Anda di halaman 1dari 102

GUILLERMO ROJO

ASPECTOS BÁSICOS
DE
SINTAXIS FUNCIONAL

Ag o r a , s .a .
l ib r e r ía
Málaga, 1983
CUADERNOS DE LINGÜÍSTICA
Director: José Andrés de Molina

© G uillerm o Rojo
Librería Ágora, S.A., 1983
Carretería, 92; Tlf.: 22 86 99
Málaga

ISBN: 84-85698-13-4

Depósito Legal: MA-545-1983


Cubierta: Jorge Lindell

Imprime: T. Gráficos ARTE, S.A.


Camino de La Torrecilla, s/n.
MARACENA (Granada)
INTRODUCCIÓN

Los resultados alcanzados por el funcionalismo en sintaxis y su modo de


trabajar están suficientemente extendidos en España gracias, sobre todo, a la
labor que, tema a tema, ha venido desarrollando admirablemente Emilio Alarcos.
No obstante la difusión lograda por los aspectos operativos de esta metodo­
logía, falta un conocimiento comparable en lo que se refiere a sus funda­
mentos teóricos y su configuración general. En efecto, carecemos todavía de una
exposición global de cierta amplitud acerca de cómo conciben los funcionalistas
el componente sintáctico de una lengua, cuáles son los fenómenos que consi­
deran especialmente relevantes y cómo los integran en la teoría lingüística.

Evidentemente, un libro de estas características no puede aspirar a realizar


una tarea de tal envergadura. El objetivo de estos Aspectos básicos de sintaxis
funcional es mucho más modesto: pretende simplemente servir de introducción
al estudio de algunos de los temas fundamentales de la teoría sintáctica tal
como la organiza el funcionalismo. Ello explica que haya preferido ocuparme
con cierta profundidad de unas cuantas zonas a tratar de ofrecer una visión
más superficial de un ámbito más extenso. La selección es, por supuesto, dis­
cutible. Son muchos los aspectos con entidad sobrada para figurar en una
introducción de este tipo que aparecen aquí simplemente insinuados o no son
mencionados en absoluto. No es, sin embargo, arbitraria ni caprichosa. Me he
centrado en las cuestiones de carácter general que estimo más importantes y
que, en mi opinión, no están suficientemente tratadas en el funcionalismo
(cuando menos, en textos de iniciación).

Precisamente por eso, pese a la aparente diversidad de los cuatro capí­


tulos en que está organizado, el libro posee un claro hilo conductor que le
proporciona una estructura más fuerte que la derivada de la simple yuxtaposi­
ción de un tema tras otro. En el primer capítulo he incluido algunos fenó­
menos de carácter suprasintáctico cuya aclaración es necesaria para los desarrollos
posteriores. El segundo, centrado en las relaciones sintácticas, intenta ofrecer
un marco teórico en el que sea posible situar sus distintas clases y destacar
las características más notables de cada uno de sus tipos. En el tercero se tra­
tan las unidades gramaticales, del morfema a la oración. Dada la amplitud
del tema, me he limitado a trazar las líneas maestras y a estudiar con cierta
atención los puntos más oscuros o menos tratados habitualmente. Por fin, el
cuarto se refiere a los estratos sintáctico, semántico e informativo, sus interre-
laciones e incluye un apartado sobre los esquemas semánticos y sintácticos.

Puesto que se trata de presentar algunos de los temas propios de la sinta­


xis funcionalista, no he considerado pertinente discutir otras aproximaciones
ni sus resultados. Hay, naturalmente, algunas alusiones que no tienen más fi­
nalidad que la de ayudar al lector a establecer las conexiones y comparaciones
oportunas. Por otro lado, no debo ocultar que el contenido de este libro está
muy lejos de presentar algo parecido a una visión generalizada entre los fun-
cionalistas (en el supuesto de que eso exista). En puntos como el principio de
la articulación, la distinción de los tres estratos, la consideración de las fun­
ciones sintácticas como formas de significante y algunos otros, la mayor parte
de los lingüistas adscribibles al funcionalismo marcha por otros senderos. No
es este libro, por tanto, una especie de manual del funcionalismo sintáctico,
sino,' más bien, el resultado de mis reflexiones sobre el tratamiento de algunos
de sus temas básicos.

Dado el carácter de la serie, he intentado situar y desarrollar las cuestiones


de modo que puedan ser comprendidas y seguidas por personas que no poseen
una preparación especialmente intensa en Lingüística. Se requiere, por supuesto,
una cierta dosis de familiaridad con sus principios y métodos. El libro puede
resultar idóneo (lo cual no excluye lectores de otras características) para quienes
han hecho uno o dos cursos universitarios de esta disciplina o bien como texto
complementario en esos-niveles de iniciación.

Para facilitar la lectura continuada, he reducido las notas a pie de página


al mínimo imprescindible. Algunos puntos importantes de aclaración o amplia­
ción a lo tratado en cada capítulo aparecen en un apartado final, en el que
he incluido también las referencias bibliográficas oportunas. Debe tenerse en cuenta
que esas indicaciones no constituyen una bibliografía complementaria, sino única­
mente un conjunto de indicaciones sobre los trabajos en los que se puede
encontrar un tratamiento más pormenorizado de algunos de los temas tratados.
Siempre que ha sido posible, me he limitado a indicar lo que supongo más
accesible al lector medio. En las monografías citadas puede encontrarse una biblio­
grafía más amplia.

El núcleo fundamental de este libro está constituido por uno de los temas
de introductorios al curso de sintaxis española que tuve a mi cargo en la
Universidad de Santiago durante el período 1981-82. Lo que aparece aquí como
capítulo segundo fue desarrollado también como parte de unos seminarios
realizados en la Universidad de Murcia en junio de 1982. Las actitudes de los
estudiantes, sus preguntas y sus desacuerdos me han permitido suplir algunas
deficiencias del texto primitivo. Mi agradecimiento a todos ellos, así como a mis
compañeros del Departamento de Lengua española de la Universidad de Santiago
por sus innumerables observaciones, críticas y sugerencias, que han supuesto
una ayuda inestimable a la hora de acometer la redacción final. Debo expresar
también mi reconocimiento al Director de la colección, José Andrés de Molina,
que, además de admitir el libro en la serie, me ha dejado libertad total para
decidir su contenido y organización.

Santiago, julio de 1982


1. ASPECTOS DE LA ESTRUCTURA GENERAL DE LAS LENGUAS

Desde sus comienzos, el estructuralismo europeo ha mantenido que todos


los elementos y fenómenos que existen en una lengua están relacionados entre
sí directa o indirectamente. Los hechos de que se ocupa la sintaxis forman
parte del conjunto de los hechos lingüísticos y, en consecuencia, todo factor
de ámbito general tiene repercusiones mediatas o inmediatas en el componente
sintáctico de una lengua -una zona, relativamente bien diferenciada, del compo­
nente gramatical en sentido estricto, esto es, con exclusión de los componentes
fonológico y léxico-. En este primer capítulo consideraremos algunos de esos
aspectos generales que poseen especial relieve para la visión de la sintaxis
desarrollada en los posteriores. Ello significa que he realizado una fuerte selec­
ción temática en la cual han pesado más la necesidad de establecer ciertas
líneas fundamentales previas a todo lo demás o la existencia de desarrollos
que estimo incorrectos que la importancia intrínseca de los propios aspectos
estudiados.

1.1. Planos y estratos del lenguaje.

En todo sistema de comunicación, y tanto en el código como en los men­


sajes, hay que diferenciar entre aquello que se quiere transmitir y los proce­
dimientos utilizados para hacerlo. En otras palabras, entre el significado o con­
tenido de un mensaje y el significante o expresión mediante el cual ese signi­
ficado pasa del emisor al receptor. Como he adelantado, esta dualidad es cons­
titutiva de todo sistema de comunicación y, por tanto, aparece en las lenguas
humanas, en las que nos vamos a centrar inmediatamente, pero se da también
en cualquiera de los demás sistemas de comunicación empleados por el hombre
y en los utilizados por distintas especies animales. Dejando a un lado todo
lo relacionado con cuestiones de programación genética, carácter instintivo y
existencia o inexistencia de aprendizaje del código correspondiente (temas sobre
los que se ha discutido bastante en los últimos tiempos), hay significado y sig­
nificante manifiestamente diferenciados en la danza de las abejas, los sonidos
producidos por los delfines, los gritos de los gibones, etc.

Lo mismo ocurre con sistemas de comunicación diseñados y empleados


por el hombre en circunstancias en las que la utilización de las lenguas natu­
rales es imposible o poco efectiva. Las señales hechas con banderas de barco
a barco, el código Morse o el sistema de regulación de tráfico mediante se­
máforos son algunos de los muchos ejemplos posibles. Tomando este último caso
por su gran simplicidad, nos encontramos con un código muy reducido que,
en consecuencia, puede transmitir un número muy corto de mensajes. De
entrada, tenemos en él lo que para nosotros son los colores verde, rojo y
ámbar. Evidentemente, quedarse en eso no nos dice absolutamente nada del
sistema de comunicación que emplea tales procedimientos significantes. Lo que
hace de esos tres colores un sistema de comunicación (reducido, pero suficiente
para la misión que ha de cumplir) es el hecho de que cada uno de ellos
lleva asociado un determinado significado Caito1, kpaso libre’ o 'precaución').
En el contexto en que funciona este sistema, cada luz significa algo. Existe
un significante (la luz de cierto color) y un significado (la orden o instrucción).
La relación entre ambos es, por supuesto, arbitraria: podrían ser otros colores
o podría haberse atribuido un significado distinto a cada color. Dado que hay
únicamente tres luces y, simplificando un tanto la cuestión, funcionan de una
en una, no hay más que tres mensajes posibles. De interesarnos ampliar su
capacidad, podríamos permitir que dos o tres luces funcionaran simultáneamente,
con lo que se llegaría hasta un código con siete mensajes posibles manteniendo
los mismos tres elementos de partida (tres mensajes de un elemento, tres de dos
elementos y uno de tres).

Como era de esperar por su propia evidencia, la distinción entre lo que se


quiere transmitir y los medios empleados para hacerlo aparece, con unos u otros
términos, enmarcada en un sistema general o en otro, en la Lingüística de todos
los tiempos. Dado que no se trata ahora de hacer una historia de la cuestión,
sino de presentar el modo en que este punto es entendido en la Lingüística
contemporánea, tendremos en cuenta únicamente las formulaciones de Saussure
y Hjelmslev, que son las que podemos encontrar posteriormente en la mayor
parte de las escuelas estructuralistas.

Como es bien sabido, para Saussure el signo lineüístico está constituido


por un concepto y una imagen acústica. Se trata, pues, de dos entidades de
carácter psíquico que no deben ser identificadas con, respectivamente, el objeto
(el referente) y la secuencia fónica concreta, emitida ya. Tras una ligera vaci­
lación terminológica, F. de Saussure se decide finalmente por llamar “signifi­
cante” y “significado” a estas dos caras del signo lingüístico (cfr. Saussure
1916, págs. 127 y sigs.). Reconocer la diferencia existente entre ambas no le
impide plantear la necesidad de su consideración global. Empleando una de
sus más poderosas imágenes, Saussure dice que significado y significante son
como las dos caras de una hoja de papel. Son distintas, desde luego, pero no
es posible recortar una sin, al tiempo, recortar también la otra.

Precisamente en el carácter psíquico de los componentes del signo y en


algunos otros factores (como, por ejemplo, la existencia de oposiciones entre
los elementos lingüísticos) basa Saussure su consideración de la lengua como
forma y no como sustancia. Para él, tanto el signo lingüístico como, en general,
la lengua, están situados entre dos continuos sustanciales, amorfos, que son el
m undo del pensamiento o de ios objetos y el mundo de los sonidos. Cada
lengua introduce en ellos unas divisiones arbitrarias, unos cortes no coinci­
dentes en los distintos sistemas, con lo que lo importante serán las relaciones
entre los elementos lingüísticos, considerados en el interior del código a que
pertenecen. Por ello, en lo que al contenido se refiere, las lenguas no son
puras nomenclaturas distintas simplemente en cuanto a la secuencia de sonidos
empleada para la expresión de cada contenido, ya que cada lengua realiza ese
corte en lo sustancial de un modo peculiar y, en consecuencia, el valor de cada
elemento es distinto en sistemas diferentes. Algo semejante ocurre en la expre­
sión. Los valores de los sonidos no son los mismos en las diversas lenguas
porque están incluidos en conjuntos distintos y se oponen a los que pertenecen
al mismo sistema. Evidentemente, esta formulación es la base de la teoría
fonológica, que Sassure no llegó a plantear.

En la concepción de Saussure, el pensamiento y los sonidos son masas


amorfas, indiferenciadas, en las que se introduce orden únicamente cuando
esas sustancias son conformadas lingüísticamente mediante el corte arbitrario
en ambos mundos al que acabo de hacer alusión. Eso implica que la sustan­
cia preexiste a la forma, aunque sea como masa amorfa. La sustancia del pensamien­
to y la sustancia del sonido son lógicamente anteriores a la lengua. La lengua
se constituye al realizar los cortes en las dos sustancias y poner en relación
un fragmento de sustancia de contenido con fragmentos de sustancia fónica.
Lo mismo, naturalmente, ocurre en el caso del signo lingüístico.

Como en muchos otros aspectos, también en éste Hjelmslev parte de las


formulaciones de Saussure. El enfrentamiento con un texto lingüístico revela
de forma inmediata la existencia de las que Hjelmslev llama* “línea del conte­
nido” y “línea de la expresión”. Lo mismo ocurre en el sistema (donde aparecen
los “lados” de expresión y contenido). En general, habla de plano de la expresión
y plano del contenido para hacer referencia a lo que es expresado (el conte­
nido) y a aquello mediante lo cual se transmite ese contenido (la expresión).
La distinción saussureana ha sido elevada aquí hasta el nivel más general, ya
que la división entre expresión y contenido es la primera que hay que realizar
en el análisis de un texto o un sistema. La existencia de los dos planos es
característica de todo sistema semiótico.

Como en Saussure, pero de un modo más riguroso, para Hjelmslev expre­


sión y contenido no tienen existencia propia (al menos, en el interior de un
sistema semiótico). Es la función (esto es, la relación) existente entre ambos
planos lo único que puede definirlos. Por otro lado, la función existente entre
ellos es, precisamente, interdependencia (ambos términos se exigen mutuamente)2,
ya que no existe expresión sin contenido ni contenido sin expresión:

“Una expresión sólo es expresión en virtud de que es expresión


de un contenido, y un contenido sólo es contenido en virtud de
que es contenido de una expresión. Por tanto -a menos que se
opere un aislamiento artificial- no puede haber contenido sin expre­
sión, o contenido carente de expresión, como tampoco puede haber
expresión sin contenido, o expresión carente de contenido” (Hjelms­
lev 1943, 75).

Del mismo modo que en Saussure el signo lingüístico es una unión de signifi­
cante y significado, para Hjelmslev el signo es una función establecida entre
dos funtivos que son el contenido y la expresión, entre los que, como hemos
visto, existe interdependencia.

Dejando a un lado lo puramente terminológico y un mayor rigor concep­


tual en Hjelmslev, en lo expuesto hasta ahora se observa una coincidencia
casi total entre su formulación y la de Saussure. Hay, sin embargo, algunas
divergencias importantes que surgen cuando relacionamos lo anterior con la dis­
tinción de forma y sustancia y el papel asignado a cada una de ellas en ambos
autores. Aquí nos interesan especialmente dos aspectos: a) la consideración de
la sustancia y b) el entrecruzamiento de las dos parejas.

(l)Para este sentido del térm ino “función” en la glosemática y el concepto de interdependencia,
cfr. infra. $ 2.4.
Para Hjelmslev, Saussure estaba equivocado al considerar la sustancia como
independiente de la forma, ya que, según el maestro danés, la sustancia sólo
puede aparecer como consecuencia de una forma previa. Aunque tal como la he
formulado la idea puede parecer un tanto extraña, el planteamiento de Hjelmslev
resuelve algunas dificultades de la visión saussureana. En efecto, a poco que se
piense sobre ello se observa que en Saussure esa sustancia amorfa en la que las
lenguas practican cortes arbitrarios es también la sustancia mediante la cual
se manifiestan las formas lingüísticas tanto de la expresión como del contenido.
Según esto, la sustancia es. al tiempo, independiente de la forma y previa a
ella por un lado y consecuencia de la forma (posterior a ella, por tanto, por otro).
Es independiente y anterior cuando la presentamos como masa amorfa seg-
mentable de modo arbitrario por las lenguas. Es dependiente y posterior cuando
la vemos como realización de las formas lingüisticas.

Para deshacer esa duplicidad, además de forma y sustancia (y tanto en el


plano del contenido como en el de la expresión) Hjelmslev introduce un ter­
cer elemento: la materia. Esta materia es el equivalente de la sustancia saussu­
reana vista como masa amorfa (del pensamiento o de los sonidos) previa a la
segmentación que en ella realizan las lenguas. Es, pues, indiferente a la con­
formación semiótica. La sustancia de Hjelmslev, en cambio, es la manifestación
de una forma, la proyección de la forma sobre la materia. La sustancia, pues,
está sem íticam ente conformada y, en consecuencia, depende de la forma de que
es proyección.

Contempladas desde el exterior, materia y sustancia coinciden, pero la ma­


teria es ajena a la existencia de un sistema semiótico, mientras que la sus­
tancia es “la proyección de la forma sobre el sentido [—materia], de igual
modo que una red abierta proyecta su sombra sobre una superficie sin dividir”
(Hjelmslev 1943, 85).

Las diferencias entre forma y sustancia (o materia) en el plano de la expre­


sión surgen con facilidad si pensamos en las diversas configuraciones que el mismo
elemento fónico puede presentar en dos lenguas distintas. Algo semejante ocurre
en el plano del contenido. En el léxico, resulta evidente que los elementos
de una lengua no coinciden exactamente con los que son su traducción en otra,
de modo que hay que concluir que la misma zona de la realidad está confor­
mada de un modo específico en cada lengua. También lo muestra la gra­
mática. En unas lenguas, masculino se opone a femenino; en otras, ambos se
oponen al género neutro. En unas lenguas hay simplemente singular y plural
(más de uno); en otras, singular, dual (dos) y plural (más de dos); en otras,
existe un trial (tres), un paucal (unos cuantos). . . Es evidente que “plural”
ocupa un lugar distinto en cada caso.

De todo ello deriva, como es natural, la prioridad de la forma sobre la


sustancia, presente también en Saussure y que constituye uno de los postulados
básicos de la lingüística estructural. Se ha discutido violentamente la postura
radical de la glosemática según la cual la prioridad de la forma puede ser
llevada hasta el extremo de no prestar atención a la sustancia. Parece claro
que esa actitud es inviable en el análisis de las lenguas naturales, pero hay
que tener en cuenta que la glosemática es una teoría que se asigna como objeto
no sólo lo que consideramos generalmente el lenguaje humano, sino todo sis­
tema semiótico.

En un claro avance con respecto a Saussure, Hjelmslev entrecruza la dis­


tinción de los dos planos con la diferencia entre forma y sustancia. Se llega
así hasta un sistema de cuatro términos (seis, si incluimos las dos materias):

Sustancia del contenido

Forma del contenido

Forma de la expresión

Sustancia de la expresión

Para Saussure, la lengua es una forma entre dos sustancias. Para Hjelmslev,
es la unión de dos formas (de contenido y expresión) que se proyectan en dos
sustancias (también de contenido y expresión). Cada plano contiene una forma y
una sustancia. Un signo lingüístico, por ejemplo, es la función establecida entre
una forma de contenido y una forma de expresión.

Cada uno de estos cuatro “compartimentos” constituyen un estrato (stratum).


La estratificación del lenguaje consiste, por tanto, en la distinción de los dos
planos (contenido y expresión) y de dos subplanos (forma y sustancia) en cada
uno de ellos2. Sus consecuencias constituyen algunos de los pilares fundamenta-

(2)Los estratos del lenguaje no deben ser confundidos con los estratos gram aticales tratados
en el capítulo 4.
les de toda la lingüística estructural: la primacía de la forma, la técnica de la
commutación y, en definitiva, el principio de inmanencia.

El reconocimiento de los planos del contenido y la expresión (o del sig­


nificado y el significante) es constante en todas las corrientes teóricas y la pre­
sentación que de este punto se hace en muchos ca*sos deriva en línea directa
de los planteamientos de Hjelmslev. La indudable riqueza de la noción ha sido
sin embargo disminuida en la mayor parte de sus formulaciones por la interpre­
tación restringida que se le ha aplicado casi siempre. En principio, el plantea­
miento de Hjelmslev es muy amplio y deja todas las puertas abiertas: es expre­
sión todo aquello mediante lo cual es posible transmitir un contenido err el
interior de un sistema semiótico y, en concreto, un sistema o texto lingüísticos.
De hecho, Hjelmslev nunca da una definición positiva de contenido ni de expre­
sión, ya que, según él, la interdependencia que los liga hace forzosa su consi­
deración conjunta, de modo que cabe asignar al plano de la expresión todo
eleftiento o fenómeno capaz de soportar un contenido. Esta formulación general
choca, sin embargo, con todas las aplicaciones que hace, en las que el plano
de/ la expresión está constituido únicamente por elementos pertenecientes al
componente fónico (en realidad, por los elementos formales que, entre otras
posibilidades, se manifiestan sustancialmente como elementos fónicos). Unido a
algunos otros factores a los que no es posible hacer alusión ahora, este punto
de vista hace prácticamente inviable la existencia de la gramática y, más concre­
tamente, la sintaxis en la teoría de Hjelmslev.

No se trata, sin embargo, de una cuestión que atecte exclusivamente a la


glosemática. En todas las corrientes teóricas ha existido una fuerte tendencia a
identificar elementos significantes con elementos fónicos. Así, para marcar la
distinción entre fonética y fonología se ha recurrido en múltiples ocasiones a la
idea de que la fonología estudia la forma de la expresión (o del significante),
mientras que la fonética se ocupa de la sustancia de la expresión. La formula­
ción no es incorrecta siempre que no se interprete como algo exclusivo, esto es,
haciendo la salvedad de que fonética y fonología no son las únicas discipli­
nas que tienen como objeto el plano de la expresión.

La identificación de significante o expresión y componente fónico presenta


un correlato, igualmente incorrecto, en el otro plano. Ha existido, en efecto,
cierta predisposición a considerar que el significarlo es únicamente el que hoy
llamamos “significado léxico” (grosso modo, el que aparece reflejado en los
diccionarios). Según ese punto de vista (que hoy nadie mantiene explícitamente,
aunque sigue latiendo en el fondo de muchos planteamientos), el significado
de una secuencia es igual a la suma de los significados individuales de los
elementos que lo componen. La simple comprobación de que en

(la) Los niños de la ciudad


(Ib) La ciudad de los niños
(2a) Un significado implica un significante
(2b) Un significante implica un significado

(la) y (Ib), (2a) y (2b) están constituidas por los mismos elementos, pero
poseen significados globales distintos muestra que el contenido de una secuencia
comprende algo más que los significados léxicos. En consecuencia, el signifi­
cante tiene que ser concebido de tal modo que nos permita incluir en él los
procedimientos mediante los cuales expresamos esos significados relaciónales.
Sólo en los últimos años, sin embargo, se ha comenzado a reconocer de forma
esporádica y no siempre bien fundada teóricamente que fenómenos como la
posición relativa de los elementos, la concordancia, las marcas casuales, etc., han
de ser consideradas como significantes de ciertos significados.Volveremossobre
la cuestión al tratar de la situaciónde las funciones sintácticas (cfr. infra, § 4.3.).

1.2. El principio de la articulación

La existencia de los cuatro estratos no nos permite individualizar las len­


guas humanas en el conjunto de las semióticas. En efecto, la presencia de los dos
planos es factor constitutivo de todo sistema de comunicación. Por su parte,
la distinción entre forma y sustancia en cada uno de los dos planos puede re­
sultar necesaria en algunos códigos distintos de los lingüísticos. Así, en el sistema de
señales de circulación mediante semáforos, la forma de expresión “color verde”
puede manifestarse en diversas tonalidades de “verde”. Es evidente, sin embargo,
que las lenguas humanas poseen la capacidad de decirlo todo, incluido el hablar
de sí mismas, mientras que todos los demás sistemas de comunicación (que no
sean simples sustitutos de la forma oral del lenguaje en determinadas circuns­
tancias) presentan posibilidades mucho más reducidas. Esa capacidad para expre­
sarlo todo, para traducir a ellas cualquier cosa expresada en un sistema semió-
tico distinto -sin que lo contrario sea cierto- es precisamente el rasgo que
Hjelmslev (1968) consideraba auténticamente diferencial de las lenguas huma­
nas, a las que él prefiere llamar “langages passe-partout”.

Pues bien, el fundamento estructural de esa falta de límites acerca de lo


que se puede decir en una lengua (otra cosa es, por supuesto, la amplitud
de la cultura correspondiente) radica, sin duda, en el hecho de que las secuen­
cias lingüísticas, a las que atribuimos un significado global, pueden ser des­
compuestas o analizadas en segmentos menores que presentan también una cara
de significado y una cara de significante y que pueden ser empleados como cons­
tituyentes de secuencias distintas a aquellas en que los hemos obtenido. A su
vez, estos segmentos pueden ser analizados en otros y éstos en otros. . . hasta
llegar a las unidades mínimas. Ese fenómeno es lo que llamamos “articula­
ción” (término que tiene aquí un significado bastante distinto del que posee
en expresiones como “la articulación del sonido” y similares).

Para captar en profundidad que eso significa, volvamos al ejemplo del


código empleado para regular el tráfico mediante semáforos. Aquí encontramos
tres elementos significantes suficientemente bien diferenciados 3 los que, por
convención, atribuimos otros tantos significados. Cada uno de los tres mensajes
posibles constituye un signo que, como siempre, posee significante (el color
verde, por ejemplo) y significado (“paso libre”). Ese mensaje no puede ser des­
compuesto (en el interior del código, no en lo que sea capaz de hacer un
físico) en unidades menores; constituye un bloque en el que no podemos encon­
trar nada que aparezca en mensajes que no sean simplemente repeticiones
del anterior. De hecho, aunque para simplificar hayamos venido trabajando
con este código como si las luces funcionaran de una en una, la posibilidad
de combinar el ámbar con cualquiera de las otras dos o con ambas muestra
que es precisamente la aparición de ese color lo que configura el mensaje
cuyo significado es “precaución”. Del mismo modo funcionan muchos otros sis­
temas de comunicación.

Es evidente que los códigos de este tipo necesitan tantas señales diferencia­
das como significados sea preciso transmitir. En general, la capacidad de expre­
sar un número n de mensajes requiere la existencia de n señales diferenciadas.
Si, por cualquier circunstancia, fuera necesario ampliar el sistema para transmitir
un número mayor de instrucciones de circulación, habría que introducir nuevas
luces (significantes). Dados los requisitos de imposibilidad de confusión que
tendría que respetar, no es probable que ese código pudiera rebasar los diez
mensajes. Para trazar un paralelo más próximo a nuestro terreno, podemos tra­
tar de imaginar una lengua en la que los mensajes consistieran únicamente en
un sonido. Aun aceptando que sus usuarios habrían desarrollado una extraor­
dinaria facilidad de discriminación acústica, parece impensable que pudiera pasar­
se de los doscientos mensajes. ^

Hay un modo más viable de lograr el enriquecimiento del código. Sin em­
plear más que las tres luces, pero permitiendo que los significantes estén cons­
tituidos por una o dos luces simultáneas, llegamos a seis mensajes posibles.
Si, conservando las tres señales básicas, admitimos también significantes com­
puestos por la aparición de las tres luces al mismo tiempo, el código tiene capa­
cidad para siete mensajes posibles3 sin dificultades adicionales de reconocimiento
de los elementos básicos. Para alcanzar ese punto, un código del tipo anterior
necesita siete luces distintas. Si la mayor rentabilidad del segundo sistema no
resulta todavía clara, piénsese que con cinco luces distintas y permitiendo que
los significantes estén formados por una, dos, tres, cuatro o cinco luces simul­
táneas, podemos transmitir treinta y cinco mensajes distintos4. Alcanzar la misma
capacidad con el otro sistema requiere, claro está? treinta y cinco señales lu­
minosas básicas diferenciadas. Estas ampliaciones del código inicial están basa­
das en la utilización de significantes que pueden ser analizados o segmentados
en elementos menores que aparecen también en otros significantes distintos.
En otras palabras, hemos pasado de un código sin articulación a códigos con
articulación.

