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Bienvenid@ a este hermoso regalo para tu vida.

Nada es casualidad tampoco el que recibieses esto, los ángeles creen


en ti aun cuando no creas en ellos. Trabajan en equipo siendo uno y
uno son todos, no creen en el individualismo y dan la respuesta por
adelantado. Solo falta que aprendas a ver ello.

¿De que serviría si somos escuchas y no hacedores de mensajes?

Basándonos en este concepto y en agradecimiento a lo que estarás por


recibir o encontrar en este libro. Te invito a hacer lo siguiente si ver-
daderamente deseas seguir produciendo esta magia ahora siendo tú,
parte de la misma. No te quedes solo con la pluma, el numero o el
Amen y se “TU” ahora ese ángel para alguien más…

“Hagamos juntos una cadena de milagros, trabajando en el mismo


equipo que los ángeles. “Todos somos uno y uno somos todos”

ANTES DE COMENZAR A LEER

COMPARTE ESTE REGALO CON


11 PERSONAS MAS.

Gracias a la continuidad de esto es que lo recibiste tú, no seamos indi-


vidualistas. No si deseas realmente vivir esto a continuación.
Aprenda a ver Más Allá
Y viva junto a los milagros
Gerard Leiser

Gerardleiser.com – Instagram: @gerleiser

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Aprenda a ver Más Allá: Y viva junto a los milagros

Copyright © 2017 por Gerard Leiser

Título: Aprenda a ver Más Allá


© 2017, Gerard Leiser
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rard Leiser - y con posesión de sus derechos legales a plenitud de la autoría del
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Para contactar con el autor:


Gerard Leiser – Instagram: @Gerleiser – www.gerardleiser.com
Oración previa:

"Ángeles en el cielo, Ángel guardián que estas aquí junto a mi y en tu


nombre pude recibir esto. Te pido abrir mi corazón para tener la humildad
para recibir y interpretar lo que en estos mensajes o experiencias me com-
parten. Si no me he detenido a tenerte como mereces en mi vida, estoy
desde hoy abierta/to a poner de mi parte en poder mejorar nuestra rela-
ción.

Tu sabiduría en mi mente de paz y tu amor el mío permita limpiar. Acepto


y recibo con gozo, emoción y sin ego o reproches. Los planes o mensajes
que has querido poner ante mí y que antes no pude ver. Lo acepto, recibo
y agradezco.

Prometo dedicar en adelante un poco mas de tiempo para ti, así mismo
lo demuestro en mi tiempo al comenzar a abrir este regalo recibido

Que así sea y me encuentro agradecida/do.

La siguiente hoja en blanco, tómala para tener un segundo de calma. Y


prepárate para cambiar tu vida.

5
Índice

Agradecimientos .......................................................................................... i
Importante .................................................................................................. iii
Prólogo ........................................................................................................v
Primeros Aprendizajes ................................................................................ 7
Mi padre ................................................................................................12
Llegó el día tan esperado .......................................................................14
Segundo primer aprendizaje ......................................................................17
El día en que todo comenzó ...................................................................23
Comenzaron a manifestarse ..................................................................27
Puede estar en sus genes ...........................................................................33
La doctora y mi mente ...............................................................................39
No somos perfectos, Sí para Dios …………………………………………………………….47
Su verdadero ser ....................................................................................57
Cuando los seres queridos deben partir .....................................................67
Ser libre ..................................................................................................... 73
Lo que usted emite es lo mismo que atrae .................................................81
El lenguaje del más allá ..............................................................................89
Mi ángel de la guarda es una niña ..........................................................96
La verdad sobre meditar ............................................................................99
Viajando durante la meditación ...........................................................104
¿Conocí una parte del Cielo? ................................................................106
Muchas religiones, un solo Dios ...............................................................110
Agradezca siempre ................................................................................. 11 5
Sobre el mal ........................................................................................... 119
Viva junto a los milagros ......................................................................... 126
Agradecimientos
En este libro presento muchas historias y vivencias que me han ocu-
rrido desde muy temprana edad. Experiencias realmente únicas e
increíbles, y al compartirlas de forma pública me di cuenta de lo pode-
rosas que pueden ser para que otras personas también conozcan y vivan
estos milagros.

Me siento en deuda con todos aquellos que durante tanto tiempo me


apoyaron en los distintos aprendizajes de mi camino, y quiero hacer
algunos agradecimientos especiales a las siguientes personas que juga-
ron un factor muy importante:

Gracias,

A Dios, porque pese a que no entendía el porqué, me dio desde niño


la bendición de vivir una vida única y bendecida.

A mi padre, porque desde aquel día en que dejó su cuerpo frente a


mí, cumplió su promesa de que jamás me dejaría solo.

A mi madre, porque durante el transcurso de mi vida siempre ha


sido mi fuente de apoyo y mi consejera. Agradezco especialmente toda
su paciencia.

A mi pareja, porque es mi cable a tierra y siempre cree en mí. Agra-


dezco tantas horas dedicadas a revisar que cada palabra de este libro
tuviese sentido.

A mis ángeles, por ser la guía en mi camino, aun cuando me frus-


traba al no entender sus decisiones.

A cada uno de los que me han acompañado desde que comencé a


compartir esta aventura.

i
A todo aquel que me entregó la confianza de entrar en su vida pri-
vada, su historia y sus experiencias, por dejarme ser parte de sus
vivencias y las de sus seres queridos ya fallecidos.

Y gracias a usted, estimado lector, por estar aquí. Usted ya forma


parte de este libro.

Gracias a usted quien compartió este libro con 11 per-


sonas más o a usted que gracias a esas 11 personas recibió
el mismo. ¿Casualidad o trabajo en equipo como lo hacen
los ángeles?

ii
Importante
Este libro fue escrito basado en hechos reales, y la información que
contiene puede ser muy influyente, en forma positiva o negativa, pues
son enseñanzas que se derivan de las vivencias del autor.

Se sugiere al lector que parta de su propia interpretación, para que


este libro pueda darle los resultados que en él se comparten, siempre
tomando en cuenta el libre albedrío.

iii
GRACIAS POR EXISTIR

iv
Prólogo
Mi nombre es Gerard Leiser, una persona poco común con una vida
llena de milagros, a quien le suceden cosas extraordinarias. En este li-
bro narro mi experiencia, testimonios y aprendizajes que comenzaron
a la edad de cinco años, cuando asesinaron a mi padre frente a mí. En
ese mismo instante vi como su alma se desprendía de su cuerpo ante
mis ojos, y desde ese momento empecé a ver más allá y a percibir lo
que otros no podían.

A medida que fui creciendo, aprendí que nací con la misión de des-
pertar conciencias y enseñar a las personas a darse cuenta de los
milagros que suceden a su alrededor gracias al poder de Dios y de los
ángeles, que siempre están actuando y van delante de usted con un amor
tan abundante que las palabras no alcanzan para definirlo.

Existe mucho más de lo que usted piensa o conoce, y en este libro


va a aprender las verdaderas herramientas para darse cuenta de ese don
que a usted lo hace especial; a descubrir esa fortaleza interior que le
permitirá darle un mejor sentido a su vida, y a entender el verdadero
lenguaje de los ángeles y de sus familiares fallecidos, que — crea usted
o no— siguen estando presentes como ángeles. Usted podrá remover
las barreras que obstaculizan su camino para poder ver más allá.

Le invito a sumergirse en una nueva experiencia de vida basada en


hechos reales, en la que he ayudado a cientos de personas a encontrar
la paz espiritual ante la pérdida de sus seres queridos, a encontrar las
respuestas que buscan para cerrar ciclos, y la razón del por qué le suce-
den las cosas una y otra vez. Esto gracias al regalo de Dios que desde
pequeño he tenido. Nada en esta vida es casualidad, tampoco lo es el
que haya llegado hasta usted este libro

v
El árbol se conoce por su fruto

43
»No hay árbol bueno que pueda dar fruto malo, ni árbol malo que pueda dar
fruto bueno. 44 Cada árbol se conoce por su fruto: no se cosechan higos de los espinos,
ni se recogen uvas de las zarzas. 45 El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien
está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su cora-
zón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca.

Lucas 6:43-45

vi
CAPÍTULO UNO
Primeros Aprendizajes

7
A la edad de cinco años mi única preocupación era jugar con carri-
tos. Era bastante adicto a ellos; tanto, que siempre estaban bajo mi
almohada cuando dormía.

Para cada uno de ellos imaginaba un nombre, una personalidad y


un rol de trabajo en mi gran pista de vehículos. Una pista que también
era imaginaria. Y en comparación con los demás niños que jugaban
imitando los sonidos de las bocinas o imaginando grandes choques, yo
los veía como personajes que tenían emociones, grandes relatos y con-
flictos, y actuaba como mediador para ayudarles a buscar soluciones y
que volvieran a entenderse nuevamente. Recuerdo que comentaba con
el jefe de policía, en mi mundo de carritos, si había alguna forma de
ayudarlo, porque debía tener mucho trabajo.

Como buen niño, me interesaba mucho el tema de San Nicolás. Tra-


taba de preguntar lo mayor posible sobre él, y en las noches, antes de
dormir, miraba hacia la ventana pensando:

“¿Qué estará haciendo Él ahora?”

En mi mente recordaba a Santa, tal cual como aparecía en las pelí-


culas que había visto, con muchos duendes que lo ayudaban. Tenía
tantas ansias por saber de él, que de niño pensaba que podía llegar a
conocerlo a él y a su equipo de trabajo, para que me ayudasen con las
situaciones que se presentaban en las largas filas de tráfico que forma-
ban mis personajes en la pista imaginaria.

Fue a esa misma edad cuando por primera vez asistí a la escuela.
Allí podía jugar, pintar, conocer y compartir con muchos otros amigos.
Pensaba en compartir mi pista imaginaria con un cómplice, para jugar
con él, o quizás para lograr encontrar la locación de Santa y así ayudarlo
a fabricar sus regalos. Me decía: ¿Quién mejor que yo para trabajar con
él? Pues yo era experto conociendo lo que sentían y pensaban los carri-
tos.

A temprana edad mi nivel de inocencia era muy grande y me pro-


dujo grandes problemas desde ese momento, porque no entendía el
significado del mundo real. Además, lo que me contaban o podía espiar
sobre la vida de los adultos era bastante confuso para mí. Quizás esto

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pueda sonar muy común al tener tan solo cinco años, pero a medida que
usted vaya leyendo entenderá mejor por qué lo digo.

Mi familia era muy unida para aquel entonces. Los abrazos y el


cariño abundaban donde quiera que fuese y, por supuesto, cómo no es-
tar feliz si todos me regalaban cada vez más carritos para mi colección.
Vivía la vida de mis sueños y me sentía totalmente realizado. Sentía
que tenía una misión muy grande y especial, que para ese entonces era
ser el salvador de los juguetes. Estaba convencido de que ellos tenían
vida, y que podía solucionar sus problemas.

Una tarde pregunté a mi madre, mientras íbamos en el auto para dar


un paseo:

“¡Mamá! ¿Quiénes son esos señores de traje con cosas en su cintu-


rón y que tienen vehículos con luces arriba?”.

Ella respondió:

“Hijo, ellos son policías, son los que nos cuidan y nos mantienen a
salvo”.

Cuando mi madre me dijo eso, vino a mi mente una imagen que


tiempo atrás ella me había mostrado de un hombre llamado Jesucristo,
quien siempre cuidaba de nosotros, aunque para ese entonces yo no
presté mucha atención. Ante esa inquietud, le pregunté nuevamente:

“¿Los policías son como Jesús, pero en la tierra?”.

Mi madre no me contestó, pero en su rostro se dibujó una sonrisa,


seguramente pensando en la ingenuidad de aquella pregunta. Sin em-
bargo, tomé su gesto como una afirmación.

Desde ese momento, algo dentro de mí decía: ¡Tenemos mucho por


hacer, Gerard! Así que, en adelante, comencé a saludar a cada policía
que veía. Sabía que era muy pequeño para que me prestaran atención,
pero pensaba que si los saludaba y sabían quién era yo, podrían saber
dónde encontrarme para ayudarlos o para que cuidasen de mi madre
ante cualquier peligro.

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Me convencí de que todo iba a estar bien porque existían “los poli-
cías que eran como Jesús en la tierra”. A ellos encomendaba la
protección de mis preciados juguetes, a pesar de que no sabía cómo
llamarlos en caso de necesitar ayuda.

Esa inquietud era un inconveniente que, pensé, debía resolver con


Mr. Pat, el jefe de mi larga lista de carritos, y mi mejor consejero.

Como en toda historia sobre un héroe, como el que era yo en mis


días de juego, no podía faltar un villano. Así que mi hermana era mi
archienemiga en aquellos tiempos.

Ella fue una de las protagonistas más importantes en la formación


de mi carácter a muy temprana edad. Si bien su comportamiento no fue
el mejor hacia mí durante mi infancia, pude aprender, como primera
lección, que de todo lo malo se puede sacar algo bueno. Gracias a ella,
la paciencia se convirtió en una de mis mayores virtudes, así como el
rechazo a la injusticia, sin importar de donde viniese.

En esos tiempos, mi hermana hacía cosas comunes a las muchachas


de su edad. Obtenía excelentes calificaciones, pasaba tiempo jugando
a la casa de muñecas, y en su época la moda de los peinados y el ma-
quillaje estaba a todo dar. Su relación conmigo era la típica de una
hermana mayor, en la cual ella siempre quería tener la razón y yo era
el objetivo perfecto para atacar por mi ingenuidad.

Uno de sus juegos favoritos era invitarme a jugar a Drácula, el


Vampiro, y yo siempre aceptaba participar. Ella me encerraba en un
baúl, y se sentaba sobre él, mientras yo escuchaba sus risas desde aden-
tro.

Después de la primera vez que jugamos, supe que ella seguiría ha-
ciendo lo mismo. A pesar que ese no era el mejor de los juegos, yo solo
quería compartir con ella. Si esa era su forma de jugar conmigo, enton-
ces yo inconscientemente aceptaba.

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No recuerdo cuanto tiempo solía pasar encerrado dentro de ese
baúl, al punto que ya no le temía más. Estando dentro, sentía como si
fuese un ejercicio en el cual mi hermana me estaba enseñando a no
temerle a la oscuridad, a ser paciente en la represión y a siempre sacar
algo bueno de lo que sucedía. Efectivamente, desde el primer día, dejé
de utilizar la famosa lamparita para dormir, porque había perdido total-
mente el miedo.

A pesar de lo que viví con mi hermana, nunca sentí rabia ni rencor


hacia ella. Mi corazón siempre me decía que ella me estaba enseñando
algo, y siempre la perdonaba sin prestar mucha atención en recordarlo,
tanto así que nunca se lo llegué a comentar a mis padres. Al final del
día era ella la persona con la que compartía un hogar y formaba parte
de mi familia. Y, ¿cómo podría no quererla o amarla si era lo único que
tenía aparte de mis padres y mis juguetes?

Había solo una cosa que no terminaba de descifrar en ese tiempo, y


era sobre mis padres. Tenía muchas preguntas que no me atrevía a ha-
cerles, pero podía ver alrededor que claramente algo sucedía en mi
hogar y que quizá yo podía resolverlo. Así que siempre llevé conmigo
a Mr. Pat en el bolsillo para conversar en los momentos que más lo
necesitaba, y me aventuré a investigar.

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Mi padre
Era un hombre muy trabajador y adicto a lo que hacía. Muy dedi-
cado y pasional en su trabajo, al punto que se involucraba tanto en ello
que no tenía tiempo para verme todos los días, sino solamente los fines
de semana.

“¿Por qué mi padre no vive con nosotros en casa?”.

Le preguntaba siempre a Mr. Pat y —créalo o no— yo escuchaba


una voz de hombre gruesa y pesada en mis oídos que me respondía
desde mi bolsillo:

“En tu corazón está la respuesta y eres muy inteligente. No olvides


cómo has resuelto los problemas con los demás carritos”.

Mi corazón decía en respuesta:

“Está bien, Mr. Pat, pronto sabré por qué, y veré que puedo apren-
der de ello, tal como lo hice con mi hermana”.

Mi padre me buscaba algunos fines de semana y la mayoría de las


veces me llevaba a su empresa de joyería para pasar el día entero tra-
bajando con él. Para mí era como ir a un parque de diversiones, porque
su negocio cubría todo un piso y estaba lleno de atracciones en las cua-
les podía jugar, aprender y compartir en su propio mundo, fuera del
mío.

Desde un lado de ese gran parque de diversiones se encontraba uno


de mis siguientes mayores aprendizajes: conocer sobre los seres vivos.
Alrededor de su empresa había veinte acuarios llenos de peces de dife-
rentes especies, colores y tamaños. Pasaba horas y horas sentado solo
contemplándolos, y entendí como unos seres vivos que no tenían un
cuerpo como el de los humanos, tenían tantas reacciones y hasta se mo-
vían en grupo, como si pudieran comunicarse entre ellos.

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Cuando nadie me veía, sacaba a Mr. Pat de mi bolsillo para que él
también pudiese conocer a esos seres tan interesantes, y así no solo ver
nuestro mundo limitado de ruedas y autopistas.

Una tarde, recuerdo que le pregunté a mi padre:

“¿Por qué tienes tantos peces?”, ¿por qué no dejas que vivan libres
en el mar? Mi padre me respondió que él estaba haciendo bien en ayu-
darlos a reproducirse y que nunca iba a hacerles daño. Incluso me
incentivó a alimentarlos para así sentir que los estaba ayudando. Desde
ese momento, no dejé de visitarlos.

A pesar del tiempo que pasaba con mi padre, nunca me aclaró por
qué no vivía con nosotros en casa. Cada vez que le preguntaba, me
contestaba que él tenía que trabajar mucho para que yo tuviera más ju-
guetes.

Sin embargo, yo pensaba que no necesitaba más carritos porque pa-


saba mucho tiempo organizándolos, y en realidad lo que deseaba era
aprender y explorar nuevos horizontes, como el que ahora estaba ha-
ciendo con los peces. Además, prefería jugar más con mi papá y recibir
más cariño de su parte, porque era muy distante y frío para demostrar
sus emociones.

13
Llegó el día tan esperado

Luego de una larga y ansiosa espera, el día de empezar la escuela


llegó. Tenía mi uniforme, zapatos y mochila nueva. Mi corazón estaba
lleno de ansiedad por aprender, explorar nuevas experiencias y tener
nuevos amigos para Mr. Pat, que siempre viajaba en mi bolsillo.

Aunque mi ánimo cambió, cuando me enteré que el colegio era el


mismo donde estudiaba mi hermana. Ese fue el primer obstáculo que
tuve que superar, porque empecé a sentir un poco de temor más no que-
ría permitir que esos sentimientos arruinasen el fabuloso y aventurado
primer día.

Durante todo el camino hacia el colegio, mi mayor interés era des-


cubrir todo lo nuevo que iba a aprender en ese lugar, y me intrigaba
saber cómo serían mis compañeros de clase, para así poder compartirles
mis aprendizajes y aventuras, que aunque no eran muchos, para mi sig-
nificaban bastante.

Justo antes de bajarme del vehículo, escuché nuevamente desde mi


bolsillo un nuevo consejo:

“Recuerda lo que has aprendido. Resiste y usa tu corazón en todo


momento”.

Al llegar a la escuela, veía todo a mi alrededor como un explorador


en una jungla gigante. Imaginaba que en un sitio tan enorme se presen-
tarían muchos más conflictos por resolver y muchas personas a las
cuales ayudar. Pese a que a mi corta edad no podía ayudarme siquiera
a mí mismo.

Cuando entré al aula de clases, me ubiqué donde me indicaron y


conocí a una mujer maravillosa que sería mi maestra. Ella me recibió
no solo con un fuerte abrazo, sino también me transmitió un amor tan
grande, que casi podía tocarlo con mis propias manos, así como la brisa
cuando acaricia la piel con fuerza. A ese sentir respondí con una
enorme sonrisa dibujada en mi rostro, y ante ese sentimiento pensé que
era algo normal que los demás sentían, pero que yo acababa de descu-
brir.
14
Sin embargo, no todo fue como lo esperaba. Me di cuenta en ese
momento de que, si bien yo había ido pensando que aprendería cosas
nuevas sobre la vida, resultó un lugar rodeado de paredes donde todos
se dedicaban a dibujar. Estuvo bien los primeros días, pero yo no estaba
allí para eso.

Después de pasar varios días en el colegio, y notar que solo era


jugar, correr y dibujar lo que haría, me di cuenta de que lo único que
me motivaba a ir era encontrarme con la maestra. Como me sentía en
confianza con ella, me acerqué para preguntarle si había alguna otra
cosa que pudiésemos hacer, porque estaba aburrido. Ella siempre se
reía de mis comentarios y me transmitía un gran cariño. Y cada vez que
llegaba al colegio, ella siempre encontraba algo nuevo en qué entrete-
nerme.

15
A mis cinco años de edad.

16
CAPÍTULO DOS
Segundo primer aprendizaje

17
Recuerdo un día viernes, 12 de junio, que marcó un segundo gran
aprendizaje para mi vida. Al llegar al salón de clases, me encontré con
la desagradable sorpresa de que la maestra, a quien admiraba y me sal-
vaba de mi aburrimiento, había sido cambiada a otro salón de clases, y
la persona que ahora estaba a cargo parecía un jefe militar.

La nueva maestra tenía un carácter muy fuerte y no mostraba gestos


de simpatía hacia nosotros, sus alumnos. Esa actitud me hizo sentir re-
chazo hacía ella y saqué de mi bolsillo a Mr. Pat para sentirme
acompañado, y mirándolo fijamente a los ojos le comenté que ahora
estábamos solo él y yo.

En ese momento mientras hablaba con Mr. Pat, no me di cuenta que


la nueva institutriz me había visto hablando con mi carrito. Se dirigió
hacía mí, me lo arrebató de las manos y me dijo:

“No está permitido traer juguetes de casa”.

Luché con ella entre lo que pude, porque me había quitado a mi


consejero y compañero de aventuras, pero tuve que aceptar que lo había
perdido. Le rogué para que me devolviese a Mr. Pat. Le expliqué que
ese carrito no solo era un juguete para mí, sino mi mejor amigo. Des-
pués de tanta insistencia, ella me respondió que podía recogerlo al final
del día.

Fue una larga espera. Estaba impaciente y veía el reloj cada minuto
para tener de vuelta a Mr. Pat. Sin embargo, intenté distraerme en la
cancha deportiva junto a los demás alumnos que allí se encontraban
jugando.

Al salir a la cancha de juegos lo primero que pude observar fue a


un niño, que estudiaba conmigo pero que no conocía, en la esquina de
un rincón donde también había otros tres niños dándole patadas. Mi
compañero de clases se había dado por vencido y lloraba sin que nadie
se acercara a ayudarlo.

