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CICLO INSTITUCIONAL O GRADO

LA SANTIDAD A LA LUZ DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA


GAUDETE ET EXSULTATE DESDE UNA PERSPECTIVA TEOLÓGICO-
MORAL

Ciclo Institucional o Grado


Curso académico 2018-2019
Optativa. Primer semestre

INTRODUCCIÓN

A. OBJETIVOS GENERALES Y BREVE DESCRIPCIÓN DEL TEMA:


El Concilio Vaticano II (1962-1965) abordó el tema fundamental de la llamada universal a la
santidad en el capítulo V de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium. El Papa
Francisco ha desarrollado esta misma cuestión de modo monográfico en su última exhortación
apostólica Gaudete et exsultate (19-III-2018).
Primer objetivo. Esta optativa comenzará tratando de presentar el significado específico de la
santidad como categoría teológico-moral, distinguiéndola de una perspectiva dogmática o espiritual.
Segundo objetivo. A continuación, presentará los principales rasgos teológico-morales que
caracterizan la santidad en el mundo actual, tal y como van apareciendo a lo largo del documento
papal.
Tercer objetivo. Por último, en un tercer momento y con la participación de los alumnos, tratará
de concretar este modo de entender la santidad escogiendo entre “una nube ingente de testigos”
(Heb 12, 1) que han vivido bajo el impulso de la gracia divina.

B. BIBLIOGRAFÍA
FRANCISCO, Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate. Sobre el llamado a la santidad en el
mundo actual, 19-III-2018
El resto de la bibliografía se comentará en las sesiones de la Optativa.

I. PRESENTACIÓN

1. INFORMACIÓN
El lunes 9 de abril de 2018, a las 12.15 horas, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede en la
Ciudad del Vaticano, tuvo lugar la presentación de la Exhortación Apostólica del Santo Padre
Francisco “Gaudete et Exsultate”, sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo. En la
presentación intervinieron Mons. Angelo De Donatis, Vicario General de Su Santidad para la
Diócesis de Roma; Gianni Valente, periodista; Paola Bignardi, Acción Católica

2. VÍDEOS
a) Presentación oficial: https://www.youtube.com/watch?v=Zg_xCkf82zA

b) Presentación Rome Reports: https://www.youtube.com/watch?v=2RG3B4pSt0A&t=2s

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II. DEFINICIÓN: RAE: santo, ta

1. SIGNIFICADO ETIMOLÓGICO
Del latín sanctus; griego ἁγίος hagíos, hebreo qadoš 'elegido por Dios' o bien 'diferenciado',
'distinguido'.

2. SIGNIFICADO SEMÁNTICO
16 acepciones: Yo subrayo como sinónimos (1ª y 7ª); santidad objetiva (2ª, 4ª, 5ª, 6ª) y
subjetiva (3º):
1. adj. Perfecto y libre de toda culpa.
2. adj. En el mundo cristiano, dicho de una persona: Declarada santa por la Iglesia, que manda que se le
dé culto universalmente. U. t. c. s.
3. adj. Dicho de una persona: De especial virtud y ejemplo. U. t. c. s.
4. adj. Dicho de una cosa: Que está especialmente dedicada o consagrada a Dios.
5. adj. Dicho de una cosa: Que es venerable por algún motivo de religión.
6. adj. Dicho de un día: Dedicado por la Iglesia a celebrar una festividad religiosa, o que forma parte de
los de la Semana Santa, que sigue al Domingo deRamos.
7. adj. Sagrado, inviolable.
8. adj. Dicho de algo: Que resulta especialmente provechoso. Nos libramos por santa casualidad.
9. adj. Dicho de una cosa: Que tiene singular virtud para la curación de algunas enfermedades. Hierba s
anta. Medicina santa.
10. adj. U. por la Iglesia católica como calificativo aplicado a sí misma.
11. adj. U. para encarecer el significado de algunos nombres. Hizo su santa voluntad, su santo gusto o c
apricho. Se echó en el santo suelo. Esperó todo elsanto día. U. t. en sup. La santísima voluntad.
12. m. y f. Imagen de un santo.
13. m. y f. coloq. esposo (‖ persona casada).
14. m. Onomástica de una persona.
15. m. coloq. estampa (‖ dibujo que ilustra una publicación). U. m. en
pl. Vamos a mirar si este libro tiene santos.
16. m. Mil. Nombre de santo que, con la seña, servía para reconocer fuerzas como amigas o enemigas.

III. MAGISTERIO

1. CONCILIO VATICANO II

a) Teología Moral
Exposición. La renovación de la Teología Moral como disciplina teológica adquiere un
nuevo estatus en el Concilio Vaticano II. En efecto, encontramos una serie de claves metodológicas
de dicha renovación a la luz del decreto del Concilio Vaticano II sobre la formación sacerdotal
Optatam totius, promulgado el 28 de octubre de 1965. Concretamente, en el número 16, que forma
parte del capítulo V titulado: “Revisión de los estudios eclesiásticos”, sostiene que: “Debe prestarse
una atención especial a que se perfeccione la Teología Moral; su exposición científica, alimentada
en mayor grado con la doctrina de la Sagrada Escritura, ha de iluminar la excelencia de la
vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos en el amor para la vida del
mundo” (OT 16 en BAC 2000 2ª ed.).
Análisis. Fin de la Teología Moral: "Ilustre la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y
su obligación de producir fruto para la vida del mundo en la caridad":
 Educativo: "Ilustre" (“illustret expositio”) significa mostrar, indicar, orientar, educar. Por tanto,
no se trata de soluciones prefabricadas (algo hecho, cerrado), sino que da orientaciones (se va
haciendo, abierto). Tampoco se trata de una imposición a través de la fuerza coercitiva o penal,
más propia del derecho.

