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El bebé del psicoanalista ..,;


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Perspectivas clínicas

Philippe Gutton

Amorrortu editores
Buenos Aires
Directores de la biblioteca de psicología Y psicoanálisis, Jorge
Colapinto y David Maldavsky
Le bébé du psychanalyste. Perspectives cliniques, Philippe Gutton
© Editions du Centurion, 1983
Traducción, José Castelló

Unica edición en castellano autorizada por Editions du Centu-


rion, París, y debidamente protegida en todos los países. Queda
hecho el depósito que previene Ja ley n ° 11. 723. © Todos los
derechos de la edición castellana reservados por Amorrortu edi-
tores, S.A., Paraguay 1225, 7° piso, Buenos Aires.

La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica


o modificada por cualquier medio mecánico o electrónico, in-
cluyendo fotocopia, grabación o cualquier sistema de almacena-
miento y recuperación de información, no autorizada por los edi-
tores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser
previamente solicitada.

Industria argentina. Made in Argentina.

ISBN 950-518-492-1
ISBN 2-227-00501-7, París, edición original

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Indice general

11 Prefacio

19 Introducción. El lactante psicoanalítico

21 Primera parte. El cuerpo libidinal

23 1. Apuntalamientos

23 1. El apuntalamiento de las pulsiones libidinales


25 II. La seducción primaria
30 111. Señalamientos

35 2. Por una semiología libidinal del bebé

36 I. Psicología del comportamiento


38 lI. Fisiología del funcionamiento libidinal
41 lll. Originalidad del cuerpo erógeno
42 La condensación
44 El desplazamiento
45 IV . Abordaje semiológico de las actividades del niño

53 Segunda parte. De la educación en la relación


madre-hijo

55 l. Moc;lelos

69 2. Semiología de los cuidados maternos

69 l. Los cuidados maternos en su función operatoria

~
~ 7_6 II . La relación objetal de la madre
_.., -,
76 Continuidad y discontinuidad de los cuidados maternos
-¡8 El lactante y el registro de las significaciones
81 Libido y agresividad en los cuidados maternos
88 III . La unidad narcisista primaria
89 La regresión materna
94 Constitución de la unidad narcisista primaria

105 3. Ensayo sobre las disarmonías de la díada madre-hijo

106 1. Los hiperfuncionamientos de la díada madre-hijo


122 II . La hipoactividad de la díada madre-hijo
123 Ill. La cuestión de la organicidad: Investigación sobre la
oralidad del lactante

133 Tercera parte. Inadecuaciones

135 1. Desinvestiduras e investiduras maternas

135 1. La desinvestidura materna. La escisión de la unidad


narcisista primaria
135 Las características de la desinvestidura materna
139 El hijo desinvestido
143 II. La represión originaria
146 III. Teoría de los intercambios mutuos de la madre y el
hijo
146 Los intercambios mutuos como actividades lúdicas de la
madre
148 Las «actuaciones» maternas
150 IV . La cuestión de la paternidad
152 V. Gravitación del hijo sobre las investiduras parentales
152 La repercusión de todo episodio somático sobre las
investiduras parentales
155 Las particularidades del estado de duelo

160 2. Agrupamientos semiológicos en el bebé

161 l. Hiperfuncionamiento del cuerpo libidinal


162 Los ejemplos semiológicos, un campo en que se ponen a
prueba las teorías

8
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-----
174 Mecanismos psicopatológicos de los hiperfuncionamientos
libidinales
181 II. Hipo funcionamiento del cuerpo libidinal
181 El mecanismo primordial constituido por la represión
originaria
183 Ejemplos semiológicos de trastornos funcionales

195 Referencias bibliográficas

--

~--·

Prefacio
Léon Kreis/er

En estos últimos años hemos asistido a un fenómeno muy


curioso. Después de morar interminablemente en la sombra, el
bebé aparece por todas partes bajo las luces de la actualidad psico-
lógica; ocasiona monografías y encuentros que se multiplican a
ritmo acelerado. En la primavera de 1980 sesionó en Cascais,
Portugal, el Primer Congreso Mundial de Psiquiatría del Lac-
tante, lo que valió a nuestro personaje un certificado oficial de
presencia y un marbete de autonomía. Está claro que el doctor
Philippe Gutton no es un epígorto dentro de este movimiento,
y así lo prueban sus largos añ.os de docente universitario y, aho-
ra, el maduro producto de una labor reflexiva que germinó, ha-
ce ya tiempo, en las salas de un servicio de pediatría.
Este es un libro de teoría psicoanalítica, focalizado eii'la uni-
dad narcisista primaria, el amanecer de la existencia. Cuando
me hizo el honor de solicitarme que lo prologara, Philippe Gut-
ton sabía perfectamente que no se estaba dirigiendo a un orfe-
bre de la metapsicología, sino a alguien dedicado a la práctica
de la pediatría y la psiquiatría infantil. Prefirió correr este ries-
go para mantenerse en la recta línea de una investigación tras-
disciplinaria de la que él se ha hecho abogado. El jardinero que
trabaja en el mal desbrozado terreno de los primeros meses de
vida dispone de un solo criterio para evaluar una especulación:
el pragmático, lo que es decir la resonancia que pueda descubrir
en ella desde su propia experiencia, la coherencia que tenga con
sus procedimientos (que suponen un continuo ir y venir de la
teoría a la práctica y viceversa) y, finalmente, el partido que le
pueda extraer para la cura de los brotes desordenados, cuando
comienzan a desarrollarse. En este libro he encontrado vivas in-
citaciones derivadas de muchas concordancias y, también, dife-
rencias, que me cuidaré mucho de ocultar: la aprobación sin re-
servas es la peor antinomia de la estima, que en cambio tiene
su aliada más (~cunda en las opiniones críticas.
Philippe Gutton no ha necesitado ir más allá de las líneas
introductorias para revelarnos su proyecto y sus recursos, la teo-
ría que lo anima, las aspiraciones que alienta y el desafío que
plantea.

11
Múltiple desafío, ciertamente, ya que la observación directa
del niño muy pequeño hecha por el psicoanalista contiene buen
número de presupuestos, de los cuales ninguno es evidente: un
método sometido a duras críticas epistemológicas, reflejadas con
abundancia en escritos recientes; 1 la tentativa de lograr la con-
cordancia del bebé de la realidad con un bebé mítico, surgido
de la reconstitución del pasado; «la paradoja que instala al psico-
analista en una psicología y una psicopatología del comporta-
miento» cuando ha dejado el diván para deambular por la nur-
sery. . . y otras más.
¿En qué medida la observación directa de un niño que toda-
vía carece de lenguaje puede ilustrarnos sobre su psiquismo? De-
cisiva cuestión, que no cesa de ser el centro de apasionadas con-
troversias, de la más palpitante actualidad. ¿Pasa quizá con ella
lo que con el albergue español, es decir, para el caso, que allí
no se encuentra sino lo que han traído los descubrimientos he-
chos mediante la predicción del pasado «recompuesto», propia
del método psicoanalítico? ¿Hay que dar crédito a quienes afir-
man que si hubo progresos después de Freud fue gracias a aque-
llos que , supieron aventurarse en «el cuarto de los niños»
(J .-B. Pontalis), con sus tentaciones y sus riesgos?
Sea cual fu ere el resultado de esta controversia, el camino
elegido por Gutton ha de enriquecer al pediatra que se propone
obtener un mejor conocimiento del niño a través del psicoanáli-
sis, y no del psicoanálisis a través del niño: ese pediatra a quien
su función instala en la observación directa frente a trastornos
de los cuales muchos se revelan únicamente bajo la forma de
conductas.

·En esta última década nos hemos lanzado -o relanzado-


ª descubrir al recién nacido, como si se tratase de un mundo
nuevo. Junto a la cuna se apretuja una heterogénea multitud de
disciplinas varias, que vuelcan sobre nosotros una buena masa
de información. Nuestro conocimiento del bP.bé resultó modi-
ficado, y muchas ideas debieron ser reconsideradas.
El núcleo de estas nuevas exploraciones ha sido la interac-
ción, llevada al nivel de objeto singular de la investigación, por
el camino de una observación, cada vez más aguzada, de los fe-
nómenos que discurren entre el niño y su coagonista.
U na gran sorpresa ha sido la extensión de las capacidades
perceptivas del recién nacido, y la multiplicidad de los canales
de comunicación de que dispone dentro de la relación primaria.

1 J .-B. Pontalis et al., «L'enfant», Nouvel/e Revue Franc,aise de Psychanaly-

se, París: Gallimard, 1979.

12
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. . Hast~ hace poc? se hablaba de barreras perceptivas del re-
cten nacido, excepción hecha de la oralidad y la sensibiºl"d 1 ªd en
sus d 1·rerentes mo d a lºd
i ad es, incluido
· el sentido del equ"lºb ·
. El ., . i i no
(R. A . Spttz). rec1en nacido no es, como se creyó por much
tiempo, la víctima de un sistema sensoriomotor deficiente sin~
que, por lo contrario, desde un primer momento aparece d~tado
de un importante equipo de comunicación por todos los canales
sensoriomotores: el visual, el auditivo, el olfativo; reconocerá-
pidamente la voz y el olor de la madre, tiene notables aptitudes
imitativas y presenta una sincronización de la motricidad que
se amolda a las inflexiones de la voz y de la mímica. El recién
nacido no es un pasivo receptáculo, circunscrito a funciones pu-
ramente internas y automáticas, concentrado en sí mismo en el
marco de una monótona y abrupta alternancia de tensión y dis-
tensión, vigilia y sueño. Es un partícipe activo, dotado de inicia-
tiva y apetencias, apto para aprehender, para conocer, para pro-
vocar la comunicación. Con el término «competencia» se desig-
na su triple aptitud de percibir las señales emitidas, reaccionar
a esas señales y provocar la comunicación. Lejos estamos de las
imágenes sugeridas por el narcisismo primario, con un niño re-
cluido en un estado anobjetal, totalmente investido sobre sí mis-
mo en un mundo clausurado, casi sordo y ciego a los estímulos
del exterior -salvo los que hubieran conseguido romper la ba-
rrera de la «protección antiestímulo»-, sujeto a una monótona
oscilación pendular entre tensión y distensión, absorbido por el
regreso a la beatitud oceánica. ¿Qué hay del autismo primario
(M. Mahler), atribuido al período inicial del desarrollo?
En las nuevas descripciones, me ha dicho Philippe Gutton,
no hay nada que venga a descompaginar sus puntos de vista,
lo cual me alegra. Dejemos que él se encargue de explicárselo
a sus colegas, en una de esas confrontaciones en que periódica-
mente se enzarzan los analistas a causa de sus ideas sobre el
narcisismo.

Los estudios invocados son tributarios de métodos que resul-


tan, con mucho, otros tantos calcos de los de la etología, o deri-
vados de esta disciplina. Podrán ser todo lo agudos que se quie-
ra, pero nunca harán más que explorar conductas interactivas
visibles y producir una fenomenología cuyo interés naturalista
será sin duda apasionante, pero que se revelaría seca y vaciada
de sustancia si quedase limitada a su envoltura conducta!. Así
es como no~hemos visto impulsados a introducir, frente a los
fenómenos - de la interacción concreta, visible y observable
~interacción real, si se prefiere-, la noción de interacciónfantas-
mática (B. Cramer). «El "holding" de Winnicott ilustra cabal-

13

.
mente sobre esta doble figura transaccional. Tiene valor fantas-
mático cuando describe el funcionamiento psíquico de la mater-
nalidad. Al mismo tiempo se refiere a la interacción mediante
el cuerpo a cuerpo madre-hijo, y es justamente esta inscripción
carnal, perceptiva y motriz de la relación objetal fantasmática
lo que este tipo de estudio permite abordar». La dialéctica inter-
activa se dirige a reducir el foso abierto por la diferencia entre
conducta y elaboración mental de la conducta. La esencia de ese
proyecto, que es fundamental, se trasluce en filigrana por la tra-
ma de la obra, de un extremo a otro.

La observación psiquiátrica del lactante lleva la finalidad de


analizar, para reabordarlos en la globalidad de una sola y mis-
ma percepción: los síntomas del niño y las modalidades del fun-
cionamiento mental que este presenta; a la madre (lo cual inclu-
ye, naturalmente, el estatuto paterno); los fenómenos de la inter-
.acción, que caracterizan la relación en la díada primitiva; el me-
dio familiar y la economía de su funcionamiento. La observa-
ción misma es ampliamente interactiva, atenta a los fenómenos
que circulan, durante el desarrollo temporal de la investigación,
en la relación triangular madre (y/ o padres)-niño-observador.
El libro nos invita a un cuestionamiento selectivo de la psico-
patología somática, pero no olvidemos que junto a esta revistan
la patología del desarrollo, la expresión motriz, y estados sufi-
cientemente definidos para designar, desde los primeros meses,
la depresión o la psicosis.
En patología psicosomática tiene prevalencia el enfoque eco-
nómico, sin subestimar a los otros dos, el tópico y el dinámico,
a los que el autor dedica las más cuidadosas elaboraciones .. Con-
fío en qne sabrá disculparme si le sefialo que no es posible de-
sentenderse del aspecto cuantitativo de los fenómenos, según él
lo sugiere en varias oportunidades. Hacerlo sería omitir una di-
mensión esencial, teórica y práctica a la vez. Por eso he propues-
to, en L 'enfant du désordre psychosomatique, separar en dos
orientaciones opuestas los influjos etiológicos (a condición, sin
embargo, de graduarlos unos con otros en los hechos): la sobre-
carga de excitación por un lado; la insuficiencia y la carencia, por
el otro. La primera contiene una dinámica conflictual por exceso
o por distorsión; el fracaso de la protección antiestímulo. Con-
curre a los trastornos funcionales más comunes, el cólico del pri-
mer trimestre, el.síndrome de los gritos paroxísticos, algunos in-
somnios, ciertas anorexias. La otra designa la carencia y la frus-
tración crónicas, una interacción en blanco. Comprende la pato-
logía del vacío, que es la más severa, los trastornos funcionales
de alto riesgo que se mantienen dentro de un circuito repetitivo

14
mortífero (insomnio y anorexia primaria graves, vómitos psicó-
genos, mericismo) y la «depresión blanca», generadora de diver-
sos trastornos lesiona les, capaces de afectar a todos los aparatos .
del funcionamiento somático. La depresión primaria es la más
visible escenificación del fracaso de los instintos de vida.2 Las de-
sorganizaciones infantiles letales nos ponen frente a la pulsión de
muerte, que Gutton, si no me equivoco, elude. Dentro de nues-
tras concepciones, se trata de un punto central. «Los nexos entre
los movimientos individuales de vida y de muerte sientan las ba-
ses de la economía psicosomática en la globalidad de una duali-
dad pulsional fundamental. El instinto de vida sostiene a las fuer-
zas constructivas en un trabajo de ligazón y de síntesis. El instin-
to de muerte incita a la desorganización, a la repetición, al frac-
cionamiento» (P. Marty).

Una destacada originalidad de los movimientos psicosomáti-


cos -los de mayor elaboración dentro del psicoanálisis- consis-
te en atribuir a la economía del funcionamiento psíquico lo esen-
cial de las cualidades defensivas frente a la desorganización cor-
poral. ~ cualquier edad que sea, un firme funcionamiento del
aparato psíquico constituye lo esencial de las defensas que se opo-
nen a la desorganización psicosomática.
En el lactante, cuya organización mental permanece incon-
clusa, la correspondiente instancia defensiva está constituida por
el universo de los cuidados maternos. La economía de la interac-
ción madre-hijo apuntala y administra la economía mental y so-
mática del bebé-.
A partir de los descubrimientos teóricos de Pierre Marty, que
tienen como base el pensamiento operatorio, dentro del aparato
psíquico se asigná una atención específica al funcionamiento del
preconciente, en el interior de la primera tópica. Su valorización
es fundamental en clínica psicosomática: «La primera tópica ase-
gura el funcionamiento, mientras que la segunda anima el dra-
ma» (Michel Fain). El drama no es otro que el contenido de la
neurosis; que vendría a embrollar una comprensión psicosomá-
tica monopolizada por el modelo simbólico de la histeria. Cada
vez que se habla de falta de mentalización, de lo que en rigor
se trata es del preconciente. En esto no va en juego la simple
denominación verbal de un concepto teórico, sino una reconoci-
da verdad clínica. Las cualidades esenciales que se atribuyen al
preconciente son el espesor, que contiene los diferentes niveles
,.,-
2 L. Kreisler, uLa dépression, phénomene majeur de la désorganisation
psychosomatique. Désorganisation psychosomatique mortelle», L 'enfant du dés-
ordre psychosomatique, París: Privat, 198 l.

15
de representación; la permeabilidad, que permite la circulación
1
entre el sistema inconciente y el sistema conciente, las otras dos
instancias; y la permanencia, que garantiza la estabilidad del
funcionamiento.
Llama mucho la atención que estos atributos sean ni más ni
menos aquellos de la economía funcional en la mutualidad primi-
tiva. Su plenitud contiene toda la dimensión que el autor de esta
obra analiza con notable precisión teórica: el cuerpo erógeno del
bebé, significativo del movimiento pulsional que tiene al cuerpo
biológico por objeto; el apuntalamiento pulsional, la seducción
primaria, etc. La permeabilidad indica la fluidez de la adapta-
ción mutua, sus infinitas evoluciones, la adecuación de las res-
puestas recíprocas. La estabilidad define la coherencia, necesa-
ria para la reunión de los fragmentos todavía dispersos en el frac-
cionamiento del «mosaico primitivo». En la fase -posterior-
del segundo semestre, constructiva de la relación de objeto por
internalización de la imago materna, lo esencial del funciona-
miento económico se encuentra en la distribución entre las in-
vestiduras autoeróticas y narcisistas, por una parte, y las objeta-
les, por la: otra. Esto nos lleva a pensar en la prehistoria del fun-
cionamiento y en la génesis de las funciones de representación;
y en los nexos de estas con la función simbólica. Pero la historia
natural de la construcción psicosomática en el desarrollo del ni-
ño no ha sido escrita todavía.
Las propuestas referidas a la economía psicosomática tuvie-
ron por corolario la elaboración de una nosografía estructural
basada en las modalidades funcionales del psiquismo que expo-
nen al paciente a la desorganización, por ejemplo, en lo tocante
al niño, la neurosis de conducta, los estados neuróticos mal ela-
borados, las inorganicidades, la estructura alérgica ... No es utó-
pico esperar para la patología ultraprecoz una clínica de los in-
tercambios mutuos que tome por fundamento las desviaciones
del funcionamiento interactivo en la relación primaria.

La tentativa de Philippe Gutton propende, según sus propios


términos, a una recuperación, una selección, una remodelación
de los conceptos empleados en el psicoanálisis de niños, a poste-
riori, para cotejarlos con la semiología de la conducta del lac-
tante. Este trabajo en la «anterioridad» (avant-coup), ¿no cons-
tituirá una trasgresión frente al psicoanalista, así como frente
al psicoanálisis, cuyo conocimiento procede de la «posteriori·
dad» (apres-coup) y la confrontación de ambos tiempos? Pro-
blema irrelevante para aquel a quien su función compromete con
la realidad del bebé presente, de carne y hueso, que sufre en su
cuerpo y en su cabeza a causa de los trastornos que cruzan de

16
......--
~
uno a otro extremo el campo de la unidad fundamental prima-
ria. Este libro le brinda la suma de un instrumento conceptual,
ajustado a la actualidad de su experiencia, que así ganará en for-
taleza y precisión.

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17
!•
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Introducción. El lactante
psicoanalítico

Se observa a los lactantes. Se atiende y escucha a los padres.


Se reflexiona sobre los síntomas descritos por los pediatras.
Los bebés, en su medio, pasan a ser asunto de investigación
psicoanalítica. Hoy, y sin recurrir a la reconstrucción a posterio-
ri que es propia de las curas de niñ.os y adultos, ¿será posible
proponer un cuerpo conceptual que se adapte a la comprensión
de los datos clínicos? Creemos que sí, si corremos el riesgo de
introducir modificaciones en los conceptos y en la terminología
habituales. Escribía Freud[55]:* «Si la humanidad fuese capaz
de instruirse en la observación directa, me habría ahorrado el
trabajo de escribir este libro».
El punto de vista económico prevalece dondequiera: la libi-
do se concibe como un fluido energético qúe se abre paso al rit-
mo del funcionamiento corporal biológico, el determinismo de
cuyos datos es sin cesar modificado por ella en el tiempo y en
el espacio. Esta formulación afirma la existencia de un funcio-
namiento mental previo a la constitución del yo: confluencia muy
freudiana del proceso de placer y el principio de realidad, con-
fluencia constructiva que lleva consigo aspectos todavía poco di-
ferenciados de las actividades del ello -ya escindidos, no obs-
tante, de las necesidades- y, por otra parte, una realización
espacio-temporal en la forma de experiencia de un vivenciar per-
sonal continuo. En la línea axial de los trabajos de Anna Freud,
el cuerpo libidinal se expresa con el término de self o de sí-mismo
en su acepción genética. Su empleo evita, en la medida de lo
posible, el prefijo «pre» (preyó, preobjeto), que, a nuestro pare-
cer, genera la ilusión de que un elemento descriptivo del bebé
puede ser una forma anticipada de lo que conocemos en el niño
ya crecido. Aunque a veces ese modo de proceder demostró su
pertinencia (especialmente en R. A. Spitz), me parece oblitera-
dor de entidades, por conferirles máscaras retrospectivas; ade-
más niega la importancia revolucionaria de la ulterior reasun-
ción simbólica .d'e las experiencias de la primera edad, que así

• Los números entre corchetes corresponden a las «Referencias bibliográfi-


cas» que se hallarán al final de la obra .

19
ganan la ventaja de ser analizadas con un vocabulario autónomo.
El cuerpo libidinal del niño señala, por lo demás, un primer
desasimiento del cuerpo biológico; no obstante, el sí-mismo pre-
cede al yo; él no habla: nosotros lo hablamos. Es, para este tra-
bajo, lo que el inconciente para el psicoanalista. Investigamos
su historia económica hasta su confluencia con lo simbólico, tal
como la produce el bebé hacia el final de su primer año de vida.
El compromiso del bebé en el mundo es desde el comienzo
doble, contradictorio como la historia dialéctica. Por un lado,
está su intensa procura de adecuación, entre él y el ambiente o,
para mayor exactitud, entre él y su madre: circularidad, feed-
back, pattern específico, homeostasis, simbiosis, díada, he ahí
otras tantas expresiones que trazan ese eje de funcionamiento,
definido todavía mejor en la humorada de Winnicott [142]: «Un
bebé, eso no existe». El modelo se retoma aquí dentro del con-
cepto de unidad narcisista primaria, que comprende a la madre
y al bebé después del parto. Por el otro lado, la inadecuación
impera: neotenia de la cría humana, seducciones de las que es
objeto desde el nacimiento a raíz de los cuidados maternos. El
bebé ingresa desde el principio en la historia conflictual de los
padres, momentáneo figurante de los temas fantasmáticos pasa-
dos, representante inscrito en el inconciente de los adultos que
lo nombran; su primera experiencia consiste en la intrincación
de las pulsiones agresivas y libidinales de que es objeto: a) unido
a la madre, cuya falta colma, y mantenido a distancia objetal;
b) investido y desinvestido alternadamente y al mismo tiempo;
he ahí las posiciones antitéticas conferidas al niño, en que se re-
toman los tópicos de la adecuación y la inadecuación.

El sí-rriismo, llevado y traído de su estatuto de objeto interno


de la madre a su estatuto de objeto externo a ella, construye fór-
mulas de síntesis originales y móviles.

20

Desde que nace, el lactante es objeto, por parte de quienes
se ocupan de él -casi siempre la madre-, de cuidados que pro-
curan satisfacer sus necesidades y protegerlo del ambiente; sin
esta atención, subtendida por el amor maternal, el nifto no po-
dría sobrevivir; su dependencia inicial es absoluta, casi específi-
ca de la especie humana. En esta situación, que parece fuente
de placer para una y otra parte, el recién nacido desarrolla, de
manera progresivamente autónoma, sus propias actividades libi-
dinales. Estas se extienden entre asíntotas espacio-temporales:
sus primeras necesidades (o pulsiones de autoconservación) y las
modalidades en que son satisfechas según el deseo materno. El
cuerpo libidinal (o cuerpo erógeno) del lactante se crea y expan-
de en el seno del encuentro de su cuerpo biológico y del cuerpo
deseante de la madre.
.
.....-
~

1. Apuntalamientos

I. El apuntalamiento de las pulsiones libidinales


Entre el funcionamiento del cuerpo biológico del lactante y
los primeros desarrollos libidinales se establece una relación pri-
maria, un vínculo que se especifica en una hipótesis fundamen-
tal de la concepción freudiana: e_I apuntalamiento pulsional. Es-
ta idea aparece ya en 1905 [55) . Freud la explica- entonces to-
mando como ejemplo la actividad oral del lactante: «Al comien-
zo, claro está, la satisfacción de la zona erógena se asoció con
la satisfacción de la necesidad de alimentarse». Después, «la ne-
cesidad de 1'epetir la satisfacción sexual se divorcia entonces de
la necesidad de buscar alimento». «La función corporal provee
a la sexualidad de su fuente o zona erógena; desde el comienzo
mismo, esta le indica un objeto, que es el pecho; procura, en
fin, un deseo que no se reduce a la pura y simple saciedad del
hambre, sino que es una especie de prima de placer» [94). Cuan-
do, entre 1910 y 1912, Freud establece la oposición de las pulsio-
nes sexuales y las pulsiones de autoconservación, el apuntala-
miento viene a nombrar la relación originaria entre ambas: «El
quehacer sexual se apuntala primero en una de las funciones que
sirven a la conservación de la vida».1
El concepto traza dos características opuestas del desarrollo
de las pulsiones libidinales. En primer lugar, especifica las fuen-
tes orgánicas de estas. No existiría energía libidinal específica
respecto de los fenómenos físico-químicos de base. El concepto
de pulsión queda implícitamente ligado a los progresos de la bio-
logía moderna, densa en interrogantes . A partir de este marco de
referencia espacio-temporal, las experiencias instintuales del lac-
tante pasarán a adquirir su aspecto personalizado. Este es el se-
gundo eje de desarrollo de las actividades libidinales: aquí se apar-
tan de su finalidad biológica. Empuje de naturaleza biológica:
la pulsión nacicja «como efecto colateral, a raíz de una gran se- .
rie de procesos internos» [55) , se diferencia del orden orgánico

1 Esta_oración fue agregada por Freud en 1915, para la tercera edición de


Tres ensayos de teoría sexual.

23
por la misma modificación de ese orden que le dio origen. Es
---
reproducción ilusoria, reanudación en vacío de una actividad que
antes sirvió a una satisfacción real. La sucesión de tensiones y
descargas que caracteriza al funcionamiento pulsional puede ser
comparada con el funcionamiento de la necesidad, pero se dife-
rencia de este en que ahí se ha desvanecido la finalidad de la
fupción biológica: placer de órgano, placer-de nada. Eri.- lá fór-
mu acfiíñ :J Ll-Laplanche [93], la pulsión se vuelve autoérólica
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-ro·nDidinal,
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porque ha perdido su objeto: el objeto alimentario desapareció
eneICnupeteO.Eñest~-·deslizamiento qu~ ~vá de lo biológico
~
la plltsión dé-SviaaelOüfiTi aricr-~1-runcíonami~hto
éOr-- oral. La i01 o aesarroffa su primer~ hist~~Ta -modocÜa- 'en
a
íéctico, como antítes_is de la necesidad. El lugar del cuerpo en que
se manifiesta la pulsión (la zona erógena) es hontanar de circu-
lación de energía en que se sitúa una perpetua diferencia tensio-
nal. Esta diferencia constante de los niveles de tensión basta pa-
ra caracterizar su funcionamiento .
Nos parece que el_2roceso de a ur¡tala~~lQ!H!.Lse des-
compone abstractamente, CQ!LYS..titaia.,. en.Jr..es J~IJ1p;os ._ .El pJi-
mero de ellos es anátomo-fisiológico: el del funcionamiento de
ta necesidad. Este tiemPo ~reapire'Ze sólo en ciertas situaciones
patológicas de excepción, que los grandes progresos de la neo-
natología moderna invitan a considerar. Al decir esto pensamos
muy en especial en el prematuro. Su cuerpo parece totalmente
gobernado por el determinismo programado de la maduración
neurológica, cuya dinámica se mantiene impermeable al ambiente,
cualquiera que este sea. El medio del prematuro está constituido
por aparatos automatizados, dispuestos para mantenerlo con vi-
da, que no producen las estimulaciones habituales (alimentación
parenteral, según los principios del mantenimiento del equilibrio
humoral).
El segundo tiempo es el de la concomitancia, en torno del
obj~to anátomo-fisiológico, de la- ñecesidad y del deseo naciente.
Por ejemplo: el alimento es el objeto en que se colman el ham-
bre y los primeros deseos de succión. Esta concomitancia puede
ser concebida como período de apuntalamiento, o tiempo de
apuntalamiento, en una unidad de lugar. La zona de funciona-
miento se vuelve erógena . .Este_perjofio_~~'?mP!SE.f!~.qo q!Q...el
~i9D-PO ~~lit satisfa~~ién.--s!nq"'='M.~~ ~!.P.,¡J?~~~.,,. es decir, esos
momentos en que el niño e~presa la tensión de su necesidad, o
sea, en fin,'el tiempo deJ a señal. 2 El apuntalamiento funcional

2
Este elemento remite a la teoría de S. Freud sobre la angustia como señal
(1926); igualmente tenemos en Winnicott la función del «tiempo de seft'alaru,
para el caso del lactante, en el devenir de su capacidad de estar solo.

24
no se efectúa tanto sobre la función, cuanto sobre el funciona-
n:ie~t~ bio.lógico. En su. ~oncepción primera, el ~untal es el cuerpo
b1olog1co mnato del nmo en desarrollo. La biología moderna
cuando estudia los primeros meses de vida del hombre y el ani~
mal, procura reducir la clásica oposición entre innato y adquiri-
do, considerando más bien unidades globales de comportamien-
to con variables diversas . La pulsión, entonces, se desarrollaría
«de modo marginal» respecto de esas unidades, que incluyen,
sin diferenciarlos, los elementos internos y los elementos del
medio.
En el tercer estadio, la actividad cobra autonomía e indepen-
dencia respecto del foncionamiento biofisiológico. El chupeteo
se desarrolla entre los momentos de succión. La zona erógena
se concibe como sede de una excitación de placer irreductible
_a/ solo funcionamiento biofisiológico, situada.en eUugq[~!!_.9.µe­
se~efectúan los intercambios del organi$_1JlQS. A partir de este es-
tadio: la:::a&LV;;idad libidinal <marece simultáneament~ en las se~
,cuencias de satisf~cclóñ~(la concomitañCiaJ~Y'"ais- .
ladadéesfau1Tirriaeñél plano temporal. La inscripción tópica
fue al principio limitada por Freud a la piel y los orificios, 3 y
acabaría por ampliarse hasta llegar al concepto de un cuerpo con-
siderado en su totalidad como una zona erógena: este es el cuer-
po erógeno, o cuerpo libidinal.

11. La seducción primaria


En el ya ·mencionado ejemplo de la succión, que Freud con-
sidera, el autoerotÍSillo se construy~artir de las siguientes hue-
llas mnémicas:

1. La huella somática del alimento; la identidad de percep-


ción_asliñiTa.·!as pércepcionesCiüe-Tra] eron ¿º;-~iiüia~tisfac-
~ .C" >A-

ción de la necesidad en el nivel del mis.mo órgano sensoriomo-


tor, y constituye la forma primordial del automatismo biológico
ae repetición.
2. La huella libidinal de la succión, y luego la repetición del
chupeteo.' ·-· - · · ·
--T:-«La representación global de la persona a quien pertepecía
el órgano que le dispensaba satisfacción» [5'5] :, 7~~,: :;L t. 1
3 Conceptualización que tendremos oportunidad de criticar fundándonos en
datos de la etología y de la clínica del lactante, tanto pediátrica como psicoanalítica.

25
l El apuntalamiento de las actividades libidinales es un proce-
so abstractamente escindido de la unidad misma que constitu-
yen, durante el funcionamiento, la función (pulsión de autocon-
servación) y su relación con el exterior. A todo lo largo de su
obra Freud mantuvo invariable el criterio de que la aportación
de una energía externa era necesaria para el desarrollo del niño.
«El método seguido por nosotros se caracteriza por el hecho de
que en toda esta descripción colocamos en primer plano los fac-
tores condicionados por el exterior, mientras relegamos a un se-
gundo plano los factores constitucionales» [55]. La segunda hi-
pótesis de nuestras investigaciones, inseparable de la primera,
está referida a esa impresión que el exterior hace en el cuerpo
del recién nacido ... Conviene que aclaremos los alcances que
tiene aquí el término «exterior». Para nada pretende reproducir
la oposición innato-adquirido. El registro de lo anterior se con-
sidera dentro de su característica libidinal: el exterior, entonces,
es la madre.
Proponemos la formulación de que el desarrollo del cuerpo
erógeno del niño se apuntala también en la realización del deseo
materno. El niño es objeto del deseo mate~no; los cuidados ma-
ternos pueden ser descritos como el protocolo de la realización
~SLd_~~é.o. El proceso ha tomado, desde S. Freud, el nombre
de sedu_ccjón primaria. Esta aparece en toda la obra del funda-
dor del psicoanálisis, desde el período de 1895-97 hasta las Nue-
vas conferencias de introducción al psicoanálisis, de 1932. Se si-
túa antes de entrar a considerar los diferentes términos y etapas
de las escenas de seducción del niño por eladu1fu eñ su relación
crohólógic_g.:-más alláde fas escenas de seducción de sesgo geni-
tal, Freug menciona.Ja ternura de los cuidados maternos como
un primer modelo de vínculo libidinal. «El trato del niño con
la persQn-ª que lo cuida es para él una fuente co-ntinÚa de excita-
ción y de satisfacción sexuales a partir de las zonas erógenas,
y tanto más por el hecho de que esa persona -por regla general,
la madre-=-dirige sobre el niño sentimientos que brotan de su
vida sexual, lo acaricia, lo besa y lo mece, y claramente lo toma
como sustituto de un objeto sexual de pleno derecho» [55]. La
hipótesis freudiana es clara en cuanto a que erdeseo e la madre
respecto de su hijo es sexual. No hay aquí solamente un «ape-
go» o una «afectividad electiva», como lo describen los etólo-
gos. Para decirlo con mayor precisión: si el apego materno es
susceptible de estudio por el psicoanálisis, ello se debe precisa-
mente a que se lo considera sexual. El concepto de seducción
primaria es fundamental, porque abre a la investigación psico-
analítica la relación madre-hijo y la observación del lactante. Es-
ta hipótesis se presenta como el principio básico de la metodolo-

26
'~

gía con la cual nos proponemos . ligar los datos del inconciente
l
materno con os comportamientos del lactante, imaginando la
existencia de un continuo entre la libido materna, la de su bebé
y, ulteriormente, la de su hijo.
El lugar que aquí asignamos a la seducción primaria es com-
plementario y antitético del acordado al apuntalamiento. Por un
lado, enraíza la pulsión libidinal en lo biológico, permitiendo
su funcionamiento. Por otro, significa un corte profundo, espe-
cífico. La personalización es posible no sólo por la combinación
hereditaria (que daría razón de una disposición constitucional
de las pulsiones), o no sólo por experiencias de funcionamiento ;-"
sino por la introducción de una diferencia imprevisible que la
libido materna suscita y que el niño debe metabolizar, variable
nueva de la genética inconciente.
El deseo materno inscribe una erogenidad cuantitativa y cua-
litativa al crear, durante los cuidados, una excitabilidad en un
lugar del cuerpo del niño. Con lo cual llegamos a una segunda
definición de las zonas erógenas, complementaria de la anterior:
La tópica de estas zonas se sitúa preferentemente en los lugares
de intercambio entre lo somático del lactante y el deseo mater-
no. La madre aporta del exterior lo que en buena parte pasará
a ser el «ello» del niño, cuyos empujes tomarán origen desde
entonces en el interior, «una verdadera implantación de la se-
xualidad adulta en el niño» [93).
He ahí una seducción de la que ningún ser humano escapa,
y es fácil explicarse la importancia otorgada por Freud a este
concepto, que pone de relieve el corrimiento, característica en
el niño, entre la adquirida prematurez de su sexualidad psicoló-
gica y el carácter tardío de su pubertad orgánica. En ese corri-
miento, en que «la vida sexual del ser humano no experimenta
un desarrollo continuo» [59], se deslizan el despertar libidinal
y el despertar a secas, 4 las motivaciones de las adquisiciones y
aprendizajes sucesivos, pues la excitación, antes de que aparezca
el funcionamiento genital adulto, sólo parcialmente se puede re-
solver. En repetidas ocasiones Freud formula la_hipót_esis_de que
la seducción, que puede ser considerada sinónim,o de .humaniza-
ción~~acáso- es-el-fundamento de la predisposición psicopatológi-
ca:-Ena«inocula» una excitabilidad que el bebé sólo puede re-
solv·er parcialmente. Aquí tenemos una función excitante prime-
ra de la madre, en el momento mismo en que apacigua las nece-
sidades de su hijo. La problemática de la falta, y posteriormente
de la castración, se inscriben en el despertar prematuro de la pul-
sión sexual.
4
En el sentido de los neurofisiólogos.

27
Psicológicamente, el niño nace en el inconciente y el concien-
te parentáles mucho antes de su nacimiento concreto. El cuerpo
nudo -«todavía biológico»- del niño está envuelto en una se-
cuencia escénica fantasmática cuya historia remite a la de los
abuelos. La trayectoria geL4~~~o d~JQ..~J?ª_~res, que se actualiza
durante los cuidªdos que se brindan al bebé, tiene origen en los
p~imer-osesbozos del ins onciente de ellos, en eLqu~ se_in§~,riben
las generacione~ ant~_cesoras. Con ocasión del acontecimiento-
-hijo, se rodrn;_e_uJ1a r_e_escritura de-las-pasadas etapasJihidinales
de Js>s padre_§ . De modo que el niño ocupa un lugar esperado,
ya elaborado dentro de la <<novela familiar» de estos padres. El
primer capítulo efe esta novela, el que le da su forma y estructu-
ra, se organiza en el momento del Edipo de la madre. Freud ha
pintado sus características en la niña pequeña, con ese proyecto
de «tener un hijo con el padre». Este fantasma dibuja a priori
el cuerpo del hijo futuro y su posición relacional. «El hijo que
es posible tener» entra desde tan temprana edad en la escena
fantasmática, expresada en los juegos, las palabras y los sueños
de la futura madre . El hijo es «significante primordial» en las
secuencias escénicas maternas, en el curso de las cuales el recién
nacido real cobra sentido. 5 «El hijo por venir» es un proyecto,
sexuado, a menudo nombrado. A la expresión «fantasma de hi-
jo», preferimos «secuencia escénica fantasmática», que se ade-
cua mejor a la complejidad y dinámica de la relación padres-
hijo (y con más precisión madre-hijo), según se desarrollan an-
tes del nacimiento del interesado. Rebasaríamos los límites de
este trabajo si avanzáramos más en la descripción de esta se-
cuencia escénica fantasmática cuyo tema es el hijo. La sobrede-
terminación de la cual es objeto en el inconciente y el conciente
maternos nos llevaría a presentar aquí un vasto estudio sobre
la psicología y la psicopatología femeninas. Este es empero el
abordaje que el psiquiatra de niños intenta aplicar cuando se dis-
pone a hacer escucha de los padres de niños pequeños: historia
fantasmática parental con sus niveles de elaboración (edípico y
preedípico), actualización genital de esos fantasmas (dialécticas
acontecimiento-fantasmas), fratría, embarazos anteriores, rela-
ciones sexuales que dieron origen a este niño (deseo sexual hacia

5
..
Esta aserción ocupa un lugar importante en la mayoría de los trabajos ac-
tuales de psicoanálisis infantil. Ha sido especialmente explotada por la escuela
lacaniana. Algunas observaciones de esos autores ponen en evidencia los estra-
tos sucesivos de la significación del hijo: los más superficiales, como elaboración
de elementos recientes aparecidos durante el embarazo y durante el parto, y a
su término; los más profundos, percibidos como significantes encubridores de
la primera infancia de la madre, que remiten a las palabras de los abuelos. Esta
historia de los significantes es la de las estructuras psicopatológicas .

28
~

el padre, deseo de embarazo, deseo de hijo, deseo d .


· ) ' l f , .
JO ... , vmcu os antasmaticos de los padres entre sí t l
e este hi-
.. S , a como
se con d ensan en este h lJO. on otros tantos capítulos en q 1
· 'f'
s1gm icantes prenata1es convergen, enseñándonos a conocue os 10
que nosotros llamamos los «sentidos a priori» del lactantee~
estamos examinando. El nacimiento del hijo es acontecimien~~
en el sentido de gue e~,_ c,0n_eyidenc.§, -~l_l~eQ.tt,o en_!Ie fantasma
y realidad, objeto interno y objeto extern~. _El razonarñieñtO de
, S. Freud en la conceptualización del trauma y la teoría de la «pos-
terioridad>~ le convienen cabalmente, por lo que toca a la histo-
ria inconciente de los padres. La secuencia escénica fantasmáti-
ca, en la que el hijo es al mismo tiempo el lugar de convergencia
de los significantes parentales (pasados y presentes), es el núcleo
originario a partir del cual se construye, en consecuencia, super-
sonalidad.
Esta secuencia escénica fantasmática primordial se modifica
en sus primeros encuentros con la realidad, es decir, con el desa-
rrollo del ~mbarazo y el parto. El deseo de embarazo propia-
mente dicho es distinto, sin duda, del deseo de tener un hijo.
Muchos· embarazos agotan su finalidad en sí mismos. En su tras-
curso se instala un movimiento dialéctico entre el fantasma de
hijo, objeto psíquico interno, y el feto, objeto físico interno tam-
bién. In utero, el hijo ocupa una posición relacional ambigua:
se incluye en la libido narcisista de la madre, revistiendo aspec-
tos de ideal del yo; tiene ya el estatuto de objeto en el sentido
psicoanalítico del término, objeto contradictorio del deseo y la
agresividad. La aparición de perceptos infantiles («golpea, se mue-
ve, pueden oírse los latidos de su corazón») señala un mÓmento
organizador privilegiado de este desarrollo relacional.
Si después de Freud y de Rank, se han enunciado muchas
hipótesis sobre el trauma del nacimiento, el estudio de los fenó-
menos psicológicos del parto ha sido más bien escaso. Se trata
de unas horas que consideramos fundamentales para la organi-
zación de la primera relación dual. La «maternalidad», fenóme-
no psicológico del parto, constituye una crisis de identidad de
la que se han descrito dos ejes dialécticamente opuestos:

a. El parto se presenta como ruptura de la unidad simbiótica


del embarazo; su vivencia es del orden de la falta (herida narci-
sista, excorporación de connotaciones agresivas o libidinales, cas-
tración), y el problema que se plantea es la recuperación narci-
sista en el trascurso del alumbramiento. Los datos de la psicopa-
tología dibujan una semiología de falta (del orden de la depre-
sión, la despersonalización o la regresión), y la busca de un nue-
vo equilibrio.

29
b. El parto es descrito como «primer encuentro» (89] con el
recién nacido, y trae consigo un reordenamiento objetal funda-
mental. Deutsch (39], siguiendo a Freud, insiste en que la madre
debe recorrer ese camino psicológico que va desde las posiciones
narcisistas del embarazo hasta desembocar en el amor objetal.
Este movimiento describe una aproximación entre las dos con-
cepciones del parto ya referidas, dialécticamente opuestas: la ma-
dre gana afuera lo que ha perdido adentro . El bebé constituye
el objeto encargado de curar la primera posición depresiva o re-
gresiva de su madre. La recuperación libidinal de la madre se
produce gracias al acondicionamiento de sus relaciones con el
hijo. El lugar del bebé es fundamental para el equilibrio interno
de la joven madre. El hijo, símbolo de la falta de la madre, es
necesario para que esta consiga colmarla y sobrepasarla.
'
Dentro del desarrollo que venimos siguiendo, nos parece im-
portante esta explicitación de los fenómenos psicopatológicos del
parto: la seducción primaria se origina en el interior de esta cri-
sis organizadora, signada por la contradicción interna. Si la uni-
dad madre-hijo del embarazo dramáticamente procura restable-
cerse con ocasión de los cuidados maternos [ 142], la seducción
primaria se inscribe en la dinámica de recuperación, por parte
de la madre, del objeto perdido. El lugar de la seducción prima-
ria se define como una prolongación de la posición narcisista
materna durante el embarazo . Su finalidad consiste en reparar,
recuperando al hijo, la unidad quebrada en el momento del par-
to. Aquí se cierra el círculo de las equivalencias simbólicas, tan
caro al psicoanálisis: el pene, el hijo, el pecho . Los ejes psicodi-
námicos de la madre están claramente delineados en su aspecto
dialéctico de complemento y oposición: únicamente el desarro-
llo de la relación objeta! con el recién nacido permite reconstruir
la unidad narcisista que se perdió precisamente en virtud del im-
pulso fetal desencadenante del parto. La seducción primaria se
define como esta función de juntura primordial entre madre e
hijo, con apoyo en un basamento contradictorio.

111. Señalamientos
Estamos ahora en mejores condiciones para comprender los
fundamentos sobre los cuales se construye el cuerpo erógeno.
Este es la resultante de la realización «adecuada» de la demanda
de la madre y de la demanda del hijo, formuladas recíproca-
mente a propósito de un mismo objeto (el alimento, por ejem-

30
plo), que se experimenta según modalidades diferentes. Ese ob-
jeto une a las dos demandas frente a frente, de modo que una
'
se define por la otra, e inversamente; el cuerpo erógeno es la
resultante «marginal» de este encuentro. Esta unidad realizada
por el cuerpo biológico del lactante y el deseo materno, que evi-
ta la arbitraria oposición entre lo innato y lo adquirido, implan-
ta más allá del parto propiamente dicho un segundo nacimiento
progresivo, constituido por la autonomización del cuerpo
eró geno.

1. En clínica no es posible describir por separado las posicio-


nes metapsicológicas de la madre y la semiología funcional del
lactante (pediatría), ya que se encuentran entrelazadas de hecho.
Nuestro trabajo de investigación tiene por meta integrar en la
«vivencia común» -para emplear la expresión de D. W.
Winnicott-, tanto de la madre como del hijo, datos sintomáti-
cos diferentes. Había que mantener una doble actitud interroga-
tiva respecto de un saber constituido acerca de la madre o acerca
del hijo, en interés de la reflexión sobre los intercambios entre
ambos. Esto vale tanto como insistir en lo incómodo y delicado
de nuestras conceptualizaciones y nuestra metodología, una pos-
tura de investigación que sin embargo es muy típica de la psico-
patología clínica. Por ejemplo, los términos «carencia de apor-
tación materna» e «insuficiencia de aportación libidinal de la ma-
dre a su hijo», utilizados con frecuencia en tentativas de com-
prensión de la psicopatología del niño muy pequeño, parecen
doblemente criticables . Esos términos no sirven para designar
entidades en sí mismas, y sólo tienen significación referidos a
las exigencias libidinales recíprocas; además, la diferenciación
entre lo cuantitativo y lo cualitativo es aleatoria. Por lo tanto,
mucho mejor sería hablar de inadecuación entre las demandas
frente a frente.

2. El apuntalamiento libidinal se presenta como un proceso


permanente de la infancia, que se puede descubrir mucho más
allá de los primeros meses de vida. Mientras se desarrollen fun-
ciones nuevas, siempre se presentarán como un posible biológi-
co, en cuyo interior el orden del deseo materno hace sus opcio-
nes. De modo que «toda función, todo proceso, pueden segre-
gar sexualidad» [93]. El apuntalamiento de la libido materna hacia
su recién nacido no fue hasta ahora objeto de suficiente aten-
ción; el hijo es «el exterior» necesario para el funcionamiento
materno. Los cuerpos biológico y erógeno del niño llenan una
función respecto del desarrollo mismo del deseo materno. El be-
bé crea a su madre. De este modo se constituye entre la madre

31
y el niño una unidad circular propiamente biológica, sobre la
cual, sin embargo, se puede decir que despierta la relación libi-
dinal de ambos.

3. Nuestro tercer señalamiento permite esbozar lajunción ori-


ginal del cuerpo erógeno del lactante: descargar la tensión intro-
ducida por la libido materna cuando hace «funcionar» el cuerpo
de su bebé. La libido materna introduciría, por el hecho de
mantener el equilibrio biológico del hijo, un desequilibrio (en
este caso de orden libidinal) que únicamente las actividades libi-
dinales de la criatura podrían tramitar. Desde sus mismos oríge-
nes -es decir, desde el primer día de vida-, la erogenidad del
cuerpo del lactante sustituiría a la de la madre. Las vicisitudes
de esta- autonomización constituyen el tema del presente traba-
jo. Por lo que parece, una zona erógena puede sustituir a la se-
ducción materna y garantizar el apuntalamiento pulsional sobre
otra función naciente . Esta difusión erótica, verdadero «auto-
apuntalamiento pulsional», es un concepto que encarecen, basa-
dos en Freud, Hoffer y Spitz, quienes remiten convencidamente
al ejemplo de la función privilegiada que en el lactante tiene la
boca, punto originario de la erogenidad, que luego los dedos y
la mano trasladarán a las otras zonas corporales.

4. El concepto de «psicopatología del primer trimestre» [92)


y el de «crisis organizadora del tercer mes» [134) reclaman una
reconsideración. La aparición de la respuesta-sonrisa en el ros-
tro humano constituye un progreso en el terreno visual princi-
palmente, y es legítimo considerarla como un signo importante
de la semiología neurológica. En manera alguna es evidente que
este progreso determine un reajuste organizador de la comuni-
cación hasta el punto de constituir un momento de transición
entre el estadio anobjetal y el estadio preobjetal. Entre la 6a y
la 12a semana, los órganos sensoriales distales (vista, oído), las
diversas sensibilidades al contacto y sobre todo la motricidad en-
tran en escena en forma cada vez más eficiente. La motricidad,
en particular, promueve una diversificación cada vez mayor en
las actividades libidinales del lactante. Por lo que parece, hacia
la 6a semana es cuando se produce el viraje fundamental, cuan-
do el cuerpo erógeno se vuelve capaz de tener excitaciones varia-
das e intensas y, sobre todo, de ganar autonomía frente a la libi-
do materna (período llamado autoerótico). Cuanto más reflexio-
namos sobre las etapas sucesivamente franqueadas por el lac-
tante, nos interesamos en esta reorganización relacional y libidi-
nal más que en la comprobación de un progreso neurológico,
por importante que este sea.

32
5. Nuestro quinto señalamiento recae en la concepción do-
blemente restringida del apuntalamiento, que aquí proponemos.
El centrado eró geno materno se efectúa tomando en cuenta las
circunstancias del desarrollo orgánico; el deseo materno es tri-
butario de la realidad anatómica biofisiológica. Es válido pen-
sar, con Freud, que cualquier punto del cuerpo puede constituir-
se en lugar de excitación libidinal, pero no es cierto que el cuer-
,. po biológico presente una equivalencia potencial en cuyo inte-
rior el deseo materno pudiera practicar cualquier opción. No
acompañamos las concepciones psicoanalíticas según las cuales,
para decirlo con la expresión de S. Leclaire, «el dedo de la ma-
dre inscribe su erogenidad en cualquier lugar del cuerpo del lac-
tante», convertido en «crátera de gozo». La omnipotencia ma-
terna está limitada por la anatomía del hijo ..
Por otra parte, el desarrollo libidinal no se concreta sino en
la medida en que la función confluya con el deseo materno, que
así ejerce una selección. Aunque toda función o toda parte del
cuerpo del recién nacido es apuntalable, puede no ser apuntala-
da. Es así posible describir sobre investiduras prematuras de una
función, además de las subinvestiduras. Una atipicidad orgánica
puede encontrarse con el deseo materno y convertirse en objeto
de una patología secundaria: por ejemplo, el pasaje a la cronici-
dad de ciertos vómitos, al principio orgánicos y luego funciona-
les. En el campo de las investigaciones sobre los estados mixtos
(encefalopatía + psicosis) hay quienes proponen un tipo de aná-
lisis etiopatogénico que describe las convergencias fortuitas de
una lesión anatómica y una anomalía grave de las investiduras
maternas. El carácter eventualmente pasajero de estas anoma-
lías neurológicas puede llevar a que no se repare en su importan-
cia. A la inversa, se describieron agudos trastornos psiquiátricos
inscritos en un quebranto del deseo materno, como si este hu-
biese impedido el desarrollo funcional; este cuadro clínico linda
con aspectos seudoencefalopáticos.

A partir de la exposición teórica de las hipótesis formuladas


acerca de los primeros desarrollos libidinales resulta posible es-
bozar el contorno de las disarmonías madre-hijo, definidas co-
mo inadecuaciones entre la seducción primaria y el orden de la
necesidad del hijo. En un primer caso, la seducción materna des-
borda la demanda del hijo, que resulta desorganizada por aque-
lla. El bebé es mantenido en un estado de vigilancia patológica,
con manifestaciones sintomáticas diversas. Puede decirse que esta
madre mantiene a su hijo en una situación «traumática». En es-
te marco se desarrolla una erogenidad desenfrenada y disrítmi-
ca. En un segundo caso la seducción materna es insuficiente res-

33
pecto de la demanda del hijo. La madre se ocupa de su bebé
sin desearlo. Este es objeto de su actividad, pero no de su deseo.
En virtud de ello su vigilancia es insuficiente y las actividades
libidinales son pobres.

34
2. Por una semiología libidinal del bebé

La paradoja del estudio psicoanalítico del lactante consiste


en instalar al investigador o al terapeuta en una psicología o una
psicopatología de la conducta. La observación es una descrip-
ción de las asociaciones de sus gestos. Semejante ubicación aparta
$ de nuestro razonamiento los descubrimientos kleinianos, que sin
embargo constituyen un excepcional cuerpo de información so-
bre el bebé. Las significaciones están ausentes aquí: somos nos-
otros mismos, en efecto, quienes las introducimos durante nues-
tras observaciones, y más precisamente en el curso de esta inves-
tigación.
El cuerpo libidinal (o selj) se define como el conjunto de las
conductas sexuales infantiles precoces por cuyo medio las pul-
siones parciales vinculadas con el funcionamiento de un órgano
o con la excitación de una zona erógena encuentran su satisfac-
ción inmediata, sin referencia a una imagen del cuerpo unifica-
do, a un primer esquicio del yo. Los rasgos de la pulsión son
los del cuerpo erógeno: empuje, fuente, meta, objeto. Su .ener-
gía es no ligada; está regulada por los procesos primarios en su
tópica y su cronología. La intensidad de esta energía guarda re-
lación con su fuente, que no es sino el apuntalamiento pulsional
y la seducción primaria. La fuente es orgánica: lugar en que apa-
rece la excitación o proceso somático que se produciría en esa
parte del cuerpo y sería percibido como una excitación. La meta
es la satisfacción inmediata, característica de la pulsión parcial.
La dialéctica del funcionamiento del se/j se sitúa entre la fuente
y la meta. La forma y la función del órgano deciden sobre su
actividad pulsional. La actividad libidinal se desprende de lo bio-
lógico, modifica su meta y funciona sin tomar en cuenta las coor-
denadas orgánicas de su fuente; en una palabra: se aparta del
funcionamiento de autoconservación. Se marca así un corrimiento
entre fisiología y Iibido, que señala progresivamente la auto-
nomía originaria de esta última: el gesto por el gesto mismo,
la acción porque sí.
Este capítulo sigue al movimiento pulsional en su aleja-
miento de los orígenes, en tanto parte en busca de los objetos
parciales.

35
1. El funcionamiento del cuerpo libidinal tiene efecto en la
realidad de la conducta.
2. Observa las reglas biofisiológicas del cuerpo.
3. Por una proposición dialécticamente opuesta a la anterior ,
se hace autónomo según reglas tópicas y temporales originales.
4. Las actividades libidinales, movimientos inscritos en lo real,
son en todo momento compromisos entre la dialéctica de la bio-
logía y de la libido . De aquí se desprende una conceptualización
de la función erógena como mediador, volante energético, cuyas
desviaciones constituyen la psicopatología.