Veamos ahora un caso un tanto más complejo, que nos va a permitir,


además, observar la existencia de dos modos distintos en que puede estar
articulado un mensaje. Imaginemos una ciudad con diez líneas de autobuses.
No es difícil buscar diez dibujos distintos que sirvan de indicativo a cada una
de ellas5. Por ejemplo:

□ De A a B
Q De G a D
De E a F
De G a H
A.DeAaC
g De A a E
^ De C a F
_|_ De C a H
^ De C a G
| De F a H

(3)Aceptando, en ambos casos, que el orden (izquierda / derecha o arriba / abajo) no es perti­
nente. esto es. que dos significantes como / rojo -ám bar / y / ám bar -rojo / tienen el mismo signi­
ficado. Si el orden es distintivo, el código con un máximo de dos luces simultáneas en el sig­
nificante tiene capacidad para nueve mensajes y el que permite hasta tres luces pasa a quince mensajes
posibles. '
(4) Sin que el orden relativo sea pertinente.
(5) El modo de designar las líneas de autobuses en el interior de una ciudad ha sido ^ana­
lizado y explotado, teóricamente por Luis J. Prieto (1966). En lugar del sistema numérico, que es el
habitual y el estudiado por este autor, voy a emplear una serie de dibujos. De esta forma, aunque
resulte aparentemente más confuso (y, desde luego, más alejado de la realidad cotidiana), los fenómenos
que nos interesan aparecerán con mayor claridad, ya que no existe interferencia con otros sistemas
(el de la numeración decimal).
En cada uno de estos signos, el dibujo es el significante que expresa un sig­
nificado del tipo “línea que va del punto X al punto Y”, donde X e Y designan
cualquiera de los dos puntos que son origen o final de línea.

Puesto que en cada caso empleamos una única figura, los significantes
son inanalizables en el interior del código (no lo son, en cambio, para la Geo­
metría). El significado complejo “línea que va del punto A al punto B” aparece
globalmente en el significante □ . Estamos, por tanto, ante un código de tipo
elemental, un código en el que no existe articulación. Nótese, además, que la
repetición de fragmentos de significado no se refleja en la aparición de seme­
janzas en los significantes. Los significados “línea de C a D” y “línea de C
a H ” comparten el punto de origen, mientras que los significantes respectivos
(O y + ) no muestran nada en común.

Podemos suponer que, algún tiempo después de su introducción, este código


resultaría perfectamente claro para los habitantes de esa ciudad imaginaria: los
significantes son fácilmente distinguibles a distancia y manejar estas diez asocia­
ciones entre líneas de recorrido y figuras no exige demasiado esfuerzo de memoria.
No obstante, parece difícil ir mucho más allá sin encontrar graves inconve­
nientes. Cualquier aumento en el número de líneas supondría la necesidad de
encontrar otras tantas figuras, con lo que la discriminación se haría cada vez
más difícil y, de otra parte, se requeriría un mayor esfuerzo de memoria para
retener las asociaciones.

Dada la inviabilidad de este primer sistema, los encargados de resolver la


cuestión podrían optar por permitir que las líneas fueran designadas también
mediante la combinación de dos de los dibujos anteriores. De este modo, con
únicamente los diez dibujos iniciales, a los diez mensajes posibles ya conside­
rados podrían añadir bastantes más, basados en la combinación de dos de los
básicos. El número de mensajes que pueden ser incorporados varía según las
restricciones impuestas a la combinación: cuarenta y cinco más si el orden no
es pertinente (esto es, si □ O es lo misrno Que O □ ) y no eslí* permitida
la duplicación del dibujo (no vale □ O ); noventa más si el orden es
pertinente, pero no se admite la duplicación; cien más si el orden es perti­
nente y se admite la duplicación del dibujo.

Tomando la opción más restringida, el código se amplía hasta tener la capa­


cidad de designar cincuenta y cinco líneas (las diez primitivas y las cuarenta y
cinco nuevas) usando uno o dos dibujos:
□ O De L a M
^ A DeNaO
O A DePaQ
□ *DeRaS

Este segundo tipo de código muestra articulación en el significante, ya que


algunos de los mensajes pueden ser descompuestos en constituyentes menores,
pero el significado sigue siendo expresado en bloque. Es fácil ver que no hay
significados continuamente vinculados a los dibujos básicos: □ significa “de
A a B”, [H O indica “de L a M’\ O ^ corresponde a “de R a S”,
etc. La consecuencia evidente es que el usuario ha de aprender globalmente
cada una de las asociaciones entre los puntos de comienzo y final de las dis­
tintas líneas y la figura o figuras usadas como distintivo. La articulación del sig­
nificante permite resolver con gran comodidad uno de los problemas planteados,
el de la facilidad de discriminación de las señales elementales, dado que un
número reducido de dibujos básicos permite construir grandes cantidades de sig­
nificantes complejos. Si se organiza el código de tal modo que los significantes
puedan consistir en una, dos o tres figuras, el número de elementos inanaliza­
bles puede ser más reducido. Permanece, en cambio, el esfuerzo necesario para
memorizar las asociaciones.

Así pues, un código con articulación en el significante presenta ventajas


claras frente a un código sin articulación, razón por la cual aparece con fre­
cuencia en sistemas de comunicación construidos por el hombre que no nece­
sitan una capacidad excesiva y, en consecuencia, suponen una carga de memoria
aceptable. No son los adecuados, en cambio, cuando el número de mensajes
posibles es relativamente alto. En estos casos hay que recurrir a otro tipo de
articulación.

Imaginemos ahora una ciudad con sólo diez puntos que haya que tomar como
cabecera o terminal de línea. Supongamos también ^ue la comunidad correspon­
diente desee comunicar cada uno de los pares de puntos posibles mediante lí­
neas distintas. El número de líneas necesarias es cuarenta y cinco. Evidente­
mente, pueden utilizar el sistema anterior, en el que se permite la aparición
de uno o dos dibujos, pero parece claro que supondría un considerable esfuer­
zo de memoria retener la relación entre cuarenta y cinco figuras o combina­
ciones de figuras distintas y cuarenta y cinco pares de puntos. Existe un pro-
cedimiento mucho más cómodo que consiste en asignar un dibujo diferente a
cada uno de los diez puntos y designar cada línea mediante la combinación
de los dibujos atribuidos a los puntos inicial y final. De este modo, la línea
n - ^ (utilizo un guión entre las figuras para evitar confusiones con el sis­
tem a anterior) será el recorrido entre el punto (designado por) □ y el punto
(designado por) ; la línea A “ ^ será la que una los puntos A y ;
la línea O - A , la que une los puntos □ y A , etc. Con ese sistema,
los usuarios sólo necesitan retener en la memoria el dibujo que corresponde
a cada punto (que son únicamente diez datos) en lugar de las cuarenta y cinco
asociaciones exigidas para moverse con seguridad si se emplea el otro sistema.

Además de lo que acabo de señalar, este tercer tipo de código posee sobre
el anterior una ventaja derivada. Si resultara interesante marcar, además de los
puntos inicial y final, la situación de alguno de los restantes como intermedio
(esto es, “de A a B pasando por H” como distinto de “de A a B pasando por
R”), cualquiera de los otros dos sistemas es mucho más complicado, ya que hay
ciento veinte líneas posibles. Con el último, en cambio, los datos básicos que hay
que retener en la memoria siguen siendo diez: la línea □ - A - O sen*
de □ a Q pasando por A ; la línea □ - ^ - O será de □ a O
pasando por , etc.

Evidentemente, el tercer sistema está también articulado. Sus indudables


ventajas sobre el segundo se deben al distinto modo en que esa articulación
se realiza. En el último caso, cada figura está continuamente asociada a un
único significado, de modo que la aparición de una determinada figura, aun en
distintas combinaciones, provoca siempre la existencia del mismo significado
parcial. La segmentación se realiza aquí en unidades que poseen significante
(el dibujo básico) y significado (el punto correspondiente). La expresión □ - O
es, pues, un signo complejo, formado por dos signos simples ( □ y O )
más la relación existente entre ambos (cuyo significado es “va de X a Y”).

Así pues, los dos últimos códigos diseñados están articulados, pero utilizan
*
distintos modos de articulación. En el primero de ambos casos encontramos
articulación en el significante, ya que algunas de las expresiones posibles admiten
ser analizadas en elementos menores que pueden aparecer como constituyentes
de otras expresiones simples o complejas. Se trata de articulación en el sig­
nificante y sólo en el significante, puesto que ninguna de las figuras básicas
está vinculada continuamente a un mismo significado.

En el último código, la articulación se muesta de un modo distinto. Como


en el caso anterior, todo mensaje del tipo □ - ^ puede ser analizado en dos
componentes en el significante ( □ y ^ ). Lo diferencial con respecto
al otro sistema radica en que aquí la segmentación se realiza también en el
significado de la expresión. Siempre que aparece el dibujo O tenemos el
mismo significado. La sustitución de un dibujo por otro en el significante pro­
voca una alteración en el significado total que puede ser prevista si conocemos
el significado del dibujo introducido. En este último código, por tanto, la articu­
lación se realiza simultáneamente en el significado y el significante. Gracias a
ello es posible indicar las cuarenta y cinco, noventa, ciento veinte o doscientas
cuarenta líneas posibles6 (según la dirección sea o no pertinente y se marque o
no un punto intermedio) con únicamente diez asociaciones básicas y un cortí­
simo número de convenciones acerca del significado expresado mediante la orde­
nación relativa de los elementos.

A partir de todo lo anterior es fácil concluir que los códigos con articula­
ción simultánea en significado y significante son los que presentan mayor capa­
cidad con un número reducido de asociaciones. La cantidad de signos básicos
depende, como es natural, de los elementos fundamentales cuyas combinaciones
debe expresar el sistema. En caso de que ese número sea excesivamente elevado
(cincuenta mil signos básicos por ejemplo), las ventajas de estos códigos sobre
otros tipos siguen en pie, pero resultan igualmente difíciles de manejar. La so­
lución es, naturalmente, emplear al tiempo ambos modos de articulación. De
esta forma, cada expresión compleja está formada (en varios niveles de aná­
lisis, cfr. infra, § 1.3.) por una serie de signos básicos y, además, el signifi­
cante de cada uno de estos signos elementales podrá ser segmentado en uni­
dades no vinculadas a significados y cuya combinación da lugar a los signifi­
cantes de signos.

Las lenguas humanas son el caso más claro de explotación simultánea


de ambos modos de articulación. Una secuencia cualquiera puede ser analiza­
da en cadenas de signos progresivamente menores hasta llegar a los signos
elementales (que ya no pueden ser descompuestos en nuevas unidades con sig­
nificado y significante). A partir de ahí, el significante de esos signos mínimos
puede todavía ser fragmentado en elementos no directamente ligados a signifi­
cados (fonemas primero y rasgos fónicos después). De este modo, con treinta o
cuarenta fonemas (formados, a su vez, por un número reducido de rasgos fó­
nicos) podemos construir los significantes de miles de signos básicos y, con
ellos, millones de expresiones complejas (que son conbinaciones de signos
básicos).

(6) O un núm ero m ucho mayor si indicamos dos o más puntos intermedios.
Así pues, la enorme riqueza y la infinita capacidad de las lenguas se expli­
can por la existencia en ellas de ambos tipos de articulación al tiempo. Esta
característica es la que ha venido siendo presentada en buena parte de las escue­
las estructuralistas europeas como “la doble articulación del lenguaje”, expre­
sión que remite inmediatamente a André Martinet. Pese a su aparente simpli­
cidad y a la aceptación general de que disfruta, la idea de esa doble articula­
ción tiene una formulación deficiente en este autor y, como derivación de ello,
en la mayoría de los lingüistas a él vinculados. Esa es la razón de haber in­
troducido aquí el tema mediante el estudio de sistemas de comunicación arti­
ficiales e imaginarios.
Puesto que no es éste el lugar adecuado para abordar la cuestión en todos
sus detalles, me limitaré a exponer brevemente la concepción de Martinet (la
más difundida) y sus consecuencias. Para este autor, la doble articulación consis­
te en que

“los hechos lingüísticos se ordenan en el marco de articulaciones


sucesivas, una primera articulación en unidades mínimas de dos
caras (nuestros monemas, los “morfemas” de la mayoría de los es­
tructuralistas), una segunda en unidades sucesivas mínimas de fun­
ción únicamente distintiva (los fonemas)” (Martinet 1965, 33).

Según lo anterior, todo enunciado se articula en una sucesión de unidades


mínimas dotadas de significado y forma fónica (los monemas, que constituyen
la primera articulación) y cada una de estas unidades está a su vez articulada
en elementos que poseen únicamente forma fónica (los fonemas, que forman la
segunda articulación). Puesto que los fonemas no están vinculados como tales
a un determinado significado (aunque, claro está, existen monemas monofo-
nemáticos), las secuencias de fonemas pueden ser parcialmente semejantes y
presentar, sin embargo, significados totalmente distintos (cfr. /'kara/ y /'kasa/
al lado de /'para y / ’pasa/).

En esencia, el punto de vista de Martinet establece correctamente el hecho


de que una segmentación da como resultado unidades que poseen significado
y significante, mientras que, en el otro caso, el análisis produce unidades con
sólo significante. Es fácil percibir que la similaridad entre el planteamiento
de Martinet y el expuesto aquí se agota en este aspecto. En efecto, lá primera
articulación de Martinet es la que analiza los enunciados en monemas (las
unidades mínimas con significado y significante). Por definición, los monemas
tienen significado y significante y, además, no pueden ser descompuestos en
unidades del mismo tipo. La cuestión está en que Martinet ve a los monemas
como ¡as unidades de la primera articulación. La consecuencia es doble. De una
parte, esta consideración teórica no permite dar cuenta de las unidades con
significante y significado más altas que el monema. De otra, “articulación” deja
de ser una característica estructural, de organización, y se convierte en la desig­
nación de un tipo concreto de unidad lingüística (primera articulación — mo-
nemas; segunda articulación * fonemas).

Veámoslo desde otro ángulo. Decir que un enunciado está articulado sig­
nifica que está formado por unidades menores, que puede ser analizado o des­
compuesto en unidades menores. Decir que está articulado de una cierta forma
(del primer modo, para mantener el paralelismo) significa que esas unidades
inferiores obtenidas poseen significado y significante. Desde esta consideración
y suponiendo por comodidad que no hay saltos de unidad7, una oración se
articula en cláusulas, una cláusula en frases, una frase en palabras y una palabra
en morfemas. Como consecuencia de ello, en primer lugar se observa que
mantenemos “articulación” como sinónimo de “segmentabilidad”, “analizabilidad”
o “constitución”, por lo que no cabe identificar “primer modo de articulación”
con ningún tipo de unidad. En segundo término, reconocemos la existencia de
unidades más altas que el morfema. En el tramo de la escala de unidades
gramaticales que hemos recorrido, todas tienen siempre significado y signifi­
cante. En general, el primer modo de articulación consiste en que una unidad
de tipo x puede ser descompuesta o analizada (es decir, está articulada) en una
secuencia de unidades de tipo x - 1, donde ambos tipos de unidades tienen
significado y significante. “Articulación”, es, pues, una característica de la orga­
nización de las lenguas y las expresiones lingüísticas. No puede ser indentifi-
cada con un determinado tipo de unidad. Como máximo, podríamos hablar
de “unidades caracterizadas por presentar el primer tipo de articulación” o algo
semejante.

De modo similar a la forma en que una frase está articulada en palabras,


un morfema se articula en fonemas. Hay, sin embargo, una diferencia crucial.
Los fonemas no comportan significado, son unidades que sólo tienen signifi­
cante. Se trata, pues, de articulación del significante. La operación realizada es
la misma, de ahí que hablemos siempre de “articulación”. Como las unidades
resultantes son muy diferentes en su comportamiento de las otras, tendremos
que distinguirlas mediante una expresión como “segundo modo de articulación”.
Su característica es, pues, que las unidades obtenidas no tienen más cara que
la del significante.

Visto así, no hay razón para detener el segundo modo de articulación

(7) Cfr. infra, § 1.3.


en los fonemas. Como es bien conocido, estas unidades están formadas por
un conjunto de rasgos fónicos. Por consiguiente, un fonema puede ser anali­
zado en rasgos o, dicho de otra forma, se articula en rasgos. Dado que los
rasgos, como los fonemas, poseen exclusivamente significante, seguimos en el
segundo modo de articulación. La articulación sigue siendo una característica
organizativa, no identificable con tipos de unidades.

Hay que mencionar, aunque sea de pasada, que en su primera formulación


de este principio, Martinet (1949) reconocía la articulación de los fonemas
en rasgos. En un momento posterior dejó de hacerlo, probablemente por con­
siderar que el carácter simultáneo con que se presentan los rasgos fónicos
los convierte en elementos diferentes. Aunque ésa haya sido la causa fundamen­
tal, creo que no debemos pasar por alto el hecho de que admitir la articulación
de los fonemas en rasgos daría lugar a una de las dos consecuencias siguientes:

a) Si se considera este fenómeno dentro de la “segunda articulación”,


no cabe mantener la equivalencia de articulación y tipo de unidad, con lo que
se debilita la identificación de “primera articulación” con monemas.

b) Si no se sigue el camino anterior, habría que reconocer la existencia


de una “tercera articulación”. Con ello, además de romperse el equilibrio (falso)
de la teoría, volvería a quedar injustificada la falta de reconocimiento de uni­
dades superiores al monema. Por otra parte, reconocerlas obligaría a tener que
hablar de seis, siete o más articulaciones.

Naturalmente, todos ésos son pseudoproblemas derivados de una formu­


lación deficiente del principio de la articulación. Presentado tal como lo hemos
hecho aquí, todos ellos carecen de sentido. Parece, pues, conveniente, evitar ex­
presiones como “la doble articulación del lenguaje” o “las dos articulaciones
del lenguaje”, que llevan irremediablemente a identificar articulación con tipo
de unidad. Resulta más adecuado decir que las lenguas están doblemente ar­
ticuladas o que están articuladas de dos modos distintos.

1.3. Niveles de análisis.

Como hemos visto en el apartado anterior, las expresiones lingüísticas están


articuladas. Ello significa que, normalmente, una secuencia puede ser analizada
en constituyentes menores, relacionados entre sí de diversos modos y, al tiem­
po, con la unidad de que forman parte. El proceso de segmentación de una
secuencia nos va proporcionando fragmentos progresivamente menores hasta
llegar a las unidades mínimas, aquellas que ya no es posible analizar lin­
güísticamente. Cada una de esas etapas que se producen en el análisis de
una expresión puede ser denominada “nivel”.

Naturalmente, niveles y tipos de unidades lingüísticas muestran una fuerte


vinculación, pero conviene mantener diferenciados ambos conceptos (con estos
u otros términos). Entiendo por tipo de unidad lingüística una clase determinada
de elemento o secuencia de elementos que puede ser definida por la posesión de cier­
tas características. Son tipos de unidades lingüísticas el fonema, el morfema, la pala­
bra, la cláusula, el enunciado, etc., (cfr. infra, capítulo 3). Su vinculación con
los niveles que surgen al analizar una expresión cualquiera en sus constituyentes
procede del hecho de que, normalmente, cada unidad está formada por secuencias
más o menos largas de elementos pertenecientes a la unidad inmediatamente infe­
rior de la escala. Las oraciones suelen estar formadas por cláusulas, las cláusulas
se componen de frases, las frases de palabras, etc. Si ese principio se cumplie­
ra siempre, el número de niveles que va a producir el análisis de una expre­
sión podría ser dado nada más conocer la unidad a que esa expresión pertenece
(y, por supuesto, la escala de unidades lingüísticas para la lengua en cuestión).
Así, suponiendo que la escala de unidades para una cierta lengua sea rasgo fónico,
fonema, morfema, palabra, frase, cláusula y oración (siete), un enunciado consti­
tuido por una oración será analizado en siete niveles distintos, mientras que un
enunciado formado por una frase presentará únicamente cinco.

Ahora bien, el análisis de una expresión lingüística requiere con mucha


frecuencia más niveles de los esperables según lo anterior. Ello se debe a que
las posibilidades de composición e integración que tienen las unidades no son
tan rígidas. Una determinada unidad puede autodominarse directa o indirecta­
mente. Es autodominación directa la que se da cuando una cierta unidad tiene
como uno de sus constituyentes una secuencia perteneciente a su mismo tipo.
Así ocurre cuando, por ejemplo, una cláusula contiene otra cláusula como uno de
sus constituyentes inmediatos (Nos dijo que sus hijos iban a salir de vacaciones)
o una frase contiene otra frase como uno de sus constituyentes inmediatos
(El sobrino de nuestra vecina). Hay autodominación indirecta cuando una cierta
unidad contiene en el interior de alguno de sus constituyentes una secuencia que
pertenece a su mismo tipo. Por ejemplo , una cláusula formada por frases, alguna
de las cuales tiene otra cláusula como constituyente directo (Los periodistas han
entrevistado a los candidatos que se presentan a las elecciones; El comité ha re­
chazado la posibilidad de que los parlamentarios puedan desempeñar otros cargos
públicos). Ambas posibilidades constituyen el principio de recursividad, incor­
porado a la teoría lingüística por la gramática generativa. Nótese que el último
caso (la recursividad indirecta) implica que una unidad puede estar formada
también por secuencias pertenecientes a unidades más altas de la escala: hay
en los ejemplos anteriores frases que contienen cláusulas como constituyentes.

Existe, además, lo que podemos llamar “salto de unidad” (equivalente


al level-skipping o “salto de nivel” de la tagmémica). Consiste en que una
unidad puede estar constituida por elementos pertenecientes a tipos más bajos
que el inmediatamente inferior a aquella de que se trate. Por ejemplo, una
cláusula formada por palabras (y no por frases) o una oración formada por fra­
ses o palabras (y no por cláusulas). Estos casos suponen una reducción en el
número de niveles necesarios para el análisis en relación con los esperables
si atendiéramos exclusivamente a la escala de unidades.

Así pues, la recursividad y el salto de unidad explican la discordancia


entre el número de escalones de segmentación que permitiría prever el tipo de
unidad a que una secuencia pertenece y los que aparecen realmente. El primero
provoca la aparición de más niveles de los esperados; el segundo da lugar
a la detección de algunos menos de los que corresponden inicialmente. Dentro
de la orientación que expone este libro, el salto de unidad tiene repercusiones
de menor importancia cuantitativa que la recursividad. Ello se debe a dos ra­
zones distintas. Una de ellas está relacionada con la formulación del principio
articulatorio, según el cual cada secuencia está constituida por unidades del tipo
inmediatamente inferior al suyo. Ahora bien, cuando encontramos, por ejemplo,
que uno o más de los constituyentes de una cláusula constan de únicamente
una palabra (como en Juan llegó ayer) podemos dudar entre decir que esa
cláusula está formada directamente por palabras (y no por frases) o bien man­
tener que sus constituyentes directos son frases que constan de únicamente una
palabra cada una. En el primer caso, hay un salto de unidad. En el segundo, es nece­
sario apoyarse en una formulación general, según la cual una secuencia de cual­
quier tipo puede estar formada por tan sólo una unidad del tipo inmediatamente
inferior, con lo que no es necesario recurrir al salto de unidad. Ambas posibilidades
'son defendibles y, en el fondo, equivalentes. No hay modo de justificar con cri­
terios internos que una de las consideraciones es correcta y la otra incorrecta
porque responden a visiones realizadas desde ángulos distintos, pero compati­
bles. Es, más'íbien, la homogeneidad y las ventajas metodológicas mostradas
por una de-estas consideraciones la que nos inclinará a adoptar un enfoque u
otro y; en consecuencia, a hablar o no de salto de unidad en casos como éstos.
Si se acepta que una frase puede estar formada por una palabra, una palabra
por un solo morfema, etc., la importancia cuantitativa del salto de unidad se
ve considerablemente reducida.
El segundo factor está relacionado con la visión que en cada caso se tenga
de las unidades gramaticales. Aquellas teorías que las sitúan en una única di­
mensión necesitan recurrir al salto de unidad de uno o varios grados para
poder mantener que ¡Socorro!, ¡Un café! y expresiones similares son oraciones,
enunciados o, en general, la unidad que ocupe el lugar más alto de la escala.
En la aproximación defendida aquí (cfr. infra § 3.2.), en cambio, el enunciado
no está en la misma dimensión que las demás unidades porque es considerado
como una categoría de discurso, definible por criterios distintos a los emplea­
dos en los demás casos. Una oración, una cláusula, una frase, una palabra o
incluso un morfema pueden ser enunciados si poseen determinadas condiciones
ajenas a su consitución interna. De este modo, ¡Un café! es una frase nominal
desde el punto de vista de su constitución y es enunciado por la carga pre­
dicativa que posee en una determinada situación de discurso. Sigue siendo frase
nominal, pero ya no es enunciado en, por ejemplo, Necesito un café. De este
modo, no es necesario recorrer siempre toda la escala de unidades para llegar
hasta el enunciado o el correlato conceptual correspondiente, con lo que el papel
jugado por el salto de unidad queda bastante reducido.

Por todo ello, niveles lingüísticos y tipos de unidades lingüísticas son conceptos
estrechamente conectados, pero distintos. En la consideración expuesta hasta aquí,
los niveles en que una secuencia es analizada surgen como consecuencia de la
constitución interna de la secuencia en cuestión. Resulta aconsejable, pues, hablar
de niveles de análisis más que de niveles lingüísticos, ya que su número de­
pende de la mayor o menor complejidad estructural de la secuencia con que
se esté trabajando. Debe quedar claro, además, que el número de niveles de
análisis reconocidos en una determinada secuencia depende de los tipos de uni­
dades con que se trabaje en la lengua correspondiente. Hay, por supuesto, tipos
de unidades que presumiblemente se dan en todas las lenguas (morfema y ora­
ción, por ejemplo), pero el reconocimiento de otras unidades es algo que de­
pende de las características de cada sistema y, por consiguiente, de si incluirlas
simplifica o complica la descripción. Volveremos sobre esta cuestión al hablar
de las unidades.

AMPLIACIONES Y REFERENCIAS

Los aspectos fundamentales de su pensamiento acerca de la distinción de


los dos planos y la diferencia entre forma, sustancia y materia están contenidos
en el capítulo XIII de Hjelmslev (1943). Véanse también el resumen de Alarcos
(1951, cap. II) y el estudio más detenido de Corneille (1976, 236-259 y 296-320).
Para la estratificación del lenguaje en general, puede verse (aunque no es de fácil
lectura) Hjelmslev (1954).

En los Prolegómenos (1943), Hjelmslev habla de forma, sustancia y “sentido”


(en danés, mening). Este último término resulta un tanto confuso y presenta
evidentes dificultades cuando se quiere hacer referencia al “sentido de la expre­
sión”. Desde 1954 utiliza “materia”, bastante más adecuado al significado que
pretende darle. Por desgracia, las traducciones españolas y francesas realizadas
con posterioridad casi nunca han tenido en cuenta esa modificación v conti­
núan empleando “sentido”.

De las dos distinciones (contenido y expresión a un lado, forma y sustan­


cia a otro), la primera es la que establece la existencia de los dos planos.
“Precisamente por eso -dice Hjelmslev- hay que hablar [. . .] de la “forma del
contenido”, “de la sustancia del contenido”, de la “forma de la expresión” y de
la “sustancia de la expresión”, mientras que carecía de sentido, por ser inade­
cuado, hablar de un “contenido de sustancia”, de un “contenido de forma”,
de una “expresión de sustancia” o de una “expresión de forma”. La distinción
de contenido y expresión *s la primera encrucijada, la de forma y sustancia la
segunda, y la distinción entre forma y sustancia está, por tanto, subordinada
a la existente entre los planos” (Hjelmslev 1954, 57-58), Ahora bien, esa especie
de jerarquización se refiere únicamente a un sistema semiótico, que es donde la
distinción entre contenido y expresión resulta necesaria. En otras esferas de la
realidad, la primera es la establecida entre forma y sustancia en un sentido un
tanto más general de los términos: “La distinción de planos se aplica solamente
a la esfera semiótica [ . . . ] , mientras que la distinción entre “forma” y “sustan­
cia” parece ser de una aplicación mucho más general: diríase que se trata
simplemente de la abstracción, que es el pago de todo análisis científico” (ibíd., 63).

Sobre la necesidad de ampliar la concepción del significante, cfr. Trujillo (1976,


37-54 y 159-161) y Rojo (1979, 113-118).

Para los funcionalistas vinculados a Martinet, la doble articulación constituye


la característica diferencial del lenguaje humano frente a todos los demás sis­
temas de comunicación. Aunque las lenguas humanas son, sin duda, los códigos
que explotan con mayor rentabilidad las ventajas de combinar ambos tipos de
articulación, parece cada vez más claro que hay otros sistemas que también
lo hacen. Por citar únicamente un caso, Salvador Gutiérrez (1981) ha puesto
de relieve recientemente que los dos modos de articulación aparecen simultá­
neamente en, por ejemplo, los códigos utilizados en ciertos tipos de paneles
electrónicos, máquinas calculadoras, etc. En efecto, además de todo lo implica-
dó por el sistema de numeración decimal (articulación en significado y significan­
te), cada dígito está construido mediante un grupo de trazos que pueden formar
parte del significante de otros dígitos. Así, ¡ , *-} , , f j , etc., presentan
todos ellos los dos trazos verticales del lado derecho, etc. En consecuencia,
la diferencia es cuantitativa, no cualitativa, y la llamada “doble articulación”
no puede ser considerada como rasgo exclusivo del lenguaje humano.

El principio de la doble articulación fue formulado como tal por primera


vez en Martinet (1949), trabajo reeditado luego con ciertas modificaciones de
importancia como parte del primer capítulo de Martinet (1965, 19-28). Para una
presentación rápida, cfr. Martinet (1960, §§ 1-8 y sigs.). Ha habido algunos intentos
de corrección de sus evidentes dificultades en el interior del marco trazado
por este autor. Así, J. P. Roña (1968, 1969), captando la identificación de “articu­
lación” y tipo de unidad, ha propuesto hablar de “articulación múltiple”, de la que
la “doble articulación” mantenida por Martinet no es más que un caso parti­
cular. Por su parte, Salvador Gutiérrez (1981) se ha referido a la necesidad de
tomar en consideración los rasgos fónicos, adscribiéndolos a una “articulación”
especial.

