellscbaft und Geschichte. Zur Kritik der kritischen Theorie, Berlín,
1969, p. 30, 33-38. Demuestra que la “Teoría Crítica”, aunque abjura ex­
plícitamente de la premisa hegeliana (punto de partida de una objetividad
absoluta, pero que deviene históricamente) procede en última instancia
— por ejemplo, en Habermas — como si aún pudiera construir sobre aquel
presupuesto de filosofía de la identidad. Precisamente ve Theunissen en ello
ciertas tendencias de la “Teoría Crítica” hacia un dogmatismo intolerante y
hacia una pretensión gnoseológico-política de absolutez.
96. Cfr. el apartado d) Totalidad histórica y “continuum heterogéneo de este
trabajo, especialmente la parte final.
97. Marx, “Einleitung” Zur Kritik der politischen Okonomie, MEW, t. 13,
p. 631 s.

45
ello de una comprensión previa no explicitada por él en este lugar
para no elegir como punto de partida, por ejemplo, la nación en
contraposición a otras naciones, y dispone de una teoría que le
permite llegar a las clases (definidas económicamente) pero no,
por ejemplo, a unidades religiosas o étnicas de articulación. Se
trataría de problematizar esta compresión teórica previa y funda­
mentarla en su adecuación relativa al objeto, cuando se han vuelto
problemáticas la premisa hegeliana propia de su filosofía de la
identidad y la pretensión, inferible de aquélla, de la coincidencia
entre las categorías del ser y las del pensamiento. Si se entiende
cabalmente el planteamiento de Marx, no es posible decir que
aquella comprensión previa, aquellas categorías y planteamientos
teóricos, estarían casi impuestos por la realidad que hay que cono­
cer, y que hay que entregarse sólo de manera cabal a la cuestión
para conceda adecuadamente98.
Si con ello se puede domostrar que también dentro del pensa­
miento marxiano cabalmente entendido la cuestión que hay que in­
vestigar no es un criterio plenamente suficiente, no es una instan­
cia de control plenamente suficiente para la determinación clara
de los puntos de vista y conceptos adecuados de conocimiento, si
se muestra pues que el problema de la adecuación entre concepto
y objeto, solucionado por Weber de modo tal vez demasiado de-
cisionista, pero aclarado de todos modos, no puede ser superado
simplemente recurriendo a Marx, entonces cabe decir con mayor
razón algo análogo sobre la praxis como segunda posible instancia

98. Fundándose en una larga discusión hermenéutica, J . Habermas pone


en claro la gran significación de la comprensión previa precientífica históri­
camente cambiable (y heterogénea también dentro de la misma sociedad y
época) para el acto del conocimiento científico, y ciertamente que dirigiéndo­
se contra algunos representantes de una teoría neopositivista de la ciencia
que no tienen suficientemente en cuenta esto (“Analytische Wissenschafts-
theorie und Dialektik. Ein Nachtrag zur Kontroverse zwischen Popper und
Adorno” en Zeugnisse. Th. W. Adorno zum 60. Geburtstag, ed. por M. Mork-
heimer, Francfort, 1963, p. 473-501, especialmente p. 476. Reprod. en
Habermas, Zur Logik der Soziahvissenschaften, Francfort, 19702). Aquí hay
que subrayar que precisamente esta reflexión puede argüirse frente a los plan­
teamientos marxianos, en la medida en la que éstos están inclinados a supri­
mir su propia historicidad y a saltar por encima de la problemática herme­
néutica del conocimientos. Cfr. también Seiffer, p. 79-75.

46
de control de la conceptualización, categorización y teorización
científicas. Ciertamente que con Marx se puede demostrar que el
conocimiento científico se encuentra siempre en una relación di­
versamente intermediada con la praxis y que de allí se pueden y
deben obtener criterios para su proceder". Empero, si la investi­
gación tiene que orientarse siempre por la praxis, entonces ésta
no puede ser una medida fija, objetiva, ni para la valoración de
las normas ni para la elección de los puntos de vista del conco­
miente: Pues el hombre se encuentra siempre en su centro como
elemento constitutivo de esta praxis, de modo semejante a como
el conocer mismo es un elemento del proceso cognoscente. N o se
le puede objetivar como un todo aprehendible. En este sentido,
precisamente a un pensamiento que se entiende como parte del
todo que hay conocer se le plantea el problema del círculo herme-
néutico del que Marx no tuvo aún conciencia10.0. Además, la pra­
xis se transforma permanentemente, entre otras cosas, por la mar­
cha de la investigación cuya base de orientación debe ser ella al
mismo tiempo. Como praxis histórica, ella no es nunca interpre­
table de manera definitiva y, además, es siempre diversamente in­
terpretable.
Si con ello se muestra que también dentro del pensamiento
marxiano cabalmente entendido se da el problema de cómo se
pueden controlar los valores y puntos de vista del conocimiento
(o categorías) porque ni la realidad histórica que hay que investi­
gar ni la respectiva praxis histórica del investigador son criterios
suficientemente inequívocos para la elección, ello no significa que
haya que volver a la alternativa decisionista esbozada más arriba.
Más bien —y pese a su insolubilidad básica— deben mante­
nerse la reflexión de los puntos de vista del conocimiento (cierta­
mente no su deductibilidad inequívoca) a partir de la cuestión por
determinar y de la respectiva praxis social, y la pretensión de*10

99- Cfr. el apartado c) Realidad y método en M arx de este trabajo.


100. Theunissen (p. 34 s.) muestra que la "Teoría crítica” vinculada a
Marx tampoco está en condición de enfrentarse a este problema y que en su
pretensión — que contradice aquélla situación fundamental — de conoci­
miento de la totalidad se encuentra fundamentada la posibilidad del dogma­
tismo frente a otros planteamientos.

47
Marx de no poder conocer el fenómeno histórico singular sin un
concepto del todo; estos elementos deben ser estudiados en busca
de su relación con la teoría de Weber.
La meta de una interpretación de la epistemología de Weber,
que se aproximase a estos elementos de la teoría de Marx debería
ser, por una parte, atenerse al primado de ios puntos de vista en
el acto del conocimiento empírico-científico, lo mismo que a la
imposibilidad de deducirlo unívocamente a partir de los criterios
del asunto que se investiga o de la cultura actual. Por otra parte,
dentro de la teoría weberiana, habría que encontrar posibilidades
de control que liberasen a la elección de los puntos de vista del
reproche de ser simplemente un acto decisionista.
A Weber se le ha reprochado que, según él, la ciencia obtiene
un objeto que no existe en la realidad. Debido a la falta de estruc­
tura del continuum heterogéneo, el conocimiento ya no puede ser
justificado a partir de la realidad sino sólo metódicamente; la cul­
tura es simplemente «un concepto subjetivo» y la historia sola­
mente «nuestra construcción». La realidad de Weber como «aca­
rreo amorfo de fenómenos embrollados» no ofrece ningún criterio
para la selección, valoración y control de los puntos de vista que
son los que posibilitan el conocimiento101.
Esta crítica — apoyada en muchos enunciados de Weber —
sigue vigente aunque, como se mostró más arriba, el «continnum
heterogéneo» no es, según Weber algo completamente no estruc­
turado, pues estas estructuras «ónticas» no pueden evitar que al
investigador la realidad se le presente primeramente como «co­
rriente caótica» Sin embargo, una tal crítica radical, ante la cual
la metodología de Weber tiene que presentarse como paradóji­
ca102, no puede explicar suficientemente una serie de momentos y
pasajes dentro de la teoría de la ciencia.

101. Así, por ejemplo, Tenbruck, p. 600, 602; de modo semejante


Landshut, (ver nota 41); Leíevre, p. 16 ss. y muchos más.
102. En último término, en la metodología de Weber interpretada de
tal manera no se podría encontrar motivo alguno para no interpretar la géne­
sis del capitalismo británico bajo el punto de vista de la frecuente niebla en
Inglaterra. Al contrario, hay que tener en cuenta que Weber presentó no
solamente una teoría de la ciencia sino también trabajos prácticos de investi­
gación cuyos resultados no podrían comprenderse en el horizonte de una me­
todología tan paradójica.

48
Weber alude —al menos implícitamente— al hecho de que
para él, los puntos de vista del conocimiento no son por cierto
deducibles, pero tampoco completamente inescrutables e incon­
trolables. A sí manifiesta la esperanza de que en una fase avanzada
de la investigación se pueda determinar la «viedida de la significa­
ción cultural del protestantismo ascético» para el capitalismo mo­
derno, es decir, que se pueda formular un juicio sobre la impor­
tancia de un punto de vista de una cadena casual frente a otros
(por ejemplo, socio-económicos)103.
Weber sigue considerando las ideas de valor dominantes en el
presente del científico como criterio de los puntos de vista del
conocimiento (WL, 259 s.). Un «genio científico», cree Weber,
referiría los objetos de su investigación a valores que determinan
«la “concepción" de toda una época» (WLL, 182). Weber sugiere
que los puntos de vista y los intereses de conocimiento del inves­
tigador están intermedidados por las necesidades prácticas de su
tiempo (WL, 148, 148, 165). Cierto es que en este entrelaza­
miento social de los puntos de vista, aceptado por él, no se puede
divisar ninguna base suficiente para su control. Si como funda­
mento de explicación y medida de correspondencia de la configu­
ración de puntos de vista y conceptos se introducen los problemas
culturales prácticos, se plantea entonces la pregunta por la posibi­
lidad de la comprensión de los problemas prácticos de la cultura.
Aquí se repite entonces la dificultad que consiste en que, según
el planteamiento de Weber, las tareas prácticas de la cultura se
presentarán de manera diferente según los intereses, valores y pun­
tos de vista de los que parte el individuo, en tanto que precisa­
mente los puntos de vista deben ser medidos según las tareas prác­
ticas de la cultura.
Con todo, tales razonamientos fundamentan una exigencia,
que Weber mismo no formula expresamente pero que tiene su si­
tio dentro de la epistemología y que puede ser adecuada para sus­
traerlo, al menos en parte, del reproche de decisionismo, que se
le ha hecho tan frecuentemente; se trata de la exigencia de refle­
xionar sobre la configuración científica de los puntos de vista y las

103. Weber, Protestantische Ethik, p. 205 s.

49
teorías a partir del contexto social, al que pertenence, como ele­
mentos la investigación104. El postulado propio de Weber —al
que siempre se atuvo— de claridad y honradez intelectual puede
fundamentar suficientemente, dentro de su teoría, la exigencia a
todo científico de reflexionar sobre el entrelazamiento (reconocido
por Weber) de sus puntos de vista gnoseológicos con su situación
social (WL, 259 s.), de no aceptarlos ciegamente sino exponerlos
a la crítica permanente, también en el sentido de la crítica de la
ideología.
Además, no solamente la realidad social del investigador sino
también el objeto que se desea conocer ofrecen dentro de la teoría
de Weber, posibilidades para limitar, al menos, la arbitrariedad
subjetivista: «Pero si quiero captar genéticamente el concepto de
“secta” , por ejemplo en relación con ciertas significaciones cultu­
rales importantes que ha tenido el “espíritu de secta” para la cul­
tura moderna, serán entonces esenciales ciertos momentos de los
dos (Iglesia y secta, J . K .) porque están en relación causal adecua­
da con aquellos efectos» (WL, 194). Mientras «significación cul­
tural» expresa en Weber generalmente el motivo del interés por
el cual el científico se dedica a determinados objetos históricos,
es decir, manifiesta una realización metódica según la cual se dota
con «significación» «un trozo de la infinitud sin sentido del acon­
tecer mundial» y con ello deviene «cultura»105, «significación cul­

104. Tendendialmente en el sentido de Habermas, “Analytische Wis-


senschaftstheorie...” p. 473 s.
105. WL, 180. Cfr. también para las páginas siguientes: Henrich, Die
Einheit, p. 74 ss. Henrich, en: O. Stammer (compilador), M ax Weber uncí
die Soziologie heute. V'erhandlungen des 15. deutschen Soziologentages, Tubinga,
1965, p. 81-87. Esta argumentación y citas no son aceptadas, pero tampoco
refutadas, por ensayos recientes, en mi opinión falsos, de calificar a Weber
de dccisionista gnoseológico. Cfr. especialmente Lefevre, p. 16-29, sobre
todo p. 20 s. y 115 s. Lefevre señala — como muchos otros antes que él —
en gran parte con razón sobre las dificultades y los límites del planteamiento
weberiano. Lo que llama la atención en esta investigación es la gran seguri­
dad acrítica con respecto a sí misma con la que sugiere que las dificultades
de Weber son, en principio, superables junto con la sociedad burguesa, sin
mostrar siquiera en lo más mínimo el moda de realizar esto teórica y prácti­
camente. Algunas indicaciones (p. 57, 60) sobre la solubilidad de problemas
teórico-científicos mediante la participación en la “lucha” anticapitalista “de

50
tural» designa aquí el contexto en el que la cultura pasada ha in­
fluido sobre la moderna. Si «significación cultural» forma parte
allí de los conceptos que vinculan el conocimiento científico con
decisiones valorativas subjetivas, entonces esta palabra designa
aquí una estructura objetiva106. Parece que para Weber, tácita
mente, la culturo no era sólo un trozo de un caos, ordenado por
la referencia metódica a los valores y puntos de vista del científi­
co, sino que también aceptaba algo así como un «concepto mate­
rial de la cultura», una cultura en el nivel «óntico», cuyas estruc­
turas y sentido no están constituidos únicamente por los puntos
de vista del científico107.

las masa de productores por la disposición de la objetividad producida por


ellos” resultan simple afirmación y además sugieren la sospecha de que Lefe-
vre desea transmitir las “insuficiencias” del planteamiento weberiano de una
manera que queda rezagada tras los resultados criticistas —indudablemente
insuficientes, pero no simplemente despreciables y en modo alguno superados
por la teoría dialéctico-materialista. En tal contexto, el reproche habitual de
formalismo y arbitrariedad contra la teoría de la ciencia de Weber, adquiere
una función anticrítica de inmunización, para la protección de decisiones
fundamentales teórico-políticas que no reconocibles como tales y tampoco
son sometidas a discusión científica con posibilidad de revisión. También
Hufnagel (p. 139, nota 2, p. 211, 213, passim) parece querer ceñirse a una
interpretación decisionista de la teoría de la ciencia de Weber. Esto es tanto
más sorprendente por cuanto liberó a Weber del reproche de decisionismo
en relación con su concepto de relación entre ciencia empírica y política, y
lo hizo de modo bastante convincente, si bien en los detalles de forma dema-
sidado amplia. De manera semejante también W. Schluchter (Wertfreiheit und
Verantwortungsethik. Zum Verháltnis von Wissenschaft und Politik bei Max Weber,
Tubinga, 1971) quien aproxima a Weber al modelo pragmático de Haber-
mas. Estos autores realizan tendencialmcnte, con respecto al concepto webe­
riano de la relación entre las ciencias empíricas y la política, lo que intenta
este trabajo con respecto a su concepto de relación entre objeto del conoci­
miento y conocimiento: una revisión del reproche habitual de decisionismo.
Cfr. en suma: Kocka, “Kontroverscn”, p. 283-292.
106. “De modo decisivo se fortaleció finalmente la importancia del tra­
bajo esclavo por la inclusión de grandes territorios internos...”. (Max Weber,
“Die sozialen Gründe des Untergangs der antiken Kultur” en J . Winckel-
mann (compilador), Max Weber, Sozio/ogie, iveltgeschichtliche Analysen, Politik,
Stuttgart, 19562, p. 8). Aquí significa «importancia cultural” la fuerza acu­
ñadora, que parte de un contenido cultural así determinado, para la cultura
entera; esto es igualmente un hecho objetivo.
107. Janoska-Bendl habla también de un “mínimo de filosofía de la his­
toria” en Weber y define en este contexto de manera convincente el carácter

51
Si no se quiere desechar este giro «óntico» de Weber como
ruptura y fracaso de su teoría que, a su vez sin tal giro apenas
podría defenderse suficientemente del reproche de decisionismo,
surge, entonces la cuestión: ¿cómo se puede conciliar la libertad
de la elección de puntos de vista, sobre la que Weber insiste, con
la suposición de la existencia de una cultura «m aterial» que no
puede enfrentarse indiferentemente a la investigación científica
como un contexto total «am orfo», desordenado, sino que exige
del analizador la reconstrucción más adecuada posible de la cosa,
de la estructura «óntica», que hay que conocer? La «cultura ma­
terial» es parte de una realidad que Weber concibe como «conti-
nuum heterogéneo», en el que sólo es posible un conocimiento
parcial. En modo alguno puede por eso ser considerada como una
cultura de la que se pueden deducir unívocamente los puntos de vis­
ta del conocimiento. Sin embargo, ella constituye un contexto real
que controla de modo regresivo (si bien no totalmente) los puntos
de vista de los que parte la ciencia con la intención de averigüar
si tienen en cuenta las estructuras para cuyo conocimiento fueron
formulados. Si la cosa no impone al investigador los puntos de
vista, ello no significa que en su elección y aplicación sea indife­
rente — también dentro de la epistemología de Weber bien en­
tendida — y exige que se co-reflexione permanentemente sobre la
relación entre el punto de vista y la materia que se investiga. Con
ello limita la arbitrariedad en la elección de los puntos de vista.
Si ésta es una premisa tácita, pero evidente, de la teoría de
Weber, entonces es cierto que Weber no la explicó y así no se

de los tipos ideales de Weber como “conceptualistas” , no como reproduccio­


nes de la realidad ni como configuraciones del pensamiento completamente
autónomas (p. 33. s. pass.) Los intentos de identificar una “concepción fun­
damental histórico-filosófica” — ante todo en Mommsen, un pensamiento
histórico-universal — implican, en última instancia, el supuesto de que We­
ber presupuso tácitamente algo parecido a estructuras de la realidad histórico-
social dadas previamente al conocer científico. Mommsen, empero, pasa por
alto esta consecuencia de su planteamiento y esboza la relación entre realidad
y conocimiento científico (M ax Weber, p. 106, 226) de un modo que sólo
puede ser afirmado por quienes niegan, al mismo tiempo, todos los plantea­
mientos de Weber para la elaboración de una teoría material de la cultura.
De acuerdo con eso subraya excesivamente el carácter nominalista, irreal y
arbitrario del tipo ideal en Weber (ib. 224-26).

52
vio forzado a fundamentarla desde el contexto de sus demás con­
ceptos. Haciendo caso omiso del estado de la discusión epistemo­
lógica de entonces —que debió inducir a Weber a defender el pa­
pel de los puntos de vista no deducibles, en las ciencias del espí­
ritu contra el ataque de las escuelas nomotéticas e históricas108—
una explicación tal hubiera debido consistir en una teoría de aque­
lla cultura (material), que Weber no estaba dispuesto a elaborar.
El objetivo de una teoría tal hubiera debido consistir en conciliar
la tensión entre un concepto material de la cultura y la realidad
presentada como «continuum heterogéneo». Posiblemente, un co­
mienzo tal hubiera conducido a contradicciones insolubles o a la
necesidad de examinar la noción de «continuum heterogéneo» que
Weber fundamenta, en el mejor de los casos, con invocaciones a
la evidencia.
Si la cosa objeto del conocimiento ejerce con ello — también
para W eber— una función de control frente a la aplicación de los
puntos de vista precedentes —función de control cuya ulterior ex­
plicación no ha de ser posible ciertamente sin la modificación de
toda la teoría— se plantea entonces la pregunta: ¿de qué manera
influye y guía el objeto de la investigación la elección de los pun­
tos de vista del conocimientos, a cuya primacía por lo demás hay
que atenerse? Se trata pues de la pregunta por una comprensión
previa precientífica del objeto que dirige la configuración de las
categorías. «Toda “valoración” histórica abarca un momento “con­
templativo” , por así decir; ella no sólo contiene en primera línea
el juicio inmediato de valor del “sujeto opinante” , sino que es su
contenido esencial ... un “saber” de “relaciones de valor” posibles,
supone pues la capacidad de cambiar, al menos teóricamente, “el
punto de vista” frente al o b jeto ...» (WL, 260). Aunque al trabajo
histórico propiamente dicho —esto es, a la búsqueda de las causas

108. Cfr. Tenbruck, p. 590 ss. Aquí no se puede analizar la relación


de la posición metodológica y su sitio en la disputa sobre el juicio de valor
con su crítica a la burocracia guillermina, aunque ahí podrían encontrarse
igualmenten causas históricas de sus enunciados precisos sobre teoría de la
ciencia. Importantes alusiones a ello en G. Schmidt, Deutscher Historismus m d
der Übergang zur parlamentarischen Demokratie. Untmuchugen zu den politischen
Gedanken von Meinecke, Troeltsch, M ax Weber. Lübeck, 1964, p. 226-306.
Cfr. los títulos de la nota 5.

53
históricas —precede un acto de referencia a valores que, en primer
lugar, constituye el objeto de investigación bajo determinados
puntos de interés e ideas de valor, este acto de constitución presu­
pone siempre un «saber» de las distintas posibilidades de poner
al objeto en relación con valores «porque aquí (es decir: en este
acto de constitución, J . K .) se trata simplemente de un principio
de selección de lo esencial para la conceptuación mediante la refen-
cia a valores, que presupone precisamente en ello la “objetivación”
y el análisis de la realidad» (WL, 86). Weber dice aquí expresa­
mente que a la configuración científica de puntos de vista y con­
ceptos debe preceder ya otra forma del conocimiento de lo real.
«Objetivación» y «análisis»109 llama Weber a esta comprensión
previa, precientífica, que posibilita la configuración empírico-
científica de conceptos y limita su arbitrariedad.
A su vez, parece que Weber conoció evidentemente un regu­
lativo —que yace en la cosa y dificulta el reproche de decisionis-
m o— para la elección de puntos de vista y la configuración de
categorías, cuya explicación hubiera enredado a su teoría en con­
tradicciones. La noción de «continuum heterogéneo» obliga a
Weber a realizar una abstracción aislante en el proceso del conoci­
miento. Al contrario, una comprensión previa, que quiera transmi­
tir al analizador un saber de las posibles diversas referencias valo-
rativas, debería incluir una cierta noción del todo. Pues sólo así
puede excluir la casualidad en la elección de puntos de vista y ser
—si bien no del todo suficientemente— un presupuesto par el jui­
cio sobre lo «esencial» en el sentido de lo «digno ser conocido».
Weber mismo percibe esta necesidad cuando acepta una «conside­
ración funcional de las “partes” de un “todo”» como necesario «cues-
tionamiento previo» con «fines provisorios de orientación» (WL,
515 y 518). «Solamente ella puede ayudarnos en un caso dado a en­
contrar aquel actual social, cuya comprensión interpretativa es im­
portante para la explicación de un contexto» y posibilitar el trabajo,
ahora tan sólo inicial, de la sociología comprensiva (W L, 515).
Con esto se plantea la pregunta de si tiene sentido y es posible,

109. Otras citas demuestran que Weber utiliza también la palabra “aná­
lisis" para la designación de una aproximación no empírico-científica al ob­
jeto. Cfr. por ejemplo WL, p. 262 s.

54
en general una noción del todo dentro de una realidad que es pen­
sada como «continuum heterogéneo» y no como realidad estructu­
rada. Si hubiere querido explicar una vez más su teoría, Weber
hubiera tropezado aquí con dificultades que hubieran puesto en
tela de juicio la noción de «continuum hetegogéneo».

f) Resultado provisional

La confrontación con la teoría Weber ha revelado tensiones,


tendencias dogmáticas y defectos dentro del pensamiento de Marx
y mostrado que éste no resuelve en modo alguno la problemática
de aquélla. Al revés la confrontación con la posición de Marx sig­
nificó, para la teoría de la ciencia de Weber, una crítica y, al
mismo tiempo, una oportunidad de liberarla de algunas de sus
consecuencias decisionistas, es decir, de interpretarla de modo tal
que se resista menos a la recepción de algunos elementos irrenun-
ciables de la teoría de Marx. Este ensayo de intermediación encon­
tró sus más claros límites en los conceptos de realidad de los dos
autores, es decir, en los restos de la especulación hegeliana de la
historia en Marx y en el «continuum heterogéneo» de Weber. Se
ha argumentado aquí que una revisión de sus conceptos de reali­
dad — latente ya, en los dos autores, pero que en cada caso lleva­
ría a nuevas aporías y tensiones— privaría de su base a determi­
nados aspectos extremos e inaceptables de sus epistemologías: el
peligro del dogmatismo gnoselógico en Marx y del decisionismo
metodológico en Weber.
Con ello se han insinuado los perfiles de una posición cientí­
fica practicable, a la que hay que aspirar, y cuya elaboración po­
dría basarse naturalmente en numerosas contribuciones que aquí
no se han tenido en cuenta110, y que aquí tampoco pueden ser

110. Se podría pensar especialmente en una relación con los plantea­


mientos pertinentes de Habermas. Cfr. como breve balance provisional: J.
Habermas, introducción a la nueva edición de Theorie und Praxis. Sozialpbilo-
sophische Studien, Francfort, 19712, p. 9-47; además, de Habermas: Zur re-
konstruktion des Iiistorischen M.aterialis?ni/s, Francfort, 1976, cap. I y II, pero
también la crítica a Habermas aludida en las notas 95 y 100 de este trabajo.

55
consideradas: esta posición tendría pues que atenerse al hecho de
que los puntos de vista del conocimiento, los cuestionamientos,
las categorías, los modelos empíricos y las teorías no pueden ser
impuestos al investigador unívocamente ni por la cosa que ha de
investigarse ni por el contexto de la praxis que la circunda; por
otra parte, dicha posición debería insistir en que ni las estructuras
de la cosa que hay que conocer ni el contexto práctico de media­
ción en el que siempre se encuentra el investigador son indiferen­
tes frente a la elección de puntos de vista, a la determinación del
objeto, al cuestionamiento, a las categorías y a la teorización; por
lo tanto, hay que exigir del investigador que legitime argumenta­
tiva y permanentemente sus decisiones teóricas, conceptuales y
procedimentales — y como parte del proceso mismo de investiga­
ción— con categorías de la adecuación a la cosa y con categorías
(por cierto interpretables diversamente dentro de ciertos límites)
de la racionabilidad social; en esa medida, esta posición funda­
mentaría un campo de acción para la discusión y la pluralidad de
planteamientos de la investigación y, al mismo tiempo, lo lim ita­
ría mediante la demostración de instancias de control de la cosa
misma, de la relación con la praxis y de la comunicación del in­
vestigador, que ha de ser racional, crítica, abierta y lo más libre

Por otra parte, ante todo H. Albert. Su «racionalismo crítico», basado en


Popper, no fue indudablemente tocado por una buena parte de la enérgica
crítica al positivismo de los años 60; el abismo entre la «Teoría crítica» y
el «Racionalismo crítico» aparece por eso tal vez como más profundo de lo
que es. La diferencia entre Albert y el positivismo, contra cuyas debilidades
se dirigió ante todo la crítica de la «Escuela de Francfort», resulta clara en
Albert (ver nota 4), p. 6 f ., 54, 59 s, 61 s., 71 s. Habría que estimular la
pregunta por la posible mediación de momentos de su argumentación episte­
mológica, que se mueve entre el dogmatismo y el decisionismo, con posicio­
nes singulares de la «Teoría crítica«. Cfr. también la idea de Koselleck del
«derecho de veto» de las fuentes frente a la configuración de conceptos y
teorías, que corresponde a la imagen aquí propuesta de «campo de acción»
en cuanto éste también está limitado en un aspecto por el objeto de investi­
gación que aparece en las fuentes («Standortbindting und Zcitlichkcit» en
R. Koselleck y otros, (compiladores), Objektivitcit und Wirletluhíeil in der Ge-
shichtsiuissenscbaft, Munich, 1977, p. 17-46, aquí, p, 45 s ); J, Rósen, l!iir
eine erneuerte Hutorik. Studien zur Theorie der Gestlmhlumumuhafl, Stuttgart,
1976, especialmente p. 38 ss.

56
posible de dominación. Sólo así podría sustraerse al reproches de
dognatismo autoritario y, al mismo tiempo, del veredicto de abi-
trariedad decisíonista.

2. Criterios de objetividad en la historiografía 111

Dentro de una posición epistemológico-metodológica así deli­


mitada, se puede replantear y analizar adecuadamente la cuestión
a menudo discutida de la objetividad y partidismo de las investi­
gaciones y exposiciones históricas. A continuación se intentará ha­
cerlo en forma de tesis. Se trata de la cuestión de la objetividad
o partidismo de los argumentos historiográficos complejos y esca­
lonados que, por regla general, encierran elementos de descrip­
ción, narración, explicación, interpretación y teorías. Como ejem­
plo, puede pensarse en un artículo sobre el estallido de la Primera
Guerra Mundial y sus causas o en análisis de las causas sociales
del nacionalsocialismo o una respuesta a la pregunta de por qué
ciertas variantes especiales del marxismo fueron, entre 1870 y
1890, la más importante orientación de la acción del movimiento
obrero alemán.
En todo caso, en relación con las argumentaciones hitoriográ-
ficas de tal grado de complejidad, la dicotomía objetividad versus
partidismo, dominante en las discusiones teóricas112, no es una
trama conceptual dentro de la cual el historiador que trabaja prác­
ticamente pueda reflexionar sobre sus experiencias y fundamentar

111. Publicado, por primera vez bajo el título “Angemcssencheitskrite-


rien historischer Argumente” en R. Koselleck, Objektivitat citado en la nota
anterior, p. 469-75.
112. Así en el volumen citado en la última nota, que contiene las con­
tribuciones de un grupo de estudio «Theorie der Geschichte» (reunido en
1975 en la fundación Werner-Reimer en Bad Homburg). (Al trabajo de este
grupo de estudio deben muchos las observaciones siguientes). Cfr. también,
p. 477-90, la bibliografía escogida sobre el tema, compilada por Ch. Land-
fried. Además, J . Rüsen, (compilador), Historische Objektivitat, Gotinga,
1975. En cambio y no casualmente, Max Weber utilizó comillas relativiza-
doras cuando escribió en 1904 su importante artículo «Die ”Objektivitát”
sozialwissenschaftlicher und sozialpolitischer Erkenntnis» (WL, 146-214).

57
su procedimiento. Por lo que toca a las observaciones que siguen,
hay que partir del hecho de que la mayoría de los historiadores
cuando juzgan las posibles alternativas de argumentación disponi­
bles o cuando juzgan libros, artículos, conferencias y argumentos
de otros historiadores muy rara vez plantean y tratan de responder
la pregunta acerca de si se trata aquí de productos «objetivos» o
«partidistas». La mayoría de los historiadores (cuando tienen que
dar explicaciones y juicios de todo tipo; en ello consiste buena
parte de su trabajo) plantean y tratan de responder la pregunta
acerca de cuál de las varias posibilidades de argumentación o argu­
mentaciones históricas es ciertamente la más adecuada. En vez de
diferenciar dicotómicamente entre argumentaciones objetivas y
partidistas se intenta, por lo general, diferenciar entre argumenta­
ciones más acertadas y menos acertadas, más plausibles y menos
plausibles, más y menos provechosas, más útiles y menos útiles,
y quizá también entre argumentaciones más verdaderas y menos
verdaderas. Ciertamente, la mayoría de los historiadores sosten­
dría la opinión, y lo mostraría prácticamente en determinadas si­
tuaciones de juicio, que hay límites, en cuya superación una argu­
mentación menos adecuada se convierte en una argumentación
inadecuada; límites en los que la ponderación de argumentaciones
de adecuación de diverso nivel y fuerza explicativa debe pasar al
rechazo de argumentaciones inadecuadas, falsas.
Propongo partir de esta praxis de la mayoría de los historiado­
res y, por ello, vincular el modelo de pensamiento dominante en
las discusiones teóricas— es, decir, partidismo versus objetividad
— con un modelo gradualista de pensamiento. De acuerdo con
esto, las observaciones siguientes partirán de la idea de un campo
de acción dentro del cual es posible una pluralidad de argumenta­
ciones permitidas, legítimas, «objetivas», más o menos adecuadas,
sobre un mismo objeto histórico y que, al mismo tiempo, está des­
lindado por límites que desechan argumentaciones inadecuadas,
«partidistas» en el mal sentido113 de la palabra. Partiendo de esta

113. Aquí sólo se menciona la correspondéisiu, príinrritiiiciiic sólo for­


mal pero fácilmente dotable con contenido, de esta idea <on el modelo de
un sistema constitucional liberal-democrático que ret ono< e para sí como legí­
tima y constitutiva la pluralidad de intereses y opiniones, pero al mismo
tiempo limita esta pluralidad. Cfr. cap. III de este libro

58
idea, la pregunta por los criterios de delimitación entre objetivi­
dad y partidismo se puede descomponer en dos preguntas: L , por
la determinabilidad de las alternativas de argumentación dentro
de este campo de acción, 2 ., por la juzgabilidad y ponderabilidad
de las alternativas de argumentación dentro de este campo de ac­
ción.

a) Los límites del campo de acción

Primeramente ha de preguntarse por los criterios posibles con


cuya ayuda se determina aquella línea que delimita el campo de
acción de las argumentaciones más o menos adecuadas pero legíti­
mas, de las argumentaciones no adecuadas, ilegítimas. Comienzo
con tres supuestos que fueron fundamentados, al menos a modo
de planteamiento, en los párrafos anteriores, en apoyo y crítica a
Marx y Weber.
1. Todo enunciado o argumentación histórica es, con respecto
a su objeto, selectivo, es decir, las características de la descrip­
ción, explicación e interpretación son siempre sólo una selección,
nunca una plena reproducción de las características del objeto que
hay que investigar y que está dado previamente. A causa de la
relación selectiva entre argumentación histórica y objeto histórico,
son siempre posibles varias argumentaciones históricas con respec­
to al mismo objeto.
2. La mayoría de las argumentaciones históricas complejas está
acuñada en su génesis y en su resultado por su referencia, casi
siempre indirecta, a puntos de vista extracientíficos y a factores
que, por su parte, dependen de la concepción que tiene el inves­
tigador de su presente y del modo de su desarrollo ulterior proba­
ble y deseable. Los enunciados y argumentaciones historiográficas
no son independientes de dimensiones extracientíficas: praxis, in­
tereses, valoraciones. La dependencia de argumentaciones historio-
gráficas de factores extracientíficos se muestra, al menos, en tres
niveles del proceso de la investigación:
a) en la selección del tema que está codeterminado por el ho­
rizonte de experiencias del investigador, por su compromiso y su
noción de lo normal (y con ello de lo que requiere explicación);

59
b) en la elección de los conceptos y del modelo de explicación
y, con ello, en la decisión sobre cuáles aspectos deben subrayarse
en la descripción o serán menos aclarados y sobre cuáles han de
ser las cadenas causales que deben ser tomadas en cuenta o dejadas
de lado (en la explicación);
c) en la decisión de lo que se considera como respuesta acep­
table, es decir, sobre cuándo se interrumpe la pregunta por el fun­
damento que, en principio, siempre puede volver a plantearse.
A causa de esta estrecha vinculación — que aquí no ha de
desplegarse más — entre argumentación científica y contexto ex­
tracientífico, precientífico y en parte, práctico, la génesis de los
enunciados científicos está muy estrechamente ligada con su vali­
dez114.

114. Este es un conocimiento central que se puede fundamentar tanto a


partir de Marx como de Weber y en cuyo favor habla, en mi opinión, tanto
el estado histórico-científico de la cuestión como la experiencia de la mayoría
de los investigadores. Th. Nipperdey descuida este conocimiento («Wozu
noch Geschichte? en G-K. Kaltenbrunner, (compilador) Die Znkunft cler Ver-
gangenheit, Munich, 1975, p. 34-57, aquí p. 56) y con su polémica contra
el «partidismo», la concepción de la historia con «patente democrática» y
los «relevantinos» dispara muy por encima del blanco. Este es también la
objeción central que se le debe hacer a su crítica del libro de H .-U . Wehler
D as deutsche Kaiserreich 1871-1918 (Gotinga, 1973, 19752) en GG , año 1,
1975, p. 539-60,— Tampoco W. Conze aprecia en su justo valor este con­
dicionamiento inevitable (si bien frecuentemente desconocido o negado),
puesto en claro precisamente por Weber, de la argumentación historiográfica
por contenidos de experiencia y conciencia extracientífícos, del mundo de la
vida, práctico-normativos (individuales y colectivos) cuando (en el Arcbiv für
Sozialgeschichte, t. 16, 1976, p. 624) critica mis opiniones sobre este tema
orientadas por el artículo de Weber sobre la objetividad (en Geschichte uncí
Gesellschaft, año, 1, 1975, p. 9-42) y las malentiende como «volviendo a
antes de Weber». La exigencia irrealizable de una separación rígida de géne­
sis y validez de enunciados científicos, de referencia al mundo de la vida y
argumentación científicas, no nos ayuda a llegar a la «objetividad» necesaria
y de hecho irrenunciable en los enunciados científicos. Justamente las obras
de quienes postulan esta exigencia y la aplican como base de su crítica a una
supuesta «fusión de discusión científica de teoría y método con una determi­
nada posición política y un propósito docente fundado en derivados histórico-
filosofícos» (Conze), no se sustraen en modo alguno a esa relación entre refe­
rencias del mundo de la vida y argumentación científica; fácilmente se la
podría demostrar en sus escritos. Para lograr objetividad en sentido cabal­

60
3. El saber histórico es utilizado para diversos fines extracien­
tíficos, también políticos. El contexto histórico del conocimiento
y sus resultados no determinan suficientemente la meta y el fin
de su aplicación y de su aprovechamiento.
La pregunta por el límite del campo de acción puede ser divi­
dida ahora en tres preguntas parciales:
1. ¿Bajo qué condiciones (criterios) surge de la selección nece­
saria e inmanente a todo conocimiento científico, una parcialidad
que desfigura el conocimiento?
2. ¿Bajo qué condiciones (criterios) surge de la referencia ine­
vitable —que es la que constituye el conocimiento— a puntos de
vista e intereses extracientíficos, un partidismo que deforma el co­
nocimiento?
3. ¿Bajo qué condiciones (criterios) surge, del aprovechamien­
to del saber histórico para fines políticos heterónomos, una instru-
mentalización que obstaculiza y deforma el conocimiento histórico
y su producción?
Las siguientes respuestas a estas preguntas, formuladas en for­
ma de tesis, son sin duda incompletas; ellas constituyen, en cierto
modo, un catálogo mínimo de criterios que permiten, en princi­
pio, la delimitación entre argumentaciones adecuadas e inadecua­
das.
1. Se traspasa el límite entre selección y parcialidad
a) cuando se infringen las reglas de examen y métodos especí­
ficos de la especialidad; quedaría por preguntar en qué consisten
éstos y sus conceptos;
b) cuando se infringen las normas de la lógica formal;
c) cuando la conciencia de la selectividad de los resultados por
obtener no devino constitutiva del proceso mismo de conocimien­
to y no se examinó ni ponderó la cuestión de selecciones alterna­
tivas y su relación con la selección respectivamente adoptada;
d) cuando no se caracteriza, al menos se sugiere, al carácter
selectivo de los resultados obtenidos; con ello se plantea el proble­
ma de que debe existir una cierta comprensión previa del todo

mente entendido y para evitar la politización anticientífica, puede ayudar


más bien la observación de los principios citados, cuyo reconocimiento debe­
ría serle posible a los críticos mencionados.

61
cuando se ha de determinar, aunque sólo sea vagamente, el carác­
ter parcial de una parte.
2. Se traspasa el límite entre la referencia a los puntos de vis­
ta e intereses — brevemente: compromiso— del conocimiento
científico, por una parte, y el partidismo deformador del conoci­
miento, por otra, cuando
a) el compromiso obstaculiza la plena aplicación de las reglas
de examen específicas de la especialidad o el cumplimiento de las
reglas de la lógica formal;
b) cuando, a causa de peculiaridades del compromiso inicial,
de barreras institucionales, políticas o psicológicas se impide una
crítica de los puntos de vista iniciales (que, en un caso dado, fue
posible en el acto de conocimiento), cuya revisión modificación o
complemento se vuelve imposible.
c) cuando no se satisfacen las condiciones científicas y extra­
científicas mínimas del discurso (constitucionales, políticas, socia­
les, económicas, socialpsicoloógicas), en el que el compromiso ini-
cal y los factores rectores de influencia y del conocimiento ligados
a aquél pueden ser confrontados, y de hecho lo son, con compro­
misos e intereses en competencia;
d) cuando existe una relación entre compromiso y proceso de
la investigación que es inmediata, no quebrada por la reflexión y
una relativa distancia, no intermediada por la referencia a otros
resultados científicos ya disponibles.
3. Se traspasa el límite entre aplicación y aprovechamiento
extracientíficos de las argumentaciones científicas y su instrumen-
talización deformadora
a) no siempre cuando el conocimiento historiográfico, en vez
de ser aplicado a la formación y fomulación de metas políticas, es
aplicado para su justificación y legitimación posteriores, sino
b) cuando los contenidos de los enunciados históricos caen en
contradicción con las metas políticas y esta contradicción se re­
suelve a costa del enunciado histórico, es decir, a través de su
transformación de un modo tal que contradice las reglas de exa­
men y de argumentación específicas de esta disciplina o las reglas
de la lógica formal y
c) cuando el conocimiento histórico se emplea para fines cuya
realización eliminaría aquellas condiciones reales, es decir, tam­

62
bién sociales y políticas que necesita la historiografía (al igual que
otras ciencias) para su realización.
Mediante tales delimitaciones se podría, en principio, diferen­
ciar las interpretanciones, explicaciones y teorías parciales, parti­
distas e instrumentalizadas, de las que son adecuadas.

b) Ponderación dentro del campo de acción

Aunque esto se lograra y ocurriera, quedaría empero —por


así decir dentro del campo de acción delimitado— toda una serie
de interpretaciones, explicaciones y teorías como algo posible y
legítimo.
Si entre éstas hubiera que escoger no decisionistamente o se­
gún el poder o según otros criterios extraños a la ciencia, habría
que plantear la pregunta por los criterios o niveles de criterios que
permiten realizar tal selección, de un modo al menos tendencial-
mente racional. Hay que preguntar pues por criterios que posibi­
litan un discurso en cierto modo racional del investigador consigo
mismo o con sus grupos respectivos, si bien no se exige ni se pue­
de esperar que los criterios buscados permitan claras deducciones
y demostraciones de la prioridad de determinadas argumentacio­
nes frente a otras.
1. Por regla general y ceteris paribus, se dará prioridad a la
explicación que incluya otras explicaciones, las incorpore y las
«conserve» como partes. La ocupación con la historia de los pro­
blemas y de la solución de problemas de la propia ciencia se puede
fundamentar a partir de aquí como presupuesto importante del
progreso de la investigación empírica.
2. Por regla general y ceteris paribus, se preferirá la explica­
ción que en el objeto por investigar descrubra más que otras.
3. La selección de un determinado modelo de explicación
puede ser fundamentada, ante todo, con respecto a las respectivas
metas de conocimiento que, por su parte, como se insinuó antes,
están mediadas con una comprensión individual y colectiva del
presente y sus correspondientes perspectivas de futuro y que, por
ello, están vinculadas con aquella esfera en la que se entrecruzan
dimensiones analíticas, normativas y práctico-vitales. Esta oricn-

63
tación de argumentaciones científicas según puntos de referencia
extracientíficos no constituye, en modo alguno, un acto ya no más
indagable y con ello decisionista; ella es más bien, sometida a la
presión de legitimación, toda una pieza, si bien no total, funda­
m en tare y argumentable. Con ello se relaciona recíprocamente el
hecho de que tal orientación de argumentaciones científicas por
puntos de referencia extracientíficos no necesita ser, en modo al­
guno, la acomodación del científico a las orientaciones de la ma­
yoría.
4. Por regla general y ceteris paribus, se dará preferencia a
las interpdretaciones, explicaciones y teorías que tienen las mejo­
res posibilidades de ser comunicadas al público, pues la comunica­
ción de resultados y argumentaciones historiográficas es un presu­
puesto necesario para que la historiografía pueda satisfacer las fun­
ciones115 que sensatamente se le pueden y deben atribuir si se la
quiere justificar como manifestación social sobre la base de una
utilización comunicativa relativamente grande (la historiografía es
una especialización con un número masivo de estudiantes).
5. Por regla general y ceteris paribus, se preferirán el modelo
de explicación y las teorías que coreflexionan sobre su propia gé­
nesis y la hacen comprensible.
Los criterios de adecuación, presentados más arriba, para las
argumentaciones históricas no son indudablemente completos;
aunque se pudiera llegar a un acuerdo sobre ellos, su aplicación
sería en el respectivo caso concreto complicada y probablemente
no unívoca. Pero las observaciones expuestas aquí podrían bastar
para sustituir la dicotomía objetividad versus partidismo, que ex­
travía, por un modelo que descansa en la idea del campo de acción
dentro del cual es posible discutir mejor ciertos problemas de au-
tointerpretación y examen de los historiadores.