A diferencia de los demás, que miraban con temor o se burlaban de


lo que sucedía, yo sentí dentro de mí una voz que me decía: “Ve y has
lo correcto”. Esa particular voz que no salía de mi bolsillo, ya que no

18
tenía conmigo a Mr. Pat, la pude escuchar directamente en mis oídos,
y me impulsó a hacer justicia. No sabía con quien más contar como
ayuda en ese momento y sentía que era yo contra el mundo.

Definitivamente ese chico indefenso necesitaba ayuda, porque


aquellos rebeldes que lo maltrataban eran mucho más grandes en con-
textura y más violentos. Con mucho valor y la fuerza que me inspiraba
aquella voz —sin detenerme a pensar de dónde provenía— me aventé
sobre el niño. Luego me levanté y me puse delante de él para ayudarlo
a ponerse de pie, a pesar del dolor que él sentía por los golpes. Me
volteé y les dije a los otros:

“Ahora van a tener que golpear más fuerte, porque somos dos y él
no está sólo”.

En ese momento, todos alrededor detuvieron las burlas, y uno de


los que estaba dando patadas dijo en voz alta:

“¿Y tú quién eres para venir a defenderlo?, él no tiene amigos ni tu


tampoco”.

Lo miré fijamente a los ojos y sentí que desde dentro de mí se emitía


una fuerza mucho más grande que la que mis pequeños y blandos
músculos podían realizar.

Llegué a sentir cómo latía mi corazón, cómo fluía la sangre en mi


cuerpo, y mis oídos empezaron a emitir un sonido como el de un timbre,
hasta sentir que mi energía podía hacer mucho más que mis puños en
los demás. Con esa fuerza inmedible que me permitía luchar contra
ellos tres, o diez más, les respondí lo siguiente:

“Él no está solo, yo soy su mejor amigo y tengo muchos más ami-
gos de los que ustedes puedan imaginar, solo que no los pueden ver”.

En ese momento hubo un gran silencio. Nadie entendió lo último


que dije, y hasta me quedé pensando:

“¿De dónde me salió decir eso?”.

19
“¿De verdad acabo de decir eso?”.

No lograba entender. Sabía que no me lo había dictado Mr. Pat,


porque ese mismo día lo había perdido en manos de la nueva institutriz.

Segundos después, se acercó en medio del conflicto la maestra a


quien tanto apreciaba y me apoyaba en todo momento. Una vez más
me sorprendió, porque llegó al lugar indicado, y en el tiempo justo para
salvarme. Se convirtió en mi heroína de la justicia, y ese mismo día
gané un nuevo amigo.

Después de ese episodio, todo transcurrió de forma perfecta. La


maestra se quedó conmigo el resto del día compartiendo en el aula de
clases, y mi nuevo amigo se sentó junto a mí, aunque sin decirme nada.
Pero yo me sentía tranquilo, porque sabía que él estaba a salvo de quien
le pudiese hacer mal.

Cuando llegó la hora de salir del colegio, estaba ansioso por reen-
contrarme con Mr. Pat. Esperé a que todos salieran del salón para
pedirle a la nueva maestra que me devolviese mi carrito, tal como me
había dicho que iba a hacerlo, pero resultó ser que ni ella misma recor-
daba dónde lo había puesto. Exclamé con tristeza:

“¡Mi mejor amigo está perdido, ahora debo encontrarlo!”

Sin percatarme de la hora —mientras los demás niños se dirigían a


encontrarse con sus padres, que esperaban fuera del colegio junto a sus
vehículos— yo solo me enfocaba en buscar a mi amigo por todos lados,
y a cada persona que se me cruzaba le preguntaba si había visto un carro
pequeño de color azul. Hasta que me topé con mi hermana, quien me
buscaba, porque mi madre estaba esperándonos fuera del colegio hacía
ya un buen rato.

Mi hermana me tomó por el brazo y salimos del colegio mientras


ella me agarraba con fuerza. Yo solo miraba hacia todos lados tratando
de encontrar a mi juguete favorito.

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De pronto, vi a Mr. Pat. Lo tenían aquellos niños violentos que ata-
caron a mi amigo. Con una gran tristeza me despedí de él desde lejos.

Me sentí abatido, porque le había fallado por completo a mi mejor


amigo. Sentía que lo había abandonado. No pude hacer nada para res-
catarlo, y lo único que tenía era rabia y rencor entre las lágrimas que
caían sobre mi rostro. Quizá mi madre y mi hermana pensaron que mi
cariño por el juguete era solo un capricho de niño.

Durante todo el viaje permanecí callado dentro del vehículo, y me


pregunté una y otra vez cómo era posible que, si yo era un buen chico,
otros me hicieran cosas tan malas. Pensé que lo que debía ser una aven-
tura para aprender sobre la vida en el colegio, terminó pareciéndome
un castigo. Me sentí sólo nuevamente. Y mi mayor secreto, que era
Mr. Pat, lo había perdido y ahora ¿quién iba a darme esos consejos que
solo él podía dar?

Fue allí cuando nuevamente regresó su voz a mis oídos, la cual pude
escuchar como si Mr. Pat estuviese dentro de mi bolsillo. En ese mo-
mento recordé que esa voz era la misma que había escuchado durante
aquella desagradable pelea del colegio, pero con la diferencia que mi
juguete ya no estaba junto a mí.

“¿Cómo podía seguir escuchándolo?”, fue lo primero que vino a mi


mente, sin prestar atención a lo que me estaba diciendo esa voz:

“Resiste y usa tu corazón, yo estoy aquí y seguiré estando cerca de


ti”.

Esas eran las palabras que me repetían al oído, y mientras limpiaba


mis ojos con las manos sucias, sonreí mirando a mi alrededor nueva-
mente. Incluso observé a mi madre y a mi hermana, para estar seguro
si era yo solo el que estaba escuchando eso, o si ellas podían hacerlo
también. Pero me di cuenta de que era solo yo.

Entendí en ese momento que existía algo más allá de lo que mi co-
razón e inocencia podían creer. Estaba aprendiendo que la vida quizá

21
estaba separada por dos equipos de fútbol; uno conformado por juga-
dores buenos, y otro por integrantes que patean con malicia a los demás.
Ese sentimiento de no saber quién de verdad actuaba con buenas inten-
ciones desde el corazón, y quien no, me hizo sentir muy mal durante un
buen tiempo y ante ese malestar, me quedó una duda:

“¿Si yo hago el bien, por qué la maldad intenta hacerme las cosas difí-
ciles para que no lo haga?”.

Ese día comencé a entender que el mal existe en el mundo, y que


puede actuar en cualquier momento para desbalancear la vida de las
personas. Sin embargo, continué con normalidad el colegio y seguí to-
mando esos aprendizajes día tras día.

Tuve peleas muy similares a las que sucedieron aquel día en la can-
cha deportiva, donde parecía ser miembro honorario de una lucha entre
hacer el bien y ser reprimido por el mal, el cual intentaba ponerme en
duda y confundirme acerca de la belleza de la vida.

Les confieso que el siguiente capítulo fue el más difícil de escribir,


debido a la cantidad de emociones que sentí. Algunos instantes se me
dificultaba describir las situaciones lo mejor posible. Pero Dios empezó
a poner todo frente a mí sin dudas; los milagros comenzaron a ocurrir,
y fui comprendiendo mi misión en esta vida. Así pude ayudar a cientos
de familias.

Quiero compartirle que por más que usted deje de creer en Dios, Él
siempre cree en usted, y nada de lo que sucede en su vida es casualidad.

Le deseo desde ahora un muy buen viaje en esta maravillosa aven-


tura que los ángeles me han permitido compartir, incluso están cerca de
mí guiándome para escribir cada palabra que leerá a continuación.

Usted podrá conocer —a través de mis experiencias— un mundo


que quizá no conoce. Las respuestas que está buscando ahora tendrán
un por qué, y sus mayores deseos pueden hacerse realidad si logra
aprender a ver más allá de lo que sus ojos, a simple vista, ven.

22
El día en que todo comenzó

Tal y como pasaba casi todos los fines de semana, mi padre venía a
recogerme para llevarme a su sitio de trabajo o, algunas veces, al auto-
cine. Eran los momentos en los que podía compartir junto a él, pasar
tiempo juntos para visitar a los peces y seguir aprendiendo de ellos, así
como para lograr entender mejor por qué mi madre y él estaban sepa-
rados.

Estaba listo y preparado para verme nuevamente con mi padre. Ha-


bía terminado de hacer mis asignaciones escolares y esperaba sentado
fuera del balcón, mientras veía pasar auto tras auto hasta que llegara el
suyo. Un Ford Sierra de color negro que debía detenerse al frente del
edificio. Mi familia no se encontraba en el apartamento, solo estaba mi
nana, a quien recuerdo en la cocina preparando la cena y limpiando mis
uniformes del colegio.

Finalmente, luego de tanta espera, el auto negro llegó y se estacionó


justo frente al edificio. Era la señal para que yo bajara. Mientras iba
caminando junto a mi nana para encontrarme con mi padre, se escucha-
ron siete explosiones fuertes. Al voltear a mi derecha, observé al
vigilante del edificio que venía corriendo hacia donde estábamos noso-
tros para alejarnos del lugar.

Sin poder entender de dónde venían esos ruidos que se escuchaban


una y otra vez, miré hacia donde estaba mi padre y vi a un hombre
joven, de veinticinco a treinta años, que lo apuntaba con un arma de
color negro, la cual emitía pequeñas nubes de humo detrás de cada so-
nido tormentoso.

23
Mi padre quedó tendido en el suelo con múltiples orificios, y un
mar de color rojo comenzó a inundar todo el suelo, que incluso llegó
como el sendero de la lluvia hasta mis pequeños zapatos ortopédicos
de color blanco.

En ese momento, escuché los gritos de mi nana que me abrazaba


fuertemente, y sin poder entender lo que ocurría o siquiera conocer aún
el significado de “la muerte”, me escapé de entre sus brazos y corrí
hacia donde estaba mi padre para preguntarle al señor con la pistola:

“¿Por qué le hiciste esto a mi papá?”.

El hombre me miró, se volteó y escapó corriendo. Por fin pude ver


a mi padre tendido en el suelo y no dejaba de mirarlo, porque no podía
entender lo que recién había sucedido.

“Papá, ¿estás bien?”. Le preguntaba inocentemente, mientras tra-


taba de limpiar mis zapatos llenos de sangre. Esperaba que se levantara
para ir a ver los peces y continuar nuestro bien esperado día de los dos.
Fue en ese momento que sucedió lo inesperado, algo totalmente nuevo
de lo cual nadie me había hablado o enseñado antes.

Mi padre se levantó del suelo exactamente igual como estaba antes


de que todo eso ocurriese, pero lo veía con una imagen un poco borrosa.

Todo sucedió en cuestión de segundos, pero para mí fueron minutos


eternos. Mi padre miraba al suelo donde veía su propio cuerpo tendido
lleno de sangre y agujeros, y yo solo lo miraba a él de pie con mucha
luz. En ese momento le pregunté:

“Papá, ¿qué sucede?”.

Le dije mirándolo fijamente a los ojos mientras él observaba a su


alrededor a la gente gritando y corriendo. Luego mi padre volteó hacia
arriba como si alguien le estuviese hablando y de repente bajó su mi-
rada hacia mí y me dijo:

24
“Hijo no te preocupes por nada. Nunca vas a estar sólo. Yo siempre
seguiré siendo tu padre y estaré junto a ti. Esto es solo una mala situa-
ción, pero todo va a estar bien. Tu vida cambiará desde el día de hoy”.

Entre lágrimas que bajaban de mis ojos, sentí que mi padre estaba
despidiéndose de mí, pero creí fielmente en lo que me estaba diciendo
y le contesté: “Está bien, papá”. Él me miraba con rostro de preocupa-
ción, y a la vez con una emoción inmensa cuando veía hacia el cielo.

Poco a poco, la imagen de mi padre se fue desvaneciendo como el


humo del hielo seco cuando empieza a desaparecer. Después de ver
todo, llegó mi nana para alejarme del lugar y empezaron a llegar las
personas que habitaban en el edificio.

Me sentí perdido, no pude mencionar ni una sola palabra y tampoco


reaccionaba. Los vecinos me hablaban y yo solo escuchaba muchas vo-
ces confusas y los latidos de mi corazón. Pude incluso escuchar cómo
se movía el flujo de mi sangre entre las venas como si estuviese metido
dentro de mi propio organismo, y mis oídos nuevamente despertaron
con un sonido parecido a un timbre.

Las personas comentaban que yo había entrado en una especie de


shock emocional. Mi mente se nubló y hoy día sigo sin recordar lo que
sucedió posteriormente ni en qué momento llegó mi familia.

Lo único que recuerdo es que al día siguiente me encontraba nue-


vamente en el apartamento jugando con mis carritos, como si nada
hubiese pasado, pero sin dirigirle la palabra a nadie y por más que me
preguntaran o hablaran, estaba totalmente mudo. Escuché varias veces
a mis familiares hablar de lo preocupados que estaban porque yo no
reaccionaba ante lo sucedido. Se mostraban angustiados por mí entre la
pena que sentían por la pérdida de un ser querido.

Pasaban los días y yo seguía en silencio, sin emitir palabra alguna


ni siquiera a mi propia madre. Recuerdo bien que en mi mente pensaba:

25
“¿Cómo voy a decirles algo que no puedo explicar?” Y “¿por qué
debería estar triste como ellos después de lo que mi padre me dijo?”.

Mi madre me mantenía en casa de otros familiares para no llevarme


al funeral o al entierro de mi padre, mientras yo pasaba el tiempo ju-
gando tranquilo con mis carritos sin dirigirle la palabra a nadie. Yo creí
fielmente en las palabras que esa noche me dijo mi padre y sabía que
él no iba a dejarme solo. Y así fue.

Durante la tarde del siguiente día, sentí la presencia de alguien en


la habitación donde jugaba. Mi primera reacción fue mirar alrededor
para ver si alguien había entrado, pero todo seguía igual, y la puerta
seguía cerrada. Olvidé lo que sentí y continué jugando, aunque volteaba
frecuentemente porque tenía la sensación de que alguien me estaba mi-
rando. Incluso sentí una mano muy cerca de mí, seguido del mismo
sonido de timbre que habitualmente escuchaba en mis oídos.

“¿Hay alguien aquí?”.

Fue lo primero que pregunté. No hubo respuesta más que escuchar


ese timbre estruendoso en mis oídos, que se hacía cada vez más fuerte,
como el sonido de una trompeta, al igual que empecé a sentir una re-
pentina ráfaga de frío en ese lugar, cuando normalmente en mi
habitación hacía calor. Esa sensación duró un par de minutos y de un
momento a otro todo se disipó.

Esto siguió repitiéndose los primeros tres días desde que ocurrió el
asesinato de mi padre, y aunque intentaba acercar siempre mi mano
hacia el lugar donde sentía la ráfaga de frío, inmediatamente al hacerlo
se desaparecía.

Así que decidí que cada vez que sintiera ese particular sonido y el
repentino frío, iba a empezar a hablarle y a contarle mis mayores secre-
tos que a nadie más podía decir, porque sabía que allí había alguien.

26
Comenzaron a manifestarse

Pasaron cuatro años después del fallecimiento de mi padre y seguía


intentando poder adaptarme a los demás niños de mi edad, a pesar de
esas sensaciones y experiencias que se manifestaban en mi vida. Mien-
tras pasaba el tiempo, intentaba dejar de pensar en lo que sentía, para
dedicarme a entrar en la etapa adolescente donde lo más importante era
ser el chico “cool” de la escuela.

Mi madre me cambió a un colegio solamente masculino, donde la


religión era un factor muy importante, como a su vez lo era la materia
a cursar, que incluso era la más destacada de esa escuela al ser avalada
por la iglesia católica y el Opus Dei. Para mí no era un sitio de mucho
agrado, porque me hacía perder el interés de estudiar y más cuando
sentía que era una obligación.

Cada día que pasaba trataba de olvidar la existencia del más allá, y
aunque en algunas ocasiones podía notar su presencia, ignoraba esa
sensación. Sobre todo, por los malos recuerdos que me traía la muerte,
debido a lo que viví con mi padre. Me costaba mucho comunicarme
con mis compañeros de clases, pero decidí ser más sociable.

Era bastante malo en lo que a buenas calificaciones se refería, y


seguía pensando por qué debía aprender cosas que no necesitaba saber.
Estaba más que convencido, como si una voz dijese dentro de mí:

“Esto no te va a ayudar en la vida, no pierdas el tiempo en apren-


derlo”.

Año tras año, en mi educación primaria obtuve quizá las peores ca-
lificaciones. Cada verano terminaba con notas entre uno a nueve,
cuando la calificación para aprobar esas materias debía ser la mínima
diez y la máxima veinte. Solo conseguía aprobar con máxima puntua-
ción computación, lenguaje, música y religión.

Sentía que nadie tenía que obligarme a estudiar aquello que tenía la
convicción no iba a servirme en el futuro. Además, la misma voz que
siempre estaba conmigo así me lo confirmaba, pese a que año tras año
pasaba más tiempo castigado en casa que disfrutando junto a los demás.
27
Me encantaba asistir a los cursos de reparación cada verano, porque
sentía que en ese lugar podía reunirme con personas que quizás pensa-
ban como yo sobre el aprendizaje de la vida, si no, ¿por qué salían tan
mal en las mismas materias que para mí no tenía que aprender?

Aunque mi madre estaba al borde de su paciencia, mi hermana lo


usaba como burla y mis familiares decían que no me gustaba estudiar.
Yo sabía que estaba haciendo lo correcto, aunque lo demás no pudieran
entenderlo.

Así llegó el día en el cual por primera vez pude presenciar a un ser
fallecido. El primero después de mi padre.

Era un día más de verano, un jueves para ser preciso, me estaba


preparando para asistir a mis clases particulares de reparación, y ese día
iba a practicar matemáticas. Antes de irme a duchar, me asomé desde
el balcón del nuevo edificio al que nos habíamos mudado reciente-
mente, y observé a todos los niños jugando en la piscina, mientras yo
debía estudiar. En ese momento pensé:

“No importa, mi recompensa vendrá luego, quizá no ahora, pero en


un futuro la tendré”.

Mientras me estaba bañando, aprovechaba para disfrutar ese mo-


mento, porque me encantaba estar en el agua, pero de repente empecé
a sentir nuevamente ese timbrar en los oídos. Lo escuchaba mientras
tenía los ojos cerrados y caía el agua sobre mi rostro.

Detuve mi ducha. Limpié mis ojos rápidamente y miré a través de


la cortina, y pude notar el contorno de una figura bastante borrosa que
estaba allí parada, viéndome fijamente sin moverse.

Era de estatura baja, contextura delgada y desde su largo cabello


salía un reflejo que destellaba en las paredes del baño. Me quedé allí
mirando sin pestañear y sin poder preguntar nada porque no sabía qué
hacer o decir. No sabía qué era eso que estaba en mi baño.

Obviamente sentí tanto temor que me quedé como congelado y con


la sensación de no poder respirar. Extendí mi brazo para abrir rápida-
mente la cortina de baño, y al instante ya no se encontraba nada allí.
28
Estaba tan seguro de haber visto algo, que lo único que pensé es que la
figura que vi se había escondido en el gabinete debajo del lavamanos,
así que la primera reacción que tuve fue aventurarme a investigar.

Al abrir el gabinete no encontré nada y en ese momento pensé:

“¿Acaso estoy loco o eso que vi fue producto de mi imaginación?”.

Hasta que al ponerme de pie, pude notar de forma muy evidente que
en el espejo del baño, empañado por el vapor del agua caliente, estaban
dibujados varios corazones que cubrían casi todos los espacios del vi-
drio. Eran tan perfectos que parecía que el pulso de quien los dibujó era
preciso, así como los espacios que dejó entre uno y otro. Quedé sin
palabras y con una cantidad de preguntas en mi mente.

Camino a la escuela no podía dejar de pensar en lo que recién me


había pasado, y buscaba entender cómo eso había sucedido o qué sig-
nificaban esos corazones. Tampoco comprendía por qué todo lo que al
amor se refería me hacía sentir tan bien, y que el resto de las cosas que
para los demás era interesante, para mí no lo era.

Recuerdo ese mismo día que al entrar al aula de clases, sentí algo
sumamente pesado en mi estómago, y la energía del lugar no era igual
a los demás días. Yo noté que había algo allí que no estaba bien o que
no pertenecía al lugar. A mi alrededor, pude ver a profesores y a alum-
nos, pero había un señor sentado junto a uno de mis compañeros,
Miguel. Sin prestar mucha atención asumí era su papá que decidió asis-
tir a la clase y así monitorear a su hijo.

Tomé asiento en el único puesto que quedaba disponible al final del


salón, pero cuando me senté allí, el profesor me pidió que me sentara
más cerca de la pizarra y me señaló el puesto donde yo veía sentado al
señor que acompañaba a Miguel. Yo le respondí en voz alta que esa
silla estaba ocupada y que prefería quedarme donde estaba. El maestro
me miró confundido, dejó de insistir y siguió impartiendo la lección.

Al ver nuevamente hacia la silla, que había señalado el profesor,


me di cuenta que el hombre ya no estaba. Quedé un poco perdido, pero
callado esperé a ver si el señor volvía.

29
Transcurrieron las dos horas de clases y la persona no regresó. En
ese momento volví a inquietarme. O estaba teniendo problemas en mi
mente o de verdad yo estaba viendo cosas que los demás no podían ver.
Seguí con muchas interrogantes y estaba dispuesto a decirle a mi madre
que me llevara al médico, y así salir de dudas.

Cuando salimos todos de la clase, seguí a Miguel hasta el auto


donde lo esperaba su madre. Al llegar, ella bajó el vidrio para salu-
darme, y mientras su hijo se subía al auto le pregunté:

“¿Por casualidad su esposo acompañó hoy a Miguel a clases?”.

La primera reacción que ella tuvo fue mirarme con una expresión
de tristeza y me respondió: “No corazón, seguramente te confundiste
porque mi esposo falleció hace pocos meses”.

Yo no podía creer lo que me estaba diciendo. Volteé mi mirada ha-


cia la parte trasera del vehículo donde se había sentado Miguel y él no
respondió nada, más bien me miró con la misma expresión de dolor que
tenía su madre y quizás con un poco de rabia por haber mencionado ese
tema. Ante ello respondí:

“Lo siento mucho, debí confundirme con otra persona”.

Lo único que pensé después de lo sucedido era que eso no podía


estar pasándome a mí. No era normal, y quizá tenía un serio problema
de salud.

Empecé a creer que padecía algún tipo de enfermedad desde los


cinco años. Cuando regresé al salón les pregunté a los profesores si
hubo hoy algún adulto más en la clase, aparte de ellos, y me respondie-
ron que no. Confirmé así, nuevamente, que solo yo había visto a ese
hombre.

Noté luego de esa segunda experiencia que tuve en un mismo día,


que cada vez que me ocurrían ese tipo de vivencias quedaba muy ex-
hausto, como si usted fuese subiendo rápido una colina y al llegar a la
cima quedase agotado y sin aliento.

