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Transgénicos, Agroquímicos y
Campesinas/os en Argentina:
Escalas Globales y Locales,
Dinámicas de...

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Pablo Lapegna
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Incluido en Gerardo Otero (ed.) La Dieta Neoliberal: Globalización y
Biotecnología Agrícola en las Américas. Mexico DF: Miguel Angel Porrúa y
Simon Fraser University (En prensa, pruebas de galera).
Capítulo 10

Transgénicos, agroquímicos
y campesinas/os en Argentina:
escalas globales y locales,
dinámicas de resistencia y adaptación
Pablo Lapegna
Argentina es, junto con Brasil, Canadá, y Estados Unidos, uno de los países
líderes en producción y comercio global de cultivos transgénicos. Argentina
es el tercer país a escala global en cuanto a superficie plantada con semillas
transgénicas,1 y el tercer exportador de granos de soya, pero ocupa el pri-
mer lugar en cuanto a exportación de “tortas” y aceite de soya, es decir,
derivados de soya usados en la alimentación de animales (usda, 2014).
Casi la totalidad de la soya plantada en Argentina es transgénica. Las se-
millas transgénicas fueron adoptadas en Argentina en 1996, en el marco
de profundas reformas neoliberales, y de allí se expandieron a el resto de
los países del Cono Sur.
El objetivo de este capítulo es observar la expansión de los cultivos
transgénicos en Argentina y sus consecuencias socio-ambientales desde los
puntos de vista de sectores subordinados del agro —es decir, campesinas/
os, pequeñas/os productoras/es, y trabajadoras/es rurales. Me focalizo
específicamente en el extendido uso de agroquímicos ligados a los cultivos
transgénicos resistentes a herbicidas (soya y algodón), y cómo este proceso
es vivido por poblaciones campesinas que oscilan entre estrategias de resis-
tencia y adaptación. En tanto objeto de investigación, la soya transgénica
en Argentina refleja diferentes dinámicas sociales, dependiendo del punto de
vista que se privilegie. Es decir, la “empresa red” del modelo de agro-negocios
se manifiesta, para las/os campesinas/os del Norte argentino, en empresa-
rios rentando tierras y cumpliendo ajustados esquemas de producción que
se traducen en un uso intensivo y descuidado de agroquímicos. De manera
similar, el dinámico mercado de tierras que se desarrolla a partir de los
años 2000 en Argentina ofrece oportunidades para quien sepa aplicar sa-
beres empresariales y financieros. Para las poblaciones campesinas, la pre-
sión sobre el control de la tierra se suele trastocar en procesos de arrinco-
namiento (Domínguez, Lapegna y Sabatino, 2006) y en un aumento de la
1
Según la isaaa (una organización que promueve los cultivos transgénicos), Argentina con-
taba en 2012 con casi 24 millones de hectáreas plantadas con cultivos transgénicos, precedida por
Brasil (36.6 millones de hectáreas) y Estados Unidos (69.5 millones de hectáreas) (James, 2012).

231
232 Pablo Lapegna

violencia ejercida contra comunidades campesino-indígenas, presiones para


vender sus tierras u hostigamientos contra procesos de organización colec-
tiva, llegando incluso al asesinato de activistas (Domínguez y De Estrada,
2013; Lapegna, 2013b).
En este capítulo abordo estos problemas desde un enfoque etnográfico
que, además de ofrecer una mirada “desde abajo”, también ofrece tres ven-
tajas analíticas. En primer lugar, observar procesos globales prestando
atención a sus impactos en territorios y lugares permite reconstruir la ar-
ticulación de múltiples escalas. La metodología en la que baso mi análisis
desarrolla los presupuestos de la etnografía global, es decir, una mirada que
presta atención a cómo determinados procesos se articulan a través de di-
ferentes escalas (global, nacional, local) y cómo esos procesos son experi-
mentados por las personas “en sus propios espacios y tiempos, en su propia
vida cotidiana” (Burawoy, 1991: 2, traducción propia). Al prestarle atención a
la articulación de múltiples escalas, este enfoque evita ver a los procesos
globales en términos evolutivos o unidireccionales. Analizar los cultivos trans-
génicos prestando atención a sus efectos localizados y tangibles nos permite
ir más allá de generalizaciones acerca del capitalismo global, prestando
atención a sus manifestaciones en el espacio y las geografías desiguales que
estos procesos generan (Le Heron, 2009; Le Heron y Roche, 1995; Woods,
2007).
El enfoque de la etnografía global y la atención a múltiples escalas
también permite superar concepciones esquemáticas de cómo “lo global”
impacta en “lo local” y más bien reconstruir las interacciones, fricciones, y
proyectos implicados en fenómenos que son a la vez globales, nacionales,
y locales. Entender los procesos globales tomando estas precauciones per-
mite evitar un persistente error, el de identificar procesos globales con di-
námicas universales o ver las situaciones locales como una mera instancia
de lo particular. Como bien lo explica la geógrafa Doreen Massey, este error
implica confundir el nivel de análisis con la escala geográfica (Massey,
1994). Asimismo, como lo expresa la antropóloga Anna Tsing, si los pro-
cesos globales “se pueden predecir de antemano, no hay nada que aprender
de la investigación, sólo cómo los detalles apoyan el plan... si los centros
mundiales proveen el impulso dinámico de los cambios globales, ¿para qué
entonces estudiar lugares más periféricos?” (Tsing, 2005: 3, mi traducción;
véase también Otero, 2011).
En resumen, un enfoque etnográfico a los transgénicos nos permite
capturar procesos globales manteniendo “los pies en la tierra” y así evitar
dos problemas: ver a la globalización neoliberal como una fuerza que esta-
ría creando espacios uniformes alrededor del planeta, o bien entender la
Transgénicos, agroquímicos y campesinas/os en Argentina 233

