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Te contamos una historia de Mendoza

(de la conquista a nuestros días)


Universidad Nacional de Cuyo
(Mendoza, República Argentina)

Rector
Ing. Agr. Arturo Roberto Somoza
Vicerrector
Dr. Gustavo Andrés Kent
Secretario de Extensión Universitaria
Lic. Fabio Luis Erreguerena

Ediunc
Editorial de la Universidad Nacional de Cuyo

Directora
Lic. Pilar Piñeyrúa

La publicación de esta obra ha sido


recomendada por el Comité Editorial
(Ediunc, Universidad Nacional de Cuyo).

Proyecto financiado con aportes del Fondo Provincial de la Cultura;


Secretaría de Cultura de la Provincia; Gobierno de Mendoza (2008).
Te contamos una historia de Mendoza
(de la conquista a nuestros días)

María Teresa Brachetta

Beatriz Bragoni

Virginia Mellado

Oriana Pelagatti

Ilustraciones de Gabriel Fernández

Ediunc
Mendoza, 2011
Te contamos una historia de Mendoza: de la conquista a nuestros días / María Teresa
Brachetta… [et.al.] ; ilustrado por Gabriel Fernández. – 1ª ed. – Mendoza: Editorial de la
Universidad Nacional de Cuyo – Ediunc, 2011.
200 p.; 24 x 15 cm – (Ida y vuelta; 1)
isbn 978-950-39-0274-5
1. Historia de Mendoza. i. Brachetta, María Teresa ii. Bragoni, Beatriz iii Mellado,
Virginia iv. Pelagatti, Oriana v. Fernández, Gabriel, ilus.
cdd 982.62

Te contamos una historia de Mendoza


(de la conquista a nuestros días)

María Teresa Brachetta


Beatriz Bragoni
Virginia Mellado
Oriana Pelagatti

Ilustraciones: Gabriel Fernández

Primera edición, Mendoza 2011


colección ida y vuelta n° 1

isbn 978-950-39-0274-5

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723


© Ediunc, 2011
http://www.ediunc.uncu.edu.ar
ediunc@uncu.edu.ar
Impreso en Argentina - Printed in Argentina
Prólogo

Este libro ofrece una nueva historia de Mendoza con el fin de acercar | xi
una visión del pasado provincial atenta a las relaciones entre sociedad,
política, economía y cultura en el largo plazo. Los avances producidos
en el conocimiento histórico en los últimos 20 años justifican amplia-
mente el esfuerzo de crear un relato capaz de integrar las diferentes
dimensiones de la vida histórica con un lenguaje accesible al gran
público, en especial a los lectores más jóvenes, sin que ello suponga
sacrificar la complejidad del conocimiento histórico.
No se trata de escribir para un público imaginario. Cada una de las
autoras de estas páginas enfrenta cada año el desafío que implica ense-
ñar historia, por lo que ninguna es ajena a las dificultades del aprendi-
zaje de una disciplina milenaria que cada día despierta menos interés
en las aulas, aunque lo gana por circuitos alternativos al sistema educa-
tivo formal. He aquí una paradoja que desvela a todo profesional que
ha hecho de su vocación por el saber histórico su oficio.
Es algo sabido que, desde hace algunos años, tanto el pasado remoto
como el más reciente ejercen una atracción inusitada. También se sabe
que no se trata de un fenómeno social y cultural exclusivamente argen-
tino. La obsesión por los orígenes y la construcción de genealogías abar-
can el deporte, las fiestas y el arte, las instituciones y organizaciones
políticas, los movimientos sociales y religiosos, los pueblos, los barrios
y clubes, las familias… Y también se manifiesta abiertamente entre los
individuos. Suelen ser pocos los que en las redes sociales evitan la ten-
tación de trazar su propia biografía a través de una selectiva muestra de
fotos o la exhibición de videos familiares que registran festejos privados
e íntimos.
Historiar e historiarnos constituye un ejercicio de memoria selec-
tivo, generalmente incompleto, que en ocasiones permite mirarnos y
reconocernos como parte integrante de una familia, un grupo o una
comunidad política a la que habitualmente se identifica con el Estado-
nación.