115. Sobre esto cfr. Cap. III de este libro.

64
II HISTORIA SOCIAL: CO NCEPTO - DESARROLLO -
PRO BLEM AS1

1. Las cuestiones disputadas y por qué vale la pena discutirlas

Algunas de las cuestiones historiográficas fundamentales dis­


cutidas en el capítulo anterior habrán de ser retomadas ahora y
precisadas en relación con la historia social.|La conexión entre lo
dicho anteriormente con los problemas de la historia social que
han de tratarse ahora se da de doble manera: Por una parte, los
enunciados sobre la relación de objeto, concepto e interés, como
los formulados acerca de la problemática de la objetividad en la
historiografía, valen en igual medida para la historia social y para
otras disciplinas históricas especialesJ Por otra parte, algunas de la
relaciones fundamentales discutidas anteriormente se encuentran,
en parte implícita, en parte explícitamente, tras las discusiones
tradicionales de los historiadores —que en el último tiempo se
han animado considerablemente— sobre la relación entre «historia
social» e «historia política», así como sobre la situación y el ca­

1. Este capítulo es la versión ampliada y revisada de un artículo que


bajo el título «Sozialgeschichte - Struturgeschichte - Gesellschaftsgeschich-
te» apareció en el A S, t. 15, 1975, p. 1-42, e incluye partes de: «Theorien
in der Sozial-und Gesellschaftsgeschichte. Vorschláge zur historischen Schi-
chtungsanalyse» en GG , año 1 1975, p. 13-34. La argumentación se en­
cuentra en parte ya en el artículo: «Sozial- und Wirtschaftsgeschichte» en
Soiujetsystem und Demokratische Geselleschaft. t. 6, Friburgo/B. 1972, columnas
1-39, lo mismo que en «Theorieprobleme der Sozial-und Wirtschaftsgeschi­
chte. Begriffe, Tendenzen und Funktionen in West und O st» en, H.-U.
Wehler (compilador), Geschichte und Sozio/ogie, Colonia, 1972, p. 305-30.

65
rácter de la historia social en la historiografía y, en general en el
espectro de las ciencias sociales. Ciertamente, en estas discusiones,
como en general en toda teoría o inventario de la historia social,
concurren muchos elementos que van más allá de las cuestiones
fundamentales discutidas más arriba y que en las páginas siguien­
tes deben ser igualmente tematizados.
^En las mencionadas discusiones de los historiadores, se trata
primeramente del peso relativo y de la división de trabajo entre
«historia política» e «historia social» o «historia social y económi­
ca», teniendo aquí en cuenta que éstas se conciben como discipli­
nas parciales, delimitables entre sí, de la disciplina general histo-
riografía^lEstrechamente ligada a ello, frecuentemente confundi­
da pero en modo alguno idéntica, se encuentra en segundo lugar la
cuestión, puesta igualmente a discusión, acerca del peso relativo
de los planteamientos «histérico-estructurales» y de los que se
ocupan más intensamente con acontecimientos, personas y decisio­
nes; esta cuestión conduce inmediatamente a la pregunta por la
relación entre procedimientos «analíticos» y «hermenéuticos», tal
como se discutió en la polémica del Positivismo de los años 60
para todas las ciencias sociales, lo mismo que a la pregunta por
la aplicación y formación de la teoría en la historiografía23.
En tercer lugar se trata de la pregunta sobre si la «historia so­
cial» en general (o solamente) debe ser concebida como parte de
la historiografía o de si más bien (o también) debería ser practida-
da como una de las formas, o como la única actualmente legitima-
ble, de la historia general, como una «historia de la sociedad»4

2. Cfr. A. Hillgruber, «Politische Geschichte in moderner Sicht» en


IIZ , t. 216, 1973, p. 529-52; H .-U. Wehler, «Moderne Politikgeschichte
oder “Grosse Politik der Kabinette”?» En GG, t. 1, 1975, p. 344-69; G.
Schmidt, «Wozu noch “Politische Geschichte”? » en Aus 'Politik und Zeitge-
schichte, t. 17/75, abril 1975, p. 21-45; K. Hildebrand, «Geschichte oder
“Gesellschaftsgeschichte”?» en HZ, t. 223, 1976, p. 328-57.
3. Introducción a la «estructura» en la historia: K .-G . Fabe, Theorie der
Geschichtswissenschaft, Munich, 1974?, p. 100-108, 235-41; sobre la «Polé­
mica del positivismo»: W. Schulze, Soziologie und Geschichtswissenschaft, Mu­
nich, 1974, p. 114-30; sobre la problemática de la teoría: J . Kocka (comp.),
Theorien in der Praxis des Historikers ( = Sonderheft 3 de GG ), Gotinga, 1977.
4. El concepto «historia de la sociedad» aparece recientemente con mu­
cha frecuencia, pero aún sigue siendo bastante impreciso o ambiguo. Cf. K.

66
orientada hacia la totalidad del proceso histórico, dentro de la cual
podría encontrar su lugar una serie de disciplinas especiales inter­
dependientes (historia política, historia social en sentido estricto,
historia económica, historia de las ideas, etc.): es evidente que con
ello se plantea la pregunta por el concepto de la historiografía pro­
piamente dicha. Finalmente, con ello se vincula, en cuarto lugar,
la pregunta por el lugar de la historiografía en el sistema de las
ciencias sociales y del espíritu y, de ese modo, la pregunta por el
objeto, cuestionamientos y métodos de la especialidad, en compa­
ración con otras disciplinas: aquí es objeto de polémica ante todo,
la cuestión de si se puede definir o no a la historiografía como
«ciencia social histórica»5.

Bosl, «Der gesellschaftlich-anthropologische Aspekt und seine Bedeutung


für einen erneuertcn Bildungswert der Geschichte, en Zeitschrift fiir Bayerische
Landesgeschichte, t. 31, 1968, p. 1053; Prólogo a G G , t. 1, 1975, p. 5; J .
Kocka, «Theorien in der Sozial-und Gesellschaftsgeschichte», en ibidem, p.
9-42; Wehler, «Moderne Politikgeschichte», p. 365. Como «historia de la
sociedad» pueden traducirse los conceptos «social structural history» y «his-
tory of society» de P. Laslett, «History and the Social Sciences» en Interna­
tional Encyclopedia of the Social Sciences, t. 6, 1968, p. 434-40; E .J. Ilobs-
bawm, «From Social History to the History of Society» en Historical Studies
Today (=Daedalus, t. 100, Nr. 1, invierno 1971, p. 20-45); también M.
Perrot, «The Strengths and Wcaknesses of Frcnch Social History» en JH S ,
t. 10, 1976, p. 166-77, quien con Hobsbawm diferencia igualmente entre
«social history» y «history of society». Cfr. también el art. J . Kocka, «So-
zial- und Wirtschaftsgeschichte» cit, en la Nota 1, (el planteamiento desig­
nado allí como «interpretación socioeconómica de la historia general»),
5. Como ciencia histórico-social concibió bastante temprano la historio­
grafía R. Vierhaus, «Gcdanken zum Studium der Geschichtswisenschaft»
(1969) en W. Conze (comp.), Theorie der Geschichtsivisseynchaft und Praxis des
Geschichtsunterrichts, Stuttgart, 1972, p. 30; luego W .J. Mommsen, Die Ges-
chichtswissenschaft jenseits des IUstorismus, Dusseldorf, 1971, p. 27 s.- Más de­
talladamente, H.-U. Wehler, introducción a su compilación Geschichte und
Soziolgie, p. 11-35, p. ej. p. 21; del mismo autor: «Soziologie und Geschi­
chte aus der Sicht des Sozialhistorikers» en PLudz (comp.) Soziologie und- So-
zialgeschichte, Opladcn, 1973, p. 59-80; recientemente del mismo autor Mo-
dernisierungstheorie und Geschichte, Gotinga, 1975, p. 5 y passim; Una deter­
minación más o menos precisa del concepto ofrecen: Schulze, p. 178 ss. y
R. Rürup, «Introducción» a su compilación Historische Sozialuissenschaft, Go­
tinga, 1977, p. 5-15. Con estos planteamientos debería y podría relacionarse
la discusión ulterior. W. Conze subraya que la historia en su totalidad es
«en su concepto más que "ciencia social histórica”» (PAZ, abril 16, 1975,

67
A veces se puede tener la sensación de que se debería acabar
con la disputa sobre conceptos y más bien acercarse a los proble­
mas irresueltos de la investigación con todos los medios disponi­
bles, sin reflexionar siempre sobre si eso es «historia social» o
«historia de la sociedad» o «historia estructural» o cualquier otro
tipo de historia. Pues se puede fundamentar la tesis6 de que en
los últimos años, en la República Federal de Alemania se ha ha­
blado más sobre historia social que trabajado realmente en cuestio­
nes de historia social.
Mucho habla en favor de que se ponga en su lugar el narcisis­
mo metodológico-epistemológico y de que en cambio se intensifi­
que la praxis de la investigación; como se sabe, muchas polariza­
ciones de principio se diluyen en el trabajo sobre el problema con­
creto, y hay muchos ámbitos de problemas histórico-sociales, que
esperan urgentemente su estudio.
Pero, al revés, se puede mostrar que ya los planteamientos
concretos de los problemas están acuñados por decisiones teórico-
conceptuales anteriores; por ello es necesario tomar conciencia de
estas decisiones, fundamentarles o modificarlas. La comprensión
general de la propia disciplina y de la disciplina parcial influye
indudablemente en la selección de los métodos y medios auxiliares
que se toman en consideración y a los que se recurre para la solu­
ción de los problemas planteados. Además, la autocomprensión no
es irrelevante para el establecimiento de contactos y relaciones de
cooperación entre los científicos que trabajan en la investigación
y la docencia; acuña sus reglamentaciones institucionales (límites
de áreas, órganos científicos de publicación mecanismos para fo­
mento de la ciencia). Finalmente, la energía y la tenacidad con
las que desde hace más de cien años se llevan a cabo las controver­
sias sobre historia social de acontecimientos —con designaciones
variables y diversos acentos— aluden al hecho de que además de los

p. 10). Desde hace bastante tiempo, en los Estados Unidos, Francia y tam­
bién en algunos países de la Europa Oriental es la clasificación de historiogra­
fía como ciencia social histórica más frecuente.
6. Cfr. J . Kocka, «Theoretical Approaches to the Social and Economic
History of Modern Germany», en The Journal of Modern History, t. 47, 1975,
p. 101-119.

68
puntos de vista científicos y los intereses de la ciencia, se rozan
también cuestiones prácticas actuales. Por ejemplo, la pregunta
de si la realidad histórica se concibe y expone primariamente «des­
de el Estado» o de si predomina la perspectiva «desde la sociedad»
no es solamente una pregunta científica propia de esta disciplina
—así como tampoco tenía dimensiones solamente científicas el re­
proche de materialismo que le hizo el gremio a Buckle o a Lam-
precht. La discusión sobre los paradigmas histor iográficos se en­
cuentra en relación recíproca con la discusión extracientífica sobre
interpretaciones político-sociales del presente, que se encuentran
en competencia y que son prácticamente relevantes.
Con esta relación entre división de la disciplina, praxis de la
ciencia y problemática político-social, pero también con el conti­
nuo efecto de las tradiciones historiográficas bajo condiciones va­
riables, está vinculado el hecho de que los conceptos que se ponen
aquí a discusión refleja sólo de manera fragmentaria la realidad
que a aquellos subyace, frecuentemente tienen carácter polémico
y en ocasiones reflejan los frentes de ayer, no raramente contienen
un excedente utópico y se caracterizan por una notable falta de
precisión7. A menudo no pueden ser comprendidos sin un concep­
to opuesto o sin aquello de lo que intentan deslindarse; por lo
general, se aclaran tan sólo a partir del contexto de la historia de
la ciencia y de sus condiciones históricas generales. Son cambian­
tes, oscilantes, están llenos de asociaciones y connotaciones. En
1969 escribió Hans Rosenberg, no sin ironía, que «en los últimos
años, la supuesta historia social ha llegado a ser para muchos un
nebuloso común denominardor para lo que en la historiografía de
la República Federal de Alemania consideran como deseable y pro­
gresista»8. Al revés, parece existir en muchos un malestar seme­
jantemente nebuloso por el avance de la “historia so­

7. En general, sobre esta convergencia tensa entre conceptos política y


socialmente relevantes y la realidad que les subyace, R. Koselleck, «Intro­
ducción» en O. Brunner/W. Conze/R. Koselleck (Ed.) Geschichtliche Grund-
begriffe, t. 1, Stuttgart, 1972, p. XIII-XVII, especialmente p. X X -X X IV .
8. H. Rosenberg, Próbleme der deutscben Sozialgeschichte, Francfort, 1969,
p. 147.

69
cial”, pero que hasta ahora muy rara vez ha sido formulado y
cuando se lo ha hecho, ello ha ocurrido de manera imprecisa9.
Conceptos claves confusos pueden facilitar compromisos for­
males: esta confusión ha contribuido tal vez al consenso relativa­
mente logrado a fines de los años 60 y comienzos de los 70, en
el sentido de que debían fomentarse la «historia social y económi­
ca» para recuperar su retraso tradicional. Al revés, tal confusión
tuvo que conducir a malentendidos y generar controversias sobre
cuestiones que una expresión precisa hubiera podido evitar. Pero,
ante todo, la mayor precisión de la autocomprensión científica y
de los conceptos requeridos para ella —pese a su carácter históri-
co-político y a su condicionamiento por intereses— es una exigen­
cia que resulta del principio central de máxima aclaración y autoi-
lustración que tiene que regir todo trabajo científico.
Las observaciones siguientes intentan contribuir a la aclaración
de los conceptos «historia social», «historia estructural», «historia
de la sociedad» y «ciencia social histórica», lo mismo que a deli­
mitar algunos frentes y problemas actuales. Necesariamente y de
modo semejante a la mayoría de los otros ensayos de este tipo,
ellas parten de la historia de los problemas, pues los frentes de
hoy son, mutatis mutadis, aún los del siglo X IX , si bien se encuen­
tran en parte en proceso de disolución.

2. La historia general como historia política y las consecuencias: el mo­


delo historiogrdfico básico.

a) La corriente principal en el siglo X IX y comienzos del X X .

ÍUn problema común —que se presentó con variada intensidad


en los diferentes países— del estudio de la historia practicado en
las universidades europeas consistió en que en el curso del siglo
X IX , éste se redujo tendencialmente, si bien con muchas excep­
ciones y algunos movimientos contrarios, a la historia política
de los listados. En el centro del trabajo de los historia­

9- Por ejemplo Hillgruber, p. 529-31-

70
dores universitarios se encontró de manera cada vez más clara el
Estado: los aspectos histórico-sociales, histórico-económicos y de
historia cultural fueron tratados, a diferencia de la tradición ante­
rior (Montesquíeu, Voltaire, Schlozer, Móser, Gibbon), de modo
muy limitado y cuando ello ocurrió frieron considerados primaria­
mente en su relación con la vida del Estado. Esta orientación re­
flejaba, ante todo, la experiencia de los procesos socio-politício
fundamentales de la modernización desde aproximadamente el si­
glo X V I en los que los «Estados», los aparatos estatales centrales
con una cúspide monárquica o principesca que adquirieron una
creciente significación, habían jugado un papel destacado. Esta
orientación hacia el Estado correspondió, además, a las funciones
político-nacionales integrativas de las ciencias históricas que se ha­
bían profesionalizado y academizado en creciente medida y que
como disciplinas se estaban independizando de otras disciplinas y
eran fomentadas oficialmente en los Estados nacionales del siglo
X IX que se formaban o se desarrollaban fuertemente./
En la Alemania prusiana, con su tradición de Estado absolutis­
ta, de reformas burocrácticas y de revoluciones fallidas, esta orien­
tación fundamental historiográfica emergente (difundida interna­
cionalmente, si bien no sin excepciones y con muchas variaciones)
se conectó con una creciente valoración ideológica del Estado
como lo «general» superior y abarcador, que atraía la atención de
la mayoría de los historiadores mucho más que las necesidades e
intereses sociales, simplemente «especiales», la condiciones mate­
riales, los grupos sociales, las condiciones de vida y las formacio­
nes sociales no-estatales de todo género. Ciertamente hay que des­
tacar que estos fenómenos sociales, si bien no fueron subrayados,
tampoco fueron excluidos del concepto de Estado, tal como lo sos­
tuvieron —pese a muchas diferencias de detalle— Ranke, Droy-
sen, Treitschke y otros historiadores de la época, sino que se pe-
tendió incluirlos, porque este concepto de Estado aún se orientaba
por la unidad aristotélica, propia de la vieja Europa, de Estado y
sociedad, que se había impuesto de modo parcial y real histórica­
mente desde fines del siglo XVIII y que fuera constitutiva, tanto
de la teoría liberal, como de su crítica socialista. Reflejaba pues ex­
periencias históricas reales, si bien pasadas, en un país modernizan­
te «desde arriba» y no primariamente «desde la sociedad» y corres­

71
pondía a la función primeramente liberal, crítica de la tradición
y políticamente nacional de los historiadores alemanes, cada vez
más establecidos, cuando concebían al Estado como sujeto de la
historia, elevaban la política estatal al centro de la historiografía
y creían que, a partir de este planteamiento, podían dominar el
todo del proceso histórico, es decir, también las dimensiones rele­
vantes no estatales10.
La orientación epistemológica y metodológica básica que acu­
ñó crecientemente la historiografía del siglo X IX especialmente
en Alemania, es decir, el Historicismo, no se fundió indudable­
mente con estas condiciones y funciones sociales de la naciente
historia especializada; pero respondía excelentemente a "éstas; si así
no hubiera sido, no hubiera logrado tanta difusión e importancia.
El acento histórico en el principio de la individualidad, formaba
parte del marco categorial dentro del cual podía fundamentarse,
de un modo hasta cierto punto coherente, por qué el desarrollo
político alemán pudo o hasta tuvo que diferenciarse del modelo
europeo-occidental legitimado por el derecho natural, es decir,
primeramente, el modelo de la revolución y, más tarde, el de la
organización liberal-parlamentaria. El interés en el desarrollo de
los Estados particulares podía realizarse dentro de este marco más
fácilmente que la investigación de fenómenos sociales colectivos y
de masas. El concepto idealista de personalidad y acción propio
del Historicismo dirigía su atención más a las actitudes y acciones
de actores identifícables que a las «relaciones» y «situaciones»

10. Cfr. W. Conze, «Sozialgeschichte» en H .-U . Wehler, Modeme


Deutsche Sozialgeschichte, Colonia, 1966 (19734), p. 19-26, esp. p. 21-23; M.
Riedel, «Der Staatsbegriff der deutschen Gcschichtsschreibung des 19- Jahr-
hunderts» en Der Staat, t. 2, 1963, p- 41-63; W. Conze, «Das Spannungs-
feld von Staat und Gesellschaft im Vormárz» en su compilación Staat und
Gesellschaft im deutschen Vormarz 1815-1848, Stuttgart, 1962 (19702), p.
207-269; R. Vierhaus, Ranke und die soziale Welt, Münster, 1957. El mejor
esbozo comparativo del desarrollo de la historiografía en los diversos países:
F. Gilbert, «European and American Historiography» en J . Higham et al,
History, Englewood Cliffs, 1965, p. 316-87; también E. Schulin, «Rück-
blick auf die Entwicklung der Geschichtswissenschaft» en E. Jaeckel y E.
Weymar (comps.), Die Funktion der Geschichte in unserer Zeil, Stuttgart, 1975,
p. 11-25. A Ernst Schulin agradezco una crítica importante de la versión
originaria de esta parte, ante todo de este esbozo histórico.

72
per se, aun cuando éstas podían ser incluidas en medida limitada
como condiciones y consecuencias de acciones individuales. Al
método histórico-crítico que se impuso desde Niebuhr y Ranke
le era inmanente la preferencia por fuentes literario-linguísticas y
por la interpretación hermenéutico-comprensiva; tal método capa­
citaba mucho mejor al historiador así formado para el estudio de
las motivaciones, actitudes y acciones trasmitidas que para la ex­
ploración de la estructuras y procesos supraindividuales; ya a par­
tir del método impuesto era evidente para el historiador la ocupa­
ción con campos en los que, a base de documentos, se podía saber
«cómo de los negocios surge la historia» (Droysen) pero no con
ámbitos cuyo desarrollo y peculiaridad podían ser concebidos sólo
muy parcialmente —o no podían serlo en absoluto— a partir de
negociaciones y decisiones, «del punto de vista, del horizonte, en
cierto modo, del alm a» de los actores11. También, por eso, la vida
política era mucho más adecuada para la investigación que la vida
social y la económica.
Los mejores productos de la investigación histórica acuñada
por el Historicismo estaban ciertamente muy lejos de agotarse en
la simple narración de las acciones principales y del Estado, en la
descripción de individuos, acontecimientos y decisiones. Basta
echar una mirada a la Historia alemana en el siglo diecinueve de
Treitschke para comprobar en cuán gran medida se podían incluir
factores sociales y económicos. Los «grandes poderes» y tendencias
epocales de Ranke, las «potencias» histórico-universales de Burck-
hardt y muchos otros ejemplos llaman la atención sobre el hecho
de que la caracterización hecha aquí del desarrollo historiográfico
anterior es sumamente abreviada y no hace justicia plena ni a la
complejidad y diversidad de la historiografía ni a algunos de sus
representanes. Pero, por otra parte, no es una caracterización de-1

11. O. Wintze, «Johann Gustav Droysen» (1904) en Soziologie und Ge-


schichte, Gotinga, 19642, p. 490.- Sobre el Historicismo, J . Rüsen, «Für
cine erneuerte Historik» en F. Engel-Janosi, et al, Denken iiber Geschichte,
Viena, 1974, reprod. e n j. Rüsen, Für eine erneuerte Historik. Studien zurTheo-
rie der Geschichtswissenschaft, Stuttgart, 1976, p. 17-44; G .G . Iggers, Deutsche
Geschichtswiesenschaft, Munich, 1971 (19732); Th. Nippcrdey, Historismus und
Historismuskritik, en Jaeckel/Weymar, op. cit. en nota 9.

73
formadora o injusta de la tendencia principal si se comprueba que
en la historia acuñada por el Historicismo, la descripción se coloca
muy por delante de la explicación y la interpretación comprensiva,
antes del análisis sistemático y que el acceso individualizador do­
minante impidió la comparación sistemática. Las relaciones exter­
nas y las actividades internas de los Estados, las actitudes y accio­
nes de los actores capitales y — junto a ello— las instituciones,
el derecho y las corrientes intelectuales (y religiosas) tenían prio­
ridad, como algo evidente, frente a los factores sociales y económi­
cos; en la medida en la que éstos fueron incluidos, ello ocurrió
«en el marco de la consideración política»; interesaban primaria­
mente como presupuestos y consecuencias de la actividad del Es­
tado, cuyo valor era considerado indiscutible en tanto núcleo de
la reflexión historiográfica12.
fÉste paradigma —cuyo origen es antiguo-europeo, preindus­
trial— de la historiografía historicista, que de hecho se estableció
en Alemania antes de la revolución industrial y en parte en cons­
ciente contraposición a las tendencias revolucionarias en Europa
occidental (y con ello contra la «emancipación de la sociedad del
Estado»)13, respondió —y esto hay que subrayarlo— en la primera
mitad del siglo X IX , a experiencias colectivas aún efectivas en un
país retrasado y no modernizado según el modelo europeo-occi-
dentalT|Poseía también gran fuerza para explorar la realidad en la
ocupación evidentemente dominante con la historia de Europa an­

12. Este voto por la subordinación estricta de las cuestiones de historia


económica, social y cultural bajo las de historia política y estatal con gran
claridad en el principal editor de la revista alemana más importante de his­
toria económica y social, la VSW G, en G. v. Below, Die deutsche Geschichts-
schreibung von den Befreungskriegen bis zu unseren Tagen, Munich/Berlín (1916),
19242, p. 84, 118, 122-24.
13. Sobre el ímpetu antirevolucionario de la historiografía en la primera
mitad del siglo X IX , cfr. G. Ritter, «Lagc und Zukunftsaufgaben deutscher
Geschichtswissenschaft» en HZ, t. 170, 1950, p. 4; H. Heimpel. «Uber
Organisationsformen historischer Forschung in Deutschland» en H Z, t. 189,
1959, p. 199; también la visión retrospectiva de Leopold von Ranke en su
discurso con motivo de su 90 cumpleaños (1885) en Sdmtiiche Werke, ed. por
A. Dove y T. Wiedemann, t. 52, Leipzig, 1888, p. 595. Eso no excluye
que la historiografía se enfrentara muy críticamente con otras tradiciones,
por ejemplo, las eclesiástico-clericales. Cfr. Schulin, «Rückblicke», p. 21-25.

74
tes del periodo de la Revolución y permitió grandes realizaciones
historiográficas en este campo. Pero, aunque asumió algunos ele­
mentos modernos (nacionalistas, por ejemplo), incurrió creciente­
mente en contradicción con la autonomía relativa de los procesos
sociales y económicos que paulatinamente se habían ido impo­
niendo en el territorio alemán. En la capacidad de imposición de
fuerzas no estatales en las revoluciones de 1789 y 1848, en las
transformaciones contundentes del proceso capitalista de indus­
trialización y en los conflictos fundamentales de clases y grupos
del segundo tercio del siglo —condicionados en parte preindus-
trialmente, producidos en parte por el capitalismo industrial na­
ciente— en todo esto se basaba la experiencia difundida y la exis­
tencia y dinamismo de una esfera entre Estado e individuo, que
fuera comprendida de manera cada vez más clara por Hegel,
Marx, Mohl, Lorenz von Stein y otros, como un sistema autóno­
mo, contradictorio e impulsador de transformaciones, constituido
por factores socio-económicos (trabajo, mercado, tráfico), de nece­
sidades, intereses y dependencias, como «sociedad burguesa» des­
lindada del Estado, pero en estrecha vinculación con el ámbito de
la economía. A mas tardar en los años revolucionarios de 1840 se
impuso ampliamente, también en Alemania, el concepto de «so­
ciedad» con lanza antiestatal y como estandarte de exigencias libe­
rales, democráticas y también socialistas de emancipación14. En el
mismo decenio adquirió popularidad la consigna de la «cuestión
social» que designaba la necesidad y el desafío de los estratos bajos,
especialmente del creciente proletariado; se dramatizó un desarrollo
social condicionado económicamente de extraodinario dinamismo,
para cuyo control y neutralización el Estado pareció ser sumamen­
te incapaz.jEn esos mismo años surgió en Alemania, sobre la base
de modelos franceses, el concepto de las «ciencias sociales», que
trataban de emanciparse de las más abarcadores «ciencias del Esta­
do» tradicionales. «Sociedad» significó pronto dos cosas: por una
parte, aquella «diferencia» (Hegel) entre individuo (o al comienzo

14. R. v. Mohl, Die Geschicbte und Literatur der Staatswissenschaft, c. 1,


Erlangen, 1855, p. 70; K . Lamprecht, «Die Entwicklungsstufen der deuts-
chen Geschichtswissenschaft II», en Zeitschrift fur Kulturgeschichte, t. 6, 1898,
p. 1-45, especialmente 25 ss.

75
todavía: familia) y Estado, que se enfrentó a éste como rival y
que, como esfera recientemente descubierta y devenida consciente,
debería ser objeto de una ciencia especial, de la ciencia de la socie­
dad (junto a la ciencia del Estado)j Por otra parte, la convicción
del decisivo poder de la influencia y acuñación de esta esfera social
o socioeconómica indujo a los representantes de la nueva corriente
—Marx, Lorenz von Stein, por ejemplo— a interpretar, a partir
de aquella diferencia, la totalidad del desarrollo histórico y a en­
tender la «sociedad» como sinónimo de sistema total; en oposición
y en competencia con el paradigma dominante de la ciencia de la
historia del Estado, se concibió a. la historia como «movimiento
social», como historia de la sociedad, que incluía y signaba todos
los demás ámbitos históricos especiales (como el campo social en
sentido estricto, el Estado, la ideas y otros)15.
La solución antiguo-europea del problema Estado-sociedad per­
dió así su fundamento. Los intentos de captar, pese a ello, los pro­
cesos sociales como partes de una historia del Estado concebida con
am plitud16 tuvieron que fracasar, y este fracaso fue tanto mayor
cuanto más tarde se produjo, sobre todo cuando estuvieron referidos
a la historia reciente. La historiografía tuvo —con muchos matices

15. G.W . Hegel, Grundlinien der Philosophie des Rechts (1821), Hambur-
go 19554, §§ 189-208; Lorenz v. Stein, Geschichte der sozialen Bewegungen in
Frankreich von 1789 bis au f unsere Tage (1850), t. 1, Munich, 19212, p. 25
s. y passim; K. Marx/F. Erigels, Die deutsche Ideologie y Manifest der Konmnis-
tischen Partei, en Marx/ Engels, MEW t. 3, p. 17-70, t. 4, p. 462-493; J .
Habermas, Strúkturwandel der Óffentlichkeit (1962), Neuwied, 19655, p. 11-
156; E. Pankoke, Sociale Bewegung-Sociale Frage-Sociale Politik. Grundfragen der
deutschen «Sozialwissenschaft» im 19- Jahrbundert, Stuttgart, 1970; M. Riedel,
Art. «Gesellschaft, bürgerliche» e n j. Ritter (ed.), Historisches Worterbuch der
Philosophie, t. 3, Darmstadt, 1974, columnas 466-73, esp. col. 471; del mis­
mo, Bürgerliche Gesellschaft and Staat. Grundprohlem and Struktur der Hegelschen
Rechtsphilosophie, Neuwied/Berlín, 1970; D. Blasius, «Lorenz v. Stein» en
H .-U. Wehler, (comp.) Deutsche Historiker, Gotinga, 1973, p. 25-38; F.
Gilbert, «From Political to Social History. Lorenz v. Stein and the Revolu-
tion of 1848» en History. Choice and Commitment, Cambridge, Mass., 1977,
p. 411-21; E. Angermann, Robert von Mohl, Neuwied, 1962; A. Hultern,
«Bürgerliche Gesellschaft. Theorie und Geschichte» en N PL, t. 19, 1974,
p. 472-88.
16. Por ejemplo H. v. Treitschke, Die Gesellschaftsuissenschaft, Leipzig,
1859.

76
yor cuanto más tarde se produjo sobre todo cuando estuvieron re­
feridos a la historia recientejjLa historiografía tuvo —con muchos
matices de detalle— dos posibilidades básicas para salir adelante
frente al intenso desafío de esta creciente movilización de masas,
desencadenada por primera vez en el curso de la ulterior industria­
lización y de conflictos sociales cada vez más agudos y de muchas
otras transformaciones: o bien reexaminar el paradigma del carácter
canónico del Estado como sujeto, en todo caso, de la historia mo­
derna, modificar el andamiaje conceptual (de modo que el Estado
pudiera ser concebido como un sistema parcial, si bien muy im ­
portante, de un sistema total que entonces ya no podía ser defini­
do como Estado), e incluir resueltamente y con igualdad de dere­
chos en la praxis de la investigación y la docencia a ámbitos no
estatales de la realidad; o bien atenerse al Estado como objeto pro­
pio de la historia y soportar con ello la limitación del propio ob­
jeto, del que se deslindaban de modo cada vez más claro grandes
ámbitos de la realidad (en algunos casos sin conocer o confesar
esta limitación). La primera alternativa hubiera significado apar­
tarse de las arraigadas convicciones de la «Estadofilia» o de la «de­
voción al Estado»1718 y realizar con ello una profunda reorientación
científica, cosmovisional y político-social; esto hubiera traído
como consecuencia una enorme ampliación de la paleta de méto­
dos y procedimientos históricos^
Los principios de la historiografía alemana establecida tan
tempranamente en el siglo X IX y que ocupara internacionalmente
el primer lugar, se mostraron lo suficientemente arraigados y lo
suficientemente sostenidos por un clima político social-conserva-
dor, por tradiciones autoritario-estatales y anti-emancipatorias —a
diferencia, por ejemplo, de la joven historiografía norteamericana
todavía no consolidada— como para escapar a este cambio: vistas
las cosas en su totalidad, se impuso la segunda alternativa. Esto

17. El concepto en Ritter, Gegenivartige Lage, p. 3.


18. Cfr. O. Hintze, «Der Staat ais Betrieb und die Verfassungsreform»
(1927) en Soziologie und Geschichte, p. 205: «En la época en la que éramos
jovenes y florecía con nuestro Reich la devoción por el Estado, hubiera pare­
cido casi como una blasfemia el degradar la majestad del Estado mediante la
comparación con una empresa económica».

77
significó la introducción de un proceso fundamental de represión
en el que la historiografía perdió —mientras más tarde tanto
m ás— fuerza para el análisis de la historia moderna y reciente y
con ello también para la intepretación del presente; significó una
renuncia amplia al análisis de fuerzas anónimas y colectivas ciñén-
dose a un concepto idealista y crecientemente ideológico de liber­
tad, acción y personalidad; significó resistencia contra las nuevas
corrientes en las ciencias sociales occidentales y, no en último tér­
mino, en el socialismo; políticamente significó —con muchas di­
ferencias de detalle— el voto por posiciones autoritario-estatales,
social-conservadoras, contra las fuerzas de la revolución y de la re­
forma que impulsaban una amplia liberalización y democratiza­
ción del Estado y la sociedad19.
Este proceso de limitación y represión no ocurrió homogénea­
mente, unilinealmente y sin tendencias opuestas en la historiogra­
fía misma. También entre historiadores especializados hubo inten­
tos —sin abandono de la perspectiva tradicional— de tener en
cuenta lo más posible la respectiva vida economía, social y cultu­
ral de la época tratada; pero estos intentos parecen disminuir des­
de los años 90 del siglo pasado. Hubo historiadores sobresalientes
que supieron captar, dentro del paradigma tradicional, orientado
por el Estado como sujeto, grandes ámbitos de la sociedad y de
la economía, si bien ello se logró más bien en el campo de la
historia de la vieja Europa20. En algunos pocos casos, los historia­
dores universitarios se preocuparon por los planteamientos y resul­
tados de la ciencias sistemáticas vecinas y los aprovecharon para
el conocimiento historiográfico21. También es preciso subrayar
que en la historia antigua y mediaval no se produjo aquella lim i­

19- Cfr. Gilbert, «Historiography»; Schulze, cap. I.; Iggers; G. Oes-


treich, «Die Fachhistorie und die Anfánge der sozialgeschichtlichen For-
schung in Deutschland» en HZ, t. 208, 1969, p. 320-363; Conze, «Sozial-
geschichte», p. 19-23; Riedel, Staatsbegriff.
20. Ante todo O. Hintze. Cfr. J . Kocka, «Otto Hintze» en Wehler
(comp.), Deutsche Historiker, p. 275-298 y la introducción de F. Gilbert en
The Historical Essays of Otto Hintze, Nueva York, 1975.
21. Así, por ejemplo, W. Abel, O. Hintze y E. Kehr en la época de
entreguerras; cfr. sobre esto H. Rosenberg; «Vorbericht» en su Die Welt-
wirtschaftskrise 1857 bis 1859, Gotinga, 19742, p. V-XXV.

78
tación en la misma medida que en la historia regional y urbana;
además, a causa de la índole del objeto, apenas era posible una
concentración tan fuerte en el ámbito político. Pero, en suma, la
historia general alemana universitaria fue, de manera cada vez más
clara, hasta 1945 ante todo historia política con ampliaciones de
historia del espíritu, de la Constitución y del derecho.
Aquí no interesa describir las estaciones principales de este
proceso casi secular de limitación y represión: la crítica de Droy-
sen a la Historia de la civilización en Inglaterra de Buckle, en los
comienzos de los años 60 del siglo pasado22; la discusión entre el
historiador de la cultura y de la economía E.Gothein y el historia­
dor general y de la política Dietrich Scháfer, entre 1888 y 189123;
luego, la evidentemente decisiva indicación de nuevos caminos en
la polémica Lamprecht de los años 90 del siglo pasado24; la Prime­
ra Guerra Mundial y su resultado que, por motivos políticos (la
cuestión de la culpa), trajo consigo una reforzada concentración
en la historia política y, en parte, un distanciamiento nuevamente
acentuado con respecto a las corrientes científico-sociales occiden­
tales25; el Tercer Reich, durante cuyo dominio se retrasó el desa­
rrollo de las ciencias sociales sistemáticas, la historia social cayó
fácilmente bajo la sospecha de materialismo, pero, por otra parte,
creció interés por ámbitos no estatales de la «historia del pue­
blo»26.
Tampoco se puede exponer aquí en detalle cómo hacia fines
del siglo X IX , la historia especializada establecida tuvo que en­
frentarse en otros países de Europa y en Norteámerica con desafíos
semejantes: con la Synthese historique de Idenri Berr en Francia y

22. Cfr. Schulze, p. 19-22.


23. Cfr. Oestrcich, p. 326-31.
24. Cfr. ib. p. 320-63; Iggers, p. 256-60; E. Engelberg, «Zum Metho-
denstreit um Karl Lamprecht» en J . Streisand (comp.), Studien iiber die deut-
sche Gescbichtsivissenschaft, t. 2, Berlín, 1969, p. 136-152 25. Cfr. Gil-
bert, Historiography, p. 359 s.
26. Cfr. H. Aubin, «Zum 50. Band der Vierteljahrschrift für Sozialund
Wirtschaftsgeschichte» en VSWG, t. 50, 1963, p. 21; D. Hilger, «Zum
Begriff und Gegenstand der Sozialgcschichte» en Bucb und Bibliothek, año
23, Fase. 1, enero de 1971, p. 19 s.; H. Heiler, Walter Frank und sein
Reichsinstitut für Gescbicbte des Neuen Deutschland, Stuttgart, 1966.

79
la «New History» de Turner, Becker y Beard en los Estados Uni­
dos (para sólo citar dos corrientes revisionistas especialmente im­
portantes en este contexto). Tampoco se puede aquí explicar cómo
estos nuevos impulsos fueron rechazados en los otros países de
modo, en parte, muy semejante a como ocurrió en Alemania, pero
que en parte —bajo otras condiciones sociales y sin tener que ver
siempre con una historia especializada tan firmenete establecida y
arraigada y tan claramente acuñada— desataron reacciones más
flexibles y obtuvieron más espacio que los impulsos correspon­
dientes en Alemania; eso se podría demostar precisamente con la
«N ew History» en los Estados Unidos que penetró, modificándo­
la, en la historiografía general, y con la orientacióún histórico-so-
cial y sicológico-social de Berr —que fuera rechazada durante mu­
cho tiempo pero que en los años 20 mostró finalmente sus claros
efectos— y con algunos de sus contemporáneos franceses27.
A quí sólo había que poner de relieve y hacer comprensible el
modelo fundamental permanente que se presentó en Alemania de
manera semejante a como ocurrió en otros países, pero en forma
especialmente acabada y nítida: una historia general que, como
consecuencia de una temprana formación y de especiales condicio­
nes sociales, se redujo considerablemente a la historia política y
prefirió métodos individualizadores-hermenéuticos, y que, con po­
cas excepciones y haciendo caso omiso de ámbitos singulares
(como, por ejemplo, la historia medieval regional) se resistió con­
tra la integración de dimensiones histórico-sociales e histórico-eco-
nómicas como también, en parte, contra la inclusión de la inves­
tigación de procesos y estructuras supraindividuales. Pues sólo
como reacciones a este poderoso modelo básico, como intentos de
complementarlo o de corregirlo, se pueden entender la «historia
social», la «historia estructural» y la «historia de la sociedad»,
que se formaran ya antes de la Primera Guerra Mundial, si bien
en buena parte bajo otras designaciones.

27. Cfr. la visión panorámica de J . Kocka, «Sozial-und Wirtschaftsge-


schichte», columnas 8-21; Schulin, Rückblicke, subraya la semejanza del de­
sarrollo en los diversos países, pero los detalles expuestos por él permiten
reconocer diferencias claras en el desarrollo historiografía) de Alemania,
Francia y los Estados Unidos, al menos ciertamente desde fines siglo X IX y
no tan sólo desde los primeros años de la década del 30 en este siglo.