adopción de los transgénicos como el único progreso posible y un futuro


inevitable.
En segundo lugar, un enfoque etnográfico nos permite acceder a las
diferentes visiones y acciones de los actores subordinados, y entender mejor
las conexiones entre procesos globales, transgénicos, y dinámicas de movi-
lización y desmovilización. Los trabajos de investigación que analizan estas
conexiones se han concentrado en dar cuenta de las resistencias en contra
de los transgénicos, sin prestar suficiente atención a dos procesos igual-
mente importantes: por un lado, las variaciones y diferenciaciones internas
dentro de los actores subordinados; y por el otro, analizar las formas en
que los actores subordinados resisten pero también negocian y buscan
adaptarse a los impactos de fuerzas globales y de la agricultura transgénica.
Existe hoy una extensa bibliografía sobre movimientos sociales y campañas
en contra de los transgénicos, tanto en los países del Norte (por ejemplo,
Eaton, 2009; Heller, 2013; Schurman y Munro, 2010), como en América
Latina (por ejemplo, Fitting, 2011; Hetherington, 2013; Klepek, 2012). Sin
embargo, es todavía un interrogante abierto el porqué las poblaciones ru-
rales no reaccionan en contra de los impactos socio-ambientales negativos
de los cultivos transgénicos. En otras palabras, tenemos más conocimiento
sobre cómo y por qué los actores subordinados se organizan colectivamente
contra los transgénicos que sobre los obstáculos que estos mismos actores
encuentran para organizarse colectivamente y actuar en forma contenciosa.
La expansión de los cultivos transgénicos en Argentina, en definitiva, ofrece un
contrapunto interesante para escudriñar debates y procesos de resistencia,
adaptación y creación de hegemonía (para un análisis de estos temas vistos
“desde arriba” véase Newell, 2009).
En tercer lugar, el trabajo de campo en lugares específicos pone de re-
lieve las formas en las cuales los transgénicos reeditan los problemas eco-
lógicos creados por la llamada “Revolución Verde”, es decir, la dependencia
de agroquímicos y sus consecuencias socio-ambientales (véase la Introduc-
ción y el capítulo 1 de este volumen). La expansión de la soya transgénica
en Argentina se vio acompañada por un crecimiento geométrico del uso de
glifosato y otros agroquímicos (Benbrook, 2005; Domínguez y Sabatino,
2010; Pengue, 2004; Vitta, Tuesca y Puricelli, 2004). En este sentido, el
caso de Argentina pone en tela de juicio muchas de la supuestas ventajas
de los cultivos transgénicos, constantemente repetidas en los medios de
comunicación masivos por los voceros del “empresariado innovador” del
agro-negocio. La soya transgénica, que se utiliza como forraje o insumo
para la industria agro-alimentaria, ha desplazado la producción de alimentos
para consumo humano (Teubal, 2008). Las derivas o contaminación de
agroquímicos, como detallo más abajo, han dificultado los procesos de con-
234 Pablo Lapegna

versión hacia producciones agroecológicas por parte de pequeños produc-


tores y sectores campesinos. Por último, la aparición de “súper-malezas”
que resisten al glifosato han inducido el uso de más cantidad de agroquí-
micos (y de mayor toxicidad que el glifosato). La gestión empresarial de la
agricultura, que se concentra en las finanzas y el agro como negocio (véa-
se el capítulo 9 en este libro) puede ir en detrimento de concebir al agro
como producción de alimentos en estrecha relación con sus territorios y
lugares.
En este capítulo, primero describo a grandes rasgos la adopción de los
cultivos transgénicos en Argentina para luego concentrarme en la creación
de geografías desiguales, focalizando en el caso de Fontana, una provincia del
norte del país. Utilizo pseudónimos tanto para la provincia como para
personas y localidades. Luego analizo las acciones de protesta que protago-
nizaron los movimientos campesinos de esta provincia en 2003 y las reac-
ciones de los sectores dominantes de la provincia. A continuación, muestro
las diferencias internas dentro del movimiento campesino y las diversas
miradas sobre los transgénicos y los agroquímicos. La última sección
muestra un proceso que surge alrededor de 2011: la promoción del algo-
dón transgénico (resistente al glifosato) por parte del gobierno provincial,
las razones por las cuales los campesinas/os adoptan este algodón, y las
implicaciones políticas de este proceso. Las conclusiones resumen los princi-
pales argumentos y señalan posibles líneas de investigación hacia el futuro.

La geografía desigual de la expansión transgénica en Argentina

Argentina ha sido un caso ejemplar tanto para la aplicación de planes eco-


nómicos neoliberales como para la adopción de cultivos transgénicos. Como
es sabido, durante la década de los noventa y principios de la siguiente,
distintos gobiernos adoptaron las “recomendaciones” de las instituciones
financieras internacionales. En el sector agrícola, esto se tradujo en la eli-
minación de medidas regulatorias y el levantamiento de barreras arancelarias
para la importación y exportación (Teubal, Domínguez y Sabatino, 2005).
Mientras que algunos actores del agro pampeano pudieron beneficiarse
económicamente con estos procesos (véase capítulo 9), para los sectores
campesino-indígenas y los pequeños productores rurales esto significó pasar
de un mercado regulado por el Estado a un mercado orientado hacia los
sectores más concentrados de la economía (Giarracca y Teubal, 2008; Souza
Casadinho, 2004). Las políticas neoliberales desarticularon los entramados
sociales construidos alrededor de las llamadas economías regionales dentro
de las cuales muchas se insertaban —aunque en forma subordinada— sec-
Transgénicos, agroquímicos y campesinas/os en Argentina 235

