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La comunicación, como actividad académica, estudia el cómo y el por qué de la creación, la

transmisión, la recepción, el gusto y el interés por mensajes, señales o incluso discursos. No estudia
cómo interpretamos, es decir los procesos cognitivos tras la comunicación, que son dominio de otras
disciplinas. Cuando estudia el proceso de comunicación en general, suele recibir el nombre de
comunicación humana; pero cuando el ámbito de estudio es la comunicación mediante medios
tecnológicos, se la llama comunicación social.

El comunicador, como profesional, se especializa en crear los discursos / mensajes / contenidos más
adecuados para lograr que sus interlocutores / aquellos que los reciban / aquellos que los consuman
pueda procesarlos de una manera lo más cercana posible a la intención original del creador de
dicho contenido. Es decir, son profesionales de la creación de sentido a través de medios de
comunicación.

Siendo una ciencia social, el estudio de la comunicación parte de los fenómenos que ocurren en la
realidad social. Se reconoce a quienes se comunican y cómo se comunican, y los intercambios que
resultan. Para realizar comunicación, necesitamos producir e intercambiar mensajes, pero también
producir e intercambiar sentidos o significados; todo ello, haciendo uso de medios, mecanismos de
representación y transmisión de esos mensajes. No se puede desprender una cosa de la otra; pero es
posible enfatizar una dimensión u otra al estudiar los fenómenos comunicacionales.

Para estudiar la comunicación —en los dos distintos paradigmas aquí planteados o como prácticas
profesionales específicas— hay que entender varios conceptos, que este texto presentará de manera
ordenada. El profesor hará uso de esos conceptos progresivamente a lo largo del curso.

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1. Aproximaciones analíticas

Acto de comunicación

Podemos imaginar el proceso que llevó a la situación que se muestra en la foto precedente. Una
familia de hace varias décadas atrás se ha sentado alrededor de un viejo televisor para ver lo que
parece ser una pelea de boxeo (o quizá sea una película o serie de televisión sobre boxeo o con una
escena de una pelea de boxeo).

Lo que contemplamos es recepción: un programa está siendo visto, recibido, por un grupo de
personas a los que llamaremos audiencia. Esta familia es un subconjunto de la audiencia total de la
transmisión.

Pero para que pueda haber recepción, tuvo que haber emisión, y antes de ello, creación, del
contenido que se está viendo. A lo largo de una secuencia que puede ser descompuesta en pasos
discretos, se tomaron decisiones, se invirtió dinero y se implementó actuares que llevaron a que en
un momento determinado, las personas pudieran ver esa transmisión. Esa secuencia, ese proceso,
resulta en un acto de comunicación, que si bien existe específicamente en el tiempo (un día y hora
determinados) ha de ser entendido como todo el proceso, es decir todo lo que llevó a que finalmente
se produjera la creación de sentido.

Además, luego de recibir, las personas que están viendo este programa interpretarán. Usando el
sistema de significaciones que dominan, algunos podrían regocijarse con la experiencia, mientras
otros verán con indiferencia y quizá alguno se pare porque no está interesado en ese tipo de
contenido.

Cuando estudiamos la comunicación como esa secuencia de pasos discretos que llevan de la
producción a la recepción e interpretación, optamos por analizar una parte de los eventos de

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comunicación, la que veremos como actos, y a través de ellos, los procesos económicos, culturales y
narrativos que permiten que dichos actos tengan lugar.

El acto entonces, implica reconocer que cualquier intercambio entre interlocutores comienza con la
producción de aquello a ser exhibido, pensando en los efectos que tendrá por quienes lo vean; el
propio momento de la emisión o transmisión; la efectiva recepción, en la forma de una cantidad
determinada de personas que pueden como no ser similares a aquellas a las que se imaginó como
receptoras del contenido; y finalmente, la manera como reaccionarán aquellos que lo reciban.

Evidentemente, no es un proceso lineal, aunque lo


diseñemos como tal. Es una secuencia, en el sentido
que primero se tiene que producir para luego consumir,
pero no ocurre al mismo ritmo y de la misma forma en
todos los casos.

Ocurre a lo largo del tiempo, pero múltiples influencias


lo modifican y enriquecen. Por ejemplo, una película
de los años sesenta es exhibida a través de un servicio
de video bajo demanda, como Netflix. La
disponibilidad de dicha película no implica que se
produzca un acto; solo cuando un consumidor la
escoge, ocurre tal acto. Pero siendo un contenido
creado hace más de cincuenta años, bajo premisas y
expectativas muy distintas, el resultado mismo será
necesariamente diferente a lo que buscaron sus
productores.

