Anda di halaman 1dari 80

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.

indd 1 7/8/16 1:36 PM


Mariani, Roberto
La frecuentación de la muerte -1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos
Aires: El 8vo. Loco, 2016.
158 pp.; 16x12 cm.
ISBN 978-987-24885-5-0
1. Literatura Argentina. I. Cuentos. II. Título
CDD A860

2016, El 8vo. loco ediciones


©
www.el8voloco.com.ar
el8vo.loco@gmail.com
fb: /el8vo.loco La frecuentación de la muerte

El 8vo. loco agradece a Fabián Casas su generosidad y su texto, escrito


especialmente para esta edición.

Este libro puede descargarse y compartirse de manera gratuita de la


página de la editorial: www.el8voloco.com.ar

Esta edición reproduce de manera semi facsimilar la primera edición de


este libro: Buenos Aires, L. J. Rosso, 1930.

Impreso en Bonus Print,


Luna 261, CABA,
en mayo de 2016.

Impreso en Argentina - Stampato in Argentina

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 2-3 7/8/16 1:36 PM


Roberto Mariani
OBRAS DE ROBERTO MARIANI

I. - LAS ACEQUIAS Y OTROS POEMAS. Edición de la


Revista “Nosotros” con dibujos de Agustín Riga-

LA FRECUENTACION
nelli. Buenos Aires, 1921.
II. - EL AMOR GROTESCO. Novela corta, en “Nueva
Era”. Buenos Aires, 1922.
III. - CUENTOS DE LA OFICINA. Editorial “Claridad”. DE LA MUERTE
Buenos Aires, 1925.
IV. - EL AMOR AGRESIVO. Cuentos. M. Gleizer, editor
Buenos Aires, 1926.
V. - LA FRECUENTACIÓN DE LA MUERTE. L. J. Rosso, Portada de ROBERTO ROSSI
editor. Buenos Aires, 1930.
VI. - INTRODUCCION A MARCEL PROUST. Conferen-
cia leída en “La Peña”, 1927.
VII. - LOS PROBLEMAS DEL TEATRO DE PIRANDE-
LLO. Conferencia leída en “La Peña”.

LIBROS DE POSIBLE PUBLICACIÓN:

Ultimos cuentos de oficina. BUENOS AIRES


Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso
Historias de ladrones.
Sarmiento 779 - Doblas 955
Sencilla historia de un amor pueril, (novela corta). 1930
Laberinto, (novela).

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 4-5 7/8/16 1:36 PM


A
Armando Ibarlucia,
Es propiedad. Queda hecho dedica
el depósito que marca la ley.
r. m.

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 6-7 7/8/16 1:36 PM


La madre y la noche

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 8-9 7/8/16 1:36 PM


Los berridos del nene, entre lloro y grito, al espa-
ciarse y atenuarse, iban transformándose en queji-
dos lánguidos como los últimos flecos sonoros del
viento perdiéndose en la lejanía, y ahora la madre
comprendía que eran sencillamente inconscientes,
mecánicos, o ya desprendidos de su origen como las
últimas vibraciones en el espacio de un golpe sobre
metal. El hijito, el hijito de meses apenas, al irse
adurmiendo, se independizaba, en cierto sentido,
de la madre, y ésta, entonces, libre del lloro que la
ataba al hijo alma a alma y carne a carne, libre de la
preocupación inmediata de dormirlo, podría llenar
su cabeza con otros pensamientos. Pensaba ahora,
mirándole la carita acolchonada y los rollizos bra-
citos, en que era hijo suyo, de ella, alma de su alma
y carne de su carne, y fruto bendito de su vientre.
Cuando aprendía doctrina en el colegio de las her-
manas, alguna vez se detuvo a pensar en la frase de

11

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 10-11 7/8/16 1:36 PM


la plegaria: “Y bendito es el fruto de tu vientre”, pero dijiste hijo de mi alma, hijo mío?” — ella se hubiera
tuvo de ella una comprensión fría, de diccionario, y turbado, oscilando en la duda de si habría dicho o no
solamente cuando pudo mirar a su primer y único las palabras entrañables tan intensamente pensadas.
hijo, la frase adquirió su valor exacto de cosa calien- ¿Dijo o no dijo: “hijo mío, hijo de mi alma”? — “Lo
te, sólo entonces entraron en su léxico individual habré dicho sin querer”… Y sin embargo, el ruido de
las palabras de plegaria, volviendo ella a recrear- la palabra solamente fue mental, adentro. Miraba al
las y a entender en toda su plenitud y profundidad hijo, y el hijo, dormido ya, la llenaba de nuevas pre-
el concepto tremendo que entrañaban. Sí, fruto de ocupaciones. Ella lo miraba para que él se pintara
su vientre, carne de su carne, espíritu de su espíri- hasta en sus más sutiles detalles en las pupilas de
tu, prolongación de ella en el tiempo y el espacio. El la madre. “Lindo, mi hijo”, pensaba. Y en seguida su
acto de crear, de haber creado, nada menos que un pensamiento se iba hacia Dios, o hacia el temor de
ser humano, la enorgullecía y la fortalecía y le inyec- los peligros que acechan a los niños. “¡Oh, Dios, gra-
taba alegría vital, y en el fondo de su conciencia se cias, gracias, pero cuídamelo!”. Todavía su pensa-
depositaba la convicción de que ahora, es decir, miento, su soñar en el hijo, no había emprendido un
desde que tuvo el hijo, la vida tenía un sentido. ¡Ella, camino lógico — lógico dentro de la excitación de la
madre, madre! Y pensaba que ese nene que se iba madre, — pero no iba a tardar. “¡Oh, yo te cuidaré,
adurmiendo era hijo suyo. “Hijo mío, mi hijo, hijo de y cómo te cuidaré!” Por aquí iba a enfilar todas sus
mi alma, hijo de mis entrañas”. Tan sencillo e intenso ideas y sentimientos. El amor, el cariño, la ternura,
era este pensamiento que casi adquiría la forma ver- iban a orientarse en la dirección de la seguridad
bal directa; casi se le escapaba el pensamiento por de su hijo, iban a adquirir sus formas más prácti-
la boca en forma de frase. Si de improviso hubiese cas y eficaces. “¡Oh, cómo te cuidaré!” Creía pensar
entrado a la habitación la madre de ella, o su herma- en que le iba a dar una excelente educación, cuando
nito, y la1 hubiesen dicho naturalmente: —“¿A quién en realidad pensaba en su enorme cariño al hijito y

1. Las palabras en negrita indican erratas o modismos de la


época de edición original, que se reproducen sin modificación. Vale por sic. [N. de E.]

12 13

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 12-13 7/8/16 1:36 PM


en la manera más certera de defenderle. “¿Médico, la alegría que le procuraba el anticipar con la imagi-
abogado, militar?” ¡Ah, no; militar, no; las primeras nación la juventud de su actual bebé. Pensaba, por
ideas que escoltan a la de militar están ensangren- ejemplo, en la medalla de oro que su hijito merecería
tadas, y entre ellas se desliza la muerte. En seguida al recibirse de médico. Había algo que no la dejaba
encontró frías estas meditaciones e imaginaciones. alegrarse íntegramente. Del fondo de lo inconsciente
¡Tan lejos el día en que su hijo se recibiera de médi- iba surgiendo un pensamiento desagradable que al
co! Ella quería algo inmediato, más probable y posi- llegar a este punto de sus imaginerías la hizo no sentir
ble, es decir, más real cuanto más tiempo habíase demasiada alegría, aunque sin llegar a sentir ningún
eliminado. Algo de mañana, algo que podría ocurrir golpe íntimo insólito. ¿Qué saben las mujeres cómo
mañana, o dentro de un año… o de cinco… algo cap- pasan las horas fuera de casa los hombres? Enérgico
table por sus sentidos. Se sonrojó en seguida cuando se incorporó el pensamiento de su marido, que era
se imaginó a su hijito, ahora de apenas unos meses lo que le venía molestando en los subterráneos de la
de vida, con recién alargados pantalones, como Car- conciencia. El recuerdo desagradable, inoportuno,
litos, su hermano. Tendría la edad de Carlitos ahora la conmovió entristeciéndola, y hasta aterrándola; y
— diez y seis años. — La turbó la relación entre su era como cuando en la mitad de la danza le detienen
hijo y su hermano; un fugaz sentimiento equívoco se a uno para decirle con modos cuidados y palabras
perdió en las meditaciones siguientes. ¿Sería, como elegidas y lentas, que convendría que fuese a su casa
Carlitos, alto, simpático, sonriente, amable, estudio- porque parecía encontrarse enfermo alguno de sus
so? Aunque… ¿Y qué sabía ella de Carlitos, de lo que familiares; y uno presiente que es la muerte disfraza-
hacía fuera de casa, de lo que hacía los sábados por da. El recuerdo del marido la aterraba cada vez que
la noche en las horas que decía pasar en el cinemató- entraba en meditaciones.
grafo con sus amigos del Colegio Nacional? ¡Y cómo son de relativas las calificaciones de las
Y he aquí cómo el dulce imaginarse a su hijito rea- cosas y de los sucesos! Su marido hubiese constituí-
lizando conductas hermosas, estaba empañado con do el ideal cumplido de numerosas mujeres; en cam-
una naciente tristeza inconcreta todavía. No era pura bio, para ella significaba la causa suscitadora de una

14 15

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 14-15 7/8/16 1:36 PM


tragedia angustiosa que sin embargo ni era angustio- cas gracias oportunas y finas y multiplicadas. Era un
sa ni tampoco tragedia, según, por ejemplo, la abuela cumplido caballero. Nunca, jamás, su Juan José había
del nene. ni siquiera pronunciado una palabra mala o incómoda
—Todos los hombres son iguales. No tienen con- o torcida. Una vez, en una confitería central en la hora
ciencia del dolor que provocan. Hay que aceptarlos del té, Juan José la había visto con Adela y Eduardo,
así como son. Hay que ir perdonando siempre. Por y él ni siquiera se hizo el que “no había visto nada”;
fin, cuando comprenden que fuera de su casa y de sabiendo que Eduardo había tenido ciertas aspiracio-
los suyos son engañados, burlados, robados, y humi- nes sobre la simpatía de ella, Juan José se aproximó
llados, regresan definitivamente sabiendo de una vez a la mesa, sonriendo sin esfuerzos, saludó, se sentó,
para siempre qué es una esposa honesta y qué es un conversó naturalmente. Por la noche, ni una palabra;
hogar honesto y unido. nunca dijo nada Juan José; ni preguntó por qué esa
¡Su marido, eh, sí, su marido!… De buena familia, vez ella le había ocultado que iba a estar por la tarde
sí, sí; un hombre decente, sí, sí; todo un caballero, que con Adela y Eduardo, siendo así que siempre anticipa-
hasta por razones especiales debía cuidar su reputa- ba la ocupación de todas las horas del día y los nom-
ción, su moralidad, para no entorpecer su vertiginosa bres de quienes podía ver. El, ni una alusión nunca;
carrera política comenzada felizmente con discursos era todo un discreto caballero, y a ella la dignificaba
aplaudidos en asambleas compuestas por individuos al extremo de no creerla capaz de nada, de absoluta-
que sienten la tentación simplista de averiguar la vida mente nada contrario a la honestidad, a la dignidad,
y milagros de los oradores cabecillas del partido. Pero al orgullo de personas honestas. Tampoco le pregun-
ella hubiera preferido decididamente por marido a un tó sobre sus amoríos anteriores. Sólo una vez, con
ladrón declarado y cínico, a un asesino jurado e inso- su modito dulce, atrayente sincero, había dicho estas
lente, y no a su Juan José, que dentro de sus dulcísi- palabras grávidas de confianza, de fe: “Yo sé que mi
mas palabras escondía la más tortuosa y complicada futura esposa ha de ser la santa madre de mis hijos”.
hipocresía. Cuando eran novios, le gustaba en Juan Y estas frases a ella le tocaban el corazón emocionán-
José el correr de sus palabras matizadas con auténti- dola a veces hasta el lagrimeo. Entonces apretaba las

16 17

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 16-17 7/8/16 1:36 PM


manos de su Juan José devolviéndole toda su fe, toda de Juan José. Había allí un propósito escondido, equí-
su confianza y todo su cariño; y lo quería más que voco. ¿Su Juan José enamorado de “esa” mujer? ¿Cómo
como había querido a la madre, más y diferentemen- perdió la línea? ¿Qué secretos fines tortuosos perse-
te. ¡Ah, era noble, era bueno, su Juan José!… Después, guía? ¡Ah, no; su Juan José no estaba enamorado de
el casamiento; la emoción del día aquel; aquel día lo “esa” mujer! La convicción íntima de que su marido,
vivió casi inconscientemente; aquel día ella reali- su Juan José, estaba representando una comedia, le
zó sus conductas y dijo sus palabras como se hace hacía no sentirse vejada ni creerse una esposa ultra-
y se habla en los sueños o durante la presión de las jada. Recordó, por asociación, el caso de los pintores-
fiebres. Y después, la alegría primitiva del abando- cos vividores que pululan por las calles Corrientes y
no en la fuerza del hombre, y la alegría temerosa del Lavalle obligados “por razones económicas” a sofisti-
parto… Y ahora, su marido “incomprensible”. Ella no car pasiones con mujeres perdidas; recordó los casos
comprendía qué fines perseguía su marido ahora. Ella de hipócritas ambiciosos que por hambre de anticipar
había descubierto cierta relación entre su marido y la triunfos mentían amores apasionados a las esposas
esposa de un político de ruidoso renombre momentá- de sus poderosos amos dispensadores de preben-
neo. El no amaba a la mujer “esa”; no podía amarla; das y canongías; hasta recordó la escena aquella en
era mayor que él, era demasiado gruesa y rubicunda que Napoleón, después de moverse violentamente y
y grosera. ¿Cómo podía amarla él que prefería lo fino, gritar denuestos, serenóse de pronto para decirle al
lo delicado, lo sutil, lo desdibujado en contraposición cardenal: “¿Cree usted que estoy nervioso? Tómeme
a lo rozagante y pesado? Se torturaba la mente y aca- el pulso y verá”… Evidentemente, su Juan José estaba
bada más desconcertada que al empezar su razona- representando una comedia con la mujer “esa”, espo-
miento. Al describir a la mujer “esa”, empleaba ella sa de un fuerte caudillo político del partido contrario.
palabras groseras: físicamente la mujer “esa” no era ¿Qué motivo le impulsaba a ello?
apetecible, espiritualmente era vacua y grosera, inte- ¡Ah, pero ella nunca le diría nada, nunca jamás, a
lectualmente era obtusa. No conocía música, no leía su Juan José! Sucederán las cosas, y ella no hará nunca
en francés. No podía, no podía ser sincera la devoción la menor referencia directa ni indirecta; pasarán los

18 19

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 18-19 7/8/16 1:36 PM


años y ella jamás hará la más leve alusión a la mujer los barrotes de la cama que le devuelven la atención
“esa”, al amorío ese, incomprensible, hipócrita. Y si transportándose en la perspectiva de su azogue. Las
algún día alguien tratara en su presencia de levantar sombras de la habitación dicen: “No es, no es,, no, no,
con palabras el nombre o el hecho en la conversación, el ruido de los tacos de Juan José el ruido que ahora
ella se haría la desentendida, la ingénua, la ignorante; viene aproximándose por el tubo del corredor”. Y den-
y si alguien se empeñara en explicar con claridad bru- tro de las sombras y en el silencio de la habitación, el
tal las cosas, ella haría a su vez su comedia: se negaría ruido de los pensamientos que se escapa de la cárcel
a creer, y echaría de su casa a la maldiciente. de la mente. A veces los pensamientos con su ruido se
Su orgullo, y la idea de que su marido no podía ponen en contacto con las cosas,, y entonces la som-
querer a la mujer “esa”, le impedían aceptar la reali- bra de estas cosas huye. Las tres de la madrugada…
dad del engaño conyugal. Definitivamente: ella no Ella cree ahora haber dormido ¿dormido? en su sillón
diría jamás a su Juan José ni una sola palabra al res- a la cabecera de la cuna de su hijo. El pensamiento
pecto. dulcísimo de su hijo y el amarguísimo de su esposo la
¡El reloj! ataron a la vigilia, a la vida despierta, y no la dejaron
En la habitación obscura las sombras recogieron abandonarse íntegramente en el sueño con el abando-
los tres pausados y lánguidos besos del reloj. En la no de una cosa caída en el vacío. Ella estaba atada a la
noche, las cosas se animan y cumplen actitudes huma- vida despierta, a .la vigilia, al ruido, a la vida activa, a
nas. ¡Las sombras y el silencio!… Las cosas se desdi- los sucesos de la vida, por sus pensamientos, por sus
bujan y así se deshacen en las sombras; los ruidos que preocupaciones. Cuando crujió el sillón, cuando en el
de día y en la luz no existen, adquieren de noche y en silencio y las sombras de la habitación crujió — craj
la obscuridad, almas nuevas, nueva vitalidad, alegría — el muelle del sillón, ella despertara. Y en segui-
de existencia, pálpito cordial; y así el tic tac del reloj da — tan… tan… tan… — los sonidos de fina campa-
trabaja clavando en el tiempo su inteligente medi- na con que el reloj mojó sus labios en las sombras,
da; cruje el sillón y es una pequeña queja; el espejo Pero entonces, ¿había estado durmiendo, ella? ¿Qué
mira con una serena mirada humana la quietud de fué antes: el crujido del sillón o los tres besos del

20 21

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 20-21 7/8/16 1:36 PM


reloj? ¿O fueron simultáneos? Como un chico apenas dormir la sirvienta en la pieza del nene. “¿Todavía
entrado fraudulentamente a un circo es atenaceado levantada? Si caes enferma o te debilitas, tu genero-
por el portero y expulsado a la amargura exterior, así sidad y tu heroísmo van a perjudicar en último térmi-
la atenaceó de repente y la manoseó con grosería el no a nuestro hijo. Por él, es necesario que no veles”.
recuerdo de su marido. Al adquirir la conciencia de la Y ella inventaba excusas a su innecesario sacrificio:
vigilia, el pensamiento amable e intenso de su hijo fué “Me pareció que estaba molesto; o que había comi-
posterior al desagradable y provisorio de su marido. do mucho; o que temblaba; o que no quería dejar de
Ella no descubrió qué humillante para su orgullo de llorar”. ¿Qué le diría esta noche él cuando regresara?
madre era despertarse de repente y encontrarse pen- ¿Esta noche, si ya es de madrugada? De repente, todos
sando en otra cosa que no fuera su hijo, su hijo muy sus pensamientos se disciplinaron en una dirección,
amado y origen de todo su orgullo de mujer. Miró la en un orden, en un propósito, gobernados por el sen-
carita de su hijo, toda llena de curvas y redondeces; tido de una caricatura que traía un diario de la tarde:
la manecita regordeta apretada al escote de la cami- a propósito de la conducta política de su Juan José, el
sita; en la muñeca se había formado la pulsera de dibujante lo había figurado en posición cómicamente
una arruga profunda con los bordes circulares como pensativa, de pié, la mirada hacia el suelo y un dedo
eslabones de una cadena. Dormía, respiraba bien. en el temporal. Y la leyenda aclaraba: “Yo necesito en
Ella volvió a hundirse en el sillón, que crugió nueva- mi vida un envión populachero; yo necesito atravesar
mente rayando el silencio y las sombras. Las sombras el Atlántico batiendo el record del tiempo, o descubrir
embebieron el crujido con deleitosa sed. Acomo- el microbio del cáncer, o ser el scorer de la tempora-
dó los codos, los incómodos codos, en los brazos del da de football, o batirme en duelo con un político que
sillón; recostó su cabeza en un ángulo del respaldar, me prestase cinco milímetros de pupularidad”. Por-
desplazó los piés sobre un almohadón, y al disponer- que su Juan José no alcanzaba la deseada nombradía
se otra vez a dormitar, recordó las escenas que suele populachera; a pesar de sus discursos, a pesar de su
armarle su marido y las reconvenciones porque no rápida carrera política, no conseguía ser llevado más
se acostaba en el lecho y el consejo de que bien podía arriba. Parecía más bien protegido por los jefes que