En mi opinión, todos estos caminos están cerrados desde el principio porque


parten de una concepción totalmente inviable. La expuesta aquí se basa en las que
se encuentran en Prieto (1966), Buyssens (1967) y, un tanto más lejos, en
Hjelmslev (1943) y Jockett (1961). Para más detalles, cfr. Rojo (1982a).

Recientemente, Alarcos (1978), seguido por Martínez (1977) y Gutiérrez


(1981), ha postulado la existencia de un tercer modo de articulación. La idea,
insinuada ya por Prieto (1966), consiste básicamente en considerar que el signi­
ficado de los signos mínimos está articulado en unidades que poseen únicamente
contenido. Se trata, por tanto, de algo paralelo a lo que ocurre con el segundo
modo de articulación, pero referido no al significante, sino al significado.

Como ocurre casi siempre con los términos que poseen un significado
general en la lengua común, “nivel” ha sido empleado en Lingüística con muy
diversos valores, relacionados todos ellos con ese sentido amplio que tiene en
su uso no técnico. Se ha hablado, por ejemplo, de “niveles” de lengua para
aludir en unos casos a las variedades sociales de las lenguas (culta, vulgar, etc.)
y a las internas de cada individuo (aunque con funcionamiento interindividual)
en otros. Se está extendiendo, y conviene potenciarla, la utilización de los
términos “variedades diastráticas” y “variedades diafásicas” o “registros”, respec­
tivamente, para esos dos tipos de sistemas internos a un diasistema lingüístico.
Se han empleado también expresiones como “nivel fónico”, “nivel gramatical”,
etc., para designar los que nosotros hemos venido llamando “componentes”.
En un sentido más restringido, es fácil encontrar alusiones a los “niveles sin­
táctico, semántico e informativo” (o, para el último, “pragmático”, “construc-
cional”, “funcional”, “organizativo”, etc.), tema del que nos ocuparemos poste­
riormente. Aparece también, naturalmente, con el sentido en que lo vamos a
emplear aquí, relacionado con la existencia de diversos tipos de unidades en las
lenguas y la integración de unas en otras. Aunque su intercambio no crea difi­
cultades especiales, tenderé a hablar de “niveles” en este último sentido y a
llamar “estratos” a los inmediatamente anteriores (sintáctico, semántico e in­
formativo).
2. RELACIONES SINTÁCTICAS

2.1. Generalidades

A lo largo del capítulo anterior, y muy especialmente al hablar del prin­


cipio de la articulación, me he referido en varias ocasiones, aunque siempre
de pasada, a la existencia de relaciones de muy diversos tipos entre los ele­
mentos lingüísticos. Tener en cuenta esas relaciones es una necesidad que
se deriva de todo lo que hemos visto acerca de la estructura general de las
lenguas. Trataremos, en este apartado, de tocar los puntos más importantes
y trazar las grandes líneas en lo que se refiere a este tema.

Como ya hemos indicado, todo sistema de comunicación presenta los dos


planos del contenido y la expresión (o el significado y el significante). Las visio­
nes ingenuas del lenguaje tienden a imaginar que los contenidos de las expre­
siones son equivalentes a la suma de los significados de los elementos que las
componen. Evidentemente, eso no es así. Aprender una lengua no consiste
simplemente en interiorizar el inventario de signos y luego situarlos (por el
carácter lineal de la expresión fónica) unos detrás de otros en una ordenación
arbitraria. Una lengua es mucho más que esas asociaciones entre cierto tipo
de significados y ciertas secuencias significantes.

Las secuencias
(1) El candidato contempla al público
(2) El público contempla al candidato
están formadas por los mismos elementos léxicos y, sin embargo,, tienen signifi­
cados globales distintos. Están ordenados de diferente modo y eso es lo que sir­
ve como indicación de que las relaciones significativas entre los elementos son
diferentes. En este caso concreto, candidato y público intercambian sus funciones
sintácticas y semánticas, lo cual se refleja, entre otros rasgos, en el orden de los
elementos. Debe quedar claro desde el principio, aunque será estudiado posterior­
mente con más profundidad, que el orden de los elementos es tan solo un pro­
cedimiento que puede ser utilizado para hacer patente la existencia de ciertas
funciones semánticas. Ni las alteraciones de significado pueden ser explicadas
únicamente mediante los cambios detectados en la secuencialidad de los elementos
ni toda modificación de orden trae consigo diferencias en el significado. Si
comparamos

(1) El candidato contempla al público


(3) Al público contempla el candidato
comprobaremos que el significado es el mismo (con una ligera diferencia en el
relieve que no afecta a lo fundamental). Ello se debe a que las relaciones
sintácticas y semánticas entre los elementos se mantienen idénticas a pesar
de la modificación del orden, lo cual prueba, por otra parte, que el orden
es únicamente uno de los varios procedimientos que pueden ser empleados
para manifestar las relaciones sertiánticas existentes.

Casos similares de modificación del significado global con los mismos ele­
mentos léxicos son, por ejemplo:

(4a) La tía regaló un libro al niño del vecino


(4b) La tía del vecino regaló un libro al niño
(4c) La tía regaló un libro del vecino al niño
(5a) El cuadro de la sala
(5b) La sala del cuadro
(6a) Un aparato de plástico malo
(6b) Un aparato malo de plástico.

En todas estas expresiones, los elementos están relacionados de distintos


modos entre sí, por lo que el significado global resultante es diferente. En otros
casos, las distintas relaciones mantenidas se hacen patentes mediante elementos
diferenciados:

(7a) Los amigos de Miguel llegaron tarde


(7b) Los amigos y Miguel llegaron tarde.
Amigos y Miguei están coordinados en un caso y Miguel está subordinado a
amigos en otro.

El fenómeno general consiste, pues, en que cuando hablamos no nos


limitamos a enumerar, sin más, acontecimientos, seres, fenómenos, procesos,
etc., sino que establecemos entre ellos relaciones de muy diversos tipos. Dados
una acción y un ser, este último puede aparecer como el causante indirecto
de la acción, su agente directo, el objeto resultante, el objeto modificado, el bene­
ficiario, etc. Entre dos objetos puede existir una determinada vinculación que nos
interese marcar. En definitiva, la realidad extralingüística es muchoNniás que un
inventario de objetos y fenómenos. Como consecuencia de ello, las lenguas
consisten en mucho más que en el léxico. La tarea central de la sintaxis es, pre­
cisamente, el estudio de todas esas relaciones existentes entre los signos, su
manifestación y, en conexión con la zona correspondiente de la semántica,
su repercusión en el significado global de las expresiones. No debemos olvidar,
sin embargo, que los vínculos entre lo lingüístico y lo extralinguístico no son
biunívocos. Ni las lenguas expresan directamente todo matiz distinto existente en la
realidad (aunque püedan hacerlo indirectamente) ni recortan el mundo del
mismo modo

Las relaciones sintácticas son, naturalmente, una clase especial en el conjunto


de las relaciones lingüísticas (las relaciones entre dos o más elementos lingüísticos
cualesquiera). Conviene, por tanto, explicar al menos las líneas generales corres­
pondientes a este aspecto para poder situar las relaciones lingüísticas en el
lugar adecuado.

Desde este punto de vista, las relaciones lingüísticas pueden ser clasificadas
en tres grandes grupos. Ciertas relaciones aparecen a lo largo y ancho de todo
el sistema lingüístico sin diferencias dignas de ser tomadas en cuenta. Son, pues,
relaciones de tipo general que responden a la naturaleza básica propia de los ele­
mentos lingüísticos y que, en consecuencia, no se ven afectadas por el carácter
concreto, por la naturaleza específica de las unidades que las contraen. El
segundo grupo de relaciones está constituido por aquellas que, siendo siem­
pre fundamentalmente las mismas, muestran ciertas diferencias importantes según
sean contraídas por un tipo u otro de unidades lingüísticas. Por último, hay
ciertas relaciones que son exclusivas de los distintos tipos de unidades y no aparecen
en los demás. Están conectadas, por tanto, con la naturaleza específica de las unida­
des y con el papel que el componente al que corresponden juega en el conjunto
de un sistema lingüístico.

Así pues, las relaciones sintácticas, esto es, ias relaciones que pueden mantener
entre sí elementos que pertenecen a este componente pueden ser generales, seme­
jantes (pero no idénticas) a las que pueden mantener elementos de otros tipos
y, por fin, exclusivas. En lo que sigue veremos cuáles son estas relaciones y
sus características fundamentales.
2.2 Relaciones lingüísticas generales.

A este grupo pertenecen, sin duda, las que con términos y conceptos ela­
borados fundamentalmente por Hjelmslev y Saussure llamamos “relaciones para­
digmáticas” y “relaciones sintagmáticas”. El reconocimiento de la existencia de
estos dos tipos generales de relación da lugar a la constitución de los ejes
de selección (o elección) y combinación que, con escasos matices diferenciales,
podemos encontrar en todas las escuelas estructuralistas. En esa misma diferencia
y relaciones de contraste.

Según la definición generalizada y sobradamente conocida, relación paradig­


mática es la que existe entre un elemento lingüístico presente en una cadena y todos
aquellos que podrían haber aparecido en su lugar. Como ya decía Saussure con
respecto a las asociativas, las paradigmáticas son relaciones in absentia, puesto
que se dan entre un elemento que figura en la secuencia y otros que no
están en ella (de ahí la denominación “eje de selección” con que también
se conoce el eje paradigmático). Así, en
(8) Han traído la mesa nueva
están en relación paradigmática con nueva todas aquellas unidades o secuencias
de unidades que podrían aparecer en lugar de nueva sin provocar una altera­
ción de la estructura fundamental de la cadena (como negra,, grande; redonda,
que compramos ayer; de madera, etc.).

Aunque muestran evidentes puntos de contacto, conviene mantener diferen­


ciados el contraer relaciones paradigmáticas y el pertener al mismo tipo o
subtipo de unidad. En efecto, es suficiente con tomar en consideración los ejem­
plos propuestos hace un momento para percibir que los elementos que pueden
sustituir a nueva en (8) no son únicamente palabras (tipo de unidad) y mucho
menos adjetivos (subtipo del tipo de unidad palabra). La razón de ello está
clara. Las relaciones paradigmáticas suponen la realización de una determi­
nada función en una cierta estructura. Toda secuencia de elementos, sea del ti­
po que sea, que pueda desempeñar la misma función que otra estará con ella
en relación paradigmática, pero puede pertenecer a un tipo de unidad bastante
diferente. Téngase en cuenta también lo que hemos dicho acerca de las conexio­
nes y diferencias entre los tipos de unidades y los niveles del análisis lingüís­
tico (supra § 1.3.).

En cambio, la pertenencia a un determinado tipo de unidad responde a


criterios de composición interna. Para considerar que un cierto elemento es una
cláusula exigimos la posesión <ie unos determinados elementos constitutivos; para
aplicar el término “palabra” a un elemento necesitamos la presencia de ciertos
rasgos, etc. Algo semejante ocurre posteriormente cuando se plantea la cuestión
de los subtipos de unidades. Por ello, muchos elementos que sin duda pertene­
cen al mismo subtipo que otro no están con él en relación paradigmática. Nu­
bosa, por ejemplo, o errática, que sin duda son adjetivos, como nueva, no man­
tienen relaciones paradigmáticas con este último elemento en (8), ya que no
se dan Han traído la mesa nubosa o la mesa errática. Puesto que tratamos con
la secuencia concreta, ni siquiera nuevo, nuevos, nuevas, que forman parte del mismo
lexema que nueva están con ella en relación paradigmática, ya que la buena cons­
trucción de la secuencia exige respetar la regla de concordancia y, en consecuencia,
ninguno de los tres elementos puede ocupar el lugar de nueva en (8).

Según la presentación habitual, relación sintagmática (que Saussure carac­


terizó confio in praes&itia) es la que se establece entre elementos o secuencias
de elementos que aparecen en la itiisma cadena. Una definición de este tipo, que
es la que se encuentra en la mayor parte de los manuales y monografías, suscita
inmediatamente una serie de cuestiones que, por su repercusión en la teoría
sintáctica, deben ser tratadas aquí, aunque sólo sea superficialmente.

Está claro que, frente a lo que ocurre en el caso de las paradigmáticas,


las relaciones sintagmáticas exigen la copresencia en la misma cadena de los ele­
mentos que las contraen. La primera cuestión que se plantea es si existe
relación sintagmática siempre que haya copresencia, o si, más bien, la coexisten­
cia en la cádena es uno, pero no el único, de los factores requeridos para que
haya relación sintagmática. Planteado de forma más estricta, se trata de saber si la
copresencia es condición suficiente, como en (9a), o si es tan solo necesaria,
como en (9b):

(9a) Son relaciones sintagmáticas las que se dan entre dos o más elemen­
tos cualesquiera de la misma clase general (elementos del componente fónico,
elementos del componente gramatical, etc.), que concurren en la misma cadena.

(9b) Las relaciones contraídas por dos o más elementos pertenecientes a la


misma cadena son relaciones sintagmáticas.
Es evidente que se trata de dos enfoques muy distintos y de rentabilidad teó­
rica bastante diferente. Lo expresado en (9b) está comprendido en lo abarcado
por (9a); la consideración resultante de (9a) es mucho más amplia Qüe la de­
rivada de (9b).
Curiosamente, la aparente claridad del concepto impide en muchos casos saber
si debemos situar una determinada definición en la línea de (9a) o, por el contrario,
en la de (9b).
Puesto que no tiene sentido entrar aquí en una discusión amplia de lo expuesto
por distintos autores, me limitaré a indicar que, en mi opinión, para que el concep­
to de relación sintagmática tenga un auténtico interés teórico no se puede acep­
tar de entrada que todos los elementos o secuencias de elementos copresentes
en una cadena mantienen relaciones de este tipo (“ 9a). La interpretación adecuada
es, me parece, (9b), de modo que para que exista relación sintagmática se requiere:
a) que se dé una relación y b) que esa relación sea de copresencia. Según
esto, en
(10) La mesa está en el rincón
hay relaciones sintagmáticas entre, por ejemplo, la y mesa o el y rincón (me
refiero únicamente a los casos más claros), pero no, en cambio, entre mesa y
rincón, que no están vinculados directamente. Si estos dos últimos elementos con­
traen relación sintagmática no es a título individual, sino como integrantes
de secuencias más amplias que mantienen una relación sintáctica en presencia y, por
tanto, sintagmática. En efecto, la mesa y está en el rincón o bien la mesa, es-
tá y en el rincón (dos posibilidades de análisis que no voy a discutir ni valorar
ahora) contraen esa relación sintagmática como bloques unitarios con respecto
a lo que se eacuentra fuera o encima de ellos. Como consecuencia, cabe decir
que mesa y rincón están relacionados sintagmáticamente en (10), pero de un modo
indirecto, en tanto que constituyentes de unidades más amplias (la mesa y está en
el rincón), que mantienen relaciones sintagmáticas directas.

Esto nos lleva, en definitiva, a que la existencia de relación sintagmática directa


entre dos elementos A y B requiere que ambos sean constituyentes en el mismo nivel
de estructura jerárquica de un tercer elemento C. Dicho de otro modo, que A y B
sean constituyentes inmediatos de C. Esto repercute, naturalmente, en lo que debe­
mos entender por “sintagma” (cfr. ampliación al cap. 3). Dos elementos o se
cuencias de elementos copresentes en una misma cadena no forman, por esa
simple razón, un sintagma. La existencia de sintagma requiere que sus elementos
estén relacionados sintagmáticamente de forma directa.

Hay relación sintagmática indirecta entre dos elementos A-y B cuando ambos
son constituyentes en distintos niveles de estructura jerárquica con respecto a un
tercer elemento C o, en otro términos, cuando al menos uno de ellos es cons­
tituyente indirecto de C. Evidentemente, sólo pueden contraer relaciones sintagmá­
ticas indirectas los elementos que forman parte de secuencias que, en un nivel o
en otro, mantienen relaciones sintagmáticas directas.

Considerar que son relaciones sintagmáticas las contraídas por dos o más ele­
mentos pertenecientes a la misma cadena tiene dos evidentes e importantes
corolarios. De una parte, el hecho de que dos unidades aparezcan en la cadena
una a continuación de otra no implica forzosamente que mantengan entre sí rela­
ciones sintagmáticas directas. En
(11) La mesa de madera está en el rincón
no hay relaciones sintagmática directas entre, por ejemplo, madera y está. Existen
únicamente relaciones sintagmáticas indirectas en tanto que madera está integrado
en la cadena la mesa de madera, que mantiene relación sintagmática directa con
está (o con está en el rincón, aspecto que no interesa ahora).

Por otra parte, la secuencialidad inmediata no es condición necesaria para que


dos elementos estén en relación sintagmática. Las diferencias formales que presenta
el adjetivo en
(12a) Un bocadillo de calamares calientes
(12b) Un bocadillo de calamares caliente
muestran con claridad la vinculación existente entre caliente y bocadillo en (12b).
A pesar de su contigüidad, calamares y caliente no mantienen relaciones sintagmá­
ticas directas en (12b). Sí existen, en cambio, aunque haya otros elementos en
medio, entre bocadillo y caliente. Del mismo modo, Juan y salió están relacio­
nados sintagmáticamente en (13):

(13) Juan, después de haber recogido todo lo que había en el suelo, salió
de la habitación.

La presencia de una cadena con un número relativamente alto de elementos


entre ambos no pueden anular (porque se trata de algo totalmente distinto) las
relaciones sintagmáticas mantenidas entre sujeto y predicado de una cláusula.

En otras palabras, las relaciones sintagmáticas están vinculadas a lo que


Tesniére llamaba (con un término escasamente afortunado) “ordre structural”,
claramente diferenciado del “ordre linéaire”, que es la presentación de los elementos
unos a continuación de los otros (cfr. Tesniére 1959, 19 y sigs.).

La cuestión de la linealidad en general es, precisamente, el segundo problema


suscitado por la definición habitual de las relaciones sintagmáticas. Como es
bien sabido, el carácter lineal del lenguaje (“que excluye la posibilidad de pronun­
ciar dos elementos a la vez”) era, para Saussure, el fundamento de las relaciones
sintagmáticas. Sin embargo, es forzoso aceptar que, en muchos casos, los elementos
que contraen relaciones no están ordenados linealmente, sino que aparecen de
forma simultánea. ¿Hay relaciones sintagmáticas en estos casos?

El campo en que primero se planteó la cuestión fue la fonología. La


cada vez mayor importancia atribuida a los rasgos fónicos como elementos del
análisis lingüístico hizo que, ya en 1956, Jakobson tuviera que referirse a este
tema. Para él, hay dos aspectos fundamentales en el lenguaje, la combina­
ción y la selección (paralelos a, respectivamente, los ejes sintagmático y para
digmático). Según Jakobson, la combinación consiste en “la concurrencia de
entidades simultáneas” o en la “concatenación de entidades sucesivas” (Ja­
kobson 1956, 76). Lo diferencial con respecto a Saussure radica, con sus mismas
palabras, en que “de las dos variedades de combinación -concurrencia y concate­
nación-, el lingüista de Ginebra sólo reconoció la segunda, la sucesión temporal”
(ibíd., 78). Así pues, no sólo hay relación sintagmática entre dos fonemas cuyas
realizaciones se suceden en el tiempo, sino también entre dos rasgos fónicos que,
como constituyentes de un fonema, son emitidos simultáneamente. En dirección
contraria apuntaba, en cambio, Benveniste (1962, 119), para quien los rasgos
fónicos “no son ya segmentables y sustituibles”, por lo que “tampoco es posi­
ble asignarles un orden sintagmático”.

Un problema similar se plantea con los rasgos sémicos. Si el significado


de un elemento es analizado en unidades menores (los semas o rasgos sémicos),
las relaciones existentes entre dos semas han de ser, salvando las diferencias de
naturaleza, del mismo tipo que las que se dan entre los rasgos constitutivos de un
fonema, han de ser simultáneas.

La simultaneidad de las unidades lingüísticas no está limitada a la fono­


logía y la semántica. Se da también en sintaxis, aunque resulta muy infrecuente
encontrar referencias a esta faceta. En efecto, todo parece indicar que el ámbito
de la sintaxis está dominado por el principio de la íinealidad de los elementos:
las cláusulas se construyen poniendo una frase y luego otras; las frases se forman
con palabras que se suceden y algo semejante ocurre con las palabras y los mor­
femas. Hay, sin embargo, fenómenos de otro tipo en las construcciones sintácticas
en los que resulta forzoso hablar de relaciones sintagmáticas simultáneas. Las se­
cuencias están integradas por ciertos elementos y forman parte de otros.El vínculo
existente entre el todo y la parte o la parte y el todo no puede ser concebido como
algo que se desarrolla en el tiempo. La relación detectable entre madera y
mesa de madera no es paradigmática, evidentemente; ha de ser, pues, sintagmática.
No parece, sin embargo, que aquí se pueda hablar de Íinealidad.

En fonología, semántica o sintaxis, el factor de fondo es siempre el mismo:


las relaciones de constitución, de las que hablaremos más adelante (cfr. infra § 2.3).
Lo que ocurre es que no nos planteamos habitualmente a qué tipo general de
relación lingüística responden las de constitución. La diferencia entre lo que encon­
tramos en fonología o semántica y lo que sucede en sintaxis radica en que los
rasgos fónicos y sémicos mantienen al tiempo dos clases de relaciones sintagmáticas
simultáneas, dos tipos de combinación basada en la concurrencia de unidades
(para emplear la terminología de Jakobson). En primer lugar, las relaciones manteni­
das por los rasgos (fónicos o sémicos) entre sí. En segundo término, las existentes
entre los rasgos y las unidades de nivel superior a que dan lugar. En los elementos
sintácticos, en cambio, sólo las últimas, las de constitución, son sintagmáticas
no lineales. Las primeras, las que se dan entre los elementos del mismo nivel, son
sintagmáticas lineales, ya que los elementos que las contraen no son simultá­
neos, sino que se suceden a lo largo del eje temporal.

Todo esto muestra que es necesario manejar con cuidado la conexión es­
tablecida habitualmente (desde Saussure) entre el carácter lineal del lenguaje y la
existencia de relaciones sintagmáticas entre los elementos de una cadena. Son
relaciones sintagmáticas las existentes entre elementos que forman parte de la
misma cadena. Se trata, pues, de relaciones in praesentia, como decía Saussure,
pero que no se manifiestan forzosamente en la linealidad del discurso. Con ello se
pone de relieve un factor que estaba latente en Saussure, Jakobson, Hjelmslev
y algunos otros autores: las paradigmáticas y las sintagmáticas son clases de relacio­
nes lingüísticas, no relaciones lingüísticas concretas. Con otras palabras, toda rela­
ción detectada entre dos elementos lingüísticos cualesquiera ha de ser forzosa­
mente adscrita a una de estas dos clases. ahí su presencia a lo largo y ancho
de todo el sistema lingüístico y también la necesidad de especificarlas en cada
componente de modo que se pueda dar cuenta del carácter peculiar de los ele­
mentos y las relaciones que contraen, especialmente en el caso de las sintagmá-
ticas.Cada disciplina ha de establecer los subtipos de estas dos clases que resul­
ten adecuados.

2.3. Relaciones con ciertas características especiales


En el apartado anterior ha quedado establecido que las paradigmáticas
y las sintagmáticas son clases de relaciones lingüísticas, que, por su carácter
general, han de ser luego concretadas y especificadas para cada tipo de elementos.
Como he indicado también, hay relaciones que, siendo las mismas en el fondo,
presentan matices o implicaciones distintas según el tipo de elementos que las
contraigan. De éstas vamos a ocuparnos ahora.

En primer lugar se encuentran las que voy a llamar “relaciones secuenciales”.


Desde una perspectiva general, las relaciones secuenciales son las de situación
anterior o posterior de un elemento lingüístico con respecto a otro de su misma
clase. El carácter lineal del lenguaje hace que las realizaciones de fonemas o
morfemas, por ejemplo, se sigan unas a otras. Son, pues, siempre desde esta pers­
pectiva general, relaciones sintagmáticas lineales. En una cadena dada, todos los
elementos de cada uno de los niveles, salvo los situados en los lugares pri­
mero y último, preceden a unos y siguen a otros.

Para que el estudio de las relaciones secuenciales resulte rentable en la teoría


lingüística hemos de apelar a la distinción establecida anteriormente entre relaciones
sintagmáticas directas o indirectas. Se trata, en definitiva, de que la ordenación
de elementos sólo tiene importancia cuando la establecemos con el marco de una
determinada unidad, cuyo carácter, como es lógico, será diferente según los elemen­
tos implicados.

Así, cada lengua presenta en su componente fónico combinaciones permitidas


y combinaciones prohibidas. Ahora bien, las reglas fonotácticas se refieren a combi­
naciones inmediatas. Carece de sentido decir que /t/ no puede aparecer entre
/p/ y /k/ si no se hace, implícita o explícitamente, referencia a que se trata
de la aparición de los tres fonemas seguidos (cfr. petaca, pero *aptka). En la
formulación de las reglas fonotácticas es preciso tener en cuenta las unidades
y factores que juegan en fonología. Hay unas reglas para combinaciones tauto-
silábicas y otras para combinaciones heterosilábicas, combinaciones prohibidas en
posición final de palabra no lo están en su interior, etc. Portanto, se man­
tienen siempre dos condiciones generales. En primer término, losfactores di­
ferenciales se refieren a fenómenos o unidades con entidad o repercusiones
en el ámbito de los elementos en cuestión (la sílaba, la posición en la síla­
ba, etc., en el caso de la fonotáctica). En segundo lugar, se trata siempre
de^secuencialidad inmediata, no de la simple aparición antes o después indepen­
dientemente de la pertenencia a la misma unidad relevante según el nivel en que
trabajemos.
En este aspecto, las relaciones secuenciales presentan las mismas características
en el componente sintáctico. En términos generales, sólo resulta rentable tener
en cuenta las relaciones secuenciales existentes entre elementos que están integra­
dos directamente en lamisma unidad (esto es, que mantienen relaciones sin­
tagmáticas directas). Así en
(14) El cuadro ha sido restaurado recientemente por los expertos
carece de sentido ocuparse de las relaciones secuenciales mantenidas por ios ele­
mentos cuadro, recientemente y expertos como tales.En la mayor parte de los casos,
este tipo de relaciones sólo tiene importancia cuando nos movemos en el interior
de una determinada unidad y trabajamos con sus constituyentes directos. Cabe
hablar (con rentabilidad teórica) de la ordenación de morfemas en la palabra*
de la colocación de elementos en una frase nominal o adverbial, etc. En este
último caso, lo relevante será la ordenación de palabras o grupos de palabras
en el interior de la frase. Normalmente, lo que hemos de tener en cuenta para
la ordenación relativa de elementos en la cláusula está referido a los constituyentes
directos de la cláusula, no a sus constituyentes indirectos.

Desde otro punto de vista, la ordenación de los fonemas (y sus realizaciones)


en la cadena es una cuestión ineludible en el componente fonológico. En efecto,
el significante de un signo está constituido por una secuencia de fonemas en un
orden determinado: / ‘kosa/ y / ‘sako/ tienen los mismos fonemas (e incluso
las mismas sílabas), pero en distintas ordenaciones, gracias a lo cual expresan
significados diferentes. La alteración del orden de los fonemas que forman el signi­
ficante do un signo da lugar a la aparición de un signo distinto (o de un no-signo,
que es una posibilidad equivalente para lo que aquí nos ocupa). Los fonemas no
tienen significado como tales, pero combinados de determinadas formas constitu­
yen la cara significante de los signos. El significante de un signo lingüístico elemental
está constituido por una secuencia de fonemas en una ordenación precisa, por
lo que en el plano fónico es absolutamente necesario tener en cuenta las rela­
ciones secuenciales establecidas entre los elementos que lo componen.

En el componente sintáctico, en cambio, la ordenación de elementos no es obli­


gatoria en el mismo sentido en que lo es en el componente fónico. Eso es lo
que justifica el haber incluido las secuenciales en el apartado dedicado a las rela­
ciones que, siendo fundamentalmente las mismas, presentan ciertas peculiaridades
según la clase de los elementos que las contraigan.

En efecto, las secuencias de fonemas de (15) constituyen significantes de signifi­


cados distintos:

(15a) / ‘tapo/
(15b) / ‘pota/
(15c) / ‘pato/
(15d) / ‘topa/

En cambio, las secuencias de (16) poseen el mismo significado fundamental:

(16a) Ayer encontramos a Juan por la calle


(16b) Encontramos a Juan ayer por la calle
(16c) Ayer encontramos por la calle a Juan
(16d) Encontramos a Juan por la calle ayer.

Naturalmente, esto no supone que toda alteración de orden sea irrelevante


en sintaxis. Incluso en una secuencia del tipo de las de (16), en la que los ele-
mentos muestran gran libertad de colocación, hay ordenaciones no permitidas:
(17) *Por la calle a Juan ayer encontramos.

