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VIOLENCIA, LGTBIFOBIA E IDENTIDAD

Carlos García García

INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS ESENCIALES

Para comenzar es preciso aclarar y definir conceptos con los que

aparentemente estamos familiarizadas/os, pero que en realidad no terminamos

de tener claros debido a una educación afectivo sexual deficiente y a una

pretensión del sistema social imperante de generar cierta confusión y

oscurecimiento con el fin de autoperpetuarse.

Todas las personas construimos nuestra identidad en función de

múltiples rasgos y elementos, pero sin lugar a dudas hay tres pilares que nos

marcan con especial incidencia desde el inicio de nuestras vidas. Estos tres

pilares principales son el sexo, el género y la orientación sexual. Hemos

interiorizado que estos pilares se definen en función de categorías opuestas:

Sexo: podemos ser hombres o mujeres.

Género: podemos ser masculinos o femeninos.

Orientación sexual: podemos ser heterosexuales u homosexuales.

Vamos a desglosar a continuación estos principios con el fin de

desmontarlos y hacer más sencillo su análisis.

SEXO Y GÉNERO

Simplificando muchísimo y recurriendo a niveles elementales que sin

duda requerirían de ciertos matices, podríamos decir que mientras que el sexo

hace referencia a lo biológico, a lo más intrínsecamente corporal, el género está

directamente relacionado con lo social. En 1972, los sexólogos John Money y

1
Anke Ehrhardt popularizaron la idea de que sexo y género son categorías

separadas. Argumentaron que mientras que el sexo se refiere a los atributos

físicos, el género es una transformación psicológica del yo, la convicción interna

de que uno es macho o hembra. Es decir, lo que denominaríamos identidad de

género y las expresiones conductuales asociadas a esta identidad. Así lo trae a

colación Anne Fausto-Sterling (2006) cuando explica que “etiquetar a alguien

como varón o mujer es una decisión social” (p. 17), algo que conecta

directamente con el famoso principio aseverado por Simone de Beauvoir: “No se

nace mujer, llega una a serlo”.

Robert Stoller (1968) emplea la palabra sexo en relación la anatomía y la

fisiología, con los componentes biológicos que distinguen al macho de la

hembra: cromosomas, gónadas, estado hormonal, aparato genital externo y

aparato sexual interno. En cuanto al término género, lo utiliza para el dominio

psicológico y cultural de la sexualidad: sentimientos, papeles, pensamientos,

actitudes, tendencias y fantasías que, aún estando ligados al sexo, no dependen

de factores biológicos. Mientras que para el sexo se decanta por utilizar los

términos macho y hembra, para el género prefiere masculinidad y feminidad

(García-Mina, 2003, p. 35).

Se puede decir entonces que en la sociedad occidental nos desenvolvemos

en un sistema binario de sexos en el que únicamente podemos hallar dos

categorías: hombre y mujer (Butler, 1999, p. 54). Sin embargo, esta polaridad,

que se presenta como la más inquebrantable de todas, ha sido cuestionada por

numerosos autores, como Judith Butler (1999), que no sólo ponen en jaque la

clasificación de las personas en dos únicos géneros basándose en estudios

antropológicos que certifican que en otras culturas el espectro recoge posiciones

intermedias entre la polaridad hombre y mujer. También hay dudas con

2
respecto al principio biológico de que solo hay dos sexos apoyándose en la

realidad de la intersexualidad.

Asimismo, el sistema binario establece que únicamente debe de haber dos

polaridades en relación al género: lo masculino y lo femenino. Y no sólo eso,

sino que lo masculino debe aparecer únicamente en los hombres mientras que

lo femenino ha de identificarse exclusivamente en las mujeres.

ORIENTACIÓN SEXUAL

El tercer pilar de la identidad es la orientación sexual, que puede

definirse como la tendencia interna y estable que provoca tener reacciones

psicológicas de tipo sexual, así como el deseo de mantener conductas sexuales

con personas de diferente sexo o del mismo sexo (Baile, 2008, p.30).