22 23

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 22-23 7/8/16 1:36 PM


empujado y levantado por las masas. Necesitaba rea- le escuece la oreja de tanto apretar el auricular
lizar un gesto heróico: por ejemplo… ¡Qué horror!… para apresar las palabras de quien habla por teléfo-
¿Y por qué no podía ser?… Su Juan José era capaz de no. ¿Qué será de ella, del hijo, ahora? Dentro de un
eso; primeramente iniciaría un amor culpable con la momento lo traerán, al esposo muerto; traerán el
esposa del renombrado político a quien tanto odiaban cuerpo frío de su Juan José; lo traerán los padrinos
los partidarios suyos, de su marido; después éste se del duelo; pero ella apostrofará con palabras desgre-
encargaría por medios equívocos y desleales de que el ñadas y espinosas a los padrinos, y los echará de su
otro lo supiese; entonces, padrinos que van y vienen, casa. “¡Criminales, infames!” Le corre un sudor frío al
y charlan y escriben actas… y el duelo final… ¿Qué es conocer el sentido de la palabra “viuda”, al adquirir
esto?… Todo en silencio, y sin embargo suena escan- por primera vez en su vida la noción de la palabra
dalosamente el teléfono. ¡Qué curioso! Tres, cuatro, viuda, y tiembla porque en seguida le viene la com-
cinco veces suena ruidosamente y otras tantas veces prensión de la palabra “huérfano” referida al hiji-
la voz de hombre que el tubo trae dice palabras rotas, to, y comienza a llorar. Llora; llora pausadamente;
temblorosas, bajas; hay mas insinuación que explica- ahora no más le van a traer el cuerpo exánime de su
ción. Las frases del hombre que habla por teléfono se Juan José. Tendrá pálido el semblante; los brazos le
enciman a las de la mujer que contesta: —“Pero, por caerán flácidos a los costados; las piernas tenderán
Dios, dígame qué sucede — no es nada — está herido, vehementemente a caerse al suelo arrastrando trás
— es una descompostura pasajera — un choque de sí la caja del cuerpo; los hombres lo impedirán, sos-
automóviles — no es verdad que se desvaneció — es teniendo el cadáver por debajo del nacimiento de
que está herido y no me quieren decir la verdad — es los brazos. Ahora ella se abalanza sobre el cuerpo
necesario llevarlo a su casa — ¿no está muerto? — oh, muerto; él tendrá la cara de todos los días, pero más
señor, señor, dígame la verdad — fué un golpe en un pálida; tendrá ojeras negras como algunas mujeres
hombro — ¿dónde está herido? — que no es nada”… pintadas; un mechón de pelo le caerá sobre la fren-
Es que no le quieren decir de golpe que ha sido te hacia el lado izquierdo como solía vérselo alnas
muerto: una bala en el pulmón, o en el corazón. Ya veces al despertarse en la alta noche cuando podía

24 25

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 24-25 7/8/16 1:36 PM


contemplar impunemente a su marido; los padrinos mente; el telefonista le habría respondido diez veces:
pondrán el cuerpo muerto sobre el lecho; la figura “No contestan, señor”…
de Juan José se recortará sobre el verde cubreca- ¿Dentro de media hora volverá a llamar Juan José?
ma; tendido a lo largo parecerá dormido; sólo de la ¿Dentro de un momento el hilo del teléfono volverá
pechera de la camisa correrá un hilillo rojo nacido de a conducir la voz de su esposo, del padre de su hijo?
una mancha en que se habrá pegoteado a la tela el Ella entonces recogerá en su oído las palabras de su
grumo de la sangre. Ah, lloraría ella; o se mostraría hombre; tendrá rubricada la certeza de que su Juan
fuerte, animosa, guardando dentro, bajo siete llaves José está vivo y sano. Por su parte, ella no le dirá nada
de pudor, su enorme desesperación. Por ella, y por él, de lo sucedido esta noche; él nunca sabrá la tremen-
y por su hijo — por los tres, — sufrirá ella; y nadie da emoción de esta noche, la angustia lindante con la
sabrá cuánto sufrirá. Oiría las suaves palabras que se desesperación nacida apenas de las cuatro rayas de
escurren en las habitaciones donde hay un muerto. una caricatura periodística. “Yo necesito batirme”…
¡Oh, Dios!, ¿qué es esto? La idea de que su Juan José inició un culpable amor
Sonríe al adquirir los simultáneos conocimientos con la esposa de un político al solo efecto de llegar al
de estar despierta ahora, de haber dormitado y soña- duelo, la irrita. Siente la necesidad de hablar en segui-
do, de que efectivamente el teléfono había sonado da con su Juan José, de explicarse. Si dentro de un
rumorosamente largo tiempo en varias veces, de que momento habla por teléfono, ella le dirá así:
lo soñado eran mentiras, de que la realidad es que su —¡Ven, ven a casa; quiero verte; el nene se ha
esposo está vivo y sano y su nene dormido todavía puesto malito; y tiembla; me parece que está enfermo!
en la cama. Le duele la oreja. ¡Ven, ven a casa! Peligro, no, o sí, yo no sé si lo habrá,
Seguramente su Juan José habría estado llaman- pero ven tú a cerciorarte. Eso sí: no te asustes…
do por teléfono; habría tenido el auricular pegado a Eso le dirá; insistirá tercamente. Le mentirá: “el
la oreja y habría llamado inútilmente: hola… hola… nene está efectivamente malito, ven”. Y él regresará
hola… hola… desde la cabina del club; habría, sin inmediatamente. Ya en casa, ella encontrará disculpas;
duda, golpeado la horquilla del aparato insistente- pero lo principal se hará: ella le arrancará la verdad;

26 27

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 26-27 7/8/16 1:36 PM


es necesario que él abandone ese grotesco y ridículo
amorío con la mujer “esa”, ese amorío que, aunque
ridículo y grotesco, insinúa una posibilidad trágica.
No volvió a sonar el timbre del teléfono. La madre
volvió a diluirse en el sueño, ya más pesado ahora.
Fué despertada nuevamente, ahora por el lloro del
niño, sobre cuya cabeza caía como una santa aureola,
la temblorosa claridad de unos rayos de sol que atra-
vesaban el vidrio de la claraboya.

La frecuentación de la Muerte

28

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 28-29 7/8/16 1:36 PM


Fué un espectáculo imprevisto, molesto y repulsivo
que hizo asustarse a algunas mujeres despertándoles
una fácil compasión en la voz interrogadora y en los
ojos curiosos. El hecho — que resultara al fin sin impor-
tancia y casi trivial — suscitó en el animado comedor
del restaurante esa rápida y mútua solidaridad que
se muestra en la pregunta de un desconocido: “¿Qué
sucede?” y la respuesta diligente del otro desconocido:
“Un desmayado”, mientras el hecho une en un haz tota-
lizador la curiosidad de los asistentes estableciendo
esa comunidad, esa unión, esa adhesión que también
encontramos en ciertos momentos, por ejemplo, en una
familia el día en que agoniza uno de sus miembros, o en
un sector de las tribunas en un grupo de espectadores
desconocidos que se sienten casi hermanados todos en
la comprensión y la alegría de una acertada maniobra
del jugador admirado, y se cambian una sonrisa y una
mirada como un abrazo al retorno de un viaje.

31

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 30-31 7/8/16 1:36 PM


Fué así: el hombre cogió los cubiertos, hincó los náusea que le había producido la vista de los sesos
dientes del tenedor para clavar la dorada bola alimen- “en dirección a su boca, o destinados a ser comidos”,
ticia, y cuando el filo del cuchillo, deslizándose fácil- le duró toda esa noche aguantando intermitentemen-
mente, cortó la masa libertando de su encierro — él te los golpes que le daba el recuerdo cada vez que vol-
ignoraba qué habían pedido sus compañeros — los vía.
cenicientos sesos de cordero, las manos temblaron Fué bastante tiempo después cuando explicó —
deteniendo su ejercicio, los ojos claváronse alucinados numeroso de detalles, — por qué la vista de los sesos
en el tajo de la comida, e inmediatamente — como que casi iba a llevarse a la boca, o la anticipada sen-
cuando se rompe el hilo de un collar que insólitamen- sación de que los estaba masticando, le violentaba la
te deshace todo orden y gobierno, — la cabeza del imaginación hasta los extremos de la descomposición
hombre cayó golpeando en el borde del plato con la física (como cuando en un bote de límpida agua trans-
ausencia de equilibrio de un cuadro que se derrum- parente se echan unas gotas de anilina que de repente
ba El plato se levantó de perfil sobre su borde; incli- revoluciona el color y hasta la consistencia); y esta vez
nándose, aplastó el fofo alimento en los cabellos del no comían en un restaurante, sino que despaciosa-
hombre y volvió a su primera y natural posición sin mente íbanse regalando con sendos medios litros de
romperse al golpear en la mesa. El hombre tuvo un cerveza de prestigio alemán sentados en rueda a una
vómito vinoso bastante desagradable. Los amigos mesa de la Avenida, bajo la claridad de bombitas y
socorrieron al desvanecido con los cuidados que en focos que hacían más cálida la atmósfera de esa noche
tales casos se usan apresurada y amontonadamente: de verano impregnada de olor a nafta, pintada con los
le limpiaron los cabellos, acercáronle a la nariz algún colores de los vestidos de las mujeres que pasaban
líquido de olor penetrante, desabrocháronle la corba- regresando de los teatros, y rayada con los ruidos chi-
ta y cuello y pretendieron hacerle ingerir un poco de rriantes del trole y penetrantes de las bocinas.
coñac, hasta que, una vez vuelto casi a la comprensión En el revoltoso fragor del día, con impacientes pri-
del mundo exterior, lo llevaron a la calle y lo entraron sas, multiplicadas preocupaciones e innumerables
en un automóvil. La impresión desagradable hasta la quehaceres, las gentes suelen contar rápidamente los

32 33

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 32-33 7/8/16 1:36 PM


sucesos, aun los más complicados y largos, reducién- y en un paciente oyente. Y se forman así esos grupos
dolos a síntesis descarnadas — en la relación de un de tres, cuatro, cinco personas que en una mesa de café
croquis a su edificio — acortando la exposición de cau- dejan deshacerse las horas mientras sobre el mármol
sas y motivos y precisando con pocas palabras claras se amontonan los felpudos y platillos, y el piso se estre-
los finales o consecuencias. Aun en momentos diurnos lla de colillas de cigarrillos. De vez en cuando alguien
desocupados o vacíos, absolutamente desocupados aventa la ceniza caída sobre el paño del traje. Otro
y vacíos, presiona tanto sobre uno la costumbre de lo chista al mozo indicándole con el índice recto el vaso
mucho que se ha de hacer (porque de día — ayer, ante- o barrilito vacío. La barba en el pomo del bastón. Las
ayer, siempre, — se ha tenido tanto que hacer), y el horas de la madrugada se adelantan apenas, trayendo
hábito de apresurar toda labor por la escasez de tiem- cierta tibieza en la naciente brisa. Las luces se achican,
po, que mecánicamente uno razona a grandes y rápidas y los focos acortan y recogen sus rayos luminosos. Y
conclusiones y expone a corridos y vigorosos trazos, aparece el primer diarero, y su pregón, más y mejor
sin tiempo para mencionar detalles ni matices ni para que el nombre de los periódicos, nos dice — con la
encajar ocurrencias descriptivas o comentadoras al indiferencia de un fiscal cuando lee una sentencia, — lo
margen del suceso, ni para añadir esas lentas desvia- avanzado de la hora, despertándonos a la comprensión
ciones referentes a planos secundarios que hacen más del nuevo día con ese procedimiento indirecto de las
movible el paisaje, más viva la escena, más expresivo el madres que al regresar uno de una noche equívoca le
retrato y más ondulante el movimiento. En cambio, por reciben con ciertas preguntas: “¿Estás cansado? ¿Quie-
la noche, los hechos se narran con acopio de minucias, res té?” que esconden un temeroso reproche que no
con regalo de anexos elementos, con adorno de mar- tiene coraje de adquirir la forma verbal directa. En el
ginales meditaciones, con cierta rebuscada lentitud de cielo, sobre las casas, luchan el gris y el azul. Amanece.
exposición — que en algunos llega al halago de oirse
las propias palabras — e incluso con inevitables inter-
polaciones de la fantasía. El más atorado bolsista diur- Yo estaba empleado entonces en un diario de
no se convierte de noche en un conversador despacioso segundo orden con una misión fija: la crónica policial,

34 35

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 34-35 7/8/16 1:36 PM


y cien misiones diversas, pues cualquier aconteci- groseros acaso porque en su torpeza de razonamien-
miento principal o curioso en la ciudad me arrancaba to cree que de ese modo él desciende a nuestra sen-
de mi sección, que he de añadir que yo era un perio- sibilidad haciéndonos un favor; otro día es necesario
dista eficaz, es decir, que entendía superficialmente pedir impresiones al capitán de un equipo de footba-
bien todas las cosas y profundamente ninguna. Tenía, ll considerado el mejor jugador sudamericano, que
sobre todo, la inmediata comprensión de los suce- dice “haiga” y otras torceduras de palabras y peores
sos y el “sentido del lector”, la psicología de la gene- arrugas de acepciones; otro día, uno de esos llamados
ralidad de los lectores. Yo hacía de todo. Un redactor “hombres de ciencia” desnudan su femenina flaqueza
o cronista del diario grande hace lo mismo, de modo por verse reproducir el retrato en el diario: otra vez
que, después de cierto tiempo, se familiariza con los es necesario describir con plano y demás minucias un
elementos de su sección solamente; así, el de tea- horrendo crimen, al que hay que escandalizar comen-
tros acaba por perder, por ejemplo, el sentido de la zando por titularlo públicamente con el nombre de
veneración hacia las grandes figuras de la farándula la calle o del barrio, debiendo uno hablar con el ase-
— ¡tan de cerca y tan en sus miserias las vió muchas sino presunto o confeso, algún feroz asesino que a lo
veces! — pero conserva todavía el asombro respe- mejor resulta un hombrecito pálido y hasta tímido.
tuoso hacia, por ejemplo, los figurines de la política ¿Y los políticos que hablan de honestidad adminis-
o los misteriosos directores de las finanzas, ¡las alzas trativa y cuando uno se retira de sus casas encuentra
y bajas del trigo que son apenas un aleteo en Bue- en el fondo de su sombrero un billete de cincuenta o
nos Aires y llegan a Nueva York con sacudimientos cien pesos puesto allí para comprar veinte amables
de ejército atacado! Yo, en cambio, por haber teni- líneas impresas? Esto, y mucho más en cuanto a las
do que tratar siempre todos los asuntos y con toda personas; uno acaba por ver en estos tipos populari-
especie y subespecie de gente, acabé por perder toda zados por la prensa, a seres vulgares del montón, “un
capacidad de asombro, respeto y emoción. Un día lo hombre como todos”. Y en cuanto a los sucesos impre-
mandan a uno a que entreviste a un gran duque ruso sionantes, según los diarios, uno acaba por no consi-
que lo recibe en pijama y diciendo chistes baratos y derarlos más importantes que una lluvia o el rezongo

36 37

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 36-37 7/8/16 1:36 PM


áspero de un motorman o la carrera de un perro al acaba por realizar su misión mecánicamente, fría-
que los chicos ataron unas latas en la cola. Uno llega mente, sin emoción, con la fidelidad sin sentimiento
a conocer el secreto del escándalo y la fragilidad de de una máquina fotográfica, con la precisión de una
la importancia. Cuando se escribe un editorial hay balanza, para la cual es lo mismo un pedazo de plomo
que enrevesar el escaso material ideológico de modo que una sarta de perlas, o un puñado de arroz que el
que tanto los partidarios de la apertura de la Caja de cerebro de Anatole France. Un día uno conversa con
Conversión como sus contrarios estén conformes con el opulento y suntuoso maharajah de Equis, y al otro
unas conclusiones realmente ausentes. A veces, por día habla con el descuartizador de toda su familia.
falta de espacio, hay que reducir a su mínima expre- Ya no hay emoción, y el interés es solamente pro-
sión un hecho interesante y complejo; y otro día por fesional. A lo mejor, mientras anotamos en nuestra
falta de material, hay que inflar pueriles datitos, de memoria mecánicamente, aunque con exactitud, el
esta manera, por ejemplo: “El distinguido diputado tic nervioso de Alekine y el desgano de Capablanca,
nacional doctor don Juan Pérez y Gómez, represen- pensamos con cuáles dulcísimas palabras regaremos
tante de la provincia de Mendoza elegido por el Par- frescamente al anochecer los oídos de la muchacha a
tido Tal, ha presentado ayer a la Honorable Cámara quien ayer habíamos lastimado con alguna prepotente
de que forma parte, un muy interesante proyecto frase. Uno no se impresiona ya más frente a los cadá-
sobre reglamentación de quiebras, de cuya lectura veres todavía calientes y con los ojos abiertos, sobre
(que no hemos hecho) se desprende que el grave pro- todo frente a esos cadáveres que conservan posturas
blema ha sido inteligentemente estudiado y resuel- “transitorias”, que detuvieron un movimiento inacaba-
to por el eficaz legislador, con lo cual nuevamente do; esos cadáveres que parecen estar en una posición
demuestra al país cuánto le preocupan los vitales incómoda, en desequilibrio, pero cerca del equilibrio,
intereses”… Y siguen los lugares comunes periodís- que dan la impresión de que, o van a incorporarse del
ticos. Uno acaba por no dar importancia a nada: ni a todo o van a acostarse por fin. ¿Quién no recuerda el
hombres ni a sucesos. Yo quería demostrar esto: Que crimen de la calle Atocha? Al entrar en la habitación
uno se mecaniza en el ejercicio de su profesión; uno vi el cadáver de la anciana ¡qué grotesco! detenido en