30
Incluso, en muchas ocasiones me sucedía que, al entrar a algunos
lugares, podía visualizar los problemas que tenían las personas que vi-
vían allí, proyectándose en mi mente como una especie de película que
pasaran frente a mis ojos. Veía que muchas de esas personas tenían una
fuerte energía negativa por sus sufrimientos, tristezas o vivencias que
marcaron sus pasados y, por ello, sentía la necesidad de llegar a mi
hogar, descansar durante varias horas y así recuperar la energía que ha-
bía perdido.

Al principio fue difícil asimilar todas las vivencias y experiencias


que me sucedían y que formaban parte de mi cotidianidad. Sin em-
bargo, poco a poco fui aprendiendo a mi corta edad, que la energía era
un factor muy importante e influyente en mi vida, la cual debía cuidar
para recibirla de la mejor manera, para poder interpretar, reconocer y
capturar de forma correcta los mensajes que percibía de las otras per-
sonas.

31
En el colegio – Liceo los Arcos del Opus Dei.

Primera Fila, tercero de izquierda a derecha.

32
CAPÍTULO TRES
Puede estar en sus genes

33
A medida que pasaba el tiempo me seguían sucediendo experien-
cias únicas de forma más frecuente y la presencia de mi padre era cada
vez más vigente. Por más que intentaba evitarlo, veía cosas que los de-
más no podían ver, sentir cosas que los demás no podían sentir, y vivir
cosas que no tenían sentido alguno o explicación.

Recuerdo que, al estar en una escuela perteneciente al Opus Dei,


decidí comentarle lo que me sucedía a un sacerdote en el confesionario
del colegio, para ver si podía ayudarme a descifrar lo que me pasaba.
Le conté lo que estaba viendo, escuchando y sintiendo de forma cons-
tante, día tras día, a veces con mucho temor y otras con mucha paz.

El cura en aquel entonces me dejó con más dudas y me sentí más


sólo. Sentimiento que hoy en día aún está presente en muchos momen-
tos de mi vida, porque aunque esté rodeado de personas, no muchas de
ellas entienden y terminan juzgándome. Pero aprendí a sobrellevar la
incredulidad de algunas personas y sus comentarios cuando acepté mi
don, mi misión y este milagro que es parte de mí, además de entender
que así hagas bien o mal siempre va a existir alguien que opine distinto.

Esperaba encontrar un buen consejo de aquel sacerdote, porque


siempre he tenido presente que: “Todos somos hermanos del mismo
padre y que Dios otorga dones especiales a cada uno de nosotros”,
como lo expresa la Biblia. Me llené de ansias por recibir su respuesta,
pero lo que me respondió fue:

“Hijo, ese es el mal que está intentando entrar en ti. Ora y olvídate
de eso”.

Me llené de asombro. No lograba entender por qué el sacerdote me


había respondido de esa manera, cuando Dios es amor y mi padre en
los cielos no iba a permitir que el mal entrara en mí. Y sobre todo por-
que estaba convencido de que yo podía ayudar a otros.

El cura continuó hablando y me dio una larga charla de cómo el mal


se manifestaba de distintas formas para hacernos creer en él y confun-
dirnos. Admito que al final de la conversación creí en sus palabras, así
que cada vez que sentía a mi padre, prácticamente le decía que se ale-
jara y rezaba, porque era “el mal”, según lo que decía aquel sacerdote.

34
Mientras tanto, mi padre seguía manifestándose de distintas formas
y no podía dejar de pensar en otra cosa sino en su imagen, como una
especie de holograma, lleno de luz a su alrededor, parecido a la nube
que se forma cuando abre un congelador donde hay hielo seco. Lo veía
sonriendo, mientras yo luchaba con los pensamientos que pasaban por
mi mente, rechazando sus apariciones. Pero él me transmitía mucha
paz, amor y no parecía algo de “el mal”.

Un viernes al salir de la escuela decidí contarle a mi madre todo lo


que me estaba sucediendo mientras íbamos camino a casa. Ya estaba
cansado de ocultárselo. Fue una larga conversación donde le mencioné
todas las historias que guardaba conmigo sobre todo lo que había visto
y sentido, empezando por el momento en el cual mi padre falleció. Mi
madre se impresionó mucho, se quedó sin palabras, y luego empezó a
hacerme muchas preguntas acerca de las cosas que veía. Aun cuando
ella se sorprendió mucho por todo lo que le contaba, no le pareció tan
descabellado. Me enteré de cosas que habían ocurrido, hechos tan irrea-
les que yo mismo no los podía creer. Incluso me costó asimilarlo y
entenderlo.

Ella me contó que todo lo que le estaba diciendo no era algo nuevo
en nuestra familia, y siempre pensó que pudiera pasarme a mí debido a
extraños sucesos que ocurrieron antes de que yo naciera.

Al parecer no era el único que tenía este tipo de experiencias inex-


plicables. Mi abuela, cuando veía a alguna persona, le decía cosas que
podían sucederle o que estaban por llegar a su vida. Incluso decía el
tiempo en que podían acontecer. Yo no entendía cómo ella podía ver
situaciones tan claras en ciertas personas, y muchas de ellas empezaban
a llorar y otras se emocionaban por lo que ella les decía.

Lo que si tenía claro era la manera en que mi abuela — a quien le


decíamos “Tata”— ayudaba a esas personas con mucho amor, y con
ganas de querer sanar sus corazones del dolor y de las preocupaciones
que vivían.

Mi madre siempre fue muy espiritual y nos inculcó a mi hermana y


a mí el amor hacia Dios y a ser agradecidos con Él. Habitualmente se
reunía en casa con un grupo de amigos para meditar y hablar sobre la
35
importancia de conectarse con Dios, porque, según decía ella, Él siem-
pre nos escuchaba en todo momento y sabía por lo que estábamos
pasando. Durante esas charlas observaba como meditaban para concen-
trarse en la oración, y aunque hiciera ruido, ellos ni abrían los ojos.

Se notaba que vivían ese momento tan profundamente que parecía


que no estaban allí. Pasaban horas y horas en el silencio de la oración.
Recuerdo estas palabras que mi madre me dijo uno de esos días en los
que estaba reunida:

“Hijo, cada vez que tengas un problema encomiéndate a Dios en el


silencio de la oración, y Él pondrá en tu corazón ese mensaje que nece-
sitas saber. Él está dentro de ti y su amor es tan inmenso que nunca te
va a dejar solo”.

Esas palabras eran las que necesitaba escuchar en ese momento,


después de toda la confusión que tenía en mi mente por la conversación
que había tenido con el sacerdote y por las experiencias que vivía.

Me sentí aliviado porque sabía que Dios estaba conmigo, y que te-
nía que hablar más con Él porque iba a entenderme. Quién mejor que
nuestro padre en los cielos para hacerlo. Desde ese momento decidí ver
todas las cosas que me sucedían como milagros en mi vida.

Después que se fueron las personas de la casa, le pregunté a mi


mamá cuáles eran esos sucesos extraños que habían sucedido en mi
infancia y ella empezó a contarme:

“Cuando quedé embarazada de tu hermana, había decidido no tener


más hijos durante un buen tiempo. Una noche, tu abuela tuvo un sueño
en el cual traían a un niño que estaba rodeado de flores blancas y había
muchas celebraciones, y en el fondo se veían una especie de pirámides.
Esa misma noche, en horas de la madrugada, tu hermana fue a desper-
tarme en mi habitación, y me contó que la había visitado en sueños un
señor alto, vestido de blanco y con barba larga que le dijo que muy
pronto iba a tener un hermanito”. Yo escuchaba con mucha atención.

36
Mi madre continuó: “Me pareció muy extraño que en un mismo día,
tanto tu abuela como tu hermana, habían soñado que iba a tener un
bebé. Sin embargo, llevé de vuelta a tu hermana a la habitación, y le
dije que tan solo era un sueño, y que se volviera a dormir porque al día
siguiente tenía colegio. En la mañana, dejé a tu hermana en la escuela
y me fui directamente a hacer una prueba de embarazo por la inquietud
que me produjeron los dos sueños. Quizá era casualidad, pero me re-
sultaba sorprendente que pasaran en una misma noche. Los resultados
salieron positivos y yo no entendía porque no lo había planificado”.

Efectivamente y sin esperar planificarlo o siquiera tener sospecha


de ello, mi madre estaba embarazada y yo empezaba a tener un lugar
en esos tiempos.

Esa conversación que tuve con mi madre me ayudó a entender me-


jor que quizá lo que me pasaba era parte de mis genes. Todo lo que
estaba viviendo de forma constante, lleno de experiencias únicas e in-
descriptibles, no dejaban de ser gratificantes a nivel emocional.

Así que empecé a dejar de cuestionarme y de hacerme preguntas


constantemente sobre por qué sucedían, dejé que las cosas fluyeran y
me enfoqué en convertir mis vivencias en algo positivo y útil para ayu-
dar a los demás.

37
Mi abuela y madre.

38
CAPÍTULO CUATRO
La doctora y mi mente

39
Cada vez que se presentaba la oportunidad de darle un mensaje a
alguien se lo comunicaba de inmediato por la necesidad que sentía de
ayudarlo, y al ver la reacción en las personas ante los detalles que co-
nocía, se generaba en mí la motivación y emoción para seguir
haciéndolo, especialmente cuando ellos sabían que no existía forma al-
guna de que yo supiera sobre su vida privada. Sin embargo, mi mente
de forma continua me frenaba. Sentía temor y me inquietaba pensar si
los mensajes que compartía con las personas eran acertados o producto
de mi imaginación. Obviamente, ese sentimiento me originó inseguri-
dad y volvía a aparecer en mi mente la duda de que quizás me estaba
volviendo loco.

Recuerdo un día en que, estando en el colegio, le dije a una señora


que trabajaba allí, un mensaje tan fluido y con gran nivel de detalles,
que ni yo mismo podía creerlo. Ella me preguntó si yo leía la mente y
le respondí entre risas:

“¡No! yo no leo la mente. Son los ángeles que me acabaron de trans-


mitir este mensaje para contárselo a usted”.

La señora me abrazó y me respondió con los ojos llorosos y con la


voz entrecortada:

“Gracias por este regalo que acabas de darme. No sé cómo lo hi-


ciste, pero casualmente era lo que estaba pidiendo entre mis oraciones.
Gracias”.

En otra ocasión, mientras estaba de compras con mi madre en una


tienda de ropa, ella se fue a medir un vestido y yo me quedé en el pasi-
llo, esperándola sentado. A mi lado estaba un señor de unos cincuenta
años y sentí el impulso de decirle algo que acababa de ver sobre él y
sus problemas de salud, su bloqueo emocional o rencor hacia la vida
por la pérdida de su esposa.

“Señor disculpe que sea entrometido, pero yo siento que debo de-
cirle que su esposa lo perdona y que ella está bien. Ella le agradece por
la calidad de vida, a nivel material, que usted le dio durante su transi-
ción, pero no se preocupe por toda la carencia que existió en el amor,
debido a lo distante y frío que usted fue con ella. Ella sigue cuidándolo

40
y quiere que sepa que los problemas de corazón que está presentando
actualmente son justamente porque usted los está causando”.

“¿Y tú cómo sabes eso?”, preguntó el señor con su rostro lleno de


asombro. Unos segundos después reaccionó con molestia: “¿Quién eres
tú para decirme esto?, ¿acaso me has estado siguiendo?”.

Yo le respondí: “Señor yo a usted no lo conozco, primera vez que


lo veo. Simplemente me comunico con los ángeles, y ellos me acabaron
de decir esto para usted”.

El señor seguía molesto: “Yo no creo ni en Dios ni en los ángeles.


Deberías ir a un médico para que te revise”. Luego se levantó del
asiento y se alejó de mí rápidamente.

Yo me quedé sentado y bajé mi cabeza, porque me sentí rechazado,


aunque sabía que había hecho lo correcto. Cuando mi madre salió del
probador me vio muy pensativo y me preguntó qué me pasaba, yo le
respondí:

“Mamá, acabé de decirle a un señor que recién estaba sentado a mi


lado sucesos muy privados de su vida que le estaban haciendo daño. El
no recibió bien lo que le dije, se molestó y me dijo que fuera a un mé-
dico. Tengo dudas de si tengo algún problema de salud que esté
influyendo en las visiones que normalmente tengo y por eso prefiero
que me lleves al médico”. Mi madre se asustó al verme tan ansioso, y
me pidió que me tranquilizara porque estaba muy nervioso. Me pre-
guntó qué sentía y le respondí:

“Me siento confundido porque no sé si es normal que le esté di-


ciendo mensajes tan frecuentemente a las personas que se cruzan en mi
camino, y hoy por primera vez me topé con alguien que no lo tomó para
bien. Yo no quiero hacerle daño a nadie, pero la mayor parte del tiempo
siento que debo decirles a las personas lo que veo”.

Cuando terminé de hablarle, ella se quedó pensativa, y al cabo de


unos minutos llamó a su médico de confianza y le empezó a contar todo
lo que me estaba pasando. Yo estaba a su lado escuchando toda la con-
versación, y de un momento a otro el doctor le dijo:

41
“Considero que deberías llevar a tu hijo a un Psicólogo para des-
cartar cualquier tipo de alucinaciones que pueda estar teniendo. No lo
vayas a tomar a mal, pero es más seguro, y así pueden hacerle los exá-
menes indicados. Yo conozco a una doctora muy buena que te puedo
recomendar en la misma clínica donde trabajo”.

Lo primero que le dije a mi madre cuando colgó fue:

“¡Acaso estoy loco! Mamá yo no estoy teniendo alucinaciones, yo


estoy seguro de lo que he sentido y visto”.

Ante la súbita respuesta del médico, mi madre abrió los ojos con
una expresión de sorpresa y empezó a mover su cabeza de un lado para
el otro. Luego me respondió:

“Hijo, yo tampoco pienso que estés alucinando. Simplemente es la


recomendación del médico. Pediré una cita con urgencia, y no te preo-
cupes, todo va a estar bien. Seguramente te mandará a hacer algunos
exámenes y eso es todo”.

Mi madre se comunicó inmediatamente con la secretaria de la doc-


tora y le agendó la cita para dentro de los dos días siguientes. Esos días
fueron los más largos y desesperantes, porque me sentía asustado de
que pudiese tener algo malo, pero en el fondo esa voz interior, que
siempre escuchaba, me decía que todo iba a estar bien.

Finalmente, llegó el día. Mi madre y yo nos levantamos temprano


y nos fuimos directo a la clínica. Al llegar al consultorio, recuerdo que
eran las siete de la mañana. Sólo esperé quince minutos y la secretaria
me pasó a la oficina de la doctora. Ella era una mujer de piel blanca y
pelo oscuro, muy simpática, que me generó confianza y me trató con
mucho cariño al entrar.

Dentro de su consultorio, me senté en una silla verde bastante incó-


moda. Atrás había un gran ventanal que dejaba ver un jardín lleno de
plantas perfectamente organizadas. Las paredes del lugar eran total-
mente blancas con baja luz. La doctora se sentó muy cerca de mí, se
presentó y comenzó a hacerme preguntas sobre mi presencia allí. Yo le
respondí:

42
“Doctora, le pedí a mi mamá que me trajera para que usted revise
mi cabeza, y para hablar con usted sobre las voces que habitualmente
escucho y las personas que en algunas ocasiones veo y más nadie ve.
No piense que porque le estoy diciendo esto significa que tenga aluci-
naciones. Al principio cuando me sucedían esas experiencias pensé que
sí, pero después me di cuenta de que era común y en vez de sentir miedo
me llenaba de un gran amor”.

Cuando terminé de hablar, la doctora se quedó en silencio y al cabo


de unos segundos nos dijo a mi madre y a mí que primero iba a reali-
zarme una prueba escrita de personalidad que constaba de preguntas de
selección simple y algunas preguntas abiertas. Sin exagerar duré tres
horas haciéndola, y no lograba entender por qué la longitud de ese exa-
men que hasta el día de hoy ha sido el más largo que he hecho.

Recuerdo que en la prueba hasta tuve que dibujar un sol, una casa
y una familia en una gran hoja en blanco para que la doctora pudiese
analizar posteriormente todos los trazos y en qué lugar de la hoja los
había dibujado, porque al parecer todo tenía una razón de ser.

Seguido de esa prueba procedieron a realizarme una resonancia


magnética del cerebro, dentro de lo que parecía ser una nave espacial.
Me acostaron en una camilla y colocaron una especie de casco sobre
mi cabeza, lo cual resultó ser bastante incómodo. Recuerdo que entraba
y salía varias veces de esa cápsula que al moverse sonaba como un
avión a punto de despegar.

Admito que, pese a la incomodidad de tener tantos aparatos sobre


mí, al final fue divertido porque me imaginé viajando dentro de una
gran nave y busqué ver lo positivo del momento.

Al salir de esa cápsula inmensa quería irme. Estuve toda la mañana


en esa clínica, y las horas pasaron lentamente, tanto que me sentí ago-
tado y sólo pensaba en dormir.

Finalmente, después de quince minutos más de espera, la doctora


nos llamó a mi madre y a mí, y nos dijo que pasáramos por su consul-
torio dentro de cuatro días para darnos los resultados de ambas pruebas,
y así tener un diagnóstico más preciso.

43
Pasaron los cuatro días y volvimos nuevamente al consultorio. Ese
día me sentía muy ansioso por saber lo que iba a decirme la psicóloga,
aunque yo seguía pensando que todo iba a estar bien y los equivocados
iban a ser ellos. Estaba junto a mi madre en la sala de espera, cuando la
secretaria nos dijo que pasáramos.

“¡Ahora sí llegó el momento! Aquí vamos”, pensaba yo en aquel


segundo en el que finalmente iba a saber la verdad que haría encajar la
pieza final de ese rompecabezas que estaba viviendo.

La doctora me saludó con mucho cariño, se notaba tranquila y me


dijo:

“El resultado de la resonancia salió bastante normal y no hay nada


de qué preocuparse. Con respecto al examen escrito de personalidad,
pude analizar teniendo en cuenta todas tus respuestas y dibujos, que
tienes un alto nivel de ansiedad que se puede manejar. Lo que sí me
gustaría es que me hablaras y me explicaras sobre esas voces que escu-
chas”.

Cuando la doctora terminó de hablar, me quedé totalmente en si-


lencio y me emocioné tanto que se me aguaron los ojos. Sentí dentro
de mí una gran paz por saber la pieza que me faltaba para terminar de
armar el rompecabezas en mi mente. Lo acababa de resolver al darme
cuenta que todo lo que venía sintiendo y viendo no tenía que ver con
ningún problema en mi cerebro. No se imaginan la seguridad que sentí
y me olvidé en ese momento que estaba en ese consultorio.

En vista que me quedé callado cuando la doctora me hizo la pre-


gunta, me dijo:

“¿Gerard me estás escuchando?”.

Le respondí, un poco molesto:

“Si estoy bien de salud y tiene los resultados, no sé por qué insiste
en saber sobre las voces que escucho. Pero si usted quiere saber, se lo
voy a decir”.

44
Sentía una gran energía dentro de mi ser, aquel timbre en el oído
retornó y una fuerza increíble me empujó a decirle a esa doctora todas
las imágenes que empecé a ver frente a mí.

“Usted está aún lamentándose por la muerte de su madre, y siempre


piensa que no hizo lo suficiente por ella, porque en sus últimos días no
estuvo presente para acompañarla en el hospital debido a los problemas
que estaba presentando con su esposo por ser muy controlador. Sin em-
bargo, ella no tiene rencor alguno e incluso no recuerda esos momentos
que pasó estando en la clínica. Lo último que ella recuerda de aquel
momento, fue el hermoso vestido con el cual la enterraron, porque era
de color verde y ese era su preferido. No siga lamentándose, porque
usted hizo lo que pudo entre la relación con su marido y los últimos
días con su madre. Ella lo entiende, porque fue la intención en su cora-
zón lo que realmente valió”.

La palidez en el rostro de la doctora fue evidente. Sus mejillas ro-


sadas cambiaron de color repentinamente cuando terminé de hablar.
Ella abría y cerraba sus ojos una y otra vez, como síntoma de nervio-
sismo, y aunque intentaba responderme, las palabras que intentaba
decirme salían de forma atropellada, titubeando en todo momento.

Sentí compasión al verla reaccionar de ese modo, y dejé a un lado


el enojo que tenía para abrazarla muy fuerte, porque lo que dije había
ocasionado un gran impacto en ella. Sus lágrimas caían sobre mí, y
cuando las sentía la abrazaba con más fuerza. Cuando estuvo calmada,
se fue a sentar en su escritorio y mirándome a los ojos me dijo:

“No sé cómo acabó de pasar esto, ni siquiera yo que siempre busco


el porqué de las cosas, encuentro una explicación a esta experiencia.
Sabes que para mí aceptar que mi madre no está ha sido muy difícil,
porque me he sentido culpable, y esto que acabas de decirme era lo que
había estado esperando escuchar todos estos años, para poder calmar
mi mente y así encontrar un poco de paz. Te doy las gracias por este
momento y porque Dios te puso en mi camino. Tienes un hermoso re-
galo del cielo que muchos quisieran tener, aprovéchalo porque estoy
segura que ayudarás a muchas personas en el transitar de tu vida que
apenas está comenzando. Y por tu salud ni te preocupes porque estás
mejor que yo”, finalizó entre risas.
45
¡Qué increíble! Lo que presencié y lo que era una cita para saber si
tenía un problema de salud, terminó convirtiéndose en un pequeño mi-
lagro nuevamente en la vida de otra persona que conocí. Pasé de ser el
paciente para convertirme en el doctor, y hasta la consulta me salió gra-
tuita.

Ese día supe que tenía un don del cual no podía escapar, y que debía
aprender a usarlo de la manera correcta. Entendí que mi misión era ayu-
dar a los demás por medio de este milagro que me fue otorgado. Acepté
que era diferente, y en vez de seguir luchando conmigo mismo parar
ser como los demás, me dediqué a cultivar mi fe y a acrecentar mi es-
piritualidad.

46
CAPÍTULO CINCO
No somos perfectos, Sí para Dios

47
¿Quién soy yo para juzgar qué es lo correcto?,¿y quién para com-
partir a los demás lo que es ser bueno o lo que deben o no hacer con
sus vidas? ¿Cómo puedo predicar el buen ejemplo de Dios, cuando tam-
bién tengo mis propios errores?

Y usted, ¿Es perfecto?

Las personas que conozco siempre suelen decirme que yo tengo un


don que Dios me dio, que soy bendecido y de otro mundo. Algunos
también se basan en mí para tomar decisiones en sus vidas y en otros
casos me ven como a alguien para poder decirles algo de su futuro.
Todos siempre pensando que soy dueño de la verdad y que solo algunos
pocos pueden ser privilegiados con este don.