Lo habitual en cuanto a la orientación sexual es realizar una distinción

entre heterosexuales y homosexuales. Sin embargo, las categorías se encuentran

imbricadas: no tiene el mismo sentido ni equivalente significado social ser

heterosexual, que ser homosexual. Del mismo modo, declararse bisexual

conlleva una serie de implicaciones distintas puesto que rompe el binarismo que

también existe en torno a la orientación sexual: se ha aceptado que las personas

debemos etiquetarnos bien como heterosexuales bien como homosexuales.

La heterosexualidad se refiere al contacto o a la relación sexual entre

personas de distinto sexo (Baile, 2008, p.30). No obstante, la heterosexualidad

no puede definirse como la mera atracción por el “sexo opuesto”, puesto que

cuenta con un fuerte carácter político, social y cultural que marca a las personas

antes incluso de que hayan nacido. Es lo considerado “normal” o genérico en

nuestra sociedad a lo largo de su historia conocida. Ni siquiera esas

afirmaciones sobre la supuesta normalidad de la homosexualidad en la Grecia

3
clásica son totalmente ciertas1. Se puede decir, entonces, que vivimos en una

sociedad en la que impera lo heteronormativo.

La homosexualidad puede definirse de manera sucinta como el contacto

o la relación sexual entre personas del mismo sexo (Baile, 2008, p. 29). Si la

heterosexualidad es lo normativo, la homosexualidad se erigiría como lo no

normativo; esto es, lo raro, lo diferente, lo anormal. En efecto, a lo largo de la

historia, las conductas homosexuales han sido perseguidas, estigmatizadas y

castigadas con una intensidad muy variable. José Ignacio Baile Ayensa (2008),

propone que la homosexualidad sea definida como “la tendencia interna y

estable a desear afectiva y sexualmente a personas de igual sexo, con

independencia de sus manifestación en prácticas sexuales” (p. 34). Homosexual

sería la persona que tiene pensamientos, sentimientos y conductas sexuales (o

las desea) de forma preferente con personas del mismo sexo.

Con frecuencia, de manera social, las/os homosexuales han recibido otros

apelativos, la mayoría de ellos muy negativos y destinados a perpetuar el

estigma. Sin embargo, existen dos términos que se utilizan con relativa

frecuencia. El término anglosajón gay se utilizaba en principio para calificar a

personas “alegres y festivas” (Baile, 2008, p. 30). Con posterioridad, las/os

homosexuales se apropiaron de él para expresar que vivían su orientación

sexual de forma abierta y orgullosa. A decir verdad, desde los famosos

disturbios de Stonewall Inn en Nueva York (cuya conmemoración han dado

lugar a la celebración anual del Orgullo Gay) y de la mayor conciencia como

colectivo por parte de las/os homosexuales, el movimiento que luchaba por los


1
Para profundizar sobre este tema consultar Carrascosa, S. y Sáez, J. (2011). Por el culo. Políticas anales.
Madrid: Editorial Egales.

4
derechos de gais y lesbianas rechazó el término homosexual por su relación con

la enfermedad mental. En efecto, se pensaba que el término en sí conllevaba

sentimientos de ocultación y vergüenza por sus connotaciones desde que saliera

a la luz en el siglo XIX (Herdt y Koff, 2002, p. 143). Aunque en teoría sirve para

identificar tanto a los hombres como a las mujeres homosexuales, lo cierto es

que existe una cierta tendencia a utilizarlo adherido a los hombres

homosexuales, mientras que para las mujeres se utiliza el término “lesbiana”.

Del mismo modo, muchas mujeres entienden que el término “homosexual” se

aplica exclusivamente a hombres (Baird, 2004, p. 16).

La bisexualidad puede ser definida como la tendencia a sentir atracción

sexual por personas de ambos sexos (Baile, 2008, p. 29). Es decir, una persona

bisexual se siente atraída y puede mantener relaciones tanto con hombres como

con mujeres. Según Baird (2004), el bisexual es aquel “hombre o mujer que se

siente atraída/o2 por ambos sexos” (p. 17).