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 Individual-moral (bien, felicidad): "La grandeza de la vocación de los fieles en Cristo"


(“celsitudinem vocationis fidelium in Christo”) significa la excelencia, lo mejor, el bien o la
felicidad del hombre cuyo modelo y centro es Jesucristo, revelación definitiva de Dios Padre.
De este modo, se pasa de una concepción de la vida ética o moral de contenidos (lo primero son
los principios, los criterios, las leyes o normas; ello implica sólo el conocimiento de la persona;
fides quae) a una moral interpersonal (lo primero es la relación de encuentro y desde ahí los
contenidos, el bien que se debe hacer o el mal que se debe evitar, y la motivación, el porqué;
ello implica a toda la persona: también su libertad; fides qua).
 Social-espiritual (santidad): "Producir fruto para la vida del mundo en la caridad"
(“obligationem in caritate pro mundi vitam fructum ferendi”) significa que la Teología Moral
quiere que alcancemos la salvación, ayudándonos a ser coherentes con la fe en Dios por el amor.
De este modo, seremos santos en nuestro obrar (fin espiritual). Ello sólo es posible con la gracia
de Dios. Se trata de una Teología Moral de la excelencia frente a una de mínimos. Además, ello
ha de realizarse en un mundo, una sociedad y una cultura concretas, propio de cada generación,
con su lenguaje, problemas y desafíos. Se trata de una Teología Moral pastoral frente a una
desencarnada o esencialista (fin social).

b) Santidad: El título del capítulo V de la Constitución Lumen Gentium es “La vocación universal
a la santidad en la Iglesia”: nn. 39-42:
 Vocación a la santidad: n. 39
 Jesús, modelo de toda perfección: n. 40
 La santidad en los diversos estados: n. 41
 Los consejos evangélicos: n. 42

2. PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate. Sobre la llamada a la


santidad en el mundo actual (19-III-2018)

a) Introducción: “No es de esperar aquí un tratado sobre la santidad, con tantas definiciones y
distinciones que podrían enriquecer este importante tema, o con análisis que podrían hacerse acerca
de los medios de santificación. Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la
santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades.
Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante
él por el amor» (Ef 1,4)” (n. 2).

b) Capítulo I: “Lo que quisiera recordar con esta Exhortación es sobre todo el llamado a la
santidad que el Señor hace a cada uno de nosotros, ese llamado que te dirige también a ti: «Sed
santos, porque yo soy santo» (Lv 11,45; cf. 1 P 1,16). El Concilio Vaticano II lo destacó con fuerza:
«Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan
poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección
de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (Const. dogm. Lumen gentium, sobre la
Iglesia, 11) (n.10).
«Cada uno por su camino», dice el Concilio. Entonces, no se trata de desalentarse cuando
uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. Hay testimonios que son útiles
para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría
alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros. Lo que interesa es que cada
creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que
Dios ha puesto en él (cf. 1 Co 12, 7), y no que se desgaste intentando imitar algo que no ha sido
pensado para él. Todos estamos llamados a ser testigos, pero «existen muchas formas existenciales
de testimonio»[11]. De hecho, cuando el gran místico san Juan de la Cruz escribía su Cántico
Espiritual, prefería evitar reglas fijas para todos y explicaba que sus versos estaban escritos para que
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cada uno los aproveche «según su modo»[12]. Porque la vida divina se comunica «a unos en una
manera y a otros en otra» (n. 11.)

c) Conclusión: “Espero que estas páginas sean útiles para que toda la Iglesia se dedique a promover
el deseo de la santidad. Pidamos que el Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser
santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. Así compartiremos
una felicidad que el mundo no nos podrá quitar” (n. 177).

IV. TEOLOGÍA
La santidad tiene un componente ontológico (objetivo, con relación al ser, resultado de un
proceso: “ser santo”) y otro moral (subjetivo, con relación al hacer, en fase de proceso o realización:
“santificarse”).

1. TEOLOGÍA DOGMÁTICA
En base a la voz de “santidad” en dos diccionarios:

a) Significado general de santidad


“Santidad es sinónimo de sacralidad, solo que el término ha llegado a implicar, por la
consideración del carácter personal de la divinidad, un aspecto moral” (cf. BOUYER, L., Diccionario
de Teología, Ed. Herder, Barcelona 1972, p. 604).
Santidad es “el atributo de un ser que cumple plenamente la finalidad de su existencia y está,
por tanto, en completa conformidad consigo mismo. Estrictamente hablando, sólo es santo Dios
[…] (cf. Is 6, 3.5)” aunque, “pese a su radical alteridad con respecto a nosotros, es fuente de toda
nuestra perfección espiritual y moral” (cf. O’COLLINS G.; FARRUGIA E.G., Diccionario abreviado
de teología, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20002, p. 360).

b) Significado objetivo y subjetivo de santidad


“Una de las mayores enseñanzas de los grandes profetas, en especial de Isaías, que la
santidad divina se manifiesta sobre todo en la justicia. Las criaturas espirituales serán, pues,
santificadas en la medida que su voluntad se conforme, con la fe y obediencia, a la santa voluntad
de Dios (cf. Is 6). (cf. BOUYER, L., Diccionario de Teología, Ed. Herder, Barcelona 1972). “En el
Antiguo Testamento, un código de santidad (Lv 17-26) insta a los israelitas a ser santos porque su
Dios es santo (Lv 19, 2; 20, 26)” (cf. O’COLLINS G.; FARRUGIA E.G., Diccionario abreviado de
teología, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20002).
En el cristianismo, la santidad se identificará, pues, con la perfección de la caridad. Todos
los cristianos, en el Nuevo Testamento, serán llamados santos en virtud de su bautismo (cf. 1Pe 1,
15), como Jesús al que los asimila, es «el santo de Dios» (Mc 1, 24; Lc 4, 34; Jn 6, 39). Y, como los
ángeles eran tradicionalmente calificados de «santos» (cf. Mc 8, 38), el Apocalipsis dará este título
a los bienaventurados, especialmente a los mártires (cf. Ap 5, 8; 11, 18; 13, 7, etc.)” (cf. BOUYER,
L., Diccionario de Teología, Ed. Herder, Barcelona 1972). “Pablo considera la Iglesia en su
conjunto y a los cristianos individualmente como el templo del Espíritu Santo (1Cor 3, 16-17; 6,
19)” (cf. O’COLLINS G.; FARRUGIA E.G., Diccionario abreviado de teología, Ed. Verbo Divino,
Estella (Navarra) 20002). La santidad de la Iglesia es “una de las notas (marcas) principales que
caracterizan a la Iglesia y a sus miembros, y artículo de fe en los primeros credos. […] La Iglesia
entera ha sido santificada mediante el sacrificio de Cristo, el Espíritu Santo y el bautismo (Rom 5,
5; 1Cor 6, 11; Ef 5, 25-27). Pablo escribe a las comunidades cristianas llamando a sus miembros
«los santos»” (2Cor 1, 1) o «llamados a ser santos» (Rom 1, 17; 1Cor 1, 2)”. […], pero, a pesar de
ello, por los muchos pecados de los cristianos, necesita una continua purificación (LG 8). Al final,
la Iglesia celestial, la nueva Jerusalén, esplenderá de radiante santidad (Ap 21, 2.10-11; 22, 19)” (cf.

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O’COLLINS G.; FARRUGIA E.G., Diccionario abreviado de teología, Ed. Verbo Divino, Estella
(Navarra) 20002).