tores campesinos y de pequeños productores. Como veremos más adelante,


éste era el caso del algodón en el noreste.
Luego de ser introducida en 1996, la soya transgénica creció en el área
pampeana hasta encontrar un umbral hacia finales de los noventa y prin-
cipios del 2000 en cuanto a la disposición de tierras, cuyos precios aumen-
taron hasta un 50 por ciento (inta, 2004; Pengue, 2005). La producción de
soya transgénica comenzó así a expandirse hacia el norte del país de la
mano de inversores y empresarios agrícolas que compraron o rentaron
tierras más baratas que en el área pampeana. De esta forma, la soya co-
menzó a avanzar sobre el monte nativo y las áreas ocupadas por poblaciones
campesino-indígenas. En esta suerte de “fiebre de la soya” los casos de ex-
posición a los agroquímicos comenzaron a multiplicarse; una serie de in-
vestigaciones académicas, publicaciones periodísticas y trabajos de organi-
zaciones ambientales han documentado los problemas generados por las
llamadas “derivas” de agroquímicos que destruyen los cultivos de pequeños
productores, dañan la salud de poblaciones rurales, contaminan el agua, y
destruyen la fauna local (Domínguez y Sabatino, 2010; grr, 2009; Le-
guizamón, en prensa).
En resumen, la expansión de la soya transgénica de la Pampa hacia el
Norte significó la profundización de las geografías desiguales de los espa-
cios agro-rurales argentinos. Por un lado, los sectores del agro-negocio con
base en la región pampeana se beneficiaron de este proceso (véase capítulo 9).
Por el otro, la expansión hacia el norte muestra que, cuando hacen terreno,
los cultivos transgénicos conectan zonas agrarias marginales con los cir-
cuitos del agro-negocio nacional y global, al tiempo que a las poblaciones
rurales subordinadas se les trata como una molestia en el camino hacia el
“progreso”, se les subsume a la lógica del agro-negocio, o se les margina-
liza o “arrincona” (Domínguez, Lapegna y Sabatino, 2006).
La provincia de Fontana es un buen ejemplo de estas tendencias. Esta
provincia del noreste argentino que delimita la mayor parte de la frontera
con el Paraguay fue incorporada a los circuitos económicos del país a prin-
cipios del siglo xx. Entre 1930 y 1970 esta provincia desarrolló una estruc-
tura social polarizada, dividida entre un grupo mayoritario de sectores
campesinos (produciendo algodón para un mercado regulado por el Estado
y sobreviviendo con cultivos de autoconsumo) y un sector dominante ga-
nadero que detentaba la mayor parte de la propiedad de la tierra. En los
años setenta, los sectores campesinos se organizaron en la Unión de Ligas
Campesinas de Fontana (ULiCaF) —en un proceso de profunda y radical
movilización social campesina en varias provincias del noreste argentino
(Ferrara, 1973; Roze, 1992), en paralelo con procesos similares en Para-
guay y Brasil. Estas experiencias fueron brutalmente reprimidas por la
236 Pablo Lapegna

dictadura militar (1976-1982), pero los procesos organizativos campesinos


reemergieron durante la democratización iniciada en 1983. A finales de
noventa, organizaciones campesinas de base se vincularon para crear el
Movimiento Campesino de Fontana (Mocafon), que se convirtió en una
fuerza opuesta al gobierno del Partido Justicialista (Peronista) y su red
clientelar. El peso político del Peronismo y su red clientelar queda de mani-
fiesto en la falta de alternancia en el poder provincial: el gobernador que
fue elegido en 1995 reformó la constitución provincial en 1999 para per-
mitir la reelección indefinida y ha gobernado la provincia desde entonces (y
cuyo mandato se extiende hasta 2015).
Mientras que los pequeños productores y sectores campesinos de Fon-
tana veían su economía deteriorada por la desregulación del algodón, los
sectores político-económicos dominantes de la provincia aprovecharon las
oportunidades abiertas por el escenario neoliberal. Muchos terratenientes
(entre los que también se incluyen prominentes políticos provinciales) se
asociaron con empresarios de otras provincias para producir soya transgé-
nica. En sólo unos años, el área cultivada con soya en Fontana creció de
250 hectáreas en 1999-2000 para llegar a una superficie de cerca de 9 mil
hectáreas en 2002-2003 (Sapkus, 2002).
Los efectos socio-ambientales de estos cambios pronto se hicieron sen-
tir entre los sectores campesinos de la provincia. En la comunidad rural de
Monte Azul la “fiebre de la soya” significó la llegada de empresas que ren-
taron propiedades de tamaño mediano rodeadas de las pequeñas propieda-
des de familias campesinas. Este es el caso del Emprendimiento Agrícola
Fontana (eaf), una joint venture que rentó un total de 350 hectáreas en
Monte Azul (subdivididas en lotes más pequeños); uno de ellos adyacente
a la escuela primaria local donde niños de hasta 12 años concurren diaria-
mente. La empresa contrató a un ingeniero agrónomo que se desempeñaba,
al mismo tiempo, como funcionario provincial del área de agricultura y
por lo tanto tenía un conocimiento de la zona y los campos para alquilar.
Bajo la dirección de este ingeniero agrónomo, eaf contrató a jóvenes de la
zona para fumigar los campos y mezclar herbicidas, glifosato y 2.4D (este
último, un agroquímico más tóxico). Como me relató uno de los trabaja-
dores de la empresa:

A veces sobraban bolsas de Roundup… hasta inclusive un día sobró mucho


veneno [agroquímicos], mil litros de veneno. Y lo derramamos allá, en la
otra entrada de donde está la escuela, ahí derramamos todo. Y ahí com-
probamos que, cuando llueve un poquito, rebalsa todo, ¿vio? Éste [curso
de agua] se une con éste y éste tiene una alcantarilla que desagua y larga
para acá, y se reparte para todos lados el agua. Y pudo haber hecho algo…
Transgénicos, agroquímicos y campesinas/os en Argentina 237

no sé lo que hizo, pero sí que el agua era contaminada, seguro. Más de mil
litros de veneno se derramó. Por orden de [el ingeniero agrónomo]. “Vayan
derramen allá” [les dijo]. [Largo silencio en la entrevista]

Las familias campesinas comenzaron a percibir los efectos negativos del


uso de agroquímicos en la zona. Sus plantas de tomates y otras verduras
se marchitaban sin razón aparente, las raíces de mandioca crecían más
pequeñas, los árboles daban escasas frutas. Estos problemas con los cultivos
—utilizados para autoconsumo y como productos para vender en merca-
dos locales— comenzaban a causar preocupación entre las familias campe-
sinas. Cuando en febrero de 2003 una deriva masiva de agroquímicos
causó daños vastos e irreparables, las campesinas y los campesinos reac-
cionaron colectivamente para enfrentar el problema.