38 39

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 38-39 7/8/16 1:36 PM


una postura inacabada. Al descubrir a los ladrones, pecho sostenido por la pared. La cabeza estaba colo-
ella, instintivamente, se había inclinado y doblado cada en su lugar casi naturalmente. El brazo izquierdo
para sacarse un zapato con intención de arrojárselo. colgaba y el derecho estaba levantado en alto y apre-
Y yo ví el cadáver de la vieja, sentado en el sillón de tada la pera del timbre cuyo cordón se había despren-
mimbre, inclinado todo a la derecha — de este modo dido de los aisladores. Si se hubiese roto el hilo, el
así… — con la mano de ese lado apretando el zapato brazo habríase caído — como el otro — por el costado
que no alcanzó a descalzar completamente. La impre- del cuerpo. El hombre, por consiguiente, había dete-
sión que esto produce las primeras veces es intensa y nido un movimiento en mitad de su función, inacaba-
compleja. Todo estaba en posición más bien natural y do. En el crimen de Villa Urquiza, el cadáver del chico
lógica; solamente la posición de la cabeza era ilógica y detuvo también una acción sin terminar de realizarse.
violenta: el montón de hierro de dos roldanas —utili- Parece que el chico, sentado en la orilla de la cama,
zado por los criminales — le había golpeado la nuca se cambiaba unas medias negras por otras de color
doblándole la cabeza que caía sobre el pecho hacia la marrón cuando fué alcanzado por un preciso balazo
izquierda. En la impresión que estas cosas producen en la nuca que lo volteó sobre la cama por el costado
hay también algo de asombro; el asombro de sentir derecho apretando debajo el brazo de este lado, cuya
que el tiempo se ha detenido, el asombro de ver que mano tenía todavía los dedos enganchados en la acor-
el movimiento se ha fijado; y también la comprensión deonada parte superior — la de la abertura — de la
paradojal de la lógica del anacronismo; nosotros no media marrón calzada hasta la altura de la rodilla —
estábamos presentes cuando asaltaron y mataron a la que no alcanzó a cubrir.
vieja, y sin embargo, he ahí a la vieja que se va a des- Bueno; repito que estas cosas impresionan las pri-
calzar el zapato para arrojárselo a los criminales que meras veces, hasta que uno “se hace” al espectáculo
están huyendo ahora por la puerta… de la muerte, a la intuición de la muerte… Al principio
En la habitación del Hotel Roma, cerca de Consti- uno piensa en la muerte y acaba pronto en la indife-
tución, vi el cadáver del frutero que estaba arrodilla- rencia. ¿Por qué?
do como rezando con las nalgas sobre los talones y el No pensamos más en la muerte porque, como fra-

40 41

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 40-41 7/8/16 1:36 PM


casamos las veces que en ella meditamos seriamente descubre influyen durante el resto del día y aun pro-
— cuando teníamos interés, preocupación angustiosa longan su maleficio reapareciendo a nuestra mente
de saber, y hasta placer en conocer un fragmento de durante días y semanas, periódicamente. Un simple
su misteriosa composición, — ella, la muerte, nos detalle, ínfimo, trae como de la mano la escena espan-
huía, escurriéndose, escondiéndose, deshaciéndose, tosa completa; por ejemplo: una noche ví un perro
fuera y lejos siempre del alcance de nuestros sentidos; por Villa Devoto, y en seguida la idea de ese perro
y entonces, como tampoco teníamos la probabilidad trajo la de otro perro, y detrás toda la escena vino a
de conservar esa preocupación transformada en odio plantarse y a jugar delante de mí; era el recuerdo del
(que el odio es una desviación para no perder el obje- crimen de la calle Solís: en la casa, todo, todo había
to de nuestro interés), hicimos lo del zorro y las uvas, adquirido una nueva fisonomía, lo mismo que una
y nos encogimos de hombros y nos resguardamos en persona al recibir una noticia ensangrentada: — las
la indiferencia, convencidos íntimamente de que la gentes, al entrar y caminar despacio y silenciosamen-
idea de la muerte jamás llegaría a ser captada ni frag- te, impregnaron ese silencio y ese misterio a las cosas;
mentariamente por nosotros de modo más o menos los muebles mismos, principalmente el sillón sobre el
inteligente, consciente. He aquí por qué el problema cual estaba el cadáver, habían adquirido una sereni-
más grande que tiene el hombre es el que menos le dad casi hierática; solamente chocó la natural y des-
preocupa. Una meditación sobre la muerte jamás llega preocupada entrada en la habitación del perro de la
al grado de inquietud, de angustia, que alcanza, por casa, que anduvo olisqueando por los rincones. Otra
ejemplo, la ausencia de una mujer a una cita o el salu- vez, como colgaban de la orilla de la cama los pies del
do frío de un amigo… ¿Y los ojos abiertos de los cadá- cadáver de una anciana, se allegó el gato negro de la
veres que le miran a uno con su nueva manera de casa, arqueó el lomo y deslizó el espinazo por la suela.
mirar? Son los ojos que uno piensa que han visto el ¿Y el loro aquel que ví caminando por el brazo de otro
más allá; casi siempre miran plácidamente y se espera cadáver, con sus maneras especiales (lentas, a trozos,
que bajen los párpados. Uno se pregunta: ¿Me miran? en varios tiempos), de caminar: de hincar el pico en el
Hay otros detalles que las primeras veces que uno los paño de la manga, clavar las garras y bajar la cola?

42 43

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 42-43 7/8/16 1:36 PM


Impresión de otro orden, pero siempre de asombro, cobarde, se anticipan a crearse un aliado, y solo hacen
se recibe cuando uno descubre contrastes y secretos: la comedia de la corrección y de la dignidad con los
cuando ve el cadáver de un hombre pudiente entre reconocidamente débiles:2 con la esposa torpe, con
sábanas no precisamente manchadas de sangre ni los subalternos asustados, con el guarda del tranvía a
ennegrecidas por la pólvora ni desgarradas porque se quien responde que “qué se cree, que debiera fijarse a
le habría enganchado el cuchillo al asesino, sino quién le pregunta si tiene boleto”… Bueno: he insistido
auténticamente sucias de suciedad. O aquel matrimo- en esto porque efectivamente el sumario demostró
nio que fué bruscamente sorprendido mientras dor- que mis sospechas eran un anticipo de la verdad. ¿Y la
mía sin darle tiempo ni a incorporarse: el hombre, en sangre? La sangre se me hizo líquido habitual como
la cama de dos plazas; la mujer, en el suelo, arrollada otro cualquiera, como el agua, y hasta menos intere-
en una manta, cubierta con una carpeta vieja, y repo- sante que un perfume. Por otra parte, en la sangre hay
sando la cabeza en un montón de trapos. Cuando yo vi algo noble, ¡qué se yo!, que parece eliminar elementos
esto — que me impresionó mucho, — se me ocurrió groseros y conservar únicamente características dis-
que el hombre tan cruel y tiránico en su casa con su cretas, medidas y hasta elegantes; e incluso el origen
mujer, debía ser algún jefe de oficina comercial de trágico de la sangre pierde intensidad y se transforma
aquellos que no perdonan a sus subalternos ni la más hasta dar la impresión de venir de otra parte; como en
insignificante falta, pero que frente a sus superiores el caso de una jovencita muy hermosa y muy fina a
se curvan como un arco y melifican la voz para rezar: quien oímos alguna palabra vulgarota, pero que algo
“Sí, mi gerente, sí, mi director”… y que a lo mejor per- en nosotros se opone a darle — a esa palabra — el
tenecen a esa clase de gente que nosotros tratamos valor directo que tiene y pensamos que acaso haya
con viva simpatía porque son corteses excesivamente algún matiz irónico; del mismo modo nos oponemos a
y halagan con dos palabritas oportunas y melosas ver en la sangre su realidad de primer grado, y desvia-
nuestras flaquezas y vanidades o exageran nuestros mos su origen y transformamos su calidad, apagando
humildes méritos en la búsqueda de nuestra protec-
2.  Así en el original; sin embargo, el sentido parece ser el opues-
ción porque, como casi siempre el hombre cruel es
to: con los que no son reconocidamente débiles. [N. de E.]

44 45

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 44-45 7/8/16 1:36 PM


sus componentes y sus efectos principales (fractura menor a mayor sin incrustaciones groseras. ¡Si hasta
de una pierna, alaridos de dolor, injusticia, huérfanos, parece que contienen palabras rebosando indignación
etc.) para realzar, destacar e iluminar elementos en elocuente: “traidor, canalla, ramera” o frases de final
verdad secundarios, pero que son los primeros que de acto: “Chela, te dije que iba a volver” y no las otras,
advertimos por efecto de nuestra educación novelesca las que se dicen de verdad, esas palabras gruesas,
y cinematográfica. En el asesinato no repugnan la san- ásperas, feas, rotas, malas, sucias, cuarteleras, y esas
gre y el veneno, siempre que no deformen el cuerpo frases llenas de inhumano rencor: “Tomá, por hija de
humano. En el fondo de una copa está depositado un tal”… la sangre impresiona, sobre todo a la imagina-
pequeñito sedimento blanco, y en la cama — en una ción después de pasar rápidamente por el sentido de
posición cómoda de quien duerme o descansa — está la vista; en seguida, sobre sendas hipótesis levanta-
el cadáver. ¿No es verdad que es una muerte que bien mos varias novelas que pueden leer hasta los niños.
podría llevarse a la pantalla, al escenario y al libro, En cambio, la vista, por ejemplo, de una cabeza carbo-
para producir una emoción trágica sin repugnancia, nizada, nos choca hasta físicamente como un golpe
esas emociones que nos deleitaban cuando aprendía- material. El cabello carbonizado es un golpe brusco,
mos francés es Racine? Por entre el listón libre del antiliterario, antiteatral, antiimaginativo; por una abe-
umbral y la puerta corre una mancha de sangre; ¡qué rración de los sentidos, nos penetra el ya desapareci-
hermoso título!: “Sangre en el umbral”. O: “La mancha do olor de pelo quemado; la impresión permanece
de sangre”. En una cama, o en un sillón, o en el piso, largo tiempo en el sentido de la vista. y la imaginación
está el cadáver de un hombre; no se ven ni vísceras parece negarse a intervenir. ¡La primera vez que
libertadas, ni salpicaduras de sesos; solamente hay vimos una cabeza carbonizada! Sensaciones igual-
una mancha de sangre en la blanca camisa, hacia el mente atroces se sienten pocas veces en la vida. Uno
costado izquierdo de la pechera, un poco abajo. El no puede tocar esas cabezas; le parece que se le ensu-
veneno es teatral, el balazo es cinematográfico; la san- cian los dedos con el hollín de los cabellos quemados.
gre es literaria: producen emociones de género artís- Y eso que uno está habituado a tocar cadáveres; yo
tico, es decir, la impresión llega graduándose de manoseaba sus ropas, alzaba sus brazos, les miraba

46 47

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 46-47 7/8/16 1:36 PM


las pupilas levantándoles los párpados para conocer la tarde, tomamos, el fotógrafo y yo, un automóvil,
la hora en que habían muerto. ¡Dos años cronista poli- que, después de correr por largas calles ciudadanas
cial de un diario sensacionalista donde se exigía la entró en otras descuidadas de suburbios cuyo aban-
explotación ruidosa, larga, espectacular, del melodra- dono y especialmente su carácter pantanoso determi-
ma y el servicio inmediato de la curiosidad pública nó al “chofer” a detener su coche a unos trescientos
hasta extremos humorísticos, como aquella vez en metros de la casa. Nos apeamos: continuaba llovien-
que, sin mayores noticias debido al silencio del comi- do bastante fuertemente; por una especie de sendita
sario, debí inventar acontecimientos o exagerar datos, que subía y bajaba arrimándose a los torcidos muros
cuando ordené al fotógrafo que impresionara una de unas viejas casuchas, íbamos corriendo con cui-
placa con nada más que un buzón, al pié de cuyo gra- dado asentando con preferencia la arista del taco en
bado escribí más o menos: “Buzón de la esquina Tal y el suelo de tierra resbaladiza; corriendo debajo de la
Cual donde cinco días antes del crimen fué vista la lluvia y cortando el viento que, como venía torcido y
víctima introduciendo una carta dirigida a Fulano a grandes manotadas, nos volcaba encima, de vez en
Equis, quien desapareció de su domicilio aunque la cuando, enérgicos montones de agua como baldazos.
policía le sigue los pasos y espera dar con él en la cer- Entramos en la casa chorreando agua. Con automatis-
teza de que por lo menos se podrá obtener alguna mo profesional, con curiosidad mecanizada, esclavo
noticia que oriente, etc.” de la costumbre de despreciar todo aquello que no
sea el objeto directo de nuestra atención, me acerqué
a los pies de la cama donde estaba la cabeza del cadá-
Un día el oficial de turno entró en la sala de perio- ver cubierta con una servilleta ordinaria de cocina y
distas del Departamento de Policía y nos dijo que de comedor humilde. Hice esto: me desabroché el
acababa de suicidarse un hombre en Mansilla siete, impermeable, me descubrí conservando el sombrero
tres, tres. Anoté: Mansilla siete, tres, tres. ¿Dónde que- absorbido en agua, en la mano que apoyé en el arco
daba eso? Como llovía y además queríamos alcanzar de hierro de la cama — apenas unos centímetros de
la publicación de la noticia en la primera edición de la deshecha cabeza del cadáver, — y me entretuve en

48 49

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 48-49 7/8/16 1:36 PM


descifrar la leyenda contenida en la guarda de la ser- mantecosa, que la presión de la mano había frega-
villeta: en letras blancas sobre fondo celeste se leía: do como engrudo en los labios. Vuelvo a pasarme el
“Buen apetito”. Sonreí. Mis colegas escribían; averi- pañuelo en vez de sacar aquello raro y pastoso que
guaban noticias. Un oficial de policía, con el léxico del tenían los labios, sentí que me había aplicado y apre-
oficio, hablaba: filiación, trayectoria de la bala, arco tado un pedazo nuevo y más grande de lo mismo. Con
supercilial… Decía: “¡Qué salvaje! Se destrozó no solo el dorso de la izquierda me limpio entonces los labios,
la boca, sino toda la cabeza — ¡ej! — le salieron los y al retirar la mano y mirarla veo algo blancuzco como
sesos salpicando todo. ¡No lo descubra, señor; aguar- engrudo, con un hilito — como una fibrita deshila-
de al comisario!” Retiré mi mano mojada del hierro chada de una cortina vieja — rojo. Miro por primera
de la cama; coloqué el sombrero en alguna parte, tiré vez el pañuelo — el pañuelo, que sin advertirlo, había
del pañuelo con el que iba a secarme, lo recojo todo tenido en el arco de hierro de la cama, apenas unos
como una bola en el hueco de la palma abovedada, y centímetros de la cabeza del suicida, — y comprendí:
en eso el comisario que entra en la habitación junto me había llevado a los labios unos pedacitos de sesos
con el médico y el juez. Para observar bien, me apre- del cadáver.
suré a ganar el mismo sitio de hacía un rato; apoyé
mis dos manos — por consiguiente aquella en que
tenía el pañuelo — sobre el arco de hierro de la cama.
Mientras hablaban médico, juez y comisario, yo inicié
por fin la operación de secarme la cara, que la tenía
casi insensible para la sensación de grados de tem-
peratura y aún insensible al tacto debido a la frialdad
y la mojadura. Me pasé el pañuelo sobre las mejillas,
la frente, sobre los ojos cerrados, sobre los labios. En
la boca sentí inmediatamente la adhesión molesta y
algo repugnante de una extraña viscosidad, húmeda,

50 51

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 50-51 7/8/16 1:36 PM


Un viajero

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 52-53 7/8/16 1:36 PM


Solamente Denegri estuvo en la estación a des-
pedirlo. Ahora, recién acomodadas las maletas en el
asiento delantero para que ningún viajero lo ocupe,
piensa en la simpatía que por él siente Denegri. Pero
no acaba de repujar con nitidez tal pensamiento,
cuando su mirada se alarga afilada y estirante — y
anhelante — tras de esa mujer que atraviesa el pasi-
llo y entra al salón donde “está prohibido fumar”. ¡Qué
lástima! Da gusto viajar con la mirada descansando
sobre el terciopelo de un semblante de mujer, o sobre
la seda de una fina expresión femenina, o sobre la
porcelana de una muchacha recién florecida, o, — y
esto sería más difícil de explicar — sobre esas muje-
res apenas entradas en la maternidad… No hay ahora
ninguna mujer aquí; es decir, ahí están esas dos ancia-
nas de luto con el chico que resuelve — ceño frunci-
do y lápiz entre los dientes — problemas de puzle.
La proximidad de una mujer bonita hace amable el

55

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 54-55 7/8/16 1:36 PM


viaje, y lo acorta, y, a veces, hasta lo suprime; por el te. Unos cuarenta años de edad. El convoy se alarga.
contrario, su ausencia lo alarga, lo disloca, lo obstruye Ahora pasa, con rechinante ruido de hierros, el puente
y lo ensordece. Irá a sentarse en el otro salón y en tal sobre el Riachuelo. Parece que el tren se detuviese y
caso haría el tremendo sacrificio del cigarrillo, pero, en cambio el paisaje corriese para atrás, y los árboles
¡tantas maletas! Elegido este asiento, acomodadas las y postes un poco para abajo. La revista que tiene en
maletas, los diarios de la tarde, revistas, libros, ya no las manos apenas si le llama. Coge el libro, y, al abrir-
es fácil la mudanza ni probable encontrar — a unos lo, le molesta descubrir inmediatamente la tabla de
minutos de la partida del tren — otro asiento desocu- pesos de los hierros P. N. Lo cierra, agrio y fastidiado.
pado. Bueno; aquí permanece; leerá una revista cual- De repente recuerda que este mismo tren pasará por
quiera; ojeará los periódicos; o sería más provechoso 25 de Mayo. ¡Rosita Bertelli! ¡Rosita Bertelli! ¿Qué se
estudiar nuevos problemas de construcciones. En la habrá hecho de Rosita Bertelli? Se arrellana cómoda-
oficina lo estimulan con la posibilidad inminente de mente; levanta los pies y los deposita en el asiento
un ascenso, y él no siente la necesidad de ayudarse a delantero y entrecierra los ojos. ¡Rosita Bertelli! Es un
sí mismo haciéndose dueño de imprescindibles cono- mundo la cabeza de un hombre que recuerda insólita-
cimientos técnicos. Debiera aprender un poco más mente un amor pretérito y acabado. Las escenas y las
carpintería de obra, y resistencia de materiales. Y no emociones retornan, algo desdibujadas, y amontona-
es que sea tardo de inteligencia ni acaso perezoso; es das unas sobre otras, pujando cada una por dominar
que se tiene fe en que sobre el terreno resolverá, en y desalojar por fin a las otras, lo que explica la escasa
el momento de presentarse, todos los problemas. Así, duración de una sonrisa o de un gesto malhumora-
sin teoría casi, sin casi ayudarse con libros, adquirió do. Estos recuerdos tienen bastante intensidad, tanta
sus conocimientos actuales de construcción de puen- que anulan la realidad circundante. El viajero son-
tes y caminos. Decididamente, ahora que parte el ríe, o se apena; se reprocha a sí mismo ¿qué?; vuelve
tren ya no es creíble que alguna mujer hermosa entre a sonreír; ahora se arruga su frente. Toda la historia
al coche y se siente al fácil alcance de su vista. Otra de su amor con Rosita Bertelli cae amontonada sobre
mujer de luto. Es joven, pero no lo suficientemen- su momento actual. Sin hacer esfuerzos, se deja estar.

