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El mundo que vivimos es complejo y en permanente transformación.

Tanto el paradigma
positivista, generador de los avances científicos e industriales del siglo XX, como la organización
de los estados nacionales e instituciones que dieron lugar a una modernidad sólida, se han
quebrado ante el impacto producido por las nuevas tecnologías. La profundidad de estos
cambios sociales y culturales podemos observarlos a diario, en el seno familiar, en las
instituciones educativas, en las consultas psicológicas, en definitiva: en las interacciones sociales
y en el modo de constituir las representaciones de la propia subjetividad y las del mundo
circundante.
Son frecuentes los comentarios de padres y de profesores de centros educativos de los niveles
medio y superior, sobre hijos y alumnos, a quienes describen como apáticos, desmotivados y
procastinadores. Comentarios que, si bien revisten diferentes tonos, de queja, de burla, de
censura, de devaluación, de resignación, tienen en común, el desconcierto y la desorientación.
Sin embargo, ni apatía ni desmotivación ni procastinación es lo que demuestran hijos/alumnos
cuando se quitan la mochila con la que asisten a la educación sistemática y se convierten en
usuarios que interactúan con las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación.
Los padres se preguntan: ¿Cuáles son los incentivos que necesitan para motivarse con las
actividades del colegio o de la universidad; para participar más de la dinámica familiar o,
empezar a pensar en su futuro? .
Los profesores se plantean: ¿cómo motivar a la juventud actual en el ámbito educativo?, ¿cómo
lograr su atención y una actitud más activa en dominios que no implican el uso de la tecnología
como lo central?
Estos interrogantes y preocupaciones orientaron mi búsqueda hacia investigaciones realizadas
sobre los cambios sociales y culturales desencadenados por los avances tecnológicos y el
impacto de éstos en la sociedad del siglo XXI, especialmente entre los jóvenes.
El positivismo fue el motor del gran desarrollo científico y tecnológico del siglo XX. Se llamó
Modernidad a la experiencia de espacio y tiempo enmarcada por estos procesos tecnológicos de
avanzada, que se plasmaron en las maquinarias pesadas, en la aceleración, en los grandes
monumentos estéticos y, principalmente, en el desarrollo de la sociedad industrial.
La cultura moderna hizo del esfuerzo y del desempeño, de la fe en el progreso y en el futuro sus
valores predominantes transmitidos por instituciones sólidas: la familia, la escuela y el estado.
Pero a partir de la introducción la noción de incertidumbre en la física, (en la década del ’50) el
paradigma positivista comenzó a resquebrajarse y sufrió cuestionamientos y revisiones. Nuevas
realidades emergentes, innovación tecnológica avances en la genética, en las neurociencias,
dieron lugar a un nuevo paradigma acorde con dichas realidades.
El mundo se fue dividiendo en bloques articulados en torno a los flujos económicos y de la
información en el que las certezas, la solidez y lo durable, llegaba a su fin. Las características
socioculturales de esta sociedad de la información son la fugacidad, fluidez, por eso ha sido
denominada como una “modernidad líquida” (Bauman, Z. 2002) pues no cuenta con instituciones
sólidas, ni vínculos estables y duraderos.
El espacio ha cedido el lugar a los flujos, el sujeto no es una inscripción localizable sino un punto
de conexión en la red. El flujo continuo modifica la dimensión espacio-temporal de la
comunicación. Los valores, los acuerdos y los modelos se transforman constantemente. Lo que
avances en la genética, en las neurociencias, dieron lugar a un nuevo paradigma acorde con
dichas realidades.
El mundo se fue dividiendo en bloques articulados en torno a los flujos económicos y de la
información en el que las certezas, la solidez y lo durable, llegaba a su fin. Las características
socioculturales de esta sociedad de la información son la fugacidad, fluidez, por eso ha sido
denominada como una “modernidad líquida” (Bauman, Z. 2002) pues no cuenta con instituciones
sólidas, ni vínculos estables y duraderos.
El espacio ha cedido el lugar a los flujos, el sujeto no es una inscripción localizable sino un punto
de conexión en la red. El flujo continuo modifica la dimensión espacio-temporal de la
comunicación. Los valores, los acuerdos y los modelos se transforman constantemente. Lo que
era positivo pasa a ser su opuesto en poco tiempo. Lo interesante pasa a ser aburrido, lo
cuestionable se torna aceptable.
El sí mismo como construcción estable se ha ido erosionando ante la emergencia de una
pluralidad de opciones culturales y sociales ofrecidas por las tecnologías de la informaciónera
positivo pasa a ser su opuesto en poco tiempo. Lo interesante pasa a ser aburrido, lo
cuestionable se torna aceptable.
El sí mismo como construcción estable se ha ido erosionando ante la emergencia de una
pluralidad de opciones culturales y sociales ofrecidas por las tecnologías de la información

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