Prólogo
Estas formas persistentes de apelación al pasado grupal o individual
se diferencian de las formas utilizadas por quienes se dedican a hacer
de la historia un oficio o una profesión, en cuanto las herramientas que
estos utilizan se basan en reglas aceptadas como legítimas por la comu-
nidad de historiadores; reglas que, como en todas las otras ciencias,
cambian con el tiempo. Es bien cierto que las formas de hacer historia
se han transformado mucho desde los tiempos en que Herodoto narró
los pormenores de las guerras entre griegos y persas para que las nuevas
xii | generaciones tuvieran algún registro del tiempo vivido por sus antepa-
sados. Con todo, y a pesar de los cambios habidos al interior de la disci-
plina histórica, en la actualidad existe un consenso bastante extendido
que la define como una operación intelectual derivada de interrogan-
tes o inquietudes surgidas del presente que vive el historiador, quien
formula hipótesis o conjeturas cuya eventual verificación le permite
brindar explicaciones de la experiencia social del pasado a partir de las
huellas o testimonios dejados por sus protagonistas.
Por lo tanto, el conocimiento histórico es indirecto. Como el pasado
es irrecuperable, al historiador no le queda otro camino que conten-
tarse con reconstruirlo. Debe probar y argumentar cómo los hombres y
mujeres vivieron los tiempos que él pretende historiar. Naturalmente,
no se trata de un asunto sencillo, porque para capturar la especificidad
del pasado, el historiador debe despojarse lo más posible de sus propias
visiones de época a los efectos de controlar posibles anacronismos y no
interpretar el tiempo que ha sido con los ojos del presente.
Desde luego, esta advertencia no significa que el historiador deba
encapsularse o cultivar una historia despojada de conflictos como un
anticuario que preserva objetos y cosas viejas. Tampoco significa que no
pueda formular sus opiniones como cualquier ciudadano. Lo que trata
de hacer el historiador al que le interesa capturar los contextos, las per-
cepciones y las sensibilidades de otros tiempos es –como decía un pres-
tigioso historiador inglés– ponerse en los zapatos de quien estudia para
de esa forma entender mejor qué distingue al pasado del presente que
le toca vivir. Cuenta para ello con la ventaja de conocer el curso histórico
posterior que los actores no podían saber ni, en ocasiones, imaginar.
Hay otras cualidades que también conviene señalar en esta apretada
y necesaria caracterización de la historia y del oficio de historiar. Una
de ellas reside en el repertorio de objetos, enfoques y métodos que esta
disciplina comparte con otras ciencias sociales, ya que los historiadores,
en lugar de aferrarse a un único modelo analítico, tienden más bien a

Te contamos una historia de Mendoza


adoptar o combinar más de uno en orden a mejorar la compresión de
la complejidad de la experiencia histórica, que por su propia naturaleza
es diversa y plural. Esta especie de plasticidad, que se distingue de cual-
quier tradición histórica, ha sido vista en ocasiones como un problema.
Sin embargo, en rigor de verdad, constituye una ventaja, ya que ha per-
mitido formular nuevas y renovadas preguntas sobre la experiencia his-
tórica.
Otro aspecto que distingue a la historiografía contemporánea es su
proliferación temática y metodológica, algo que ha llevado a algunos | xiii
a afirmar que el objeto de la historia ha perdido unidad, descompo-
niéndose en un sinfín de relatos o historias mínimas, dificultando la
posibilidad de agruparlos en una visión totalizadora de la vida social.
Esa diversificación y expansión de los estudios históricos está casi en
las antípodas de las historiografías forjadas en el siglo xix, cuando el
Estado, la política y los hombres que contribuyeron a edificar las fla-
mantes naciones nacidas de la era de las revoluciones –y que sentaron
las bases del mundo contemporáneo– constituían la médula de la inda-
gación de los historiadores. A partir de entonces, el conocimiento histó-
rico estuvo al servicio del poder del Estado, y la historia –al igual que la
geografía– operó decididamente en la pedagogía cívica instrumentada
por las élites dirigentes de cada país a los efectos de crear lazos y sen-
sibilidades colectivas que afianzaran el sentido de pertenencia de los
habitantes en referencia a la nación.