I. Psicología del comportamiento

La vida psíquica toda del lactante se liga a su sensoriomotri-


cidad, sea ello en la estimulación pasiva de los cuidados mater-
nos o en sus actividades libidinales . En este período, la represen-
tación desaparece tan pronto como deja de estar presente en el
nivel sensorial; durante la observación de los gestos del bebé na-
da se pierde, porque todo es acontecimiento . El clasicismo de
esta descripción arraiga en la posición obstinadamente genética
de Sigmund Freud, y se desprende de las orientaciones de Jung
y Adler. El cuerpo libidinal, constituyente primero del incon-
ciente del sujeto, es experiencia real, «roca del acontecimiento» ,
sobre el cual el sujeto se construye.
En psicología genética, esta proposición primera, que limita
la actividad psíquica del niño al momento sensoriomotor, ha si-
do corroborada por la experimentación, desde Piaget: hasta la
adquisición -que se va logrando progresivamente- de lo que
este autor llama «la permanencia del objeto» , el universo del
niño está hecho de percepciones que producen la afloración de
huellas mnémicas en el momento de la acción, y ese mismo uni-
verso vuelve a la nada cuando la acción concluye. El bebé es
solicitado por experiencias sensoriomotoras acumulativas, y fuera
1
de ellas no es nada . I
Anna Freud confiere dimensión económica a esta comproba-
ción de Piaget: la memorización no está referida a la imagen 1
del objeto, sino a la experiencia de la satisfacción; el niño de 1
3 meses no busca el rostro de su madre, sino la satisfacción que 1

ese rostro le evoca. Así, lo que se memoriza es el movimiento,


tal como lo subtienden la necesidad y el deseo . «Cuando el lac-

1
Volveremos sobre el aspecto esquemático de esta proposición cuando plan-
teemos el problema del dormir y de los sueños del bebé a esta edad.

36
~

tante diferencia el pezón del resto del pecho, del dedo o de cua-
lesquiera otros objetos, lo que reconoce no es entonces un obje-
to o un cuadro sensorial, sino que simplemente reencuentra un
complejo sensoriomotor y postural entre unos cuantos comple-
jos análogos que constituyen su universo» [117].
La búsqueda de la identidad perceptiva expresa su exigencia
de identidad, sobre la cual descansa el «vivenciar personal conti-
nuo» que caracteriza a su evolución. La paradoja de esta bús-
queda, efectuada según el principio libidinal del automatismo
de repetición, es su participación en el desarrollo. Los esquemas
perceptivo-motores se van modificando en su estructura a medi-
da que se asocian en las situaciones diferenciadas del aprendiza-
je; así se definen líneas de evolución en que la libido se motiva
y se apuntala. Siguiendo a otros autores, referimos la sucesión
de las unidades funcionales a los procesos asociados de conden-
4
sación y desplazamiento. La paradoja de la búsqueda de un con-
tinuo en la identidad de percepción reside en que el tiempo del
desarrollo la desconcierta permanentemente. Su relato es la bús-
queda más y más activa de objetos externos que se desvanecen
ante los ojos del nifío.
El objeto interno, la representación, que aún carece de auto-
nomía, ya tiene un lugar específico en esta evolución, se lo con-
sidere como percepción y memorización o como satisfacción li-
bidinal: es índice de la diferencia, derrota de la identidad per-
ceptiva, secuela acumulativa de la historia. La representación es
ese punto en que convergen el pasado y el presente; es diferencia
perceptiva de igual modo como la semiología de las actividades
libidinales es diferencia conductal. La diferencia de las conduc-
tas del lactante en el trascurso del flexible continuo que lo carac-
teriza constituye la prueba de la calidad del estatuto de la repre-
sentación dentro de la experiencia sensoriomotora de satisfac-
ción. Es de advertir la sinonimia entre la aptitud para la diferen-
cia perceptivo-sensorial y la tolerancia a la frustración actual.
La memorización sensoriomotora hace su deslizamiento ha-
cia la del objeto, es decir, hacia la construcción de la imagen
y el reconocimiento. La pulsión se desplaza en forma gradual
de la experiencia de la satisfacción a la imagen del objeto sin
el cual esta satisfacción no habría sido posible. El funcionamiento
del cuerpo erógeno está marcado por una búsqueda de la cons-
trucción del objeto externo y de los segmentos parciales de su
propio cuerpo. La psicopatología se define como vicisitud de es-
ta exploración: en los extremos, se concentra en una zona electi-
va cuyo funcionamiento se repite indefinidamente, fuera de lo
cual se dispersa sin construir suficientes vínculos mnémicos; acre-
centamiento de la condensación y flotación del desplazamiento

37
son los términos patológicos en que la identidad de percepción
se sostiene en detrimento de la diferencia. El eje evolutivo se
inscribe dialécticamente entre la condensación en una zona cuyo
funcionamiento está perfeccionado, y las ligazones se efectúan
entre los diversos puntos focales de la libido. Fijación repetitiva,
regresión en el resurgimiento de identidad de percepciones idén-
ticas, y progresión, constituyen los momentos armónicos e inar-
mónicos de esta evolución .

II. Fisiología del funcionamiento libidinal


El cuerpo libidinal funciona en un principio como cuerpo
biológico:

a. La semiología del bebé es la de su fisiología. Dentro de


esta aparente simplicidad, un niño que come con gusto, que en-
sucia los pañales, y que se encuadra en las normas para las cur-
vas de desarrollo psicomotor y póndero-estatural, «marcha bien»:
la erogenidad es placer de funcionamiento; sus zonas llevan la
doble marca de la fisiología, en su localización y en su modali-
dad de funcionamiento. La patología es psicosomática.
b. La semiología de conducta es una semiología de desarro-
llo. Por ejemplo, la zona oral se modifica durante el primer año
en sus ritmos motores, en su extensión esofágico-faríngea y peri-
bucal, en su tipo de motricidad lingual, bucal y peribucal, en
su autonomía con respecto al tono global y al eje del cuerpo,
y en la aparición de la dentadura; la evolución de estos elemen-
tos se intrinca con las modalidades del funcionamiento; la fecha
del síntoma es una de sus características. Los conceptos de fija-
ción, de regresión y de progresión tienen ahí una segunda
formulación.

c. El proceder semiológico supone la determinación de una


topología o una topografía personal para cada niño.
El cuerpo libidinal se describe en su anátomo-fisiología: una
envoltura, orificios, una motricidad.
La envoltura, la piel, es una zona erógena difusa, lugar pri-
vilegiado de excitación, y de comunicación, de madre e hijo.
La fisiología orificial (y no sólo oral) define tres tipos de con-
ducta: el placer es obtenido en el lugar, por incorporación o por
excorporación. 2 El autoerotismo, la persistencia de la excitación
2 Véase, para ejemplos clínicos, infra, Tercera parte, capítulo 2.

38 ·, .- ...
~ : 1
~
en el nivel del orificio sin tener en cuenta el sentido funcional de
este, puede ser solamente corporal o anexarse un objeto externo.
El modelo de la incorporación está constituido por las dos eta-
pas de la «fase oral» descritas en los trabajos de K. Abraham.
En esto incluimos también lo que se suele llamar -erróneamen-
te, para el caso- el sensorio a distancia: la incorporación de los
sonidos, los perceptos visuales y los perceptos olfativos. La ex-
corporación es, a nuestro entender, un término preferible a pro-
yección, que ha recibido muchas denominaciones en las teorías
psicoanalíticas; un sinónimo podría ser eyección, o bien reyec-
ción. El ejemplo clínico está proporcionado por los órganos uri-
narios y de la defecación.

En lo referente al erotismo del gesto, algunos trabajos acerca


• de la mano, llevados con metodología diferente, nos parecen de
interés para la elaboración de una teoría del se/j; permiten tener
el concepto de actividades o zonas corporales neutras u
«operatorias». 3 Esta comprobación resulta de dos estilos de con-
tradicciones paralelas. En clínica, se contrapone el lugar funda-
mental de la mano -y en especial la mano derecha, privilegiado
estímulo de las zonas erógenas- 4 con el hecho de que ella no
sea erógena en sí misma. En experimentación, las cartas de Pen-
field y Rassmusen [en 6] dan a la mano una zona de proyección
neurológica casi tan grande como a la boca; los trabajos de M.
B. Bender [14] en los que se utiliza la técnica de la doble estimu-
lación concomitante y el estudio de la respuesta y su informe
(erróneo o correcto) muestran que la mano es la parte menos
dominante del cuerpo. La preponderancia y la precedencia en
cuanto a progradación corresponden al rostro y las zonas geni-
tales. Generalizando, diríamos que la actividad en sí misma no
es nada, sólo que sin ella las zonas erógenas quedan «en silen-
cio». La historia de la mano, por lo demás, es ejemplar para
la de la relación madre-hijo:

a. El primer momento es el de la fusión pecho-rostro-mano


en una unidad económica. En ella, la mano sería una válvula
de escape para las tensiones , habitualmente en el nivel de la ora-
lidad. Es el intermediario por naturaleza, capaz de alcanzar tan-
to el pecho como los labios, así como de llenar funciones de estí-
mulo en sustitución del primero. De modo, pues, que la primera
posición del bebé no es un «yo, bucal», como lo ha señalado W.
3 Empleamos el adjetivo «operatorio» con el deliberado propósito de esta-
blecer un paralelo con el concepto de pensamiento operatorio.
4
Los trabajos de Gesell [62] y Hoffer [85] muestran una asociación mano-
boca in utero.

39
Hoffer [85], sino una unidad fusiona! que comprende a la madre
y a la mano.
b. En un segundo tiempo se produce una escisión, y las ma-
nos asumen por entero su valor sustitutivo respecto de la madre.
Se liberan de esta última en una función de excitación tanto más
paradójica cuanto que, desde el punto de vista neurológico, se-
gún la técnica de M. B. Bender [14], la mano es «extinguida por
cualquier otra zona».
c. Paralelamente, las manos exploran los objetos externos y
el cuerpo materno. De modo que la manipulación es erógena
en razón de su objeto; cuando este no lo es, se vuelve «neutra»
u «operatoria», siguiendo un proceso de deslibidinización .

¿Cuál es el lugar de los órganos genitales? ¿Es sexuado el


cuerpo erógeno? En sus observaciones, tanto las madres como
los pediatras han podido verificar fácilmente que cuando un lac-
tante de más de 4 meses queda desnudo se entrega por lo general
a juegos exploratorios de sus genitales, y en esto no se han seña-
lado mayores diferencias según el sexo. En pueblos en que los
niños se crían desnudos, las descripciones etnográficas ratifican
ampliamente esta comprobación. En trabajos del tipo de los de
M. B. Bender [14], en los que se emplea la doble estimulación,
la intensidad de las sensaciones genitales extingue en la concien-
cia y en su significación libidinal a cualquier otra sensación (ex-
cepto la del hambre). En algunos individuos, hasta la zona bu-
cal puede ceder paso a la importancia de las zonas genitales; por
otra parte, se presta a una equivalencia que podríamos parango-
nar con la equivalencia freudiana alimento-pecho-pene. Los tra-
bajos de H. M. Alverson ponen de manifiesto la frecuencia de
las erecciones espontáneas en el varón, a partir del nacimiento
mismo y en toda la primera infancia. Es interesante la experi-
mentación de este autor; las erecciones espontáneas se presenta-
rían con mayor frecuencia

a. si el pezón no es de fácil acceso (24 veces en 29);


b. si el niño es prematuramente retirado del pecho (1 Oen 13);
e. si el niño mama de un pezón en vacío (13 en 29).

No se observa erección en el bebé de pecho que se vale de


un pezón del cual es fácil mamar; el ofrecimiento de un pezón
fácil determina la detumescencia del pene. Las erecciones apare-
cen en el contexto de un movimiento corporal que evoca una
tensión, mientras que la detumescencia va ligada a una relaja-
ción general. El autor entiende que estas erecciones espontáneas

40
..
se presentan en el marco de una situación que frustra al bebé
y como un intento de descarga libidinal, es decir, en un cuadr~
de angustia. La erección espontánea .t~ene valor de autoerotismo.
El lugar que ocupa la masturbac1on en las relaciones madre-
hijo ha sido objeto de un fundamental trabajo de R. A. Spitz
[ 132], en que se expone la observación sistemática, en parte lon-
gitudinal, de doscientos cuarenta y ocho niños: durante el pri-
mer año, cuando las relaciones entre madre e hijo son buenas
el juego genital se manifiesta a cada momento. 5 Si la relació~
es problemática, el juego genital es más infrecuente y tiende a
ser remplazado por las actividades autoeróticas. Cuando la rela-
ción entre madre e hijo está ausente, el juego genital lo está tam-
bién. Corolario de la calidad de los cuidados maternos, demues-
tra ser una covariante del cociente de desarrollo del sujeto.
La especificación del lugar que ocupa la seducción genital
en la seducción primaria es el resultado de las observaciones más
frecuentes de los pediatras y los psicoanalistas: la expresión del
deseo materno hacia las zonas genitales del niño se patentiza en
manipulaciones: lavado, baño, caricias, atención de la vestimen-
ta ... Lo común es que durante los cuidados maternos haya en
la madre el deseo, quizá genital, de encontrar el sexo del hijo.
Puede sostenerse la hipótesis de que el desarrollo autoerótico
del hijo se produce como corolario del deseo materno,' que se
podría calificar de incestuoso. Tiempo después, cuando sus pa-
dres le imponen la prohibición de masturbarse, el niño se siente
privado de unas actividades placenteras de que esos mismos pa-
dres habían sido los iniciadores.
¿Está el cuerpo erógeno especificado en cuanto a sexo, mas-
culino o femenino? ¿Qué parte tiene lo «genital» en la fase pre-
genital? No nos extenderemos en ese punto de investigación, bri-
llantemente analizado en un trabajo de F. Castagnet [30], que
expone las referencias precisas de esa especificidad.

III. Originalidad del cuerpo eró geno


La identidad de funcionamiento entre el cuerpo biológico y
el cuerpo libidinal en el tiempo y en el espacio es sólo parcial.
Señala la intersección de dos conjuntos diferentes. Placer por-
que sí, «placer de órgano», sin relación directa con el cumplí-

5 Para el lactante, R. A. Spitz prefiere la expresión «juego genital>>, y reser-


var el término «masturbación» para el niño crecido. No lo seguimos en esas reti-
cencias.

41
miento de alguna función: la actividad es «afisiológica», y pue-
de volverse «antifisiológica» en ciertas condiciones psicopatoló-
gicas. Esta clásica comprobación se puede expresar en forma de
postulados filosóficos, ya que históricamente el concepto de ins-
tinto de muerte sucedió en Freud al de automatismo de repeti-
ción, «instinto del instinto», susceptible de destruir lo biológico
que genéticamente lo hizo nacer. La psicopatología del lactante
ofrece nuevos argumentos a esta contradicción entre los oríge-
nes y el desarrollo del self. La disfunción se define como solu-
ción de continuidad entre placer de órgano y placer de funciona-
miento, prolongando las antítesis soma-psique y autoconser-
vación-libido. La contradicción está presente, desde los mismos
orígenes del cuerpo erógeno, en la seducción materna, segundo
pilar de su génesis .
Entre la posición materna respecto del niño y la del cuerpo
erógeno respecto del funcionamiento corporal se establece un vín-
culo histórico. Siguiendo este hilo conductor se llega a compren-
der que las actividades del self obedezcan a las reglas tópicas
(condensación, desplazamiento) y temporales con arreglo a los
esquemas libidinales descritos en psicoanálisis. Las particulari-
dades de la clínica de la primera infancia justifican recordarlo.

1. La condensación
Por lo común, este proceso se describe en el funcionamiento
del inconciente con respecto a una representación única que por
sí sola figura a varias cadenas asociativas en cuya intersección
se encuentra; es decir que desde el punto de vista económico está
investida con las energías que, ligadas a esas diferentes cadenas,
se adicionan sobre ella. Define un lugar privilegiado en el que tie-
nen efecto las experiencias sensoriomotoras de satisfacción
-percepción y descarga a la vez-,-, en correspondencia a su tópi-
ca. Característica del proceso primario, debe diferenciársela del
«centramiento» que da origen a la zona erógena: un lugar del
cuerpo «centra» en él una energía prevaleciente, por el doble pro-
ceso de apuntalamiento pulsional y seducción primaria, al ha-
llarse en la intersección de las funciones biológicas del bebé y
los procesos asociativos inconcientes de la madre. Una concep-
ción semejante no debe introducir la idea de una estructura del
cuerpo erógeno, que no corresponde a esta edad. El espacio cor-
poral está dividido, fragmentado, constituido por zonas parcia-
les en las que se expresan las pulsiones parciales; se trata de los
nuclei, separados unos de otros, que posteriormente habrán de
constituir el yo, según la descripción de E. Glover.

42
El funcionamiento de la zona erógena está regido por la d _
·
lidad perceptiva, 1.~ q~e es d ecir
· los es.timulos
' ua
externos y la des-
carga de una tens1on mterna. El funcionamiento se produce en
el campo de la cosa. Todo lo que es sensoriomotricidad es libidi-
nal, y viceversa. La regla es la confusión del objeto y del cuerpo
del sujeto. El espacio del self es bidimensional; el cuerpo es su-
perficie plana, sin mediación ni transición.
La condensación se efectúa según secuencias temporales plu-
rizonales, dentro de la unidad narcisista primaria. Por ejemplo,
el rostro de la madre se asocia con la sensación del pecho en
la boca, el aplacamiento de la sed, la repleción gástrica y unas
impresiones táctiles en el hueco de las manos, según el conjunto
descrito por Isakower [en 134]. Este conjunto se inscribe según
datos temporales, especialmente rítmicos, que son objeto de una
memorización fragmentaria. El self no funciona de acuerdo con
las coordenadas kantianas del tiempo y el espacio, sino entrete-
jido en un espacio-tiempo. ·
Todo lo que se aleja de la secuencia espacio-temporal está
animado por una energía menor, de manera que para cada acti-
vidad del bebé es legítimo preguntarse por el quantum libidinal
puesto en juego. Algunas zonas pueden revestir un aspecto rela-
tivamente neutro, que hemos calificado de «operatorio»: por
ejemplo, ciertas manipulaciones de objeto dentro de una moda-
lidad de exploración poco motivada, tal como se presenta en cier-
tos bebés hospitalizados .
La idea económica de equivalencias de las secuencias espacio-
temporales libidinales es importante, sin que ello suponga intro-
ducir una concepción estructural. Es decir que el bloqueo pato-
lógico de una zona puede determinar el desarrollo de otra en
compensación: un orificio es remplazado por otro, por un ges-
to; una succión del pulgar, por un balanceo o una práctica mas-
turbatoria; toser tiene el sustitutivo de moverse. Las secuencias
de observación etnológica de niños en libertad durante el con-
tacto con sus madres son persuasivas: el amamantamiento se con-
juga con una abundante variedad de ejercicios táctilo-motores
y de ajustes posturales contra el cuerpo de la madre. Este último
parece ser la base a partir de la cual el niño amplía su explora-
ción a distancia, y se mantiene como el objeto privilegiado al
que siempre es posible regresar. Los objetos que tienen parte en
el cuerpo materno (las ropas) o que son presentados por este
se ofrecen a la utilización del niño, mientras que los sonidos emi-
tidos y escuchados acompañan a la producción de esas activida-
des motrices.
La zona erógena remplaza todo lo que está en juego dentro
de la unidad narcisista primaria. Esto habla una vez más so-

43
bre el lugar y el valor funcional de las actividades del bebé en
la perspectiva de un proceso de individualización.

2. El desplazamiento
U na de las características del self es reflejar la libertad sin
límites de los desplazamientos que en él se producen, expresada
por el concepto de energía libre:

a. La expresión espacio-temporal del desplazamiento pone en


escena el régimen de las equivalencias primarias en el interior
de una misma zona y entre dos zonas distantes, según el modelo
desinvestidura-investidura.
b. El desplazamiento refleja una difusión a partir de una zo-
na electiva. El selj se describe como una superficie en la que los ·
puntos de condensación se hallan en perpetuo movimiento, ani-
mados por el potencial dinámico de la actividad perceptiva. Este
proceso tiene particular importancia durante los intercambios mu-
tuos con la madre. A la soltura de las investigaciones maternas,
el bebé responde con desplazamientos . Inversamente, si este se
hallase fijado en una prevalencia focal, permanecería impermea-
ble al mutuo intercambio. Puede encontrarse envuelto en un sín-
toma (anorexia, constipación) casi impermeable a las posiciones
maternas, o entregarse a la dispersión que estas le proponen, evo-
lucionando hacia una inestabilidad de búsqueda. En los proce-
sos primarios existe la antinomia entre condensación (próxima
del concepto de fijación) y desplazamiento. Tanto el exceso de
condensación como la flotación del desplazamiento son aspec-
tos de disarmonías psicopatológicas.

Es así como hemos descrito un cuerpo libidinal en funciona-


miento, lugar de circulación de energía libre en torno de un prin-
cipio de constancia, según la clásica metáfora homeostática. Fun-
ciona como volante energético, mediador «transicional». Opo-
ne, a la descarga inmediata y masiva de las secuencias fusiona/es
de la díada madre-hijo, una actividad fraccionada en el tiempo
y en el espacio.
El objetivo de un «topoanálisis» consiste en establecer el lu-
gar de la representación dentro del conjunto constituido por «la
realización alucinatoria de deseo ante la presencia física del ob-
jeto». Ese conjunto (sin que debamos retomar aquí lo que cons-
tituye una abundante discusión terminológica) refleja el punto
de vista perceptivo y económico.

44
,.
a. En él está comprendido el orden del movimiento como ex-
presión de cambios en el nivel de las tensiones pulsionales en
diversos puntos del cuerpo (descarga y no descarga). Puede asi-
milarse el concepto de afecto -según la limitación que para este
propuso A. Green [67]-, cuyo primer modelo neurofisiológico
designa una suma de excitación «susceptible de aumento, dismi-
nución, desplazamiento y descarga, y se difunde por las huellas
mnémicas de las representaciones como lo haría una carga eléc-
trica por la superficie de un cuerpo» , para citar la expresión de
Freud.
b. La problemática de la representación está señalada por el
momento en que la cantidad (afecto) se aproxima a la figura-
ción, primera representación del cuerpo o del objeto . La realiza-
ción aluciriatoria de deseo está referida al camino más corto de
la satisfacción, según el procedimiento de la identidad de per-
cepción [94]. Este complejo conceptual es preferible a los otros
tiempos que a veces se utilizan, como el de alucinación, o tam-
bién el de fantasma, que según la escuela kleiniana deriva direc-
tamente de los instintos .
e. El régimen alucinatorio es propiamente el de la realidad,
fundamento de la construcción corporal. Las experiencias sen-
soriomotoras libidinales perpetúan la realidad de la ilusión
fusiona!.

"
IV . Abordaje semiológico de las actividades del niño
Esta sección, prolongación de nuestros trabajos sobre la gé-
nesis de las actividades lúdicas [69], investiga la armonía de las
actividades libidinales entre sí, y las modalidades por las que es-
tas tratan la agresividad, según a continuación lo expresamos
en tres proposiciones.

1 . La agresión f arma parte de las pulsiones


de autoconservación

Se manifiesta en el funcionamiento del cuerpo biológico, y


constituye esa energía que impulsa al sujeto hacia el objeto de
su necesidad, para satisfacerse en él. Esta conceptualización res-
cata la etimología de la palabra, que viene de ad y de gradior,
por lo cual significa, ante todo, «ir hacia» y «acercarse a». La
agresión sería, pues, en su referencia más sencilla, una caracte-

45
rística de ciertos instintos. Esta conducta de búsqueda se puede
considerar el prototipo o el comienzo de movimientos llenos
de vigor, de alcance adaptati vo , clasificados como actividades
agresivas, o sea violentas, que se orientan a obtener cierto ali-
mento para sobrevivir; de este modo, la primera agresión sería
Ja aproximación del lactante a su fuente alimentaria. 6 En tal ca-
rácter, la intensidad de la agresión varía globalmente, para un
sujeto determinado, con los distintos momentos de su historia;
depende de la intensidad de sus necesidades, de la frustración
de esas necesidades o de cómo sean satisfechas.

2. La agresión resulta objeto de un apuntalamiento pulsional

Sobre esta intrincación de la agresividad y la libido se descri-


ben dos desarrollos:

a. En razón de la organicidad del self, la intrincación se re-


fuerza. El eje de este desarrollo fue definido por Freud [58] en
su breve artículo sobre el problema económico planteado por
el masoquismo: «Y que quizás "en el organismo no ocurra nada
de cierta importancia que no ceda sus componentes a la excita-
ción de la pulsión sexual". Según eso. también la excitación de
dolor y la de displacer tendrían esa consecuencia. Esa coexcita-
ción libidinosa provocada por una tensión dolorosa y displacen-
tera sería un mecanismo fisiológico infantil que se agotaría lue-
go. En las diferentes constituciones sexuales experimentaría di-
versos grados de desarrollo, y en todo caso proporcionaría la
base fisiológica sobre la cual se erigiría después, como superes-
tructura psíquica, el masoquismo erógeno». Paralelamente, y en
la intimidad de las relaciones que lo ligan con el masoquismo,
el sadismo es la parte del instinto destructor que se pone directa-
mente al servicio de la pulsión sexual, en la que su papel es im-
portante. En el sadismo, la libido no se enfrenta al instinto des-
tructor: se mezcla o se entrelaza con él.
b. Inversamente, todo empobrecimiento del cuerpo erógeno,
toda disminución, pone en peligro la intrincación: así se puede
ver aparecer la agresividad más cercana a su estado inicial hipo-
tético, esto es, sin «coexcitación libidinal». Los gestos autodes-
tructivos de los bebés constituyen un ejemplo clínico sobre el
cual nos extenderemos más adelante.

6
Evidentemente, esta conceptualización se sitúa lejos de las bases teóricas
de Melanie Klein, que se refieren a la existencia de fantasmas innatos dirigidos
contra el pecho.

46
,... -~,,-,_

Todo análisis semiológico del self puede expresarse según uno


de dos modelos: el de la agresividad o el de la disarmonía libidinal
[79]. Por ejemplo, la bulimia puede describirse en función de
una hiperactividad focal oral o de una desviación oral agresiva.

3. La semiología de la agresión no es independiente de la


i·ivencia del adulto (padres, médicos) que percibe al
lacran re

En la relación madre-hijo no es posible aislar las pulsiones


de autoconservación del bebé sin tomar en cuenta la posición
materna: es decir, la agresiv idad de la madre, y la que esta últi-
ma atribuye a su hijo (identificación proyectiva) . Este razona-
miento se aju sta a la clásica sentencia de Winnicott, a saber, que
el bebé no existe él mismo durante los primeros meses de vida.
Es ilusorio , por lo ta nto, estudiar las conductas agresivas del be-
bé antes de que progrese la escisión entre él y su madre . Consti-
tuida esta, la agresión es ya un fenómeno multívoco .

La clasificación tópica de las actividades libidinales se hace


según su objeto . Lo dicho no significa que el bebé pueda perci-
bir una diferencia entre el adentro y el afuera. El cuerpo propio
no está disociado del mundo exterior .

A . En fas actividades autoeróticas

La estimulación parte del cuerpo propio del sujeto, según el


modo de una doble recepción perceptiva [85] .

1. s~ consideran dos aspectos semiofógicos, de diferente va-


lor económico cada uno:
a. Las actividades intrazonales, cuyo ejemplo clásico son las
excitaciones provocadas dentro de una zona orificial, en el lugar
mismo (succión de los labios, diversos movimientos de la len-
gua) por incorporación o excorporación. Repárese en que even-
tualmente se las practica de manera discreta.
b . Las actividades extrazonales, de las que constituyen ejem-
plos la succión del pulgar, que pone en contacto el doble percep-
to del dedo y de la zona oral, y también la masturbación. Estas
prácticas se brindan de manera electiva a la prohibición parental
y a las imposibilidades materiales que hemos agrupado bajo el
concepto de «represión somática».

47
2. El autoerotismo se sitúa como una conducta de alta valor
energético. Funciona como recarga respecto de las otras activi-
dades; en el marco de un movimiento regresivo constituiría un
modo de recuperación; el niño interrumpe su manipulación de
objeto exterior para chuparse el pulgar. De este modo se com-
prende que haya podido conceptualizárselo como «capital narci-
sista», del que se pueden hacer o no gastos energéticos .
Las autoeróticas parecen ser las primeras actividades en or-
den de aparición, lo cual no autoriza, en mi criterio, a desarro-
llar el q:mcepto de estadio autoerótico, cuyos límites parecen va-
gos y demasiado restrictos.

3. El autoerotismo se sitúa en la inmediatez de lo biológico.


Toda anomalía (en más o en menos) determina ipso facto tras-
tornos funcionales, durante esta etapa de la primera infancia que
hemos llamado «período de apuntalamiento» .

4 . El vínculo entre actividades centrípetas y centrifugas tiene


una buena síntesis de su teorización con el término «decusación»,
propuesto por A. Green [65]; sugerimos utilizarlo en clínica to-
da vez que las actividades que interesan a un objeto externo de-
ben interrumpirse a causa de un efecto represivo. Se lo comprende
«como un proceso único formado por dos operaciones : la mu-
danza en lo contrario y la vuelta contra sí mismo». En el tras-
torno constituido por el pasaje pulsional de su carácter centrífu-
go a su carácter centrípeto, la actividad, que sin perjuicio perso-
nal expresaba la agresividad afuera, pone en peligro al cuerpo
una vez que este la toma a su cargo . En virtud de la intrincación
pulsional, la vuelta sobre sí mismo es necesariamente vuelta contra
sí mismo (o trasformación de la pulsión en su contrario) . Por
lo tanto, Green tiene razón al pensar que la vuelta contra sí mis-
mo forma un proceso único con la mudanza de la pulsión en
su contrario, o sea, de libidinal en agresiva.

5. La vuelta sobre sí mismo es problemática para el sujeto


en cuanto a la emergencia de la agr~sividad, tanto si se expresa
afuera sin libidinización según el modo que llamamos operato-
rio (desintrincación pulsional) como si toma el camino de la «co-
excitación libidinal» infligiendo al cuerpo del sujeto esos daños,
comprobación esta que constituye la base teórica sobre la cual
se hace posible concebir el masoquismo primario .

Todo sucede como si las actividades autoeróticas pudiesen


de manera satisfactoria hacer frente a las primeras exigencias li-
bidinales, en la medida en que su potencial de agresión es, en

48
---
las condiciones habituales, relativamente débil. El desarrollo sen-
soriomotor y la aparición de los dientes ponen luego límites a
su valor funcional ulterior. Suficiente en las primeras semanas,
la actividad centrípeta se vuelve enseguida imperfecta. La com-
probación de un autoerotismo persistente conduce así al clínico
a interrogarse, con reservas prognósicas, sobre el modo con que
el lactante es capaz de tratar la agresividad.

B. Las actividades libidinales del lactante con el cuerpo materno

Son el indicio de un vuelco situacional importante. Las se-


cuencias que permiten al deseo del lactante impulsarse hacia un
objeto parcial del cuerpo materno forman parte de la experien-
cia diádica de la lactación; resultan posibles fuera de estas se-
cuencias, y constituyen el lado infantil de lo que describiremos
ulteriormente con el nombre de intercambio mutuo. Aquí el gra-
do de accesibilidad materna se define a la vez en el tiempo y
en el espacio, remitiendo de manera diversificada a los tipos psi-
copatológicos de estructura. La posibilidad de la madre de sen-
tirse objeto de deseo por parte de su bebé se define a partir de
las posibilidades materiales espacio-temporales y de sus propias
defensas neuróticas. Ciertos ritmos y gestos en relación con el
cuerpo de la madre, ciertas zonas sensoriales, resultan así privi-
legiadas o inhibidas. Por ejemplo, puede ocurrir que la madre
a quien se ha visto a través de los vidrios de los boxes de hospi-
>$
talización, pero no se la ha tocado, sea reconocida en el nivel
visual cuando el niño deje el establecimiento, y en cambio su
contacto físico traiga consigo trastornos funcionales. Entre los
intercambios mutuos hemos asignado un lugar funcional impor-
tante al juego ausencia-presencia [69], como repetición de la se-
cuencia investidura-desinvestidura de la madre.
La patología nos ayudará a establecer el lugar que ocupa el
tratamiento de la agresividad en este tipo de actividades del bebé
y, más exactamente, en la génesis del sadismo.

C. Las actividades que hemos denominado prelúdicas

Emplean un objeto exterior inanimado, que pierde su neu-


tralidad en la actividad libidinal cuya meta él es [59]. Desde es-
tas unidades de conducta se organizarán las actividades lúdicas.

«El objeto prelúdico», cosa creada por el niño y al mismo


tiempo provista por el ambiente, se distingue del objeto transi-

49
cional -en la famosa descripción que de este hace Winnicott-7
po i el hecho de que en su práctica comprende dominio, ex-
ploración, manipulación y coordinación muscular. Por lo demás,
raras veces los objetos transicionales se convierten en objetos de
juego. El objeto prelúdico es antes que nada el modelo real ero-
tizado a partir del cual el niño entra en contacto con el mundo
exterior. Su energía construye las líneas de fuerza de la dialécti-
ca maduración-aprendizaje. De continuo el objeto pone a prue-
ba al lactante, lo que se constituye en el momento privilegiado
de la organización global de sus experiencias sensoriomotoras .
Como ejemplo, hemos mostrado [69] el lugar que, en la adquisi-
ción progresiva de la permanencia del objeto -tanto en el senti-
do que le da Piaget como en el de los psicoanalistas-, ocupa
la escenificación del sistema incorporación-excorporación en el
espacio ambiente. Cualquier objeto puede, pues, interesar al ni-
ño y constituirse en la meta de sus curiosidades perceptivo-
motrices; esto depende de las cualidades físicas del objeto y de
la forma en que es presentado al bebé: se ha definido un grado
de investidura de los objetos que varía en el tiempo y va de los
elementos neutros a los verdaderos pre-juguetes personales. Los
objetos técnicos (biberón, cuchara) merecen estudiarse en este
campo con particular interés, por su gravitación en las conduc-
tas biofuncionales del niño.
Separemos los objetos-superficie que definen el espacio peri-
personal del bebé: objetos-pantalla, o fronteras (una pared o un
parque, por ejemplo), sobre los cuales no se puede ejercer con-
trol alguno y que no dan ninguna respuesta. Su cotejo con los
precedentes permite describir un grado de disponibilidad -o,
mejor dicho, de accesibilidad- del objeto en el espacio.

El estatuto económico de las actividades prelúdicas es parti-


cular. La investidura que del objeto externo hace el bebé se pro-
duce «por contagio»; neutro, se vuelve indicio de la madre cuando
esta lo integra en el intercambio físico o lo tiene por parte de
su propio cuerpo (la ropa, por ejemplo); puede representar al
cuerpo materno cuando este después se retira. El valor libidinal
que tenga un objeto le es conferido durante esa transacción asu-
mida por la madre. «La capacidad de estar solo», según la ex-
presión de D. W. Winnicott, o el sector de la manipulación, se-
gún R. A. Spitz, dependen del «clima afectivo» que rodee a esas
cosas. Cualquier alteración de esta presentación del objeto por

7
Los objetos transicionales [142, 143, 144] se ubican «entre el pulgar y la
boca, impidiendo el contacto directo entre estos», «en esa zona intermedia en
que Ja realidad interior y Ja vida exterior contribuyen, una y otra, al vivenciar».

50

~-----------------~--- - -
·~

parte de la madre empobrece el «preludicismo», y con ello el


estatuto de la repres~ntación. Nosotros ~signamos un lugar pre-
ponderante a la fluidez de esta secuencia triangular: actividad
del niño con el cuerpo de la madre Y un objeto exterior presenta-
do, madre que desea a su hijo empeñado en esa actividad prelú-
dica. Siguiendo la terminología de Piaget, estas conductas se di-
ferencian así: asimilación, en que el niño incorpora los nuevos
objetos percibidos a cadenas de acción ya formadas, y acomo-
damiento, en que estas se trasforman. El esquema tiene amplio
uso en la psicoterapia actual de niños pequeños, del modo como
la propone P. Ma.Ie [ 106] sobre la base de los modelos de D.
W. Winnicott. 8
Las actividades prelúdicas se diferencian del autoerotismo:
vienen definidas por su percepto único. Este esquema nos man-
tiene en el plano dinámico, si entendemos que el objeto exterior
manipulado, visto u oído presenta una base erógena menor. Es
de señalar la discontinuidad del objeto externo, que se puede
perder, por contraposición al continuo de las actividades
centrípetas.

El «preludicismo» cuesta más que lo que reporta; esta com-


probación tiene dos interesantes corolarios:
a. Es indispensable una recarga económica. La más sencilla
es la del autoerotismo: el niño interrumpe su actividad para chu-
parse el dedo; la identidad de ritmos entre ambos movimientos
'IS
llega a causar asombro. Si en determinados momentos el objeto
exterior impone disritmias, estas se corregirán regularmente en
la recarga, con la reanudación de los ritmos personales del lac-
tante [103]. La presencia de la madre, que inviste la actividad
prelúdica del niño con este objeto, nos parece el segundo modo
de reflotar el capital narcisista.
b. Esta actividad, fundamental para el desarrollo y el apren-
dizaje, cuesta cara a la economía del sujeto.
El niño cuya actividad esencial es de orden prelúdico se man-
tiene dentro de las actividades libidinales en un mínimo. Volve-
mos a encontrarnos con el interesante tema de las graduaciones
energéticas, de la actividad neutra operatoria. En el máximo, las
conductas de exhaución se observan en circunstancias de sufri-
miento. Pensamos en especial en las manipulaciones de objetos

8 En particular, la observación de un niño pequeño [142] en una situación


determinada (1941); se trata de la psicoterapia de un bebé afectado de asma del
segundo semestre, empeñado en una secuencia compuesta por tres elementos: {
la madre, una espátula médica y D . W. Winnicott como terapeuta.

51
técnicos 0 neutros que pueden observarse en lactantes ho~pitali­
1
zados (fatigados, carenciados en el plano del aporte relacional).
A esto pueden asimilarse ciertas conductas de lanzamiento a la
distancia (impulsión sensoriomotora, furor).

Las actividades prelúdicas parecen ser las mejor situadas pa-


ra el tratamiento de la agresividad. Están fuera de los alcances
de la dialéctica sadomasoquista y, en nuestra opinión, se hallan
en el centro del proceso de intrincación pulsional. Para decirlo
en términos más precisos, todo ocurre como si las disritmias (tras-
tornos funcionales de las primeras semanas, impulsos sensorio-
motores de los primeros meses) sólo se pudieran resolver en una
reintegración en los ritmos libidinales personales con un objeto
exterior. El preludicismo tendría en ello una función defensiva
originaria fundamental. Su bloqueo determina una infiltración
masoquista del autoerotismo, así como perturbaciones de senti-
do sádico en la relación madre-hijo.
Progresivamente se ha ido formando la idea de una función
libidinal ambigua en sus atribuciones. Por un lado, forma parte
de la fisiología, y en especial intrinca -es decir, integra- la
agresividad (presentada esta como fuerza de disarmonía). Po·r
otro lado, constituye una válvula energética flexible, moderado-
ra, mediadora. Es la que permitiría al niño interponer espacio
y tiempo en la búsqueda de equilibrio homeostático, y así libe-
rarse de las leyes de lo inmediato y del todo o nada. Esta fun-
ción encuentra su base íntima, hipotética, no manifiesta, en el
concepto de representación dentro de"! self. Esta es resumen de
las exigencias de identidad y diferencia entre las experiencias sen-
soriomotoras de satisfacción.
La armonía del self es mantenida por las actividades libidi-
nales, cuyo valores son desiguales.
La disfunción se esboza según dos orientaciones opuestas.
Según el modelo de la carencia libidinal, sucede que experimen-
tan déficit de energía las pulsiones de autoconservación, que se
desorganizan. El segundo modelo se delinea como «locura» del
mediador e invasión por el placer de órgano, cuyo automatismo
repetitivo bloquea todo funcionamiento biológico en evolución.

52

Segunda parte. De la adecuación
en la relación madre-hijo

>&
·-'i>

1. Modelos

Todo signo (o síntoma) es el resultado de un compromiso


entre las demandas del lactante y las que se expresan en los cui-
dados maternos, o sea que es reflejo de una doble bús_gu_ed_a de_
adecuaciQn. Así, el registro gráfico de los movimientos de suc-
ción por un dispositivo capaz de evaluar los criterios cuantitati-
vos (duración de las comidas, frecuencia de las succiones, dura-
ción total de las succiones con respecto a la de las comidas, inte-
rrupción de la succión, espontánea o impuesta por la persona
que alimenta) y los criterios cualitativos en forma de curvas (dis-
tribución temporal y espacial) muestra la existencia de un siste-
ma de succión personal, casi constante a lo largo del período
de alimentación por lactación, a partir del cuarto día. Todo ha-
ce pensar que este sistema .~s un comprom~~o entre_los ritmos
del recién nacido y _los ql!_e la_madre il!!Qrir!!~ duraI_lt~ la lª-ct~­
ción: _bay en él una búsqueda
~·- - - --- de sincronía [7; 103]. J. Call [28]
--~ ·-

dice que la orientación anticipatoria del recién nacido aparece


<$
al segundo día de vida, como una reacción compleja vinculada
con el grado de vigilancia del niño y, además, con el ritmo del
movimiento materno. Estas observaciones se añaden a las de Bum
y Sander (1972) [en 103], según las cuales la función alimentaria
es estable si la practica una sola nodriza y siempre que esta per-
manezca atenta a los signos emitidos por el niño; en cambio,
la alimentación del recién nacido e!?- 1lorarios estrictos y a cargo
de distintas niñeras determina la aparición de signos de aflicción.
Los psicoanalistas de la primera infancia han buscado mode-
los que permitan expresar los mecanismos de estos compromisos
en constante modificación entre la madre y el niño. Algunos son
semiológicos, en los que la comunicación madre-hijo aparece a
los observadores como un intercambio de signos y señales; otros
tratan sobre la economía que anima a los intercambios.
_El estudio de pautas madre-hijg, que funcionan según un mo-
delo de realimentación, remplaza al análisis aislado de las posi-
ciones maternas y, por el ofro lado, de las conductas del lactan-
te. Desde este ángulo de abordaje, las observaciones psicoanalí-
ticas recientes [20, 35, 36, 134, 143], en conjunción con análisis
metodológicos [7, 27], señalan concluyentemente el carácter ina-

55
decuado de los trabajos científicos referidos a las actitudes ma-
ternas precoces que consideran al niño como algo neutro, a cu-
yas respuestas no se reconoce interés; e inadecuado, también,
de las observaciones aisladas sobre el desarrollo del niño. Los
modelos científicos han sido tomados del dominio de la física
y la biología: el empleo de la teoría cibernética es un ejemplo
de ello [20, 92, 134]. Su estilo de pensamiento introduce un mar-
co referencial más vasto y más ágil que el de la psicología clási-
ca, que sólo estudia las funciones y los mecanismos, según el
acondicionamiento de parámetros aislados. Las estructuras son
relativamente simples, y se disponen en torno de lo fisiobiológi-
co. La situación diádica se presenta como función aleatoria de
varios parámetros, que integran a su vez una serie de funciones
estadísticas elementales que dependen unas de otras, e interac-
túan. Estas interreacciones se sitúan en niveles integrativos más
o menos complejos. El trasmisor y el receptor (la madre y el hi-
jo), en ambos sentidos, realizan un trabajo de codificación y de-
codificación de mensajes por el canal de los cuidados maternos.
Los tipos de comunicación emitidos por estos componentes (fuen-
te y destinatario) se pueden considerar señales, con una conno-
tación muy diferente en el hijo y en la madre. Los intercambios
no son objeto de una descripción lineal, en la medida en que
se introduce la variable tiempo (es decir, la evolución de la ma-
dre y el hijo, según modos evidentemente imprevisibles en el de-
talle). La heterogeneidad de estos dos componentes es un dato
de partida que se modifica sin cesar, además, distinto en el tiem-
po y en el espacio. No se puede decir que este sea un sistema
cerrado; el niño, «en razón de su neurofisiología, está en con-
tacto directo con el inconciente de su madre» [92].
La excitabilidad del lactante varía considerablemente en fun-
ción de su estado biofisiológico. De tal modo, el estudio de las
reacciones del recién nacido con ayuda de estímulos exteriores
cuya intensidad se pueda controlar cómodamente suele arrojar
resultados inconstantes, por encontrarse el niño en condiciones
orgánicas distintas; es preciso conocer su ciclo de actividad, y
presentarle los estímulos sólo cuando se encuentra en estados com-
parables. En cambio, la observación de sus reacciones espontá-
neas revela la organización de su ciclo tensional. Así se explica
el desacuerdo entre la impresión de constancia experimentada
por las madres y su desmentida experimental: ellas se basan más
en las reacciones espontáneas del lactante, que expresan el ciclo
de los estados interiores; el experimentador, por su parte, en-
cuentra dificultades para tomarlas en cuenta. De igual modo,
los resultados del examen neurológico del niño muy pequeño de-
penden del momento en que se lo practicó, en relación con el

56
......
• 1

ciclo sueño-vigilia. El ~~ncionami~nto perc7ptivo del lactante pre-


supone una apercepc1on: los estimulos solo pueden franquear
el alto umbral perceptivo del bebé si desde los primeros días se
ha establecido un vínculo de reciprocidad entre dos elementos,
a saber, los momentos de necesidad neurofisiológica del lactante
y los episodios de satisfacción vehiculizadores de «un clima emo-
cional específico». La variable fundamental está constituida por
lo que, basándose en Escalona, J . de Ajuriaguerra [4] llama «la
experiencia del lactante»; estímulos maternos o experimentales
en apariencia semejantes arrojan resultados distintos; estímu-
los distintos pueden llevar a resultados semejantes. Por ejem-
plo, un lactante notoriamente «activo» deja de integrar elemen-
tos conductales si se lo excita con vigor; un lactante inactivo,
en cambio, se beneficia así.
El modelo de estudio económico de los intercambios
perceptivo-motores ha utilizado a partir de Freud los conceptos
de la hidrodinámica y, más recientemente, con T. Benedek, el
de homeostasis: la pareja madre-hijo funcionaría con arreglo a
la finalidad interna de alcanzar una posición de equilibrio .! Los
factores de desequilibrio del sistema, que mueven a buscar un
equilibrio diferente, se hallan constituidos por la necesidad del
niño, el deseo de la madre, y el ambiente. Al aparecer las pertur-
baciones, el homeóstato prueba todas las combinaciones que sean
necesarias para recuperar una posición de equilibrio; lo esencial
de la ductilidad del sistema recae, al comienzo, sobre la madre.
El concepto de protección antiestímulo, empleado por S. Freud
y retomado ampliamente por J. Laplanche [93] y A. Green [65],
parece esclarecer esta problemática energética. Su esquema de
funcionamiento es doble: impedir un exceso de estimulación ex-
terna a modo de una protección, y recibir la impresión de los
estímulos internos de orden biológico, pero tratando de evitar,
por medio de respuestas adecuadas, su aflujo excesivo. Estas dos
operaciones, por homólogas que puedan ser, no son en todo ca-
so equivalentes porque las estimulaciones externas se eliminan
afuera, mientras que las estimulaciones internas deben ser obje-
to de una respuesta elaboradora . La protección antiestímulo es
un regulador. Su finalidad es luchar contra el displacer; las ma-
nifestaciones de placer serían el signo de su buen funcionamien-
to . Los cuidados maternos constituyen, en los comienzos de la
vida, la principal protección antiestímulo del lactante. Abarca
todas las funciones que el niño espera de su madre, y sitúa el
problema energético entre dos excesos: tensión (interna o exter-

1
M. Soulé [Kreisler , L. y otros, 92, pág. 29] emplea el modelo homeostáti-
co para el estudio del lactante mismo, lo cual ya nos parece mucho más discutible.

57
---- ,
f
1 na) demasiado importante para el bebé, o tensión insuficiente

para que este despierte y se desarrolle.

a. La resolución de las tensiones constituye su función cal-


mante o reparadora, tanto si el origen del desequilibrio tensio-
nal del lactante es interno como si es externo.
b. La protección antiestírnulo incluye, además, una función
despertadora. Los experimer talistas norteamericanos, cuya opi-
nión está resumida en Dennenberg [6], estiman que este efecto
-al que llaman arousal- constituye la principal función de la
madre respecto de su bebé durante los primeros días de la
existencia .
La madre suficientemente buena _:_en la expresión de D. W.
Winnicott- o satisfactoria -según dice M. Fain- cumple esas
dos funciones contradictorias : será sólo «calmante» si ejerce ex-
clusivamente la primera, y sólo «excitante» si no atina más que
a la segunda .
La función materna de protección antiestímulo tiene que per-
sistir hasta que se asegure el relevo del cuerpo erógeno del lac-
tante en desarrollo. Este aserto retoma, en función de erogeni-
dad, lo que Winnicott [142] expresa en función de self cuando
considera que el yo del recién nacido está constituido por la ma-
dre hasta el momento en que el niño consigue «desprenderse de
ella en el plano mental, es decir , diferenciarse en un self personal
separado» .
Es concepto empleado en la bibliografía psicoanalítica (espe-
cialmente en los trabajos de Fain) la protección antiestímulo autó-
noma. Su descripción introduce la idea de que desde el nacimiento
se retiene un capital energético . Retoma el concepto de una esti-
mulación originaria global e indiferenciada, así como el de reali-
dad en bruto no simbolizable, que estudió J. Laplanche [93],
y la cuestión del yo autónomo , tal como se expone en los traba-
jos de H. Hartmann [88]. El ciclo -vigilia-sueño o, para mayor
exactitud, el ciclo de las posibilidades reparadoras del dormir,
sería el tipo exacto de la protección antiestímulo autónoma, «pri-
mera forma autónoma de la identificación primaria» [111] . La
protección antiestímulo materna tendría por finalidad desarro-
llar esa protección antiestímulo autónoma del bebé. En aras de
la claridad, y fieles a nuestra concepción del apuntalamiento pul-
sional, no habremos de seguir a este autor, y emplearemos la
expresión «protección antiestímulo autónoma» como sinónimo
energético del cuerpo erógeno o libidinal. El bebé, al nacer, está
provisto de sistemas func ionales que gozan de relativa autono-
mía (además del dormir, podríamos citar la respiración, el sis te-

58
!

ma neurovegetativo, y demás análogos) y que son objeto de una


libidinización; por efecto de este proceso, pero sólo así, se cons-
tituye como protección antiestímulo autónoma.

Hemos escogido cuatro ejemplos de situaciones y de razona-


miento a efectos de poner en evidencia las modalidades de este
equilibrio relacional: abordar los elementos de la adecuación y
la inadecuación.

J. Reflexión sobre el ciclo de funcionamiento vigilia-sueño

El estado despierto, en los primeros días de vida, se sitúa


entre el advenimiento de la sensación de hambre o sed, que inte-
rrumpe el sueño, y la satisfacción de esta necesidad, que la ma-
dre procura en el amamantamiento; a poco, el niño torna a dor-
mirse. La fase de vigilia después de las comidas se prolonga rá-
pidamente durante los primeros meses . La madre que amaman-
ta a su recién nacido está también, implícitamente, haciéndolo
dormir, tanto más cuanto que, en ese encuentro, satisface plena-
mente las necesidades de su hijo. Antes de ser momento de satis-
facción, la fase de vigilia es el tiempo de expresión de la necesi-
dad. La inadecuación relativa entre el ritmo de las necesidades
del recién nacido y el del deseo materno habilita este período;
~
su duración y su calidad se modificarán si algún fenómeno pato-
lógico varía uno de esos dos términos. De este modo quedan
definidos dos ejes de la función materna: la madre que desea
satisfacer a su hijo apenas este hace las primeras manifestacio-
nes de su demanda restringe el período de vigilancia, y estamos
entonces en presencia de la madre «calmante»; en cambio son
«excitantes» las que retrasan el momento de la satisfacción o
imprimen al hijo estimulaciones inadecuadamente intensas . Es-
tas posiciones maternas deben ponerse en relación con la inten-
sidad y calidad de las exigencias del lactante mismo.
Desde el ángulo económico, este período de vigilancia es una
fase de tensión, que progresivamente va acercándose a los lími-
tes del «displacer», para emplear la terminología psicoanalítica.
Es el período privilegiado para las adquisiciones perceptivo-
motrices. 2 En él, los umbrales perceptivos son los más bajos.
La percepción de la señal «alimento» se produce hacia el sexto
día; el reconocimiento de los objetos se extiende a los perceptos

2 Esta correlación viene a esclarecer un dato semiológico como es la hiper-


maduración del lactante insomne [89], sin por ello introducir una relación de
causa-efecto entre insomnio y maduración .

59
concomitantes a la situación de amamantamiento (en particular,
los cenestésicos) y después al ambiente; «al segundo mes, por
lo general, el lactante no reacciona a la señal exterior, salvo si
tiene hambre; la percepción del ambiente supone la presencia de
una tensión producida por una pulsión no satisfecha» [ 134]. Así
se reúnen, en una misma fase del día y de la noche, estado de
vigilia, tensión de displacer, actividad de condicionamiento y de
aprendizaje.

2. Las estimulaciones infantiles precoces

En experimentación, tanto animal como humana, constitu-


yen un denso capítulo. La lectura de los respectivos trabajos no
revela resultados homogéneos, en lo cual pesa la diversidad de
los métodos empleados, de las poblaciones estudiadas, de los sig-
nos que se tomaron en cuenta en el análisis de los resultados
y, finalmente, la variación según edad (y según circunstancias
biológicas) en las condiciones de experimentación. Por lo demás,
es discutible que se puedan asimilar experimentación humana y
experimentación animal, estimulación experimental y excitación
volcada por la madre sobre su hijo. De todas maneras, algunas
comprobaciones experimentales proporcionan a la clínica ejes de
reflexión que nos parecen de interés:

a. Las estimulaciones infantiles precoces [6] de tipo físico (fo-


cales o globales), o del estilo de las modificaciones del ambiente
(por ejemplo, restricción de libertad, modificación alimentaria
y asimismo modificación de grupo), tienen efectos inmediatos
sobre el sujeto: neuroquímico (Tapp y Markowicz, 1963), neu-
roendocrinológico (Lézine, 1976), electroencefalográfico (Meyer,
1961 ), relacionado con la sensibilidad a los agentes patógenos
(Ader y Friedman, 1965), al stress (Levis y Otis, 1958) o a las
lesiones cerebrales (Levine, 1962). La duración de estas modifi-
caciones biológicas es variable, de acuerdo con diversas coorde-
nadas (intensidad, cantidad, cualidad, duración de los estímu-
los, estado preexistente a la estimulación); estas modificaciones
pueden ser permanentes. No parece que se haya alcanzado toda-
vía un nivel del orden de la previsión de los efectos de las
estimulaciones.
b. Una nueva estimulación puede siempre desencadenar un
«estado de aflicción», y este se asemeja en muchos aspectos clí-
nicos a los estados de stress (Selye). Lo que parece más caracte-
rístico del estado de aflicción es la «confusión de las señalizado-

60
ir·

nes». Todo ocurre como si ya no se pudiera comprender el signi-


ficado de las señales habituales . Bridges, siguiendo a Osterrieth,
demostró que antes de los tres meses cualquier estímulo no habi-
tual sumerge al niño en un clima de aflicción; la repetición de
los estímulos puede provocar la extinción de toda respuesta mo-
)
triz (Dennenberg, 1964 [en 6]) .
c. Los estímulos familiares son objeto de reconocimiento en
un nivel mnémico elevado .

Como corolario de estas dos últimas afirmaciones, se des-


prende que el ambiente desempeña un papel selectivo respecto
del programa sensorial del bebé.
Podemos así hacer el intento de imaginar (y no todavía de
definir) el nivel óptimo de estimulaciones nuevas aceptables pa-
ra el recién nacido en el curso de su maduración. Conviene que
aclaremos el lugar teórico que ocupan estos dos conceptos:

a. el estado de aflicción, de los experimentalistas, que los clí-


nicos reencuentran (especialmente en pediatría de agudos) con
el término «sufrimiento»;
b. la angustia primaria, que en teoría psicoanalítica se entien-
de como una manifestación de la tensión libidinal del lactante .
Sobreviene cuando el niño presenta una carga libidinal dema-
siado importante, tanto porque es objeto de una hiperexcitación
1l
por parte de su madre como porque se encuentra en situación
de no poder entregarse a acti vidades libidinales, condicior:ies
que a esa edad resultan idénticas . Esta delimitación es la pro-
puesta por Freud: «La no satisfacción del hambre y de la sed,
los dos instintos de conservación más elementales, nunca es se-
guida por la trasformación de tales instintos en angustia, mien-
tras que sabemos que la trasformación de la libido insatisfecha
en angustia es uno de los fenómenos más conocidos y más fre-
cuentemente observados» (56].

Sobre este punto, las teorías freudianas son más complemen-


tarias que contrapuestas: la primera, planteada en 1898, refiere
la angustia observada en el niñito a la problemática de la separa-
ción de este, de la persona a quien ama; la angustia primaria
es así una angustia de separación, en la medida en que el aleja-
miento de la madre ya no permite al niño satisfacer su deseo. 3

3 Esta concepción fue reformulada en ocasión de las discusiones con Otto


Rank (1924) sobre su idea del trauma del nacimiento, prototipo de todas las
angustias de separación .