80
b) Nuevos planteamientos antes de 1914

í 1. Considerablemnte excluida y desplazada de la historia ge­


neral surgió la historia social como historia del ámbito de la rea­
lidad y de problemas de lo «social». Sobre ella escribió el historia­
dor orientado sociológicamente y «outsider» del gremio, Kurt
Breysig en 1896: «En general se considera como su objeto aque­
llas asociaciones de hombres que preferentemente no son de natu­
raleza política: la familia, los estamentos, las clases»28. También
Lamprecht consideró a la historia social como historia de un ám­
bito especial que no debía ser confundido con la historia general;
la llamaba historia de la estratificación social y de las formas socia­
les2930. Cierto es que la historia del ámbito de lo «social» se fundió
frecuentemente con la historia del ámbito de la «economía» y for­
mó la historia económica y social. Esto se debió, en parte, a que
la historia económica —de modo semejante a la historia social—
no había encontrado sitio en la historia general por motivos, en
parte, semejantes y, en parte, diferentes. Por otra parte, como ya
se esbozó más arriba, la economía y la sociedad se encontraban,
ya en su génesis, como ámbitos relativamente autónomos de pro­
blemas y de la realidad, estrechamente ligados; sobre todo eran
impensable el uno sin el o tro sí
La historia económica y sóéial, como historia de un campo es­
pecial en el sentido indicado, fue elaborada primeramente y sobre

28. K. Breysig, «Die sociale Entwicklung der fuhrenden Volker Euro-


pas» en Jahrbuch fiir Gesetzgebung, Verwaltung uns Volksiuirtschaft, t. 20, 1896,
p. 1093; más detalladamente en su Aufgaben und Massstdbe einer allgemeinen
Geschichtsschreibung, Berlín, 1900, p. 10; cfr. también B. vom Brocke, Kurt
Breysig. Geschichtswissenschaft zwischen Historismus und Soziologie, Lübeck/Ham-
burgo, 1971.
29- lamprecht, «Die Entwicklunsstufen», p. 37-39.
30. La estrecha relación entre las dimensiones económicas y sociales es
clara en los primeros esbozos cientifico-sociales, (Hegel, Marx, v. Stein,
Mohl y otros). Cfr. nota 15. Pero también trabajos de ciencias económicas
anteriores; sobre esto: S. Landshut, Kritik der Soziologie, Neuwied, 1969, p.
131-145. Landshut trata la génesis del campo relativamente autónomo «eco­
nomía» como presupuesto de la posibilidad de la ciencia económica y de la
historia económica, de modo semejante (sólo que más temprano) a como se
esbozó esto más arriba para el campo de lo «social».

81
todo en la antigua y moderna Escuela histórica de la economía política
y allí se vinculó frecuentemente con la historia administrativa y
constitucional. La historia económica y social se desarrolló aquí
fuera de la historia especializada y, en parte, como crítica a ésta
y, al mismo tiempo, en el contexto moderadamente crítico-social
del «socialismo de cátedra»31.|Sin tan estrecha relación con la his­
toria económica, pero también sin vinculación con la historia ge­
neral, la historia social fue elaborada, además, bajo el techo de la
historia de la cultura en sentido estricto, que igualmente llevaba una
existencia marginal. Junto con problemas histórico-espirituales e
histórico-literarios, ésta trataba temas tales como el desarrollo de
las herramientas, del consumo del tabaco y bebidas, de los usos
y las costumbres cotidianas, hasta llegar a la historia de las clases
sociales, casi siempre en forma narrativa, asistemática y frecuente­
mente imperfecta por lo que respecta a la crítica de las fuentes32.
Como disciplina marginal separada, la historia social y la his­
toria social y económica tenían fácilmente un olor oposicional:
científicamente como recuerdo crítico de lo reprimido por la his­
toria general; políticamente señalaba —algo fácilmente comprensi­
ble por su contexto genético esbozado más arriba— frecuentemente

31. Cfr. D. Lindenlaub, Richtungskampfe im Verán fiir Sozialpolitik 1890-


1914, Wiesbaden, 1967; sobre Schmoller y Sombart, cfr. los art. de P. An-
derson y B. vom Brocke en Wehler, Deutsche Historiker, p. 147 ss. y 616
ss.; cfr. Oestreich, p. 334-44 sobre los cursos de historia social y económica
en las universidades alemanas durante los años 1880 y 1890 que fueron ofre­
cidos preferetemente —lo que se suele pasar por alto frecuentemente cuando
se hace referencia a esta importante artículo— por científicos de la economía
y científicos sociales que trabajaban históricamente, pero apenas por historia­
dores especializados.
32. Se podrían mencionar como representantes a G. Freytag, W .H .
Riehl, G. Steinhausen; sobre historia de la cultura en sentido estricto, cfr.
R. Bcrnheim, Lehrbuch de Historischen Methode, Leipzig, 18942, p. 42, 47-52:
la historia de la cultura como «especialidad» elabora las «actividades no po­
líticas de los hombres como seres sociales» (p. 47). Un panorama de los re­
presentantes anteriores en F. Jodl, Die Kulturgeschichtsschreibung, ihre Entwic-
klung und ihre Probleme, Halle, 1878; sobre el desarrollo posterior, W. Goetz,
«Geschichte und Kulturgeschichte» en Archiv fiir Kulturgeschichte, t. 8, 1910,
p. 4-19. También Th. Nipperdey, «Die anthropologische Dimensión in der
Geschichtswissenschaft», en G. Schulz, (comp.), Geschichte heute, Gotinga,
1973, p. 233-235.

82
la relación con la crítica a la sociedad y con la «cuestión social»,
lo cual se mostraba en la equiparación conceptual, corriente hasta
bien entrado el siglo X X , de historia social e historia de los estra­
tos bajos o del movimiento obrero3334. Con ello, la historia social
se constituyó de doble manera como «ciencia de oposición» (Fre-
yer), cuyo rechazo por la historia especializada establecida se vol­
vió por eso tanto más rígida y más rica en implicaciones. Algo
de este colorido polémico y oposicional caracterizó la «Revista de
historia social y económica» en su fundación (1893), la precursora
inmediata de la «Revista trimestral de historia social y económi­
ca»; en el primer cuerpo de redacción se puede comprobar una
influencia sorpendentemente fuerte de las opiniones marxistas. El
desarrollo posterior de esta revista, como el de la disciplina espe­
cial «H istoria social y económica», que como materia marginal
claramente delimitada se fue estableciendo —con cátedras propias,
casi siempre en las Facultades de ciencias económicas y sociales—
es un claro ejemplo de que la orientación opositora31 no es necesa­
riamente propia de esta disciplina.
2. De la historia social como una disciplina especial separada
y definida a partir de su objeto especial, hay que diferenciar una
segunda variante de la corrección y complemento histórico-sociales
de la historiografía política-individualizante domiante. Esta co­
rriente fundamental surgió ya antes de 1914 con alta pretensión
y éxito reducido, bajo designaciones variables y contenidos diver­
sos. Se trata del ensayo de proponer una alternativa panhistórica
competitiva, una síntesis que apunte a la totalidad, que establezca
diacrónica y sincrónicamente el contexto de partes singulares espe­
ciales de la realidad histórica, sin privilegiar, como de costumbre,

33. Así todavía en el origen del nombre y en el contenido del anuario


«Archiv für Sozialgcschichte» (1961 ss), aunque esta limitación parece ablan­
darse paulatinamente; también en el «Internationaal Instituut voor Sociale
Geschiedenis» (Amsterdam) y en la «International Review of Social Histo-
ry».
34. Sobre la revista: Aubin, especialmente p. 10 ss. (sobre las tradicio­
nes marxistas); además W. Kollmann, «Zur Situation des Faches Sozial-und
Wirtschaftsgeschichte in Deutschland» en K .-H . Manegold (ed.), Wissen-
schaft, Wirtschaft und Technik. Festscbrift für Wilhelm Frene, Munich, 1969,
p. 136-146.

83
la historia política (pero también sin excluirla) y sin utilizar al
Estado como núcleo de estructuración.
iJTales ensayos se conocieron muy frecuentemente en los dece­
nios antes de 1914 como historia de la cultura en sentido a?nplio.
Recurriendo a Voltaire, se la definió35 como «historia del desarro­
llo» de un «pueblo» y de sus «órganos físicos y psíquicos», que
debería constituir «el fundamento más propio y esencial de toda
la historiografía»36. Como la autonomía de la «vida del pueblo»
fue relegada frecuentemente a segundo plano por la historia de los
Estados, la historia de la cultura debe comprobar la relación recí­
proca entre los campos culturales singulares (religión, iglesia, mo­
ralidad, derecho, organización del Estado, aparato bélico, intere­
ses materiales, arte etc.), proporcionar explicaciones casuales y po­
sibilitar la comparación a nivel internacional3^ Eberhard Gothein,
historiador que ocupara una cátedra de economía, reaccionó en
1899 en contra de la pretensión de monopolio de los historiadores
de la política, con el argumento de que la historia de la cultura
debería describir el devenir interno de los pueblos y de las ideas
y de la vida cultural38 en general. En su muy leído y muchas veces
reeditado M anual, Ernest Bernheim definió la historia de la cultu­
ra en sentido amplio como «la historia del hombre en sus activi­
dades como ser social, en todos los tiempos y en todos los lugares,
en el contexto unitario del desarrollo»39. Por algún tiempo, Karl
Lamprecht aplicó el nombre de «historia de la cultura» a la des­
cripción de su análisis histórico-sintético que, en los años 90 del
siglo pasado y acentuando estructuras psicológioco-sociales, inten­
tó integrar dimensiones económicas sociales, políticas, espirituales
y artísticas, y que fuera rechazado amplia y decididamente por el

35. Jodl, p. 3 s.
36. Zeitschrift für deutsche Kulturgeschichte, t. 1, 1856, p. I. (Prospectus);
cfr. también J . Falke, «Die deutsche Kulturgeschichte en la misma rev. p.
5-30).
37. Jodl, p. 108.
38. E. Gothein, Die Aufgaben der Kulturgeschichte, Leipzig, 1889;
Oestreich, p. 328.
39. Bernheim, p. 42.

84
gremio de los historiadores'10. En 1910 escribió Walter Goetz:
« ... quien anuncia un curso sobre historia cultural de la Edad Me­
dia puede estar seguro que los estudiantes entienden bajo tal un
compendio de la historia política, económica y espiritual de la
Edad M edia»4041. Y evidentemente, estas síntesis histórico-cultura-
les, en las que frecuentemente se adjudicaba un alto valor a las
dimensiones socio-económicas y socio-psicológicas y que, en esa
medida, se asemejaban a las sínitesis histórico-sociales, gozaron
transitivamente en los años 90 del siglo pasado de la mayor popu­
laridad, de modo que —ya entonces— los «historiadores de la po­
lítica» comenzaron a temer por su hegemonía y a lamentar su de­
cadencia42. En los años siguientes disminuyó este desafío profundo
a la historia de la cultura; después del fin de siglo, ésta estuvo
considerablemente signada por elementos de la historia de las
ideas, del arte y del espíritu y, de ese modo, se la domesticó, por
así decirlo43.

40. K . Lamprecht, «W as ist Kulturgeschichte?» en Deutsche Zeitschrift


fiir Geschichtswissenschaft, Nueva serie, t. 1, 1896/97, p. 75-145; Oestreich,
p. 346-63.
41. W. Goetz, «Geschichte und Kulturgeschichte», Ver nota 32.
42. Karl Lamprecht, Alte und nene Richtangen in der Geschichtsu'issenschaft,
Berlín, 1896, p. 1 s.- También Bernheim (1894):, p. 50: «Esta sobrevalo­
ración recientemente favorecida de la historia de la cultura en perjuicio de
la política es, en el fondo, un debilitamiento impreciso de la concepción so­
cialista-científico-natural de la historia, que no considera digno de la consi­
deración científica los acontecimientos singulares porque no se dejan someter
al cálculo estadístico y declara que los procesos masivos son el único objeto
digno de la ciencia».
43. No sin la influencia determinante de Goetz, sucesor de Lamprecht en
la dirección del «Instituto de historia de la cultura e historia universal» fun­
dado en Leipzig por este último; es la nueva acentuación de la historia del es­
píritu y del estilo como núcleo de la historia de la cultura, claramente en: Ar­
chín fiir Kulturgeschichte, t. 12, 1916, p. 273-83, esp. p. 274 s. L.M. Hart-
mann, influenciado por el marxismo, reprochó a Lamprecht en 1904 (VSWTr,
t.2, p. 166 s.) el haber psicologizado cada vez más su historia originariamen­
te orientada socio-económicamente. Elementos de la historia del espíritu y
del arte predominan en las síntesis histérico-culturales de Jacob Burckhardt,
que merecieron creciente atención después del fin de siglo y luego de la Pri­
mera Guerra Mundial, cfr. J . Rüsen, «Jacob Burckhardt» en Wehler, Deut­
sche Historiker, p. 241-62; W. Hardtwig, Geschichtsschreihung zwischen Alteu-
ropa und modemer Welt. Jacob Burckhardt in seiner Zeit. Gotinga, 1974.

85
Hacia fines del siglo, la «historia social» significó en otros au­
tores el término genérico sintético para la integración de los dis­
tintos campos históricos especiales. Bernheim reaccionó en 1894
contra la frecuente reducción de la historiografía a historia políti­
ca, y contra la separación estricta de historia política, historia de
la cultura en sentido estrecho y otras disciplinas históricas especia­
les. «Justamente por eso no queremos considerar la historia polí­
tica como un apéndice secundario de la historia de la cultura, pero
tampoco queremos rebajar a ésta a la categoría de producto acce­
sorio de aquélla. Evitamos tal parcialidad utilizando la expresión
“social”; pues la política y la cultura son, en igual medida, pro­
ductos de la socialización humana. Por eso, A .E . Schaffle llama
certeramente a la historia “ciencia social”; también L. Wachler de­
signa como tarea de la historia el “explicar, a partir de lo aconte­
cido, la génesis y la conformación del estado social del género hu­
mano”» 44. También Breysig reaccionó a finales del siglo pasado
contra la reducción de la historiografía a historia política, que en
la praxis de los historiadores se realizaba de manera más doctrina­
ria que en la discusión teórica45. Al mismo tiempo, reaccionó con­
tra una historia definida como historia de las asociaciones no po­
líticas, esto es una historia social concebida restrictivamente como
disciplina especial, pues había que incluir incondicionalmente al
Estado, «la configuración social más poderosa», y también reac­
cionó contra una «historia económica» separada y que «vegeta
para sí, porque las relaciones materiales» influyen de la manera
más decidida «en la formación y crecimiento de todos los cuerpos
sociales». También había que incluir al «espíritu de los tiempos»,
los usos y costumbres, el lenguaje y las creencias, el arte y la cien­

44. Bernheim, p. 12 s.-Las citas mencionadas según A .E.F. Schaffle,


Bau und Leben des socialen Korpers, t. 4, Tubinga, 18812, p. 500, lo mismo
que L. Wachler, Lehrbucb der Geschichte, Breslau, 18366, p. 1. Antes (p. 5)
defíne Bernheim: «La historia es la ciencia del desarrollo de los hombres en
su actividad como ser social».
45. Cfr. Breysig, «Uber Entwicklungsgeschichte» en Deutsche Zeitschrift
für Geschichtswissenschaft, Nueva serie, año 1, 1896/97, p. 161-74, 193-211,
especialmente, p. 162 ss. Muchos historiadores se sienten «extraordinaria­
mente bien sólo en el trabajo de los gabinetes o en el ruido de las batallas.
Contemplan la historia con los ojos de un diplomático».

86
cia46. Esperaba la integración de estos campos de una «investiga­
ción histórico-social», de la «historia social en el sentido más am­
plio», que debe abarcar todo lo que influye en la «articulación de
la sociedad» y de la que se pueden sacar conclusiones sobre «la
conducta del átomo social, del individuo, ante las comunidades
que lo rodean»47. También en otros autores se presentó la «histo­
ria social» en esta época en el sentido de interpretación total his­
tórico- social48.
En estos planteamientos histórico-culturales o histórico-socia-
les de carácter abarcador se trataba de notables intentos de analizar
el contexto49 de los campos históricos especiales y de llegar a una
síntesis integral, cuyo núcleo de estructuración no debería ser el
Estado sino «la cultura», «lo social» o la «sociedad», indepen­
dientemente de lo que se entendiera o sólo se insinuara vagamente
por esto. Todos estos intentos fracasaron, en parte por la resisten­
cia del gremio a causa de los motivos analizados más arriba; pero,
en parte, también porque para lograr tan ambicioso fin poseían
medios generalmente ineptos: la síntesis a la que aspiraban vulne­
raba muy fácilmente los estándards instrumentales altamente desa­
rrollados a los que, entre tanto, había llegado la historiografía
(exactitud, crítica de fuentes etc.) y no disponían, según parece,
de conceptos, modelos y teorías suficientemente nítidos, para con­
sumar la obra colosal de una síntesis histórico-total, aunque sólo
estuviera reducida a épocas estrechamente limitadas o a naciones
o sociedades particulares50.

46. Ibiclem, p. 170, del mismo autor Die sociale Entwicklung, p. 1093 s.
47. Ibidem, «Uber Entwicklunsgeschichte», p. 171, 173, y Die sociale
Entwicklung, p. 1094.
48. Así en la reseña de L.M. Hartmann de la « Deutsche Geschicbte (2 t.
complementario, 1 mitad) de Lamprecht en VSWG, t. 2, 1904, p. 167, en
donde se dice que los trabajos anteriores de Lamprecht, gracias al descubri­
miento de los «contextos económico-históricos» y de su influencia» en el de­
sarrollo total abrieron la via a una concepción futura histórico-social».
49. Todavía en 1951 significaba la «Historia de la cultura» para Ger-
harcl Ritter una dirección historiográfica a la que le importan primeramente
los contextos y la relación recíproca de los campos singulares de la realidad
(«Zum Begriff Kulturgeschichte» en HZ, t. 171, 1951, p. 293-302).
50. Cfr. también la correspondiente crítica de Bernheim (p. 43-47) a la
historia de la cultura en sentido amplio y a la confusión conceptual que reina
en ella.

87
Algunos de los primeros sociólogos concibieron también la his­
toria social en el sentido de historia abarcadora de la sociedad que
—a diferencia de la historia social entendida como historia de cam­
pos especiales— quería analizar la historia general poniendo el
acento en factores sociales o socio-económicos, pero lo hicieron de
un modo en el que, por el contenido, diferían fuertemente entre sí.
Lorenz von Stein, influido por los primeros socialistas fanceses, en­
sayó elaborar una historia de los movimientos y conflictos sociales
haciendo caso omiso del campo estatal y cultural.. La historia, se ha
dicho, estaba para él «llena con la lucha de clasés, que será com­
plementada por la lucha de las formas de la sociedad. Historia es
la historia de la sociedad, que asume todos los demás momentos de
la cu ltu ra...»51. La historia de la sociedad tuvo también en la obra
de Marx y Engels un lugar central; aquí ésta se hallaba en estrecha
relación con el análisis del presente, con el pronóstico del futuro y
con ]a conducción de la acción revolucionaria!
ÍCon su negación de la orientación por idéás, acontecimientos,
personas y política de la historia contemporánea, con su preten­
sión de integrar la variada realidad histórica a partir de fuerzas
socio-económicas colectivas, tales concepciones se contrapusieron
fuerte e ideológicamente a la historiografía dominante^La función
nacional-integrativa de ésta exigía acentuar las tradiciones que
unificaban la nación y sus partes. Concepciones histórico-sociales
como la marxista, que colocaban los conflictos y experiencias con­
trapuestas de las clases en lucha en el centro de la consideración,
no sólo no satisfacían esta función, sino que, con su propósito crí­
tico-social, se le oponían. A la historiografía establecida de la se­
gunda mitad del siglo X IX le resultaba tanto más fácil rechazar
estas posiciones contrarias por cuanto ellas estaban fatalmente re­
zagadas casi siempre con respecto a los métodos histórico-críticos
depurados y los criterios de cabalidad fuertemente desarrollados
desde Niebuhr y Ranke. Por eso, al comienzo las influencias di­
rectas de la concepción marxista de la historia se redujeron a las
nacientes historia social, historia social y económica52.

51. Así H. Nitzschke, Die Geschichtspbilosopbie Lorenz v. Steins, Munich,


1932, p. 80.
52. Cfr. más arriba sobre la influencia de la tradición marxista en la pre­
cursora de la VSW G; sobre otros efectos: Kocka, art. «Sozial-und Wirts-
chaftsgeschichte», columna 11.

88
Planteamientos histórico-sociales —diferentes por el contenido
y fundados empírica-metódicamente— se encuentran en los repre­
sentantes más notables de la Escuela histórica de la economía, es­
pecialmente en Schmoller. Alejado de la historia especializada que
—con expeciones como Hintze— aceptó su influencia sólo des­
pués de la Segunda Guerra Mundial, Max Weber elaboró estudios
histórico-sociológicos que — bajo la impresión del capitalismo y
de la burocratización modernos— están unidos por la comprensión
de la racionalización de todos los campos de la vida histérico-so­
cial que, avanzando irresistiblemente, amenazan la libertad y el
dinamismo de la personalidad individual53.
3. |*|Los planteamientos de una historia social que complementa
la historia política dominante y que se entiende como historia de
un campo especial, esbozados en 1., y los planteamientos de una
síntesis histórico-social que compita con el modelo histórico-polí-
tico de interpretación, tratados en 2 ., tienen varias cosas en co­
mún. Los dos pueden entenderse sólo como reacción frente a la
historiografía dominante. Los dos estuvieron reducidos a una pe­
queña minoría de historiadores y científicos sociales. Los dos se
preocuparon primariamente de la «sociedad»; en el primer caso
de lo social como «diferencia» entre individuo y Estado, que des­
de Hegel de una o de otra manera fue definido como sistema de
intereses, necesidades y dependencias, acuñado e intermediado por
momentos socio-económicos (trabajo, división del trabajo, relacio­
nes de trueque, posesión); en el otro caso, por la «sociedad» como
sistema total con aquella diferencia como núcleo acuñador de modo
completamente paralelo al doble concepto de sociedad, tal como
fiie desarrollado por las primeras ciencias sociales y como existe
desde entonces con diversos matices54.|La historia social en el sen­
tido de 1. y la historia cultural/historia de la sociedad en el sen­
tido de 2. fueron equiparadas además —y eso se destacó ya antes

53. Cfr. W .J. Mommsen, «Max Weber» en Wehler, Deutsche Historiker,


p. 299-324; del mismo, M ax Weber. Sociedad, Política e Historia, Estudios
Alemanes, Barcelona 1980.
54. P. Kaupp, art. «Gesellschaft» en J . Ritter (ed.), Historisches Worter-
buch der Philosophie, t. 3, colum. 426-65; N. Luhmann, art. «Gesellschaft»
en Sowjetsystem und Demokratische Gesellschaft, t. 2, 1968, colum. 962-63.

89
de 1914, si bien con otras palabras— por poner su acento en las
estructuras y procesos, y no en los acontecimientos, acciones, perso­
nas y decisiones singulares; las dos variantes eran deudoras de una
forma de consideración «histórico-estructural», si bien en un caso
estaban referidas a estructuras de un campo especial de la realidad
histórica, y en el otro, a la vez a las estructuras del contexto de
los campos especiales de la realidad histórica. En el lenguaje de
aquel tiempo: «Y a no sólo el acontecer, los destinos de los pueblos,
Estados y príncipes constituyen la materia de nuestra historiogra­
fía: desde hace mucho tiempo ésta ha aprendido, en medida cada
vez más intensa, a dirigir su atención no a los procesos sino a las
situaciones.. P . En la opinión de la mayoría de los autores, las di­
versas variedades de la historia de la cultura y de la historia social
se concentraban en los aspectos de las «situaciones colectivas» de
la historia, en tanto que la historia política ponía el acento en lo
«genial-individual». Y en la polémica en tomo a Lamprecht, el
debate se desplazó paulatinamente de la cuestión «historia políti­
ca» o «historia de la cultura» a la cuestión «historia individual»
o «historia de situaciones», a la relación de «concepción indivi­
dualista o colectivista de la historia»5556. El acento que puso Lam­
precht en la «historia de las situaciones tanto materiales como es­
pirituales» como «fundamento de la comprensión histórica» —de­
jando de lado los acontecimientos, las decisiones, las personas y
acciones singulares— fue atacado al menos tan enérgicamente
como su postulado de tratar fenómenos psicológicos-sociales, so­
ciales, económicos y otros no estatales en su «historia de la cultu­
ra»; su acentuación de las «situaciones» desató el reproche de ma­
terialismo que, ante todo, le hizo el gremio. Una tal considera­
ción histórico-estructural — que, por lo demás, no negaba ni el
dinamismo, si bien lento, de las estructuras ni la significación de
las acciones individuales ni el alto valor del Estado y que condujo
a Lamprecht metódicamente a la conceptuación tipifícadora y a la

55. Jodl (1878), p. 1 (el subrayado es mío).


56. K. Lamprecht, «Das Arbeitsgebiet geschichtlicher Forschung» en
Die Zukunft, 1896, según Schulze, p. 24; O. Hintze, «Über individualisti-
sche und kollektivistische Geschichtsauffassung» en Soziologie und Gescbichte,
p. 315-22 (importante posición intermedia entre Lamprecht y sus críticos).

90
comparación sistemática— contradecía evidentemente el concepto
idealista de personalidad y acción dominante entre los historiado-
res 57 .
Es comprensible, pero en modo alguno completamente acer­
tado, que entonces y más tarde, la discusión entre las diversas va­
riedades de historia de la cultura e historia social por una parte,
historia política (simplemente historia) por otra, se fundiera, con
la controversia entre historia individual e historia de situaciones
(historia de los acontecimientos y de las estructuras) j También la
crítica francesa —de entonces y después— a la historiografía tra­
dicional polemizó contra la «histoire événementielle» y la «histoi-
re politique»5758. festo resultó de la estrecha relación entre orienta­
ción histórico-política y método individualizador-hermenéudco en
la tradición historiográfica dominante, lo mismo que del hecho
indiscutible de que en amplios ámbitos del desarrollo económico
y social —en diferencia gradual con el desarrollo político— , las
acciones hermenéuticamente interpretables de los individuos se
destacaron menos que las estructuras y los procesos supraindivi-
duales.
Sin embargo, esta equipación de historia de situaciones e his­
toria social/historia de la cultura, lo mismo que la de historia in­
dividual e historia general (política), descubrió diferenciaciones
importantes —entonces y hoy. Bernheim comprobó con razón:
«N o es correcto, además, designar la historia de la cultura como
historia de las situaciones, a diferencia de la historia de los acon­
tecimientos; primero porque ésta no es una diferencia teóricamen­
te fundada... segundo, porque, aunque se haga la diferencia en la
praxis, ella no es lo suficientemente profunda: en el campo de la
cultura también se toman en cuenta acontecimientos y cadenas de
acontecimientos, las invenciones, los destinos y acciones de artis­
tas significativos y de otros héroes de la cultura que intervienen
frecuentemente en el desarrollo de manera decisiva; por otra parte,
en toda historia (también pues en la historia política) juega su
papel lo llamado situacional»59. La equiparación criticada en

57. Cfr.^Oestreich, p. 349-59; Iggers, p. 256-60.


58. C fr.fll. B.err, «Sur nocre programme» en Revue de synthese historique,
t. 1, 1900, p. 1-8j
59- Bernheim, p. 48, Ibidim, p. 10 explícita Bernheim la relación dia­
léctica de «situaciones» y «actividades» que, según su opinión, deben ser

91
1894, de historia de situaciones e historia de la cultura jugó un
papel importante como equiparación de historia estructural e his­
toria social en la discusión germano-occidental después de 1950.

3. Los planteamientos del cambio de paradigma después de 1945

Cm desarrollo en la República Federal de Alemania se caracte­


riza, por una parte, por la influencia ininterrumpida del antiguo
modelo fundamental: por una historia general acuñada político-
históricamente e individualizadora, por la historia social separada
de aquélla, concebida como disciplina especial y frecuentemente
ligada a la historia económica, lo mismo que por planteamientos
alternativos histórico-sociales vacilantes que comparten procedi­
mientos y perspectivas histórico-estructurales con la disciplina es­
pecial llamada historia social (y económica). Por otra parte, se
produjo una serie de profundas transformaciones y nuevos factores
que comenzaron a modificar el antiguo modelo fundamental y
contribuyeron, sobre todo, a que los campos tradicionalmente
abandonados de la historia estructural y de la historia social, en
parte también en el sentido de la historia de la sociedad, iniciaran
la vía de un desarrollo más veloz] Cabe señalar aquí cuatro causas
de estas transformaciones:
cEn primer lugar, la experiencia de la dictadura fascista, de una
segunda guerra mundial en el lapso de una generación y, final­
mente, del desastre, contribuyó a desacreditar profundamente
ciertas orientaciones nacional-estatales e idealistas que estaban am­
pliamente difundidas en la burguesía culta alemana y que, como
se motró, habían acuñado durante mucho tiempo el trabajo de los
historiadores y les habían dificultado la comprensión de la eficacia
y dinamismo de las transformaciones socioeconómicas y de los fe­
nómenos sociales de m asasj Esta catástrofe de la historia alemana
derrumbó en cierto modo algunas de las barreras que habían obs­
taculizado a los historiadores alemanes el acceso a temas y modelos

objeto del análisis histórico y fundamenta así por qué ésta no es «una diferen­
cia teórica sólida» y, en todo caso, no puede ser una dicotomía excluyente.

92
tic interpretación histórico-económico e histórico-sociales, durante
un lapso mucho mayor que a sus colegas franceses o norteamerica­
nos6061. La consecuencia fue un cambio de la perspectiva dominante
—muy paulatino en la República Federal dé Alemania, acelerado
y dogmatizado en la República Democrática Alemana por la im­
posición del marxismo-leninismo— desde la cual se concibe y se
expone la realidad histórica: en vez de centrar las síntesis históri­
cas o síntesis parciales en torno a procesos e instituciones prima­
riamente político-estatales, en torno a ideas o hasta grandes perso­
nas, resultó paulatinamente cada vez más fácil contemplar la polí­
tica y la cultura «desde la sociedad», comprender los procesos y
estructuras sociales y económicas como base o presupuesto de
transformaciones políticas y espirituales y reconocer su valor para
la investigación! Ciertamente, este cambio de paradigma, al que
subyace ante todo la penetración perceptible de planteamientos de
historia estructural, social y de la sociedad, repercutió en la Repú­
blica Federal de Alemania tan sólo después de un más largo tiem­
po de incubación y de una más larga fase de reconstrucción y res­
tauración historiográficas en los años 50
^ Segundo: esta reacentuación de la perspectiva dominante fue
reflejada y acelerada a la vez por el ascenso veloz —después de
1950 también en la República Federal de Alemania— de las cien­
cias sistemáticas de la sociedad: la sociología y la politología. In­
fluencias y desafíos por parte de las ciencias sociales sistemáticas
que, después del estancamiento en los años del nacionalsocialismo,
pronto comenzaron a ganar significación, motivaron a una histo­
riografía, que por diversos motivos había sido conmovida en su
autoconciencia, a tener en cuenta más que en años anteriores las
estructuras y procesos sociales como condiciones y presupuestos de
actitudes y acciones políticas y culturales | Las ciencias sociales sis­

60. Cfr. sobre esto las observaciones autocríticas de G. Ritter en el pri­


mer Congreso alemán de historiadores de la posguerra, en 1949 (Gegenwartige
Lage, loe. cit. p. 1-22).
61. Cfr. Schulin, Riickblicke, p. 14-16, con interesantes observaciones so­
bre el sentido político-moral de esta reflexión retrospectiva y restauración de
la historiografía germano-occidental después de 1945; cfr. también Schulze,
p. 96.

93
temáticas brindaban, al mismo tiempo, métodos, conceptos, mo­
delos y teorías que facilitaban —y en parte posibilitaban— prime­
ramente la investigación de fenómenos supraindividuales, de es­
tructuras y procesos^Cierto es que durante mucho tiempo fue pa­
tente la tendencia de las ciencias sociales sitemáticas a la deshito-
rización, a apartarse de la historia y, con ello, de sus propios pre­
cursores. Esto dificultó a los historiadores el acceso a ellas y redujo
el provecho que pudieran tener para el trabajo histórico sus con­
ceptos, métodos y resultados; por otra parte, las ciencias sociales
sistemáticas abandonaron así considerablemente el campo de la so­
ciología histórica y de la economía histórica. A los historiadores
les correspondía continuar sus grandes tradiciones^ Recientemente
se pueden registrar en las ciencias sociales sistemáticas tendencias
de rehistorización6263.
^"Tercero: de modo diferente a como ocurrió después de 1918,
la historiografía alemana —en todo caso la germano-occidental—
no reaccionó a la derrota con un aislamiento frente a Occidente.
De manera diferente a como ocurrió en la época de Weimar, la
historia alemana fue influida crecientemente por modelos france­
ses, ingleses y norteamericanos; esto contribuyó a la supresión de
las reservas tradicionales frente a la investigación de fenómenos
colectivos y al creciente interés en la historia social. En dirección
parecida operó la influencia de historiadores que habían tenido
que emigrar durante el «Tercer Reich» y que ahora regresaban o,
por otro camino, transmitían sus nuevas experiencias científicas^/
/X u a rto : En el clima crítico-social y de reformas de fines de los
años 60 y comienzos de los 70, alcanzaron estas tendencias de
transformación un punto culminante. Partes considerables del pú­
blico intelectual se habituaron a comprender la realidad actual e
histórica primariamente con ayuda de categorías tales como «so­
ciedad», «interés», «dominio» y «conflicto». Suscitado por la
«Escuela de Frankfort», se llegó también en la República Federal
de Alemania a un cierto renacimiento del pensamiento de orienta­

62. Cfr. los artículos en S.M. Lipset/R. Hofstader, Sociology and Ilistory,
Nueva York/Londres, 1968; Wehler, «Geschichte und Soziologie» en Ludz
(comp.), Soziologie und Sozialgeschichte; también Schulze; Rürup, p. 8 s.
63. Kocka, «Theoretical Approaches», p. 104.

94
ción marxista.|La crítica de la tradición —y con ello la crítica de
la historiografía tradicional— avanzó durante algunos años viento
en popa. La exigencia de más historia social adquirió en una m i­
noría de historiadores, jovenes en su mayoría, pero ante todo en­
tre muchos estudiantes, tonos políticos concomitantes que se ex­
plican, en parte, por el contexto de la génesis de estas disciplinas:
ellas habían surgido, como se ha mostrado, o bien como historia
del campo especial «sociedad» —en contraposición a la historia
del Estado predominantemente conservadora— o como interpreta­
ción socioeconómica de la historia acentuada crítico-socialmente
con potencia ideológica o como historia de la «cuestión social»,
de los estratos bajos o del movimiento obrero. A tales tradiciones
se vinculó —de manera frecuentemente vaga y no r^iediada sufi­
cientemente— la exigencia de «más historia social».|Esta exigen­
cia fue frecuentemente parte constitutiva del postulado de una his­
toriografía que tomara en serio su deber de ser pedagogía político-
social con propósito emancipativo y su «profesión moral» de ac­
tuar, más seriamente que hasta entonces, como autoilustración
prácticamente relevante de la sociedad actual. Aumentó el interés
por las masas poco elocuentes y que por eso no dejaban testimonio
literario, por el «hombre común», por el «underdog», que no
sólo en los libros de historia habían perdido la partida. Las trans­
formaciones, en parte profundas, de las universidades y, ante
todo, la veloz expansión y, con ello, el rejunvenecimiento del
«grem io» de historiadores contribuyeron seguramente a que estos
impulsos encontraran una cierta resonancia, si bien muy limitada
y en sí extraordinariamente variada64.

64. Cfr. E. Kehr, Der Primat der Innenpolitik, editado por H.-U.
Wehler, Berlín 1965 (197 02), especialmente el prólogo de Wehler, p. 21;
del mismo autor la Introducción a Modeme deutsche Sozialgeschichte, p. 9-16;
del mismo autor «Geschichte ais historische Sozialwissenschaft»; W .J.
Mommsen, Die Geschichtswissenschaft jenseits des Historismus; R. Koselleck,
«Wozu noch Geschichte» en JíZ , t. 212, 1971, p. 1-14; D. Groh, «Struk-
turgcschi'chte ais "totale” Geschichte» en VSWG, t. 58, 1971, p. 289-322;
del mismo autor Kritische Geschichtsuñssenschaft in emanzipatorischer Absicht,
Stuttgart, 1973; J . Kocka, «Zu einigen sozialen Funktionen der Geschichts-
wissenschaft» en P. Bóhning (comp.) Geschichte und Sozialuissenschaften, Go-
tinga, 1972, p. 12-27.; I. Geiss y R. Tamchina (comp.), Ansichten einer künf-

95
Ante este horizonte de profundas transformaciones histórico-
sociales, a las que seguramente sudbyacen otros factores no tratados
aquí, se vinculó el desarrollo de la historia estructural, social y de
la sociedad, modificándola, con la antigua historia de la disciplina.

4 La historia estructual - un modo de consideración

a) Importancia y rendimiento

I Bajo el nombre de «historia estructural» se propuso y funda­


mentó, desde comienzos de los años 50, una forma de considera­
ción —lo hizo expecialmente Werner Conze modificando á pro­
puestas de Otto Brunner y usando algunos de los conceptos claves
(«histoire des structures») utilizados por Fernand Braudel en su
libro sobre el Mediterráneo publicado en 1949— que, con algunas
diferencias de detalle, ya había aparecido hacia fin de siglo en las
diferenes variedades de «historia de la cultura» e «historia social»
(como se expuso más arriba) como «historia de las situaciones», y
que entonces fuera rechazada enérgicamente por la mayoría del
gremio de historiadores orientados por el Historicismo, y que
tampoco en la época de entreguerras había podido adquirir mayor
significación para la historiografía general alemana65JE ste concep­

tigen Geschichtsu'issenschaft, Munich, 1974.; cfr. también sobre algunos para­


lelos norteamericanos: J . Modell, «Die neue “Sozialgeschichte” in Amerika»,
en GG , t. 1, 1975, p. 155-70, esp. 170.- La acentuación del «salto cuanti­
tativo y del «desplazamiento de las generaciones» dado con ello, no sin acen­
to crítico pero últimamente muy subrayado en W. Conze, «Die deutsche
Geschichtswissenschaft seit 1945» en GeschkheíPolitik und ihre Didactik, año
5, 1977, fase. 1/2, p. 11-30, especialmente. 20;
65. «Estructura» ya en O. Brunner, «Zum Problem der deutschen So-
zial-und Wirtschaftsgeschichte» en Zeitschrift fiir Nationalnkonomie, t. 7,
1936, p. 677; cfr. sobre el aprovechamiento de este concepto allí desarrolado
inicialmcnte, Brunner, Land und Herrchaft (1939), Viena, 19655, esp. p.
124-50, 507 ss.; luego fundamental y progamáticamente utilizando el con­
cepto de estructra: «Sozialgeschichtliche Eorschungsaufgaben» en Anzeiger der
phil.-hist. Klasse der Qsterreichischen Akademie der Wissenschaften, 1948, p. 335-
62; A este trabajo remite W. Conze en su reseña muy positiva de Braudel, Im
Me'diterranée et la monde méditerranéen a l’époque de Philippe II, París, 1949, en
H Z, t. 172, 1951, p. 358-62; luego más detalladamente, Conze, «Die Ste-

96
to, de «historia estructural» aceptado carece, como la mayoría de
estas designaciones, de claridad y precisión. Parece ser seguro que
significa a) un modo de consideración historiográfica que — muta-
tis mutandis y con variaciones que son necesarias por el objeto,
pero que hasta ahora no se han hecho explícitas— puede ser apli­
cado a todos los campos de la realidad histórica, esto es al campo
de lo social, de lo político, al desarrollo económico y al reino de
las ideas etc. Para este modo de consideración se encuentran en
primer plano b) las «relaciones» y las «situaciones», los procesoso
y desarrollos supra-individuales, y no tanto los acontecimientos y
las personas; este modo de consideración dirige la mirada más bien
a las condiciones, márgenes y posibilidades de la acción humana
en la historia que a motivos, decisiones y acciones individuales;
esclarece más bien fenómenos colectivos que individualidades;
convierte en objeto de la investigación campos de la realidad y
fenómenos que se revelan más por descripción y explicación que
por comprensión hermenéutico-individualizadora; se interesa, ante
todo, por los fenómenos relativamente duraderos, «duros», sólo
difícilmente transformables, por estratos de la realidad con un rit­
mo lento o muy lento de transformación, no tanto en campos de
la realidad que se transforman velozmente y que oponen sólo leve
resistencia a los impulsos de cambio. Finalmente c), este modo de
consideración tiende frecuentemente, si bien no siempre, a la cap­

llung der Sozialgeschichte in Forschung und Unterricht», en GWU, t. 3,


1952, p. 654-57; del mismo autor, Die Strukturgeschicte des technisch-industrie-
llen Zeitalters ais Aufgabe jiir Forschung und Unterricht, Colonia/Opladen, 1957;
del mismo autor, «Sozialgeschichte» en Wehler, Moderne deutsche Sozialge­
schichte, p. 19-26. De acuerdo con Conze: O. Brunner, Land und Herrschaft,
y «Das Problem einer europaischen Sozialgeschichte» en Nene Wege der Ver-
fassngs-und Sozialgeschichte, Gotinga, 19682, p. 80-102. En el mismo vol. el
artículo fundamental «Das “ganze Haus” und die alteuropaische Okono-
mik», en Nuevos caminos de la historia constitucional y social Estudios Alemanes,
Barcelona, 1984. - Sobre Conze y Brunner, cfr. Hilger; Schulze, p. 98-102;
críticamente sobre Brunner, D .V. Nicholas, «New Paths of Social History
and Oíd Paths of Historical Romanticism» en Journal of Social History, t. 3,
1969/70, p. 277 ss; H. Medick, Naturzustand und Naturgeschichte der biirger-
lichen Gesellschaft, Gotinga, 1973, p. 16 ss.; F. Braudel, «Sur une conception
de l’histoire sociale» (1959) en Écrits sur l ’histoire, París, 1969, p- 175-191;
Groh, «Strukturgeschichte», p. 301 s. (nota 4).