El despertar de Clío

El siglo xx dio lugar a una verdadera revolución en la formas de hacer


historia. Un puñado de historiadores que vivió la debacle abierta con la
Primera Guerra Mundial lideró un movimiento de reformulación radi-
cal de la disciplina, poniendo en jaque los temas y métodos de las his-
toriografías que habían hecho de lo público, lo político o lo estatal el
objeto primordial de sus investigaciones. De cara a las prescripciones de
quienes se adscribieron al llamado método crítico y erudito –un método
puesto al servicio de la construcción del Estado-nación en el largo siglo
xix–, y convertida la historia nacional y de sus héroes en instrumento
de pedagogía cívica para afianzar el vínculo entre los habitantes y el
Estado, los historiadores decepcionados con este papel oficial reservado
a la disciplina propusieron nuevos formatos y estilos que enarbolaban

Prólogo
lo social como objeto privilegiado. A partir de entonces, lo político fue
desplazado del centro de interés –o, en el mejor de los casos, pasó a
competir con temas sociales, demográficos, económicos y culturales–,
poniéndose así sobre el tapete la naturaleza multidimensional de la
vida histórica.
Tal desplazamiento respondía a dos procesos simultáneos y con-
vergentes. Por un lado, el cambio historiográfico tenía su origen en el
fecundo contacto de la historia con los objetos y métodos de otras disci-
xiv | plinas sociales (como la sociología, la antropología, la geografía, la eco-
nomía, la sicología y la lingüística); por otro, la renovación en las formas
de hacer historia hundía sus raíces en el nuevo clima de incertidumbre
que había remplazado al sistema de creencias tradicionales y que tenía
como núcleo a la noción de progreso. Frente a esta radical mutación,
la noción de temporalidad no podía permanecer intacta, por lo que la
visión unidireccional entre pasado-presente-futuro, que por siglos había
estructurado la cosmovisión del mundo moderno, habría de quebrarse
casi por completo.
Un célebre intelectual francés, Paul Valéry, adujo que al tiempo
dominado por las certezas le había seguido una era de «suspenso de lo
incierto» (Febvre, 1993, p. 45). Por su parte, Lucien Febvre (1993), uno de
los padres fundadores de la historiografía contemporánea, afirmó que las
dos Guerras Mundiales habían roto aquella concepción del tiempo en
que «vivíamos sin temor y sin esfuerzo sobre nociones elaboradas lenta
y progresivamente en el curso de los años» (p. 40-41). Por consiguiente,
el nuevo clima político, social y cultural impelía a abandonar los mode-
los que se habían heredado de los mayores, y esa razón justificaba que
los jóvenes historiadores combatieran los viejos formatos e hicieran una
historia viva, capaz de formular hipótesis y problematizar la experiencia
del pasado.
Febvre entendía la historia como «el estudio científicamente elabo-
rado de las diversas actividades y de las diversas creaciones de los hom-
bres de otros tiempos, captadas en su fecha, en el marco de sociedades
extremadamente variadas y, sin embargo, comparables unas a otras»
(p. 40-41). Por ello, el célebre historiador evitaba las simplificaciones
cuando precisaba el objeto de la historia y el papel que esta reservaba a
quienes se sumaran a la empresa de confeccionarla:
Los hombres son el objeto único de la historia, de una historia que se inscribe en
el grupo de las disciplinas humanas de todos los órdenes y de todos los grados,
al lado de la antropología, la psicología y la lingüística; una historia que no se

Te contamos una historia de Mendoza


interesa por cualquier tipo de hombre abstracto, eterno, inmutable en su fondo
y perpetuamente idéntico a sí mismo, sino por hombres comprendidos en el marco
de las sociedades de que son miembros. (p. 40-41)