La bisexualidad pone en entredicho el binarismo existente en cuanto a la

orientación sexual (heterosexuales y homosexuales) y establece que puede haber

un estadio intermedio. Uno de los que profundizaron en esta idea a mediados

del siglo XX fue Alfred Kinsey (1949), quien estableció que la orientación sexual

no debía concebirse como un departamento estanco e inmutable en el que

encajar a las personas. Kinsey proclama cierta elasticidad en cuanto al

etiquetado de la orientación sexual y propone una escala de ocho puntos:

0 Exclusivamente heterosexual y nada homosexual.

1 Predominantemente heterosexual y sólo ocasionalmente homosexual.

2 Predominantemente heterosexual, pero algo más que ocasionalmente

homosexual.

2
. En el texto original “atraído” a secas, sin lenguaje inclusivo.

5
3 Igualmente heterosexual y homosexual.

4 Predominantemente homosexual, pero algo más que ocasionalmente

heterosexual.

5 Predominantemente homosexual y solo ocasionalmente heterosexual.

6. Exclusivamente homosexual y nada heterosexual.

X Sin contactos o reacciones sexuales sociales.3

¿Qué significa su concepción de la orientación sexual como un continuo?

Que la orientación sexual de cada persona cae en alguna parte de la escala entre

los dos polos extremos. Algo inadmisible y que suscita todo tipo de opiniones y

de violencias más o menos veladas tanto por parte de las personas

heterosexuales como por parte de las homosexuales. Con frecuencia la

bisexualidad es tomada como una posición de transición hacia la

homosexualidad o como un síntoma de “libertinaje”. Lo que contribuye a

trivializar y a banalizar las identidades bisexuales.

INTERSEXUALIDAD

Las/os intersexuales son personas cuya genitalidad en el momento de su

nacimiento se interpreta a medio camino entre el hombre y la mujer. Son las/os

a veces conocidas/os como hermafroditas. Así es cómo han sido llamadas/os a

lo largo de la historia. En realidad lo que ocurre es que la genitalidad del

individuo es ambigua y no se ajusta a los parámetros socialmente aceptados que

clasifican a las personas como hombres o como mujeres. Baird (2004) establece

que estos nacimientos son más frecuentes de lo que la gente imagina. Se trata de

otro de esos asuntos relativos al sexo, género y orientación sexual totalmente


3
. En Baile, J. I. (2008). Estudiando la homosexualidad. Madrid. Ediciones Pirámide.

6
silenciados por la sociedad. Según la Sociedad Intersexual de Norteamérica, una

de cada 2.000 personas nace con genitales ambiguos (p. 69).

¿Pero qué ocurre con las/os intersexuales? La gran polémica y el

problema social que sobreviene con la intersexualidad es que ésta está marcada

por el constructo binario sobre el sexo al que ya hemos aludido y sobre el que

continuaremos profundizando más adelante.

Como denuncia, Baird (2004), en nuestras sociedades, cuando un bebé

nace con una genitalidad interpretada como ambigua se le aplica lo que la

medicina denominan “cirugía correctiva”, pero que en realidad se trata de una

mutilación genital.

Más de dos mil “operaciones correctivas” se realizan a estos

pacientes en los Estados Unidos cada año. La cirugía comienza

normalmente con bebés de menos de 18 meses y puede continuar durante

toda la vida del paciente. No es raro que los pacientes intersexuales tengan

que pasar por 30 operaciones o más, muchas de ellas para corregir los

efectos de anteriores operaciones (p. 69).

La Sociedad Intersexual, entre otras organizaciones que han ido

surgiendo para denunciar esta problemática que en muchos casos conlleva

serias dificultades en lo que concierne al cuerpo y a la identidad sexual de las

afectadas y los afectados, se opone a la cirugía y propone que las/os

intersexuales ostenten la libertad de escoger libremente su identidad sexual a

medida que vayan creciendo, puesto que en realidad no existen motivos

médicos relativos a su salud que sustenten la decisión de operar. Pero esto

supondría desafiar todas las leyes de la lógica impuesta por la

7
heteronormatividad, el heterosexismo y el binarismo de género. ¿Cómo va a ser

posible que una persona decida por sí misma si quiere estar en un lado o en otro

de estas dos orillas que marcan la vida y el transcurso de incluso la más leve

cotidianeidad en la sociedad actual?