Permítame decirle que usted es igual de especial que lo soy yo para


Dios. Usted también puede tener un lenguaje directo con los ángeles, e
incluso con sus seres queridos, a quienes ya no puede ver físicamente.
Sí, así como se lo digo, porque, pese a que yo tuve el camino más di-
recto o más fácil de comunicación con los seres de luz desde muy
pequeño, y quizá con más ayuda debido a que “venía de familia”, usted
también puede acceder a esto, porque esto viene con usted al nacer. Así
como lo menciona un pasaje de la Biblia en Corintios 12:4-11:

“Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay di-
versas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas
funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos.
A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el
bien de los demás. A unos Dios les da por el Espíritu palabra de sabi-
duría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a
otros, fe por medio del mismo Espíritu; a otros, y por ese mismo Espí-
ritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes milagrosos; a otros,
profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en diversas
lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace un mismo
y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina”.

Incluso, yo, así como usted, aún sigo aprendiendo, porque en la


transición de mi vida he tenido momentos de mucha rabia y dolor en
los cuales he discutido con Dios y con los ángeles, tal como si estuviese
discutiendo con mi hermana, porque lo que he querido no me ha sido
48
cumplido muchas veces. También he aprendido que tener este don no
quiere decir que puedo sacar ventaja de él para mi vida y mis intereses
personales. Lo más importante para mí don son los sentimientos, las
intenciones, y lo que personas como usted emiten desde lo mas pro-
fundo de su ser.

Con esto quiero decir, que lo que usted cree que es el significado
de la perfección, para Dios y los ángeles es totalmente irrelevante. Para
ellos, usted ya es perfecto con tan solo existir, no importa en lo que crea
o haga. Pero esto puede ser la diferencia para que ellos distingan si
usted presta atención o no. Esa es la diferencia entre quienes pueden
ver y quiénes no.

Una de las cosas que más me creó confusión cuando era más joven
era pensar:

“¿Cómo podía yo tener este don si no era un excelente ejemplo?,


siendo los ángeles tan perfeccionistas en cada una de sus acciones”.

“¿Cómo podían permitirme seguir teniendo este milagro en mi


vida, si yo era un huracán sin orden?”.

No era ni motivador espiritual ni consejero, y no fue fácil para mi


aprender a tener seguridad en mí mismo para sobrellevar todo lo que
me sucedía. Sin embargo, son las experiencias que he vivido las que
me han motivado a seguir desarrollando mi misión, y aprendí a depo-
sitar mi confianza en Dios y en los ángeles, porque tenía la certeza de
que me guiaban en todo momento. Así que empecé a dejar de lado las
dudas y de preguntarme tanto el por qué de las cosas.

Una de las experiencias que más me impactó, por ser la primera en


la cual me involucré a un nivel muy superior, fue la que me permitió
entender que todo mi camino estaba en manos de Dios, porque senci-
llamente no elegí tener este don, y Él, junto a los ángeles, iba a
mantenerme en el sendero correcto para ayudar a los demás.

A mediados de 2015 decidí mudarme de Chile — ciudad donde viví


por más de tres años— para emprender un camino con mayores retos
para mí. Escogí la ciudad de Miami como mi nuevo hogar. Tuve múl-
tiples razones para hacerlo, porque las oportunidades que se me abrían
49
para impulsar esta misión de vida eran cada vez más inmensas. En
efecto, así fue. Pero existió un momento durante mis primeros días que
la verdad no esperaba.

Contraté una compañía de mudanzas internacionales, la cual traería


mis muebles desde el país de donde salía, a mi nuevo destino. La carga
vendría por barco y yo solo debía esperarla y gestionar los papeles le-
gales que correspondían en las oficinas de esta empresa en Miami.

Estando en Miami me dirigí a la oficina de la empresa con la cual


estaba tramitando la mudanza, y me reuní con la persona encargada de
la gestión administrativa. Una mujer de aproximadamente cuarenta
años, de estatura baja, agradable, atenta con los clientes. Me llamó la
atención que las paredes de su oficina eran de madera y alrededor, tenía
colgados varios diplomas y un mapa del mundo.

Al sentarme frente a su escritorio, ella comenzó a hablarme, y perdí


el sentido de orientación de forma repentina. Le pedí a ella que me diese
unos minutos porque me sentía un poco mareado, bajé mi cabeza un
poco y con los ojos cerrados pasaba mi mano por mi frente como ma-
sajeándola. Ella me ofreció agua, pero mientras me hablaba, yo
mantenía mis ojos cerrados.

Luego de unos minutos, empecé a sentirme mejor, subí mi cabeza


nuevamente y al abrir los ojos me di cuenta que ya no éramos dos los
que estábamos en esa oficina, había junto a ella otra persona que defi-
nitivamente no pertenecía a este lado del mundo. Su imagen era un
poco borrosa y en ese instante comenzó a comunicarse conmigo.

“Necesito me ayudes en algo, ella es mi madre y le ha costado


mucho superar lo que me sucedió. Dile que siempre estoy junto a ella
y que todavía sigo practicando béisbol”.

50
Respiré profundo porque no es fácil decirle algo tan privado y emo-
cional a una persona que recién conozco. Pero es algo que debo hacer,
porque si no mi conciencia no me deja tranquilo el resto del día.

“Disculpe, me gustaría decirle algo y espero pueda recibirlo de la


mejor forma. Usted perdió a su hijo en un accidente, al parecer le gus-
taba jugar mucho al béisbol y también es un poco celoso con usted,
pero solo quiero que sepa que él está bien y siempre la acompaña”.

La mujer paró todo lo que estaba haciendo y entre la emoción y el


desespero comenzó a preguntarme cómo yo sabía eso y continuó ha-
ciéndome una cantidad de preguntas, una tras otra. Intenté calmarla
para poder responderle de forma más ordenada y así poder transmitirle
los mensajes que estaba escuchando. En ese momento le dije:

“Su hijo me muestra la palabra “oriones” o “orioles” y lo dice muy


entusiasmado, como una especie de sueño muy importante que no pudo
cumplir debido a lo que le sucedió. Estoy seguro tiene que ver con el
béisbol. También me dice que él no se va a molestar si recogen su
cuarto, porque, aunque era muy celoso con sus cosas, ya no las nece-
sita”.

La mujer llorando me contesta: “Antes de morir, él había firmado


un contrato con un equipo de béisbol llamado Orioles, pero justo antes
de viajar para celebrarlo, falleció en un accidente de auto. Y desde que
se fue, no he querido mover nada de su cuarto. Todo sigue intacto”.

Yo le respondí: “La verdad no soy muy aficionado a este tipo de


deportes, pero él está muy feliz e incluso quiere que usted sepa que ya
pudo conocer a Ruth”.

Le pregunté a la mujer que quién era Ruth, porque me llamó la aten-


ción saber si era una mujer importante en su vida. Ella me respondió:

“Es Baby Ruth, su jugador favorito de quien era muy fanático. No


sabes la alegría que me estás dando en este momento, Gerard. Esto
tengo que contárselo a mi hija, porque es el milagro que tanto había
pedido.
51
Todos los días le pedía a Dios que me permitiera comunicarme con
mi hijo, saber cómo estaba él. Además no sabía si estaría bien mover
toda su habitación. No tengo palabras para describir esto tan maravi-
lloso que me está pasando. No sabía que podías ver y sentir a personas
fallecidas”.

Mi estadía en ese lugar se extendió más de una hora, durante la cual


escuché a la mujer narrar toda la historia de su hijo entre lágrimas y
risas. Pude sentir también la alegría de ese joven al ver a su madre fi-
nalmente más feliz y tranquila.

Al final de la charla, pudimos realizar toda la gestión legal y me fui


muy complacido por lo que había ocurrido. Subí mi mano apuntando
hacia el cielo como siempre hago después de que tengo este tipo de
vivencias junto a las palabras: “Gracias Dios, lo hicimos una vez más”.

Aproximadamente una semana después de lo que me sucedió, es-


taba en la ducha alistándome para arrancar mi día y pude sentir
nuevamente al hijo de aquella mujer que me dijo que quería que le com-
prase a su madre una bola de béisbol y que se la entregara lo más pronto
posible. Que ella iba a entender lo que significaba.

Quedé sorprendido y pensativo al no entender por qué debía com-


prar algo de parte de alguien que ya no estaba físicamente. Sin
embargo, me vestí y al final del día me dirigí a una tienda de artículos
deportivos para comprar esa pelota. Al llegar al local comercial, vi una
gran pared llena de una cantidad de pelotas de béisbol. Y dije en voz
alta:

“¡Guau! No sabía que existieran tantas pelotas ni tantas marcas. Y


ahora ¿cuál voy a comprar?”.

En ese momento escuché al joven como si lo hubiese llamado y me


dijo:

“Cualquiera de las que están en la parte superior, y toma también


una caja de vidrio para poner la bola dentro y así pueda conservarse
mejor”.

Hice tal cual lo que escuché, y mientras pagaba la pelota, me repetía


52
a mí mismo entre risas:

“¡Vaya día! primera vez que hago esto. Este día superó los límites
de la realidad”.

Al salir de la tienda llamé por teléfono a la señora de aquella com-


pañía de mudanzas internacionales para decirle que tenía que darle algo
de parte de su hijo, y que ella iba a entender el significado al tenerlo en
sus manos. Su emoción no se hizo esperar y apresuradamente me con-
testó que le dijera dónde encontrarnos. Le di mi dirección, y al cabo de
una hora la mujer llegó a mi casa. Tocó el timbre y al abrirle la puerta
me dio un abrazo tan fuerte que casi me caía. Estaba muy emocionada
por saber que era lo que iba a darle. Inmediatamente tomé de la mesa
cercana a la puerta el regalo, y se lo entregué en sus manos. En ese
momento la mujer totalmente impactada me dijo:

“Desde que viniste a mi oficina, no he dejado de ver pequeñas plu-


mas blancas en todos lados que aparecen de la nada como señales, sé
que es mi hijo y esto que acabas de hacer aún no puedo creerlo. Yo
llevaba siempre conmigo en mi pecho un pequeño sobre de plástico con
algunas cenizas de mi hijo para sentirlo siempre conmigo. El día de
hoy, entre tantas cosas que estaba haciendo, lo perdí y me sentí devas-
tada. Justamente le pedí una señal para sentir que seguía conmigo o
algo que pudiera tocar, y apareciste tú con esto. No tengo palabras para
agradecerte”.

Nos dimos un fuerte abrazo mientras ella concentraba en sus manos


aquella pelota y dejaba escapar risas de emoción y palabras entrecorta-
das por no poder dar una explicación exacta de lo que había ocurrido.

Desde ese día supe que mi misión iría incrementándose en niveles


de comprensión o experiencias más elevadas, en las cuales estaría cada
vez más involucrado. Pero, también sabía que iban a ser cada vez más
recompensantes.

Algunas experiencias me llenaban de alegría, otras de nervios y tris-


teza. Cada caso es distinto, cada persona una nueva historia en la cual,
queriendo o no, terminaba convirtiéndome en uno de los protagonistas.

53
Al principio les confieso sentía muchos nervios, hasta me tembla-
ban las piernas, porque tenía un terror inmenso de nublarme frente a
una persona y no poder decirle nada. Por ejemplo, imagine una persona
frente a usted que no le ha dado ningún tipo de información sobre su
vida y espera que usted le dé una señal o mensaje para poder tener paz
en sus corazones por su reciente pérdida.

Pero les confieso que lo que me ayudó a tener mucha tranquilidad


y paz, era pedir con fe a Dios y a los ángeles que me guiasen para dar
un buen consejo, y que me permitieran decir lo que las personas nece-
sitaban escuchar.

A medida que pasaba el tiempo, pude aprender a fortalecerme más


espiritualmente y a controlar mi mente, porque todos pasamos por si-
tuaciones donde la mente controla nuestros pensamientos y nos nubla
completamente. Por ello es importante que usted sepa que, no importa
cuánto dude de sí, o lo difícil que pueda ser lograr algo, si su corazón
está seguro de ello, si cree en usted mismo y sabe que lo que va a em-
prender es para su bienestar y para ayudar a otros, allí estarán los
ángeles para ayudarlo. Así sea en el último segundo, cuando piense que
no vendrán.

Usted no imagina la cantidad de pequeños milagros que pude ver


en muchas de esas reuniones, así como lo divertido o en algunos casos
muy emocional que llegó a ser, y cómo pude aprender que, sin importar
cuánto dude de mí mismo, los ángeles siempre estaban allí presentes.

En una de las charlas que dicté sobre el aprender a ver más allá,
recuerdo que cuando iba culminando, de repente empecé a distraerme,
y mi mente quedó totalmente en blanco. No recordaba lo que estaba
diciendo en ese momento, y mi perímetro de visión empezó a reducirse
hacia un lugar específico en ese lugar.

Mis ojos se enfocaron automáticamente en las personas que estaban


sentadas en la parte de atrás del salón, específicamente en una mujer
que tenía detrás de ella a un hombre alto y de hombros anchos. Sentía
que él tenía una personalidad dominante, y que había un motivo por el
cual estaba allí y yo debía verlo.

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“Perdón”, me repetía ese hombre una y otra vez. Su presencia me
transmitió mucho arrepentimiento, a la vez que me sentí intimidado por
su fuerte personalidad, la cual pude sentir durante ese momento. Tuve
la necesidad de transmitirle a esa mujer el mensaje de ese hombre que
estaba junto a ella. En voz alta, empecé a describir a esa persona, sus
rasgos físicos y algunas de las cualidades muy características de su per-
sonalidad.

La mujer entró en un mar de lágrimas, sin poder contenerse, y las


personas que estaban a su lado empezaron a brindarle apoyo. Recuerdo
que pedí disculpas a la audiencia por haberme desconectado de lo que
decía para enfocarme en esa mujer, pero fue una situación que ocurrió
repentinamente.

Al terminar la charla, la mujer se acercó a mí y hablamos en privado


acerca de lo sucedido, porque yo también tenía mis dudas. Ella me co-
mentó impactada, que el hombre que yo le había descrito era su tío,
quien en vida le había ocasionado mucho daño.

Aproveché esa oportunidad para decirle a ella que su tío quería pe-
dirle perdón, y que en ese momento yo fui el receptor del mensaje. La
mujer me dijo que eso era justo lo que ella necesitaba escuchar para
cerrar y sanar un capítulo de su vida, de malos recuerdos sin nunca un
perdón.

Tenga en cuenta que cuando usted perdona libera y deja ir, porque
las personas en la otra dimensión no quieren que usted se quede con
ese mal recuerdo que lo hace infeliz, y ellos quieren que usted real-
mente viva y luche por lo que realmente le haga feliz.

Usted nunca está sólo, siempre tiene un ángel a su lado que lo cuida
y lo protege, y si las cosas no salen como espera, es porque Dios tiene
un plan diferente o mejor para usted.

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Guíese siempre por su corazón y así será siempre perfecto. Pese a
que no tenga apoyo y los demás a su alrededor no crean en su propósito,
los ángeles nunca van a defraudarle y le van a ayudar si su corazón de
verdad cree en lo que está haciendo. Así que tenga fe.

En Hebreos 11:1, la Biblia define esta palabra de la siguiente ma-


nera:

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo


que no se ve.”

56
Su verdadero ser

Alguna vez se ha preguntado: ¿Por qué me suceden las mismas co-


sas una y otra vez? o ¿por qué no logro salir del mismo ciclo que vivo
de forma repetitiva?

Muchas personas suelen rezar mucho o pedir a su manera, sin ob-


tener resultado alguno. Pero lo primero que debe aprender es que Dios
y los ángeles no lo ayudan en lo que usted quiere o pide, porque ellos
le dan lo que usted necesita para ese momento.

Esto puede sonar confuso en muchas de las situaciones que se pre-


sentan en su vida, así como cada ejemplo o situación puede ser
totalmente diferente, pero no olvide que en esta vida con quien debe
quedar bien no es con la gente a su alrededor, sino con quien está allá
arriba, sin importar la religión que profese.

La sociedad ha jugado un rol importante para establecer en usted la


“verdad absoluta” de lo que sucede, y ha creado la barrera que lo nubla
para poder ver más allá. Cuando digo “poder ver más allá” me refiero
a que todo lo que ocurre a su alrededor tiene un sentido, un por qué, y
una razón de ser.

Mientras la sociedad le enseña que el éxito está en su posición eco-


nómica o sus metas como hombre o mujer, usted se está alejando de
quien realmente es para complacer a los que están a su alrededor, pero
no a usted mismo.

Permítame decirle que usted no es ese título que tanto estudió, ni


tampoco todos los bienes que posee y le dan una falsa sensación de
éxito. Es lógico que si usted tiene una vida abundante a nivel econó-
mico se pueda considerar una persona exitosa durante su transición en
esta vida, pero cuando deje su cuerpo todo queda aquí, o ¿a dónde
piensa llevarse todo eso? Obviamente, a ningún lado, y eso tampoco va
a influir en su nuevo destino, que es la vida después de la vida. Tenga
en cuenta que cuando dejamos el mundo material, lo que nos llevamos
son las alegrías, la conciencia, lo que hicimos y el amor. Son nuestras
almas las que perduran, más no el cuerpo. Con esto quiero decir:

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Somos un alma viviendo en un envoltorio prestado hecho a la per-
fección para poder sobrevivir a los retos de esta tierra. La transición de
nuestra vida es una escuela para graduarnos en el cielo, donde recibire-
mos todos los títulos que logramos mientras estuvimos de estudiantes,
aprendiendo sobre nuevas aventuras, experiencias y vivencias. Con una
mente capaz de producir ideas que puedan cambiar millones de vidas,
junto a la energía de un corazón como combustible a esos pensamien-
tos.

Es importante que usted tenga aspiraciones, evite ser conformista y


luche por lo que más quiere lograr para tener el éxito que merece, pero
nunca olvide su conexión de origen.

Seguramente se ha hecho varias preguntas durante su vida, como,


por ejemplo:

¿Por qué hay personas que alcanzan el éxito más rápidamente?

Quiero que sepa que hay seres humanos que nacen con una habili-
dad y un talento muy natural en ellos, y eso no es casualidad, así como
tan fácilmente llegaron a la cima con un sin límite de oportunidades.
Oportunidades que quizá usted también habrá intentado, pero sin correr
con la misma suerte en el resultado.

Recuerdo que en muchas de mis meditaciones profundas que abar-


caban un mínimo de dos horas, hubo una que fue bastante productiva y
se refería precisamente a este tema.

Es imposible saber todo lo que a uno le gustaría conocer, incluso


hasta para mí, que, digamos, tengo un contacto más directo con el cielo.
También me ponen límites, hasta dónde puedo ver o preguntar, porque
todo es un proceso. Hay que saber merecer y valorar cada parte a su
tiempo, que es perfecto, así como entender que puede ser ahora mismo
una cosa, pero tiempo después resulta ser mucho más profundo de lo
que yo imaginaba.

Antes de nacer somos nosotros quienes escogemos cómo será nues-


tra vida e influimos en quienes seremos. Que no lo recuerde ahora
mismo tiene total sentido, ya que de ser así su transición en esta vida o

58
su periodo no tendrían sentido alguno. Piense si todos nacemos talen-
tosos y ricos en la parte económica:

¿Qué vendríamos a aprender a esta vida? o

¿Qué nos haría únicos o diferentes a los demás?, y por supuesto,

¿Cuál sería su misión si todos los demás fuesen iguales a usted?

Cada uno de nosotros posee un talento, pero solo pocos deciden


aventurarse a defenderlo y a luchar por él, y se empeñan en ser uno más
siguiendo el mismo patrón que le enseña la vida a sus inicios. Esto no
quiere decir que esté mal seguir un patrón, porque como le mencioné
anteriormente cada uno tiene una misión diferente y cada vida es un
caso totalmente único, pero está en usted encontrar desde su corazón:

¿Qué es lo que realmente lo hace feliz?

¿Cuál es esa pasión o habilidad que sabe que tiene pero que ha de-
jado atrás porque el día a día lo consume?

¿Qué es lo que mejor hace sin esforzarse mucho?

¿Qué disfrutaba hacer de pequeño?

¿Qué le motiva a pasar horas y horas haciendo sin darse cuenta del
tiempo?

Los ángeles prestan más atención a quienes siguen su corazón. Es


como si fuese a una clase y usted está prestando atención en todo mo-
mento, mientras que otros están viendo sus celulares sin interés alguno.
Imagine que los ángeles son ese profesor que está atento de ver quiénes
realmente están prestando atención, para así darles un mejor aprendi-
zaje y otorgarles mejores retos con una muy buena recompensa, más
que una calificación. O para darles una experiencia y su camino co-
rrecto al siguiente nivel en su vida.

Ahora bien, a aquellos que no prestaron atención o no estuvieron


atentos nadie va a castigarlos, tan solo van a tener un proceso mucho

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más lento, donde es muy posible a futuro tengan que nuevamente repe-
tir el nivel de curso.

Usted se ha preguntado:

¿Qué sucede con esas personas que nacieron con una discapacidad
o una vida que podría parecer llena de tristeza y sufrimiento?

Ante ese tipo de situaciones, generalmente las personas suelen sen-


tir pena y se preguntan ¿cómo Dios pudo entregarle tanto dolor a una
sola persona y a su familia?

No todo es lo que usted ve a primera vista, y esas personas que están


pasando por algún sufrimiento debido a su discapacidad o enfermedad,
en realidad ellos mismos decidieron tomar ese camino de una forma
más contundente, donde el aprendizaje va el doble de rápido que el de
los demás, ya sea por vidas pasadas, o en algunos casos por situaciones
que hicieron en su pasado y están arrepentidos de ello. También, para
ser protagonistas directos de grandes milagros, como ángeles lim-
piando sus alas durante la transición de esa vida.

Cuando usted vea a una persona que esté pasando por algún tipo de
discapacidad o sufrimiento, lo que debe mostrarle es apoyo, darle con-
sejos de motivación, para que se acerque a Dios, y bríndele
herramientas que le puedan servir para seguir con mejor energía su ca-
mino. Eso es lo que ellos necesitan, más no tenerles lástima ni pesar
porque con eso usted no les aporta nada.

Tenga en cuenta que cada palabra de ánimo, respaldada por energía


de amor, y todos esos pensamientos positivos que proyecte hacia otra
persona, usted también los recibe de vuelta. Y más en esos casos donde
los ángeles prestan mayor atención.

Imagine a un corredor que decidió participar en la carrera más difí-


cil para buscar la mayor recompensa o arrepentimiento, mientras que
los demás lo decidieron de una forma, que en comparación es mucho
más sencilla. Ellos son héroes que tienen una fuerte decisión, pero tam-
bién una virtud a favor en su camino por haber decidido esto.

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Una de las cosas más difíciles de hacer, pero a la vez más recom-
pensante y que mejor lo mantiene a usted dentro del camino de su
propia carrera, es cuando se encuentra consigo mismo para lograr en-
tender quién es realmente y así empezar a cambiar por completo el
concepto de su misión en esta vida. De esa manera, se dará cuenta de
que quizá lo que ha estado haciendo hasta lo momentos no tiene ya el
mismo sentido.

