Parker señala que a pesar de las condiciones económicas relativamente deprimidas del siglo XVII, el
comercio marítimo continuó expandiéndose, aunque con más vacilaciones que en los cien años previos.
Sostiene que sí hizo referencia a los procesos de expropiación del campesinado y la concentración de
tierras en manos de una burguesía tanto rural como urbana.
Parker sostiene que la presentación caricaturesca de su punto de vista, es donde Heller se equivoca. Si
uno asume, como Heller parece hacer, que para definir a una clase alcanza con establecer una relación
común con los medios de producción, entonces cabría decir que tanto los mercaderes como los
arrendatarios formaban dos clases diferentes, claramente identificables en función de su mera
existencia. Pero ello resulta claramente inadecuado si deseamos ser más precisos, tanto respecto del
progreso de la burguesía como del alcance del desarrollo capitalista. La pregunta clave es qué le
sucedió a la burguesía en el siglo XVII, qué papel tuvo en la formación del Estado absoluto y qué
méritos existen en la visión de Engels sobre una monarquía capaz de lograr una cierta independencia
porque la burguesía le ofrecía un contrapeso respecto de la nobleza tradicional. Es allí donde Heller y
Parker concuerdan tanto en la situación de retirada de la burguesía, como en que sus elementos más
avanzados fueron cooptados por el Estado.
Sin embargo, Parker señala más estrategias empleadas por la monarquía para restaurar su régimen:
intervención militar y política directa, presión fiscal, venta de cargos a gran escala. Aquí nuevamente
parecieran coincidir Parker y Heller, ya que este último destaca la derivación de capital productivo, así
como la incapacidad de la burguesía de resistir este canto de sirenas. Ahora, justamente la incapacidad
de coordinación de respuestas de la burguesía, revelan el bajo nivel de integración económica y la
fragmentación de las instituciones políticas de Francia. La primacía de los intereses locales, sumado al
freno del empuje capitalista del siglo XVI, obstaculizaron la formación de una clase burguesa con un
claro sentido de su propia identidad. En este sentido, la burguesía de La Rochelle es un ejemplo de
movimiento claramente local y aislado, y su burguesía no formaba una clase cohesionada.
Parker sí sostiene la idea del empuje burgués del siglo XVI, a pesar que Heller considera que éste la
niega. Señala al respecto que en la discusión de Turquet de Mayerner y su La Monarchie
aristodémocratique publicada en 1611, reconoce sin dudas el significado y relevancia del texto.
El “tour de force hegemónico” que Parker discute a continuación, gracias al que la nobleza recupera la
iniciativa y dominio ideológicos, es lo que Heller llama “guerra de clases desde arriba”, puesto que
Parker remarca que para una guerra de clases se requiere de la existencia de dos bandos. En este
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sentido, señala que las oligarquías urbanas se mostraron cada vez menos dispuestas a unirse a nobles
disidentes, artesanos y campesinos en las endémicas resistencias a la Corona. Aquí Heller se muestra
incapaz de ofrecer solidas referencias a una burguesía rebelde, y termina por reconocer que la
participación de dicha clase en los levantamientos populares no es un ítem apropiado para pedir la
existencia o intensidad del conflicto de clases.
Por comparación con el siglo XVII, el siglo XVIII aparece como un período económico mucho más
dinámico. Está claro que en el siglo XVIII existió crecimiento económico, aun cuando la relación entre
este último y la Revolución lejos está de ser un debate superado. La cuestión afín de si una clase
burguesa hizo la Revolución en 1789 continúa siendo profundamente complicada. Incluso hasta el
final, la burguesía aspiró a unirse a la nobleza más que a destruirla, mientras que el régimen de
propiedad feudal fue abolido sólo bajo la presión de un insurgente campesinado. Aunque la burguesía
creció en número y riqueza durante el siglo XVIII, sólo abarcaba el 6% de la población que podía
calificarse como tal. Si la Revolución hubiera dependido de una burguesía capitalista constreñida por
los límites impuestos por el régimen aristocrático, el estallido nunca hubiera ocurrido. El inicio mismo
de la crisis revolucionaria fue lo que empujó a la burguesía en el sentido de su propia identidad. Aun
triunfando la revolución burguesa, la hegemonía continuó siendo frágil, y su dominio estuvo sujeto a
fracturas e inestabilidades durante varias décadas.
Por último, respecto a la idea de Heller que el revisionismo pateó el tablero y desfiguró al marxismo,
Parker sostiene que el marxismo no presupone que los antagonismos de clase sean las únicas
contradicciones que merecen ser abordadas. Para Parker, fue el atraso comparativo del capitalismo
francés el que precipitó la crisis de 1789, más que la colisión de una clase ascendente con los límites
del orden existente.