Hagamos el ejercicio de pensar cómo afecta el paso del


tiempo a cada acto de comunicación. ¿Cuál es la
diferencia entre escuchar a los Beatles en Liverpool en
1962, en Lima en 1968, o a través de Spotify en 2016?

Cuando consideramos el consumo en un contexto comercial, es decir como el resultado de
decisiones que implican elegir servicios en un mercado, entonces nos acercamos a la comunicación
como consumo, es decir como un ejercicio de escoger y gastar dinero o recursos para acceder a una
oferta en un mercado. Esta oferta busca generar riqueza, a través de las diversas transacciones
involucradas. El consumo implica producción, pero bajo una lógica económica, no creativa.

Ciertamente el proceso económico de la comunicación puede y suele ser estudiado de maneras


distintas, y con conceptos distintos, que los que se usan para el estudio de los actos como procesos de
intercambio de sentido. En ambos casos, nos interesa determinar los motivos y acciones que los
distintos participantes tomaron, los fines de esas acciones, y los resultados en los receptores /
consumidores.

Obra de comunicación

Si un acto ocurre en el tiempo, como un proceso, es necesario considerar aquello que perdura,
aquello que puede como no ser gatillo de un acto. Los productos permanentes de la comunicación.

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¿A que llamamos obra de comunicación? A todo registro que perdura entre eventos de comunicación,
que puede ser usado para transmitir sentido.

La fotografía (en realidad daguerrotipo) que aparece a continuación es un buen ejemplo. Tomada
en París en 1838 o 1939, muestra una imagen del Bouvelard du Temple, en el que debido al tiempo
de exposición no parece haber más gente que el lustrabotas y su cliente, los que aparecen hacia el
extremo inferior derecho de la imagen. Esta obra ha registrado una situación ocurrida hace casi 180
años, que en sí misma no era comunicativa: al crearse la obra, podemos contemplar el pasado y por
lo tanto, hacernos una idea de cómo se veía una ciudad, incluso bajo la errónea noción que estaba
casi vacía. En otras palabras, la existencia de la obra permite comunicación, aunque el resultado del
intercambio entre el lejano fotógrafo y los actuales interlocutores sea muy distinto al que ocurrió en
su momento.

Cuando estudiamos la comunicación como la creación y consumo de estos contenidos que existen
físicamente, independientes de que sean o no consumidos por personas determinados, optamos por
analizar una parte de los eventos de comunicación, enfatizando las obras, y a través de ellas, los
mecanismos de creación e interpretación de sentido.

Lo importante aquí es considerar que la creación de sentido es producida por la obra pero ocurre en
el acto, es decir cuando una persona se enfrenta a la intención de un interlocutor, en la forma del
producto que creó en un momento dado. Ese enfrentarse con una obra producirá sentido durante el
acto, pero a partir de la obra.

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Salvo la comunicación interpersonal presencial, en la que dos o más personas no hacen uso de
mecanismo técnico alguno para comunicarse, la existencia de obras es parte fundamental de la
comunicación, en particular de la comunicación mediada, en donde por lo general se deja un
registro de lo que se hace. Ciertamente hay excepciones, desde los inicios de la televisión en que
todo era en vivo y no solía quedar registro; hasta la actualidad, donde servicios como Snapchat
tienen como principal atractivo el que los mensajes no dejan huella luego de ser vistos.

Acotación conceptual:

Dado que una mirada centrada en el acto asume la importancia de reconocer los distintos
momentos, a lo largo del tiempo, que constituyen la comunicación, se suele decir que esta mirada es
sintagmática, dado que no nos sirve analizar un componente sin relacionarlo con los demás miembros
de la secuencia y sin reconocer exactamente su lugar en la secuencia.

En cambio, si nos acercamos a la obra, puesto que el contenido cobra sentido dada su propia
estructura, se suele referir a la mirada centrada en las obras como paradigmática; es decir, qué sentido
contiene o produce la obra en el momento que se la analiza, sin considerar sea la mirada del
creador o del consumidor. Estos términos provienen de la lingüística y la semiótica, disciplinas
indiscutiblemente cercanas a la comunicación.

Por ejemplo, consideremos la imagen que sigue:

El producto es conocido, pero el empaque ha sido alterado con la intención de expresar algo
concreto. En términos paradigmáticos, es indispensable reconocer el momento y lugar en el que fue
creado para interpretar qué quiere decir. En cambio visto desde el sintagma, pensemos en los

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estudios que llevaron a decidir que semejante imagen sería positiva para el productor antes que
negativa, y finalmente el efecto que haya tenido cuando ha sido visto por un consumidor
determinado.

