Introducción
Leonardo Wolk nos introduce en el mundo del coaching desde una mirada
profunda, sistemática y netamente personal. Propone una presentación de la
disciplina con una brillante riqueza didáctica ya que considera que hay mucho
escrito del coaching pero que en muchos casos la información resulta ser
ambigua y poco precisa, por eso, él adopta un enfoque más minucioso,
concreto y sistemático, apuntando a un lector al que considera desprovisto de
cualquier información acerca de qué es, cómo funciona y para qué sirve el
coaching.
Capítulo 1: coaching como el arte de soplar brasas
Este capítulo refiere a una primera aproximación sobre el coaching.
Apuntará a definir su campo de intervención, la distinción con otras disciplinas
así como también al concepto y rol de coach.
Definir al coaching resulta un desafío ya que hay mucha ignorancia al respecto,
faltas éticas de parte de los profesionales, como falta también de un criterio en
común. Habitualmente es confundido el proceso de coaching como una suerte
de psicoterapia y si bien el coaching opera con la palabra y en algún sentido
posee una función terapéutica, no es una psicoterapia y sus objetivos primarios
como su metodología difieren.
Al coaching lo define como un proceso de aprendizaje, como una invitación al
cambio, por el cual se abren posibilidades de acción. En este proceso, explica,
hay distintas variantes, entre ellas la ontológica que apunta al Ser y la
transformacional, que se realiza por medio de la transformación de la persona
gracias a la posibilidad de poder cambiar su propia perspectiva.
Para un proceso eficaz de coaching es vital poseer una adecuada capacidad
conversacional que permita el autoconocimiento de los involucrados del
proceso de coaching y que favorezca la capacidad de aprender a aprender que
posea el coachee. Esto apuntará a impactar en las creencias del coachee pero
de un modo autoreflexivo ya que jamás se debe indicar qué hacer, sino que se
apunta a adoptar un cambio de perspectiva y, simultáneamente, un cambio en
la visión sobre el entorno del coachee y sobre uno mismo.
En el coaching se da una vinculación entre el coach y el coachee.
Dicho vínculo resulta ser íntimo y confidencial, dirigido a superar metas que
parten del coachee (y no del coach) y enriquecedor.
Claramente, el proceso entonces resultará interactivo y dinámico debido a que
el proceso será siempre único porque la combinación del coachee, sus metas,
competencias, habilidades y creencias también resultará única.
La clave, define Wolk, de un proceso de coaching exitoso será aquel que
permita al coachee asumir la responsabilidad y poder, transformar su
perspectiva como observador y diseñar e implementar nuevas acciones.
A lo largo de este capítulo inicial Wolk referirá a su rol de coach como de tres
formas:
1. Como un soplador de brasas
2. Facilitador del aprendizaje
3. Un provocador
4. Detective pero no juez
5. Líder
Wolk, empleando una visión netamente personal, define a su función como
coach como un “Soplador de brasas”, haciendo referencia a un concepto clave
del coaching el cual consiste en entender que es un proceso el cual permite
“despertar lo mejor de sí mismo”; precisamente, establece una analogía entre
las brasas y el coachee, definiendo que sus respuestas, estrategias y recursos
de acción para emprender proyectos y solucionar dificultades no van a provenir
del afuera, sino desde el propio interior del coachee. La energía de la brasa
proviene de su interior y la respuesta que busca el coachee también.
En sintonía, cita a Goethe quien líricamente enuncia que “lo mejor que puedas
hacer por los demás es no enseñarles tus riquezas, sino hacerles ver la suya
propia” y con este concepto, introduce su propia concepción de su función de
coach como de “facilitador del aprendizaje”. El coach no enseña herramientas,
no brinda soluciones ni impone ejercicios, el coach ayuda a que el coachee
aprenda a adoptar una perspectiva distinta, posicionarse como un observador
diferente, y aprender a buscar caminos distintos y tal vez más eficaces, para
alcanzar la meta.
Cuando Wolk comprenda al rol de coach como un provocador apuntará a
entenderlo como una figura que promueve la autorreflexión del coachee
llevándolo a cuestionarse su propia forma de ser y de las organizaciones.
Simultáneamente presenta al rol como un detective, el cual debe ayudar a
buscar respuestas a partir de las pistas que pueden aparecer en el proceso de
coaching, pero no juez, ya que no debe juzgar al coachee en ningún sentido.
Por último, presenta al coach como un líder, quien orienta al coachee, buscar
potenciar sus capacidades y recursos y, en algún sentido, le permite afrontar
sus emprendimientos.
Ante todas estas concepciones del rol del coach, Wolk concibe al mismo como
multifacético, ya que dependiendo de lo que requiera el coachee y la situación
podrá adoptar distintas caras y funciones.
Resumir este libro ha resultado ser una tarea ambigua en muchos sentidos. Por
un lado, el estilo narrativo de Wolk me resultó sumamente grato, ligero y fluido,
con lo que su lectura fue en su mayoría amena. Esta ligereza también resultó
una dificultad, ya que su grado superficial de abordaje sobre algunos
contenidos y, principalmente, su continua reiteración de ideas y frases, a los
fines académicos y del resumen, terminaron siendo tediosos.
La lectura, comprensión y resumen del libro me brindaron una mirada más
integradora de qué es el coaching. He adoptado ciertos aspectos a mi día a día
profesional, como ejemplificar la función de los pensamientos y sus
distorsiones a partir del esquema de las dos columnas y la escala de
inferencias, pero por otra parte, no dejo de sentir que todo esto ya lo he visto.
Siento que es una película que se parece a otra. Considero que el coaching se
sigue vendiendo como algo nuevo que en realidad no es, no deja de ser
aportes de la psicología cognitiva conductual (es increíble leer términos como
“juicios automáticos” que hace alusión indisimulada a los
“pensamientos automáticos” acuñados por autores como Ellis y
Beck), psicología positiva y psicología humanística, y por momentos, saber que
algunos profesionales del coaching piensan haber descubierto la pólvora aquí
me resulta sumamente ingrato para los verdaderos académicos de la
Psicología y un dilema ético crucial. Por ello, entre otros factores, sigo
sosteniendo que el coaching debe ser un ejercicio profesional de los
psicólogos.
Pero en definitiva, me quedo con este lenguaje coloquial y ejemplos didácticos
e ilustrativos que Wolk emplea para explicar lo que es el coaching pero que yo
emplearé y empleo para explicar algunos conceptos psicoterapéuticos sobre
cómo nuestros modos de interpretar y atribuir impactan en nuestras emociones
y conductas y se retroalimentan.
Me ha servido, y rescato como novedoso, algunos de los recursos
implementados en el coaching que parten de las técnicas dramáticas.
De hecho, en mi práctica con la deportista ya puse en acción el roleplaying, por
ejemplo. Creo que es una práctica que posibilita poner en acción distintas
estrategias desarrolladas en un espacio seguro para ambos.
Es grato ver que Wolk, sutilmente, es partidario en este sentido ya que en un
par de ocasiones refiere que resultaría enriquecedor poseer conocimientos
psicoterapéuticos y rescata continuamente su formación y ejercicio profesional
como psicólogo en su rol de coach.
Creo que esta obra es sumamente recomendable para todo aquel que quiera
indagar sobre qué es el coaching, en qué se basa, cómo opera y con cuáles
fines.