“¿Qué tenemos que esperar? ¿Que nos mate a nosotros?”:


confrontando la expansión transgénica y la contaminación
agroquímica

En febrero de 2003, los empresarios de eaf estaban apremiados por desma-


lezar los campos, preparar lo suelos y plantar nuevas semillas de soya lo
antes posible, y así lograr tres cosechas (en lugar de dos) para el periodo
2002-2003. Pese a las altas temperaturas y los fuertes vientos, los emplea-
dos de eaf recibieron órdenes de mezclar herbicidas y fumigar los campos
usando un “mosquito”, como se conoce popularmente al tractor con lar-
gos brazos mecánicos que se utiliza para aplicar agroquímicos. Las altas
temperaturas hicieron que los agroquímicos (glifosato mezclado con 2.4D)
se vaporizaran y luego fueron llevados por el viento a las chacras o parce-
las vecinas. Al día siguiente, las familias campesinas de Monte Azul se
encontraron un paisaje desolador en sus granjas: tanto el algodón como los
cultivos de autoconsumo que venden en la feria local (mandioca, porotos
o frijoles, zapallo, lechuga, tomate, cebolla) estaban completamente mar-
chitados. Los cultivos, como me dijeron varias veces los campesinos de la
zona, se veían “como si alguien los hubiese quemado” o “como si alguien
le hubiese echado lavandina”. Las plantas de algodón que los campesinos
tenían planeado cosechar dentro de un mes (y usar ese ingreso para vivir
por un año) tenían sus “bochas” o bolas de algodón caídas, totalmente
inutilizables.
Los representantes locales del Movimiento Campesino de Fontana (Mo-
cafon) hicieron una denuncia formal en la comisaría local. Ante la falta de
respuestas, los campesinos lograron que dos ingenieros agrónomos certifi-
238 Pablo Lapegna

caran el daño en sus parcelas. Los agrónomos confirmaron que los daños
y los problemas de salud eran los que usualmente se manifiestan en una
deriva de herbicidas. Les recomendaron a los campesinos destruir todos los
cultivos contaminados y sugirieron no usar el agua de los pozos superfi-
ciales, pues podría estar también contaminada. Con estos estudios en mano,
los campesinos enviaron una petición al concejo municipal, pero los políticos
locales ignoraron sus demandas.
Fueron las mujeres de la zona las que finalmente decidieron actuar
colectivamente. Durante una reunión para llenar los formularios para un
plan de asistencia del gobierno nacional, se enteraron que el “mosquito”
estaba llegando a la zona para hacer más fumigaciones. El grupo de mujeres
se movilizó al camino de entrada al campo de soya y lo bloquearon, “ar-
madas” con palos de cocina (como me contaron irónicamente). Como me
dijo Juana durante una entrevista en 2008:

Ellos seguían envenenado, porque tampoco cesaban de fumigar, así que


algo teníamos que hacer. Porque si una vez mató todo lo que había, ¿qué
tenemos que esperar? ¿Que nos mate a nosotros? Porque inclusive la es-
cuela está a 40 metros [de uno de los campos fumigados]. Y la decisión fue
más de nosotras las madres. Fuimos unas cuantas compañeras... Y dijimos
entonces las mujeres —porque éramos casi todas mujeres las que estába-
mos— que llamen a los hijos, los vecinos. Entonces nos pusimos unas
cuantas mujeres, con unos pedazos de palos… un grupo de mujeres. Des-
pués empezaron a llegar refuerzos, los hijos, los maridos, los hermanos,
todos... Ahí después ya nos hicimos un buen grupo de personas. Entonces
no se le dejó entrar en la chacra [al mosquito, la máquina fumigadora].
Inclusive cuando hicimos eso el empresario nos amenazó que nos iba a
pasar el tractor por encima. Le dijimos que pase por encima pero que la
máquina no pasaba. Bueno, como no nos pasó por encima, nos agarró
coraje.

El hijo de Nélida era uno de los jóvenes de la zona que estaban traba-
jando para los empresarios soyeros. En una entrevista, Nélida me transmi-
tió su indignación por lo que estaban viviendo:

Mi hijo estaba fumigando y uno de mis primos, un chico de la edad de él,


también estaba trabajando en la empresa y le pagaban 10 pesos por día a
estos chicos. Y rabia yo tenía cuando nos enteramos que era muy venenoso,
muy peligroso, y esta gente ni siquiera le dijeron a los chicos “pónganse
guantes y tengan cuidado”. Los ingenieros les decían que entren adentro
del mosquito a limpiar, ellos entraban adentro de esa máquina... Y todo eso
me dio tanta rabia por mi hijo, cuando empezamos a hablar con gente que
nos decía que ahora no se va a notar, pero sí a largo plazo, que después no
Transgénicos, agroquímicos y campesinas/os en Argentina 239

pueden tener hijos, pueden venir los hijos deformados. Y teníamos tanta
rabia que nos enfermamos, a mí me enfermó… me quedé con los nervios
que no podía hablar con nadie. Porque las plantas por ahí pueden recupe-
rarse, la tierra en ese momento se habrá enfermado pero a lo mejor se
puede recuperar, ¿pero recuperar un hijo? No sabés. Porque si hubiera sa-
bido, yo no le dejaría a mi hijo que haga eso por 10 pesos miserables. Pero
muchas veces yo le enseñaba a mi hijo que vaya y trabaje por más poco
que sea, 10 pesos, 5 pesos, antes que roben o antes que se metan en la
droga, o lo que sea. Siempre a mi hijo yo le venía enseñando. Yo le enseña-
ba a mi hijo que no vaya a robar ninguna gallina y fue a meterse por esos
10 pesos que puede quedar enfermo toda su vida.