61
.........................------~----...-.µ_..x

En 1926, la teoría de la señal viene a enriquecer la hipótesis pre-


cedente: en una situación traumática (ausencia de la madre), el
bebé pone en marcha un sistema de seguridad que tiene por fun-
ción significar a su ambiente el peligro que ha corrido. Es por
obra de un proceso de aprendizaje como el pequeño llega a aspi-
rar a la presencia de la madre, «desencadenando la señal de an-
gustia desde el momento en que ella se aleja», antes que se ins-
taure la situación económica de angustia.
Considerar idénticos aquellos dos estados clínicos nos parece
un error; oponerlos nos interesa: en el estado de aflicción el be-
bé se enfrenta a un estímulo externo de tipo traumático; el me-
jor ejemplo de ello es el signo de Moro, cuya interpretación fue
renovada por Ferenczi [49]. Se caracteriza, ante todo, por la de-
saparición de las actividades libidinales. Los hipofuncionamien-
tos diádicos nos proporcionan una expresión clínica de esto. La
angustia primaria es todo lo contrario. La clínica de los hiper-
funcionamientos diádicos nos permitirá esclarecer su aparición .

3. Observación de los lactantes cuya madre demora la


satisfacción de la sed o el hambre

Estos niños lloran, se agitan y tratan de tener una actividad


de succión. Puede considerarse que madres así son «excitantes».
Bien se comprende que en la observación del niño el término «dis-
placer» sea ampliamente utilizado por los psicoanalistas, fieles
a la equivalencia clínica y teórica, enunciada por Freud, entre dis-
placer y sentimiento de tensión, y por otra parte entre placer y
reducción de esa tensión. Pero cabe lamentar el empleo de este
término, por su negatividad: el displacer parece implícitamente
describir una situación en que el placer está ausente, lo cual no
puede sino traer menoscabo a la descripción de una semiología
del displacer. Debe establecerse un distingo sutil, pero funda-
mental, entre el concepto de displacer, referido a la tensión de
la necesidad, y el ya definido de angustia primaria, ligado a la
tensión libidinal. Estos dos estados pueden ser concomitantes;
en la clínica de la primera infancia se presentan diferenciados .
Cuando siente hambre, el lactante reconoce habitualmente la
señal alimento -o sea el pezón, una vez que lo tiene en la boca-
y, en respuesta a ese estímulo, comienza a chupar [134]. En una
fase más avanzada, cuando el estado de tensión es intenso, pue-
de que la señal alimento ya no sea reconocida. El lactante que
llora µorque siente hambre ya no reconoce el pezón que tiene en
la boca y sigue gritando; el displacer extremo vuelve al lactante
incapaz de percibir en su boca el estímulo que podría poner fin

62
.,....

. . , La extrema
a su situación. . tensión del displacer determi na una
desorgamzacwn percept1vo-motora, modo de introducción e 1
. l , d. ne
campo d e la ps1copato og1a: se a vierte una paradójica elevació
del umbral perceptivo, normalmente bajo en esta ubicación d~
la zona oral, con pérdida de los ritmos de succión. El sistema
perceptivo-motor de la zona oral, uno de los que más precozmente
se organizan en el lactante, pierde sus condiciones de funciona-
miento. El término «descarga», preferido por Spitz para expre-
sar el estado de excitación psicomotora del lactante en situación
de necesidad, no parece el más adecuado; la única descarga de
tensión que puede existir se produce al satisfacerse la necesidad
en cuestión; los gritos y la agitación sólo son aquí señales de car-
ga; carga que, muy por lo contrario, en esta situación extrema
impide la descarga normal. Es este un estado perfectamente com-
parable al que antes definimos como estcdo de aflicción. El tér-
mino jrustración, a menudo empleado en psicopatología de la pri-
mera infancia de un modo impreciso, encontraría aquí, para no-
sotros, un principio de definición: la frustración se situaría en el
momento en que esa tensión de la necesidad supusiera desorga-
nización, es decir, en el momento en que la necesidad fuera tan
intensa que, paradójicamente, ya no tendiera a su objetivo (que
en virtud de ello se habrá perdido). La definición biológica del I

término es la más restringida, y es susceptible de ampliación en


el ma~co de la demanda libidinal del niño. Un objeto sería frus-
trante si, demandado, no apareciera, moviendo con ello al suje-
... to a renunciar a su demanda .
En !a situación de tensión del displacer, las actividades libi-
dinales (en particular las orales) no calman, sino muy provisio-
nalmente, los llantos y la agitación del lactante. El hambre no
se deja engañar por el chupeteo; 4 la actividad oral puede vol-
verse frenética y desordenada; va a la par de la tensión global
del lactante, de cuya expresión semiológica participa. En la agi-
tación se expresa la doble demanda -biológica y libidinal- que
el chupeteo debiera resolver. La exigencia biológica no acepta,
normalmente, la ilusión libidinal. En la secuencia clínica descri-
ta, displacer y actividad erógena van asociados (sin que por ello
puedan resolver la tensión de necesidad). Si añadimos que en
esta situación se llega a dejar de perseguir el placer de la satis-
facción, nos vemos llevados a imaginar que ya a esta edad aflo-
ra un masoquismo primario. 5 Esta coexcitación libidinal a raíz
4
Ya veremos que puede engañar al sufrimiento.
5 Pueden ser ejemplos semiológicos de esto el insomnio del primer trimestre
con agitación, y secundariamente con balanceo, que a veces llega hasta los gol-
pes con objetos duros, y la erotización de los gritos del lactante, que determina
la repetición de estos fuera de las secuencias de frustración.

63
de una tensión de dolor o displacer tendría el carácter de un me-
canismo fisiológico infantil, destinado a desaparecer tiempo des-
pués [58]. Aún es posible ir más allá en este desarrollo hipotéti-
co, y describir, por una parte, actividades libidinales que se de-
sarrollan en los momentos de satisfacción y, por otra, activida-
des libidinales (del mismo origen) acopladas al displacer. Todo
ocurre como si el masoquismo primario viniese a apuntalarse en
el displacer como excitación , lo mismo que la libido hace en el
placer de funcionamiento. Esta proposición, orientada a preci-
sar el campo de las posibilidades masoquistas del niño muy pe-
queño, nos parece muy próxima a la clínica cotidiana.
Para la interpretación de esta secuencia clínica no es necesa-
rio introducir el concepto de agresividad del niño. Diremos des-
pués en qué momento se hace indispensable el empleo de este
concepto. En esta fase evolutiva nos interesa únicamente la de-
sorganización o la energía desorganizadora. El carácter autodes-
tructor del proceso iniciado es claro una vez que el niño deja
de ser capaz de percibir el objeto mismo de sus llantos y su ham-
bre. La palabra «furor» (que todavía no es el nivel de la impul-
sión) se utiliza en la práctica corriente y en la teoría szondiana
para designar el estado de tensión del lactante. Nos parece que,
para reflejar la clínica, se trata de un término excesivamente li-
gado con la idea de agresividad.
Finalmente, cabe preguntarse con qué recursos el lactante con-
sigue superar su extravío del objeto biológico, provocado por
la frustración según la hemos definido. El bebé necesita de «un
largo período de estimulación oral para que dirija de nuevo su
atención a ese alimento por el cual lloraba, siendo que podía
disponer de él» [134]. La seducción primaria materna debe cu-
rar la desorganización perceptivo-motora. La libido materna es
reparadora; la del bebé no lo es. En las descripciones del apun-
talamiento pulsional precedentemente hechas, las actividades li-
bidinales del lactante tenían por resultado colmar la pérdida del
objeto biofisiológico; aquí el objeto en cuestión necesita, para
ser reencontrado, de un nuevo aporte libidinal materno. La de-
sorganización perceptivo-motora aparece como un proceso in-
verso al apuntalamiento pulsional, o sea como un verdadero «de-
sapuntalamiento », si se nos permite el neologismo; sólo la repe-
tición de la seducción primaria puede interrumpirlo. Cuanto más
numerosas son las experiencias desorganizadoras, más dependien-
te de la libido materna se muestra el lactante. El desarrollo autó-
nomo del cuerpo erógeno del nifio se ve debilitado, tanto más
cuanto que, según vimos, tiende a cargarse masoquistamente.
Este conjunto de observaciones nos ha permitido precisar los
límites extremos de la posición materna «suficientemente bue-

64
,.....-
1
;

na» [142]: por una parte, la evitación de la concomitancia con


la demanda inmediata del lactante, gracias a un distanciamiento
fundamental entre la madre y su hijo, que permite a este último
expresarse y estar despierto; por otra, la evitación de una excita-
ción que pueda desembocar en estados de desorganización
perceptivo-motora.

4. El placer de funcionamiento se inscribe en la relación


del lactante con su madre

La idea nueva, en esta ciencia del comportamiento en que


se ha convertido la biología moderna, es el reconocimiento de
una «necesidad primaria de apego» [146]. 6 Parece que los he-
chos de observación han de organizarse de manera diferente si
la relación con el otro se concibe, en la ontogénesis , como hecho
primigenio. Se diría que el apego , más que tendencia innata o
necesidad particular, es una característica fundamental de todo
comportamiento biológico en el sujeto muy joven. Se desarrolla
en cierta medida colateralmente, a raíz de la satisfacción de las
necesidades; sus estímulos específicos son los que provocan o
acompañan la satisfacción de las pulsiones de autoconservación .
El apego refleja la necesidad de otro [20], es decir, la total de- ·
pendencia del lactante con respecto a su madre . Paralelamente
a su demanda de alimento o de calor, el lactante expresa a su
madre (objeto de apego) una demanda cuya satisfacción no co-
rresponde a la satisfacción alimentaria o calórica, aunque se aso-
cia íntimamente a una y otra. De un modo implícito, al manifes-
tar su hambre , el lactante dirige a la madre una demanda de
apego. .
En virtud de ello, el placer de funcionamiento, cuyos funda-
mentos semiológicos estudiamos, se nos muestra de un modo más
preciso:

a. Se apuntala en el funcionamiento biológico, y esta es una


condición necesaria, pero no suficiente.
b. Refleja la satisfacción de la necesidad de otro, caracterís-
tica ontogenética esta que lo es de toda necesidad, y que al mis-
mo tiempo es una necesidad diferente, a saber, en clínica huma-
na, en la medida en que los cuidados maternos la hayan satisfe-
cho. La semiología del placer de funcionamiento es semiología
relacional, doblemente: en el sentido que va del hijo a la madre,
6
Aquí Zazzo utiliza el término «primaria» en acepc1on no psicoanalítica,
sino próxima a la idea bleuleriana de perturbación «primitiva» o «primaria» .

65
y en el que va de la madre al hijo. Como lo muestran claramente
los trabajos de H. S. Harlow [82], el apego del bebé a su madre
es un corolario del apego de la madre a su bebé.7

El conocimiento del polimorfismo de las conductas de apegos


ha hecho considerables progresos, con críticas implícitas a las ideas
heredadas sobre la oralidad; citemos, por ejemplo, la clasifica-
ción de Bowlby [20], que aísla cinco expresiones de apego en el
bebé: succionar, prenderse, 9 seguir, 10 llorar (y gritar) y sonreír.
M. Ribble [120] situó en su mismo plano el papel de la estimula-
ción oral, el de la estimulación cenestésica y táctil, y el de la
audición de la voz materna.
En este mismo sentido, según los trabajos de H. E. Wolff [en
134] el niño de 3 semanas sonríe al oír la voz materna y, de un
modo menos regular, ante las voces de tono elevado. Sobre to-
do, es sensible a los sonidos que él mismo puede producir; de
ahí su interés por las voces de los demás bebés (que conocen bien
quienes trabajan en guarderías) . Autores como H. S. Harlow, 11
R. A. Spitz y 1. Bowlby trataron de discriminar, con procedi-
miento analítico, entre la satisfacción de la demanda oral y el
conjunto de los cuidados corporales cutáneo-mucosos (caricias,
distintas posiciones impuestas al niño en brazos, calor, etc.) en-
globados en el término «contact-conjort» [20], cercano al hold-
ing, de Winnicott.

7
La historia de los trabajos científicos de los últimos treinta años muestra
todas las ventajas que es posible obtener del encuentro, en el nivel de la clínica
y de los principios fundamentales , entre etólogos y psicoanalistas. Pensamos,
más concretamente, en los intercambios de Bowlby con Lorenz (1953-1957) y
de Bowlby con Hirde (1954), en la constante interacción entre las investigaciones
de Harlow y Spitz, y en aquello que Zazzo , en el coloquio por él organizado
[146], llamó «memorable encuentro de la psicología infantil y la etología, en
1958» , en ocasión de publicar Harlow su articulo «The nature of !ove» y Bowlby
su trabajo «The nature of the child's tie of his mother».
8 El término «apego» adoptado por Zazzo y Harlow presenta sinónimos :
«amor», para Lorenz; «afecto», en los primeros trabajos de Harlow, y
«afectividades» en los más recientes de este mismo autor.
9
El reflejo de prenderse o aferrarse es particularmente nítido en los prima-
tes estudiados por Harlow.
10
La importancia del reflejo de seguimiento o impresión (o impregnación)
ha sido puesta de relieve por Heinroth y estudiada por Lorenz y Tinbergen en
los pájaros: el pichón fija de modo indeleble el aspecto del primer objeto en
movimiento que encuentra, y en lo sucesivo va tras él. El estudio de las fijacio-
nes paradójicas a un ser humano o a un objeto neutro abre un nuevo capítulo
de la psicopatología animal. Se ha pretendido hacer del acto de seguir con la
mirada un objeto móvil un ejemplo de impronta en la criatura humana.
11
Nos limitamos a ·citar la experimentación fundamental de Harlow, ahora
clásica (1958; 1962), que comprende observaciones longitudinales de macacus
rhesus jóvenes.

66

l
í Es posible, por medio de análisis factoriales, poner en evi-
dencia las zonas y las funciones en que se desarrolla la semiolo-
gía relacional.
La preferencia -excesiva, a nuestro criterio- conferida a
1
1 la zona oral en las observaciones del lactante es corolario de la
iniciativa de S. Freud (1905), quien tomó en consideración los tra-
bajos del pediatra Lindner, y de la descripción retrospectiva de
la fase oral en psicoanálisis de adultos. La actividad oral tiene
empero un sustrato anátomo-fisiológico. En este sentido, C. Kou-
pernik [87] destaca que los dos únicos reflejos arcaicos operan-
tes están, justamente, situados en la esfera bucal y peribucal.12
Especularmente, A. Ambrose [6] resume el punto de vista de los
experimentadores anglosajones, señalando que la actitud mater-
na en lafeeding situation [situación de amamantamiento] es sig-
nificativa del comportamiento global de la madre.

a. Su diversificación desborda con largueza la actividad libi-


dinal oral de las primeras observaciones, sin desdeñar la impor-
tancia de estas.
b. El placer de funcionamiento se observa en actividades cu-
ya finalidad de autoconservación es mínima. Esta -comprobación
es muy importante porque parecería desafiar la hipótesis del apun~
talamiento pulsional, toda vez que se la formulara de manera
restricta y aislada.

Algunos trabajos intentan, además, instaurar una jerarquía


para el valor de estas zonas y funciones. Los trabajos de Robson
(1967) sobre el contacto «ojo a ojo» de la madre y el niñol3
constituyen un ejemplo de investigación de interacciones entre
las zonas y funciones, así como de jerarquización: en este senti-
do, la succión del bebé puede interrumpirse por la intensidad
del contacto ojo a ojo que establece con su madre [4]; es modifi-
cada también por la posición del niño, según que mantenga o
no contacto corporal con su madre (Comer y Thomas, 1970 [en
103]), y por movimientos impresos a partes del cuerpo [103].

12
La mayoría de los reflejos arcaicos tienen una programación inútil y son
una curiosidad filogenética, con excepción de dos de ellos : 1) El routing-reflex,
o reflejo de hocicamiento, que es una conducta adaptada de búsqueda del pezón
y que probablemente está orientada por un componente térmico; y 2) los reflejos
de los puntos cardinales, de André Thomas . Cuando se estimula la comisura
de los labios de un recién nacido, la lengua se dirige, en un primer momento,
hacia la parte estimulada, y después toda la cabeza gira en el mismo sentido
(C. Koupernik).
13
El contacto ojo a ojo de la madre y el hijo ya ha sido estudiado por Spitz
y Wolff (1946) y por Arhens (1954), y actualmente Brazelton trabaja sobre él.

67
- -- ;;~~~::::========-------------

La importancia de estas investigaciones relacionadas con una


semiología focal no debe hacer descuidar la unicidad del cuerpo
del niño. La clínica nos muestra las asociaciones que se estable-
cen entre estas diversas actividades, con momentos de convergen-
cia en una zona o una función.
Los psicólogos de la primera infancia circunscriben a este ni- j.
ve/ de razonamiento la totalidad de la semiología de la madre ¡
y el niño. Los psicoanalistas, por su parte, no han recorrido has- 1

ta aquí más que un tramo del camino, que precede a la introduc- :


ción, en el trámite conceptual, de la hipótesis freudiana de la
libido. La seducción primaria es diferente de la realización del
«apego» o la «afectividad» de la madre con su bebé. No parece
que autores como Bowlby hayan tenido siempre clara concien-
cia de ello. El lugar de la libido en la interpretación del fenóme-
no de apego es el principal objetivo de las discusiones del recien-
te coloquio organizado por R. Zazzo [146] con participación de
psicólogos, etólogos y psicoanalistas . Su carácter sexual es un
postulado que planteamos en un encuadre teórico previo. La se-
ducción originaria se apuntala en el «apego», a raíz de los cui-
dados maternos.

68
,
2. Semiología de los cuidados maternos

Los cuidados maternos constituyen, dentro de una perspecti-


va globalista, el conjunto de las conductas que la madre dirige
a su hijo con procura de adecuación. Se trata, af m¡-smo tiempo,
de un capítulo de la psicología y la psicopatología femeninas,
y de un estudio del ambiente inicial del lactante.

J. Los cuidados maternos se definen como conductas organi-


zadas por su meta: adaptarse a la demanda biológica del niño. Es-
ta es la dimensión que nosotros calificamos de «operatoria»; su
criterio es la eficacia.
2. La madre realiza su deseo de tener un hijo, con un «obje-
to» real distinto de ella misma: el lactante. Los cuidados mater-
nos son sinónimo de la relación objeta! de la madre.
3. Para la madre, el lactante todavía no tiene estatuto de ob-
jeto distinto. Todo sucede, en la relación de la madre con el hi-
jo, como si este último , exterior en la realidad, psicológicamente
<&
formara parte todavía del cuerpo materno. El estado físico de
embarazo se continúa en la unidad psicológica madre-hijo, a la
que R. A. Spitz [134] llama «díada». Los cuidados maternos son,
aquí, una expresión de este organismo particular, de esta unidad ,.
a la que calificaremos como narcisista primaria.

Estos tres aspectos son complementarios; su intrincación es


constante, su oposición es dialéctica. Por ellos se definen las di-
mensiones específicas de la psicopatología de los cuidados ma-
ternos, para la cual propondremos un esbozo de comprensión.

I. Los cuidados maternos en su función operatoria

La actividad materna tiene la finalidad de dar respuesta a


la demanda biológica del recién nacido, y después del lactante.
Su descripción y el análisis de su eficacia -es decir, de su
adecuación- son un capítulo de la pediatría, de la puericultura

69
--- ~

y de la psicología de la primera infancia. Ni lo uno ni lo otro


constituye por sí mismo un campo de investigación para el psi-
coanálisis . Es evidente, sin embargo, que la dip_ámica_.~elqs_ ~ui:
dados maternos, normal o patológica, tiene un efecto directo so-
bre lá -adecuadón bioíogka...deestoS.-Pu-ede-promov~~-~sa efica-
cia o perturbarla; el continuo temporal es una característica clí-
nica de los cuidados maternos, en la que se detiene la mayoría
de los autores, y entre ellos, muy especialmente, D. W. Winni-
cott [142, 143]. La demanda biológica del lactante ha sido obje-
to de trabajos que se reúnen bajo el común denominador del
«saber pediátrico» y se concretan en normas de higiene y de pue-
ricultura. Aquella de hecho varía de un lactante a otro , y en los
distintos momentos de la vida de cada uno, lo que convierte a
la clínica neonatal en una clínica ya personalizada.
En las glucogenosis , por ejemplo, los niños deben ser alimen-
tados cada dos o tres horas, si se quiere evitar que sobrevenga
una hipoglucemia (de la que se conoce el riesgo vital, al me-
nos neurológico); en un caso así el protocolo operatorio de los
cuidados maternos resulta modificado. La supervivencia del ni-
ño se hará posible si la madre se trasforma en enfermera compe-
tente y vigilante . La patología somática acentúa-; en razón de
las distorsiones que provoca, el carácter profundamente indivi-
dualizado que tiene todo cuidado materno operatorio desde los
primeros días de la existencia, si es que ha de ser apropiado .
\,___- La adecuación de los cuidados maternos supone una doble
\

decodificación de las expresiones de la madre por el niño, y de


las de este, po r la madre. Comprender al lactante impone para
su madre que las señales emitidas por el b,ebé se trasformen
en signos y_símbolos comprensibles para el adulto . El paso de
un lenguaje (el del lactante) a otro (el de la madre) se efectúa
a través del prisma de los factores socioculturales de los cuida-
dos maternos. La tabfa de decodificación de las señales del niño
es una tabla simbólica cuya historia, como la del lenguaje, está
inscrita en los elementos de la cultura. Llegamos aquí a una pa-
radoja en la función operatoria de los cuidados maternos: su
meta es una adecuación a lo real biológico, pero su funciona-
miento se lleva a efecto a través del prisma deforman te de los
factores culturales .
Frente a la amplitud del saber y el poder de la pediatría y
la puericultura en la civilización actual, ¿qué espacio queda para
el movimiento deseante de la madre, para la seducción prima-
ria? La antinomia entre cientificidad y tecnicidad, cada vez más
adecuadas, por una parte, y las relaciones interpersonales, por
la otra, es un tema rico en polémicas . La reflexión psicopatoló-
gica sitúa en oposición dos aspectos . extremos, a saber.:

70
.,,
~ 1. Los cuidados maternos pueden, en gran parte, estar des-
provistos. de su .ca~ácter opera,i01:io, esto es. qu~ pueden tener co-
mo objetivo pnnc1pal (hasta umco) la reahzac1on del deseo ma-
terno, sin búsqueda de adecuación a la demanda biológica del
niño.
Las formas agudas de esta inadecuación ponen en peligro la
vida del niño a corto o largo plazo. Por otra parte, contribuyen
a la constitución de disarmonías relacionales precoces. Hemos
clasificado esta patología extrema bajo el título de dinámica
«perversa» de los cuidados maternos (véase, al respecto , infra,
pág. 99).
Además, las defensas neuróticas de la madre que perturban
· la realización del deseo modifican la percepción «operatoria».
La demanda biológica del niño no es un regulador suficiente de
los cuidados maternos. La observación fina de la madre empe-
ñada en la atención de su bebé y la recepción de su discurso ~n
el consultorio permiten averiguar anomalías diversas de su acti-
vidad y de su juicio, que obedecen a un desconocimiento de cier-
tas necesidades del ni_ño. Algunas madres no pueden concebir
que el funcionamiento del tubo digestivo del hijo tenga cierta •¡

autonomía ._ y consideran necesario provocar ex~itaciones anales


para que se produzca la expulsión de las heces; es _así como ha-
cen amplio uso de supositorios, toman la temperatura del niño
por motivos fútiles, hasta que el lactante termina por desarroflar
una constipación psicógena, comparable, por lo general, a la de
la propia madre. La angustia de la muerte que suscita en la ma-
dre el dormir del lactante puede impulsar a algunas-a despertar-
lo, en el marco de conductas verificatorias. De igual rríodo, el
miedo de causar daño al hijo (que puede Üegar hasta la fobia
de impulsión) -cuando no, más sencillamente, de hacer las co-
sas mal- induce a ciertas madres a levantar en brazos al niño
lo menos posible, a darle de mamar en la cuna, a abstenerse de
bañarlo, e incluso a no cambiarlo. Ya veremos que no es forzo-
sa la aparición de una semiología funcional en estos bebés, y
que la psicopatología puede revelarse tras evolucionar en sordi-
na durante algunas semanas. En estos cuidados maternos -que
denominaremos «neuróticos»- el pediatra se ve en la necesidad
de estimar el grado de disponibilidad de la madre para «oír»
la demanda biológica de su hijo , así como para comprender la
extensión, la gravedad y, sobre todo, la fijeza de sus errores de
juicio.

2. Los cuidados maternos pueden ser esencialmente operato-


rios, es decir, carentes de actividad libidinal. Estas observacio-
nes, de conocimiento reciente, pueden agruparse bajo la común

71
r
i

' característica de la pobreza de la investidura libidinal de la madre


sobre su hijo. 1 Lo común a estos caso~ .es cierta neutrali-
dad, una indiferencia de la madre, aun si su cuidado del bebé
. es «correcto» desde el punto de vista biológico. El hijo no es
j obje_to __c!~.-~s..eo..-~i~<:u!.~ ..~c~~d f ~sta se acompañ~, por una
actividad mental que no va mas rula de una repetic1on de los
gestos, circunscrita a las actividades espacio-temporales. En su
discurso, la madre no habla de sí misma ni de su hijo, sino que
relata la correspondencia de gestos entre ambos, con lo cual sólo
permite una «psicología de comportamiento» . Nosotros, por la
escucha, nos enteramos del peso, del nivel de desarrollo del hijo,
de los rituales cotidianos , pero no llegamos siquiera a imaginar
a ese niño ni a darnos cuenta de lo que él representa para su ma-
dre . Los sucesos se relatan , pero no la modalidad con que son
vividos. Las coordenadas de esta actividad mental y gestual son
la de una eficacia productiva, inscrita, para utilizar una expre-
sión de la sociología, en un «tiempo-tributo»: los cuidados ma-
ternos se entienden eficaces si permiten una ganancia de tiempo
(y eventualmente de espacio) sin dejar de acudir de manera adecua-
da a la necesidad del lactante. Este «consume» el tiempo de suma-
dre. La madre considera que su quehacer no obedece al propósi-
to de satisfacer el deseo de su hijo, sino de responder a cierta
cantidad de exigencias biológicas. Estas son sentidas al mismo
tiempo como demanda biológica propiamente dicha y como exi-
gencia del modo de vida actual. Es decir que un lactante debe
ser alimenta.do cinco veces por día, aseado después de cada se-
cuencia alimentaria, fortalecido con esta o aquella vitamina . . .
según las reglas de una determinada puericultura. Se procura tan
exactamente como resulte posible una convergencia entre la rea-
lidad biológica supuesta en el niño y su descripción en los trata-
dos de pediatría. Tal colusión hace que estas madres puedan pa-
recer normales, e incluso ejemplares, a los ojos de los especialis-
tas . La perfección con que llenan su función operatoria lleva a
descuidar la relación madre-hijo en su conjunto. Estos cuidados
maternos operatorios presentan en forma preferencial dos as-
pectos metapsicológicos sensiblemente distintos.

a. El primero y más conocido está signado por el proceso de


la sublimación . El niño no es, estrictamente hablando, la meta
del deseo sexual de su madre, sino un objeto socialmente valori-

1
Esta expresión nos parece más precisa que la comúnmente empleada (en
especial por Spitz) [134, 135] de «carencia de aporte afectivo precoz», o la de
«frustración precoz» [92] . La situación es distinta de la separación precoz madre-
hijo según fue descrita por Bowlby [21].

72

" zado, sin referencia libidinal. 2 Se incurriría en error si se creye-


e que el vínculo existente entre la madre y el niño es, en estos
~asos, tenue. Todo lo contrario: la energía desexualizada y su-
~

blimada establece una fuerte unidad madre-hijo. Esta es la ma-


dre intelectual que describe D. W. Winnicott, o la madre enfer-
mera de que nos habla L. Kreisler.
b. La descripción que acabamos de hacer de los cuidados ma-
ternos esencialmente operatorios encuadra de un modo sugesti-
vo con las características del «pensamiento operatorio» [109] se-
gún lo presentan desde 1956 los trabajos de P. Marty y última-
mente los de M. de M'Uzan, C. David y M. Fain. Este funcio-
namiento mental se oye en el discurso de pacientes afectados de
enfermedad psicosomática, y más precisamente alérgica. Es
<<Una actividad conciente, sin relación orgánica con un funcio-
namiento fantasmático de nivel apreciable, que calca e ilustra
la actividad, sin significarla realmente, y todo ello en un campo
temporal limitado» [109]. Se trata de una relación «blanca»; los
pacientes parecen presentar una falla radical de las representa-
ciones, mientras que los sistemas defensivos y adaptativos son
de tipo neurótico o normal. Esta pobreza o precariedad econó-
mica y funcional de los instrumentos fantasmáticos, llamada «ca-
rencia mental», deja a los pacientes sin más defensa que la so-
mática. El tipo de funcionamiento que evidencia en el marco res-
tringido de las estructuras psicosomáticas, cuya metapsicología
renueva, ha sido objeto de trabajos más allá de este campo de
investigación. En las neurosis de carácter asintomático, la parte
de este tipo de funcionamiento puede ser importante; lejos de
poner por delante el aspecto patológico de esta personalidad, a
lo que estos autores nos invitan 3 es, muy por lo contrario, a
un diferente abordaje de la normalidad. La pobreza de su vida
fantasmática da a estos sujetos una paradójica adaptación a la
vida actual. Esta conceptualización es todavía demasiado reciente
para que ya se haya extendido a la función maternalizante en
las primeras semanas de vida del niño y a su efecto sobre este.
Nosotros hemos iniciado las investigaciones existentes [7 4].

2
Conceptualización emanada de la definición misma de sublimación. Es in-
teresante comprobar que en la teoría freudiana el camino seguido por la subli-
mación va en sentido contrario al de las pulsiones sexuales apuntaladas en las
pulsiones de autoconservación. Esta hipótesis teórica, en nuestra opinión, tiene
que ser referida a la siguiente comprobación clínica: el lactante que ha sido obje-
to de cuidados maternos intelectuales presenta un hipofuncionamiento libidinal
en sus primeras semanas de vida.
3 Esta concepción moderna de la normalidad es descrita por autores como
Marty, Fain y David, y tratada en un número especial, «La normalité», de la
Revue Franc,aise de Psychana/yse, París: PUF, vol. 36, nº 3, 1973.

73
......
1

La pobreza de las actividades libidinales maternas en los cui-


dados operatorios, fundamentalmente centrados en su eficacia
biológica, puede ser global; en otros casos se focaliza en ciertos
intercambios. En algunas conductas maternas hemos creído ver
que toda actividad libidinal relacionada con la boca del hijo, y
sin duda más en general con los cuidados digestivos, podía que-
dar electivamente desprovista de libido. El gesto alimentario es
simplemente operatorio. El cuerpo del niño es vivido, en tal ca-
so, como un tubo digestivo que se debe llenar o vaciar, en lo
cual la madre se siente todopoderosa; las cosas ocurren, en la
óptica de la madre, como si ese cuerpo digestivo no pudiese fun-
cionar sin la actividad operatoria de ella. El juego del lactante
con el alimento, su búsqueda libidinal de una succión, el chupe-
teo, no son, estrictamente hablando, prohibidos por la madre,
pero tampoco despiertan su interés.
Los cuidados maternos operatorios pueden presentarse du-
rante la evolución de personalidades psicopatológicas para las
que se ha descrito <<Una carencia mental». Más interesante quizá
sea la hipótesis de que la posición maternante puede volverse
exclusivamente operatoria con un bebé, durante un tiempo limi-
tado, en virtud de reestructuraciones psicopatológicas contem-
poráneas del embarazo, el parto y las primeras semanas de la
relación madre-hijo . Se procura evitar una caracterología ma-
terna fija, dando preferencia al estudio de modalidades pasaje-
ras de funcionamiento en ciertas etapas de la historia de la ma-
dre. En realidad, la observación fina muestra que la relación
madre-hijo varía con el tiempo: ciertas mujeres pueden pasar en
sus cuidados por períodos operatorios que supongan una retrac-
ción fantasmática pasajera, tanto de orden libidinal como agre-
sivo. Durante estos períodos se modifica considerablemente la
investidura del lactante, y puede ocurrir que observemos en este,
en particular, un hipofuncionamiento libidinal. Inversamente, un
bebé que exhiba una «anoralidad» [74] durante algunos días pue-
de recuperar actividades libidinales orales satisfactorias, tanto
en ambiente hospitalario, si es objeto de una investidura electiva
por personal de los servicios asistenciales, como en el medio fa-
miliar, si retoma contacto con una madre que, a su vez, ha recu-
perado una actividad fantasmática respecto de él.
Nos hemos interesado muy especialmente en la ocurrencia
de cuidados maternos operatorios pasajeros, en la medida en que
los hemos encontrado en el particular contexto de algunas de
nuestras investigaciones hospitalarias referidas a lactantes aque-
jados de una enfermedad crónica de elevado potencial letal. Al-
gunas madres, al anunciárseles la enfermedad del hijo, experi-
mentan un aturdimiento en su actividad fantasmática, en un con-

74
.
texto muy diferente del estado depresivo. Toda su actividad men-
tal se convierte entonces en una repetición de su conducta de
cuidar al bebé enfermo, retomando las secuencias pasadas y or-
ganizando las futuras. De estas madres «enfermeras» no se es-
cucha sino la repetición del discurso médico acerca del hijo; este
es percibido sólo por el prisma de sus referencias pediátricas.
Estas madres, convertidas en verdaderos médicos sustitutos, ela-
boran tácticas de supervivencia para sus hijos (tácticas cuya alta
cientificidad puede, dicho sea de paso, originar sorprendentes
supervivencias). Todo, en la consulta pediátrica,. acrecienta su
funcionamiento intelectual. Una tal trasformación de la fun-
ción maternante en función médica es sin duda algo distinto de
la estricta observancia de las prescripciones médicas según el mo-
do del rigor obsesivo. En trabajos recientes hemos asimilado es-
tos cuidados operatorios, consiguientes al descubrimiento de una
enfermedad muy grave en el lactante, a las posiciones maternas
respecto de niños que presentan enfermedades psicosomáticas pre-
coces [70, 72). Asimismo advertimos en estas mujeres la posibi-
lidad de aparición de afecciones psicosomáticas intercurrentes
[74) .
Esta reflexión sobre la patogenia de los cuidados maternos
operatorios merece ser situada en el cuadro global de la concep-
tuación del parto, que en síntesis expusimos páginas antes. Marty,
de M'Uzan y David afirman que la «función fantasmática» se
instaura originariamente como un proceso de defensa frente a
las frustraciones impuestas por la realidad. Las actuales teorías
del parto, que tienen su mejor expresión en los trabajos de H.
Deutsch [39], ponen reiteradamente el acento en la situación de
pérdida y de frustración impuesta por la finalización del emba-
razo. Algunas madres sustituyen una relación libidinal que no
son capaces de mantener con el recién nacido (tanto en el plano
de la realidad exterior que él es frente a la madre, cuanto en
el plano de la representación) por una actividad meramente fun-
cional y somática. Todo sucede como si el embarazo, el parto
y la maternalización fuesen vividos por estas mujeres como en-
fermedad psicosomática; el objeto interno es el feto; el niño ocupa
el lugar del órgano enfermo. Es interesante comprobar, por lo
demás, con qué frecuencia estas mujeres son también aquejadas
por alguna enfermedad de las que suelen clasificarse como psi-
cosomáticas (de tipo alérgico, en especial), que por otra parte
puede hacer alternación con su embarazo («sólo se sienten bien
cuando están encintas») y los períodos de maternalización. Los
cuidados maternos operatorios sustituyen a la regresión habitual-
mente observada. Este erosionamiento de las actividades libidi-
nales maternas puede de igual modo presentarse en el trascurso

75
de una frustración impuesta por la realidad, una herida narcisis-
ta primaria (por ejemplo, un acontecimiento intercurrente en el
r
entorno), una separación precoz madre-hijo o un peligro que ame-
nace al niño. Nos mantenemos fieles a las hipótesis precedente-
mente formuladas con respecto a la necesidad de la presencia
fantasmática y real del hijo para la madre durante los primeros
días de existencia . Cualquier ausencia puede hacer que se mani-
fieste un fenómeno psicopatológico materno, en particular el de-
sarrollo de cuidados maternos operatorios. De igual manera ca-
be pensar que el deseo de la madre se apuntala en la satisfacción
de su necesidad de hijo, es decir, en la satisfacción del «instinto
maternal» : en la separación precoz este apuntalamiento no se
produciría, lo que acaso coarta la actividad libidinal y fantas -
mática de la madre.

II . La relación objetal de la madre

1. Continuidad y discontinuidad _de los cuidados


maternos -- -

Los cuidados comprenden el conjunto de las manifestacio-


nes por las que se expresan las motivaciones maternas; su princi-
pal significación consiste en la que el bebé tiene globalmente pa-
ra la madre en el preciso momento en que lo atiende. Esta pro-
posición desplaza de manera radical el origen y la modalidad
del funcionamiento materno en comparación con las preceden-
- tes observaciones, en las que imperaba la finalidad operatoria:
aquí ]la madre se ocupa de su hijo porque lo desea, y lo hace
segú~~ deseo; si el bebé encuentra satisfacción en ello, es en
razón de que en esa satisfacción la madre realiza su propio de-
seo. Los cuidados maternos constituyen una actualización de la
secuencia fantasmática del hijo. Dentro de esta concepción psi-
codiná~ de lé!s conductas maternas, el niño es un objeto-que
se réviste de sentido, un lugar en el que se proyectan las signifi-
caciones maternas .
El secreto del encuentro madre-hijo parece residir en la con)
cordancia eternamente asombrosa del deseo de la madre y la ex-
; pectativa de su bebé. El concepto de familiaridad de los estímu-
L_;.

los, según la expresión de los experimentalistas, está referido al


de continuo espacio-temporal del ambiente. La continuidad se-
ría expresión de la concordancia entre el deseo materno y, por
el otro lado, la necesidad y los deseos nacientes de su hijo. En-

76
"' tonces, se podría formular la siguiente hipótesis: el continuo del
deseo, en la medida misma en que se realiza en los cuidados ma-
ternos, constituye el fundamento del desarrollo libidinal armo-
nioso del lactante.
__,,. La continuidad de los cuidados maternos, que tiene múlti-
ples expresiones, está dada por la unicidad del deseo de la ma-
dre: se trata de un continuo polimorfo . El acto de amamantar
y el «sostén» -en el sentido que le asigna D. W. Winnicott- se
entienden como significantes reveladores de las posiciones ins-
tintuales de la madre respecto de su hijo en los diversos momen-
tos de la ejecución de los cuidados.] Se puede describir un conti-
~nuo temporal de los cuidados matclnos: en su repetición, gestos
maternos semejantes mantienen idéntico sentido; gestos distin-
tos, no concomitantes , conservan sus diferencias . También se
puede aislar en forma abstracta un continuo espacial, en el que
distintas excitaciones producidas por la madre de modo conco-
mitante en el cuerpo de su hijo tienen motivación idéntica; por/
-ejemp_lo, es la misma mirada de la madre la que captura ládeÍ
hijo durante el amamantamiento, y en esta secuencia el nifio siente
el mismo sostén .
.-, La madre no satisfactoria presenta una discontinuidad en su
encuentro con el hijo .! Entre ambos hay discordancia en el tiem-
-poyen el espacio. A.sí, gestos semejantes cobran, en mqmentos
distintos , diversos sentidos ; gestos diferentes de la madre pier-
den, al repetirse, su diferencia . Puede ocurrir que en forma con-
comitante la madre lleve al cuerpo de su hijo excitaciones distin-
tas de significación contradictoria. Retomando el concepto del
doble condicionamiento (antagonismo patógeno), 4 M. Soulé
[92] llega incluso a describir cuidados maternos contradictorios
que se encontrarían electivamente en el origen de las disritmias
precoces del nifio .
- Nos proponemos establecer un paralelismo entre continuidad
o discontinuidad de los cuidados maternos , por una parte, y por
la otra, organización libidinal armoniosa y desorganización en
el nifio. Nuestro objetivo es mostrar cómo se expresa en la psi-
copa{ología materna la problemática de la continuidad y la dis-
continuidad. Dos órdenes de procedimiento procurarán esta
demostración: ·

a. Los cuidados maternos constituirían un sistema continuo


de términos que «se asocian entre sí», de acuerdo con un proce-
so afín a la lingüística. El recién nacido se encuentra inmerso
desde su nacimiento en un mundo simbólico, animado por la

4
Neurosis experimental , en la teoría pavloviana .

77
------------ ·- -

madre, y que viene a recubrir su cuerpo biológico. ¿Las signifi-


-- - --...,..._
r
caciones que de ese modo cobra el niño acaso contienen desde
un principio, en las situaciones psicopatológicas, una organiza-
ción susceptible de ser «contradictoria»?
b . Los cuidados maternos serán luego descritos como repre-
sentantes, términos análogos de las pulsiones maternas, según
una metodología metapsicológica. Nos proponemos elaborar el
concepto de cuidados maternos neuróticos .

2. El lactante y el registro de las significaciones

Los cuidados maternos se analizan como estructura simbóli-


ca según la definición de A. Lalande : «sistema continuo de tér-
minos, cada uno de los cuales representa a un elemento de otro
sistema». La conducta materna, simbolismo actuado, constitui-
ría una unidad, una organización comparable al sistema lingüís-
tico. Cada elemento de esta conducta cobraría su significación
al margen de cualquier reflexión operatoria de crianza, y se or-
gañizaría eii torno de- fa i°epresentaciÓn y el c oncepto~·de hijo.
Elh ij o como tal estaría ausente de ella, y sólo se encontraría
presente como símbolo del deseo materno . De acuerdo con esta
conceptualización, las conductas se ordenan, unas respecto de
las otras , cobrando su sentido por referencia a su posición rela-
tiva dentro del sistema global, es decir, a los aferentes que las
preceden y las suceden~rfos cuidados maternos constituyen otras
tantas unidades de significación, escindidas de la demanda bio-
lógica del niño e inscritas en las referencias culturales. El deseo
de la madre hacia su hijo pone a este en la hilera de los signifi-
cantes culturales y otorga su significación a cada representación
y gesto desplegados en los cuidados maternos. El deseo mater-
no organiza los cuidados del bebé. Estos no ;;-n, sin embargo, ·
. . . -meras reediciones de secuencias anteriores, sino elaboraciones
nuevas de un conjunto estructural susceptible de conglobar por
medio de ellas una parte del presente. Ahí, a través del presente ,
hay reescritura del pasado , a todo lo largo de un proceso de inte-
gración del relato anterior (que remite al primer relato, primer pa-
sado verdadero de la madre, elaborado en el momento del Edipo).
Con cada repetición se produce entonces un corrimiento muy pro-
gresivo, lo que hace de los cuidados maternos una estructura per-
manentemente abierta en la que, al decir de Lévi-Strauss, «algo
se produce, y que produce alg0>{~1 fluir de las asociaciones de
la madre durante los cuidados que prodiga al bebé entremezcla
significantes pasados y presentes , y es de imaginar cómo el hijo
~ l

cobra sentido dentro de esa trama. 5 Advertimos dos aspectos


interesantes en esta conceptualización de los cuidados maternos:

a. En el plano teórico, la envoltura simbólica de que el hijo


es objeto por parte de su madre se describe como un segundo
nacimiento, una personalización . La actividad simbólica mater-
na colma la solución de continuidad determinada por el naci-
miento del niño, y se la puede describir, en el nivel de la madre,
corno un procedimiento reparador de la pérdida física sobreve-
nida en el parto. La unidad madre-hijo in utero, corporal, ya
no existe, y la unidad simbólica la reconstituye. Si, para J. La-
can, el orden simbólico es un orden tercero, organizado entre
el sujeto y el mundo real (orden que se sostiene en sí mismo),
los cuidados maternos constituyen típicamente una juntura en-
tre la madre (el sujeto) y el hijo real que nació de ella y ya no
se encuentra adentro, sino con ella. El lazo simbólico se origina
en el nivel de la ruptura del continuo inicial del embarazo; la
madre y el hijo se han perdido y ahora se reencuentran en lo
que simbólicamente hace sus veces. Esta conceptualización, que
dispone la relación madre-hijo de acuerdo con una organización
estructural, simbólica, es absolutamente opuesta a la concepción
de D. W. Winnicott, es decir, la de la «regresión psicótica
normal».
b. En el plano clínico, esta conceptualización pone en evi-
dencia de un modo interesante el influjo de las significaciones
prenatales en los cuidados maternos, y, por eso mismo, en los
primeros desarrollos libidinales. La asociación de los significan-
tes se efectúa según el modelo empleado por S. Freud en su tra-
bajo sobre el sueño, es decir, la condensación y el desplazamien-
to. El conjunto de los significantes converge en ciertas caracte-
rísticas del niño, que adquieren entonces un valor primordial:
sus ojos, su talla, su sexo, el apellido que lleva (el del padre o
el de la madre); el nombre, cuya elección remite a diversos de-
terminantes (sonoridad, género masculino o femenino, nombre
5 Esta riqueza clínica aparece con claridad cuando se escucha a una madre
mientras atiende a su hijo, o de otro modo en el relato que acaso una madre
haga en sesiones de psicoanálisis, de los cuidados del bebé.
Esta elaboración de las significaciones del hijo, que se origina en la perpetua
renovación del deseo materno, es tributaria de una psicología dinámica, y nada
tiene que ver con los trabajos de psicología social, por ejemplo, los de Caldwell
(1964) o de Becker (1964) acerca de las diversas significaciones que pueden reves-
tir las modalidades alimentarias del bebé . Nosotros pensamos que no es posible
generalizar, puesto que cada historia es particular y cada significación también
lo es . Hablar del hijo como símbolo fálico y de la madre a través de su represen-
tante, uel seno materno», es también mantenerse dentro de la más vaga generali-
zación, en un contexto clínico que es preciso siempre especificar.

79
conocido por los padres, persona que lleva el mismo nombre,
etc.); en esta óptica, la utilización de sobrenombres y de altera-

.

ciones de los nombres se puede considerar una trasgresión a la


organización simbólica de la relación madre-hijo (de la que el
nombre es sin duda un representante de importancia). Por ejem-
plo, puede ocurrir que un niño lleve el nombre de un hermano
mayor que, acaso, falleció a consecuencia de la misma enfer-
medad hereditaria de la que el niño en cuestión es también por-
tador. La condensación de los significantes puede manifestarse
de manera asombrosa. En pediatría, el descubrimiento de una
enfermedad durante el período neonatal, por ejemplo un episo-
dio patológico somático benigno intercurrente, puede constituir
lugares de convergencia de significantes maternos inconcientes;
en ellos la enfermedad adquiere significaciones inesperadas: la
hemofilia de un varón, por ejemplo, resulta el símbolo de un
conflicto madre-abuela (ambas portadoras genéticas de la tara
hemofílica), o determinado episodio somático es símbolo de los
reproches que la madre se formula; más en general, es símbolo
de su culpabilidad. El movimiento de conexión entre dos signifi-
cantes, el desplazamiento, se expresa en el discurso de las ma-
dres por medio de diversas comparaciones (parecido o contras-
te) que tienen por objeto al recién nacido: «tiene la cara de su
padre, se parece a ... ». Nos encontramos con los «como-si»
o los «hacer-como-que» característicos de las actividades simbó-
licas. Por ejemplo, el discurso de la madre de un bebé examina-
do por vómitos psicógenos : sucesivamente se oye que «el niño
tiene la boca de su abuela materna ... » y enseguida que «lo úni-
co que me disgusta es su manera de chuparse los labios». De
igual modo, la constipación de un lactante se asocia con la re-
ciente colostomía del abuelo materno y con la problemática anal
de la madre misma.
Las correlaciones que el psicoanalista pueda establecer entre
ciertas asociaciones privilegiadas que deja oír el discurso mater-
no y la comprobación de actividades libidinales globales o foca-
les de la madre respecto de su hijo resultan, en nuestra opinión,
de gran interés científico. La metodología empleada para ello
es, en cambio, criticable. El correlacionamiento de cuidados ma-
ternos -conducta simbólica actuada- con unidades lingüísti-
cas no alcanza a asimilar los términos de la comparación. Los
cuidados maternos se desarrollan como discurso de la madre,
pero no son su repetición . Están organizados como relato que
de él se hace, pero le son muy desemejantes en sus modalides
expresivas sensoriomotoras . Si para el psicoanalista la secuencia
fantasmática de la madre se expresa en el discurso de esta, en
cambio se trasmite al niño por medio de conductas. Además,

80
r-·
durante el relato se produce toda una serie de modificaciones
que expresan el pasaje de lo sentido a lo reconocido, de lo vivido
a la verbalización, de la relación dual a la triangulación con el
psicoanalista. Por el solo hecho de verbalizar la relación madre-
hijo, con lo cual este pasa a existir en tercera persona, se estable-
ce un distanciamiento entre la madre y su bebé. Quizás una ma-
dre tosca no sea capaz de expresar toda la riqueza de la vida
fantasmática con que envuelve a su bebé. Las reservas aquí es-
bozadas justifican la prudencia que se empeñan en mantener, en
sus métodos de investigación y en sus intervenciones clínicas con
el niño, los psicoanalistas formados en la escucha de adultos.
En psicopatología, el concepto de contradicción en los cui-
dados maternos remite en este caso al sentido antagónico de sig-
nificantes idénticos o de un mismo significante. La contradic-
ción en el interior del vínculo significante-significado no perte-
nece aquí, evidentemente, al orden de la lógica. Una representa-
ción o un gesto materno remiten a dos significaciones contradic-
torias; el nombre de un niño resulta ser, a un mismo tiempo,
el significante primordial que caracteriza a ese niño desde el co-
mienzo de su existencia y el símbolo de su hermano mayor falle-
cido. La boca del recién nacido es, en otra observación, el obje-
to significante del deseo materno y, al mismo tiempo, la evoca-
ción de los significantes diversos de la relación de esa madre con
su propia madre, con quien se hallaba en conflicto. El pec;:ho
materno puede· ser a la vez dado y reservado. Así, trataremos
de compaginar, por la escucha de la madre, significaciones con-
tradictorias; por la observación del niño, el nacimiento de una
semiología patológica.

3. Libido y agresividad en los cuidados maternos


Los cuidados se consideran actualización de la secuencia es-
cénica imagin~: figfüa_r;i_el c_uITiplirriieñto, p~_r. la madre:,_ge §!J_S_
deseos concientes e inconcientes de hijo. Ilustremos con un ejem-
pló clínico perso~al esta modalidad de comprensión. La señora
X ha dado a luz una niña hace algunas semanas. Su psicoanáli-
sis se reanuda tras una interrupción de quince días. La joven
madre habla de su hija, gel placer que le causa ocuparse de ella;
evoca los cuidados maternos que le prodiga, en el contexto pa-
sado y presente de sus relaciones con sus propios padres y con
su marido. La sesión a que nos referiremos se produjo seis se-
manas después del nacimiento de la niña. Estuvo signada por
nuestra intervención, que refería los fenómenos relatados por
la paciente a la significación del hijo en la trasferencia, signifi-

81
ación que había sido elaborada durante todo el embarazo y asig-
~aba al hijo el lugar de objeto fantasmático de la relación tras-
ferencial. El relato de las relaciones de la madre con su hija se
modificó de repente: se enriqueció notoriamente en sensualidad;
la joven mujer evocó el placer que le proporcionaba acariciar
y lavar a su hija; lamentó haberse visto obligada a destetarla
en las primeras semanas, porque dice que le gustaba tener a su
hija desnuda contra sí para amamantarla. Mientras pronuncia-
ba esta frase, en la sesión misma, sintió que le subía leche, lo
que no le había ocurrido en las últimas tres semanas. Nuestra
interpretación es la siguiente: la subida de leche sobrevino den-
tro de una «corriente asociativa» que abarcaba su relación de
joven madre con su bebé y su marido, el relato de los fenómenos
relacionales pasados y presentes con sus propios padres y la ac-
tualidad trasferencia!. De no existir este último determinante (co-
mo era el caso en las sesiones anteriores), no se producía afluen-
cia de leche. Para que el deseo de esta mujer en relación con
su hijo llegara a ese nivel biológico en el curso de la sesión (sin
la presencia del niño), fue preciso que se reunieran los tres deter-
¡; minantes fantasmáticos: el bebé, los otros (padres, esposo) y el
psicoanalista (el aspecto contratrasferencial de cuya intervención
había sido percibido). Fue necesaria la triple presencia actual del
pasado, el presente y este intermediario entre el pasado y el pre-
sente que es el intercambio trasferencia-contratrasferencia en psi-
coanálisis . He ahí las modalidades y determinantes de la actuali-
zación fantasmática en esta madre. 6
La actualización fantasmática no es sólo la realización del
deseo materno, sino (como toda conducta) la expresión de los
procesos defensivos progresivamente inscritos en la historia de
la personalidad materna. El deseo materno no es la única línea
de fuerza subyacente en los cuidados , que de hecho se manifies-
tan como compromiso de un conjunto de motivaciones. Las per-
turbaciones de la conducta materna traducen compromisos sin-
tomáticos que resultan de estos conflictos. La representación mis-
ma del hijo es la resultante de estas fuerzas intervinientes. Si to-
davía el hijo no es, según se ha hecho canónico decirlo, el sínto-
ma de la madre, está por serlo.
El hijo, a esta edad, es un revelador de los conflictos paren-
tales, situado sobre un eje de trasmisión de la patología mater-
na. Hemos destacado esta inscripción primera del hijo en el con-
flicto nuclear típico constituido por el complejo de Edipo de la
madre y la problemática de la represión. La primera relación

6
Volveremos a comentar esta secuencia, señalando el aspecto de acting-in
que esta subida de leche reviste.

82
' madre-hijo se produce bajo el signo del «retorno de lo reprimi-
do», en el seno de lo cual la madre vive, al contacto con su hijo,
sus relaciones arcaicas. Este figura mucho más que el papel de
representante pulsional; figura también las instancias del super-
yó y el ideal del yo materno (lo cual remite al deseo de los padres
de la madre).
En este nivel de la reflexión se impone que retomemos nues-
tra formulación inicial de los cuidados maternos. Estos no sólo
comprenden las actividades libidinales de la madre, sino que cons-
tituyen un conjunto de elementos heterogéneos, llegado el caso
contradictorios, léase además conjlictuales. La discontinuidad
de los cuidados maternos remite implícitamente a la noción de
conflicto interno en psicoanálisis. Esta discontinuidad se origina
en la oposición entre deseos contrarios, o entre deseo y defensa
(represión).
Como lo prueba más en general la historia de las reflexiones
de S. Freud sobre el conflicto psíquico, el análisis de la contra-
dicción en los cuidados del bebé lleva al dualismo pulsional: la acti-
vidad libidinal de la madre y sus trabas, continuidad y discontinui-
dad, libido y su contrario; nuestro razonamiento nos lleva al con-
cepto fundamental de la agresividad de la madre en los cuidados
que prodiga a su hijo. Observar la presencia de agresividad en
la relación madre-hijo es algo trivial, aunque la interesada no
tolere bien ta connotación que esto tiene. La agresividad mater-
na es bien conocida también en los trabajos de psiquiatría de
adultos y de niños, tanto en el campo fantasmático como en el
del pasaje al acto. La intensidad de la relación objeta! que une
a la madre con el hijo lleva implícita la presencia contradictoria
de estas dos pulsiones.
Todo parece ocurrir como si un gesto materno se pudiera ana-
lizar cuantitativamente, según determinada proporción de intrin-
caciones pulsionales libidinales o agresivas. El carácter contra-
dictorio provendría de la labilidad temporal y espacial de esa
intrincación. En esta óptica, la contradicción de los cuidados ma-
ternos remite al concepto de ambivalencia: 7 libido y agresividad
no son simétricas ni susceptibles de mezcla según posologías va-
riables. La libido es factor de ligazón, mientras que la agresivi-
dad disuelve los vínculos. Esta conceptualización de ambas pul-
siones se corresponde con los conceptos de continuidad y dis-
continuidad, que hemos empleado aquí.
Ejemplos de psicopatología nos harán aprehender mejor el
influjo de la discontinuidad de los cuidados maternos -es de-

7
Tema este recurrente en las observaciones de pediatría, bajo las denomi-
naciones triviales de «madre inestable», «ansiosa» o «torpe».

83
cir, del conflicto interno- sobre el niño: es el capítulo de los
cuidados maternos neuróticos. Tres advertencias previas:

a. Los cuidados maternos neuróticos no son sino una acen-


tuación de procesos que es trivial encontrar en la observación
corriente.
b. Las estructuras psicopatológicas se sitúan en el conjunto
de lo que R. A. Spitz llamó «solicitud primaria ansiosa» [134].
c. ¿Provienen necesariamente de una mujer neurótica los cui-
dados maternos neuróticos? Por cierto que no; la relación que
una madre establece con su bebé puede ser neurótica y luego
sanar; puede no presentarse con otro hijo, de significación dife-
rente y en circunstancias que no son las mismas. Depende del
propio recién nacido: su hipotrofia, una malformación aparecen
como corporizaciones de la agresividad materna inconciente .