2. TEOLOGÍA MORAL
“En Teología Moral, santidad es sinónimo de perfección, y ésta, a su vez, es coincidente con
el intento serio de comportarse moralmente, de acuerdo y en coherencia con los principios del
mensaje moral predicado por Jesús. En una palabra, vida moral y santidad de vida se identifican.
[…] El cristiano debe cumplir las exigencias proclamadas por Jesús: «Sed perfectos como mi Padre
celestial es perfecto» (Mt 5, 48)” (FERNÁNDEZ, AURELIO, Diccionario de Teología Moral, Monte
Carmelo, Burgos 2005, p. 1214).

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CICLO INSTITUCIONAL O GRADO

LA SANTIDAD DESDE UNA PERSPECTIVA TEOLÓGICO-MORAL

I. INTRODUCCIÓN
En su primera carta, San Pedro se dirige a los cristianos de Asia Menor asegurándoles
alcanzar “la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas” (1Pe 1, 9) en referencia a
Jesucristo. Al hablar de una “meta” nos introduce en la imagen de un camino, que tiene como punto
de partida la “fe” y como punto de llegada la “salvación”.
¿En qué sentido podemos hablar de santidad objetiva y subjetiva, ontológica y moral
propiamente dicha? Como ya hemos visto anteriormente, la teología nos ayuda a comprender que la
santidad tiene un componente ontológico (objetivo, con relación al ser, resultado de un proceso:
“ser santo”) y otro moral (subjetivo, con relación al hacer, en fase de proceso o realización:
“santificarse”).

II. PUNTO DE PARTIDA: LA FE


¿En qué consiste la fe? El depósito de nuestra fe (depositum fidei) está constituido por una
serie de verdades reveladas que estamos llamados a creer y vivir: De fide et morum (cf. 1Tim 6, 20).
“De fide”, es decir, acerca de la fe: el creer. “De morum”, o sea, acerca de las costumbres: el vivir.
Por eso, Jesús nos interesa no sólo por quién es, su identidad, o por lo que dijo, su pensamiento,
sino también por lo que hizo, su ministerio, y por cómo vivió, su estilo de vida. En realidad, los
contenidos de la fe (fides quae) presuponen un encuentro con Cristo Jesús como persona viva (fides
qua). Ello hace posible la experiencia de tenerlo como compañero y presencia, como luz y consuelo
en el camino de nuestra vida. De este modo, surge y va fraguándose una relación de confianza cada
vez más sólida entre él y cada uno de sus discípulos.

III. LA META: LA SALVACIÓN


¿Qué significa la salvación, plenitud o santidad del hombre? La salvación es una meta que
supone un deseo, una búsqueda, un camino que dura toda la vida de la persona. Se trata de un
itinerario que culmina en la vida eterna, aunque ya se puede anticipar en la vida presente a modo de
primicia o prefiguración. Por eso, San Pablo sostiene que “hemos sido salvados en esperanza”
(Rom 8, 24). En este sentido, la salvación consiste en la experiencia de una vida lograda, acertada o
excelente. La condenación, por el contrario, supone la experiencia de una vida malograda,
equivocada o insatisfecha. Todo hombre quiere ser feliz pero no todos lo logran. Incluso, los
creyentes o los consagrados podrían tener fe en Jesús y no experimentar su salvación. Ello ocurre
cuando la fe no ha transformado toda la persona y toda su vida. La salvación o felicidad pasa por un
proceso de progresiva convergencia de todos los dinamismos que constituyen a la persona: mentales
(lo que piensa), afectivos (lo que siente), volitivos (lo que quiere), físicos (su relación con el propio
cuerpo), sociales (su relación con los demás; lo que dice), espirituales (su relación con Dios) o
morales (lo que hace). De este modo, irá alcanzando la necesaria coherencia y unidad interior que le
otorgará una clara identidad y una sólida personalidad (lo que es). De lo contrario, el hombre se
encontraría abocado a una inexorable divergencia que puede ocasionarle graves fracturas internas.
En consecuencia, terminaría siendo reo de una doble moral que pondría en contradicción su mundo
interior o privado y su vida exterior o pública, alejándose de Dios, de los demás y hasta de sí
mismo.

IV. EL CAMINO QUE CONDUCE DE LA FE A LA SALVACIÓN


¿Cómo lograr pasar de la fe a la salvación? Dios crea al hombre a su imagen y semejanza
(cf. Gén 1, 26) y le capacita para discernir y elegir el bien o el mal, lo correcto o lo erróneo, hacerse

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bueno o malo, amar u odiar, crecer o retroceder, construirse o hacerse daño. Lo hace libre y
responsable de sí mismo. Nadie le puede sustituir en esa tarea.

4.1. LOS TRES NACIMIENTOS


La persona salvada es obra de tres nacimientos y, por tanto, de tres partos. Dos son naturales
y comunes a la vida de todo hombre. Se dan al comienzo y al final de nuestra existencia: el
nacimiento a la vida terrena en el que se da el paso del no ser al ser, a través del parto de nuestra
madre, y el nacimiento a la vida eterna en el que se da el paso del nuevo ser a la plenitud de ser, a
través del parto de la muerte (dies natalis). El tercer nacimiento es sobrenatural y no tiene lugar en
todos los hombres, pues necesita de su colaboración e implicación personal: su sentir, su pensar, su
querer y su actuar consecuente. Se trata del nacimiento a la vida nueva o al hombre nuevo en el que
se da el paso del ser al nuevo ser, a través del parto de la conversión.
Cuando ésta es fundante, su carácter es irreversible e incorpora a la persona en un ascenso
sin retorno hacia su salvación. Ello supone el despojo del hombre viejo y la renuncia a una vida
meramente centrada en lo terreno. Es entonces, cuando el amigo de Cristo siente que, por obra del
Espíritu Santo, al mismo tiempo que su “hombre exterior se va desmoronando, nuestro hombre
interior se va renovando día tras día” (2Cor 4, 16). Ello le permite saber con acierto lo que tiene
que hacer en cada momento de su vida y se siente capacitado y con fuerzas para llevarlo a cabo.
También afecta al modo de vivir la propia vocación o estado de vida, a la relación con nosotros
mismos, con los demás y hasta con Dios. De este modo, se va construyendo el reino de Dios y se va
extendiendo una nueva humanidad, un nuevo pueblo, una nueva iglesia con la convicción de que
“todos nosotros, con la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos
transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu Santo del Señor”
(2Cor 3, 18).

