Sergio Staude
1) Palabra y goce.
La letra mata. Mata para dar existencia a algo, a lo dicho, a lo nombrado. La incorporación del
sujeto al lenguaje, o del lenguaje en el sujeto, al darle existencia hace que la relación natural
con el mundo, y en particular con él mismo, quede para siempre perdida. Pérdida que el
psicoanálisis define como pérdida de goce que deja como saldo la impronta imperativa de su
recuperación. A esa búsqueda de recuperación la llamamos deseo.
Recuperar la dimensión de goce a partir de esa palabra que lo enajenó es un anhelo que se
busca de dos modos diferentes: el primero a través del recurso discursivo. Cada una de las
modalidades de discurso, que son modos de lazo social, dice de una forma particular de
situar y de buscar ese goce perdido. La otra es intentarlo por medio de las variantes de lo
escritural que requiere de la eficacia del arte para lograrlo.
Recuperar un goce es un modo de recuperar un cuerpo. Sin goce somos los cuerpos
angélicos de la pura representación, o bien el amasijo informe de funciones biológicas.
Lacan redoblará esa pertinencia al homologar la pulsión a una demanda proveniente del Otro
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fundante de la estructura, tesoro de los significantes, que al nombrarnos nos constituye, nos
determina y abre en su proceder el camino de las demandas pulsionales
Esa letra que nos marca y distingue necesita de todo un proceder, el de los tiempos de la
estructuración subjetiva, para que el sujeto se apropie de ella, se la apropie y pueda hacer
algo con y desde ella. Eso lleva toda la vida y aún así queda siempre un resto no dilucidado,
enigmático. Esa marca queda inscripta en el sujeto como huella ardiente, como “letra que
sufre demora”(1), hasta lograr disponibilidad subjetiva gracias a una lectura que la habilite.
Pero cotidianamente, en los trajines de la vida social, es la usina, la promotora del valor y de
la eficacia del chisme. Es por eso que la búsqueda de tramitar ese ardor que las palabras
producen y transportan requiere siempre de un otro, de un semejante que debe cumplir con
dos funciones: la de ser ese cuerpo donde la palabra encuentra al destinatario de la intensión
de herir, de ser tocado por esa eficacia es el otro que recibe la acción, es la víctima del hecho
chismoso. La segunda función que cumple ese otro prójimo es como oyente cómplice,
voluntario o no. Es quien hará las veces de público que testimonia, con su placer o su disgusto
la eficacia de la palabra que dio en el blanco.
El chisme tiene el valor de una construcción “cultural” y posee una eficacia social al poner en
palabras la verdad de un secreto, al develamiento de aquello que está oculto, “socializa” un
saber que dice de la escisión subjetiva de todo ser hablante. El chisme pone de manifiesto en
la escena del mundo, esa “otra escena” que habita a todo sujeto deseante.
En esa puesta en escena el chismoso y los que participan de su acto, encuentran una
satisfacción pulsional, pudiendo adquirir el valor de satisfacción perversa. Se goza en tanto se
toca y se hiere el cuerpo del otro. El chismoso se hace instrumento de un goce puesto al
servicio del goce del Otro (el público, por ej.).
Dos caras que caracterizan el acto chismoso y que dan lugar, en sus extremos, a ser preludio
de una sublimación posible, o a la perpetuación de ese placer preliminar que se agota en si
mismo y se perpetúa como tal.
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2) El hombre es un ser de madriguera
Es en los pliegues, en los dobleces, en las sugestivas zonas de semipenumbra donde cada
sujeto hace anidar aquello que atinadamente Freud llamó “el corazón de nuestro ser”. Que
allí demos albergue a lo más extraño y extranjero que tenemos no es sino una de las tantas
paradojas que nos constituyen. Lo que allí anida se convierte en el más valioso de nuestros
secretos y también en el motivo de nuestras vergüenzas y nuestros rechazos.