Esa convicción suponía que el estudio de los hombres y las mujeres en


el tiempo debía ser comprendido en el marco de las sociedades que
los habían forjado. Por consiguiente, el desafío que debían asumir los
historiadores consistía entonces en capturar el sentido de la experiencia
social del pasado, y entender las particularidades humanas convirtién-
dose, como anotó Marc Bloch, en una especie de «ogro» dispuesto a | xv
asaltar su presa.
En suma, hacer una historia viva suponía combatir las antiguas con-
signas que hacían del historiador el custodio hermético y esclerosado
de un pasado yermo, para hacer de él una cantera fértil de explicaciones
complejas que permita a los hombres y las mujeres entender mejor qué
distingue el pasado del presente que les toca vivir. En años recientes,
otro historiador francés, Jacques Revel, reavivó con sutileza este particu-
lar humus epistemológico de la nueva Clío:
La historia no está hecha para proveernos de ancestros […sino] para ayudarnos a
reflexionar sobre situaciones que tienen lugar una vez y que no se reproducirán,
pero respecto de las cuales es útil rever cómo se produjeron. No creo en absoluto
que haya que buscar ejemplos en la historia y menos modelos a imitar. El tiempo
cambia y no vuelve. (Pavón, 2004, noviembre 20)

La historia entre nosotros

La diversidad de libros disponibles en las librerías, las colecciones que


acompañan habitualmente a diarios y revistas, los programas de radio
y tv, la producción de documentales y películas de cine, etcétera, ates-
tiguan que la historia argentina ha ganado la atención de un público
amplio, de ninguna manera circunscrito al ámbito universitario o aca-
démico. ¿Cómo se explica el creciente interés por el pasado nacional?
Aunque resulte difícil ofrecer una sola respuesta a los interrogantes
planteados, resulta importante señalar dos o tres cuestiones que per-
miten entender algunas razones de tales preferencias. Por un lado, vale
tener en cuenta que la recuperación de la democracia en 1983 creó un
marco institucional y político para la revitalización de los estudios histó-
ricos en el país. Ese clima propició no sólo un proceso de institucionali-
zación en las universidades públicas y los organismos de investigación

Prólogo
científica nacionales, sino que también alentó la formación y consolida-
ción de grupos de investigación que por primera vez en varias décadas
mantuvieron condiciones relativamente estables y libres para encarar
proyectos de investigación históricos de largo aliento.
Los rasgos distintivos de esta renovación historiográfica que lideraron
varios centros académicos argentinos son los siguientes: 1) la adopción
de criterios teóricos y metodológicos afines a la profesionalización del
oficio; 2) el contacto con tradiciones historiográficas de prestigiosos
xvi | ámbitos académicos europeos, latinoamericanos y estadounidenses;
3) el diálogo abierto y la interrelación con temas, enfoques y métodos
de otras disciplinas sociales; y 4) una fuerte apuesta a la formación de
recursos humanos bajo las reglas o los cánones de la disciplina. En un
lapso de 25 años, y con muy pocas excepciones, la historiografía desa-
rrollada en los ámbitos académicos argentinos perdió su impronta
político-militante de décadas anteriores, una impronta muy ligada a las
vertientes revisionistas de izquierda y derecha. La disciplina terminó por
convertirse en un campo de conocimiento específico y autónomo, dis-
tanciada de los usos políticos –promovidos por quienes se creían gen-
darmes de la cultura e identidad nacionales– que hicieron del pasado
una especie de arena de combate.
Un segundo aspecto a tener en cuenta es el papel desempeñado por
las editoriales comerciales y universitarias. Estas contribuyeron decidi-
damente a vitalizar el mercado editorial a través de un repertorio de
libros que incluía, aparte de nuevas investigaciones realizadas en el país
o en el exterior (por ejemplo, tesis de doctorado), la reedición de tex-
tos clásicos, la creación de colecciones temáticas y la puesta en marcha
de empresas historiográficas de largo aliento que involucraban a varios
especialistas.
A decir verdad, la renovación de la historiografía producida y ense-
ñada en la Argentina también resulta deudora de la reforma educativa
impulsada en los años 90; reforma que, a pesar de sus evidentes fra-
casos (por razones que no es pertinente desarrollar aquí), reformuló
los contenidos curriculares haciendo foco en la relación entre historia
y ciencias sociales, y exigiendo a las editoriales remplazar los manuales
que por décadas fueron utilizados en las aulas por otros nuevos y debi-
damente actualizados. Este cambio, que recuperaba la tradición de la
historia social promovida por el grupo de historiadores liderado, entre
otros, por José Luis Romero y Tulio Halperín Donghi, resultó correlativo
a la contratación de nuevos autores a los que se encomendó la tarea de