Así pues, las relaciones secuenciales se presentan de modo similar en los com­
ponentes fónico y sintáctico, ya que siempre se trata de que las unidades corres­
pondientes estén situadas antes o después de otras del mismo nivel. Existe,
además, una diferencia fundamental, que es la que justifica el haberlas incluido
en este grupo de relaciones. Consiste en que la ordenación de los fonemas
en la secuencia que constituye el significante de un signo léxico es fija, mientras
que la ordenación de los elementos sintácticos puede ser variable. La razón de
ello radica en que la colocación de los elementos gramaticales puede ser utili­
zada como uno de los procedimientos empleados para marcar la realización de dis­
tintas funciones sintácticas, semánticas o informativas, pero no es forzoso que sea
así. Cuando la marca de función consiste exclusivamente en la posición relativa, el
orden tiende a ser tljo e inalterable. En otros casos, el orden normal puede
ser alterado para lograr efectos que no comportan intercambio en las funciones de
ningún tipo desempeñadas por los elementos. Por tanto, la raíz de la diferencia
se centra en el hecho de que, como han señalado (entre otros) los funciona-
listas desde hace tiempo, la posición ocupada por un elemento es uno de los modos
de marcar las relaciones que mantiene con los demás, la función desempeñada,
etc., pero no es la única forma de hacerlo. En cambio, en el componente
fónico la secuencialidad de los elementos es fija e inalterable.

Esto significa, en un ámbito de mayor generalidad, que lo verdaderamente


importante a la hora de dar cuenta de la estructura de una cadena es el conjunto
de relaciones de todo tipo mantenidas por sus elementos. Las relaciones
secuenciales son importantes para la teoría general únicamente en la medida
en que empleamos la posición relativa para marcar la existencia de determinadas
relaciones entre los elementos.
t

Al igual que ocurre con las secuenciales, las relaciones constitutivas se dan en
todos los componentes de la lengua, pero la clase de las unidades que las contraen
da lugar a la aparición de ciertas características especiales que es necesario tener
en cuenta.

Las relaciones de constitución son establecidas entre un elemento o secuencia


de elementos y la unidad de que forma parte, entre una unidad constituyente y
una unidad constituida. Son, pues, empleando una terminología cómoda, relaciones
entre la parte y el todo. A mi modo de ver, conviene distinguir entre la consti­
tución de una unidad superior (esto es, formar parte de ella, pertenecer a ella)
y la realización de una determinada función en el interior de una unidad superior
y con respecto a ella. Ambas son, evidentemente, relaciones entre la parte y el todo,
pero la de constitución es, por decirlo de alguna manera, una relación menos
fuerte. Volveré sobre la cuestión al hablar en concreto de las funciones.

Las relaciones constitutivas son uua subclase de las relaciones sintagmáticas.


Como hemos visto, son relaciones sintagmáticas no lineales, ya que el todo y
las partes que lo componen no pueden aparecer sucesivamente. Hay relaciones
constitutivas entre elementos como los indicados en (b) y las secuencias (a)
correspondientes:
(18a) Normalmente, compramos un pescado muy fresco
(18b) Normalmente; un pescado muy fresco; fresco; etc.
(19a) / ‘sako/
(19b) /s/, /k/, l 4- oclusividadl* {+■ vocálico], etc.

De entrada, por tanto, hay que tomar en consideración todo aquello que,
directamente o indirectamente, forma parte de una unidad de un cierto tipo. Ahora
bien, para que el concepto de constitución resulte teóricamente rentable, es
necesario distinguir entre constitución inmediata y constitución mediata (o,
con otros términos, entre relaciones constitutivas directas e indirectas, como hemos
visto, en general, para las sintagmáticas). Parece poco adecuado hacer el aná­
lisis de la secuencia fónica / ‘sako/ tal como se sugiere en (19b). Naturalmente,
esos mismos factores operan en el componente sintáctico. Aceptando que la estruc­
tura de la cláusula se» sujeto-predicado- complemento directo - complemento
indirecto. . J, un pescado muy fresco es constituyente inmediato de la cláu­
sula (18a). En cambio, fresco es constituyente inmediato de la frase adjetiva
muy fresco y esta última lo es con respecto a la frase nominal un pescado muy fresco
que, a su vez, forma parte directamente de la cláusula en cuestión. Fresco o
muy fresco son constituyentes de (18a), pero con varios niveles intermedios
(esto es, son constituyentes indirectos de (18a)).

Teniendo en cuenta las relaciones de constitución, es posible segmentar


una secuencia lingüística en unidades progresivamene menores, desde la unidad
máxima de cada orientación teórica hasta las unidades mínimas (los rasgos
fónicos de un lado y los semas de otro). Se trata, en definitiva, del principio
de la analizabilidad (Coseriu 1964, 32 y sigs) o, con un planteamiento similar, el
principio de la jerarquización (Gutiérrez 1981, 39). Así se llega, por ejemplo,
desde una oración hasta los rasgos fónicos, pasando sucesivamente por cláusulas,

(1) En lugar de la aceptada habitualm ente Sujeto - Predicado, en-la que el predicado com prende
en su interior un núcleo, el com plem ento directo, el indirecto, etc.
frases, palabras, morfemas y fonemas (siempre que no haya recursividad ni saltos
de unidad, cfr. supra, § 1.3). Es esa presencia continua de las relaciones constitutivas
lo que justifica que las tratemos en este apartado.

Hay, sin embargo, una segunda cara, que aparece cuando comprobamos que
los tipos de unidades que intervienen en las relaciones de constitución dan lugar
a la aparición de ciertas características especiales. En el recorrido existente entre
la oración y el morfema encontramos siempre elementos del mismo tipo general.
Desde una secuencia de fonemas hasta los rasgos fónicos ocurre lo mismo, pero
con unidades de otra naturaleza. La frontera está, pues, entre el morfema y la
secuencia de fonemas que constituye su cara significante.

Debido a, como mínimo, una cierta imprecisión terminológica, es frecuente


leer u oír expresiones del tipo “un morfema está compuesto por fonemas’',
surgidas por claro paralelismo con lo que ocurre del morfema hacia arriba y de
la secuencia de fonemas hacia abajo. Tomada en su sentido literal, una afirma-
- ción como la que acabo de mencionar produce problemas irresolubles, como ha
señalado Hockett (1961), que prefiere hablar de “proyección" de los morfemas
en secuencias de fonemas.
La línea divisoria coincide, evidentemente, con la frontera señalada entre
los modos de articulación a que me he referido en un apartado anterior (cfr.
supra, § 1.2.). El factor común es que obtenemos siempre unidades integrantes
de aquélla que estamos analizando, constituyentes de ésta última. Lo diferencial
radica en la naturaleza de las unidades obtenidas: con significado y significante,
con significante o (teniendo en cuenta también el tercer modo) con únicamente
significado.

En mi opinión, las relaciones de constitución pueden ser reducidas a esto:


la pertenencia a unidades superiores, la articulación de esas unidades. Existen otras
relaciones entre las partes v el todo que suponen la aparición de un cierto valor
adicional: las funciones sintácticas. Nótese que esto supone un nuevo factor
diferencial entre el carácter que presentan las relaciones constitutivas en el com­
ponente sintáctico y el que muestran en los demás. En el componente sintáctico,
las relaciones de constitución están acompañadas siempre por la realización de una
determinada función (sujeto, complemento, modificador, etc.). Aunque distintas,
las relaciones constitutivas y relaciones funcionales son indesligables; no hay
función sin constitución, ni constitución sin función.

2.4. Relaciones específicamente sintácticas

El carácter especial de las unidades que integran el componente gramatical


de un sistema lingüístico ha asomado ya en el apartado anterior, donde hemos
examinado la peculiar conformación y consecuencias que tienen en él relaciones que
se dan también en los demás componentes. Vamos a ocuparnos ahora de las
relaciones exclusivamente sintácticas,de aquellas que derivan de la naturaleza de los
elementos que intervienen en la sintaxis de una lengua y que, en consecuencia, sólo
aparecen en este componente. Es de suponer que, por la misma razón, existan
relaciones específicas del componente fónico y del componente semántico. Esas
posibles relaciones caen por completo fuera del tema que nos ocupa, por lo que no
vamos a entrar en su examen.

Las relaciones específicamente sintácticas son, a mi modo de ver, de dos tipos:


conexiones y funciones. Las primeras son relaciones de una parte con otra parte.
Las últimas, relaciones entre una parte y el todo al que pertenece. Vamos a examinar
los aspectos más importantes de estos dos tipos de relaciones.

Llamo “conexiones” (o “relaciones conectivas”) a cierto tipo de relaciones sin­


tácticas establecidas entre elementos que coaparecen en la misma secuencia. Se
trata, por tanto, de uno de los subtipos de relaciones sintagmáticas. Como ya
he indicado, son relaciones parte-parte (frente a las constitutivas y las fun­
cionales) y lineales.

La gramática tradicional ha reconocido normalmente dos tipos de conexión:


coordinación y subordinación (parataxis e hipotaxis). Los criterios empleados para
identificar los casos de coordinación y subordinación (esto §s, las secuencias for-
rnadas mediante coordinación o subordinación de elementos) han sido muy
variados. Los tipos o subtipos de unidades relacionados, los nexos empleados
o el significado global adquirido son, en ocasiones combinados, algunos de los que
han venido siendo utilizados con diversa fortuna y, frecuentemente, distintos
resultados.
Al lado de la falta de fijeza existente en los criterios empleados para la
caracterización, hay que tener presente que la gramática tradicional ha planteado
lo referente a coordinación y subordinación casi siempre en el ámbito de lo que
llamaba “oración compuesta”. Ello ha dado lugar a una fuerte discordancia
en los valores posibles que sobre todo “subordinación” posee todavía hoy, discor­
dancia que suele pasar desapercibida. En efecto, por citar únicamente un caso en que
la contradicción surge con claridad, se dice habitualmente que en
(20) Me preocupa que digas eso
(que es una “oración compuesta por subordinación”, según la terminología
tradicional), que digas eso es una “oración subordinada” porque “se halla
incorporada a la principal y guarda con ella la misma relación que guardan con el
verbo los elementos sintácticos de la oración simple” (Gili 1961, § 204). En concreto,
se trata de una “oración subordinada subjetiva”, ya que desempeña la función
de sujeto con respecto a la principal. Sin embargo, en esta misma corriente
es muy poco común mantener que entre sujeto y predicado existe una relación
tal que el primero está subordinado al segundo (resulta muchísimo más fre­
cuente la postura contraria). ¿Por qué, entonces, es “subordinada” una oración
que desempeña la función de sujeto?

Es fácil observar que el problema consiste en que “subordinado” y “subor­


dinación” poseen dos valores muy distintos. De una parte, un adjetivo está subor­
dinado al sustantivo al que acompaña. De otra, una oración es “subordinada”
si funciona en el interior de una unidad más amplia. Aunque las caracterizaciones
hechas con estos dos planteamientos diferentes puedan coincidir en muchos casos,
la divergencia es excesiva y da lugar a numerosos equívocos, por lo que debe ser
eliminada una de las dos acepciones.

Parece claro que “subordinado” y “subordinación” surgieron para hacer


referencia a fenómenos como el que se da en (20). Sin embargo, resulta preferible
mantener estos términos con el otro sentido por dos razones distintas. Por un lado,
el valor en que “subordinación” equivale a “determinación” (cfr. infra) es mucho
más general y forma pareja con “coordinación”. Por otro, la visión tradicional de las
“oraciones subordinadas” está claramente desajustada y da lugar a contradicciones
en puntos estrechamente conectados, como son la llamada “oración principal”, las
“oraciones coordinadas”, etc., de modo que sería escasamente rentable mantener
este sentido del término para un terreno que debe ser reconsiderado en su totalidad.

A estas dificultades, la Lingüística española ha añadido otra, consistente en


introducir el concepto de “oraciones compuestas por yuxtaposición” al lado de
las “oraciones compuestas por coordinación” y las “oraciones compuestas por su­
bordinación”. En otras palabras, se ha considerado que la yuxtaposición es un tipo
especial de conexión. En realidad, la yuxtaposición no es más que un procedimiento,
el más ambiguo y menos caracterizado, de marcar la conexión existente entre
elementos sintácticos (oraciones o cualquier otro tipo de unidad).

Como ya he indicado, la gramática tradicional apenas se preocupó de esta


cuestión desde el ángulo teórico. Tampoco se puede decir que el estructura-
lismo en general haya contribuido a clarificarla. Es la glosemática (concreta­
mente Hjelmslev) la que proporciona el marco adecuado para entender las dis­
tintas clases de conexión. Hjelmslev distingue tres tipos de dependencia o fun­
ción (términos que tienen en esta teoría un valor mucho más amplio del ha­
bitual en otras escuelas):
“A las dependencias mutuas, en las que un término presupone al
otro y viceversa, las llamaremos convencionalmente interdependen­
cias. A las dependencias unilaterales, en las que un termino pre­
supone al otro, pero no viceversa, las llamaremos determinaciones.
Y a las dependencias de mayor libertad, en las que dos términos
son compatibles, pero ninguno presupone al otro, las llamaremos
constelaciones’ (Hjelmslev 1943, 42).

Con otras palabras, teniendo en cuenta la diferencia entre constante y variable,

“podemos definir la interdependencia como función entre dos cons­


tantes: la determinación como función entre una constante y una
variable, y la constelación como función entre dos variables” (ibíd.,
57).

Evidentemente, el concepto glosemático de “función” es bastante más amplio


que el de conexión que aquí estamos estudiando (para una visión rápida del
tema puede consultarse Alarcos 1951, §§ 17 y 18). No obstante, resulta fácil
hacer las equivalencias correspondientes. La coordinación es un caso particular
de constelación (esto es, la constelación referida a elementos gramaticales que con­
curren en la misma cadena). La subordinación supone lo mismo con respecto
a la determinación. En cuanto a la interdependencia, conexión no reconocida
tradicionalmente, puede ser aplicada en sintaxis con el nombre de “interordi-
nación” (sobre este punto, cfr. Rojo 1978, 107 y sigs.). Así pues, la contribución
de Hjelmslev al tema que nos ocupa es doble. De un lado, define de un modo
teóricamente viable cada uno de los tipos de función (en nuestro caso, tipos de
conexión). De otro, introduce un modo de relación que no figuraba (al menos,
con entidad teórica) en las perspectivas anteriores. Naturalmente, queda siempre
el problema de los criterios para decidir cuándo estamos ante cada uno de estos tres
tipos de conexión.

Así pues, las conexiones son relaciones sintagmáticas directas existentes


entre elementos que mantienen relaciones constitutivas también directas con una
unidad más amplia. Según la aparición de cada uno de los elementos esté
condicionada o no por la presencia de algún otro encontramos tres tipos distin­
tos de conexión. Hay coordinación cuando los miembros de una construcción
pueden concurrir en la misma cadena, pero cabe también la aparición aislada
de cualquiera de ellos (esto es, no hay condicionamiento mutuo):
(21a) Hemos comprado libros, periódicos y revistas
(21b) Hemos comprado periódicos y revistas
(21c) Hemos comprado periódicos

Existe subordinación en aquellas construcciones en las que uno de los elementos


puede aparecer sin el otro, pero el segundo no puede hacerlo sin el primero:
(22a) Hemos comprado plantas exóticas
(22b) Hemos comprado plantas
(22c) *Hemos comprado exóticas

Dado que cabe (22b), pero no (22c), exóticas está subordinado a plantas.
Por último, hay interordinación cuando ambos elementos se exigen mutua­
mente, es decir, en aquellos casos en los que ninguno de ellos puede aisladamente
conservar la estructura lograda mediante la unión de ambos» En los últimos
tiempos se ha hablado de interordinación para la relación existente entre sujeto
y predicado de una cláusula (cfr. Martinet 1973, Gutiérrez 1978), entre los
miembros de las oraciones condicionales, concesivas, etc. (cfr. García Berrio 1970,
Rojo 1978).

Las relaciones funcionales son relaciones sintagmáticas existentes entre la parte


y el todo en que están integradas. Son, por tanto, relaciones sintagmáticas no
lineales, como las constitutivas. Ya he hecho alusión a que las relaciones consti­
tutivas y las funcionales son distintas, pero inseparables: no cabe hablar de fun­
ción si no hay constitución ni se puede concebir una relación constitutiva que no
lleve a su lado la realización de una determinada función. Como diferencias
fundamentales entre ambos tipos de relación podemos señalar en este momento
dos. Las relaciones constitutivas tienen un carácter muy general, que puede ser
reducido a la mera pertenencia a una unidad más amplia. Las funcionales, en cam­
bio, suponen una vinculación concreta y específica entre un elemento y el conjunto
del que forma parte; implican un determinado papel con respecto a ese conjunto
Las funciones sintáticas, que son las que nos van a ocupar ahora, son la manifesta­
ción formal de un determinado significado (la función semántica). Parece claro
que no existe una correspondencia biunívoca entre funciones semánticas y funcio­
nes sintácticas (esto es, una función sintáctica no expresa siempre la misma función
Semántica ni una función semántica se manifiesta siempre en la misma función
sintáctica), pero toda función sintáctica remite siempre a alguna función semántica
o, más en general, de significado (donde probablemente deben ser incluidas
las que luego llamaremos “funciones informativas”). De aquí se deriva el segundo
factor diferencial. Las relaciones constitutivas pueden ser directas o indirectas,
aunque, como hemos visto, su rentabilidad teórica es muy desigual. Las rela­
ciones funcionales, en cambio, sólo pueden ser directas. Cada unidad posee
una estructura funcional que le es propia y se relaciona globalmente, como
conjunto de elementos, con aquella otra unidad con respecto a la cual desem­
peña una función.

Son tamos y tan variados los sentidos del término “función” en Lingüística
que hemos de dedicar algún tiempo a revisarlos, siquiera superficialmente, para evi­
tar posibles confusiones. Pueden diferenciarse tres utilizaciones principales del
término de las que derivan todas las demás:
a) “Función” es la finalidad, aquello para lo que sirve algo.
b) En la terminología de los glosemáticos, “función” es toda relación
(en el sentido más general) establecida entre elementos (incluso de distintos tipos),
que son los funtivos.
c) Cuando se habla de las “funciones del lenguaje” (representativa, expre­
siva, apelativa, etc.) se entiende algo próximo a los fines que podemos per­
seguir al realizar un acto lingüístico.

La primera acepción es, sin duda, la más próxima al valor del término
en la lengua corriente. En una comunidad, en un grupo, cada persona tiene
una determinada función, que consiste en realizar una cierta actividad que
cobra sentido en el conjunto. El papel desempeñado en el grupo o comunidad
constituye la función social de cada individuo. También los objetos, las insti­
tuciones, tienen funciones determinadas. Pues bien, este es el valor que “función”
tiene en Lingüística cuando se dice, por ejemplo, que un fonema o un rasgo
fónico tienen función distintiva, función culminativa, etc. De aquí procede,
aunque no es identificable con el anterior, el sentido de “función” cuando
se habla de "función sintáctica” o “función semántica”. Volveremos sobre este
punto.

En la glosemática, “función” es la relación entre dos elementos cualesquiera.


Con palabras de Alarcos (1951, 32),

“es función toda dependencia establecida entre una clase y su


elemento (una cadena y su parte, o un paradigma y su miembro)
o entre los elementos (partes o miembros) entre sí”.

Como puede observarse, su significado es muy amplio. El propio Hjelmslev


ha señalado que da a este término un valor que está a caballo entre el tra­
dicional y el lógico-matemático. En efecto, el sentido tradicional, próximo al
primero de los enumerados, hace referencia a la relación entre un elemento y el
conjunto de que forma parte (es también el propio del estructuralismo en
general). En el sentido lógico-matemático, en cambio, la función es la corres­
pondencia establecida entre dos conjuntos tales que cada uno de los elementos
de uno de ellos está asociado a uno de los elementos del otro conjunto me­
diante la misma ley. Así, si una persona lee treinta páginas por hora o camina
un metro por segundo, el número de páginas leídas o de metros recorridos
son una función de (están en función de), respectivamente, el número de
horas dedicadas a la lectura o el número de segundos que ha estado caminan­
do. En tanto que relación entre elementos (aunque no como única posibilidad),
la “función” glosemática se vincula a este uso propio de las ciencias formales.

Por su aplicabilidad a la sintaxis, este valor de “función” debe ser cuida­


dosamente diferenciado del que tiene, en general, el término “función sintác­
tica”, ya que suponen perspectivas bastante diferentes. En aquellos aspectos
que aquí nos interesan, las “funciones” glosemáticas entre elementos concurren­
tes en la cadena están próximas a lo que he venido llamando “conexiones”.

La última de las tres utilizaciones antes enumeradas parte, a


mi modo de ver, de la mala comprensión de la teoría de Karl Bühler. Según
la presentación habitual, Bühler reconoce en el lenguaje las funciones represen­
tativa, apelativa y expresiva, de modo que ciertos mensajes tienen una finalidad
représentativa, otros poseen una intención expresiva y otros manifiestan una
finalidad apelativa. En realidad, estas “funciones del lenguaje” son dimensio­
nes del acto lingüístico. Es evidente, sin embargo, que la utilización del término
tiene justificación, pero no siempre ha sido bien entendido. Cuando Bühler
habla de las funciones del signo lingüístico, del acto lingüístico o, en general,
del lenguaje, lo concibe como el centro de un triángulo de relaciones cuyos
lados son: a) el hablante, b) el oyente y c) el mundo exterior. Esto es, un
proceso de comunicación lingüística es, al mismo tiempo, representación o
símbolo de realidades exteriores, síntoma de lo que piensa o desea el hablante
y señal para que el receptor actúe en un sentido determinado (utilizo sus pro­
pios términos). Un acto lingüístico es, por tanto, algo que está en función de
factores específicos de cada uno de esos conjuntos de fenómenos que son el
mundo exterior, la intencionalidad del hablante con respecto al oyente y su
propia personalidad. Conviene aclarar que Bühler nunca habló de “funciones”
únicamente, sino de “funciones semánticas” o “funciones de sentido”.

La utilización del término resulta, como se ve, justificada. Es también una


utilización asignable al sentido lógico-matemático de relación entre elementos
pertenecientes a dos conjuntos. Naturalmente, es necesario realizar una consi-
siderable abstracción, puesto que los elementos con que se juega no son del
mismo tipo que el número de páginas leídas en una hora y el número de horas
dedicadas a la lectura.
El desajuste surge, evidentemente, cuando todo esto es interpretado dando
a “función” el sentido de finalidad. Ante el reconocimiento de otras finalidades,
algunos autores (Jakobson, por ejemplo) han pretendido ampliar el supuesto
inventario de Bühler y otros se han empeñado en demostrar que Bühler estaba
equivocado porque la auténtica función del lenguaje es la comunicación. Todo ello
no es más que un equívoco que ha pasado generalmente desapercibido.

Ya he indicado que, tal como vamos a entenderlo aquí, el valor que posee
“función” en expresiones del tipo “función sintáctica” o “función semántica” debe
ser vinculado al primero de los tres sentidos enumerados anteriormente, aunque
haya diferencias importantes. He hecho la salvedad de que me refiero únicamente
al modo en que la función sintáctica va a ser presentada aquí porque existen
formas de entenderla que están más próximas a algunas de las otras dos acepciones.
Ai comienzo de este punto, las relaciones funcionales fueron caracterizadas
como sintagmáticas, no lineales y mantenidas entre una parte y el todo al que
pertenece. La vinculación con el primer sentido radica, por tanto, en que son lazos
entre un elemento y el conjunto del que forma parte, que es precisamente la
idea general del estructuralismo con respecto a la función. En cambio, de la idea de
función sintáctica debe ser eliminada toda referencia a la finalidad, a aquello
para lo que algo sirve. Cuando decimos que un cierto segmento funciona como su­
jeto de la cláusula a que pertenece, estamos marcando su vinculación espe­
cial con la cláusula (e, indirectamente, con todos los demás elementos que
la constituyen), pero no indicamos nada acerca de su finalidad. Algo semejante,
referido al significado, ocurre cuando decimos que un determinado elemento
funciona como agente en la estructura semántica de una cláusula. Se trata
siempre de aquello que lo liga al conjunto correspondiente, del papel que
desempeña con respecto a la unidad sintáctica o semántica de que forma parte.

En contra de lo que nos harían esperar los principios generales del estructu­
ralismo y la existencia de un buen número de escuelas estructuralistas que se
consideran a sí mismas “funcionalistas”, es necesario reconocer que el concepto
de función sintáctica (y función semántica) no ha sido suficientemente bien traba­
jado e integrado en la teoría general. Ello se debe en buena parte a la pobreza de
la teoría sintáctica estructural, que en contados casos logró durante su etapa clási­
ca rebasar los planteamientos presentes ya en la gramática tradicional. Aunque
no es éste el lugar de tratar tales cuestiones en profundidad, conviene tener en
cuenta que la función sintáctica ha sido con bastante frecuencia considerada como
un concepto derivado de algún otro tipo de relación. Así, Bloomfield y el distribu-
cionalismo ligan la función sintáctica a las relaciones secuenciales, de tal modo que
las funciones de una forma son el conjunto de posiciones en que esa forma
puede aparecer en diferentes construcciones. Para la gramática generativo-trans-
formacional clásica (el modelo de 1965), las funciones sintácticas son equivalentes
a relaciones entre categorías en la estructura profunda. Ser sujeto, por ejemplo,
equivale a ser la FN (frase nominal) dominada directamente por el nudo O (oración)
en la estructura profunda. En modelos posteriores y corrientes vinculadas, la
función^sintáctica aparece de modo distinto, pero sigue sin ocupar el lugar que,
aln i juicio, le corresponde. La llamada “lingüística relacionar' pretende considerar
las funciones como primitivos, pero presenta dificultades de otros tipos. En otros
casos, función sintáctica ha sido equiparada a conexión (una relación entre partes).
Martinet, por ejemplo, en su última etapa (y con él otros muchos) identifica
función con subordinación. Por fin, otras tendencias han ligado los conceptos de
función sintáctica y tipo o subtipo de unidad, considerando que existe una fuerte
dependencia entre pertenecer a un cierto tipo o subtipo de unidad y desempeñar
determinadas funciones. La traslación de Tesniére se inscribe en esta corriente,
lo mismo que todas aquellas formulaciones (incluso de tipo tradicional) en las
que es necesario hablar de sustantivaciones, adjetivaciones, etc.

Frente a todos estos planteamientos reduccionistas, la función sintáctica


es considerada aquí como un primitivo teórico, claramente diferenciada de otras
relaciones y de los tipos y subtipos de unidades, aunque indudablemente conectada
con algunos de los otros factores. Para decirlo con palabras de Dik (1968, 154),
las funciones sintácticas

“son aspectos irreductibles de la estructura gramatical, que pue­


den ser parcialmente correlacionados con rasgos formales (morfe­
mas especiales, palabras, orden significativo de elementos), pero
no pueden posiblemente ser totalmente asimilados a ellos”.

Así pues, las relaciones funcionales son distintas de las secuenciales, las consti­
tutivas y las conectivas. Por otro lado, como veremos en su momento, las funciones
sintácticas deben ser distinguidas tanto de los procedimientos utilizados en cada len­
gua para marcarlas como de las funciones significativas.

AMPLIACIONES Y REFERENCIAS

Como es bien sabido, Saussure no hablaba de relaciones paradigmáticas, sino


de “relaciones asociativas”. La diferencia conceptual con respecto a lo que han
venido entendiendo los lingüistas posteriores es bastante fuerte, ya que, para
Saussure, las relaciones asociativas están basadas en el hecho de que “fuera del
discurso, las palabras que ofrecen algo de común se asocian en la memoria y
así se forman grupos en el seno de los cuales reinan relaciones muy diversas”
(1916, 208). El concepto de relación paradigmática es mucho más restringido. Fue
Hjelmslev quien propuso por vez primera la utilización del término “relación para­
digmática” en lugar de “relación asociativa” “para evitar el psicologismo adoptado
en el Cours” (Hjelmslev 1938, 200).

Algunas presentaciones del concepto de relación paradigmática se limitan a


hablar de posibilidad de aparición en el mismo contexto o de ocupar el mismo
lugar que otra unidad. En una interpretación amplia, ello podría suponer que
nueva, hoy, y unos amigos están en relación paradigmática, ya que encontramos
Han traído la mesa nueva, Han traído la mesa hoy, Han traído la mesa unos amigos.
Parece claro que el “lugar” ocupado tiene que hacer referencia a algo más fuerte
que la simple ordenación de la secuencia (cfr. sobre este punto Palmer (1964)
y Antal (1964). Lo verdaderamente pertinente es, me parece, la “posición” estruc­
tural, esto es, el “lugar” ocupado en la estructura de la cadena, la función
desempeñada. Según esto, hoy y unos amigos no están en relación paradigmá­
tica con nueva en Han traído la mesa nueva porque las estructuras resultantes
de la sustitución son claramente distintas de la inicial.

El parentesco existente entre los términos “paradigmático” y “paradigma”


no debe llevar a confusiones. Un paradigma no está constituido por todos
aquellos elementos que pueden aparecer en una misma posición estructural
de una cadena, sino (en un sentido un tanto más amplio que el tradicional)
por “el término presente y los términos que su presencia excluye de modo
inmediato” (Coseriu 1981, 169), de modo que cabe hablar también de paradigmas
en el léxico. Sobre este punto resultan muy clarificadoras las puntualizaciones
de Coseriu (1981, 163 y sigs.). No obstante, tampoco me parece útil reducir el
concepto de relación paradigmática a la que existe “ entre los miembros de
un paradigma (que, a su vez, puede ser “miembro” de un paradigma de orden
superior)” (ibíd., 167). Dada la existencia de “paradigma” en la terminología tradi­
cional con un significado preciso, la introducción de “paradigmático” en lugar
de “asociativo” resultó una elección "desafortunada” (cfr. Lyons 1968, 74).
Téngase en cuenta, de todos modos, el sentido que “paradigma” tiene en la glose-
mática (cfr., por ejemplo, Hjelmslev 1943, 49-50; Alarcos 1951, 30-31; Lázaro
1968, s.v. clase).