El modelo biomédico occidental sustentado en la necesidad de

acomodar la variación cromosómica de la intersexualidad a la exigencia

sociolegal suprime la pluralidad intersexual y la reduce a una mínima

expresión dual. La cirugía se encarga de la transformación de la anatomía

de los genitales ambiguos. Genitales de varones con aspecto “femenino”,

como en el llamado síndrome de Morris, y genitales de mujeres con

aspecto “masculino”, como en el síndrome androgenital, deben

reconvertirse, siguiendo el protocolo biomédico, para eliminar la

ambigüedad que les caracteriza. Hormonal y quirúrgicamente

transformados –refiriéndonos exclusivamente a situaciones que no

implican riesgo para la salud– los intersexuales devienen varones y

mujeres “en toda regla”.

Con ello el modelo biomédico se ajusta al binario de sexo/género de

las sociedades occidentales. Se ignoran, así, los ejemplos de sociedades no

occidentales que discrepan de la construcción social reducida del binario

occidental. (Nieto, 2008, p. 47).

En conclusión, la intersexualidad es una de las manifestaciones que pone

en jaque la polaridad hombre-mujer y que se intenta reprimir o suprimir

mediante cirugías correctivas que, finalmente, pueden traducirse como una

violencia hacia la ambigüedad. Una violencia social que se produce,

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exclusivamente, por nuestra incapacidad de aceptar que puede haber más de

dos sexos.

Del mismo modo, esta incapacidad se manifiesta también en el caso de

las personas transexuales que se interpretan a medio camino entre hombres y

mujeres. En efecto, se las considera incompletas y se asume que no han

completado su proceso de transición hacia el sexo de destino. Sin embargo la

realidad muestra que numerosas personas transexuales están a gusto con su

cuerpo tal y como está y que la reasignación de sexo se debe, en multitud de

ocasiones, más a presiones sociales que a un auténtico deseo por parte de la

persona.

No obstante, esto no ocurre así en todas las sociedades y culturas, lo que

es especialmente interesante para comprender que el problema es nuestro.

Como nos explica Nieto (2008):

El sexo anatómico ambiguo, con fronteras genitales borrosas, al ser

aceptado culturalmente como un tercer sexo, tanto en la sociedad sambia

como en la República Dominicana, supone que cuanto mayor sea la

flexibilidad, es decir, la aceptación polimorfa de los sexos, menos

problemática resulta la intersexualidad. Por el contrario, cuanto más

rígida sea la posición dual de los sexos, la intersexualidad es más

problemática. Parecen verdades de Perogrullo pero la terquedad de la

sociedad occidental en no admitir este planteamiento obliga a resaltarlo

(p. 53).

9
TRANSGENERISMO

El transgenerismo desafía las polaridades del género que, como ya hemos

visto, comprenden lo masculino y lo femenino. Según establece Baird (2004), el

transgenerismo es una gran familia que comprende a las/os travestis, a las/os

transexuales y también a las/os intersexuales (p. 16). Las/os travestis son

personas que simplemente se visten como el sexo opuesto. En cuanto a las/os

transexuales se trata de personas que no se identifican en absoluto con su sexo

de nacimiento. En palabras de la misma autora, algunas veces se describe a

quien lo vive como persona que sufre de “disforia de género”, con el sentimiento

de “haber nacido en un cuerpo equivocado”. Este puede ser el caso de

algunas/os, pero no de todas/os las/os transexuales (p. 133).

Las/os transexuales se someten con frecuencia a tratamiento médico, lo

que se ha denominado operación o terapia de “cambio de sexo” y más

recientemente “reasignación de sexo”. En este caso podríamos hablar también

de un desafío a las polaridades hombre-mujer. Asimismo, algunas/os

transgénero pueden ser intersexuales.

Sin embargo, ser transgénero no implica necesariamente que haya

operaciones o tratamiento hormonal. Sencillamente, muchas personas son

transgénero porque viven su vida situadas en un género distinto al que

correspondería socialmente a su sexo biológico. Tal y como lo expresa Baird

(2004), “algo que tienen en común todas las personas transgénero es que

cuestionan las nociones convencionales de género, masculino por un lado,

femenino por otro” (p. 133).