97
tación de contextos abarcadores, es decir, al proceso social total
en su contexto sincrónico, pero también diacrónico.
El hecho de que este modo de consideración dotado con un
nombre especial, propagado con vehemencia, tuviera que ser im­
puesto tan sólo entonces no sin resistencias, llama la atención so­
bre el estado dominante de la historiografía general alemana hacia
1950, al que se opuso dicho modo de consideración. Sólo porque
la corriente principal de la historiografía alemana correspondía,
en principio, al modelo arriba esbozado más de cien años después
de aquellos desafíos decisivos pero reprimidos de una sociedad que
se diferenciaba del Estado y de una perspectiva científico-social
ligada a ella; por que el modo dominante de consideración y su
orientación tradicional por la política seguía realizándose en forma
primariamente propia de la historia de acciones, acontecimientos,
personas y motivaciones; porque los historiadores alemanes —como
lo manifestó autocríticamente Gerhard Ritter en 1949— se
habían «retrasado precisamente con su preocupación parcial por
la historia política en sentido estricto y por una historia espiritual
demasiado sublimada» y no dejaban de tener «un cierto desampa­
ro frente a los fenómenos de la moderna humanidad de masas y
de los complejos problemas de la vida económica moderna»66; por
eso pues, la exigencia de tener en cuenta las estructuras no era
algo obvio, pues ella tenía una tarea realmente revisionista, era
algo especial y durante mucho tiempo —en parte hasta hoy— fue
percibida como «especial» en el sentido una corriente especial, a
diferencia de la corriente general principal; precisamente_£omo his­
toria estructural, a diferencia de la historia en general' Porque la
historiografía tradicional dominante había degradado la tarea de la
síntesis a un mal Historicismo y Positivismo; porque de tantos ár­
boles no podía ver el bosque y la realidad se le esfumaba bajo tanta
crítica de fuentes y de investigación de detalle67; por eso pues, la
exigencia de síntesis — de una síntesis por cierto que no debía
(¡pero podía!) estar construida en torno a lo Estatal — fue un plan­

66. Ritter, Zum gegenwartigen Stand, p. 9-


67. También aquí un testigo libre de toda sospecha, Ritter, ibidem p.

98
teamiento nuevo, importante, necesario68?! La acentuación de lo
histórico-estructural abrió, además, la posibilidad de incluir en la
historiografía, más que antes, conceptos tipificadores y generaliza-
clores, de recomendar la comparación como instrumento metódico
principal y de exigir la cooperación con las ciencias sociales, más
fuertemente generalizadoras y analíticas —por primera vez en la
tradición historiográfica alemana— en un frente amplio y no en
la posición de «outsider»6970, aunque la realización de esta posibili­
dad se mostró como un largo y difícil proceso con contragolpes.
El hecho de que esta vez se impusiera relativamente el postulado
de una historia estructural —a diferencia de lo ocurrido a fines
del siglo pasado— y en todo caso no fuera reprimido, obedece a
muchas causas, no en último término a la mayor cautela y a las
reducidas debilidades que caracterizaron al nuevo intento, a dife­
rencia del ataque de los historidadores sociales y de la cultura de
fin de siglo7°^1Pero también se debió al hecho de que el gremio ha­
bía comenzado a dudar de su tradición; a que las funciones ideoló-
gico-burguesas y político-nacionales de la historia se habían desa­
creditado, no sólo externamente, después de la dictadura, la guerra
mundial y el desastre; a que pareció generalizarse el sentimiento de
la creciente dependencia del individuo con respecto a las «rela-

68. Por eso considero como no plenamente certero y demasiado negativo


el juicio de H.-U. Wehler («Die Sozialgeschichte zwischen Wirtschaftsge-
schichte und Politikgeschichte» en Sozialgeschiche und Strukturgeschicte in der
Scbule, Bonn, 1975, p. 18).
69. Junto a los trabajos citados de Conze cfr. ante todo: Th. Schieder,
«Der Typus in der Geschichtswissenschaft» en Studium Generad, t. 5, 1952,
p. 228-234; ib. Geschichte ais Wissenschaft. Riñe Einfiihrung, Munich, 1965;
«Unterschiede zwischen historischer und sozialwissenschaftlicher Mcthode»
en Wehler, Geschichte und Soziologie, p. 283-304; H. Mommsen, «Sozialge-
schichte» (1961) en Wehler, Aloderne deutsche Sozialgeschichte, p. 27-34; H.
Freyer, «Soziologie und Geschichtswissenschaft» en GW U, t. 3, 1952, p.
1 ss.
70. En Brunner, Conze, Schieder y otros, su lucha por una mayor acen­
tuación del modo histórico-estructural de consideración no se vinculó —
como por ejemplo en Lamprecht— con tesis controvertidas sobre una revisión
de contenido (sociopsicológicas o socioeconómicas) o con la reinterpretación de
la historia. Como se sabe, gracias a sus impulcritudes metódicas y a sus su-
pergencralizaciones, Lamprecht facilitó considerablemente el trabajo a la crí­
tica, a diferencia de los representantes alemanes de la consideración histórico-
estructural nacidos después de 1945.

99
dones»; y que finalmente (podría decirse: con un retraso secular)
disminuyó la tendencia tradicionalmente fuerte de muchos histo­
riadores historicistas hacia un concepto idealista, anti-sociológico,
crecientemente vacío de realidad y crecientemente ideológico de
la libertad y la personalidad. Las posiciones de defensa frente a los
adversarios, en todo caso nada modestos, habían comenzado a des­
moronarse ante de que comenzara su desafío7^
El modo histórico-estructural de consideración significa para
la historiografía indudablemente un aumento de su poder analíti­
ca. Constituye una condición necesaria, si bien en modo alguno
suficiente, para captar adecuadamente la realidad histórica, que
sólo en muy reducida medida puede ser explicada cuando se la
considera como producto de decisiones comprensibles y de accio­
nes hemenéuticamente interpretables o con el retículo de la suce­
sión cronológica; más bien se la pasa por alto y hasta se la desfi­
gura. En la «historia estructural» se impuso, por fin, la experien­
cia largamente reprimida pero que, en principio, estaba ya dada
desde las revoluciones industriales y sociopoiíticas de fines del si­
glo XVIII y principios de X IX ; la experiencia, pues, del poder
histórico de los fenómenos colectivos supraindividuales, a diferen­
cia de las decisiones y acciones individuales, personas y aconteci­
mientos7172.

b) Historia estructural, historia de acontecimientos y ciencia social histó­


rica

Pero el planteamiento histórico-estructural muestra una serie


de problemas, límites y debilidades, cuya consideración es tanto

71. La conferencia inaugural autocrítica, dispuesta a planteamientos mo­


derados de Ritter en el Congreso de historiadores de 1949 (Gegemvartige Lage)
es una prueba altamente informativa. El hecho de que esta inseguridad llena
de posibilidades parezca haber cedido pronto a un conservadurismo, puede
ser típico del nuevo conservadurismo de los años 50, que retardó los desarro­
llos esbozados aquí.
72. Cfr. Th. Schieder «Estructuren und Personlichkeiten in der Gc-
schichte» en Geschichte ais Wissenschaft, p. 149-86, especialmente p. 156 ss.
H. Mommsen, «Sozialgeschichte», p. 31.

100
más urgente, en la medida en que se impone con éxito en la his­
toria general y en las disciplinas especiales singulares como am­
pliación, complemento o hasta revisión.
|Una separación neta entre estructuras y no-estructuras (aconte­
cimientos, decisiones, actitudes)72* en la historia es — tanto teóri-
co-conceptualmente como en la praxis del trabajo histórico— ex­
traordinariamente difícil y problemática. Siguiendo a Reinhart
Koselleck, se puede entender por acontecimiento el contexto de
sucesos que es experimentado por los contemporáneos como unidad
de sentido dentro del marco de sucesión cronológica de un antes y
un después, y en cuanto tal puede ser «narrado» por el historiador
con categorías de sucesión cronológica; los acontecimientos se ca­
racterizan porque no sobrepasan «el espacio cronológicamente re-
gistrable de la experiencia de los participantes en un acontecimien­
to», porque son causados o padecidos por sujetos (personas) deter-
minables, y porque están condicionados por estructuras, pero sin
ser plenamente deducible de ellas, j Habrá pues que entender

72a. Aquí se entienden pues «acontecimiento», «decisión» y «acción»


como conceptos contrarios o complementarios de «estructura». En cambio,
parece tener poco sentido que en la historiografía se considere al «proceso»
como concepto contrario a «estructura», puesto que estructuras no son en la
historiografía generalmente y en modo alguno dimensiones extratemporales
o constantes absolutas, sino que se transforman, si bien de modo relativa­
mente lento y tienen, por tanto, carácter procesual. Esto resulta, ante todo,
de la meta de conocimiento habitualmente central en la historiografía, es
decir: conocer la realidad en su cambio en el tiempo. Es indiscutible que los
no historiadores entienden la «estructura» en el sentido de estructuras cons­
tantes que no se transforman —es decir en contraposición a proceso— . cfr.
por ejemplo, M. Foucault, Les mots et les choses, París, 1967; R. Bastide
(comp.) Sens et usage du teme structure dans les Sciences humaines et sociales, La
Haya/París, 1972, esp. p. 117-135; Groh, «Strukturgeschichte», p. 293-97
(como crítica con bibliografía). En este artículo se discute en todo caso sólo
un concepto procesual de estructura; no se entiende pues la estructura como
concepto contrario a proceso, sino que más bien se delimitan conjuntamente
estructura y proceso frente a acontecimiento, decisión y acción. Cfr. también
K.-E. Born, «Der Strukturbegriff in der Geschichtswissenschaft» en H. von
Einem, et al. Der Strukturbegriff in den Geisteswissenschaften, Maguncia/Wies-
baden, 1973, p. 17-30; Schuze, p. 228-36; E. Pitz, «Geschichtliche Struk-
turen» en HZ, t. 198, 1964, p. 265-305; y ante todo Schieder, «Strukturen
und Persónlichkeiten».

101
por estructuras contextos (no necesariamente experimentables
como unidades de sentido) o hechos dados previamente73, que
«por lo que respecta a su temporalidad, no son absorbidos en la
estricta sucesión de acontecimientos experimentados» y que van
más allá del espacio temporal de experiencia de los contemporá­
neos; por eso tampoco pueden ser «narrados» si lo constitutivo
del «narrar» es el encuadramiento en un marco categorial del an­
tes y el después; son supraindividuales y no pueden ser reducidos
a personas singulares y rara vez a grupos exactamente determina-
bles; se anticipan a los acontecimientos «de manera diferente a la
que ocurre en un sentido cronológico del antes»; se funden con
los acontecimientos (si bien no del todo) y por eso son captables
en parte en los acontecimientos como sus articulaciones74.
Se puede concluir pues que para comprender los acontecimien­
tos es indispensable recurrir a las estructuras que les están dadas
previamente y que se funden con ellas, si bien hay que atenerse
al hecho de que, ni en la experiencia ni en el análisis científico,
los acontecimientos son plenamente explicables, deducibles de sus
condiciones estructurales; que una historia de los acontecimientos
que hace caso omiso de sus aspectos estructurales constituiría una
mala abstracción, si bien un análisis de las estructuras no vuelve
plenamente obsoleta la descripción o narración de los aconteci­
mientos porque, en última instancia, el más perfecto análisis de
las estructuras sólo conduce al conocimiento de posibles aconteci­
mientos y acciones75. Al revés, las estructuras son también capta-
bles pero no sólo en los acontecimientos que remiten a ellas, sino
también en estructuras (por ejemplo, en la estructura del Estado
absolutista, en la estructura de la administración militar o en la

73- Dado previamente al acontecimiento, la decisión y la acción.


74. Cfr. R. Koselleck, «Darstellung, Ereignis und Struktur», en:
Schulz, p. 307-317.
75. Ciertamente Koselleck no presta mayor atención a la vinculación, la
colaboración, la constelación de diversas estructuras y dimensiones estructu­
rales; con ello descuida la cuestión de saber si mediante el análisis de la res­
pectiva constelación de estructuras no se reduce más ese margen de posibili­
dades (si bien no se lo suspende), en cuanto que el margen de posibilidad
dejado por una dimensión estructural simultáneamente eficaz y asi se reduce
todavía más mediante una tercera estructura el margen ya reducido, etc.

102
estructura del naciente capitalismo industrial, en la estructura de
una rama de la industria) en cierto modo subordinadas (pero no
de modo necesario temporalmente subordinadas). En tal sentido,
una historia estructural que relacione diversas dimensiones estruc­
turales parece ser más posible sin elementos de historia de los
acontecimientos que una historia de los acontecimientos que haga
total abstracción de las estructuras7678.
fPero, bajo la luz de otro argumento, se presenta como proble­
mática la reducción al análisis histórico de estructuras. Si se parte
del hecho de que los hombres hacen las circunstancias del mismo
modo como las circunstancias hacen a los hombres"7 y que los pro­
cesos histórico-sociales están mediados por acciones de los hom­
bres orientadas hacia un sentido, si bien ellos no siempre tienen
plena conciencia de esto y por eso el contexto histórico que ha de
comprenderse no se agota en lo «que los hombres intencionan re­
cíprocamente»"8, se reconce entonces que la limitación a la inves­
tigación de estructuras en el sentido descrito más arriba corre el
peligro de pasar por alto aspectos importantes de la realidad his­
tórica. ^'No es necesario excluir el hecho de que las causas de los
cambios pueden ser identificadas como elementos de estructuras y
procesos supraindividuales para poder conjeturar que, con el des­
cuido de las actitudes, decisiones y acciones de los actores históri­
cos, quedan Fuera de la investigación importantes factores de
transformación y, con ello, si lo que le importa primariamente a
la historiografía es la explicación del cambio de la realidad en el
tiempo, se le presta un pésimo servicio. El que por la supresión

76. Koselleck cree ciertamente que las «estructuras son solamente


aprehensibles en el médium de los acontecimientos en el que las estructuras
se articulan, se trasparentan» (p. 311). Pero lo que sigue a esta opinión pone
en claro que él entiende por «acontecimiento» también estructuras que, en
relación con su función expositiva, se equiparan a los acontecimentos, «devie­
nen acontecimientos». En sus enunciados sobre si las «estructuras» sólo pue­
den describirse o también explicarse, sobre qué podría significar la explica­
ción de estructuras y qué importancia tendría en ello la determinación de
relaciones causales, este importante artículo es, en mi opinión, muy poco
preciso.
77. Marx/Engels, Die deutsche Ideologie, p. 38.
78. J . Habermas, Zur Logik der Soziahvissenschaflen. Matenalien, Franc­
fort, 1970, p. 116.

103
de las acciones pueda perderse de vista fácilmente también el as­
pecto de transformabilidad de la realidad histórica y pueda surgir
la noción de un proceso de la historia cuasinormativo y no influi-
ble conscientemente por los hombres, es un asunto que aquí sólo
puede ser indicado, como consecuencia políticamente poco desea­
ble de un modo de consideración puramente histórico-estructu-
ral79.
Finalmente, debería formar parte de las experiencias de traba­
jo de todo historiador que investiga empíricamente el hecho de
que, sin la consideración de acontecimientos, acciones singulares
y personas, frecuentemente, no se sale adelante y que éstos se ex­
plican casi siempre por estructuras dadas previamente y que se
transforman, pero que no pueden deducirse completamente de
ellas, en tanto que, al revés, aquéllos contribuyen a la tranforma-
ción de las estructuras. Tampoco en los análisis marcadamente
histórico-estructrurales del Imperio Alemán se le niega a la perso­
na de Bismarck —a menos que deseen introducir reducciones ina­
ceptables— un cierto peso y una relativa autonomía80. Toda ex­
plicación certera del nacionalsocialismo tendrá que referirse a la
persona de Hitler, no reducible a sus condiciones estructurales81. Y

79. Más detalladamente en Groh, especialmente p. 289-297, 314-322.


Groh reprocha a Braudel el sostener un concepto casi estadístico de estructura
(p. 318, p. ej.). En los planteamientos históricos estructurales que —casi
siempre muy imperfectamente explicitados— se propagan y en parte se rea­
lizan en la República Federal de Alemania, la estructura no parece ser conce­
bida de tal modo estático y antiprocesual. La línea fundamental de la crítica
de Groh sería correcta para una historia estructural absolutizada con un con­
cepto de estructura concebido procesualmente. El que con la exigencia de
tener en cuenta, junto a las estructuras, también las actitudes, decisiones y
acciones, se relaciona estrechamente la exigencia de la vinculación de los mé­
todos analíticos y hermenéuticos, es algo que aquí sólo se roza. Cfr. Kocka,
«Theorieprobleme der Sozial- und Wirtschaftsgeschichte», en Wehler, Ges-
chichte und Soziologie, p. 318 s.
80. Muy claramente en H .-U. Wehler, Bismarck und der Imperialismus,
Colonia/Berlín, 1969; ahora especialmente en F. Stern, Gold and Iron. Bis­
marck, Bleichr'nder and the Building of the Germán Empire, Nueva York, 1977.
81. Como, al revés, toda biografía tiene que incluir intensamente las
condiciones estructurales de su héroe, para explicar hasta donde sea posible
la persona de que se trata. Cfr. Wehler, Geschichte ais Historische Sozialwissen-
schaft, p. 86-88, con referencias a ejemplos logrados.

104
aún en ia descripción y explicación de estructuras y procesos eco­
nómicos, sociales y socio-psicológicos con un ritmo de transforma­
ción extremadamente lento, se tropieza a veces con acontecimien­
tos como factores casuales, si bien es cierto que tales aconteci­
mientos deben explicitarse en su condicionamiento ampliamente
estructural82. Por todos estos motivos es recomendable —ya ha
sido observado frecuentemente y es propiamente inconcuso— evi­
tar en toda discusión teórica y en el trabajo práctico empírico una
contraposición dicotómica entre historia estructural e historia de
los acontecimientos o una eliminación de una de las dos. En la
medida en la que —como ocurre crecientemente— la historiogra­
fía sea designada como «ciencia social histórica» y se equiparen
programáticamente la «historiografía» y la «ciencia social históri­
ca»83, surge la necesidad de interpretar el concepto de «ciencia
social» de una manera tan amplia que no excluya los planteamien­
tos de historia de acontecimientos, personas y acciones y que sigan
siendo posibles dentro de este marco una buena biografía o una
obra acentuadamente narrativa. Este enunciado no es idéntico con
la exigencia (habitual y necesaria) de una vinculación de procedi­
mientos teórico-analíticos con procedimientos comprensivo-herme-
néuticos en una historiografía entendida como ciencia social, sino
que va más allá. Pues se encuentran muchas obras histórico-socio-
lógicas —piénsese en Cambio estructural de la opinión pública de
Habermas o en los artículos de Lepsius sobre la reciente historia so­
cial y constitucional alemana— que en largos trechos razonan her-
menéuticamente, pero no con argumentos de la historia de los

8^. Cfr. E. Le Roy Ladurie, «Evénement et longue durée; clans 1‘histoire


sociale: l’exemple chouan» en Communications, n.° 18, 1972/ según J . Ju-
lliard, «La politique» en J . Le Goff/P. Nora (eds.), Faire de l ’histoire, París,
1974, t. 2, pág. 240; cfr. también P. Veyne, «L’histoire conceptualisante»
ibidem. t. 1, esp. p. 62-69, y P. Nora, «Le retour de l’événement» en ibi-
dem. t. 1, p. 210-228. Estos tres volúmenes sobre corrientes recientes y
problemas de la historiografía francesa despierta la impresión de que el recha­
zo en ocasiones iracundo, de elementos de historia de los acontecimientos
cede el paso en la historiografía francesa a una actitud más ponderada.
83. Cfr. más arriba, nota 5; esp. Wehler, Geschichte ais historisebe Sozial-
u'issenschaft; Riiscn, Fiir cine emeuerte Historik, p. 6

105
acontecimientos o de las personas. De hecho, la mayoría de las
definiciones y, ante todo, la comprensión corriente de «ciencias
sociales» podría ubicar a éstas en una tensión con la descripción
de acontecimientos y con la biografía84. La equiparación de histo­
riografía y ciencia social histórica exige, por ello, un concepto
muy amplio de «ciencia social» y se halla expuesta al peligro de
malentendidos. Es mejor pues evitar tal equiparación, lo cual na­
turalmente no excluye tener en cuenta como especialmente prove­
chosos e importantes todas aquellas aproximaciones y grandes ám­
bitos de la historiografía que pueden ser descritos como «ciencia
social histórica» y que hasta ahora han sido demasiado poco fo­
mentados.
JPese a la necesidad de vincular los modos de consideración his-
tórico-estructural con los de la historia de los acontecimientos, no
deben olvidarse dos cosas: en primer lugar, el postulado de la ma­
yor claridad posible y la tendencia central, también propia del his­
toriador, hacia la explicación (no sólo descripción o narración) de­
berían obligar a captar histórica-estructuralmente, hasta donde
ello sea posible, los acontecimientos, las acciones y las personas,
es decir, indagarlos en busca de sus determinantes estructurales
y, con ello, trazar tan estrechamente como sea posible el margen
de posibilidades que limitan las diversas estructuras en su acción
conjunta (constelación estructural), j El resto —que no puede ser
excluido mediante alguna expiicitacíón— puede ser narrado o des­
crito, «entendido», como peculiaridad de la persona respectiva o
del respectivo acontecimiento o simplemente comprobado en su
facticidad. Pero sería absurdo comenzar con este resto histórica-es­
tructuralmente incaptable o centrar la investigación en torno a él85.

84. Cfr. R.M. Lepsius, «Bcmerkungen zum Verhaltnis von Geschichts-


wissenschaft und Soziologie» en W. Conze (ed.), Theorie der Geschichswissen-
schaft und Praxis des Gescbicbtsunterncbts, Stuttgart, 1972, p. 60 ss.
85. Igualmente problemático es todo intento de entender el nacionalso­
cialismo primariamente como «hitlerismo». A eso tiende recientemente y
con un cierto alejamiento de las propias posiciones anteriores, K. Hilde-
brand. Ver su exposición correspondiente junto con la crítica convincente a
ellas de H. Mommsen en M. Bosch (ed.) Die Personlicbkeit in der Geschichte,
Sesión del 19-21 marzo de 1976, Loccumer Protokolle, Loccum, 1976. Ed.
def. con otras contribuciones al problema, Düsseldorf, 1977.

106
En segundo lugar, puede considerarse que la comprobación de es­
tructuras detrás, debajo y en los acontecimientos, exige, por regla
general, del historiador, más allá del trabajo de crítica de fuentes,
la realización de esfuerzos analíticos complementarios¡JEs más di­
fícil, pero intelectualemtne más atractivo, indagar las motivacio­
nes, actitudes, decisiones y acciones reconocibles en las fuentes,
en busca de sus condiciones estructurales, que no hacerlo. La ape­
lación histórico-estructural me parece por ello más importante que
el pedido de no olvidar la historia de los acontecimientos, sobre
todo porque en la historiografía germano-occidental, con sus vie­
jas tradiciones historicistas en modo alguno inoperantes, no existe*
el peligro del surgimiento de una hipertrofia histórico-estructural./

c) Los límites de la historia estructural - contra su equiparación con la


historia social

Para evitar malentendidos y no sobrevalorar los posibles rendi­


mientos de un modo de consideración histórico-estructural, es ne­
cesario tener en cuenta que hay estructuras en todos los campos
de la realidad. Las Constituciones y las instituciones políticas, las
formas de dominación y la cultura política de un país son estruc­
turas, como también lo son los usos y hábitos, las formas incos-
cientes de conducta y las mentalidades colectivas, los sistemas de
religión y valores, las sucesiones generacionales, las constelaciones
definidas de amigo-enemigo, las diferenciaciones del lenguaje de
distintos estratos sociales o regionales. Entre las estructuras se
cuentan, además, las existentes circunstancias geográfico-espacia-
les, lo mismo que las fuerzas y las relaciones de producción, las
organizaciones empresariales y los sistemas escolares, las relaciones
internacionales estables y, naturalmente, las organizaciones inter­
nacionales86. Los ejemplos podrían multiplicarse.
f b e aquí resulta: la historia estructural no es monopolio de la
historia económica y social (entendida ésta como historia del desa-

86. Cfr. Schieder, «Strukturen», p. 165; Koselleck, «Darstellung», p.


309.

107
rrolio económico y del sector de lo «social»). También la historia
de la conciencia y de la política, naturalmente la historia de la
Iglesia y de la Constitución, pero igualmente la historia de la re­
ligión y de las ideas, lo mismo que la mayoría de las otras subdis­
ciplinas históricas, pueden y deben ser tratadas acentuando los as­
pectos estructurales, si bien es indudablemente diferente el peso
relativo de los elementos estructurales y no-estructurales en los
campos singulares de la realidad, y la significación de aconteci­
mientos y personas, decisiones y acciones individuales es mayor,
por ejemplo, en el ámbito de la historia política que, verbigracia,
en la historia económica^ Es decir: una lamentable confusión de
la discusión, explicable sobre todo históricamente (por la coinci­
dencia, tratada más arriba, de momentos de la historia individual,
de los acontecimientos o de las acciones y de la historia política
en la corriente dominante —durante mucho tiempo y en parte
hoy— de la historiografía tradicional) identifican básicamente la
historia política con la historia de los acontecimientos o de las ac­
ciones y en cuanto tal es o bien atacada por corrientes histórico-so-
ciales histórico-estructurales o bien es defendida por los represen­
tantes de la historia de la política87. A diferencia de la historia de la

87. Sobre la crítica temprana de Bernheim a esta equiparación cfr. su-


pra, Cap. II, 2. b) ss. -Los historiadores estructurales franceses arremetían
generalmente contra la «histoire évémentielle», la «histoire historisante» y
la «histoire diplomatique», cfr. H. Berr, «Les rapports de 1‘histoire et des
Sciences sociales d'aprés M. Seignobos» en Reme de synthese historique, t. 4,
1902, p. 297 ss.; L. Febvre, Comban pour l‘histoire, París, 1953, p. 61 s.,
p. 114-118; B. Barret-Kriegel, «Histoire et politique ou l‘histoire, Science
des effets, en Armales ESC, t. 28, 1973, II, p. 1462. En la rúbrica de «livres
re^us» de los Armales existía en 1963 una subdivisión «Histoire politique et
historisante». Cfr. también J . Le Goff, «Is Politics Still the Backbone of
History?» en Historical Studies Today (=Daedalus, t. 100, n. 1), enero 1971,
p. 1-19- La equiparación conceptual de «historia estructural» e «historia so­
cial» (sobre esto más adelante) facilitó, en vista de la plurivocidad de «historia
social» — el concepto en su forma estricta se deslinda acentuadamente de la
«historia política» — la contraposición de «historia estructural» e «historia
política». Completamente explícita y problemática resulta esta contraposición
en Brunner, «Das Problem einer europáischen Sozialgeschichte» (1953) en
Neue Wege, p. 80, 82. También en Conze, art. «Sozialgeschichte» (1962), loe.
cit. columna 171. Ultimamente resuena la delimitación de historia política e
historia estructural en A. Hillgruber, «Politische Geschichte» loe. cit. p. 533

108
política, orientada por fuertes tradiciones historicistas-individuali-
zadoras y, parcialmente de la historia de acontecimientos y de ac­
ciones, hay ya desde hace tiempo rosos planteamientos para tratar
la historia política, acentuando momentos estructurales, con cate­
gorías analíticas y aplicando teorías, conceptos y métodos de la
politología y de la sociología política88.| Lo mismo puede decirse
de la historia del espíritu y de la conciencia y de otros campos
especiales de la historiografía89. Pero de la ubicuidad de las «es­
tructuras» resulta el carácter sumamente inespecífico y muy for­
mal de la «historia estructural», la indeterminación de este con­
cepto. En el fondo, una síntesis histórico-esclesiástica orientada
institucionalmente o una historia de las empresas informada es­
tructural-funcional mente o una obra sobre historia de la lengua,
puede reclamar, con igual derecho, el epíteto «estructural-históri-
co», sólo en la medida en que se satisfacen las condiciones men­
cionadas más arriba90| La decisión en favor del modo histórico-es-
tructural de consideración (que además, como se mostró, nunca

(la historia política es política porque subraya el momento de la decisión


frente a la noción del carácter procesual de la historia) y p. 534 (diferencia
entre la «historia política» y la «historia social y estructural»); las recomen­
daciones metódicas de Hillgruber y sus exigencias incluyen claramente ele­
mentos estructural-históricois en la historia política, como se ve por sus tra­
bajos empíricos que están orientados indudablemente por la historia estructu­
ral. Críticamente sobre la equiparación de historia de los acontecimientos y
de la política en Faber, p. 233, 236 s., 238 f.
88. Cfr. ante todo Julliard, p. 229-250; también F. Braudel, «La lon-
gue durée (1958) en Écrits sur 1‘histoire, p. 46; también Hillgruber, p. 536-
545; Wehler, «Moderne Politikgeschichte», p. 364-69; Schmidt, «Wozu
noch “Politische Geschichte”?»; S.H . Beer, Science and History» en M. Ri-
chter (ed.) Essays in Theoty and history, Cambridge, 1970, p. 41-73; H.
Mommsen, «Zum Verháltnis von Politischer Wissenschaft und Geschichts-
wissenschaft in Deutschland» en 'Viertelsjahrshefte für Zeitgeschichte, t. 10,
1962, p. 341-372. Este no es el lugar de traer a cuento investigaciones em­
píricas de historia política, pero sin duda alguna prevalece en ellas (también
en la República Federal de Alemania) casi siempre un modo de consideración
histórico-estructural.
89. Cfr. F. Gilbert, «Intellectual History» en Iíistorical Studies, p. 80-
97; también J . Le Gofif, «Les mentalités» en Nora, t. 3, p. 76-94; D. Julia,
«La rcligión-Histoire eligieuse» en ib. t. 2, p. 137-67.
90. Cfr. p. 70 s.

109
puede ser tomada absolutamente) significa por ello bastante poco
—la mayoría de las controversias interesante y los problemas difí­
ciles se plantean primeramente en un nivel concreto: donde, por
ejemplo, se decide entre teorías rivales referidas al objeto.
Pero poco podría objetarse al carácter extremadamente inespe­
cífico, pobre de contendo y formal, de la «historia estructural» si
este modo de consideración no se presentara frecuentemente con
dos pretensiones que no puede satisfacer a causa de su carácter for­
mal.
n primer lugar, la historia estructural pretende posibilitar —
en dirección contraria a la amplia especialización de la ciencia his­
tórica y de la fragmentación paralela a ella de la realidad histórica
(división, por ejemplo, en economía, ideas, Estado, Constitución
etc. como objetos de la historia de la economía, de las ideas, de
la política y constitucional etc.) — una consideración integral de
la historia, satisfacer la necesidad de una comprensión total y cap­
tar toda la realidad histórica de una época bajo determinados as­
pectos, esto es lo histórico-estructural en su contexto y en su ten­
dencia de transformación a largo plazo^J Pero precisamente para
eso no está suficientemente equipado el planteamiento histórico-
estructural en cuanto tal porque no dispone de una teoría que po­
sibilite la elección de los factores relevantes, que facilite hipótesis
sobre la interdependencia entre economía, política y otros campos
de la realidad y que pudiera identificar hipotética y analíticamente
las relaciones casuales y funcionales entre los momentos singulares
de la realidad histórica que hay que investigar y las fuerzas más
importantes de transformación. El modo estructural-histórico de
consideración es conciliable con aquellas teorías que, ante todo,
posibilitan una síntesis historiográfica (teorías de diverso conteni-91

91. Cfr. Brunner,«Zum Problem», (1936), p. 676 ss., p. 684; sobre el


programa de los historiadores franceses estructurales desde Berr hasta Brau-
del, cfr. la visión panorámica de Schulze, p. 66-83 («Histoire á part entié-
re»). —H. Proesler, Hauptprobleme der Soéialgeschyichte, Erlangen 1951, p. 13;
Brunner, «Das fach “Geschichte” und die historischen Wissenschaften» en
Neue Wege, p. 18 s. y passim; Conze, «Sozialgeschichte» en Wehler, Moderne
deutsche Sozialgeschichte, p. 24; y ya Conze «Die Stellung», p. 665 s.; Hilger,
p. 20 s.

110
cío), pero dicho modo no constituye una teoría y por eso tampoco
puede llevar a cabo esa síntesis. Los intentos correspondientes no
han podido lograr evidentemente la intermediación de los distin­
tos campos de la realidad, sino que más bien han alineado sucesi­
vamente tantos aspectos histórico-estructurales como sea posible92.
Los modos histórico-estructurales de consideración en cuanto tales
no conducen a la síntesis a la que se tiende, si bien es cierto que
ésta no podría ser posible sin algún tipo de consideración históri-
co-estructural. Más adelante se volverá sobre ello, a propósito de
la discusión de intentos de síntesis histórico-sociales.
/ Por otra parte, la historia estructural ha sido equiparada en la
República Federal de Alemania a la «historia social»93. Esto ocu­
rrió como crítica consciente a la historia social o historia social y
económica como disciplina especial autónoma y separada. De la
convicción de que la existencia de las disciplinas científicas espe­
ciales historia social e historia social y económica presupone una
diferenciación histórico-real e histórico-conceptual del Estado/ la

92. Esto se puede mostrar, ante todo, en la obra de Braudel. Braudel,


quien influyó fuertemente el planteamiento histórico-estructural de Conze,
ha intentado aprehender de modo abarcador como totalidad el mundo del
Mediterráneo en el siglo XVI, subrayar las formas dadas previamentes (mun­
do geográfico circundante, conyunturas económicas, lentas transformaciones
sociales etc.) que subyacen a los acontecimientos y acciones, comprender los
diversos niveles de la realidad en su contexto e identificar los diversos ritmos
de movimiento y rapidez de las transformaciones y ponerlas en relación recí­
proca. Cfr.: Braudel, Le Méditerranée, París, 1949, edición castellana, Méxi­
co, 1953. Se ha criticado que los diversos niveles de la realidad fueron trata­
dos en última instancia aditivamente, que no se logró una síntesis real y
tampoco ante todo la mediación de estructura y acontecimiento; J.H . Hex-
ter, «Fernand Braudel and the “Monde Braudelien"», en Journal of Módem
History, t. 44, 1972, p. 480-539, esp. p. 530 ss.; Groh, p. 315 s. -Cfr.
Braudel, Civilisation matérielle et capitalisme (XVe-XVlIle siécle), París, 1967,
t. 1
93. Especialmente claro en Conze, «Die Stellung», p. 657; Brunner,
Nene Wege, p. 82: «Veo en la historia social un modo de consideración en el
que figura en primera línea la construcción interna, la estructura de las aso­
ciaciones humanas, en tanto que la historia política tiene por objeto la acción
política, la autoafirmación». De modo semejante, p. 80; p. 19 sobre la equi­
paración con la «historia estructural». Esta equiparación se encuentra, casi
siempre bastasnte mal pensada, con frecuencia, por ejemplo, en Mommsen,
«Sozialgeschichtc», p. 33; Nipperdey, p. 241.

111
sociedad y la economía, como se explicó más arriba, una diferen­
ciación que, a su vez, constituye un producto del periodo revolu­
cionario hacia 1800, se infirió que un concepto tal de historia so­
cial o historia social y económica no correspondía a la realidad de
la antigua Europa con su estrecho entrelazamiento de momentos
económicos, sociales y políticos y que cuando se la aplica a ella,
se la viola y deforma; se adujo, además, que aún en el siglo X IX
y comienzos del X X , no era plena la separación de los campos de
la economía, la sociedad, y el Estado, que precisamente en el siglo
X X la separación relativa cedió paso a un creciente entrelazamien­
to de aspectos económicos, sociales y políticos y que por ello —ya
también con miras al mundo moderno— era imposible una sepa­
ración clara entre historia social o historia social y económica e
historia política (entendidas como disciplinas especiales). La histo­
ria social no puede pues ser entendida como historia del sector de
lo «social», pero sí ciertamente como historia estructural, porque
para este concepto no es constitutiva la noción de una segmentación

(Indudablemente, esta crítica a la disciplina especial historia


social o historia social y económica es acertada en varios aspectos.
De hecho, los procesos y estructuras sociales en sentido estricto
no pueden ser investigados en un deslinde rígido del campo de la
economía, por una parte, y del campo político-estatal por otra;
de hecho es extraordinariamente difícil, si no imposible, delimitar
claramente la historia social como historia de un campo de la rea­
lidad; el grado de vinculación y diferenciación de los campos sin­
gulares de la realidad es de hecho un fenómeno histórico variable
y, ¿quién no percibiría un malestar frente a este corte en trozos
de las variadas interdependencias entre economía, sociedad y Esta­
do cuando encuentra en las exposiciones generales un capítulo se­
parado «historia económica y social», desligado de la historia ge­
neral, es decir, todavía primariamente política o una relación pu­
ramente aditiva con otros capítulos es945

94. Esta argumentación ante todo en los ya citados escritos de O. Brun-


ner y W. Conze.
95. Críticamente se ha llamado a este procedimiento «método-sandwich»
o «historia de cajones». Cfr., por ejemplo, todavía la articulación de Bruno
Gebhardt, Handbuch der deutschen Geschichte, t. 3, Stuttgart 19739.

112
¡¡ Pero esta crítica arroja al niño con el agua de la bañera y re­
comienda una alternativa insuficiente. Pues, por una parte, la ne­
cesaria atención al tema de la adecuación al objeto de conceptos
y paradigmas no debe llevarse hasta el extremo de un historiocis-
mo de los conceptos y paradigmas; la elección de los conceptos y
perspectivas estructurizantes, de los criterios de división y de las
teorías no deberá orientarla el historiador sólo por el lenguaje de
sus fuentes, solamente por la conciencia y realidades de la época
que investiga, sino también por el lenguaje y la conciencia de su
presente —para el que habla y escribe exclusivamente. La reduci­
da o hasta defectuosa diferenciación entre economía, sociedad y
Estado en la antigua Europa no prohíbe necesariamente la aplica­
ción de los conceptos de economía, sociedad y Estado a esa reali­
dad, siempre y cuando esta aplicación se realice teniendo en cuen­
ta la distancia histórica entre concepto y realidad96| Las innegables
relaciones recíprocas entre economía, sociedad y Estado requiere,
de hecho, instrumentos conceptuales, teorías y paradigmas abarca­
dores para la captación de estas relaciones históricamente varia­
bles, y pone en guardia contra una rígida delimitación recíproca
de las disciplinas históricas especiales; pero ellas no prohíben la
separación analítica de estos campos, en armonía con el lenguaje
y la conciencia de nuestra época y no obstruyen la posibilidad del
establecimiento de áreas prioritarias en el trabajo de la ciencia^
Pero, ante todo, lo que importa no es evadirse de los problemas
indiscutibles de la delimitación disciplinaria y de la conceptuación
apartándose plenamente —como ocurre a causa de la identifica­
ción de historia social con historia estructural— de un concep­

96. Kocka, «Theorieprobleme der Sozial-und Wirtschaftsgeschichte»,


p. 306 s.; Schulze, p. 99 s. critica el Historicismo conceptual que emerge
muy claramente en el primer estadio del desarrollo de la concepción de Brun-
ner («Zum Problem», p. 674, Nota 2, p. 679, 680, 692; con ciertas limi­
taciones pero en principio de modo semejante: Nene Wege, p. 65, 102): Id.
Mitteis, «Land und Herrschaft. Bemerkungen zu dem gleichnamigen Buch
Otto Brunners,» en HZ, t. 163, 1941, p. 255-81, 471-89, especialmente,
p. 274; F. Hartung, «Zur Entwicklung der Verfassungsgeschichtsschreibung
in Deutschland» en Staatsbildende Krafte der Neuzeit, Berlín, 1961, p. 467;
W. Magcr, en Kocka (cd.), Theorien in der Praxis des Historikers (=Sonderheft
3 de GG ), Gotinga, 1977, p. 75 ss.

