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PARKER, “Henry Heller and the ‘Longue Durée of the French Bourgeoisie”

Parker señala que a pesar de las condiciones económicas relativamente deprimidas del siglo XVII, el
comercio marítimo continuó expandiéndose, aunque con más vacilaciones que en los cien años previos.

Sostiene que sí hizo referencia a los procesos de expropiación del campesinado y la concentración de
tierras en manos de una burguesía tanto rural como urbana.

También contradice la afirmación de Heller, de que él no ve participación de mercaderes importantes en


la revuelta de La Rochelle de 1614, escudándose tras las investigaciones de Robbins. Parker afirma que
fue cuidadoso con ese tema, al marcar que debía investigarse sistemáticamente en los archivos
notariales de La Rochelle para tener una imagen definitiva de la composición social de los líderes de la
revuelta. Robbins efectivamente revela el rol significativo de los mercaderes ricos en la dirección y el
apoyo al movimiento. Pero Parker retruca a Heller que éste no ahondó en las investigaciones de
Robbins, porque guardan una cláusula: que La Rochelle constituye una anomalía entre las ciudades
provinciales de Francia, y que el rol de liderazgo de la baja burguesía en el gobierno municipal de La
Rochelle, no es típico de las ciudades francesas del período. Acepta la afirmación de Heller sobre la
revuelta de l’Ormee de Burdeos y el papel destacado de los mercaderes en ella.

Parker sostiene que la presentación caricaturesca de su punto de vista, es donde Heller se equivoca. Si
uno asume, como Heller parece hacer, que para definir a una clase alcanza con establecer una relación
común con los medios de producción, entonces cabría decir que tanto los mercaderes como los
arrendatarios formaban dos clases diferentes, claramente identificables en función de su mera
existencia. Pero ello resulta claramente inadecuado si deseamos ser más precisos, tanto respecto del
progreso de la burguesía como del alcance del desarrollo capitalista. La pregunta clave es qué le
sucedió a la burguesía en el siglo XVII, qué papel tuvo en la formación del Estado absoluto y qué
méritos existen en la visión de Engels sobre una monarquía capaz de lograr una cierta independencia
porque la burguesía le ofrecía un contrapeso respecto de la nobleza tradicional. Es allí donde Heller y
Parker concuerdan tanto en la situación de retirada de la burguesía, como en que sus elementos más
avanzados fueron cooptados por el Estado.

Sin embargo, Parker señala más estrategias empleadas por la monarquía para restaurar su régimen:
intervención militar y política directa, presión fiscal, venta de cargos a gran escala. Aquí nuevamente
parecieran coincidir Parker y Heller, ya que este último destaca la derivación de capital productivo, así
como la incapacidad de la burguesía de resistir este canto de sirenas. Ahora, justamente la incapacidad
de coordinación de respuestas de la burguesía, revelan el bajo nivel de integración económica y la
fragmentación de las instituciones políticas de Francia. La primacía de los intereses locales, sumado al
freno del empuje capitalista del siglo XVI, obstaculizaron la formación de una clase burguesa con un
claro sentido de su propia identidad. En este sentido, la burguesía de La Rochelle es un ejemplo de
movimiento claramente local y aislado, y su burguesía no formaba una clase cohesionada.

Parker sí sostiene la idea del empuje burgués del siglo XVI, a pesar que Heller considera que éste la
niega. Señala al respecto que en la discusión de Turquet de Mayerner y su La Monarchie
aristodémocratique publicada en 1611, reconoce sin dudas el significado y relevancia del texto.

El “tour de force hegemónico” que Parker discute a continuación, gracias al que la nobleza recupera la
iniciativa y dominio ideológicos, es lo que Heller llama “guerra de clases desde arriba”, puesto que
Parker remarca que para una guerra de clases se requiere de la existencia de dos bandos. En este
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sentido, señala que las oligarquías urbanas se mostraron cada vez menos dispuestas a unirse a nobles
disidentes, artesanos y campesinos en las endémicas resistencias a la Corona. Aquí Heller se muestra
incapaz de ofrecer solidas referencias a una burguesía rebelde, y termina por reconocer que la
participación de dicha clase en los levantamientos populares no es un ítem apropiado para pedir la
existencia o intensidad del conflicto de clases.

Si Heller concuerda en que el siglo XVII es un momento de estancamiento económico y de retirada de


la burguesía, de absorción de sus capas superiores por la maquinaria estatal, y de ofensiva nobiliaria,
según Parker es paradójico que éste siga insistiendo en la idea de Engels de la monarquía absoluta en
una posición de equilibrio entre dos clases en contienda. Incluso su defensa de la posición clásica
marxista es parcial, al reconocer que el equilibrio se inclinó finalmente a favor de la aristocracia.
Señala que esta conclusión es sabia, puesto que la única que intentó demostrar que una burguesía
independiente y capitalista tuvo fuerza social y política similar a la de la nobleza, fue Lublinskaya,
autora a la que Parker objeta en su análisis. Ni Beik ni Heller analizan en profundidad los argumentos
de Lublinskaya, y Parker se pregunta: ¿qué evidencia es la que nos permite sostener que la burguesía
industrial y comercial tuvo suficiente influencia como “para empujar al Estado francés hacia
desarrollos que prepararon el camino para el posterior surgimiento del capitalismo”?