56 57

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 56-57 7/8/16 1:36 PM


El recuerdo de aquel amor está presente, está enma- llo blanco volcado; como fondo de la figura, el cristale-
rañado, anacrónico y simultáneo. De entre el montón ro, sobre el cual da de lleno la luz eléctrica. El viajero
de escombros del recuerdo, escenas, figuras, paisajes, abre los ojos, entristecido. En la comisura de sus
cosas y palabras bailan una zarabanda silenciosa y labios se desliza un rictus agrio; eso es: agrio. El
triste, como los ruidos en los sueños. Apenas alcanza recuerdo lo entristeció agriamente. Ahora, abiertos
a descubrir la arrogante figura del tío Arturo — tío de los ojos, más bien medita. No le han dejado ser feliz; o
Rosita — cuando ya desapareció arrollada silenciosa- mejor: él no supo serlo. Pudo haber recogido la felici-
mente por otra imagen: la del cristalero del comedor dad como se toma sencillamente un libro en las
junto al cual ve ahora en el recuerdo la figura de Rosi- manos; sin embargo Rosita no pudo ser suya. ¿Por qué
ta; pero en seguida es otra vez Arturo, y ya no es éste los sucesos torcieron súbitamente el curso sospecha-
sino todos, y hasta parece en el recuerdo corporizarse do de esa historia? ¿Quién se interpuso, qué se opuso
una frase de ásperas aristas que le produce un tem- a ello? El la quería — ¡y cuánto, y cómo! — y ella lo
blor hasta físico, como la aproximación de una araña: quería, sí, sí. Todo les era propicio, aparentemente.
“¡Y has sido capaz…! ¡Váyase…!” Cuando prima esta Ningún terror amenazaba, aparentemente, la placidez
faceta del recuerdo, el rostro del viajero se contrae, se del idilio. ¿Por qué, entonces, el derrumbamiento tre-
arruga en un gesto malhumorado, como si las arrugas mendo de tanta sólida esperanza? Ah, ¡sí que perdió
fuesen tironeadas de repente. todo al perder a Rosita! Rosita había llegado a ser su
Una vez aparecida esta frase ya no desaparece del necesidad, su hábito; ya tenía él el hábito de Rosita
todo, sino que insiste tercamente desalojando figuras Bertelli. El viajero cierra nuevamente los ojos y se
y movimientos y entorpeciendo la reconstrucción cro- deja caer otra vez en la muelle dulzura del recuerdo.
nológica y metódica en el recuerdo de la escena aque- Ahora hay placidez en su semblante. La ve preferente-
lla en el comedor. “¡Y has sido capaz…! ¡Váyase!…” El mente vestida con el traje azul que llevaba el día aquel
quisiera eliminar esta frase, que es un agrio reproche, de la escena en el comedor. La ve caminar, la oye
y no lo consigue. Ahora, la frase trae como de la mano hablar. Tiene Rosita una manera de reir muy alegre y
la imagen de Rosita con aquel traje suyo azul con cue- suave; los ojos se le cierran casi, y son los que mayor-

58 59

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 58-59 7/8/16 1:36 PM


mente ríen, chiquitos y casi cerrados. Y los dos hoyue- ductas y elegir culpables. ¡Qué! El, y solamente él ha
los de las mejillas levemente combadas. De repente, sido el origen, la culpa, la causa, y por consiguiente, la
Rosita se transfigura; tiene una expresión áspera, víctima. Y, ¿qué consecuencias tuvo ese desastre
agresiva; instantáneamente, sin perder el vigor de su pasional? Nada: humo, aire… la nube que pasa ocul-
indignación, hay en el rostro de Rosita un desfalleci- tando los rayos solares durante un brevísimo momen-
miento. Y la frase que pronuncian sus labios, incorrec- to y continúa andando con su segura lentitud de
ta en su incontenida y eléctrica sinceridad, empieza tortuga; nada, nada; la imagen que el espejo refleja
con el habitual modo del tuteo criollo y termina en el por un instante y desaparece como por arte de encan-
imperativo de tercera persona. ¡Rosita Bertelli! ¿Qué tamiento; la palabra que oímos en la calle cuando
se habrá hecho de Rosita Bertelli? ¿Y Arturo? Ella estamos preocupados; el libro superficial; las miradas
vuelve a aparecérsele, esbelta y enojada; le ve el sem- de las muchachas pueblerinas en el tránsito del tren;
blante indignado o triste, con un poco de ira, de pena el saludo maquinal a un conocido cualquiera en el
y de dignidad en el instante preciso de un sacrificio tráfago de la calle; el “sí, bueno, eso eso” a las consul-
humano a un exigente Moloch. Decididamente fué tas del capataz; la cabecera de los documentos oficia-
aquél el instante preciso, exacto, de la desilusión. Tras les: “Olavarría, tantos de enero de mil novecientos…”
la desilusión ya no hay nada más. El viajero tiembla Alternan en él dos estados casi orgánicos, casi físicos;
nuevamente presa de la emoción retrospectiva. El por momentos, la tristeza, de alma y de carne, por la
recuerdo es ahora por su precisión psicológica y por dicha que dejó escapar de entre sus manos en el
su intensidad, tan actual como la escena de que nacie- momento exacto de la casi definitiva posesión — y la
ra. La angustia es presente, de ahora mismo. No qui- pesadumbre le provoca ese rictus en los labios, como
siera pensar más en Rosita Bertelli, pero después de de quien rechaza una medicina salobre y quemante;
cinco años de olvido, el recuerdo de Rosita Bertelli lo — en seguida, una conformidad de vencido, de defini-
ha despertado y ahora él ya no puede dormirse en la tivamente vencido. Y… ¡qué le vamos a hacer…! ¡Esta-
indiferencia de los pasajeros sucesos circundantes. ba escrito…! Y el remordimiento se ahonda y se
Quisiera también clasificar las culpas, calificar las con- extiende al reconocer él mismo su mucha culpa. Se

60 61

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 60-61 7/8/16 1:36 PM


suceden las estaciones al rechinante paso del tren entrar en el coche comedor. Esto recuerda a Julio
apresurado en la incesante persecución de estaciones, César que debe comer. Pero ¿tiene hambre? En el
entrando con interminable empuje en el abierto espa- comedor hay un ambiente de recogimiento artificial,
cio fácil. Ahora el tren no se detiene en las estaciones. de mutuo respeto un poco hipócrita, como un grupo
Buenos Aires es una enorme pampa verde y baja y de personas indiferentes en el velorio de un político.
mojada. En el crepúsculo es maravilloso el cuadro que Las conversaciones, a los dos metros ya son murmu-
realizan las gaviotas escoltando el arado del labrador llo, y a los diez minutos sólo se advierte de ellas cada
y picoteando en los surcos recién abiertos por las cur- intermitente suspensión: “Es hombre de doscientos
vadas cuchillas. Pone el flamenco en las lagunas su mil pesos”. Hay que sorprenderse una vez y no más de
presencia aristocrática manchando con su rosado leve estos temas y estos giros y lugares comunes y defini-
el intenso verde del pasto o la brillante reverberación ciones. “Está inundado todo el campo de lengua de
de las aguas. De vez en cuando repiquetea la prosperi- vaca”. Lengua de vaca es una hierba prolífica que se
dad agrícola en los henchidos galpones de cinc. El cre- desparrama como alfombra. ¿Habrá descendido en
púsculo sube del obscuro suelo y va a emborronar alguna estación la mujer aquella de hace un rato…?
aquel luciente pedazo de cielo, arriba, al fondo, donde Hace cinco años, el viajero comía, en este mismo tren
el sol se hundió ya. El coche adquiere cierta intimidad de las 17.52, con Rosita. Eso es: donde está ahora el
a las dos horas de conducir a los mismos viajeros, y señor aquel leyendo su diario, ahí estaba Rosita, con-
las bombitas eléctricas arropan a los pasajeros con tra la ventana, y él, Julio César, a su lado; frente a Rosi-
una confianza de velada familiar. La mujer vestida de ta, doña Aída y a su lado, Arturo. ¿Que si le había
luto se encuentra como en su casa y se desprende el gustado Buenos Aires…? Francamente, “mucho bulli-
tapado; ahora se destoca y desliza suavemente el cio”. “Buyisio”, pronunciaba ella, como todos los argen-
sombrero en el asiento delantero con cuidados de tinos; y el viajero, al recordar ahora, y casi oír, o volver
madre con un niño de pecho. El hombre de las male- a oír, esa palabra entonces pronunciada varias veces,
tas forradas de brin — deben estar viejas y rotas las sintió renovarse el mal humor. Mágica virtud la del tal
maletas — abandona el salón seguramente para vocablo: trajo consigo la imagen de Rosita y los por-

62 63

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 62-63 7/8/16 1:36 PM


menores de la comida en el tren, y de la larga sobre- una familia decente, de la crema pueblerina, de la
mesa. Buenos Aires… sí… “A mí, déjenme mis dos aristocracia de ciudades del Interior, un solterón es
viajecitos anuales…” Y Arturo sonreía maliciosamente. un espectáculo deshonesto por lo que sugiere más
Claro, por más interesantes que sean todos, al fin la que por lo que realiza, y por lo que esconde más que
plática se aduerme en espaciadas frases lentas. Sola- por lo que muestra. Un casado puede tener alguna
mente los dos enamorados charlaban todavía. Arturo veleidad con una mujer, o con dos; pero el solterón
daba vueltas a las hojas de una revista ilustrada. vive de eso: de tentativas sucesivas y renovadas. No
¡Cómo se aburría doña Aída! En un instante, mirando repara en solteras, casadas o viudas; no distingue
de reojo e hipócritamente a doña Aída, Julio César se entre muchachitas recién florecidas mujeres, lo que se
imaginó a Rosita con veinte o acaso treinta años más dice “de edad, que ya tienen su edad…” y hasta…
de edad encima de su semblante. “Tendrá esa misma hasta… ¿por qué ahuyentar esa idea si no es la prime-
cara de aburrida, bastante sosa, como la madre ra ve que se adueña de su pensamiento…? Sí; el hom-
ahora…” Gira de improviso la cabeza como las lechu- bre solterón salta todas las barreras y se atreve
zas y mira a Rosita, tan dulce, con su belleza limpia de hasta… a… ¡Qué horror…! ¡Oh, no, no…! Piensa Julio
sofisticaciones, fresca, sonriente, sabrosa como duraz- César: “¿He de ser yo como todos, malpensado, chis-
no. La descubre negando — ¿qué? — insistentemen- moso…?” El hubiera querido, hace un fugaz instante,
te. “Pero no, tío, no…! ¡No fueron los Molinas ni los mostrar a don Arturo los ojos encendidos de rabia y
Iturbides fundadores del pueblo, no…!” Y la sonrisa de los puños crispados pronto a enrostrarle su sospecha-
Arturo, el tío de Rosita, le entraba en las carnes a él, a do crimen pasional… Hubiera querido también hacer-
Julio César, y le arañaba, y le encendía el mal humor y le alguna ironía mordaz, incisiva, penetrante como
el rencor. Arturo debiera casarse, que ya es hora ¡sol- una inyección intramuscular; en fin, hubiera querido
terón impúdico! Debiera arreglar su vida de una vez demostrarle a don Arturo que “él, Julio César, sabía
por todas y no ir a salto de mata para enlazar entre aquello… aquello que estaba viendo… esa amistad…”
sus cariños, unas tras otras, tantas mujeres de toda Quería acaso demostrarle que estaba pronto a buscar
clase y condición. ¡Hasta en la ranchería se mete! En una solución, pacífica o violenta, hipócrita o primitiva.

64 65

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 64-65 7/8/16 1:36 PM


Y nada de eso; instantáneamente, tuvo una recóndita Agustina! — de Julio César por su “fuerza primitiva”?
vergüenza, por él, o quizá por Rosita. Avergonzado de “Me gustas porque eres bastante salvaje… quiero
su horrible sospecha, y para hacerse perdonar el mal decir… porque te enojas y no la vas con tantas elegan-
pensamiento, quiere ahora congraciarse con don cias… quiero decir…” Y no salía de ese balbuceo psico-
Arturo, y, por si acaso ellos hubiesen advertido un lógico. “Y cuando te enojas, me gustas más”, solía
fleco de su pensamiento pecaminoso, él sintió la nece- añadir finalmente María Agustina… ¿Dónde estará
sidad de mostrarse amable. “Yo he oído decir que los María Agustina, ahora…? Vaya uno a entender a las
Molina fundaron el pueblo; lo oí no recuerdo dónde, y mujeres… ¡Y esta Rosita que parece querer precisa-
no una sola vez…” Y la respuesta, ingenua y categórica mente lo contrario de lo que quería María Agustina…!
de Rosita: “¡Pero no, si es imposible…” A Julio César le Lo mejor no es acomodarse a ellas, sino seguir siendo
gusta verla apasionándose por algo; con don Arturo tal como uno es en realidad; si nos quieren, bien; y de
suele Rosita discutir, acaso porque don Arturo encien- lo contrario, adiós. Pero, ¿y cuando es el hombre el
de la polémica por puro gusto, sólo para verla animar- que ama verdaderamente, de veras, definitivamente?
se y alegrarse. Julio César se descubre a sí mismo un Conviene, entonces asegurarse el cuerpo y el alma de
tanto serio y grave; demasiado serio y grave para su la mujer amada; que no se nos escape su cariño; que
edad. Don Arturo conoce mejor estas maniobras del no se nos escape su sonrisa. Conviene, entonces, ser
amor… ese don de conversar con las mujeres y conse- algo parecidos al ideal de ellas, al tipo que ellas
guir animarlas. Sabe entretenerlas. ¿No le preguntaba desean en sus sueños azules. ¿Ella se ríe, a ella le
los otros días a Rosita si era verdad que las cortinas gusta reirse? Pues habrá que hacerla reír: esto es
de canceles y ventanas se usaban según dictados osci- claro, es evidente. ¡Y qué bien lo entiende Arturo!
lantes de la caprichosa moda? ¿Qué quieren más las Jamás una mujer debió aburrirse con Arturo. Cuando
mujeres: lo frívolo y superficial, o lo intenso y fuerte? no tiene nada que decir, inventa cosas, a lo mejor
Porque él, Julio César, no era precisamente frívolo ni cosas sin absolutamente ninguna pero ninguna
superficial; al contrario. ¿No se había enamorado importancia. Y cuando está cansado de hablar, las
María Agustina — ¡qué se habrá hecho de María hace hablar a ellas, preguntándoles, por ejemplo, qué

66 67

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 66-67 7/8/16 1:36 PM


diferencia va del punto París al punto… qué sé yo… mira con sutileza en los ojos de don Arturo; quisiera
Ah, pero mientras que Arturo tiene esa innegable gra- decirle que reparase en su hermoso y nutrido cabello
cia en la conversación, en cambio… avanza la calva… y negro y abundante. El mundo de pensamientos e
se aclara en gris su cabello. Y tiene ya cuarenta años… intenciones de Julio César pasa inadvertido para don
¡Eh, eh…! Se va hundiendo en la vejez. En cambio, él, Arturo, quien solamente entiende los conceptos sim-
Julio César, está en la dulcísima y fresquísima juven- plistas que traen las palabras. Quisiera Julio César
tud. Le podrá ganar Arturo en superficiales habilida- encontrar el modo de traducir su ambición accidental:
des de seductor de salón… pero la pierde tratándose mostrar sus ventajas, sus veintiocho años, su auténti-
de algo tan fundamental como la juventud. Veintiocho ca juventud, sus músculos ceñidos, su cabello abun-
años, contra cuarenta; la nutrida cabellera negra, con- dante… Don Arturo debe tener seguramente sus
tra el escaso cabello gris…; la sinceridad — ha de enfermedades… o sus debilidades orgánicas: caries,
haber cierta fuerza en la sinceridad — de su torpe tortícolis, dolores en las espaldas, en las caderas,
cariño, contra la hábil experiencia amorosa… Y siente algún reumatismo… ¿Y si dijera, por ejemplo, que qué
deseos irreprimibles de mostrar a don Arturo todas será el reumatismo? Así podrían hablar de enferme-
sus ventajas físicas. Se acoda en la mesa, sabiendo que dades y tendría ocasión entonces de decir que él no
es incorrecto eso, y como cansado… — ¿cansado de tiene absolutamente ninguna. La comparación le
qué? — se pasa la mano por la cabeza con intención beneficiará. Para triunfar mejor, haría alguna ironía
manifiesta de atraer hacia su cabellera la mirada de mordaz contra los Don Juanes decrépitos que, mien-
don Arturo… y de Rosita también… mientras mira al tras declaman la dulzura de su amor a una doncella de
que habla, haciéndose falsamente el interesado en la quince años en una noche de luna, un erupto les inte-
charla. Se aplica la mano en la frente y la desliza por la rrumpe la declaración… Ah, pero, ¿por qué recurrir a
nuca y la lleva hasta el cuello por detrás. Sabe que es estos extremos… una conversación sobre enfermeda-
incorrecto eso, y repite cinco o seis veces la maniobra. des…? Rosita sería capaz de echarle un balde de agua
“Las lluvias del año catorce no filtraron, y así se hizo fría. “¿No hay tema más amable?” Rosita prefiere lo
la laguna…” Interviene en la conversación, y al hablar frívolo, lo alegre, lo vivo, interesante, pintoresco, y se

68 69

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 68-69 7/8/16 1:36 PM


detiene siempre al insinuarse lo triste y desagradable. labios un montón de frases que al fin y al cabo le gus-
Por eso oye tan complacida las cosas de don Arturo; y tan a él. Ella pensaría en sus palabras, en vez de pen-
por eso también siempre detiene a Julio César: sar en las animadas cosas de Arturo. Ella pensaría
“Bueno, bueno; está bien; dejemos eso; pero… ¿por “¡qué interesante es mi novio!” Porque ahora no es
qué me vienes siempre con cosas tristes…?” Y así. Ahí eso precisamente lo que suele pensar ella de él; al
está el secreto. Para ganar y conservar el corazón de contrario; ¡cuántas frases y palabras reprochándole
Rosita, hay que ser alegre, hay que renovar incansa- su conducta cayéndose continuamente en la lamenta-
blemente la anécdota viva e interesante. Eso es… eso ción y la tragedia! “¿Otra vez con reconvenciones? Vas
es… Por más joven que sea Julio César, si continúa con a morir joven”. O sino: “No hiles tan delgado; no te
esa conducta reservada y ocultadora de sospechas, atormentes con eso”. O aquella vez: “¡Pero vas a aca-
seguramente se encontrará un día con que Rosita ya barla? Si no te ascendieron, habrá sido por tu culpa,
se cansó de él. Hay que estudiar los modos de don por tu falta de habilidad para congraciarte con los
Arturo, y apropiárselos. ¿Cómo se explica, si no, que jefes. Además, no importa. Otra vez será. ¿Te vas a
en un viaje de cinco horas Rosita se encuentre más lamentar toda la vida? Estoy segura de que no sos
animada, mucho más animada, con su tío cuarentón simpáticos a tus jefes”. La objeción inmediata fué anu-
que con su novio que no tiene todavía treinta años, y lada: “¡qué orgullo ni qué dignidad… en eso… qué
que ¡caramba! es su novio? “Ella debiera preocuparse tiene que ver eso con una compostura afable y amable
un poco más de mí…” Pero es que él, Julio César, es con los jefes…! Es que vos sos así…” Y en lo íntimo, él
quien debe preocuparse de ella y animarla… Una de reconocía cuánta verdad rebosaban las palabras de
dos: o ella se hace un poco grave y soñadora y triste Rosita. Solía callar porque intuía que, de continuar, se
como lo es él, o él se hace interesante, conversador y embarraba más, conquistando nuevos reproches, y, lo
superficial, como es ella. Sí, una de dos. Entonces es que es más triste, nuevos reproches fundados, bien
necesario encender un poco de animación en la con- fundados. Las palabras de Rosita caían en Julio César
ducta y en las palabras, que así le place a ella, y así se con la fuerza convincente de lo que es absolutamente
ganaría la atención de su novia y arrancaría de sus verdadero. La sinceridad de Rosita intimidaba a Julio

