En la segunda mitad del S.XVIII el gusto por lo terrorífico adquiere un gran desarrollo y
no rehuye la deformidad ni las tinieblas procurando sacudir el ánimo del espectador de una
manera violenta, es decir, con fuertes impresiones. Este gusto, ejemplificado ahora con el
afirma que tales placeres dimanan de la contemplación de una cosa grande, singular o bella. Si
eje de la belleza siempre medida; es decir, todos aquellos portentos de la naturaleza ante los
que el ser humano queda reducido pero que llevan consigo la imagen de la libertad. Así, la
de referencia y contraste para el individuo. Admiración y terror son los efectos que lo absoluto
produce y, habitualmente, una mezcla de ambos que el arte, mediante la ficción, puede
suscitar.
Pero esta grandeza no tiene por qué limitarse al tamaño de las cosas; si la inmensidad del
un mundo ideal. Existe una grandeza moral, de carácter civil, religioso o político de la que son
expresión los héroes y en la que pueden participar los ciudadanos. El arte de la Revolución
Como sublimes, hay un sublime de la luz y otro de las tinieblas porque esta cualidad de lo
acabada. La literatura británica se había alejado en el S.XVIII de las pautas del clasicismo
Homero... Sus personajes y sus acciones, tanto en su nobleza como en su demonismo son
expresión de una situación extrema e intensa. Pasiones desmedidas, acciones extremas, una
historia que se atiene mal a los límites de lo cotidiano pero que tampoco se adecua a la serena
Las acciones heroicas desbordan el marco de lo cotidiano y los hombres del XVIII toman
conciencia de ese ir más allá en la convicción de que, ya fuese recuperando le pasado clásico,
Pero no hay que pensar que estas tendencias se dieron de forma autónoma e independiente
ni, como por ensalmo, de una sola vez. Fue un proceso lento que se madurará a lo largo del
siglo. El clasicismo podía ponerse al servicio de la utopía y ésta transformarlo según sus
por ejemplo- y estas influencias, tomadas como clásicas por algunos ámbitos académicos del
momento, pueden ser expresión inmejorable de un mundo nocturno que nada tiene que ver
En la segunda mitad del XVIII y principios del XIX los criterios del gusto no se pueden
identificar con pautas estilísticas bien determinadas, sino que articulan aquellas que son
originalmente diversas y aún contrapuestas. De este diálogo nace lo que hoy se conoce como
arte moderno.