Heller considera fundamental la desposesión campesina, junto al creciente fortalecimiento burgués en


el campo, y a la creación de un importante caudal de trabajo asalariado. Parker señala que no ignora
esos procesos, como le endilga Heller, e incluso los reconoce como precondición esencial para el
desarrollo del capitalismo. Sin embargo, las enormes cargas que recayeron sobre la producción
productiva, y la incapacidad de la manufactura francesa de absorber más que una reducida fracción de
fuerza de trabajo, tuvieron como resultado un estancamiento y no un rápido desarrollo capitalista. Aquí,
Parker considera que Heller utiliza erróneamente las investigaciones de Le Roy Ladurie para sostener
su punto de vista sobre el progreso del capitalismo rural. Y que en cambio, le permiten defender mejor
su postura, puesto que el francés remarcó, respecto a las consecuencias derivadas del proceso de
polarización social en el campo y el declive del campesinado medio, que “el capitalismo no se
construye sobre la pobreza”.

Tampoco la concentración de grandes extensiones de tierra en manos de una ascendente capa de


funcionarios y burgueses urbanos introdujo por sí misma el capitalismo, porque dichas tierras se
dividían por lo general en pequeñas fincas explotadas por tenentes. No existía en la Francia del siglo
XVII un equivalente de la yeomanry y de la gentry residentes en Inglaterra, que eran la fuerza motora
detrás de un significativo crecimiento de la productividad agrícola que dejó muy por detrás a la
mayoría de las regiones de Francia. Si bien en el siglo XVIII se detectan grandes signos de progreso,
que Heller documenta mejor en su estudio sobre la Revolución Francesa, incluso entonces éste no deja
de observar la permanencia de la baja productividad, y que el progreso hacia relaciones capitalistas
permaneció mayormente “vacilante y tentativo”.

La monarquía absoluta en Francia emerge en un periodo en el que es imposible explicar el fenómeno a


partir de la existencia de una burguesía ascendente, dotada del peso social y político para ejecutar la
función que Engels le atribuye. Heller, señala al respecto que Beik y Parker niegan la importancia
central del conflicto entre nobleza y burguesía, y por ello privan al siglo XVII de sentido de “desarrollo
dinámico”. Esto lleva a Parker a señalar que esta afirmación de Heller es digna de un marxismo
reduccionista, que busca hacer de la evolución del Estado francés una consecuencia directa del
equilibrio de las fuerzas de clase. Si bien el Estado francés cumplió una función de clase, drenando al
campo y ciudades de su riqueza excedente y transfiriéndola a quienes tenían poder, influencia y estatus;
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esto en sí mismo no explica las fuerzas que dieron nacimiento a la monarquía absoluta. Parker enumera
entonces una lista de dinámicas que empujaron a Francia hacia un absolutismo: tensión entre elementos
centralizadores y descentralizadores en el cuerpo político feudal; las presiones de la guerra en gran
escala sobre una economía inelástica, el impulso hacia la conformidad religiosa; el nacionalismo
económico y las políticas dirigistas; la intensa competencia por la apropiación de la riqueza
centralizada en cantidades cada vez mayores por el aparato de Estado. La dialéctica de esta
competencia llevó primero a una concentración de poder en manos de los grandes favoritos reales, y
luego a una apreciación de la necesidad de un gobernante que pudiera ubicarse por encima de las
refriegas.

Por comparación con el siglo XVII, el siglo XVIII aparece como un período económico mucho más
dinámico. Está claro que en el siglo XVIII existió crecimiento económico, aun cuando la relación entre
este último y la Revolución lejos está de ser un debate superado. La cuestión afín de si una clase
burguesa hizo la Revolución en 1789 continúa siendo profundamente complicada. Incluso hasta el
final, la burguesía aspiró a unirse a la nobleza más que a destruirla, mientras que el régimen de
propiedad feudal fue abolido sólo bajo la presión de un insurgente campesinado. Aunque la burguesía
creció en número y riqueza durante el siglo XVIII, sólo abarcaba el 6% de la población que podía
calificarse como tal. Si la Revolución hubiera dependido de una burguesía capitalista constreñida por
los límites impuestos por el régimen aristocrático, el estallido nunca hubiera ocurrido. El inicio mismo
de la crisis revolucionaria fue lo que empujó a la burguesía en el sentido de su propia identidad. Aun
triunfando la revolución burguesa, la hegemonía continuó siendo frágil, y su dominio estuvo sujeto a
fracturas e inestabilidades durante varias décadas.

Por último, respecto a la idea de Heller que el revisionismo pateó el tablero y desfiguró al marxismo,
Parker sostiene que el marxismo no presupone que los antagonismos de clase sean las únicas
contradicciones que merecen ser abordadas. Para Parker, fue el atraso comparativo del capitalismo
francés el que precipitó la crisis de 1789, más que la colisión de una clase ascendente con los límites
del orden existente.

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