Los empresarios llegaron a la zona con el mosquito y tuvieron una


fuerte discusión con el grupo de campesinos que bloqueaba la entrada al
campo. Los empresarios, superados en número y enfrentando a un grupo
que todavía estaba enfurecido por los efectos de las fumigaciones, decidie-
ron retirarse de la zona.
Unos días más tarde, y aún sin una respuesta de las autoridades sobre
sus reclamos, los campesinos afectados (incluyendo los líderes y activistas
del Mocafon) decidieron bloquear la ruta que conecta a Monte Azul con el
resto de la provincia. El corte de ruta se prolongó por varios días, mientras
que la cobertura de varias estaciones de radio y periódicos locales llamaron
la atención sobre la situación, convirtiendo a la disputa en uno de los temas
más destacados de la provincia. Empleados públicos y doctores empleados
por el Ministerio de Desarrollo Humano de la provincia se acercaron a la
zona para tomar muestras de sangre y de agua, y llevarse verduras para
ser analizadas. Unos días después, los empleados provinciales declararon a
la prensa que el problema de los campesinos en Monte Azul era que estaban
en contacto con la tierra y que usaban ropas de invierno durante el verano.
Es más, recomendaron a los campesinos tratar sus problemas dermatoló-
gicos lavándose con agua y jabón para la ropa. A todas las personas de
Monte Azul, sin distinción, les recetaron el suministro de antidiarreicos.
En todas las entrevistas que hice en la zona, sin excepción, estas decla-
raciones de los empleados públicos rápida o espontáneamente surgían en la
conversación. Por ejemplo, como de dijo Juana durante una entrevista en
su chacra:

Los de desarrollo humano que tenían que venir a ver lo que a la gente le
pasaba, nos trataron de sucios... Nos trataron de cualquier cosa. Y eso
mismo como que nos bajonea [deprime], aparte de toda la pérdida, que
alguien te esté diciendo, no te sabés vestir, no te sabés bañar, no te sabés
240 Pablo Lapegna

preparar... Es como que nos están machacando pero más de lo que esta-
mos. Para mí es así.

¿Y qué sentimiento le daba a usted cuando le decían estas cosas?

A mí, a mí me daban [ganas] de ir a pegarle en la boca. Porque yo creo que


una persona que estudia, supuestamente más inteligente que nosotros,
tendría que aprender a respetar, por más sucios que seamos. Había una
chica, me acuerdo, que [según ellos] esos granos [que le salieron] eran
porque le faltó bañarse con jabón, que tenía que usar jabón… Yo creo que
ellos pensaban “le vamos a cansar, y váyanse no vengan más”. Para mí, la
sensación era ésa. De decirnos “bueno, váyanse, quédense en sus casas y si
tienen que morir, muéranse”... Y hay cosas que… cosas que nos hacían
sentir peor de lo que estábamos. Estábamos mal, pero nos hacían sentir
peor, en lugar de hacernos sentir mejor.

Tanto las autoridades provinciales como los empresarios soyeros y las


asociaciones provinciales de terratenientes y ganaderos negaron pública-
mente la contaminación y los problemas de salud de las familias campesinas.
En una conferencia de prensa muy publicitada en los medios locales, el
ministro de la producción (secundado por el presidente de la asociación
provincial de ingenieros agrónomos) aseguró que:

El accidente [la deriva de agroquímicos] fue utilizado para desinformar y


generar preocupación en la comunidad, dado que se trata de elementos que
han pasado por estrictos controles y que no afectan la salud humana, co-
mo tampoco los animales y el suelo, como se pretende hacer creer... Existe
gente interesada en crear discordia y un enfrentamiento que no le hace
nada bien a la sociedad en su conjunto, y obviamente tampoco al sector
productivo, sino que daña terriblemente la imagen de la provincia.

La empresa productora de soya, por su parte, atribuyó las protestas a


“políticos inescrupulosos” y aseguró que se reservaba el derecho de deman-
dar judicialmente a las personas que ligaran su producción con casos de
contaminación. El presidente de la Sociedad Rural de la provincia (la orga-
nización de ganaderos y terratenientes) manifestó a la prensa:

Vincular este accidente con conflictos entre minifundistas y latifundistas,


hacer veladas imputaciones a los productores de estar contaminando… son
deformaciones de los hechos, que no buscan resolver problema alguno a
nadie sino sólo sembrar caos y confusión… llevando a enfrentamientos
estériles entre productores que en definitiva agregarían un elemento de
disgregación. La producción moderna… exige de parte de aquellos que
Transgénicos, agroquímicos y campesinas/os en Argentina 241

opinan la seriedad y la prudencia de abstenerse de manifestarse, o de ac-


tuar, a menos que sepan perfectamente lo que están diciendo.