Las observaciones longitudinales de E. Kris, continuadas por


las de M. Kris [32], confirman esa impresión de cierta labilidad
en las posiciones de las madres respecto de sus bebés en los suce-
sivos momentos de la maternalización. Esta labilidad se presen-
ta como una comprobación clínica tanto más interesante cuanto
que desmentía las hipótesis iniciales de los autores, quienes pen-
saban, por ejemplo, que una madre perfeccionista encontraría
dificultades, durante toda la primera infancia de su hijo, en las
expresiones pulsionales orales o anales de ambos. De acuerdo
con un ejemplo clásico, los niños que nacen con peso elevado,
y que en general tienen buen apetito, parecen haber dado a su
madre suficiente satisfacción en el plano oral, y entonces esta se
muestra muy tolerante en el momento de los conflictos relacio-
nados con el aprendizaje del control uretra-anal. En un lapso
tan restringido como el de las primeras semanas de la existencia
se asiste a importantes variaciones en las modalidades de mater-
nalización, y eventualmente de la ansiedad que las acompaña.
No obstante, llama la atención de la mayoría de los 'p ediatras
la relativa fijeza de la pauta relacional entre la madre y el hijo,
según la observan en su práctica cotidiana, a punto tal que se
plantean posibilidades de predicción. Sus intuiciones (que seco-
rrespondían con aquellas desautorizadas hipótesis de Kris) han
sido confirmadas por los trabajos de M. David y G. Appel [36].
En cada pareja madre-hijo, la relación parece dominada por una
o dos actitudes fundamentales, que se expresan y realizan a tra-
vés de todas las interacciones, de las cuales contituyen el hilo
conductor. Las organizan en una pauta coherente, que tiene una
configuración específica; esta difiere de una pareja a otra, y pa-
ra cada una admite descripción exacta. Aunque es constante, es-

84
,, -- -----

ta estructura de interacciones no da origen a conductas estereo-


tipadas, sino que se expresa en una infinita variedad de modos.
Independientemente de las conclusiones de estos autores, el exa-
men más fino de la observación muestra en ciertas madres la
aparición de bloqueos focales para ciertos aspectos de sus cuida-
dos, de manera puntual tanto en el tiempo como en el espacio.

La madre «suficientemente buena» (Winnicott) o «satisfac-


toria» (L. Kreisler) es una madre que desea a su hijo y tiene la
posibilidad psíquica (conciente e inconciente) y real de satisfa-
cer ese deseo . En psicopatología clínica, la agresividad parece
manifestarse en principio, en el cuadro de los cuidados mater-
nos neuróticos, de modo negativo : introduce una discontinui-
dad en el continuo espacio-temporal de la investidura materna,
impidiendo el desarrollo de estímulos familiares e introduciendo
en el niño ritmos «no familiares» y factores de desamparo. La
clínica permite describir estilos bastante diversos en la interven-
ción de la agresividad en los cuidados maternos neuróticos:

a. La agresividad se concentra en las posiciones superyoicas


que se oponen a la actividad libidinal. La angustia y sus mani-
festaciones sintomáticas se despliegan, en los propios cuidados
maternos, según la dialéctica inconciente de la pulsión y la pro-
hibición. La madre puede hacer una selección respecto de las
señales del niño, selección que la psicopatología vuelve particu-
larmente dramática, cuando existen obliteraciones personales ex-
tensas, de orden neurótico. Hay muchos ejemplos clínicos en es-
te sentido. Así, puede ocurrir que los cuidados maternos ignoren
en el cuerpo del bebé segmentos que la madre escotomiza o anu-
la en el nivel de su propio cuerpo : regiones genital, anal u oral.
La angustia manifestada por el bebé puede resultar insoportable
a la madre, al punto que despliegue ella hacia su hijo las mismas
defensas que ella desplegaba frente a su propia angustia: tal el
caso de las mujeres que sobrealimentan al hijo, o que lo subali-
mentan (madres anoréxicas), o que, más en general, dan una res-
puesta de orden biológico a una demanda libidinal. El niñ.o ínte-
gro se puede presentar como objeto fóbico para la madre, que
tenderá a evitarlo en ciertos aspectos de su conducta y a organi-
zar en torno de él cuidados contrafóbicos. Algunas perturbacio-
nes conductales graves se expresan en ritos (alimentarios, de la-
vado), o en miedo de tomar o tocar al niño para no causarle
dolor ni pincharlo. 8 En este orden de ideas, R. A . Spitz cita el

8 Las fobias de impulsión que se pueden observar en las madres jóvenes re-

miten a una psicopatología de un nivel psicótico más profundo.

85
caso de madres que dan el pecho para compensar su agresivi-
dad de acuerdo con una modalidad contrafóbica o propia de
una.formación reactiva. Una joven primeriza, madre de un nifio
que presenta hipodesarrollo en sus primeras semanas de vida,
nos dice: «Durante mucho tiempo no pude tocar a mi hijo; mi
madre se tuvo que hacer cargo de él». Junto con las inhibiciones
parciales, también se pueden observar inhibiciones globales de
la conducta materna. A veces adoptan el aspecto clínico de las
neurosis de carácter: es desmentido el síntoma mismo de la inhi-
bición fóbica, bajo la cubierta de explicaciones de esta índole:
«No tengo ganas de ocuparme de él; atender a mis hijos me abu-
rre . Prefiero ponerlos al cuidado de otra persona».
Estos ejemplos ofrecen una evidencia nosográfica. En la con-
sulta pediátrica común, únicamente una detenida observación de
!
la relación madre-hijo puede revelar las distorsiones leves que,
i sin embargo, quizá sean el punto de partida de una sintomatolo-
!
¡
gía importante en el bebé. En este sentido la observación de Char-
les, por lo mismo que tiene de trivial, es un ejemplo interesante .
1 Al mes de vida fue internado por vómitos con deshidratación
1
. j (después de un período de regurgitaciones leves desde los prime-
ros días de vida). Los balances orgánicos se comprobaron nor-
ti males. La relación madre-hijo fue objeto de entrevistas psicote-
~ rapéuticas con la madre, mientras duró la internación. Ella, de-
sengafiada en su relación edípica, llegó a la adolescencia con la
certeza de que no se casaría. Cuando al fin se casó, estaba per-
suadida de que no tendría hijos . Los primeros afios de matrimo-
nio fueron un fracaso; sobrevino al cabo el embarazo, durante
el cual la madre estuvo segura de que el nifio sería patológico;
al nacer este , supuso que no podría amamantarlo, a causa del
escaso tamafio de sus pezones. Comprendimos que esta secuen-
. cia asociativa, que pone de relieve los orígenes de la inhibición
materna (componente neurótico de fracaso), constituye la base
de la «ineptitud» de esta mujer y, como corolario, de las regur-
gitaciones de Charles. La expresión de sus conflictos dentro de
la relación establecida en psicoterapia mientras duró la interna-
ción del niño (tres semanas) hizo que su madre pudiese despla-
zar la sintomatología, liberándolo de sus regurgitaciones. No hubo,
evidentemente, curación de la madre, cuyos problemas neuróti-
cos eran profundos, pero sí cancelación de la investidura patoló-
gica del bebé. Ya volveremos sobre el efecto de estas psicotera-
pias breves de la madre durante las primeras semanas de vida
del hijo. De manera un tanto esquemática, las cosas suceden co-
mo si el nifio pudiera ser un revelador de los conflictos maternos
y, al mismo tiempo, la ocasión para una interesante moviliza-
ción psicodinámica promovida por la psicoterapia. Esta com-
f.¡·
¡

86

l
probación destaca, una vez más, el carácter de crisis organiza-
dora que constituye para la mujer, especialmente si es primeri-
za, el período posparto, Wilfrid, de tres meses, comenzó a vo-
mitar en los primeros días, inmediatamente después del biberón
0 trascurrido un plazo de hora y media . Devuelve más o menos
la cuarta parte de su comida. Es una niña bulímica, hipotrófica,
activa, despierta, con una vocalización extremadamente rica, una
succión frenética de la lengua y una continua búsqueda de inter-
cambios. El desarrollo psicomotor es normal. Las entrevistas que
mantenemos con la madre ponen de relieve algunas característi-
cas de los cuidados que ella procura a su bebé, relacionadas con
sus propias dificultades personales: teme darle una mala alimen-
tación, hacerlo erróneamente. Le parece que cuanto más rápido
le dé el biberón, tanto más la niña lo tolerará, de modo que los
biberones, más que ingeridos, son inyectados, en unas sesiones
alimentarias de rígido protocolo, sin contacto libidinal. La ma-
dre no se ha dado cuenta de la succión frenética de la lengua
que su hija presentaba de un modo ruidoso y evidente: este des-
conocimiento neurótico se asocia a la represión de las propias
posiciones libidinales. Ella interpreta los vómitos de la hija de
dos maneras, que aparecen intrincadas: esto le gusta; a veces se
mete el dedo en la boca para ayudarse a vomitar; aprecia más
el placer que se da a sí misma que el que yo le proporciono;
también piensa que, por este atajo, la niña trata de dominarla.
Madre e hija han sido vistas en varias ocasiones por médicos
cuyos consejos ritualizados no hicieron otra cosa que acrecentar
la angustia materna, su culpabilidad. Los consejos médicos y las
prescripciones fueron integrados por la madre como ritos con-
trafóbicos (comidas espesas; niña mantenida derecha entre las
rodillas, apartada del cuerpo; biberón dado por una doméstica
o la abuela; necesidad de una separación entre ella y la hija).

b. En un segundo modelo de organización psicológica del ti-


po de la neurosis de carácter, la discontinuidad de los cuidados
maternos remite a polos de identificación contradictorios de la
madre con los objetos parentales. El niño resulta el lugar de en-
cuentro de esas identificaciones. Las pulsiones maternas parecen
menos inhibidas en cuanto a su meta (el hijo) que modificadas
en su itinerario, y esto último al punto de que pueden perder
su calidad y trasformarse en una actividad mecánica. Aquí es
el ideal del yo materno quien ocupa el primer plano de la escena.
En observaciones de esta especie la sintomatología neurótica de
los cuidados maternos no se distingue; no existe inhibición pro-
piamente dicha; el conjunto de las percepciones y las conductas
maternas, sin embargo, remite a posiciones como impuestas desde

87
·-------· ·1141.

el interior. La abuela materna del niño representa el polo de iden-


tificación privilegiado y conflictual. En este sentido se ha hecho
clásica la fórmula según la cual una madre cría a su hijo como
ella misma fue criada y, al mismo tiempo, como hubiera desea-
do que la criasen . La clínica de los cuidados maternos localiza
en este nivel todo el problema de la conductalización en los pro-
cesos neuróticos, es decir , la tendencia que muestran algunos su-
jetos a resolver sus conflictos por medio de una conducta. Lo
que se presenta electivamente patógeno para el lactante es la in-
clusión en los cuidados maternos de elementos neuróticos pro-
piamente dichos . Estas neuros is de conducta parecen más pató-
genas que la expresión puramente fantasmática de conflictos; a la
inversa, algunos síntomas de la madre pueden ser considera-
dos buenos síntomas , que, por paradoja , protegen en definitiva
al niño de la neurosis de ella. Estas puntualizaciones clínicas real-
zan la importancia que asignamos al hecho de estudiar aquí, más
que el problema planteado por las madres neuróticas , la descrip-
ción de los cuidados maternos neuróticos.

c. El conjunto, que es complejo, está constituido por la de-


presión de la madre durante las primeras semanas de existencia
de su bebé. De esto pueden resultar graves anomalías en los sen-
timientos de la madre con respecto a su hijo, las que pueden
llegar al desinterés , la impresión de que el hijo es un extraño ,
e incluso una franca hostilidad. En algún acceso de impaciencia
pueden desencadenarse actos brutales.
Léon Kreisler destaca con toda razón [91, 92] la importancia
clínica que revisten para el pediatra las posiciones depresivas me-
nores del posparto (inhibición que se abate sobre los cuidados
del bebé), así como su frecuencia . Resultado de ellas es un man-
tenimiento a distancia más o menos prolongado del bebé respec-
to del deseo materno, lo cual desempeña un papel en el desarro-
llo de los hipofuncionamientos diádicos. Hicimos el seguimiento
de una madre en la que el primer síntoma de sus repetidos acce-
sos depresivos era la aparición de insomnio y anorexia en el be-
bé. ¿En qué medida la suerte del hijo, tal como se lo trata en
el plano económico dentro de la depresión, puede ser un factor
incitante del proceso regresivo materno?

III. La unidad narcisista primaria


El lactante todavía no diferencia entre las sensaciones prove-
nientes del mundo exterior y de él mismo. Su modo de funciona-

88
..
• '"'11':

miento es el de una «indiferenciación» perceptivo-motora, que


aparece claramente en los trabaj os de neurobiología y fue adop-
tada hace ya mucho tiempo por el psicoanálisis . La relación que
durante las primeras semanas el lactante mantiene con su madre
se establece según el modo de una unidad simbiótica. El presen-
te capítulo tiene por meta déscribir las r~iz~p_sic.Qj_ó­
~r.mite.n_a_ la madre p a niei-par en esª sim.bio.sis. ¿Me-
diante qué proceso la mujer, en ocasión de su maternidad, es
susceptible de formar parte del mundo indiferenciado de su bebé?
Antes de responder esta pregunta conviene precisar las ca-
racterísticas de la unidad simbiótica conformada por la madre
y el niño, asociación de dos seres vivos de distinta estructura,
que es indispensable por lo menos a uno de ellos (el niño) y útil ,
hasta psicológicamente necesaria, al otro (la madre) . Es imposi-
ble deslindar los dos conjuntos que participan: más que de su
intersección, se trata de su confusión. En esta pareja fusiona!
nadie podría decir «si la madre da de mamar a su hijo o si él
mama de ella» [54) .

1. La regresión materna
D. W. Winnicott presenta la concepción teórica y clínica más
completa de lo que puede comprenderse dentro de la terminolo-
gía de «regresión materna» : se trata de la «preocupación mater-.
na primaria». «La madre necesaria para lospr1meros desarro-
lloS: 's uficiéñtemente buena, adaptada casi en un ciento por cien-
to, debe ser más dedicada que sabedora» [142) . Ese estado, al
que el autor califica de psiquiátrico y compara con estados de
retraimiento , de disociación, e iracluso con trastornos profundos
de tipo esquizoide, constituye sin duda una enfermedad porque
una mujer que no se hallase encinta y presentara semejante esta-
do sería calificada como enferma: se trata de la enfermedad nor-
mal de la madre. Se caracteriza, en el nivel del hijo, por una
hipersensibilidad a este, t;Jrtüefiel - interior- :....=antes del
ñacimie11to-_c;,6~a,.(l1~fª- ~d~sp4és~.: y"'iesulta:nece~ar!a para
que el bebé pueda ser obietp~-º~- cui_óadQs específicos. Es el «cl1-
di1remódoñ al» ; la «intuición materna» que" tiene sÚ mejor ejem-
plo en el sueño de la nodriza citado por S. Freud. D. W. Winni-
cott destaca que la literatura especializada no parece haber con-
cedido hasta ahora demasiada importancia al estado psicológico
de la madre, según se desarrolla progresivamente hasta alcanzar
un grado de sensibilidad acrecentada durante el embarazo y so-
bre todo al final; ese estado se mantiene por algunas semanas
posteriores al nacimiento, y las madres «tienden a reprimir su

89
recuerdo» [ 142]. Cabe preguntarse, en verdad, qué parte de me-
moria de esa secuencia le queda a la mujer en las semanas poste-
riores al término de su despliegue. El carácter arcaico de cuanto
ahí sucede es bien pronto objeto de una_amnesia par_ctal. _revesti-
da de impresiones imprecisas __y.. reconstruidas. Winnicott señala , l
-- - ~- -w ·-
-•# • ' ( . \ _,,.

que una m ujer áebe-s-er realfuente sana, tanto para alcanzar este l e -..J--
estado psiquiátrico como para curarse de él cuando el hijo la , . o->
libra de él (por el destete). ..,,·
La preocupac.iún- rnaterna primaria. es fundamental para la
- - -
supervivencia del hijo; diríamos nosotros : para que se ejecute
satisfactoriam~J1te 1'! función operatoria de los cuidados mater-
nos :.Eñs~· c.ali_dad g~scansan «la construcción original del self»
Y<<el sentimiento continuo de existir» . El espacio de los cuida-
---du·s-rrrateJ:fi.O.s::.e s «eC.Rrimer esp_q_cLo de iLus..i611.» .delJ2.ebé, y sería·- -
el lugar .virtual en que este experimemaría-fo~ que ya está ahí.
La Qfu~iQJll se define en ese marco por la experiencia de creación
en qué el lactante crea lo que la madre ya creó para
___,,___ . • ......
él aeida
=-.../ -
del encuentro entre lo que el niño espera y lo que la madre le
pone a disposición ,, une al lactante con su madre y permitirá la
separación de ambos. Tomando como punto de partida esta in-
tuición, Winnicott desarrolló con extraordinaria fecundidad la
historia de los objetos y fenómenos transicionales . A su ·formu-
lación le hace falta , nos parece, un nexo entre el espacio psicóti-
co de la preocupación materna primaria y el espacio de la ilu-
sión en sí mismo. 9 La preocupación materna primaria neutrali-
zaría, según Winnicott;-fas ·angusti as-pr frnitivas ~del lactante, per-
mitiendo el desarrollo de su ((-~ient imie~Ú) continuo. de exlstirn .10
En el plano metapsicológico , el proceso predominante de la
preocupaci_2!U!lfü-~.r.na esJ aj dentr i~ac1óp pri~aria . Lasñlaares
ser entiñéan de uno u otro modo con el hijo que se desarrolla
e; 'e1fas·; ypor' esta ~ía álcanz'añ una muy intensa sensibilidad
para lo que aquel necesita. Esta capacidad especiaCque tieñe la
madre para adaptarse -en cierto modo desde adentro- a 1a
necesidad de su bebé es indicada a veces por el autor con el rótu-
lo de «identificación pr,.oy_ecJiY.a» . En rigor, este término, intro-
ducidopm.-Melanie Klein , designa «un mecanismo que se tradu-
ce en fantasmas donde el sujeto introduce total o parcialmente
su persona en el interior del objeto, para hacerle daño, poseerlo
y contrólarlo» [94] ; la identificación proyectiva es una fórmula
relacional en que la agresividad predomina y aun aparece aisla-
~-""- --- """'- ~- '
9Por medio de un juego de palabras hemos subrayado , en la Tercera parte ,
la necesidad en que está la madre de aceptar la desilusión de la realidad con
respecto a sus fantasmas de hijo, para que se cree el espacio de ilusión de su bebé.
'ºEsta posibilidad de evitar la primera posición kleiniana diferencia en este
nivel las ideas de Winnicott de las de Melanie Klein.

90
da; no se corresponde,
., . , . a nuestro entender • con la des cnpc1on
· ·,
de la regres10~ ps1cot1ca tal como Winnicott la expuso. Pode-
mos
. , entonces interrogarnos sobre. la función misma de la re gre _
s10n materna como un tratamiento de la agresividad que evita-
ría, por una parte, el registro de la proyección, y por otra el
de la depresión. El término identificación centrifuga, emple~do
por S. Freud, se corresponde mejor con los hechos observados.
Esta concepción , por lo demás , converge con las conclusiones
de gran cantidad de trabajos de experimentación y observación
norteamericanos y franceses: el común denominador de las con-
ductas maternas es la sensibilidad de la madre a las señales y
a las diversas iniciativas del niño. Las observaciones más preci-
sas se hacen en situaciones de amamantamiento, porque son pri-
mordiales y, en igual medida, porque parecen ser significantes
de la actitud global de la madre. De este modo, S. Sander [en
6] mostró la correlación entre ritmos de amamantamiento, rit-
mos de succión, y el de la alternancia vigilia-sueño, y la gravita-
ción de los primeros sobre el segundo en el sentido de la organi-
zación y la desorganización: todo trascurre tanto mejor en el pla-
no alimentario general y futuro (trabajos longitudinales que no
superan el término del segundo año) cuanto mejor la madre ve
«las cosas desde el punto de vista del bebé, adoptando los rit-
mos y preferencias de este». Por otro lado, «un bebé al que re-
sulta fácil comprender, y que responde con placer» (M . D. Ains-
worth [en 6]), tiene más posibilidades que otro de beneficiarse
con una buena madre. La identificación de la madre con el hijo
demuestra ser el origen de la sincronía [6] que se establece entre
ambos .
La tesis de D. W. Winnicott que concibe la preocupación ma-
terna primaria como una regresión psicótica es sin duda la más
c ompleta y audaz en este campo. Y no está aislada. Se sitúa en
la Jínea de los trabajos de Ferenczi en los que ya se mencionaba
la importancia de la regresión en la posición materna arcaica,
determinante de un reacomodamiento de la actividad perceptiva
a las señales del niño (semejante a una sensibilidad cuasi aluci-
natoria para lo real y a un funcionamiento según la identidad
de percepción), un cambio en la organización del cuerpo propio
y del otro, del adentro y del afuera, una extraña aprehensión
del entorno de la unidad narcisista (aprehensión eventualmente
persecutoria) y una realización cotidiana de los anhelos de om-
nipotencia.~ Ferenczi relacionaba esta regresión con la del coi-
to, llegando a describir la siguiente línea única: concepción del
hijo, embarazo, parto, cuidados maternos (donde se repite el na-
cimiento mismo de la madre)) Otros investigadores, como H .
Deutsch, que sigue a A. Freud, no ponen el acento en la regre-

91
pi
sión del yo, como Winnicott, sino en 1º1_mecanismos regresivos
-temporarios: r~gr.es-ión-cie-1.as_p.ulsio.nes, que determina el resur-
gimiento de Pt"ilsiones pregenitales en la madre, con eclipse de
las pulsiones genitales. Esta regresión explica que aflore con cla-
ridad, de un modo especialmente intenso, en la relación madre-
hijo, la dualidad pulsional (libido y agresividad e la madre res-
pecto del bebé. El ace e pregnancia de ciertos as-
pectos pulsionales (orales, especialmente). El interés que la ma-
dre presta a las distintas partes del cuerpo de su bebé (con lo
cual asegura su supef-vivencia) tiene en parte su origen en la emer-
gencia normal de las pulsiones pregenitales. Paralelamente se pue-
de producir una disminución temporaria o focal de ciertas pro-
hibiciones superyoicas. Est.as-aai\UdaQ-es libielinal - resivas
comtituirían, como lo hemos mostrado en repetidas oportuni-
dades, uH-r-es. · 'ento del asado el-f),-resente, _signa_cla por
-
la com ulsiú la repetición, en virtud de lo cual la madre revi-
ve los primeros meses e su. relación con sus propios padres. ·
Tras una serie de exámenes sistemáticos y profúndos- de mu-
jeres encintas, G. Bribing [ 16] quedó muy sorprendido al descu-
brir una muy alta proporción de estructuras semejantes a la psi-
cosis o la prepsicosis (casos marginales); considera este autor que
«la reorganización del equilibrio psíquico no se ha producido to-
davía, y ya la madre debe lidiar con la realidad del recién nacido».
P. C. Racamier [119] añade que «esta situación móvil se ex-
tiende al posparto. Las referencias endocrinológicas y psicoana-
líticas no pueden sino coincidir al respecto». Está claro, en su
opinión, que la estructura psíquica materna se acerca, normal-
mente pero de manera reversible, a lo que sería una estructura
psicótica, definida por él en estos términos : «El yo abandona,
para tratar con las pulsiones, los mecanismos defensivos elabo-
rados que son propios de la neurosis o del estado normal habi-
tual; el sentido de la identidad personal se vuelve fluctuante y
frágil; las relaciones objetales se desenvuelven en un modo re-
gresivo, en particular en el de la confusión del sí-mismo y el otro».
El término «estructura psicótica» remite a una particular orga-
nización del yo, y no a un grupo de signos clínicos de la serie
nosográfica clásica de las psicosis. Ese estado psicótico normal
favorece el advenimiento de una psicosis posparto. Con buen
fundamento se compara esta crisis de la «maternalidad» 11 con
una crisis de identidad, en el sentido en que E. Erikson emplea-
ba este término en su descripción de la adolescencia. Se obser-
van en ella movimientos hormonales de gran envergadura, un

11
Término introducido por T. Benedek, y adoptado en Francia por P. C.
Racamier.

92
- ---- ... -
~
~·- ···- - --- -.~ - --~---~ ~--

amplio replanteo de los conflictos infantiles, un complejo juego


de identificación, e investiduras libidinales y agresivas, nuevas
posiciones relacionales y amplias variaciones en la representa-
ción del sí-mismo y del medio.
La descripción de la preocupación materna primaria sería in-
completa si no se diesen precisiones sobre su doble función:

a. Es necesaria para el bebé, a quien garantiza la superviven-


cia y la construcción original del self.
b. Es asimismo necesaria para el equilibrio psicológico de la
madre: «Si la madre del bebé es la persona más apta para la
atención de ese bebé, es porque pudo alcanzar ese estado espe-
cial de preocupación materna primaria sin estar enferma»
[142]. 12

La regresión psicológica, como ya señalamos, tiene por fun-


ción constituir la unidad narcisista primaria y, con ello, colmar
la falta producida por el parto. La unidad psicológica madre-
hijo curaría en cierto modo a la madre de la herida causada por
la ruptura de la unidad fisiológica del embarazo. Entonces, la
regresión lleva implícito el deseo de la madre de recuperar a su
hijo in utero. 13 Sin este hijo, la madre no puede curarse de su
estado psicótic0. Se comprende que Winnicott insista en el em-
. pleo del término «enfermedad» para definir la preocupación ma-
terna primaria. Esta enfermedad es de alguna manera enmasca-
rada por los cuidados maternos: «Si el niño muriera, el estado
de la madre se revelaría bruscamente patológico» [142]. Cual-
quier distanciamiento de la relación madre-hijo hace correr ries-
gos psicopatológicos a la madre. Más adelante veremos ejem-
plos de distorsiones psicopatológicas primarias de la díada, oca-
sionadas por una separación, fantasmática o real, de la madre
y el hijo. Así es posible comprender la advertencia de S. Saint-
Anne-Dargassies [125], cuya experiencia neuropsicológica con
prematuros es conocida, cuando señala que en ese momento «la
presencia y el contacto de la madre son ante todo beneficiosos
para ella: orevienen su angustia por medio del conocimiento pre-
coz del hijo; la condición, desde luego, es que ella misma mani-
fieste el deseo de tener ese contacto» . Se puede proponer esta

12
D . W. Winnicott añade : «No obstante, una madre adoptiva o cual-
quier otra mujer capaz de estar enferma en el sentido que hem0s indicado, puede
adaptarse suficientemente bien, en virtud de su facultad de identificación con
el bebé» [142].
13
Esta expresión es cara a Fain, que la vincula con el «instinto de muerte»
de la madre respecto de su hijo. Nosotros hablaríamos más bien de la agresivi-
dad de la madre hacia el hijo.

93
- ----------- .,.
formulación: el niño «cura» la preocupación materna primaria
........

al satisfacer a su madre.

2. Constitución de la unidad narcisista primaria


Nuestra tesis utiliza la concepción de Winnicott, sin por ello
considerarla exhaustiva. Consiste en postular, en la relación
madre-hijo, un conjunto simbiótico primordial, y en considerar-
lo no exclusivo, reservando un lugar a los cuidados maternos
estudiados precedentemente, como sinónimos de la relación ob-
jetal de la madre. La expresión «díada madre-hijo», al decir de
R. A. Spitz, que la tomó del sociólogo G. Simmel, y el término
«mutualidad», de B. Bettelheim, reflejan este tipo clínico del fun-
cionamiento simbiótico. En cuanto a su lugar conceptual en la
metapsicología, creemos que es el de la unidad narcisista prima-
ria. Este punto de vista reclama precisiones :

a. Si bien esta denominación recupera la utilizada por Freud


en la elaboración de la segunda tópica, donde el narcisismo pri-
mario corresponde a las primeras etapas de la vida, incluso con
anterioridad a la constitución de un yo -estado del que la vida
intrauterina sería un arquetipo [56)-, no por eso deja de tener
acepciones variadas en la bibliografía psicoanalítica (y en la mis-
ma obra de S. Freud). 14
b. En el narcisismo primario se confunden actividad libidi-
nal e instinto de autoconservación , confusión que es un punto
de partida energético. «Todo lo que sabemos (sobre el compor-
tamiento de la libido) concierne al yo, donde se acumula desde
un principio toda la parte disponible de la libido . A ese estado
de cosas damos el nombre de narcisismo primario absoluto» . P.
H. Greenacre recuerda asimismo la observación de Freud según
la cual el narcisismo primario sería un complemento libidinal del
instinto egoísta de autoconservación, una precaución «que es ra-
zonable atribuir a toda criatura viviente». Esta teoría del narci-
sismo primario lleva hasta las mismas bases de la organización
biológica el doble movimiento, narcisista y objetal, de la libido .
En ella se funda el concepto de apuntalamiento que desarrolla-
mos anteriormente.
14 La teoría freudiana del narcisismo primario, que aquí utilizamos, se dife-

rencia en particular de la concepción según la cual el término «narcisismo prima-


rio» queda reservado a la investidura de la que es objeto el yo en oportunidad
de su constitución. Como lo recuerdan Laplanche y Pontalis: «Se trata de definir
un estadio hipotético de la libido infantil y las divergencias recaen de manera
compleja sobre la descripción de un estado, sobre su situación cronológica» [94] .

. 94
r

c. La unidad narcisista primaria comprende el conJ· d


· 'd d l' b'd' 1
las act1v1 a es 1 I ma es que unen a madre e hijo lo c 1 e Unto
· 'b 11 · . ' ua no
se Circunscn e.ª actante, sino que incluye la actividad placen-
tera que los cUidados representan para la madr~. No es pro ~ ·
del ~ijo ni de la madre. No s~ p~dría hablar de narcisismo ;:~
man? del l~ctante. D. W. W ~nmcott puso de relieve la depen-
dencia -e incluso dependencia absoluta, se podría decir- del
lactante en los primeros días de vida: «Esa cosa llamada lactan-
te no existe». No se trata sólo de describir una posición unitaria
en espejo, en la madre , sino el conjunto constituido por dos ele-
mentos participantes. La fase «anobjetal» [134] no existe única-
mente para el lactante~ es el vínculo.. mismo~madre-h-ijo. La i~­
vestidura narcisista primaria ge la unidad ma-dre-hijo precede a
las inv~tidl}r_as narcisistas y objetales uf@ ores.=c[_e (Qs .P<ii:tici- .
·-pantes, cuyo núclec:_ económico y semiológico constituy~ .
d. El narcisismo primario no tiene anterioridad. Para un autor
como B. Grunberger, el narcisismo es una fuerza o una energía
cualitativamente distinta de las pulsiones, que estructura al yo
y que corresponde a un estado prenatal de beatitud, dentro de
un universo sin límites ni en el tiempo ni en el espacis>. Ese esta-
do se quebraría al nacer, y la unión simbiótica con la madre .es-
taría en cierto modo destinada a repararlo, a restituirlo. Habría
continuidad entre el narcisismo innato (pura satisfacción de sí
mismo, ausencia de mundo exterior y de objeto) y un narcisismo
adquirido. 15 Dentro de esta continuidad, el narcisismo adquiri-
do vendría a restaurar un narcisismo perdido, antenatal, para
constituir la base sólida sobre que descansen la unidad y Ja pe-
rennidad del sujeto. Volvemos a encontrarnos con esta concep-
tualización en los trabajos de M. Fain: según este.autor, el ejem-
plo del narcisismo primario es Ja autonomía del dormir, autono-
mía que, a nuestro juicio, más bien parece exclusivamente biofi-
siológica. Si qu~~remos atenernos con rigor a nuestra concepción
del apuntalamiento pulsional, difícilmente podamos admitir la
tesis de un narcisismo anterior al nacimiento. Hemos tomado
posición sobre este punto: el narcisismo primario procura recons-
tituir un estado antenatal que no denominamos narcisista con
relación al, niño. La reconstitución, o más bien el intento de re-
constitución de la unidad madre-hijo tras la separación determi-
nada por el nacimiento, animada por la seducción primaria, es
un elemento fundamental de este narcisismo que no tendría
anterioridad.
15
«Narcisismo innato» y «narcisismo adquirido» son expresiones tomadas
de la terminología de V. Tausk, a quien B. Grunberger se aproxima en muchos
capítulos de su obra Le narcissisme (París: Payot, 1978).

95
-----.....o.---~-·--·--

e. El futuro de la unidad narcisista primaria depende del do-


ble régimen de evolución del lactante y de la madre más allá del
pos parto .

¿Cómo funciona esta unidad madre-hijo? Los trabajos obje-


tivos, a que no pocos psicoanalistas han contribuido, plantean
la cuestión por referencia a pasajes entre el lenguaje de la madre
y el del bebé. Nos limitaremos a resumir sus puntos de vista.

a. Es posible oponer de manera esquemática, en la unidad


de tiempo y de lugar de los cuidados maternos, las dos modali-
dades expresivas que participan: la semiología materna está da-
da en el campo simbólico, mientras que la comunicación del be-
bé es de tipo animal. Los contenidos de los mensajes que emite
el lactante son simples calcos de situaciones objetivas sin varia-
ción ni oposición; estas señ.al_es reclaman conductas, y no res-
puestas; el conjunt~ se sitúa fuera d el sentidó°; en la realidad bru-
ta, asimbólica. De esta suerte, el mensaje no se presta a ser ana-
lizado según elementos formativos, según morfemas. Está some-
tido a la repetición biológica.
Si bien estas teorías permiten imaginar hasta qué punto el
recién nacido se encuentra envuelto desde su nacimiento por el
universo simbólico dentro del cual se proyecta inicialmente fue-
ra de la naturaleza, no plantean el problema fundamental que
nosotros queremos acotar: de qué modo la mujer, abandonando
en cierta forma su lenguaje habitual, se incluye en el sistema de
comunicación de su recién nacido para decodificar los mensajes
.. que este emiteyresponderles por medio de una conducta casi
- animal, un verdadero cuerpo a cuerpo. Son cada vez más nume-
rosas las observaciones que comprueban en las madres el resur-
gimiento de comunicaciones del tipo de las del recién nacido.
R. A. Spitz, siguiendo a T . Benedek, está convencido de que
la madre del niño muy pequeño percibe señales que nosotros ig-
noramos, especialmente en los aspectos olfativo, cenestésico, tér-
mico y rítmico. D. W. Winnicott llama la atención sobre los as-
pectos posturales. En el período posnatal, estas señales parecen
concurrir a una categoría de comunicación que normalmente es
inutilizable en el caso de los adultos.
b. Para tomar en consideración la radical diferencia de las
estructuras intervinientes (de un lado, el cuerpo biológico del re-
cién nacido, con funcionamiento protopático global poco dife-
renciado y dependiente; del otro, las riquezas significativas de
la madre), algunos psicoanalistas, siguiendo a los psicosomató-
logos, propusieron el empleo de la teoría de la información a

96
,--
fin de conceptualizar el encuentro madre-hijo. Este recurso a un
modelo biológico, método caro a S. Freud, toma como ejemplo
el funcionamiento celular: la célula está estructurada, y su es-
tructura se mantiene aunque deba existir en un conjunto menos
estructurado, que la somete a la entropía; parece que en conse-
cuencia debería disolverse en un desorden creciente, y en cambio ha-
ce neguentropía, lo que es decir que mantiene su estructura de ma-
nera invariable; existe, por consiguiente (junto a la información
que circula bajo la forma de mensajes entre un organismo y su
ambiente), una información que no consiste en la trasmisión de
mensajes, una «información-estructura», que permite el mante-
nimiento de esta última. Con este modelo es posible precisar la
especie de independencia y de interdependencia en que están la
madre y el hijo. La posibilidad de independencia entre ambos
es clara, como lo muestra la clínica neonatológica (especialmen-
te la de los prematuros). Al mismo tiempo, se trata de elementos
interdependientes, en la medida en que los datos cuantificables
de lo biológico (modo de codificación, entropía del sistema, re-
dundancias, cantidad de informaciones trasmitidas, etc.) depen-
den de la significación del mensaje, pero no lo significan. Así,
la interdependencia de estas dos entidades (la madre y el hijo)
tiene su mejor expresión clínica en dos situaciones: si las signifi-
caciones imponen características que alcanzan o superan los lí-
mites biofisiológicos inscritos, y si estos límites, por motivos or-
gánicos (lesión encefalopática, por ejemplo), se ven reducidos
respecto de lo que son habitualmente. Con esto se define de un
modo interesante el campo de «libertad del bebé» por la canti-
dad de posibilidades que este tiene para reaccionar a cierta signi-
ficación . La patología genética se describe como reducción de
libertad.

La tesis de la preocupación materna primaria como estado


psicótico es frontalmente opuesta a las descripciones de los cui-
dados maternos que hemos formulado anteriormente por refe-
rencia a la relación de objeto. El universo simbiótico de uno di-
fiere del universo simbólico de la otra. La concomitancia de am-
bos estados nos mueve a plantear reservas al punto de vista de
D. W. Winnicott: no definimos la posición materna como psicó-
tica, según él hace, sino como estado límite. De ahí que el pro-
blema planteado por el «diálogo» y la «reciprocidad» entre ma-
dre e hijo deba resituarse en la frontera interior de la madre en
que se yuxtaponen los dos tipos de organización de esta (preob-
jetal y objeta!) durante el posparto. Esa conexión no excluye las
investigaciones de que hemos dado cuenta, pero valoriza en el
abordaje clínico la escucha psicoanalítica de la madre: las cosas

97
ocurrirían como si la posición de esta respecto de su bebé remi-
tiera a sus propias modalidades regresivas , es decir, a la posibili-
dad de que se yuxtapongan en ella misma las posiciones simbió-
r
ticas y simbólicas.
La densidad de registro de los cuidados maternos es una ca-
racterística de importancia. D. W. Winnicott ha descuidado la
importancia de la parte no regresiva de la posición maternante.
Por lo contrario, la observación de los psicoanalistas de la es-
cuela lacaniana parece no tomar en cuenta la economía de la
relación madre-hijo. Por medio de ejemplos psicopatológicos in-
tentaremos poner de manifiesto las líneas de fuerza de esta
dualidad .

Primer ejemplo

El mismo Winnicott hace notar cuán frecuentemente se ob-


servan madres que no presentan «regresión psicótica normal».
Las califica de intelectuales , de las que son ejemplo las madres
de niños psicóticos «demasiado instruidas» [142]. La inadecua-
ción materna inicial impide el desarrollo del self del hijo . En
esta fase, la madre frustrante, es decir, que no presenta esa res-
puesta psicótica normal, provoca alteraciones en el desarrollo
de su hijo; posteriormente «sólo podrá actuar en función de te-
rapeuta» [142]. De igual manera, P. C. Racamier [119] describe
mujeres que no soportan la regresión funcional, por afán de res-
guardar las exigencias de su narcisismo (secundario).
La ambigüedad de los cuidados maternos, según la llevamos
expuesta, nos mueve a una presentación más matizada de la pa-
tología. Si se piensa que la regresión de la madre constituye un
elemento de importancia en el continuo de los cuidados que se
prodigan al bebé, está claro que el fracaso total o parcial de esa
regresión pondrá a este en una situación de mayor fragilidad .
Para elucidar nuestro punto de vista emplearemos el modelo de
la escuela de Palo Alto, que en efecto ha expresado esta concep-
tualización en su descripción de dos niveles relacionales: por un
lado, el de la relación objeta!, con las contradicciones que ya
hemos descrito; por otro, el registro de la «metacomunicacióm>.
La relación entre la madre y su bebé se caracteriza por el hecho
de que el sentido de los mensajes cambiados entre ambos resulta
por completo dependiente de la relación misma; en el límite, es-
ta relación llega a determinar el contenido del mensaje. Esta «me-
tacomunicación» resulta posible en virtud de la regresión mater-
na. Ausente esta, las cosas suceden como si el lactante no tuvie-
se el auxilio del clima materno para superar las eventuales con-

98
tradicciones de los cuidados. Si estos no son demasiado contra-
dictorios, el niño no se resentirá. Si los cuidados maternos son
neuróticos, en el sentido en que los definimos anteriormente, en-
tonces el niño corre un riesgo considerable. A mayor distancia
entre la madre y su bebé, más repercuten las contradicciones neu-
róticas de la madre y crece el riesgo de desinteligencias entre am-
bos. Llegamos a esta fórmula: a más débil regresión materna,
mayor el riesgo de que los cuidados maternos neuróticos resul-
ten patógenos. La regresión evita la depresión posparto y la soli-
citud ansiosa primaria.

Segundo ejemplo

Los cuidados maternos que calificamos de perversos, tema


de amplio estudio en pediatría y en psicopatología infantil, son
para nosotros el cabal ejemplo de regresión materna que se pro-
duce sin el control de la organización objeta!; entonces la seduc-
ción primaria es omnipotente. El término «perverso» se adopta
en el sentido de una relación de la madre con el niño, lo cual
no significa que la madre sea de estructura perversa, l6 sino que
hace con ese hijo una regresión de tal tipo:

1. En la relación maternante perversa, la necesidad del hijo


no es reconocida en tanto tal. La conducta de la madre se subor-
dina por entero a su propio placer; se omite la escucha de la
demanda biológica del recién nacido. Por ejemplo, el deseo de
alimentar al niño, y su realización, no van al encuentro del ham-
bre manifestada, no buscan la satisfacción de esa necesidad ni
Ja realización de las actividades libidinales orales del niño.
2. Parece que este formara parte del cuerpo materno; al me-
nos, su diferencia fundamental respecto de ese cuerpo no es re-
conocida. No es «como su madre» (en el sentido de las compa-
raciones corrientes que puede hacer la madre acerca de su hijo),
sino más bien parte indiferenciada de ella misma. El niño no
es la marca de la falta fundamental de su madre, falta que el
parto vino a actualizar, porque ni siquiera la simbolización de
esa falta se ha producido. El niño signa la realidad de la omni-
potencia de su madre, más fuerte que el pene paterno. Su pater-
nidad le es negada; en cierto modo, el niño no aparece como
hijo de su propio padre, sino como objeto parcial de la madre,
reivindicado en tanto tal en el registro del haber. La madre en-
16 Para volver al distingo entre relación y estructura, explícito en el notable
trabajo de P . Aulagnier en la revista L '/nconscient, vol. 2, 1967, págs . 11-42.

99
l
·l!,,

cuentra que su maternalización es perfecta, sin fallas. En su pro-


ceder hacia el hijo, ella se vuelve a su propia madre, de la que
a un mismo tiempo asume la castración y restablece la omnipo-
tencia, en una unisexualidad originaria. De este modo queda de-
senmascarada en la relación madre-hijo una complicidad feme-
nina centrada en la seducción, que incluye en una estirpe de tipo
homosexual a la abuela materna, e incluso una cuarta genera-
ción, dentro de un sistema en el que el niño tiene un estatuto
de tipo fetichista.
3. Esta maternalización se completa con la percepción de un
medio amenazante, según diversas formas sintomáticas, especial-
mente la persecutoria o fóbica. El padre mismo, por lo regular,
es excluido. Puede que se lo idealice, pero se lo mantiene afuera
(«trabaja, ve poco a su hijo, etc.»); lo común es que se lo pinte
como débil, inútil y hasta peligroso. En uno u otro caso, su de-
seo sexual es negado .
Todo sustituto paterno habrá de sufrir una suerte parecida,
por obra de una negación que a veces viene encubierta por te-
mas de persecución. Lo mismo sucede con el pediatra; el discur-
so de este cuando se refiere al niño se percibe como tentativa
de destrucción. La madre lo niega, o desarrolla posiciones mar-
cadamente sadomasoquistas.
4. El estatuto del hijo se exhibe en un desafío que hace de la
mujer que acaba de parir lo único importante en el mundo, co-
mo si viviera una existencia excepcional cuya comprensión nadie
alcanzara.
5. La maternalización se efectúa de acuerdo con un rito que
se repite para goce de la madre; este se diferencia de los rituales
obsesivos fóbicos u operatorios que se desarrollan en otros cui-
dados maternos. El rito, en cierta medida, es más importante
que el goce que trae. Con él la madre oficia sobre el cuerpo de
su hijo, sacrificando allí en holocausto su feminidad, sacrificio
en que su función de madre es opuesta masoquistamente a su
función de esposa, y exhibida como tal. Esta expiación cobra
importancia porque forma parte de la conducta perversa; la mu-
jer no está sujeta a otra ley que a sí misma, siempre que se sacri-
fique de este modo, en una alianza de pecado y angustia. El sis-
tema es cerrado, y se repite. Cabe destacar que, desde los prime-
ros días de existencia, el niño aprende a prestarse a las posicio-
nes maternas.
6. El principio de esta seducción perversa es el mismo en to-
dos los casos: la sobreestimulación recae sobre las zonas del cuer-
po del niño que se corresponden con las zonas en que, precisa-

100
" mente, se inserta la falla de la imagen corporal materna. El niñ.o
es entonces, más que el síntoma de la maternalización perversa,
una verdadera pareja de su madre, construido .en simetría con
la imagen de esta, que facilita, mejor que muchos otros, la ga-
rantía fetichista para el mantenimiento de la desmentida de la
castración. Por el estado de excitación que presenta bajo los efec-
tos de esta seducción libidinal, el niño da implícito testimonio
de su complicidad, lo mismo con su actitud de vigilia global que
con sus prácticas autoeróticas en el nivel de las zonas erógenas
en que se ha producido la seducción de la madre. La conducta
del lactante justifica a posteriori las afirmaciones erotomaníacas
de la madre: «Todo lo que yo le hago a mi bebé, lo hago porque
él me quiere».
7. La totalidad del cuerpo del niño tiene un estatuto de tipo
fetichista. En lo demás, una parte del cuerpo o una función or-
gánica focaliza la conducta materna. W. Granoff y F. Perrier
[64] destacan con acierto la importancia de la naturaleza oral
de esta relación. M. Soulé ha proseguido su estudio en un traba-
jo reciente [129] . La boca alimentada, símbolo de la falta real,
es lugar de goce que es preciso colmar. Para este tipo de madre
representa un atractivo fascinante, a veces disfrazado por temo-
res hipocondríacos específicos y seudorrituales alimentarios. El
alimento, el biberón o la tetina pueden revestir la significación
de fetiches . Así es como los niñ.os son atiborrados, y aquellos
que no se entreguen a la erogenidad de las regurgitaciones pue-
den desarrollar una obesidad primaria, con bulimia. Otras ma-
dres , con el pretexto de la limpieza, estimulan abusivamente el
ano y la región anal. P . Greenacre también menciona madres
que practican manipulaciones y excitaciones excesivas sobre las
zonas genitales de sus hijos [68] .

Dos interrogantes

1. ¿Cuál es la frecuencia de las posiciones perversas menores


dentro de la relación arcaica madre-hijo? ¿En qué medida la se-
ducción primaria es un ejemplo de la perversión sexual de los pa-
dres, sobre la cual Sigmund Freud ponía de relieve que se la
hallaba en el origen de la histeria de los hijos «cuando los episo-
dios de seducción se multiplicaban e intervenía un factor debili-
tante de la defensa»? [93] . W. Granoff y F. Perrier responden afir-
mativamente: «Es en la relación más íntima, la de la maternaliza-
ción, donde habrá de manifestarse el lado perverso de la mujer»
/.
[64]. Esta relación es natural «por el hecho de que no hace falta

1
101

'-..
t ---
f-
~

para fundarla nada que dependa del registro de la ley», «y la


prohibición que recae sobre la consumación sexual de la rela-
ción de la madre con el hijo no se establece sino por contragol-
pe». «Nada pone obstáculo al amor de la madre hacia su hijo».
«Y los dos únicos caminos que se abren al amor maternal serán,
estrictamente hablando, la sublimación o la relación perversa»
[64]. Los autores reencuentran en otro nivel los dos tipos de ma-
dre opuestos por Winnicott: madres psicóticas normales o ma-
dres intelectuales. Aquí, sublimación o relación perversa; y cabe
apuntar que, en lugar de sublimación, lo que veremos aparecer
es la erotomanía.
El «lado perverso de la mujer» es una modalidad relacional
dentro del conjunto del vínculo madre-hijo. Con esta restricción,
la descripción hecha por estos autores se corresponde con nues-
tro modo de plantear el problema de los cuidados maternos: en
todo el capítulo anterior insis timos en la disponibilidad funda-
mental que la madre debía presentar respecto de la emisión de
signos del niño que resultaran susceptibles de ser comprendidos
por sí mismos y no a través de un proyecto representativo a priori.
Igualmente mostramos el papel organizador que tiene el niño so-
bre el deseo materno mismo. Reconocimiento de la demanda del
recién nacido, ubicación de esa demanda como algo diferente
del propio deseo constituyen, en nuestra descripción, las carac-
terísticas de las conductas maternas satisfactorias. Por su «lado
perverso» la madre busca, muy por lo contrario, su propia satis-
facción con un objeto que no es tomado como sujeto de deseo.
Todo ocurre como si el niño debiese saciar su deseo en f or-
ma exclusiva, respecto de lo cual la madre rechaza cualquier de-
silusión. En tal carácter, el lado perverso de los cuidados mater-
nos se contrapone tajantemente a lo que hemos denominado «cui-
dados operatorios» y a las modalidades de la relación objeta!
que vinculan a la madre con su recién nacido. Lo encontraremos
en posición central en la psicopatologfa diádica.
El carácter indiferenciado y poco significativo de las expre-
siones de la necesidad y el deseo del lactante favorece en cierto
modo la posición perversa. El parto, a causa de los reordena-
mientos psicológicos que determina, hace oscilar por algún tiempo
la función simbólica. Tienen razón Granoff y Perrier al decir
que en la relación dual madre-hijo «la ley queda en segundo
plano».

2. Esto nos conduce al problema, totalmente distinto, que


plantea la clfnica de la perversión materna, en el sentido psiquiá-
trico de la expresión. La maternalización perversa, en el sentido
en que la hemos descrito, ocupa todo el escenario. Se puede ais-

102
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i ~~

lar el estatuto sexual -ya no presexual- que reviste el niño en


ciertas mujeres para las cuales constituye la meta de una bús-
queda -y, eventualmente, de una obtención- orgásmica (esta-
tuto de fetiche). Tal el caso del lactante tratado por Margaret
Mahler [105] a causa de trastornos psicóticos: la madre se loco-
locaba entre los muslos para masturbarse con su cuerpecito, de
modo de satisfacer sus necesidades sexuales y compensar los malos
tratos que le daba el marido. Las seducciones perversas mater-
nas genitales se encuentran con regularidad en el pasado de ni-
ños y adultos perversos. Objeto de cuidados perversos, el niño
acaba en compañero pervertido, metido hasta la médula en el
engaño de que con su sexo impúber y su sexualidad pregenital
puede complacer a la madre . Este razonamiento por recurrencia
no autoriza a pensar que la seducción perversa materna determi-
ne ipso facto estructuraciones perversas en el niño. Secuencias
idénticas son igualmente halladas en el pasado de niños psicóti-
cos o en estructuraciones psiconeuróticas. La connotación sado-
masoq uista de la relación maternante es, por lo general, explíci-
ta. La madre puede instalarse desde un comienzo en una posi-
ción masoquista, incluso antes del parto; el feto es experimenta- i
do como perseguidor o destructor. El pediatra sabe cuán inten- r•·
1
sas son las pulsiones masoquistas de ciertas mujeres frente a un
hijo afectado por una enfermedad crónica congénita grave; es- t
tas madres se embarcan en un ritual de cuidados indefinidos y t
,i
dramáticos cuya economía remite mucho menos de lo que es ca-
,..
nónico decir al nivel superficial de la culpa, que a la intolerancia
a la intensa presión narcisista provocada por la enfermedad del i"

niño, que ha determinado el desarrollo de una regresión mater-


na y la aparición de conductas perversas.
La descripción de los síndromes del niño maltratado nos per-
mite un mejor conocimiento clínico de lo que R. A. Spitz apenas ¡, ¡;

menciona con la denominación de «rechazo primario activo»


[133]. Las necesidades del niño no son reconocidas, y a menudo
lo encontramos muy desnutrido y con diversas afecciones infec- .,., ,
ciosas. Su cuerpo es objeto de las posiciones sádicas maternas, .
1,
que reconocen variadas expresiones: golpes y heridas, mordedu-
ras (especialmente en la boca y las partes genitales), apretones
sofocantes, aprisionamiento del niño en ropas demasiado estre-
chas, atiborramiento de comida por la fuerza . . . En estas obser-
vaciones solemos encontrar el rótulo de «manipulación dema-
siado enérgica», porque la brutalidad expresa allí una negación.
Es igualmente posible que el niño mismo sea visto como el agre-
sor, sobre todo por su agitación y sus gritos, y que ese rótulo
que los padres le atribuyen justifique a los ojos de ellos las sevi-
cias a que lo someten.

103
.,.....
r·-- -.

r Es excepcional que estas organizaciones psicopatológicas per-


versas de la madre no hayan sido motivo de expresiones sinto-
máticas en el pasado de quien las presenta. No obstante, el esta-
\
llido de estas conductas puede producirse en forma aislada, des-
pués de una determinada maternidad que de algún modo echó
por tierra las defensas neuróticas. En un sentido más amplio,
las observaciones nos conducen al problema del pasaje al acto
en la madre, sobre el cual hemos de volver.

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104

1

3. Ensayo sobre las disarmonías


,-

de la díada madre-hijo

a. Las atipicidades o distorsiones de la díada madre-hijo se


expresan en función de inadaptación, disfuncionamiento o disar-
monía, sin que resulte posible discriminar entre lo que depende
de la madre y lo que se relaciona con el hijo. La explicación
del síntoma de la madre o del hijo no debe buscarse en uno de
ellos separadamente, sino en la pareja constituida por ambos.
Una madre con afección psiquiátrica puede ser «suficientemente
buena»; una madre normal puede insertarse en un disfunciona-
miento complejo. Ninguna investigación permite hoy establecer
nexos definidos entre la nosografía psiquiátrica y la de los pri-
meros funcionamientos relacionales de la madre con el hijo. En
varias ocasiones hemos criticado vivamente el concepto de perfil
psicopatológico y la práctica de una nosografía de la pri111era
infancia; parafraseando el famoso apotegma de Winnicott, no-
sotros decimos que el insomnio del primer trimestre no existe:
carece de entidad clínica. Se puede incluir este síntoma en los
conjuntos semiológicos. También se puede averiguar su etiolo-
gía. No es serio, en cambio, pensar en su pronóstico.

b. La semiología de las disritmias precoces, o sea, de las


primeras atipicidades funcionales del lactante, es más rica de lo ¡)

que es canónico decir. Se sitúa entre dos capítulos nosográficos .1


,1

para los cuales es elevado el nivel de los conocimientos actuales:


la psicopatología de la madre y las anomalías del desarrollo neu-
ropsíquico. La historia de recientes trabajos muestra que es gran-
de el riesgo de que la comprensión de los fenómenos relaciona-
les del lactante se deslice hacia aquellos conocimientos, ya ela-
borados. Erróneamente, el lactante puede entonces ser descrito
de manera exclusiva como un calco del discurso materno. A la
inversa, el estudio de la problemática psicológica (y psicopatoló-
gica) del lactante se ha detenido, de un modo que nos resulta
paradójico, en el momento en que se inicia la organización del
yo; todo ocurre entonces como si lo somático y biológico predo-
minase en las dificultades que sobrevienen en las relaciones madre-
hij o, en detrimento de los primeros fenómenos libidinales y rela-
cionales. El propio Spitz tiene un punto de vista análogo cuando

.. 105
. . . . . . .__....._______:==

destaca que desde estados fisiológicos «se desarrollarán o desga-


jarán las ulteriores estructuras y funciones puramente psicológi-
cas» [134]. Por nuestra parte, hemos intentado no encerrar la
problemática del lactante entre lo somático de su cuerpo y lo
psicológico materno.

c. La lectura de los actuales trabajos de psicopatología del


lactante parece recomendar su redescripción. La semiología la
escriben los pediatras, que por lo general no tienen formación
en psicopatología; el propósito que los anima es incluir su ob-
servación en el marco de la nosografía pediátrica. La historia
de la medicina ofrece pruebas abundantes sobre el valor de estos
trabajos de detalle. Sólo un equipo pluridisciplinario pediátrico-
psiquiátrico podrá hacer un estudio crítico.
A causa del presente nivel de conocimientos, todavía limita-
do, cualquier clasificación es, por ahora, provisional. Su interés
reside en las facilidades que brinda en la práctica clínica, y en
la apertura que ofrece a las reflexiones de la investigación.

I. Los hiperfuncionamientos de la díada


madre-hijo
Serán estudiados a través de la clínica, de los problemas pa-
togénicos y de las posibilidades evolutivas.