70 71

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 70-71 7/8/16 1:36 PM


César. En sus reproches, Rosita llegaba a tales extre- nadamente que pensaba renovar sus ejercicios; juga-
mos de adivinación psicológica, que alguna vez Julio ría otra vez al football, y en Buenos Aires concurriría a
César tuvo miedo de pensar — solamente pensar — las regatas, y, en fin, dedicaríase nuevamente a los
algo sutil y bochornoso, para que una inflexión de voz deportes. “A los quince años de edad, un chiquilín,
o un brillo de la mirada no denunciase su escondido gané una carrera de resistencia en un torneo del Club
pensamiento a Rosita. Alguna vez creyó oír, de los Almagro…” Inventó nuevas destrezas físicas e inventó
labios de Rosita su propia conciencia. Por eso temía otros triunfos deportivos. Y sin embargo, entristecíase
mostrarse agresivo con don Arturo; seguramente no al descubrir que ni don Arturo ni Rosita se molesta-
diría Rosita, como cualquier otra mujer en ese caso: ban. ¿No entienden… o no quieren entender…? Y en
¿Qué ocurre? No, no; Rosita sabría inmediatamente la Julio César nacía el rencor, el despecho, como de quien
razón de todo movimiento desacompasado de Julio ataca un muro con la hoja de una navaja y descubre
César. De cometer cualquier torpeza, un pedazo de que el arma se mella y el muro continúa sólido y pesa-
torpeza, una insinuación ligerísima, superficial, en do. En cierto momento tembló: “¿Y si en una de esas…
seguida, inmediatamente, insólitamente Rosita hubie- se me escapa… y se lo digo con demasiada clari-
ra leído su propia conciencia. ¡Es horrible! Aquella dad…?” Sería la tragedia; y perdería, él, y perdería
cena en el coche comedor fué más bien alegre y ani- todo; y saldría malparado, ridículo, grotesco, infama-
mada, sí, pero dentro de Julio César se incorporaba, do él, que no ellos… Y casi tiembla de veras físicamen-
áspera, hirsuta, la obsesión. Ya no podía abandonar el te al intuír la pérdida irreparable, irremediable, de
nefasto pensamiento; o el pensamiento terrible no le Rosita, porque la quería, la amaba, le era necesaria,
abandonaba ya a él, acaso porque sin querer habíase habíase acostumbrado a su presencia, a sus palabras,
encontrado en posesión de un argumento precioso: a su confianza… y hasta a sus reproches. Sí, sí; ya eran
“le voy a demostrar cuántas ventajas le llevo, en edad, íntimos, y descubríanse — ella a él principalmente —
en salud, en fuerza, en esperanza, en mi futuro, en los más escondidos pedazos de ideas y sentimientos.
todo. La vida es mía; puedo conquistarla”. Y cometió la Y hablaban ya como definitivamente amigos: “Cóm-
torpeza de cortar una conversación para decir inopi- prate una echarpe de seda; es elegante la seda y abri-

72 73

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 72-73 7/8/16 1:36 PM


ga…” Y él agradecía esa solicitud maternal; y esa No pudo más: “Los dejo…” e hizo un ademán equívo-
dulzura de Rosita le era necesaria como el agua y el co… “Los dejo” podía entenderse de dos maneras: o
aire, y como las manos, y como la vista. Sería horrible “me voy”, sencillamente; o maliciosamente: “los dejo
perderla. Y adhería a ella dulcemente. Ya tenían al fin solos a ustedes…” Pero ellos entendieron senci-
mucho camino andado; muchos defectos de él los llamente “me voy”, porque don Arturo se asombró:
conocía ella y los perdonaba. Y él agradecía esa tole- “¿Pero no esperaba el té, amigo?” ¿Qué contestó él, en
rancia, ese afecto, esa inalterable simpatía. Se sentía su furor incontenido? Ahora, a cinco años de distan-
como en el regazo de una madre. ¡Oh, fuera la dicha cia, parece recordar algo así como esto, en labios de
perfecta y total si…! Y Julio César no puede arrancarse Arturo, incorporado, violento: “¿Cómo que solos?” Y,
la tremenda sospecha. Aquella vez del viaje juntos a esto sí, nítidamente, vuelve a ver la imagen de Rosita,
Veinticinco de Mayo, descendieron en la estación en en la esquina del cristalero, con su traje azul de viaje y
plena noche oscura y amenazada de lluvia; sin embar- el cuello blanco volcado, y la oye pronunciar con vigor,
go, fueron a pie hasta la casa de Dª. Aída. Entraron al hasta con rabia, ofendida, varonil, acaso un poco des-
comedor a tomar té, que haría Rosita sin despertar a preciativa: “¿Y has sido capaz de creerlo? ¡Váyase…!”
Ramona. Después del té, como estarían cansados, él, Ahora, a cinco años de distancia, el recuerdo vive fres-
Julio César, se iría. Entraron al comedor. Rosita se des- co todavía. El tren sigue corriendo. Ancha e intermina-
prendió el tapado. Dª. Aída pretendió hacer ella el té. ble es la pampa. Es de noche. La iluminación no deja
Quedaron en el comedor don Arturo, Rosita y Julio ver el paisaje. “¿Habremos pasado ya por Veinticinco
César. Julio César caminaba por la habitación. Hubiera de Mayo…?”
querido estar solo con ella. “¿Hasta aquí me persigue
este hombre antipático…?” El sabía dos cosas: que
Arturo vivía con ellas, como hermano de Dª. Aída y tío
de Rosita; y que nunca lo dejaban solo a Julio César
con Rosita, y menos lo dejarían a esas horas de la
noche y cansados todos, y después de tan largo viaje…

74 75

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 74-75 7/8/16 1:36 PM


La aproximación de la Muerte

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 76-77 7/8/16 1:36 PM


Aquí están las valijas. Se trata, sencillamente, de
coger las valijas, salir a la calle y echar a andar. Se
trata de un viaje. Si, por ejemplo, quisiera ir a Quil-
mes, tendría que coger las valijas, subir al tren en
Constitución y apearme en Quilmes; y en todo
emplearía poco más o menos tres cuartos de hora. Un
viaje a Rosario dura seis horas. Si quisiera dar la vuel-
ta al mundo el viaje sería más largo. La diferencia
entre un viaje y otro lo establece su duración tempo-
ral. En el último caso supuesto, “regresaré a casa
mucho después de haber partido”. Comprendido y
sentido este supuesto como realidad, es cuestión
ahora de alargar un poquitito más la duración del
viaje, y sentir la idea de “no regresar de él”. Razonan-
do bien, despacio, serenamente, y buscando las cir-
cunstancias coincidentes, uno descubre que ese viaje
es como todos los demás, solamente que más largo y
sin regreso. Es un viaje, nada más, a un país ignorado.

79

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 78-79 7/8/16 1:36 PM


O acaso a ningún país. Eso es: un viaje. Tan verdad es sabe dónde, sin regreso, pero viaje, como un viaje
esto, que antes de ocurrírseme a mí esta semejanza, cualquiera, por ejemplo a Montevideo. Yo quería al
ya era un lugar común; todo poeta de veinte años, principio comprender esta idea del viaje, transformar-
frente al primer frívolo contratiempo amoroso, reac- la dentro de mí, de idea en sentimiento; familiarizar-
ciona con “el viaje del que no se regresa”, aunque me tanto con ello hasta llegar a una unidad, como yo y
nadie pase de la sencilla reacción verbal. Pero yo esta mi nombre, yo y mi voz, yo y mi expresión. Yo y ese
noche he vuelto a inventar la comparación como cada viaje… Yo y ese viaje, unidad que no puede disociarse.
madre en cada parto descubre siempre por primera Fatalidad inexorable, de la que no se puede escapar, a
vez el alarido. Yo también, antes de ahora, conocía eso la que hay que obedecer, que ha de llegar a determina-
del “viaje del que no se regresa”, pero solamente esta da realización, como la inminente madre sabe desde
noche tuve la comprensión exacta, trágica, de su signi- antes que en la hora del parto tendrá que llorar para
ficado. La anterior era una comprensión aproximada, dar escape a su tremendo dolor físico. Llegar a sentir-
pálida, como la niña al acunar a su muñeca intuye — me obligado al viaje, de modo que ya mi voluntad no
pero no es — a la madre acunando la caliente carne podría oponerse al acto. El acto vendría naturalmente,
rosadita del auténtico hijo; y como las cosas del espe- convencida la voluntad, vencida la voluntad — por
jo no son la realidad material de las cosas en él refle- eso insistía en la idea del viaje. Pero por momentos
jadas. Esta noche siento por primera vez la idea del me sucedía todo lo contrario de lo que buscaba: las
viaje. Efectivamente; se trata de un viaje. Nada mejor palabras no tenían ninguna forma, no contenían nin-
que comparar el acto que voy a realizar, con un viaje. gún concepto; yo no encontraba ningún saliente por
Viaje. Rosario. Viaje. Valijas. No se regresa. Desde ano- donde asir la palabra; se me escapaba su significado;
che tengo en la cabeza esta idea esencial del viaje y la las palabras se habían gastado, descolorido, desinfla-
he dado mil vueltas, mil formas, mil aspectos. Rosario. do. Viaje. ¿Y esto era una palabra? Esto: “viaje”, ¿pudo
Más lejos. No se regresa. Pero siempre aparece el haberme creado tantos distintos estados de espíritu?
punto de partida y nunca el puerto de llegada ni nada Como frente al retrato de aquel tío nuestro, aventure-
referente al regreso. No se regresa. Un viaje a quién ro y mujerengo, a quien conocí por un retrato donde

80 81

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 80-81 7/8/16 1:36 PM


aparecía octogenario, él, de quien oyera tantas equí- ensombrecía los momentos más gozosos; que apare-
vocas historias, que me asombró, y yo asombré a mi cía intermitentemente en medio de nuestra sereni-
madre: “¿Pero éste es tío Eduardo?” Las palabras tam- dad; uno ha suprimido ese insistente roer del temor
bién se avejentan y se mueren. Ya no me evocaban en la imaginación, ese roer que hasta trasciende al
nada; o desfallecían como en un crepúsculo en que no temblor físico y a la palidez del semblante, ese tem-
es ni día ni noche; o como cuando aprendemos fran- blor lleno de angustias hasta el sobresalto; uno lo ha
cés; soin, cuidado; y después de un rato; ¿soin?, ¿soin? suprimido a costa del fracaso del examen. ¿Y qué?
Y la palabra no evoca nada, no dice nada. ¿Soin? ¡Ya Uno ha obtenido una segura tranquilidad. “Se ha liber-
está. rincón! No, rincon es coin. Soin: cuidado; eso es. tado”. O como el reo a quien van a fusilar, que está más
Pero llegamos fríamente, como llorar sin ganas, Pala- tranquilo y sereno haciendo camino hacia el banquillo
bras frías, frías, vacías de sentido, o apenas con un en la mañana gris y tibia perforada por cuatro notas
sentido pálido, exiguo. Ahora estoy atosigado con la de pájaros, más tranquilo, más sereno que cuando en
idea del viaje: es como un empacho de bombones; ya las largas y retorcidas horas de la obscura noche se
no digiero, ya no resisto más ninguna nueva interpre- alimentaba con la amarga esperanza de las Damas de
tación del viaje; mi imaginación ya está harta y no Beneficencia que iban — o no iban — a traer la suspi-
acepta nuevos aportes. Entonces, cambio el simil, rada conmutación de la pena. Eso es: una liberación.
cambio las palabras; tomo otro camino, o mejor, qui- ¿Y qué? Vendrá otro estado físico, otro estado espiri-
siera ir en la misma dirección, pero por medio de tual, otra comprensión del misterio, que no puede ser,
otros vehículos. Otras palabras que alimenten mi tra- ¡oh Dios!, peor que lo que se abandona voluntaria-
bajo de convencer a mi voluntad. Y me digo: es una mente. Se trata de abandonar un estado de inquietud
liberación. Eso es: una liberación; como cuando uno inaguantable en la duda, por un estado de certeza en
debe rendir examen y lo rinde y lo reprueban, pero el dolor, o, quién sabe, acaso algo sin inquietud… Y
uno ha suprimido de su vida la angustia previa, aque- esto está en mí desde antes. Desde niño. Cuando
lla angustia que empalidecía las alegrías, que quitaba cometía alguna falta en mi infancia (¿dónde quedó
la alegría al paseo, que restaba calor al amor, que rezagada en el tiempo aquella infancia mía?), viendo a

82 83

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 82-83 7/8/16 1:36 PM


mamá, o al maestro, perforar y revolver la travesura una carga. Uno lleva una carga, una pesada carga en el
mía en la búsqueda del autor, me adelantaba a sus alma, tan pesada que hasta le descompone la figura, le
averiguaciones: “Mamá, he sido yo”; o “Señor, yo lo he aclara la sangre del semblante, le afloja las rodillas, y
hecho”; y no por virtud ni por valentía, sino para le produce esos ridículos temblores de los dedos. Se
suprimir de mi vida esos momentos de duda; sacrifi- trataría, sencillamente, de descargar ese peso, o de
caba la probabilidad de quedar impune para ganar la suprimir esos efectos. Una liberación. Pero es inútil;
certeza de eliminar la angustia; y entonces caía en el no me agrada esta idea de la liberación; es vaga; es
castigo, lo buscaba; era un vértigo. Lo mismo en el más mental que la otra del viaje; no está ayudada por
cuartel; nunca el teniente me castigaba los primeros los sentidos primarios, como eso de ver por ejemplo
días de la semana; aguardaba el sábado para que yo las dos valijas, o de oir el ruído de hierros del tranvía
quedase arrestado el día siguiente, es decir, el domin- para comenzar el viaje del que no se regresa. La idea
go, día único de cita con la chica. “Soldado, está arres- del viaje golpea más fuertemente mis sentidos. Ahí
tado mañana”; esto no lo decía nunca un lunes, por están las valijas. Quisiera actualizar materialmente lo
ejemplo, sino los sábados. Y entonces, cuando en los que sólo es proyecto imaginativo de un suceso posi-
ejercicios o maniobras de las horas de un lunes o mar- ble, quisiera anticipar el suceso, o mejor, ensayarlo;
tes era yo sorprendido riendo o conversando con por eso miro las dos valijas que anoche, apenas regre-
algún compañero, la duda tremenda, inquietante, sara a casa, bajé del techo del ropero. las cojo en mis
larga hasta el sábado, de si iba — si o no — a ser cas- manos. Como ganchos mis dedos aferran las manijas.
tigado con el arresto del domingo, la destruía yo Y quisiera tener una anticipada sensación del viaje;
mismo, la eliminaba, de repente, insistiendo en la falta simulando un imaginario viaje a Rosario, podré con-
hasta provocar yo mismo en el teniente la decisión seguir una anticipada sensación de lo que ha de ser
castigadora. La decisión, es decir, mi liberación. Ya ese viaje a no sé qué país de donde ya no se regresa.
sabía entonces que el domingo próximo no podría Pero no me deja intuir esta sensación, el verme tan
salir del cuartel y consiguientemente no podría verla; grotesco calzando zapatillas viejas y rotas; y además
y le escribía a ella. Me libertaba. Eso es; libertarse de en calzoncillos. ¡Qué curioso! Un hombre que se va a

84 85

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 84-85 7/8/16 1:36 PM


suicidar no debiera percibir las cosas exteriores aje- que ya había determinado no tenerlo más. Un hombre
nas completamente a su absorbente problema actual; que pasaba por lo mío, no debía descubrir ciertos
y mucho menos esos objetos minúsculos, deleznables, detalles. Al contrario: debía sujetar todos los actos de
ridículos. Estoy en zapatillas y calzoncillos. No se con- su escasa restante vida, al fin a que iba a rematar. Ya
cibe un hombre trágico, por ejemplo, comiendo talla- que iba a suicidarme, ¿para qué me agaché a buscar el
rines o caminando por su pieza en ropa interior. Y el botón debajo del ropero? Ahora recuerdo el caso de
hombre, por más trastornado que esté, sabe que debe Felipe, que la noche más terrible de su vida jugó una
cumplir ciertas conductas especiales y que no debe partida de billar con un aficionado más hábil, proba-
realizar otras. Estoy en zapatillas. Anoche, al llegar a damente más eficaz, y sin embargo, el hombre que
mi escasa habitación, diluído todo yo en mi tragedia, cargaba una pesada tragedia terminó ganando la par-
mientras continuaba pensando en mis terribles cosas, tida. Ganó Felipe, y esa misma noche, es decir, tres
me fuí quitando el sombrero, el saco, el cuello, todo, horas después, el hombre saltaba una verja, abría una
como quien vuelve a su casa en paz consigo mismo puerta y descerrajaba los cinco proyectiles de su
por haber cumplido su día sin ninguna transgresión revólver sobre dos seres humanos. ¿Como pudo ganar
moral pensando en la comodidad del pijama. Yo hice aquella partida de billar, en el estado físico y moral en
eso. Es curioso: el botón del cuello, el botón “que ya que se encontraba? Son misterios que ahora yo com-
no iba a usar nunca más”, se me había caído, con el prendo perfectamente. Se hizo la luz en mí. Uno se
temblor de mis dedos; y además de haber oído su rui- familiariza tanto con su nuevo estado orgánico y espi-
dito saltarín y apenas acristalado, lo seguí con la vista ritual, que acaba por descubrir la diferencia que esta-
hasta que penetró como una rápida cucaracha debajo blece con los otros, los que no conocen la tragedia;
del ropero; y me incliné y lo busqué debajo del rope- uno acaba por tener en menos y despreciar un poco
ro; y lo extraje y lo coloqué en su sitio habitual, en un — hasta en el dolor hay vanidad — a las gentes que en
bote de vidrio que antes contenía una pasta para los su vida jamás han sufrido golpes que pudieran hun-
dientes. ¿Por qué, si ya no lo iba a usar más? Hice todo dirlos en la muerte. Piensa: yo he estado a sólo dos
eso como un hombre que tuviese día siguiente, yo, segundos de la muerte. Y esta aproximación de la