113
to material de lo social o de la sociedad: o bien en el sentido de
aquella «diferencia» caracterizada más arriba como sistema media­
do social-económicamente de necesidades, intereses, dependencias
y conflictos entre individuo y Estado, o bien en el sentido de un
sistema total en el que esta «diferencia», concebida como sistema
especial, tiene una significación y fuerza acuñadora centrales, se
crea con ello, en el fondo, la posibilidad de cultivar una «historia
social» sin sociedad (pensada en algún sentido material no sólo
como centexto extructural formal)97. «A quí se absolutiza realmen­
te un modo de consideración, se separa a la materia de un objeto
y se la reduce a un m étodo»98; y este «m étodo» es simplemente
un modo de consideración no muy preciso, si bien irrenunciable
y que ojalá se convierta cada vez más en algo obvio.
La abstracción de la historia social diluida en una forma de
consideración histórico-estructural de las determinaciones de la so­
ciedad —cualquiera que sea el contenido tomado para elegirlas—99

97. Conze escribe por cierto: «El concepto de historia social significa
historia de la sociedad, más exactamente de las estructuras, decursos, movi­
mientos sociales,». Pero define a la sociedad como objeto de la historia social
propuesta primeramente sólo de modo negativo, esto es deslindándose, de
conceptos históricos de sociedad que reflejan el pensamiento divisor que cri­
tica; hasta donde veo, las determinaciones del concepto de sociedad aceptado
por Conze son positivamente idénticas con las determinaciones de estructura
en el sentido del modo de consideración histórico-estructural descrito más
arriba (cap. II, 4. a). Cfr. especialmente su art. «Sozialgeschichte», loe. cit.,
p. 169-72. Cuán poco tiene que ver la «historia estructural» con una acen­
tuación de lo social, de la sociedad en sentido material, se muestra ya en
que Conze al mismo tiempo que aboga por la historia estructural previene
contra «el distanciamento frente a la política, el objeto de la historia en sen­
tido propio y tradicional» («Die Stellung», loe. cit. p. 649). Y Brunner opi­
na que el «objeto peculiar» que debe importar centralmente al historiador
es «lo “político” , entendida la palabra en sentido muy amplio, la autoafiram-
ción de hombres(y asociaciones humanas y su orden interno», «Der Histori-
ker und die Geschichte von Verfassung und Recht» en HZ, t. 209, 1969,
P- 3 -
98. Kollmann, «Zur Situation des Faches Sozial- und Wirtschaftsgeschi-
chte in Deutschland», p. 136.
99- Tendencias correspondientes a la formalización del concepto de so­
ciedad en el sentido de un sistema de reciprocidades o de un sistema de re­
laciones o de un sistema de interacción simplemente se encuentran en la so­
ciología desde los años 20 (Simmel, Vierkandt, L. v. Wiese). Cfr. T. Gei-

114
puede haberle facilitado el imponerse, pese a la pervivencia de la
fuerte orientación estatal y política en el gremio de los hitoriado-
res y pese a las muy difundidas reservas de tipo antimaterialista
y antimarxista frente a la acentuaciór^de las dimensiones socio-eo-
nómicas en el desarrollo histórico10^. Pero es claro que ni la histo­
ria social, como historia de las estructuras y procesos sociales en
sentido estricto, ni la historia de la sociedad, como historia gene­
ral orientada social-históricamente, se funden con la historia es­
tructural como modo de consideración^

5. La historia social como historia de un campo especial

De hecho, la historia estructural que se impone paulatinamen­


te no ha desalojado en modo alguno a la historia social como his­
toria del campo especial de lo «social»/“La historia social en este
sentido estricto se ocupa —así puede decirse con ayuda de una o
de varias denominaciones semejantes— de la historia de las estruc­
turas, los procesos y las acciones sociales, del desarrollo de las cla­
ses, estratos y grupos, de sus movimientos, conflictos y coopera­
ciones *101017jLe interesan problemas tan diversos como personal obre­

ger, «Gesellschaft» en A. Vierkandt (ed), Handworterbuch der Soziologie


(1931), repr. Stuttgar, 1959, p. 209; H. Klages, Geschichte der Soziologie,
Munich, 1969, p. 120 ss.
100. Cfr. Wehler, introducción a Moderne deutsche Sozialgeschichte, p. 13.
—Se puede considerar que fue posible desarrollar y sostener los elementos de
este planteamiento histórico-cultural, a fines de los años 30. Los trabajos de
Brunner «Zum Problem der Sozial- und Wirtschaftsgeschichte» y Land und
liem chaft aparecieron en 1936 y 1939, cuando la ocupación con la historia
social y económica y, con mayor razón, con la dimensión socioeconómica en
la historia general se presentaba fácilmente como un «sospechoso giro hacia
el marxismo» (Aubin, loe. cit. p. 21). Cfr. también W. Zorn, «Das Fach
Wirtschafts-und Sozialgeschichte im letzten halben Jahrhundert» en Wirts-
chaftliche und soziale Strukturen im saludaren Wandel. Festschrift fiir W. Abel, t.
1, Hannover, 1974, p. 18 ss.
101. Parecidamente E. Kehr, «Neuere deutsche Geschichtsschreibung»
en Der Primat der Innenpolitik, Berlín, 1965, p. 257; A .J.C . Rüter, «Intro-
duction» en International Review of Social History, t. 1, 1956, p. 4 .; Wehler,
introducción, Moderne deutsche Sozialgeschichte, p. 13 s.

115
ro y movimiento obrero, las relaciones entre la empresa y el traba­
jo, las tendencias de profesionalización y la estructura profesional,
familia y socialización, movimientos demográficos y conducta ge­
nerativa, asociaciones y grupos de intereses, comportamiento en
el tiempo libre y problemática de las generaciones, mentalidades
colectivas, movilidad, emancipación de la mujer y muchas cosas
más. La historia social en este sentido estricto estuvo prolongada­
mente vinculada con la historia económica y era un elemento in­
tegrado en disciplina historia social y económica. Esta investiga
las estructura, procesos y acciones económicos y sociales en su con­
texto temporal y en su relación recíproca con otros campos (polí­
tica, cultura ' ,n?

a) Sobre la aplicación de teorías científico-sociales

Los modos de consideración histórico-estructurales, referidos,


ante todo, a las estructuras especiales investigadas en cada caso,
han sido adoptados considerablemente en los campos aquí analiza­
dos, en cierto modo como algo obvio, sugerido por la naturaleza
de los objetos que hay que investigar y sin mucha discusión. Esto
abrió la posibiidad de una creciente aplicación de métodos genera-
lizadores, tipificadores y cuantificadores, lo mismo que de la uti­
lización modificadora de conceptos, modelos y teorías de ciencias
vecinas como la economía y la sociología. Los métodos avanzados
de la cuantificación —en modo alguno reducidos a la historia social
o historia social y económica y naturalmente sólo aplicables en as­
pectos especiales de la historia social— han sido propiciados últi­
mamente —más tarde que en los países occidentales— en la Repú­
blica Federal de Alemania; en este contexto es notable la fundación
del «Grupo de trabajo para la cuantificación y los métodos en la in­
vestigación histórico-sociológica Q U A N TU M » (1976). Es de espe­
rar —y hay que influir en este sentido mediante la reforma de la
formación del historiador— que las técnicas estadísticas (natu-102

102. Siguiendo el ejemplo de «Gesellschaft für Sozial-und Wirtschafts-


gcschichte» (mimeo. 1973), p. 4. Kóllmann, p. 143 y muchas otras defini­
ciones semejantes.

116
raímente incluyendo el uso de ordenadores) se conviertan cada vez
más en algo obvio y que se apliquen (cierto que casi siempre como
pasos parciales dentro de investigaciones más amplias y en general
en investigaciones y argumentos históricos no cuantitativos) allí
donde son provechosas, y, desde el punto de vista de las fuentes,
posibles para la precisión y el análisis; en cambio, la cuantifica-
ción, como un método o un tipo de método entre otros, no debe­
ría ser la base de una corriente propia historiográfica o histórico-
social103104.
La inclusión modificadora y crítica de planteamientos, concep­
tos, modelos y teorías de las ciencias vecinas sistemáticas (espe­
cialmente de la sociología) en la historia social ha progresado en
este país seguramente no menos que en otras partes. Esto ocurrió
y ocurre de diversa manera; simplificando se pueden delimitar tres
modos de proceder que, en los trabajos singulares, por cierto apa­
recen conjuntamente y pueden ser vinculados entre sí:
^ 1. Un gran número de estudios históricos se sirve de concep­
tos, categorías y modelos singulares de las ciencias vecinas siste­
máticas y los incorpora a un contexto histórico de argumentación.
De esta manera, conceptos como «clase» o «status», categorías
del análisis de intereses de grupos o de la economía educativa se
convierten en partes de un contexto argumentativo, descriptivo y
explicativo más amplio que, por su parte, no está guiado, o ape­
nas lo está, por una teoría explícita. En este tipo de estudios muy
diversos y casi siempre modestos, se ha notado en los últimos años
el más claro progreso y el mejor provecho que puede obtenerse de
las ciencias sociales sistemáticas 10T

103. Sobre esto más detalladamente J . Kocka, «Quantifizierung in der


Geschichtswissenschaft» en Quantitative Methoden in der historisch-sozialwissens-
chaftlichen Forschung ( = Historisch-Sozialwissenschaftliche Forschungen, t. 3.
ed. por H. Best et all.), Stuttgart, 1977, p. 4-10; K .J. Jarausch (comp.),
Quantifizierung in der Geschichtswissenschaft. Problerne und Moglichkeiten. Dussel­
dorf, 1976; como reseña de varias obras de introducción: G. Hohorst, «His-
torische Sozialstatistik und stadstische Methoden in der Geschichtswissens­
chaft» en GG , año 3, p. 109-124.
104. Algunos muy logrados ejemplos entre muchos: R. Braun, Indus-
trialisierung und Volksleben, Erlenbach-Zurich, 1960; del mismo autor, Sozia-
ler und kultureller W'andel in einem landlichen Industriegebiet (Ziircher Oberland)

117
2. |tJn modo de aplicación de la teoría, que hay que diferen­
ciar del anterior, se encuentra en aquél tipo de estudios que en
inglés se llama «social-scientific history» y que podría tal vez de­
signarse como investigación social histórico-empírica105. Los estu­
dios de este tipo tienden a confrontar las informaciones de las
fuentes, preparadas sistemáticamente, con hipótesis lo más explí­
citas posibles que, a su vez, son deducidas frecuentemente de teo­
rías especiales científico-sociales. Tienden a generalizaciones lim i­
tadas mediante la comparación de casos semejantes o intentan re­
currir a tales generalizaciones para la explicación de determinados
fenómenos históricos como casos de reglas generales. Se caracteri­
zan frecuentemente por la alta precisión, por métodos cuantitati­
vos y un lenguaje técnico y siguen, en la medida de lo posible,
las reglas de la teoría analítica de la unidad de la cienci^. En la
historia social alemana (lo mismo que en la historia económica) se
comprueba una cierta reserva frente a este tipo de utilización de
teorías científico-social. Por una parte, repercute aquí de modo
especialmente claro el escepticismo frente a la teoría, propio de la
investigación histórica alemana; el cultivo del terreno en el que
puedan surgir tales trabajos requiere mucho tiempo porque la ad­
quisición de los conocimientos teóricos y metódicos necesarios (in­
clusive la estadística) presupone, por lo general, programas espe­
ciales de enseñanza y, con ello, disposiciones institucionales que
sólo se logran lentamente mediante la reforma de la formación
universitaria. Por otra parte, determinadas tradiciones del pensa­
miento histórico alemán, que se contraponen a tales estudios
«neopositivistas», han sido aceptadas y hasta subrayadas también
por aquellos historiadores que en los últimos años abogan en la

linter Einwirkung des Maschinen-und Fabrikwesens im 19■ und 20. Jahrhundert,


Erlenbach-Zurich, 1956; W. Eischer,Wirtschaft und Gesellschaft im Zeitalter
der Industrialisierung, Gotinga, 1972; K. Tenfelde, Sozialgeschichte der Berga-
beiterschaft an der Ruhr im 19■ Jahrhundert (1815-1899), Bonn, 1977.
105. Cfr. D .S. Landes y C. Tilly, History as Social Science, Englewood
Cliffs, 1971, p. 71 ss. -W. Fischer, «Sozialgeschichte und Wirtschaftsgeschi-
chte. Abgrenzungen und Zusammenhange» en Ludz, Soziologie, p. 132-52;
G. Shapiro, «Prospects for a Scientific Social History», 1976, en JS H , t. 10,
1976, p. 196-204; también la seria «Historisch-Sozialwissenschaftliche Fors-
chungcn», Stuttgart 1976 ss., editada por QUANTUM (ver nota 102).

118
República Federal de Alemania por la historia teórica y divisan
una historiografía «más allá del Historicismo». La necesidad de
los métodos hermenéuticos es indiscutible y el postulado de no
dejar de lado los contextos históricos totales fue frecuentemente
sustentado por los «revisionistas» del más diverso cuñcf. Para la
orientación por la teoría de la historiografía y para su desarrollo
ulterior en dirección de una «ciencia social histórica» no se luchó
a fines de los años 60 y en los 70 con argumentos similares a los
de la crítica del positivismo de la Escuela de Francfort. Esto no
mejoró precisamente las posibilidades de la investigación social
exacta histórico-empírica, que frecuentemente aísla nítidamente
su objeto, lo investiga como «caso» y en muchos otros respectos
lo trata de modo semejante como las ciencias naturales o de la
conducta lo hacen con sus objetos1061 Y si los impulsos general­
mente reformadores de los años 6 0 'y comienzo de los 70 facilita­
ron un cierto giro hacia la teoría, obstaculizaron, sin embargo,
probablemente la concentración de sus partidarios en una investi­
gación exacta empírica de problemas históricos especiales, cuya re­
levancia práctica para el presente es frecuentmente muy mediatiza­
da e indirecta; trabajos de este tipo exigen mucho ascetismo. Por
ello, los impulsos reformadores de la «izquierda» de aquellos años
cuadran bien en la crítica tradicional al positivismo del pensa­
miento histórico alemán.
A quí no ha de negarse en modo alguno que la insistencia en
el análisis y la comprensión, el atenerse a la tarea de la historiogra­
fía de no fragmentar demasido el contexto histórico, la descon­
fianza frente a la reducción de fenómenos históricos a casos de
enunciados generales sociales y la crítica al positivismo de los his­

106. Cfr. como panoramas de tales trabajos en Inglaterra y los Estados


Unidos: Research in Economic and Social History, Londres, 1971, p. 19-69, esp.
ss.; P. Swierenga, «Computcrs and Comparative History» en Journal of Inter-
diciplinary History, t. 5, 1974, p. 267-86. Cfr. K .J. Gantzel (ed.) Konflikt-
Eskalation-Krise. Sozialuissenschaftliche Stuclien zum Ausbruch des ersten Weltkrie-
ges, Diisscldorf, 1972, especialmente p. 157 ss, p. 245 ss., p. 357 ss. como
ejemplos de críticas de historiadores a análisis científico-sociales demasiado
«positivistas» de la situación al producirse el estallido de la Primera Guerra
Mundial.

119
toriadores son justificables y necesarios107. El problema es empero,
éste: en cuanto se puede ver y prever, no existe en Alemania el
peligro de que la historia social y económica se entumezca en una
rigidez cientificista y en una autolimitación positivista; por otra
parte^en Alemania no se ha probado suplentemente el provecho
posible de la investigación social exacta histórico-empírica en
campos especiales accesibles a ella. La crítica necesaria a los lím i­
tes y defectos de los economistas históricos que proceden cientifi-
cistamente y la correspondiente investigación social histórica no
deberían dificultar los intentos, que por lo demás exigen grandes
esfuerzos, de llegar con tales planteamientos a resultados parciales
precisos e impulsores, que luego pueden ser incorporados a con­
textos mayores y menos cientificistas de argumentación^
I 3. Una tercera vía para la utilización de planteamientos siste­
máticos científico-sociales, para la unión de teoría e historia, la
indica ante todo el método idealtípico desarrollado y descrito por
Max Weber; dicho método fue probado en algunos estudios de
los últimos años108^

107. Cfr. la crítica de Wehler a la «New Economic History» de enton­


ces en Gescbichte und Ókonomie, p. 20-23; también la prevención frente a los
«academic technicians» y los costos de la «social-scientifc History» en E.J.
Hobsbawm, «Labor history and Ideology» en JS H , t. 7, 1914, p. 377 ss.;
cfr. además Kocka, «Theorieprobleme», p. 318-20.
108. La definición más clara en M. Weber, Gesammelte Aufsatze zur Wis-
senschaftslehre, Tubinga, 19734, p. 191: El tipo ideal se adquiere «mediante
intensificación parcial de uno o de algunos puntos de vista y por la conjunción
de una cantidad de fenómenos singulares difusa y discretamente existentes (da­
dos allí más, aquí menos, a veces ni siquiera), que se someten a aquellos
puntos de vista puestos de relieve parcialmente, en una configuración intelec­
tual unitaria en sí. En su pureza conceptual, esta configuración intelectual
no se encuentra empíricamente en ninguna parte de la realidad, es una uto­
p ía, y para el trabajo histórico surge la tarea de comprobar en cada caso singular
cuán cerca o cuán lejos está la realidad de aquélla imagen ideal...» Con más
citas de la significación variable de «tipo ideal» en Weber: W. Mommsen,
M ax Weber, Francfort, 1974, p. 208-232; además ante todo J . Janoska-Bendl,
Methodologische Aspekte des Idealtypus. Max Weber und die Soziologie der Gescbichte,
Berlín, 1965. Aplicaciones: J . Kocka, Klassengesellschaft im Krieg. Deutsche
Sozialgeschichte 1914-1918, Gotinga, 1973 (con discusión del procedimiento,
p. 1-6, p. 138-74); del mismo autor, Unternehmensverwaltung und Angestellten-
schaft am Beispiel Siemens 1847-1914, Stuttgart, 1973. En parte e implí­

120
Los historiadores que proceden idealtípicamente construyen
ante todo un modelo. Esta construcción presupone, en primer lu­
gar, una comprensión previa lo más amplia posible de la realidad
por investigar y que ha de ser tenida en cuenta en la formulación
del modelo109. En segundo lugar, esta construcción del modelo se
orienta por los puntos de vista y metas de conocimiento que guía
al investigador que —aquí se deberá ir más allá de los enunciados
explícitos de Weber, pero no del sentido de su teoría de la cien­
cia— el científico tiene que someter a reflexión, en la medida de
lo posible, considerando la génesis y las consecuencias, y que tiene
que fundamentar y legitimar racionalmente, sin por ello tener que
deducirlos rigurosamente o «demostrarlos». Finalmente, en este
acto de construcción, el historiador puede servirse auxiliarmente
de teorías sistemático-sociológicas pero, por regla general, tendrá
que modificarlas en vista a su objeto concreto y a su meta especí­
fica de conocimiento. El modelo así formulado puede, pero no
tiene necesariamente que ser dinámico, es decir, reflejar un proce­
so de cambio; identificará hipotéticamente las relaciones entre
ellos (causa, efecto, correspondencia).
f En el decurso ulterior de la investigación se trata entonces,
ante todo, de determinar y explicar la distancia entre modelo y
realidad; el historiador interesado generalmente en el cambio se
preocupará ante todo de si la distancia entre realidad y modelo
aumenta o disminuye en el lapso de la investigación, de si el mo­
delo acierta en la realidad en modo creciente o decreciente, y por
qué ello es así. La explicación de la no coincidencia entre realidad

citamente se encuentra el procedimiento idealtípico en muchos estudios his­


tóricos orientados hacia teorías científico-sociales singulares.
109- Así lo creyó Weber. -Por eso no parece correcto clasificar el tipo
ideal, como ocurre con frecuencia, como claramente «nominalista». Por eso
tampoco se lo debe contraponer estrictamente a los «tipos reales» de Hintze,
como lo hicieron últimamente Schulze, p. 233-35 y Mommsen, p. 224-26.
Cfr. la clasificación certera en Th. Schieder, «Unterschiede zwischen historis-
cher und sozialwissenschaftlicher Methode» en Wehler, Geschichte und Sozio-
logie, p. 283-304, esp. p. 292 s. -Si se quisieran utilizar los conceptos «no­
minalista» y «realista» para la clasifiación del tipo ideal weberiano, entonces
habría que localizarlo entre estos dos niveles. Ver más arriba Cap. I, 1, e).

121
y modelo1101y la explicación de la transformación de esta distancia
no se pueden efectuar suficientemente, por lo general, con concep­
tos del modelo mismo, sino que exigen de caso en caso la intro­
ducción de modelos de explicación e hipótesis adicionales -en al­
gunos casos, a su vez utilizando (otras) teorías científico-sociales.
Indudablemente esto indica un límite de la fuerza de explicación
y estructuración del modelo aplicado e introduce un momento
ecléctico en el procedimiento; pero precisamente facilita su flexi­
bilidad y adecuación para el trabajo histórico111. El resultado es
un contexto complejo de argumentación, que es soportado por el
modelo expuesto inicialmente como si se tratara de un armazón
interno, pero que no se agota en él. A partir de este resultado,
se puede intentar ampliar y modificar el modelo original de mane­
ra tal que se reduzca su distancia de la realidad a fin de aprovechar
los resultados de este paso de la investigación para pasos posterio­
res.

110. La pregunta por las causas comenzará de hecho precisamente cuan­


do no coinciden la realidad y el modelo, cuando pues las expectativas dedu­
cidas del modelo no aciertan, es decir, cuando emerge lo inesperado, lo que
requiere explicación. Pero ésta parece ser una peculiaridad de las explicacio­
nes históricas (y cotidianas), lo cual señala el estrecho contexto entre el hori­
zonte de expectativas del investigador, condicionado en parte científicamen­
te, en parte precientíficamente, y su público por una parte, y las explicacio­
nes históricas y su aceptación, por otra. Cfr. P. Ludz y D. Ronsch, «Theo-
retische Probleme empirischer Geschichtsforschung» en P. Ludz, Soziologie,
p. 166 s.
111. Este eclecticismo es criticado recientemente desde posiciones que
creen no necesitarlo, pero que hasta ahora no lo han demostrado. Cfr. Groh,
Kritische Geschichtsu'issenschaft, p. 16.; V. Rittner, «Zur Krise der westdeut-
schcn Historiographie» en I. Geiss et a ll., Ansichten einer kunftigen Geschichts­
u'issenschaft, Munich, 1974, t. 4 ., p. 7073; H .-D. Kittsteiner, «Theorie und
Geschichte, en «Kritik der bürgerlichen Geschichtswissenschaft», Das Argu-
ment, Nr. 75, Berlín, 1972; II. Schleier, «Der traditionelle Historismus und
die Strukturgeschichte», en ib. p. 56-76, esp. p. 66 ss.; Schleier, Theorie
der Geschichtsu'issenschaft. Zu neuen theoretischmethodologischen Arbeiten der Ges-
chichtsschreibung in der BRD , Berlín, 1975, p. 48 ss. Cfr., en cambio, el pos­
tulado de «sistemas teóricos abiertos» que admiten la «inclusión o modifica­
ción de los antiguos», lo mismo que del «eclecticismo» en el sociólogo que
trabaja históricamente en G. Lenski, Macht und Privileg. Eine Theorie der so-
zialen Schichtung, Francfort, 1973, p. 572, 578.

122
La aplicación idealtípica de la teoría se basa en la premisa
gnoseológica de que en el conocimiento histórico científico-social
no se trata ni de reflejo de la realidad ni de conocimiento de la
sustancia en sentido marxista, sino de conocimientos especiales
que pueden ser más o menos amplios, más o menos adecuados al
objeto y que pueden corresponder a la meta respectiva del conoci­
miento de manera mejor o peor, que es pues criticable y suscepti­
ble de mejoramiento. El procedimiento idealtípico parte del he­
cho de que la realidad por conocer (o el inventario de las fuentes)
no prescribe claramente las categorías modelos y teorías que han
de posibilitar su exploración, sino que deja al investigador un
margen, ciertamente limitado, dentro del cual y según sus metas
de conocimiento y teniendo en cuenta el contexto de la discusión
científica precedente, puede ponderar posibles modelos, para ele­
gir el adecuado, para fundamentarlo y realizarlo. De allí resultan
los criterios de adecuación que hay que tener en cuenta para la
elección de conceptos y la construcción de modelos: primeramente
está la cosa misma por investigar, accesible en las fuentes, que
puede ser pasada por alto por el modelo, cuando éste se reduce a
aspectos intelectuales que en la realidad por investigar no poseen
ninguna o sólo una correspondencia periférica (lo que no tiene que
significar necesariamente coincidencia)112. Por otra parte, son los
puntos de vista y metas del conocimiento guías, que tienen que
ser demostradas argumentativamente, que, en última instancia,
están referidas a intereses de conocimiento y de comprensión his­
tóricamente variables, científica y extracientíficamente condicio­
nados, y por ello se entrelazan y pasan a un nivel de dimensiones
analíticas, normativas y práctico-vitales. En tercer lugar, un crite­
rio de adecuación se encuentra en el saber nomológico, que provee
la experiencia, tanto en el saber teórico como metódico y que la
ciencia pone a disposición para la solución del problema respecti­
vo. Ante estas tres instancias:113 la cosa por investigar, los intere­
ses y metas del conocimiento y los resultados actuales de la cien­

112. Ludz y Rónsch, p. 160 s.


113. Habría que agregar que el modelo debe corresponder a criterios de
coherencia interna y de la lógica.

123
cia, tiene que ser legitimado el modelo elegido de una manera
que aquí no habrá de ser expuesta114.
/ El método idealtípico de la aplicación historiográfica de la
ciencia parece igualmente alejado del escepticismo ante la teoría
de la historia tradicional y de las reglas estrictas de la «social-
scientific history», cuya precisión tampoco alcanza. Este método
posibilita un procedimiento analítico sin renunciar al procedi­
miento hermenéutico. Permite sacar provecho de las teorías y teo­
remas científico-sociales sin subsumirlo en las fuentes como dato,
en el sentido de la teoría analítica de la ciencia o, al revés, sin
degradar las partes constitutivas de las teorías a decoraciones de
un contexto, por lo demás narrativo, o a simple «suscitación»! El
método estimula la construcción explícita de hipótesis y modelos
sin pagar por ello el precio del aislamiento ahistórico del respecti­
vo campo especial y de la fragmentación del contexto histórico.
Además, este método sigue una vía media entre decisionismo teó­
rico y dogmatismo en cuanto reconoce la dependencia de puntos
de vista e intereses de la investigación histórica y, con ello, el
pluralismo de modelos y captaciones teóricas y, al mismo tiempo,
los limita mediante la insistencia en la adecuación a la cosa, en
la fundamentación racional de la decisión teórico-metódica.
En general, parece perfilarse el hecho de que la orientación
por teorías científico-sociales aumenta en la historia social y que
hasta ahora ni se han agotado las posibilidades de conocimiento
dadas con ello ni se han reconocido suficientemente y solucionado
los problemas metodológico que esto plantea. (¿Quién puede decir
con exactitud y mostrar prácticamente qué significa en detalle la
vinculación exigida siempre con razón, de métodos científico-so-
ciales-analíticos y comprensivo-hermenéuticos?) Parece insinuarse
un cierto desplazamiento de los acentos: durante mucho tiempos,
los primariamente historiadores se esforzaron por los resultados y
discusiones de algunas ciencias sociales sistématicas y se vieron en
el papel de prestatario, receptor, cliente; en los últimos tiempo,
entre los sociólogos, los economistas y los politólogos, vuelve a
crecer el interés por la historia, mientras que los historiadores pa­

114. Cfr. supra Cap. I, 2, b).

124
recen encontrar una nueva autoconciencia que se muestra en una
conducta más crítica frente a las ofertas de los vecinos sistemáti­
cos, en intentos de una formación propia de teorías —ojalá no en
renovada retirada a sí m ismos115.j Hasta ahora no se perfila ningu­
na fusión real entre la historia social orientada sociológicamente y
la sociología o hasta la economía orientadas históricamente; por
lo menos se siguen diferenciando en el tratamientos de las fuentes,
en la relación con el tiempo histórico y también en la dimensión
de lo que se acepta como cuestionamiento provechoso y legítimo;
las regulaciones institucionales (delimitación de las áreas de cono­
cimiento, sociedades científicas etc.) reflejan y refuerzan esto—
pese a los crecientes contactos y a trabajos singulares que pueden
imputarse a uno y otro lado116.

b) Problemas actuales y tendencias de desarrollo

Junto y pese al giro hacia las teorías y modelos científico-so­


ciales, perseveran en la historia social y en la historia social y eco­
nómica tendencias individualizadoras-hermenéuticas, por ejemplo
en la historia d e ja s empresas, muy fecundas pero rezagadas en
muchos respectos./En la República Federal de Alemania, ellas re­
ciben un nuevo fimpulso gracias a la fundación de la «Sociedad de
historia de las empresas», cuyo desarrollo futuro no está aún claro.
La historia de las empresas, realizada cabalmente, constituye un
campo muy adecuado para estudiar concretamente la combinación
de procesos económicos y sociales y para contrarrestar un aisla­
miento demasiado fuerte de la historia económica con respecto a
la historia social (y al revés)117.

115. Cfr. sobre problemas y soluciones de la formación y aprovecha­


miento de teorías en la historiografía no rozados aquí, las discusiones en J .
Kocka (ed.) Theorim in der Praxis des Historikers.
116. Cfr. sobre las coincidencias y diferencias entre historiografía y socio­
logía certeramente: Wehler, Gescbichte ais historische Sozialwissenschaft, p. 9-28.
117. Cfr. H. Jaeger, «Business History in Germany» en Business History
Revietc, t. 48, 1974, p. 28-48; J . Kocka, Unternehmer in der deutschen Indus-
trialisierung, Gotinga, 1975, p. 5-12; sobre la sociedad mencionada: Tradi-
tion, año 21, 1976/77, Fase. 4. (desde el año 22, 1977/78 bajo el título
Zeitschrift fü r Untemebmensgeschicbte)

125
De manera completamente diferente, los planteamientos her-
menéuticos vuelven a gozar de favor, recientemente en la historia
social, es decir aumenta el interés por planteamientos histórico-
cultural-antropológicos que ya es claro en Francia, Inglaterra y los
Estados Unidos y que en la República Federal de Alemania se está
perfilando intensamente. Esta tendencia se ha puesto de manifies­
to especialmente en la investigación histórica de la «cultura popu­
lar» (popular culture), de la significación de las fiestas, costumbres
y símbolos, y se intensifica dentro del marco del creciente interés
por la «vida cotidiana» de los más diversos pueblos a lo largo del
tiempo. Precisamente allí donde (como en los Estados Unidos) la
historia social prefería comparativamente de modo claro captacio­
nes analíticas y estaba influida por la ciencia social ahistórica «po­
s it iv is t a » ,^ nueva acentuación de la hermenéutica, el interés en
el «m eaning», se ha convertido directamente en un programa re­
visionista; en una situación todavía tan fuertemente acuñada por
tradiciones historicistas como es la alemana, la cuestión se presen­
ta de otra manera. La cooperación entre historiadores sociales y
antropólogos culturales ha avanzado considerablemente durante
los últimos años en los países occidentales, y también en la Repú­
blica Federal de Alemania crece el interés, durante muchos tiempo
reducido, de los historidadores sociales por la antropología^ Tam ­
poco aquí se pueden pasar por alto las diferencias nacionales: evi­
dentemente, de las diferentes tradiciones científicas y del diverso
papel político de la antropología o de la antropología cultural en
los diversos países durante los últimos años dependió el que pre­
cisamente los historiadores sociales de «izquierda» en Francia y
en Inglaterra descubrieran más fácilmente y sin reservas —que en
la República Federal de Alemania— estas disciplinas vecinas. No
cabe duda de que aquí hay muchas posibilidades nuevas o aún no
aprovechadas. Deseable —y en principio factible— es realizar, no
separadamente, la investigación de la «cultura» y de los símbolos,
de las fiestas y costumbres, del estilo de vida y los hábitos de
mesa, de los hábitos de bebida y las procesiones (pero no en el
sentido de una historia cultural anticuaria o de modo puramente
hermenéutico), y estudiar precisamente la relación de estos fenó­

126
menos con el sistema de intereses, clases y grupos, lo mismo que
con procesos amplios de cambio (como la industrialización)118.
/~ X a industrialización —como proceso fundamental económico
y social-histórico de crecimiento y cambio estructural— se ha con­
vertido en el concepto nuclear de la historia social y de la historia
económica y social alemanas en los últimos dos decenios, referida
a la época que comienza a fines del siglo XV III. A diferencia de
lo ocurrido en tiempos anteriores y en otros países como Francia,
en la República Federal de Alemania los intereses de investigación
y de docencia han acuñado los problemas de ios sistemas modernos
del capitalismo industrial, precisamente en la historia social119120.
Esto resulta, no en última instancia, del hecho de que precisamen­
te quienes se interesan por el enfoque histórico-social, han enten­
dido la historia como prehistoria del presente, como análisis histó­
rico del presente1^ / E s t o tuvo y tiene que ver bastante poco con
el entusiasmo por el crecimiento y con el interés primario en fac­
tores de crecimiento; está vinculado más bien con el interés por
las consecuencias y problemas sociales, fenómenos concomitantes
y conflictos, conquistas y costos (sociales) de la industrialización
—a diferencia de la orientación de muchos historiadores «puros»
de la economía de los años 50 y 60 (cuyas investigaciones, sin

118. Cfr. como ejemplos anteriores bien logrados, las investigaciones de


R. Braun arriba citadas nota 104 y los trabajos de E.P. Thompson (más abajo
citados en nota 128); influyente, C. Geertz, The Interpretation of Cultures,
Londres, 1973; programático: Th. Nipperdey, «Die antropologische Dimen­
sión in der Geschichtswissenschaft» en G. Schulz, (ed.) Geschichte heute, Go-
tinga, 1973 p. 225-55; últimamente W. Lepenies, «Probleme einer Histo-
rischen Anthropologie» en Rürup, Historische sozialwissenschaft, p. 126-159;
W. Schieder, (ed.), Religión und Gesellschaft im 10. Jahrhundert (GG, año 3,
1977, Fase. 3), especialmente la introducción «Religionsgeschichte ais So-
zialgeschichte»
119- W. Conze,Strukturgeschichte des technisch-industriallen Zeitalters,
1957; W. Fischer, «Oekonomische und soziologische Aspekte der frühen In-
dustrialisierung—(1968) en Wirtschaft und Gesellschaft, p. 15-27; H.-U. We-
hler, «Probleme der modernen dcutschen Wirtschaftsgeschichte» (1970) en
Krisenherde des Kaiserreichs 1871-1918, Gotinga, 1970, p. 313-24, p. 408-
30; O. Büsch, Industrialisierung und Geschichtswissenschaft, Berlín, 1969; W.
Zorn, «Ein Jahrhundert deutscher Industrialisierung» en Blaetter f. dt. Imu -
desgeschichte, t. 108, 1972, p. 122-36.
120. Sobre las funciones sociales de la historiografía cfr. infra Cap. III.

127
embargo, fueron asimiladas)121. También la vinculación tradicio­
nal de historia económica con historia social y, junto a ello (para
muchos), los impulsos del pensamiento marxista, facilitaron de
una u otra manera la orientación hacia el «paradigma de la indus­
trialización». Actualmente se insinúa, al menos, una cierta exten­
sión de este interés, como parece mostrarse en la veloz carrera del
concepto de «protoindustrialización» y en el debate correspon­
diente. En ello pueden jugar algún papel los impulsos surgidos
de la investigación de las sociedades no-industrializadas del «Ter­
cer Mundo» y el interés políticamente muy ambivalente en alter­
nativas a la forma industrializada de vida de corte occidental y
oriental122. Esto debe ser distinguido del impulso que resulta de
la nueva acentuación de campos de investigación histórico-sociales
(por ejemplo, la historia social de la familia) en los que la indus­
trialización no marcó de hecho una cesura tan nítida como en
otros campos. Finalmente, gracias a la extensión, especialización
e intereses institucionales, se ha comprobado en los últimos años,
en general, una cierta tendencia a la separación entre historia so­
cial e historia económica: en Inglaterra, Francia y los Estados Uni­
dos más fuertemente que en Alemania. Esto aumenta la posibili­
dad de investigación de campos especiales de la realidad histórica,
descuidados hasta ahora, pero encierra el peligro de que se recor­
ten o se pasen por alto importantes interdependencias económico-

121. Cfr. R.H . Tilly, «Das Wachstumsparadigma und die europaische


Industrialisierungsgeschichte» en GG , año 3, 1977, p. 93-108; H. Kisch,
«Die Textilgewerbe in Schlesien und im Rheinland, Postskriptum 1977»,
en P. Kriedte et all. Industrialisierung vor der Industrialisierung, Gotinga,
1977, p. 374 ss.
122. Cfr. F. Mendels, «Proto-Industrialization: The First Phase of the
Industrial Process» en Journal of Economic History, t. 32, 1972, p. 241-61;
H. Mcdick, «The proto-industrial family economy: the structural fúnction
of household and family during the transition from pcasant society to Indus­
trial capitalism» en Social History, t. 1, 1976, p. 291 —315; del mismo autor
en W. Conze, (ed.), Sozialgeschichte der Eamilie in der Neuzeit Europas, Stutt-
gart, 1976, p. 254-82; y ahora ante y todo las contribuciones de Kriedte,
Medick, Schlumbohm, Mendels y Kisch en Kriedte et all., Industrialisierung
(cit. nota 121).

128
sociales -tan decisivas sobre todo en la época de la industrializa­
ción123.
I «H istoria social en expansión» es el título de un reciente in­
forme de Werner Conze sobre la última literatura historiográfi-
ca124. De hecho se observa una ampliación de temas histórico-so-
ciales cuya investigación era inimaginable hace pocos años en la
República Federal de Alemania. La «historia social» o la «historia
social y económica» experimentaron en los últimos decenios una
notable expansión: según una estadística de la Sociedad de historia
social y económica, en el verano de 1972 ellas estaban «cimenta­
das institucionalmente» en 23 de las 38 Universidades y escuelas
superiores. Casi siempre se trataba de cátedras de «H istoria social
y económica» o de «H istoria económica y social»; pero entre tanto
hay por lo menos tres cátedras de «H istoria social y económica»
o de «H istoria económica y social»; pero, entre tanto, hay por lo
menos tres cátedras de Historia social (en Bielefeld, Francfort y
Hamburgo)!j Siete cátedras de Historia social hay hoy en Gran
Bretaña, que surgieron desde 1967; junto a ellas, muchas de H is­
toria económica que agregan crecientemente lo «social» en su au-
todesignación. Junto a las revistas tradicionales de historia social
y económica, se fundaron en los últimos años algunas nuevas (pri­
mariamente) de Historia social, como, por ejemplo, el norteame­
ricano «Journal of Social History», 1967; «Social History» y «H is-
tory W orkshop» en Inglaterra, 1976; « Geschichte und Gesell-
chaft» en la República Federal de Alemania, en 1975. Otras revis­
tas surgieron para fomentar campos especiales histór ico-social es,

123. Cfr. M. Perrot, «The Strengths and Weaknesses of French Social


History» en JS H , t. 1976, p. 166-77; sobre la «emancipación» de la historia
social de la historia económica en los últimos años: p. 171. Hasta qué punto
transformaciones fuertemente «modernizantes» de la estructura familiar fue­
ron resultado de cambios preindustriales, lo muestran, por ejemplo, M. Mit-
terauer, «Vorindustrielle Familienformen. Zur Funktionsentlastung des
“ganzen Hauses” im 17. und 18. Jahrhundert» en F. Engel-Janosi (ed.),
Vürst, Bürger, Mensch. Untersuchungen zu politischen und soziokulturellen Wan-
dlungsprozessen im vorrevolutionaren Europa, Munich, 1975, p. 123-185, esp.
p. 148 ss. y K. Hausen, «Die Polarisierung der "Gcschlechtscharaktere”»
en Conze, Sozialgeschicbte der Vainille, p. 363-93.
124. Nene Politiscbe Literatur, año 19, 1974, p. 501-08.

129
por ejemplo, «The Family in Ilistorical Perspective», 1972, «La­
bor History», 1960 o el «Journal of Urban History», 1975 (todas
en los Estados Unidos). La historia social — independientemente
de lo que las diversas revistas, cátedras, áreas especiales, cursos y
sociedades entiendan por ello— (en 1976 se fundó en Inglaterra
una Sociedad de Historia Social) se expandió fuertemente en todas
partes, en los países occidentales más fuertemente que en la Repú­
blica Federal de Alemania125.
La historia de la población y la demografía histórica, la inves­
tigación histórica de la familia, la historia de la ciudad y de la
urbanización, la investigación histórica de la estratificación y la
movilidad se convirtieron precisamente en corrientes clásicas de la
investigación, aunque en Alemania se desarrollaron menos que en
otras partes126. La investigación histórica de la educación y de la

125. Buenos panoramas sobre el desarrollo más reciente en Gran Breta­


ña, la República Federal de Alemania, Francia y los F.stados Unidos, de H.
Perkin, H. Kaelble, M. Perro y E.H . Pleck en JS H , t. 10, 129-95 (p. 129
sobre el número de cátedras inglesas). Como panorama basto sobre el desarro­
llo en los diversos países desde fines del siglo X IX: Kocka, art. «Sozial-und
Wirtschaftsgeschichte», colum. 8-26; también W. Zorn, Einfiihrung in die
Wirtschafts-und Sozialgeschichte des Mittelalters und der Neuzeit, Munich, 1972;
importante bibliografía selecta ordenada temáticamente: H.-U. Wehler, Bi-
bliographie zur modernen deutschen Sozialgeschichte (18.20. Jahrhundert), Gotin-
ga, 1976 (con referencias a estudios importantes sobre historia social extran­
jera y un índice de las revistas pertinentes); del mismo autor, Bibliographie
zur modernen deutschen Wirtschaftsgeschichte (18.20. Jarhundert), Gotinga,
1976.
126. Cfr. Hobsbawm, «From social History to thc History of Society»
(ver nota 4 más arriba); las introducciones y panoramas referentes a «Bevol-
kerungsgeschichte und Historische Demographie» y «Historischc Familien-
forschung» de A.E. Imhof y K . Hausen, en Rürup, Historische Sozialwissens-
chaft, p. 16-95; H .-U. Wehler, Historische Vamilienforschung und Demographie
( — G G , año 1, 1975, Fase. 2/3); Conze, Sozialgeschichte der Familie; M. Mit-
terauer y R. Siedler, Vom Patriarchat zur Partnerschaft. 7um Strukturwandel
der Familie, Munich, 1977; J . Kocka (ed.), Soziale Schichtung und Mobilitdt
in Deutschland itn 19. und 20. Jahrhundert (GG, año 1, 1975, Fase. 1), en
las p. 155-70 un informe de J . Modell sobre la investigación norteamericana
en este campo; Kaelble, «Social stratification in Germany in the 19th. and
20th. Centuries: A Survey of Research since 1945» en JS H , t. 10, 1976, p.
144-65; lnformationen zur modernen Stadtegeschichte, ed. por Kommunalwiss.
Zentrum Berlín, Berlín 1970 ss.