No olvide que cada persona o caso es totalmente diferente. También


uno de los límites que tanto me costó aprender fue el no interferir en el
libre albedrío de los demás, así como no contarles todo lo que podría
saber sobre su futuro, porque en vez de ayudarles, estaría arruinándoles
el camino que debían recorrer para llegar a ello. Permítame compartirle
un ejemplo de cómo aprendí esto en la siguiente experiencia.

Un domingo en horas de la tarde, estaba reunido con varios amigos


mientras mirábamos un juego de fútbol en la televisión. En el lugar, se
encontraban amistades que conocía desde hacía un buen tiempo, así
como otras personas con las que recién estaba compartiendo en esa
reunión.

Es muy común que en mi vida social las personas que me conocen


me hagan preguntas sobre su futuro en general, para las cuales, algunos
casos, se producen respuestas de forma natural, y en otras ocasiones,
no poseo las respuestas.

Mientras estaba en la cocina y los demás veían el partido en la sala,


se acercó una de mis amistades muy emocionada para contarme sobre
el nuevo chico que había conocido, y me señaló que era el que estaba
sentado en el lado izquierdo del sofá gris en la sala. Seguido de con-
tarme, ella comenzó a preguntarme si yo podía decirle algo sobre él,
porque estaba algo confundida y quería saber si ese chico era el hombre
de su vida. Le pedí me diese alrededor de diez minutos para relajarme
y así poder visualizar.

Fue tan solo minutos después que empecé a contarle todas las imá-
genes que había visto en mi mente, desde el día en que él iba a pedirle
ser pareja, luego que se mudarían juntos a otro país, y que iba a tener
con él una niña. Vi todo muy claro como una película que pasaba por
61
mis ojos.

Ella quedó bastante emocionada pero a la vez un tanto incrédula;


dudaba que yo hubiese podido ver tanto en tan cortos minutos.

Eso que le dije a ella se veía magnífico o más que perfecto y, ¿a


quién no le gustaría que le dijesen cosas de su futuro? Pero después de
habérselo dicho hasta el día de hoy estoy arrepentido de ello, porque lo
que parecía hacer un bien, la verdad fue todo lo contrario.

Mantuve comunicación con esa amiga durante varios años entre co-
rreos electrónicos y llamadas de vez en cuando. Efectivamente todo
estaba sucediendo exactamente como se lo había dicho aquel día. Me
alegraba al escuchar lo que me decía, porque gracias a la ayuda de los
ángeles pude transmitirle a ella lo que había visto.

El tiempo pasó y perdimos la continuidad en comunicarnos. Pero,


por medio de un amigo que teníamos en común me enteré que había
quedado embarazada y estaba esperando justamente una niña, como se
lo había dicho. Todo seguía estando fabulosamente perfecto; sin em-
bargo, al cabo de un año de esa noticia, recibí una llamada de ella para
contarme que se había divorciado porque el amor entre ellos ya no es-
taba presente.

Fue justamente cuando me di cuenta del grave error que cometí al


haber dicho todo lo que vi que iba a pasar en la vida amorosa de mi
amiga. Ella estaba confiada al saber lo que pasaría, y en vez de vivir las
distintas etapas que una pareja debe pasar para enamorarse o conquis-
tarse mutuamente, vivió los momentos sin expectativa al saber lo que
venía.

Por ejemplo, imagine que usted está estudiando Leyes y el director


de la facultad le dice, al iniciar la carrera, que así estudie o no igual va
a graduarse. Lo que va a suceder con esa respuesta, es que usted empe-
zará a ir a clases sin la misma motivación y tampoco va a esmerarse en
estudiar o superarse en su profesión, debido a que ya sabe cuál será el
resultado final.

Con esto quiero decirle que usted debe dejar que las cosas sigan su

62
flujo natural, no presione sus planes, viva cada etapa que deba experi-
mentar y confíe siempre. Si es para usted, así será.

Nadie puede saltarse pasos, porque cuando usted va subiendo por


la escalera de la vida aprende una nueva experiencia en cada escalón, y
es así como se puede dar cuenta de sus propios errores, fracasos o éxi-
tos.

Teniendo en cuenta lo que le he estado explicando en este capítulo,


voy a ayudarle para que usted logre encontrarse con su verdadero ser.

A estas alturas de su vida, usted ya podría saber qué límites tiene,


qué ha aceptado o permitido, lo que merece y lo que aún quiere lograr.
Si aún no lo sabe o desea verificarlo, lo invito a tomar una hoja blanca
y a separarla en dos columnas.

De un lado de la hoja va a escribir quién es, qué le apasiona, en qué


es bueno y en la otra va a escribir lo contrario, es decir, quién no es, lo
que le disgusta, y lo que no merece. Tenga cuidado cuando empiece a
escribir, no vaya a mezclar las cosas materiales o poner a personas
como excusa porque usted está escribiendo sobre su ser. Tómese el
tiempo que necesite y deje que sus ideas fluyan con libertad.

En la intimidad, consigo mismo, contemple en silencio al leer esa


hoja qué es lo que realmente le hace feliz y realmente le motiva. A la
vez quiero que piense, sin poner excusas nuevamente en su mente:

¿Por qué no ha podido lograr lo que quiere?

Respire profundo y cuando esté calmado intente dejar de pensar en


todo lo que ocurre en su vida, desde culpar a otros por sus fracasos,
como pensar que la vida ha sido injusta o no ha tenido la oportunidad
que merece, ni el dinero ni algo que realmente anhela.

Ahora la pregunta que le hago es:

¿Qué está haciendo para conseguir eso?

63
Si me permite voy a responderle:

Dios y los ángeles ayudan a quienes primero se ayudan a sí mismos.

Las puertas del éxito se abren en la medida en que cada quien esté
dispuesto a cambiar la actitud con la que ve la vida.

Los candados que usted mismo ha puesto en su alma se empezarán


a abrir cuando su actitud antes las cosas empiecen a mejorar, y de esa
manera la vida le comenzará a responder positivamente.

No olvide que el propósito en esta vida es ser felices, y todo lo que


necesita para encontrarse consigo mismo y seguir el camino correcto lo
tiene dentro de su corazón. Además, recuerde que los ángeles escuchan
siempre las plegarias de quienes viven con excelencia, y si usted lo hace
también por alguien más, mayores serán sus recompensas.

Siempre piense que Dios no nos trajo a este mundo para sufrir, más
bien Él nos deja elegir, pero somos nosotros quienes complicamos las
cosas. En vez de dejarnos llevar por la simpleza de las situaciones y
sorprendernos por los regalos que nos da la vida.

Las señales, los mensajes y las respuestas que necesitamos, Dios


nos la pone en nuestro camino, pero debemos estar abiertos a recibirlos,
porque su lenguaje está lleno de esperanza y amor. Dios vive en los
árboles, en el viento que sopla todos los días, en los animales, en los
sueños y en las maravillas que apreciamos. Todos ellos se convierten
en sus cómplices para traernos mensajes del cielo.

Confíe en usted mismo, en la perfección del camino de Dios, y en


el proceso de la vida, siempre actuando con humildad y bondad para
que logre lo que más desea. Recuerde que Dios le dará la fuerza que
usted necesita para alcanzarlo, siempre y cuando usted demuestre tener
fe. Dios es calculado en todos sus pasos. Él sabe dónde, cómo y cuándo.

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Es importante que aprenda a liberar todo resentimiento, culpa y ren-
cor que exista en su vida. Deje el pasado atrás y perdone, porque usted
vive para el presente. Si no, está permitiendo que esos sentimientos de
odio que lleva dentro de sí, bloqueen su camino o sus recompensas. Así
mismo, lo puede nublar y alejar de lo que está añorando ver, lograr o
recibir.

El amor es la base de todas las situaciones, hasta para encontrarse


consigo mismo. El amor son los ojos del alma y de su verdadero ser.

Hoy usted está vivo y todavía hay dirección para cambiar su destino
y definir en cuál nivel de la escuela de la vida desea estar. Las recom-
pensas o milagros siempre les llegan a esos buenos alumnos

65
“Eres único/a y no hay nadie igual a ti, pero si no eres tú mismo c
cómo te puede ayudar Dios o los ángeles entonces?”

66
CAPÍTULO SEIS
Cuando los seres queridos deben partir

67
He sido testigo en múltiples ocasiones de personas que están a
punto de dejar su cuerpo. En una temporada de mi vida me sucedía que
siempre aparecía de primero en los momentos donde ocurrían acciden-
tes trágicos.

Recuerdo que una noche, a la una de la madrugada, estaba con mi


madre e íbamos a casa por los caminos de la montaña, específicamente
tomando la vía de Juan Pablo Segundo con dirección a Chicureo, en
Santiago de Chile. Era una vía bastante solitaria y oscura que conectaba
una pequeña ciudad junto a los suburbios, justo donde yo vivía en aquel
momento.

A mitad de camino tuve que frenar repentinamente al ver que coli-


sionaron dos vehículos fuertemente. Al detenerme y observar toda la
escena, le pedí a mi madre que se quedara dentro del auto y llamara a
emergencias. Mientras me acercaba caminando, lo primero que logré
ver fue a un niño en el suelo frente al vehículo y a una mujer atrapada
dentro del auto en el puesto de pasajero.

En ese momento aquella mujer malherida y en crisis, me preguntó


si yo podía ver a su esposo para saber si estaba bien, porque ella no
podía escucharlo. Yo no podía ver bien porque el vehículo había que-
dado bastante destruido, y sin llegar siquiera a quitar mi mirada de
aquella mujer, escuché claramente una respuesta proveniente de una
voz masculina que decía:

“Sí, dile que solo estoy descansando un poco”.

Inmediatamente le dije a la mujer lo que había escuchado, y me


quité la camisa para limpiarle la sangre que corría por su rostro. Le dije
que no se moviera y que pronto iba a llegar la ambulancia.

Al voltear a mi izquierda, sobre aquella calle, estaba el otro


vehículo y se escuchaba de lejos a un hombre que cantaba, y me pareció
estaba bajo los efectos del alcohol.

Cuando estaba cerca del otro auto, pude notar la presencia de un


joven vestido de ropa blanca, descalzo, su piel era tan blanca como la
luz, sus ojos grandes y profundos, con un peinado casi perfecto. Tenía

68
una mirada que transmitía junto a su lenguaje corporal, paciencia, fir-
meza y tristeza; y mientras me acercaba para hablarle, pensando que
era otra persona, extendió su brazo con la palma de la mano abierta y
dijo:

“No te acerques más, él tiene todavía mucho que aprender”.

Aun sabiendo eso, le pregunté al hombre dentro de ese vehículo si


estaba bien y empezó a insultarme en un tono bastante alto y rancio. Y
solo le respondí:

“Ya viene la ayuda en camino, no se mueva”.

De regreso al otro auto, me detuve a pensar:

“¿Qué tengo yo que ver con todo esto?”.

¿Qué hago aquí?”.

Fue en ese mismo momento, que vi detrás del auto donde estaba la
mujer y el niño en el suelo, que se encontraba en la calle de pie un
hombre tomando de la mano a una pequeña niña. Ambos lucían exactos
a como vi a mi padre cuando se levantó del suelo dejando allí su cuerpo
años atrás.

Ese hombre alzó su mano como despidiéndose y me sonrió. Detrás


de ese hombre y la niña estaban otras personas con una luz muy bri-
llante y fuerte que pude observar por pocos segundos, mientras ellos se
desvanecían.

Al instante de ver todo eso, escuché a la mujer gritando con deses-


pero como si supiera que su esposo e hija habían partido, a la vez que
alentaba a su hijo que seguía acostado en la calle frente a ella.

Esa es solo una de las experiencias que, por alguna razón, los ánge-
les me hacían presenciar y que tenían en común ese tipo de accidentes.

69
Pese a que aún hoy día no tengo respuesta de por qué debía ser yo
quien estuviese allí antes que otros, esas vivencias me forzaron a sentir
y a entender que la transición de la vida puede terminar en cuestión de
segundos, dejando un sabor de impotencia y desespero, y que es mejor
no dejar nunca para mañana el perdonar, el decir te amo, el compartir
o el tan solo vivir. Porque quizás esta noche usted ya no vaya a estar
para hacerlo.

Por otro lado, cuando las personas se encuentran agonizando o en


sus últimos días, si usted ha podido presenciar a algún familiar que ha
pasado por ese estado, habrá notado que ellos entran en un proceso que
cambia drásticamente según transcurren las horas o los días.

La primera recaída de esa persona resulta engañarnos a veces, por-


que de un momento a otro pueden verse alegres, pero tiempo después
vuelven a recaer y entran en un proceso en el cual empiezan a perder
sus nociones en cuenta regresiva. A este paso yo lo llamo “el colador”.
Como bien lo dice la palabra, un colador es un utensilio de cocina usado
como filtro o escurridor de alimentos para limpiarlos de todo condi-
mento extra, y así tener un resultado final de limpieza y purificación.

Eso mismo ocurre cuando una persona se encuentra en sus últimos


días. Le suceden cambios repentinos y en la mayoría de las ocasiones
empiezan a ver, interactuar o notar cosas que los familiares o amigos
que están a su alrededor piensan que es producto de la imaginación, o
el efecto de los medicamentos. Pero, en realidad lo que sucede es que
la persona está limpiando su alma y preparándose para acoplarse a en-
trar a su nueva vida o destino. La vida después de la vida.

Este proceso al menos para mí, no es algo que lamentar, más bien
es prácticamente un milagro ante nuestros ojos. Pese a que pueda sonar
difícil de aceptar, lo que ahí está ocurriendo es totalmente positivo para
su familiar, así como para usted es la oportunidad perfecta de orar y
alzar sus plegarias por esa persona o por todos sus familiares, debido a
que en esos momentos la presencia de los ángeles es mucho más fuerte.

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Recuerde que mientras el “Yo” interno o la mente le está diciendo
a usted que va a perder a su ser querido, que va a sufrir y que toda esa
situación que está viviendo es lamentable, usted está, realmente, siendo
testigo de un milagro en proceso, y si presta atención desde el corazón,
podrá compartir mucho más de lo que imagina o puede ver a simple
vista, al tener invitados de honor en esa habitación, como son los ánge-
les.

Aproveche esa oportunidad para entregarle a su ser querido el


apoyo que necesita y la calma ante un momento en el cual ellos sienten
temor al no saber qué va a pasar, porque en ese momento no pueden
expresarlo y además sienten preocupación al ver sufrir a quienes aman.

Si bien su ser querido en ese momento no puede coordinar por com-


pleto sus formas de expresión o parte motora, es debido a que no se les
permite compartir lo que les está ocurriendo, pero sepa usted que pue-
den seguir escuchándole.

71
“En honor a nuestros seres queridos que ya no están en cuerpo,
gracias por el tiempo compartido en esta vida. Gracias por lo bueno y
por lo malo, en nuestro corazón les seguiremos llevando”

Gracias por existir

72
CAPÍTULO SIETE
Ser libre

73
Para nosotros, generalmente el concepto de ser libre se trata de la
libertad de expresarnos y de hacer lo que nos gusta sin temor a los que
otros digan. Es poder decir nuestras opiniones y protestar si no estamos
de acuerdo con situaciones que ocurren en nuestra cotidianidad. Como
sucede en la democracia.

Pero, para los ángeles ser libre va mucho más allá del concepto bá-
sico. Es justo la clave perfecta de un compuesto de conocimientos que
usted necesita saber, para así tener una comunicación más directa con
ellos. Por ejemplo, imagine que usted va a hacer un postre. Antes de
empezar, es necesario que tenga los diferentes ingredientes para su pre-
paración, y si hace falta alguno, el sabor o la textura puede cambiar,
porque para obtener el resultado que quiere, debe incluir y mezclar todo
tal cual como lo indica la receta.

Cuando usted comprende que las cosas requieren de varios conoci-


mientos para ver el resultado final, da el primer paso a la libertad de su
ser. La fe es la que predomina y la confianza aumenta porque usted está
creyendo. Empiece a sentir que nunca está solo y que siempre tiene a
un ángel cerca de usted.

Ser libre, en el lenguaje del más allá, es entregar a los demás el bien
sin esperar nada a cambio. Cuando usted actúa de esta forma, está ni-
velándose al pensamiento de los ángeles, y sus actos van quedando
registrados en el libro divino de Dios.

Tenga en cuenta que en el silencio verá aparecer milagros que le


permitirán ver, como los ángeles le demuestran que están con usted y
lo observan en cada paso que da.

Como Jesucristo decía:

“Si solo amas a tus amigos y no a tus enemigos ¿qué sentido


tiene?”.

Sé que esto es muy difícil de entender para muchos, porque sus


mentes los bloquean de ver la realidad, y cuando se deja dominar por
su ego o guarda rencor, está permitiendo que el mal entre en su corazón,
alejándose del pensamiento racional o correcto. Pero cuando se libere
de esos sentimientos, verá como su vida empieza a mejorar, fluir, y su
74
actitud empieza a dar resultados más positivos.

En el transcurso de los años, fui entendiendo este proceso de ser


libre, y es por ello que decidí compartir este libro con ustedes. Les con-
fieso, que una de mis más grandes enseñanzas fue aprender a confrontar
a mi propia familia.

Resultaba peculiar que cuando empecé a hacer apariciones en dis-


tintos canales de televisión u otros medios de comunicación, las únicas
personas que me juzgaron e intentaron hacerme sentir mal eran de mi
propia familia.

Llegaba a miles de personas y ayudaba a cientos de familias. Ni yo


mismo podía creer que pudiese llegar tan lejos. Me sentía inmensa-
mente agradecido y con más energía y motivación que nunca, porque
nada podía llenarme más de plenitud y felicidad que hacer el bien a los
demás, y provocar grandes cambios en sus vidas.

Recibía casi cien mensajes diarios en mi correo electrónico o en las


redes sociales, y hasta tuve que aislarme de mi vida social, debido a
que la gente me buscaba solo para que les hablara sobre sus seres que-
ridos que habían fallecido o para decirles algo de sus vidas. Y, ¿cómo
no sentirme feliz con tanto apoyo y receptividad de la gente?

Pero no todo era perfecto, porque, aunque me sentía feliz, no tenía


con quien celebrar esa alegría, aparte de mi madre. Y así como la fami-
lia es concepto de unión, amor y apoyo mutuo, en mi caso no corría con
esa misma suerte.

A cada reunión familiar a la que asistía, yo era el centro de atención


para “las bromas”, como ellos las consideraban; y para mi familia se
convirtió en un hábito decir: “vamos a ver cómo le decimos algo a Ge-
rard y a sus fantasmas”. No imaginan la cantidad de veces que intenté
explicarles mi experiencia de vida o demostrarles esto, pero incons-
cientemente solo les daba más información para usarla de vuelta hacia
mí entre risas.

Recuerdo un día que estaba muy molesto y herido emocionalmente,


y me dije a mí mismo: “¡Bien, voy a probárselos!”.

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Empecé a buscar todas las formas posible para que mis familiares,
no solo por mis palabras, pudiesen ver o escuchar por sí mismos a algún
ser querido que hubiese partido. Al ser todos energía, me puse a inves-
tigar sobre cómo las grabadoras de audio y las videocámaras podían
capturar sonidos e imágenes más allá de nuestros sentidos.

Durante mis meditaciones y oraciones, cada vez que sentía la pre-


sencia de alguien, decidí preguntarles si estaban dispuestos a intentar
algo nuevo junto a mí. Empecé a mostrar los equipos electrónicos que
tenía invitándolos a interactuar con ellos. Los resultados fueron instan-
táneos e impresionantes.

Pasaba días tan solo grabando por varias horas las mismas voces
que yo podía escuchar o imágenes que no pensé podrían captarse. In-
cluso, algunas veces los equipos se prendían solos sin que yo los tocara
siquiera.

Un día, entre tantas grabaciones, noté que había captado la voz de


mi padre, la de mi tío, y la de mi abuelo que había fallecido reciente-
mente. No solo eran sus voces, sino también habían dejado mensajes
como respuestas a situaciones que me pasaban a mí o a mis familiares
en ese tiempo. ¡Qué mejor que la propia voz de mis familiares ya falle-
cidos, para demostrarles a los escépticos en mi familia lo que yo vivía!

La primera persona, a quien quise mostrar esas grabaciones fue a


mi hermana, para que comprobara lo que yo venía diciéndole. Pero ella
no quiso escuchar nada por miedo o por no querer saber del más allá.

Así mismo, sucedió con todo aquel que de eso dudaba, y el experi-
mento terminó siendo solo para mí, porque algunos de los escépticos
en mi familia siguieron sin abrirse a ver más allá.

Hoy en día, aún conservo muchas de esas grabaciones, así como los
mensajes en sus propias voces.

Por otro lado, durante esos días, en mis meditaciones, los ángeles
me daban el mismo mensaje una y otra vez:

“Resiste, haz el bien, nunca el mal”.

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Y junto a esa frase sentía que el amor de los ángeles siempre me
acompañaba, y que, aunque algunas personas de mi familia no me die-
ran el apoyo que necesitaba, habían cientos de personas que me hacían
recordar que estaba haciendo las cosas bien y que debía seguir adelante
sin importar los obstáculos que se presentaran en mi camino.

Cuando empecé a realizar esto con un objetivo, al final terminé


compartiéndolo públicamente a través de la red. A la semana, el video
lo habían visto miles de personas y recibí un mensaje por correo elec-
trónico de un canal de televisión para participar en un segmento de un
programa por “Halloween”.

Acepté asistir, pero luego de haber participado múltiples veces en


el mismo concepto etiquetado como “Médium en búsqueda de hechos
paranormales”, me di cuenta que ese no era mi camino a seguir. Re-
chacé las siguientes invitaciones, así como seguir formando parte de
ese tipo de investigaciones. No quería que se usara mi don sólo para
generar suspenso y entretenimiento, en vez de amor o aprendizaje.

Más bien me sentía, desde el corazón, como un representante del


cielo aquí en la tierra, a quien le fue otorgado un regalo de Dios para
compartir con los demás, y de esa manera ayudar. Así que me aparté,
tomé mi propio camino con fe, sabiendo que no estaba solo.

“Yo doy el buen ejemplo. Mientras mejor me porto mejores cosas


recibo, y esa es la clave de la vida. Estoy en esta vida para quedar bien
con Dios y no con los demás”.

Tenga en cuenta lo siguiente:

Todo lo que usted haga, hágalo desde el corazón. No espere nada a


cambio o ser recompensado por lo que esté dando. Hágalo porque es a
usted a quien le hará feliz.

Cada persona es diferente. No intente cambiar a nadie y menos de-


mostrar algo que, quizá, los demás no van a entender. Recuerde que
algunas personas están en un nivel de conciencia superior, y otros en
un nivel inferior, respetando el libre albedrío, siendo y dejando ser.