Las alternativas pulsionales se anudan a los momentos fundantes del sujeto: su investimiento
libidinal, las vicisitudes edípicas, el reconocimiento de sus carencias. La represión constitutiva
de ese aparato incipiente tuvo, en la pluma de Freud, un ejemplo sutil que podemos tomar
como anticipo de las creaciones del arte: el giro que se produce en los sueños infantiles. Estos
sueños dejan de ser una clara y cristalina expresión de deseos (o así lo suponemos los
adultos) para tornarse oscuros y enigmáticos. La represión ha producido efectos, corolarios
de la instancia prohibidora paterna. Como el sueño produce extrañeza aún para el mismo
soñante, hace necesario el trabajo de interpretación que requiere un lugar otro para escuchar
su mensaje y reconocerlo.
Se abre así en forma correlativa a la división subjetiva, la inevitable franja de bordes móviles
entre lo público y lo privado, un territorio de cosas dichas a medias y a medias reveladas que
especifica el modo singular de estar en el mundo con los otros. Es en esta zona que el chisme
adquiere el valor de poner de relieve esta condición inevitable del ser humano social.
El chisme abre una perspectiva como modo necesario del sostén de la trama social, no sólo
por lo que hace circular como información, como contenido de verdad oculta, sino por el hecho
de reflejarnos como deseantes. El chisme sanciona como tal al que queda ubicado como
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referente, pero adjudica la misma condición al que lo dice y al que escucha.
Como tal es siempre un híbrido, una formación de compromiso, un dispositivo que permite
simultáneamente revelar un secreto y resguardarlo, en la medida que dispone siempre del
desmentido como manera de neutralizar lo que se ha dicho. Es por eso que es difícil
prescindir de él, como del soñar o del fantasear diurno. Refleja el placer secreto que
encontramos en revelar secretos, en el susurrarle a alguien al oído las andanzas, aventuras y
desventuras de un tercero ausente, pero próximo en la trama de vínculos e intereses, que se
convierte en la pieza clave del accionar chismoso. Se divulga algo al modo de la verdad de un
secreto oculto, independientemente de que lo sea. Lo que sí es necesario es transmitir la
convicción de que lo es.
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que excede la dimensión de la representación, un goce oscuro que se transmite en silencio
aunque paradojalmente sea la palabra la que lo efectúa. Un goce que combina la fijeza
gramatical de la pulsión y se apoya, sólo en parte, en el juego retórico del deseo.
La complejidad y riqueza del hecho chismoso se debe a que convergen en su eficacia las
teorías sexuales infantiles, las fantasías diurnas, tanto como su conexión con lo cómico y con
la puesta en escena.
En el habla cotidiana, esa que Lacan definió con una frase de Mallarmé; “el intercambio de
una moneda cuyo anverso y reverso no muestran sino figuras borrosas que pasan de mano
en mano, en silencio”, (2) el chisme introduce allí, pone en escena, una dimensión deseante
y de goce que el uso cotidiano del habla pierde por su misma función.
El tema del goce del chisme, entendido como satisfacción pulsional, se abre en una doble
perspectiva: aquel que se logra en el mismo hecho chismoso, un goce que puede
perpetuarse y fijarse en el preludio de una sublimación, y aquel otro que se extiende y
alcanza su fin en el hecho creativo, francamente sublimatorio, en la producción de algún tipo
de escritura.
El chisme, como vemos, no es un hecho trivial (3) y por eso no es fácil encerrarlo en una
rápida definición. Más fructífero es partir de algunos intentos de definición y proseguir desde
allí su análisis. El diccionario lo define así: “el chisme es una noticia verdadera o falsa que
pretende indisponer a una persona con otra (u otras) o lo que se murmura de algunas”.
Agrega que es “una baratija o trasto pequeño , insignificante”. La etimología remite a niñería,
a cosa despreciable y también a la palabra injuriosa. Tomarlo como cosas insignificante, sin
trascendencia, permite retomar la mejor de las tradiciones freudianas de valorar aquellas
cosas que, por insignificantes, fueron dejadas de lado por el sentido común y la ciencia: las
teorías infantiles, la sexualidad infantil, las mentiras histéricas, las equívocos, los tropiezos
cotidianos y otras. Permite vincularlo también a la definición lacaniana de goce “es lo que no
sirve para nada”. (4)
En esto se asemeja a la función del sueño, crea una escena que tramita la realización de un
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deseo. El sueño lo hace en el escenario íntimo de la subjetividad del soñante. Si necesita
contarlo, transmitirlo, es porque ese sueño no alcanzó totalmente su cometido. El chisme en
cambio necesita del espacio virtual de la relación con otros, necesita de la escena social entre
lo íntimo y lo francamente público.