4.2. LA CONVERSIÓN PERSONAL


¿Qué elementos aporta Jesús el Señor desde su humanidad a la comprensión de la vida
moral y, más en particular, a la conversión personal? Jesús se presenta a cada hombre como Camino
que conduce a la salvación y como Caminante que nos acompaña y todo lo hace posible.
o Plenitud. “En Cristo Jesús quiso Dios que residiera toda la plenitud” (Col 1, 19). Cristo Jesús es
el modelo, prototipo o paradigma del hombre perfecto, feliz y pleno. “De la plenitud (del Verbo
encarnado) todos hemos recibido, gracia tras gracia” (Jn 1, 16). Jesús, el Señor, es la fuente, el
fundamento y el culmen de la salvación de toda persona humana. Su voluntad es hacernos
partícipes de su plenitud en el máximo grado. “Dios nos salvó y nos llamó con una vocación
santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo
Jesús desde antes de los siglos” (2Tim 1, 9). La verdadera vocación de todo hombre es la
santidad, la cual nos introduce en el ser mismo de Dios, el tres veces santo (cf. Is 6, 3).
o Gradualidad. “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los
hombres” (Lc 2, 52). Jesús en cuanto hombre pasa por la experiencia del crecimiento a partir de
su misma concepción. Influido por un espacio y un tiempo, por una familia y una cultura
determinada, va desarrollándose y madurando en todas las dimensiones de su persona: física,
afectiva, intelectual, volitiva, moral, social o espiritualmente.
o Discernimiento. “Comerá requesón con miel, para que aprenda a rechazar el mal y a escoger el
bien” (Is 7, 15). Un aspecto fundamental del crecimiento de la persona se refiere al
comportamiento moral que le permite discernir el bien del mal, elegir lo bueno y rechazar lo
malo. También el Papa Francisco aborda el aspecto del discernimiento en la conversión,
mostrando la necesidad de pasar de lo esencial a lo accidental. “Todas las verdades reveladas
proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son
más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo
fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en
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CICLO INSTITUCIONAL O GRADO

Jesucristo muerto y resucitado. En este sentido, el Concilio Vaticano II explicó que «hay un
orden o “jerarquía” en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el
fundamento de la fe cristiana». Esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de
las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral. Santo Tomás de Aquino
enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en
los actos que de ellas proceden. Allí lo que cuenta es ante todo «la fe que se hace activa por la
caridad» (Ga 5,6). Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la
gracia interior del Espíritu: «La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu
Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor»” (EG 36-37)1. Por tanto, la conversión
es fruto de un artista y se realiza con trazo fino.

4.3. LA CONVERSIÓN ECLESIAL


La conversión es eclesial o personal. No puede darse una conversión eclesial sin una eclesial
o viceversa. “El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una
permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: «Toda la renovación de la Iglesia consiste
esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante
hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene
siempre necesidad». Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo
evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las
sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la
propia vocación», cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo.” (EG 26)

V. CONCLUSIÓN
En conclusión, el encuentro con Jesús por la fe nos lleva a distinguir tres grupos de personas
en nuestro camino hacia la salvación que Él nos ofrece. Por un lado, nos encontramos con los
santos. Son aquellos que tienen experiencia de la victoria de Dios en sus vidas. Algunos están en el
cielo, otros todavía viven entre nosotros. Se trata de un grupo más bien minoritario. Por otra parte,
se encuentran los pecadores amados. Pertenecen a la Iglesia militante porque participan del combate
de la fe. Son aquellos que tienen experiencia de caerse, vencidos por su debilidad y heridas, pero al
mismo tiempo de ser levantados y sanados por el amor y la gracia de Dios, que es misericordioso y
fiel. Seguramente se trata de un grupo que afecta a la mayoría de personas. Por último, también se
encuentran los corruptos. Son aquellos que estando en este mundo son vencidos por el mal dejando
de combatir, sin levantarse tras las caídas, dando poder y arraigando en ellos el Malo. Quizás no
constituya un grupo grande de personas pero tienen mucha capacidad de hacer daño. En efecto, el
Papa Francisco defiende que “la corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador, porque se
trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la
calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que «el mismo Satanás se
disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14)” (GE 165).
Contra todo lo que nos aparta del camino de Dios y del bien “el desarrollo de lo bueno, la
maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal. […] «El
triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que
se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal»” (GE 163).

1
Francisco, Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium. Sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, 24-XI-
2013.
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LA SANTIDAD COMO COMPORTAMIENTO MORALMENTE MADURO DE UNA


PERSONA CREYENTE

I. INTRODUCCIÓN
Antes de abordar el comportamiento moralmente maduro, es conveniente que nos
preguntemos: ¿Qué significa comportamiento moral de una persona creyente? ¿Qué estamos
queriendo decir cuando hablamos de la vida moral en Cristo de un discípulo o consagrado suyo? En
definitiva, ¿en qué consiste la moral cristiana? El Papa Francisco nos ofrece su propia explicación
con la gran sencillez que le caracteriza: “La moral cristiana no es el esfuerzo titánico, voluntarista,
de quien decide ser coherente y lo logra, un tipo de desafío solitario ante el mundo. No. Esta no es
la moral cristiana, es otra cosa. La moral cristiana es respuesta, es la respuesta conmovida ante una
misericordia sorprendente, imprevisible, inclusive ‘injusta', según los criterios humanos, de Uno
que me conoce, que conoce mis traiciones y me quiere lo mismo, me estima, me abraza, me vuelve
a llamar, espera en mí, se espera algo de mí. La moral cristiana no es no caer nunca, sino levantarse
siempre, gracias a su mano que nos toma”2.
Es decir, la vida o comportamiento moral que cada uno realiza de hecho, o que está llamado
a realizar como meta, constituye su particular respuesta ante la iniciativa gratuita y misericordiosa
de Dios. La clave principal de la moral cristiana es la persona humana y la relación que establece
con Dios, que nos lo ha dado todo: la vida, la libertad, la fe, la salvación y una misión especial.
Efectivamente, el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, distinguiéndose de este
modo del resto de la creación (cf. Gén 1, 26; CEC, n. 1700). Dios nos ama y valora por nosotros
mismos, sea cual sea nuestra condición física, moral y espiritual: siendo hombres o mujeres,
teniendo una personalidad u otra, estando sanos o enfermos, siendo ricos o pobres, perteneciendo a
esta cultura o a aquella otra, siendo más o menos inteligente, teniendo estas virtudes o aquellos
pecados, viviendo con unas determinadas creencias u otras. Como dice el Papa Francisco en la
Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, el primer documento que
nos dirigió al inicio de su pontificado, Dios nos primerea haciéndonos sentir únicos, amados total y
gratuitamente: “La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha
primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10)” (EG 24)3. Y es que como San Pablo se pregunta en una de
sus cartas: “¿Tienes algo que no hayas recibido?” (1Cor 4, 7).
Ahora bien, las personas pueden responder a Dios con su libertad de distintos modos,
principalmente de tres. Por un lado, el hombre vive rechazando o siendo indiferente la iniciativa
divina y su voluntad como si Él no existiera, no nos amara y no tuviera un proyecto pensado para
nosotros. Por otro lado, también puede vivir inmerso en un proceso de conversión y coherencia
constante y progresiva de unión con el Señor. Por último, las personas pueden vivir dando una
respuesta mediocre de quien deseando ser fiel pero finalmente termina enredado en una especie de
doble vida. Según sea la respuesta personal de cada uno a Dios, ello afectará directamente a la
relación con uno mismo, con los demás y hasta con las cosas.
Menos mal que el hombre no está sólo ante su libertad que le permite responder de distintos
modos a Dios. También puede contar siempre con su gracia. Así nos lo recuerda explícitamente San
Juan Pablo II en su encíclica Veritatis Splendor, sobre sobre algunas cuestiones fundamentales de la
enseñanza moral de la Iglesia: Ciertamente se trata de “un camino todavía incierto y frágil mientras
estemos en la tierra, pero que la gracia hace posible al darnos la plena «libertad de los hijos de