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Establezca sus límites con el buen ejemplo, y tome la decisión de
permitir o no a las personas permanecer en su vida. Nadie va a juzgarlo
por ello, porque algunas personas pasan por su vida para aprender algo
y otras para quedarse. Lo más importante es que usted se sienta bien y
sea feliz.

Remueva el ego y el rencor de su vida. Uno de sus mayores enemi-


gos, y justo lo que más lo aleja de Dios y de la conexión que está
buscando aprender en este libro, es el ego.

El ego es un factor negativo para su vida que trae consigo un con-


junto de reacciones, como el rencor que le hace creer que usted es
superior a los demás, lo cual le dificulta más poder reconocer y darse
cuenta de sus propios errores.

Deje ir el pasado para estar abierto a que todo lo bueno entre en su


vida, así como el agua limpia fluye por los ríos.

Perdone siempre. Pida perdón por usted mismo, y perdone de cora-


zón a quienes a usted le han hecho daño, porque incluso aunque no crea
que es lo correcto, ellos están lastimados. El reconocer y pedir perdón
es para los ángeles un símbolo de humildad y perfección. Además le
va a ayudar en su propia salud mental y paz interior. Tal y como lo
demostré en el ejemplo al compartirle sobre mi familia.

Los ángeles prestan mucha atención a que usted aprenda sobre todo
lo que en estos últimos párrafos he estado compartiendo, y suelen blo-
quearle momentos que usted desea vivir para probar si lo ha aprendido
antes. Hasta que usted no comprenda, seguirá pasando por el mismo
ciclo de situaciones, una y otra vez.

Cuando sienta preocupación o vea injusticias en su vida, deje todo


en manos de Dios. Él se encargará. Confíe, suelte, deje ir y deposite
todas las cargas en Él para que le muestre la solución más rápida al
problema que esté viviendo.

Repita la siguiente afirmación todos los días al levantarse:

78
“Todo lo que necesito saber, Dios y el universo me lo revelan, por-
que estoy abierto a recibir las maravillas que llegan a mi vida. Lo
acepto, lo agradezco y lo recibo con amor”.

Las situaciones pasan y seguirán pasando, pero depende de usted la


actitud que tome para afrontarlo. Saque todos los ladrillos que pesan
dentro de esa mochila en su espalda y empiece a caminar sin cargas y
libre de toda atadura.

Le hago ahora una pregunta:

¿Se siente usted realmente libre?

Recuerde que el tiempo es corto y el pasado no se recupera. Viva


en el presente y piense en todo lo maravilloso que tiene a su alrededor:
sus hijos, su pareja, su familia, sus amigos, su mascota, su trabajo, su
hogar, o tan simplemente que su corazón sigue latiendo.

No importa lo que esté sucediendo ahora en su vida, recuerde que


siempre hay una salida al final de cualquier laberinto en el que se en-
cuentre, y todo tiene su momento perfecto. Quizá no vea justicia ahora,
pero va a llegar, tarde o temprano. Solo tenga presente que mientras
más tenga a Dios en su vida, más brillará sobre usted su luz.

79
“Solo tienes una vida, esta es tu tiempo tu momento”

80
CAPÍTULO OCHO
Lo que usted emite es lo mismo que atrae

81
En los últimos años se ha escuchado hablar con más fuerza sobre el
poder que tienen los pensamientos en nuestra vida. En distintas culturas
y religiones, las personas lo llaman de varias formas, una de las más
populares ha sido “La ley de Atracción”.

A mediados de 2010 me dediqué a investigar profundamente sobre


esa Ley. Tomé diversos cursos relacionados con esa filosofía para tener
así mi propia experiencia y comprobar la veracidad de la misma en
aplicaciones simples para con mi día a día. Si bien siempre he contado
con la bendición del cielo, quería sacar mi propia conclusión y más con
el furor que estaba causando en todas partes del mundo este concepto
que ya tenía en su haber un sin fin de publicaciones en libros y medios
de comunicación.

Incluso al investigar encontré, que en el Budismo se aplica esa fi-


losofía de la misma forma. Ellos mantienen que todo pensamiento
libera una frecuencia de energía al universo permitiendo que se mate-
rialice.

Al leer sobre el tema, llegué a la conclusión de que faltaba algo más


que añadir a esa teoría para lograr un mejor resultado. No son solo los
pensamientos los que liberan una frecuencia de energía, sino también
lo es nuestro ser. Así, existen dos tipos de frecuencias que se unen para
ser transmitidas al universo.

Cada emoción de su ser está conectada con el pensamiento. Es de-


cir, si usted piensa con amor, emite una frecuencia muy diferente a si
piensa con odio, y eso lo recibe el universo como receptor de una emi-
sión distorsionada. Como cuando usted prende la radio y busca la
estación que quiere sintonizar, pero no logra encontrarla. Eso es lo
mismo que sucede cuando el pensamiento y el ser no están en sincronía.
El resultado es que la energía no es recibida de forma correcta.

¿Le ha pasado que ha visitado un lugar y siente la energía del sitio


pesada? o al estar con una persona que recién conoce, ¿puede sentir que
algo no está bien con él o ella? Esto es justamente a lo que me refiero
con emitir la energía desde su ser. Su mayor inseguridad o virtud es
justamente lo que usted va a transmitir como energía de forma incons-
ciente a las personas, animales, a los ángeles y al universo.
82
Cuando trabajaba como Diseñador Gráfico, sabía que el éxito para
conseguir empleo era mi presencia en las citas. Para mí era muy senci-
llo llegar y transmitir en forma correcta toda esa energía que emanaba
de mi ser. Podía no solo captar el interés del empleador sino también
en muchos casos alegrarles el día. Esto es un breve ejemplo para que
tenga presente que los límites los pone usted y lo lejos que quiera llegar
lo decide también usted con la energía correcta.

En el caso de los animales, al tener sentimientos puros, son los pri-


meros en poder sentir todo tipo de energía. Pero basándonos en este
mismo concepto, si usted busca por ejemplo la base del entrenamiento
del perro, un buen instructor le dirá que todo empieza desde la energía
que le transmite el dueño a su mascota.

Un buen ejercicio que puede realizar al pasear a su mascota, cuando


lo lleve de la correa, es dejar que él mismo siga el ritmo y seguridad
que usted le transmita al caminar. No se trata de cuanto hale la cuerda,
o cuantas palabras le diga, sino de la energía y el lenguaje corporal que
usted emita.

Así mismo sucede cuando usted monta a caballo. Si el jinete está


nervioso, el animal lo percibe. Eso lo pude comprobar cuando me su-
cedió hace siete años, mientras tomaba lecciones de equitación.

Un día estaba muy intranquilo y tenía temor de caerme mientras


galopaba al ritmo del caballo, y al cabo de unos minutos el animal me
tumbó y me di un fuerte golpe en el brazo. El instructor, que siempre
estuvo monitoreándome, me había comentado que ese era uno de los
caballos más tranquilos y que nunca lo había visto así.

El universo está compuesto por energía que constantemente lee a


cada individuo que transita por esta vida, y a su vez está conectado con
una gran fuerza divina que recibe lo que usted necesita, de manera más
rápida o lenta. Recuerde que usted es ese imán que emite y atrae la
energía, generando un sin fin de oportunidades o no posibilidades.

Supongamos que usted pasa todo el día pensando en lo mal que


transcurre su vida y sus pensamientos son regularmente negativos. El
resultado que va a obtener es más de lo mismo mientras continúe así,

83
porque esa frecuencia es la que reciben el universo y los ángeles.

Entonces:

¿Va usted a seguir pensando de forma negativa? Recuerde que lo


que pida, es justo lo que va a tener, y esto aplica en todos los casos, ya
sea para bien o para mal.

Cuando tenía veintitrés años de edad, me enamoré perdidamente de


un auto deportivo rojo que vi camino al trabajo. Cada día que pasaba lo
veía y pensaba una y otra vez:

“Ese es el auto de mis sueños y si lo tengo, puedo conquistar a mu-


chas chicas”.

El vehículo era mucho más costoso de lo que yo podía costear en


comparación con el sueldo que recibía, porque también estudiaba. Pero,
estaba decidido que ese auto iba a ser mío, y me imaginaba maneján-
dolo como si ya lo tuviese.

Una tarde al salir del trabajo decidí detenerme en el concesionario


para sentirme aún más el dueño del vehículo. Le pedí al vendedor me
lo mostrara y me permitiese manejarlo. Y aunque el señor que me aten-
dió fue muy amable, recuerdo que me dijo:

“Disculpe mi intromisión pero, ¿está seguro que usted puede pagar


este auto?” Yo metido ya en mi papel de dueño le contesté:

“Por supuesto, de lo contrario no estaría aquí. Dígame cuál es el


precio final, pues vendré a buscarlo en tres días”.

El vendedor se mostró asombrado, puso mayor interés en aten-


derme y procedió a darme la cotización que correspondía. Si bien yo
sabía que no tenía el dinero completo para costearlo, estaba realmente
convencido que en tres días ahí estaría para buscarlo.

Se preguntará usted también: ¿De dónde iba a sacar el dinero para


pagar ese vehículo? Pero, no vaya usted a pensar que fue robando un
banco.

84
Al día siguiente de visitar el concesionario, tuve que ir a hacer una
diligencia de papeles de la universidad. Estacioné mi vehículo a un lado
de la avenida donde muchos carros se parqueaban, y me fui a la oficina
que quedaba a unas cuatro cuadras del sitio donde me había estacio-
nado.

Al cabo de una hora, mientras seguía esperando, escuché a dos per-


sonas que entraban a la oficina hablando sobre la inseguridad en el país.
Dijeron que una patrulla de policía había cerrado la calle debido al robo
de dos vehículos en el lugar. Al escucharles hablar, lo primero que
pensé fue: “¡Oh, qué mala suerte!”.

Una vez finalizada mi diligencia, caminé de regreso hacia mi auto,


y mi sorpresa fue que el puesto donde lo había estacionado estaba va-
cío, mi vehículo verde no estaba.

No se imaginan la impotencia que sentí en ese momento, y lo más


increíble es que resulté ser uno de los que había corrido con aquella
mala suerte. Sin embargo, a pesar del mal momento, me dio alivio saber
que el carro estaba asegurado y que podían devolverme el dinero que
había pagado por él.

Efectivamente, al cabo de dos semanas, el seguro respondió por el


vehículo. Me dio un cheque por el monto total que me costó en ese
entonces, y lo más sorprendente es que a la semana del incidente recibí
un bono sorpresa como empleado del mes, que no esperaba. Además,
todos mis deudores, a quienes había prestado dinero hacía más de cinco
meses, estaban listos para pagarme.

Recibí tres buenas noticias sin esperarlas, y una que, aunque al prin-
cipio la tomé con un gran disgusto al ser mala, terminó con un resultado
positivo. Sin mencionar, que cuando le conté a mi madre que con el
dinero que había reunido quería comprarme un deportivo, que era mi
sueño desde hacía más de tres meses, aceptó en ayudarme para poner
una diferencia mínima que hacía falta para completar el monto total.

Con esta historia pueden darse cuenta que efectivamente conseguí


llevarme ese gran sueño que quería y decreté. No me lo llevé en tres

85
días, pero sí dos semanas después, y todo sucedió de una manera ines-
perada porque el universo conspiró y actuó, tanto así que cuando fui a
comprar el auto, me atendió el mismo vendedor y me comentó de forma
jocosa:

“Muchacho, este auto era definitivamente para ti. Llegaron muchos


interesados, pero no habíamos logrado venderlo”.

Ahora bien, como no todo en la vida es perfecto ni mucho menos


lo soy yo, también cometí innumerables errores, que me hicieron bas-
tante daño, por el hecho de olvidar que los pensamientos que están en
el subconsciente también pueden trabajar contra uno mismo, gracias a
la mente. Y así como en muchos casos fue exitoso el aplicar esto, en
otros fue mi mayor tortura.

El amor siempre ha sido mi mayor fortaleza y a su vez mi mayor


debilidad. Durante un largo período siempre deseé tener a ese gran
amor en mi vida, ese que veía en las películas o entre las parejas que
pasaban junto a mí caminando por la calle.

Confieso que desde los quince años de edad, pensaba en cómo iba
a ser mi boda. Sé que es raro que un hombre piense de esta manera,
porque normalmente es la mujer la que sueña con ese gran día, pero yo
añoraba dentro de mi corazón que cuando llegase ese momento, iba a
ser con la mujer perfecta que tanto esperaba, y que Dios tenía destinada
para mí. Sentía que la iba a conocer de una manera única y diferente,
al ser también mi experiencia de vida poco común. Por ello me inquie-
taba saber quién iba a ser ella y me divertía bastante mientras pasaba
tiempo imaginándola.

Tardé en darme cuenta por qué fracasaba en mis relaciones y des-


cubrí que era debido a la inseguridad, por el gran secreto que guardaba
sobre mi don. No me mostraba como era realmente porque no sabía
cómo compartirlo con mis parejas, sin provocar que me juzgaran. Ade-
más, pensaba:

“¿Cómo alguien va a quererme más que los ángeles?”. Ellos me


llenaban de un amor tan grande, difícil de igualar.

86
Tenía tanta inquietud en mi subconsciente por querer encajar en la
sociedad, que mi energía transmitida estaba cargada de inseguridad en
el amor.

Tuve fracaso tras fracaso en el amor, y ese fue mi más grande ma-
lestar. En algunos casos, reconozco que perdí a excelentes mujeres por
transmitir mi gran inseguridad, pero en su gran mayoría recuerdo que
mis amistades me decían:

“Gerard, a ti definitivamente te gustan las mujeres con problemas.


Eres un imán de mujeres que no te convienen”.

Por alguna razón, siempre conocía a mujeres que no le hacían nin-


gún bien a mi vida. La mayoría traía un triste y problemático pasado,
que siempre terminaba afectándome, como si fuese yo el culpable de
sus antiguas vivencias.

No intento juzgarlas al decir esto, porque siempre he pensado que


un verdadero hombre jamás debe hablar mal de una mujer. Aprendí
mucho de esas experiencias, y me quedé únicamente con los buenos
recuerdos. Pero resalto esto porque, al terminar mi última relación, mis
pensamientos empezaron a cambiar, trabajé en mi subconsciente y des-
cubrí mis inseguridades. Cuando todo cambió, apareció en mi camino
la mujer que merecía recibir en mi vida.

¿Cree usted que esto es casualidad nuevamente? Inténtelo y tendrá


su propio ejemplo.

87
“Nada pasa por casualidad”

88
CAPÍTULO NUEVE
El lenguaje del más allá

89
Así como el universo se comunica a través de la energía, la cual
actúa como receptor de aquello que usted no puede ver, los ángeles,
también tienen su propio lenguaje de comunicación y entendimiento.
Un idioma, bastante lejano del nuestro.

Si bien el amor es el canal directo del ser —separando lo que la


mente versus la energía puede transmitir o recibir— también está el
lenguaje del mundo no material. Este se inicia desde el amor, como
bien he mencionado en múltiples ocasiones, pero con más profundidad
del que nosotros estamos acostumbrados.

Recuerde que los seres de luz están en una frecuencia y nosotros en


otra. Por ejemplo, ellos hablan un lenguaje universal diferente, mien-
tras nosotros tan solo idiomas compuestos de palabras que conforman
los mensajes que entregamos y recibimos.

En el caso de sus seres queridos fallecidos, usted puede tan solo


emitir una onda de energía basada en emociones que sentimos hacia
ellos, o recuerdos, para así abrir la comunicación. Hablar en voz alta
hará que ellos nos escuchen de forma más sencilla, y las respuestas que
vayamos a recibir las obtendremos por medio de pensamientos, imáge-
nes, sonidos o hasta podríamos verlos en apariciones, siempre
dependiendo de la apertura espiritual, de la energía y del amor interno
que emitamos.

En el caso de los ángeles o seres de luz, es totalmente distinto. Si


bien ellos pueden escuchar sus palabras u oraciones, no las reciben del
mismo modo que sus seres queridos. Esto debido a que los ángeles es-
tán en un nivel de amor, evolución y consciencia muy superior al de
nuestro entendimiento. Por lo tanto, si usted desea comunicarse con
ellos, el mensaje que vaya a emitir debe hacerlo desde su ser para trans-
mitirlo en energía y no palabras.

Muchas personas piensan que los ángeles, o incluso Dios, están


muy ocupados para escuchar sus plegarias u oraciones aunque las repi-
tan cientos de veces. Esto no es culpa de ellos sino de cómo usted les
está haciendo llegar esa petición. Con esto no quiero decir que las ora-
ciones no tengan poder detrás de sus palabras, pero rezar sin una
energía correcta, es lo mismo que ir a misa y al salir no dar el ejemplo.
90
La petición que usted haga en el silencio de la oración debe comen-
zar con un profundo agradecimiento hacia Dios, así aún no haya
recibido respuesta. Su plegaria no debe ser desde la carencia, sino desde
el dar gracias, porque Dios ya se lo otorgó por su fe. Senténcielo.

En Filipenses 4:6-7, la Biblia dice:

“No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración
y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de
Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus
pensamientos”.

Entonces ya usted, sabiendo esto, recuerde que su petición de ahora


en adelante no va a ser:

“Dios no tengo un hogar, no tengo dinero, no tengo pareja, no tengo


un trabajo y soy infeliz”. Sino más bien:

“Dios estoy pasando por una situación difícil de dinero, te pido ilu-
mines mi camino para encontrar un trabajo y ver con claridad lo que
mejor me convenga. En ti confío porque sé que vas a proveerme”.

Cambie la manera de decir sus palabras para que la energía que


transmita desde su ser sea la correcta y siempre repita:

“Soy abundante”.

“Tengo dinero”.

“Gracias ángeles por toda la abundancia”.

“Gracias porque Dios me provee de todo lo que necesito”.

Ahora bien, la interpretación juega un factor muy importante en


este lenguaje. Quien más atento esté, más rápido recibirá las respuestas
que los ángeles quieren que usted escuche, ya sea por medio de un
amigo, una canción en la radio mientras maneja, o una idea fabulosa
que repentinamente llega a su mente sobre un nuevo proyecto.

91
Si usted solo piensa en tener ese dinero y no ve todas las oportuni-
dades que le están mostrando en respuesta, queda también perdida la
oportunidad de conseguir eso que necesita. Eso sí, tenga en cuenta que
Dios no le da a usted lo que exactamente quiere, sino lo que ahora
mismo realmente necesita.

Debe estar muy atento, porque hay momentos en los cuales usted
sentirá que está en un laberinto sin salida donde da vueltas y vueltas
por el mismo lugar, y aunque le pida a Dios y a los ángeles que le ayu-
den a escapar, usted seguirá en el mismo lugar de origen.

Esto ocurrirá en muchas ocasiones, hasta que usted entienda o se dé


cuenta de lo que está haciendo o debe cambiar, para que, una vez apren-
dido, pueda avanzar.

Por ejemplo, cuando participé en un programa de televisión tuve


numerosas ofertas para lo que más deseaba, tener mi propio espacio
para poder compartir mis enseñanzas y experiencias y así ayudar a mi-
les de personas.

Por alguna razón, por más que lograba conseguir propuestas, siem-
pre se caían una y otra vez, y durante ese mismo periodo, me pasaba lo
mismo con los empleos.

“¡Qué fabuloso! No puedo conseguir ese sueño ni tampoco un em-


pleo normal como los demás ¿Qué hago entonces?” Repetía molesto y
nublado entre mi propio querer, olvidándome de la fe.

Llegó finalmente la oferta que había deseado en el canal que tanto


quería, tal cual como lo había soñado. Incluso hasta le di ideas a la
productora de cómo se podía manejar el programa televisivo y sus seg-
mentos, para que fuese más interactivo. El canal lo recibió de
maravillas, pero no todo fue como lo imaginé.

Mientras estaba celebrando y dándolo por hecho, resultó que al día


siguiente la productora me llamó y me dijo:

92
“Gerard, debido a cambios de última hora con los directivos del
canal, no podemos sacar el programa en el tiempo que dijimos. La ge-
rencia decidió invertir el dinero en un programa de entretenimiento y
farándula. Lo siento, pero igual tenemos presente la idea y cuando es-
temos listos para empezar te lo haremos saber”.

Me sentí bastante enojado y abandonado. No comprendía cómo era


posible que los ángeles no me hubiesen ayudado, cuando lo que he he-
cho es luchar junto a ellos por el bien. Les confieso que no entendía por
qué todo estaba tan cerrado y bloqueado en mi camino en ese tiempo.

Pasé todo un día omitiendo todo contacto con los ángeles, y si los
sentía les pedía que me dejaran solo. Incluso cuando sentía a mi padre,
le pedía también que se alejara de mí. Quería estar ciego, sordo y mudo
con ellos.

Si bien estaba encerrado en mi propio deseo, ellos seguían manifes-


tándose, quizás para hacerme reaccionar y así poder hacerme entender
que estaba equivocado.

Todos mis relojes, incluso los de mi hogar, ese día se detuvieron a


las 11:11 a.m. sin explicación alguna durante dos horas, cuando eran
más de las 3:00 p.m. Para los que desconocen, once es el número de los
ángeles. Ese mismo día recibí una llamada de otra productora del canal,
a quien apreciaba y me comentó:

“Gerard espero te encuentres bien. Sé que debes sentirte molesto y


tienes toda la razón, pero más allá de ser parte del canal te aprecio como
persona y por ello decidí llamarte para contarte que, gracias a Dios el
proyecto de tu programa se paró. Me enteré hace poco que querían con-
vertirte en un títere de entretenimiento, y le habían cambiado todo el
sentido de lo que realmente querías transmitir. Ibas a perder seriedad
para los demás, teniendo en cuenta el compromiso y responsabilidad
que tienes con tu don, así como siempre me lo has hecho saber. Siéntete
mejor, porque no valía la pena”.

Para completar la historia, durante esa misma semana cuando visité


nuevamente a un amigo abogado, a quien realmente admiro, él me dijo:

93
“No entiendo por qué te preocupas tanto por lo que te pasó con el
canal de televisión, cuando el talento que yo veo en ti es otro. Es ense-
ñar y ayudar a las personas con este don que Dios te dio. ¿Recuerdas,
cuando la semana pasada de la nada, interrumpiste nuestra conversa-
ción para decirme que los problemas que estaba teniendo con mi esposa
eran debido a mi falta de comunicación y de mi personalidad tan ce-
rrada que me estaba alejando de ella? No había forma de que tú supieras
por lo que yo estaba pasando en ese momento”.

“Ese mensaje me hizo darme cuenta de muchas actitudes que estaba


teniendo, y me ayudó a cambiar la perspectiva de las cosas. De sentir
que en mi vida siempre había sido un maestro, pasé ese día a ser un
estudiante. Y por lo preciso que fuiste y el bien que me hiciste, quiero
decirte que lo que debes hacer es traerme ese libro que tanto tiempo
llevas escribiendo, porque yo me encargaré de ayudarte y represen-
tarte”.