Cabe resaltar un aspecto de estas declaraciones: las sutiles amenazas a


quienes protestan se combinan con giros discursivos (“sembrar caos y con-
fusión”, “elementos de disgregación”) que recuerdan a las palabras de la
última dictadura militar en Argentina —la cual fue fervientemente apoyada
por la Sociedad Rural en Fontana, aportando varios ministros a la adminis-
tración de facto (Rofman et al., 1987). La virulenta reacción de las clases
dominantes políticas y económicas provinciales también se explican por las
acciones del movimiento campesino en otra comunidad, donde los habitantes
afectados por las fumigaciones ocuparon el aeropuerto local y tomaron la
avioneta usada para las fumigaciones, sólo liberándola cuando se garantizó
el cese de las pulverizaciones aéreas (por restricciones de espacio, sólo me
concentro en el caso de Monte Azul).
Unos meses más tarde, en agosto, los empresarios cosecharon la soya
y luego no renovaron el alquiler de los campos (aunque otros productores
de soya tomaron su lugar). A principios de 2003, los campesinos deman-
daron judicialmente a la empresa. El caso todavía estaba en disputa en
2014 y los campesinos tienen muy pocas esperanzas de que se resuelva a
su favor.

Los diversos sentidos de los transgénicos y los agroquímicos

En 2003, grupos campesinos organizados en el Mocafon lograron actuar


colectivamente y poner en cuestión el impacto de la soya transgénica y los
problemas generados por el uso de agroquímicos. Sin embargo, esto no
significa que todas/os las/os campesinas/os compartan las mismas visio-
nes sobre estos problemas. Incluso, como muestro a continuación, dentro
del mismo movimiento social conviven miradas diversas sobre los transgé-
nicos y los agroquímicos.
En primer lugar, un análisis de las miradas de los líderes y participantes
del movimiento social muestra que dentro de un movimiento —y, por su-
puesto, dentro del campesinado— pueden convivir distintos discursos.
Cuando comencé a analizar mis datos etnográficos, noté ciertas discrepan-
cias y tensiones entre, por un lado, los discursos públicos del movimiento
(desplegados durante los momentos de confrontación abierta o expresados
por los líderes) y, por el otro, las conversaciones cotidianas entre campesi-
nas/os y mis entrevistas con “las bases” del movimiento. Mientras que los
discursos públicos y de los líderes expresaban las visiones críticas cercanas
242 Pablo Lapegna

a los discursos globales sobre los transgénicos y sus impactos ambientales,


las bases del movimiento en general no objetaban la producción de soya
transgénica ni el uso de agroquímicos en sí mismos, sino que mostraban
una fuerte oposición a que los transgénicos dañaran a sus cultivos, ame-
nazaran su supervivencia cotidiana, o comprometieran la salud de sus
familias.
Mariano es uno de los principales líderes del Mocafon. Su hablar es
pausado y calmo pero firme, y raramente lo vi sonreír. Es un líder muy
hábil que supo construir alianzas; pasa la mayor parte del año viajando a
Buenos Aires y otros provincias, negociando recursos del Estado nacional y
asistiendo a reuniones con otros movimientos. En una de mis visitas a
Moreno, me ofreció su visión sobre los procesos que estaban viviendo: “La lucha
es muy dura; el modelo del agro-negocio se quiere imponer a toda costa...
La producción de soja [soya] es la imposición del agro-negocio y la apro-
piación de los recursos naturales”. En tanto vocero del Mocafon, Mariano
expresó ideas muy similares en entrevistas a varios medios alternativos,
afirmando que los cultivos transgénicos son una fuerza que los desplaza,
que envenena el ambiente, que concentra las tierras en las manos de unos
pocos, enfatizando que están en contra de “este sistema de manipulación
genética” controlado por compañías multinacionales. En otras palabras, el
discurso de Mariano le sonará familiar a cualquier persona familiarizada
con las campañas contra los cultivos transgénicos. De hecho, varias orga-
nizaciones nacionales y latinoamericanas que organizan este tipo de cam-
pañas se pusieron en contacto con el movimiento a partir de este caso o lo
citaron como ejemplo de los impactos de la soya transgénica.
Este discurso crítico contrastaba con las voces de las “bases” del movi-
miento, es decir, las personas que participan en las actividades del movimiento
y sus acciones colectivas, o que incluso ocupan una posición de liderazgo
local o son “referentes” en las comunidades, pero raramente toman el rol
de voz pública del movimiento. En conversaciones cotidianas, las/os cam-
pesinas/os se referían a los cultivos transgénicos como una amenaza
“siempre y cuando pusiesen en peligro su supervivencia cotidiana”. Por
ejemplo, cuando le pregunté a Isaías en qué momento hizo una denuncia
por el daño en su algodón, él me contestó: “Cuando empezó a secarse la bo-
chita [o bolita de algodón]. Ahí recién. ¿Antes para qué? Si no se hubiera
perjudicado yo no hacia la denuncia” (a pesar de que su familia ya venía
siendo afectada por las fumigaciones aéreas de la avioneta que pasaba por
encima de su casa). Conversando bajo un árbol de su chacra, la pregunté
qué pasó cuando los soyeros terminaron su trabajo en la zona. “Cosecha-
ron su soja [soya]. Nadie le molestó para que haga su laboreo, su trabajo.
El único problema era la avioneta. Se dice que la soja funde esto, funde
Transgénicos, agroquímicos y campesinas/os en Argentina 243

aquel, pero eso a mí, por lo menos, personalmente no me tocó. Si alguien


le alquila su tierra… él es el dueño, estará sabiendo por qué” me dijo Isaías
mientras cebaba mate2. Como me dijo Nelson, otro campesino: “No me
importa si hacen soja, ¡pero me molesta cuando contaminan!”.
Durante mi trabajo de campo también escuché frecuentemente, en en-
trevistas y conversaciones cotidianas, la frase “reconozco que [los soyeros]
están trabajando”, expresada de diferentes maneras. Las/os campesinas/os
reconocían el derecho de los empresarios soyeros a trabajar las tierras de la
forma que les pareciese, e incluso llegaban a expresar cierta empatía por
personas que, como ellos, ganaban su dinero en una actividad incierta,
dependiente del clima, donde (como bien saben los campesinos) los tiempos
para arar la tierra, sembrar, cosechar y aplicar agroquímicos se deben respe-
tar si es que se busca obtener un buen rendimiento. Luego de una charla
pública para crear conciencia sobre el uso de agroquímicos, un dirigente
local del movimiento me dijo: “El glifosato no era tan terrible como el
2.4D… ¡y la aztrazina era peor! Si tocabas eso, te quemaba enseguida.
Pero el glifosato… si tenés mil hectáreas, no podés trabajarlas con azada, algo
[algún agroquímico] tenés que usar.”