2
FRANCISCO, Discurso a los miembros de Comunión y liberación, 07-III-2015.
3
FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, 24-XI-
2013.
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CICLO INSTITUCIONAL O GRADO

Dios» (cf. Rom 8, 21) y, consiguientemente, la capacidad de poder responder con nuestra vida
moral a la sublime vocación de ser «hijos en el Hijo»” (VS 18)4.
Por todo ello, la pregunta que invito a haceros en esta optativa tiene como cuestión de fondo
la madurez o crecimiento moral de la persona humana que conduce a la perfección. ¿En qué
consiste y cómo podemos adquirirla? ¿Cuáles son sus principales obstáculos o heridas? ¿Cómo
acompañar y ayudar a las personas en ese proceso?

II. DOS CASOS PARADIGMÁTICOS DE INMADUREZ MORAL EN LOS


EVANGELIOS
Antes de abordar los indicadores principales de la madurez moral, voy a presentar dos
relatos del Evangelio en los que podemos encontrar algunos rasgos concretos que caracterizan a las
personas moralmente inmaduras. Se trata del pasaje del joven rico (Mt 19, 16-22) y del episodio de
los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35). En ambos casos, nos presentan personas heridas que se
encuentran con Jesús y tienen graves dificultades para responder adecuadamente a su amor
misericordioso y a su ofrecimiento de salvación. Ciertamente, constituyen dos casos paradigmáticos
a través de los cuales podemos descubrir dos elementos fundamentales que afectan gravemente a la
madurez moral.
En el primer pasaje evangélico, un joven rico pregunta a Jesús: “Maestro, ¿qué tengo que
hacer de bueno para obtener la vida eterna?” (v. 16). El joven desvela de este modo que es una
persona con unas metas muy elevadas y unos deseos muy nobles. Jesús, Ley Viviente, le va
llevando poco a poco con amor hacia el terreno más concreto y profundo de contenidos e
implicación moral: primero el Decálogo; luego vender sus bienes y seguirle para establecer una
relación de comunión con Él en la misión: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a
los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme» (v. 21). Pero “al oír esto, el
joven se fue triste, porque era rico” (v. 22). El signo de inmadurez moral que aparece en él ante la
propuesta de Jesús es su falta de libertad interior. Al ser prisionero de sus bienes, que finalmente
pone por encima de Dios y su proyecto sobre él, su respuesta es deficiente y equivocada. Como
escribe Pablo en su carta a Timoteo: “El amor al dinero es la raíz de todos los males, y algunos,
arrastrados por él, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos” (1 Tim 6, 10).
Ello tiene como consecuencia terrible el fracaso de Jesús que no ha conseguido que el joven rico no
frustrara su invitación al seguimiento para alcanzar la vida eterna.
En el episodio de los discípulos de Emaús, Jesús Resucitado, una vez se ha puesto a su lado
como Compañero de camino, les realiza una pregunta: “¿Qué conversación es esa que traéis
mientras vais de camino?” (v. 17). Su respuesta pone de manifiesto su situación personal:
“Discutían” (v.15); tenían un “aire entristecido” (v. 17); “sus ojos no eran capaces de reconocerlo”
(v. 16); “nosotros esperábamos que Jesús el Nazareno iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya
estamos en el tercer día desde que esto sucedió” (v. 21). Ellos han reaccionado ante la muerte y
resurrección de Jesús dejándose llevar por el miedo y huyendo de Jerusalén, discutiendo y
dividiéndose, teniendo una mirada incapaz de ver la realidad de Jesús más allá de las apariencias y
afectándose gravemente por la tristeza y preocupación por su falta de fe y esperanza. El motivo de
inmadurez moral es de carácter afectivo: el miedo descontrolado que les lleva a huir del amor
pascual del Señor y de la comunidad cristiana que permanece en Jerusalén a la espera. Al dejarse
llevar por sus sentimientos, han terminado atrapados por una reacción impulsiva que les lleva a
escapar del sufrimiento al precio de encerrarse en sí mismos, de incapacitarse para amar y dividirse.
Sólo el encuentro con el Jesús Resucitado que les reinterpretará con amor todo lo ocurrido y les
celebrará la eucaristía, les cambiará el corazón y producirá en ellos una auténtica y profunda
renovación moral en sus vidas, que les llenará de fe, esperanza y amor, superando todo miedo y

4
Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis Splendor. Sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de
la Iglesia, 06-VIII-1993.
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CICLO INSTITUCIONAL O GRADO

volviendo a Jerusalén a encontrarse de nuevo con la comunidad de la que anteriormente habían


huido llenos de alegría (vv. 32-35).
Por tanto, dos heridas fundamentales que impiden al sujeto moral dar una respuesta
adecuada a Dios en su amor y su proyecto salvador se refieren al uso de la libertad y a modo de
vivir la afectividad.