No tenía palabras para decir todo lo que sentía en ese momento.


Cuando terminó de hablar, tuve una visión que me transportó por unos
segundos a otro lugar, donde pasaban imágenes una tras otra, como si
estuviese viendo una película en cámara lenta de cada lugar donde ha-
bía dejado mi resumen profesional. Veía como cada uno de aquellos
empleadores había tirado mi currículo a la papelera, como si alguien
me mostrara en esas imágenes que fue algo intencional.

Y luego al salir de ese lugar, ya en la privacidad, fue cuando real-


mente pude asimilar todo lo que él me había dicho, lloré de felicidad y
a la vez pude quitarme la venda de mis ojos para darme cuenta de que
estaba sucediendo otro milagro en mi vida. Me sentí realmente mal
cuando me di cuenta de que estaba poniendo primero lo que yo quería
y había dejado de confiar en lo que Dios y los ángeles querían que yo
hiciese.

Debido a ese momento, usted está aquí leyendo este libro, y es por
ello que le doy todos los días las gracias a Dios por haberme permitido
darme cuenta de lo que tenía que hacer. Y no se imagina la cantidad de
veces que le pedí perdón por haber dudado de su poder y por haber
estado cegado ante mis propios deseos.

94
No olvide comunicarse con Dios desde el amor, la fe y la confianza.
Pida siempre de la forma que mejor crea, pero con la energía correcta.

Si estamos atentos a las señales de nuestra vida, Dios pondrá frente


a usted la guía que está buscando.

Pero, debe ver más allá de lo que tiene en frente para crecer en su
búsqueda y para que siga escribiendo la maravillosa historia en su libro
que se llama: Vida.

95
Mi ángel de la guarda es una niña

Con los años me he dado cuenta de que la mayoría de las preguntas


que me hacen las personas están relacionadas con los ángeles. No solo
quieren saber cómo comunicarse con ellos, sino también cómo son y
qué hacen habitualmente. Esto como consecuencia de la información
limitada y resumida que ofrecen algunas religiones sobre este tema.

Al escuchar la palabra “ángeles”, vienen a la mente imágenes muy


típicas, de esas que aparecen en estampillas. Un ser con ropas antiguas,
un aro de luz sobre la cabeza y unas alas largas y blancas. También son
frecuentes las figuras de niños barrigones, como Cupido, que además
lleva consigo un arco y una flecha.

A mis veintiocho años me percaté de que una de las presencias que


más sentía, lucía de la siguiente forma: tenía baja estatura, tenía un ca-
rácter travieso y me hacía sentir un amor más que puro, algo parecido
al amor incondicional que me brinda mi mascota día a día. Las trave-
suras eran cada vez más frecuentes, encontraba corazones dibujados a
través del vapor que se posa sobre el espejo del baño; los libros de mi
estantería, que se encontraban perfectamente apiñados como un juego
de Tetris, aparecían luego en el suelo siempre abiertos en una página
específica que me regalaba alguna enseñanza.

Un buen día estaba reunido con un par de amigas, tomando un café


y hablando de distintos temas, entre ellos el futuro, que podía ver con
facilidad. Casi sin buscarlo, comencé a ver imágenes y hasta escuchar
voces que me transmitían lo que debía comunicar a la otra persona, que
escuchaba atenta. De pronto, junto a mi amiga se manifestó una niña
de baja estatura. A medida que pasaban los minutos lograba detallarla
con mayor exactitud, tanto así que mi atención se desvió y la dejé ha-
blando sola.

Parecía tener unos diez o doce años de edad. Su piel era de un color
blanco puro, sus orejas eran puntiagudas, su nariz pequeña como un
botón, su cabello era negro y blanco, una mezcla armoniosa que vibraba
a tal punto que parecía que la luz recorría de largo a largo su melena.
Podía ver sus alas, que permanecían juntas sobre su espalda. Estaba

96
hipnotizado y no podía hacer otra cosa que mirarla, era realmente her-
mosa, como si hubiese salido del pincel de un minucioso artista.

Ella miraba y escuchaba atenta a mi amiga, hasta que volteó a


verme de reojo y notó que tenía mi mirada fija en ella. En ese instante
y como un acto de nerviosismo, su bella presencia comenzó a desvane-
cerse. Algo así como cuando sorprendía a mis sobrinos haciendo algo
a escondidas y se intimidaban al verse descubiertos. Tan solo con verla
supe que ella era algo más, un ser especial.

Me enfoqué en comunicarme con ese ser, que había resultado ser


una invitada no esperada. Necesitaba saber quién era y su relación con
mi amiga. No había terminado de formular las interrogantes en mi
mente, cuando empecé a recibir todas las respuestas. Las imágenes des-
filaban por mi cabeza. Mi cuerpo seguía en el café, pero mi conciencia
viajaba a otro lugar, y un timbre sonó en mi oído. Estaba en un gran
cuarto blanco, la luz que las paredes irradiaban era tan fuerte, que no
lograba percibir la textura de mi entorno. En una esquina estaba la pe-
queña niña observándome. Sin decir una palabra, estiró su mano y me
mostró una serie de imágenes o videos cortos que se reprodujeron sobre
el aire. Mientras veía impactado, pude comunicarme con la pequeña y
entendí que ella siempre estuvo conmigo, siempre cuidándome, siem-
pre apoyándome, incluso en los momentos en los que estuve a punto de
perder la fe, ella me mostró que nunca dejó de tener fe en mí.

En ese momento emocional entendí muchas cosas. La última ima-


gen que logré ver fue la de una bahía en la que un grupo de personas
disfrutaban de una melodía que venía del cielo. La pequeña bajó su
cabeza y lo que sentí en mi pecho fue tan fuerte que me miré a mí
mismo doblegado ante la imagen.

Ese día logramos una conexión especial, y jamás volvió a desvane-


cerse. Entendí que ella era mi ángel de la guarda y que ese concepto
tiene más importancia de la que solemos atribuirle: el ángel de la guarda
influye directamente en el comportamiento y en el corazón de la per-
sona, debe ser por ello que a pesar de tener treinta y cuatro años, tengo
el corazón de un niño pequeño, mucho más sensible que el de un hom-
bre normal.

97
Tenga presente que usted nunca estará solo, su ángel de la guarda
siempre estará ahí como una especie de gemelo. Es por ello que es im-
portante encontrarse con uno mismo, con lo que uno realmente es, y así
la comunicación con su ángel será más sencilla y fluida.

La buena noticia es que usted no solo tiene uno, sino muchos ánge-
les de la guarda que ahora lo acompañan. Me ha pasado que cada vez
que ayudo o atiendo a alguien, mantengo la comunicación con sus seres
queridos que están en el otro plano, quienes siempre vuelven a mí en
forma de agradecimiento. Algunos de forma constante y otros de forma
esporádica, como esas amistades que no siempre están presentes pero
que sin duda son infalibles.

Los seres queridos no se van para siempre al dejar el cuerpo físico,


ellos van y vuelven, siempre regresan. No quiere decir que no están
descansando en paz, al contrario, existe una vida después de la vida.
Cada persona es un mundo y lo mismo ocurre después de la muerte,
algunos mantienen apegos, otros se liberan y otros aprenden y avanzan.

Preste siempre atención a las señales que sus ángeles le están dando,
bien sea el que lo ha acompañado desde que nació y llegó al mundo
material, o los que se han sumado en el camino. Ellos quieren comuni-
carse y hacerle entender que están presentes, pero es usted quien debe
dar el primer paso. Aunque no pueda verlos o hablarles directamente,
ellos seguirán creciendo en usted y cuidándole en el camino. Incluso al
escribir este capítulo, pude sentir cómo esta pequeña niña, mi ángel, mi
mejor amiga, me abrazaba fuertemente sumándose a otra de mis tantas
aventuras.

No olvide que los ángeles no ponen en su vida lo que usted quiere,


sino lo que realmente necesita en cada momento. Posiblemente hayan
sido ellos quienes lo trajeron en este instante a este libro, a estas líneas.
De su parte queda la voluntad de avanzar en este camino. De mi parte
queda el agradecimiento a estos seres de luz que siempre están detrás
de usted para cuidarle.

98
CAPÍTULO DIEZ
La verdad sobre meditar

99
Meditar es entrar en un estado de relajación absoluta donde usted
se encuentra con su ser y con su esencia. Es la herramienta perfecta
para conectarse con el mundo no material, aunque la gran mayoría de
las personas solo la utilizan para entrar en un estado de paz y armonía.

Suelen preguntarme mucho cuál es el método más efectivo para co-


municarse con sus seres fallecidos, y siempre respondo lo mismo:

“La meditación siempre debe ser la primera herramienta”.

Con esto quiero decir: No es lo mismo abrir una puerta por la cual
entre cualquier persona a una que lleva directamente a un sitio, gracias
al esfuerzo que originó un mejor resultado.

Sé que al principio puede resultar difícil lograr un estado de medi-


tación profunda, pero con constancia todo es posible. Y le doy mi
palabra de que usted va a obtener los resultados que está buscando, las
respuestas que necesita y mucho más, si comienza por este camino.

Comenzar con una buena respiración es lo principal para lograr el


control de su cuerpo durante la meditación. Los latidos del corazón se
reducen, hay una mayor oxigenación del cerebro, que ayuda a reducir
los niveles de ansiedad y el sistema nervioso se relaja.

Empiece a incorporar en su ritmo de vida este ejercicio, aproveche


el tiempo libre que tenga y busque un espacio cómodo donde nadie le
interrumpa. Use ropa cómoda y póngase en una posición que le haga
sentir bien, pero le recomiendo que no lo haga sobre la cama porque
puede vencerle el sueño.

Durante la respiración, inhale contando cinco segundos y exhale


contando siete, tenga en cuenta que las exhalaciones deben ser mayor
que las inhalaciones. Al principio sentirá cansancio al respirar, porque
no está acostumbrado a la idea de que su mente se ocupe en pensar
cuántas veces respira o cómo lo hace, pero a medida que pase el tiempo
y lo practique diariamente lo hará de forma automática. Recuerde que
la práctica hace al maestro.

Sin embargo, si le cuesta mantener ese ritmo de respiración, modi-


fique un poco los segundos a la forma que le haga sentir más cómodo,
100
y poco a poco los va aumentando, mientras vaya dominando el ejerci-
cio. A medida que transcurran sus prácticas, llegará un punto en el cual
usted podrá sentir como si estuviese en un sueño profundo, pero des-
pierto, en cualquier lugar, sin importar lo que pueda interrumpir su
concentración.

Una vez esté preparado con la respiración, hará paso a paso lo que
a continuación le explicaré para lograr una meditación correcta, de
acuerdo a mi propia experiencia. Y si usted desea tener aún más la aper-
tura de energía correcta que apoye el ejercicio, puede colocarse unos
audífonos y escuchar una canción suave de meditación. Le recomiendo
buscar melodías de los ángeles o mantras celestiales.

Antes de comenzar, aíslese de todo lo que pueda distraerle. Deje


sus pies totalmente descalzos. Estírese y tome aire profundo para luego
liberarlo a medida que relaja los músculos.

Ahora, piense en una manzana muy roja que está sobre una mesa
blanca, en un cuarto totalmente blanco. Imagine los detalles que tiene
esa fruta. Su pequeño tallo en la parte superior, su textura, su color bri-
llante, su forma perfecta y ovalada.

Disfrute observando esa rica manzana por cinco minutos y relájese.

Al lograr ese estado de relajación previo, intente dejar su mente en


blanco y barrer todo pensamiento negativo mientras hace el ejercicio.
No piense en las preocupaciones, angustias, miedos, en el mañana o en
situaciones que lo incomoden.

Sé que dejar la mente en blanco es lo que más necesita práctica y


eso es lo que define a un verdadero maestro de la meditación. Pero no
olvide que todo se puede lograr con constancia y paciencia. Si se le
hace difícil enfocarse, vuelva a recordar la manzana y empiece a olvi-
dar todo lo demás.

Apoye su cuello sobre algo cómodo, para que así no genere ninguna
tensión que dificulte su concentración, y coloque también la lengua re-
posando en su paladar para retener la saliva y así evitar que le distraiga
en su proceso de concentración.

101
Respire profundo una vez más. Lo único que sentirá en su cuerpo
es el movimiento de su estómago cuando inhale mientras lo llena de
aire, y exhale cuando lo vacíe por completo. Recuerde que la respira-
ción profunda viene del estómago y no del pecho.

Al cerrar los ojos, imagine una luz blanca muy grande y brillante
que empieza a cubrirle completamente, al punto de no dejarle ver, por-
que su brillo opaca su visión. Haga esto durante algunos minutos,
tomándose su tiempo para visualizarlo.

Cuando finalmente logre ver lo anterior, poco a poco visualice que


está acercándose al mar. La arena blanca empieza a cubrir sus pies
mientras camina descalzo. Trate de jugar con ella entre los dedos de sus
pies. La brisa del mar viene a usted. Sienta cómo la arena se levanta
por el viento que sopla. El clima está soleado y cuando mira hacia el
cielo, el brillo del sol resplandeciente no le deja ver bien las nubes o su
alrededor. Los pájaros vuelan sobre el mar completamente azul ilumi-
nado con los reflejos del sol.

Cuando esté listo mire hacia su lado derecho, siguiendo el borde del
mar, y observe que lentamente empieza a visualizar a alguien que viene
caminando hacia usted desde lejos. Déjelo venir y no se desespere en
hablarle, deje fluir el momento. Nuevamente tómese su tiempo.

Comparta con esa persona unos diez o quince minutos, no más de


ese tiempo porque si no la mente empezará a reaccionar generando su-
gestiones y transmitiendo el “yo quiero” del momento, y no el factor
sorpresa de la conexión verdadera.

Una vez pasado el tiempo, poco a poco vaya regresando al lugar de


inicio, en el cual usted estaba rodeado de mucha luz blanca. Y una vez
estando allí, empiece a abrir sus ojos lentamente. Disfrute lo que siente
ahora mismo y recuerde siempre dar las gracias.

Si usted no logró resultados durante el ejercicio no se dé por ven-


cido y siga intentándolo. Algunas personas lo logran en el primer
momento y otras tardan más. Lo importante es seguir practicándolo, y
así como sucede en la vida cotidiana, hay cosas que podemos hacer con
más facilidad que otras, pero tenga presente que tarde o temprano lo va

102
a conseguir si usted se lo propone.

Mientras mayor sea el tiempo que dedique a la meditación, mayores


serán los resultados. Yo personalmente cuando tengo poco tiempo, de-
dico treinta minutos, y cuando cuento con más, puedo estar meditando
de tres a seis horas seguidas.

Está en usted encontrar el motivo de la práctica, ya sea para comu-


nicarse con su ser querido, o tan solo para lograr paz espiritual.

103
Viajando durante la meditación

No imaginan lo agradecido que estoy de haber estudiado y cono-


cido esta herramienta de comunicación, pues, por más que la vida nos
hace alejarnos de nuestra conexión con el mundo espiritual, y de nues-
tro lugar de origen, como lo es el cielo, he tenido increíbles
experiencias que han marcado distintas etapas en mi vida.

Incluso enseñanzas que una alguna vez pensé que eran de una
forma, confirmé con el transcurrir del tiempo que eran de otra manera
mucho más especial y a su vez más profundas. Con esto quiero decirle
que incluso en el más allá, las cosas no se aprenden de un día para otro,
como tampoco el verdadero significado de lo que es el amor, la muerte
y el dolor para nosotros.

Una interesante experiencia que tuve en el inicio de mis primeros


pasos en la meditación, fue cuando tomé un taller junto a una muy re-
conocida y profesional canalizadora espiritual chilena.

Decidí tomar ese taller para escuchar otros tipos de meditación


avanzada, de conocimiento público, utilizados como canal directo de
comunicación con el más allá.

Durante un ejercicio de meditación que realizamos, mientras los


demás compañeros seguían las instrucciones de la canalizadora, yo me
perdí totalmente como si alguien me hubiese tomado rápidamente y
puesto en otro lugar, en el cual podía visualizar algo totalmente distinto
a los pasos que en el taller se debían realizar.

Recuerdo que veía a un niño que me tomaba de la mano y me lle-


vaba por un camino de tierra, hasta detenernos en la entrada de una gran
bahía donde, a lo lejos, había un tumulto de personas vestidas con ropa
blanca y botones gruesos. Todos ellos miraban hacia arriba con los bra-
zos abiertos como si estuviesen escuchando y recibiendo un mensaje
desde ese cielo.

Al terminar ese ejercicio, todos y cada uno de mis compañeros com-


partían que habían tenido una experiencia de emociones internas,

104
originados a partir de los mismos pasos que la instructora indicaba du-
rante el tiempo de la sesión.

Mi experiencia fue distinta a la de los demás. Ese momento me


llenó de tanta alegría que sentía calor en mi cuerpo, mis mejillas son-
rojadas y mis ojos llorosos de la emoción. Yo en silencio decidí
disfrutar aquello que había sentido, porque no tenía palabras para ex-
plicarlo.

Ese lugar terminó siendo un sitio al cual jamás imaginé tendría per-
miso alguno de acceder, porque no me sentía merecedor de tan gran
privilegio. En el próximo capítulo usted va entender por qué digo esto.

105
¿Conocí una parte del Cielo?

Después de la experiencia vivida en aquel taller, decidí ese mismo


día, al llegar a casa, repetir la práctica de visualización que había te-
nido, pero ahora haciéndolo desde la calma de mi habitación.

Jamás creí que compartiría esta vivencia, porque pensé que quizá
nadie iba a lograr entenderme, y que yo no iba a poder explicarlo. No
existen suficientes palabras para ilustrar o compartir con cada uno de
ustedes un lugar tan perfecto. Intenté dibujarlo, pero nunca he contado
con habilidades en la pintura para plasmarlo.

Sin embargo, está dentro de mi misión describir lo que viví de la


mejor manera posible.

Durante la meditación, empecé a ver lo que para mí era un gran y


nuevo mapa a explorar, con la alegría de que a mi lado izquierdo pude
ver a lo lejos la misma bahía que observé durante el taller. Sí, esa misma
que puse en el capítulo “La verdad sobre meditar”, compartiendo con
usted mi ejercicio personal como guía.

En ese mapa lo primero que visualicé fue lo que para mí era la zona
central. A lo lejos estaba una muralla de color blanca, no tan alta, pero
lo suficientemente ancha para recorrer y sellar el lugar de izquierda a
derecha. A los lados, había muchos árboles altos y delgados, semejan-
tes a los pinos, que estaban perfectamente alineados.

Sobre esa muralla pude divisar varias esferas de cristal en forma de


estructuras. Una al lado de la otra en diferentes alturas. No pude ver lo
que había dentro de ellas por la distancia, además el muro cubría gran
parte de las mismas.

Desde la distancia continuaba observando un valle de pasto verde


tan intenso, que desde el lugar en el que me encontraba pude apreciar
la luz tan brillante que emanaba desde allí. El herbaje se movía con
mucha vida.

106
En todo el medio de ese valle se veía un árbol sobre una ladera muy
diferente a los demás. De tamaño mucho más bajo comparado con el
resto de los que estaban a los lados de la muralla.

La forma de ese árbol era totalmente redonda en comparación con


los demás que tenían forma puntiaguda. Lo rodeaban muchas flores pa-
recidas a los girasoles, y a su alrededor también logré ver muchos niños
que se divertían y corrían.

Pude divisar de lejos cómo los niños interactuaban con esos giraso-
les que se veían muy vivos. Había perros corriendo con ellos en el
lugar, y algunas aves blancas volando. Me llamó la atención que justo
donde posaba ese árbol, estaba la única ladera del sitio que no me per-
mitía ver del todo lo que estaba detrás de él.

Hacia el lado izquierdo de ese árbol se encontraba la bahía, cubierta


por un camino de tierra bien definido, con pequeñas piedras de color
blanco, y arena color marrón. Parecía todo dibujado con un pincel. Esa
bahía, hasta donde mis ojos podían ver, no tenía fin.

Luego, al voltear a mi derecha, pude apreciar al fondo, un risco


donde se veía una montaña dividida por escalones circulares. Pude re-
conocerlos fácilmente, porque aquéllos escalones eran exactamente los
mismos que pude ver en anteriores visiones, cuando compartí tiempo
con mi padre, mi tío y mi abuelo ya fallecidos.

Mientras presenciaba ese lugar, observé cómo en los escalones se


encontraban centenares de personas que se conocían entre sí. Era evi-
dente que tenían relación entre ellos. Todos llevaban puesta ropa
blanca, y la camisa era larga más o menos hasta las rodillas, con un
estilo que a mi impresión lucía muy moderno. Y ninguno usaba zapa-
tos.

La única persona que vestía diferente a ellos era la que aparecía,


por un tiempo determinado, en el centro de cada uno de los grupos que
se ubicaban en los distintos escalones de esa montaña.

107
También pude notar, cuando veía desde arriba, que apenas la per-
sona que vestía diferente aparecía en el lugar, se cubría todo el escalón
alrededor con una especie de cortina de nubes que separaba cada uno
de esos grupos. Lo que pude razonar de ese momento, es que era allí
donde las personas se comunicaban con sus familiares fallecidos por
medio de los sueños.

Después de haber visto todo ese panorama tan hermoso, placentero


y lleno de amor, decidí culminar la meditación porque sentía una
enorme necesidad de retener cada detalle y apuntarlo en mi libreta de
notas.

Para ser sincero, aún me faltaron palabras para poder describir ese
lugar. No sé qué sitio podría ser en realidad. Cómo saberlo si aún sigo
vivo, y tampoco sé cómo llegué allí. Solo sé que me he dedicado a
apreciarlo una y otra vez en mi mente y a agradecerlo en silencio.

Puede que ese lugar sea el cielo. No estoy seguro. Pero, sin duda
alguna, en ese lugar encontré la paz absoluta y un amor con el que po-
dría escribir cien libros más para intentar explicarlo.

Lo único que deseo es que, así como yo, usted también pueda ex-
perimentar lo que acabo de compartirle. Solo así podrá realmente vivir
y entender lo que para mí es lo más cercano a un paraíso eterno.

108
“Siempre vea más allá de lo que sucede, no solo se quede con lo que
tiene al frente”

109
CAPÍTULO ONCE
Muchas religiones, un solo Dios

110
Siempre me he preocupado por entender, respetar y aprender de los
distintos tipos de religiones que existen actualmente, para conocer lo
mejor de cada una y así tener mis propias experiencias.

Fui criado en la religión católica. Recuerdo que mi madre me lle-


vaba de pequeño a la iglesia todos los domingos, y casi siempre me
quedaba dormido en el banco o me llevaba mis carritos para jugar. Eran
muy pocas las veces en las que estaba atento a la misa. Era muy pe-
queño para entender, pero a medida que fui creciendo fui aprendiendo
un poco más sobre la religión.