Las personas transgénero son objeto de violencia con enorme frecuencia

debido a que cuestionan los mandatos de sexo, género y orientación sexual en

multitud de sociedades. En otras, por ejemplo, son relativamente aceptados. Al

10
igual que en el caso de las/os intersexuales, todo depende de la dictadura de

género instaurada. Cuanto más rígidas sean las categorías masculino-femenino

más duros serán los castigos hacia el transgenerismo y más amenazado estará el

bienestar de las personas transgénero. Asimismo, también podemos afirmar sin

temor a equivocarnos que mayores conflictos sufrirán las personas en general

por esa contraposición interior entre lo considerado masculino y lo considerado

femenino y más radicalizados estarán los roles de género asociados.

Por otro lado, es muy importante comprender que las personas

transgénero pueden ser homosexuales, bisexuales o heterosexuales; es decir,

que la orientación sexual es un elemento independiente. Esto es algo que choca

especialmente en nuestra sociedad, puesto que asumimos que si, por ejemplo,

un hombre se viste con ropa considerada de mujer es por fuerza homosexual,

algo que no tiene por qué ser así. Hay hombres femeninos heterosexuales y

mujeres masculinas heterosexuales del mismo modo que hay hombres

masculinos homosexuales y mujeres femeninas homosexuales. Esta confusión

forma parte del batiburrillo de conceptos que normalmente albergamos como

producto de una socialización y una educación deficiente.

IDENTIDAD DE GÉNERO

Con objeto de definir la identidad de género, lo mejor es que recurramos

a Stoller (1985) y sus palabras. Para él la identidad de género sería definida

como:

Esa parte del yo compuesta por un haz de convicciones relacionadas

con la masculinidad y la feminidad. Se refiere a la combinación de

masculinidad y feminidad de un individuo, lo que implica que tanto la

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masculinidad como la feminidad se encuentran en cualquier persona, pero

difieren en forma y grado. No es lo mismo ser macho que hembra, ya que

esto tiene una connotación biológica; la identidad de género implica un

comportamiento motivado psicológicamente4.

Para este autor, el núcleo de la identidad de género es el sentimiento de

pertenencia a un sexo y no a otro. Este sentimiento se da desde que el individuo

es muy pequeño; es la convicción del niño o de la niña de que tienen que ser un

varón o una mujer en base a la genitalidad diferenciada.

Stoller llegó a la conclusión de que la identidad de género es el resultado

de tres clases de fuerzas: biológicas, biopsíquicas a intrapsíquicas. Éstas

responderían a los requerimientos ambientales y en especial a las actitudes

parentales y sociales. De este modo, la identidad de género se produciría

fundamentalmente por las experiencias vividas a partir del nacimiento (Stoller,

1982, p. 1554) 5 . Este autor nos lanza además un concepto sumamente

clarificador: que tanto la masculinidad como la feminidad se encuentran

presentes dentro de cada una/o de nosotras/os. Es decir, independientemente

de la genitalidad con la que hayamos nacido, todas las personas somos

masculinas y femeninas puesto que contamos con una serie de rasgos que han

sido etiquetados de manera sociocultural como masculinos o femeninos.

En este sentido nos interesa acudir a Norberto Levy (2000), quien en su

teoría de la pareja interior insiste en esta misma idea, que por cierto ya estaba

presente en el taoísmo y en la descripción del Yin y el Yang. Levy explica que en

el interior de cada individuo coexisten dos energías, una masculina y otra



4
. En García-Mina, A. (2003). Desarrollo del género en la feminidad y en la masculinidad. Madrid: Narcea, (p.
36).
5
. Idem.

12
femenina, y que la conjunción y puesta en juego de ambas según las situaciones

a las que nos enfrentamos son imprescindibles para vivir en todas y cada una de

las personas. En la polaridad masculina encontraríamos cualidades como

iniciativa de búsqueda, fuerza física, dureza, acción, pensamiento, anticipación

del futuro, renovación, percepción de lo que hago, percepción de la

individualidad, pensamiento lógico-racional y análisis entre otras. En la

polaridad femenina encontraríamos la capacidad de espera, la receptividad, la

flexibilidad, la delicadeza, la sensibilidad, la contemplación, el sentimiento, la

percepción del presente, la conservación y cuidado de lo existente, la percepción

de lo que soy, la intuición o la síntesis, entre otras (p. 233).