86 87

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 86-87 7/8/16 1:36 PM


muerte le da, además de orgullo y serenidad, una evi- demás, sólo que menos apasionado. Es que el hombre
dente superioridad sobre los demás. Como miraría a que se ha mirado en el espejo de la muerte, regresa
una recién casada, la mujer que ha sido ocho veces como quien acaba de descubrir la forma de su con-
madre, hablándole desde su conocimiento del dolor ciencia y la de todos, con sus virtudes y miserias, y
supremo, de partos y alaridos. Las otras gentes, las adquiere el prestigio como en la Edad Media de quie-
pobres, las ignorantes, no saben que uno ha estado a nes decían haber visto por los caminos en la aparien-
dos segundos del gran misterio. Es la sensación curio- cia de un barbado vagabundo, a N. S. J. C. Regresar del
sa de superioridad que gana un hombre verdadera- borde la muerte. Esto modifica el carácter gravemen-
mente grande, un sabio, un santo, al encontrarse un te. Después de esta noche, si yo no me matase por fin
día anónimamente mezclado con una turba que alarga — que si me mataré,, lo digo sencillamente —, des-
su cuerpo de víbora en una manifestación, pensando: pués de esta noche, si no resolviese de modo claro y
“he aquí cien mil individuos que pasan a mi lado y terminante mi situación, yo introduciría en las con-
todos me ignoran”. Así es la superioridad del hombre versaciones, modismos especiales míos, ganados esta
que regresa de la muerte y vuelve a mezclarse con los noche, comprendidos esta noche, sentidos en toda su
dos millones de habitantes de su ciudad. “Estas gentes intensidad esta noche; modismos aparentemente tri-
no saben que yo he estado tan cerca de la muerte, o viales, insubstanciales, pueriles, pero fundamental-
que voy a entrar en ella”. ¿Cómo no se ha de regresar mente preñados de sabiduría máxima; yo diría,
de las proximidades de la muerte, con una sabiduría y sencillamente: “Eh, sí, sí”, como único comento de
una serenidad máximas? Ahora que las gentes pien- algún problema que los demás discutirían vivamente;
san que el suicida frustrado debiera constituir un y éste “Eh, sí, sí”, contendría una suma tal de sabidu-
espectáculo inusitado, sorprendente, fuente de verda- ría que no podría destrenzarla en otras frases de sola
des de ultratumba. ¿Qué verdades nuevas, qué descu- superficie. Es innegable que el ser humano que estuvo
brimientos morales, qué cosas trascendentales dirían a punto de hundirse en el misterio, debe tener impre-
esos lívidos labios? Y se sorprenden las gentes al sas en su retina algunas visiones del más allá, debe
encontrarse con un hombre sensato, como todos los haber ganado alguna comprensión de la vida y la

88 89

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 88-89 7/8/16 1:36 PM


muerte que sólo se podría ganar de ese modo; en esos amiga puede ocultarse o eliminarse con un sencillo
momentos, deben de haberse afinado sutilmente acto quirúrgico y sólo por cuatro pocas monedas, y
todos nuestros sentidos, y los sentidos que acaso ten- después resulta que esa integral confianza que hundi-
gamos y no lo sabemos, y aquello llamado general- mos como un buque en la expresión tan maternal de
mente intuición; y entonces uno se carga de otros ancianas así, esa confianza que calentaba en su seno
conocimientos y sentimientos. Lo que yo he descu- una inminente gratitud hacia la sospechada salvadora,
bierto esta noche, al aproximarme a la muerte, han esa confianza casi gratitud regresa a nuestro pecho
sido cosas graves; serenidad, orgullo, una cierta supe- vencida, derrengada, con enormes trazos de odio y
rioridad sobre la ignorancia de los demás respecto de rajaduras de decepción, como un mendigo a quien se
estos misterios. Otra causa de la serenidad de uno le puso delante el reluciente oro de la esperanza del
nace de la comprensión verdadera de su propia alma; yantar y se le escamotea a golpes sarcásticos de risas
uno no es tan malo como creía; y esto sólo se llega a y befas… ¿Para qué pensé esto?… Ah, sí: para explicar-
saberlo exactamente en noches como la mía que me cómo se descubre la existencia de personas cuya
acabo de pasar,, que estoy pasando; y es que uno en maldad es tan refinada que naturalmente uno tras
cierto momento al mirar alrededor del tiempo descu- sentirse su víctima injustamente, adquiere cierta
bre en el montón de figuras fantochadas que son las superioridad, cierta serenidad, suscitadas por la reac-
gentes, algunos ejemplares marcados por el signo ción de la justicia y la bondad. ¡Oh, Señor, uno no es
maldito de Satán, fantoches terribles por la sonrisa o tan malo, no! Uno puede haber provocado sin querer-
la hipocresía con que cometen sus crímenes y delitos, lo — ¿cómo iba a quererlo no siendo ni un criminal ni
fantoches trágicos en la impasibilidad con que acome- un inconsciente? — algún irreparable dolor, y se casti-
ten empresas de cuyo resultado se sospechan vehe- ga a sí mismo — yo me castigaré esta noche —, pero
mentemente lágrimas, alaridos, angustia, muerte, mira a su alrededor y ve cuántos crímenes se cometen
como, por ejemplo, esas mujeres con traicioneras conscientemente, queriéndolos cometer, por maldad
caras de madre que nos cabijan tan tibiamente en la de alma; y el que no es malo de alma, algo se consuela
esperanza o la certeza de que el pecado de nuestra con el resultado de la comparación; y ese poco de con-

90 91

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 90-91 7/8/16 1:36 PM


suelo calma y aquieta los encrespados embates del espíritu enfrentado a una decisión tan grave. Nada de
remordimiento, y hasta suscita la, de que ya hablé, eso. Las gentes han sido engañadas. Fueron engaña-
serenidad para ver y juzgar. No hay que asombrarse das por su imaginación, en primer lugar; y en segundo
de la serenidad que uno administra todavía en los lugar, por la costumbre de oir en los corrillos a media
momentos íntimamente más terribles. Eso explicaría voz que siempre semejantes sucesos fueron precedi-
por qué yo ahora, aunque físicamente extenuado y dos por conductas escandalosas en sus manotadas y
espiritualmente deshecho, podría ganar una partida alaridos; y, por fin, por los novelistas que nunca se
de billar jugando contra un adversario más hábil en quisieron suicidar y que consiguientemente hacen
acumular carambolas. Tendría un poco en menos a mi mover sus personajes como autómatas sujetos a un
adversario. Luciría yo una digna seriedad. Las gentes plan puramente intelectual. ¡Frases de repertorio
que nunca han querido seriamente matarse, ignoran guignolesco, la noche decisiva! Nada de eso. No es ver-
qué tranquilamente transcurre y concluye la noche dad que, al emprender el viaje a la muerte, uno cami-
última. Creen que un inminente suicida precede su na por su habitación a pasos enérgicos, ni que
tiro final con gestos histriónicos de dolor convulsivo. profiere de vez en cuando gritos estridentes contra el
¡Pero si precisamente ese acto es por esencia contra- Destino, en medio de convulsiones tremendas, echán-
rio a cualquier incrustación teatral! Es el acto absolu- dose sobre la cama y llorando abundantes lágrimas
tamente desprovisto de toda mancha de vanidad. (Yo salobres, mordiéndo las almohadas, mesándose los
procuraré, esta noche, no realizar ninguna acción cabellos, mirando hacia lo alto con los ojos saltando
vanidosa ni pronunciar ninguna palabra trascendental de sus cuencas. Ni menos, ¡oh, no, no!, ni menos pen-
ni escribir una sola línea). Es el acto humilde por sando ahincadamente en la causa primera y más prin-
excelencia, puro en su humildad. Y si no se piensa en cipal de todo. Yo no quiero absolutamente pensar en
modos de comediante, siempre presionará la idea de la causa de mi determinación fatal, y nadie sabrá
una nerviosidad que se alimenta a sí misma reprodu- jamás qué misteriosa razón moviera mi voluntad esta
ciéndose continuamente durante toda la noche. Una noche. Nada; yo no pienso, yo no quiero pensar en el
acción numerosa y ruidosa traduciría la inquietud del origen de lo que está pasando; tampoco lloré. Yo, ano-

92 93

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 92-93 7/8/16 1:36 PM


che, no lloré, Cuando finalmente determiné suicidar- mi pensamiento; se me había ocurrido que en mi
me, ya hacía rato que descansaba en una muelle mente los pensamientos producián ruídos capaces
quietud física, espiritual y mental, en un estado orgá- de asustar a los seres que estuvieran próximos. ¡El
nico casi perfecto — y no era la fiebre — por la armo- ruido del pensamiento! Anoche supe que los pensa-
nía del cuerpo con las facultades del alma, si no mientos hacían ruído. Después di cuerda al timbre de
hubiera sido por el recuerdo de… ¡oh, no quiero acor- llamada y el despertador sonó, sonó largamente,
darme!.. Decía que era una solución por cuanto resol- entrando ese sonar en la noche como un tirabuzón.
vía el problema, pues lo anulaba, De cualquier modo, Después estuve mirando mi sombra en las paredes;
era una solución, y me tranquilizó la certeza de que levantaba los brazos, gesticulaba, caminada, y me
mi acto implicaba la desaparición del problema de las observaba en mi imagen de sombra chinesca en los
intensas angustias del problema. Me tranquilicé. Y muros, que a su vez andaba y se cortaba en planos
pasé a otras cosas, a pensar en otras cosas. Porque no cada vez que encontraba a su paso el ancho ropero.
he estado todos los minutos de todas las horas de Después volví a darle cuerda al despertador, sonó otra
anoche pensando en el acto que iba a realizar; he vez y se me ocurrió que ese sonar tan claro y pene-
cumplido conductas ajenas a él, como un jockey que trante en la noche iba a materializarse y remataba
en el tramo decisivo de una carrera decisiva, mira el chocando contra los cornisas, contra el cielo raso;
disco del sol y piensa por qué diablos su brillo ence- luego conté los fósforos que contenía la caja; veinti-
guece, o como una mujer que con los dolores del parto dós; leí algo en un diario de fecha atrasada: se iba a
se sorprendiese que los cabellos estuviesen enmara- realizar una fiesta en 25 de Mayo para recolectar fon-
ñados. Yo también he hecho cosas semejantes o pare- dos destinados al hospital regional. La palabra regio-
cidas, cosas incomprensibles para las gentes. Por nal volvió después a mi mente varias veces, sin
ejemplo: durante varios minutos he estado oyendo el relacionarse con los pensamientos; se pegaba a ellos
tic tac del reloj despertador y recuerdo que en cierto como un chico a un tranvía. Es curioso, pero la verdad
minuto pensé que era absurdo que el isócrono ruido no es tan regional, quiero decir, tan interesante como
del aparato fuere más fuerte y más sonoro que el de se imagina. Cuando, extenuado, me tendí en la cama,

94 95

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 94-95 7/8/16 1:36 PM


miré el techo. observé las cuatro rosetas del cielo palabras que rondarán alrededor, cerca de mis oídos,
raso, las cornisas de media caña, y la rosa de yeso de pero que no penetrarán en ellos… como si tuviese
cuyo centro pendía el doble cordón retorcido de la luz. ahora mismo tapiados mis oídos; con ambas manos
Y descubrí una contradicción: en la rosa central se me tapo los oídos y pronuncio alguna palabra: “regio-
estilizaba la flor de lis y en las rosetas el loto egipcio nal”. No la oigo. Así será mañana. Estaré sordo. Y
regional. No, regional no. Es verdad, sin embargo, que ciego. Ciego: ya no veré más. Cierro los ojos; veo el
de vez en cuando temblaba interiormente como un ropero, y es como si lo viera por la primera vez. Maña-
temperamento impresionable a la aproximación de na será la ceguera absoluta. Así será mañana. ¿A quién
una araña, y era cuando hacía cierta clase de observa- dejaré mis chismes de afeitar? ¿Y qué dirán de mí
ciones; o porque sí, ignorante de la causa provocadora algunas personas; por ejemplo… ¡No quiero pensarlo!
de esos temblores de adentro del pecho. Temblaba, sí, Algunas cosas no me gustaba pensarlas ni imaginar-
de vez en cuando; temblaba, pero en seguida hacía un las; las evitaba; evitaba todo roce con el motivo funda-
gesto mental correspondiente al físico de volver la mental de mi decisión. No quería regresar a los
cara para no ver un espectáculo desagradable. O de pensamientos del día, a la causa de todo; había resuel-
repente se me ocurrían cosas ridículas en su peque- to férreamente pensar, nada más, en la determinación
ñez, pero de las cuales no podía escapar, por ejemplo: final; en el efecto, no en la causa. Y alejaba de mí toda
¿y a quién dejaré mis chismes de afeitar? ¡Quién me idea conectada con los motivos o que pudiese hacer-
hubiese dicho a mí hace solamente dos días que un me caer en ellos.
inminente suicida iba pensar durante la noche decisi- Bastante había sufrido durante el día caminando
va en quién iba a apropiarse de sus chismes de afei- por esas calles de Dios como un sonámbulo o deposi-
tar! También pensé: ¿Quién entrará primero en mi tado en algún banco de plaza con la falta de voluntad
habitación, mañana? ¿Cuáles serán las primeras pala- de una cosa caída. ¡Oh, durante el día sí que había sufri-
bras que se pronunciarán delante de mi cadáver, que do, y cuánto! Imágenes de personas, personas, repre-
rondarán inútilmente alrededor de mis oídos, inútil- sentaciones de objetos, recuerdos de escenas, bailaban
mente?… ¡Palabras que ya no oiré!… !Qué curioso: un enrevesado fox-trot en mi mente o delante de mis

96 97

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 96-97 7/8/16 1:36 PM


sentidos, al extremo alguna vez de adquirir casi formas gobernando la realidad por más trágica que sea, o
alucinatorias: aquel alarido de parturienta que oía, que acaso por eso mismo”. Por otra parte, yo era una perso-
oía verdaderamente y que correspondía a una sonori- na normal; no hay locos en mi familia, no hay suicidas.
dad nunca jamás oída antes sino recién sospechada; yo Si a mí mismo antes se me hubiera ocurrido pensar que
nunca oí a una parturienta y sin embargo, el alarido de acaso un día iba a pisar el escotillón de la locura, me
parturienta me perseguía con intermitencias, aparecía habría reído con espontánea sensatez. Sin embargo,
de repente perforando mis oídos y la alucinación audi- me turbó aquella alucinación; fué un misterioso aviso
tiva traía la visual: veía en seguida un fresco cuerpo de de no sé quién, de no sé qué cosa interior o extrahuma-
mujer retorciéndose en convulsiones… O cuando ví en na, para que me pusiese en guardia defendiéndome del
la vidriera de una mueblería, en Cangallo, o Sarmiento, terrible peligro que, escondido en mi dolor, acechaba
la disposición de un dormitorio: el ropero, la cama, cua- cautelosamente el momento de apresarme definitiva-
tro sillas, en seguida me pareció la colcha hinchada en mente, como atropella y aplasta de improviso un pesa-
el medio y la almohada ahuecada un poco en un hoyito do camión al desprevenido transeúnte. Y entónces
para la cabeza imaginada, y que algo se movía auténti- puse orden en mis pensamientos, y fueron míos en vez
camente, y que una mujer joven mostraba su expresión de ser yo juguete y víctima de ellos. Resolví por consi-
angustiada y profería un grito, un alarido de parturien- guiente dejar de pensar en mi dolor y en cambio obser-
ta, mientras otra mujer casi anciana, con una expresión varme si cumplía conductas o actitudes anormales o
maternal, de siniestra, siniestra expresión maternal, si sucedían en mí procesos extraños. ¿Tartamudeaba?
esgrimía en sus manos sarmentosas un siniestro hie- Hablé en voz alta; dije “Regional — Pues sí, señor, como
rro… ¡Horror!… Debí seguir adelante, caminando, ale- le decía — Buenos Aires, diez y ocho de diciembre..”
jándome de aquella vidriera de mueblería que acababa Hablaba con claridad; leía en voz alta los rótulos de
de provocarme una alucinación doble; visual y auditi- los negocios: “Sastrería; se acuerdan créditos en diez
va… Y entonces, en un esfuerzo sintético de sensatez, meses; José Aguirre, químico farmacéutico”. No tarta-
me dije a mí mismo: “Cuidado, cuidado con la locu- mudeaba; hablaba con claridad.
ra, no hay que perder la serenidad, hay que continuar ¿Caminaba como un borracho? No. A veces iba

98 99

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 98-99 7/8/16 1:36 PM


rozando las paredes, a veces me advertía a mi mismo Sí, por aquí deba yo cuidarme, aunque las intensas
mirando en una vidriera cosas indiferentes que en preocupaciones justificando la anormalidad atenua-
realidad no llegaba a percibir, a tener conciencia de sen su peligro; la anormalidad tenía una causa; supri-
ellas. Caminaba como una persona normal. ¿Miraba miéndola, eliminaba consigo el efecto. ¿Tropezaba con
sin ver? Y, claro: con las intensas preocupaciones que las gentes? No. ¿Me dolía la cabeza? Me dolía la cabe-
tiene uno… Ahora recuerdo: el agente quería llevar za, pero no era éste un síntoma indicador de una caída
preso al diarero. ¿Por qué? Yo había pasado de largo, inminente en la locura, sino solamente consecuencia
mirando apenas la mancha formada por la aglome- de mi prolongada excitación nerviosa. Concluí, pues
ración de gente, sin descubrir el incidente que había (ya se ve; pude razonar un razonamiento completo
arracimado a unas veinte personas, y yo con ellas hasta el remate final de la conclusión), concluí en que,
después, cuando regresé al grupo; el señor aquel del a pesar del ataque alucinatorio, a pesar de la traición
sombrero en la mano quería que llevasen preso al de algunos sentidos en cierto momentos — que no
diarero y otras personas se oponían y el chico pro- siempre —, y a pesar del dolor de cabeza, yo era una
testaba; pero esta escena llega a mi entendimiento persona normal, con una exacta comprensión de la
recién ahora, tengo ahora conciencia de ella, ahora, realidad. Tampoco tenía importancia el que algunos
es decir, varias horas después de haber sucedido y de hombres me mirasen de modo afilado, siguiéndome
haber sido captada por mis sentidos. Pero es porque con la vista o penetrándome en los ojos, o querien-
estaba yo preocupado. ¡Qué curioso! Es como recibir do penetrar en mis ojos y desentrañar no sé qué; ni
un golpe ahora mismo, pero sentir su dolor dentro de debe importarme mayormente la sonrisa de aquellas
diez horas; o estar un domingo por la tarde viendo muchachas de la Avenida Campana; yo no se por qué
delante de nada en una ausente pantalla realizarse un sonrieron ni por qué la más alta le dió con el codo a
“film” que había sido visto de veras dos días antes; o su compañera mirándome alejarme; claro está, un
saludar por la mañana a un amigo en la Plaza de Mayo hombre excitado nervioso, a quien acaban de suceder
y oir su contestación — que había sido simultánea — cosas terribles, debe tener alguna expresión especialí-
cinco horas después en el andén de la estación Bernal. sima en el semblante; debe ser denunciado por quién