III. INDICADORES PRINCIPALES DE MADUREZ MORAL


La respuesta moral que cada persona humana da a Dios abarca todo lo que la constituye
como tal. Como afirma San Juan Pablo II en su encíclica Veritatis Splendor: “La persona -incluido
el cuerpo- está confiada enteramente a sí misma, y en la unidad de alma y cuerpo ella llega a ser el
sujeto de sus actos morales” (VS n. 48c)5. En todo ser humano, podemos distinguir unos rasgos
constitutivos que dependen directamente de ella como su modo de pensar, de decidir o de querer. Se
trata de los elementos aportados o adquiridos por la persona y de los que cada sujeto moral es
responsable. Estos forman la denominada subjetividad. Estos elementos están unidos internamente a
los elementos recibidos que también constituyen al ser humano. Éstos no dependen directamente de
la persona porque son provenientes o bien de su naturaleza por el hecho de haber nacido, es decir lo
innato; o bien son provenientes de su historia y cultura concreta donde ha crecido, o sea lo
heredado. Los elementos recibidos constituyen la objetividad. En todos estos elementos adquiridos
y recibidos, es decir, tanto en la subjetividad como en la objetividad moral hay heridas en la persona
que dificultan su proceso de crecimiento e impiden avanzar en la madurez moral.
Voy a señalar más concretamente algunos de los indicadores principales de una persona
moralmente madura que forman parte propiamente del sujeto moral cristiano porque dependen
directamente de él y que, por tanto, los ha de aportar o adquirir él mismo como unidad consciente,
voluntaria, libre, responsable y creyente.

3.1. OPCIÓN FUNDAMENTAL DE FE Y CARIDAD O DE AUTORREFERENCIALIDAD


La “opción fundamental” o “elección fundamental”, términos utilizados por la encíclica
Veritatis Splendor (Cf. VS 65-70), se refieren a una decisión humana, muchas veces no
explícitamente consciente, que abarca la totalidad de la existencia y expresa un modo o estilo de
vida. El Papa Benedicto XVI la denomina “orientación decisiva”6. Influye en todas las decisiones
particulares de cada acto humano que realiza la persona. Afecta a aspectos más o menos
importantes de la vida, como son la orientación profesional o la elección de estado de vida. La
opción fundamental puede adquirir dos grandes orientaciones: o bien la de la fe y la caridad o bien
la de la autorreferencialidad.
La opción fundamental es madura cuando es de fe y caridad, es decir, cuando el modo de
vida o tendencia existencial, su “pondus”, parte desde el Tú de Dios o del nosotros, viviendo en
función de las necesidades del otro y dándose gratuitamente a los demás7. El hombre vive para amar
buscando en todo momento el bien del prójimo. Da lugar a personas cooperantes, facilitadoras,
constructoras y buenas mediadoras. Son pacíficas como los corderos y tejen relaciones como los
gusanos de seda.
La opción fundamental está herida cuando es autorreferencial, es decir, cuando el modo de
vida o tendencia existencial, su “pondus”, parte del yo, viviendo en función de las propias
necesidades y buscando sobre todo su propio interés. El hombre queda atrapado por su egoísmo, su

5
Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis Splendor. Sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de
la Iglesia, 06-VIII-1993.
6
BENEDICTO XVI, Carta enc. Deus Caritas est (25-XII-2005), n. 1: AAS 98 (2006), 217.
7
La experiencia de fe que comienza con un encuentro interpersonal entre el Señor y cada hombre, incluye también un
cambio de orientación de la propia vida: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por
el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva” (BENEDICTO XVI, Carta enc. Deus Caritas est (25-XII-2005), n. 1: AAS 98 (2006), 217).
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CICLO INSTITUCIONAL O GRADO

egocentrismo o su amor propio. Son depredadores como los lobos y tejen relaciones como las
arañas.
Esta distinción es muy importante para comprender cómo casarse por la Iglesia, ser
consagrado, o haber sido ordenado sacerdote no es suficiente para presuponer que en todos los
casos se da necesariamente una opción fundamental de fe y caridad. Por desgracia, a veces, lo peor
de cada uno se va conociendo una vez se han adquirido opciones de vida que están llamadas a ser
estables e irreversibles.

3.2. LÓGICA DE GRATUIDAD O INSTRUMENTAL


La lógica de una persona se refiere a su mentalidad, es decir, su modo arraigado más o
menos reflejo de pensar, razonar o interpretar la realidad que vive, las personas con las que se
relaciona, las cosas que utiliza o los acontecimientos que experimenta. Esta lógica puede ser de
gratuidad o instrumental.
La lógica del sujeto moral es madura cuando es de gratuidad, que es la propia de la relación
entre las personas: Dios, uno mismo o los demás. Se caracteriza porque cada persona es acogida y
querida por sí misma como un bien más allá de los elementos o bienes particulares que la
constituyen de carácter físico, psicológico, moral o espiritual. Es decir, el otro, con independencia
de lo que piensa, dice, siente, tiene o hace, es siempre un sujeto personal, un fin en sí mismo, una
presencia interpelante, un centro de sentido digno de ser amado, de ser tratado como un don, al que
siempre se le puede reconocer, acoger y amar. Como nos recuerda, el Concilio Vaticano II: “La
persona humana es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24; CEC
1703).
La lógica humana está herida cuando es instrumental porque se aplica a las personas la
lógica propia de la relación con la naturaleza, bien se trate de cosas, plantas o animales. Esta lógica
se caracteriza porque la naturaleza es considerada como medio para alcanzar un fin, dándole un
sentido según el propio interés o necesidad y ejerciendo sobre ella un dominio que permite al
hombre poseerla, usarla o servirse de ella. Cuando se aplica a la persona, ésta queda reducida a
objeto, convirtiéndose en un medio o instrumento que tiene un valor condicionado por el interés, el
beneficio o la utilidad que puede sacarse de ella. Así, por ejemplo, la instrumentalización o
cosificación del el ser humano se produce cuando la relación con él queda determinada por el placer
que genera, la riqueza que produce o el trabajo que presta. En efecto, como afirma el Catecismo de
la Iglesia Católica: “Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales
reducirlas mediante la violencia a la condición de objeto de consumo o a una fuente de beneficios.
San Pablo ordenaba a un amo cristiano que tratase a su esclavo cristiano "no como esclavo, sino...
como un hermano... en el Señor" (Flm 16)» (CIC 2414; VS 100)8.
Esta distinción tiene una particular importancia en nuestro mundo actual porque siendo
verdad que llama la atención que nunca como hoy las sociedades occidentales y el Estado de
derecho reconocen y defienden la dignidad de la persona y sus derechos humanos. Sin embargo, al
mismo tiempo, nunca como hoy estas mismas sociedades tienden a asimilar a las personas como
cosas al servicio de intereses concretos: se las trata como un número en las estadísticas, por ejemplo
en la macroeconomía; se las manipula como potencial comprador o cliente en la publicidad; se las
considera como algo útil en política como votante; o se les valora simplemente en clave de
rendimiento y eficacia como trabajador en las empresas...