“Nos están matando con un cuchillo de madera”:


adaptaciones frente a la agricultura transgénica
y la contaminación agroquímica

Durante mis más recientes trabajos de campo (desde 2011 en adelante)


pude escuchar y sentir la mezcla de resignación y desesperanza que per-
meaba las palabras y la vida cotidiana de los campesinas/os de Monte Azul.
Desde sus puntos de vista, el avance de los transgénicos y la exposición a
los agroquímicos ponían de relieve que su histórica posición subordinada
dentro del agro provincial se podría estar convirtiendo en una situación de
completa exclusión de la agricultura. Los agroquímicos usados en la soya
tuvieron consecuencias concretas en las plantas y los cuerpos de las/os
campesinas/os, pero también ponían en evidencia desigualdades no sólo
materiales sino también simbólicas, ante la falta de respeto de las autori-
dades y la negación de su identidad (para una discusión sobre la relación
entre redistribución material y reconocimiento simbólico, véase Fraser y
Honneth, 2006).

2
“Mate: Del quechua mati, calabacita. Infusión de yerba mate. Cebar el mate: Arg. y Ur.
Prepararlo añadiendo agua caliente a la yerba” (Diccionario de la Real Academia Española).
244 Pablo Lapegna

En ese contexto de resignación y desesperanza, el gobierno provincial


comenzó a promover el algodón transgénico. Alrededor de 2011, el minis-
terio de la producción de Fontana organizó el siguiente esquema: se les
ofrece a los campesinos semillas de algodón transgénicas, resistentes al
glifosato y los trabajos de preparación de suelos, siembra, fumigación, y
cosecha se hacen a través de contratistas de maquinaria ligados al gobierno
provincial. Los campesinos luego venden el algodón en un centro de acopio
del gobierno provincial, el cual les descuenta los trabajos mecanizados.
Para los campesinos, esto significa una siniestra ironía. Varios de ellos me
dijeron que adoptan el algodón transgénico como una estrategia de dismi-
nución de riesgos: si tiene lugar una deriva de herbicidas provenientes de
los campos de soya transgénica, los agrotóxicos no perjudicarían a su al-
godón como en 2003. Por otra parte, este esquema coloca el riesgo sobre
las espaldas de las familias campesinas: si la cosecha no es buena, son los
campesinos los que asumen el riesgo o bien quedan endeudados o salen
“hechos” (no tienen ganancias). Además, son las familias campesinas las
que conviven junto al algodón que es rociado con herbicidas.
Visto en perspectiva política, este esquema también crea barreras para
la acción colectiva. Como me dijo una vez Emilia, que participó activamente
en las protestas de 2003 y hoy planta algodón transgénico: “Con eso nos
taparon la boca…¿qué vamos a decir si nosotros también los estamos plan-
tando [los cultivos transgénicos]?”. Emilia es consciente de que plantar
algodón no es la opción más saludable ni para su familia ni para el medio
ambiente. Pero no ve otras alternativas de producción agraria. Los dirigen-
tes de Mocafon le pidieron al gobierno provincial que también garantizara
la compra de otros cultivos (zapallo, maíz, poroto) y así incentivar la pro-
ducción de alimentos para autoconsumo y para comercializar en mercados
locales. La respuesta fue un rotundo “no”. Mientras conversábamos en el
patio de su chacra, Emilia resumió los sentimientos de varios campesinos
sobre los agrotóxicos con una expresiva metáfora: “Nos están matando
con un cuchillo de madera… como que no te matan de una vez sino de a
poco”. Otras campesinas, como Nélida, ya hacían esta interpretación de los
procesos de exclusión y subsunción cuando la entrevisté en 2008:

Puede ser que el gobierno quiere que la gente pobre se vaya toda de acá. A
lo mejor ellos quieren comprar toda la tierra y que la gente se piche [se
canse] y se vayan todos. Porque tarde o temprano alguna cosa tenés que
hacer. Porque si ellos fumigan ahí y te queman todas las plantas, no podés
trabajar, no podés hacer nada, tenés que irte de acá. O sino tenés que em-
pezar a pelear de vuelta para que ellos se vayan... Y este año de vuelta van
a sembrar todo soja [soya]. Porque parece que la soja les da buen resultado
Transgénicos, agroquímicos y campesinas/os en Argentina 245

a ellos. Y por último hasta los pollos van a sembrar soja... Y si vos no
podés hacer nada tenés que sembrar lo mismo que ellos. Si querés seguir
viviendo acá. Así que nos están acostumbrando a lo de ellos.