100 101

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 100-101 7/8/16 1:36 PM


sabe qué matiz de la mirada. Cualquiera, en mi caso, de frente a la puerta de mi casa, donde solía apoyar-
hubiese realizado más rarezas. Y hubiese gritado. me dejando pasar las horas muertas. Ya era de noche.
¡Hubiese gritado! Yo no grité. Nada. En todo el día. En Mistifiqué la conducta habitual. “Buenas noches, seño-
toda la noche. Ni levanté los brazos al cielo, ni apos- ra”. Sonriendo, como todos los días, como ayer, como
trofé al destino. No lloré. Y cuando, en una plaza de siempre. Y al entrar en la habitación me sentí aliviado
Barracas o del Parque de los Patricios, lloré, no había de la pequeña comedia recién cumplida con la seño-
nadie que me pudiese ver. Yo, en cambio, vi bien cuan- ra. Mi habitación. Mis cosas familiares, habituales,
do, silbando un tango de moda, se aproximaba con su que me recordaban días sencillos, días sin angustias,
tarro y su jarro un chico lechero; entonces me enjugé y días alegres, días alegres porque la vecina del fondo
los ojos y hasta le miré tranquilamente pasar y per- conversaba conmigo y me mostraba una gentileza que
derse en la vuelta de la sendita. Y yo volví a entrar en ofrecía algo mayor… Cosas del corredor, cosas de mi
mí mismo como el caracol en su concha, pero de vez habitación, cosas mías ceñidas a días sencillos, a días
en cuando me asomaba al exterior y percibía un vien- alegres, consiguieron un momento refrescarme todo
tito fresco, el ruido de algún tranvía apresurado, unos como un baño. Pero en seguida volví a temblar. Era
chicos corriendo detrás de una pelotita. De repen- muy grande mi dolor para dejarse vencer tan fácil-
te me levanté del banco. “Seamos sensatos”, me dije. mente. Dolor permanente; ya se había instalado den-
Había resuelto regresar a casa, así, de repente. Subí tro de mí: nadie ya podía arrojarlo de allí; o yo estaba
a un tranvía. Hospital Rawsón. Constitución. Inspec- dentro de él y no podía escaparme. Mi habitación. Las
tor. Once. Calles largas. El barrio conocido, las calles cosas de mi habitación estaban todas en sus lugares
conocidas que llevan todas a la puerta de mi casa, de correspondientes: el ropero, la cama, la mesa, el fonó-
la casa donde está mi habitación, las calles conocidas, grafo en un rincón, el baúl en su sitio; todo en su lugar
familiares, que veía todos los días, un poco mías las y esta exactitud, este orden, me chocó: yo pensaba por
calles, las casas, los árboles de la acera, las gentes del qué me chocaba este orden de las cosas de mi habi-
barrio; algo mío en esas calles, esas casas, esas gen- tación, y creo que porque, sintiéndome todo yo, física
tes… algo mío en las piedras de la calle y en el árbol y espiritualmente desordenado, debía estar en la vida

102 103

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 102-103 7/8/16 1:36 PM


todo igualmente desordenado; yo sentía que acaso no pondré la boca del empavonado caño en la sien y oiré
me hubiese sorprendido si al llegar a mi habitación la detonación… ¿La oiré? ¿Tendré tiempo de oirla?
hubiese visto la cama levantada en alto, el colchón en ¿Y veré el humo? ¿Qué será más intenso: la detona-
el suelo, el baúl de pié, la silla con las patas arriba, el ción de un revólver o el alarido de una mujer a quien
balde derramado y la bombita de luz rota. Me adelan- operan? Estoy cansado. ¡Qué curioso! Anoche, y ayer
té; cogí la silla y la estrellé contra la pared, tiré la pava tarde, y hace un rato, sabía que estaba cansado, pero
a un rincón y miré el camino que el agua derramada no lo sentía. Ahora lo siento. Siento los piés cansa-
iba formándose por las junturas de las tablas machi- dos. ¿Será porque me acabo de tender en la cama?
hembradas. Si rompía la bombita de luz, me quedaba ¡No vaya a ser que me quede dormido! ¡Sería grotes-
a obscuras; no la rompí. Y pensé en seguida que lo que co! ¿Veré la detonación… oiré… oiré el humo… oiré…?;
acababa de hacer era una torpeza; yo no estaba inte- pero tendré que tener los ojos abiertos… para oír el
gralmente desesperado; había todavía en mí un res- humo… viaje… ge… regional… maternal… siniestra
quicio por donde la realidad se acordaba con la razón. cara maternal aquella… humo…
Yo me estaba mintiendo a mí mismo. Levanté la silla;
levanté la pava; cogí un trapo y limpié el piso; me lavé
las manos. Me senté. Encendí un cigarrillo y no pude
tragar el humo. Tosí. Abrí el ropero. Volví a sentar-
me. Oí un alarido de parturienta. ¡Oh, Dios, otra vez!…
¡Cuidado! Hay que ser sensato. Y me aferré a esta idea
de la sensatez con la desesperación de un náufrago
que clava sus manos, las clava, sobre una tabla…

***

Bueno, se acabó. Es hora. Ha llegado la hora. Me

104 105

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 104-105 7/8/16 1:36 PM


Un enfermo

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 106-107 7/8/16 1:36 PM


Muy lentamente me iba despertando a la compren-
sión del mundo enterior. Dicen que estuve unos ocho
días entre la vida y la muerte. ¡Qué curioso! Estar
frente a la Muerte, estar en un plato inclinado hacia
la Muerte, e ignorarlo; y no solamente ignorarlo, sino
atravesar acaso — mientras dicen que me iba murien-
do — los más suaves días de mi existencia. Yo, ahora,
recuerdo que estaba bien, que era feliz, si exceptua-
mos aquello terrible de que fuí trágico espectador.
De las cosas materiales, perceptibles a los sentidos
primarios, recuerdo perfectamente aquellas paredes
blancas, el blanco hierro de la cama, las sábanas blan-
cas, el delantal blanco del enfermero, es decir, las ves-
tiduras litúrgicas, de lino blanco, del Gran Sacerdote,
y el lago vertical y el elefante obscuro, pues estaba en
las Indias, en el palacio de Muntaz Mahal. (El último
libro leído antes de la operación era un curioso “Viaje”
que había escrito un italiano, Mario Appelius). De

109

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 108-109 7/8/16 1:36 PM


aquellos días de hospital, lo de la India y del Palacio consumar en el arquitecto: la muerte. El hombre de
de Muntaz Mahal era una desviación irreal, fantástica, la túnica blanca me quería envenenar para que yo
que, sin embargo, arrancaba de una sencilla realidad: por mi parte no divulgase el asesinato del arquitec-
la lectura del citado libro de viajes. Solo eran verdad, to. Pero al mismo tiempo se quería impedir que yo
en aquellos días, unas pequeñas incrustaciones blan- continuase frecuentando los suntuosos aposentos de
cas. Una vez íbamos haciendo camino entre árboles la Emperatriz. Porque el Maharajah había descubier-
raros y silenciosos y obscuros, llevando en las prime- to los ilícitos amores de un hombre de raza blanca
ras filas al arquitecto que había trazado los planos y — era yo — con la primera y más amada de sus diez
construido el palacio de Muntaz Mahal. El desdichado mil esposas. El Maharajah era rencoroso, celoso, des-
arquitecto caminaba como se camina en los sueños: pótico y cruel. Ahora comprendo que el enfermero
sin decir palabra; lo rodeaban, serios, graves, rítmicos, me quería dar a beber un remedio. Creo que tomé el
lúcidos, brillantes, dos negros de piel lustrosa como remedio, o el veneno; y que, para morir bien, pretendí
los boxeadores que llegan a Buenos Aires con nom- arrodillarme y rezar las oraciones de mi religión, pero
bres exóticos. Ibamos a matar al arquitecto para que no pude porque otro hombre de túnica blanca — que
el secreto no se divulgase y consiguientemente no se era otro hombre que no el habitual, pero a veces era
construyese otro palacio como aquel. simultáneamente el mismo — salió del tronco de un
La muerte habíala ordenado el feroz Maharajah. árbol grueso y me cubrió con el manto de la Empera-
Ibamos como en procesión, cuando de repente, de la triz. Este hombre de la túnica blanca — que siempre
masa obscura de un elefante, de la misma parte lateral era el mismo aunque a veces diferente — surgía de
del cuerpo, surgió un hombre blanco, como si inusita- repente del tronco de un árbol, o de las entrañas de
damente el dibujo de un pájaro en una revista se ani- un elefante, de un elefante todo asustado como una
mara y saliera corporizado del papel y echara a volar; enorme cortina obscura; aparecía como si se rasgase
y ese hombre de túnica blanca se me acercó y me la piel del elefante. Otras veces surgía, ¡qué curioso!,
quería dar a beber un veneno. ¡Ah, no! Yo me resistía. del fondo de un lago espejado y brillante; no de un
Se trataba de hacer conmigo lo mismo que íbamos a lago caído naturalmente, depositado sobre un lecho

110 111

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 110-111 7/8/16 1:36 PM


horizontal, como todos los lagos que vemos en la vida beber su contenido, sino dejar que las manos del Gran
normal, sino un lago vertical, con la superficie verti- Sacerdote me ofreciesen la bebida acercándome él la
cal y que espejaba como un espejo y se movía como la copa a mis labios.
tapa de un libro. A veces, el Gran Sacerdote, como tenía poderes
Yo navegaba en un barco blanco del que veía siem- sobrenaturales, levantaba los brazos en ademanes
pre las bordas blancas; este barco, a pesar de andar graves y silenciosos, hacía un silencioso conjuro, y
y andar siempre, estaba siempre entre un árbol grue- abría en dos, verticalmente, al enorme elefante obscu-
so y sin ramas del ancho de una puerta corriente, un ro, y lo más misterioso era que lo dividía así: la mitad
elefante de piel arrugada, y un lago vertical. Lo más del elefante, ceñido sobre sí mismo como un tapado
curioso era a veces ver cómo el hombre de la túnica que se recoge en el brazo, corría hacia la izquierda,
blanca — que era el Gran Sacerdote del Templo — se y la otra mitad hacia la derecha, deteniéndose y acu-
introducía en el lago y el lago se movía por arte de mulándose en los rincones como las dos alas de una
encantamiento como la tapa de un libro parado de doble cortina corrediza. Cuando el Gran Sacerdote
filo o como la puerta de un ropero. Y del lago verti- hacía este conjuro, entonces, como por arte miste-
cal una vez lo ví sacar una túnica blanca más fina que riosa ignorada de los mortales, aparecía, a lo lejos a
las otras, y entonces se realizó una ceremonia grave través de un recuadro como ventana, un paisaje sere-
y emocionante: me invistió con el carácter sacerdo- no, turbado solamente por el Sol que hacía extrañas
tal a mi también; me quitó la camisa blanca que tenía figuras geométricas; el viento, suave, movía las hojas
puesta y la reemplazó con la túnica sutil que había de los árboles. Una luz dulce entraba al barco y yo me
sacado del lago vertical. Yo era entonces, por virtud dormía con los ojos algo pesados.
de esa ceremonia, Gran Pontífice Máximo; ahora debía Pero, de vez en cuando, tenía momentos en que la
permanecer en actitudes estáticas, quietas, medita- vida de relación la percibía con los sentidos normal-
tivas, graves, litúrgicamente graves; debía emplear mente; el enfermero, la luna del ropero, la puerta del
ademanes lentos y deslizar apenas la mirada. Yo, por corredor, la cortina (¡eh, el elefante!), y comprendía
ejemplo, no debía tomar con mis manos la copa y mi estado físico deleznable, sin ninguna fuerza mis

112 113

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 112-113 7/8/16 1:36 PM


músculos, sin siquiera la fuerza de levantar la mano ni Yo le oía con cierto interés, aunque serenamen-
de llevarla hasta la boca. te; el pobre necesitaba una válvula de escape a sus
El enfermero solía hablarme de su esposa; yo lo angustias domésticas, y me las volcaba encima. Creo
escuchaba; comprendía que el pobre era protago- que a veces hasta hablaba solo. Pero yo en verdad lo
nista de una infidelidad, pero cuando iba precisando quería, en primer lugar porque lo necesitaba, y des-
con más detalles su problema y componiéndolo en su pués porque era excesivamente amable, casi dulzón.
argumento, de repente volvía a ver al Gran Sacerdote Su permanente conducta de enfermero habituado a
del Templo haciendo extrañas cosas frente al elefante tratar personas con quienes había que tener defe-
obscuro o al lago vertical. Hasta el quinto o sexto día rencias, tolerancias, cuidados pacientes, le había
— después de la operación — no tuve largas horas de hecho una segunda naturaleza. Creo que del mismo
vida — lo otro era “sueño” — Quiero decir que para modo dulzón, paciente, tolerante, hubiese asesinado
mí el tiempo se llenaba con dos grupos de horas: las a un hombre en mitad de un camino para desvalijar-
horas en que soñaba, desvariaba, deliraba, y las otras le. Era enfermero desde los veinte años de su edad;
en que percibía la vida exterior, en que “vivía” verda- antes había sido valet; hacía, pues, veinte años que
deramente. era enfermero. Los hábitos de enfermero se habían
Cuando vivía, miraba al enfermero y lo oía contar- incrustado en él; él era primeramente un enfermero
me que su esposa tenía cuatro años más que él, que era y en seguida un hombre; el hombre era un producto
bonita y andaluza como él, y que ambos el año ante- del enfermero. ¡Con qué solícita atención me mira-
rior habían perdido un hijo atropellado por un pesado ba cuando yo no podía hablar! Por ciertas cosas que
camión. La muerte del hijo había torcido el razona- yo no alcanzo a comprender, él descifraba mi pensa-
miento a su esposa, hasta el extremo de tener que alo- miento. En pocas ocasiones se equivocaba. Una vez
jarla en un establecimiento de salud. (El, un enfermero, yo deseaba un masaje en la pierna derecha que se me
habituado a estas cosas, ahora que se trataba de algo había acalambrado, pero no podía hablar ni mover los
suyo, ¡y tan suyo!, se resistía a decir “manicomio”, “hos- brazos; apenas si la mirada cansada procuraba diri-
pital” u “hospicio”; decía: establecimiento de salud). girla hacia los pies de la cama. El enfermero empezó

114 115

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 114-115 7/8/16 1:36 PM


por tomarme el pulso, pasarme la mano por la frente, incierta convalecencia. El médico me visitaba tres
revisarme las vendas de la herida, ponerme el termó- o cuatro veces al día; por eso en mis sueños el Gran
metro, acercarme el vaso de agua, mostrarme el apa- Sacerdota era siempre el mismo (el enfermero), pero
rato de las inyecciones, ¡y nada, nada! hasta que al fin, al mismo tiempo diferente (cuando entraba el médico
yo no se cómo, dió con mi deseo. Nunca tuvo gestos y continuaba en la historia de las Indias interpretan-
nerviosos; nunca empleó palabras duras, nunca mos- do el personaje sacerdotal que había comenzado el
tró una lentitud reprochadora. Era bueno, evidente- enfermero). Algunos miembros de mi familia venían
mente. Bueno como enfermero, porque… porque… a verme, pero nunca me encontraron en la lucidez de
Cuando me contaba que su esposa había hecho mis ideas. Siendo el enfermero el que estaba conmigo
imposible la vida en común, ya no se emocionaba. continuamente, por el cálculo de probabilidades a él
Decía muy naturalmente ciertas cosas bastante malas. le correspondía acompañarme cuando yo volvía en mí
El, claro, era un temperamento fogoso — ¿fogoso? y recuperaba mi estado normal de comprensión de la
— y por eso necesitaba reemplazar a la esposa, y la vida exterior.
reemplazó. Necesitaba, cuando regresaba a su casa Debió repetirme muchas veces su historia el
después de atender un turno completo en el hos- enfermero, porque yo no la conocí completa hasta
pital, de doce horas a veces — y cuando tenía guar- después del terrible suceso aquel, cuando recompu-
dia eran veinticuatro —, necesitaba encontrar en su se en mi mente los diez o veinte elementos sueltos
casa a una mujer que le tuviera preparadas la mesa, de la dicha historia y les dí un orden lógico y gradué
la cama, y los cien menesteres del hogar. La historia su importancia, como frente a un cuadro impresio-
de las desventuras del enfermero la iba conociendo nista en que la combinación de los colores no la hace
por fragmentos, porque mis horas de vida eran cor- el pintor en la tela sino quien mira.
tas mientras que las de sueño y desvarío eran lar- ¿Qué otra cosa me decía de sus inquietudes conyu-
gas, interminables, y sólo durante las primeras podía gales el buen enfermero?
percibir la realidad exterior y comprender las pala- Yo lo compadecía dulcemente. Una vez su esposa
bras del hombre que me cuidaba en aquellos días de se había escapado de la casa de salud y se llegó a su

116 117

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 116-117 7/8/16 1:36 PM


domicilio y estuvo golpeando a la otra mujer. El, cuan- Ahora recuerdo que el médico decía cosas así:
do llegó, encontró desmayada a su amiga nueva; y a su “Recaída peligrosa… esto va para largo… Prepá-
esposa, que empezó a reclamar sus derechos. “Pode- rele ahora mismo el… Pero cómo diablos dejó caer…
mos tener otro hijo y ser felices”, le decía a su esposo. al suelo… recójalo…” Y ví al enfermero arrodillarse a
Pero éste, ya no la quería, y amaba a la otra, y todo esto recoger no se qué… acaso unas pildoritas desparra-
se lo decía serenamente, implacablemente. “Tú, te vas; madas en el piso. Daba las espaldas a la puerta del
yo quiero a ésta, ahora”. La esposa, entonces, envenena- corredor — ¡el árbol grueso! — Esto fué lo último
da de celos, replicó: “¡Pues no ha de ser, que no ha de que recuerdo. Caí, me hundí en el sueño de las Indias
ser; que yo prefiero matarte!”. El había conseguido por como un plomo en el mar. Se fué el Gran Sacerdo-
fin, con modos suaves, que se fuera. “¡Eres un hipócrita te pero al mismo tiempo se había arrodillado al cos-
cruel y desalmado!”, le había gritado al irse. tado de mi barco y estaba haciendo una ceremonia
Una tarde llegó el médico. Yo no quise contestar a su Dios; era una humillación. En nombre de todos
a su saludo ni responder a sus preguntas. Bien es los mortales que son polvo y en polvo se convertirán,
verdad que no ensayé hablar, de modo que ahora no se humillaba a su Dios Omnipotente y con una mano
podría precisar si no hablé porque no quise o por- tocaba ritmicamente el suelo, luego la purificaba en
que no pude. Generalmente, el delirio, el desvarío, agua bendita que tenía en un frasco…
el desmayo, el sueño, eran precedidos por una falta Por el árbol entra una figura. Es una mujer. Tiene
de ganas de hablar; oía, veía, entendía, pero no tenía la cara descompuesta. Mira a todos lados. Cuando ve
voluntad de hablar ni de moverme, hasta que el médi- al Gran Sacerdote, se le aproxima por detrás. Segu-
co, el enfermero, el ropero, la cortina, todo lo material ramente viene a ordenarle la suspensión de la cere-
visible se iba transformando dentro de mi mente, y monia. Saca de un bolso un juguete; lo agarra con
entonces, por ejemplo, el sentido de la vista recogía la nerviosos dedos. Los ojos de la mujer no son ojos de
forma del ropero de luna y dentro de mi se transfor- sueño; en el sueño, hasta la muerte se realiza en silen-
maba en un lago vertical en cuyo fondo íbamos a arro- cio, lentamente, y esta mujer mira al Gran Sacerdo-
jar al arquitecto del Palacio de Muntaz Mahal. te con ojos acerados, vivos, “mira como con ruído”.