A semejanza del chiste, esa otra matriz de la creación cultural, requiere una estructura de
relaciones entre tres personajes (que puede incluir una o más personas) que no son sino
lugares articulables. La primera de esas personas es el narrador, el que cuenta el chisme, el
que se ubica como el agente de la narración chismosa. No es el sujeto de la historia, sino el
agente de su producción, que suele dejar en la oscuridad la procedencia y el origen de lo
narrado: “se dice”, o “se dijo” o “escuché por ahí”. Es agente en el mismo acto en que
ubica a otra persona (o personas) en calidad de objeto, el referente del hecho narrado. Esta
segunda persona es al mismo tiempo motivo del hecho discursivo y blanco de la intensión en
juego: burlona, hiriente, desvalorizante, humillante, o por el contrario revalorizada o exultante
de ese otro . La tercera persona que completa el circuito es quien sanciona con su presencia,
su aprobación - que puede ser de placer o de rechazo - lo que se dice . Esta aprobación
funciona como un guiño dado al narrador respecto de un similar deseo inconciente en juego.
El tercero es quien recibe una posibilidad de goce sin tener que pagar un precio por ello ya
que el gasto, la inversión y la invención corren por cuenta del que lo dice y este sólo puede
habilitarse en su goce por la sanción aprobatoria del tercero.
Todo este trabajo, al servicio del goce, implica un proceso de transformación, de elaboración
desde un hecho, de un rasgo oculto, de un secreto, un aspecto oscuro e ignorado de la vida
de alguien que es necesario poner de relieve. Hasta aquí el chisme adquiere la estrucutura
formal del chiste, pero a diferencia de este necesita poner en acción un efecto que lo acerca
mucho más a la función de lo cómico (5). Porque el efecto buscado es la caída de alguien:
caída de la inocencia, caída de la apariencia sin mácula ni pecado, caída del prestigio o del
renombre e, incluso, del poder. A veces no hay caída sino por el contrario una
sobreestimación pero siempre de un aspecto “non santo” que no deja de implicar una caída.
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responsabilidad de ese acto no lo hace ingenuo o inocente, el que narra busca adquirir el valor
de poseer un saber secreto, un saber que oficia de anzuelo para el interés del oyente.
Ambos, al compartir el chisme, serán no incautos respecto de ese saber. Esto consolida,
fijándolo, el placer oculto que el chisme tramita. Fija la cuestión en ese goce preliminar al
convertirse en un emblema de impostación yoica.
Este saber que se supone que poseen, el narrador y el oyente, lo acercan a la magia y al
encanto de las teorías sexuales infantiles, aquellas que surgen y sostienen su eficacia donde
el saber imaginario sobre la sexualidad tapona un hueco, una carencia de saber. Como las
infantiles, el saber del chisme, está encaminado a responder por enigmas dando respuestas
que adjudican sentido y significación a hechos y personajes. Su valor se apuntala en el
revelado de una verdad, a la vez que oculta otra, abriendo así a una deriva infinita. Un chisme
sólo concluye para iniciar otro, en otro lugar, en otro escenario y con otros personajes.
Dos planos de goce tramita el chisme. Uno es el que Lacan denominó “la otra satisfacción” (
6) aquella que encontramos en el hablar. Como en todas las formaciones del inconciente es
reflejo de nuestra condición neurótica, se goza un poco a fin de evitar un goce en exceso que
anonada. De ahí que constituya una actividad ineludible de la vida social que permite, sin
quebrar sus normativas, incluir el mundo fantasmático y deseante del que somos sujetos.