130
formación profesional hace progresos127. La historia del movimien­
to obrero se amplía crecientemente, gracias a la historia del perso­
nal obrero; el interés en la vida del «hombre común», de los es­
tratos bajos no muy elocuentes y por ello difícil de estudiar predo­
minó en los últimos años internacionalmente sobre el interés en
los grupos burgueses o en los estratos superiores; pese a ello, en
la historia del personal obrero queda por hacer casi todo, especial­
mente en Alemanir128. La «protesta social» llegó a ser, en los úl­
timos años, objeto de investigación histórica comparativa, aunque
el concepto encienrra cosas muy heterogéneas y su provecho sigue
siendo controvertido129. La investigación de las minorías sociales
recibió impulsos específicamente nacionales, así la de los negros
en el Estados Unidos; el análisis histórico de la «cuestión judía»
muestra en Alemania cuán excelente acceso a los diversos proble­

127. Cfr. P. Lunclgreen, «Historische Bildungsforschung» en Rürup,


Historische Sozialwissenschaft, p. 96-125.
128. Como ejemplos logrados: E.P. Tompson, The Making of the English
Working Class, Londres, 1963; E .J. Hobsbawm, I^abouring Men. Studies in the
History of Londres, Labor, 1964; J.W . Scott, The Glassworkers of Camiattx,
Cambridge, Mass., 1974; H. Zwar, «Zur Konstituierung des Proletariats
ais Klasse. Strukturuntersuckungen iiber das Leipziger Prolctariat wahrend
der industriellen Revolución» en H. Bartel-E. Engelberg (ed.), Diegrosspreus-
sisch-militarische Reicbsgründting, t. 1., Berlín 1971, p. 501-51; H .G . Gut-
man, Work, Culture and society in lndustrializing America, Nueva York, 1976;
sobre Alemania, pese a toda necesaria crítica, irrenunciable: J . Kuczynski,
Die Geschichte der Lage der Arbeiter unter dem Kapitalismus, t. 1 ss., Berlín,
1961 ss. (Presentación y crítica de esta obra en AfS, t. 14, 1974, p. 471-
542). Obras más recientes sobre la historia de los obreros alemanes: A FS, t.
16 1976; Tenfelde (ver supra nota 104); H. Schomerus, «Ausbildung und
Aufstiegsmoglichkeiten württembergischer Metaüarbeiter 1850 bis 1914 am
Beispiel der Maschinenfabril Esslingcn» en U. Engclhardt et all., Soziale Be-
tvegung und politische Verfassung, Stuttgart, 1976, p. 372-93; P.N . Stearns,
Lives of Labour,, Londres, 1975; programático, D .H . Groh, «Basisprozesse
und Organisationsproblem» en Engelhardt ct all., Soziale Bewegung, p. 415-
31; y además los títulos en Wehler, Bibliographie Sozialgeschichte, p. 126-34;
el panorama de Kaelble, «Social Stratification».-Comp. también E.H . Pleck,
«Two Worlds in One: Work and Familiy» en JS H , t. 10, 1976, p. 178-95
(informe bibliográfico).
129- Cfr. Ch. y L .R . Tilly, The Rebellious Century 1830-1930, Cambrid­
ge, Mass., 1975; y las discusiones en R .H ., Tilly, (ed.), Sozialer Protest
(= G G , año 3, 1977, Fase. 2) y GG, Fase. 3, p. 418-21.

131
mas histérico-sociales (precisamente de la mayoría de la población)
puede ofrecer la historia de las minorías130. Transformaciones en
la conciencia social del presente subyacen también al «boom » ac­
tual de la historia social de la mujer y del movimiento feminista,
que se observa internacionalmente en los últimos años, aunque no
tan fuertemente en la República Federal de Alemania. En estos y
otros ejemplos se muestra una dependencia de la elección de temas
de investigación con respecto a las corrientes sociales y políticas
del presente, que frente a años anteriores se nota con gran inten­
sidad ante todo en los Estados Unidos.
La variedad de temas e intereses en el ámbito de la historia
social apenas es enumerable y es difícil de ordenar: juventud y
vejez, enfermedad y muerte, hábitos alimenticios y el cuerpo hu­
mano en general, analfabetismo y hábitos de lectura, criminali­
dad, conducta en el tiempo libre y deporte, hábitos de comida y
maneras en la mesa, asociaciones de protección de animales y la
relación del hombre con el animal, mentalidades y arte populares,
costumbres y religiones populares y, junto a ello, además, temas
«tradicionales» tales como grupos sociales singulares, conflictos de
grupos, problemas de distribución, relaciones de trabajo y su
transformación. Muchos de estos temas pueden ser tratados sólo
en la historia local y regional131.
A esta diversificación de intereses y explosión de temas subya­
cen seguramente diversas causas y motivos: un interés ascendente
en los campos situados entre la economía y la política, descuida­
dos de hecho durante largo tiempo, en los que se ha desarrollado
gran parte de la vida de muchos; el ablandamiento de paradigmas
anteriores, el debilitamiento de «escuelas» y, con ello, el relaja­
miento de controles intraprofesionales: se ha vuelto más abierto y

130. Cfr. por ejemplo, H .G . Gutman, The Black Family in Slavery and
Fréedom, 175-1925, Nueva York, 1976; R. Rürup, Emanzipation und Antise-
mitismus. Studien zur «Judenfrage» der hürgerlichen Gesellschaft, Gotinga, 1975;
ver las diversas contribuciones en W .E. Mosse, (ecl.), Juden im Wilhelminis-
chen Reich, 189-1914 , Tubinga, 1976.
131. Cfr. ante todo, las exposiciones panorámicas de la reciente biblio­
grafía histórico-social en Inglaterra y Francia de H. Perkin y M. Perrot, en
JS H , t. 10, 1976, p. 129-143, 166-77; J . Le Golf y P. Nora (ed.) Paire de
1‘histoire, 3. tt., París, 1974.

132
confuso qué es lo que vale como tema digno de investigación y
qué no; los altos premios que ofrecen las instituciones científicas
actuales a la originalidad per se; el abaratamiento y la facilitación
del acceso a recursos de publicación y otras cosas más. Esta evolu­
ción ofrece grandes posibilidades; aumenta nuestro saber de ámbi­
tos de vida y experiencia que durante mucho tiempo eran poco
conocidos o ignorados; se abren nuevas perspectivas y plantea­
mientos. Pero esta evolución encierra también un problema, el del
«anticuarismo» histórico-social jTSe investigan objetos porque to­
davía no han sido estudiados, fia renuncia a la incorporación del
objeto investigado en plantamientos de problemas mayores, más
amplios —a partir de los cuales se podría fundamentar comple­
mentariamente su tematización— parece ser muchas veces el pre­
cio que se paga por la variedad y originalidad en la elección del
tema. Surge así una cierta impresión de arbitrariedad132.!
Pero este es más bien un problema de la variada hisfOíia social
altamente diversificada y fascinante en Francia, Estados Unidos o
Inglaterra, pero apenas en Alemania. En casi todos los campos te­
máticos histórico-sociales mencionados, la investigación empírica
histórico-social de la República Federal de Alemania (también por
cierto de la República Democrática Alemana) está menos desarro­
llada que en los demás países occidentales. En vista de este retraso
(ciertamente decreciente) debería emprenderse más frecuentemen­
te, y de modo experimental, el tratamiento de temas tales como
la conducta habitacional, los modelos de enfermedad, los hábitos
sexuales o la profesionalización de grupos profesionales singulares
—para escoger de modo relativamente arbitrario algunos temas
poco elaborados o que a muchos les parecen «apartados» — aun­
que no se los pueda integrar inmediatamente y fundamentar en
un contexto de problemas histórico-social amplio (sobre eso se dirá
más a continuación); no hay duda que esto último sigue siendo la
meta. Este retraso, en vista del cual una historia social entendida
como historia de campos especiales tiene en la República Federal
de Alemania y durante años un gran número de tareas provechosas

132. En esta dirección se mueven las preguntas de P.N . Stearns, «Co­


rning of Age» en JH S , t. 10, 1976, p. 246-55

133
y necesarias, aunque no es del todo fácil definir claramente su des­
linde frente a otras disciplinas históricas especiales; este retraso,
pues, contradice curiosamente la discusión programática, según la
cual es de esperar —y evidentemente, muchos observadores así lo
suponen realmente— que la historia social se imponga próxima­
mente frente a la historia general. El retraso se explica por un
rezago de varios decenios de esta disciplina en Alemania, que sólo
muy difícilmente es recuperable en pocos años, y por el hecho de
que frecuentemente, bajo el nombre de «historia social» se cultivó
en realidad historia estructural o alguna variedad de historia de la
sociedad y se emprendieron así tareas que no contribuyeron nece­
sariamente a llenar las lagunas en el heterogéneo campo hitórico-
social situado entre la economía y el Estado, en cuya aclaración
se esforzaron los llamados planteamientos histórico-sociales de ma­
nera diversa y en cada caso de modo detallado. Finalmente, la pre­
caria consideración, todavía existente, de este campo depende de
las metas dominantes de conocimiento, precisamente de aquellos
historiadores que, en los últimos años, han abogado por una revi­
sión y extensión de las tradiciones primariamente histórico-políti-
cas e historicistas de la historiografía alemana133.
El hecho de que campos de problemas y objetos tan heterogéneos
se sigan agrupando bajo la etiqueta «historia social» y que ésta se
práctique generalmente en la República Federal de Alemania jun­
to con la historia económica como historia social y económica134,
no se debe únicamente a una homogeneidad interna de estos pro­
blemas y objetos. Tan importante es, por lo menos, la tradición
histórico-científica perseverante. Como se mostró, la historia eco­
nómica y la historia social fueron desplazadas conjuntamente de
la corriente principal de la historia general y se constituyeron, no
en última instancia, de modo conjunto como disciplinas comple­
mentarias y marginales con nombre propio y propias institucio­
nes. Por lo menos dos tendencias de transformación que se van
perfilando podrían influir para que, en los próximos años, cada

133. Sobre esto, Kocka, «Theoretical Approaches», p. 112 ss.


134. Esto se refleja no solamente en la designación de las cátedras y cur­
sos sino también en la composición de las sociedades científicas, las revistas
científicas y las obras introductorias correspondientes.

134
vez más se ponga en tela de juicio la unidad de la disciplina his­
toria social y económica y hasta la unidad de la disciplina especial
historia social.
En primer lugar, la paulatina pero creciente orientación hacia
la teoría del trabajo social y económico-histórico despliega tenden­
cias centrifúgales para la materia, en tanto y cuanto en campos
especiales singulares de la materia, se incorporan teorías que, por
su parte (como, por ejemplo, la teoría económica del crecimiento,
los planteamientos teórico-pedagógicos y las teorías del poder),
son extraodinariamente difíciles de intermediar recíprocamente. En
el ejemplo de los campos especiales teóricamente más exigentes y
ante todo en ejemplos extranjeros teóricamente avanzados —como
la «N ew Economic History» orientada económicamente o la de­
mografía histórica— se puede mostrar que la penetración de cam­
pos históricos especiales con planteamientos teóricos singulares es­
pecializados e histórico-sociales, considerablemente abstraídos del
contexto histórico, exige la especialización de las diversas direccio­
nes de la disciplina hasta llegar a su desintegración135. De cual­
quier manera, la extensión e intensificación del campo histórico-
social de investigación deberá conducir a una mayor especializa­
ción y a ablandar crecientemente la cohesión de los hitoriadores
sociales por lo que respecta a los contactos de trabajo, regulaciones
institucionales (como revistas y asociaciones científicas), enfoques
de problemas y saberes.
Por otra parte, en los últimos años, elementos histórico-socia­
les han penetrado intensamente en la historia general. En el aná­
lisis de la política exterior o del sistema político del gobierno y
la Constitución del Imperio Alemán se puede mostrar, por ejem­
plo, cómo se han incorporado en la historia general elementos his­
tórico-sociales y ante todo histórico-económicos (referencia a co­
yunturas, conflictos de trabajo, élites sociales, etc.) con clara acen-

135. Sobre la «New Economic History» cfr. de la amplia blibliografía:


H .D . Woodman, «Economic History and Economic Theory» en Journal of
Interdisáplinary History, t. 3., 1972, p. 323-50; T. Sarrazin, Okonomie und
Logik der bistoriseben Erklderung. Zur Wissenschaftslogik der New Economic Histo­
ry, Bonn-Bad Godcsberg, 1974. Cfr. la llamativa separación del «Journal of
Economic History» y del «Journal of Social History».

135
turación de los análisis de intereses y de grupos de intereses136.
Es de esperar que este proceso continúe. Mediante el más intenso
aprovechamiento de modos de consideración histérico-estructura­
les en la historia general, ésta se asemeja, además, a la historia
social en la que, como se mostró, han dominado desde siempre
modos de consideración histórico-estructurales. En la medida en
la que la historia general se enriquece histórica-socialmente y se
complementa con la historia estructural, en la medida pues en la
que la historia general se libera del estrechamiento tradicional his­
térico-político e individualizador-hermenéutico, se elimina la cau­
sa principal de la existencia de una historia social o de una historia
económico-social que se constituye como disciplina separada y
unitaria.
Naturalmente con esto no quiere decirse que uno espera que
los campos especiales de la investigación y de las direcciones de
investigación, tales como la historia social de la familia, la demo­
grafía histórica, la historia de las empresas, la historia agraria, la
historia del personal obrero y del movimiento obrero, etc., algún
día habrán de volverse obsoletos o habrán de fundirse con otros
campos y direcciones especiales; al contrario. De lo que se trata
es de esperar simplemente que, a causa de los motivos indicados,
disminuyan progresivamente las ocasiones y causas que han lleva­
do a que éste y otros campos especiales, compendiados en la his­
toria social y económica y separados de la historia social sin sufijo,
sean diferenciados y deslindados de la historia general o de la his­
toria «propiamente ta l» 137. Cierto es que los marcos instituciona­

136. Piénsese en los trabajos de F. Fischer, G.A . Ritter, H. Bohme,


H .-J. Puhle, H.-U. Wehler, W .J. Mommsen, D. Stegmann, P.-C. Witt,
Vhahn y otros.
137. En los Estados Unidos, cuya historiografía general desde fin de si­
glo ha sido ampliada y hasta acuñada mucho más claramente que la europea
por elementos histórico-sociales, la historia social o la historia social y econó­
mica no se ha constituido como área separada de manera tan clara como en
el continente europeo. En las ciencias histórico-materialistas institucional­
mente protegidas se pretende haber integrado considerablemente la historia
social y económica en la historia general; hay allí poco fundamento y ocasión
de atenerse a una disciplina unitaria «historia social» (pero sí a una historia
económica relativamente separada). Cfr. Kocka, art. «Sozial-und Wirt-

136
les y las tradiciones científicas perviventes contrarrestan este pro­
ceso de diferenciación y difusión.

6. L a historia social como historia de sociedades enteras


a) Sobre el concepto «historia de la sociedad»

^Mientras más imprecisos se vuelvan los perfiles de la historia


social en el sentido ya analizado, mientras más elementos históri-
co-sociales penetren en la historia general tradicionalmente orien­
tada por la historia política, tanto más urgente es aclarar —y aquí
hay que asumir la crítica por parte del planteamiento histórico-es-
tructural138 — la relación entre historia social (o sus partes singu­
lares y especializaciones) y otras disciplinas históricas especiales
(como la historia política) dentro del marco de la historia general.
Con ello se plantea la pregunta por una interpretación «histórico-
total», abarcadora, dentro de la cual para la época respectiva in­
vestigada139 puedan ser analizadas las relaciones recíprocas en
transformación y la importancia relativa de los campos singulares
de la realidad, de la economía, de lo social, del Estado, la cultura,

schaftsgeschichte», Colum. 13-16; ib., «Zur jüngeren marxistischen Sozial-


geschichte» en Ludz, Soziologie und Sozialgeschichte, p. 491-514, esp. p. 491-
497. En algunas obras colectivas recientes sobre nuevos planteamientos en la
historiografía se citan y discuten campos especiales singulares de investiga­
ción (como historia de la familia, historia de las mentalidades, y también
historia económica etc.), pero evidentemente tiene cada vez menos sentido
compendiar las partes singulares bajo el concepto genérico «historia social».
Cfr. especialmente Le Goff/Nora, Paire de 1‘histoire, y M. Ballard, New Move-
ments in the Study and Teaching of History, Londres, 1970. Mucho más clara
es la cohesión y delimitación de la disciplina especial «historia económica»,
por una parte, a causa de la más clara separabilidad analítica de la dimensión
o del campo «economía», por otra, a causa del efecto unificador y acuñador
de la teoría y formación conceptual económicas, en sí relativamente unitarias
(en comparación con la sociología), que se aplica crecientemente.
138. Cfr. supra Cap. II, 4. c).
139Esta limitación diferencia claramente la pregunta planteada aquí de
la pregunta por un proyecto histórico-universal o general-histórico evolutivo;
cfr. E. Schulin, introducción en Universalgeschicbte, Colonia, 1974, p. 11-65.

137
etc. y aclarar así la relación de las disciplinas hitóricas especiales
en su especialización y cooperación. j
La deseabilidad y la necesidad de síntesis abarcadoras o de
planteamientos de síntesis de este tipo no son siquiera controver­
tidas, si bien no han sido suficientemente reflexionadas por algu­
nos críticos de los planteamientos histórico-sociales14014. Una no­
ción del todo —si bien provisional, perspectivista y modificable
argumentativamente— es un presupuesto de la captación adecua­
da de los campos especiales y de los problemas singulares; su aná­
lisis es incompleto y corre el peligro de la deformación mientras
no se puedan determinar su relación recíproca y su importancia
dentro del sistema total. Con mayor razón y muy claramente se
muestra esta exigencia cuando se trata de exposiciones totales.
Precisamente para contribuir a la transformación del sentido y a
la ilustración de su presente, la historiografía debe atenerse a su
meta —a diferencia de la mayoría de las ciencias sociales sistemá­
ticas— de indagar el tenso y variable contexto de los diversos fe­
nómenos según causas, aspectos y consecuencias y no tratar los
campos y los problemas especiales haciendo caso omiso del todo.
Si quisiera reducirse exclusivamente a la investigación de proble­
mas de detalle, ello no solamente perjudicaría el análisis, sino
que, además, quedaría librada a ideologías y mitos científicamen­
te no controlables la satisfacción de la necesidad legítima de inter­
pretación total histórica referida al presente.
Como se sabe, tales síntesis no se logran mediante simple adi­
ción de informaciones; más bien lo que importa es su selección y
estructuración. Pero tampoco se consiguen mediante el modo de
consideración histórico-estructural per se —éste más bien debe lle­
narse con teorías amplias referidas a í contenido, sobre el contexto
causal, y funcional y de correspondencia de los aspectos investiga­
dos de la realidad, desde un punto de vista sincrónico y diacróni-
co. Si son correctas las opiniones expuestas más arriba1'11 sobre el
poderío histórico de las estructuras y procesos sociales intermedia­
dos ante todo socio-económicamente, lo mismo que sobre el cam­

140. Cfr. supra, nota 135.


141. Cfr. supra, Cap. II, 3.

138
bio de paradigma en la conciencia contemporánea, que paulatina­
mente adquiere eficacia en la historiografía, entonces esas síntesis
no deben utilizar como núcleo de estructuración acontecimientos
singulares o series de acontecimientos, grandes personalidades o
acciones singulares, ideas y evidentemente tampoco lo político-es­
tatal; más bien parece necesario o preferible, estructurar y sinteti­
zar la realidad histórica «desde la sociedad». Esto significa que la
realidad histórica es concebida como un sistema variable, diferen­
ciado en sistemas especiales ( = sociedad en sentido amplio), en el
que la sociedad en sentido estricto, es decir aquel sistema especial
de necesidades, intereses, dependencias, cooperaciones y conflictos
intermediados socioeconómicamente y que desde Hegel fuera defi­
nido como «diferencia» entre individuo y Estado, juega un papel
decisivo y ante todo acuñador de otros sistemas especiales (si bien,
a su vez, está acuñado por éstos)142.

142. Con ellos se continúa un concepto de sociedad que cristalizó con


la génesis de la realidad y el concepto de la «sociedad burguesa» a fines del
siglo XVIII y en el siglo X IX ; la continuación ocurre en una forma relativa­
mente formal, es decir, que permite diversos contenidos. Aquí no se pueden
discutir las implicaciones de esta decisión. Para la posibilidad de la continua­
ción de un tal concepto de sociedad podría argüirse que a su cristalización
subyacen estructuras y procesos reales que, pese a muchas transformaciones
de detalle, aún acuñan nuestras experiencias actuales. No en vano conciben
muchos el comienzo del «mundo moderno» en esa época de transformación
radical de la revolución política e industrial a fines del siglo XVIII y en el
X IX , cuyos resultados determinan fundamentalmente desde entonces el desa­
rrollo y en la que los conceptos centrales del lenguaje histórico-político (que
refleja la conciencia y la autointerpretación) recibieron considerablemente la
significación que todavía poseen hoy. El concepto de sociedad asumido aquí
reivindica para aquel sistema social especial un cierto plus de fuerza acuñado­
ra y riqueza de realidad, en el que tienen lugar el trabajo humano, organiza­
do crecientemente de modo racional, y la reproducción de la población res­
pectiva, en el que han de ubicarse ante todo las necesidades, sus transforma­
ciones y satisfacciones parciales, los intereses y los conflictos de intereses, y
que está acuñado por factores económicos, pero que no se fúnde con estos.
Esto resulta poco nítido, y una tal prioridad no se puede ciertamente «de­
mostrar», aunque sí cimentar argumentativamente. Con argumentos antro­
pológicos debería ser posible poner de manifiesto aquella dimensión de la
realidad humana en la que tiene lugar el «metabolismo» de la naturaleza con
la sociedad como presupuesto y base de toda diferenciación y desarrollo socia­
les. Visto históricamente, tal decisión conceptual refleja una experiencia cen­

139
Habría pues que buscar una interpretación de la historia gene­
ral orientada histórico-socialmente —que, ante todo, aproveche
modos de consideración históricos-estructurales, pero que, en
modo alguno, se fusione con ellos— y que frecuentemente es lla­
mada «historia social», pero para la que aquí se propone el concep­
to de «historia de la sociedad»143. La historia social, como interpre­
tación histórico-social de la historia general, se diferencia crecien­
temente, también en otros países, de la historia social como histo­
ria de un campo especial. Pero aún no se han generalizado concep­
tos firmes para ello144. La historia de la sociedad, en el sentido es­
bozado más arriba, se diferencia de las tradiciones durante mucho
tiempo dominantes en la historiografía alemana y que centraban las
síntesis —en caso de que las llevaran a cabo— en lo político-esta­
tal, a veces también en torno a los movimiento de ideas. Pero ella
se basa en planteamientos histórico-sociales casi siempre vagos

tral colectiva desde el comienzo del «mundo moderno», con la que se tropie­
za siempre de variada manera en el trabajo historiográfico y que todavía acu­
ña nuestra conciencia actual. Metodológica-teóricamente debería mostrarse
en una discusión ilimitada y demostrarse en el trabajo empírico que un plan­
teamiento tal tiene más fuerza de sintetización y explicación que otros. Ade­
más, me parece importante que las definiciones de conceptos de sociedad al­
tamente formalizados, separadas de los contenidos indicados aquí (sociedad
como sistema de reciprocidades o como sistema para la reducción de comple­
jidad con determinadas peculiaridades formales, por ejemplo: subdivisión en
sistemas especiales, distintos tipos de diferenciación, interdependencias y ne­
cesidad de coordinación) no son incompatibles con el concepto de sociedad
preferido aquí, fuertemente determinado por el contenido. Se mostró que
este concepto está en estrecha relación de génesis y realidad con transforma­
ciones reales históricas desde el siglo XVIII. Aquí se deja abierta la pregunta
de si de allí resulta que este concepto, como paradigma guía de análisis,
posee mayor adecuación para investigaciones del «mundo moderno» que para
la investigación de la antigua Europa o para épocas anteriores históricamente
diferenciadas de un modo más claro.
143. Cfr. nota 4.
144. Hobsbawm diferencia la «History of Society» (historia de la socie­
dad) de la «social history» (ver nota 4). Cfr. M. Perrot, en JS H , t. 10, 1976,
p. 172. y Nota 9 en la p. 175 con aprobación de la diferencia de Hobsbawm
y referencia a A. Soboul, G. Duby, P. Goubert, y P. Villar; en el mismo
fascículo, p. 246; P.N . Stearns («Los practicantes de la historia social la ven
crecientemente como aproximación histórica total»).

140
o no elaborados, que como se mostró115, ya habían sido desarrolla­
dos antes de la Primera Guerra Mundial en las nacientes ciencias
sociales y en el ámbito de la historia de la cultura (en sentido
amplio) y —sin éxito— habían desafiado a la historia especializa­
da y establecida.
Pero también, ya por motivos de economía de trabajo, las in­
vestigaciones histórico-sociales formarán puntos de concentración
del trabajo y tendrán que elegirlos perspectivamente; pero ellos
están caracterizados porque, en principio, incluyen los más diver­
sos campos de la realidad —desde las condiciones materiales, las
relaciones demográficas, el crecimiento y el cambio económico pa­
sando por las clases sociales, grupos y estratos, alianzas, protestas
y conflictos, procesos de socialización, modelos de conducta y
mentalidades colectiva, hasta las instituciones políticas y procesos
de formación de la voluntad, lo mismo que las transformaciones
en el campo del arte, la religión y la ciencia. De acuerdo con su
planteamiento fundamental, ellas intentan vincular los fenómenos
investigados —independientemente del campo de la realidad en
sentido estricto al que puedan pertenencer— con factores econó­
micos o socioeconómicos, y por cierto de una manera que parte
de su enorme riqueza de realidad dentro de la historia total. La
afirmación de relaciones casuales parciales entre factores socioeco­
nómicos, por una parte, y factores políticos, culturales y de otro
tipo, por otra, no es parte constitutiva de este plantamiento que
más bien puede y debe tener en cuenta en medida variable las
relaciones multicasuales dominantes, las interdependencias e in­
fluencias recíprocas entre los diversos factores y dimensiones.

b) Las teorías de la historia de la sociedad

Para escapar del peligro de ahogarse en la riqueza de hechos


o de sumar sin control aspectos singulares, los planteamientos his­
tórico-sociales, esto es, los análisis históricos (o esbozos de marco)
de sociedades enteras o de sistemas semejantemente complejos145

145. Cf. Cap. II, 2 b).

141
(como, por ejemplo, las ciudades) requieren especialmente un
marco teórico de referencia y un instrumentario. Ante todo, a cau­
sa de la acentuación del marco teórico y de las funciones expuestas
a continuación, el planteamiento que se propone aquí se diferencia
de la mayoría de las propuestas de una «histoire totale» o «histoi-
re á part entiére», tales como las conocidas especialmente en el
ámbito francés146. Este marco teórico de referencia debe satisfacer
lassiguientes cinco tareas:
í En primer lugar, debe proporcionar criterios para la elección de
aquello que merece ser investigado, para la selección de las infor­
maciones «esenciales» de las fuentes y, con ello, para la delimita­
ción del objeto y su fundamentación a la luz de metas de conoci­
miento dignas de ser discutidas. En largos tramos, éstas suelen
ser racionalizables, pero cuando se las somete durante un tiempo
suficiente a la presión de legitimación, llegan a dimensiones inter­
mediadas normativa y prácticamente o desde la perspectiva del
mundo vital, y en las que se mezclan los enunciados sobre el pa­
sado con evaluaciones del presente y opiniones sobre el futuro de-

146. La carencia de teorías que penetren profundamente y al mismo


tiempo sean amplias parece ser, el defecto más grave de los valiosos intentos
de una «historiografía integral» o «histoire á part entiére», tal como se han
emprendido especialmente en la historiografía francesa siguiendo a Henri
Berr, Marc Bloch y Lucien Febvre. Cfr. P. León, «L’école frangaise et l’his-
toire économique globale» en Scbweizerische Zeitschrift fü r Geschichte, t. 20,
1970, p. 49-70, esp. 50-57, p. 69 s; K .E. Born, «Neue Wege der Wirts-
chafts-und Sozialgeschichte in Frankreich: Die Historikergruppc der “Anna-
les”» en Saeculum, t. 15, 1964, p. 298-309, especialmente p. 299-302, p.
306 s.; J. Glénisson, «L’historiographie frangaise contemporaine: tendences
et réalisations» en Comité Frangaise des Sciences Historiques, La recherche his-
torique en Frunce de 1940 d 1965, París, 1965, p. IX-LXIV, esp. p. LVI-
LXII; M. Wüstemeyer, «Die “Annales” . Grundsátze und Methoden ihrer
“neuen Geschichtswissenschaft”» en VSWG, t. 54, 1967, p. 1-45, esp. 4-9,
24-31 (sobre L. Febvre y F. Braudel). Ib., «Sozialgeschichte und Soziologie
ais soziologische Geschichte» en Ludz, Soziologie und Sozialgeschichte, p. 466-
583; Groh, op. cit., especialmente, p. 310, 317; Schulze, p. 70-77; G .G .
Iggers, «Die “Annales”» und ihre Kritiker» en FIZ, t. 219, 1974, p. 578-
608, esp. p. 589, 604 s.; cfr. J . Romein, «Über intégrale Geschichtsschrei-
bung» en Schweizer Beitrage zur allgemeinen Geschichte, t. 16, 1958, p. 207-
226; como llamamiento a la síntesis sin los medios teóricos de emprenderla».
Estos faltan también en Stearns.

142
sado con evaluaciones del presente y opiniones sobre el futuro de­
seable. Segundo, este marco teórico debe proporcionar hipótesis
examinables sobre la vinculación de los campos investigados de la
realidad, y por cierto sobre la vinculación desde un punto de vista
sincrónico y diacrónico. Las relaciones causales y funcionales entre
los ámbitos de acción y ios sistemas especiales, a veces quizá sólo
las correspondencias y las no-correspondencias, pero ante todo los
determinantes del cambio, las fuerzas impulsoras, deben ser iden­
tificadas en forma examinable, de modo tal que puedan realizarse
las «mediaciones» entre economía, estructura social, política, cul­
tura y otros sistemas especiales (o dimensiones) conceptualmente
separables, que se pueda evitar el simple alineamiento aditivo de
capítulos concretos desvinculados entre sí, tal como es habitual
en los manuales, y se pueda emprender la tarea principal del his­
toriador, esto es, la explicación del cambio social en el tiempo.
Tercero: este marco de referencia deberá proporcionar indicaciones
sobre la periodización adecuada que corresponda, tanto al asunto
que hay que investigar, como a las metas de conocimiento que se
persiguen. A quí se podría distinguir entre los diversos y variables
ritmos de transformación de los diferentes campos de la realidad,
tematizar su relación recíproca y llamar la atención sobre cuestio­
nes de la «simultaneidad de lo no sim ultáneo»1/í7. Si una teoría
satisface estas tres funciones, puede entonces también, en princi­
pio, cuarto, proporcionar los instrumentos conceptuales para la147

147. Aquí habría que hacerse eco, ante todo, de los importantes impul­
sos dados por Braudel y Koselleck con respecto a una «teoría de los tiempos
históricos», si bien estos tienen, en mi opinión, límites semejantes a los que
se demostaron más arriba (Cap. II, 4, c) para el modo de consideración his-
tórico-estructural. Una teoría en el sentido exigido aquí no es la teoría de
los tiempos históricos, sino que se mantiene más bien en un nivel más formal
en el que no se discute o es periférica la pregunta por las relaciones de causa
y función, por las «fuerzas impulsoras». Cfr. Braudel, «La longue durée, en
Écrits sur l’histoire; Koselleck, «Geschichte, Geschichten und fórmale Zeits-
truzkturen» en Koselleck y W .D . Stempel (ed.) Geschichte -Ereignis und
Eréahlung, Munich, 1973, p. 211-222; Koselleck, Introducción y art.
«Fortschritt» y «Geschichte» en Brunner/Conze/Koselleck (ed.) Geschichtliche
Grundbegriffe, t. 1 y 2.; también R.M . Lepsius, «Bemerkungen zum Verhált-
nis von Geschichtswissenschaft und Soziologie» en Conze, Theorie der Geschi-
chtsivissenschaft und Praxis des Geschichtsunterrichts, p. 60; Faber, p. 227-35.

143
comparación sincrónica y diacrónica de las sociedades148. Pues en­
tonces es posible identificar, con ayuda de determinados conceptos
claves, las identidades o semejanzas (como, por ejemplo, las mis­
mas exigencias de función en las sociedades industriales), sobre
cuya base se pueden hacer visibles las diferencias (como, por ejem­
plo, instituciones funcionalmente equivalentes, pero por lo demás
diferentes, o diversas condiciones iniciales de procesos de indus­
trialización, por lo demás semejantes)149. Quinto, de tales teorías
amplias se debe exigir que sean conciliables con teorías y modelos
de explicación complementarios y más especiales, orientados a
problemas sociales específicos, y conducir a su aplicación o, al me­
nos, no dificultarla./
Es escaso el número de los enfoques teóricos que satisfacen, al
menos en parte, las tareas mencionadas y que en los últimos años
han sido probadas o discutidas en la historiografía150. Por lo que
respecta a la historia alemana moderna o algunos de sus capítulos,
son, ante todo, las siguientes: por una parte, un planteamiento
histórico-materialista, en el caso de que no se lo aplique dogmá­
tica e inflexiblemente, podría satisfacer de una manera específica
la mayoría de las funciones mencionadas. Ofrece criterios para la
selección desde puntos de vista relevantes y deja así de lado nece­
sariamente aquello que, para otras metas de conocimiento, sería,
por lo menos, igualmente interesante. Proporciona un instrumen-

148. Cfr. S.L. Trupp, «Diachronic Methods in Comparative Politics»


en R.T . Holt/J.E. Turner (ed.), The Methodology of Comparative Research,
Nueva York, 1970, p. 343-358.
149. Cfr. como ejemplo de un procedimiento tal: A. Gerschenkron, Eco-
nomic Backivardness in Historical Perspective, Nueva York, 19Ó52; del mismo
autor, «Wirtschaftliche Rückstandigkeit in historischer Pcrspcktive» en R.
Braun et. all, Industrielle Revolution, Colonia, 1972, p. 59-78.
150. Sin explicación de su esqueleto teórico se encuentran ciertamente
importantes trabajos con claras tendencias histórico-sociales, como p. ej.: W.
Zorn, «Wirtschafts-und sozialgeschichtliche Zusammenhánge der deutschen
Reichsgründungszeit 1850-1879» (1963) y K .E. Born, «Der soziale und
wirtschaftliche Strukturwandel Deutschlands am Ende des 19. Jahrhunderts»
(1963) en Wehler, Moderne deutsche Sozialgeschichte, p. 254-270, p. 271-284;
E. Weis, «Gesellschaftsstrukturen und Gesellschaftsentwicklung in der
frühen Neuzeit», en K. Bosl y E. Weis, Die Gesellschaft in Deutschland I.
Von der frankischen Zeit bis 1848, Munich, 1976, p. 131-287.

144
tario que permite concebir la vinculación y la autonomía real de
campos singulares de la realidad, con la reserva de un cierto pre­
dominio de la dimensión socioeconómica y permite identificar fac­
tores de cambio —si bien con frecuencia en forma no subiente -
mente operacionable y, con ello, examinable. Ofrece criterios para
la periodización y fundamentos para la comparación. Cuando se
lo aplica con la suficiente flexibilidad permite —como lo han de­
mostrado sobre todo los historiadores polacos— su enriquecimien­
to con planteamientos teóricos más especiales, por ejemplo, teo­
rías del crecimiento económico o del cambio demográfico^Como
se puede mostrar especialmente en la investigación germano-
oriental de la industrializacisón de los años 60 o en recientes in­
tentos de investigación histórico-social de grupos sociales, el mar­
co histórico-materialista ofrece un campo de acción bien limitado
para la crítica y revisión de resultados científicos especiales y para
el aprovechamiento de nuevos métodos empíricos 13*J Ciertamen­
te, aquí reside también una de las desventajas más sensibles del
planteamiento histórico-materialista, al menos en su cuño marxis-
ta-leninista, como de otras teorías amplias y establecidas de este
tipo, para el progreso del conocimiento empírico. Cuando una teo­
ría tal está demasiado aceptada y establecida, frena entonces —en
vez de fomentar— el interés en nuevas cuestiones, la curiosidad por
problemas de detalle, la prueba experimental de estrategias y mé­
todos no convencionales, pues a la luz de una teoría tal, la mayoría
de las preguntas parecen estar en cierto modo resueltas. Para poner
de nuevo en primera línea cuestiones dignas de ser indagadas, se
requiere, no en última instancia, el cuestionamiento crítico de
modelos establecidos de interpretación, o bien mediante la con-15

151. Cfr. los artículos de E. Engelberg, W. Küttler y G. Losek, H.P.


Kaeck y H. Zwahr en E. Engelberg (ed.), Probleme der marxistischen Geschichts-
u'issenschaft. Beitrdge zu ihrer Theorie und Methode, Berlín, (ed. en licencia de
Colonia), 1972. - J . Topolski, «Développement des études historiques en
Pologne 1945-1968» en La Pologne au XIIle Congres International des Sciences
Historique d Moscou, t. I, ed. por A. Wyczanski, Varsovia, 1970, p. 7-75.
Cfr. sobre la historia económica de la revolución industrial los trabajos de
H. Mottek y sus discípulos con cierta revisión de tesis antiguas de los histo­
riadores germano-orientales (datos en Kocka, «Marxistische Sozialgeschichte»
en Ludz, Soziologie, p. 498, 509).

145
frontación con nuevo material empírico o por contradicciones in­
ternas o bien mediante la competencia legítima de otras teorías.
Precisamente esto se vuelve difícil cuando una teoría tal está ple­
namente establecida o hasta institucionalizada políticamente,
como es el caso del materialismo histórico en la República Demo­
crática Alemana^Como se puede mostrar en la larga y directamen­
te programática desatención de la investigación social empírica en
algunos países socialistas o en los resultados del análisis de la re­
volución alemana del 48 por parte de algunos historiadores de la
República Democrática Alemana, la teoría ha repercutido aquí
como freno del conocimiento1521534. Para reducir este peligro se debe,
así parece, posibilitar el cuestionamiento radical de teorías y fo­
mentar la competencia entre diversos planteamientos teóricos1^ .
Un segundo problema de la aplicación de teorías en la inves­
tigación histórica puede igualmente ser analizado con el ejemplo
del materialismo histórico, aunque no se limite a éste y tampoco
parezca estar solucinado claramente en otras orientaciones. Un sis­
tema conceptual que surgió primero y ante todo como instrumen­
to y análisis de la sociedad burguesa sobre la base industrial-capi­
talista y, con ello, del contexto social de mediados del siglo X IX ,
fue en parte sistematizado ya por Marx y Engels y definitivamente
por Lenin y los historiadores marxistas-leninistas del presente con
el concepto de formaciones sociales económicas o socieconómicas
y entendido y utilizado como instrumentarlo para la investigación
de toda la historia universal15Y. N o es necesario sostener posiciones

152. Cfr. P.C. Ludz, «Soziologie und empirische Sozialforschung in der


D D R» en Studien und Materialien zur Soziologie der DDR, Colonia, 1964, p.
327-418; R. Ahlberg, Entwicklungsprobleme der empirischen Sozialforschung in
der UdSSR, Berlín, 1968. J . Kocka, «Preussischer Staat und Modernisierung
im Vormarz: Marxistisch-lenístische Interpretationen und ihre Probleme» en
II.-U . Wchler, ed., Sozialgeschichte heute. Es. f. H. Rosenberg, Gotinga, 1974,
p. 211-227; a. Dorpalen, «Die Revolución von 1848 in der Geschichtss-
chreibung der D D R », en HZ, t. 210, 1970, p. 324-368.
153. No se necesita detallar aquí el que esto presupone determinadas
garantías democrático-liberales en la sociedad y en el Estado. Sobre esto, cfr.
supra Cap. III, 1.
154. Cfr. MEW, t. 13, p. 8 ss; t. 27, p. 452; t. 13, p. 12; W .I.
Lenin, Werke, t. 1, Berlín, 19685, p. 131, 137; Eckermann y Mohr, p.
29-55.

146
neo-historicistas y exigir que las teorías utilizadas deban ser toma­
das, en la medida de lo posible, de la época para cuya investiga­
ción sirven155, para preguntar, sin embargo, hasta qué punto con­
ceptos y sistemas conceptuales, que posiblemente son correctos
con respecto a estructuras y procesos centrales de una sociedad in­
dustrializada, cuando se los aplica a sociedades preindustriales y
claramente diferentes en muchos aspectos, no resultan por cierto
«falsos» e inútiles, pero sí insuficientes pues sólo pueden explorar
una parte muy limitada, quizá sólo periférica, de aquella realidad
diferente^ Dicho concretamente: una teoría que, como producto
de un siglo industrial capitalista, se centra en impulsos, criterios
de estratificación y causas de conflictos socioeconómicos, ¿no corre
necesariamente el peligro de equivocarse con respecto a los impul­
sos centrales, a los criterios de estratificación y a las causas de con­
flictos cuando se la aplica al siglo XVI y con ello a la explicación
de conflictos que, en gran parte, estaban condicionados religiosa­
mente y no se agotaban en los aspectos socioeconómicos de los
conflictos?156. ¿No disminuiría radicalmente la fuerza explicativa
de una teoría tal si se la utilizara sin profundas modificaciones
para la exploración de sociedades menos desarrolladas en las que,
por ejemplo, apenas se encuentran diferencias económicas, pero sí
en cambio, grandes diferencias en la distribución política del po­
der?157

155. No sin limitaciones ha sostenido esta posición O. Brunner, (Land


und Herrschaft, Viena, 19655, p. 119, 163). También, del mismo autor, Nene
Wege, p. 64-79, y ver supra nota 9 6 .— Como Brunner mismo lo insinúa,
una opción metodológica tal corre el peligro de producir resultados que no
son significativos y en caso extremo no comprensibles dentro del estado de
la discusión, de los planteamientos y de las metas de conocimiento del pre­
sente, para el cual finalmente se investiga y se escribe. Se renuncia demasiado
fácilmente a las posibilidades de conocimiento que residen en la aplicación
de nuevas teorías y conceptos lejanos a las fuentes, en cuanto abren accesos
a una época que esta misma no conocía y tal vez no podía conocer. Sobre
esto: J . Kocka, «Theorien in der Praxis des Historikers», p. 81 ss., p. 182 s.
156. Cfr. R. Wohlfeil, (ed.), Reformaron odor friihbürgerliche Revolution? ,
Colonia, 1972; Th. Nipperdey, «Die Reformation ais Problem der marxistis-
chen Geschichtswissenschaft» en D. Geyer (ed.), Wissenschaft in kommunisti-
schen Lündem, Tubinga, 1967, p. 228-58.
157. Cfr. los resultados en M. Gluckmann, Custom and Conflict in Africa,
Glencoe, 1955, p. 34 s.- Una crítica semejante se podría hacer con mayor

147
(Aquí no se afirma que sea ilegítim a o inútil la aplicación de
teorías a realidades por investigar que se diferencian fuertemente
de la situación histórica de la génesis de aquellas teorías. Cuando,
por ejemplo, se trata primariamente del examen de la pretensión
de validez de determinadas teorías o de comparaciones históricas
amplias, esto sería insoslayable. Pero se puede conjeturar que, en
general, la fuerza exploradora y explicativa de las teorías disminu­
ye y necesita del complemento de modelos de explicación adicio­
nales en la medida en que aumenta la diferenecia cualitativa entre
la situación de génesis y el sustrato social de la teoría, por una
parte, y la realidad por investigar, por otra. Esta correlación pro­
bablemente se da más bien en el caso de teorías con un gran con­
tenido de datos de la realidad que en el de teorías sumamente
abstractas, pero éstas, debido a su mayor transponibilidad, pagan,
desde el principio, el precio de una más reducida manejabilidad^
Un segundo enfoque teórico amplio, utilizado en los últimos
años para el análisis de la historia alemana, escapa a esta proble­
mática de transferencia en cuanto pretende validez sólo para un
segmento histórico más reducido a partir de la industrialización.
Al mismo tiempo, ofrece para el lapso tratado por él un instru­
mentado conceptual mucho más fino y, a la vez, menos propicio
a la instrumentalización política que el materialismo histórico.
Sobre la base de trabajos de economistas anteriores (Spiethoff,
Kondratieff, Schumpeter), el estudio de Hans Rosenberg «Gran
depresión y época de Bismarck» ha propuesto un marco concep­
tual que, en principio, puede satisfacer las funciones que se esbo­
zaron más arriba158. Este planteamiento que, entre tanto, han hecho
suyo, desarrollado y aprovechado en diversos contextos varios au­

razón al intento de utilizar conceptos y teoremas de la teoría económica neo­


clásica para trazar el desarrollo del «mundo occidental» desde la Alta Edad
Media. Así D .C. North y R.P. Thomas, The Rise of the Western World. A
New Economic History, Londres, 1973.
158. H. Rosenberg, Grosse Depression und Bismarckzeit (1967), Francfort,
19762; cfr. también el «Vorbericht» de H. Rosenberg a la nueva edición de
su estudio Die Weltwirtschaflskrise 1857-1859, Gotinga, 1974, p. V-XXV
sobre la génesis de este planteamiento y especialmente XIII-XIV sobre la
denominación del período (mejor «gran deflación» que «gran depresión»)

148
tores 159, no es inconciliable con un planteamiento histórico-mate-
rialista aplicado flexiblemente. Tal planteamiento intenta vincular
las transformaciones en el ámbito social, político y cultural con
las «ondas largas» de la conyuntura económica, de manera tal que
pueden ser aprovechadas tanto como medio heurístico para la ar­
ticulación de la exposición, como también para ser investigadas
en relación con su significación causal para transformaciones no-
económicas (de las organizaciones de intereses, instituciones polí­
ticas, política exterior e interior, en parte también para las trans­
formaciones de las relaciones de clases y de las mentalidades colec­
tivas). Con ayuda del concepto de «capitalismo organizado» se in­
tentó extender este planteamiento, que fue probado primordial­
mente en el lapso de 1873 hasta mediados de los años 90, al pe­
ríodo, caracterizado preferentemente por los años de auge, desde
mediados de los años 90 hasta la Primera Guerra Mundial y más
allá de esa época160.