Sobre las relaciones sintagmáticas, cfr. Rojo (1982b).

Hasta donde yo conozco, “conexión” no ha sido empleado nunca con el sentido


específico que le doy aquí. En trabajos anteriores (cfr., por ejemplo, Rojo 1978),
he utilizado “relación” con este mismo valor. La opción terminológica adoptada
ahora se justifica por el amplio significado de “relación”, que convierte a este
término en el más adecuado para hacer referencia al conjunto de todos los lazos
que pueden existir entre unidades lingüísticas. En los últimos años han apare­
cido numerosos estudios sobre “relaciones gramaticales” o “relaciones sintácticas”
que tratan de funciones (sujeto, complemento directo, etc.) en unos casos y de
las que he llamado “conexiones” en otros. Lo menos complicado y que más
difícilmente puede dar lugar a confusiones parece, pues, emplear “relación” en el
sentido general y habilitar otro término para el subtipo que tiene como clases
a coordinación, subordinación e interordinación.

Por su parte, “conexión” tiene también un sentido muy general en la lengua no


técnica, pero apenas ha sido utilizado en Lingüística. En efecto, sólo ha sido emplea­
do como término técnico por los glosemáticos y por Tesniére. Para Hjelmslev,
“conexión” es la función (en el sentido que tiene el término en esta teo­
ría) establecida entre dos funtivos que concurren en la misma cadena: es
la función “tanto. . .como” (cfr. Hjelmslev 1943, 61 y sigs.). Tiene, pues, un sen­
tido muy general. Para Tesniére, las conexiones son los lazos que ligan cada
palabra a todas las demás en el interior de la oración de que forman parte. Más con­
cretamente, “conexión” es luego la relación que existe entre elemento subordi­
nante y subordinado (frente a jonction, que es el equivalente de la relación de
coordinación).

Así pues, llamaremos “conexión” a un tipo especial de relación sintáctica.


Este empleo no da lugar a confusiones puesto que siempre cabe la utilización
del término genérico para aludir a uno de los tipos o subtipos (“relación co­
nectiva”, “relación de subordinación”, etc.).

El simple hecho de que la función sintáctica haya sido situada como un con­
cepto dependiente o derivado de aspectos tan distintos como la posición ocupada, las
relaciones entre categorías en la estructura profunda, las conexiones, los tipos y sub­
tipos e unidad, etc. muestra ya con bastante claridad que se trata de un fenómeno
diferenciado. Para una excelente crítica del tratamiento de la función en el disíribu-
cionalismo, la gramática generativo-transformacional clásica y algunas otras ten­
dencias, cfr. Dik (1968, 143 y sigs.).
3. UNIDADES GRAMATICALES

3.1. Generalidades

A lo largo de los capítulos anteriores me he referido continuamente a la exis­


tencia de tipos y subtipos de unidades gramaticales sin deternerme en el concepto
correspondiente. Para completar este cuadro general de aspectos y fenómenos con
los que trabaja la sintaxis o de los que tiene que dar cuenta, vamos a dedicar
las páginas siguientes a trazar las grandes líneas en lo que se refiere a las
unidades existentes en la gramática de una lengua.

Hay un rasgo que destaca inmediatamente y mediante el cual podemos


separar los conceptos de relación por un lado y de tipo o subtipo de unidad por otro.
Las relaciones, como hemos visto, hacen referencia siempre a un elemento
que es vinculado a otro de modos diversos. Desde las relaciones más generales
(sintagmáticas y paradigmáticas) hasta las exclusivas de un determinado componen­
te (las conectivas y funcionales en la sintaxis), existe siempre la necesidad de con­
tar con algo distinto del elemento que estamos considerando. El tipo (o subtipo)
de unidad, en cambio, marca la especie a que pertenecen un elemento o secuencia
de elementos mediante criterios conectados con su composición interna, con su
estructura.

Lo innecesario de la referencia a elementos distintos de aquel con que se


está trabajando explica en buena parte la falta de paralelismo entre la perte­
nencia a un cierto tipo o subtipo de unidad y el mantenimiento de relaciones
paradigmáticas. Como se recordará (cfr. supra, § 2.2.), están en relación paradig­
mática con un elemento todos aquellos otros elementos o secuencias de ele­
mentos que pueden aparecer en su lugar desempeñando la misma función y mante­
niendo la estructura inicial. Existe, pues, la referencia a segmentos distintos del
considerado. Para determinar el tipo de unidad, en cambio, hay que prescindir
de toda relación con otros elementos y fijarse exclusivamente en la composición,
en la estructura interna que posee. Si prescindimos de aspectos concretos vinculados
a la compatibilidad semántica, veremos que las secuencias que pertenecen al mismo
subtipo de unidad (las cláusulas de relativo, las frases preposicionales, los adverbios,
etc.) están en relación paradigmática, pero no es ése el factor relevante y, sobre
todo, un elemento puede mantener relaciones paradigmáticas con otros que corres­
ponden a distintos tipos o subtipos.

Un sistema lingüístico posee muy distintos tipos de unidades. Los rasgos


fónicos, ios fonemas, las sílabas, etc. son tipos de unidades del componente fónico.
Los semas son un tipo de unidad del componente semántico. Naturalmente, existen
los subtipos correspondientes. Así, vocálicos y consonánticos o fricativos, oclusivos
y africados son subtipos de fonemas. Las unidades gramaticales son, por supuesto,
las propias del componente gramatical. Todas ellas, pues, poseen significado y
significante. Siempre con criterios formales e internos, cada unidad gramatical
muestra una gama de subtipos de diferente amplitud según los casos.

Como ya hemos insinuado al hablar de los niveles de análisis (cfr supra.


§ 1.3.), no tiene demasiado sentido pretender encontrar los mismos tipos y sub­
tipos de unidades en todas las lenguas. Es la propia estructura de su gramática
la que nos permite establecer las unidades que existen en una lengua y cuya
distinción es verdaderamente rentable. Así, la que parece ineludible diferenciación
entre morfemas y palabras en lenguas como el latín o el griego resulta inviable
o inservible en lenguas de tipo aislante. Con divergencias de matiz, algo por el
estilo se puede decir de los tipos de unidades. Lógicamente, lo mismo se apli­
ca al modo en que cada tipo o subtipo de unidad es definido en lenguas diversas.
Nada de eso significa que las lenguas hayan de diferir forzosamente en ese aspecto.
Se trata, sencillamente, de operar con precaución para no transvasar inadecua­
damente a un sistema lingüístico lo que antes hemos encontrado en otro.

La gramática tradicional (y, en buena parte, la estructuralista) presenta dos


deficiencias básicas en el tratamiento de las unidades gramaticales. De un lado,
ha reconocido y aislado un número insuficiente de tipos. Por otro, los criterios
utilizados para su definición han combinado indiscriminadamente aspectos internos
con factores externos, con lo que las caracterizaciones resultantes carecen con
mucha frecuencia de la dosis mínima de homogeneidad exigible.

Como es bien sabido, la gramática clásica se centraba en la palabra. Esa


era la unidad básica del análisis, aunque, por supuesto, no la única, ya que,
además de palabras y clases de palabras, siempre se ha tenido en cuenta la
existencia de la oración y también los elementos constitutivos de las palabras
(las raíces y desinencias, con los términos tradicionales). Estas tres son las unidades
fundamentales también de la gramática preestructural, pero hay importantes
cambios en la jerarquía: la oración pasa a ocupar el lugar central. Con el
estructuralismo, el morfema adquiere la importancia que le otorga la Lingüística
contemporánea como elemento mínimo del análisis gramatical.

Los puntos verdaderamente oscuros son, por tanto, la frase y la tradicional­


mente llamada “oración compuesta”. Aunque por diferentes caminos, las defi­
ciencias en el tratamiento de ambas unidades son consecuencia del carácter
primordial con que eran consideradas palabra y oración.

En efecto, la tendencia a identificar los elementos funcionales de la cláusula


(cfr. infra) con las palabras es patente en la gramática tradicional española. Así,
por ejemplo, para Gili Gaya (1961, § 63), el sujeto de
(1) El perro del hortelano comió la carne
es el peno, mientras que del hortelano constituye un complemento del sujeto. Del
mismo modo, en
(2) El perro del hortelapo vecino comió la carne preparada para mi cena
vecino es complemento del sujeto y preparada para mi cena es complemento del
complemento directo (cfr. ibídem, § 64). Es evidente que este modo de entender el
funcionamiento de los elementos en el interior de la cláusula no puede dar cuenta de
la unidad que forman en (2) del hortelano vecino de un lado y el perro del hor­
telano vecino de otro. La única forma de hacerlo con coherencia es contar
con una unidad situada entre la palabra y la cláusula: la frase. Tan fuerte es en este
punto el peso de la gramática tradicional que todavía hoy resulta inusitado encon­
trar un capítulo o un grupo de capítulos dedicados a la trase (con este sentido del
término) en un tratado general de gramática española.
En el caso de la llamada “oración compuesta” ha existido una clara distor­
sión en la captación de sus características a causa del deseo de reducirla al
esquema propio de la “oración simple” con la mera adición de su mayor comple­
jidad. Tal planteamiento, que -aunque con muchas dificultades- puede explicar
lo que ocurre en secuencias en las que existe una “subordinada sustantiva”
o una “subordinada adjetiva”, resulta absolutamente inadecuado en el caso de
las oraciones condicionales, concesivas, modales, adversativas, etc. También aquí
parece necesario complementar la visión tradicional y sustituir la diferencia entre
“oración simple” y “oración compuesta” por la distinción de dos tipos de uni­
dades: cláusulas y oraciones (cfr. Rojo 1978, capítulo 4 a 6 e infra, § 3.2.).

La segunda deficiencia del tratamiento tradicional está relacionada con la


mezcla de factores externos e internos en la definición de las unidades. El
ejemplo más claro de ello es, sin duda, la definición de oración. Son muchos
los autores que comienzan por afirmar que oración es la secuencia que consta
de sujeto y predicado para líneas después admitir la existencia de “oraciones”
que no presentan este esquema pero deben ser consideradas como tales por poseer
independencia semántica y sintáctica. El paso siguiente es, lógicamente, exigir
independencia semántica y sintáctica para considerar que una cierta cadena es una
oración. Ello supone que en, por ejemplo,
(3a) Los visitantes llegarán mañana
(3b) Diles que los visitantes llegarán mañana
tta) es una oración, pero de esa misma cadena en (3b) se dice que es una
“proposición”. Por este camino se llega a diferenciar oraciones bimembres
(como 3a) y oraciones unimembres (como ¡Socorro!, que no posee estructura de
sujeto y predicado) o bien a llamar “proposiciones” a aquellas secuencias de las que
se dice que son oraciones por la forma, pero no por el sentido, etc.

No es necesario profundizar en estas cuestiones para mostrar que la mezcla


de criterios produce, antes o después, incongruencias y contradicciones. Indepen­
dientemente de los términos utilizados, la solución pasa por el establecimiento de
una doble perspectiva para caracterizar las secuencias. En una de ellas, los cri­
terios utilizados se basan en la constitución y composición internas de las
cadenas, de tal modo que una secuencia sea considerada siempre como pertene­
ciente al mismo tipo. En la otra perspectiva intervienen factores de otra clase
(autosuficiencia semántica, independencia sintáctica, etc.). En pocas palabras, estos
últimos rasgos diferencian los enunciados de las secuencias que no son enunciados,
Los internos, en cambio, distinguen una frase de una palabra, una frase de una
cláusula, etc. (cfr. infra, § 3.2.).

3.2. Tipos y subtipos de unidades

Según acabamos de ver, las unidades gramaticales están situadas en dos


dimensiones distintas, en cada una de las cuales se atiende a aspectos diferentes
En otro lugar he propuesto llamar “enunciado” a la cadena que posee autosufi­
ciencia semántica e independencia sintáctica. Así, las secuencias
(4a) ¡Socorro!
(4b) ¡Un café con leche!
(4c) Grandes rebajas de invierno
(4d) Tus amigas esperan una carta
son, todas ellas, enunciados. Como se puede observar, tal consideración
está completamente desconectada de la estructura interna. (4a) es una palabra;
(4c), una frase nominal; (4d) constituye una cláusula, etc. En un lugar adecuado
(como anuncio, por ejemplo), (4c) es un enunciado y, por su composición interna,
una frase nominal. En cambio, en
(5) Ha habido grandes rebajas de invierno
grandes rebajas de invierno sigue siendo una frase nominal, pero ya no cons­
tituye un enunciado, puesto que carece de autosuficiencia semántica e independen­
cia sintáctica.

Así pues, en una de las dimensiones encontramos la diferencia entre enun­


ciados y no-enunciados. Como hemos visto, el ser o no enunciado depende
de factores desvinculados de la estructura interna de la cadena y, en consecuencia,
una palabra, una frase, una cláusula, etc. pueden ser enunciados. En la otra
dimensión está situada la escala de unidades diferenciadas por su organización
interior: morfema, palabra, frase, cláusula y oración. En los últimos años, muchas
corrientes han prolongado esta escala hacia arriba introduciendo unidades como el
período, el parágrafo, el texto, etc. Sin que ello suponga un intento de negar
la existencia de inidades superiores, aquí atenderemos únicamente (y con diferen­
tes grados de atención) a las cinco enumeradas en primer lugar.

El morfema es la unidad elemental de la gramática, el signo mínimo. Hasta


llegar a él, toda segmentación produce siempre elementos que reúnen significado y
significante (son, por tanto, signos más o menos complejos). A partir de él
toda segmentación ha de estar referida únicamente al significante o únicamente
al significado. De ahí que, como hemos visto antes (cfr. supra, § 1.2.), el morfe­
ma sea la frontera entre el primer modo de articulación y el segundo.

En una palabra como


(6) Negras

podemos distinguir tres morfemas:


(7a) negr-
(7b) -a-
(7c) -s

La existencia de blancas, negros, negra, etc., al lado de negras muestra que


la segmentación que aparece en (7) es correcta. Cada uno de estos morfemas
contrae relaciones sintágmáticas y paradigmáticas con otros. Así, por ejemplo, el
morfema a está en relación sintagmática con el morfema negr y en relación
paradigmática con el morfema o de negros.

Existen, naturalmente, diversos subtipos de morfemas en agrupaciones rea­


lizadas desde diferentes perspectivas. Por citar únicamente algunas de las más
importantes, según el tipo de significado poseído por el morfema suele hacerse
la división en morfemas léxicos (como 7a) y morfemas gramaticales (como 7b y 7c).
Desde un ángulo diferente, los morfemas pueden ser nucleares y alíjales; dentro
de los afíjales cabe distinguir los flexivos y los derivativos. Así, en negritasjiegr
es el morfema nuclear, /Yes afíjal derivativo, ay s son afíjales flexivos. En la mayor
parte de los casos, los morfemas nucleares coinciden con los léxicos, pero no
debe olvidarse que los criterios empleados se basan en aspectos distintos, por
lo que también hay divergencias. En segmentos como éstos, aquéllas, etc.,
reyuna útil mantener que hay un morfema nuclear que posee un significado gra­
matical y, en consecuencia, es también morfema gramatical.

A pesar de haber sido la unidad básica de la gramática durante muchos


siglos, la palabra ha presentado fuertes dificultades para su definición. Aunque
buena parte de esas dificultades se debe al deseo de dar caracterizaciones válidas
para todas las lenguas (lo cual, como hemos visto en el apartado anterior, re­
sulta posiblemene inadecuado), hay que reconoer que la facilidad con que iden­
tificamos y aislamos palabras como hablantes (acostumbrados a usar la versión
gráfica de la lengua, factor que hay que tener en cuenta) se encuentra bastante
alejada de los problemas que tenemos como lingüistas para justificar estas
identificaciones.

En principio, una palabra está formada por morfemas. Así, la palabra negras
se descompone según hemos visto en (7). Ahora bien, de acuerdo con lo tratado
en el § 1.3., una unidad puede estar formada por sólo un elemento del tipo
inmediatamente inferior. Por citar exclusivamente casos indiscutibles, las pala­
bras hoy, cuando, sin, desde, entonces, etc., están constituidas por un único
morfema. Las palabras, pues, pueden ser monomorfemáticas, lo cual np es un fenó­
meno distinto del que se da cuando una frase está formada por una palabra.
Lo mismo que ocurre en todos los casos de este tipo, la consideración como morfe­
mas o como palabras depende de la congruencia total del análisis.

Los subtipos de la unidad palabra son, por supuesto, las llamadas “clases de
palabras” (o “partes de la oración”, término que debería ser definitivamente
desterrado de los tratados gramaticales). Es bien conocida la existencia de muy
distintos criterios (más o menos discutibles, más o menos útiles) para realizar
la clasificación, por lo que no es necesario entrar aquí en más detalles.

Una agrupación de elementos gramaticales es un sintagma. “Sintagma” es,


por tanto, un término que puede ser aplicado a palabras, frases, cláusulas U
oraciones. Todo sintagma presenta las tres características generales siguientes:
(8a) Los constituyentes del sintagma contraen entre sí relaciones grama­
ticales.
(8b) El sintagma mantiene una relación unitaria con la secuencia a que
pertenece. En otras palabras, contrae, como parte, una relación única (simul­
táneamente constitutiva y funcional) con respecto al todo en que está integrado.
(8c) Al tiempo, el sintagma constituye un todo con respecto al cual los
elementos que lo forman mantienen relaciones de parte a todo. Esto es, en el interior
del sintagma hay ciertas relaciones específicas, debido a lo cual su significado
global es superior y distinto a la simple suma de los significados individuales de los
elementos que lo componen.

Los aspectos indicados en (8) se dan, como he indicado, en todo sintagma.


(8a) no presenta problemas especiales. Parece perfectamente lógico exigir la existen­
cia de relaciones sintagmáticas (directas o indirectas) entre todos los elementos que
componen una determinada unidad. Si no hay relaciones sintagmáticas, nos halla­
mos ante dos o más unidades desvinculadas (cuando menos, al nivel que estamos
considerando). La idea misma de sintagma (cfr. supra § 2.2.), lleva hasta este punto.

También es claro el contenido de (8b). Una palabra se comporta unitaria­


mente con respecto a la frase en que está integrada; lo mismo ocurre con las
frases con respecto a las cláusulas, etc. A la vez -y con esto entramos en (8c)-,
los sintagmas poseen una estructura interna. Sus elementos integrantes desem­
peñan determinadas funciones con respecto a los sintagmas. A la existencia de
esas funciones se debe que el significado de un sintagma no sea equivalente a
la suma de los significados individuales de los elementos que lo componen.
Podemos encontrar con facilidad cláusulas formadas por las mismas frases, frases
formadas por las mismas palabras, etc. que, sin embargo, poseen significados glo­
bales distintos. Así, las diferencias existentes en
(9a) Mesa de madera
(9b) Madera de mesa
no pueden ser atribuidas a cambios en el significado de las palabras, que se mantiene
constante, sino a que en (9a) mesaes núcleo y madera modificador (funcionan como
núcleo y modificador de la frase), mientras que en (9b) el núcleo es madera y
mesa funciona como modificador.

La falta de atención que tanto la gramática tradicional como muchas de las


corrientes estructuralistas han mostrado con respecto a la frase explica buena parte
de las divergencias terminológicas y conceptuales que existen todavía hoy en este
terreno. Dado que aquí se trata únicamente de situar cada unidad en el contexto
teórico que le corresponde, me limitaré a esbozar algunos puntos fundamentales.
Como ocurre con toda unidad, la frase posee una estructura interna carac­
terística y exclusiva. No cabe pensar, por tanto, que sea posible transferir a ella
lo que decimos habitualmente acerca de los elementos funcionales de la cláusu­
la o la oración. Más bien todo lo contrario. La consideración de la frase como
un tipo de unidad gramatical exige la existencia de una estructura funcional que
no se encuentre en unidades de otros tipos, ya que pretendemos caracterizar y defi­
nir cada unidad con criterios estrictamente internos. Ahora bien, la cuestión se
complica por el hecho de que, frente a lo que ocurre en la cláusula, en la frase
no parece posible encontrar un elemento funcional obligatorio (y, en consecuencia,
característico de esta unidad).

En efecto, existen dos clases fundamentales de frases. En una de ellas, los ele­
mentos básicos mantienen entre sí una conexión de subordinación (cfr. supra
§ 2.4.). Esto es, uno de los miembros es obligatorio y el.otro es opcional. El
segundo está, por tanto, subordinado al primero. Pertenecen a esta clase, por
ejemplo:
(10a) Libros encuadernados
(10b) Libros de caballerías
(lia ) Muy fácil
(11b) Fácil de convencer
(12a) Muy lejos
(12b) Lejos de la ciudad

Podemos llamar “núcleo” al elemento obligatorio (libros en (10a); fácil en (11);


lejos en (12)) y “modificador” al que puede ser suprimido sin que la estructura
se vea alterada (encuadernados en (10a); de caballerías en (10b); muy en (lia ) y
(12a); de convencer en (11b); de la ciudad en ( 12b).

Dentro de esta clase general podemos distinguir tres subtipos diferentes,


determinados por el carácter del elemento que funciona como núcleo. ( 10a) y ( 10b)
son frases nominales; (lia ) y ( 11b) constituyen ejemplos de frases adjetivas;
por último, (12a) y (12b) son frases adverbiales. Nótese que la función de
modificador puede ser desempeñada por segmentos de diversos subtipos o tipos.
Así, aunque ambas son frases nominales, el modificador de (10a) es un ad­
jetivo, mientras que el de (10b) es una frase preposicional. Naturalmente, tanto el
núcleo como el modificador pueden estar constituidos por elementos de mayor
complejidad. Por citar únicamente un ejemplo, en
(13) Casas muy bien construidas
encontramos un núcleo (casas) y un modificador (muy bien construidas). El núcleo
es un sustantivo (se trata, por tanto, de una frase nominal) y el modificador
es una frase adjetiva. A su vez. esta última tiene un núcleo (bien construidas)
y un modificador (muy). Por su parte, bien construidas (que es otra frase adje­
tiva) presenta un núcleo (construidas) y un modificador (bien). Es obvio que tanto
en el núcleo como en el modificador (o en ambos) puede haber dos o más
elementos coordinados y que, por el principio de la recursividad (cfr. supra,
§ 1.3.), en el interior de una frase cabe situar una cláusula o una oración:

(14) Libros que han marcado nuestras vidas.

La segunda clase de frases está constituida por aquéllas entre cuyos elementos
integrantes existe una conexión de interordinación. Como se recordará (cfr.
supra § 2.4.), la interordinación es la conexión que se da entre los segmentos que se
exigen mutuamente, aquéllos cuya presencia es igualmente imprescindible para
lograr una determinada estructura. El caso más claro es, sin duda, el de las
frases preposicionales:
(13a) De nuestro amigo
(13b) (Vestido) de gris
(13c) Desde muy lejos
(13d) (Hablamos) de resolver los problemas1.
Es evidente que el sintagma constituido por una preposición y un elemento
de otra clase no puede ser sustituido por ninguno de sus dos miembros:
(14a) Los juegos de la niña
(14b) *Los juegos de
(14c) *Los juegos la niña
(15a) Hablaron de economía
(15b) ^Hablaron de
(15c) *Hablaron economía
Entre los miembros existe, por tanto, interordinación. En consecuencia, no
es lícito llamar “núcleo” a ninguno de ellos (al menos, si “núcleo” es entendido
en su sentido habitual). Los elementos funcionales de la frase preposicional pueden
ser denominados “director” (la preposición) y “término” (el resto de la cons­
trucción).
Como muestran las secuencias de (13), (14) y (15), el término de una frase
preposicional puede estar formado por elementos pertenecientes a distintos tipos y
subtipos. En (13a), (14a) y (15a), el término es una frase nominal; en (13b), una frase
adjetiva (o simplemente un adjetivo); en (13c), una frase adverbial; en (13d) se trata
de una cláusula.

(1) Lo situado entre corchetes no fórma parte, naturalm ente, de la frase preposicional. Se
incluye ahí para dar un contexto que permita situarlas.adecuadam ente.
Así pues, núcleo y modificador (opcional) en unos casos, director y término
en otros son los elementos funcionales de las frases. No existe en este tipo, por
tanto, un componente obligatorio para toda la gama de subtipos que comprende.
Los subtipos más importantes han sido ya señalados al tratar de cada clase de frases.

A pesar de lo inusitado del término, la cláusula es un tipo de unidad suficien­


temente bien conocido en sus aspectos generales, por lo que me limitaré a men­
cionar los aspectos fundamentales en que hay que modificar los puntos de vista tradi­
cionales. Como es bien sabido, la distinción entre las llamadas “oración simple”
y “oración compuesta” se basa en que las cadenas del segundo grupo están consti­
tuidas por dos o más entidades del primero en diferentes tipos de relación. Si deja­
mos a un lado “las oraciones yuxtapuestas” por razones ya mencionadas (cfr. supra, §
2.4.), quedan las “oraciones compuestas por coordinación” y las “oraciones
compuestas por subordinación”. Según los planteamientos habituales, las primeras
consisten en la unión de dos o más “oraciones simples” que, a pesar de ello, mantie­
nen su independencia y autosuficiencia sintácticas. En las “oraciones compuestas
por subordinación”, en cambio, uno de los elementos funcionales de la oración
(sujeto, complemento directo, etc.) está formado por otra “oración”.

Así pues, una “oración simple” y una “oración compuesta por subordinación”
presentan el mismo esquema estructural básico; la diferencia radica en que, en el
segundo caso, existen una o más oraciones incorporadas como elementos de otra.
Es fácil captar que esta consideración plantea de inmediato el problema de si la
“oración simple” y la “oración compuesta por subordinación” constituyen dos tipos
diferentes de unidades o son simplemente variantes de una misma unidad funda­
mental. Creo que, en general, nuestros gramáticos tradicionales se inclinaban
por la segunda opción, aunque la terminología parezca caminar en otra dirección.
Sin embargo, hay ciertas clases de “compuestas por subordinación” que no tienen
paralelo en la “oración simple”, con lo que la visión unitaria tropieza con difi­
cultades insalvables.
En realidad, los planteamientos tradicionales conceden una importancia
excesiva a factores más bien secundarios. Según la consideración habitual,
(16) Los periódicos anuncian subidas de precios
es una “oración simple” mientras que
(17) Los periódicos anuncian que habrá subidas de precios
es una “oración compuesta por subordinación”. Además, en (17) se distingue una
“oración principal” (los periódicos anuncian) y una “oración subordinada” (que
habrá subidas de precios). Está claro que (16) y (17) presentan el mismo esquema
estructural básico (sujeto, predicado y complemento directo). Sin embargo, el corte
que produce en (17) la distinción de “principal” y “subordinada” no ha sido pro­
puesto prácticamente nunca para (16) (en la que, de mantener el paralelismo, habría
que segmentar los periódicos anuncian a un lado y subidas de precios a otro).
Nótese, además, la contradicción que supone decir que la “subordinada” funcio­
na como parte de la principal y, a continuación, identificar la principal como lo
que queda una vez eliminadas las subordinadas. La llamada “oración principal”
no se apoya en la estructura constitutiva de la secuencia, por lo que resulta au­
ténticamente insostenible.

No son menores los problemas que plantea la consideración de que habrá


subidas de precios como “oración subordinada” en (17). Ya he aludido a la incómoda
duplicidad de significados que ha venido arrastrando el término “subordinación”
(cfr. supra, § 2.4.). Es suficiente, por tanto, indicar ahora que no debería ser
aplicado más que en aquellos casos en los que la secuencia estuviera efectivamente
en conexión de subordinación con algún otro segmento. En (17), que habrá su­
bidas de precios está subordinada a anuncian, lo mismo que subidas de precios
lo está a anuncian en (16)2. En otras palabras, todo complemento directo está
subordinado a su predicado correspondiente, por lo que la existencia de esa cone­
xión resulta independiente del tipo de unidad a que pertenezca el segmento en cues­
tión y, en consecuencia, carece de sentido ponerlo de relieve en unos casos y
no mencionarlo en otros.
De acuerdo con la visión presentada en el apartado 3.1., el factor pertinente
para la consideración de los tipos de unidades es la organización interna de las
secuencias. Por tanto, (16) y (17) son unidades del mismo tipo. Lo mismo ocurre
con las parejas siguientes:
(18a) Escríbele mañana
(18b) Escríbele cuando hayas tomado una decisión
(19a) Me preocupa su actitud
(19b) Me preocupa que no haya telefoneado.