Esto es lo que lo acerca y preludia a la labor creativa, a la labor propiamente sublimatoria que
requiere para consolidarse, como lo advirtió Freud. la aceptación de un público más amplio
que el de los parroquianos intervinientes, el de un público lector, descifrador. Requiere de un
lazo social que valore la transformación de la creación del arte, el pasaje por una pérdida a
partir de la cual alcanzar un goce.
La letra libera. La eficacia escritural permite abrir una brecha, una distancia que posibilita la
desintrincación pulsional de la mirada y la voz, el terreno fértil del chisme. Este corte, esta
hiancia, es la que abre la creación sublimatoria. En un trabajo anterior (7) hice referencia a la
labor creativa de Manuel Puig, que logró utilizar su estructura y su eficacia para el trabajo
creativo de su escritos. Puig supo partir desde una moción claramente pulsional como la voz,
para transformarla en motor y sostén de su narrativa. El mismo cuenta que ante las
dificultades en dar con el tono adecuado al relato en una novela con que intentaba describir
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las andanzas de un personaje donjuanesco de su pueblo natal, se encontró en una franca
inhibición. Inesperadamente para él, el conflicto se resuelve cuando encuentra en su memoria
una voz que le llega desde su infancia, es la voz de una tía, una voz de mujer. Empieza a
registrar y a dar forma literaria a esa voz y así avanza en el texto. “La traición de Rita
Hayworth” se había puesto en marcha. (8)
Hay en su obra un interés explícito en reconstruir, literariamente, ese objeto voz. La voz de
esa tía le permite recuperar y fijar ese vínculo de particular intensidad que tiene con su
infancia, su entorno y la sexualidad. La voz se transforma en un objeto a ser narrado, siendo
un polo simultáneo de atracción y de rechazo. La infancia que recupera es un universo de
pasiones, de intereses mezquinos y hasta miserables. La voz le permite recuperar, ya en el
plano de la ficción ese pasado, al mismo tiempo que lo transforma en otra cosa, en algo más
allá de lo vivido. En ese interjuego constante de pérdidas y de ganancias se gesta Puig como
escritor, gesta su obra y se va configurando la voz como objeto orientador de su producción.
Un objeto que se ubica como causa de esa producción. Ser fiel en reproducirla más que el
valor testimonial o referencial de la misma, le permite recuperar las remembranzas a medias
oídas y a medias imaginadas, excitantes y dolorosas de su infancia. La voz se revela como el
objeto de un goce secreto y oculto, a la que se aferra al escribir al mismo tiempo que la
transforma en otra cosa.
Doble presencia del cuerpo en la letra: la del goce del chisme que queda atrapado en los
efectos del decir pulsional, y la huella recreada de esa voz que lo marcó, dejando una
impronta sobre la que es necesario operar y producir algo diferente, algo que implique la
presencia de un otro interlocutor, de un lector. Una producción que es necesario incluir en
una trama social.
Puig mismo lo sintetiza así “Cuando estoy escribiendo tengo que creer en la voz que me está
contando la historia. Esa voz debe ser la de un ser vivo autónomo, que no dependa de mi
fantasía ni de mi capricho. Tiene que ser alguien que me habla y yo le crea. El arte de narrar
es cosa simple: no hace falta más que creer en una voz, no en su verdad, en la realidad de lo
que dice, sino en ella misma (9 ).
Hay otros escritores que han tomado del chisme elementos valiosos para la producción de su
obra. Voy a referirme muy sintéticamente a dos a partir de un valioso trabajo que hizo sobre el
tema Edgardo Cozarinsky (10). Los escritores son Marcel Proust y Henry James.
