Además del Diálogo sobre la dignidad del hombre, de Hernán Pérez de Oliva (obra
vista en el tema II), tiene extraordinario interés la obra Diálogo de la lengua, de Juan
de Valdés (1509 – 1541). Escrita en Nápoles alrededor de 1535 (aunque no se publicó
hasta 1736) es un documento fundamental para la historia de la lengua y una clara
defensa de la lengua castellana y de la claridad, sencillez, sobriedad y naturalidad del
estilo.
Los interlocutores del diálogo son cuatro amigos (Marcio, Valdés, Coriolano y
Pacheco) que se reúnen a comer y entablan una conversación acerca de la lengua
castellana. Vemos algún fragmento:
“MARCIO.- Me maravillo mucho que os parezca cosa tan extraña el hablar en la lengua que os
es natural. Decidme: si las cartas de que os queremos demandar cuenta fueran latinas,
¿tuvierais por cosa fuera de propósito que os demandáramos cuenta de ellas?
(…)
VALDÉS.- Porque he aprendido la lengua latina por arte y libros, y la castellana por uso, de
manera que de la latina podría dar cuenta por el arte y por los libros en que la aprendí, y de la
castellana no, sino por el uso común de hablar, por donde tengo razón de juzgar por cosa fuera
de propósito que me queráis demandar cuenta de lo que está fuera de toda cuenta.
(…)
En esta obra, Fray Luis sintetizó en prosa el contenido de sus poesías. Su gestación
duró varios años y se publicó estructurada en dos partes en 1583, y en tres, en 1585.
Los interlocutores de este diálogo son Marcelo, Sabino y Juliano, reunidos en la
Flecha, finca de los agustinos en cuya huerta contemplan la Naturaleza:
“De los nombres de Cristo (Introducción)
Introdúcese el asunto con la idea de un coloquio que tuvieron tres amigos en una casa de
recreo. (…) soledad de una granja (…) a la huerta (…) deleite en la vista (…) sombra de unas
parras y junto a la corriente de una pequeña fuente (…) Sabino, que (…) era el más mozo,
mirando hacia Marcelo y sonriéndose, comenzó a decir así:
-Algunos hay a quien la vista del campo los enmudece, y debe de ser condición de espíritus de
entendimiento profundo; mas yo, como los pájaros, en viendo lo verde, deseo o cantar o hablar.
-(…) no es alteza de entendimiento (…) sino cualidad de edad y humores diferentes (…)
Entonces Sabino, desplegando el papel, leyó el título que decía: De los nombres de Cristo; y no
leyó más, y dijo luego:
-Por cierto caso hallé hoy este papel, que es de Marcelo, adonde, como parece, tiene apuntados
algunos de los nombres con que Cristo es llamado en la Sagrada Escritura, y los lugares
adonde es llamado así. (…)
Príncipe de paz (Libro II)
Explícase qué cosa es paz, cómo Cristo es su autor, y, por tanto, llamado Príncipe de Paz
(…)
-(…) ¿Qué otra cosa es sino paz, o ciertamente una imagen perfecta de paz, esto que ahora
vemos en el cielo y que con tanto deleite se nos viene a los ojos? Que si la paz es, como San
Agustín breve y verdaderamente concluye, una orden sosegada o un tercer sosiego y firmeza en
lo que pide el buen orden, eso mismo es lo que nos descubre ahora esta imagen (…) veremos
que este concierto y orden de las estrellas, mirándolo, pone en nuestras almas sosiego (…) los
deseos nuestros y las afecciones turbadas, (…) se van aquietando poco a poco (…) Porque
cuanto se obra en esta vida por lo que vivimos en ella, y cuanto se desea y afana, es para
conseguir este bien de la paz; (…) Porque, o siguen [los hombres] algún bien que les falta, o
huyen algún mal que los enoja. (…)
Y si la paz es tan grande y tan único bien, ¿quién podrá ser príncipe de ella, esto es, causador
de ella y principal fuente suya, sino ese mismo que nos es el principio y el autor de todos los
bienes, Jesucristo, Señor y Dios nuestro? (…) dos cosas diferentes son las de que se hace la
paz, conviene a saber: sosiego y orden. (…) entendemos luego que puede haber paz en él [en
el hombre] por tres diferentes maneras. Una, si estuviere bien concertado con Dios; otra, si él,
dentro de sí mismo, viviere en concierto; y la tercera, si no se atravesare ni encontrare con
otros”.
La gesta del descubrimiento de América dio lugar a una abundante literatura sobre las
hazañas de los conquistadores, las descripciones de las nuevas tierras, sus habitantes
y costumbres. Ofrecen diferentes puntos de vista sobre una misma realidad. Como
ejemplo revisamos dos visiones en estilos muy diferentes.
Por un lado, la de Bernal Díez del Castillo (1492 – 1581) con su obra Historia
verdadera de la conquista de la Nueva España en la que intenta hacer protagonista de
la empresa a todos cuantos participaron en ella. Su estilo es muy ágil, vivo y
espontáneo:
“Capítulo LXXIX
Cómo vinieron cartas a Cortés como en el puerto de la Veracruz había llegado Cristóbal de
Tapia con dos navíos, y traía provisiones de su Majestad para que gobernase la Nueva España.
Y lo que sobre ello se acordó y luego se hizo (…)
Dejemos este negocio de Tapia y digamos cómo Cortés envió luego a Pedro de Alvarado, a
poblar Tututepeque, que era tierra rica de oro; y para que bien lo entiendan los que no saben los
nombres de estos pueblos, una es Tustepeque, adonde fue Sandoval, y otro es Tututepeque,
Por el otro, la de Francisco López de Gómara (1512 – 1572?) con su obra Historia de
las Indias y conquista de México en la que trata de hacer una apología de Hernán
Cortés, de quien era capellán. En este caso, el estilo es más culto y plagado de citas
de autores clásicos:
“Qué cosa son grados (VIII)
Parecerá vanidad querer situar la grandeza de la tierra, y es fácil cosa, pues su sitio está en
medio del mundo. Sus aledaños es la mar que la rodea. No lo sé decir más breve ni más
verdadero. Mela dice que son oriente y poniente, septentrión y mediodía, y aun David apunta lo
mismo en el salmo ciento seis. (…) Eróstenes no puso sino los polos norte y sur aledaños,
partiendo la tierra con el camino del sol; y Marco Varrón loa mucho esta repartición, por muy
conforme a razón.
La honra y las mercedes que los Reyes Católicos hicieron a Colón por haber descubierto
las Indias (XVII)
Estaban los Reyes Católicos en Barcelona cuando Colón desembarcó en Palos, y hubo de ir
allá. (…) Unos decían que había hallado la navegación que cartagineses vedaron; otros, la que
Platón, en Critias, pone por perdida con la tormenta y mucho cieno que creció en la mar; y otros,
que había cumplido lo que adivinó Séneca en la tragedia Medea, do dice: ‘Vendrán tiempos de
aquí a mucho que se descubrirán nuevos mundos, y entonces no será Thule la postrera de las
tierras’. (…)”