A. las perturbaciones funciona/es, o disritmias precoces,


constituyen la expresión semio/ógica, por parte del
lactante, del hiperfuncionamiento diádico 1

En virtud de su frecuencia, de su interés doctrinario y de su


gravitación práctica, el insomnio precoz del lactante ocupa el cen-
tro de la clínica de las primeras semanas. El dormir experimenta
rápidas y profundas trasformaciones evolutivas en su duración,
su ritmo y su calidad; el recién nacido duerme casi todo el tiem-
po; un bebé de un mes ya no duerme más de diecinueve horas,
termino medio. Los insomnios banales parecen debidos a erro-
res en el régimen de alimentación. El niño que no aplaca sus
necesidades orgánicas (hambre o sed) de acuerdo con las moda-
lidades que cualitativa y cuantitativamente le corresponden no

1
No adoptamos la expresión «patología psicosomática» para esta edad, en
que no es concebible la escisión psique-soma.

106
. -- -- --
obtiene un dormir fisiológico. Estos errores de régimen apare-
cen generosamente en madres calificadas como «excitantes y con-
tradictorias», que de hecho tienen más ocasiones para compro-
meter el equilibrio fisiológico y libidinal del bebé. Se puede ais -
lar un insomnio precoz, especialmente severo [89, 92]. Algunos
de estos niños no duermen más que entre dos y cuatro horas
por noche; la gravedad del estado de excitación expresado por
el insomnio se traduce no sólo en la extensión de este, sino en
su asociación con actividades motrices carentes de objeto, cons-
tituidas por descargas disrítmicas que se acompañan de gritos.2
Retenemos el término irritación, que en los trabajos de G . Bou-
langer se presenta como «un estado de fuerte tensión que no lle-
ga a liquidarse de manera adaptada, y que se descarga entonces
de un modo incontrolado», 3 nosotros diríamos, más bien , de
un modo «inorganizado» . El térm ino excitación, empleado por
los experimentalistas norteamericanos [6] y por algunos psicoa-
nalistas (R. A . Spitz, siguiendo a Freud), es preferido también
por los pediatras . Su aplicación supondría que no existe excita-
ción placentera, y que se podría oponer esquemáticamente placer-
displacer, reposo- excitación . Ni la teoría , ni la simple observa-
ción del lactante, consienten esta oposición. El término irrita-
ción comprende, pues, una excitación penosa, una «emoción ne-
gativa» (H . Wallon) o un «afecto negativo» (R . A. Spitz) .
El conjunto semiológico incluye la expresión concomitante
de tensiones elevadas, por parte del bebé, en la forma de descar-
gas motrices incoordinadas, así como de gritos . Desde el naci-
miento mismo, los gritos van siempre acompañados de movi-
mientos. Antes del mes , las lágrimas casi no se manifiestan . La
irritación se acompaña de una desorganización de los ritmos sen-
soriomotores y de una pérdida de los esbozos de coordinación,
según la edad . Existe toda una gradación desde la disritmia mo- '
triz menor, pasando por los sobresaltos y las mímicas de displa-
cer, hasta la agitación intensa, que linda con el estado de aflic-
ción descrito por los experimentalistas. Las observaciones de los
distintos autores son concordantes en el sentido de discernir co-
rrelaciones entre la irritación y los fenómenos de orden intero-
ceptivo, en especial digestivo, y propioceptivo (por ejemplo, cambio

2 En el marco de los insomnios precoces severos es clásico incluir también


el insomnio «silencioso» , impresionante por el hecho de que los niños gran parte
del día y de la noche permanecen con los ojos abiertos y una marcada apatía.
Mencionamos este tipo clínico en la sección sobre los hipofuncionamientos de
la díada madre-hijo .
3 En la primera parte del trabajo de G ·. Boulanger [ 17] se efectúa un estu-
dio bibliográfico que resume en especial los trabajos de Bridges (1930), C. Bühler
(1927) y, por último, Ph . Malrieu (1952), quien se inspira en los de H. Wallon.

107
~!l
1 de equilibrio). El trabajo de G. Boulanger hace un amplio estu-
dio de las situaciones exteriores susceptibles de provocar la apa-
r
¡
rición de gritos, y llega, en coincidencia con Blatz y Millichamp
(1935), a una conclusión que nos parece muy interesante: «La
~
¡¡ experiencia emocional no está ligada a un grupo de estimulacio-
¡ nes específicas [ .. . ] pero depende de una relación particular en-
¡: tre el sujeto y el ambiente» [en 17]. Fuera de las situaciones ex-
1
¡ tremas, no parece existir a esa edad una situación generalmente
irritante, pero el fenómeno aparece inserto desde un comienzo
entre las modalidades de relación con la madre. Más precisa-
mente, desde fines del primer mes se observarían los fenómenos
de irritación ligados a una expectativa, insatisfecha, de la pre-
sencia de la madre.
El capítulo de estos estados de irritación del lactante se abre
con frecuencia en la clínica cotidiana del pediatra . Sin embargo,
casi no es objeto de estudios sistemáticos. Más que estudiar la
irritación como expresión tensional, parece que se prefiere estu-
diar la irritabilidad (asociada a una hipertonia muscular) desde
la óptica de una tipología en que , como hace notar Wallon, la
distancia entre lo normal y lo patológico se sitúa entre el síndro-
me y el tipo .
Una variedad nosográfica ha sido objeto de trabajos siste-
máticos : el cólico de los tres primeros meses, cuya primera des.-
cripción se remonta al Traité des maladies des enfants, .de Bil-
lard (1828) . Su clínica ha sido descrita por Spock bajo la deno-
minación de «cólico de los tres primeros meses», y esa misma
descripción es retomada por Spitz [134] en el cuadro de las per-
turbaciones psicotóxicas del lactante; también, en Francia, por
Hennequet, con el rótulo de «cólicos idiopáticos del primer tri-
mestre». Al parecer, lo que vuelve interesante este cuadro clíni-
co es su banalidad. El síntoma se presenta entre los diez días
y las tres semanas a partir del nacimiento . Durante varias horas
al día , preferentemente por la tarde, el niño lanza gemidos acom-
pañados de una gesticulación que sugiere una «dolencia digesti-
va» : en el lenguaje popular, el niño «digiere con cólicos». La
descripción clásica de este síndrome comprende notables pun-
tualizaciones clínicas: los gritos se asocian a cierto grado de me-
teorismo abdominal (que se verifica en el examen radiológico);
de manera inconstante, se encuentra en el niño afectado una cua-
lidad intensa de hipertonia fisiológica, así como una facilidad
para el desencadenamiento de los reflejos arcaicos. Por lo gene-
ral se trata de un varón que puede ser distinguido por su voraci-
dad y su taquifagia. Esta semiología nunca aparece en institu-
ción hospitalaria, salvo si el niño está en contacto con un susti-
tuto materno ansioso que se ocupe de él; mejora o cura cuando

108
• es confiado a una niñera, o internado. La actitud de la madre
-- - ---
hacia su hijo es calificada por Spitz como «solicitud ansiosa pri-
maria» o «solicitud primaria excesiva ansiosa» [134]. En su opi-
nión, el cólico de los tres primeros meses presenta una etiología
bifactorial, que resume así: «Si recién nacidos que vinieron al
mundo con una hipertonia congénita son criados por una madre
inquieta hasta la ansiedad, son susceptibles de contraer el cólico
de los tres meses» [ 134]. Esta hipótesis que el autor estima con-
corde con el postulado de S. Freud sobre las series complemen-
tarias en la etiología de las neurosis nos parece en realidad muy
criticable ya en su metodología, que no razona en el nivel de
la díada madre-hijo. La hipertonia reconoce diversos determi-
nantes, entre los cuales la ansiedad materna ocupa un lugar des-
tacado. A su vez, la ansiedad de la madre puede resultar refor-
zada por las dificultades tónicas que experimente en su lactante.
Las más diversas drogas tienen efecto transitorio o nulo. La
sensación de malestar digestivo y el meteorismo abdominal que
afecta al bebé impulsan a veces a distintos ensayos de régimen,
con lo cual sólo se consigue añadir a las perturbaciones existen-
tes otras, dispépticas. Los medios de acción sedativa frente a es-
te síndrome están constituidos por dos tipos de satisfacción del
lactante: el acunamiento y el chupete, propuestos por Levine y
Bel! y confirmados por todos los clínicos. Hagamos notar, si-
guiendo a L. Kreisler [92], que la succión y el acunamiento apla-
can al bebé en muchas otras situaciones de malestar y sufrimien-
to, a veces intensos, y que en el pasado estas maniobras llegaron
incluso a utilizarse como anestésico. Unicamente una actividad
libidinal permite al lactante descargar la tensión global de su or-
ganismo. La eficacia muy pasajera del amamantamiento, cuan-
do no su inutilidad, e incluso el empeoramiento de la semiología
del niño que así se produce, establecen ya en esta precoz etapa
de la vida una clara disociación entre el sistema biológico y el
sistema erógeno en su funcionamiento oral. Al segundo o tercer
mes, el cólico idiopático desaparece espontáneamente. 4 Esta cu-
ración se asocia a la crisis organizadora del tercer mes, origina-
dora del preobjeto, y al desarrollo de un amplio abanico de acti-
vidades libidinales.
En la esfera digestiva, es raro que la anorexia común se ins-
tale desde los primeros días de vida. No obstante, se ven recién
nacidos que, atiborrados a la fuerza, desarrollan una anorexia

4
Esta impresión de malestar digestivo lleva a que en los tratados de pedia-
tría [89] se clasifique curiosamente como patología abdominal el cuadro clínico
de los gritos episódicos del lactante. El meteorismo abdominal, en sí mismo ba-
nal , no parece justificar esta clasificación.

109
- - - - - · --·-

--r. ·--··-
..

como si, tan tempranamente, «se pudiese establecer un. condi- l


cionamiento de rechazo» [89]. Contra lo que suele decirse, es
posible que se trate de una forma s~ve~a, que h~ga necesaria una
aportación parenteral. Las regurg1tacwnes activas son, en cam-
bio, cosa muy corriente. Benignas por naturaleza, tienen escasa
repercusión en la curva de peso y estatura, y aparecen en el pos-
prandial inmediato en lactantes de suyo agitados, voraces, ta-
quífagos y constipados. Cuando son graves, lo cual muy rara-
mente ocurre, son también de aparición más tardía -dos o tres
horas después de las comidas- y, rebeldes a los recursos y tra-
tamientos pediátricos ordinarios, pueden exigir internación y re-
hidratación. Es corriente, por último, observar el síndrome lla-
mado de las «diarreas prandiales funcionales», asociado a veces
a los cólicos idiopáticos.
La bulimia del lactante es un síntoma frecuente; suele pasar
inadvertido a la madre, a quien este fenómeno tranquiliza, o lo
contempla a través del espejo de su propio deseo de dar alimen-
to al niño y dárselo a sí misma. Es importante, y de actualidad,
determinar el valor patógeno del aumento de peso en estos lac-
tantes para comprender las ulteriores obesidades del niño. J. Weill
y J . Bernfeld [141] han publicado una actualización de sus pro-
pios trabajos de treinta años a la fecha, así como de la bibliogra-
fía internacional en la materia. La argumentación de estos auto-
res nos interesa aquí:

a. No hay, para el ser humano, prueba alguna que sustente


la teoría genética de la obesidad, mientras que son muy numero-
sas las que indican su carácter familiar, dominado por la sobre-
alimentación.
b. Esta sobrealimentación desempeñ.a sin duda un papel mo-
noetiológico en el conjunto de las manifestaciones hormonales,
en especial las insulinicas y cortisónicas, que acompañ.an a la obe-
sidad, así como en la hiperfagia celular del tejido adiposo. Los
más recientes trabajos de los mencionados autores referidos a
la celularidad del tejido adiposo han mostrado, además, que el
número de adipocitos (fundamento de la obesidad) es más alto
en los niñ.os que fueron sobrealimentados durante el primer afio .
c. Existen correlaciones epidemiológicas entre los tres datos
clínicos siguientes: 1) la sobrealimentación cuantitativa y cuali-
tativa (introducción demasiado precoz de harina y alimentos só-
lidos) del niñ.o por su madre, a partir de las primeras semanas;
2) el peso del lactante en esta época (el peso de nacimiento se
interpreta en correlación estrecha con la hiperfagia y la obesidad
de la madre misma durante el embarazo: el recién nacido gordo

110
' ya es un recién nacido sobrealimentado in utero); y 3) las curvas
de peso de estos sujetos (a lo largo del primer afio, durante la
infancia, en la adolescencia Y en los adultos jóvenes). Entre un
80 y un 85 OJo de los niños obesos se mantienen obesos en la edad
adulta; esta fijeza, y hasta diríamos esta evolutividad de la obe-
sidad, se infiere de todo el conjunto de los trabajos actuales.
Unas dos terceras partes de las obesidades son primarias y pro-
gresivas. En el tercio restante son secundarias entre los 5 y los
1o años (y entre estas, hay un grupo que presenta episodios de
obesidad en la primera etapa de .la vida, episodios que fueron
motivo de amnesia para los respectivos padres). De los numero-
sos estudios longitudinales citados por los autores, nos limitare-
mos a presentar las conclusiones de dos. Eid (1970) compara tres
grupos de niños cuya única diferencia reside en la rapidez con
que ganan peso durante sus seis primeras semanas: en el grupo
de rápida ganancia de peso, los obesos llegan al 9,4%; donde
la ganancia es normal, al 3%; donde es lenta, al 1,9%. P. Asher
( 1966) compara el peso del lactante y el del mismo niño a los
5 años; así establece que el peso medio de 21 niños de 5 años
de edad, que a los 6 meses presentaban exceso ponderal, fue sig-
nificativamente más alto que el de 24 sujetos testigo; 4 de ellos
son obesos, mientras que ninguno de los niños testigo lo es.
d. La obesidad primaria de las primeras semanas aparece en
:
niños sobrealimentados. Parece que cualquier tensión en la rela-
ción madre-hijo se tuviera que reducir por medio de una entrega
de comida. 5 Observan los autores que algunos niños, con gri- I,;

tos y regurgitaciones, rechazan ese tipo de alimentación y así man- 1 '


tienen un peso normal. Otros lo aceptan y se vuelven obesos, !
«adherentes al deseo materno» [89]. La alimentación del niño
¡
es el «tranquilizante» de que la madre necesita; con frecuencia, 1

!
por lo demás, es necesidad de toda la familia, puesto que existen
1 '
correlaciones entre el peso del niño y el del padre y los abuelos
que hacen de la voracidad un síntoma familiar. Por lo tanto,
todo impulsa a creer que la obesidad de la primera etapa de la
vida, cuyas consecuencias para el futuro son diversas, tiene por
origen una «solicitud primaria alimentaria» de la madre. 6

5 Repárese en que las madres de niños que presentan un cólico del primer
trimestre observan este mismo tipo de comportamiento, consistente en alimentar
al niño a su pedido.
6 Es posible, retomando las experimentaciones en materia de alimentación
durante la edad temprana, ampliar el planteo diciendo que la pauta alimentaria
de un sujeto se organiza, en un nivel primario, en el sentido de la normalidad,
de la bulimia o de la anorexia; se trataría de un compromiso entre la sensación
de hambre, la motilidad gástrica, los ritmos maternos y las interacciones íntimas
entre estos elementos.

111
.• ,.;u,-
La constipación es un síntoma funcional que con frecuencia
motiva una consulta pediátrica. Se registra en los padres, por
lo que respecta a la analidad, una importante inquietud por el
hijo y por ellos mismos, así como a veces el empleo de diversas
excitaciones anales, la más clásica de las cuales es la del termó-
metro, apoyada en racionalizaciones de variada especie.

Observación: Examinamos a Valérie, de 4 meses, a pedido


de su pediatra, quien expuso estos motivos: la niña presentó,
a partir del décimo día, regurgitaciones después de una comida
sobre cada dos, cólicos idiopáticos y, luego del primer mes, una
constipación que impulsó a la madre al empleo de supositorios
dos veces al día. El último de los síntomas mencionados sobrevi-
no con ocasión de un pequeño cambio en la dieta, lo que lleva
a creer que actualmente se autosostiene por la práctica de los
supositorios. Para algunos habría aquí un condicionamiento pa-
tológico precoz; nuestra interpretación recomienda considerar este
síntoma, en trance de volverse crónico , como una forma de auto-
eroiismo, inspirado en buena medida por la preocupación anal
de la madre (que desde hace años se medica con supositorios
por igual motivo). Finalmente, la madre está inquieta por la
ausencia total de vocalización en su hija. Valérie es una prema-
tura atenuada (2. 700 g, un mes menos);; el parto fue normal, y
los primeros días de su existencia trascurrieron satisfactoriamente,
de modo que no hubo necesidad de adoptar disposiciones médi-
cas especiales por ningún concepto . Su egreso de la clínica se
verificó al décimo día, con desarrollo psicomotor normal. Al
cuarto mes comenzó a sonreír a su entorno, de manera no selec-
tiva; algunos días antes de la consulta habían cedido los cólicos
idiopáticos, y Valérie comenzaba a chuparse el pulgar con regu-
laridad. No presenta ningún trastorno en el dormir. Durante una
internación de 48 horas en el servicio de pediatría, se le hizo un
balance orgánico completo. En el examen radiológico no se en-
contró malformación cólica alguna. Conviene apuntar que des-
pués de este examen la constipación remitió considerablemente;
en la ocasión fue detectado un ligero reflujo gastroesofágico. Am-
bos padres tienen 40 años, y son ansiosos en extremo. El padre
exhibe una organización neurótica obsesiva muy estricta, replan-
teada tras el nacimiento de Valérie. La inhibición fóbica de la
madre es de orden mayor; esta mujer vivió bajo el dominio de
su propia madre hasta los 35 años, esto es, hasta que cometió «el
error de casarse». Sus relaciones sexuales, inexistentes antes del
casamiento, pasaron a ser después, de todos modos, poco menos
que nulas; en repetidas ocasiones asoció sus considerables difi-
cultades sexuales al trastorno psicopatológico de la hija. Su ma-

112
,.
nera de tomar contacto, su angustia, y un pasado con graves
episodios depresivos, que impusieron tres internaciones en psi-
quiatría, sugieren una estructura cercana a la psicosis. La pareja
no quería hijos, pues temía verlos agredidos y perseguidos por el
mundo de este siglo xx y sus modernidades. En verdad la posi-
ción que adoptan hacia Valérie es estar continuamente protegién-
dola del medio y, por lo que parece, de ella misma. Valérie lloró
durante toda la consulta, sentada sobre las rodillas de su madre;
cada vez que encontraba el pulgar se calmaba, pero un movi-
miento inconciente de la rodilla de su madre se lo hacía perder,
y así se ponía de nuevo a llorar. Depositada en la cuna detuvo
sus lamentos, gracias a una fricción suave y acompasada de la
región retroauricular, que le practicó su padre; cuando este de-
tenía su «seducción», volvía a perder la calma. Es digna de tener
en cuenta, en esta secuencia, la intolerancia inconciente de la
madre frente al autoerotismo de Valérie, a quien implícitamente
mantenía bajo su dominio. Para estos padres todo ocurre como
si únicamente lo que proviene de ellos pudiese ser bueno. La es-
trategia frente a este caso clínico fue proponer entrevistas psico-
terapéuticas a los dos padres, con la presencia de Valérie, en el
estilo de las psicoterapias actuales de la primera infancia [106].

Así es la semiología de las disritmias precoces del lactante .


En nuestra esquematización se presenta con cierto monomorfis-
mo. En realidad, las variedades clínicas son abundantísimas, co-
mo bien saben los pediatras. Señalemos, además, que buena parte
de estos síntomas no son registrados por la clínica cotidiana en
la significación psicológica; como en general la madre no los ¡1
advierte, suelen ser descubiertos a posteriori. El examen del lac-
tante aquejado de uno de estos sintomas, o de una asociación ¡~
de varios de ellos, pone de manifiesto algunas particularidades. ,,
1

{J .
Se trata de niños muy despiertos, hipersensibles a las estimula-
ciones sensoriales y sensitivas; presentan una hipertonia global,
con hiperactividad de los reflejos arcaicos: es la clínica del esta-
do de alarma. Limitado por su propia hipertonia, el niño vive
en una suerte de espacialidad reducida: parece encerrado en un
círculo tónico, del que sólo sale con descargas reactivas o fases
de distensión demasiado breves . Estas modificaciones parecen
ir apareadas a los estímulos placenteros y displacenteros. Todo
sucede como si las reacciones tensionales del bebé fuesen unívo-
cas, masivas, y dependiesen más del umbral cuantitativo de los
estímulos que de la característica cualitativa de estos. Desde el
punto de vista tónico, el niño está preparado para reaccionar
totalmente a cualquier estímulo externo. Lo que por otra parte
caracteriza a -esta semiología es la falta de organización de las

113
........___________
respuestas del recién nacido dentro del juego de las diversas fun-
·-
ciones. A nuestro entender, este estado define al de angus~ia
primaria.
Casi no sabemos de trabajos sistemáticos que se refieran a
una patología de desarrollo en el marco del hiperfuncionamien-
to diádico. Sin embargo, parece relativamente demostrado el efec-
to favorable de las estimulaciones precoces sobre el desarrollo
general inmediato. Es muy controvertida la concordancia entre
estos adelantos en el desarrollo en la etapa precocísima y cocien-
tes elevados en el desarrollo ulterior, después de los 8 meses.
Más en general corresponde preguntarse por el futuro psicológi-
co global (y no sólo por el del cociente intelectual) de los sujetos
que en los primeros meses presentan esos adelantos operatorios
iniciales.
Nuestras observaciones, y la mayor parte de las referidas en
la bibliografía, muestran que la posición materna en estos hiper-
funcionamientos diádicos se corresponde con la «solicitud pri-
maria excesiva y ansiosa», descrita por Spitz [134). Constituye
«una designación especial de la sobreprotección materna», con-
cepto este último que, desgraciadamente, ha acabado por con-
vertirse en un comodín. El fenómeno rector es la angustia ma-
terna y sus derivados sintomáticos. La angustia primaria del re-
cién nacido, desarrollada especularmente, provoca en la madre
evitamientos neuróticos, e incluso una desmentida; esta última
actitud incurre en el error de juicio de pensar que la angustia
de su lactante es en realidad un displacer, que se pudiera reducir
por medio de respuestas biológicas correctas.
La solicitud primaria ansiosa no es una entidad psicopatoló-
gica; reúne posiciones maternas cuyos principales mecanismos
interesa describir; en torno de ellos se articula su polimorfismo
clínico. El estatuto del lactante es lugar privilegiado, dentro de
esta solicitud, para reconstruir el narcisismo materno después
de las reorganizaciones del embarazo y el parto. Parece que su
madre no lo pudiera percibir de otra manera, que no sea signifi-
cándolo por referencia a esa función. Así, él es coartada, carece
de identidad propia; está sujeto al albur del deseo materno, sin
ejercer sobre este ningún poder de regulación. La interacción
madre-hijo se interrumpe, dejando al segundo enzarzado con el
mundo fantasmático materno -eventualmente contradictorio-,
sin real posibilidad de ser «oído» como hijo. La seducción pri-
maria sobreviene sin tomar en cuenta las funciones corporales
a apuntalar en el lactante.

Distinguimos dos aspectos clínicos de la solicitud primaria


ansiosa. El primero es del orden de los cuidados maternos neu-

114
,
róticos, tal como ya los hemos definido. Resumimos una obser-
vación de H. Deutsch, típica para este enfoque: una joven ma-
dre, ambivalente con respecto a su hijo, se vio obligada a inte-
rrumpir el amamantamiento, pese a que ella quería continuarlo
y que la secreción láctea era normal. Efectivamente: en el tiem-
po que mediaba entre una y otra mamada la leche fluía a rauda-
les, y cuando quería dar el pecho al niño ya no tenía más. Trató
de adelantar la hora de las mamadas, pero siempre era demasia-
do tarde. El análisis permite poner de manifiesto el origen ure-
tral de este síntoma, al igual que el de la eyaculación precoz en
el hombre: «En esta observación, la leche de la madre corría
para la madre misma y no para el niño ... ». En una perturba-
ción del amamantamiento que es más frecuente, el cese de la
secreción láctea, la componente anal del proceso predomina de
manera ostensible. De este modo, la problemática genética -y,
más extensamente, sexual- de la mujer puede venir a insertarse
en el amamantamiento. El placer de la madre que se ocupa de
su hijo es aceptado o evitado según las asociaciones inconcien-
tes, dentro del juego pulsión-prohibición; este placer alterna con
repliegues defensivos que dan a la relación madre-hijo el aspecto !

caótico de la solicitud primaria ansiosa: libido y agresividad se ¡


l
intrincan en ella. Algunas mujeres pueden parecerse a las ma- i
dres intelectuales descritas por Winnicott, en razón de que no ' ' f

~
presentan regresión psicótica normal y de la importancia que os-
tenta la sublimación en su posición hacia el hijo. La discontinui-
dad de los cuidados es su característica, e incluso su contradic-
ción. Estas madres se anulan a sí mismas por la contradictorie-
dad de sus mensajes. Contradicción que discurre paralelamente
al aspecto inorganizado de la conducta del lactante.
Es de lamentar, además, el relativo fracaso de la representa-
ción en cierta solicitud primaria ansiosa: el hijo, en razón de
su lugar en el narcisismo materno, no puede ser en cuanto tal
fantasmatizado por la madre. Entonces la excitación que no se
llega a contener dentro de una forma desborda la representación
e impone al lactante una tensión repetitiva, sin mediar el cuida-
do de hacerlo «funcionar» de manera satisfactoria. Esta es la
· madre excitante, opuesta a la madre calmante. La excitación apor-
tada por los cuidados maternos desborda siempre la demanda
del lactante, que así recibe una cantidad de energía en exceso.
Esto se puede traducir de muy diversos modos: imposibilidad
de hallar el equilibrio homeostático del sueño; regurgitaciones
activas, incipiente expresión de los primeros rechazos; voraci-
dad, gritos y agitación. Se produce la trasmisión de una eroge-
nidad focalizada o de una semiología funcional: bulimia, anore-
xia, succión frenética de los dedos o de un objeto transicional,

115
r en un bebé cuya madre presenta una personalidad con un fuerte
componente oral (incrementado, cabe anotar, por la regresión
\'
psicológica del pre y el posparto ); insomnio del lactante a quien
mantiene despierto su madre, que tiene temor neurótico al sue-
ño; lactante gritón de una madre ruidosa; este es el mismo razo-
namiento que seguimos en la explicación de las primeras consti-
paciones del lactante. La posición perversa y la problemática del
pasaje al acto ocupan aquí el primer plano de la metapsicología
materna. El objeto -en sentido psicoanalítico, lo que equivale
¡ a decir en este caso, el niño- es apresado en su realidad, no
¡
pudiendo ser fantasmatizado . Las coordenadas de la solicitud
j
primaria ansiosa están constituidas por la omnipotencia narci-
1 sista materna, que incluye la preponderancia pulsional sobre la
1 realidad del niño , con rechazo de la desilusión, y a la vez el fra -
caso de esa preponderancia .
La observación clínica fina del desarrollo espacio-temporal
de los cuidados maternos muestra la alternancia inorganizada
de esos dos aspectos clínicos de la solicitud primaria ansiosa.
En ciertos momentos la inhibición y la sublimación ponen al ni-
ño a distancia de las pulsiones libidinales maternas; en otros ,
parece en pugna directa con las pulsiones de la madre, sin el re-
gistro de la censura. Formulamos la hipótesis de una concepción
global de la solicitud primaria ansiosa: la unidad simbiótica
madre-hijo no puede desarrollarse en condiciones satisfactorias;
la regresión de la madre no se ha producido de manera adecua-
da. Dos casos :

a. La madre está simplemente neurótica con ese objeto que


es su bebé: lo percibe a través del prisma deformante de sus con-
tradicciones, de sus posiciones neuróticas; no tiene el auxilio de
la identificación primaria para evaluar desde adentro la deman-
da de su bebé.
b . Sobreviene una regresión patológica (muy distinta de la .
regresión normal de Winnicott) en paralelo con la elaboración
neurótica, o más bien a causa de la insuficiencia de esta elabora-
ción: el lado perverso o psicopático de los cuidados maternos
se hace presente; estos cuidados ya no son sólo discontinuos y
contradictorios, sino que son inadecuados .

Sea lo que fuere, esta posición materna es propiamente lo


opuesto a la solicitud hacia el lactante. El lugar de este en la
problemática materna es mantenido en detrimento de sus ritmos
personales -biológicos y libidinales-. Fundamental para resol-
ver el conflicto materno, se lo desconoce sin embargo como en-

116
,.
tidad, y hasta podría decirse que como sujeto; atrapado en la
red de las contradicciones maternas, se lo estimula pero no se
'
lo satisface. Es objeto de una frustración precoz, cuya clínica
es la de . las disritmias.

B. En un plano general, formulamos el criterio de que


cualquier herida del narcisismo materno favorece
el desarrollo de la solicitud ansiosa

El período de crisis constituido por el posparto coloca a la


mujer en un alto nivel de sensibilidad a los acontecimientos rea-
les o fantasmáticos. Algunos sucesos son dramáticos: fenómenos
patológicos aparecidos en ocasión de maternidades anteriores, fa-
llecimiento de algún otro hijo, separación -así sea breve- de
madre e hijo durante los primeros días (debido a la internación
de uno u otro, por ejemplo) o descubrimiento de una anomalía
congénita en el recién nacido. 7 Episodios menores, como enfer-
medades intercurrentes triviales en las primeras semanas, pueden
tener un efecto importante. En psicopatología, la significación
de los acontecimientos parece más importante que su realidad.

C. Proponemos cinco esquemas evolutivos de las


hiperactividades diádicas como ejes actuales
de investigación

a. Puede producirse una modificación de los determinantes


que prevalecen en la aparición del estado pat.ológico: ej lactante
había hecho un episodio somático intercurrente sin importancia,
sobre el cual convergió la ansiedad materna; se curó, y entonces
todo vuelve a la normalidad después de unos días o unas pocas
semanas. En otros casos es un cambio en el tipo de maternaliza-
ción lo que viene a corregir el desequilibrio; la protección anties-
tímulo materna se vuelve «satisfactoria», y los síntomas del re-
cién nacido no reaparecen. La experiencia cotidiana del pediatra
es concluyente en cuanto a que algunos acondicionamientos su-
perficiales de la relación madre-hijo, operados en el trascurso
de psicoterapias breves poco o nada interpretativas, resultan ser
beneficiosos. Esto nos confirma en la idea de que no existe co-
rrelación exacta entre importancia de una semiología psicopato-
lógica del lactante y deficiencias de la protección antiestímulo.

7 En especial de enfermedades que comprometen la función materna: ano-


malías genéticas de trasmisión materna, por ejemplo, la hemofilia, una fetopatía.

117

--..e ~~
b. El desarrollo normal del cuerpo erógeno del lactante trae
consigo la eliminación de la semiología. Esta evolución es clási-
ca: Spitz comprueba que una buena parte de la semiología del
primer trimestre se desv~~ece. al cabo de este período; ?ara en-
tonces sobrevienen mod1ficac1ones fundamentales, debidas a la
!
maduración del lactante (desarrollo de las representaciones vi-
,¡ suales y auditivas, y ampliación de los recursos motores, facili-
tadores del autoerotismo y la agresividad) y al relativo retiro de
f.l
11
la investidura materna de que el lactante es objeto, lo que favo-
!1 rece la elaboración del cuerpo libidinal. Este último funciona «co-
mo defensa» respecto de los desequilibrios biológicos a cuya re-
paración concurre. Esta evolución favorable supone que la rela-
¡ ción madre-hijo ha sido lo «suficientemente buena» como para
¡
1 que el cuerpo libidinal del lactante se desarrolle. La cuestión del
pronóstico a corto y largo término no puede todavía obtener res-
.! puesta: la aparición de una disarmonía de las primeras semanas
i
¡
constituye una falla en los primeros desarrollos erógenos, falla
que debe ser reparada por el hijo mismo y por la madre. ¿En
1
qué medida es posible esta reparación? ¿En qué medida puede
'
"~( convertirse en terapeuta una madre que no ha sido «suficiente-
mente buena» en el comienzo mismo de la existencia de su hijo?
:1
"
'. J
'
c. A veces, se asiste al desarrollo precocísimo de activida-
des autoeróticas intensas: por ejemplo, una frenética succión de
i
.¡ los dedos a partir de los primeros días de vida, una intensa in-
:1
;j vestidura de un objeto transicional, o una hiperfagia . Todo ocu-
;¡ rre como si con esas actividades el lactante tratase de resolver
~I
¡,¡
tensiones que la protección antiestímulo materna no consiguiera
.!
¡1 filtrar. Desde las primeras semanas el niño desarrolla una pro-
H tección antiestímulo autónoma que ante todo lo aísla de su ma-
ti
,¡ dre y, en segundo término, del medio. Un sistema autoerótico
j
:¡ de esta especie, a veces monstruoso, no puede menos que resul-
1 tar problemático ulteriormente, pues anulará los efectos de la
represión primaria, acrecentará una escisión precoz madre-hijo
y, hacia el octavo mes, significará la posibilidad de que el desa-
rrollo de la representación se vea comprometido. Esta evolución
es enormemente común, hasta el punto de que las actividades
autoeróticas de las primeras semanas alternan -o se asocian de
modo casi constante- con los síntomas de excitación del lactan-
te. El chupeteo sería el equivalente momentáneo de los gritos.
Es canónico atribuir a este autoerotismo precoz el valor de una
compensación ante la carencia de cuidados maternos; no esta-
mos de acuerdo: nuestra opinión es que a esa edad es inducido
por una «madre excitante» .

118
,,,--

d. Completamente distinta es la secuencia en que la reduc-


ción de la excitación del lactante es producida por ciertas posi-
ciones libidinales maternas ritualizadas . Por ejemplo, Patrick A.
según la observación de L. Kreisler [92], desde que cumplió do~
meses no puede conciliar el sueño si su madre no lo toma en
brazos, lo mismo de día que de noche; reinstalado en su cuna,
se despierta en un término de pocos minutos a media hora, y
enseguida retoma sus lamentaciones . La observación de Valérie8
describe una secuencia de esa misma especie. En estos casos,
la dependencia del lactante de las conductas de la madre subsis-
te más allá de lo habitual. Todo sucede como si el cuerpo eróge-
no del bebé (la protección antiestímulo autónoma) estuviese atro-
fiado . También es posible mencionar, junto con Winnicott, «la
insuficiencia de los objetos y fenómenos transicionales» [142] .
Si el niño se chupa el pulgar, el chupeteo no permite el sueño
ni un adormecimiento transitorio; tampoco pone fin a los gritos
del cólico idiopático. El cuerpo erógeno del niño es funcional-
mente insuficiente.
La actitud de la madre de estos niños es especial, y ha sido
objeto de algunos trabajos personales [72]: todo sucede como
si el gesto materno se dirigiera más a «calmar» al lactante, que
a satisfacerlo. La madre (o quien haga sus veces) propone al lac-
tante una liquidación en cierto modo automática de sus tensio-
. nes, en forma de succión (chupete en la boca) o acunamiento
(en forma directa o cuna mediante), a ritmo., regular, sin especi-
ficidad. Estas maniobras automáticas se caracterizan por el he-
cho de que su práctica se desarrolla por parte del adulto sin una
actividad fantasmática; el gesto materno, simplemente, hace fren-
te al síntoma; no está subtendido por un deseo y no busca en-
contrarse con el deseo del lactante . La madre, físicamente pre-
sente, está psicológicamente ausente. Sin desarrollar aquí las mo-
dalidades de esta desinvestidura materna, dejamos en cambio
constancia de su desacostumbrada precocidad, que interrumpe
la unidad narcisista de la díada antes que el cuerpo erógeno del
lactante tenga recursos para su autonomía. Esta desinvestidura
alterna con estados de hiperexcitación diádica. El resultado es
que ciertos bebés resultan hiperexcitados sin recibir los necesa-
rios medios de descarga. Cabe preguntarse si la alternancia de
que aquí tratamos no es en más de un aspecto característica de
la relación madre-hijo en la vida contemporánea. La madre, con-
vocada «demasiado» tempranamente como mujer, restablece re-
laciones intensas e íntimas con su hijo durante muy breves mo-
mentos. Ciertas colocaciones en guardería demasiado precoces,
8 Cf. supra, pág. 112.

119
hechas por una madre todavía profundamente sumergida en el
narcisismo primario, realizan condiciones casi experimentales de
este estado clínico.
Lo que se contrapone a la angustia primaria del hijo no es
una construcción libidinal reparadora, sino una anulación cuanti-
tativa de la tensión, un intercambio puramente biológico que no
traslada los fantasmas maternos. Cuando estos estímulos se in-
terrumpen -es decir, cuando, por ejemplo, la madre o quien
la sustituye deja de acunar al niño-, los gritos se reinician ense-
guida. En términos energéticos, cabe decir que estamos frente
a la descarga paliativa de una tensión, y no a la búsqueda evolu-
tiva de una nueva estructura. En tal estado, la inscripción rítmi-
ca y espacial de los perceptos paliativos (acunamiento o succión)
es distinta de lo que el niño ha experimentado hasta entonces,
es decir, distinta de las marcas maternas eróticas impresas hasta
entonces sobre ese cuerpo. La excitación desfavorable es anula-
da, pero no extinguida. Hemos propuesto el nombre de nega-
ción de libido [72] para este proceso, que desemboca en la cons-
titución de una protección antiestímulo complementaria, que no
pertenece ni al niño ni a la madre; este tercer elemento neutro
es lo inverso de los objetos o espacios transicionales según los
concibe Winnicott; es una laguna que se acerca a las descripcio-
nes del «sí-mismo falso», más arcaico, hecha por este autor.
La prescripción medicamentosa, más que nada sedativa, que
se hace al lactante insomne o gritón nos parece un interesante
ejemplo del elemento neutro que aquí describimos. Algunos me-
dicamentos alteran la calidad del sueño, que puede ser amputa-
do de una parte importante de su fase paradójica, con el riesgo
de reducirlo a un funcionamiento carente de actividades libidi-
nales. Cabe también preguntarse por el destino de estos estados
de disminución de vigilancia, inducidos por una droga.
Michel hizo una treintena de otitis durante los seis primeros
meses de su existencia, y tuvo necesidad de varias paracentesis. Su
constipación, aparecida con su cuarta semana de vida, fue rela-
cionada con los medicamentos y las intervenciones médicas a que
dieron lugar sus afecciones otorrinolaringológicas. Alterna con
episodios diarreicos; sus pujos justifican, en opinión de la ma-
dre, la prescripción de variados supositorios. Existe todo un ri-
tual anal en los cuidados maternos; cualquier síntoma funcional
de Michel es interpretado como una anomalía de su tránsito di-
gestivo. La madre del niño tiene 22 años, y ya en la primera
consulta declara su propia problemática psicosomática, designa-
da por la medicina como «patología vesicular». Continuamente
establece asociaciones entre la semiología de Michel, los proble-
mas de su matrimonio, su frigidez, la eyaculación precoz de su

120
,,--
marido, sus dolores del lado derecho y su diarrea. Sus dificulta-
des psicosomáticas sobrevinieron con su casamiento. La relación
que en el plano libidinal une a Michel con su madre es rica. Su
tipo narcisista primario persiste más de lo habitual, entre el sex-
to y el octavo mes. El padre de Michel, como toda la familia,
es constipado y «vive tomando píldoras». Ni siquiera se puede
decir que su rol aparezca eliminado frente al niño: secunda a
su esposa, sin constituirse en un tercero perspicaz. Esta observa-
ción asocia seducción y represión primaria de la analidad del be-
bé. Una terapia breve de la pareja parental hizo ceder en pocas
semanas la semiología anal del bebé.
El futuro del tercer elemento neutro es diverso:

l . Algunos niños hallan en el desarrollo de los grandes auto-


erotismos del segundo semestre una fórmula de resolución de su
tensión: el balanceo remplaza al acunamiento (fuera de todo
contexto de separación madre-hijo a esta edad). L. Kreisler des-
taca con cuánta frecuencia este balanceo es automutilador. Al
respecto no se puede dejar de mencionar una vez más el proble-
ma de los orígenes del masoquismo primario. La clínica del lac-
tante nos muestra que sus conductas masoquistas se presentan '
.t
con ocasión de la concomitancia temporal de dos determinan-
tes: una situación de sufrimiento y una actividad libidinal desen-
frenada que no consigue resolver la tensión del niño; esta activi-
dad se carga entonces con sus características automutilatorias,
que siguen diversos desarrollos.
2. La disritmia precoz es seguida por una psicopatología mo-
triz del segundo semestre. Es este el capítulo de la impulsión,
de la cólera o la inestabilidad psicomotora; pero puede ser, muy
por lo contrario, el de un hipodesarrollo secundario.
3. De modo hipotético aunque interesante, M. Fain, siguien-
do a P. Marty [48, 92, ! 07], aísla la perpetuación de un estado
de excitación difuso con ansiedad intensa, que vehiculiza escasa
energía libidinal y que pudiera constituir la base de la futura pa-
tología psicosomática del segundo semestre. Acerca de estos ni-
ños, Soulé menciona un sistema defensivo susceptible de tras-
formar en excitación difusa cualquier movimiento que tropiece
con un obstáculo, sistema que para este autor ha perdido sus
amarras libidinales, y que, en nuestra opinión, pudo no haberlas
echado nunca. La situación es susceptible de fijarse en una dia-
léctica de la que parece excluida la actividad libidinal. Creemos
fundamental el conocimiento de estos lactantes para avanzar en
la comprensión de la motricidad, que desempeña un importante
papel en el desarrollo de la relación de objeto.

121
/
II. La hipoactividad de la díada madre-hijo
Constituye un conjunto semiológico mal conocido, que suele
pasar inadvertido. El cuadro clínico es el de un lactante tranqui-
lo e incluso apático, pobre en actividades eróticas. El fenómeno
dominante es, en general, el retraso del desarrollo. Se trata de
un cuadro de depresión cuyo aspecto seudoencefalopático puede
ser conspicuo, lo que da lugar a errores de diagnóstico. El niño
es hipotónico, generalmente hipersomne . Puede existir un insom-
nio con apatía (el niño duerme con los ojos abiertos), variante
de insomnio cuya gravedad es canónico destacar. Estos niños
no están angustiados en el sentido que S. Freud asigna a la an-
i gustia primaria; parecen sujetos a una ansiedad extrema, califi-
cada por nosotros como sufrimiento [71, 76] y que se asemeja
1 en más de un aspecto al estado de aflicción, descrito por los ex-
i perimentalistas norteamericanos. La anorexia primaria es casi
constante; los ritmos de succión y deglución son débiles; estos
trastornos alimentarios pueden ir acompañados de una regurgi-
1
tación pasiva importante; las regurgitaciones son inmediatas al
t; atiborramiento materno, y en otros casos son más tardías (unas
dos horas después de las comidas). El retraso en peso y estatura
1
1 es un problema que se plantea con frecuencia en la clínica de
1
'
estos niños; la hipotrofia y la delgadez pueden ser del tipo de
las carencias de aportación alimentaria; en otros casos, el balan-
ce calórico es normal. Es posible la aparición de retrasos estatu-
rales simples, sin deficiencia ponderal; para su diagnóstico se re-
quiere de una prueba evolutiva: bajo los efectos de un cambio
relacional de la madre o, lo que es más corriente, durante inter-
naciones prolongadas en buenas condiciones afectivas, se verifi-
ca, de modo asombroso, un progresivo aumento de la curva de
peso y el cociente de desarrollo.
El pronóstico es mal conocido, aunque sin duda su gravedad
es mucho mayor que en el caso de los hiperfuncionamientos diá-
dicos. El problema se centra en las posibilidades de bloqueo del
desarrollo intelectual, la importancia que reviste y su carácter,
llegado el caso, inadvertido, poco o nada reversible. Este tema
constituye el capítulo de lo que se ha dado en llamar «factores
psicológicos de los síndromes deficitarios». Junto a cuadros clí-
1 nicos evidentes, el problema de una defectología menor consti-
t'
¡j tuye un campo investigativo de actualidad.
lJ Los cuidados maternos se organizan de manera relativamen-
q¡ te unívoca en torno del concepto del hijo no deseado como tal.
Los cuidados hacen frente a la demanda biológica del lactante
l según correctos protocolos de puericultura, pero no exhiben ri-
:1l queza libidinal respecto del niño. Se trata de la madre «calman-
1 ~
1
j
j 122

1
,- te». Por lo general las descripciones corresponden en realidad
~
''t-~
'«¡ ~

a dos tipos de dudados maternos que ya hemos considerado:


los cuidados operatorios Y los cuidados brindados por una ma-
dre depresiva.
Sería erróneo imaginar como entidades inconexas los dos cua-
dros clínicos cuya descripción esbozamos. Estas posiciones ma-
ternantes patológicas tienen en común no comprometerse en la
dialéctica fundamental de la madre y su hijo. En ellas el lactante
no funciona como regulador de los cuidados de la madre, de
suerte que la omnipotencia de esta última no conoce límites, y
su variabilidad no tiene moderación. Por cierto que los mecanis-
mos internos de una y otra son decididamente opuestos, sin co-
mún denominador: en el primer caso la madre persigue la reali-
zación de su deseo respecto de su bebé, sin tener en cuenta las
necesidades de este; en el segundo, su propia demanda libidinal
frente al hijo es pobre, en el marco de cuidados que calificamos
de depresivos y operatorios. Una y otra, sin embargo, pueden
sucederse dentro de una misma historia de relación madre-hijo,
en una alternancia muy ceñida. De esto es ejemplo ya descrito
el pasaje que los cuidados maternos pueden hacer de la solicitud
primaria ansiosa al protocolo de l~ madre que tranquiliza a su
hijo por medio de automatismos pobres en el plano libidinal. Es-
ta labilidad relacional no admite esquemas longitudinales
simplificados.

111. La cuestión de la organicidad: Investigación


sobre la oralidad del lactante . te

'
La afección orgánica del lactante introduce cambios en las
líneas de fuerza de la unidad diádica. Los reacondicionamientos
observados no se ligan a un determinismo único -la
disminución-, sino a determinantes complejos, que escapan de
toda reducción. Pensamos aquí en las repercusiones fisiopatoló-
gicas de la disminución, pero también en la repercusión de esta
sobre las posiciones maternas y las estructuras de ambiente fa-
miliar e institucional. La afección somática modifica de manera
directa el estilo de las actividades del lactante a esta edad. Ape-
nas si es posible, por medio de estudios sistemáticos de ni-
ños disminuidos, de acuerdo con un método estadístico, y du-
.rante observaciones longitudinales, distinguir entre las variables
intervinientes.
Daremos un ejemplo de nuestro procedimiento, con la des-
cripción que hemos hecho [74] de las actividades libidinales ora-

123
t

\i
les de los lactantes, en las muy especiales condiciones de una
internación en servicio de pediatría. Estos niños 9 están aqueja-
dos de enfermedades somáticas de pronóstico grave para el pre-
sente o a término, con potencialidad letal considerable en algu-
nos casos. Durante su permanencia en el hospital los niños son
aislados en boxes de vidrio a los que la madre tiene acceso una
o varias veces al día, en tanto observe las reglas de asepsia esta-
l
blecidas. Estos niños han experimentado toda una serie de «agre-
siones» con finalidad diagnóstica y terapéutica; han sido objeto
de observaciones en momentos de no estimulación, y también 1
en momentos en que la madre o una enfermera tratan de inducir
la relación. Tuvimos ocasión de describir tres tipos de compor-
tamiento oral:

i í a. Recordemos los principales aspectos de la oralidad llama-


''
da normal: fuera de la situación alimentaria y, más en especial,
durante los períodos de hambre y de sed, el lactante presenta un
chupeteo; ahuecada en U, la lengua aspira, moviéndose de ade-
lante hacia atrás; el niño puede buscarse el pulgar u otros dedos,
y el chupárselos le reporta un apaciguamiento del cuerpo entero,
sin por ello perder contacto con el medio. Esta succión forma
parte de conjuntos mímicos con los pequeños murmullos y el
interés (según la edad) por los objetos, las demás personas y su
propio cuerpo. El niño toma bien sus biberones y anticipa la
lactación mediante llantos y movimientos corporales, así como
por la intensidad de sus chupeteos con aspiración de los labios
y de la lengua. Con los labios y la cabeza, mediante movimien-
tos laterales, busca el biberón. Entonces los labios apresan el
objeto, en tanto las mandíbulas hacen un movimiento de arriba
hacia abajo, con un ritmo coordinado. La secuencia alimentaria
concluye en un aspecto de satisfacción, durante el cual desapa-
rece el chupeteo, que puede sin embargo reaparecer durante el
sueño.
b. El cuadro que hemos calificado de anoralidad resulta com-
pletamente distinto: el niño mantiene la boca continuamente
abierta, formando una especie de O; circularidad, agujero va-
cío, inmovilidad; los labios no están activos; cuando lo están,
funcionan de abajo hacia arriba, de manera totalmente ineficaz,
sin adherencia al objeto, como si lo hicieran en el vacío. Cuando
tratamos de estimular al niño para obtener un reflejo de hocica-
miento, no nos responde; un dedo o una tetina que se paseen

9
La observación comprendió a 70 lactantes. Las oralidades atípicas se ob·
servaron en la mitad de los casos.

124
r-· -,,_...
en torno de su boca lo dejan indiferente, como si esta zona exci-
table se hallase insensibilizada; la introducción del objeto en la
boca, sobre la lengua, cuando llega a producir una apariencia
de actividad pone en marcha un comportamiento igualmente
asombroso: la lengua del niño está achatada, no ahuecada en
forma de U, y su movimiento es un vaivén de adelante hacia
atrás, inoperante e inconducente, que no aspira el objeto, sino
que termina por expulsarlo. No hay ninguna duda de que este
niño se alimenta mal, y que no chupa ni su pulgar ni cualquier
otro objeto que no integre su alimentación. Se alimenta en va-
rias etapas, no pide, no rechaza ni vomita (a veces presenta re-
gurgitaciones pasivas). Tiene, por lo demás, un comportamiento
pobre en el plano relacional: ni mímica, ni vocalización, ni son-
risa, ni interés sostenido por la mirada o la audición. Nunca se
coloca en línea de respuesta con el adulto, que para él se diría
que no existe. Su mirada se desliza, jamás se detiene; tampoco
reclama; su cuerpo propio le resulta indiferente; es tranquilo,
hipotónico, no llora. No se hace notar ante el personal médico
y auxiliar; mejor dicho, esta ausencia de señales es considerada
por sí misma como una anormalidad.
Dentro de esta sintomatología, reparemos en especial en que
el niño no sabe -o no desea- chupar; su lengua es chata y re-
chaza el objeto; los labios no adhieren al objeto y la boca forma
una O; una boca vacía en todas las acepciones de la expresión.
c. En la oralidad frenética parece que una compulsión de re-
petición indujese al niño a reeditar sin descanso las mismas se-
cuencias con una idéntica avidez nunca satisfecha. Se la puede
designar de otra manera: insatisfacción permanente del niño, an-
siedad desbordante. El niño se chupa convulsivamente el dedo
pulgar o, con mayor frecuencia, dos, tres o cuatro dedos pro-
fundamente metidos en la boca. Al mamar aspira muy fuerte,
con sonoridad y avidez. Es posible que interrumpa esta succión
para ponerse a gemir; su rostro, en tal caso, refleja un sufri-
miento intenso; por regla general está agitado; su más intensa
ansiedad se manifiesta cuando ha perdido los dedos que se esta-
ba chupando. Es un niño que, fuera de esto, no tiene otra activi-
dad ni otro interés.
Está exclusivamente concentrado en ese comportamiento
autoerótico. Si alguno lo reclama, se muestra colérico, gritón,
importunado en su actividad. Casi no sonríe, no intercambia,
y en general es muy mal tolerado por su entorno, que lo encuen-
tra odioso. Se alimenta mal, en la medida en que, pese a ser
ávido, devuelve sus biberones. Puede tratarse de simples regur-
gitacicmes provocadas por la succión o por la posición de los

125
• 7

dedos metidos muy adentro en su boca, o de vómitos propia-


mente dichos. Parece llenarse y vaciarse con la misma avidez con
que se pone a chupetear, sin que esta ~ucción lo deje nunca satis-
fecho. Mantiene contacto con el medio, pero en un modo nega-
tivo (rechazo, oposición, reacción ansiosa). Los objetos exter-
nos son pobremente investidos; las vocalizaciones son mediocres.
El niño es hipertónico .

Se ha hecho evidente una clara relación entre la aparición


de un sufrimiento físico y el desarrollo de una oralidad atípica
(anoralidad u oralidad frenética). Por ejemplo, una intervención
médica (diagnóstica o terapéutica) es capaz de provocar orali-
dad atípica durante algunos días. La regresión de esta puede,
en otro sentido, ser considerada signo de mejoría orgánica; un
lactante que «chupa bien» es un lactante que mejora. En cam-
bio, el tipo del traumatismo físico no parece que influya en ma-
nera alguna sobre el tipo cualitativo de la oralidad atípica. Ja-
más observamos la sucesión de dos oralidades atípicas en un mis-
mo niño. Parece, muy por lo contrario, que este se orienta, y
no puede dejar de orientarse, por una de las dos sendas atípicas.
Pueden existir diferencias de grado, pero no se observa cuadro
clínico intermedio entre los dos que acabamos de proponer. 1 º
No puede establecerse correlación alguna con cuadros neu-
rológicos constituidos. En lo que respecta a la anoralidad, nos
hemos preguntado sobre la vinculación aparentemente posible
entre estos apragmatismos focales y globales y estas hipotonias
y, de otra parte, los niños neurológicamente enfermos que car-
gan con el diagnóstico de retardo mental. En realidad, la inves-
tidura oral se encuentra preservada en los nifios retardados que
han conservado una relación privilegiada con la madre o quien
haga sus veces. Una succión frenética se puede observar en las
grandes depresiones seudoencefalopáticas. La anoralidad tiene
una evolución paralela con el conjunto de los rendimientos pos-
turales y perceptivo-motores: si el cuadro clínico se orienta fa-
vorablemente, la anoralidad remite, normalizándose la conduc-
ta oral. En caso contrario, la anoralidad subsiste.

10
Nuestras observaciones no adoptan el modelo de hospitalismo descrito por
Spitz. No sólo los cuadros clínicos considerados se sitúan en una franja etaria
diferente (que en el citado autor coincide con la angustia al extraño en los lactan-
tes), sino que además la evolución clínica es completamente distinta, pues no
se correlaciona con el tiempo que ha durado la internación. Durante separacio-
nes madre-hijo prolongadas, Spitz describe la siguiente sucesión: comportamien-
to normal, aparición de actividades libidinales frenéticas (succión, balanceo) y,
por último, un cuadro de depresión anaclítica con hipotonía. En nuestra opi-
nión, este último cuadro clínico no guarda relación alguna con la anoralidad .

126
En cuanto a los discursos de las madres de niños que pre _
. . ºd d l . sen
tan una atipici a ora , son sensiblemente distintos según los d ,
. l' . b d
tipos c micos que aca amos e describir. O:s

La oralidad frenética aparece , en nuestra opinión, en lactan-


tes muy involucrados en la historia asociativa de la madre. Esta
tiene una rica actividad fantasmática. 11 El niño es inscrito den-
tro de una sucesión de fantasmas donde se intrincan directamen-
te su propia historia, la de la enfermedad, las dificultades sexua-
les maternas, sus relaciones más o menos problemáticas con el
esposo, junto a su angustia neurótica y a un eventual cortejo
sintomático (de tipo preferentemente histerofóbico). En este dis-
curso el lactante se nos presenta instalado, según se discierne con
evidencia, en el deseo de la madre. Esta sitúa su problemática
en niveles a menudo muy arcaicos, fusionales, que la proximi-
dad del parto y el posparto no alcanza a explicar suficientemen-
te y que más bien resultan susceptibles de vinculación con sus
posiciones regresivas en el contexto dramático de la enfermedad
del hijo. En otros casos el modo relacional es más elaborado,
y remite al clásico equivalente simbólico fálico del hijo; el relato
de la madre está estructurado como una reescritura de su propia
historia edípica. La investidura del hijo por su madre es impor-
tante; la ruptura de la relación madre-hijo ha sido mal tolerada
por ella; el requerimiento psicoterapéutico es grande. La orali-
. dad frenética se describe bien como espejo de la posición mater-
na. Estamos tentados de formular la idea de que la intensidad
de la investidura materna ha permitido al hijo introducirse fir-
memente dentro de mecanismos autoeróticos cuyo funcionamien-
to fue acrecentado por la dolencia hasta llevarlo a una modali-
dad frenética.
La conducta de anoralidad puede ligarse, muy por lo contra-
rio, a discursos maternos de tipo «operatorio», con evidente po-
breza de la actividad fantasmática. El relato materno es una rea-
sunción impersonal de lo:; sucesos, en especial los somáticos. Las
palabras del personal médico que atiende al hijo son repetidas
sin elaboración, y vienen a suplantar referencias estrictamente
subjetivas, es decir, fantasmáticas . La inscripción del hijo en el
boceto de los fantasmas maternos jamás es clara. Todo sucede
como si existiese un corte profundo entre la vida fantasmática
propia de la madre, por un lado, y el hijo, por el otro. El padre
está relegado, dando impresión de que su actividad fantasmáti-

11
Esta riqueza fantasmática de los padres es observada con frecuencia en
el contexto de la aparición de la enfermedad grave, y de la separación . La inter-
nación, por ejemplo, crea una situación privilegiada para la expresión fantasmá-
tica , especialmente cuando se trata de niños pequeños .