159- Cfr. H .-U. Wehler, Bismarck und der Imperialismus, Colonia,


19723; del mismo autor, «Probleme der modernen deutschen Wirtschafts-
geschichte» (ver nota 119, supra); J . Kocka, Uhternehmensvenvaltung und An-
gestelltenschaft am Beispiel Siemens 1847-1914, Stuttgart, 1964; H .A . Win-
kler, Mittelstand, Demokratie und Nationalsozialismus. Die politische Entwicklung
von Handiverk und Kleinhandel in der Weimarer Republik, Colonia, 1972, p. 44
s.-H. Matis, Ósterreichs Wirtschaft 1868-1913. Konjunkturelle Dynamik undge-
sellschaftlicher Wandel im Zeitalter Franz Josepbs I. Berlín, 1972.
160. Cfr. H .A. Winkler, (ed.), Organisierter Kapitalismus. V’oraussetzungen
und Anfdnge, Gotinga, 1974, p. 19-35 sobre la descripción del concepto con
referencias bibliográficas; también se dan algunos ejemplos de explicación.
Cfr., además, H. Laelble y H. Volkmann, «Konjunktur und Streik wáhrend
des Ueberganges zum Organisierten Kapitalismus» en Zs. f. Wirlschafts-und
Sozialwissenschaften, t. 42, 1972, p. 513-44; sobre la discusión en torno al
concepto ver, ante todo, la crítica de Feldman y Sellin en Winkler, Organi­
sierter Kapitalismus, p. 150-153, 84 s.; sobre esto Kocka, p. 29 s. (ver nota
4) y p. 32-34 (ver nota 21); además la discusión en H. Mommsen et all.
(ed.), lndustrielles System und politische Entwicklung in der Weimarer Republik,
Dusseldorf, 1974, p. 958 s., 962 s., 964 s., 979 s., 981 ss.— Cfr. también
el uso del concepto «capitalismo organizado» para la comparación internacio­
nal en H .-J. Puhle, Politische Agrarbewegtmgen in kapitalistischen Industriegesells-
chaften. Deutschland, USA und Frankreich im 20. Jahrhundert, Gotinga, 1975;
J . Kocka, Angestellte zwischen Faschismus und Demokratie. Zur politischen Sozial-
geschichte der Angestellten: USA 1890-1940 im internationalen Vegleich, Gotinga,
1977.

149
A quí hay que solucionar todavía una serie de problemas: aun­
que se acepte la existencia de «ondas largas» —a lo cual no están
dispuestos todos los economistas161— , la cuestión de sus causas es
evidentemente todavía oscura; la mayoría de los historiadores pre­
fiere investigar su decurso y sus consecuencias. Además, en la in­
vestigación empírica resulta extraordinariamente difícil identificar
y demostrar las mediaciones concretas y los contextos causales en­
tre determinados cambios económicos y determinados procesos so­
ciales o hasta decisiones políticas; es posible que en la búsqueda
de estos mecanismos de mediación se ponga de manifiesto que
cambios más breves y repentinos de conyuntura influyen en la
conciencia y en las acciones de los contemporáneos y consecuente­
mente en los cambios sociales y políticos más eficazmente que las
«ondas largas» de 20 o hasta 30 años; pero entonces, aquellos
cambios deberían ocupar en el aparato conceptual un lugar más
central que el que tienen por el momento. Finalmente, hay que
advertir que el concepto de «capitalismo organizado» no ha alcan­
zado la nitidez de demarcación que sería necesaria para describir
y explicar las diferencias del desarrollo hasta 1914/18, del desarro­
llo en la época de entreguerras y luego en el pasado inmediato
desde la Segunda Guerra Mundial; frecuentemente constituye más
bien un marco heurístico y una lista de las variables más impor­
tantes que una teoría histórico-social-total conclusa, si es que de
ésta se espera que contenga enunciados claros y verificables sobre
las relaciones causa-efecto en forma examinable.
Mientras más claramente se solucionen estos problemas, tanto
mejor podrá llevar a cabo este planteamiento una vinculación
plausible de campos de la realidad que, por lo demás, se presentan
como ligeramente heterogéneos, podrá proporcionar la base para
estudios comparativos de sociedades industriales desarrolladas, lla­
mar la atención sobre cuestiones más bien descuidadas y tematizar
el pasado reciente de una manera relevante para la teoría del pre­
sente.

161. Por ej. B. Saúl, Tbe Myth of the Great Depresszon 1873-1896, Lon­
dres, 1969; K. Borchardt, «Wirtschaftliches Wachstum und Wechsellagen
1800 bis 1914» en Aubin y Zorn (ed.), Handbuch der deutschen Wirtschafts-und
Sozialgescbichte, t. 2, p. 198-275, p. 208 s.

150
‘ Un tercer enfoque praticable de la teoría histórico-social se
centra en torno al concepto de «modernización»1621634. Explícita e
implícitamente se lo aplicó —en la tradición Marx, Max Weber
y Veblen— a la investigación del Imperio Alemán. La tesis de la
discrepancia entre modernidad económica y retraso parcial socio-
político cuenta, mientras tanto, con aceptación general; su fecun­
didad como punto de mira para investigaciones singulares no se
ha agotado en modo algunol6^ JP o r otra parte, los teoremas de la
modernización sirven para la exploración del nacionalsocialismo,
que puede ser interpretado entonces como condicionado por deter­
minados sedimentos de modernización o tradiciones premodernas,
perviventes en una sociedad por lo demás altamente desarrolladaj
Con ello se presenta el bosquejo de un análisis histórico-social del
nacionalsocialismo como una forma del fascismo, una interpreta­
ción que, al mismo tiempo, se deslinda claramente de la interpre­
tación tradicional, entre tanto demasiado controvetida, del Tercer
Reich con categorías del totalitarismo, y de la interpretación mar-
xista ortodoxa del fascismo como una consecuencia-surgida bajo
determinadas condiciones de crisis del sistema económico capita­
lista y del sistema burgués de sociedad161.

162. Exposición y crítica de los planteamientos teóricos en H.-U.


Wehler, Modernisierungstbeorie und Geschichte, Gotinga, 1975, (con bibliografía).
163. M. Weber, Gesammelte Politische Schriften, Tubinga, 19582, p. 1-25;
Th. Veblen, Imperial Germany and the Industrial llevolution (1915), Ann Arbor,
1966; R. Dahrendorf, Gesellschaft und Demokratie in Deutscbland, Munich,
19712; G.A. Ritter, Intro. a su Historiscbes Lesebuch 2, 1871-1914, Francfort,
1967; H .U . Wehler, Das Deutsche Kaiserreicb 1871-1918, Gotinga, 1973;
G.A. Ritter y J . Kocka, Deutsche Sozialgescbichte. Dokumente und Skizzen, t. 2;
1870-1914, Munich, 1974, p. 62-70.
164. Por otro lado, una tal interpretación histórico-social del fascismo pue­
de y debe asumir los resultados del planteamiento del totalitarismo e incluir y
ordenar la relación entre la crisis del sistema capitalista-burgués y el
fascismo ascendente. Cf. W. Sauer, «Das Problem des deutschen Nationals-
taats» en Wehler, Moderne deutsche Sozialgescbichte, p. 407-36; Sauer, «National
Socialism: Totalitarianism or Fascism?» en American Historical Reciew, t. 73,
1967/68, p. 404/424; H.A. Winkler, «Extremismus der Mitte?» en Viertelja-
hrcshefte f. Zeitgeschichte, t. 20, 1972, p. 175-191; del mismo autor Mittel-
stand; FI.-J. Puhle, Von der Agrarkrise zum Prdfaschismus, Wiesbaden, 1972;
J . Kocka, «Zur Problematik der Angestellten 1914-1933» en Mommsen, lndus-
trielles System, p. 792-810; Kocka, Angestellte zwischen Faschismus und Demokratie;

151
Partiendo de las hipótesis de Gerschenkron y Moore 165, este
planteamiento podría tal vez proporcionar la base para una síntesis
de la historia alemana, desde el Absolutismo hasta el presente,
desde una perspectiva internacionalmente comparativa. Mientras
la pregunta por las causas y consecuencias de la dictadura nacio­
nalsocialista se mantenga en el centro del interés de los historiado­
res y, al mismo tiempo, se sostenga la necesidad de interpretacio­
nes coherentemente histórico-sociales, un planteamiento tal tiene
la ventaja de que tematiza social-históricamente un problema cen­
tral y permite, al menos, solucionar en parte, algo que hasta ahora
ha sido tratado, ante todo desde la perspectiva de la historia del
espíritu o de la Constitución o de los partidos: es decir la pregun­
ta por la tesis de la «vía especial alemana» que puede ser temati-
zada y examinada en este marco con categorías de estructuras y
procesos sociales, de relaciones de clases y modelos de movilidad
social, de modelos de conducta y mentalidades colectivas, desde
una perspectiva necesariament comparativa.
/ Por otra parte, no se pueden pasar por alto las desventajas del
teorema de la modernización. Un problema capital reside en el
hecho de que es mucho más fácil llegar a un acuerdo sobre los
criterios de la modernidad en la esfera económica que con relación
al cambio social y p olíticoj Casi siempre de modo inconsciente,
mucho historiadores y científicos sociales se han guiado por el mo­
delo angloamericano de una forma de sociedad relativamente de-
mocrático-liberal con un sistema de gobierno representativo y lo
han utilizado como pauta de modernidad, cuando interpretan es­
pecificidades del desarrollo en Alemania como pre-modernas.
Aunque se simpatice con juicios político-normativos implícitos,
será necesario enfrentarse críticamente la impulcritud metodológi­
ca que encierra este procedimiento. Dicho de otra manera: cuando
los historiadores hablan de los «reproches» a la sociedad guiller­

H .A. Turner, Faschismus urtd Kapitalismus in Deutschland, Gotinga, 1972; H.


Matzerath y H. Volkmann, «Modernisierungstheorie und Nationalsozialis-
mus» en Kocka, Theorien in der Praxis des Historikes, p. 86-116 (con discu­
sión).
165. Gerschenkron, Economic Backwardness; B. Moore J r ., Social Origins
of Dictatorship and Democracy, Boston, 1966.

152
mina, de la discrepancia entre modernidad económica y retraso
socio-político, implican o suponen entonces que determinados
cambios sociales y políticos de tipo democrático-liberal acompa­
ñan a la industrilización (o propiamente: ¿deberían acompañarla?)
y que Alemania, por lo tanto, constituyó una desviación de lo
normalmente esperable (¿o de la norma deseada?). Pero, ¿cuál es
la base de esta suposición? Seguramente no se podrá demostrar
empíricamente como necesaria o probable la sincronización entre
industrialización y democratización liberal. El poner de manifiesto
el contenido normativo de tales planteamientos que se esconde
vergonzosamente tras el concepto analíticamente sonoro de «m o­
dernización» no implica necesariamente un rechazo incondiciona­
do de tales teorías; de allí resulta más bien la necesidad de hacer
explícita la orientación hacia el modelo de desarrollo relativamen­
te democrático-liberal («occidental») como pauta de comparación
y fundamentarlo mediante la ponderación comparativa de sus cos­
tos y posibilidades, de sus sacrificios y progresos con respecto a
determinados puntos de mira normativos, sobre los que hay que
ponerse en claro. Si esto lo logra el respectivo autor y su grupo
de referencia en un discurso más o menos racional —y el que ello
se logre no parece ni evidente ni imposible— podría entonces fun­
damentarse desde esta base, que se atiene a dimensiones normati­
vas prácticas, la aplicabilidad y el provecho de los conceptos, ca­
tegorías y modelos desarrollados por muchos teóricos de la moder­
nización166.
Seguramente existen otras posibilidades, a más de las del ma­
terialismo histórico, del enfoque de las «ondas largas» y de la teo­
ría de la modernización. A sí, se podría intentar colocar a las cau­
sas, mecanismos, aspectos y consecuencias de la desigualdad social
en el centro de un planteamiento histórico-social y desarrollar des­

166. Sobre esto y otras debilidades reparables de los teoremas de la mo­


dernización y sobre su grave inconveniente de no poder identificar general­
mente las causas del cambio, cfr. Wehler, Mockrnisierungstheorie y D.C.
Tipps, «Modernization Theory and the Study of National Societies: A Criti-
cal Perspective» en Comparative Studies in Society and History, t. 15, 1973, p.
199-226; P. Flora, Modernisierungsforschiing. Zur empirischen Analyse der gesells-
chafllichen Entwicklung, Opladen, 1974.

153
de allí un sistema de categorías que permitiese tematizar, descri­
bir, vincular y analizar un gran número de campos de la vida y
de la acción: desde la reproducción física y las transformaciones
demográficas, pasando por relaciones de dominio y dependencia
en la economía y en el mundo del trabajo, por estructuras y pro­
cesos sociales y sociopsicológicos del más diverso género (estructu­
ra familar, procesos de socialización, lenguaje, mentalidades colec­
tivas, conducta en el tiempo libre, la vida en las asociaciones,
etc.), por la participación (activa y pasiva) en el dominio político
y en el proceso político, hasta los desarrollos artísticos, religiosos
y científicos. A sí se podría analizar un gran número de fenómenos
históricos en el contexto y en el cambio, y ciertamente siempre
desde el punto de vista de las diferencias y semejanzas específicas
de los estratos167. Cada una de los enfoques teóricos expuestos po­
see, en principio, flexibilidad suficiente como para ser enriquecido
en el análisis histórico concreto con otros elementos de los otros
y por modelos de explicación adicionales. En principio, cada uno
de ellos puede ser aplicado idealtípicamente168.

c) T anas y problemas

^Aun cuando los argumentos fundamentales aquí sostenidos


—deseabilidad de una síntesis histórica que trabaje con teorías lle­
nas de contenido y superioridad de un marco histórico-social frente
a un marco guiado por la política, las ideas, las personas o los acon­
tecimientos— fueran convincentes, con ello se plantearían más pre­
guntas que respuestas, más problemas que soluciones^ Por lo que
toca a la nitidez definitoria y a la fundamentación teórica del con­

1Ó7. Sobre esto, las observaciones provisionales en Kocka, «Theorien in


der Sozial-und Gesellschaftsgeschichte. Vorschlage zur historischen Schich-
tungsanalyse» en GG , año, 1, 1975, p. 32-34.- También el planteamiento
de la protoindustrialización, tal como ha sido propuesto especialmente por
Medick, contiene elementos importantes de una teoría social-histórica. Ver
supra notas 121 y 122.
168. Sobre el aprovechamiento ideal-típico de teorías ver supra en este
Cap. II, 5 a).

154
cepto de historia de la sociedad aquí propuesto, hay que decir que
aún es mucho lo que queda pendiente. Por lo que respecta a su
realización con ayuda de determinadas teorías histórico-sociales y,
con mayor razón, con respecto a su cumplimiento empírico nece­
sario, la mayor parte del trabajo está aún por hacer. Finalmente
han de mencionarse dos desiderata que se pueden solucionar mejor
dentro de un planteamiento histórico-social que fuera de él.
Las grandes lagunas que caracterizan el estado de la investiga­
ción histórico-social (en sentido estricto) en la República Federal
de Alemania169, se podrían reducir y cerrar dentro de plantea­
mientos abarcadores histórico-sociales. Dentro de éstos, las estruc­
turas y procesos sociales en sentido estricto descuidados en parte
hasta ahora tales como las mentalidades colectivas, los modelos de
conducta, la estructura familar, los procesoso de socialización,
movilidad, las protestas colectivas, las profesionalizaciones, etc.
podrían ser tematizados de tal manera que no pasaran a segundo
término, como hasta ahora, detrás de la investigación de la polí­
tica y de la economía, pero, al mismo tiempo, de modo tal que
no se eliminasen o pasasen por alto sus conexiones con la economís
y la política. Por el hecho de que la historia social (en sentido
estricto) se practique como parte y elemento de un contexto de
interpretación histórico-social, debería lograrse el fomento de la
ocupación con campos intermedios muy poco investigados entre
la economía y la política —en investigaciones especiales intensas
y, ya por motivos de fuentes, primeramente con limitación local-
histórico-regional— sin reducirse a una «history of a people with
the politcs left out» (Trevelyan), criticada con razón como insú­
flente, y sin perder de vista las interdependencias con los procesos
económicos. A sí se podría reducir el peligro mencionado más arri­
ba de un anticuarianismo histórico-social.
Ciertamente es necesario que, en la selección o construcción
de teorías histórico-sociales, se tenga en cuenta si están en condi­
ciones de tematizar detallada y adecuadamente ese campo entre la
economía y la política (pero no desprendido de la economía y la
política). Los planteamientos histórico-sociales utilizados princi-

169. Cfr. supra Cap. II, 5, b)

155
pálmente hasta ahora por los historiadores alemanes han tomado
más en cuenta la esfera política, los desarrollos económicos y las
interdependencias entre economía y política mediadas por intere­
ses, que las estructuras y procesos sociales en sentido estricto. H a­
bría que desarrollar en mayor medida categorías, teorías y plan­
teamientos que permitan e impulsen la investigación en estos
campos, dentro de los cuales ocurrió y se decidió tanta vida, y
por cierto que por derecho propio, por así decirlo; no sólo como
presupuesto de transformaciones políticas, si bien no haciendo
caso omiso de la dimensión político-estatal; y tampoco como sim ­
ple apéndice del desarrollo económico, si bien no excluyendo la
dimensión económica170.
/~~Por otra parte, se podría analizar el muy difícil problema de
la mediación entre fenómenos económicos, sociales, políticos y
culturales o ideológicos —es decir también: el problema de la me­
diación entre los objetos y problemas de una historia social (en
sentido estricto) o historia social y económica, que se está diferen­
ciando crecientemente en direcciones especiales relativamente in­
dependientes, y los objetos y problemas de una historia política
que de igual manera se diferencia crecientemente— dentro de un
planteamiento total histórico-social17iy A q u í hay que partir segu­
ramente de la autonomía relativa, generalmente existente, históri­
camente variable y empíricamente investigable según sus tipo y
medida, y de la no derivabilidad recíproca de los sistemas especia­
les singulares (del político frente al económico); también hay que
partir de la existencia de un contexto total que no es tan denso

170. Sería del codo posible tematizar aquel variado campo entre econo­
mía y política dentro de los planteamientos teóricos histórico-sociales men­
cionados; especialmente esto podría aplicarse a un planteamiento centrado en
la pregunta por las causas, los aspectos y las consecuencias de la desigualdad
social. Una de las ventajas del planteamiento de la protoindustrialización
consiste en que permite tematizar y relacionar factores económicos, demográ­
ficos, de la estructura de la familia, sociopsicológicos y sociopolíticos (los
últimos hasta ahora sólo en comienzos).
171. De esta problemática de mediación se trata en las propuestas de
Hillgruber, p. 532-46 esp. 544, lo mismo que en la crítica y las propuestas
de Wehler, Mncierne Politikgeschicbte, p. 349-69 y en Schmidt, p. 30 ss., p.
43 ss.

156
como para que la transformación de un elemento ocasione necesa-
rimente la transformación de los otros, pero que está lo suficiente­
mente integrado como para que la investigación de un campo es­
pecial no sea posible sin la inclusión perspectivista de otros aspec­
tos relevantes. Como consecuencia de la argumentación presentada
aquí —y en el marco del planteamiento propuesto — habría que
partir, en la alusión o en el análisis de este contexto total, de la
sospecha —que guía la elección de conceptos y perspectiva— de
una mayor relevancia de la dimensión social (en sentido estric­
to)172 que, aunque es general, no siempre se abre paso en muchos
campos especiales. Esto no significa, en modo alguno, afirmar la
deductibilidad íntegra de la política exterior a partir de la política
interna y de los procesos políticos de decisión a partir de los inte­
reses particulares socioeconómicos de grupos poderosos o de inte­
reses en la conservación del sistema; esto no significa negar la exis­
tencia de campo de acción de la decisión, la acción o los aconteci­
mientos o negar la significación y el poder de influencia relativa­
mente autónomos de modelos de percepción que no se agotan
completamente en sus condiciones socioeconómicas, o de las aún
existentes tradiciones y motivaciones políticas de quienes toman
las decisiones políticas. Cómo decurren en el caso especial las rela­
ciones causales casi siempre recíprocas, cómo han de ponderarse los
factores singulares, cómo se transforma y por qué esta ponderación:
esto no se puede predecir desde la concepción histórico-social total;
en cada caso especial —lo que es más que difícil y muchas veces
has£a quizá insoluble— ello debe investigarse empíricamente.
/ El punto de partida histórico-social que aquí se propone im­
plica de hecho que los conceptos claves, tales como industrializa­
ción y cambio social, pueden ser provechosos y centrales para ex­
plicar transformaciones a largo plazo en el sistema político —tam­
bién en el contenido, métodos y estilos de las relaciones interna­
cionales— y colocarlas en contextos más generales. La orientación
por una concepción fundamental histórico-social conduciría, por
ejemplo, a comprender la dinámica del sistema internacional de

172. Cfr. supra Cap. II, 2, a).

157
las potencias antes de 1914 en el horizonte y desde la perspectiva
de las transformaciosnes socioeconómicas, sociopolíticas y socio-
culturales que ocurrieron de modo típico en el interior de los
grandes Estados nacionales de aquel tiempo, que cooperaban y
disputaban entre sí, pero no, al revés, a indagar las transformacio­
nes económicas, sociales y de política interisor en la vía hacia el
capitalismo organizado, desde el sistema internacÍonal,7\ La
orientación por un planteamiento fundamental histórico-social po­
dría influir no tanto en la solución de los problemas singulares,
en el descubrimiento de contextos causales singulares, cuanto en
la elección y formulación de los problemas, en la elección de los
conceptos y en la incorporación del problema especial solucionado
en un horizonte más amplio.
f Lo que importa no es que la disciplina especial historia social
«acapare» la disciplina especial historia política o al revés; ni ésta
debe prestar «servicios de enlace y complemento» a aquélla, ni al
revés173174. La independencia relativa de las dos disciplinas especiales
resulta, ante todo, de la autonomía relativa de los fenómenos es­
peciales investigados respectivamente por ellas dentro del sistema
total histórico-social, como así también de la necesidad de espe-
ciaiización en tanto condición del progreso de la ciencia actual;
ella no surge de una diversidad básica en el modo de consideración
y en los métodos, pues no existe tal diversidad. El descuido del
campo social y económico durante tanto tiempo predominante no
debe ser sustituido en modo alguno por un descuido del campo
político-estatal; tampoco existe este peligro en la República Fede­
ral de Alemania./
Pero no baSta la garantía recíproca de relativa independencia.
El problema de la mediación, de los «puentes», de la cooperación
entre las disciplinas especiales y del contexto de sus objetos se
plantea no sólo teóricamente, sino siempre de nuevo en la inves­
tigación de problemas especiales relativamente limitados. Cómo
están relacionados, por ejemplo, el movimiento coyuntural en dos
decenios, las disposiciones variables del comportamiento en

173. Esto se refiere a enunciados contrarios a Hillgruber, p. 534 y 546.


174. Conceptos en Schmidt, p. 34.

158
determinados grupos, determinados intereses y organizaciones de
intereses, la eficacia de las instituciones constitucionales y deter­
minadas decisiones políticas, es un problema que se extiende a
través de los campos de objetos de la historia económica, de la
historia social y de la historia política. Con mayor razón cabe de­
cir esto para todo intento de una historia total de un lapso. Los
resultados, en parte muy avanzados, de las disciplinas especiales
deben ser colocados urgentemente en relación mutua. Es indiscu­
tible que para estas mediaciones —que en sus detalles resultan
diferentes desde luego según el objeto, los conceptos aplicados y
los cuestionamientos— se requieren perspectivas, marcos de refe­
rencia y teorías am plias175. El que tales mediaciones se pueden

175. Alguna crítica al planteamiento propuesto aquí no reflexiona sufi­


cientemente sobre esta necesidad, ciertamente también sin discutirla con fun­
damentos. Esto cabe decir de la suscitante y fina crítica de K .-G . Faber en
History and Theory, t. 16, 1977, p. 51-66, esp. 56-61. Faber no se enfrenta
al hecho de que la necesidad de la mediación de distintos campos de objetos
y de resultados especiales resulta, a más tardar, en el intento de una exposi­
ción total, pero en verdad ya para el estudio especial; y que la clasificación
que él no considera supérflua —y con ello la captación adecuada del objeto
respectivo de investigación y de los resultados parciales— requiere un concep­
to, si bien perspectivista, del todo que naturalmente no se puede sustraer a
la discusión pública (es decir también: a la confrontación y a la competencia
con alternativas, que ojalá se ofrezcan pronto) y que debe ser revisable y mo-
dificable con argumentos. Sobre esto, en principio, ver mis explicaciones su-
pra Cap. I, 2 b) y Cap. II, 6, a). Él supone más bien que la anticipación
del todo no sólo es imposible sino, en principio, ilegítima y, ante todo, in­
necesaria. Con ello subestima la lógica de pasos importantes e irrenunciables
del trabajo histórico y renuncia a someter al foro de la discusión y la crítica
racionales la anticipación del todo, que empero tiene lugar en muchos traba­
jos historiográficos (si quieren evitar el tratamiento negativo-aislante de su
objeto y el peligro de la reconstrucción fragmentarizante de la realidad), aun­
que por regla general dicha anticipación ocurre de modo implícito e incon­
trolable. Con ello, Faber no se enfrenta al problema que le sirve como razón
de ser a sus reflexiones críticas, sin demostrar que es un problema aparente
o sin solucionarlo de otro modo. He begs the question. Esto cabe decir con
mayor razón de la crítica de K. Hildebrand a las opiniones de Wehler sobre
la relación entre historia social e historia política dentro de un contexto am­
plio histórico-social (H Z , t. 223, 1976, p. 328-57). La crítica de Flilde-
brand resulta irritante no sólo porque se defiende dispendiosamente de un
ataque a la historia política o a la historia de las relaciones internacionales

159
realizar hoy más fácilmente dentro de un planteamiento básico
histórico-social, independientemente de cómo se lo determine en
detalle, es la tesis capital de esta exposición que aquí se somete
a discusión.

que no existe, sino, ante todo, por el reproche no convincente de dogmatis­


mo —como precisamente Hildebrand debería saberlo— contra Wehler. Cfr.
Wehler, «Kritik und Kritische Antikritik» en HZ.

160
III ¿PARA QUÉ LA H ISTO RIA ?1

1. Condiciones históricas y actuales de la pregunta y posibles respuestas


a ella

En las reflexiones anteriores se hizo frecuente referencia a las


funciones (deseables) que la historiografía puede cumplir en la so­
ciedad actual para fundamentar enunciados sobre las propiedades

1. Las tesis siguientes son una versión levemente reelaborada de observa­


ciones que he presentado reiteradamente en los últimos años, últimamente
bajo el título «Gesellschaftliche Funktionen der Geschichtswissenschaft» en
W. Oelmüller (ed.) Wozu noch Geschichte?, Munich, 1977, p. 11-33.- Una
primera versión surgió en abril de 1969 en una discusión del Grupo de tra­
bajo de historia social moderna de Heidelberg. Cfr. W. Conze (ed. Theorie
der Geschichtswissenschaft und Praxis des Geschichtsunterrichts, Stuttgart, 1972,
p. 69 ss. A esta discusión debo muchas suscitaciones, lo mismo que a diver­
sas dilucidaciones de tiempos posteriores, especialmente: W. Mommsen, Die
Geschichtswissenschaft jenseits des Historismus, Dusseldorf, 1971; a unas jornadas
del Centro de investigación interdisciplinaria de la Universidad de Bielefeld,
1971.— Cfr. P. Bohning (ed.), Geschichte und Sozialwissenschaften. IhrVerhdlt-
nis im Lehrangebot der Universitat und Schule ( = 6 Nr. especial de Nene Sam-
tnlung), Gotinga, 1972; luego Th. Nipperdey, Gesellschaft, Kultur, Theorie
(«Über Relevanz»), Gotinga, 1976 (trad. castellana en «Estudios Alema­
nes», Barcelona, 1978), Sociedad, Cultura, Teoriaf lo mismo que a las discu­
siones en un grupo de trabajo dirigido por Jeismann en la Asociación de
historiadores, 1973/74. Cfr. «Funktion und Didaktik der Geschichte. Be-
gründung und Bcispiel eines Lehrplans für den Geschichtsunterricht» en: J .
Rohlfes y K .E. Jeismann (ed.) Geschichtsunterricht. Inkalte und Ziele. ( =
Beiheft zur GW U), Stuttgart, 1974, p. 106-193, esp. 113-123.

161
teóricas y metodológicas de la historiografía2. Reiteradamente tro­
pezó la argumentación del último capítulo con el hecho de que
el trabajo científico tiene presupuestos y enraizamientos prácticos,
sea como condición práctico-social de su posibilidad, sea como
base de referencia mediada por el mundo vital para los intereses
y puntos de vista que guían el conocimiento3. En las páginas si­
guientes habrá de discutirse sólo un aspecto de esta compleja rela­
ción entre teoría y praxis, es decir la pregunta frecuentemente
planteada acerca de las tareas y funciones sociales de la historiogra­
fía.
En el último decenio, la pregunta —frecuentemente bajo la
formulación significativamente defensiva, «¿para qué todavía his­
toria?»— ha sido discutida teniendo en cuenta desafíos especiales,
que deben ser explicitados desde el comienzo. Hasta hace poco,
la historiografía de la República Federal de Alemania se sentía en
la defensiva, y en parte, este sentimiento se mantiene aún. Las
prevenciones ante una progresiva «pérdida de la historia» —así
rezaba el título de un libro de Alfred Heuss ya en 1959— , las
quejas sobre la regresión de la conciencia histórica y del interés
público en la historia aumentaron en los años 60 y comienzos de
los 70. N o obstante haber sido al principio un tema primariamen­
te universitario, por el que se interesaba un puñado de historiado­
res con inclinación a teorizar, esta problemática adquirió pronto
una serie de componentes prácticos que la colocaron en el centro
de la conciencia de una profesión que se sentía amenazada. Había,
ante todo, la tendencia de no pocas administraciones de la cultura
a reducir radicalmente la participación de la disciplina «H istoria»
en los planes de estudio de la enseñanza secundaria en aras de la
nueva materia de integración «Ciencia social» (llamada también
«Política», «Teoría de la sociedad» o de otra manera) o a fundir
la Historia (en todo caso en las clases superiores) con esta nueva
materia bajo la dirección de las ciencias sociales sistemáticas. Un
memorándum de la Asociación de Historiadores de Alemania dió
con razón la voz de alarma: «H a surgido una inseguridad conside-

2. Cfr. supra, Ii, 6, a).


3. Cfr. supra, I, 2, b); II, 5, a); II, 6, b); I, 1, c); I, 1, e); I, 1, f).

162
rabie, que habrá de aumentar, si a la larga se reduce en gran escala
no sólo porcentualmente el número de horas que corresponde a la
materia “Historia” y, con ello, la demanda de profesores secunda­
rios de historia» . N o sin razón se temió que los funcionarios de
la cultura y la enseñanza —que se creían progresistas— redujeran
la historia a la historia reciente y la degradasen en cierta forma a
la condición de sierva de las ciencias sociales sistemáticas. Retros­
pectivamente aparecen las controvertidas «Directrices generales de
Hesse» y los menos prominentes «Planes básicos educativos para
las escuelas integradas de Renania del Norte-Westfalia 1972/73»
como la culminacisón de esta tendencia45. Pero este viento anti-
historiográfico de los ministerios no ha cesado del todo y, menos
aún ha cambiado de dirección.
También en la amplia opinión pública experimentó la Historia
un punto bajo en su apreciación. Un efecto impresionante tuvo la
queja pública de un exitoso manager industrial ante el hecho de
que en nuestras universidades existen centenares de historiadores
que se ocupan del pasado, pero ni una sola cátedra de futurolo-
gía6. Organos periodísticos, como el semanario Der Spiegel, o la
televisión informan sobre congresos de médicos y de sociólogos,
pero confían al diario «Frankfurter Ailgemeine Zeitung» y al Ter­
cer programa radial la información sobre congresos de historiado­
res y de profesores secundarios de Historia. En la República Fede­
ral de Alemania, cuando se trata de la formulación de la autocom-
prensión colectiva y de las perspectivas de transformaciones futu­
ras, las esperanzas del público intelectual no están depositadas la
historia; las ciencias sociales sistemáticas le han arrebatado en par­

4. «Geschichtswissenschaft und Geschichtsuntericht» en GW U , año 23,


1972, p. 4.
5. Cfr. K .-E .: Jeismann y E. Kosthorst, «Geschichte und Gesellschafts-
lehre» en GWU, año, 24, 1973, p. 261-288.- H. Hofíimann, «Der Ge-
schichtsunterricht in der Hessischen Rahmenrichtlinien» en, GWU, año 28,
1977, p. 17-35. E. Mack, Gérard et all., Zur Rolle der Geschichte in de Gese-
llschaftslehre: Das Beispiel der hessischen Richtlinien, Stuttgart, 1974.
6. Según Hermann Lübbe, «Der kulturelle und wissenschaftliche Ore
der Geschichtswissenschaft» en: R. Simon-Schaefer y W. Ch. Zimmerli
(ed.), Wissenschaftstheorie der Geisteswissenschaften. Konzeptionen, Vorschlage. Ent-
u'ürfe, Hamburgo, 1975, p. 132-140, esp. 153.

163
te su anteior jerarquía a la historiografía como medio científico o
semicientífico de orientación de los estratos cultos. Como lo
muestran las encuestas, el conocimiento sobre nuestra historia más
reciente es entre los jóvenes terriblemente reducido6*. El poder
público no se apoya mucho en una interpretación explícita de la
historia cuando formula exigencias a los ciudadanos ni se legitima
con ella frente a preguntas de los cuidadanos.
Pero, en los años más recientes, se muestran claras tendencias
contrarias. Libros históricos —como «Dioses, tumbas y eruditos»
o el «W allenstein» de Golo Mann y el «H itler» de Joachim
Fest— han ascendido a los primeros puestos de nuestras listas de
«bestsellers» y demuestran que la historia puede despertar gran
interés, también sin el vehículo de un compromiso directamente
político. Muchas editoriales han iniciado en el último tiempo co­
lecciones historiográficas, por cierto no sin antes haber examinado
cuidadosamente el mercado y su capacidad de aceptación de esta
literatura. El actual Presidente de la República Federal de Alema­
nia pronuncia discursos en favor de la unidad de una historia que
no quiere que se oculte a sus hijos; además, inauguró el Congreso
de Historiadores en Mannheim, en 1976, ¿cuándo ha ocurrido
algo semejante en un congreso de politólogos o de sociólogos?
Gustav Heinemann tenía ciertamente una relación crítica con la
Historia universitaria, pero abogó por la renovación historiografía
de la corriente liberal-democrática y revolucionaria de nuestra tra­
dición que, en su opinión, había sido desplazada a segundo plano;
fomentó una coincidencia histórica ilustrada como presupuesto de
una praxis racional7. El Museo romano germánico de Colonia y
en la 1977 Exposición Stauffer en Stuttgart, fueron y son estupen­
dos éxitos de público. ¿Y qué es la ola de nostalgia —que todavía
no se extingue, y que no se explica suficientemente por su prove­
cho comercial— sino un cierto enamoramiento de viejas épocas,
muchas veces un interés histórico frecuentemente ingenuo, culti­
vado narcisistamente, aconceptual y precrítico? Por lo demás,

6a. Cfr. «Bei Hitler war alies in Ortlnung» en Die 7eit, Nr. 18, 22. 4.
1977, p. 12. (Hamburgo).
7. Cfr. G .W . Heinemann, Prásidiale Reden, Francfort, 1975, p. 125-
74.

164
este interés no tiene que estar siempre ligado con la fuga del pre­
sente, como lo muestra el debate sobre la «calidad de vida», que
desde el Congreso del Sindicato del Metal de 1972, proporciona
el punto de cristalización para exigencias políticas decisivas con
dimensión de profundidad histórica. Hasta el cuestionamiento de
la enseñanza de la historia y de la historiografía por los autores
de los planes didácticos y de los políticos de la investigación en
los ministerios parece ya no ser tan vehemente como hace dos o
tres años; cierto es que también en este respecto, las burocracias
reaccionan con retardo a los tiempos cambiantes, y los impultos
de escepticismo frente a la historia de ayer signarán durante algún
tiempo las ordenanzas del mañana; los intentos —limitados no so­
lamente a la historiografía— de recortar las cuotas de formación
de profesores secundarios en las universidades, dificultan una vez
más la situación.
Sería muy prematuro hablar de un giro claro de tendencia en
favor de la historiografía. Pero la situación es, al menos, contra­
dictoria, la tendencia hacia la «pérdida de la historia» y hacia la
opresión de los historiadores es mucho menos clara de lo que hu­
biera podido pensarse hace aún algunos años. ¿Cómo se explican
estas tendencias y contratendencias y qué resulta de ellas para la
determinación de la función de la historiografía?
1. Como consecuencia de un aceleramiento progresivo de los
procesos de transformación de toda sociedad, es hoy más difícil
que antes realizar la autoubicación individual y colectiva mediante
la reflexión histórica y obtener del conocimiento del pasado un
saber práctico de orientación. Historia: magistra vitae —esta figu­
ra intelectual y, al mismo tiempo, este aprovechamiento de la his­
toria para el presente disminuyeron con el aceleramiento del cam­
bio histórico; retrocedieron en la medida en la que el respectivo
presente se presentó como algo nuevo, diverso de su pasado, cuyas
soluciones apenas podían servir por ello como modelos para los
problemas actuales. Por otra parte, justamente la experiencia de
transformaciones universales y veloces parece agudizar la necesidad
de medios adicionales de identificación, aumenta la busca de pun­
tos de mira y orientaciones y con ello también, entre otras cosas,
revitalizar el interés por la historia en un nuevo nivel.

165
2. La reflexión histórica sirvió en otro tiempo en gran medida
a los ideólogos, a los políticos y grupos de dominación para fun­
damentar el progreso relativo de su propia época y para justificar
las propias decisiones y acciones teniendo en cuenta el progreso
futuro y las futuras generaciones. La referencia a la crítica antici­
pada de los nietos, al progreso histórico y a la historia como juez
de las propias acciones jugó durante el siglo X IX en la retórica
de los ciudadanos conscientes de su clase un papel tan importante
como en la autocomprensión del naciente movimiento obrero y de
otros grupos. Este uso de la historia disminuyó en la medida en
la que la conciencia del progreso se transformó en duda en el pro­
greso y en la falta de perspectivas histórico-universales. Pero, en
la medida en que en los últimos años una amplia opinión pública
sometió a discusión alternativas y cuestiones prácticas de principio
y se produjo una politización relativamente fuerte de la conciencia
pública, se hizo cada vez más aguda la pregunta por la perspectiva
a largo plazo, por la proveniencia y la meta del propio grupo y
de la propia sociedad8. En realidad, la intensificación de la discu­
sión sobre reformas y la politización básica a finales de los años
60 y comienzos de los 70, hubiera debido conducir a una reacti­
vación del interés por la historia. El que tal no fuera el caso, el
que tal renovación del interés histórico —si de verdad lo hubo—
sólo se perfilara muy vacilantemente y en los tiempos más recien­
tes, se debe, en parte, a un tercer factor, esto es, a la peculiaridad
de la historiografía alemana misma.
3. El ascenso de la conciencia histórica y de la ciencia histó­
rica en el siglo X IX estuvo muy estrechamente vinculado con el
ascenso y el despliegue del Estado nacional. La reflexión histórica
sobre el pasado de la nación tuvo una función político-ideológica
extraordinariamente eficaz para la formación o para la poderosa au-
topresentación de los Estados nacionales. A este contexto debe la
historiografía una buena parte de su alto aprecio, de su fuerte fo­
mento público, pero también ciertas peculiaridades y debilidades
temáticas: una cierta orientación autoritario-estatal, la intensa

8. Cfr. W .J. Mommsen, «Die Geschichtswissenschaft in der modernen


Industriegesellschaft» en: Vkrteljahnhefte fiir Zeitgeschichte, t. 22, 1974, p.
1-17.