Según Levy, además, hay cuatro creencias que nos dañan (p. 236):

-Que hombre es sinónimo de masculino y mujer sinónimo de femenino.

-Que la presencia de un rasgo femenino en el hombre es un fallo en su

condición de hombre.

-Que las características o la energía masculinas son mejores que las

características o la energía femeninas.

-Que dominando la energía femenina se exalta la condición de hombre. O

dicho de otro modo, que dominar lo femenino dota del poder tradicionalmente

asociado a lo masculino.

Si lo masculino y lo femenino se encuentra dentro de todas/os

nosotras/os y si, como hemos aseverado, la sociedad contrapone lo masculino y

lo femenino constantemente como extremos de una polaridad de enorme

influencia, cabe deducir que cada una/o de nosotras/os se encuentra en

permanente conflicto consigo misma/o: los hombres porque tienen que

demostrar que son muy masculinos y las mujeres porque tienen que demostrar

que son muy femeninas.

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LA VIOLENCIA

Dependiendo de las polaridades en torno a las cuales nos estemos

moviendo se puede hablar de un tipo de violencia o de otro. Lo que es

completamente seguro e ineludible es que se produce violencia de la mano de la

vigilancia del sexo, del género y de la orientación sexual. Con

frecuencia todo esto se confunde y se generan numerosas dudas. Podemos

elaborar un esquema muy sencillo:

Polaridad sexo:

-Se produce una violencia del hombre contra la mujer. Es lo que

llamaríamos la violencia de género. El hombre reafirma su condición de hombre

en tanto que no es mujer; esto es, machacando el otro extremo de la polaridad,

puesto que hay jerarquía y dominación-sumisión.

-Se produce una violencia del hombre y de la mujer contra las posiciones

intermedias, en las cuales podemos incluir intersexuales y también en cierto

modo a algunas/os transexuales. Podríamos incluir aquí la interfobia y la

transfobia por tanto.

Polaridad género:

-Se produce una violencia de lo masculino contra lo femenino.

Nuevamente, en la jerarquía, lo masculino reafirma su posición de poder

dominando lo femenino. Por ello, en la jerarquía asentada mediante

socialización de género, entendemos que lo masculino es mejor que lo

femenino. Por ejemplo, entendemos que ser fuerte (una característica

típicamente etiquetada como masculina) es mejor que ser vulnerable (una

característica típicamente etiquetada como femenina).

14
-Se produce una violencia desde las posiciones que alegan ser puramente

masculina y puramente femeninas contra posiciones intermedias en las que

podemos incluir no sólo a las personas transgénero sino también a cualquier

individuo que presente rasgos no asociados a su sexo; es decir, contra mujeres

que presenten características típicamente masculinas y contra hombres que

presenten características típicamente femeninas. De este modo, englobaríamos

en su seno a la violencia de género y también a la violencia intragénero, así

como la transfobia.

Polaridad orientación sexual:

-Se produce una violencia desde lo heterosexual contra lo homosexual.

-Se produce una violencia desde lo heterosexual y desde lo homosexual

contra posiciones intermedias entre las que pueden incluirse cualquier tipo de

bisexualidad. En este sentido, las expresiones más comunes serían la

homofobia, la lesbofobia y la bifobia.

Las personas construimos nuestra identidad a través de lo promulgado

por la socialización de género, la cual nos ofrece modos de pensar,

comportarnos y sentir concretos en función de si somos hombres o mujeres. La

socialización se vale de la familia, la educación, los medios de comunicación, los

productos culturales, los pares de iguales, etcétera para perpetuar el sistema

establecido y, por supuesto, si es preciso utilizará la violencia para que sus

mandatos se cumplan. Se trata de la violencia estructural que cada individuo

internaliza contra sí mismo y, también, contra las personas que le rodean y con

las cuales interactúa en todos los ámbitos de su vida.

15
Para completar esta información se recomienda leer “Poner fin a la

violencia y a la discriminación contra las personas lesbianas, gais, bisexuales,

trans e intersex” de Naciones Unidas. Podéis encontrarlo en la carpeta del prof.

Carlos García en la plataforma.

BIBLIOGRAFÍA

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construcción de la sexualidad. Barcelona: Melusina.

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Bilbao: Gomylex.

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