3.3. LIBERTAD RESPONSABLE O DE ELECCIÓN.


La libertad de la persona que nos capacita para tomar decisiones y elegir entre diversas
posibilidades puede ser usada y entendida de dos modos. Cuando está sana y se utiliza bien, la

8
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. Nueva edición conforme al texto latino oficial, 15-VIII-1997, Asociación de
Editores del Catecismo, Bilbao 1999.
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CICLO INSTITUCIONAL O GRADO

podemos denominar libertad responsable. Cuando está herida y se utiliza mal, la calificamos de
libertad de elección.
La libertad responsable está unida a la verdad, pues como sostiene Jesucristo “la verdad os
hará libres” (Jn 8, 32). Presupone la dimensión social de la persona y, por tanto, la necesidad de un
encuentro interpersonal con Dios y con los demás para su verdadero ejercicio. Es concebida
principalmente como un deber interno que nace del corazón. El objetivo principal es elegir la mejor
opción entre las posibles, la más acertada y verdadera, sin dejar de luchar por ello por un mundo
más justo en derechos humanos, mejoras técnicas, jurídicas y sociales. En consecuencia, es
necesario liberarse de todo aquello que le oprime, como la vivencia desordenada o descontrolada de
instintos, sentimientos, temores y deseos, apegos, ideas, deberes, personas, cosas... debido al dolor-
placer que producen, para encaminarse hacia su superación y plenitud. Esta libertad conduce al
hombre al amor verdadero, a la paz y a la felicidad.
La libertad de elección está desvinculada de la verdad, dando lugar a la arbitrariedad y al
relativismo. Presupone una concepción individualista de la persona, considerada sólo en relación a
ella y capaz de cumplir su proyecto desde sí misma, sin necesidad de un verdadero encuentro
interpersonal con el otro. Es concebida principalmente como un derecho que ha de ser respetado
jurídicamente por los demás. El objetivo principal es poder decidir sobre el mayor número de
opciones. El único límite es el respeto a la libertad del otro con sus derechos y al pacto social
basado en un código de normas que hace posible la convivencia. En este sentido, simplemente, la
libertad de cada uno termina donde comienza la libertad del otro. Está libertad conduce al hombre a
la mera justicia, a la confrontación y a la insatisfacción.
Para comprender la importancia actual de la distinción entre libertad responsable y libertad
de elección nos podemos referir, por ejemplo, a la educación, que se vive como una verdadera
emergencia en nuestros días. Sin embargo, en el mundo de hoy el arte de educar a los más jóvenes
en la familia, en la escuela, en la sociedad o en la Iglesia se está convirtiendo en algo
verdaderamente arduo y difícil. Ello es debido a la confusión de las ideas, a la complejidad de las
elecciones y a la falta de verdaderos puntos de referencia morales. Por eso, no se trata sólo de
respetar la libertad de elección enseñándoles muchos contenidos, mostrándoles las diversas
posibilidades en las principales cuestiones o formándoles en técnicas útiles para la vida. Quizá hoy
esto sea más fácil que nunca. Más bien, se trata sobre todo de enseñar a distinguir lo mejor y a
elegir lo más adecuado en el mercado de ideas y conductas tan plural en el que vivimos. Ello exige
formarles y capacitarles en vivir la libertad de responsabilidad. De lo contrario el ambiente tóxico
en el que vivimos hace estragos en los más vulnerables, como está ocurriendo, por ejemplo, en el
mundo de la comunicación y de la sexualidad.

3.4. CONCIENCIA PENITENTE O SATISFECHA DE SÍ


La conciencia moral implica a toda la persona en cada acto humano que realiza. En su
interior alberga la sindéresis, una instancia teológico-moral objetiva que nos guía y nos permite
distinguir el bien y el mal y en la que se encuentran los primeros principios de la vida moral9.
También encontramos su dimensión subjetiva por la que el hombre actúa como unidad personal
consciente, voluntaria libre responsable y creyente juzgando e interpretando en cada situación
particular lo que debe hacer. Por ello, tan importante es que la persona sea responsable de formar su
conciencia como de actuar desde ella, sin que nadie lo pueda sustituir. Está en juego discernir y
sentir internamente la verdad. Para comprender adecuadamente esta importante función de la
conciencia moral del hombre es necesario tener en cuenta que ella se puede presentar, como

9
Cf. CEC 1780; SANTO TOMÁS, De veritate, La sindéresis.
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CICLO INSTITUCIONAL O GRADO

sostiene San Juan Pablo II en su encíclica Veritatis Splendor, con “dos actitudes diferentes”: “una
conciencia penitente” o “una conciencia como satisfecha se sí misma” (VS 104)10.
La conciencia penitente “es plenamente consciente de la fragilidad de la propia naturaleza y
ve en las propias faltas, cualesquiera que sean las justificaciones subjetivas, una confirmación del
propio ser necesitado de redención” (VS 104). El hombre que posee una conciencia penitente
reconoce su necesidad de conversión debido a que se conoce en su debilidad, sabe en qué consiste
su pecado y reconoce cuál es su responsabilidad. Por todo ello, se acoge a la misericordia de Dios y
se encamina hacia la plenitud y salvación que le ofrece, sin falsos autoengaños ni
autojustificaciones. Ello tiene como consecuencia que su autonomía personal es verdadera y justa
pues le permite ejercer el libre arbitrio abierto a la acción de la gracia que Dios le ofrece. De este
modo se deja iluminar la razón por las leyes o normas morales y fortalecer la voluntad por las
virtudes que desea practicar. Por último, todo ello le ayuda a asumir, orientar, elevar y ordenar las
pasiones y sentimientos hacia el verdadero bien.
La conciencia satisfecha de sí misma, “cree que puede observar la ley sin la ayuda de la
gracia y está convencida de no necesitar la misericordia” de Dios (VS 104). El hombre que posee
una conciencia satisfecha de sí misma no siente la necesidad de convertirse debido a que no sabe lo
débil que es ni asume la responsabilidad de su pecado. Por todo ello, se resiste a la misericordia de
Dios y se justifica en sus errores y autoengaños produciendo en él un progresivo deterioro personal
hasta su degradación. Ello tiene como consecuencia que su autonomía personal es falsa e injusta
pues le lleva a vivir el libre arbitrio como autosuficiencia que le cierra a la acción de la gracia que
Dios le ofrece. De este modo, su razón queda ofuscada para comprender y vivir las leyes o normas
morales y su voluntad queda debilitada practicando los vicios que dañan su alma y su existencia.
Por último, todo ello le impulsa a vivir de modo desordenado y descontrolado la afectividad que lo
conduce hacia su propio mal.
Para caer en la cuenta de la importancia de la distinción entre conciencia penitente y
satisfecha de sí misma podemos referirnos al reconocimiento del derecho a la libertad de conciencia
y la libertad religiosa. No cabe duda que en el mundo actual se vive como una conquista de la
civilización occidental. Es cierto que los estados de las naciones europeas no siempre respetan estos
derechos promoviendo en ocasiones por un laicismo beligerante. Pero también es cierto que el
ciudadano europeo que ha sido protegido por estos derechos no siempre los ha ejercido
correctamente. Ello se debe a que en un mundo superficial como el nuestro se invoca la conciencia
simplemente como una opinión, una decisión o un sentimiento pero no como una convicción que
implica a toda la persona después de un profundo proceso de búsqueda y discernimiento personal.