166
orientación por el Estado y la política y una cierta ceguera para
los procesos sociales y económicos, para los movimientos colecti­
vos y los conflictos sociales. La historiografía germano-occidental
conservó mucho tiempo después de 1945 este cuño tradicional;
dentro de este marco pudo contribuir en la época de la posguerra
al examen político-moral del reciente pasado. Pero contribuyó
poco a las nuevas discusiones —casi siempre acuñadas de modo
científico-social— sobre la ubicación del presente y sobre la praxis
política racional, tal como se llevaron a cabo desde la segunda m i­
tad de los años 60, primero en las universidades y luego ante un
público más amplio. Sólo paulatinamente y dentro de claros lím i­
tes, la historiografía en la República Federal de Alemania se ha
transformado en los últimos años: objetos y planteamientos histó-
rico-económicos complementaron crecientemente la antigua con­
cepción de la historia orientada estatalmente, la comprensión de
su significación de los cambios sociales se hizo un poco más per­
ceptible en la nueva historiografía, y se fomentó —y a veces se
realizó— la aplicación de métodos analíticos-científico-sociales
junto a los tradicionales métodos individualizadores. Sobre esto se
habló ya más arriba. Lo que importa es esto: así como la tradición
histórico-nacional, guiada estatalmente y socialmente ciega, de
nuestra historiografía redujo su relevancia para los nuevos procesos
colectivos de autocomprensión, así también el cambio interior va­
cilante y seguramente muy limitado de la historiografía en los úl­
timos años contribuye a que paulatinamente ella vuelva a tener
relevancia para la autocomprensión del público intelectual y para
la autoubicación del presente.
4. Por último, un factor más que explica la significación va­
riable de la historiografía en la República Federal de Alemania: las
rupturas en la historia alemana de este siglo, las rupturas en la tra­
dición nacional-estatal —dos guerras mundiales, una dictadura
fascista, un desastre, y todo esto en el horizonte de la experiencia
vital de una generación— han perturbado fuertemente la relación
de esta sociedad con su pasado y, con ello, a la historiografía, en
mucha mayor medida que en países como los Estados Unidos o
Suiza, con sus tradiciones nacionales relativamente intactas. Ju sta­
mente estas rupturas explican por qué la pérdida de función de la
historia, que en sí constituye un fenómeno internacional, fue es­

167
pecialmente notoria en la República Federal de Alemania. La fun­
ción social y política anteriormente tan central de la historiogra­
fía, la función político-nacional de integración, estaba profunda­
mente desacreditada, ya no se preguntaba especialmente por ella;
en cierto modo se había vuelto obsoleta. La inclinación a reprimir
lo más posible la carga desagradable del propio pasado estuvo am­
pliamente difundida en los dos primeros decenios de la posguerra;
casi siempre de modo inconsciente contribuyó a la desvalorización
de la historia. En la medida en que con una nueva generación se
vuelve posible una relación más desprevenida con el pasado, este
mecanismo de represión pierde eficacia, aunque por el momento
no se perfile un retorno a una concepción político-nacional de la
historia, en todo caso no en la República Federal de Alemania.
Habría que indicar otros factores, por ejemplo, el veloz ascen­
so de las ciencias sociales sistemáticas, pero quiero conformarme
con el esbozo de estas cuatro condiciones que explican la impor­
tancia cambiante de la historiografía en el presente, la pérdida de
función de la historia y las vacilantes tendencias contrarias com­
probables que, a mediano plazo, podrían conducir a una nueva
revaloración de la historia.
¿Qué significaron y significan estos cambios de la importancia
de la historia para el trabajo, las discusiones y la autocomprensión
del historiador? También sobre esto pueden hacerse aquí sólo unas
breves observaciones; no es posible elaborar una historia de la his­
toriografía de la República Federal de Alemania la luz de su sig­
nificación social.
Seguramente, el cuestionamiento de su profesión ha provocado
en no pocos historiadores universitarios un cierto endurecimiento,
sobre todo cuando a fines de años 60 y comienzos de los 70 la
radical crítica estudiantil, con sus formas de expresión muy anti­
científicas (para decirlo suavemente) dramatizó eficaz y muy rea­
listamente la difundida duda en el valor cultural y formativo de
la historia. De hecho, la juventud y el movimiento estudiantil en
las universidades no eximió a la historiografía y a sus representan­
tes. La pregunta por el sentido del ejercicio historiográfico, por
la relevancia de sus resultados, por los fundamentos y función del
estudio de la historia se planteó de modo más frecuente y acucioso
de lo que era grato a no pocos de los indagados; y la crítica polí­

168
tica a los profesores de historia —que, de hecho, no pertenecían
en su mayoría a la «vanguardia de izquierda» — se mezcló dema­
siado rápidamente con la crítica a las peculiaridades del conoci­
miento histórico, a su especial ización y a su meticulosidad que,
ante los ojos de sistemáticos impetuosos, daba fácilmente la im­
presión de ser un trabajo de extremada exactitud. De entre los
atacados, no pocos que antes eran liberales se volvieron neoconser-
vadores que todavía quieren librar las batallas de ayer sin apreciar
suficientemente la veloz transfomación de la constelación actual y
tomar nota adecuadamente de los nuevos frentes en formación.
En suma, el cuestionamiento de la historiografía en los años
60 y 70 probablemente actuó sobre ella de manera suscitadora y
fecunda. Por una parte, como reacción al desafío, se estimuló
fuertemente, la discusión entre los historiadores sobre teoría y mé­
todos, sobre provecho y desventaja de la historia. La pregunta
«¿para qué aún la historia?» fue discutida muy pronto a alto nivel
y fue planteada en 1970 ante el foro del Congreso de Historiado­
res9. La teoría como arma de autodefensa contra los ataques de un
mundo circundante hostil —esto fue aceptado o, al menos tolera­
do hasta por la mayoría silenciosa del gremio, cuyo escepticismo
ante la teoría, sin duda alguna todavía existente, desde hacia
tiempo apenas se formulaba. Pero la discusión sobre la teoría lle­
vada a cabo por una minoría de historiadores no se agotó en esta
función, en parte estimulante; más bien proporcionó apreciables
resultados y perspectivas10, que no se hubieran elaborado apenas
sin aquel desafío que estimulara la autoreflexión.
También en otro respecto la pérdida de función y el descon­
cierto significaron nuevas posibilidades. Pues sacudieron la autose-
guridad de la pretensión de prodominio de algunos miembros de
la antigua «escuela» y abrieron la posibilidad de variados experi­
mentos. Aumentó la apertura frente a las suscitaciones de las cien­

9. Cfr. R. Koselleck, «Wozu noch Historie?» en HZ, t. 212, 1971, p.


1-18.
10. Como panorama sobre la discusión, cfr. K.-G . Faber, Tbeorie der
Geschicbtswissenschaft, Munich, 19743, esp. p. 221-48; ejemplo más reciente,
R. Koselleck, W .J. Mommsen, J . Rusen (ed.), Objektivitai und Parteilicbkeit
in der Geschichtsu’issenschaft, 1977.

169
cias sociales sistemáticas, y no es muy errado suponer que no po­
cos historiadores tomaron en cuenta — modificándolos para prove­
cho de su trabajo— , más resultados de los politólogos y de los
sociólogos de lo que al contrario fue y pudo ser el caso. Durante
un tiempo, ios paradigmas dominantes y sus defensores estuvieron
lo suficientemente desconcertados como para conceder mucho ma­
yor espacio relativo a los nuevos planteamientos del más diverso
género, que en los últimos 100 años11. A la tolerancia profesional-
interna —que aumentó durante un tiempo— correspondió una li­
beración considerable (no absoluta) de la historiografía germano-
occidental frente a las presiones extracientíficas: algo inimaginable
cuando los historiadores alemanes se encontraban en el centro del
reclamo público, por ejemplo en la discusión en torno a la forma­
ción del Estado nacional, al servicio de su autodespliegue y justi­
ficación o en la disputa sobre la cuestión de la culpa de la Primera
Guerra Mundial. Hay que pensar que la muy lamentada pérdida
de la función de la historiografía significó, al mismo tiempo, un
alivio y ofreció nuevas posibilidades de un nueva definición relati­
vamente libre y autocrítica.
A grandes líneas, esta situación continúa. Pero, en los últimos
dos años, se muestran algunas tendencias imprecisas hacia un nue­
vo endurecimiento, hacia la disminución del margen de toleran­
cia, hacia la merma del crédito que se está dispuesto a conceder
a los nuevos planteamientos, hacia la nueva acentuación de posi­
ciones conservadoras como reacción a todos los impulsos de movi­
miento de los últimos tiempos. Ahora resulta claro que no todos
los que durante años no contribuyeron a la discusión sobre la teo­
ría necesariamente callaron porque no tenían objeciones; se anun­
cian otra vez las voces de los escépticos y de los enemigos de la
teoría. Parece crecer de nuevo —o adquirir finalmente su formu­
lación— la desconfianza frente a la historia social o a la historia so­
cial y económica, desconfianza insensible ante la realización todavía

11. Cfr. el juicio sobre la historiografía de la época moderna en la Repú­


blica Federal de Alemania por el historiador norteamericano G .G . Iggers, en
su nuevo libro, New Directios in European Historiography, Mikkletown/Conn.,
1975, p. 80-122 en comparación con su juicio en The Germán Conception of
Htstory, 1968.

170
modesta de investigaciones histérico-sociales en la República Fe­
deral de Alemania, si se la compara internacionalmente (a diferen­
cia de las frecuentes y numerosas discusiones sobre la necesidad
de la historia social). Y , por último, algo que es especialemtne
importante en nuestro contexto: de la pregunta por la «relevan­
cia» de la historiografía se distancian, ironizando sobre sí mismos,
algunos de los que la siguen cultivando12. Otros rechazan la discu­
sión sobre la relevancia como superflua o le dan un sutil giro con­
servador13. Posiblemente exista una cierta relación entre esta nue­
va acentuación reactiva de posiciones conservadores y la paulatina­
mente emergente nueva seguridad y autosatisfación de los histo­
riadores germano-occidentales, así como el decreciente desafío ex­
terno.
Estos son, como se ha dicho, sólo desplazamientos de acentos,
y no es necesario dramatizarlos. Pero la situación surgida por ello
exige que en la reflexión sobre las funciones y tareas sociales de
la historiografía se considere como destinatario ya no primaria­
mente —como hasta ahora— a un amplio público, sino más fuer­
temente que hasta ahora a la propia profesión. Ciertamente sigue
siendo necesario— en vista de las corrientes historiófobas en cam­
pos importantes de la sociedad y de la política— llamar la aten­
ción sobre los beneficios que puede y debe aportar la historiografía
—y sólo ella— a un orden social democrático-liberal. Pero, al
mismo tiempo, es más importante exigir a los historiadores mis­
mos la reflexión sosbre esta función, a fin de facilitar una orienta­
ción a su propio trabajo y como presupuesto para que se obtengan
realmente estos beneficios.

12. Así Th. Nipperdey, «Wozu noch Geschichte?» en G .-K . Kalten-


brunner (ed.), Die Zukunft der Vergangenheit. Lebendige Geschichte -klagende His-
toriker, Munich, 1975, p. 37; cfr. también el tono conservador de la más
reciente «Erklárung des Verbandes der Historiker Deutschlands zum Stu-
dium des Fachs Geschichte an den Hochschulen» en GW U, año 27, 1976,
p. 223-25, 297-394, 566-69, sobre eso: J . Kocka, W .J. Mommsen, W.
Schieder y H .-U. Wehler, «Rückzug in den Traditionalismus» en GG, año
2, 1976, p. 537-44.
13. Cfr. G. Mann en Die Zeit, 13.10.1971, p. 58. Sobre la supuesta
«afinidad entre el historiador y el conservador», su «secreta conformidad»,
cfr. G .-K . Kaltenbrunner y P. Berglar en Kaltenbrunner, Die Zukunft der
Vergangenheit, p. 11 s., p. 71.

171
Nadie podrá poner en duda seriamente que la historiografía es
siempre también una manifestación social que, para su realización,
requiere instituciones y costos sociales, trabajo y sacrificios; esto
se muestra no solamente en la demanada —que ha de ser satisfe­
cha oficialmente— de medios de investigación y cátedras, sino
también en la exigencia a generaciones de jovenes — impuesta en
caso necesario con medios estatales coercitivos— de que dediquen
muchas horas de su tiempo al estudio de la historia, a costa nece­
sariamente de otros estudios y actividades posibles. Ahí no basta
llamar la atención sobre el propio peso de la historiografía. Ni
tampoco basta querer legitimarla sólo con la referencia a intereses
anticuarios y estéticos, al amor del investigador por la cosa mis­
ma, a la curiosidad histórica o al placer privado de la busca de la
verdad —aunque todo esto está en sí mismo indudablemente jus­
tificado y debería ser irrenunciable para la mayoría de los historia­
dores. Como institución social en competencia por la atención,
por los intereses y los medios públicos, la historiografía no sola­
mente debe tolerar la pregunta por sus rendimientos y funciones,
por su significación para la sociedad y los individuos, sino plan­
tearla ella misma, porque gracias a ello puede desarrollar o exami­
nar criterios que permitan discutir y colocar racionalmente las
prioridades en la enseñanza, la formación universitaria y la inves­
tigación. Hay que preguntar, pues, por las funciones sociales que
ejerce o que bajo determinadas circunstancias puede y debe ejercer
una historiografía cabalmente entendida; hay que preguntar por lo
que puede aportar concretamente la historia —y posiblemente sólo
ella— cuando se trata de proyectar maneras racionales de conviven­
cia humana, de elaborarlas, o también de conservarlas, y qué sig­
nifica esto para el modo cómo debería practicarse la historiografía.
La pregunta por las funciones de la historiografía y de la ense­
ñanza de la historia, por las cualificaciones que deben generar, tie­
ne una dimensión política, normativa; por eso, las respuestas es­
tán influidas necesariamente por convicciones políticas y por ello
son controvertibles dentro de ciertos límites. Pero el espectro de
las diversas y rivales respuestas a esta pregunta debe ser limitado,
si no han de vulnerarse los principios fundamentales de la ciencia
crítica y, con ello, de una enseñanza de la historia científicamente
fundamentada. Pues hay que considerar que la ciencia histórica

172
(como otras ciencias, especialmente las ciencias sociales y del espí­
ritu) está librada, a causa de sus principios estructurales y sus pre­
supuestos funcionales, a determinadas condiciones sociales y polí­
ticas reales sin las que no puede ser realizada. Entre los principios
del trabajo historiográfico se cuentan la discusión ilimitada y rela­
tivamente autónoma, el rechazo de enunciados, que empírica-ar-
gumentativamente, no están suficientemente fundamentados, la
disposición a la revisión (dado el caso, radical) de puntos de par­
tida precientíficos o de resultados científicos provisionales, en vis­
ta de una nueva evidencia o de argumentos más convincentes, la
pluralidad discursiva de planteamientos, preguntas, teorías y mé­
todos; y se cuenta también la racionalidad crítica, que en este sen­
tido no ha de desarrollarse más en este lugar1"1. Pero la realización
—aunque sólo sea tendencial— de tales principios exige un m íni­
mo de liberalidad y libertad de dominación, de legalidad constitu­
cional estatal y de ilustración dentro de la sociedad, de la que la
ciencia es parte e institución. Se puede mostrar fácilmente que en
los sistemas políticos en los que no se satisface o no satisfizo aquel
mínimo difícilmente formulable de modo general, en dictaduras
o sistemas autoritarios, la historiografía en tanto tal sufrió y sufre
perjuicios a causa de presiones e instrumentalizaciones extrañas a
la ciencia. Desde esta relación entre los principios estructurales
irrenunciables de la historiografía y sus presupuestos funcionales
en la realidad político-social, se pueden definir —si bien sólo con
gran generalidad— metas y normas que la historiografía sólo pue­
de vulnerar pagando el precio de su propio suicidio o al menos
daño que, además, coinciden al mismo tiempo con las exigencias
de nuestro orden constitucional y, en parte, hasta se pueden dedu­
cir de él y pueden servir como pauta para responder a la pregunta
por las funciones deseables de la historia. De estas metas forman
parte: el interés en la máxima libertad individual y colectiva, en
la democratización en el sentido de la supresión de toda domina­
ción supérflua dentro de las distintas relaciones sociales, de la so­
lución de conflictos sin violencia y lo más racionalmente posible,
la garantía de los derechos humanos y civiles, un público relativa-14

14. Cfr. supra I, 2, a).

173
mente emancipado, la ausencia creciente de la penuria, la disposi­
ción a la tolerancia y otras cosas más. Si se logra un consenso bá­
sico a partir de las razones aquí esbozadas para estas metas necesa­
riamente muy generales, se pueden inferir entonces (no íntegra y
rigurosamente) de estas metas funciones concretas, métodos y con­
tenidos de la historiografía y la enseñanza de la historia. Pero de
tales metas hay que eliminar de antemano algunas funciones ima­
ginables de la enseñanza de la historia: así, por ejemplo, la educa­
ción para una identificación emocional con contenidos que escapan
a la crítica histórica, la educación para la falta de crítica y para
la fobia contra argumentaciones de cualquier tipo, la educación
para la instigación demagógica, etc. La orientación por tales prin­
cipios generales también puede —si no determinar claramente—
al menos orientar y guiar la formulación de las funciones desables
de la historiografía.

2. Tareas y funciones sociales de la historiografía

Bajo estos presupuestos, la pregunta por las funciones que


debe cumplir el conocimiento histórico en la historiografía y en
la enseñanza de la historia para la sociedad y los individuos puede
y debe responderse en siete consideraciones.
1. El conocimiento histórico es indispensable para la com­
prensión, la explicación y, con ello, para el tratamiento práctico
cabal de fenómenos singulares del presente, porque descubre sus
causas históricas y su desarrollo. Basta tan sólo pensar en el anti­
semitismo moderno que, sin el conocimiento de sus muy remotas
condiciones genéticas y causas, en parte medievales, no puede ser
explicado a escolares y adultos, y que sin tal conocimiento no pue­
de ser combatido suficientemente con la ilustración práctica. O:
una actitud adecuada frente a la problemática de la existencia de
dos Estados alemanes sería imposible sin la comprensión de sus
condiciones genéticas. El conocimiento histórico de este tipo no
conduce naturalmente de modo necesario a una acción política ra­
cional, pero ésta supone a aquél necesariamente. Por lo tanto, la
investigación y la docencia históricas deben obtener su plantea­
miento de los problemas del presente e investigar el pasado como

174
fase previa del presente. Sin embargo, para captar lo tematizado,
concretamente y como parte constitutiva de su época, es decir,
también con distancia temporal, se requieren métodos y plantea­
mientos específicamente históricos, que no ofrecen tan fácilmente
otras ciencias sociales.
2. La ciencia histórica puede procurar, partiendo de campos de
objetos que no están demasiado «alejados» del presente —como
para que resulten demasiado diferentes— pero que están lo sufi­
cientemente «alejados» —como para evitar al ocuparse con pro­
blemas del presente reservas y obturaciones que surgen fácilmente
y dificultan la ilustración— categorías e intelecciones de carácter
modélico que pueden servir para el conocimiento y la orientación
en el presente social y político. Quien ha comprendido el vuelco
—facilitado por la ineficiencia y la frustración— de la democracia
participativa de «soviets» en la dominación autoritaria de las nue­
vas élites de la Unión Soviética después de 1917, la relación entre
la falta de reformas y los antagonismos agudizados en las naciones
que participaron en la guerra desde 1914 hasta 1918 o el mecanis­
mo de encubrimiento ideológico de intereses parciales en la agita­
ción de la Federación de agricultores, determinada por los grandes
propietarios agrícolas, en la Alemania de Guillermo II, se encon­
trará menos desvalido frente a los fenómenos actuales sin tener que
afirmar empero relaciones causales o equiparaciones. Algunas cate­
gorías centrales de los procesos políticos de decisión (tales como
el campo de acción y sus límites, los conflictos y coaliciones, la
calculabilidad y sus límites, la heterogeneidad de las metas y las
consecuencias accidentales, efectos a largo plazo, etc.) pueden ser
mostradas casi siempre mejor a través del análisis de casos de an­
tigua data porque los materiales (debido a la reducción de las ba­
rreras de mantenimiento del secreto) son más accesibles y porque
la perspectiva de futuro, los efectos y el contexto variado de los
procesos históricos de decisión que hay que tener en cuenta pue­
den ser comprendidos y demostrados cabalmente sólo desde una
cierta distancia.
3. Pese a la disminución —esbozada al comienzo— de la im­
portancia de los argumentos históricos en el presente, el recuerdo
histórico juega aún hoy —como en todas las culturas que conoce­
m os— un papel en la legitimación y estabilización de las relaciones

175
sociales y políticas de dominación, en la justificación de las deci­
siones políticas, en la defensa de la crítica y en la fundamentación
de la protesta. En parte se lo emplea muy conscientemente para
ello.
Cuán grande es la importancia que para la cohesión ideológi­
ca, para la conciencia del «nosotros» en los norteamericanos, tiene
el recuerdo cultivado públicamente de la guerra norteamericana
de la independencia es algo que se puso de manifiesto hace poco
en la celebración del bicentenario de los Estados Unidos. Quien
no siendo suizo pasa alguna vez el Io de agosto en Suiza tiene la
oportunidad de desarrollar, al menos, un sentimiento superficial
de lo que significa una tradición bastante inquebrantable, legen­
dariamente idealizada, para la autocompresión, en modo alguno
insignificante, de un pueblo en un día festivo.
También las grandes empresas de la economía privada conocen
el provecho de la historia estilizada para la cohesión ideológica de
su personal y para el cultivo de su imagen ante un gran público;
no en vano financian archivos y libros de homenaje. Muy cons­
cientemente y con grandes escuerzos financieros, se esfuerza el go­
bierno mexicano por el cultivo de tradiciones precolombinas para
contrarestar las fatales consecuencias socio-psicológicas de varios
siglos de dominación colonial. Los murales históricos llamativa­
mente modernos en los edificos públicos dan testimonio de ello,
lo mismo que la brillante dotación del Museo Antropológico de
la Ciudad de México, que contrasta curiosamente con la probreza
en los barrios bajos. En todos estos casos, la historia sirve como
instrumento para fines extracientíficos —políticos o económi­
cos— , para la integración, para la conservación y confirmación del
poder, en todos estos casos no se maneja la verdad histórica preci­
samente con remilgos.
Cada vez que los argumentos históricos, los mitos, los recuer­
dos y retazos de recuerdos semiconscientes e inaclarados juegan
un papel en la legitimación y justificación de las situaciones exis­
tentes y la autocomprensión colectiva allí aludida no se priva com­
pletamente de la dimensión histórica, la ocupación racional, ideo­
lógica, con la historia, lo mismo que la difusión de sus resultados
en la escuela y la publicística, cumple una función irremplazable.
Esta ocupación crítica del historiador tendrá, según los ca­

176
sos, resultados muy diferentes y en modo alguno debe trabajar en
la mera destrucción de las respectivas tradiciones. Pero debe ten­
der a su control racional, científico. Pues las tradiciones manipu­
ladas se convierten demasiado fácilmente en mitos y leyendas que
toman por su cuenta los interesados, amenazan al no conformista,
inmunizan ante la crítica, irracionalizan la vida pública y adoctri­
nan a los ciudadanos.
Desde luego, el historiador deberá realizar un esclarecimiento
realista mediante la investigación crítica de los movimientos de
protesta que argumentan históricamente; los resultados de esta in­
vestigación pueden, por cierto, variar. El papel que pueden jugar
los mitos históricos en las protestas políticas puede ser estudiado
no solamente en la «leyenda de la puñalada» y su aprovechamien­
to por parte de la derecha para criticar la República de Weimar,
sino también en los grupos de protestas de la República Federal
de Alemania en los últimos años: la crítica antiparlamentaria de
izquierdas y derechas invocó un modelo —en última instancia de­
formado— del inicial parlamentarismo burgués, con el que se m i­
dió su realidad actual y necesariamente se lo encontró demasiado
endeble. El slogan «el capitalismo conduce al fascismo» —que re­
produce muy abreviada y parcialmente la experiencia histórica—
encuentra en algunas partes de la retórica y la publicística de iz­
quierdas un aprovechamiento pegadizo y problemático. Todo esto
exige urgentemente una crítica histórica.
4. Mucho más difícil de comprender —pero extraordinaria­
mente importantes— son las funciones de una historiografía ca­
balmente entendida que habrá que discutir en los párrafos siguien­
tes: en cuanto ella muestra el presente social y político en su ser
devenido y con ello en su capacidad de cambio, es decir, en su
tranformabilidad básica, puede contribuir a generar una actitud
que acepte la realidad —que afrontamos masiva y forzosamente—
no en su aparente necesidad sino que la comprenda en el transfon­
do de sus posibilidades aprovechadas y omitidas, pasadas y quizá
aún existentes. A esta meta de «licuación» de la imagen de la rea­
lidad y al conocimiento de la variedad de las formas humanas de
existencia sirve también la mediación de la experiencia (secundaria)
del sorprendente «O tro»: en el sentido de un efecto de distancia-
miento, formas conclusas de la vida humana de épocas muy remo­

177
tas y mundos circundantes socio-culturales fuertemente divergen­
tes operan sobre el propio campo primario de experiencia. En este
contexto, la curiosidad histórica —a la que en modo alguno se le
debe negar su sentido inmanente— adquiere una importancia
emancipatoria adicional. A la luz de las alternativas históricas, la
realidad presente cae bajo la presión de legitimación y, en algunos
casos, tiene que asumir la discusión con la crítica que propicia la
transformación. Precisamente aquellas disciplinas históricas que
no obtienen sus planteamientos inmediatamente de problemas del
presente y que tratan fenómenos temporal y temáticamente aleja­
dos del presente (el medievalismo, la historia antigua, la historia
de cultura foráneas, por ejemplo) cumplen aquí un función impor­
tante y muy difícilmente sustituible. Mediante la introducción a
formas de existencia, estructuras y procesos remotos y distintos,
la comprensión de transformaciones que operan a largo plazo y
contribuyen así al autoconocimiento del presente de una manera
que le está negada en gran medida a las otras ciencias sociales.
5. Mediante la confrontación con el sorprendente «O tro» y la
explicación causal de fenómenos actuales a partir de sus causas his­
tóricas —como quizá también mediante la intelección del lejano
pasado de estructuras sociales relativamente duraderas, como con­
diciones persistentes de la acción humana— la historia puede,
además, contribuir de manera muy indirecta a la orientación de
los individuos y grupos en su presente. Aquí, la cultura histórica
acumula una reserva de conocimientos, nociones, experiencias,
motivaciones y normas, una pre- y autocompresión no formulada
completamente, pero individual y colectivamente importante, que
orienta actitudes y acciones de modo por cierto indirecto pero que
no puede ser producido y proyectado con miras a fines específicos
de orientación y acción. A quí se muestra muy claramente que, a
partir de sus funciones prácticas, la historia no puede ser instru-
mentalizada y reducida sólo a las necesidades actuales. Evidente­
mente sería ilusoria la exigencia de enseñar el decurso de «toda
la historia». La selección es necesaria y, justamente en la enseñan­
za secundaria, el tiempo es corto. Evidentemente se trata de tener
en cuenta debidamente, en la necesaria selección, los fines prácti­
cos del presente y por ello también — de acuerdo con las determi­
naciones de la función presentadas en 1., 2 ., y 3 .— conceder

178
una clara preponderancia a la historia, moderna y contemporánea
en los planes de enseñanza.
Con todo, al mismo tiempo, hay que atenerse a la meta de
más bien redescubrir lo sepultado que sepultar lo conocido y con
ello trabajar por la apertura lo más amplia posible de la conciencia
histórica. Pues ésta precisamente debe caracterizarse por un exce­
dente más allá de lo inmediatamente utilizable, de las necesidades
actuales, para que precisamente pueda jugar su papel muy media­
do como instancia de crítica y revisión frente a los paradigmas
dominantes de la acción política y social, pero también del pensa­
miento científico. En este senido, la utilidad racional de la cultura
histórica se basa, en parte, en su inutilidad inmediata. Justamente
en ello reside su relevancia.
6. Pese al hecho de que pueden tender sólo al conocimiento
selectivo, la investigación metódica y la enseñanza minuciosa de
la historia deben tomar en serio la variedad de los contextos de
condiciones dentro de la situación histórica y —pese a la necesaria
aplicación de métodos tipificadores y limitadamente generalizado-
res— investigar más intensamente que las ciencias sistemáticas ve­
cinas los fenómenos y constelaciones individuales. Por eso aquí
reside otro posible beneficio de la historia; ella puede, mejor que
las ciencias sociales sistemáticas, educar para el pensamiento con­
creto.
Indudablemente, aquí hay considerables peligros pues, con
demasiada frecuencia, el cauteloso querer entender la polícroma
diversidad se petrifica, en los historiadores, en inmovilidad con­
servadora, en renuncia afirmativa de la crítica. Frente a ello, el
pensamiento ahistórico cede fácilmente a la tentación «de la fór­
mula apresurada, de la ligera teoría de explicación del mundo, de
la demasido veloz reducción de la compleja realidad»15. En cam­
bio, la larga ocupación con la historia puede contrarrestar la incli­
nación cuasi pubertaria a pretender comprender la realidad simple­
mente bajo principios y proyectos de totalidad. Ella puede ayudar
a mediar intelecciones generales con lo individual concreto y con

15. Cfr. H .-U. Wehler, Geschichte ah Historische Soziahvissenschaft, Franc-


for, 1973, p. 22.

179
las situaciones concretas de decisión y a comprender que éstas se
caracterizan frecuentemente por ambivalencias difícilmente redu-
cibles y que requieren una diferenciación consciente, si no se las
quiere malinterpretar como simples casos.
La comprensión mediada históricamente de la ambigüedad de
la mayoría de las situaciones (que frecuentemente sólo se pueden
conocer realmente en la retrospectiva), de su multicausalidad e in­
terdependencia, de la relatividad de las perspectivas, del propio
peso del detalle y de las resistencias de la compleja realidad, puede
tal vez proteger, sin recaer en la exageración ideológica de lo in­
dividual, justamente criticada, de los proyectos tecnocráticos y de
la protesta radical contra la inoperancia o la desconsideración ofen­
siva. El que toda política que tiende a la tansformación es «un
intenso y lento taladrar de duras tablas con pasión y buen ojo a
la vez» (Marx Weber), es algo que puede hacer comprensible jun­
to a la propia experiencia práctica sobre todo la historia y, al mis­
mo tiempo, reducir con ello los peligros de una crítica total des-
proporcionalmenteutopica, por una parte, y la resignación que de
ello resulta fácilmente, por otra.
7. Finalmente queda por indicar otro beneficio más de la his­
toria, que por cierto no bastaría por si sólo para justificarla como
materia obligatoria. Se trata de la historia como ocupación «inú­
til», de ocio, como objeto de diversión y de esparcimento. En so­
ciedades en las que para muchos se convierte en problema cómo
pasar civilizadamente el tiempo libre, no debería colocarse preci­
samente en el centro este aspecto de la ocupación con la historia,
pero tampoco considerarlo como ínfimo. Hay formas más necias,
más perjudiciales y desagradables de pasar su tiempo libre que con
la lectura de un ibro de historia, aunque de ello no se sacara nada
en el sentido de las seis tesis mencionadas más arriba.
Como otros goces, alegrías y diversiones diferenciados, por lo
general hay que aprender a gozar con la historia antes de que se
la pueda experimentar como goce. Ciertamente habría que pre­
guntar por lo que los historiadores deberían hacer de modo dife­
rente para ofrecer mayor esparcimiento del que hoy es habitual en
nuestra ciencia, en vista de los principios (irrenunciables) de cien-
tificidad y especialización y en vista de las tendencias (laudables)
hacia una exposición teóricamente informada, conceptualmente
más rigurosa y metódicamente más difícil.

180
3. Formación de identidad y crítica

Conscientemente se renunció a calificar a la creación de la


identidad (de un idividuo, de un grupo o de una sociedad consigo
mismo) como otra función o hasta como la función propiamente
dicha de la historia, tal como entre tanto ocurre cada vez más fre­
cuentemente16. Esto puede no ser problemático cuando la busca
de la identidad no se concibe como contraposición a la crítica,
cuando la función identificante de la historia no se contrapone a
sus funciones críticas (aquí subrayadas), cuando más bien la auto-
distancia y las tensiones y conflictos consigo mismo y dentro de
sí mismo son entendidos como momentos constitutivos de la
identidad y ésta es interpretada como proceso de identificación
que permanentemente impulsa a sobrepasar cada estadio logrado,
tal como es el caso tanto en la filosofía de Hegel como en varios
planteamientos psicoanáliticos17. Cuando la creación de identidad
significa: Ser-uno-consigo-mismo —que implica ponderación re­
flexiva, elección y distancia, que se apropia permanentemente de
transformaciones y por ello es cambiable y, sin embargo, consis­
tente, alejada igualmente de la crítica y de la incapacidad de so­
lidaridad, diferencidada claramente de la acomodación unidimen­
sional a todo cambio y de rígidas represiones de transformaciones
no asimiladas, claramente delimitada del mundo circundante y a
la vez referida reiteradamente a él— entonces todas las funciones
de la historiografía expuestas pueden ser interpretadas como con­
tribuciones a la busca de identidad de individuos, grupos y socie­
dades en el médium de la ciencia; pero, ¿se ganaría por ello algo
de fuerza enunciativa?
Al revés, el uso de la palabra conduce muy fácilmente, cuando
no se la define, a malentedidos o a consecuencias afirmativas. Pues
hay —por ejemplo en el niño— tipos de formación de identdidad
que nada o poco tienen que ver con la reflexión y el control auto­
crítico, pero sí en cambio, mucho con el acostumbramiento y la

16. Cfr. Lübbe (nota 6); Nipperdey (n. 12), p. 55 s.


17. Cfr. J . Habermas, «Kónnen komplexe Gesellschaften eine vernünf-
tige Identitát ausbilden?» en Zur Rekonstruktion des Historischen Materialismus,
Francfort, 1976, p. 92-126.

181
manipulación; esto es necesario y aquí no se lo critica en modo
alguno, sólo que contradice profundamente los principios funda­
mentales de la ciencia, también de la historiografía. También hay
un significado de «identificación», de integración en lo dado pre­
viamente (a diferencia de la crítica y el conflicto) que denota el
establecimiento o la suposición de evidencias por medio de ejerci­
cio o imitación, pero no la identificación lo más posible controla­
da, suposición basada en motivos de lo que entonces ya no es evi­
dente18. La historia en el sentido de tradición pre-científica puede
ser de hecho un vehículo de tal establecimiento de identidad,
como se podría mostrar en la función de leyendas y mitos o tam­
bién en el uso de monumentos. Pero este concepto de identidad
contradice diametralmente los principios (arriba esbozados) de la
ciencia histórica, de la historiografía, y no se debería admitir en
absoluto que se la utilizara para ello. De hecho, a menudo no se
puede evitar la impresión de que las frases, cada más frecuentes,
sobre la función fundadora de identidad de la historia se relacio­
nen con las tendencias anti-críticas que se esbozaron más arriba
(Cap. I).
Evidentemente, la referencia emancipadora a la praxis, de la
historiografía que aquí se exige sólo puede ser mediata. Una refe­
rencia inmediata a la praxis dificultaría o imperdiría, por lo gene­
ral, su realización. La conversión directa de experiencia histórica
en directivas para la acción haría desaparecer los resultados del
Historicismo. La utilización del trabajo histórico-científico para
la preparación de acciones directas sería, además, un signo de una
relación irreflexiva entre teoría y praxis en la que la ciencia perde­
ría rápidamente, tanto desde el punto de vista de su contenido
como institucionalmente, su relativa independencia —que es lo
único que posibilita la crítica y la ilustración en el sentido exigido
aqu í— y la distancia frente a la discusión social y política, y,
además, rebasaría su mandato. Exigir la referencia a la praxis de
la historiografía en el sentido indicado aquí significa, al mismo
tiempo, rechazar su instrumentalización y su utilización política.
Pero por el momento este peligro no existe en la República Fede­
ral de Alemania.

18 Este significado no falta del todo en Nipperdey (nota 16), p. 55 a.

182
Al mismo tiempo, el concepto desarrollado aquí de una histo-
rigrafía comprometida prácticamente, se deslinda claramente de
concepciones que no están dispuestas a reconocer la historia —en
el sentido de un insuficiente punto de vista de 1‘art-pour-l‘art—
como lo fue y sigue siéndolo en tanto disciplina universitaria y
escolar una institución social con funciones sociales y políticas
identificables. Cerrar los ojos ante este contexto no significa libe­
rarse de él. Rechazar esta referencia a la praxis de la historiografía
como «politización» anticientífica no es solamente falso sino tam­
bién peligroso; fácilmente se podría mostrar cómo precisamente
en una ciencia que niega e ignora la referencia a la praxis y se
entiende a sí misma como apolítica, la «politización» entra por
la puerta de atrás. Más bien es urgentemente imprescindible refle­
xionar sobre el propio quehacer en la ivestigación y en la docencia
con vistas a tales funcions, y configurarlas y fundamentarlas cuan­
do de esas determinaciones de la función no se puede ni debe de­
ducir clara y nítidamente ninguna prioridad específica de la inves­
tigación. Esa referencia reflexiva y discursiva de la actividad cien­
tífica a funciones sociales no contradice en modo alguno —mien­
tras ella sea cosa del científico individual que ciertamente discu­
te— el principio garantizado de la libertad de la investigación y
la docencia. Ella pertenece más bien profundamente al concepto
de ciencia.

183
Colección
Estudios alemanes
Dirigida por: Ernesto Garzón Valdés
y Rafael Gutiérrez Girardot

La miseria de la teología Hans Albert


Problemas y figuras Richard Alewyn
Literatura y reflexión Beda Allemann
(2 vols.)

Estudios Éticos Karl Otto Apel


La teoría marxista del valor Werner Becker
Ensayos escogidos Gottfried Benn
Mandato moral y autonomía Rüdiger Bittner
Europa Occidental- Klaus Bodemer
América Latina
Controversias de historia Karl Dietrich Bracher
contemporánea
Nuevos caminos de la historia Otto Brunner
social y constitucional
Política y poder Hans Buccheim
Racionalidad crítica y política Heinrich Busshoff
Lenguaje, moral y moralidad Ingrid Craemer-Ruegenberg
¿Para qué la lírica hoy? Hilde Domin
Histórica: Lecciones sobre Johann Gustav Droysen
la enciclopedia
Protesta y promesa Wilhem Enrich
Sociedad tradicional Elisabeth Fehrenbach
y derecho moderno

Fenomenología Ferdinand Fellman.


y expresionismo
Condiciones de supervivencia Iring Fetscher
de la humanidad
La razón en la época Hans-Georg Gadamer
de la ciencia
Derecho y filosofía Ernesto Garzón Valdés
(compilador)

Moral y derecho Theodor Geiger


Teoría crítica Cari Friedrich Geyer
Entre el Poema del Mío Cid Wido Hempel
y Vicente Aleixandre
Feudalismo-Capitalismo Otto Hintze
Ensayos sobre narrativa Willi Hirdt
francesa contemporánea
Problemas de ética normativa Norbert Hoerster
Estrategias de lo humano Ottfried Hoffe
Estudios sobre la teoría Otfried Hoffe
del derecho y la justicia
Crítica de la razón científica Kurt Hübner
Filosofía práctica y teoría Friedrich Kambartel
constructiva de la ciencia (compilador)
Antropología filosófica y ética Wilhelm Kamlah
Filosofía del estado y criterios Hartmut Kliemt
de legitimidad
Las instituciones morales Hartmut Kliemt
Teología e ilustración Hans Joachim Krüger
Entre la epistemología Hans Lenk
y la ciencia social
Filosofía pragmática Hans Lenk
Tradición y antitradición Eberhard Leube
Filosofía práctica y teoría Hermán Lübbe
de la historia
Filosofía y política Otto Póggcler
en Heidegger
Filosofía analítica Friedrich Rapp
de la técnica
Metafísica y metapolítica Mandred Riedel
(2 vols.)

Subjetividad Joachim Ritter


La actualidad de la antigua Wolfgang Schadewaldt
Grecia
Retórica Helmut Schance (compilador)
Teoría y praxis de la literatura Manfred Schmeling
comparada
Razón y experiencia Gerherd Schmidt
Contribuciones a la lingüística Christian Schmitt
evolutiva
La filosofía de la historia Herbert Schnádelbach
después de Hegel
El intelectual y la política Rolf Schroers
Aprender de Europa Dieter Senghaas
Los artistas y la sociedad Alphons Silbermann y
René Kónig

Aspectos y problemas Josef Simón


de la filosofía del lenguaje
Creer, saber, conocer Wolfgang Stegmüller
Ensayos sobre política y Peter Waldmann
sociedad en América Latina
La cuestión de la identidad Werner Weidenfeld
Barthold G. Niebuhr. JJna Barthold C. Whitte
vida-entre la política y la
ciencia
Lengua culta, lengua literaria, Richard Baum
lengua escrita
Historia social Jurgen Kocka
Estudios de la filosofía Ulrích Klug
del derecho
Jürgen Kocka es profesor de Historia general
con especial consideración de la historia social
en la Universidad de Bielfeld. En los trabajos
publicados en este libro, Kocka expone su po­
sición epistemológico-metodológica: una acti­
tud equidistante del dogmatismo antiliberal y
del decisionismo incondicionado a partir de la
cual intenta definir la “objetividad” de la his­
toriografía. El concepto de historia social es
definido como historia de un ámbito parcial
(como “ciencia sectorial”) y como enfoque
histórico-social de la historia general
(“historia de la sociedad”). El rendimiento y
los límites de teorías amplias para el análisis
de las sociedades son estudiados sobre la base
de la consideración del materialismo histórico
y de las teorías de la modernización. Un ensa­
yo acerca del sentido de la ciencia de la histo­
ria completa esta selección.
Jürgen Kocka es autor de numerosos libros
sobre temas tales como la relación entre capi­
talismo y burocracia en el proceso de indus­
trialización alemán, la situación de los em­
pleados públicos en el fascismo y en la demo­
cracia, el trabajo asalariado y la formación de
clases en Alemania durante el período 1800-
1875.

ISBN 84-7668-262-X

9 788476 682623

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