127
ca fuese ignorada por el discurso materno. Este pensamiento ope-
ratorio puede haber invadido la totalidad del funcionamiento in-
telectual de la madre; en otro sentido, constituye un modo espe-
cífico en la relación con su hijo enfermo e internado . En el pla-
no teórico, sabemos que aquí no hay tanto una defensa frente
a la angustia, cuanto una imposibilidad incluso de elaboración
asociativa, según esta ha sido descrita en las estructuras
psicosomáticas. 12 Nos vemos así llevados a comparar esta fra-
gilidad de la actividad fantasmática con el erosionamiento libi-
dinal que caracteriza a la anoralidad .
En el muy especial contexto de la enfermedad somática gra-
ve y la hospitalización del niño -que constituye el campo de
esta investigación-, no cabe entender las características del dis-
curso materno como datos estructurales inmutables. Nos encon-
tramos ante dos tipos de adaptación defensiva de estas mujeres
ante la perspectiva de perder a su hijo. 13 La observación pro-
longada de ciertas madres hecha por pediatras, y también por
nosotros mismos, nos ha dado pruebas de que estos dos aspec-
tos patológicos, con frecuencia aparecidos bruscamente, resul-
taban especialmente sensibles a un abordaje psicoterapéutico en
el sentido más amplio de este término. Es de imaginar la impor-
tancia de iniciar esa terapia desde la hospitalización; no sólo pa-
ra la madre, sino para el niño que habrá de serle confiado una
vez que mejore físicamente.
El niño y la madre parecen funcionar según modos afines.
Se puede definir el sufrimiento del pequeño lactante como
un proceso inverso al apuntalamiento pulsional; el cuerpo está
en peligro de perder su erogenidad, que después se tendría que
reconquistar. El funcionamiento biológico del cuerpo del niño
en el campo del deseo materno constituye el elemento de esta
reconquista erógena, tal como ha sido el elemento básico del de-
sarrollo inicial. La comprensión de las atipicidades orales que
hemos descrito pone de relieve la muy distinta orientación de-
fensiva de estos sujetos . En el hiperfuncionamiento frenético,
la función libidinal es en cierto modo desbordada por su propio
automatismo de repetición (que de rechazo repercute sobre la
autoconservación del lactante, como por ejemplo en las regurgi-
taciones). Hemos destacado también la concomitancia temporal
entre estas secuencias de sufrimiento y la actividad frenética de

12
Algunas de estas mujeres hacen , por lo demás, en oportunidad de la en-
fermedad física del hijo, un episodio psicosomático.
13
Mi experiencia de psicoanalista en pediatría me ha llevado a discernir es-
tos dos aspectos clínicos diferentes en madres de niños de más edad, pero igual-
mente afectados por una enfermedad de pronóstico severo. Estos tipos clínicos
nos parecen todavía más claros dentro de la patología del lactante.

128
r-
,, ...
.,.

placer, concomi.t ancia ~ue recuerda, según S. Freud, a los oríge-


nes del masoqmsmo primario. La anoralidad, muy por lo con-
trario, se p:esenta. como un erosionamiento de la función libidi-
nal, que deJa al SUJeto con sus solas «defensas fisiológicas» en la
terminología de.~pitz, según el modelo de la repetición biolÓgica.
La repercus1on de las enfermedades orgánicas que comien-
zan durante la vida fetal, con el nacimiento o en las primeras
semanas de existencia, se estudia en los trabajos actuales tanto
desde el ángulo de la defectología como desde el de una pertur-
bación estructural arcaica. Lo atestiguan los muchos trabajos
actuales que tratan sobre las encefalopatías infantiles psicotiza-
das. Analizar la patogenia supone distinguir entre los determi-
nantes exógenos y los endógenos; o sea, lo que depende del
síndrome deficitario ligado a la lesión, al retardo de la madura-
ción, y por otra parte lo que depende del síndrome relacional
que representa la culminación de las vicisitudes del desarrollo
libidinal instintivo o afectivo, y del síndrome funcional que res-
ponde a alteraciones estructurales, función vinculada a su vez
a perturbaciones desorganizadoras. 14 Un síntoma orgánico,
cuando se inscribe en la dinámica de la unidad diádica madre-
hij o, puede ser motivo de una repetición, lo que es decir que
puede «psicologizarse». El pasaje del síntoma a la cronicidad
es aquí una modificación de su etiología, que, de orgánica que
era, se repite en psicológica. Nos parece posible formular la si-
guiente hipótesis: este proceso de pasaje a la cronicidad tiene
tanto mayores ocasiones de producirse cuanto más el síntoma
ostente un rico valor libidinal y sea objeto de una investidura
materna privilegiada. La observación ejemplar de los problemas
que plantea la erotización -la libidinización- de un síntoma
orgánico es la de los vómitos de la primera infancia.

Stéphane ha presentado regurgitación activa, acompañada por


gritos y agitación, a partir de su 27Q día de vida, y esto siguió
de manera regular hasta el segundo mes, cuando se hizo necesa-
rio internarlo (reanimación, rehidratación). Pasó sus 22 prime-
ros días en una incubadora, en condiciones dramáticas. El pe-
diatra se había preguntado delante de la madre si el niño sobre-
viviría, y si no sería mejor que no sobreviviese. Es de imaginar

14
Hemos abordado este problema fuera de la patología neurológica, en la
observación de lactantes afectados por una enfermedad orgánica intercurrente,
transitoria. Notamos que ciertos síntomas podían persistir tras la desaparición
de su etiología somática, por referencia exclusiva a su valor significante en la
relación madre-hijo . Esta verificación es de gran frecuencia, en la práctica pe-
diátrica corriente, para una semiología polimorfa. Por ejemplo, vómitos, tras-
tornos del sueño, constipación.

129

.,_ .. ,
la extrema ansiedad de la madre en los cuidados que brindaba
al hijo. Le habían aconsejado que evitara «dejarlo llorar». Pero
es el caso que desde los primeros días de su vida el niño pasaba
r
su vigilia en un grito; mostraba, además, un insomnio impor-
tante. La madre, primeriza, es una enfermera muy activa, cuyas
actividades profesionales han superado fuertes posiciones depre-
sivas y fóbicas (que se remontan al fallecimiento de su propia
madre, cuando ella tenía 13 meses). La expresión libidinal de
esta mujer hacia su hijo es bastante pobre; desde un comienzo,
las relaciones madre-hijo se establecieron con sujeción al pensa-
miento operatorio de los problemas-de orden médico. Durante
la primera internación se practicaron al niño muchos balances
!
i orgánicos, que no revelaron ninguna etiología somática precisa .
j
r A los 8 meses el niño presenta todas las manifestaciones de los
vómitos psicógenos. Vomita poco, y por lo general en presencia
de su madre. Cuando está sólo se induce el vómito, con visible
placer, por el recurso de meterse los dedos en la garganta. La
actividad oral libidinal que presenta es extremadamente intensa
y diversificada. Su desarrollo psicomotor es satisfactorio; sus ac-
tividades prelúdicas son importantes . Proponemos para este sín-
toma la siguiente interpretación: durante las primeras semanas,
el niño gritaba y su madre (según ella lo dice) notó que única-
mente el vómito conseguía calmarlo; de este modo, las secuen-
cias se repetían según el siguiente esquema: Stéphane gritaba,
luego vomitaba y después se dormía. En un segundo tiempo, la
madre hacía vomitar al niño de manera de evitar los gritos, co-
mo el pediatra se lo había aconsejado. Así se estableció la si-
guiente oposición: de este lado vómitos, tranquilidad y presen-
cia materna; del otro, gritos, angustia, ausencia de la madre y
retención del alimento. Así el vómito se convirtió en el signo
de una buena relación con la madre. A estar al relato de esta
última, todo parece haber cambiado al influjo de la hospitaliza-
ción del octavo mes y de la evolución psicológica de ella misma
durante ese período; el niño renunció a su costumbre erótica; ·
por lo demás, los padres le han concedido una mayor autono-
mía, en la medida en que pudieron tranquilizarse respecto del
futuro del hijo en el plano psicomotor, y dado el carácter poco
probable de la organicidad de los vómitos (el conjunto de los
exámenes somáticos había ofrecido nuevamente resultados ne-
gativos). El niño fue seguido hasta los 3 años, y de manera inter-
mitente presentó vómitos dentro de un contexto conflictual. En
oportunidad de tensiones en sus relaciones con otros niños, con
sus padres y, eventualmente, también a solas con sus juguetes,
podía ocurrir que el niño, en lugar de gritar, vomitara. El sínto-
ma no aparecía en un contexto alimentario.

130
-- !

A los 3 años Stéphane fue operado de un «mesenterio co-


mún», y todo induce a pensar que los episodios de llantos y vó-
mitos aparecidos a principios del segundo mes estaban relacio-
nados con episodios suboclusivos orgánicos, cosa que hasta en-
tonces nunca pudo ser motivo de confirmación radiológica a
pesar de la repetición y la especialización de los exámenes co~­
plementarios. Esto nos obliga a modificar nuestro primer razo-
namiento en sus premisas. Stéphane ha presentado precozmente
vómitos orgánicos que secundariamente han sido objeto de una
libidinización. Durante una supervisión de tipo psicoterapéuti-
co, sobre el octavo mes, el síntoma retrocedió, en lo cual contri-
buyó el desarrollo de la diversificación en las actividades prelú-
dicas del niño por aquel entonces . Persistió, sin embargo, de un
modo muy intermitente, para ciertas situaciones conflictuales.
Esta observación presenta además para nosotros un interés
metodológico en orden a la comprensión de las intrincaciones
psicoorgánicas más complejas, que culminan en estructuras psi-
copatológicas. Es clásico averiguar la interacción de las varia-
bles internas con las externas. Sería interesante proceder a ob-
servaciones longitudinales en las que un síntoma muy focalizado
en el tiempo y en el espacio pudiere persistir con independencia
de una organicidad patógena. También en este campo, el futuro
de las investigaciones dependerá de la fineza de los análisis se-
miológicos del lactante durante las primeras semanas.

131
- - - ---"-------··--

La historia de la dialéctica entre la unidad diádica y la rela-


·¡ ción objetal continúa. Investiduras y desinvestiduras actúan un
1 juego sutil de adecuaciones e inadecuaciones de la pareja paren-
tal y el bebé.

;. t
' ·'i '
r
•¡_ t

' '

1
1

l
1
i
t
1
j
V
1
!i
.,
1. Desinvestiduras e investiduras maternas

I. La desinvestidura materna . La escisión


de la unidad narcisista primaria

El principal elemento económico de la escisión que se produ-


ce en la unidad narcisista primaria es la desinvestidura del bebé
por parte de su madre: la meta del deseo de esta es buscada con
un objeto diferente de su hijo . Dado que el sistema diádico se
supone autónomo, el desprendimiento de un quantum de efecto
del objeto-hijo introduce una falla en el funcionamiento, de suerte
que cada elemento separado (o en separación) -esto es, la ma-
dre y el hijo- se compromete por su cuenta en investiduras pri-
vadas . Dos correlaciones son pertinentes a este trabajo:

a. el lugar conferido al proceso en psicopatología de la mujer;


b. su influjo económico sobre el bebé.

A. Las características de la desinvestidura


materna

1. La desinvestidura constituye la prolongación de lo que he-


mos descrito como primera relación de objeto de la madre con su
hijo. Su despliegue indica la curación de la «preocupación ma-
terna primaria» y la solución de continuidad de la relación diá-
dica. La relación dual, repetición de la relación de la madre con
su propia madre según un modo regresivo, se organiza en el con-
flicto del Edipo. Un pasaje así no es nuevo. Con excepción de
ciertos casos presentados en patología, estos elementos estaban
presentes desde las primeras semanas de vida y su evolución es
progresiva, sin ruptura franca. Cada vez el bebé es_ menos «in-
tuitivamente» comprendido por la madre, que anuda con él una
relación crecientemente objeta!.
De acuerdo con otra formulación, el pasaje se efectúa de lo
imaginario a lo simbólico, del fus ional cuerpo a cuerpo al régi-
men de las equivalencias; lqs trabajos lacanianos señalan aquí

135

·:--.-,._ ~- -· ·4~~
los efectos de la ley del adre ye tiene como única referencia
su nombre y sitúa al hijo como eslabón de una cadena simbólica
que trasciende la temporalidad subjetiva de la madre. El padre
está re.sente por su esposa filIO no sólo como instrumento ne-
cesario para la f ecundac_ión, sino como el ú_nico que ha tenido
elaéíeChoyeTpOderde darie_~§~=~_ijo, en virtud d~Jli.s..tOJ:ia
edípica. Dec.1mos .que-en el espacio -p~jqui~o pater_rio el be~_é cede
~ <!..S U .PIQpi.a.r:epresenta~ón. El fantasma de hijo presen-
te~ la mujer encinta ha sido objeto de reorganización, y más
que nada de desestructuración, durante el preparto; 1 se modifi-
ca progresivamente hacia una imagen global que integra las ex-
periencias primeras de las primeras semanas de vida. Fantasma-
tizar al bebé en su totalidad se vuelve posible, y esto permite
a la madre soportar su ausencia perceptiva. El pasaje del hijo
objeto parcial al hijo objeto total, para la madre, refleja su mu-
tación de la unidad narcisista a la problemática de la castración. /
Se construye la equivalencia entre el objeto total constituido por
el hijo, y el pene. La situación del niño acostado entre el padre
y la madre es sustituida por el encuentro sexual de la pareja pa-
rental. Pero si en esta representación en imágenes es clara la equi-
valencia simbólica entre el hijo y el pene dentro de la pareja pa-
rental, en cambio no refleja enteramente la dinámica de la de-
sinvestidura, en la cual la madre elabora la pérdida de su rela-
ción con los objetos parciales. Dentro de su reorganización edí-
pica, la madre renuncia al hijo para reencontrar el deseo del pa-
dre (objeto total), del que el pene es significante . Anticipando
una reflexión posterior, decimos que el encuentro esboza, e in-
cluso facilita, el movimiento hacia el hijo deseante total (y ya
no parcial). Rompiendo la_1Jnidad narcisista primaria, el deseo
s~ual de la madre: cens_yra el pJa.c~r de aquellg_y _preludia la rela-
cióñ} __bj.etal- érifre ella iSlL
hijo. ·
/ El término «Q~~investidura» para describir la posición ma-
terna actual puede considerarse criticable: para J. Laplanche y
J .-B. Pontalis [94], caracteriza la retirada frente a una represen-
.i
'.¡ tación. En nuestra descripción, esa retirada existe a partir de la
n;;presentación __del niño antes de nacer este y en razón de los pri-
l: meros cuidados. Sin embargo, el movimiento organizador de la
f: desinvestidura materna es un accesq a la representación del hijo
por la madre, antes que un cambio ge_~j_e. Esta doble resonancia
dertemíino éXplica- queexisfañ di-ficultades para fijar en la líis-
toria del bebé y en la de la madre la fecha de la desinvestidura,
latente en el embarazo y patente después. Una doble especifici-

1
Las experiencias de separació n (retorno al trabajo, internaciones, vacacio-
nes) constituyen ratificaciones corrientes de este aserto.

136
r

dad lo recorre todo en esta conjugación de la historia de la ma-.


dre y la historia del bebé, e tt ~LLnJer.i9 r de_las cuales viene a in-
---t..e.rferir la dinámica paterna . _,_ - - · ·
~----...-.¡.·...........,___ ~ -. -
~.de.S,!Jl~ uraY-~.e_sLa__sKurar »- el.p.roceso=siw bió-
t ico es preci~9 9 ue ~- rr:agfe _rec.up.ere,.su_c~<!Rªcjd~c!._9~ re2.r:_e¿~ n ­
~C1on. La patología nos muestra las dificultades de las mujeres
Qliepr esentan en el plano estructural una carencia de las funcio-
nes representativas : madre psicópata o psicosomática . Los acon-
tecimientos que se producen en este período de la historia madre-
hij o, susceptibles de alterar la función representativa (neurosis
actual), tienen considerables efectos psicopatológicos en el niño.

* El motor de la des in vestidura está constituido por el deseo


sexuaToe_ja .madre,-~_ ha.cia el d~~~g _c!eLc(>nyl!ge ;-que no
vemos inconveniente en denOiñiñar --··-
jer vuelve por sus fueros; se crea en el medio maternante una
-
«eí deseo del otro». La mu-·--~ ,,.....-~

zona específica , el cuarto de la pareja, que simboliza los -------


....____. ---=----= .....,.... ·-·--=,... .
mo-
l!l ~_!l tOS en ue la madre, volviendo a ser mllier, quiebra la uni-
dad narcisista primaria . E cam ro .e objeto libidinal es un re-
tórno~a ·1a iéñúallzaczcfñ ~~e~ste mo.virTI.I;'r1.to 'h'"ié'é~queia .maci;e-s;ª
súcedida·~!:fr>r ....raamant e. M. Fain destaca con toda razón que
trabajos de autores como M . Klein o D. W . Winnicott y R. A.
Spitz «dejan sin esclarecer una metamorfosis que se presenta con
mayor o menor rapidez según cada mujer : doble personalidad,
madre focalizada en su hijo , mujer que no sabe de nadie más
que de su hombre y para quien el hijo se vuelve, en ese preciso
· momento, un extraño » [46] . En un lenguaje más gráfico , «la
trasformación del pecho materno en pecho erótico señala este
deslizamiento» [46]. Para esto el autor utiliza la expresión de
«primera triangulación genit_al primaria» [45, 46] .
La problefnatiea de esta mctamorf;-sis se localiza, en cuanto
a la madre, en un nivel particularmente conflictivo de su psico-
logía. La liquidación de las po_sj ciones e_c!illi~~.L~§ <;;l,!.~s_tio uª.9ª
'___,_. . . -" ei:ú:
en este pasajeaCp_ . .. dé[ hombre
. .. -- el,.,. .,. . .hijo
desde ~--·---.a.-. . -. . . . . . " par~iªl
. . . ,. . .objeto ,. ' . . :
Una fij ácTon nel!.~'!....hg~difíc;il$!l_rn91~J1J10 ..\;: o.n~L I2..é!dt~9-e_:
seante_, y Ia represión s_exual ~omprp111_ete el cQ_n junto..d.eJ e;t o~­
r'!.Ci~ñ_. As í, adherimos a la observación de M. Fain: «La madre
y la mujer serán para siempre enemigas irreconciliables» [46] .
En nuestra opinión, deben definirse dos ejes que se tendrán que
elaborar en la clínica psicopatológica del niño pequeño :

a. Está claro el conflicto -en el sentido freudiano- entre


el deseo sexual de la madre y el deseo que ella dirige hacia el
niño. Pene y bebé son rivales; el deseo del hijo es estorbado por
el del padre, y recíprocamente. Esta oposición hijo-Radre tiene

137
sus orígenes dentr o ~QlismoAe_ la _estructur_aJU atema, en un pe-
r10 ~scribimos como punt<? de_ef!..c uentfQ º~~ conflictos..
túanc:io R. A.-Spitz [ 132], en una reevaluación del autoerotismo
del niño, considera que el j uego genital es fundamental porque
le permite ir al encuentro de la situación conflictiva que pronto
será edípica, no hace sino observar algo que es ya el corolario
de una problemática más antigua, por la cual .!lQ§__remontam_os
a la práctica genital de la madre que ha colocadq_9l _be.Qé .en ,el
centro
....,____ ...desÜ
_...._ _...,
propío
-
".c onflictp. .
b. El movimiento deseante de la madre tendido hacia el pa-
dre d~~éxú?ifzá"ai hi]5}~ Ést~ sffisili_c..Qfuc.ido~fu_~Lq..Qe1~·o~nfll~tp,
neutral; es objeto de cuidados operatorios que atienden a su auto-
~_2~eLvacLón.~Si ·la opoi idó n "j:)é"i'.S1S't7,es en~ramerite' dÍferent é,
a saber, entre la autoconservación del bebé y el deseo sexual de
la madre por el padre. Esta oposición dialéctica, que reconoce
diferentes niveles, se descubre con frecuencia, a lo largo del pre-
sente trabajo, entre las posiciones operatorias y la focalización
de la sexualidad .

3. La dimensión económica hace lugar a la actual. I.:_a des!E-


vestidura materna se P.roduce .a _ érm ino_¡;i,e im~_un~•.§.~!}~_si e
cambios hormonales ef1l Os.gue .
la ~ecuperación"_pqs_terior al par-
...,
r
¡
~

es ~~·----_..,._.._

to ,.,._.......,.,..,_
un momento
. . ---- . .
~
de exceP,ción.
. " -··
el .-instinto
·-
sexual
.
~,...'f.-
~-.,.

se inserta en
~-~~ ~

·~esta evolución del cuerpo biológico . -AtriOuim os decisiva impor-


f
- anc1a nosó o alaexistencia de "este retorno sexual, sino a su
i! satisfacción: el retiro de investidura debe lograrse, y el orgasmo
1
estar presente. Será entonces una madre sexualmente satisfecha
1
1 quien se ocupe de su bebé. Cabe imaginar que las condiciones
f
I· de su maternalización habrán de ser totalmente distintas. El pa-
l dre desempeña un papel decisivo en esta metamorfosis ,""ac-ele-
ráñdo lac;:--=of1o·c0ñtrario- aeinóráiidola~~ be su actitud . depen-
e que se constituya como padre sexual esctecU:COmo hombre
que desea a la m ujer con la cuar precedentemente c~ncibió un '
hijo: -NÜestrá experiencia nos lleva a pensar que esta disponibili-
[i
dad se halla lejos de ser siempre posible; durante las primeras
¡ semanas del bebé, el adr ~a.Legresioñ gu.e-10 lev.:.a a de-
sempeñar el a el de J Ustit}lto m~_tewQ;_tQjlo _Qcurr:e como si. el
nacimiento trajese a primer plano su propia posición fe menina
1
(deseo- y defensas inconcieñtes). Tanto como a la problemática
1
neurÓtic~-de los cónyuges, la' psicopatología confiere un lugar
predominante al orden de lo actual: suceso intercurrente, fami-
'1
~ :
liar, alteración de la función paterna (ausencia real del padre,
pasajero alejamiento por motivos profesionales, conflictos en la
¡:¡
pareja, cambios neuróticos). Es tanto el lugar de esta economía

138
, ,.,
actual en la clínica corriente que la explicación de muchos sínto-
mas psicopatológicos no podría lograrse sin asignar un valor con-
siderable a fenómenos tales como un cambio en el ritmo del sue-
ño o una modificación en el apetito del bebé, que reflejan peri-
pecias transitorias de la vida de la pareja parental.
En esta historia de la desinvestidura materna hemos tomado
en cuenta tres niveles de intervención del hombre: ley del padre
en el desarrollo edípico de la madre, portador del deseo buscado
por esta y, finalmente, compañero en una relación sexual.

B. El hijo desinvestido

Por el hecho de romper la unidad narcisista primaria,.J.a de-


sinves_t_i_?_!:!r_a~,r:iJcttÚn~ produce en. el bebé una situación de...faltª
SJ.!Y2. ~osolario parece ser el desarrollo de actividades libidinales
<lY!ÉJ19ma-s ..
¿Qué le falta a este niño? Se han elaborado dos puntos de
vista ·-teóricos q~e retoman el viejo problema psicoanalítico de
la confusión entre tensión y resolución . En el primero, la madre
es discernida como fuente energética principal. Su retiro se defi-
ne en función de empobrecjmiento energético del lactante. Este
razonamiento se apoya en la clínica de la carencia de cuidados
maternos. De acuerdo con el segundo punto de vista, la falta
en el niño consistiría en su imposibilidad de resolver sus tensio-
a
nes libidinalé5; e-s_ta"'SSe h!Pertrofian, Ímagen- deüñ modelo ter-
modináñiico da angi:;;tja sería la señal Qrivilegfada de tal sit;ia-
ciOnJ;--yfiüscan una tacilitación focal. Esta idea, que se inspira
en la clínica de la separaéión, rerI1ite· a los trabajos de J. Bowlby.
El vínculo madre-hijo, nos parece, es tal que hace innecesario
elegir entre estos dos modelos teórico-clínicos contradictorios:
a. Para el corto plazo, la clínica confirma el segundo enfo-
que. La Qatol.Qg.@ Q__e la,.Q~$inY_esJjgyx_a se~4efin~s.9rn9 µ~n -~n-~_!a
libidinal no saciada, por lo común focalizada en su topología,
doñéftr~i~-a-ei'~illo~"atismo de repetición, «instinto del instinto» .
,--,
- -- .·-- --- - - - """"' -- -·
~ ~- .,. ·-

b. Cuando a la ausencia psicológica de la madre se afiade


una separación física que hace imposibles los intercambios mu-
tuos, la repetición libidinal, a largo plazo, se agota.
e. La construcción del espacio transicional entre la madre y
el hijo sefiala la diferenCl.a de fondo entre la desinvestidura ma-
- -- """ ·---
-- terna y ra separación, esto es~ la presencia física de la madre em-
' . -

peñada en ·unadesinvestidura, el contacto perceptivo de una ma-


dre psicológicamente distante.

139
El desarrollo de( self se prod1!_<;.f!..S.2!!!2- p_rp ces!!. ~~fe'!sivo pri-
mordial frente a la falta constituiEE por la ruptura d<i__fE__y_niqg_d
narcisista ·,0~qNEñérdesenvo1vimiento de nuestra investiga-
ción, ésta proposición como tal no es nueva: si la ulsión ~~~lve
autoerótica cuan~~~.:!;! .29._j~to, es cierto igualmente
que,--para la accesión a este tiempo del autoerotismo, el objeto
-es decir, la madre- debe serle _retirago . A propósito de esto,
¡. A. Green [65] recuerda una importante cita de S. Freud: «En eJ
1
.¡ tiempo en que la satisfacción sexual se ligaba a la absorción de
1
j '
los alimentos, la pulsión hallaba su objeto afuera, en la succión
del pecho de la madre. Después este objeto se ha perdicio, quizá
precisamente en el momento en que el niño se volvió capaz de ver
en su conjunto a la persona a la que pertenece el órgano que
·I1 ·1e proporciona la satisfacción. A partir de ahí la pulsión se vuel-
ve autoerótica ... ». El retiro IT!ªt~rno produce este cambio. La
l
l

1
1
__.,,.._- se
succión _
......
expande..... a part
~ ,..
es del
..... ,.cuerpo del
...
,,...
niño u· ol5J-etos
J!!.ªdos ·. \UL.desplazamienJo así no es posible sin que et qJ2jeto
~ ···-- inani-
~ '

inicial, es decir, el deseo materno, s.e retire, abandonando ;:il ni-


'' ñ~?~E.Dte. El cuerJllLOCupa .,el ll!g~r _9.~Lrnun_dQ _ exterjor. El
1
retiro del deseo materno inscribe al selj en su· dimensión espacio-
f temporal.
¡ Para que este sistema funcione de manera «suficientemente
~
1
buena», es preciso que la protección antiestímulo, que lo prece-
dió, haya señalado sucesivamente su pertinencia y su insufi-
c1enc1a .
Queda en pie el problema de la parte que en esta separación
corresponde en exclusividad al lactante. Aquí es ventajoso refle-
xionar en términos dialécticos: sin disociar el retiro materno de
' 1
l
su contrario en la relación madre-hijo, esto es, el deseo del niño;
el cuerpo erógeno del lactante se yergue como antítesis de la de-
¡' sinvestidura. Si «la acción niega parcialmente lo que es, en be-
i
i neficio de lo que no es», según la expresión de Jean-Paul Sartre,
la actividad misma del cuerpo libidinal niega al cuerpo materno,
alternando oposición y síntesis. Apreciamos señaladamente una ·
secuencia combinada, a saber, el valor de reanudación integrati-
va de las actividades del bebé con las partes del cuerpo de la
madre según se encuentran ligadas a la posición materna que
«inviste a su hijo en actividad»: su espacio es intermediario o
transicional.
El término «contrainvestidura», empleado por algunos para
definfr la adividád libidinal del bebé en visJ_ª de la_desinvestid,u.::-·
raae· su madre: se sifüa en est a línea de reflexión que afirma
~~m~!l~ la~ eme~rg~12ci_a _~~ un c:,_fuente ene~géti~a p ropia.
! del niño: es la que alimenta y constituye el cuerpo libidinal y
-sus Tnvestidúras : y también s us desinve~tTduras perso~ale~. -- Es
1 - ~- - ... ·-- -
¡

140
·t

movilización por el sujeto de una energía interna, «a fin de crear


- una especie de barrer°' Q<l:I ª pr_eve_ni_r o limitar el afl.ujo_de~-las
excitaciones e ~terna.s..>> [94]. ·
¿Esta.remos en los orígenes de la desmentida, en la concep-
ción freudiana de este término? .SI. bebé se haila, en efecto, en
la d_9j:> le~ ión de_.t&!!lática única en que eºste" mecanismo-se
cféjarrp,fül: o la realidad se ha vuelto iñtolerable, o las"pul s"ioñes
han experimentado un enorme refuerzo. En rigor, no sería posi-
ble asimilar la desmentida de la realidad, en el sentido de la rea-
lidad psíquica, contemporánea de la constitución del yo, al me-
canismo que aquí aparece en el lactante . El funcionª-miento del
self sustituye a la prosecución de lé! experieñeia diádica'":· Está sus-
t it Üción desarrolla un movimient; hi~iórico que descansa en una
negación dialéctica y no es una desmentida en el sentido psico-
analítico del término. Algunas producciones patológicas, como
el mericismo, señalan un bloqueo de la alternancia tesis-antítesis,
por una sustitución original de la relación diádica: todo ocurri-
ría como si el «horrorn de la ruptura de la unidad narcisista no
hubiera de percibirse, sino que, por el contrario, quedara borra-
do por una actividad libidinal desenfrenada y permanente. En
cuanto a estos casos patológicos, adherimos a Fain en su empleo
del término «fetichización primaria»: en ella la actividad eróge-
na tendría la función de negar la falta y restablecer el continuo.
Las observaciones longitudinales no permiten, sin embargo, in-
ducir asociaciones con la clínica de la perversión o de la psicosis
del niño crecido .
El funcionamiento del self cornp.r ende, si una antítesis ma-
terna no se- re opone :·1a tendencia 'ii fli~r§e ~n lll!ª hiperactjyic_!ªd
. ,-
....,_
. ------- ··- - . -
indefinidame ~te r ~p e,t_i.~a. El régimen del automatismo de repe-
.· ~
ticion es entonces su úni~~ tey. U na_el~ la_s_[u.n_cinnes _qel.Jf_e.§~o
.

de la rriadré sería opO.núse_a~es.to;ri"uestro razonamiento señala


a-c¡_uí el lugar- que habrá de asignarse a la función represora de
este deseo,~ r_:pre~<2.g,._p rim.ariaw-2!~4~pres{Q_n,_e/ cue[QQ) ibi-
dinal quedaría fijado .'!.n . un h.jperjuncionamiento ·económic-0 y
en una focalización (condensación topológica). Aquí se presen-
tan todos los pasajes entre las producciones monstruosas de la
psicopatología y la clínica corriente . Parece interesante la idea
de que el bebé debe producir pantallas para cerrarse el camino
de regreso a la unidad narcisista primaria. Cuanto más atractivo
sea este camino de la regresión (es decir, cuanto más satisfacto-
ria haya sido la unidad inicial), más fuerte debe ser la barrera:
en rigor, la patología del hiper funcionamiento libidinal a esta
edad aparece de manera electiva en bebés profundamente sedu-
cidos durante las primeras semanas de vida.

141

--~'
En muchos aspectos, lo que describimos es esclarecido por
el término «escisión», que se concibe en dos niveles teórico-
clínicos: la desinvestidura materna confiere al bebé una autono-
T

1
!
mía de funcionamiento. La escisión madre-hijo sería el aspecto \
clínico que asumiría el funcionamiento de la pulsión: por una \
parte, la que puede satisfacerse con el contacto físico del objeto ,
(la madre) y, por otra, la que se excita autoeróticamente para
luchar contra los efectos negativos de la ausencia del objeto. La
identidad de meta y génesis no permitiría admitir la existencia
;¡" de dos categorías de pulsiones -como sugiere Freud [56]-, las j
¡i unas aptas para hallar satisfacción en el cuerpo del sujeto, y las~
otras incapaces de prescindir del objeto. ~

l
;
¡
Lo que describimos está por otra parte cerca del splitting de
M. Klein, es decir, la escisión del objeto considerada como la
más primitiva defensa frente a la angustia . La actividad erógena
r del beb~~constituiría la defensa_de este contra el-seAtimiento-~e
1 pérdid~.l de falt~.,;._el _~elf <~bueno» ?_e _erigiría en. .®ª sep.aradón
de la ~~elª «m~la» de la unidad narcisista primaria. La activi-
1 dad libidinal es integrada de este modo en la posi~ión depresiva,
!
¡'
¡' que aparece inevitablemente. Cuando la fusión inicial fun9iona
bien, la insuficiencia gradual de la adaptación [94] puede enton-
ces anudarse al «desilusionar al niño» y conducirlo a «una zona
1 intermedia, que separa lo subjetivo de lo que se percibe
objetivamente».
En condiciones buenas, la evolución del niño queda precoz-
mente enfrentada con el deseo sexual de la madre. M. Fain pre-
fiere la expresión «censura de la amante» [46], cuya plasticidad
recuerda el lugar fundamental de la genitalidad en la psicopato-
logía de la primera infancia, deliberadamente omitido por los
analistas de las escuelas kleiniana y lacaniana. La función amante
de la madre censura el placer que ella obtenía con su bebé y que
este obtenía con ella. El self es compromiso entre el ello y esta
1. censura, que le permite funcionar en su dimensión espacio-
!
l temporal. Llegamos así a la comprobación de que la escisión
¡ '
madre-hijo es más armoniosa en la medida en que no exista en
la realidad psíquica de la madre una escisión 2 entre la posición
de madre y la de amante.
Nos queda por describir qué sucede cuando la madre no de-
sinviste paralelamente el cuerpo del hijo en interés de un objeto
sexual. ¿En qué medida no está cerrando así el camino al desa-
rrollo del cuerpo libidinal?

2
En el sentido freudiano del término.

142
f. - -- ~~ @u§&_......

II. La represión originaria


La investidura materna de que el bebé es objeto en su aspec-
to más arcaico y fusional ha sido descrita como uno de los fac-
tores del apuntalamiento pulsional. Esta función continúa a to-
do lo largo de los primeros años de vida del hijo. El aporte ma-
terno constituye esta energía libidinal que viene del exterior, ne-
cesaria. Aquí conviene considerar lo que hemos llamado la pa-
radoja de la investidura materna, que _constituye, _un<!.J uerza re-
presora que se ejerce sobre !~~ . actividades autó_nomas ct~CñTfio;
~-~·~ -~j,.e"-.c·-~-- '"""··-.:~ ""'-;-- - - ·.l!;"-~. ;.e.:. ..._._.,.

situada en la génesis de estas, determina luego su limitación :::.ka_


madre buena se vuelve bloqueadora si . persiste en su posición
maternanie ~e ag"uf1iaiñafilaS._~~@s1é; ;i;.i;i;~'"es, .por
clQTaufu.:ra:persls~Q.S:i~ t. «más allá de lo deseable, de J~ investi-
duras maternas
'-''--
fusionales de las primeras semanas
~--......,.~---~--""'""-~..- .....,.~
de v1<la:-"t a
~-· .
potencia represora es la investidura libidinal exclusiva de una ma-
dre sobre un bebé que tiene en sí los medios potenciales para
superar la fase de bebé» [48]. La rgzf.flÍ,.Q'J gr.iginaria~ s_e_deJJne
por el deseo de la madre de mantene¡...JLL hiJJ! t?ll el ni~el. de. la
unidad narcisista primaria:
-..&1-·~~~J<· ,;¡,.¡¡: ........... .,....-,.~

a. Procura satisfacer concomitanJ~mep.te J<J. necesidad..y_eLde-


seo del nlfto. ~-
- -.. -- - '-

b. Esta satisfacción se hace según un modo crítico, en procu-


ra de una resofüció n-fotal~ jJ(}r-rñe"'d io de S~G!;te_p~j_as.,.J.imj!afÍ.é}S
en el tie!'Ilp9, entre las cuales no ocurre nada.
~-;::~ Li:D.rolqngªc;,iQJL de esJas secuenci~~....S.~ ef~c!úa m*s allá
de, J~-~.<lew.a.Q.da_d.eL,,b.ep.é y sin tener en cuenta sus demás
manifestaciones.

La represión originaria ha sido objeto de tratamiento clínico


y teórico en psicopatología infantil en los trabajos de Fain, Sou-
lé y Kreisler, desde 1966, sobre la base de observaciones origina-
les. La idea es más antigua: la represión «consiste en que la pul-
sión permanece inalterablemente ligada a su primer representan-
te psíquico» [54]. No hay duda de que este primer representante
psíquico emana del deseo maternO.~.J?J!l§jQn per.m_ane.c~ nJa-
da, en su meta, ..a !a madre. Si es cierto que «la contrainvestidura
es"ef sofó y-Único mecanísino de la represión originaria» [54],
la madre es una permanente contrainvestidura cuyo resultado
~qn_sjsie:.eii_i@:P.~<lir _gg~l~ economía libidiñat sf diiija~a oira~
~res~ntacioneSJLQbje,to~S9r.itin_ú~ así eón su fun~j~n de pr9-
tectora antiestímulos, de acuerdo con un proceso arcaico que no
guarda correspondrncia con el nivel de maduración alcanzado
por el bebé .

143
.¡'
\
La concomitancia de la satisfacci?n deJas necesidades y )a

n
realizi'éióñ~aé fos _d_~~eos tohslituye ae taL modo ,una_P,I~iQrt S,Q_::
bre_el,,-éjereicio míSmo de la ª~t!.~ida_9_li!Ji1inal. . (~~l niño satisfe-'.
e 0 es, en realiOad, engañado. Con excesiva facilidad se supone ¡
ue la satisfacción es seguida por el . sueño y el descanso, pero f

U u resultado suele ser la tristeza» [144]. Lo que le ueda e~ una [


gresividad y un erotismo sin de~rgar.
==--Retomemos estas proposiciones, formulándolas por referen-
cia al estatuto que confieren al niño:
j

a. «La madre cubre el autoerotismo del niño» [65] . Esta ob-


servación de A. Green supera la simple problemática activo-pasi-
vo, según la cual el bebé no podría tener una actividad, sostenido
en brazos de su madre; su comprensión es económica: al utilizar
buena parte de sus posibilidades energéticas en secuencias actua-
les y repetidas, el bebé no puede empeñarse en un funcionamiento
i autónomo. Fuera del campo materno fusional, está agotado. La
L represión originaria i .R.uls~ al niño a funcionar en un modo m-
'i .
! tiCo·:¡)té"nsiÓn-y""<i~sca~gajJ~u.~c~, ·-y 2)' gobre~á li~)gi~al -e·n. ~º~;
1! morñeñfos iñfeºrmedios.
1; Todo sucede-"como si el bebé tratase de mantener un funcio-
11
namiento del tipo de la realización del deseo b~iá)a presión de-
seante aeran adi:~.-rñsiste en coloc.a r fuera de sí mismo una ins-
'1
1 tanc.ia de su f u~~-ionamiento mental. El representante pulsional
1 está fijado a la madre; esta fijación es esfricfamente defeñdÍda
J por el niño, q{;ien no sólo no buscapfaceres fÜe~ del ~campo
l
del cteseó- maternO. sTno q_11e los e_v_ita~ les escapa activamente y,
l1 másaúll,hasta puede repudiarlos, rechazarlos. Hay aquí cabal-
mente una contrainvestidura destinada a velar por la perennidad
de lo reprimido y que permite conservar la relación directa con
f el deseo materno. L_fl rep__res!~'!_!!!_ig~nE_ria, r}_f!_b_eJJ..~~~~~se_ com'?l
l un dobJe_proc.eso_= en la.madre..x . ~n__gl niño- dentro C/e la unz- 1
1 dad.di4.<iic.ti:,_-LUinica..sati.sJ:ac--ci~l'l-EJue=P-ue<lü'bTuJ1~~Lb~~ ofie} J

-pr~d~~-e ~n presencia de una~madre des.e_ªDt~ll ej aj~~lJu_~~:H)._aW


~ Imagínese la fragilidad del equilibrio de un self que está bajo
la obligada dependencia de un deseo que lo reprime: la práctica
de este tipo de funcionamiento agrava su perturbación.
Corolario de esta depen_dencia es un erosionamief!.tO libidi- ··-
na/, fuera del campo del desf!.2_.,.qg 1ª-llladce. Puede ser global,
sobre el conjunto de las actl.vidades; Qtras. v_eces se ·lo_caliza-en
una zona e,rógen_E..l.. cuyo desvanecimiento total o parcial deter-
min·a-:-Es frecuente esta combinación: 3 una zona es electivamen-

3 Por ejemplo, la patogenia de ciertas anorexias mentales del segundo se-


mestre.

144
te excitada por la madre a raíz del componente erótico que ella
'
descubre especularmente en ella misma; la existencia de esta hi-
perinvestidura focal materna determina la supresión de esa zo-
na, que ha sido previamente hiperactivada; es así como se suce-
den bulimia y anorexia .
b. Las secuencias fusionales críticas durante las cuales se ejerce
la seducción primaria constituyen momentos de recarga libidi-
nal. La patología de la separación confirma este aserto, que se
contradice con la precedente descripción de la represión . Los dos
tipos de demanda -del narcisismo primario y del self- están
presentes en el mismo niño, en un mismo período, alternativa-
mente, y se oponen entre sí.
c. Esta aseveración no debe inducirnos a considerar que las
secuencias fusionales participan del proceso madurativo. Por lo
contrario, hemos mostrado que presentaban una función antiin-
tegrativa, que estorbaba las investiduras topográficas progresi-
vas del niño sobre su cuerpo propio y sobre los objetos de su
mundo circundante. No' adherimos a las observaciones de Fain
y Green en el sentido de que la represión originaria ejerce un
<<influjo normativo sobre el desarroJ1o-de-las1n;ltVidacles~fü}4€l i--«"
ñáies»-,
__.., ..F....-
..iJüfciüe e~ -n~;estr; ~;i7iió~~-~ e T;ñ~T~~~"'';t,';a:<le1osTñ-
......-~,,~.;¡¡.~,;•.:W!r"'~y;;¡i,;~,c~_,-;~c~'i{_@~"- µ,,,''-""

t~F~mhi~,..,u,,ty,g~g~?Anª-9r:e Y eJ.hW1,.J;;5t~~!g,!~-~sl~~l~n:e­
.d ~~l~..XJ9!~1 sie1.it~.s~-º-9:~t beb.é ~la , q~~rg'!!ll.?'.e~,
Invirtiendo la dirección de este último enunciado, imagine-
mos que ese niño tenga un poder especial sobre la organización
libidinal de la madre. El estado psíquico o físico del niño actúa
a pleno canal sobre las investiduras maternas. De este modo su
patología somática repercute con mayor fuerza que la habitual
sobre los cuidados de que es objeto.

En psicopatología materna, la represión originaria aparece


cuando la desinvestidura no se produce. El motivo puede situar-
se en lo actual del acontecimiento o en estructuras psicopatoló-
gicas maternas anteriores. Sus aspectos semiológicos son diver-
sos, tanto como lo son las ambiciones maternas dentro de la uni-
dad narcisista primaria.IBn los extremos se sitúan los cuidados
~
matemos operatorios -en los que la investidura materna se centra
en la problemática de la necesidad de su bebé- y la seducción
perversa -en la que el deseo sexual de la madre utiliza al hijo
como f etiche--:::>Ya veremos que la psicopatología del lactante
se inscribe no sólo como corolario de esa represión, sino además
en línea con sus características patológicas. El carácter inadap-
tado de la seducción primaria constituye el principio de la atipi-
cidad de las represiones originarias.

145

··-'·~
-
III. Teoría de los intercambios mutuos
de la madre y el hijo
,,
- . ·. Las investiduras maternas del hijo se reorganizan de acuerdo
1 con el nuevo eje económico constituido por la desinvestidura.
En las secciones anteriores habíamos opuesto los extremos, asa-
ber, la persistencia de la unidad narcisista primaria, que ejerce
una presión represora sobre la libido del niño, y la desinvestidura
del niño, que libera aquella. En la primera secuencia, el bebé
.1 puede hacer una regresión histórica; en la segunda, es lanzado
a las actividades autónomas del self. Entre una y otra se sitúan
los intercambios madre-h ijo según un modo permanentemente re-
novado ; es la «madre de las fases tranquilas» [142], que partici-
pa de las actividades del bebé y resulta investida por ellas. No
volveremos sobre la descripción paradigmática de los intercam-
bios mutuos, de D . W. Winnicott [145] ; situamos su lugar me-
tapsicológico dentro de la problemática de ese trabajo .

A. Los intercambios mutuos como actividades


.; lúdicas de la madre
Con su bebé, la madre se reencuentra con el arte del juego
[69] . Dentro de la unidad narcisista primaria, el hijo forma par-
te del yo corporal de la madre; en oportunidad de la desinvesti-
dura se desarrolla un movimiento hacia la simbolización, que
sólo en los intercambios mutuos incluye verdaderamente al hijo .
.i Aquellos se definen como procesos de elaboración de la percep-
1
i ción de hijo . Como actualización que es del guión escénico ima-
ginario, el juego materno incluye la realidad del hijo . Es activi-
dad ~imbóiita, __eri et -sentido de que en él la r ealidad psíq~ica
¡j

se encuentra con la realidad externa. El trabajo que en él se rea-


liza resulta por más de un aspecto comparable a la elaboración .
del sueño. La problemática es la del encuentro entre el aconteci-
miento y el fantasma, síntesis central en la teorización psicoana-
lítica. Su campo de despliegue es el espacio y el tiempo del
juego. 4
-La investidura materna recae sobre el todo que constituye
el hijo, sujeto empeñado en ª'-c_tividades autó om~s : autoerotis-
mo, actividades libidinales con objetos inanirr<a'd os, relaciones
con partes del cuerpo de la madre. La mutualidad de los ínter-
\......__..,,
4
~ Ese no es el caso po r el lado del bebé, cuyas coordenadas espacio-
;~ temporales son completamente distintas , no empeñadas todavía en la simboli-
•' zación .
1
·l

146
r ·--:---~· ------r

cambios se efectúa entre el deseo de la madre y el del hijo en


el nivel de esos tres objetos . Las actividades del hijo son los ju-
guetes de la madre, donde se encuentran los deseos de ambos.
Esta capacidad de intercambio exige a la madre franquear varias
etapas en la relación con su hijo:

a. La desinvestidura del bebé se tiene que haber realizado,


en el triple nivel que ya definimos. Al triángulo constituido por
la madre, el hijo y el padre se liga y se opone el conjunto madre-
hijo-objeto de las actividades libidinales del bebé. Es así como
ha podido decirse que los intercambios mutuos entre la madre
y el hijo eran una expresión simbólica de las relaciones entre la
esposa y su cónyuge.
El intercambio mutuo es una puesta en escena fantasmática
que remite a la posición materna inconciente hacia el pene; es
espacio de neurotización, en el que se representa la identifica-
ción con el pene (histeria) o la envidia del pene faltante (organi-
zación obsesiva).
b . El estado narcisista de la madre debe permitirle soportar
la ausencia de su bebé. Hay en esto una condición previa para
la elaboración perceptiva. La práctica del intercambio mutuo es
un elemento precioso para esta elaboración. En él la madre pue-
de expresar, como en un aprendizaje, su deseo de constante pre-
sencia junto a su hijo y, al mismo tiempo, c.Q_~f!rmarJa_ autono- Jt
mía posible de este mientras ella no esté. El objeto de la mutua-
lidad- simboliza estat dúálidád-:J ~ --~·- ~"-- -- - "'" ·

c. La flexibilidad de los intercambios mutuos implica, a nues-


tro parecer, que la madre en buena medida haya superado
la problemática de la castración. Aquí el término de referencia
es el narcisismo secundario. Entregado a su actividad libidinal,
el hijo engaña a su madre. Hay en esta una fuerte tendencia a
experimentar esa exclusión como privación. Se ve enfrentada,
además, especularmente, con los placeres parciales que remiten
a su propia infancia: succión, actividad muscular, exhibicionis-
mo, voyeurismo, placer anal, manipulaciones parciales de su c.uer·-·>
po propio. Es curioso comprobar cómo las po.ski.9n~s _i::egres.iYas
de la m_adre pueden ser alimentadas por las actividades progre-
dientes del hijo. En lo menos la relación se establece en el nivel
de la realidad dentro de la relación amorosa. Esto es particular-
mente claro cuando el hijo rechaza la_S.J2JQQOsiciones lúdicas de
la madre y p.refier_e, las. _suyas_
,,,.___~_...,
.
,.esce.ñfficando l;-Óposición~dúliécti-
-~

ca de la relación. Lo es también cuando el bebé, escapando ?l


deseo de su madre, invTSte-Üna part~:druüer.po.~dé est,a. -En esta
~cüén-cia se hace evidente el contraste cáracterístico del inter-

147
cambio mutuo: objeto parcial para el bebé, objeto total para
la madre; deseo de cosa para uno, deseo de deseo para la otra.
d. Resulta 1!-SÍ-e-v+dente--qu~ 1a. evolución is.m-a-clel--h~jo gra-
vita enias--¡fivestiduras -
- ., ··- mat_er.._nas. ··1T Efe fecto de los intercam-
~
bios mutuos es primordial en la integración de las estructuras
perceptivo-motoras. En ellos se efectúan nuevos apuntalamien-
tos pulsionales. 2) La diversidad del juego mutuo ocupa un lu-
gar en el proceso progresivo de intrincación pulsional. Se produ-
ce encuentro y sustitución de las partes del cuerpo del bebé, de
los objetos inanimados, de las partes del cuerpo de la madre.
>.
; El deseo lúdico de la madre favorece el proceso de desplazamiento
en las actividades libidinales del hijo.

' ,,¡1 Si la desinvestidura materna condensa la actividad del bebé


J
en secuencias espacio-temporales erógenas, los intercambios mu-
tuos propician sus desplazamientos. En consecuencia, el juego
de las posiciones maternantes dista mucho de ser contradictorio.
Se trata de un proceso organizador.

~. !
l.
''
F B. Las «actuaciones» maternas
1
'
¡,.
La característica común a los fracasos en los intercambios
mutuos es su carácter de actuación, que escapa a la simboliza-
ción. Cuando no le es posible asumir la limitación de su deseo
·¡ ¡ por el deseo del bebé empeñado en una actividad libidinal, la
1 madre sucumbe al «deseo de cosa». Dos ejes económicos se dis-
¡¡
¡,; tinguen a través de la psicología patológica:
·1·. .. i
1. La investidura materna es del orden de la seducción (dife-

rente de la que hemos definido como seducción primaria). Esta
1
no tiene por objeto la satisfacción de las necesidades y los de~
: l. :'
: 1 seos; atiende a satisfacer el deseo materno por el camino más
' ' corto, sin elaboración, sin tener en cuenta la necesidad, y even-
·.·. 1:
! . tualmente en procura del deseo del bebé. Forma parte de la ob-
1 ¡ •'
servación más corriente. Es presexual, en el sentido que otorga
i: ,.
;l 1.! Freud a este término; puede ser sexual, lo que es decir perversa,
como lo hemos señalado.
f ¡:
li !
A la inversa de lo que sucede en los intercambios mutuos,
su efecto sobre el bebé es del orden de la condensación eróge-
i
na. Todo ocurre como si se negociase un acuerdo entre las acti-
vidades de placer de la madre y las del hijo . La base de este con-
trato descansa en que la madre ·y el hijo funcionan del mismo
modo, esto es, de un modo primario. Como resultado, se desa-

148
rrolla una secuencia espacio-temporal que satisface a ambos su-
jetos a la vez.

2. La sofocación de una actividad libidinal del hijo por la


madre es, entre las actuaciones maternas , un aspecto dialéctica-
mente opuesto al de la seducción. La clínica de los vómitos del
lactante nos proporciona ejemplos de esta situación: la madre
impide que el bebé se chupe el pulgar (por caso, atándole la ma-
no), y entonces aparecen la succión de la lengua, las regurgita-
ciones, los vómitos y, eventualmente, el mericismo.
Todo sucede como si la madre reconociese por proyección ,
especularmente, las actividades libidinales del bebé como pro-
pias: el ello del niño refleja al suyo (lo que es parcialmente exac-
to en el plano histórico). Las actividades ponen en escena el as-
pecto pulsional, sin compromiso, de las posiciones maternas . La
sofocación de estas actividades ocupa en el inconciente materno
el mismo lugar que la represión secundaria . Se pueden observar
otros mecanismos, como el aislamiento, la anulación, las tenta-
tivas de trasformación en lo contrario . Estas intervenciones su-
peryoicas en los cuidados maternos son un modo de expresión
de la agresividad de la madre: el espacio transicional es, por cierto,
un espacio de neurotización. El comportamiento del bebé pasa
de más en más a constituirse en una proyección topológica de
los conflictos maternos .
La sofocación tiene efectos contrarios a los que se observan
en la represión originaria. Somática en la medida de lo posible,
la actividad libidinal no desaparece . Acentúa su actividad: una
regurgitación se convierte en mericismo. Una condensación di-
ferente se desarrolla: la succión del pulgar es sustituida por un
balanceo. El desarrollo de varias actividades es igualmente posi-1.-
ble . La .r:.e.nuncia _a la manipuladón,de· cier tas-·objetos exteYífó s'-
o de una parte del,.ClJ~r po _ de la macJ,re_Jiene.. pm:~c9r9lari_o un
desaf!.q1~º-~<i<~!,~r~9!i~~,Q,~Jll~9: la succión de la lengua, por ejem-
pfo, Ún juego sigmoide-ano-rectal; a una sofocación focal se su-
cede la agitación psicomotriz . Trabajos experimentales referidos
a las prácticas restrictivas impuestas a los lactantes [44], así co-
mo las observaciones de P . G reenacre [68], arrojan la siguiente
conclusión:[$.! niño grita menos si se le crean las condiciones en
las que la actividad no es posible (lo que se causa en tal caso
en más bien inhibición), mientras que grita más cuando se impi-
den sus movimientos en vías de ejecucióJ})
Mientras que los intercambios mutuos propician el mecanis-
mo de desplazamiento, las «actuaciones» maternas son factores
de condensación, con particularidades semiológicas diversas. Trá-
tese de seducción o de sofocación , es como si las pulsiones

149
--

reprimidas (represión secundad~. de. la ma.d~e). reapareci~sen es-


pecularmente bajo la forma de f1Jac1ones hb1dmales parciales en
el bebé. Inversamente, las zonas libres de la madre se expresan
de manera armoniosa en el cuerpo del hijo. La desinvestidural
" que permite la autonomía progr:s~va del se!f, .abre la posibilida~
de inscribir en este la problemat1ca confhct1va materna: en el
/ surgimiento de la pareja diádica tendría origen la pareja neuró-
l
{ tica madre-hijo .
L.,
l
r -
i IV . La cuestión de la paternidad
''
¡'
~ La atención de los trabajos científicos se ha orientado hacia
l los cuidados maternos por diversos motivos culturales. Los asertos
i
1 expresados en las publicaciones de psicología y psiquiatría in-
1 fantil son de una pobreza desesperante en lo que respecta al aná-
lisis de lo que sería el lugar del padre.
1
Las características de la paternidad presentan dos líneas de
¡
1
fuerza contradictorias: 1) El padre es un sustitl!tQ__mat~rgpJ_y_a
1 !ítulo de tal se incorporaalos cu-foados de( hijo, a la problemá-
tica de la investidura y a los intercambios mutuos. Este tipo de
1 función tiene una importancia cada vez más grande en nuestra
actual civilización. En rigor, la expresión «sustituto materno»
l. dista mucho de ser clara. En una psicología el comportamiento
¡; la madre es auxiliada o, si no está, remplazada. De acuerdo con
una metapsicología de los cuidados maternos, la madre es insus-
1¡ i tituible; no podría existir sustituto materno alguno. La comple-
'i ja evolución s_eg_uida 11or ella, y que_constituye la base det oda
¡
reflexión sobre el lactante, jamás es observada en el padre. ¿y
qué decir, además, en cuanto a que el padre se sienta sustituto
materno? 2) El padre es distinto: su lugar está señ~lado como
el _4el r_epre_s_e ntante actual de_la historia edjºka de la madre.
Las reorganizaciones de eso que podríamos llamar la «paternali-
dad» son evidentes en la práctica común. Se presentan como otros
tantos replanteos de la posición edípica. El problema en juego
es la reactivación de la feminidad reprimida del hombre en oca-
sión de su paternidad. Su nivel puede ser regresivo, por la apari-
ción de un material pregenital; en otros casos, la problemática
es la de la homosexualidad inconciente neurótica.

a. La identificación feme ni na pu e.de así hacerse con una ma-


dre pregenital fálica, todo cuyo poder reside en su capacidad pa-
ra traer niños al mundo. Por ese activo título de gloria es envi-
diada, y es en la posesión activa del hijo (falo materno) donde

150
,. -. ..___..»_

se encuentra el objeto del deseo. Es este un fantasma común a


muchos varones y que tiene una manifestación etnológica con-
creta en el «rito de la couvade». Esta costumbre brinda al padre
una posibilidad, socialmente aceptada y minuciosamente regula-
da, de vivir un papel materno que se alimenta con los restos de
una identificación femenina ya dejada atrás. El alumbramiento
hace revivir en el cónyuge su relación con una madre todopode-
rosa, reminiscencia que en algunos hombres puede desembocar
en trastornos graves, del tipo de las psicosis masculinas del pos-
parto. En algunos sujetos este papel materno es asumido con
asombrosa decisión: impresiona la escasez de conflictos o de su-
frimiento a raíz de una conducta materna ostensible que adopta
un aspecto perverso, permanente desafío a la mujer. Por lo que
hace al hijo, se lo considera en este caso como una creación autó-
gena del padre, impulsado por un omnipotente deseo de paterni-
dad. Esto puede tener la función anónima de proteger al padre
de una depresión grave o de una regresión psicótica. Se describe
una situación fusional, cuyo mecanismo por excelencia es la iden-
tificación proyectiva (como también ocurre en la preocupación
materna primaria). Dentro de este estatuto el hijo es objeto par-
cial del yo paterno, más acá de la investidura conflictiva.

b. En otros casos, la identificación femenina es resurgimien-


to de la homosexualidad inconciente neurótica. El - padre se pos-
.

tula

como -- -·-·
sustituto-
y rival de-
la madre.
---~
Más frecuentemente,
presenta posiciones pasivas, bien conocidas para la observación
en psiquiatría infantil: se lo describe como «p_q_co viril», que tie-
ne un papel desdibujado, con escasas exigencias sexuales, ausen-
te de las consultas, del hogar o de su parte en los cuidados del
bebé; pretexto para este proceder es el perfil de una madre auto-
ritaria, empeñada en la crianza y que rechaza la sexualidad. Den-
. tro de esta ói)iTca ;e interpretan los síntomas conversivos, l os
actos fallidos, los episodios de angustia a raíz de los cuales llega-
mos a tratar al padre durante este período de la vida de su hijo.
La parte de lo actual reviste importancia: todo sucede como si
la posición maternante de la esposa lo frustrase de la amante,
poniendo de nuevo en cuestión la organización edípica y la prác-
tica sexual del padre.
Una posible posición defensiva es la identificación con el hi-
jo en una relación libidinal cercana o persecutoria.