Conclusiones

El extendido crecimiento de la soya transgénica en Argentina es un fenó-


meno multifacético. Es decir, su evaluación depende del punto de vista
adoptado: se ve desde diferentes formas desde la perspectiva empresarial,
desde la visión del Estado, o desde el punto de vista de los científicos. Y, a
su vez, cada una de estas perspectivas también es múltiple (es problemático
argumentar que existe un punto de vista empresario, estatal, o científico).
La perspectiva del empresariado del agro-negocio (globalizado, innova-
dor, esplendoroso) tiene su lado oscuro en los procesos de exclusión, arrin-
conamiento, desalojos y hasta violencia física contra campesinos organiza-
dos. En este capítulo, me concentré en otro aspecto negativo de la expansión
transgénica, es decir, la exposición a los agroquímicos, buscando mostrar
cómo piensan, sienten y actúan los sectores campesinos frente a este fenó-
meno. El punto de vista que presenté aquí es parcial en los dos sentidos de
la palabra: presenté una mirada incompleta (en tanto existen múltiples
miradas campesinas) y, por otro lado, mis simpatías están del lado de los
que viven este fenómeno desde una posición subordinada. Lo que espero
haber mostrado es que dentro de los sectores campesinos existen tensiones y
respuestas variadas, interpretaciones que se apoyan en discursos globales
pero que también están permeadas por la experiencia local, y acciones que
oscilan entre la resistencia y la adaptación. En este sentido, los transgénicos
son un fenómeno global. Pero en tanto cultivo que hace terreno en lugares
concretos, la agricultura transgénica se vincula con actores e historias si-
tuadas, entrelazándose con la política local. Las culturas regionales, las
intervenciones del Estado y el tipo de liderazgo de los movimientos sociales
tienen un claro impacto en las formas de acción política (Otero, 2004). A
su vez, los movimientos sociales campesinos presentan variaciones inter-
nas entre dirigentes y “bases”, y en Argentina los espacios de acción de
estos movimientos están atravesados por la lógica del clientelismo político,
lo que influye en las relaciones entre movimientos sociales, aliados, y ad-
versarios (Lapegna, 2013a).
El énfasis de este capítulo está puesto en los problemas acuciantes para
quienes viven en los territorios conquistados por el modelo agro-empresa-
rial de la soya, es decir, la exposición a los agroquímicos, la marginación
económica y la subordinación política de los campesinos. En tanto proyecto
246 Pablo Lapegna

global, en este capítulo intenté mostrar la contracara de las promesas in-


cumplidas de la agricultura transgénica. Es decir, frente a la maquinaria de
relaciones públicas que promueve a los cultivos genéticamente modificados
como “solución para el hambre en el mundo” (véase la introducción a este
volumen) el caso de Argentina muestra que la agricultura transgénica re-
sulta en una situación de mayor inseguridad alimentaria entre las pobla-
ciones subordinadas del campo. Concretamente, los escenarios que aquí
discuto muestran que la agricultura transgénica socava las soluciones pro-
venientes “desde abajo” para los problemas alimentarios. Un ejemplo de
ello, en el caso de Fontana, sería el desarrollo de “ferias francas” donde sec-
tores campesinos pueden vender su producción de alimentos en mercados
locales.
Al mismo tiempo, la promesa de los transgénicos como herramienta
para una “agricultura sustentable” se vuelve dudosa frente a la evidencia
del uso extendido de herbicidas. La agricultura transgénica es frecuente-
mente presentada como una “tecnología de punta”. Sin embargo, esta agri-
cultura reedita viejos problemas ecológicos como la dependencia de los
agroquímicos (Harrison, 2011; Wright, 2005) y la aparición de malezas
resistentes a los herbicidas, lo que a su vez impulsa el uso de herbicidas
más peligrosos y en mayor cantidad. En lugar de llevarnos hacia el futuro,
la agricultura transgénica muchas veces asemeja una cinta sinfín que
avanza hacia ninguna parte —lo que se ha dado en llamar el “transgenic
treadmill” (Binimelis, Pengue y Monterroso, 2009). De hecho, tanto en
Estados Unidos como en Argentina están cerca de aprobarse variedades de
soya resistentes a un herbicida mucho más tóxico que el glifosato (el 2.4D),
para así lidiar con las malezas resistentes al Roundup— es decir, profundi-
zando una “carrera agroquímica” que beneficia a las compañías que paten-
tan nuevas semillas a la vez que socializa los impactos ambientales.
Las investigaciones académicas han analizado a los cultivos transgéni-
cos desde diversos ángulos; desde el consumo de alimentos provenientes de
cultivos genéticamente modificados (Eaton, 2009; Guthman, 2003; Roff,
2008), sus implicaciones para el sistema agro-alimentario global y sus
articulaciones nacionales (McMichael, 2005; Otero, 2008), lo que signifi-
can para la privatización del material genético y el control de las semillas
(Kinchy, 2012; Kloppenburg, 2005; Pechlaner, 2012), las acciones colecti-
vas de los movimientos campesinos tanto a nivel nacional como transna-
cional (por ejemplo, Borras, Edelman y Kay, 2008; Fitting, 2011; Heller,
2013; Klepek, 2012; Pearson, 2013; Scoones, 2008), y las relaciones entre
ciencia y transgénicos (por ejemplo, Holmes y Graham, 2009), entre otros
temas. En este capítulo mi intención fue contribuir a nuestro conocimiento
sobre las implicaciones socio-económicas y territoriales de la producción de
Transgénicos, agroquímicos y campesinas/os en Argentina 247

soya transgénica observando cómo se articulan distintas escalas (globales,


nacionales, locales), analizando la variabilidad de las respuestas de sectores
subordinados (que resisten pero también se adaptan), y prestando atención
a las distintas visiones que conviven al interior de los movimientos campe-
sinos. El capítulo deja así abiertas dos interrogantes para investigaciones
futuras: ¿cómo mejorar la sintonía entre dirigentes y bases campesinas
para poder enfrentar los discursos hegemónicos sobre los cultivos transgéni-
cos y profundizar las miradas críticas? ¿Qué estrategias pueden desarrollar
los movimientos para promover prácticas agroecológicas que sean ecológi-
camente sustentables y también ofrezcan alternativas económicas para los
sectores campesinos? En este sentido, este capítulo busca abrir el debate
sobre estos dos grandes desafíos que se les plantean a los movimientos
campesinos latinoamericanos.

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