En el primero el rescate del valor del chisme está dado por su función de corte, de perforación
de la realidad consensual y cotidiana que al modo de una superficie oculta su carácter
ficcional porque se la ha naturalizado. Realidad que pierde valor de goce, e interés, a la vez
que vela y oculta los resortes de su funcionalidad. Oculta la verdad de su establecimiento y los
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resortes de su poder. El chisme es lo que le permite al novelista “revelar vínculos
insospechados, recortar los fragmentos que su intervención ha producido en figuras inéditas ,
elocuentes, veraces; el chisme procedería como las ciencias positivas en su combate por
dominar los datos y poseer una verdad”...” en esa cosa universalmente difamada..el
chisme...impide que el ánimo se adormezca sobre la visión falsa que tiene de lo que se cree
que son las cosas y que sólo son su apariencia. Con la destreza de un filósofo idealista da
vuelta esa apariencia y nos presenta rápidamente un ángulo insospechado del revés de la
trama” ....”el chisme permite romper el hábito que realizan sobre nosotros, acumulando
encima de nuestras impresiones verdaderas, para ocultárnosla por completo, las
nomenclaturas, los fines prácticos que llamamos falsamente la vida” (11 ).
Proust enfatiza la función de corte con aquello que enarbolándose como criterio de realidad
oculta una verdad e impide advertir la presencia de aquello que el chisme aporta, la
dimensión de goce presente en todo vínculo social y discursivo. Lo paradojal de la advertencia
proustiana es vincularlo al tema de la verdad, no a lo referencial como ya lo advirtió Puig, sino
las verdades que portan los seres parlantes.
Henry James, que es otro admirador del papel jugado por el chisme rescata dos cuestiones.
La primera es que el chisme le permite también producir un recorte pero distinto al de Proust,
aquel con que sitúa, en sus palabras, “el germen”, “las semillas” “los hallazgos” que van a
requerir luego los desarrollos, las extensiones y las complicaciones que harán el cuerpo
mismo de la trama narrada. El chisme permite rescatar, lo que entiendo que es para James, el
corazón mismo que motoriza el relato, el motor del interés y donde suponemos que anida un
goce oculto. Un comentario fugaz, una frase dicha como al pasar en una reunión o en una
cena, da pie para todo un entramado ficcional generalmente complejo.
La otra cuestión es que el chisme permite el despliegue de una gran diversidad de puntos de
vistas respecto a una misma historia o un mismo acontecimiento. James nos dice que toda
verdad es una verdad a medias, es una verdad que el discurso vela y revela a la vez. En esto
coinciden ambos, James y Proust, porque esa es precisamente la verdad que el chisme pone
al descubierto, más allá o atravesando el telón de una apariencia de verdad que brinda un
fantasma congelado que se arroga el derecho de instituirse como “la realidad”.
Sólo así la obra de arte cumple su función, logrando que ésta sea “como en los sueños una
satisfacción imaginaria de deseos inconscientes , fabricados para interesar y cautivar; para
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que el placer circule, como una impalpable moneda, entre las fantasmales figuras del
“destinador” y el “destinatario”.
¿Y qué es el chisme sin la circunstancia más modesta en que el relato cumple esa misión?.
( 12).
Sergio Staude
Abril 2004.
Referencias bibliográficas.
1) Jean Allouch. “La letra que sufre demora” , pag. 225, en “Letra por Letra”. Ed. EDELP.
Buenos Aires l993.
2) Jaques Lacan; “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. pag. 73.
Escritos I ,Siglo XXI, México D.F. 1976.
3) Hugo Beccacece: “El chismoso más grande del mundo”. Rev. “La Nación”. 5.3.89.
Buenos Aires Argentina.
“Arte y suicidio: el chisme en Proust y Truman Capote”. Suplemeto literario de “La Nación”,
6.8.90. Buenos Aires Argentina.
4) Jaques Lacan: Seminario XX. “Aún”. pag. 4. Ed. Paidós, Barcelona, España, 1975.
5) Cristina Marrone y Pablo Kovalovsky : “Lo cómico en el final del análisis”. pag. 100.
Cuadernos Sigmund Freud No.12. Escuela Freudiana de Buenos Aires. Buenos Aires
Argentina, l988.
8) Alberto Giordano: La experiencia narrativa”. pag. 62. Beatriz Viterbo Ed., Rosario, Pcia de
Santa Fe 1982.
10) Edgardo Cozarinsky: “Sobre algo indefendible”. Suplemento literario de “La Nación”. 17
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y 24/2/74. Buenos Aires, Argentina
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