En otro lugar (cfr. Rojo 1978) he propuesto llamar “cláusula” a la unidad carac­
terizada por poseer un predicado, constituido en los casos más claros por un verbo
en forma personal. Al lado del predicado y en diferentes grados de obligatorie­
dad según las lenguas y los subtipos de cláusulas, encontramos elementos funciona­
les como sujeto, complemento directo, circunstanciales, etc. Así pues, las secuencias
(16M19) son, todas ellas, cláusulas. La diferencia existente entre (16) y (17),
(18a) y (18b), (19a) y (19b) procede de la actuación del principio de la recursividad,

(2) Nótese que se trata de subordinación al predicado, no a la “oración principal”.


repetidamente mencionado, mediante el cual se puede explicar el hecho de que
una unidad pueda contener en su interior otra cadena perteneciente a su mismo
tipo. Como veremos en el apartado siguiente, (16), (18a) y (19a) son cláusulas sim­
ples, mientras que (17), (18b) y (19b) son cláusulas complejas.

Como puede observarse, el concepto de cláusula aquí propuesto comprende las


“oraciones simples” de la gramática tradicional, así como aquéllas de sus “oraciones
compuestas por subordinación” que presenten un esquema de elementos funciona­
les agrupados en tomo a un predicado (“compuestas por subordinación sustan­
tiva, adjetiva y adverbial circunstancial”). A su lado, la oración, unidad en la que,
mediante la puesta en relación de dos o más cláusulas completas, se alcanza
una totalidad con respecto a la cual las cláusulas miembros desempeñan determina­
das funciones sintácticas.

Así pues, cláusulas y oraciones son dos tipos de unidad relativamente bien
diferenciados. La cláusula se caracteriza por presentar una estructura de elementos
funcionales agrupados en torno a un predicado. Independientemente de la com­
posición interna de sus miembros, habrá cláusula siempre que encontremos un
esquema de esta clase. La oración, en cambio, presenta una organización totalmente
distinta. Lo mismo que, según hemos visto, ocurre con la frase, en la oración
no existe un elemento obligatorio que nos pueda servir para todas las secuencias
pertenecientes a este tipo, por lo que hemos de pasar directamente a los subtipos.

En primer lugar, las oraciones formadas por la coordinación de dos o más cláu­
sulas entre sí (oraciones policlausales, cfr. Rojo 1978, págs. 90 y sigs., 120 y sigs.).
Equivalen a las “oraciones compuestas por coordinación” de la gramática tra­
dicional, salvo las adversativas. En este caso, las cláusulas no desempeñan una
función específica con respecto a la oración. Pertenecen a este grupo de oraciones,
por ejemplo:

(20a) Llegué, vi y vencí


(20b) Estaban cansados y se volvieron a casa
(20c) Miguel juega en la calle y Pablo lee un cuento.

La segunda clase de oraciones está constituida por las que he llamado “ora­
ciones bipolares” (cfr. Rojo 1978, 99 y sigs., 124-125). La diferencia funda­
mental con las anteriores consiste en que las cláusulas que componen las oraciones
bipolares mantienen entre sí una conexión de interordinación. Esto es, sus miem­
bros directos se exigen mutuamente. A consecuencia de ello, una oración bipolar
consta forzosamente de dos elementos (aunque, por supuesto, cualquiera de ellos
puede presentar en su interior un alto grado de complejidad). Pertenecen a este
grupo las oraciones condicionales, concesivas, modales, consecutivas, etc. y tam­
bién las adversativas:
(21a) Aunque haga mal tiempo, daremos un paseo
(21b) Si le haces una visita, te divertirás
(21c) No dijo nada, pero captamos su pensamiento.

Como ya he indicado, las funciones desempeñadas por cada cláusula en uná


oración bipolar dependen del subtipo a que pertenezca. Así, en las condicionales
puede hablarse de condicionante y condicionado; en las adversativas, de tesis y
antítesis, etc. A ello se debe la imposibilidad de encontrar un elemento único
mediante el cual sea posible caracterizar todas las oraciones.

En principio, los integrantes de una oración son cláusulas. Ahora bien,


de acuerdo con el principio de la recursividad, podemos encontrar oraciones for­
madas directamente por una o más oraciones. Así,
(22) Si nos encontramos, hablaremos de ello, pero si no podemos vernos
te telefonearé
es una oración bipolar (adversativa) cuyos miembros (tesis y antítesis) son, a su vez,
oraciones bipolares condicionales. Como veremos en el apartado siguiente, (22)
es una oración compleja.

3.3. Unidades simples, complejas y compuestas

La escala de unidades gramaticales está, pues, constituida por cinco tipos:


morfema, palabra, frase, cláusula y oración. Para adscribir una secuencia a uno
de estos tipos es necesario observar su organización interna. Desde otro ángulo,
manejando criterios exteriores a la conformación de la cadena, cualquier unidad
puede ser independiente o no-independiente, esto es, puede constituir o no un
enunciado.

De modo que puede resultar sorprendente, el reconocimiento de un nú­


mero mayor de tipos de unidades permite captar con más facilidad algunos as­
pectos comunes a muchos de ellos que, naturalmente, ayudan a entender mejor
los fenómenos que tienen lugar en las secuencias de elementos gramaticales.
La diferencia entre unidades simples, complejas y compuestas se aplica con facilidad
a frases, cláusulas y oraciones, estp es, a las unidades superiores a la palabra.

Debido al repetidamente mencionado principio de la recursividad, los ele­


mentos pertenecientes a estos tres tipos pueden autodominarse directa o indirec­
tamente, es decir, pueden tener como constituyentes directos o indirectos secuencias
pertenecientes a su mismo tipo. Cuando ello no ocurre, estamos ante unidades sim-
pies. Cuando hay recursividad, las unidades son, según los casos, compuestas
o complejas.

Una unidad simple de tipo x es aquélla que no contiene en su interior


otras unidades de tipo x. En otras palabras, es la que está formada exclusi­
vamente por elementos pertenecientes a tipos inferiores. Así, una cláusula simple
es la constituida por frases que, a su vez, están formadas por palabras. Una frase
simple es la integrada únicamente por palabras. Del mismo modo, una oración
simple (en el sentido que estoy dando aquí a este término, no en el tradicio­
nal) es la que no contiene otras oraciones en su interior. Así, las cadenas de
(23) son, respectivamente, una frase simple, una cláusula simple y una oración
simple:
(23a) Un pino rojo
(23b) Los invitados se marcharon pronto
(23c) No dijo nada, pero captamos su pensamiento.

Una unidad compuesta es la que domina directamente dos o más secuencias


de su mismo tipo:
(24a) Una mesa, una silla y un sofá
(24b) Trajeron los libros y se llevaron los cuadros
(24c) Si vienes pronto, iremos al cine y si llegas tarde, nos quedaremosen
casa.
(24a) es una frase compuesta (por tres frases coordinadas entre sí), (24b) es
una cláusula compuesta y (24c), una oración compuesta.

Unidad compleja es aquélla en la que uno o más de sus elementosfun­


cionales consiste en una secuencia perteneciente a su mismo tipo. Así,

(25) Una mesa de madera


es una frase (nominal) cuyo modificador es también una frase (preposicional).
Naturalmente, las características de compleja y compuesta pueden combinarse
indefinidamente:
(26) Una mesa de madera de pino, una silla y un sofá.
(26) es una frase nominal compuesta en la que el primer miembros es, por su
parte, una frase nominal compleja, ya que su modificador consiste en otra frase
(preposicional). A su vez, esta última es también frase compleja porque su tér­
mino (una frase nominal) contiene, como modificador, otra frase.

Cláusula compleja es la que posee otra cláusula en su interior, como ocurre en


(27a) Dijo que vendría pronto
(27b) Me extraña que no haya telefoneado
(27c) Han traído los muebles que compramos ayer.

Una oración compleja contiene una o más oraciones integradas en su interior:

(28a) Si nos encontramos hablaremos de ello, pero si no podemos vernos,


te telefonearé.
(28b) Si te parece probable, pero no estás seguro de ello, prefiero que
lo discutamos de nuevo.
(28b) es una oración compleja, ya que su condicionante está formado por una
oración bipolar adversativa. En el condicionado, en cambio, encontramos una
cláusula compleja.

Conviene tener presente que no siempre es posible saber cuándo estamos ante
una unidad compuesta y cuándo se trata de dos o más unidades coordinadas.
En ausencia de factores adicionales,
(29) Una mesa y una silla
puede ser considerada como una frase nominal compuesta o bien como un
sintagma formado por dos frases nominales coordinadas entre sí. En el caso de
la cláusula, además, existe la coincidencia entre lo que desde un punto de vista
es una cláusula compuesta y lo que, desde otro, ángulo, aparece como una oración
policlausal. Nada de ello oscurece la nitidez de la distinción. Son coincidencias
provocadas por la naturaleza de los elementos en cuestión.

AMPLIACIONES Y REFERENCIAS

Se habrá observado que “morfema” es utilizado aquí en un sentido muy


general. Debe tenerse en cuenta, para evitar confusiones, que ciertas escuelas
llaman “morfema” a únicamente una de las dos caras del signo mínimo (la del
significado o la del significante); otras utilizan el término para designar el sub­
tipo que he presentado como morfema gramatical. Cabe incluso una determinación
más fuerte. Para Alarcos (1977, 9-10), “morfema” es el significado de un monema
gramatical (y, naturalmente, monema es el signo mínimo).

He tomado de Jesús Pena los subtipos mencionados en el texto y la justifi­


cación de sus diferencias.

Nótese que el valor que posee el término “sintagma” tal como es empleado
en el texto resulta totalmente congruente con el sentido de “relación sintagmática”
(cfr. supra, § 2.2). Con algunos matices que no interesan aquí (cfr. Rojo 1982b
para esta cuestión), ésa es la utilización que hacía Saussure del término. Para
que haya sintagma es necesario que existan relaciones (sintagmáticas) entre sus
elementos. En caso contrario, estamos ante dos o más unidades desconectadas
entre sí.
Resulta útil y necesario poseer un término que sirva para designar una agru­
pación de elementos con independencia de sus características internas. Una pala­
bra polimorfemática es un sintagma. Una frase, formada por varias palabras, es
también un sintagma, etc. En los últimos años se ha difundido en la Lingüística
española la costumbre de hablar de “sintagmas nominales”, “sintagmas preposi­
cionales”, “sintagmas adverbiales”, etc. para las secuencias que aquí llamamos
“frases nominales”, “frases preposicionales”, “frases adverbiales”, etc. Este valor del
término “sintagma” no tiene justificación teórica y, además, nos deja sin etiqueta
para una agrupación de elementos cualesquiera (a menos, claro está, que creemos
un término nuevo, lo cual resulta incómodo y confuso). En realidad, tal empleo
de “sintagma” se ha producido a imitación de la Lingüística francesa posterior
a la difusión del transformacionalismo. Independientemente de otras considera­
ciones, hay que tener en cuenta que en francés phrase equivale a oración, por
lo que no cabía pensar en habilitarlo para la designación de otro tipo de unidad.
La elección del término syntagme para ello ha resultado, de todas formas,
muy desafortunada.
Para el establecimiento de los subtipos de frase, es frecuente el recurso a la
distinción entre construcciones endocéntricas y exocéntricas. Por distintas razones
de índole teórica en las que no tiene sentido entrar aquí, me parece preferible
tratarlas desde el ángulo de las conexiones existentes en su interior.
Por problemas de espacio y características de la serie he simplificado lo referente
a las frases nominales. Aquéllas que contienen un determinante (un artículo,
un demostrativo, etc.) plantean problemas especiales que no puedo exponer aquí. Es
muy probable que haya que enfocarlas de modo totalmente distinto al habitual.
Como indico en el texto, la presentación habitual de la “oración principal”
resulta contradictoria. En efecto, no cabe decir que la “subordinada” es un elemento
de la principal y, a continuación, identificar la “principal” como el resto que queda
una vez eliminadas las “subordinadas”. Aunque no con demasiada frecuencia,
algunos autores han captado esta inconsecuencia y han considerado que la
“principal” es toda la “oración compuesta” (cfr., por ejemplo, Brondal 1937,
Buyssens 1975, etc.).

En el texto se habla de oraciones simples en un sentido bastante claro, que no


puede ser confundido con el atribuido habitualmente a esta expresión. En realidad,
“simple” significa siempre lo mismo. Si la que aquí presentamos como oración
simple recibe en la gramática tradicional la consideración de “oración compuesta”,
ello se debe a que “oración” designa unidades diferentes en cada caso.
4. ESTRATOS SINTÁCTICO, SEMANTICO E INFORMATIVO

4.1. La confusión de estratos en la gramática tradicional

En uno de los capítulos anteriores hemos trazado el marco general en que


deben ser encuadradas las funciones sintácticas y hemos marcado sus características
fundamentales. Como hemos visto, las funciones sintácticas son un tipo de re­
lación sintáctica, no secuencial, consistente en la vinculación que existe entre
un elemento y el conjunto de que forma parte, en el papel que desempeña con res­
pecto a ese conjunto. Nuestro objetivo en este capítulo será profundizar en la
naturaleza y características generales de las funciones sintácticas, descubrir el lugar
que ocupan en la estructuración general del sistema lingüístico y ponerlas en relación
con otros tipos de funciones: las semánticas y las informativas.

Las funciones semánticas constituyen el paralelo de las sintácticas en el plano


del contenido. Quiero decir con ello que son nociones del mismo tipo y que
pueden ser definidas del mismo modo sin más alteración que la de entender que
en un caso hacemos referencia a elementos y conjuntos sintácticos y en el otro
a elementos y conjuntos semánticos. En todo lo demás coinciden. También las fun­
ciones semánticas consisten en relaciones de elementos con el conjunto de que
forman parte. Naturalmente, tanto los elementos como los conjuntos globales a que
pertenecen son aquí factores de significado. Algo similar se puede decir, cambiando
los aspectos implicados, con respecto a las funciones informativas. Para mayor
claridad, sin embargo, vamos a dejar estas últimas para un momento posterior.

Dado que las funciones sintácticas corresponden a conceptos relativamente


bien conocidos, aunque habitualmente mal definidos en la gramática tradicional,
podemos prescindir aquí de los aspectos que no supongan su puesta en relación
con otros tipos de funciones. Baste indicar que, como ha quedado claro en
todo lo anterior, a cada tipo de unidad sintáctica corresponde una estructura
funcional en principio distinta de la que poseen las demás. Este fenómeno,
perfectamente lógico y esperable, puesto que se deduce de la propia definición,
está oculto en la gramática tradicional, que apenas se refiere a más funciones
que las propias de la que llama “oración”. El no tener en cuenta la existencia
de una categoría intermedia como la frase ni la distinción entre cláusulas y oraciones
impidió la comprensión correcta -todavía hoy no del todo lograda- de la estructura
funcional de las distintas unidades gramaticales, incluida la oración. Restos de esta
concepción tradicional en la que únicamente contaban las funciones desempeñadas
con respecto a la “oración” (esto es, a la cláusula) pueden econtrarse todavía
en la conocida distinción establecida por Martinet (por ejemplo, 1960) entre
funciones primarias, que son las referidas a lo que él llama “enunciado” (de
nuevo de cláusula) y funciones no primarias, que son todas las demás. Se trata,
sin duda, de un paso positivo, pero claramente insuficiente. Es necesario distinguir
tantos conjuntos de funciones sintácticas como unidades gramaticales existan del
morfema hacia arriba. Habrá, pues, funciones con respecto a la palabra, la frase,
la cláusula y la oración. Aunque en algunos casos sea posible hallar factores
generales, cada unidad posee sus propios constituyentes funcionales.

Como ya he indicado, las funciones sintácticas están presentes en la gramática


tradicional, en la que constituyen un conjunto no muy diferente del que se puede
encontrar hoy en aquellas corrientes metodológicas que hacen uso de los conceptos
correspondientes. El punto de partida fundamental para la incorporación de las que
ahora llamamos “funciones sintácticas” en el interior de la cláusula a la teoría
lingüística general es, sin duda, la Gramática de Port-Royal (1660), donde sujeto
y atributo o predicado aparecen ya con un carácter y una concepción muy simi­
lares a lo que se puede encontrar posteriormente. Lentamente va surgiendo la
necesidad de manejar otros elementos funcionales hasta llegar al inventario
conocido.

Existen fuertes divergencias entre el modo de entender y definir las funciones


sintácticas en la gramática tradicional y el propio de la Lingüística contemporánea.
Tales diferencias que, como he indicado, se refieren sobre todo a las distintas concep­
ciones, explican también las discrepancias que podemos observar en el número y la
índole de las funciones reconocidas en cada caso.
En términos generales (esto es, haciendo alusión al conjunto de la Lingüística
tradicional, no a obras o autores concretos, donde a veces se encuentra algo
distinto) se puede decir que el mayor defecto que presenta la gramática tradi­
cional en este punto radica en no haber logrado diferenciar de modo suficientemente
claro entre las funciones sintácticas de un lado y las funciones semánticas e
informativas de otro. A ello se debe que “sujeto” y “predicado” hayan sido enten­
didos y definidos de modos tan diversos.

La mezcla de las funciones sintácticas con factores semánticos se da de forma


continua en la gramática tradicional y se manifiesta en aspectos aparentemente
muy distintos. Bajo caracterizaciones como “sujeto es el que realiza la acción
expresada por el verbo” late la equiparación de verbo con expresión de una acción
y, derivada de ella, la de sujeto (una función sintáctica) con agente deuna
acción (una función semántica). Lo inadecuado de estaconsideraciónsurge en
cuanto comprobamos que ni todos los sujetos sonagentes ni todos los agentes
aparecen como sujetos. En efecto, es bastante dudoso que se pueda mantener que
los sujetos de
(la) Aquel hombre murió en la miseria
(Ib) Me duele la cabeza
(le) Los libros fueron clasificados rápidamente
y muchas otras secuencias posibles sean “los que realizan la acción” de morir;
dolery clasificar, respectivamente. Del mismo modo, la definición de complemento
directo como el que “expresa la cosa hecha por el verbo” (cfr. Gili 1961, § 52) se
apoya en lo que ocurre en secuencias como
(2a) Está escribiendo un libro
(2b) Construyen una muralla,
pero tropieza con el significado de los complementos directos en, por ejemplo,
(3a) Pintaron la pared
(3b) Leo un libro
(3c) Escuchaban la conferencia
(3d) Lleva una vida desordenada.

Aunque podamos aceptar que la correlación entre sujeto y agente, entre com­
plemento directo y “la cosa hecha por verbo” se da en un buen número de oca­
siones, está claro que no se produce en todos los casos, por lo que no cabe emplear
esos rasgos semánticos en la definición de las funciones sintácticas mencionadas.
Además, ni siquiera se puede mantener que los agentes sean siempre sujetos, como
prueban todas las secuencias formalmente pasivas.

El núcleo del problema radica en que la gramática tradicional se debate entre


las consideraciones formales y las consideraciones semánticas, sin lograr dife­
renciarlas de forma radical y aludiendo a ellas, en general, con el mismo tér­
mino. De ahí que, ante la evidencia de que en
(4) Los libros fueron clasificados por el bibliotecario
es el bibliotecario el que “realiza la acción expresada por el verbo”, se llame en
muchos casos “sujeto lógico” a este elemento. Se produce así undesdoblamiento
(agravado luego por un tercer factor que examinaremos posteriormente) entre
“sujeto gramatical” y “sujeto lógicq” El “sujeto gramatical” es el que concuerda con
el verbo (o aparece en nominativo, etc.) y el “sujeto lógico” es el agente de la
acción. Naturalmente, la diferenciación terminológica lograda mediante la aparición
de los adjetivos se hace sólo cuando es totalmente necesaria, esto es, cuando
los factores formales y semánticos no coinciden.

De otro lado, las consideraciones formales llevan a llamar “sujeto” al elemento


que concuerda en número y persona con el predicado, independientemente de
que sea o no agente. Cuando es ineludible la presencia de un agente que no es
sujeto, como en el caso de (4), se llega a decir que los libros es “sujeto paciente”,
expresión que resulta totalmente incompatible con lo indicado en la definición
de sujeto.

Por factores de muy diversos tipos, en los que no podemos entrar aquí, la
gramática tradicional no llegó a enfrentarse de lleno con la necesidad de diferenciar
mucho más nítidamente entre los fenómenos sintácticos y los fenómenos semánti­
cos. Tendió por ello a moverse de modo ambiguo y confuso entre las conside­
raciones formales y las semánticas. Cuando el predicado expresa una acción
y el sujeto indica su agente, la definición habitual no es adecuada en la teoría,
pero resulta operativa y cómoda en la práctica. Ahora bien, cuando no hay acción
o el sujeto no expresa su agente, la caracterización empleada inicialmente obliga
a reajustar la terminología, ya que no cabe pensar en cambiar la definición.
Así surgen los “sujetos pacientes” (y, frente a ellos, redundantes -en esta consi­
deración- “sujetos agentes”); así aparecen también los “sujetos lógicos”, término
empleado para designar aquellos elementos que realizan la acción, pero no poseen
las condiciones formales (caso nominativo, concordancia con el predicado, etc.)
presentes en los casos más claros. A su lado, como era de esperar, aparecen
también “predicados lógicos”, aunque con una frecuencia considerablemente menor.

El problema de fondo consiste, pues, en que la gramática tradicional se


enfrenta con factores pertenecientes a dos esferas distintas con nociones de un
único tipo. La especificación adjetival resuelve poco, ya que la presencia del tér­
mino común (sujeto, predicado) pesa más que la del elemento diferencial (gra­
matical, lógico). En una “primera de pasiva”, el sujeto paciente (gramatical) no es
el sujeto lógico; el sujeto lógico, por su parte, es luego caracterizado como com­
plemento agente (o ablativo agente).

La situación se complica todavía más cuando se aísla otro tipo de factor


vinculado habitualmente a la estructuración de una cláusula en sujeto y predicado.
Según una definición también clásica, sujeto es “aquello de lo que se afirma o niega
algo” y predicado, “lo que afirma o niega del sujeto”. En una secuencia como
(5) Aquel hombre murió, en la miseria
está claro que el haber muerto en la miseria es algo que se predica de aquel
hombre, por lo que en este aspecto no hay dificultades (sí las hay en que
el sujeto “realice la acción expresada por el predicado”). Sin embargo, en
(6) Me duele la cabeza
resulta mucho más difícil considerar que se está afirmando algo de la cabeza. Hay
argumentos para pensar que la afirmación de lo ahí contenido está referida a la
primera persona.

Así surge la indicación de un “sujeto psicológico” que puede no coincidir


ni con el “sujeto gramatical” ni con el “sujeto lógico”. Por factores fácilmente deduci-
bles de esta caracterización del sujeto (“aquello de lo que se predica algo”),
muchos autores dieron el salto a entender sujeto como “aquello de lo que se habla”
o, lo que viene a ser equivalente, “lo ya conocido”. En principio, no parece haber
inconveniente en considerar que en
(7) Mi sobrino pintó la pared
se está hablando de mi sobrino, se está afirmando que él pintó la pared. Ahora
bien, si se trata de la respuesta a una pregunta como
(8) ¿Quién pintó la pared?
no es inadecuado pensar que en (7) o en la más natural como respuesta
(9) La pared la pintó mi sobrino
se está hablando de la pared, lo ya conocido es la pared. Con esa evidente
dependencia contextual se puede estar hablando de cualquiera de los elementos
que intervienen en la secuencia con independencia de cuál sea el sujeto gramatical.
(7) tendrá distintos elementos conocidos y desconocidos según las preguntas
a que sea respuesta, aunque mantenga la misma estructura sintáctica. Por otro
lado, se puede estar hablando de dos o más de esos elementos. Como indicó
Jespersen (1924, 168) con respecto a definiciones de este tipo (“sujeto es aquello
de lo que se habla”), en una secuencia como
(10) Juan prometió a María una sortija de oro
se está hablando de cuatro cosas (Juan, una promesa, una sortija de oro, María)
y cualquiera de ellas puede ser “aquello de lo que se habla”.

Naturalmente, no es viable identificar el elemento acerca del cual se dice algo


con los sujetos gramaticales. De ahí el empleo del término “sujeto psicológico”,
aplicado directamente en muchas ocasiones al constituyente que se interpreta
como el más destacado. Otra vez se observa que el tener en cuenta un factor
distinto de los estrictamente gramaticales se resuelve al final en nueva fuente de
confusiones porque la teoría tradicional sólo posee nociones del tipo “sujeto”
y “predicado” para estructurar y presentar aspectos tan diversos y pertenecientes
a esteras distintas.

Todo ello da como resultado un entrecruzamiento de consideraciones difí­


cilmente manejable. Así, si (11b) es la respuesta a (lia):
(lia ) ¿Quién prometió algo a María?
(11b) A María le fue prometida una sortija por Juan,
(11b) presenta un sujeto gramatical (una sortija) distinto del sujeto lógico (Juan)
que es el agente. María puede ser considerado el sujeto psicológico, ya que es
el elemento del que se está hablando y es también el resaltado, como indica
el orden.

La distinción de sujeto gramatical, lógico y psicológico puede considerarse


propia de la lingüística preestructural, pero basta un examen superficial de los
tratados publicados en los últimos años para darse cuenta de que, en diversas
formas, está confusión ha llegado hasta nuestros días e incluso de que en algunos
casos nos es presentada en su formulación más cruda.

Podría pensarse que se trata de un simple problema terminológico y que,


en consecuencia, su importancia es menor de la que le hemos atribuido aquí.
En efecto, si consistiera únicamente en una cuestión terminológica, la solución
sería bastante rápida, ya que podríamos limitarnos a hacer las sustituciones
necesarias y dar entrada a las expresiones más adecuadas para lo que en cada caso
se quiere decir. Por desgracia, las definiciones que hemos ido citando de pasada
(y muchas otras que sería posible aducir) no permiten considerar el tema de modo
tan simplificado. El problema radica en que todos estos factores han intervenido
a la hora de definir las funciones sintácticas (sujeto, predicado, complemento
directo, etc.), con lo que las nociones correspondientes presentan una gama tan
amplia de aplicaciones que son poco menos que inviables. La adición de adjetivos
del tipo “lógico” o “psicológico” es un simple remiendo conceptual y terminológico
que no soluciona prácticamente nada. Lo que algunos llamarían “sujeto psicológi­
co”, es el “sujeto”, sin más, para otros. No se trata, por tanto, de una mera
cuestión terminológica, sino de una auténtica confusión teórica que sólo puede
ser solucionada mediante la distinción de tres esferas distintas de fenómenos que
han sido repetida y reiteradamente mezcladas: las funciones sintácticas, las funcio­
nes semánticas y las funciones informativas.

4.2. Las funciones semánticas

El paso previo ineludible para captar la relación existente entre los tres estratos
consiste, sin duda, en la comprensión correcta de la naturaleza de las funciones
existentes en cada caso. Ya hemos hablado de las funciones sintácticas, las mejor
conocidas porque son las más manejadas por la gramática tradicional. Tendremos,
no obstante, que volver sobre ellas para entender su auténtica naturaleza y, so­
bre todo, para asignarles la zona que les corresponde. Nos ocuparemos antes de otro
tipo de funciones.

Dado que toda función es la relación existente entre un elemento y el con­


junto a que pertenece, las funciones semánticas han de ser concebidas como el
vínculo que liga, en el significado, a un determinado elemento con el significado
global de todo el conjunto. Ese papel que cada elemento juega con respecto a la tota­
lidad se superpone a l significado inicial propio del elemento en cuestión. Así,
dados los significados que expresamos mediante los elementos
(12) El niño, ver, el mochuelo,
podemos lograr con ellos, conservando el contenido inicial de cada uno, los sig­
nificados globales que expresamos mediante las secuencias
(13a) El niño ve el mochuelo
(13b) El mochuelo ve al niño.

Evidentemente, los significados de (13a) y (13b) son distintos a pesar de que


cada uno de los tres elementos básicos conserva su valor propio. Lo que cambia
es la relación que dos de ellos mantienen con respecto al conjunto significativo.
En (13a), niño es el agente, ve la acción y el mochuelo su término. En (13b),
el agente es el mochuelo y el niño es el término de la acción de ver. Este in­
tercambio de funciones semánticas explica las alteraciones en el significado general
a pesar de oue se mantiene el valor de los elementos. Por supuesto, las funciones
sintácticas han cambiado también: sujeto y complemento directo son distintos.
Esa modificación, paralela a la que hemos observado en las funciones semán­
ticas, es consecuencia de la anterior. Es, como veremos en seguida, el modo de
indicar las funciones semánticas desempeñadas por los elementos.

De modo semejante, dados los significados que expresamos mediante los ele­
mentos de (14):
(14) Traer, el niño, el perro, la madre, ayer,
podemos construir, entre otros, los diversos significados globales que poseen
las secuencias de (15):
(15a) El niño trajo ayer el perro a la madre
(15b) La madre trajo ayer el perro al niño
(15c) El perro trajo ayer el niño a la madre
(15d) El perro trajo ayer la madre al niño.

En todas estas secuencias existe una acción, un agepte, un término, un des­


tinatario y un locativo-temporal. Las diferencias en el significado general se explican
por el hecho de que estos contenidos se superponen o vinculan a distintos elementos
que, salvo en este rasgo, conservan siempre el mismo valor. Naturalmente, tam­
bién aquí observamos cambios en las funciones sintácticas desempeñadas por los
elementos. Volveremos inmediatamente sobre este punto.