Te contamos una historia de Mendoza


escribir textos con atractivas imágenes para niños y jóvenes. Sea cual
fuese el formato de publicación a través del cual se difundió por distin-
tos circuitos el saber histórico, los historiadores e historiadoras acorda-
ban en las reglas del oficio y en la forma de exponer los resultados de
sus pesquisas para acercar a los lectores la densa trama de conocimien-
tos obtenida en las últimas décadas.
Finalmente, el creciente interés del público por el conocimiento del
pasado nacional debe también sus razones a las inquietudes y desvelos
ciudadanos suscitados por el conflictivo derrotero social, económico y | xvii
político de la Argentina reciente. En tal sentido, la aciaga crisis del 2001
parece a todas luces haber fraguado la sensibilidad de los argentinos y
despertado su deseo de encontrar en el pasado explicaciones plausibles
de un tiempo presente que se experimentaba como un momento ter-
minal. De acuerdo a las voces que se alzaron en aquella coyuntura, el
malestar profundo y la desilusión que experimentaban las clases medias
y los sectores populares con la clase política que había gobernado el
país durante los últimos años –culpabilizada por su incapacidad para
generar un proyecto de largo plazo y por imponer sus propios intereses
a los de la ciudadanía en su conjunto–, se tradujeron en una búsqueda
de respuestas que fueran más allá del presente inmediato.

Esta historia de Mendoza

Es en este clima institucional, político e historiográfico donde se inscribe


el libro que el lector tiene en sus manos, por lo que resulta importante
señalar algunas premisas que guiaron su escritura.
Cuidar la palabra, su forma, ha sido un objetivo. Sin duda, los sujetos
no sólo se apropian de información, sino de una forma de decirla. En
este sentido, advertimos las virtudes de un discurso rico en vocabula-
rio y dotado de la potencia representativa de la metáfora; un discurso
capaz de desarrollar la empatía del lector frente a realidades complejas
y distantes, de movilizar su imaginación y de habilitarlo para establecer
conexiones entre lo conocido y lo desconocido. La idea fue apostar a un
relato lo más rico y matizado posible, que estimule una comprensión de
los procesos históricos atendiendo a su inevitable complejidad. Articular
una narración atractiva para el lector no especializado sin banalizar el
contenido, ha sido una preocupación constante durante toda la escri-
tura del texto. Es cierto que este tipo de discurso requiere de procesos de