151
r
1
!
!

V. Gravitación del hijo sobre las


investiduras parentales

Considerar que la patología infantil se describe como corola-


rio de las posiciones parentales es una hipótesis errónea. La clí-
nica nos muestra intrincaciones finas entre cuerpo biológico, self
y evolución parental. El bebé tiene, más pronto de lo que es ca-
nónico decir, autonomía respecto de la libido materna, sobre
la cual repercute su evolución. La insuficiencia de nuestros co-
nocimientos en el dominio semiológico se refleja en ciertas ten-
dencias psicoanalíticas actuales en el sentido de considerar al hi-
jo como un calco del discurso materno. Sobre la base de ejem-
plos tomados de la patología somática, mostramos los razona-
mientos susceptibles de ser adoptados.

A. La repercusión de todo episodio somático


sobre las investiduras parentales
Se trata de una evidencia de la clínica pediátrica corriente.
El núcleo de las actuales investigaciones se construye a partir
de los trabajos de psicoanalistas integrados en los servicios de
pediatría, que disfrutan de un lugar institucional suficientemen-
te bueno en las unidades asistenciales de la primera infancia. Las
experiencias no alcanzan tanto a la pediatría menor como a los
niños aquejados de enfermedades graves, eventualmente cróni-
cas. La enfermedad somática del bebé repercute sobre las posi-
ciones maternas según los dos aspectos económicos que a conti-
nuación exponemos:

1. El primero se caracteriza por la pobreza o la ausencia de


elaboración del acontecimiento. El trabajo que permite la cons-
titución del fantasma representantivo del niño enfermo no se efec-
túa en la madre. La orientación psicopatológica se hace, como
regresión, en el sentido de la reconstitución o la continuación
de la unidad narcisista primaria. Este tipo de repercusión está
tanto más presente si a) la relación madre-hijo se encuentra to-
davía próxima a la unidad narcisista primaria, lo que es decir
que la madre tiende a desarrollar posiciones represivas respecto
del self; b) las investiduras maternas iniciales son patológicas;
c) la enfermedad pone en discusión el modo de funcionamiento
cotidiano de la díada, en lo cual el peligro funcional o vital cons-
tituye un elemento, y d) las condiciones médicas e instituciona-
les son intranquilizantes.