Así pues, las funciones semánticas son los diferentes papeles significativos que
los elementos pueden desempeñar en una expresión. Aunque han estado presentes
de forma más o menos solapada desde hace bastante tiempo, la comprensión
correcta de estas entidades es un fenómeno reciente. Dejando a un lado intentos
marginales o poco conocidos, su integración plena en una teoría sintáctica global
se da a partir de los trabajos de Fillmore que desembocaron en la constitución
de la corriente denominada “gramática casual” o “lingüística casual”. Aunque no
hayan sido presentados siempre así, los “casos” de Fillmore (muy diferentes de los
casos manejados por la gramática tradicional y la estructuralista, ya que este autor
los concibe como nociones fundamentalmente semánticas) son equivalentes en
general a las que en otras aproximaciones son “funciones semánticas”.

En los últimos años se ha trabajado bastante para establecer y delimitar


un inventario manejable y reducido de funciones semánticas o “casos”. Las carac­
terísticas generales de las teorías que se han movido en esta dirección han
hecho oscilar estos intentos desde un casuismo que termina en un número inconta­
ble de funciones semánticas hasta un inventario pretendidamente universal, común
a todas las lenguas humanas (en la línea de los universales lingüísticos). Aunque
la difusión de estas nociones se haya producido sobre todo a partir de su pre­
sencia en ciertas derivaciones de la gramática generativo-transformacional, no de­
bemos olvidar que en la llamada “Nueva escuela de Praga” se está hablando de
un estrato semántico diferenciado del estrato sintáctico desde hace por lo menos
veinte años. Más importante que lo anterior es quizá el hecho de que el marco
general propio del estructuralismo europeo puede situar las funciones semánticas
en el lugar que les corresponde y resolver la oscilación entre las visiones mul-
tiplicadoras de su número y las que pretenden encontrar un conjunto de pocos
elementos que aparezca en todas las lenguas. Trataremos posteriormente esta cues­
tión.

Con la única intención de completar este panorama general de las funciones


semánticas, podemos ofrecer un corto inventario de las más destacadas. La aparición
de este grupo de funciones semánticas aquí no implica que sea forzoso suponer la
existencia de todas y cada una de ellas (o de únicamente las aquí relacionadas)
para la teoría semántico-sintáctica de una lengua como el español. La posible
existencia de cada una de las diversas funciones semánticas con auténtico valor
funcional en una lengua ha de ser planteada en un marco especial al que
aludiré en otro momento. Una relación básica para el español puede ser la
siguiente:

A B C
Acción Agente Origen
Estado Causativo Meta / Dirección
Proceso Experimentador Duración
Término Locativo (espacial
o temporal)
Receptor Causa
Instrumental Comitativo

La situación en tres columnas obedece a dos factores distintos. La columna A


enumera los tipos fundamentales de procesos en el sentido más general de la
palabra (no en el específico con que figura en la relación). Dik (1978) habla
de “states of afifairs”. Las otras dos proporcionan los elementos o argumentos más
destacados. Entre ellas, la columna B da los que podemos llamar centrales y la
C cita los periféricos. Esta última distinción tiene un valor meramente aproxima-
tivo e introductorio; debe ser manejada con cuidado, ya que no refleja una especie
de grado de proximidad a los predicados. En realidad, que una función semántica
sea central o periférica (“satélite”, en la terminología de Dik (1978)) depende del
tipo de predicado. Con predicados como leer o escuchar, las indicaciones de
localización espacial o temporal, por ejemplo, son, en efecto, marginales. En
cambk), con predicados como /'/; ¡legar, residir, encontrarse, etc., es forzoso
incluir elementos que expresen, según los casos, la dirección o localización
espacial, por lo que resultan auténticamente centrales. Algo no muy distinto se
puede decir con respecto a las funciones sintácticas (cfr. infra, § 4.5.).

Dado que los nombres que designan las funciones semánticas enumeradas
son transparentes en su mayor parte, me detendré únicamente en aquéllos que
requieran una definición más explícita o alguna matización adicional. El causativo
es el elemento que, sin ser directamente el agente de una acción, la desencadena
(el agente puede ser otro). Aunque con frecuencia se habla de causatividad en
casos en los que alguien hace que otros realicen una acción (como en, por
ejemplo, Felipe II construyó el Escorial), la estructura típicamente causativa es la que
aparece en (16a):
(16a) Pablo-hierve el agua
(16b) El agua hierve.
En (16b), el agua es experimentador; en (16a), Pablo es causativo y el agua
aparece como término.

El experimentador es a procesos y estados lo que el agente a las acciones.


Hay experimentador en, por ejemplo,
(17a) El hombre yacía en el suelo
(17b) Las esmeraldas son verdes
(17c) Juan se cayó al mar.

Por último, el término es el objeto que resulta o se ve modificado por una


acción. Ya en la gramática tradicional (del latín, sobre todo) se establecía con
cierta frecuencia la distinción entre objeto effectum o resultante y objeto
affectum o afectado. Podemos introducirla aquí para establecer dos tipos de
términos: el resultante y el afectado. En (18a) y (19a) tenemos términos resultantes;
en (18b) y (19b) encontramos términos afectados:
(18a) Los obreros contruyeron la pared
(18b) Los obreros pintaron la pared
(19a) Miguel escribe una novela
(19b) Miguel lee una novela.

4.3. La función sintáctica como forma de significante

En un momento anterior, para mostrar la naturaleza de las funciones semán­


ticas hemos tomado series de elementos y hemos comprobado que existe la po­
sibilidad de construir significados globales distintos conservando cada elemento
su contenido inicial. En los ejemplos empleados, los elementos intercambiaban sus
funciones semánticas y esa alteración se hacía patente mediante el cruce de funcio­
nes sintácticas. Evidentemente, ésa es la forma más clara y cómoda de llegar
a significados totales distintos con los mismos elementos de partida. Debemos, sin
embargo, evitar toda simplificación provocada por la existencia de esta posibilidad
que nos lleve a identificar el hecho de realizar una determinada función semántica
con desempeñar una cierta función sintáctica. Hablando en términos generales
(esto es, sin hacer referencia a tipos concretos de predicados ni a estructuras es­
pecíficas), no podemos pasar de afirmaciones de índole probabilística sobre la
correspondencia entre funciones semánticas y funciones sintácticas. En otras pala­
bras, cabe decir que es bastante frecuente que los agentes aparezcan como sujetos
o que los términos se nos presenten como complementos directos, etc., pero nada
más. No hay correspondencia biunívoca entre el conjunto de las funciones
semánticas y el conjunto de las funciones sintácticas. La misma función semántica
puede presentarse bajo la forma de diversas funciones sintácticas y, al tiempo, una
misma función sintáctica puede remitir a varias funciones semánticas. Véanse, por
ejemplo, los sujetos de las secuencias que figuran en (20):
(20a) Juan corre diez mil metros todos los días
(20b) Pablo hierve el agua
(20c) El hombre yacía en el suelo
(20d) La pared fue construida en dos días
(20e) La pared fue pintada en una tarde
(200 El balón rompió el cristal.
En ellas temenos sujetos que, en cuanto a función semántica, son, respectiva­
mente, agente, causativo, experimentador, término resultante, término afectado
e instrumental (o quizá fuerza, cfr. infra, § 4.5.). (Para una comprensión correc­
ta de este punto, téngase en cuenta que estamos trabajando con un inventario
provisional de las funciones semánticas y, sobre todo, que la consideración
de cada una de ellas como elemento auténticamente formal, funcional, en español,
tendrá que ser establecida mediante los procedimientos habituales en todo enfoque
estructuralista).

De otra parte, es igualmente evidente que la misma función semántica puede


aparecer como dos o más funciones sintácticas distintas.Así, el agente de ambas
secuencias es sujeto en (21a) y “complementoagente”(términotradicional)
en (21b):
(21a) Los obreros construyeron la pared
(21b) La pared fue construida por los obreros.

Al tiempo, el término resultante de esas dos secuencias aparece como com­


plemento directo en (21a) y sujeto en (21b)

Dada esta situación en las relaciones entre funciones semánticas y funciones


sintácticas, el problema teórico con que hemos de enfrentarnos esel de la posi­
ción de ambos tipos de funciones (y, jnás concretamente, de las funcionessintácti­
cas) en la estructura general de un sistema lingüístico. ¿A qué plano pertenecen
las funciones sintácticas? ¿Son significados o, por el contrario, son significantes?
Como he indicado anteriormente (cfr. supra, § 1.1.), la fecundidad potencial de
la estructuración de las lenguas en dos planos se vio considerablemente recortada
por la casi total identificación de significantes con elementos pertenecientes al
componente fónico. Esa lamentable restricción de las posibilidades iniciales impidió
durante bastante tiempo incluso el planteamiento de la cuestión que ahora nos
ocupa. Simplemente, se aceptaba la existencia de las funciones sintácticas, pero no
se pensaba en la necesidad de asignarles un lugar en la estructura general de
los sistemas lingüísticos. La mezcla de nociones propia de la gramática tradicional
contribuyó en no escasa medida a mantener oculto el problema. Unicamente en
los cinco o seis últimos años se ha caído en la cuenta de su existencia y han tenido
lugar los primeros intentos de resolverlo.

Para centrar el tema es necesario tomar en consideración otro factor. Como


reacción al semantismo característico de la gramática tradicional, en varias corrien­
tes estructuralistas se ha dado un apego a los fenómenos de forma que en ocasiones
se ha convertido en una barrera para la auténtica comprensión de los aspectos sintác­
ticos. En el caso concreto de las funciones sintácticas, su definición se ha hecho
en muchos casos teniendo en cuenta únicamente el modo en que se manifiestan
en la secuencia. En términos generales, la función ha sido confundida con el pro­
cedimiento a través del cual se manifiesta y definida exclusivamente mediante
ese rasgo. Como se ve, si en la gramática tradicional la función sintáctica era
vinculada demasiado estrechamente a su significado (una función semántica),
en algunas corrientes o autores estructuralistas ha sido vista desde el prisma
del procedimiento mediante el cual se manifiesta en la cadena. En cualquiera
de estos dos casos, la entidad de la función sintáctica queda difuminada, diluida.

Así se explica, por ejemplo, la hipótesis de M. Mahmoudian (1976, 76 y


sigs.), para quien la función sintáctica sujeto es un signo (un monema, llega a decir)
cuyo significado es “agente” y cuyo significante es la anteposición al predicado
(la teoría está referida al francés). Incluso dejando a un lado que las relaciones
establecidas sean correctas o incorrectas (al hablar de la pasiva tiene que aceptar que,
en este caso, el “sujeto” tiene como significado “paciente”), lo que más interesa
ahora es la consideración de la función sintáctica como un signo que tiene
como significante el procedimiento mediante el cual se manifiesta. Es, pues, un
elemento del mismo tipo general que cualquier monema.

Mucho más ajustada,parece la visión de Alarcos (1977), que emplea la


estructuración en planos y estratos. Para este autor, la función sintáctica (“sujeto”,
por ejemplo) pertenece a la forma del significado; el procedimiento mediante
el cual se manifiesta (la concordancia con el predicado) constituye su significante;
aquello a lo que remita el ser sujeto en cada caso (agente, término afectado,
experimentador, etc.) debe ser adscrito a la sustancia del significado y, en conse­
cuencia, resulta marginal a la Lingüística en sentido estricto.

Veamos gráficamente, para poder compararlas con más comodidad, ambas


propuestas. El marco general es, por supuesto, el constituido por los dos planos
y cuatro estratos que, procedente de Hjelmslev, está presente en buena parte de las
formulaciones estructuralistas:
Sustancia de contenido
rr . , .. ^ ----------AGENTE-------------------- AGENTE----------
Forma de contenido O
H ______________________________SUJETO_______
Forma de expresión ^ ANTEPOSICIÓN CONCORDANCIA CON
Sustancia de expresión AL PREDICADO EL PREDICADO

Mahmoudian Alarcos

El cuadro hace patentes las diferencias y, sobre todo, muestra claramente


su importancia. Mahmoudian (como era de esperar por su vinculación con Marti­
net) no tiene en cuenta los cuatro estratos. Alarcos sí lo hace, pero sólo en el
plano del contenido. En Mahmoudian, “sujeto” es un signo. En Alarcos, “sujeto”
es el significado de un signo cuyo significante es la concordancia con el predicado.
Frente a estos dos autores, Ramón Trujillo (1976) se ha referido a las fun­
ciones sintácticas como formas de significante. “Sujeto”, “modificador”, etc. son,
para este autor, elementos pertenecientes a la forma del significante sintáctico. Sin
embargo, la situación se aclara sólo en parte, ya que estos elementos forman tam­
bién, para Trujillo, parte del significado. En Trujillo, un esquema como sujeto-predi-
cado aparece (aunque no exactamente con el mismo valor) en el significante
sintáctico y en la estructura semántica (“semántico-sintáctica” en su terminología).

A mi modo de ver, el camino es el apuntado por Trujillo, pero únicamente


en lo que se refiere a la consideración de las funciones sintácticas como formas
de significante. “Sujeto”, “complemento directo” o “modificador”, por ejemplo,
pueden remitir a significados enormemente variados, lo cual indica que existen
muchas dificultades para que podamos considerar a estas funciones en sí
mismas como elementos del plano del contenido. Evidentemente, comportan un
significado, pero lo hacen como significantes, como todo significante lingüístico.
Dado que los procedimientos mediante los cuales marcamos las funciones desem­
peñadas (posición, concordancia, casos, preposiciones, etc.) no pueden ser más que
significantes, la consideración de estos dos tipos de fenómenos es clara: las funciones
sintácticas son formas de significante y los procedimientos constituyen la sustancia
del significante.

Es evidente que las funciones semánticas son significados. La cuestión es si


hemos de considerarlas en el estrato formal o en el sustancial. No veo el menor in­
conveniente teórico para admitir que las funciones semánticas pertenecen a la forma
del significado siempre que lo que encontremos en el significante nos autorice a
ello. Dicho de otro modo, los elementos que hay en la sustancia del significado
son del mismo tipo (agente, experimentador, causativo, acción, proceso, destina­
tario, etc.). La diferencia radica en que en la sustancia del contenido tendrán que
estar todas las funciones semánticas, mientras que en la forma del contenido
podremos considerar únicamente aquellas que tengan un correlato en el plano del
significante. Se trata, pues, de lo que diferencia en general estos dos estratos del
plano del significado. Si, en general, resulta conveniente ver como elementos dife­
renciados las funciones semánticas p, q, 5(porque, por ejemplo, tienen reflejo en los
significantes sintácticos de ciertas lenguas), nada se opone a que, al tiempo,
tengamos que reconocer que esas distinciones no tienen relevancia en otros sistemas
lingüísticos. Otras lenguas podrían fundir los rasgos de significado py ¿/en una única
forma de contenido t. No es un fenómeno distinto al que comprendemos perfec­
tamente en el léxico cuando decimos, por ejemplo, que lo que en español
son los significados correspondientes a leña y madera están fundidos en el
significado del signo francés bois. Del mismo modo, la diferencia entre agente, cau­
sativo, experimentador y fuerza tendrá que aparecer en la sustancia de contenido de
todas las lenguas; en la forma de contenido, esos elementos estarán diferenciados
o no según los casos. El modo de saberlo es, naturalmente, recurrir a la con­
mutación.

Hay todavía otro factor que será estudiado con más detalle en el apartado
4.5., pero que debe ser apuntado ahora. He hablado hasta aquí de funciones
semánticas v funciones sintácticas presentándolas aisladamente, de una en una.
El propio concepto de función indica que esa consideración parcial no es del todo
correcta. Si las funciones son relaciones entre un elemento y el todo del que forman
parte, no deben ser concebidas individualmente. Se nos presentan siempre for­
mando parte de esquemas semánticos o esquemas sintácticos. Eso significa,
en último término, que hemos de dar preferencia al esquema funcional sobre
la función aislada. Un esquema está constituido por funciones, pero, lo mismo
que cualquier totalidad, es algo más que la simple suma de las partes que lo integran.
Dado que los esquemas semánticos y sintácticos reflejan sobre todo la organi­
zación de una serie de funciones, se puede pensar incluso en dos esquemas
semánticos distintos constituidos por las mismas funciones semánticas (pero
organizadas y orientadas de otro modo). Para lo que ahora nos ocupa, la pri­
macía de los esquemas implica que la adscripción o no de una función semántica
a la forma de contenido de una lengua no es algo absoluto. Puede estar perfecta­
mente diferenciada en un cierto esquema semántico y aparecer fundida con otra
u otras en esquemas semánticos distintos.

En resumen, las funciones semánticas han de ser asignadas al plano del


significado. En su interior, cada función semántica pertenecerá únicamente al
estrato sustancial o al sustancial y al formal según tenga o no correlato en los signifi­
cantes sintácticos. Las funciones sintácticas corresponden a la forma del significante.
Los procedimientos empleados para hacerlas patentes constituyen, por su parte, la
sustancia del significante. Esto supone que las funciones sintácticas son entidades
abstractas, formales, que pueden manifestarse de modos diversos en lenguas dis­
tintas. Naturalmente, el inventario de funciones y esquemas sintácticos existente
en cada lengua puede ser diferente del que encontramos en otras.

4.4. Las funciones informativas

Clarificadas ya las relaciones existentes entre funciones semánticas y sin­


tácticas y establecido el lugar que ocupan en la estructura general de las lenguas,
hemos de ocuparnos ahora del tercer tipo de funciones: las informativas (o
“pragmáticas” en la terminología de Dik (1978)). Son, sin duda, las más distantes
de la gramática tradicional, las que, sin estar del todo ausentes (recuérdese
lo visto acerca del “sujeto psicológico”), han sido menos trabajadas. En términos
generales, tampoco han encontrado un tratamiento teóricamente adecuado en el
estructuralismo europeo ni en la lingüística generativo-transformacional. Este pro­
longado olvido explica en buena parte las enormes divergencias que hoy podemos
encontrar al estudiar el modo en que distintos autores pretenden integrarlas en
un modelo sintáctico global.
En efecto, son tantas y tan variadas las propuestas formuladas, tan distintas
las definiciones de las entidades adscritas a este conjunto, que no es posible
pensar en hacer aquí siquiera una rápida referencia al modo en que estas nociones
han ido siendo incorporadas a la teoría sintáctica. Dado que, por otro lado, tampoco
es éste el lugar adecuado para intentarlo, me limitaré a exponer la forma en que
organiza el estrato informativo M.A.K. Halliday, que es, en mi opinión, el que ha
visto con mayor claridad estas cuestiones. Naturalmente, haré las referencias margi­
nales que resulten oportunas.

Sin tomar en cuenta antecedentes y precursores, el estudio de lo que aquí


llamamos “estrato informativo” alcanzó un especial relieve en la Nueva Escuela
de Praga, gracias, sobre todo, a la obra de Vilém Mathesius. El es el crea­
dor de la que llamó “Functional Sentence Perspective”, retomada y desarrollada
luego, entre otros autores pertenecientes a la misma corriente, por Firbas y Danés
Los marcos trazados en esta escuela y en intentos posteriores responden al deseo
(bastante antiguo, por otro lado) de tener en cuenta ciertos aspectos que surgen
en la organización de las secuencias lingüísticas y que no pueden ser reduci­
dos a los estratos semántico y sintáctico. Manteniendo los mismos esquemas
semántico y sintáctico, una secuencia puede responder a intenciones comunicativas
distintas y, en consecuencia, presentar estructuras u organizacions informativas
diferentes. Así, la secuencia
(22) Alfredo paga las bebidas
puede ser respuesta a preguntas tan diversas como:
(23a) ¿Qué paga Alfredo?
(23 b) ¿Qué hace Alfredo?
(23c) ¿Quién paga las bebidas)

Según sea respuesta a una u otras de estas preguntas, la estructura infor­


mativa de (22) será distinta. Ello se puede reflejar, por ejemplo, en la intensidad
entonativa con que aparece un elemento. Por ejemplo, si es respuesta a (23a),
(22) puede aparecer como
(24) Alfredo paga LAS BEBIDAS (no la comida).
Naturalmente, las diferencias en la estructura informativa pueden dar lugar a
alteraciones en la forma. Como respuesta a (23c). (22) puede presentarse como
(25a) o (25b):

(25a) ALFREDO paga las bebidas (no Luisa)


(25b) Es ALFREDO quien paga las bebidas (no Luisa).

De hecho, fueron las aparentemente caprichosas alteraciones en el orden


de los elementos en una lengua como el latín (que posee medios diferentes de
la colocación para marcar las funciones sintácticas) las que dieron origen a las re­
flexiones sobre este fenómeno que podemos considerar próximas a nosotros. El
tema, sin embargo, es mucho más antiguo y ha estado presente, de una u otra for­
ma, en los estudios de retórica o los realizados sobre el estilo prácticamente
desde siempre. De otra parte, lo que hemos visto sobre entidades como el "su­
jeto psicológico” de la gramática tradicional está relacionado con estos factores.

Con unos u otros términos (emplearé los que me parecen más cómodos),
los trabajos acerca de la estructura informativa de las secuencias han manejado
fundamentalmente tres aspectos distintos. De un lado, la antiquísima distinción
entre aquello acerca de lo cual se dice algo y lo que se dice de él (tema
y rema o tópico y comentario). Recuérdese que ésa es una de las definiciones
tradicionales del sujeto a que he hecho alusión. En realidad, esos dos elementos
son los que en Platón o Aristóteles aparecen como constituyentes de la oración:
ónoma y rema. (Por sus evidentes conexiones con ciertas clases de palabras, el
significado de estos términos evolucionó hasta llegar a designar, respectivamente,
nombre -sustantivo o adjetivo- y verbo.) Esta definición es, por no citar más que un
caso, la que se da de sujeto y predicado en la Gramática de Port-Royal. Natural­
mente, choca con la un tanto más común definición de sujeto como “el que
realiza la acción expresada pór el verbo”.

La segunda pareja nocional es la que podemos designar como contraste


entre información vieja e información nueva. Información vieja es la ya conocida
por el oyente porque, en los casos más claros, ha sido previamente proporcionada
por el contexto lingüístico. Así, si (22) es respuesta a (23b), Alfredo es lo ya
conocido, mientras que la información nueva, la que el hablante añade a la ya
poseída por su interlocutor es que paga las bebidas. En cambio, si (22) es
respuesta a (23c), Alfredo es precisamente la información nueva.
De estos dos últimos casos deriva con claridad la no coincidencia forzosa
de los dos factores manejados. Es evidente que tema e información vieja pueden
coincidir. Ese es el caso más corriente y es lo que ocurre en (22) como respuesta
a (23b). Alfredo es la persona acerca de la cual se está diciendo algo y, puesto
que ha sido introducido previamente, es también la información conocida. En cam­
bio, en (22) como respuesta a (23c), Alfredo sigue siendo el tema, pero es
información nueva.
Aunque se pueda detectar una cierta correlación entre elementos de la estruc­
tura sintáctica y lo que constituye la información vieja (es frecuente que lo conocido
sea el sujeto de la cláusula), es evidente que ambos aspectos se refieren a
esferas de fenómenos muy distintas. Mayor relación, debida a factores en los que
no podemos entrar aquí, existe entre el tema y el sujeto. En buena parte de
los casos, el tema del que se habla es también el sujeto. Dado que, de todas
formas, corresponden a dimensiones distintas, no cabe esperar coincidencias en
todos los casos. En una secuencia como (26):
(26) En cuanto a ese libro, debo reconocer que no lo he leído,
el tema, aquello de lo que se habla es, sin duda, ese libro, mientras que el sujeto
de las cláusulas alta e integrada es la primera persona. Nótese que la forma que
presenta (26) tiende precisamente a destacar ese libro desgajándolo del resto. Algo
simüar ocurre en (27a), donde.no hay elementos adicionales y que contrasta^clara-
mente con (27b):
(27a) Ese libro no lo he leído
(27b) No he leído ese libro.
Por último, el hablante puede destacar uno o varios elementos y darles
especial relieve mediante la posición, la entonación, etc. El elemento o elementos
destacados es lo que suele llamarse “foco”. El foco de (27a) y (26) es ese libro.
Es lógico suponer que el foco y la información nueva coinciden en buena parte
de los casos, pero no tiene que ser así forzosamente. Hay identidad en (24) como
respuesta a (23a):
(23a) ¿Qué paga Alfredo?
(24) Alfredo paga LAS BEBIDAS (no la comida).

Sin embargo, por diferentes razones, el hablante puede destacar uno o varios
elementos con carácter especial independientemente de que sean o no información
nueva.
Aunque haya coincidencias y sean perfectamente explicables, queda claro que
estamos ante nociones pertenecientes a ámbitos distintos. No haberlas diferenciado
suficientemente y haberlas entremezclado con demasiada frecuencia explica buena
parte de las dificultades con que han tropezado los autores que se han ocupa­
do del estrato informativo de las secuencias.

La solución de Halliday, cuyas líneas generales vamos a seguir aquí, es clara


y operativa. Se basa en la diferenciación radical de las que él llama “estructura de
la información” y “estructura de la tematización”. La segunda se relaciona con
la distinción entre tema y rema. La primera, con la focalización. Renuncia, pues,
a integrar en su perspectiva la distinción entre información nueva e información
vieja en el sentido expuesto aquí.

En efecto, es más que discutible el interés de esta distinción. De un lado,


salvo en aquellos casos en los que el contexto lingüístico inmediato proporciona in­
dicaciones nítidas acerca de qué es lo conocido para hablante y oyente, la diferencia
es difícil de manejar. En muchas ocasiones es necesario recurrir a los conocimientos
implícitos de los interlocutores. En otros casos, simplemente no hay nada descono­
cido o bien todo es conocido. Por otra parte, Halliday considera que es mucho
más importante el relieve que el hablante da a uno o varios elementos que el factor,
pretendidamente objetivo (que no lo es tanto en cuanto nos enfrentamos a
casos distintos de los más claros), consistente en que los elementos sean o no
conocidos por ambos interlocutores. De interesarle, el hablante puede destacar
uno o varios elementos conocidos. La distinción entre viejo y nuevo es, pues,
un aspecto de escasa entidad y con una excesiva dependencia del contexto lingüís­
tico o extralingüístico.

En cuanto a la estructura de la información, el discurso se organiza en “uni­


dades informativas”. En los casos no marcados, la unidad informativa coincide con
la cláusula, pero en el interior de la cláusula puede haber tantas unidades infor­
mativas como constituyentes. La entonación y las pausas establecen el número
de unidades informativas y sus fronteras. Así, tomando un ejemplo paralelo
a uno de los utilizados por Halliday, la secuencia Margarita fue a! cine ayer por la
tarde puede presentar las siguientes unidades informativas (marcadas mediante //):
(28a) //Margarita fue al cine ayer por la tarde//
(28b) //M argarita// fue al cine ayer por la tarde//'
(28c) //Margarita fue al cine// ayer por la tarde//
(28d) //M argarita// fue al cine// ayer por la tarde//

En cada unidad de información, un elemento al menos recibe la función de


“foco” (o “nuevo”, pero en sentido independiente de que sea información descono­
cida). Así, en (28a), el foco puede ser Margarita o por ia tarde o ambos (entre
otras posibilidades):
(29a) //MARGARITA fue al cine ayer por la tarde// (no Luisa)
(29b) //Margarita fue al cine ayer por la TARDE// (no por la noche)
(29c) //MARGARITA fue al cine ayer por la TARDE//

El resto, los elementos distintos del foco o los focos son “dados” (esto es, no
resaltados). Puede darse el caso de que todos los elementos de la secuencia sean
focos, sean todos “nuevos”. Naturalmente, ahí no hay elementos “dados”.

Cuando la cláusula posee más de una unidad de información (que es el caso


marcado), cada una de ellas contiene, como mínimo, un foco:
(30a) //MARGARITA fue al cine //AYER por la tarde//
(30b) //MARGARITA fue al CINE// AYER por la tarde//
Así pues, la estructura de la información funciona con cierta independencia
de las unidades sintácticas, aunque, como hemos indicado, la coincidencia de
cláusula y unidad de información constituya el caso no marcado. Estrechamente
vinculada a la cláusula está, en cambio, la estructura de la tematización. En efecto,
para Halliday, la tematización es un modo de orientar la cláusula según la perspec­
tiva deseada por el hablante.

En su estructura temática, la cláusula se divide en tema y rema (o comentario).


El tema es aquello de lo que se habla con una matización especial introducida
por Halliday. Ya hemos mencionado que esta caracterización es una de las va­
rias empleadas en consideraciones anteriores del estrato informativo en conjunto
(tema como aquello acerca de lo cual se dice algo) y hemos aludido a la larga
historia de esta visión. Interpretado el tema como “aquello de lo que se habla”,
su coincidencia casi total con la información vieja es evidente. La interesante modi­
ficación propuesta por Halliday consiste en definir el tema como aquello de lo
que habla el emisor de la secuencia, como aquello de lo que quiere hablar. Es, pues,
independiente de si su punto de partida en la organización de la cláusula es un
elemento ya conocido o todavía desconocido. Compárense las secuencias siguien­
tes:
(31a) Ayer encontró Pedro a Luis por la calle
(31b) Pedro encontró ayer a Luis por la calle
(31c) A Luis (lo) encontró Pedro ayer por la calle
(3Id) Por la calle encontró ayer Pedro a Luis.

Todas estas secuencias poseen la misma estructura sintáctica y las diversas


funciones están desempeñadas por los mismos elementos. La estructura semántica
es también la misma en todos los casos y las funciones correspondena los mismos
elementos; el significado global de todas estas secuencias es,pues, idéntico.
Es fácil apreciar, sin embargo, que el “punto de partida”, la orientación de estas
cuatro cláusulas es distinta. En (31a) se está comunicando que ayer ocurrió algo.
En (31b) se indica que a Pedro le sucedió algo. En (31c) se dice lo que le
ocurrió a Luis. En (3Id), por fin, se nos muestra que en la calle tuvo lugar un
cierto acontecimiento. Ayer, Pedro, Luis y la calle son, respectivamente, los temas de
(31a-d).