Prólogo
comprensión lectora más sistemáticos y elaborados, y que esto puede
comportar un obstáculo inicial. No obstante, así como sostenemos que
forma y contenido no son dos cuestiones escindidas, apostamos a un
registro lector que propicie una formación histórica más sólida.
Escribir un texto que pueda ser leído por lectores no especializados,
sin por ello sacrificar la complejidad con que deben ser analizados los
procesos históricos, fue entonces uno de nuestros principales desafíos.
Sabiendo que el obstáculo puede provenir no sólo del vocabulario
xviii | empleado, sino también de la complejidad y multiplicidad de ideas que
intentan presentarse, intentamos no obstante encontrar el difícil equili-
brio que supone llegar a un público no especializado sin por ello acudir
a simplificaciones que deforman el pasado histórico. Quizás sin haberlo
logrado del todo, esperamos que nuestro primer ensayo pueda animar
a otros a perfeccionarlo.
Nos propusimos asimismo un relato que, trascendiendo la mera pre-
sentación ordenada de acontecimientos institucionales y políticos, pos-
tulara una mirada más amplia y compleja, y se abriera a la explicación
de problemas económicos, conflictos sociales y disputas de poder. Tan
sólo una versión –de las muchas que se pueden presentar– que tuviera
perfume a realidad, sin por ello caer en una lectura dicotómica entre
«buenos y malos», a la que muchas veces nos han acostumbrado las
narraciones para públicos masivos. En su lugar, hemos preferido ofre-
cer visiones no fatalistas que intentan eludir la idea de que todo siem-
pre fue igual, para alentar actitudes positivas respecto a una realidad
que es mutable y que puede ser transformada. Se busca fomentar la
comprensión de que las dinámicas sociales estructuran no solo cam-
bios, sino también continuidades. En otras palabras, quisimos propiciar
una lectura del pasado provincial que dé cuenta de la relación existente
entre contextos, actores y representaciones socioculturales, y que a la
vez estreche lazos entre la producción académica y la alta divulgación.
El logro de un equilibrio entre lo local y lo nacional fue otro desafío
de no fácil resolución. Nos propusimos, por un lado, poner de relieve la
historia de la provincia atendiendo, como corresponde, a sus especifici-
dades. Pero evitando hacer de ella un refugio de visiones esencialistas
que enfaticen lo regional o lo local como rasgo excluyente de la vida
histórica provincial. Por otro lado, quisimos eludir el error inverso de
concebir la historia de Mendoza como un simple reflejo de la historia
nacional. En tal sentido, y haciéndonos eco de lo señalado por el histo-
riador Fernando Devoto, la historia provincial asumida en estas páginas

Te contamos una historia de Mendoza


se aleja de cualquier concepción que pretenda presentarla como una
unidad de sentido. Se propone por el contrario contribuir a desmontar
los estudios nacionales en unidades de análisis más pequeñas, con el
objeto de complejizar la mirada sobre los fenómenos políticos y sociales.
La intención ha sido aquí hallar la sintonía que permita una mejor
comprensión de la articulación entre procesos locales y nacionales. En
este sentido, tal enfoque responde a la convicción de que son procesos
íntimamente relacionados aunque no exista una dependencia unidirec-
cional de lo local a lo nacional, o viceversa. Esto puede ir cambiando. | xix
De hecho, por momentos hay mayor dependencia de la historia local
respecto a la nacional, mientras que en otros los procesos locales suelen
ser efectivamente autónomos, diferentes y hasta casi precursores de lo
nacional.
Asimismo, nuestra intención ha sido que la narración pueda ser leída
de manera independiente. Es decir, que su lectura no requiera necesa-
riamente de textos-soporte para identificar los marcos referenciales.
Así, se ha intentado ofrecer información sobre lo nacional en una dosis
austera, al solo efecto de suministrar a los lectores aquellos conceptos
y aquellas herramientas que permitan mejorar la comprensión de las
modulaciones o relaciones entre lo estrictamente local y lo nacional.
Lo último, aunque no menos importante: pensamos este texto
sobre todo para ser leído o utilizado en la escuela, y no como litera-
tura «extraescolar» en la cual el estudiante pueda encontrar anécdotas o
datos curiosos. El enfoque elegido ha optado por invitarlo a realizar ope-
raciones de análisis y relación para pensar el pasado y su relación con
el presente. Naturalmente, en esa operación intelectual –al igual que
sucede en cualquier otra disciplina– la mediación del docente es clave.
Te contamos una historia de Mendoza (de la conquista a
nuestros días) constituye un proyecto largamente acunado, que creció
en el marco de un programa de investigación de la Secretaría de Ciencia,
Técnica y Posgrado con sede en la Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional de Cuyo, dirigido por la doctora Beatriz Bragoni. La obra fue
publicada originalmente por el diario Uno en 16 fascículos, en octubre
y noviembre de 2009. La nueva versión actualizada y revisada que aquí
presentamos ha sido editada por la Editorial de la Universidad Nacional
de Cuyo (Ediunc) con la contribución del Fondo Provincial de la Cultura.
A ambas instituciones les agradecemos su valioso apoyo.

Las autoras

Prólogo

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