IV. CONCLUSIÓN
La exposición que acabo de realizar sobre la santidad entendida como comportamiento
moralmente maduro de una persona creyente ha señalado algunas heridas que lo ponen en un serio
peligro y dificultad.
Por eso quiero concluir mis palabras invitándoos a que nos preguntemos: ¿Es posible al
hombre emprender y avanzar verdaderamente en el camino de la madurez moral? Tres afirmaciones
nos llenan de esperanza:
1ª El hombre queda afectado por su pecado y por sus heridas en “todo” (“totus”) su ser pero no
“totalmente” (“totaliter”) en su raíz. Si la libertad del hombre quedara determinada, condicionada o
dañada totalmente en su raíz y no simplemente influenciada por factores externos (sociales,
culturales...) o internos (genéticos, psicológicos, religiosos, morales...), quedaría anulada y ni el

10
Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis Splendor. Sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de
la Iglesia, 06-VIII-1993.
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CICLO INSTITUCIONAL O GRADO

comportamiento moral ni menos aún su santidad y madurez serían posibles. El Concilio de Trento
clarificó este punto frente a los protestantes11.
2ª El Señor nos ofrece su amor y su salvación gratuitamente pero necesita del hombre y su libertad
para salvarlo. Al mismo tiempo, el hombre puede contar siempre con la gracia y la ayuda de Dios
en su proceso de madurez moral y conversión personal. En consecuencia, sólo cuando la gracia de
Dios se une a la libertad del hombre herido por su pecado es posible avanzar en el camino que le
conduce a la plenitud, felicidad y santidad. San Agustín sostiene que “quien te hizo sin ti, no te
justificará sin ti”12.
3ª El hombre no siempre puede impedir qué y quién le hace daño. Pero sí que puede evitar que le
haga mal o incluso, más aún, que lo acontecido se convierta en una ocasión privilegiada para el
crecimiento personal. En efecto, “a los que aman a Dios todo les sirve para bien” (Rom 8, 28). Por
tanto, no siempre somos responsables de las heridas que nos infligen pero sí de cómo las
gestionamos y vivimos. La libertad siempre es posible ejercerla a partir de lo que nos ocurre por
muy negativo que sea, hasta el punto de que el pecado puede convertirse en un magnífico aliado de
nuestra madurez. Así lo defiende claramente el Papa Francisco: “Sólo quien ha sido acariciado por
la ternura de la misericordia, conoce verdaderamente al Señor. El lugar privilegiado del encuentro
es la caricia de la misericordia de Jesucristo hacia mi pecado. Es por esto, algunas veces, que
ustedes me han escuchado decir que el lugar, el lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo es
mi pecado. Es gracias a este abrazo de misericordia que se sienten las ganas de responder y de
cambiar, y que puede surgir una vida diferente”13. Precisamente esta experiencia es la que nos
puede llevar a “querer en primer lugar, después pedir, a continuación permitir que, por las heridas
de nuestro Salvador, el Padre del cielo se ocupe de nuestras heridas y las cure”14.

11
Cf. Dz 1539.1555.1559.1575.1576.1581.
12
S. Agustín, Sermón 169, 13.
13
FRANCISCO, Discurso a los miembros de Comunión y liberación, 07-III-2015.
14
GEORG VON LENGERKE; DÖRTE SCHRÖRMGES, EDS., Youcat español. Tu libro de oración, Ed. Encuentro, Madrid
20175, p. 146.
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CICLO INSTITUCIONAL O GRADO

LA SANTIDAD COMO CATEGORÍA TEOLÓGICO-MORAL EN LA EXHORTACIÓN


APOSTÓLICA GAUDETE ET EXSULTATE

I. EN GENERAL
Presenta la estructura, el fundamento y los elementos constitutivos de la santidad. Pertenece al
ámbito de la Teología Moral Fundamental. Se encuentra en los capítulos 1 y 2. Distingue:

1.1. LA SANTIDAD OBJETIVA como vocación: fe, salvación, vida eterna


- Introducción: nn. 1-2
- Capítulo 1: nn. 3-8; 9-15
- Conclusión: n. 177

1.2. LA SANTIDAD SUBJETIVA como comportamiento moralmente maduro de una persona creyente

a) La opción fundamental de fe y caridad y autorreferencial


- Capítulo 1: nn. 22-34; 16-18
- Capítulo 2: nn. 35-38; 47-51
b) La lógica de gratuidad e instrumental
- Capítulo 2: nn. 39-46
c) La libertad de responsabilidad y de elección
- Capítulo 2: nn. 52-56
d) La conciencia penitente y satisfecha de sí.
- Capítulo 1: nn. 19-21 (Cristo)
- Capítulo 2: nn. 60 (Virtudes); 57-59.61 (Leyes o normas)

II. EN PARTICULAR
Presenta los contenidos específicos que forman parte de la santidad. Pertenece al ámbito de la
Teología Moral Especial. Se encuentra en los capítulos 3, 4 y 5. Distingue:

2.1. LAS BIENAVENTURANZAS


Introducción: Capítulo 3: nn. 63-66
a) La pobreza de espíritu: Capítulo 3: nn. 67-70
b) La mansedumbre: Capítulo 3: nn. 71-74
c) Los que lloran: Capítulo 3: nn. 75-76
d) Los que tienen hambre y sed de la justicia: Capítulo 3: nn. 77-79
e) La misericordia: Capítulo 3: nn. 80-82; 95-109
f) La limpieza de corazón: Capítulo 3: nn. 83-86
g) La paz: Capítulo 3: nn. 87-89
h) La persecución a causa de la justicia: Capítulo 3: nn. 90-94

2.1. LAS VIRTUDES


Introducción: Capítulo 4: nn. 110-111
a) Aguante, paciencia y mansedumbre: Capítulo 4: nn. 112-121
b) Alegría y sentido del humor: Capítulo 4: nn. 122-128
c) Audacia y fervor: Capítulo 4: nn. 129-139
d) En comunidad: Capítulo 4: nn. 140-146
e) La oración: Capítulo 4: nn. 147-157
f) El combate y la vigilancia: Capítulo 5: nn. 158-165
g) El discernimiento: Capítulo 5: nn. 166-175
h) María: Capítulo 5: nn. 176
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