Como se puede apreciar, el tema es independiente de la función sintáctica de­


sempeñada por los elementos. Para Halliday, el tema (el punto de partida,
el eje orientador) es el primer elemento de la cláusula. Nótese que, en efecto, en
(31) el orden de los elementos es diferente y que el miembro orientador está
en primera posición.

En las cláusulas declarativas, el tema no marcado es, naturalmente, el sujeto.


Eso es lo que explica la definición de sujeto como “aquello de lo que se predica algo”
o, un paso más allá, “aquello de lo que se habla”. Por supuesto, enloscasos
marcados el tema es otro elemento. Obsérvese que, en ocasiones, tenemosdos
posibilidades de convertir en tema un elemento que en otras estructuras no lo
sería. En la secuencia (32), el tema es los obreros, que es también el sujeto:
(32) Los obreros levantaron este muro en dos días.
Para decir lo mismo con este muro como tema existen las dos posibilidades mostra­
das por (33):
(33a) Este muro fue levantado por los obreros en dos días
(33b) Este muro lo levantaron los obreros en dos días.

En (33a) hemos alterado la estructura sintáctica. El término resultante, que era


complemento directo en (32), ha pasado ahora a sujeto. Es, pues, tema no marcado.
En (33b), en cambio, se conserva la estructura sintáctica (lo más frecuente en casos
como éste en español es emplear un pronombre anafórico); este muro sigue siendo
complemento directo, pero ha pasado a ser tema (marcado) de la cláusula.

En las cláusulas interrogativas, el tema no marcado es, claro está, el primer


elemento, aquél que indica precisamente lo que el hablante desea conocer:
(34a) ¿Quién viene esta noche?
(34b) ¿Cuándo podemos vernos?
(34c) ¿Vio Juan aquella película?
En este último caso (una interrogativa total), el hablante quiere eliminar la
incertidumbre de si alguien ha visto o no una película. Nótese la alteración
del orden con respecto a la declarativa Juan vio aquella película.

En resumen, el sintáctico, el semántico y el informativo (que abarca lo que


Halliday llama “estructura de la información” y “estructura de la tematización”)
son los tres estratos de organización de una secuencia que hemos de tomar en
consideración. Sólo mediante su diferenciación a lo largo de las líneas aquí
someramente expuestas es posible dar cuenta del modo en que una secuencia está
conformada en varias dimensiones y en toda su complejidad. Es evidente que entre
las funciones semánticas y las sintácticas existe una vinculación mucho más estrecha
que la que se da entre las funciones informativas y los demás tipos. La razón
de ello es clara si tenemos en cuenta lo visto anteriormente: están asociadas
como significado y significante de un signo lingüístico complejo. Las funciones
informativas, en cambio, mantienen unos lazos más distantes con las otras dos, pero
su existencia es lo único que puede explicar esos matices diferentes de significado
que aparecen aunque se mantengan los esquemas semántico y sintáctico. Son,
por otra parte, las que motivan las desviaciones del que en cada lengua cons­
tituye el orden “normal”, el no marcado. En definitiva, es necesario tener en
cuenta los tres estratos. La sintaxis tradicional y buena parte de la estructuralista
se ha ocupado de sólo uno de ellos (el sintáctico), pero no ha podido evitar
que en sus consideraciones se mezclaran elementos procedentes de las esferas
semántica e informativa.

4.5. Esquemas semánticos y esquemas sintácticos

El enfoque típico que la gramática tradicional hace de las funciones sintácticas


consiste en tratarlas, con los inconvenientes examinados, independientemente.
Algo no muy diferente ocurre en las diversas corrientes estructuralistas y en la
mayor parte de las tendencias derivadas de la lingüística generativo-transformacio-
nal. La evidente falta de relación biunívoca entre el conjunto de las funciones se­
mánticas y el conjunto de las funciones sintácticas ha llevado en muchas ocasiones
al intento de inventariar las funciones semánticas que pueden corresponder a una
única función sintáctica. En esos casos se dan primero todas las funciones semán­
ticas que pueden ser expresadas por la función sintáctica “sujeto”, luego las que pue­
den estar vinculadas al “complemento directo”, etc. Naturalmente, la gama de fun­
ciones semánticas expresables por cada función sintáctica depende de, entre otros
factores, el número de funciones semánticas individualizadas por los distintos
autores. Todo intento de este tipo olvida lo que en mi opinión constituye
un punto básico en la teoría sintáctica (y semántica correspondiente): la priori­
dad de los esquemas sobre las funciones que los componen, tema al que también
he aludido de pasada en el apartado 4.3.

La prioridad de los esquemas sobre las funciones que los constituyen deriva
directamente de la propia naturaleza de las relaciones funcionales. Si las funciones
son relaciones entre una parte y el todo en que está integrada, no es lícito
prescindir de la referencia al conjunto global. Una totalidad es siempre algo más
que la suma de los elementos que lo componen, incluso cuando los elementos con­
siderados son relaciones con la totalidad.

La primacía que otorgamos aquí a los esquemas no se debe, sin embargo, a un


mero principio metodológico que haya que mantener a cualquier precio. La consi­
deración simultánea del todo y sus partes constitutivas es el único modo de explicar
las regularidades que, generalmente, presentan las lenguas a pesar de la inexistencia
de biunivocidad entre funciones semánticas y sintácticas.

Tener en cuenta no sólo las funciones, sino también los esquemas (tanto sin­
tácticos como semánticos) nos permite entender, por ejemplo, el hecho de que cier­
tos elementos que acostumbramos a considerar como marginales y optativos resul­
ten totalmente necesarios para la buena formación de la secuencia en algunos casos.
Así, la función semántica locativo (espacial o temporal) es, en efecto, un elemento
marginal en (el significado de) secuencias como

(35a) Telefoneamos a Emilio anoche


(35b) Voy a escribir unas cartas en mi despacho
(35c) Vieron a un hombre leyendo el periódico en el parque.

Aunque es evidente que en todos los casos se pierde información, las secuen­
cias siguen estando bien formadas si suprimimos esos locativos:
(36a) Telefoneamos a Emilio
(36b) Voy a escribir unas cartas
(36c) Vieron a un hombre leyendo el periódico.

Ejemplos de este tipo han dado lugar a que se afirme con frecuencia que
estos elementos son marginales (“circunstanciales” en la gramática tradicional).
Esa consideración no es válida, sin embargo, para secuencias como
(37a) El lunes estaremos en Barcelona
(37b) Pon ese libro en la estantería
(37c) Ha vivido muchos años en Londres.
En casos como los reflejados en (37) no es posible eliminar los locativos sin
que se resienta la buena formación de las secuencias o sean válidas única­
mente a base de experimentar una alteración en el significado, como ocurre en
(38c):
(38a) *E1 lunes estaremos
(38b) *Pon ese libro
(38c) * *Ha vivido muchos años (válida con otro significado).

La explicación es, naturalmente, que verbos como estar; poner; vivir, etc.,
exigen a su lado una función semántica locativo. Estos verbos entran en esquemas
semánticos y sintácticos distintos de los que corresponden a las secuencias
de (35) y (36). En términos generales (ya que sólo hemos hablado de esquemas muy
poco detallados), los locativos son menos marginales en la expresión de procesos
y estados que en la expresión de acciones. De cualquier forma, siempre es necesaria
la consideración del conjunto significativo. En los esquemas sintácticos ocurre lo
mismo que en los semánticos: los complementos circunstanciales de lugar
y tiempo son elementos estructuralmente optativos en las secuencias de (35),
pero resultan obligatorios en las incluidas en (37).

En segundo lugar, buena parte de lo que se ha venido diciendo en los


últimos años sobre las funciones semánticas adolece de un defecto conectado con lo
anterior, pero, referido a un aspecto diferente. A la hora de hablar del significado
de una secuencia, nos hemos limitado habitualmente a dar una lista de las funciones
semánticas que contiene en su interior, prescindiendo de la unidad global con­
figurada por esas funciones semánticas que la constituyen de un modo y no de otro.
Con otras palabras, el significado total ha sido presentado con mucha frecuencia
como una simple suma de sus integrantes. Sólo así se explica, por poner un ejemplo
bastante claro, lo que se ha venido diciendo sobre las versiones gramaticalmente
activa y pasiva de un mismo fenómeno extralingüístico. En diversas corrientes
estructuralistas europeas y en la etapa clásica de la gramática generativo-trans-
formacional se ha considerado que dos secuencias como
(39a) Los obreros levantaron el muro
(39b) El muro fue levantado por los obreros
presentan el mismo significado. En ambas existe un agente (los obreros), una
acción (levantar) y un término (el muro). El modelo generativo transformacional
clásico explicaba (39a) y (39b) como estructuras superficiales resultantes de la apli­
cación de transformaciones distintas a una misma estructura profunda. Si se tiene
en cuenta que la estructura profunda era la única entrada al componente semán­
tico y que las transformaciones no podían alterar el significado, se entenderá
todo el alcance de esta consideración.
Evidentemente, (39a) y (39b) contienen las mismas funciones semánticas.
La diferencia entre ambas secuencias radica en que esos elementos están orga­
nizados de un modo distinto. El hecho extralingüístico al que se refieren es, por
supuesto, el mismo, pero el hablante posee, entre otras, estas dos posibilidades
distintas de presentarlo/ En (39a) se habla de que un agente realiza una acción
que repercute en un término. En (39b) se dice que un término experimenta los resul­
tados de una acción realizada por un agente. Hay, por tanto, dos esquemas semán­
ticos distintos, dos conjuntos de funciones semánticas idénticas organizadas de
modos diferentes. Naturalmente, no se trata de algo que corresponda exclusiva­
mente al plano dei significado: (39a) y (39b) presentan dos estructuras sintácticas
distintas, dos esquemas sintácticos diversos. La existencia de dos esquemas sig­
nificantes distintos es, por supuesto, la garantía de que hay diferencias en el
plano del significado: son dos esquemas semánticos distintos, aunque estén forma­
dos por las mismas funciones.

El esquema semántico, pues, supone una cierta organización u orientación


délas funciones semánticas que lo componen. La práctica estructuralista ha simpli­
ficado gravemente las cosas en este punto; ha ido en contra del mismo estructuralis-
mo como teoría, en el que siempre se ha afirmado que las relaciones son más
importantes que los elementos que las contraen.

La diferencia establecida entre los esquemas semánticos y las funciones que los
constituyen permite entender nj*ejor lo dicho anteriormente acerca de la situación
de las funciones semánticas en los estratos sustancial y formal del plano del conteni­
do. El que una función semántica esté diferenciada como tal en la forma del
contenido puede depender de en qué esquema semántico la consideremos. Dicho
de otro modo, puede ser individualizada en unos esquemas y aparecer fundida
con otras funciones en esquemas semánticos distintos. Con un ejemplo que he
empleado con carácter provisional en otro lugar (y que aparece aquí del mismo
modo), algunos autores (Huddleston y Dik, fundamentalmente) han hablado de
una función semántica “fuerza” definida como el elemento que, sin controlar el
proceso o acción, es presentado como su causa. Su diferencia básica con la función
semántica “agente” radica en que este elemento presenta el rasgo l + animadol,
mientras qué aquel no lo posee. Según esto, el primer elemento de (40a) es
agente y el de (40b) es fuerza:
(40a) Juan abrió la puerta
(40b) El viento abrió la puerta.

Parece claro que hay que aceptar la existencia de las dos funciones semán­
ticas agente y fuerza en la sustancia del contenido. La cuestión importante es si
están también diferenciadas en la forma del contenido. Aquí es donde los esquemas
semánticos muestran, en mi opinión, toda su importancia. Siempre con ese carácter
provisional ya mencionado, creo que en español no hay dos esquemas semánticos
distintos del tipo “agente-acción-término” y “fuerza-acción-término” (esto es, un
agente / tuerza realiza una acción que recae sobre un término). Los esquemas
sintácticos de (40a) y (40b) son idénticos. Algo similar ocurre en una orientación dis­
tinta:
(41a) La puerta fue abierta por Juan
(41b) La puerta fue abierta por el viento.

Los esquemas semánticos “un término experimenta los resultados de una acción
realizada por un agente” y “un término experimenta los resultados de una
acción realizada por una fuerza” tampoco parecen estar diferenciados en la forma de
contenido del español.
Sin embargo, al lado de (40b) y (41b) tenemos:
(42a) La puerta se abrió con el viento
(42b) La puerta se abrió por el viento,
ambas con el sentido “a causa del viento”. En cambio, no se da
(43) *La puerta se abrió con Juan
(a menos que Juan sea intrumental: alguien abre la puerta lanzando a Juan contra
ella) y la secuencia
(44) La puerta se abrió por Juan
tiene un sentido claramente pasivo, muy similar al de (41a). Todo esto puede sig­
nificar que, al lado de la indiferenciación de agentes y fuerzas en esquemas
semánticos como los correspondientes a las secuencias de (40) y (41), hay que
aceptar la individualización de la función semántica “fuerza” en un esquema como
el de las expresiones contenidas en (42) (“un término es afectado por una acción
procedente de una fuerza o causa externa”, ampliación del esquema “un término es
afectado por una acción”, propio de la puerta se abrió).

La prioridad de los esquemas (semánticos o sintácticos) sobre las funciones


(semánticas o sintácticas) que los constituyen nos permite, al tiempo, detectar
las regularidades existentes a pesar de la aparente anarquía que se da en las
correspondencias entre funciones semánticas y sintácticas. Si bien es cierto que,
en principio, un sujeto puede remitir a funciones semánticas muy diversas,
la gama de posibilidades se reduce cuando lo consideramos en el marco del
esquema del que forma parte. Ello se debe a que la falta de correlación
entre esquemas sintácticos y semánticos es más reducida que la que se da entre
funciones semánticas y sintácticas consideradas individualmente. Con un ejemplo
superficial, un sujeto o complemento directo vistos aisladamente pueden expresar
una serie de funciones semánticas más amplia que cuando los integramos en
un esquema como sujeto-predicado-complemento directo o bien sujeto-predicado-
complemento directo-complemento indirecto, etc.

Naturalmente, las posibilidades se reducen todavía más si tenemos en cuenta


el carácter semántico del predicado, indicador de los rasgos más destacados del
esquema semántico del que forma parte. En otras palabras, los significados de las
funciones sintácticas centrales (insertas en un esquema) podrían ser previstos
hasta cierto punto a partir del carácter semántico del predicado con el que se
combinan mediante reglas del tipo: “Si el elemento que funciona como predicado
tiene en su significado léxico el rasgo x, el elemento que funciona como sujeto puede
expresar las funciones semánticas so t (pero no cualquiera de las demas funciones
semánticas vinculadas al sujeto en esquemas de otros tipos)”.

En el último paso, dados un esquema semántico y un esquema sintáctico


que lo exprese, la asignación de funciones sintácticas debe responder a una regula­
ridad total o casi total. Así, dados un esquema semántico como “un agente rea­
liza una acción que recae sobre un término afectado” y el esquema sintáctico
“sujeto-predicado-complemento directo”, el sujeto expresará el agente y el comple­
mento directo, el término afectado, no al revés.

En resumen, parece absolutamente necesario dar a los esquemas, tanto


semánticos como sintácticos, un papel prioritario. La misma definición general de
las funciones (relaciones entre una parte y el todo al que pertenecen) lo exige.
La consideración global de los esquemas es el único camino que nos permite obser­
var las regularidades existentes en el componente sintáctico de una lengua más allá
de las apariencias proporcionadas por la visión individualizada de las funciones.
Para una revisión rápida de los diversos modos en que han sido entendidos
“sujeto” y “predicado”, cfr., por ejemplo, Jespersen (1924, capítulo XI) y Roca
Pons (1970, págs. 356-362).

Puede encontrarse un tratamiento detenido de los problemas suscitados por


las relaciones entre funciones semánticas y sintácticas, así como acerca de la con­
sideración de estas últimas como elementos pertenecientes a la forma del significan­
te en Rojo (1979).

Aunque, como se indica en el texto, las que aquí hemos llamado “funciones in­
formativas” tienen una historia bastante larga en la Lingüística, hay que esperar
a los últimos años para encontrarlas debidamente aisladas y situadas en un
marco teórico coherente. Como era de esperar, su presencia en un modelo sin­
táctico suele estar asociada además a la distinción de los tres estratos (sintác­
tico, semántico e informativo). En uno de estos fenómenos de simultaneidad
que con cierta frecuencia se dan en la evolución de las ciencias, la distinción
de los tres estratos ha surgido con auténtica entidad en varias escuelas estructura-
listas europeas prácticamente al mismo tiempo.

En primer lugar, la Nueva Escuela de Praga, netamente adelantada en este


aspecto. Para una visión de los tres estratos en esta corriente, cfr. Danés (1964).
También figura esta distinción desde hace bastante tiempo en trabajos de Halliday
(cfr., por ejemplo, Halliday 1967 y, para una presentación general rápida y accesible
de sus puntos de vista, cfr. Halliday 1970). En los últimos años, la consideración
de los tres estratos ha sido ampliamente desarrollada por Dik (1978) en una intere­
sante y prometedora teoría. Para una visión crítica de este modelo y muy especial­
mente de sus funciones pragmáticas, cfr. Jiménez Juliá (1981). También Hagége
(1979) ha presentado últimamente un planteamiento en el que resalta la triple
organización de las secuencias.

Lo que aparece en el texto acerca de la configuración del estrato informativo


está tomado básicamente de Halliday (1967) que, como indico allí, es quien en
mi opinión ha profundizado más y mejor en estas cuestiones.

Debe tenerse en cuenta que la visión de los estratos expuesta en el texto


de este capítulo está situada en el marco general de una lengua como el español,
cuya evolución la ha conducido hasta una fase en la que cabe pensar que el
núcleo básico del significado de una secuencia está asociado a las funciones
sintácticas desempeñadas por sus elementos, mientras que las funciones informati­
vas permiten matizar ese significado fundamental. (Ciertamente, es ésta una visión
simplista, pero me parece adecuada dado el nivel introductorio en que nos
movemos). No todas las lenguas se comportan de este modo. En muchas, el
estrato informativo juega un papel considerablemente más importante que el que
aquí llamamos “sintáctico” (del que incluso se puede prescindir en algunos casos).
En realidad, parece que existe una fuerte relación entre los elementos del estrato
informativo y los del estrato sintáctico, lo cual explica la vinculación de sujeto y
tema. Para una interesante visión de estas conexiones, cfr. Hagége (1978).
Alarcos Llorach, E. (1951), Gramática estructural, Gredos, Madrid, 1951; reim­
presión de 1969.
Alarcos Llorach, E. (1977), “Metodología estructural y funcional en Lingüística”,
Revista española de Lingüística, 7/2, 1977, págs. 1-16.
Alarcos Llorach, E. (1978), “Unités distinctives et unités distinctes”, La Linguis-
tique, 14/2, 1978, págs. 39-53.
Antal,. L. (1964), “Word Order and Syntactic Position”, Linguistics, 8, 1964,
págs. 31-42.
Benveniste, É. (1962), “Les niveaux de Tanalyse linguistique”, en Problémes
de linguistique genérale, Gallimard, París, 1966, págs. 119-131. Cito
por la trad. esp. de J. Almela, Problemas de Lingüística general, Siglo
XXI, México, 1971, págs. 118-131.
Brandal, V. (1937), “Le probléme de Fhipotaxe: reflexions sur la théorie des
propositions”, en Mélanges linguistiques et philologiques offerts á
M. Aleksandar Belic, 1937, págs. 241-249. Cito por la trad. ingl.
de F.W. Householder en Householder (coord.), Syntactic Theory 1,
Penguin, Harmondsworth, 1972, págs. 23-30.
Buyssens, E. (1975), Les catégories grammaticales du Franqais, Ed. de TUniversité
de Bruxelles, 1975.
Buyssens, E. (1967), La communication et Varticulation linguistique, Presses Uni-
versitaires de Bruxelles, 1967. Cito por la trad. esp. de M. Ayerra,
La comunicación y la articulación lingüistica, Eudeba, Buenos Aires,
1978.
Comeille, J. - P. (1976), La linguistique stmcturale. Sa portée, ses limites, Larousse,
París, 1976. Cito por la trad. esp. de D. Grimau, La Lingüística
estructural. Su proyección, sus limites, Gredos, Madrid, 1979.
Coseriu, E. (1964), “Pour une sémantique diachronique structurale”, Travaux
de Linguistique et de Littérature (Estrasburgo), 2/1, 1964, págs.
139-186. Cito por la trad. esp. de M. Martínez en Coseriu, Princi­
pios de Semántica estructural, Gredos, Madrid, 1977, págs. 11-86.
Coseriu, E. (1981), Lecciones de Lingüística general, Gredos, Madrid, 1981.
Danés, F. (1964), “A Three-Level Approach to Syntax”, Travaux linguistiques
de Prague, 1, 1964, págs. 225-240.
García Berrio, A (1970), Bosquejo para una descripción de la frase compuesta
en español, Universidad de Murcia, 1970.
Gili Gaya, S. (1961), Curso superior de sintaxis española, Spes, Barcelona, 19618.
Gutiérrez Ordóñez, S. (1978), “Visualización sintáctica: un nuevo modelo de
representación espacial”, Actes du ¡V eme colloque International de Lin­
guistique fonctionnelle, Univ. de Oviedo, 1978, págs. 259-270.
Gutiérrez Ordóñez, S. (1981), Lingüística y Semántica (Aproximación funcional).
Universidad de Oviedo, 1981.
Hagége, C. (1978), “Du théme au théme en passant par le sujet. Pour une
théorie cvclique”, La Linguistique, 14/2, 1978, págs. 3-38.
Hagége, C. (1979), “Three Viewpoints on the Organization of Linguistic Utter-
ances”, The Sixth LACUS Fomm 1979, Hombeam Press. Columbia
(S. C ), 1980, págs. 68-77.
Halliday, M.AK. (1967), “Notes on Transitivity and Theme (IIV\ Journal of
Linguistics, 3/2, 1967, págs. 199-244.
Halliday, M.A.K. (1970), “Language Structure and Language Function”, en Lyons,
J. (coord.), New Horizons in Linguistics, Penguin, Harmondsvvorth,
1970, págs. 140-165. Cito por la trad. esp. de C. Lleó, Nuevos
horizontes de la Lingüística, Alianza, Madrid, 1975, págs. 145-173.
Hjelmslev, L. (1938), “Essai d'une théorie des morphémes", en Actes du IVéme
Congrés intemationál de linguistes (1936), Copenhague, 1938, 140-
151; reed. en Essais Linguistiques TCLC, XII, 1959). Cito por
la trad. esp. de E. Bombín y F. Piñero, Ensayos lingüísticos, Gre­
dos, Madrid, 1972, págs. 200-217.
Hjelmslev, L. (1943), Omkring sprogteoriens grundlaeggelse, Copenhague, 1943.
Cito por la trad. esp. de J.L. Díaz de Liaño, Prolegómenos a una
teoría del lenguaje, Gredos, Madrid, 1974.
Hjelmslev, L. (1954), “La stratification du langage”, Word, 10, 1954, 163-188
( — Essais linguistiques, 26-69). Cito por su reed. en Ensayos lin­
güísticos, Gredos, Madrid, 1972, págs. 47-89.
Hjelmslev, L. (1968), “La structure fondamentale du langage”, apéndice a la
versión francesa de los Prolegómenos: Prolegoménes a une théorie
du langage, Minuit, París, 1968, págs. 173-227.
Hockett, Ch. F. (1961), “Linguistic Elements and íheir Relations”, Language,
37, 1961, págs. 29-53.
Jakobson, R. (1956), “Two Aspects of Language and Two Types of Aphasic
Disturbances”, en Jakobson, R. y M. Halle, Fundamentáis o f Lan­
guage, Mouton, La Haya, 1956, 55-82. Cito por la trad. esp. de
C. Piera, Fundamentos del lenguaje, Ciencia Nueva, Madrid, 1967,
págs. 71-102.
Jespersen, O. (1924). The Philosophy o f Grammar, Alien & Unwin, Londres, 1924.
Cito por la trad. esp. de C. Manzano, La fdosofia de la gramática,
Anagrama, Barcelona,,,}975.
Jiménez Juliá, T (1981), “A propósito de la gramática funcional de Simón C.
Dik", Verba, 8, 1981, págs. 321-345.
Lázaro Carreter, F. (1968) Diccionario de términos filológicos, Gredos, Madrid,
19683.
Mahmoudian, M. (dir.) (1976), Pour enseigner le fran^ais, PUF, París, 1976.
Martinet, A. (1949), "La double articularon linguistique”, en Travaux du Cercle
linguistique de Copenhague, V, 1949, 30-37. Reed. posteriormente
(con modificaciones) en Martinet (1965), págs. 19-28.
Martinet. A. (1960), Éléments de linguistique générale, Colin, París, 1960. Cito
por la trad. esp. de J. Calonge,^Elementos de Lingüística general,
Gredos, Madrid, 19672.
Martinet, A. (1965), La Linguistique synchronique, PUF, París, 1965. Cito por
la trad. esp. de F. Marcos, La Lingüística sincrónica, Gredos, Ma­
drid, 1968.
Martinet, A. (1973), “Pour une linguistique des langues”, Foundations o f Language,
10/3, 1973, 339-364; trad. post. en Martinet (1975), págs. 11-43.
Martinet, A. (1975), Studies in Functional Syntax, Fink, Munich, 1975. Cito
por la tradi esp. de E. Diamante, Estudios de sintaxis funcional,
Gredos, Madrid, 1978.
Martínez, J.A. (1977), “Los elementos de la gramática y el género en caste­
llano”, en Estudios ofrecidos a Emilio Alarcos Llorach, I, Universidad
de Oviedo, 1977, págs. 165-192.
Palmer, F.R. (1964), “kSequence' and kOrder'”, en Monograph Series on Lan-
guages and Linguistics (Georgetown University, Washington D.C.),
17, 1964, 123-130. Reed. en Householder, F.W. (coord.), Syntactic
Theory I, Penguin, Harmondsworth, 1972, págs. 140: 147.
Prieto, L.J. (1966), Messages et signaux, PUF, París, 1966. Cito por la trad.
esp. de C.U. Guiñazú, Mensajes y señales, Seix Barra!, Barce­
lona, 1967.
Roca Pons, J. (1970), Introducción a la Gramática, Teide, Barcelona, 19702.
Rojo, G. (1978), Cláusulas y oraciones, anejo n.° 14 de Verba, Universidad de
Santiago, 1978.
Rojo, G. (1979), “La función sintáctica como forma de significante”. Verba,
6, 1979, págs. 107-151.
Rojo, G. (1982a), "En tomo al concepto de articulación”, en prensa; aparecerá en
Verba, 9, 19g2.
Rojo, G. (1982b), "Sobre las relaciones sintagmáticas”, en prensa; aparecerá
en el Homenaje a F. Lázaro Carreter
Roña, J.P. (1968), “Las ‘partes del discurso' como nivel jerárquico del lenguaje”,
*n H. Flasche (coord.), Litterae Hispanae et Lusitanae, Hueber,
Munich, 1968, págs. 433-453.
Roña, J. P. (1969), "El algoritmo como método de descripción gramatical”, en
Actas del V Simposio Interamericano de Lingüística y Enseñanza de
Idiomas, México, 1969, págs. 80-89.
Saussure, F. de (1916), Cours de Linguistique générale, París, 19222. Cito por la
trad. esp. de A. Alonso, Curso de Lingüística general, Losada, Buenos
Aires, 19676.
Trujillo, R (1976), Elementos de semántica lingüística, Cátedra, Madrid, 1976.
INDICE

Pág.
Introducción ..................................................................................................... 7
1. Aspectos de la estructura generalde las lenguas.................................... 11
1.1. Planos y estratos del lenguaje.......................................................... 11
1.2. El principio de la articulación......................................................... 18
1.3. Niveles del análisis lingüístico....................................................... 27
Ampliaciones y referencias....................................................................... 30

2. Relaciones sintácticas.............................................................................. 35
2.1. Generalidades .................................................................................. 35
2.2. Relaciones lingüísticas generales................................................... 38
2.3. Relaciones con características especiales..................................... 43
2.4. Relaciones específicamente sintácticas........................................ 48
Ampliaciones y referencias...................................................................... 56

3. Unidades gramaticales............................................................................. 59
3.1. Generalidades .................................................................................. 59
3.2. Tipos y subtipos de unidades...................................... ................... 62
3.3. Unidades simples, complejas y com puestas................................. 71
Ampliaciones y referencias................... ................... ............................... 73

4. Estratos sintáctico, semántico e inform ativo........................................ 75


4.1. La confusión de estratos en la gramática tradicional.................. 75
4.2. Las funciones sem ánticas............................................................... 80
4.3. La función sintáctica como forma de significante...................... 84
4.4. Las funciones inform ativas............................................................ 89
4.5. Esquemas sintácticos y esquemas sem ánticos............................ 95
Ampliaciones y referencias....................................................................... 101

Referencias bibliográficas............................................................................... 103


ín d ic e ........................... ..................................................................................... 107

Anda mungkin juga menyukai