152
- ~~~·

De a~u~rdo con n~estra experiencia, la investidura del hijo


se hace fac1lmente segun un modo que hemos calificado de ope-
ratorio. La elaboración del fantasma del hijo no se efectúa a
causa de la desaparición del afecto adherido a él; la represen~a­
ción de este niño enfermo, desprovisto de afecto, se desarrolla
como núcleo de cuidados maternos operatorios: estamos ante
la madre enfermera descrita por L. Kreisler [89, 91, 92]. Todo
ocurre como si el discurso médico referido a lo real constituyese
un texto que hace imposible la expresión fantasmática de la ma-
dre. Toda experiencia simbólica personal con el bebé es obstrui-
da por el ingreso de este en la ciencia moderna, afianzada en
su corte respecto del discurso del sujeto. El texto médico no es
sólo bloqueante por ese contenido que presume de reflejar la rea-
lidad bLológica (especialmente la enfermedad), sino ante todo por
sus considerandos, sus sobrentendidos, sus malentendidos, sus
pasajes al acto, sus organizaciones y proyectos institucionales.
El modelo de la neurosis traumática es suficientemente explícito
para teorizar lo que se observa en estas madres dentro de una
situación así. En el aspecto clínico se registran pesadillas a repe-
tición, trastornos del sueño, repaso continuo del hecho trauma-
tizante, fracasadas tentativas de abreacción a través de repeti-
ciones actuadas. El estado inicial de espanto, que se produce en
los primeros momentos de la enfermedad, es sucedido por la re-
petición de los cuidados maternos operatorios, auténtica identi-
ficación superficial con los asistentes médicos .

Observación. La señora P. tuvo dos hijos que fallecieron por


déficit de fructosa-1-6-difosfatasa. El diagnóstico de esta enfer-
medad recayó sobre el tercer hijo, Sophie, en las semanas que
siguieron al nacimiento. Desde entonces, toda la actividad de la
señora P. tuvo por centro los cuidados que se debían prodigar
a la hija enferma; asombraba comprobar su eficacia, que permi-
tió la supervivencia de Sophie hasta límites excepcionales para
este tipo de déficit enzimático. Una vez informada del diag-
nóstico de enfermedad genética, no se produjo en la señora P.
regresión al nivel de la unidad narcisista primaria, ni depresión,
sino una asunción de responsabilidad sobre su hija, según el modo
más próximo a la relación objetal. A pesar de la gravísima en-
fermedad de la niña, la pareja madre-hija era muy poco patoló-
gica. Por entonces la señora P. se presentaba como una mujer
rica en el aspecto fantasmático, cultivada, enamorada de suma-
rido, sensual, empeñada en diversas actividades creadoras y aman-
te de la vida. La niña tenía diez meses cuando se produjeron
de modo concomitante varios acontecimientos: dramática recaí-
da de su enfermedad, segunda internación, y nacimiento del cuar-

153
to hijo de la señora P., sin rastros de enfermedad alguna. En
oportunidad de este nacimiento, ella pareció haber presentado \l
un episodio de «regresión psicótica normal», en el sentido que
Winnicott asigna a esta figura. El placer que obtuvo de esta re- l
gresión no dejó de culpabilizarla en cuanto a los cuidados, a la ¡
interrupción provisional de la calidad de los cuidados que desea-
ba dar a Sophie. Se preguntó si la recaída de su hija no estaría
vinculada a algún error de su parte . Una radical modificación
de la estructura psicopatológica de esta mujer sobrevino a partir
de entonces: desaparición de las actividades fantasmáticas, frigi-
dez, cese de los episodios de profunda angustia que presentaba
en ocasión de los embates agudos de la enfermedad de Sophie,
pobreza de su afecto hacia esta y hacia su hijo sano; experimen-
ta fastidio ,- ansiedad intensa y constante, y su actividad en torno
de sus dos hijos se hace repetitiva; no se advierte ningún elemen-
to de orden depresivo; su discurso se ha vuelto operatorio, co-
mo un calco del discurso médico. Su insomnio es tenaz; desarro-
lla a todo esto una psoriasis que evoluciona en forma paralela
con los posteriores avances de la enfermedad de Sophie . Sus ac-
tividades libidinales fantasmáticas, cuya riqueza era notoria, han
dejado paso a una organización operatoria . La pareja madre-
hijo se vuelve entonces marcadamente psicopatológica; la evolu-
i ción de Sophie se produce dentro de una modalidad caracterial
¡ grave, uno de cuyos efectos es comprometer la evolución misma
l de la enfermedad enzimática, que impone prescripciones y res-
l ~
tricciones minuciosas. Destacamos la eficiencia de la primera re-
lación objetal de la señora P . con su hija, y el problema que
l plantea su evolución secundaria. En el corto plazo las «madres

l
J
¡,
enfermeras» son sin reservas consideradas por los pediatras co-
mo buenas madres de hijos físicamente enfermos . Su obediencia
y minuciosidad tranquilizan en un primer momento, pero en una
1
t
segunda etapa no dejan de presentarse dificultades serias en la
t l relación madre-hijo, que terminan por comprometer la totali-
'
¡ dad del programa terapéutico. Es así como el potencial letal de
l! la enfermedad de Sophie reaparece a causa de los trastornos ca-
racteriales que comprometen las exigencias del tratamiento. To-
do ocurre en cuanto a la niña cual si la pobreza misma de sus
1 actividades libidinales representase una desventaja para defen-
¡ derse de su enfermedad potencialmente letal. La niña no presen-
ta tendencias depresivas ni automutiladoras, pero sí una inesta-
bilidad, una impulsividad, un modo de vivir por descargas que
comprometen la regularidad necesaria para su supervivencia.

2. La problemática puede ser muy diferente. Los padres «asu-


men» la enfermedad somática del hijo; la evolución de ellos no
{

1 154
r--

obstaculiza el desarrollo normal de la desinvestidura segunda y


de los intercambios mutuos. La participación del padre es fun-
damental en esta evolución. La posibilidad de fantasmatizar a
este hijo enfermo constituye el núcleo de la organización defen-
siva. Esta visiblemente opera según modos angustiados; aquí es
posible hablar de una formidable inyección fantasmática de la
enfermedad misma, sus necesidades diagnósticas y terapéuticas
y los discursos de los profesionales de la salud acerca del niño.
Entre estos significantes médicos y la historia personal parental
se producen encuentros inesperados y dramáticos.
En el problema de la reciprocidad entre la organicidad y las
investiduras maternas hay una mayoría de autores que registra
una espiral de interacciones complejas o de procesos circulares
que van del trastorno somático al trastorno psíquico del hijo,
y del trastorno somático al trastorno psíquico de los padres. Si
se quisiera, sin tomar partido en materia de causalidad, estable-
cer la prelación de uno u otro sector (organicidad e investidura
materna), tendríamos que admitir que el examen anamnésico nos
deja por lo común en la duda. Existe un tenaz prejuicio según
el cual el factor orgánico sería siempre el primero. También es
frecuente el prejuicio opuesto; en esta óptica, la perturbación
psicopatológica externa (padres) es responsable de Iodos los sín-
tomas psicológicos, y también de los orgánicos.

B. Las particularidades del estado de duelo

El trabajo de duelo es un ejemplo de elaboración psíquica


destinada a superar las impresiones traumatizantes. Su misión
es «deshacer el lazo con el objeto aniquilado». Para que este
desprendimiento se cumpla, posibilitando finalmente nuevas in-
vestiduras, resulta necesaria una tarea psíquica: «Cada uno de
los recuerdos, cada una de las expectativas por las que la libido
se ligaba al objeto se presentifican y sobreinvisten, y en cada
uno se realiza el desprendimiento de la libido» (S. Freud [en 94)).
Si el bebé tiene una enfermedad de potencial letal diferido,
en algún momento se comunica a los padres el diagnóstico de
mortalidad. Los cuidados maternos se dirigen entonces a un be-
bé condenado. Se desarrolla de este modo un duelo anticipado,
que se caracteriza por iniciarse la elaboración de la muerte del
hijo cuando este aún vive. Es este un proceso especial, debido
a la progresiva deslibidinización de que es objeto el bebé enfer-
mo. Los cuidados maternos pueden volverse operatorios, des-
provistos de actividad fantasmática, en tanto la elaboración aso-
ciativa quede ocupada por entero en el trabajo de duelo. Pero

155
también puede ocurrir que el niño sea rechazado, colocado en
un instituto pediátrico, apartado no solamente de la vida fantas-
1
l
1
mática, sino de la realidad .
Hemos hecho esta comprobación: cuanto más cercana a la
unidad narcisista primaria está la posición materna, más dificul-
toso -y hasta aleatorio- es el trabajo de duelo . Todo ocurre
como si la muerte de un bebé se experimentase como ruptura
de la unidad diádica, quebrantamiento o amputación de una parte
del cuerpo de la madre, de suerte que esta presenta un estado
más regresivo que depresivo . La elaboración del duelo no se pro-
duce. Hemos abierto así una reflexión sobre los mecanismos de
desentendimiento [dégagement]5 utilizados por la madre respec-
to del trabajo de duelo . La descripción de estos mecanismos dis-
ta mucho de ser unívoca, en la medida en que tales sendas repre-
sentan el paso de uno a otro modo de funcionamiento mental.
A manera de ejemplo, consideremos la observación de los pa-
dres que dan vida a un nuevo hijo durante el período de duelo
que sigue a la muerte del hijo mayor. El nuevo hijo , ya nacido
o por nacer, está destinado a ocupar en la realidad psíquica pa-
rental el lugar del hijo muerto; esta situación se observa con fre-
cuencia en el estado de duelo de madres jóvenes, especialmente
para el caso de ciertas enfermedades hereditarias graves. 6 El
vínculo de sustitución o de remplazo reúne lo conocido con lo des-
conocido: el proceder parental de dar vida a un hijo de relevo
es conciente, pero es inconciente el mecanismo que sustituye al
;
1
1
hijo muerto por el hijo vivo .
1
·¡
Remplazar a un hijo muerto por medio de la concepción,
embarazo y alumbramiento de otro hijo es, en primer análisis,
un movimiento espontáneo. Aparentemente, esto remite a las di-
1 versas motivaciones en virtud de las cuales las personas adultas
1 tienen hijos . El mismo deseo que hizo nacer al hijo ahora muer-
~1 ~ to es el que origina al hijo de remplazo . Así como en psiquia-
!
tría infantil un síntoma sustituye su compromiso con otro sín-
toma, así también un hijo sucede a otro hijo. El hijo de rem-
plazo será descrito con sus semejanzas y diferencias respecto del
mayor que ha fallecido; los padres pueden darle el nombre de
pila del hijo muerto. Carola sucede a Carlos o a Carolina. Es
así como supimos de una familia de hemofílicos en la que todos
los hijos, sucesivamente fallecidos, llevaban el nombre de pila
del hermano de la madre, hemofílico también él, y muerto cuan-

5 En la acepción de B. Bibring (1943), retomada por D. Lagache.


6
Hemos aislado otras situaciones de remplazo; por ejemplo, la concepción
y nacimiento de un hijo en el curso de diversos duelos parentales, no referidos
a otro hijo.

156
do su hermana era aún niña. Se puede esquematizar el destino
del hijo de remplazo según una de estas dos líneas: puede que
consiga asesinar a su hermano mayor, del cual lleva el nombre,
y conserve un estatuto de asesino en el inconciente parental; qui-
zá, en cambio, fracase, y quede como consecuencia a merced
de un destino amenazante. También los pueblos primitivos pre-
sentan dos tipos de costumbres frente a este problema. Por un
lado, la prohibición de pronunciar el nombre del muerto: los
masai recurren al expediente de cambiar el nombre mismo del
difunto apenas producida la muerte; a partir de ahí se lo puede
nombrar sin temores. Algunas tribus australianas quitan el nom-
bre del muerto a las personas de la tribu que lo llevan. En otras
partes se ven costumbres compensatorias, una de las cuales con-
siste en conservar el nombre de los fallecidos imponiéndolo a
niños de quienes se supone son su reencarnación, según reglas
bastante sistematizadas. Habría también que hacer una amplia
consideración sobre el sexo del hijo sustitutivo en proyecto.
Las referencias clínicas son en realidad más complejas que
la elaboración simbólica del duelo. El objetivo de la sustitución
es mantener ignota la amplitud del vacío narcisista creado en
los padres por la pérdida de un hijo. Tratar el problema por re-
ferencia a una pérdida de objeto es insuficiente; su economía
lo sitúa en el orden del riesgo de destrucción narcisista. El traba-
jo de duelo es sustituido por el hijo. Todo ocurre como si el
riesgo de destrucción narcisista ligado al duelo fuese tan fuerte
que el trabajo sólo se pudiera hacer insuficientemente; la princi-
pal defensa frente al duelo es la creación de un hijo.
Hemos destacado que el embarazo de sustitución se verifica-
ba en la mujer que, después de perder a un lactante, no había
eventualmente logrado emerger de la unidad narcisista primaria
o unidad diádica que conformaba con este. Hay aquí una sobre-
determinación entre la muerte del hijo y la posición depresiva
normal de la madre durante el parto y en el destete. En relación
con esto es interesante la observación de Géraldine L.:

El hijo mayor de la señora L., afectado de glicogenosis, muere


en circunstancias dramáticas, poco después de su nacimiento:
el niño había sido internado para un control diagnóstico de su
enfermedad metabólica, que es, con frecuencia, mortal; el falle-
cimiento se produjo el día de la salida del niño del hospital, co-
mo coronación de un estado hipoglucémico fuera de control: «En
lugar de devolver la criatura a mis brazos, me la trajeron en un
cajón». Da comienzo entonces en la señora L. un severo estado
depresivo, con temas de autodesvalorización y graves tentativas
de autólisis. La madre no tiene un pasado psicológico especial;

157

----
............. --------~-

la suya y la de su marido son familias numerosas. Uno de los


temas de su depresión es un tema de castración: «Ya no podrá
tener más hijos, no podrá imitar a sus hermanos y hermanas».
Los antidepresivos resultan ineficaces. El estado depresivo de la
señora L. remite únicamente con el embarazo del que nace Gé-
raldine. Esta quedó internada a efectos de practicarle un rastreo
sistemático de una posible glicogenosis congénita. La madre se
adelantó a proclamar que se suicidaría si llegaba a saber que Gé-
raldine estaba afectada por la misma enfermedad que su herma-
no: eso pasaba, sin embargo . La postura terapéutica asumida
en el servicio de pediatría fue ocultar provisionalmente el diag-
nóstico a la madre, en la esperanza de que el vacío narcisista
creado por la muerte del otro niño y eventualmente reabierto
por una afirmación diagnóstica pudiese llenarse a través de una
elaboración de duelo. La señora L. presentó durante la interna-
ción de Géraldine una recaída severa de su estado depresivo .
Cuando le devolvieron a la niña, esta pasó a ocupar en la inves-
t'idura materna el lugar defensial de hijo de sustitución.

El hijo de sustitución sería el síntoma de/fracaso o la falla


de la elaboración asociativa (trabajo de duelo). Hay en el hijo
por nacer un proceso que oblitera su diferencia con el muerto .,
El hijo vivo no se limita a remplazar al muerto, sino que es
el muerto mismo, por el lugar que ocupa en el inconciente
parental.
En clínica pediátrica es común que aparezca en el discurso
de los médicos, en ocasión de la muerte de un hijo (e incluso
con anticipación a ella), la recomendación, dirigida a los padres,
1
de concebir otro hijo . Cualquiera que sea la cuestionable perti-
nencia de esta intervención médica, es posible imaginar sus mo-
:Id tivaciones entre las características del trabajo de duelo en el pe-
diatra mismo. La muerte de un niño, y más en especial de un
niño seguido y tratado durante largo tiempo, ·determina siempre
una grave crisis organizativa en el servicio de pediatría. Las pa-
labras que pronuncian los miembros del personal asistencial en
sus relaciones duales y grupales muestran a las claras la elabora-
ción del duelo. Dentro de este trabajo, atender a otro niño, a
otros niños, constituye una defensa frente a la depresión. Cabe
incluso preguntarse si en la economía narcisista de los asistentes,
y más en especial de los médicos, el trabajo de duelo no estará
obliterado, bloqueado, por su misma función asistencial. Aten-
der a un niño representaría asimismo el duelo por otro niño (es-
pecialmente si está afectado por la misma enfermedad). Esta-
mos tentados de ampliar esta problemática, con este enunciado:
en el centro de las motivaciones inconcientes del pediatra se si-

158
,,,.

túa una dificultad fundamental para la elaboración del duelo


(¿duelo de quién?), que obliga a las sustituciones. Esto nos hace
desembocar en la misteriosa filiación narcisista por duplicación,
que se establece entre el pediatra y los niños a quienes atiende
de una enfermedad crónica . Estos niños participan en el duelo
del médico según su perpetua búsqueda de confirmación de la
omnipotencia mágica de los pensamientos acerca del cuerpo.
¿Cuál es la amenaza que hace pesar esta focalización?

159
-
2. ' Agrupamientos semiológicos en el bebé

La psicopatología se sitúa en el espacio de oposición existen-


te entre la desinvestidura materna y la represión primaria; estas
dos líneas de fuerza, opuestas en cuanto a sus efectos energéti-
cos en el nivel del self, se reúnen en su corolario topológico, lo
que es decir en la focalización: en ambos casos, una zona eróge-
na ocupa un lugar importante, rompiendo la armonía del con-
junto, en detrimento del todo. En la hiperactividad se observa
una condensación; en la hipoactividad, la libido focal es objeto
de aminoramiento, mientras que la energía del sujeto se agota
¡' por descargas. Estas dos patologías divergen en el modo de tra-
1

1
I'
~ tar la economía libidinal, pero tienen en común su topografía.
.! El protocolo de maduración se inserta en el intercambio mu-
tuo. La inscripción espacial del self descansa en el desplazamiento
y constituye una zona de regulación económica: allí se compen-
san el exceso y el defecto energéticos; más allá de sus extre-
mos, ese exceso o ese defecto bloquean el desarrollo. De la flexi-
bilidad y de las investiduras maternas de que sea objeto depen-
den las posibilidades adaptativas del sujeto. La armonía del self
es prenda de seguridad para el bebé, esté o no en contacto con
una patología materna o somática. Si su función es alterada, el
cuerpo biológico padece por las desinvestiduras maternas .
Una semiología topográfica tropieza con muchos escollos. Las
actuales clasificaciones nosográficas de la psicopatología del lac-
tante, tal como puede observárselas en clínica y en los tratados
especializados, responden a las inquietudes, marcadamente dis-
tintas, de los pediatras y los psiquiatras. Para los primeros, el
problema está centrado en el futuro biológico a corto plazo; los
segundos se orientan a encontrar en las descripciones de la pri-
mera infancia las manifestaciones iniciales de las grandes orga-
nizaciones del niño que les son más conocidas, por ejemplo las
psicosis, los retardos motores e intelectuales y, más recientemente,
los síndromes psicosomáticos. La intrincación de estos dos mo-
dos clasificatorios da lugar a deslizamientos de sentido y a
malentendidos que a veces es imposible superar. Es así como
un mismo término, por ejemplo «anorexia», remite en la mente
de uno y otro de estos especialistas a referencias clínicas y teóri-

160
---- ---: - ~-- ~ __ _
#;. -_, ~

cas completamente distintas. Nos quedaremos con las des · _


· d l d. · cnp
~10nes e pe iatra, cuya ca!~dad y fineza son insuperables, y de-
jaremos que nuestra, reflex1on y nuestra hipótesis choquen con
ellas, se modelen segun ellas. Este punto de vista presenta la ven-
taja de que define nuevos campos de investigación. Tomaremos
debida nota de síndromes poco conocidos, que sólo asumen ver-
dadero valor cuando se medita sobre ellos a posteriori. Nos con-
viene seguir la semiología órgano por órgano, manteniéndonos
cerca de los progresos de la pediatría especializada.
Determinar qué es normal y qué es patológico en el lactante
también constituye motivo para nuestra reflexión. Es necesario
ser humildes para apreciar la posibilidad actual de construir un
pronóstico. Esta cuestión es al mismo tiempo central e hipotéti-
ca. En algunos casos está en juego el futuro inmediato, es decir,
la supervivencia del bebé. Nada en la actualidad permite pensar
que esos cuadros dramáticos sean indicativos de una grave psi-
copatología posterior; en este sentido resulta interesante la his-
toria del mericismo: de síntoma que puede determinar la muerte
del bebé ha pasado a considerárselo luego como la manifesta-
ción de un principio de psicosis infantil, emparentándoselo con
el mericismo del esquizofrénico que se observa en el hospital de
psiquiatría. Sólo desde hace unos diez años este curioso síntoma
ha ido ocupando espacio entre las consideraciones nosográficas,
más amplias, del hiperfuncionamiento libidinal. Un síntoma de
disfuncionamiento del selj no constituye más que un elemento
de la tríaqa estrechamente unida cuyos componentes hemos re-
cordado, esto es, la madre, el cuerpo biológico y el cuerpo eró-
geno. Refleja una patología de este conjunto y se expresa a tra-
vés de uno de los citados factores ; la evolución puede añadir
un cuarto factor, cual serían los miembros del personal asisten-
cial, el pediatra, la institución o, más extensamente, las condi-
ciones psicosociales de desarrollo de la semiología . 1

I. Hiperfuncionamiento del cuerpo libidinal


Las hiperactividades del cuerpo erógeno son características
por su condensación en el nivel de una zona o de una función.
La exageración focal es la representante semiológica de una di-

1 El ingreso del lactante en un circuito de cuidados modifica de raíz las con-


diciones de su evolución, así como la semiología. Esta comprobación es tanto
más importante en el siglo xx , en que se acrec ienta la importancia de la medi-
cina, y, en especial, de la pediatría .

161
T1
¡

sarmonía global, que eventualmente lleva a dejar en reposo, en


simetría negativa, alguna otra zona o función.

A. Los ejemplos semiológicos, un campo en que se


ponen a prueba las teorías

l. Patología orijicia/

Los autoerotismos bucales son sumamente comunes, a pun-


to tal que su carácter fisiopatológico se suele dejar de lado: suc-
i ción de una parte del cuerpo -sobre todo de los dedos, y en
i especial del pulgar-, succión de diversos objetos a los que se
califica de transicionales. Succión de la lengua, persistencia de
la deglución infantil o deglución primaria (que normalmente de-
:J saparece con la salida de los incisivos) .2 Estas diversas activida-
t des de succión van comúnmente acompañadas por frotamientos
.¡ de la zona peri bucal y nasal. 3
¡
1 La rumiación o mericismo es un trastorno ejemplar para nues-
'
tra reflexión. 4 Se trata de un bebé de 4 a 10 meses, de preferen-
1 cia varón; primero en forma episódica, y luego de manera cada
! vez más frecuente a lo largo de la jornada, se lo ve entregarse
1' a esta actividad anómala: de manera espontánea, sin que inter-
1 vengan recursos artificiales como sería la introducción de un de-
1 do en contacto con la faringe, el niño provoca una regurgita-
¡, ción; se pone entonces a masticar sin pausa un alimento que vuel-
1
ve a tragar, y así sucesivamente. La regurgitación tiene por cau-
1 ¡ sa una espiración torácica forzada por la contracción del dia-
¡, fragma y el bloqueo simultáneo de los músculos intercostales y
¡ ..
!j los elevadores de la caja torácica. Se ve anularse la parte inferior
.,.,l del estómago y abrirse el cardias, como lo confirman los traba-
'
2 Esta se caracteriza por la colocación de la punta de la lengua entre las ar-
cadas dentarias durante la deglución . De ello podrían resultar dismorfosis dento-
maxilares y trastornos de la fonación. Según el criterio de algunos estomatólo-
gos, la deglución infantil es responsable de deformaciones con mayor frecuencia
que la succión de los dedos, que fundamentalmente origina problemas después
de la segunda dentición.
3 La frecuencia de la succión del pulgar, según las estadísticas, se sitúa en-

tre el 25 y el 500Jo de la población de niños de esta edad (e incluso más, en institu-


ción sanitaria), y el comienzo del fenómeno se produce antes de los 3 meses en
una proporción del 70 al 100% de los casos, remitiendo antes de los 6 años en
el 700Jo de ellos. Una buena parte de estas actividades remite desde el final del
primer año.
4
Los primeros trabajos son recientes; después de M. Froest (en 1948), J.
B. Richmond [121], J. Aubry [13], L. Kreisler [89, 92] y M . Soulé [127].

162

..._____________________________________________________________..¡
,,,,.....-

jos radiológicos. No existe anomalía digestiva ni hay, sobre to-


do,. apertura permanente del hia~o: Es posible que si las regurgi-
taciones son abundantes se mamfieste una desnutrición progre-
siva que puede poner en peligro la vida del niño. Entregado a
su rumia, este parece del todo absorbido por tal ejercicio, ausente
la mirada, ajeno al mundo exterior. Se mantiene inmóvil, inte-
rrumpe cualquier otra actividad. El síntoma se presenta cuando
el niño está solo o se cree solo. J. B. Richmond [121] destaca la
agudeza de la mirada de estos niños, como si se mantuviese alerta
a la eventual presencia del adulto. El apetito es normal, y las más
de las veces excesivo. El síntoma puede tan pronto aparecer ais-
lado como suceder a otras actividades libidinales repetitivas -o
alternar con ellas-, del estilo de la succión del pulgar o los de-
más dedos y, en niños más grandes, la manipulación de una par-
te del cuerpo, el pelo, las orejas o los órganos genitales. En una
observación de Kreisler [92] el síntoma apareció al cabo de una
serie de regresiones maternas frente a los hábitos orales de su
bebé: horarios de comidas cronométricos y abandono del niño
a su suerte fuera de los momentos previstos para los cuidados,
y amarraduras en los brazos para impedir la succión del pulgar,
que se hacía cada vez más desenfrenada; el síntoma era precedi-
do por una regurgitación simple, seguida por vómitos. Durante
el tratamiento, la desenfrenada succión del pulgar, ahora tolera-
da por el entorno, a consecuencia de la atención psicoterapéuti-
ca de la madre, fue reanudada por el bebé. El desarrollo psico-
motor de los niños mericistas es normal. Todos los autores se
asombran de su habilidad, para esta organización práxica tan
anormal en el aspecto biológico como en el de la psicomotrici-
dad. Al analizar el fenómeno destacamos sus dos líneas: desin-
vestidura de la sensomotricidad, tanto que por mucho tiempo
estos bebés fueron calificados de autistas; investidura del inte-
rior del cuerpo y erotización del bolo alimentario en la boca,
el funcionamiento de la deglución y la regurgitación controlada
(asociación de placer oral con placer de funcionamiento). El pro-
nóstico es bueno en el plano pediátrico, en la medida en que
se pueda enfrentar al síntoma con un tratamiento correcto. Los
casos referidos por la bibliografía prueban que el futuro puede
no ser tan malo como la complejidad del fenómeno induciría
a creer. Sin embargo se carece por ahora de testimonios sobre
el largo plazo. La terapéutica comprende una atención psicote-
rapéutica de los dos componentes, madre y bebé (a cargo de una
enfermera habituada a los problemas psicológicos). Es intere-
sante una observación de J. Aubry [13] en que la autora descri-
be la evolución de un niño por efecto de la terapia. En un pri-
mer momento se pusieron en práctica diversas medidas (man-

163
m
!f¡
,,
~ guitos de contención, intimidación) para detener la pérdida de
peso.5 Todo sucede como si la rumiación burlase los esfuerzos
de los médicos; no hace más que acentuarse, y la baja de peso
se vuelve impresionante. Una psicoterapeuta intenta, en una se-
gunda etapa, establecer con el niño una relación cotidiana direc-
ta, sobre la base de la mirada y el contacto cutáneo y psicomo-
tor a un mismo tiempo (advertimos cierta antinomia entre estos
dos modos de relación del niño) . La construcción de un inter-
cambio mutuo entre la terapeuta y el bebé se dirige a organizar
el cuerpo libidinal, poniendo fin a la preponderancia de la con-
densación focal. Las sesiones varían según que la terapeuta sien-
ta que el niño está cómodo o incómodo con su contacto. Parale-
lamente, asistimos a la regresión sintomática y a la reanudación
de las actividades erógenas de otras partes del cuerpo, especial-
mente de los pies. Esto se produce cuando el niño, reconociendo
electivamente a la psicoterapeuta, le sonríe, trata de explorar el
rostro de ella con sus manos, manifiesta placer en que ella lo
tome en brazos, y más adelante le tiende los suyos.

El análisis de las observaciones pediátricas revela que las ma-


dres de los niños mericistas presentan ciertas características
interesantes:

a. El tipo de los cuidados es por lo común obsesivo, salvo


cuando se trata de la zona oral, donde se advierten muchas ma-
niobras de seducción de la madre hacia su bebé. Una observa-
ción de J . Aubry [13] es ejemplar en este sentido: advierte la
autora que la señora B., durante una consulta, repite siempre
el procedimiento de tomar los pies del bebé, jugar prolongada-
mente con ellos y, por último, divertirse en llevarlos a la boca
del bebé mismo. Pues bien: este, cuando se queda solo, se toma
los pies, se los mete en la boca, los chupa y, por último, regurgi-
ta los alimentos para rumiarlos .
b. La desinvestidura no se efectúa en interés de la realización
sexual de la pareja, sino de acuerdo con una posición narcisista
de la madre. Una problemática de esta especie es comparable
a la que ha perturbado la organización de la unidad narcisista
primaria. Esto da fundamento a la idea de que la patología de
la desinvestidura prolonga la patología de la protección antiestí-
mulo inicial. J. Aubry [13] teoriza este punto de vista emplean-
do el concepto de falta en la madre, especialmente dentro de
5En algunos hospitales se conserva incluso un «casco de rumiador», cuya
mentonera tenía la finalidad de impedir la práctica masticatoria, considerada
como una actividad masturbatoria reprensible.

164
.;_.f
·,

la problemática de la castración. En espejo descubre la falta del


hijo, por colmar a través de la intensidad de las prácticas autoeró-
ticas. El mericismo señalaría «una desviación del instinto oral
vinculado con una falta más profunda, muy probablemente una
falta de la madre, que no ha podido, en sus relaciones con su
padre, vivir, integrar y superar la situación edípica».
c. Un suceso es con frecuencia el pretexto que da origen al
síntoma: por el lado materno, es integrado como acentuación
de su narcisismo. En dos de nuestras observaciones, el mericis-
mo había aparecido en las primeras semanas de un segundo em-
barazo de la madre, cuando el bebé tenía 4 meses; por el lado
del niño, el suceso es la sofocación de una actividad autoerótica
o su acrecentamiento en oportunidad de un episodio orgánico
trivial. Según algunos pediatras, es común observar mericismos
menores en niños que nunca sintieron, antes de los 4 meses, un
objeto duro dentro de la boca y a quienes se introduce por pri-
mera vez una cuchara.6 Esta doble comprensión del suceso es tí-
pica de nuestro razonamiento: señala la equivalencia que puede
existir, en el plano económico, entre una alteración del narcisis-
mo materno y una modificación, de origen físico, del equilibrio
del selj del bebé; entre la «desinvestidura narcisista» y la inclu-
sión «frustrante» de una cuchara en la boca de un niño que no
está acostumbrado más que a lo «blando». Dentro de la psicote-
rapia de los bebés mericistas, Aubry [13] insiste en los detalles
de alimentación destinados a prolongar la actividad de succión
por la absorción de alimentos: tetina mínimamente perforada,
comidas de por lo menos 20 minutos. La «falta» de gratifica-
ción materna estaría, pues, en el origen de la hipertrofia autoeró-
tica. Es proposición terapéutica:. el aporte concreto de estas gra-
tificaciones rebaja la exigencia de las conductas autoeróticas.

La semiología del mericismo facilita dos precisiones que son


inestimables para nuestra descripción económica:

1. Descubrimos el centramiento libidlnal que caracteriza esta


patología. En ella la zona oral es utilizada según una topología
que es la de las primeras semanas de vida. El lactante mericista
del segundo semestre utiliza el funcionamiento de su esófago y
su estómago como únicamente un recién nacido podría hacerlo.
La vertiente negativa de esta condensación es la desinvestidura
del sensorium y de las actividades libidinales con los objetos ina-
6 Esta indicación constituye una interesante banalización del mericismo
- dolencia calificada como excepcional-, que lo asimila a una conducta menor
o pasajera.

165
----------
nimados y con la madre. Soulé [127] se complace en comparar
el mericismo con el juego del carretel -tomado este último co-
mo equivalente del bolo alimentario-, con su problemática de
la pérdida y la recuperación del objeto. En n.u~stra opinión la
equivalencia es sólo aparente, porque el menc1smo lleva a un
callejón sin salida, mientras que el juego del carretel es anticipo
de una evolución feliz: ahí la escisión se produce entre la libido
corporal y el simbolismo.
2. La intensidad de una actividad libidinal centrada conlleva
un elemento-mortífero: el masoquismo primario, capaz de con-
ducir a la muerte biológica. «La constitución de un sistema de
protección antiestímulo según un modo prematuro (en razón de
cierta carencia del medio) tiende a constituir un conjunto procli-
ve al agotamiento» [46]. Lo que caracteriza a este sistema en
circuito cerrado es su carácter consuntivo, en orden a alimentar
un placer que tiende a una descarga hacia el nivel cero . En vir-
tud de su aislamiento, las capacidades anormales de utilización
del cuerpo se liberan hasta el extremo de una extinción que ame-
naza al conjunto . La aptitud para retomar contacto con los ob-
jetos puede incluso conducir al bebé a la curación. La reapertu-
ra hacia los objetivos de la sensoriomotricidad hace que cedan
el proceso de condensación libidinal y el masoquismo contenido
en él. El bebé encuentra o reencuentra ese primer punto organi-
¡ zador de que habla R. A. Spitz. El razonamiento aplicado al
¡ mericismo ha sido pertinentemente adoptado por M. Soulé [92]
1
¡,
' !
para comprender el megacolon funcional o idiopático.
! '
1! Los vómitos psicógenos -simples y graves- del lactante,
I:
11
patología de la excorporación, fueron motivo de trabajos perso-
nales nuestros [80] .
j1
I··
Florent P. evidenció sus primeras regurgitaciones hacia el vi-
gésimo día de vida. El niño fu~oco deseado, después de las .
satisfacciones que dio a los padres su hermana mayor, de tres
años, «un logro completo». Embarazo y parto son normales .
Florent toma el pecho durante doce días, pero las mamadas son
demasiado largas y el médico aconseja un destete progresivo; la
introducción de leche común señala el comienzo de los vómitos .
Varias etiologías episódicas fueron invocadas durante estas pri-
meras semanas-: gastroenteritis, otitis -que hizo necesarias dos
paraquintesis a los tres meses-, plicatura gástrica radiografia-
da. Diversos tratamientos medicamentosos se emprendieron y
abandonaron. Los vómitos se producen durante las comidas y
se extienden episódicamente, de tres a cuatro días. Durante una

166
breve internación el síntoma desaparece, para volver a presen-
tarse en un contexto cada vez más asimilable al de los atiborra-
mientos ansiosos maternos. La hipotrofia póndero-estatural se
evidencia constantemente; a los 14 meses, ante el estado somáti-
co del niño, se hace necesaria una nueva internación; durante
los seis meses siguientes, los exámenes complementarios más es-
pecializados en el campo neurológico y digestivo que se practi-
caron al niño arrojan resultado negativo. 7 Los intentos de re-
greso al medio familiar se ven regularmente condenados al fra-
caso; Florent está cada vez peor, y sus padres también. Los vó-
mitos aparecen tanto en forma espontánea como a raíz de un
tic de tos que el niño desarrolló recientemente; otras veces son
manifiestamente autoprovocados, y esto con una concentración
que hace pensar en una actitud de tipo mericista. 8 Es patente
la erotización del vómito a título de compensación dentro de una
situación frustrante. Una atención hospitalaria muy afectuosa
determina un mejoramiento de las posiciones depresivas francas
del niño, así como el desarrollo de las primeras manifestaciones
simbólicas en los juegos. Entonces parece que los vómitos sólo
sobrevinieran durante las visitas de la señora P. Para esa época
la situación se presenta invertida, porque el niño que vomitaba
en ambiente de hospital ya no vomita más allí si su madre no
está presente . Lo prolongado de las internaciones determina en
cambio una regresión de las funciones instrumentales del niño.
Es así como se establece un circuito autodestructivo.
Examinamos al niño por primera vez a los 18 meses, y nos
impresionó la importancia de sus trastornos psicopatológicos,
correspondientes al orden de la disarmonía evolutiva precoz. Se
decidió, a los 22 meses , que a pesar de ciertas hipótesis las ex-
ploraciones orgánicas quedaran expresamente suspendidas, que
se negaran las internaciones y que el psicoterapeuta del servicio
iniciara una psicoterapia domiciliaria. Al cabo de tres meses, Flo-
rent muestra una mejoría, con progresos en los dominios lúdico
y verbal, a pesar de la persistencia de los vómitos cotidianos .
El comportamiento alimentario sólo mejoró después de seis me-
ses de progresos simbólicos. A los 3 años no persisten más que
comportamientos de selección alimentaria, vómitos ante la frus-

7
La lectura del historial clínico de Florent revela los peligros de la práctica
de exámenes altamente especializados cuya interpretación es todavía delicada :
límite de lo normal en estas pruebas complementarias, precisiones difíciles; una
anomalía menor puede convertirse en pretexto para más pruebas de exploración or-
gánica. Estas no son innocuas para el lactante; suponen además internación en
diferentes servicios. Los padres asisten a una fragmentación de su relación con
la medicina .
8 Florent' no presentaba las demás características del mericismo.

167
\
\1
tración, que se producen por medio de tos. Esta mejoría coinci-
dió con las modificaciones del comportamiento de la señora P.
en el sentido de una mayor distensión frente a los comporta-
mientos alimentarios de su hijo. Con la adquisición de las fun-
ciones simbólicas, la orientación psicopatológica de Florent se
produce en un sentido histero-caracterial, incluido en significa-
ciones netamente edípicas. El niño conserva, sin embargo, difi-
,¡ cultades de integración, modalidades relacionales, posiciones re-
1 gresivas ante situaciones nuevas, que constituyen las secuelas de
11 su patología inicial. La hipótesis formulada respecto de estos vó-
mitos es la banalidad de su primera aparición al destete; y que
su persistencia debe relacionarse con el carácter operatorio de
¡ la señora P. en los cuidados prodigados a su hijo (a diferencia
de los que prodigaba a su hija mayor). Esta disposición operato-
! ria, con pobreza fantasmática y libidinal, se ha visto sensible-
mente acrecentada por las repetidas intervenciones médicas. En
cierto momento, Florent encontraba más actividades libidinales
en su contacto con el personal asistencial que con su madre. Den-
1 tro de esta problemática, la integración de la angustia ante el
!q~ extraño no se realizó. Ulteriormente el síntoma fue conservado
por el niño como «lenguaje del cuerpo» .

2. El sector de la organización psicomotriz

Constituye el segundo aspecto del funcionamiento del self.

a. Las «ritmias motrices» o balanceos se toman como ejem-


plo de autoerotismo en razón de su banalidad. En el segundo

semestre de vida las presenta el 10% de los niños; esta frecuen-
)
cia va en disminución a partir del noveno mes. Puede tratarse
lt
de balanceos más o menos regulares, de amplitud variable, que
a veces interesan sólo la cabeza, otras, la cabeza y los ojos, otras
más, la cabeza y el tronco. En algunos casos los miembros supe-
riores pueden ser arrastrados en este movimiento, y está claro
que la importancia de las partes del cuerpo interesadas depende
directamente del grado del desarrollo neuromotor.
Los términos de la descripción sistemática de R. A. Spitz [134]
referidos a las madres de los niños afectados por ritmias motri-
ces confirman nuestras observaciones y nuestra clasificación; per-
tenecen al capítulo de la desinvestidura narcisista, con su corola-
rio, constituido por la carencia o inestabilidad de los intercam-
bios mutuos: «Los dos sectores en que los niños que se balan-
cean están retrasados son el de la adaptación social y el de la
capacidad de manipulación . El sector de la manipulación refleja

168
la manera en que el. niño. maneja
. y controla los J·uguet
es, 1os ins-
·
trumentos, 1os o bJetos mammados en general. Allí está la d" _
da de la relación del niño con las cosas. El sector de las re~~i~­
nes sociales, por o~ra parte, refleja los progresos del niño en el
campo de las relaciones humanas.( ... ) Esto equivale a una in-
capacidad de los niños sujetos a los balanceos para establecer
una relación con el ambiente animado o inanimado, así como
a una falta de iniciativa respecto de este ambiente». Estas insufi-
ciencias aparecen en relación especular con las posiciones mater-
nas, caracterizadas por su reserva respecto del juego con el niño
y del empleo que este hace de los objetos en sus primeras activi-
dades. Además estas madres son hostiles a que el bebé las mani-
pule, y sus zalemas son comúnmente una defensa frente a las
iniciativas que el niño pudiera adoptar. Así, las cosas ocurren
como si el niño no tuviera otro objeto libidinal que su cuerpo
propio. En este nivel de su desarrollo, nuestro razonamiento di-
fiere del de R. A. Spitz. Para este autor «no se les ha brindado
la posibilidad de investir las representaciones de las partes privi-
legiadas de su cuerpo propio en acción o en interacción con el
de su madre». El balanceo sería «la única actividad autoerótica
que no requiere una selección, una elección de objeto privilegia-
do o de zona erógena». Se trataría de un fenómeno bastante in-
diferenciado, y más regresivo que las actividades autoeróticas
que utilizan una zona erógena, incluido en la repetición de se-
cuencias narcisistas primarias . Considerar que el balanceo es una
actividad sin topología focal, «sin objeto», nos parece un error
de interpretación sobre el concepto mismo de zona erógena, más
significativa por su proyección neurológica (carta de Rasmussen
y Penfield) que por su anatomía externa. Esta conducta pone
en acción las funciones vestibulares y propioceptivas que consti-
tuyen los lugares de apuntalamiento más arcaicos; su focaliza-
ción nos parece clara. Sugerimos, a propósito de estos síntomas,
efectuar un distingo entre las actividades libidinales del lactante:
algunas, como la hiperactividad psicomotriz o la bulimia, son
al mismo tiempo placer de funcionamiento y placer de órgano,
mientras que otras, como el balanceo y la masturbación, son prin-
cipalmente placer de órgano.
El masoquismo primario, elemento-instinto de muerte con-
tenido en la actividad libidinal, puede expresarse en esta con-
ducta: el niño busca el contacto exteroceptivo de la cabeza, el
rostro o el cuerpo con un objeto duro, susceptible de herirlo,
con lo cual ciertos balanceos cefálicos justifican la portación de
algún vendaje en la frente; en un niño hemofílico, internado con
frecuencia, hicimos esta comprobación: cuanto más gruesa era
la venda, más grande era el balanceo, en clara búsqueda del cho-

169
que; como este no llegaba a la~timarlo, el n.iño desarrolló una
inestabilidad psicomotriz, especialmente temible en el marco de
su enfermedad genética. Lo mismo que en la clínica del mericis-
mo 0 en la de los vómitos, la hiperactividad libidinal puede po-
ner en peligro la vida del bebé.

b. La relación patológica del niño con los objetos inanima-


dos sigue dos caminos semiológicos: 1) Un objeto se vuelve ne-
cesario para la economía libidinal del bebé; su estatuto se apro-
xima al del «fetiche primario», pudiendo convertirse en transi-
cional en el sentido de M. Fain [46, 48]. El fenómeno aparece
comúnmente en el curso de un acontecimiento, por ejemplo una
enfermedad somática, una internación o una conmoción del equi-
librio narcisista parental. Ocurre como si lo esencial del equili-
brio del selj se volviese dependiente de ese objeto externo mani-
pulado, chupado y acariciado . Su retiro confirma a contrario
su importancia económica, y se manifiesta de mauera dramáti-
ca: la clínica puede permanecer en el capítulo de las hiperactivi-
dades libidinales mayores, la excitación psicomotriz de tipo ma-
níaco o bien, a la inversa, la posición depresiva. En otros casos,
es la anulación libidinal; el retiro de este objeto externo funcio-
na como represión primaria. 2) La actividad del bebé no se ape-
ga a objeto alguno; la hiperactividad es una inestabilidad psico-
motriz: el niño lo chupa todo, lo toca todo, lo explora todo,
no se entrega a una actividad prelúdica y agita los objetos sin
manipularlos, con angustia; no soporta que sean retirados los
objetos con los que no juega; jamás parece sentirse a gusto don-
de se encuentra, incluso cuando le es posible manipular el cuer-
po de la madre. Los autoerotismos son de escasa envergadura
y de una agresividad difusa, sin finalidad evidente; el niño
lanza a distancia los objetos, su corralito está paradójicamente
vacío, y se ve que asocia exigencia con alejamiento de las gratifi-
caciones. Este niño tiene un falso buen contacto poco especifi-
cado, la preponderancia del gesto por el gesto mismo se advierte
con claridad, y la multiplicación de estos gestos no es, bajo una
apariencia de diversidad, más que repetición de lo idéntico.
¿En qué medida esta inestabilidad psicomotriz mayor puede
ser relacionada con los estados de exaltación del niño crecido
y con el cuadro de las manías del niño después de los 2 añ.os?
Ningún trabajo actual permite responder a esta pregunta.

Observación clínica. Eric es hijo único de padres muy jóve-


nes, que constituyen una pareja narcisista. La madre siente un
fuerte apego por su bebé, con quien mantiene una rica relación
libidinal. No lo amamanta por un motivo profesional; el niño

170
...

se chupa el pulgar desde el primer día de vida, y al noveno se


le impone un chupete a manera de sofocación educativa. Este
objeto transicional es chupado de un modo frenético; su necesi-
dad económica es patente. Ahora Eric se ha vuelto insomne; ca-
da uno de sus progresos psicomotores le permite ampliar el cam-
po de su agitación; sus brazos están en continua actividad; su
rostro está encubierto por una tetina que él chupa sin interrup-
ción. Atraviesa en cuatro patas amplios espacios; cuando comien-
za a andar, este niño tocalotodo pone a su entorno en continuo
estado de alerta. A los 18 meses, Eric no tiene actividad lúdica;
su lenguaje permanece pobre, limitado a una palabra: mi. La
boca es para él un órgano de exploración por contacto asombro-
so. Los padres se ven necesitados de adoptar actitudes sofoca-
doras que no hacen más que incrementar las exigencias libidina-
les del niño.

c. No podemos formular otra cosa que hipótesis sobre la psi-


copatología en la que predominan las actividades del bebé con
partes del cuerpo de la madre. Para este tipo de niño, la presen-
cia física, táctil, visual, auditiva y, en menor medida, olfativa
de la madre es necesaria a su actividad libidinal; el alejamiento
físico de la madre provoca estados depresivos patentes, cuya se-
miología está clara en lo que Bowlby llama «angustia de separa-
ción». Es de imaginar la fragilidad de la situación de un niño
así, que de tal modo se encuentra fijado a una madre que hace
desinvestidura narcisista y es eventualmente sofocadora. Se pre-
siente asimismo el peligro que semejante relación supone para
la posible expresión de la agresividad. Hemos situado la génesis
del sadismo según este tipo de intrincación pulsional de diversi-
ficadas determinaciones: 1) Una agresividad importante que qui-
zás evoque un potencial genético, plantea el problema de la cua-
lidad de la protección antiestímulo inicial y, más exactamente,·
de la agresividad de la madre con respecto a su bebé. 2) Ni el
bebé ni la madre, en sus mutuos intercambios, han podido orien-
tar esta agresividad hacia los objetos. 3) La madre erotiza, se-
gún una posición masoquista, esta convergencia de la agresivi-
dad del niño sobre ella.

Observación. Patrick F. es un hemofílico menor; es conside-


rable su inmadurez afectiva, con una connotación caracterial y
conversiva en su relación exclusiva con la madre. Este tipo rela-
cional tiene corolarios patológicos en la enfermedad hemofílica,
a saber, que los síntomas orgánicos son apresados en un lengua-
je corporal que los incita y los justifica. Lejos de su madre, Pa-
trick es silencioso -poco menos que mudo- y tranquilo. Junto

171
\
1 \
'!
1
a ella, incluso durante la consulta, no hace más que perseguirla, 1

tocarla, arañarla, pellizcarla; su discurso se dirige únicamente 1


a ella, como si nosotros no existiéramos. Los repetidos encuen-
tros que pudimos tener con este hijo único de 8 años y sus pa- '
dres muestran la historia de este estado psicopatológico: el diag-
nóstico de la enfermedad genética fue hecho durante el segundo
semestre de la enfermedad del niño, y la madre establece asocia-
. ciones evocativas, recordando que su hermano mayor, que le lle-
1,Ji vaba 8 años, murió a los 26 (por lo tanto, ella tenía en ese mo-
1
mento l 8); señala que sentía por él mucho áfecto y gran admira-
,, ción. Era hemofílico, presentaba hemartrosis lo mismo que Pa-
¡ trick, y murió de una hemorragia interna. «Al saber que Patrick
l''Í era hemofílico cambió todo para mí: nos encontrábamos los dos
l'! 1 frente a la cuna para verlo dormir. Ya no dejé solo a Patrick
¡ ni cinco minutos . Todos sus juguetes me parecían peligrosos. Tra-
l
1
taba de impedir que caminase demasiado rápido . Incluso ahora,
1
l para comer, yo le piso la comida; hago todo lo que me pide;
¡j si va al baño, yo voy con él; entretanto, juega conmigo .. . » . Los
problemas sexuales de la señora F. comenzaron cuando se esta-
bleció el diagnóstico de la enfermedad: frigidez, conductas de
evitación de las relaciones sexuales conyugales bajo máscaras ca-
racteriales o conversivas; se creó la pareja madre-hijo, de la que
el marido fue excluido. El mecanismo de esta relación es la hiper-
investidura del hijo, con una valorización absorbente de sus acti-
vidades con el cuerpo de la madre y la exclusión de los objetos
externos susceptibles de resultar peligrosos, así como el autoero-
tismo dentro de una modalidad paralela a la represión secunda-
ria, de la que la madre era presa pasiva. El padre pasa a ser
un personaje de segundo plano, confinado a una posición de po-
sible sustituto materno. Las actividades libidinales de Patrick con '•

los objetos externos y su cuerpo propio se ven así debilitadas. •


1-__as que manipulan el cuerpo materno obtienen la precedencia,
fijando la relación madre-hijo en la siguiente dialéctica: presen-
cia hiperinvestidora y represiva, ausencia intolerable, que deja

al niño sin objeto. La señora F. notó una fuerte reacción depre-
·1 siva de Patrick en el segundo semestre, sin que hubiese interve-
nido ningún episodio somático preciso (la hemofilia fue objeto
:J de diagnóstico durante un examen sistemático). Esta observa-
1
ción es compleja, en la medida en que pone en juego de manera
j conexa tanto el mecanismo de la desinvestidura narcisista como
l
el de la represión primaria: este último ejerce presión sobre las
actividades libidinales del niño, excepto aquellas que consisten
1 en la manipulación del cuerpo de la madre. La desinvestidura
no se efectúa en condiciones satisfactorias a causa del carácter
11 no resuelto de la posición edípica materna: Patrick, hijo simbó-

172
lico del amor con su hermano hemofílico, está signado por un
destino funesto, cuya culpa debe ser reparada por la señora F.

3. Los hiperfuncionamientos del self se asocian


con un insomnio

Sucede como si las intenciones nunca distraídas del cuerpo


erógeno pudieran impedir el sueño del niño. Si es común obser-
var que una ligera actividad autoerótica constituye un buen guar-
dián del sueño del niño pequeño (es clásico el ejemplo del bebé
que hace movimientos de succión con los labios o que duerme
con el pulgar en la boca), ese no es aquí el caso: el bebé despier-
ta para chuparse el pulgar o entregarse a cualquier otra activi-
dad autoerótica o prelúdica. Los bebés menos tolerados son aque-
llos que para dormir exigen el contacto de una parte del cuerpo
materno, cosa que los hace rivalizar con el deseo del padre. Fain
[48) teoriza estos casos mostrando que el equilibrio motricidad-
representación no es aquí satisfactorio: ocurre con estos niños
como si la inestabilidad de su organización psicomotriz tuviese
por corolario la del desarrollo de la representación. La función
representativa no sería lo suficientemente sólida para constituir-
se en guardiana del dormir. La realización alucinatoria del de-
seo bajo la forma del sueño se produce de manera insuficiente,
exigiendo el apoyo de una actividad libidinal. Esta formulación
puede hacerse en términos algo distintos: todo sucede como si
la inestabilidad y la desorganización motoras no permitiesen la
constitución de «huellas somáticas» a partir de las cuales las re-
presentaciones del sueño pudieran ser eficaces guardianas del dor-
mir; entonces se hace necesaria una actividad durante el dormir.
Si ella no basta, el bebé se vuelve insomne. Los trabajos de elec-
troencefalografía clínica confirman estas interpretaciones, mos-
trando dos elementos que evolucionan en forma paralela: exten-
sión del período de vigilia, reducción de la fase paradójica (fase
de los sueños) en el dormir (al nacer, el 50 % del dormir era
paradójico; al año, sólo el 30%). Cabría pensar que el dormir
paradójico constituye un sistema de estimulación interna nece-
sario para el desarrollo del sistema nervioso central, y que es
progresivamente sustituido por estimulaciones provenientes del
ambiente en el curso de la vigilia. El tipo de insomnio que des-
cribimos remitiría a hiperestimulaciones diurnas que vendrían a
remplazar a la fase paradójica.9
9
En la sección sobre hipofuncionamientos del cuerpo libidinal veremos que
existe un insomnio de etiología radicalmente opuesta y cuyo pronóstico es sin
duda mucho más reservado.

173
.~l ·
~
j
1
El afecto de los hiperfuncionamientos libidinales es la angus- \

tia primaria. Esto responde a la teoría general de la angustia:


cuando la situación sexual se descarga insuficientemente, la libi-
do se trasforma directamente en angustia. A diferencia de lo que
formulamos con anterioridad, lO aquí no hay confusión entre las
exigencias de la necesidad y las del deseo, sino una problemática
exclusivamente libidinal. A cada período de la evolución le co.:.
rresponde una angustia distintiva, en tanto la situación traumá-
tica está caracterizada por una hiperexcitación que desborda las
f posibilidades del sujeto .
f El problema clínico de la depresión 11 se puede considerar
1
1 en este contexto. La actitud de repliegue e inacción del niño im-
1l
~
presiona por su indiferencia. Su utilización de los objetos es más
¡; bien una manipulación sin exploración. Los autoerotismos son
1
¡, '
:¡, pobres, y se asocian fenómenos funcionales en forma de anore-
\1 , xia, insomnio y, a largo plazo , adelgazamiento. La angustia do-
:¡: mina el cuadro clínico . Estas condiciones de aparición se resu-
men en la imposibilidad en que está el bebé de entregarse a las
1 actividades libidinales de su preferencia: la meta pulsional no
puede ser alcanzada. El ejemplo más clásico, con mucha frecuen-
1
cia considerado como exhaustivo, está constituido por la pato-
logía de la separación. En un plano más teórico, las actividades
libidinales son defensas ante la posición depresiva del bebé en
oportunidad de la desinvestidura materna.

B. Mecanismos psicopatológicos de los


hiperfuncionamientos libidinales
1. El estudio de estos trastornos funcionales del lactante per-
mite establecer cierto paralelismo con la patología de la desin-
vestidura materna. Esta afirmación inicial, expresada por noso-
~
11 tros en varias oportunidades , reclama precisiones. El análisis de l
IJ ¡.
!j las observaciones clínicas nos impulsa cada vez más a pensar que "f
una desinvestidura materna «normal» casi no cuenta como fac-
tor de una psicopatología del lactante. Lejos de nosotros la idea
de trazar una frontera entre una normalidad hipotética y lo pa-
tológico. Ningún razonamiento nos resultaría posible si decidié-
semos separar los mecanismos de las anomalías mayores y los
de las menores en el curso de la evolución del lactante. Por ejem-
plo, los episodios de succión de los dedos y los vómitos: cuanto
más lograda la desinvestidura materna, según la triple condición

10
Véase la Primera parte.
11
B. Penot [114] reseña la bibliografía existente sobre este punto .

174
~

rí que ya definimos, menos atípicas las conductas del bebé. Las


exageraciones libidinales que entonces pueden observarse son pa-
¡ roxismos pasajeros, cuya repercusión biológica resulta nula. To-
i
do hace pensar que constituyen momentos de la armonización
~
del se/f. La patología del lactante tiene más oportunidades de
'i aparecer, de tener repercusión biológica, de fijarse, cuando la
desinvestidura materna se produce de acuerdo con un modelo
H
!i
ii
'i
j distinto del que hemos definido.
.
¡
El ejemplo más frecuente se encuentra en lo que hemos lla-
mado desinvestidura narcisista de la madre. En este caso lo que
prevalece no es el deso sexual por el hombre, que no constituye
el factor modificatorio de la línea de las investiduras maternas.
El problema para esta mujer reside en su dificultad para investir
un objeto que no sea ella misma; sus posiciones narcisistas go-
biernan sus posibilidades de relación objeta!. El surgimiento de
la unidad narcisista primaria se produce eri favor de un narcisis-
mo secundario que excluye al bebé. Esta modalidad relacional
es completamente distinta de las posiciones represivas maternas,
en las cuales la tendencia es perpetuar la unidad narcisista pri-
maria.
Puede tratarse de una posición estructural1 que justificaría
una reflexión genérica sobre el narcisismo femenino. La posi-
ción materna puede enmascararse en una seudo-desinvestidura
lograda, constituida por' una pareja narcisista: ambos padres for-
man una unidad de identificación, en que el bebé es marginal.
El juego de doble y de espejo no admite a un tercero. Estas «ex-
celentes parejas» no hacen excelentes padres. En otros casos
el narcisismo parece ser una fórmula de reorganización tras la
crisis de identidad constituida por el embarazo. Las defensas nar-
cisistas se desarrollan a partir de una herida relacionada con una
afección personal de la madre, de naturaleza psicológica o so-
mática: suceso familiar, enfermedad de la madre, y sobre todo
afección orgánica o psíquica del bebé, cuyo resultado es pertur-
bar las satisfacciones que la madre puede obtener con este. El
médico sabe que debe gratificar mucho este narcisismo mater-
no, tanto más cuanto que el bebé no se corresponde con el fan-
tasma surgido de los iniciales deseos de los padres.
Ya vimos que las madres narcisistas tenían dificultades para
hacer una «regresión psicótica normal» y presentaban común-
mente una solicitud primaria ansiosa, origen de muchos de los
trastornos funcionales del bebé durante las primeras semanas.
Esta patología de la desinvestidura narcisista repite, entonces,
e incluso acrecienta, la ya inscrita en las fallas de la protección
antiestímulo materna. No parece confirmarse la id~a de que los
trastornos funcionales del lactante, vinculados con su madura-

175
ción, se curan al tercer mes. Lo que fue origen de ellos facilita
su perpetuación, con ajuste a un modelo distinto .

Bernard B., el menor de una familia con cuatro hijos, pre-


senta en el sexto mes, época en que se lo deja con su abuela
materna, un bloqueo de su curva de crecimiento. Paralelamente
se advierte un retraso reciente de su desarrollo psicomotor y un
ligero balanceo cefálico. Por lo demás el niño sonríe, es alegre,
tiene importantes actividades prelúdicas y una intensa actividad
bucal: chupa indistintamente todos los objetos de su entorno y
ha hecho de la boca su principal órgano de exploración. La in-
terpretación del cambio experimentado en este perfil psicológico
L
del niño es esta: durante el primer semestre madre e hijo mantu-
ji vieron un vínculo excepcionalmente estrecho. Bernard es el va-.
'I
!¡ rón tanto tiempo esperado, después de sus hermanas, tres niñas .
j Este vínculo no está exento de dificultades, como lo expresan
! el insomnio de las tres primeras semanas y las dificultades ali-
mentarias de Bernard. Algunas discordancias en la relación
madre-hijo fueron causadas por la breve internación sufrida por
la madre, durante el posparto, a causa de un estado depresivo
con sensible componente psicosomática (hipotensión arterial) . Al
sexto mes, la señora B. reanuda su trabajo y confía el hijo a
su suegra, con quien mantiene relaciones «tensas»: ahora pro-
yecta sobre la madre de su marido sus propias dificultades neu-
róticas. Tiene entonces la impresión de que Bernard ya no le per-
tenece, y describe extensamente la aparición de una indiferencia
afectiva que siente por su hijo en ella misma cuando lo vuelve
a ver. Todo esto parece haber comenzado por una breve secuen-
cia muy significativa: una vez que volvió, al caer la tarde, a bus-
car a su bebé, este prefirió mirar a su abuela en lugar de mirarla
a ella, pese a sus llamados. Durante la internación 12 de Ber-
nard, las relaciones entre el niño y su abuela se atenuaron, en
la medida de los inconvenientes que tenía esta señora para per-
manecer en el hospital. La madre se benefició con algunas sesio-
nes de psicoterapia, y tuvo oportunidad de ver y tocar con fre-
cuencia a su hijo internado (más de lo que antes podía hacerlo,
ya que tomó licencia de su trabajo). Bernard abandonó rápida-
mente sus posiciones regresivas, su actividad autoerótica cedió,
y la curva de crecimiento reanudó su ascenso. Sin embargo, el
retraso de su desarrollo psicomotor continuó señalando cierto
margen hasta el decimoquinto mes.

12 Bernard tiene 10 meses, y ha sido puesto al cuidado de su abuela desde


hace 4.

176
-- ....=
·--:.---,.. --..;._- ~~, ,.
--

La observación de la señora F. esquematiza este imposible


regreso a la genitalidad. Su infancia lleva a escena una madre
pregenital arcaica temible y un padre descrito como «vil, alco-
hólico, amado y seductor»; su adolescencia se ensombrece con
la muerte de este hombre, el odio hacia el padrastro y los repeti-
dos e insatisfactorios pasajes al acto sexual. Se casa con un hom-
bre a quien cree amar, y queda encinta. Algunas semanas des-
pués del parto, su impresión es esta: «Mi bebé se separa de mí».
Entonces comienza a hacer una enfermedad de Crohn, y el bebé,
un mericismo. La evolución de la enfermedad cólica queda inte-
rrumpida por un segundo embarazo. Algunas semanas después
del nacimiento del segundo hijo se produce el tercer embarazo,
seguido de un aborto espontáneo. El segundo hijo desarrolla en-
tonces una inestabilidad psicomotriz importante, con activida-
des autoeróticas polimorfas y un retraso en el desarrollo psico-
motor. Encinta por cuarta vez con un segundo marido, da a luz
a su tercer hijo: cuando este tiene 6 semanas, desarrolla hacia
él una fobia de impulsión, de estrangularlo y herirlo con un cu-
chillo. «Sólo soy feliz estando encinta, y sobre todo al final del
embarazo y enseguida, cuando doy de mamar a mi bebé». En
esta evolución nos parecen claras las equivalencias entre los pa-
sajes al acto, los «embarazos sustitutivos» y la enfermedad psi-
cosomática de Crohn .

2. La disminución cuantitativa -y más todavía la


cualitativa- de los intercambios mutuos entre la madre y el be-
bé se nos muestra como un corolario de las desinvestiduras pa-
tológicas. Esta aserción descansa a contrario en la mejoría de-
terminada por un manejo parental apropiado en la patología fun-
cional del lactante. Esta remite una vez que se han satisfecho
las siguientes condiciones: a) que la evolución psicológica de la
madre, eventualmente en el curso de una psicoterapia breve, le
haya permitido asumir los intercambios mutuos, y b) que se ha-
ya encomendado a una o varias personas del equipo asistencial
la función psicoterapéutica de establecer intercambios mutuos
con el niño.

Observación. Charles A., hemofílico de 7 meses, es interna-


do por primera vez a raíz de hemorragias paralinguales. Lama-
dre presenta una neurosis de carácter, con elementos bastante
profundos del orden de la neurosis de angustia y una posición
normalizante por más de un aspecto agresiva. Cuando se expide
el diagnóstico de enfermedad genética, su angustia pasa a ser
cotidiana. Considera que el hijo está en peligro en cualquier parte,
salvo cuando las actividades libidinales de este se efectúan con

177

h ...... - -""-"
................_________
el cue;po de ella. Charles presenta una importante succión de
la lengua y del pulgar. En el hospital le taponan la hemorragia,
y en los días que siguen a la internación desarrolla una hiperacti-
vidad autoerótica bucal casi permanente que impide el sueño o
lo acompaña, en los términos de lo previsto para la patología
de la separación . Las actividades prelúdicas desaparecieron; su
contacto con las enfermeras casi no existe . Entonces la intensi-
dad de la oralidad frenética determina en forma repetida la reci-
diva de la hemorragia paralingual. Con esto se prolonga el tiem-
po de internación y, más aún, se suceden las internaciones por
causa de recaídas hemorrágicas. De tal manera se cierra el cir-
cuito. La propuesta de visitas continuas de la madre, participa-
ción de esta en los cuidados al bebé y eventualmente su interna-
ción a la par del hijo no mejora la situación, en la medida en
que la señora A. es profundamente regresiva y, en su deseo de
curar a Charles , multiplica las actitudes de seducción y de sofo-
cación hacia él; hay pocos intercambios entre ambos; tras varias
semanas de internaciones intermitentes, las enfermeras se vuel-
ven familiares para el niño . Interesadas en las cualidades rela- ~
cionales de los bebés, se empeñan en establecer intercambios mu-
tuos cada vez más activos con Charles, un bebé muy gracioso.
Esta actitud, que no dudamos en llamar psicoterapéutiéa, no
constituye el nursing clásico sino una escenificación lúdica de
la relación con el niño. La exacerbación centralizada del auto-
erotismo desaparece, en función de desplazamientos libidinales
hacia los objetos y hacia la motricidad estriada. De este modo
el circuito finalmente llega a interrumpirse y la hemorragia cica-
triza.

El hiperfuncionamiento del self indica el fracaso de los inter-


cambios mutuos. ¿Qué sucede entre la madre y el hijo en lugar
de la elaboración transicional? Sucede como si el niño fuese tra-
tado por el yo de la madre en carácter de representante de los
deseos infantiles de esta, reprimidos respecto de sus propios pa-
dres. La madre parece exigir a su hijo que se convierta en sínto-
ma de ese regreso de lo reprimido. En su actitud hemos diferen-
ciado dos extremos:

a. El deseo materno favorece electivamente una de las tres


actividades libidinales del hijo: la madre efectúa una selección,
una elección de investidura en nombre de su bebé, reprimiendo
las otras actividades. La diversidad de las respuestas psicopato-
lógicas del hijo remite a las atipicidades de las investiduras ma-
ternas. El cuerpo del hijo revela las líneas de fuerza del ello ma-
terno. Las zonas de condensación se sitúan en espejo frente a

178

l
r
1
!
- - ~,,,.-

los fundamentos somáticos de la pulsión en la madre. En el ex-


tremo de este punto de vista hemos descrito los cuidados mater-
nos perversos. La importancia de la focalización libidinal en el
cuerpo del bebé se obtiene en detrimento del todo. Hiperinvesti-
do en el nivel focal, este bebé es desinvestido como sujeto. En
estos casos se producen los más monstruosos hiperfuncionamien-
tos fragmentados del selj.
b. La sofocación focal materna es expresiva de la represión
de que es objeto su sexualidad. Objeto oral, anal o fálico, el
bebé se encuentra envuelto en los mecanismos de defensa de la
madre. Su posición electiva, focal o global, es una causa rectora
de centramiento y exageración de las actividades libidinales, y
determina su desorganización. Sobre ella hizo una primera re-
flexión P. Greenacre [68), denominándola «constreñimiento» y
definiéndola de esta manera: «La libre respuesta -por lo co-
mún parcialmente motriz- de que el sujeto es capaz no está auto-
rizada. Este constreñimiento puede aplicarse por medios físicos
como la contención y el enclaustramiento, o por medios psíquicos
como el empleo de amenazas, advertencias y prohibiciones». La
autora señala que el constreñimiento aplicado al niño pequeño
va desde la costumbre enormemente difundida d-e atarle las ma-
nos para impedir que se chupe el pulgar o se masturbe hasta el
caso excepcional en que se lo mantiene en un estado próximo
al de un embalsamado. Piensa que en clínica estos casos no han
sido estudiados a fondo en razón de las grandes reservas que
estas madres muestran frente a los clínicos. Sus conclusiones si-
guen la misma dirección que nuestras hipótesis : «Está claro que
un constreñimiento tan precoz favorece el crecimiento de los ele-
mentos sadomasoquistas del carácter; ( .. . ) estos elementos se
combinarán después con las experiencias de vida que habrán de
canalizarlos. ( ... ) Estos niños presentan una muy pronunciada
erotización del cuerpo, especialmente de la parte que ha sido
inmovilizada».
Hemos cotejado estos fenómenos con la limitación somática
de las actividades libidinales: por ejemplo, la limitación de un
miembro, eventualmente por yeso; así comprobamos que si la
aplicación de una perfusión endovenosa se acompañaba de an-
gustia y depresión en un niño a quien le impedía chuparse el pul-
gar, idéntica perfusión, hecha del lado contrario y que por ese
motivo permitía la succión del dedo, no traía consigo aquellas
reacciones. La intensidad o la calidad de las limitaciones somáti-
cas no son tan determinantes como lo son estas condiciones
espacio-temporales.

179
3. Recordemos, por último, que el sufrimiento focal o glo-
bal del bebé favorece el desarrollo de las actividades libidinales. 13
Comprobamos así una relativa equivalencia económica entre es-
te fenómeno orgánico y las desinvestiduras maternas.
Todos estos mecanismos, que determinan el desarrollo de un
hiperfuncionamiento libidinal focal o generalizado, parecen tanto
más patógenos cuanto que quiebran el continuo de la relación
entre la madre, el selj y el cuerpo biológico. Asignamos impor-
tancia a la brusquedad del acontecimiento que viene a interrum-
pir la evolución intrincada de estos elementos. Por eso creemos
que la desinvestidura materna, cuando es progresiva, puede no
alcanzar en el lactante la repercusión que su brusquedad hubiera
determinado. Una vez más el centramiento exacerbado y los des-
plazamientos libidinales continuos se sitúan en oposición.

Para terminar, resumimos los elementos susceptibles de cons-


tituir un pronóstico:

a. Toda reflexión sobre la semiología del lactante es lacunar.


Lo importante para el futuro está compuesto por los elementos
intrincados: el cuerpo biológico, el seljy las posiciones parentales.
b. Es clásico oponer el pronóstico inmediato al pronóstico
de futuro: sobre la suerte inmediata los signos de gravedad son
esencialmente pediátricos, o sea, la repercusión del cuerpo eróge-
no en el funcionamiento biológico. En esta óptica, nuestra clasi-
ficación de las actividades libidinales según el sentido de la fisio-
logía es interesante por la aproximación a la pediatría que ella
facilita. Cuanto más antifisiológica es la actividad, esto es, cuanto
más pone en juego una estructura perceptivo-motriz original, más
grande es el riesgo de que sobrevengan trastornos funcionales. 14
Nos hemos preguntado si la sofocación (somática o parental) no
sería necesaria para que una actividad erógena alcanzara este ni-
vel de perturbación. Hemos analizado este asunto según el con-
cepto de «mudanza sobre sí mismo», empleado por S. Freud y
retomado recientemente por A. Green [65]. Ocurre como si el
repliegue de las actividades sobre el cuerpo del sujeto, en detri-
mento de los objetos exteriores, le hiciese correr electivamente
un riesgo masoquista primario. No deja de observarse, igualmen-
te, que esta vuelta sobre sí mismo es factor de retraso para el
desarrollo psicomotor.

13
Véase nuestra Segunda parte.
14
M. Soulé ha querido ver en esta orientación antifisiológica la marca del
instinto de muerte contenida en la pulsión libidinal.

180
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c. El centramiento y la exacerbación libidinal en una parte


del cuerpo o una función tienen por corolario un hipofunciona-
miento de distinta topografía y constituyen una disarmonía de
evolución respecto del conjunto . En la medida en que ese estado
se perpetúe, esto es, que el bebé parezca presentar una fijación
en ese tipo de funcionamiento, cabe preguntarse por el devenir
del self y, ulteriormente, por la problemática de la representa-
ción del objeto y del cuerpo .

Esta semiología se resume en una repetición libidinal que se


aísla por condensación de sus fuentes, sin posibilidad resolutiva .
Unicamente los intercambios mutuos de la madre y el hijo
-llegado el caso , de un «sustituto materno» y el niño- pueden ,
por lo que parece, introducir un desplazamiento económico y
topológico a la vez, que rompa el automatismo de repetición .
He ahí el lugar de lo que no hemos dudado en llamar «una psi-
coterapia del bebé», cuyo principio teórico radica en la armoni-
zación de los desplazamientos .

II. Hipofuncionamientos del cuerpo libidinal

A . El mecanismo primordial constituido por


la represión originaria

La repetición de secuencias fusionales cada vez menos adap-


tadas al nivel evolutivo del bebé se fija en un funcionamiento
crítico; el sujeto sigue funcionando según el modelo, de Spitz,
del primer punto organizador, de suerte que toda su actividad
libidinal se expresa en la situación de los cuidados maternos.
Esas secuencias críticas pueden otorgar preponderancia a esta
o aquella zona erógena, a este o aquel órgano, sin organización
autónoma; parecen imponer un esquema estructural que no es
otro que la repetición especular de la investidura materna.
Ocurre como si no hubiese ningún relé digno de ese nombre
entre el bebé y el inconciente materno. El deseo de la madre es
omnipotente sobre el cuerpo de su hijo, y deja fuera de circuito
al elemento moderador constituido por el self. Nunca se insistirá
lo suficiente en la dependencia extrema de estos bebés respecto
de su madre, quien por su parte tampoco se puede despegar.
La repetición de las secuencias críticas agrava este modo relacio-
nal: la presencia física de la madre es necesaria para el funciona-
miento del cuerpo biológico, pero impide el desarrollo de las ac-

181
--------------~
tividades libidinales; con esto, cuanto más se recurre a la investi-
dura materna, menos puede el self desarrollarse.
A minima, esta persistencia de la unidad narcisista primaria
se caracteriza por la dificultad que presentan estos bebés para
desear en ausencia física y psíquica de la madre. Sucede como
si el deseo materno fuese el único objeto posible del deseo del hijo.
Fuera de las secuencias críticas, el cuerpo biológico funciona
en descubierto; su patente desorganización se manifiesta a tra-
vés de trastornos funcionales. Esta comprobación confirma la
función fisiológica que reviste la libido del niño. En el aspecto
clínico sucede como si la energía que hubiera debido gastarse
eróticamente viniese a interferir en el funcionamiento de ciertos
órganos.
Los corolarios de la represión primaria son más patológicos
en ciertas circunstancias:

a. Su intensidad y su extensión son importantes. En ciertos


casos, cuando la madre está ausente, la pobreza de las reservas
libidinales del bebé es tal que el sujeto puede presentar una pa-
tología de la separación, en el sentido que asigna Bowlby a esta
figura. Así, en el plano de una semiología del pronóstico, asigna-
mos importancia a la persistencia y cualidad de las actividades
libidinales, incluso mínimas, fuera de la presencia deseante de
la madre.
b. La cualidad de la unidad narcisista primaria durante las
primeras semanas es un factor fundamental de la solidez del self..
c. Se tomará asimismo en cuenta la brusquedad con que pue-
da efectuarse de manera segunda la represión primaria, con oca-
sión de un acontecimiento.
d. Cada vez estamos más persuadidos de que la persistencia
de la unidad narcisista primaria, más allá de lo habitual, es tan-
to más patógena cuanto más esta última sea por sí misma pato-
lógica, con sus dos extremos: perverso y operatorio. La repre-
sión originaria acentúa entonces la semiología del primer trimes-
tre, acrecentando los trastornos funcionales y reprimiendo las
actividades libidinales restantes.

Dentro de esta patología concedemos importancia al ambiente


no materno del bebé: el padre, por ejemplo, o un hermano ma-
yor. La relación del niño con estos puede establecerse igualmen-
te según el modo de la identificación primaria. En otros casos
servirá de base al desarrollo del self.

182
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-- -· ~

B. Ejemplos semiológicos de trastornos


¡ uncionales
Pueden interpretarse como reflejo de una desorganización del
cuerpo biológico o como llamado imposible a una regresión nar-
cisista primaria continua. Nos hemos preocupado por comparar
los trastornos funcionales con hipótesis modernas acerca de cier-
tos cuadros nosográficos, en especial psicosomáticos y psicopá-
ticos.

1. Nuestras primeras reflexiones se internan en el terreno de


las actuales investigaciones en patología psicosomática. Las «so-
matosis», término empleado por Marty para agrupar las afec-
ciones psicosomáticas, se definen como «una sintomatología de
conducta, sin posibilidad de una manipulación mental patológi-
ca por parte del sujeto» [107]. El autor añade que «la mayor
parte de los seres humanos se agrupa, yo creo, aunque no creo
poder probarlo estadísticamente, en esta clasificación de las so-
matosis». Esta patología se formula como fracaso (parcial) de
la elaboración fantasmática, expresándose por la realidad de las
manifestaciones somáticas. La somatización resulfa, y esta es la
hipótesis fundamental, de una insuficiencia de las funciones re-
presentativas. Nuestra reflexión genética permite plantear la si-
guiente pregunta: ¿puede la pobreza de estas actividades libidi-
nales imaginarse como previa a la pobreza de la elaboración fan-
tasmática ulterior? Cuando M. Fain [92] escribe que «el asma
precoz del segundo semestre aparece como resultado de una inor-
ganización primitiva de tensiones que jamás tuvieron oportuni-
dad de representarse» , no creemos que plantee el problema en
el buen nivel psicogenético: el asma precoz aparece en un perío-
do en que está en juego la problemática del cuerpo erógeno -y
no, todavía, de la representación-. Cabe por otra parte desta-
car que las observaciones estudiadas por este autor conciernen
a niños crecidos y no a lactantes, de manera que los razonamien-
tos etiológicos son en rigor reflexiones a posteriori. Dos investi-
gaciones parecen ejemplares para plantear el problema de las afec-
ciones alérgicas precoces. El artículo de D. W. Winnicott [142]
es tanto más sugerente cuanto que fue pensado por un autor que
no trataba de demostrar las hipótesis que ahora son las nues-
tras. Reúne a un bebé afectado de asma precoz con su madre,
él mismo y un objeto «técnico» que pertenece al pediatra, para
el caso una espátula, dentro de una «situación terapéutica». La
evolución se realiza esquemáticamente en dos tiempos:

183
a. La madre exhibe una serie de actividades represivas dirigi-
das a su bebé, deseoso de tener una activi~ad con la espátula.
b. cuando el bebé, después de algunas sesiones, tiene la po-
sibilidad de manipular este objeto en posiciones diversas, tanto
con las manos como con la boca, las crisis de asma remiten. De
modo, pues, que el hecho de tener la posibilidad de entregarse
a una actividad prelúdica ante la presencia física de su madre
constituye para el niño un núcleo organizador que le permite cu-
rar de su trastorno funcional : en preludicismo remplaza a la pa-
tología biológica.

El lugar del terapeuta está claro, tanto en el holding de la


actividad del niño como en el acto de escuchar a la madre. El
método y la modalidad espacial de la psicoterapia de la primera
infancia encuentran así su definición, recientemente elaborada
por P. Male [106].
En cuanto a la otra investigación, de R. A. Spitz [134], se
refiere al eccema infantiL Dos anomalías se revelan aquí:

a. Hay niños que presentan una marcada predisposición a


las respuestas cutáneas. Por el momento es difícil saber si esta
disposición es congénita o corresponde (más bien) a una intensi-
ficación de las investiduras de la recepción cutánea durante los
más tempranos cuidados maternos .
b. Las madres están dotadas de una personalidad infantil.
Su apego por el niño resulta indudable, pero incluye <<Una hosti-
lidad disfrazada de ansiedad». Su inquietud exagerada sobrecom-
pensa esta hqstilidad inconciente. No les gusta tocarlos, y en for-
ma sistemática los privan de todo contacto cutáneo. El universo
de la población estudiada por Spitz está compuesto por menores
delincuentes, «internadas por inconducta sexual»; muchas están
cerca de la debilidad mental. Por las observaciones del autor no
es fácil hacerse una idea sobre la estructura psicopatológica de
estas muchachas, de quienes sólo se informa sobre sus compor-
tamientos y dichos . El lugar de la agresividad inserta en la uni-
dad narcisista primaria (con su segundo corolario, la represión
originaria) constituye el problema que se plantea. El factor pa-
tógeno no es tanto la persistencia de la unidad narcisista prima-
ria como el carácter atípico de esta, perturbado por la vida insti-
tucional de las jóvenes madres y centrado en la pulsión agresiva .

Nuestro razonamiento descansa en la confirmación, propor-


cionada por los pediatras, de que los niños afectados por estas
enfermedades psicosomáticas presentan pobreza y labilidad de

184
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las actividades libidinales. Si es cierto que el self constituye un


proceso defensivo fundamental frente a un proceso orgánico in-
terno, su insuficiencia contribuye a revelarlo, a saber, en este
caso, la relación antígenos-anticuerpos, que caracteriza biológi-
camente al alérgico. Más hipotética es la respuesta referida al
origen de ese proceso orgánico «que persigue desde adentro,
o sea, de la sensibilidad alérgica» [ 107]; ¿Es posible adherir a los
alergólogos cuando plantean la cuestión en el nivel del intercam-
bio biológico fetal y de los primeros días de vida? ¿Qué parte
tendría la investidura materna en el proceso inmunológico pre-
coz? Existe un paralelismo , especulativo pero interesante, entre
la intrusión biológica materna primera y la de la represión pri-
maria. Sea lo que fuere, lo cierto es que las actividades libidina-
les que debían defender al bebé de esa persecución interna no
lo hacen en razón de la represión originaria. La carencia del self
deja al desnudo el funcionamiento biológico:

Primer caso. El niño hace su crisis cuando es separado de


su madre, «en el momento en que abandona el objeto porta-
dor», en el sentido del sostén que define Winnicott. Este caso
se interpreta así : la madre es la única protección (protector an-
tiestímulo) ante el proceso orgánico. Sin ella, el bebé no tiene
defensas autónomas. Con ella, el self no se puede desarrollar.
Segundo caso. El niño hace su crisis ante la presencia física
de su madre, represora de las únicas defensas posibles que el
bebé puede desarrollar frente a los procesos internos.
En ambos casos, lo importante está en la comprobación de
que las madres de niños alérgicos no soportan que su bebé tenga
una actividad de la cual ellas no son el objeto. El autoerotismo
y el preludicismo se penalizan en favor de un tipo relacional ex-
clusivo. La represión recae sobre todas las actividades libinales,
con excepción de aquellas que utilizan como objeto una parte
del cuerpo de la madre; también puede suponer una selección
más específica entre estas partes. 15

La anulación de una zona erógena puede presentarse como


el resultado de una represión primaria focal. El ejemplo de ello
está dado por «ciertas anorexias nerviosas del segundo trimes-
tre». Su mecanismo es el siguiente: estos niños han sido objeto,
durante sus primeras semanas de vida, de una importante eroge-
nización de la zona oral, por parte de su madre, con fuerte com-

15
Nuestras observaciones en niños aquejados de colitis ulcerosa [70] extien-
den estas formulaciones sobre alergia al terreno de la inmunología y constituyen
un ejemplo descriptivo de estos mecanismos ,

185
1

1
ponente homosexual. Secundariamente, la desinvestidura no se
produce, en virtud de esas mismas posiciones maternas; los mo-
mentos de fusión alimentaria no dejan energía para la oralidad
autónoma. Las actividades de succión son pobres. Esta semiolo-
'
j
i

·J
'
gía aparece en dos cuadros clínicos distintos [90]:
i
'
a. El bebé es inhibido, pasivo, y no siente interés por el am-
.;
! biente . Ocurre como si la represión hubiese sido global.
i
!1 b. El bebé es rebelde, «caracterial» . Es clásico advertir una
intensa inestabilidad psicomotora, actitudes de vigilia intelectual
y psicomotora que revelan la ausencia de represión fuera de la
zona oral o, más generalmente, «digestiva».

Observación. Anna, de 6 meses, presenta una anorexia men-


tal que se corresponde a este tipo clínico. Una breve internación
cancela la represión primaria en condiciones de mayor rapidez
que las acostumbradas; la niña deja el servicio para caer en una
actividad oral desenfrenada, que se acompaña de una bulimia
intensa. Su madre, que no tolera este comportamiento, hace una
crisis de angustia cuyo corolario es una sofocación somática de
la hiperfagia y las actividades de succión. Anna emprende en-
tonces conductas durante las cuales trata de .introducirse diver-
sos objetos, eventualmente peligrosos, en la boca, la nariz, el
ano y las orejas.

Hemos reservado para este mecanismo, del cual es acabado


! '
ejemplo la anorexia mental, el término «desmentida de libido».
La reflexión se hace a partir de observaciones en las que el bebé,
sin regurgitar, no traga el alimento y lo conserva en la boca con
,, notable indiferencia [72] .
.!
li
li
11 Observación. Sylvain es examinado a los 4 años, durante su
j!
¡! internación por anorexia sin eco somático, rituales alimentarios "
:t
ill: y rechazo de todo alimento sólido; el niño conserva en la boca
:1 durante varias horas los alimentos sólidos que se le exige comer.
li Estos síntomas aparecieron en ocasión de un cambio de niñera,
¡!;~ cuando tenía 8 meses, y nunca hasta ese momento había sido
¡~
l. objeto de examen psicológico. La familia es marcadamente pa-
p tológica; el padre es muy débil, aparece relegado, con intenso
ll apego a su hijo; la madre, hondamente perturbada, tuvo episo-
H
11
!l dios depresivos serios que justificaron varias internaciones, y fe-
i nómenos de orden psicosomático. Hijo único, Sylvain nació des-
¡j
¡¡ pués de dos abortos espontáneos de la madre y de un embarazo
I: muy difícil, plagado de episodios depresivos. Durante el primer
'
~ ·'

¡,
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!; 186
• ---- ~ - · ~_;,.¡'·

trimestre no presentó anorexia, pero sí diarrea, que obedecía a


problemas de régimen. Estuvo con niñera desde el término de
la licencia laboral de su madre. Al séptimo mes, en oportunidad
de un cambio de domicilio parental, cambia la niñera y con ello
el comportamiento de Sylvain: era solícito con todos y se volvió
indiferente; a los 3 meses se reía a carcajadas, mientras que aho-
ra apenas si juega; comienza la anorexia y a esta siguen sus par-
ticularidades alimentarias. La tentativa de colocarlo con una ter-
cera niñera agrava la situación; como nadie quiere ocuparse de
él a causa de su apetito, Sylvain se queda con la abuela materna
que a su vez es anoréxica. No obstante una inteligencia y un de-'
sarrollo psicomotor y lingüístico normales, Sylvain impresiona
por la pobreza de su contacto y de sus actividades lúdicas, pla-
gadas de estereotipos. Muy angustiado durante las diversas en-
trevistas en que participó, repite cierta cantidad de palabras cla-
ve, y casi no dibuja otra cosa que líneas y círculos de una mane-
ra obsesiva, sin figuración. Impulsivo, violento, golpea al adul-
to que pretende darle de comer; extremadamente celoso de sus
compañeros, desarrolla respecto de ellos elementos interpretati-
vos. Sylvain es minucioso, frío, falto de ternura, taciturno. Nos
impresionó la connotación persecutoria vehiculizada por el ali-
mento: es como si el síntoma obrase, lo mismo que las defensas
obsesivas ulteriores, como último baluarte contra la incorpora-
ción de un objeto malo, persecutorio. Escenifica una barrera con-
tra un proceso psicótico muy activo. Los padres no aceptan nin-
guna propuesta terapéutica, y el niño vuelve a ser visto a los 8
y los 9 años. Su comportamiento alimentario no se ha modifica-
do; la anorexia sigue siendo severa, sin repercusión somática;
el insomnio es tenaz. A veces llega a comer con normalidad, pe-
ro nunca en presencia de sus padres ni de su abuela.
Es como si el lactante no hubiera investido con cierta cuali-
dad, del orden de la nutrición si no del placer, el alimento que
percibe. El percepto intrabucal es desmentido. Este comporta-
miento es estrictamente opuesto al del mericismo. Aquí el ali-
mento es deslibidinizado. No se lo incorpora ni se lo proyecta:
no es tragado, no es vomitado; se constituye como tapón, opuesto
al atiborramiento materno. Se presenta como laguna dentro del
se/f. En este nivel, el órgano no funciona en sentido fisiológico,
y tampoco antifisiológico. La zona es topográficamente neutra.16
El alimento se evade de la selección pulsional primaria, primera
función atributiva del juicio : no es ni bueno ni malo. La des-
mentida ( Verleugnung), la desmentida del percepto y, con ello,

16
Hemos notado que algunas constipaciones del niño pequeño obedecían
al mismo proceso, en que el bolo fecal era objeto de desinvestidura.

187
de su connotación libidinal, se establece en un nivel en que el
juicio no se plantea, ni. :n su afirm~ción, que sustituye a l~ ab-
sorción, ni en su negacion, que sustituye al rechazo. Nos situa-
mos en la línea de las advertencias de S. Freud, cuando insiste
en la necesaria anterioridad de la función atributiva del juicio
respecto de la realidad; entonces, ausente su cualidad, el objeto
presente ya no es reconocido como real. Si la libido se anula,
el percepto desaparece. La anulación libidinal tiene por corola-
rio la desaparición de la necesidad de alimentarse; la desmentida
del placer determina la de la necesidad; para ser alimento, un
objeto requiere de soporte erógeno.
¿Cuál es el origen de esta anulación segunda de la zona oral,
que quita al alimento su sentido fisiológico y libidinal? La pri-
mera escucha del discurso materno muestra la importancia de
la represión en cuanto a las secuencias de placer con el niño;
la muestra, más exactamente, en el campo -privilegiado, a esa
edad- de la oralidad. Con mayor precisión, hacemos dos com-
probaciones no contradictorias:

a. Durante lafeeding situation, la relación madre-hijo con-


lleva, en las primeras semanas de existencia, una intensa orali-
dad. La avidez del niño se establece en espejo del placer de su
madre en alimentarlo con violencia, rapidez e intensidad . En un
segundo tiempo, el apetito del bebé es reprimido.
b. La actitud materna impide electivamente toda actividad
de succión de su hijo con el alimento o (cosa que viene a ser
lo mismo) con partes de su propio cuerpo.

En algunas observaciones nos ha parecido encontrar que to-


da actividad referida a la boca -y sin duda, de un modo más
amplio, al tubo digestivo por entero- se hallaba desprovista de
libido. El gesto alimentario es solamente operatorio. Es como
si la anulación oral que se verifica en el lactante debiera remitir-
se a la generación de la madre. El cuerpo del hijo es vivido como
tubo digestivo al que se debe llenar y vaciar, respecto de lo cual
la madre se siente todopoderosa. Parece que creyera que el cuer-
po digestivo de su bebé no puede funcionar sin ella. El juego
del lactante con la comida, lo mismo que la succión, no son en
sentido estricto prohibidos por la madre, sino que más bien ca-
recen de interés para ella. En una de nuestras observaciones, 17
el lactante había sido alimentado al pecho por su madre durante
dieciocho meses, pero parecía que no por un deseo fusiona!, si-
no por la necesidad que ella tenía de aliviar su tensión mamaria,
17
Niño afectado de colitis ulcerosa [70] .

188
-
en lo cual el niño funcionaba como bomba aspirante. Dentro
de este comporta~iento, la comida es objeto de necesidad y no
de goce, y en razon de ello es rechazada por el niño. Nuestra
proposición se refiere a los cuidados maternos operatorios se-
gún los definimos anteriormente. En realidad, la relación con
el bebé varía a medida que pasa el tiempo. En ciertas mujeres
ocurre como si existiese un período operatorio de sus cuidados
que comprendiese una pasajera retracción fantasmática. Posi~
ciones maternas de esta especie explican mejor las observaciones
en que actividades orales totalmente satisfactorias aparecen se-
guidas de anorexia. Un ejemplo de ello nos lo ofrece el descubri-
miento, en el segundo semestre, de alguna enfermedad metabó-
lica, lo que confiere un sentido especial a los alimentos ingeridos
en el marco de una austeridad dietética; la madre se trasforma
bruscamente en ansioso personal de sanidad; ya no permite que
la boca de su bebé se dedique a cualquier otra actividad que no
sea la ingestión de alimentos aceptables según el punto de mira
de la enfermedad metabólica. En otros casos, es en oportunidad
de una internación o de una colocación en guardería cuando el
niño resulta desinvestido en el nivel de sus actividades orales.
El insomnio del segundo semestre es menos frecuente que el
observado en las primeras semanas de vida. Va unido, sin em-
bargo, de un modo totalmente característico, a la psicopatolo-
gía que se liga al hipofuncionamiento del cuerpo erógeno. Nos
sumamos a los pediatras en destacar el valor prognósico de em-
peoramiento que conlleva para esta época la aparición del in-
somnio, acompañado de una intensa ansiedad. Adherimos a las
hipótesis de Soulé [92] cuando escinde la psicopatología del dor-
mir en dos bases fisiológicas, utilizando las similitudes entre clí-
nica y electroencefalografía experimental: a) el adormecimiento,
y b) la función onírica.
El insomnio de las primeras semanas parece ligado con una
deficiencia constitutiva del proceso alucinatorio primario como
alteración de la unidad narcisista inicial. Aquí las cosas suceden
como si la presión represiva materna alcanzase a este proceso
alucinatorio, fundamento de la actividad onírica, de la misma
manera en que durante el estado de vigilia son reprimidas las
actividades libidinales del bebé . Así los sueños, guardianes del
dormir, no se producen. Sin embargo, todavía no se ha demos-
trado en el plano fisiológico que esta presión materna determi-
nase un descenso cuantitativo del dormir paradójico, fundamento
de la función onírica.

2. Algunas actividades psicomotrices del lactante no parecen


llevar consigo una participación libidinal importante. El señala-

189
1l
miento nosográfico es todavía, sin lugar a dudas, muy vacilante: i

a. Dos de las tres reacciones afectivas descritas por Watson


[ 1918, en 68], el miedo y la furia, corresponden a una actividad
«sin carácter libidinal». En la conducta considerada como res-
puesta de miedo, «el niño contiene fuertemente la respiración,
hace con las manos movimientos de aprehensión al azar, cierra
repentinamente los párpados, repliega los labios y se pone a gri-
tar» . En la furia, «el niño agita pies y manos, que proyecta en
todas direcciones, y contiene la respiración hasta que su rostro
se vuelve carmesí. Estas reacciones se prolongan hasta que la
situación irritativa se distiende , e incluso a veces duran algo más .
Esta conducta se presenta como una reacción agresiva ante una
situación determinada». G. Boulanger [17) muestra la continui-
dad que existe en el niño entre los gritos de las primeras semanas
y estas conductas.
b. Los gestos autodestructivos observados en bebés que pre-
sentan un insomnio tenaz hiperansioso son del mismo tipo. Du-
rante mucho tiempo los psicoanalistas los confundieron con una
tentativa de erotización motriz, semejante a la succión del pul-
gar durante el dormir; no hay aquí, en realidad, la «coexistencia
libidinal» que caracteriza al masoquismo primario.
c. Ciertos movimientos manuales de los bebés inquietos de-
ben ser diferenciados de la inestabilidad psicomotriz según la he-
mos descrito al tratar de las hiperactividades erógenas: los obje-
tos exteriores son pobremente investidos, y su manejo parece re-
ducirse a la dimensión kinestésica del hecho de explorarlos. Es
como si el objeto debiese simplemente reducir una tensión me-
nor sin participación selectiva. El bebé se activa, por lo que pa-
rece, para ocuparse con tristeza en secuencias cortas, repetitivas
y no creadoras . La frustración del objeto exterior casi no le im-
porta; la intervención de nuevos objetos para manipular no de-
termina un enriquecimiento de la atención. Hemos calificado es-
tas actividades como operatorias: pueden ir acompañadas de un
autoerotismo y de manipulaciones sobre el cuerpo parcial de la
madre, que escapan a la represión.
d. Cabe pensar que la pobreza de estas actividades, en eco-
nomía y en especificidad, puede comprometer el desarrollo psi-
comotor e intelectual del bebé. Es como si la presión represiva
materna pudiese bloquear la integración gestual de manera glo-
bal y focal. Este bloqueo de las líneas de desarrollo, o déficit
de integración primario [62), debe diferenciarse de la inhibición
motriz en un cuadro de depresión, así como de la patología le-

190
r

sional. Con esta comprobación asociamos los dos elemento d l


. d l . s e
fut~ro ps.1cor~,otor e. mño. En ~rimer lugar, los trastornos de
la s1mbohzac1on motnz y perceptiva y las perturbaciones som _
tognósicas [4, 14, 15] . Y en segundo lugar, la patología deficit:-
ria. El déficit depende de la ausencia de investidura de esta 0
aquella actividad, y no de una afección neurológica. Los tras-
tornos psicomotores simbólicos no están vinculados con déficit
sino con anomalías, en más o en menos, de la motricidad e~
la primera infancia. El desarrollo de la acción y la coordinación
entre las acciones constituyen las bases de las actividades opera-
torias. Esta patología tiene un amplio espacio en el marco de
las psicosis de caracterización deficitaria .
e. El problema de la impulsividad del bebé ha sido conside-
rado central , durante un coloquio reciente [23], para las investi -
gaciones genéticas referidas a la psicopatía del niño; así se obtu-
vo el concepto de núcleo psicopático precoz , más como la ins-
tauración de una disposición psicosomática que de una constitu-
ción . Este término es afín a «psicopatía primaria», en el sentido
que le da J. de Ajuriaguerra [4], un núcleo a disposición del su-
jeto, y que tiene varias posibilidades de evolución ulterior: En
primer lugar , este tipo de funcionamiento se sitúa más allá de
las reflexiones psicosociales institucionales (comprendidas las fa-
miliares y sociológicas). En segundo lugar, se sitúa también más
allá de la problemática del comportamiento en el niño, fantas -
ma actuado, significado por la prevalencia del juego sobre la
verbalización, inscrito en la historia libidinal del sujeto . U na de
sus características es la pobreza de elaboración de los conflic-
tos en el plano psíquico. Se advierten ausencia de angustia y de
culpabilidad , inafectividad, ausencia de motivación a largo pla-
zo e incapacidad para soñar, en el sentido que da W . Bion a
esta figura . En su devenir, el núcleo psicopático precoz se orga-
nizaría al amparo de una escisión del yo . Y por último , el acto
impulsivo es una descarga cuya connotación libidinal es escasa
o inexistente. D. Brauschweig [23] lo expresa como la insuficien-
cia de la protección antiestímulo autónoma: estos sujetos no tie-
nen recursos para deferiderse de estimulaciones demasiado in-
tensas y reaccionan en cualquier caso de un modo impulsivo ,
con una motricidad no erotizada, desintrincada . Si se produjese
una erotización secundaria, se orientaría a posiciones masoquis-
tas o sádicas. Su total incapacidad de espera señala en estos su-
jetos la ausencia de mecanismos de ligazón, por libidinización,
de la agresividad libre.
El tipo de investidura materna parece ser especial. El con-
cepto de carencia de investidura, tal como fue delineado por J.

191
Bowlby [20], no se corresponde con la fineza de la clínica. La
«madre paucivalente», expresión empleada por J. van Phiel God-
frind [23], se caracteriza por una carencia de la diversidad de
las investiduras del niño -eso que nosotros denominamos «in-
tercambios mutuos»- en favor de las secuencias de investidura
primaria fuertes. Así es nuestra descripción de la represión ori-
ginaria, que además aquí parece especificarse en las actividades
prelúdicas del niñ.o. Formulamos la hipótesis de que la patología
psicosomática aparecería efectivamente en la represión de las ac-
tividades autoeróticas y de las manipulaciones del cuerpo par-
cial de la madre. La patología psicomotriz tendría su etiología
predominante en la presión sobre el preludicismo.
Dos padres de niños psicopáticos se expresan como sigue, en
las primeras entrevistas. La señ.ora B. : «Era prematuro, un po-
llito insignificante, y yo que era muy torpe y estaba siempre en-
cima de él, y él que siempre comía mal, aunque yo lo hacía co-
mer inclusive de grande, y después que no soportaba verlo sopar
su tostada en la leche ... igual que el padre» . El señ.or P.: «Des-
de que Philippe nació dejaste de ser una esposa para mí; ya de-
masiado querías a tu padre» .
El elemento persecutorio no forma parte del núcleo psicopá-
tico primario: vendría, sí, a enriquecer de modo secundario su
semiología. El rechazo motor del deseo materno y, a la inversa,
las actitudes pasivas del bebé frente a la presión represiva mater-
na incitan a unas reflexiones básicas sobre la génesis de la
proyección.
Llegamos al concepto de personalidad «as if» [«como si»]
descrito por H . Deutsch; el cuerpo no es más que mimetismo;
su actividad es el reflejo de la del otro. El niño está empeñado
en una seudoimitación -en el sentido. que da a esto J ean
Piaget-, sin relación afectiva con el objeto. Su enorme pasivi-
dad plástica, su conformidad respecto de la regla , encubren una
gran hostilidad, que puede expresarse de manera bizarra en ex-
plosiones de furia primitiva. Es como si estos sujetos intentasen,
por imitación, colmar indefinidamente las brechas de la identifi-
cación primaria.

Estas dos descripciones semiológicas no son líneas exclusivas


de desarrollo . Nuestro procedimiento consistió en compararlas
con cuadros nosológicos conocidos . Tienen en común un movi-
miento regrediente, a saber, que estrechan el cuerpo biológico
y el libidinal. Es fundamental la fijación , que mantiene la econo-
mía en sus fuentes e impide el desarrollo de la representación.
En torno de este punto de arraigo, los hiper y los hipofunciona-
mientos del self se asocian según un modo focal, y se alternan:

192
.... ....
-, .~ ,......~"""' - -"''

particularmente sugestiva es la oscilación de ciertos lactantes en-


tre las hiperactividades eróticas y los trastornos funcionales.
El tratamiento de las atipicidades del se/j contiene dos ele-
mentos que es conveniente asociar en las mismas secuencias: 1) El
principio de una psicoterapia del lactante reside en la práctica
de los intercambios mutuos. Si resulta posible, es siempre desea-
ble. Se distingue de las demás técnicas; tiene por objetivo una
contribución del terapeuta: cuidados de enfermería, kinesiotera-
pia, lo comprendido por la palabra nursing. 2) La psicoterapia
de los padres sale beneficiada si se sitúa dentro mismo de los
intercambios mutuos entre el bebé y el terapeuta. Así ocurre con
los abordajes psicológicos cotidianos de los pediatras. La im-
portancia de las perturbaciones psicopatológicas parentales jus-
tifica, en otros casos, psicoterapias clásicas.

El primer año en su último tramo, cuando aparece la angus-


tia al extraño, constituye, con el segundo, un período de revolu-
ción. La autonomía de la función representativa se desprende
de las experiencias sensoriomotoras de la edad. En la economía
psíquica interviene una nueva fuerza, en virtud de su liberación
tras su apego somático inicial: la actividad psíquica. El psiquis-
mo, la mentalización, y en paralelo la simbolización, intervie-
nen como entidad diferenciada, bien pronto principal. Toda psi-
copatología era somática~ La psicopatología nace in se.
Entre el antes y el después, los intentos de correlación -las
observaciones longitudinales- muestran hoy la profundidad del
cambio. Ruptura de la historia, más bien, comienzo de la cons-
trucción histórica del sujeto .

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René-R. Held, Problemas actuales de la cura psicoanalítica
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Erving y Miriam Polster, Terapia guestáltica
Susana E. Quiroga, comp., Adolescencia : de la metapsicología a la clínica
Ginnette Raimbault , Pediatría y psicoanálisis
Car! R. Rogers, Grupos de encuentro
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Cl1fford J. Sager, Contrato matrimonial y terapia de pareja
!sea Salzberger-Wittenberg, La relación asistencial. Aportes del psicoanáli-
sis kleiniano
Sami-Ali, El espacio imaginario
Jrwin G. Sarason, comp., Ciencia y teoría en psicoanálisis
Thomas J. Scheff, El rol de enfermo mental
William C. Schutz, Todos somos uno. La cultura de los encuentros
María E. Sirlin, Una experiencia terapéutica. Historia de un grupo de ni-
ilos de 5 ailos
Leonard Small, Psicoterapia y neurología. Problemas de diagnóstico di fe-
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rencial
Ross V. Speck y Carolyn L. Attneave, Redes familiares
Thomas S. Szasz, El mito de la enfermedad mental
Thomas S. Szasz, Ideología y enfermedad mental
Carter C. Umbarger, Terapia familiar estructural
Denis Vasse , El ombligo y la voz. Psicoanálisis de dos niños
Earl G. Witenberg, comp. , Exploraciones interpersonales en psicoanálisis
Roberto Yañez Cortés, Contribución a una epistemología del psicoanálisis
Jeffrey K. Zeig, Un seminario didáctico con Milton H. Erickson

Obras en preparación

Carol M. Anderson y Susan Stewart , Para dominar la resistencia


Jean Laplanche, Problemáticas (4 vols.): 1: La angustia; 2: Castración. Sim-
bolizaciones
David Maldavsky, Estructuras narcisistas. Constitución y trasformaciones
Juan David Nasio, Los ojos de Laura. El concepto de objeto a en la teoría
de J . Lacan
Michele Ritterman, Empleo de hipnosis en terapia familiar
Sami-Ali, Lo visual y lo táctil. Ensayo sobre la psicosis y la alergia
Carl Whitaker, De la psique al sistema. Jalones en la evolución de una te-
rapia: escritos compilados por John R. Neill y David P . Kniskern

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l
j
·~

Obras completas de Sigmund Freud

Nueva traducción directa del alemán , cotejada por la edición inglesa de Ja-
mes Strachey (Standard Edition of the Complete Psychological Works of
Sigm11nd Freud), cuyo ordenamiento, prólogos y notas se reproducen en
esta versión.

Presentación: Sobre la versión castellana


l. Publicaciones prepsicoanalíticas y manuscritos inéditos en vida de Freud
(1886-1899)
2. Estudios sobre la histeria (1893 -1895)
:~. Primeras publicaciones psicoanalíticas (1893-1899)
4. La interpretación de los sueños (l) (1900)
éí. La interpretación de los sueños (II) y Sobre el sueiio (1900-1901)
o. Psicopatologia de la vida cotidiana (1901)
7. "Fragmento de análisis de un caso de histeria" (caso " Dora " ), Tres en-
sayos de teoría se.rual , y otras obras (1901-1905)
8. El c"h'iste y su relación con lo incon ciente (1905)
9. El delirio y los suet1os en la "Gradim " de W. Jensen, y otras obras
( 1906-1908)
l O. " Análisis de la fobia de un nii'io de cinco ai'ios"' (caso del pequeño Hans)
y "A propósito de un caso de neurosis obsesiva" (caso del " Hombre
de las Ratas") (1909)
11. Cinco crir{ferencias sobre psicoanálisis, Un recuerdo infantil d.e Leo-
nardo da Vinci , y otras obras (1910)
12 . ' ·sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente" (caso Schre-
her), Trabajos sobr<> técnica psicoanalítica, y otras obras ( 1911-1913)
1:3. Tótem y tabú, y otras obras (191:3-1914)
14. "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico ", Trabajos
sobre metapsicología, y otras obras (1914-1916)
1:S. Cmifprenóas dR introduC<"ión al psicoaruílisis (partes I y II) (1915-1916)
lfi . Cmifprencias de introducci<ín al psicoanálisis (parte III) (1916-1917)
17. " De la historia de una neurosis infantil" (caso del "Hombre de los Lo-
bos") , y otras obras (1917-1919)
1.8. Más allá d.el prindpio de placer, Psicología de las masas y análisis
del yo , y otras obras (1920-1922)
19. El yo y el ello, y otras obras (1923 -1925)
20. Presentación autobiográfica, Inh ibición, síntoma y angustia, ¿Pueden
los legos ejercer el análisis?, y otras obras (1925-1926)
21. El porvenir de una ilusión. El malestar f:'n la cultura, y otras obras
(1927-1931)
22. N uevas coriferencias de intrudur·ción al psicoanálisis, y otras obras
( 19:12-1936)
2!3. Moisés y l.a religión rrwnoteísta, Esqu.etna del psicoanálisis, y otras obras
(l 9!37- 1939)
24. Indices y bibliografías

,~~ ~~-
, ,.,,. ., .;

1i Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellane-


¡ da, provincia de Buenos Aires, en diciembre de 1987.
'
Tirada de esta edición: 1.500 ejemplares.

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