En mi vida adulta, no fue fácil encontrar una iglesia en la cual me


sintiera cómodo y conectado con el sacerdote que guiaba la misa, pero
logré dar con una parroquia pequeña y muy humana que me ha permi-
tido estar a la expectativa cada vez que asisto a escuchar la palabra de
Dios. El asistir semanalmente me ha permitido escuchar las experien-
cias de otras personas y meditar en el mensaje que escucho.

Cada mensaje que llega a mí lo adapto a mi propia experiencia para


mejorar mi relación con Dios. Es así justamente como yo veo las reli-
giones, como una celebración para dar lo mejor a quienes lo necesiten
y en las oportunidades que se puedan presentar en la vida. Por ello, es
importante que —sea cual sea la religión que usted profese— tome lo
mejor de cada reunión espiritual.

Cuando asisto a la misa semanal, lo hago para llenarme de toda la


energía de amor y adoración que existe hacia Dios. Incluso, olvido mis
asuntos pendientes durante el tiempo que estoy allí, y solo me enfoco
en dar gracias, reflexionar sobre el día, sobre cómo manejar los desafíos
que la vida nos pone, y en reencontrarme con mi paz interior una vez
más. Solo que esta vez puedo compartir esa paz con muchas personas.

Una vez recuerdo estaba cenando con un amigo que no profesaba


ninguna religión y se me ocurrió preguntarle:

“Armando, ¿por qué no formas parte de ninguna religión?”. Él me


contestó:

111
“Gerard, cuando llegue mi momento de irme de este mundo, nadie
va a preguntarme en el cielo a cuál religión pertenezco, porque todos
somos igualmente de bienvenidos Si no imagínate, ¿existiría un cielo
para cada religión?”

Su respuesta fue más que correcta para reconfirmar una vez más lo
que había aprendido durante los años. No importa qué religión practi-
que o si no profesa alguna, porque lo más importante es que lleve a
Dios consigo en todo momento. Él está siempre con usted y no necesita
ir a un templo para encontrarlo. Búsquelo, pues el está atento en todo
lugar y a toda hora para escucharle, y para que le abra la puerta de su
corazón.

Tenga presente que el amor es la base de Dios y Él no va a juzgarlo


por la religión que tenga, lo que si debe importarle a usted es hacer el
bien, ser generoso con los demás y siempre dar las gracias.

Evite juzgar, porque usted no es quien para hacerlo, deje que Dios
se encargue. Aprenda a vivir respetando las creencias e inclinaciones
de los demás, y si el hermano de su amigo es homosexual o si su jefe
es ateo, respételo porque a la final todos somos hermanos, hijos de un
mismo padre.

Aprenda a ser y deje ser, porque cuando llegue el final de nuestra


vida, iremos al mismo cielo. Un lugar que ni nos separa ni nos clasifica.
Pero lo único que si debe preocuparle es lo que van a preguntarle
cuando llegue allí: “¿Qué cosas buenas hizo por los demás?”.

Siempre es buen momento para que usted tome ventaja y se haga


esa pregunta en este momento y no cuando sea muy tarde. Todavía
tiene un camino por recorrer para reformularse muchas preguntas. En-
foque su vida positivamente para dejar una huella en los demás. Sólo
usted sabe cómo es la relación que tiene con Dios, y con Él es con quien
debe quedar bien.

Es por ello que me gusta aprender y escuchar sobre diversas co-


rrientes filosóficas y sobre distintas creencias o religiones, porque a la
final todas confluyen en una misma verdad que es Dios, aunque cada
una maneje una doctrina diferente.

112
Permita que Dios bendiga su vida y téngalo presente donde quiera
que vaya, recuerde que lo importante no es la religión a la cual perte-
nezca, sino la bondad con la que actúe y obrar con el corazón.

Quiero compartirles esta reflexión de alguien, a quien sigo admi-


rando y respetando por la bondad con la que obró durante toda su vida:
Mahatma Gandhi

“Entiendo por religión, no ya un conjunto de ritos y costumbres,


sino lo que está en el origen de todas las religiones, poniéndonos cara
a cara con el Creador. Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tole-
rancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del
mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles
remedio. No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra
mejor. El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás, el mismo res-
peto que se tiene por la propia”.

113
La espiritualidad no es decir cien veces Amén, namaste, decir soy
amor y llenarse de plumas o estampillas. No es saberse la biblia de me-
moria. “Es vivirla...Es vivirlo”

114
CAPÍTULO DOCE
Agradezca siempre

115
En la vida hay más cosas por las cuales agradecer que lamentar.
Siempre queremos más, pedimos más y solemos enfocarnos en lo que
no tenemos, sin darnos cuenta de todo lo que la vida nos ha dado.

Le quiero hacer las siguientes preguntas:

“¿Cuántas veces se ha detenido a darle gracias a Dios por lo que


tiene?”.

“¿Se ha percatado de ver el amanecer o el atardecer?”.

“¿Recuerda la última vez que se rio a carcajadas?”.

“¿Recuerda cuándo ayudó a un amigo que necesitaba de usted?”.

Su vida es una bendición, y el estar de pie, saludable y lleno de


energía es una grandeza de Dios.

Dar gracias no es solo un gesto de educación por un cumplido o un


regalo recibido. Justamente lo que cierra el conjunto de elementos que
usted ha aprendido hasta ahora en este libro es el ser agradecido.

Mientras un gran porcentaje de personas tiende a lamentarse por


sus carencias, hay una gran cantidad de seres humanos que no tienen
un techo para dormir, una comida al día para alimentarse, o les falta la
visión para poder leer, así como usted este libro.

Desde el momento en el que llegamos al mundo, somos testigos de


constantes experiencias que nos enseñan un sinfín de emociones distin-
tas. Incluso muchos estudios han demostrado que el agradecer mejora
nuestra salud y ayuda a nuestro bienestar emocional. Es equivalente a
una actitud positiva vital, tan simple como el expandir los pulmones
mientras respiramos, o usar el ingrediente final en una preparación muy
especial.

116
En nuestras relaciones afectivas, el agradecer es una de las cosas
que permite también fortalecer a la pareja en las distintas etapas de la
vida. Permitiéndonos así valorar hasta las cosas simples que tienen una
gran importancia sentimental. Pequeños detalles que pueden realmente

hacerle feliz y llenar mucho más que un obsequio costoso.

No olvide que tiene mucho más para dar gracias que cosas por la-
mentar. Dios y los ángeles escuchan más a quienes son agradecidos y
saben agradecer. Siempre desde sus corazones.

Y usted ¿Por qué está agradecido?

Dice un muy buen viejo refrán:

“Me quejaba por no tener zapatos, hasta que conocí a un


hombre que no tenia pies.”

117
“Sin ir muy lejos, entre lo ocupado de tu día en todas esas priori-
dades que has seleccionado. ¿Has dedicado así sean 5 minutos a Dios
o invitaste a los ángeles a ser parte de tu día hoy?”

Solemos tener tiempo para todo, todo aquello que luego al fi-
nal de tus días a ningún lugar podrás llevarte.

Incluso la mayoría de las personas que hacen su boda por la igle-


sia, se preocupan tanto por la lista de invitados que olvidan invitar a
Dios. ¿Lo invitaste tu?

118
CAPÍTULO TRECE
Sobre el mal

119
Desde que comencé a compartir mi don y experiencias con los de-
más, siempre me dije a mí mismo que jamás iba a hablar sobre el mal.
Si usted me ha estado siguiendo en las diversas redes sociales, se dará
cuenta que siempre evado o evito comentar sobre el tema, porque
pienso que mientras menos sepa la gente sobre él, menos fuerza tendrá.

Por primera vez decido hablar sobre ello, y lo hago para evitar que
entre tantos aprendizajes que usted ha estado leyendo durante este libro,
se vaya a dejar vencer por el mal, desviándose de su camino principal.

Así como cuando en la adolescencia, eran nuestros padres quienes


nos daban las herramientas y consejos para salir a afrontar el mundo,
debo también compartirle cómo el mal actúa tan sutilmente que nos va
alejando poco a poco de nuestros objetivos y de hacer el bien, y en
muchas ocasiones no nos damos cuenta.

Durante mi vida también he pasado por situaciones donde el mal ha


actuado de forma tan contundente que no me atrevo a compartirlo, pero
la fe y el gran poder de Dios me ayudaron a sobrellevar esas cargas.

En los primeros capítulos del libro, les conté sobre diversas viven-
cias, en las cuales tuve que vencer al mal. Por ejemplo, cuando
mencioné lo que me sucedió en el patio del colegio, el cambio que tuve
con la profesora, la incomprensión de algunos familiares, o hasta in-
cluso cuando Mr. Pat, mi mejor apoyo de pequeño, me fue arrebatado.
Pese a que el mal existe, el bien siempre triunfa al final.

La diferencia está en que las batallas pueden ser cada vez más fuer-
tes, intentando incluso actuar en su mayor debilidad para que usted se
rinda o flaquee en su fe o propósito.

He sido testigo y protagonista de las obras que ha intentado hacer


el mal, ya sea en otros o en mí mismo, utilizando justamente la mente
para atacarnos, o algún otro medio para poder lograrlo.

Le confieso que el proceso para escribir este libro fue más largo de
lo que yo pensé, y aunque sabía que podía culminarlo en un menor
tiempo, porque tenía desde el principio muy claramente los conoci-
mientos que quería compartir, mi mente me jugó un mal partido.

120
Me dejé nublar por la preocupación, y la mayor parte del tiempo
revisaba que mis escritos pudiesen ser entendidos fácilmente. Esa fue
una de las mayores batallas por las que tuve que lidiar mientras escribía.

Cada paso que avanzaba era como si me convirtiese en el objetivo


de mayor prioridad que había que detener. Incluso las personas que más
quiero, eran quienes me lastimaban de mayor forma con sus palabras
de poca fe hacia mí. Me repetían más de una vez:

“Yo creo que no vas a terminar ese libro”.

“No pierdas tu tiempo en eso”.

“Dedícate a otra cosa, eso no te va a llevar a ningún lado”.

Así mismo, mi mente me hacía dudar imaginándome todos aquellos


recuerdos de mi vida sentimental, familiar y de injusticias donde más
herido me sentí. Y junto con esas imágenes, también me llegaban pen-
samientos negativos como:

“¿No te das cuenta que no eres de aquí?”

“Nadie te entiende y nadie va a entenderte. Estas perdiendo tu


tiempo”.

“¿Quién va a creerte? Mira como tus familiares no creen en ti”.

“¿Dónde está Dios para salvarte? ¿Te dejó abandonado?”.

“¿No te das cuenta de que mientras haces el bien, las personas jue-
gan contigo? ¿Para qué sigues ayudando a los demás?”.

Eso podría sonar simple de afrontar al leerlo, pero cuando estás


emocionalmente doblegado, créame que es bastante fuerte y convin-
cente de escuchar. Tanto así, que cuando usted se siente débil en
sentimientos y fuerzas, puede por momentos llegar a pensar que esas
palabras son verdad.

Recuerdo una charla que di en el año 2014: “Deja ir a tu ser que-


rido”. Había aproximadamente setenta personas en el salón. Una mujer
121
se levantó de su silla y empezó a decir en voz alta:

“Dios no existe y el cielo tampoco. No escuchen más, están per-


diendo su tiempo. Entiendan que la vida termina al morir y ustedes no
van a revivir a sus seres queridos. Yo no creo en nada y es lo mejor que
pueden hacer”.

La mujer estaba muy alterada y tuvieron que retirarla del salón. Al


final de la charla me enteré que la seguridad del hotel la había interro-
gado para saber quién era, y resultó ser una persona que ni siquiera
estaba en la lista de los participantes que habían pagado la entrada para
la charla. Ingresó al salón burlando la vigilancia simplemente para ge-
nerar caos.

Esas situaciones pueden ocurrir en cualquier momento de nuestra


vida. El mal busca desestabilizarnos o generar desorden, más aún si
usted puede influir para el bien de otros. Pero cuando Dios forma parte
de su vida, Él siempre será su escudo ante cualquier situación, y siem-
pre saldrá victorioso. Dios es su ejército invisible que batallará por
usted. Cuando usted así lo entienda, verá todo de otra manera.

No debe temer, porque si lo hace está desconfiando del poder de


Dios. Él tiene el control, y la luz siempre es más poderosa. No permita
que las opiniones dañinas de otras personas, los vicios fuera de control
y la avaricia de otros, lo haga desenfocarse. Usted está para brillar y
para dar lo mejor, evite desviar su camino.

Cuando le digan que usted no es capaz; cuando lo quieran despres-


tigiar frente a una cantidad de personas; cuando lo quieran llevar a
hacer algo contra su voluntad; no se desanime, más bien respire pro-
fundo, llénese de valor y continúe, porque Dios está con usted y todo
lo bueno siempre destaca.

Le confieso otra experiencia que viví para darme cuenta que no era
el camino que debía seguir. Existió una etapa en mi vida en la cual fui
parte de un equipo de investigación muy reconocido dentro de los Es-
tados Unidos. El objetivo principal era asistir a lugares llamados
“encantados” para capturar, a través de equipos electrónicos, a seres
que en esos lugares habitaban, como especie de Cazafantasmas. Yo era

122
prácticamente el sensor perfecto para ubicarlos, y mis compañeros los
responsables de tomar la evidencia.

Admito que fue una experiencia diferente, con muchas emociones,


pero sobre todo llena de tristeza y negatividad, porque los seres que en
esos lugares habitan, además de consumir mi energía, al punto que de-
bía dormir varios días para poder recuperarme, eran espíritus que
habitaban en la oscuridad, en el arrepentimiento, rebeldía, y no en la
luz.

Me di cuenta que al hacer eso, no estaba aportándole nada a mi vida,


y por eso mismo decidí abandonar ese equipo de investigación, deján-
dolo solo como una experiencia de un tiempo determinado que tuvo un
comienzo y un final.

Usted siempre debe confiar en Dios y en los ángeles, porque ellos


nunca van a defraudarlo. Entienda cuáles son sus límites, hasta dónde
puede y debe abarcar, con mucha responsabilidad. Lastimosamente hay
personas y seres que sólo pueden salvarse por sí mismos y ahí no puede
hacer nada más que pedirle a Dios y orar para que encuentren la luz.

Siempre actúe con bondad, respeto y humildad. Y cada vez que el


mal intente interceder en su vida, recuerde que Dios es su mayor gue-
rrero, y repita estas palabras poderosas que voy a compartirle. Son
palabras que he utilizado con mucho éxito en cada una de las situacio-
nes en las que el mal ha intentado apartarme de mi propósito:

“No desistas ante el mal, haz el bien”.

Cada vez que se presente una situación en la cual usted quede aba-
tido o lastimado y el rencor se quiera apoderar de su ser, evite actuar
impulsivamente para tomar venganza o actuar en defensa propia, y
nunca tome decisiones en ese instante. Resista, mantenga la calma, ac-
túe desde el amor y recuerde todo lo que ha evolucionado
espiritualmente a diferencia de quien lo esté agrediendo.

Dios no va a ponerle una batalla más difícil que la que usted no


pueda superar, y aquellos que pasan por mayores desafíos son quienes
recibirán las más grandes recompensas del cielo.

123
Pase tiempo con las personas que valen la pena, que le brinden aten-
ción, que se interesen por su bienestar y se alegren por sus éxitos. Usted
no necesita estar con alguien que le baje su autoestima o le haga pensar
negativamente sobre las cosas.

Enfrente los problemas con la frente en alto, teniendo presente que


no está solo y que Dios pondrá en su mente la solución más indicada.
Recuerde que su felicidad está por encima de todo y usted merece lo
mejor y ser feliz.

“El mal ya está en su vida, en la mía y la de cada uno aquí presente.


No necesita disfraz ni máscara. Esta ya dentro de su mente.”

Esa voz negativa que no te deja avanzar

124
TIPS que debe recordar día a día.

Para vivir libremente y mantenerse dentro de su verdadero camino.

• Alejarse del ocio, solo hace que su mente juegue en su contra.


• Remover el Ego y rencor en su vida. Solo le atraerá malas cosas.
• Lo que usted dice sobre los demás o opina de los demás, es justa-
mente un espejo sobre usted mismo.
• Es mejor orar por quienes hacen mal en su vida, que mantenerlos
en su vida. Quédese con quienes le sumen a su vida, no quienes le
resten.
• DAR es la clave para recibir, mas no olvide que no es solo dar y
que usted también merece recibir desde dentro en energía. De lo
contrario dará el mensaje a los ángeles que usted solo quiere DAR.
• Ame, perdone, diga todo lo que lleva dentro, quizás mañana ya no
lo pueda hacer.
• Defienda siempre lo justo, no importa de quien se trate o de donde
venga, ser justo es la clave de un verdadero guerrero de luz.
• No juzgue, de el ejemplo siempre.
• Cuando no sepa que hacer en una situación o problema. No olvide
no hacer lo que no le gustaría los demás hiciesen a usted. Sea así
de perfecto y neutro.
• Preocúpese más por sembrar que por recoger. Deje que fluyan los
frutos por si solo…
• Siempre use su corazón y no su mente, nunca tome una decisión
en caliente…la mente debe ser el cómplice del corazón, no quien
comanda el mismo.
• Nunca pierda la FE

125
CAPÍTULO CATORCE
Viva junto a los milagros

126
Y aquí estamos al final de la aventura que fue compartir mi expe-
riencia de vida por medio de los ejemplos que le he contado en los
capítulos de este libro, los cuales usted puede incluso interpretarlos y
usarlos para sus propias vivencias.

Todo aquello que usted cree casi imposible de resolver, puede ser
resuelto de un momento a otro si tiene la energía y la fe que corresponde
para transmitirla en su día a día. Todo es posible y puede lograrse si
verdaderamente se lo propone y utiliza las herramientas correctas que
he estado compartiendo, que si bien no son las únicas que existen, a mí
me han funcionado muy bien.

Todo lo que usted ha estado leyendo en cada página, forma parte


de la transición de mi vida, y los recuerdos que más me han impactado
fueron traídos a mi mente para ir escribiendo. Desempolvé viejas libre-
tas guardadas, que durante años conservé con frases e historias que
narraba de lo que me sucedía, para así algún día llegar a plasmarlo.

Pero lo que me permitió armarme de valor para seguir escribiendo


fue el amor de Dios, el cual me impulsó a continuar las veces que me
sentía bloqueado. Él ponía en mi mente las ideas y respuestas que ne-
cesitaba saber, las personas con las que necesitaba hablar y a quiénes
pedirle ayuda.

Las casualidades no existen y todo tiene un por qué, pero usted debe
estar dispuesto a ver más allá para vivir los milagros y así empezar a
contar su experiencia.

Usted es igual de especial que yo, y aunque tenga este don de naci-
miento, usted puede encontrar su propósito y descubrir sus verdaderos
talentos. Talentos que Dios le entregó sin importar sus creencias, raza,
género o preferencia sexual. Todos iremos a un mismo cielo, y lo único
que Dios y los ángeles quieren ver de usted en esta vida, es que encuen-
tre el trozo de felicidad que merece tener.

Que usted viva haciendo el bien y que aprenda a perdonar y a agra-


decer por las miles de cosas simples que los seres celestiales le entregan
de forma gratuita para disfrutar.

127
Cuando se dé cuenta de las maravillas que Dios le otorga, usted
mismo verá la evolución que ha logrado en su ser.

No importa lo que le suceda, siempre es un buen momento para


recomenzar y replantearse nuevas cosas para su vida, todo es posible si
usted confía y tiene fe.

Nunca silencie ni engañe a su verdadero ser. Manténgase siempre


dentro de la luz y enfrente lo malo con humildad. Recuerde que usted
también es un representante del cielo, y es allí donde tendrá que rendir
cuentas. Además, es Dios el que se encargará de hacer justicia.

Gracias por estar aquí, por haberse tomado el tiempo de leer estas
líneas, y por permitirme compartir con usted gran parte de mis conoci-
mientos. Gracias también a quienes están detrás de usted leyendo esto,
porque, aunque no los pueda ver, están allí.

Viva despierto y observe todo a su alrededor, porque quizás esa


persona a la cual rechazó, sea quien le vaya a tender la mano. Permita
que Dios y los ángeles siempre lo acompañen e iluminen en todo mo-
mento para encontrar el brillo que hay en su corazón y apartar los
pensamientos negativos que rondan su mente.

Permita que el amor sea la clave para resolver sus situaciones, y


usted mismo se dará cuenta de la cantidad de milagros que abundarán
en su vida.

Vea esta vida como su propio libro, donde cada día escribe una
nueva página, en la que también usted puede ser un milagro para otra
persona.

128
¡NO OLVIDES!

No olvide que Dios no hará las cosas por usted, no es tener fe y


sentarse a esperar. Debes dar el primer paso adelante y la ayuda vendrá
en camino.

No olvides que los Ángeles están aquí y te están viendo, ellos el rol
más importante del a donde irás o no al terminar aquí tu tiempo. No se
trata de lo que aparentas, ellos pueden ver tus acciones y secretos que
otros no pueden. Todo eso que ocultas dentro...

No importa lo que tus padres esperen de ti.

No importa lo que tu mejor amiga o compañeros ya hayan hecho.

No importa lo que haya logrado tu amigo de 20/30/40/60 años y hasta


donde llegaron.

No importa lo que tu esposo o novio o novia pensó que serían las cosas
en este momento.

No importa lo que tu hermana/hermano mayor haya hecho a tu edad.

No me importa el reloj de nadie más y tampoco debería importarte a ti.

Arruiné una gran parte de mi vida pensando en quedar bien con todos
los demás, queriendo compararme con ellos como un ejemplo a seguir,
toda esa basura mental se calmó a mis 25 cuando decidí hacer lo que
todos decían "era perder el tiempo". Y aquella "pérdida de tiempo" se
convirtió en este milagro que ahora tienes en tus manos, mi libro.

No te olvides de que con quien debes quedar bien, no esta aquí. Y a "El
o ellos" lo único que les importa y esperan de ti...."es que seas feliz". Lo
mismo deberia importarte a ti.

Y….

129
“7 días”
Es el tiempo que tardan los ángeles en responder o plasmar en tu vida
una petición , mensaje o milagro.

Y con validez te digo hoy que si han pasado 7 días y no se ha


cumplido lo que pediste, si no has recibido ello ya sea de forma
directa o indirecta, es debido a que no lo estas pidiendo
(transmitiendo) de forma correcta o no te has dado cuenta de la
respuesta.
.
Los Ángeles nunca fallan, fallamos es nosotros al no querer ver la
respuesta, no tener tiempo o no querer tan solo ver mas allá de lo que
tenemos al frente.

“Lea entre líneas y siempre vea


Más Allá”.

130
Gracias por permitirme el honor de llegar por medio de este libro a tu
vida, gracias a quien anónima o directamente compartió esto para po-
der llegar así a tu vida. Gracias de corazón en nombre de los ángeles y
en el mío.

¡Gracias por creer y por Existir!

Si desea sigamos compartiendo, le esperamos en:

Gerard Leiser

Instagram: @gerleiser - www.gerardleiser.com

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