Solo combinando ambas aproximaciones es posible comprender por completo qué se comunica,
pero usar una de ellas permite iluminar con detalle lo que más nos puede llamar la atención de un
evento de comunicación.

Podemos entender a los actos como procesos que ocurren en un desplazamiento temporal: por
ejemplo, una conversación cara a cara es simultánea, mientras que ver un programa de televisión
implica un inicio relativamente lejano de lo que termina cuando se contempla el televisor (un
programa puede ser en vivo, pero también haber sido producido hace meses, o años). En cambio,
las obras se desplazan en el espacio, pues una vez realizadas “contienen” el tiempo como expresión
de un momento específico en el que fueron hechas. Las obras son experimentadas (a través de actos)
fuera de tiempo, y el resultado es que hay situaciones complejas en que la apreciación de una obra
está sesgada por el paso del tiempo, y lo que vemos resulta menos interesante / atractivo /
convincente que aquello que otros vieron en el pasado.

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2. La historia de la comunicación

Partiendo que la comunicación es parte esencial de la cultura, la historia de una será la de la otra.
Pero cuando nos detenemos con más precisión en la comunicación social, tenemos una serie de
antecedentes y una historia claramente ubicada en el tiempo y el espacio.

Expliquemos: desde la invención occidental de la imprenta, hasta la publicación del primer “diario”,
transcurrieron unos 160 años. Se acepta que la publicación en Estrasburgo (entonces ciudad del
Sacro Imperio Romano Germánico) del Relation aller Fürnemmen und gedenckwürdigen Historien (Repaso
de todas las distinguidas y conmemorables historias o noticias) en 1605 marca la invención del
diario, puesto que lo sería funcionalmente, pues fue una publicación individual pero en secuencia
sobre asuntos del día a día, que aparece a intervalos regulares y cortos de manera que el lector
puede mantenerse enterado de lo que ocurre en su entorno. La Relation era un periódico, no un
diario, y su tiraje, el numero total de ejemplares impresos, no se conoce pero no se asume mayor a
algunos cientos. La existencia de estos periódicos se debía al interés de grupos precisos de personas
que habitaban en ciudades y que por razones de negocios necesitaban conocer de los
acontecimientos del momento, o porque el gobierno optaba por controlar y ordenar el flujo de
información; por ejemplo, el primer periódico del Perú sería la Gaceta de Lima, que desde 1743
publicaba, bajo ordenes del Virrey, la realidad que ocurría; no sería sino hasta 1790 que apareció el
primer periódico independiente, el Diario de Lima, de Bausate y Meza.

Pero en todos estos casos estamos ante publicaciones de minúscula circulación, propias de
sociedades en donde el grueso de la población vivía en el campo y solo una élite pequeña lo hacia en
la ciudad. El diario moderno, no solo por periodicidad sino por estilo y por vocación de masas,
coincide con la sociedad de masas, una creación de la revolución industrial, y que además toma
particularidades específicas cuando se inventa el diario dirigido a las masas pobres, que con un
precio mínimo (la prensa del centavo del siglo XIX en Nueva York recibe ese nombre por su precio)
busca en un gran tiraje y alta circulación ser el instrumento simultáneamente comercial y político de
sus dueños.

Entonces, podemos ubicar claramente el inicio de la historia de los medios masivos, y con ellos de la
comunicación social como la conocemos, en la prensa cotidiana de mediados del siglo XIX, cuando
las grandes ciudades como Nueva York, Londres y París comenzaron a tener diarios con tiraje de
50.000 o más ejemplares cada día.

Es posible postular que hasta mediados de la década de 1990, la comunicación fue


fundamentalmente de masas, es decir dirigida a grandes grupos sobre todo urbanos; que se inició
usando tecnologías que permitían no solo muchas copias, o muchas personas participando de la
experiencia, sino que sobre todo creaban nuevas formas expresivas, nuevas maneras de contar
historias; y que conforme cada tecnología creaba una industria, el producto inicial bajaba de precio,
se volvía popular y permitía cierto grado de especialización, facilitando segmentar mercados por
tipos de contenido. Además, estos productos existían en el ámbito de un Estado Nación, es decir de
una estructura política específica en donde el uso de los medios servía como mecanismo para crear
una esfera de discusión, una serie de referencias culturales y sociales compartidas, y un sentido de
propósito colectivo.

Estudiar la historia de la comunicación social, entonces, es entender cómo estos distintos aspectos se
van expandiendo y desarrollando conforme los medios tecnológicos se convierten en medios de

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