118 119

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 118-119 7/8/16 1:36 PM


Levanta el brazo y apunta el juguete contra la espal-
da del Gran Sacerdote. De repente, en el sueño, se me
ilumina un resquicio de vida; quiero gritar, pero mis
labios permanecen cerrados. Entonces, ¿qué hubo en
mi semblante que la mujer detuvo un momento sus
ojos en los míos y suspendió el acto de la mano? Quie-
ro moverme, y no puedo. Un esfuerzo más para gritar:
—¡Cuidado, enfermeroooo!…
Y no consigo modular nada. Veo a la mujer que
avanza un paso, y junto con el estruendo de un balazo
me hundo nuevamente en el sueño.

La anticipaciOn de la Muerte

120

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 120-121 7/8/16 1:36 PM


Uno

¿Nunca ha subido usted una montaña? Parece


que nuestro cuerpo se transforma y hasta tenemos la
extraña sensación de haber dejado “allá abajo” nues-
tra alma habitual, reemplazándola por otra nueva que,
aun siendo nuestra, nos recuerda constantemente su
calidad de recién adquirida.
El llegar un día a tal altura, el acurrucarse un día
en un rincón del tiempo a meditar el gran problema
del más allá, el estar una noche a punto de suicidar-
se, el perderse alguna vez, — como en un remolino un
pedacito de madera, — en la vorágine de los pensa-
mientos, y solo porque Dios es grande salvarse de la
locura, son modos diversos de frecuentar el gran mis-
terio.
Al regresar, advertimos que nuestro cuerpo tiene

123

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 122-123 7/8/16 1:36 PM


un nuevo sentido — o afinó un sentido antes dor- transcurrió desde el temblor pavoroso provocado por
mido; — que nuestra alma es otra aunque continúe el juego del gatillo hasta no sé qué instante posterior
siendo la misma, y que pensamos y sentimos de otro en que se interrumpió el espectáculo del que yo era
modo. Al hablar, descubrimos que nuestras palabras actor y contemplador.
conducen ahora una sonoridad distinta que allá abajo Absolutamente todo ese espectáculo estuvo inun-
y que ayer. dado de olor a pólvora. Los sucesos y los diálogos del
Recuerde usted las cosas de los sueños, los ruidos espectáculo que presencié, habrán alcanzado media
de los sueños. ¡Los ruidos de los sueños! ¡Los ruidos hora, una hora; y sin embargo el olor de la pólvora no
de la muerte! habrá persistido más de un minuto.
La muerte a veces anticipa el conocimiento, o Ahora estaría por afirmar que un mínimo de tiem-
mejor, la sospecha o la intuición de su realidad. El po terrestre corresponde a una cantidad enorme-
frustrado suicida, el evadido de la locura, el sonám- mente mayor de tiempo extraterrestre. ¿Me entiende
bulo, ciertos enfermos, intuyeron algún aspecto de la usted, señor? Apreté el gatillo, salió la bala; con la ner-
muerte. viosidad de aquella noche, me falló la puntería — era
¿Qué hay más allá? ¿Qué es aquéllo? Lo sabríamos la primera vez que usaba un arma de fuego y me sor-
todo si pudiésemos contestar tan excesivas preguntas. prendió el brusco paroxismo del revólver al producir-
Apenas si traemos la vaga sospecha de algo igualmen- se la deflagración; — y el plomo, el pedacito de plomo,
te vago. Nosotros, los que estuvimos locos, los que en vez de penetrar por el temporal, chocó contra la
pretendimos suicidarnos, traemos una auténtica goti- frente encima del ojo derecho casi verticalmente, de
ta de agua de mar, y decimos que es apenas una gotita modo que solo se llevó unas esquirlas del hueso aun-
de agua de mar, pero que no es el mar. que me ensangrentó la cara. El último recuerdo que
De aquella noche terrible en que quise suicidar- tengo es el del olor de la pólvora, y me desvanecí en el
me, recuerdo clara y distintamente la muy grande sentido terrestre y físico, pero en cierto sentido “entré
cantidad de cosas contenidas en el escaso tiempo en otra vida” que duró el tiempo en que el olor de la
— ¿medio segundo? ¿un cuarto de segundo? — que pólvora persistió en la habitación. ¿Cuánto tiempo

124 125

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 124-125 7/8/16 1:36 PM


duró el olor de la pólvora? ¿Un minuto, cinco minutos? —No, lo mío no fué un sueño. Fué otra cosa.
Pues bien: el espectáculo que vi, no puede narrarse en —¿Y qué es lo que usted presenció y oyó?
menos de una hora, con lo que quiero decir también —Yo estaba y no estaba en un grupo de bultos
que duró alrededor de una hora. ¿Quién explica esto, como aglomeraciones de humo asentados sobre
como no sea aceptando la existencia de dos tiempos, inexistentes brasas que eran y no eran almas y per-
el terrestre y el otro? sonas. Yo veía moverse los núcleos de humo, los veía
Algunos días después de haberme despertado en el moverse, adquirir mayor consistencia, o perderla
hospital, conté mi extraña visión a los médicos y el más hasta desaparecer del todo, y hasta percibía sus ideas
pedante de ellos entreveró palabras vanidosas y no dijo y sus sentimientos. Lo curioso, es que el espectáculo
nada. Yo, entonces, con toda humildad, expliqué así: no lo dominé en todo su desarrollo. Por momentos
—Decididamente el tiempo es otro en la muerte, yo debía ausentarme, y entonces solo sentía como un
como es otro en el sueño. Solo así se explican casos rumor sordo en el oído y advertía la existencia de mi
como éstos: el hombre que se está ahogando recuer- envoltura carnal, y mi conciencia habitual chisporro-
da en un segundo de tiempo tal cantidad de sucesos tear intermitentemente sobre mi ojo derecho. Debían
que no se pueden contener evidentemente en medio ser aquellos momentos en que ustedes me aplicaban
segundo de tiempo terrestre. En el sueño, el afiebra- enérgicamente la bolsa de oxígeno y me atraían hacia
do pregunta: ¿Qué hora es? Se le contesta: Las dos y la vida queriendo sustraerme de la ladera de la muer-
trece. El afiebrado se duerme otra vez y sueña un te por donde yo me iba cayendo. ¿No será así?
suceso largo con largos diálogos e incluso un largo —El oxígeno se lo aplicamos tres horas después de
viaje. El afiebrado vuelve a despertar y pregunta nue- su… acto.
vamente: ¿Qué hora es? Se le contesta: Las dos y quin- —De mi tentativa de suicidio. No hay para qué
ce. ¿Cómo ajustar un largo viaje y largos diálogos en esconder ni disfrazar la verdad.
solo dos minutos? —Usted ha soñado por partes.
El más pedante y suficiente de los médicos deter- —Entonces no es así… No tiene nada que ver el
minó que yo había soñado. oxígeno, porque yo continuaba dentro del olor a pól-

126 127

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 126-127 7/8/16 1:36 PM


vora. De todos modos, yo tuve momentos de clara corporales como la voz y la voluntad. Es decir: las
somprensión del espectáculo — y eran aquellos almas prolongan una existencia extraña: todo el ser
momentos en que me iba despacito muriendo — y se aglomera en el alma sin cuerpo, las facultades que
por instantes me ausentaba… me ausentaba hacia la antes residían en la carne perecedera se sintetizan
vida, y, claro, entonces dejaba de presenciar el espec- en el alma ahora sin cuerpo. ¿Acabo de explicar cuá-
táculo. les almas perduran? No hablé con precisión al citar
—¿Y qué es lo que usted ha soñado? solamente la lucidez y la vitalidad de las almas, quiero
—¡Ah, no, no he soñado! Ha sido otra cosa. ¿Cree decir también las grandes virtudes humanas: la san-
usted que uno se aproxima impunemente, inútilmen- tidad, la piedad, la capacidad de sacrificio, el afán de
te, a la Muerte? ¿Cree que uno se acerca a la muerte y justicia. La madre pobre que ha criado diez hijos con
regresa indiferentemente como quien se asoma a un dolor y con el sacrificio de su juventud y de sus ale-
balcón para ver pasar los tranvías? grías, esa madre continuará viviendo sintetizada en
Por de pronto, además del conocimiento que su alma, mientras que tantos habladores vanidosos
adquirí de la existencia de un tiempo sintético distin- que desparramaron libros de moral se deshacen como
to al nuestro terrestre y medible en el cual solo pue- humo de cigarrillo. Supongamos que en el mismo
den contenerse cantidades determinadas de acciones, instante mueran físicamente una madre que cria-
regreso con la certeza de que la muerte me anticipó ra tantos hijos, un santo loco de justicia, un político
otra verdad: algunos morimos dos veces, y otros que acumulara sensualismo, honores y dineros, y un
morimos solamente una… ¿Cómo así? Primeramente industrial tortuoso. Los dos primeros resistirán por
muere nuestro cuerpo; es una muerte física que bien la vitalidad y la salud de sus almas, los dos últimos
se puede despreciar; todos morimos en este sentido acabarán de descomponerse y deshacerse porque ya
físico. Pero algunos seres, dada la vitalidad, la salud, en la vida humana y terrestre tenían el alma podrida.
la lucidez y otras condiciones de su alma — no la vita- Porque, ¿cree usted que el proceso de la muerte es el
lidad del cuerpo —, esos continúan viviendo, es decir, mismo para las cuatro almas desde el momento exac-
sus almas prosiguen “conscientes” y con facultades to de la muerte física? ¡No habría justicia tampoco

128 129

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 128-129 7/8/16 1:36 PM


allá, entonces! No; el alma de la madre y el alma del
loco de piedad, perduran; las otras se van desinflando
paulatinamente siguiendo y terminando un proceso
de descomposición comenzado aquí en la tierra.
—¿Y todo eso lo ha visto usted en su sueño?
—Le repito que no fué sueño; fué otra cosa. Algo
he visto; sospecho lo demás.
—Bueno, por hoy ha hablado demasiado. Procure Dos
dormir.
—Bien; voy a cerrar los ojos y recordar todo lo que
he visto… (Paisaje intuído que no visto. Corre por momen-
—Y mañana nos contará eso. tos un viento sordo a la altura de las cabezas. ¿Las
Bien; bien, pero les anticiparé que no irán cosas cabezas de quiénes? — Por instantes se perfilan
trágicas y terroríficas. Nunca lo trágico y terrorífico los exactos cilindros de los árboles en cuyas copas
es permanente; siempre es transitorio y pasajero y se se adentra el viento. Por momentos, los troncos se
agota y acaba; y así es la muerte que todos tenemos desdibujan hasta desaparecer. La obscuridad tiene
pensada: algo tremendo antes de exhalar el postrer pegadas algunas manchas nítidas de humo; otras son
aliento, y en seguida un gran asombro, un estremeci- transparentes como cristal en día de niebla. Humo de
miento, una transformación… cenizas sin brasas. Olor a pólvora. Ruido sordo como
de viento en el follaje.)
—¿Usted desea que se presente en seguida?
—Sí; yo no tengo miedo. Crié cuatro hijos y a cuál
más bandido. Por eso tengo confianza en él:
—¡Ah! ¡ah!
—¿Por qué tantos alaridos, señora? No por eso

130 131

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 130-131 7/8/16 1:36 PM


retardará su presencia. Es algo irremediable su pre- una sensación de algo así como un viaje de improviso
sencia. detenido.
—¿No estamos bien así, sin nada más? —Es verdad. No viajamos. Estamos esperando a
—¡Pero, señora, si debemos aguardar cierto alguien.
momento! —¿Viajamos? ¡Qué extraña manera de viajar, ésta?
—Me parece que ahora vamos más despacio. Permanecemos sentados, inmóviles; todo está inmóvil
—Es que el chofer del ómnibus teme chocar. y sin embargo viajamos.
—¿Chocar? ¿Con qué? ¿Contra qué? —No viajamos.
—¿Omnibus? ¡Miren a ésta, que confunde un tren —Es estraño todo, ahora. También estamos
hablando entre nosotros y sin embargo nadie dice una
con un ómnibus!
sola palabra. Y hablamos.
—¿Tren? ¿No será un aeroplano?
—También nos conocemos, todos, sin habernos
—Estamos en un tanque y en la guerra. ¿No
visto antes. ¡Qué curioso!
advierten el olor a pólvora?
—Ustedes, los recién llegados, se asombran dema-
—Sí; hay olor a pólvora. siado.
—¿Pólvora? —Hay olor a pólvora.
—Pólvora. —¿Pólvora?
—¿Pero es que no acabamos de entendernos? —Pólvora.
¿Dónde estamos? ¿En un tren, en un avión, en un —Buenas tardes.
ómnibus, en un tanque, o sobre el lomo de un pájaro —Buenas noches.
fantástico? —Todo es extraño, ahora. Y usted, señora, que
—No viajamos. acaba de llegar, ¿advierte que estamos viajando?
—¿Y qué importa? Lo esencial es que viajamos. —Si. No. Si. No…
Todo estamos de acuerdo en ello. —Estamos aguardando a alguien. No viajamos.
—No viajamos. Estamos detenidos. Lo que hay —No viajamos. Estamos detenidos en mitad de un
es que todavía conservamos el último remanente de viaje.

132 133

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 132-133 7/8/16 1:36 PM


—Usted, señora… de la solidez, como la madre de los cuatro bandidos, y
—¿Por qué le dice “Señora”? Y entonces, ¿cómo la prostituta, y el hombre que insistía en que estaban
me dirá a mí, que fuí honestísima y fiel? ¿Y para esto aguardando a alguien,, y el otro hombre que miraba a
hace una tremendos y prolongados sacrificios perma- la dama fiel a su marido).
neciendo leal y sin traicionar al esposo? —Yo he sido un hombre honrado y no hice daño
—Sería mejor que nos callásemos. a nadie. Y sin embargo ahora no siento ninguna ale-
—¡Esta madre de cuatro bandidos que dice “seño- gría especial. Hasta… tengo cierto escozor… ¿Me habré
ra” a una ramera! equivocado?
—¿Y qué? ¿Quién juzga a quién, ahora? —Una vez le gritaron a usted, cerca de sus oídos,
—¡Perdón, oh, perdón! ¡Fueron palabras dichas sin “¡Socorro!”. Y usted oyó. Oyó solamente. Oyó, nada
haber sido nuevamente pensadas! ¡Perdón, perdón!… más; como quien oye llover.
—¡Cómo la hace temblar la palabra “juzgar”! ¡Pues —El empleado había robado en la caja. ¿Cómo no
sí, señora, seremos juzgados dentro de un momento! le iba a mandar preso?
—¡Oh yo fuí honesta y fiel! ¿Verdad que no merez- —¿Yo ramera? ¡Era verdad! Y sin embargo, hace
co castigo? ¡No me dejen sola en esta esperanza mía! como dos horas…
—¿La palabra “juzgar”? ¡La esperaba yo! ¡La espe- —¿Dos horas? ¿Cómo mide usted el tiempo, seño-
raba! Es la que me dió ánimos para aguantar la exis- ra? ¿Acaso tenemos noción del tiempo? ¡Dos horas!…
tencia, las injusticias y el dolor de la existencia… —¿Dije dos horas? Bueno, no sé. Quería decir que,
—¡No hablen así, por favor, por piedad! aunque prostituta, ahora no tengo miedo. El hijo del
(Por momentos se levantaban algunas manchas senador una vez se arrodilló delante de mí — ¡qué
de humo que en seguida se deshacían. Otras manchas curioso! — y me propuso seriamente… ¡hasta llo-
parecían más bien cosas infladas que se iban desin- raba!… casarse conmigo. Y me decía que su gran
flando. Algunos núcleos de humos que intervinieron amor por mí podía regenerarlo. Pero yo, que tanto lo
en la conversación, desaparecieron. Otros, en cambio, amaba, le contesté mil veces que no, porque no quería
van adquiriendo más consistencia hasta el extremo destruir un hogar.

134 135

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 134-135 7/8/16 1:36 PM


—¿Y qué tiene eso de interesante? —¡Están hablando de frivolidades! ¡Un hombre
—¿Por qué lo mando preso, eh, por qué? que se arrodilla frente a una mujer hermosa! ¡Un
—Tiene de interesante para mí, ésto: que la noche hombre que insulta a una mujer hermosa! ¡La vida de
anterior, otro hombre me había gritado con náuseas y las pasiones subalternas! ¡El lenguaje grosero de las
violentamente, como un loco enardecido: “¡Prostituta, pasiones! ¡No es esta la hora de tales frivolidades!
arrastrada!” ¡Yo no comprendo!… —Ninguno es totalmente malvado. ¿Quiénes
—No importa. somos egoistas integralmente o absolutamente bue-
—Uno, se me arrodilla; otro, me veja… nos?
—¿Por qué lo mandó preso, eh? Su hijita de quince —¡No hablen de eso, por favor, por piedad!
años se suicidó porque, educada en el horror al robo —¡Ese es el árduo problema!
por el padre ladrón, no pudo resistir el ver el retrato —¿Pero por qué, oh señora honesta y fiel, teme
de su padre en los diarios con el calificativo de ladrón. tanto ciertas palabras y ciertas conversaciones?
Usted sabía que ese hombre tenía cinco hijos. Le quitó —Una vez cometí un terrible pecado. Fuí un hom-
el trabajo, le mandó a la cárcel, y destruyó la idolatría bre impulsivo. Dios me perdonará porque el remordi-
de la hijita por su padre, y la hijita se suicidó. miento me persiguió siempre…
—¡Tenía quince años! —Yo no tengo edad. ¡Que curiosa esta sensación de
—¡Quince años! existencia sin edad! Siento que soy la chiquilla de diez
—¡Quince años y se suicidó! años y al mismo tiempo la mujer de treinta; la nena
—¡La justicia! ¡Fuí justo! ¡Adónde iríamos a parar sí?… que arreglaba muñequitas y la hembra que no quiso
—¡Justo! Fué justo, pero fué egoísta y torpe e destruir un hogar.
inconsciente. No fué bueno. ¿Por qué recurrir a la jus- —Usted que ha leído tanto libros, ¿quiere decir-
ticia existiendo la bondad? nos, quiere explicarnos?
—El hijo del senador me amaba y yo le amaba. Y —¡Eh! Parece dormido…
también me amaba el que me echó encima sus áspe- —Buenas noches.
ros insultos. —Buenas tardes.

136 137

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 136-137 7/8/16 1:36 PM


—No está dormido. Es que, por momentos, tene- do no había libros, díganme, cuando no había libros,
mos lucidez, y en seguida pasamos por instantes de entonces no había verdades?…
incomprensión. Yo advierto ahora que hace un rato —¡Austeridad! ¡Pero ese es el lenguaje de la vani-
debí estar dormido… como dormido… dad y la soberbia! ¡Austeridad, austeridad! ¡Frente a
—Yo, no. Cada vez me encuentro más fresca. Voy Dios!…
comprendiendo más y mejor. Ya sé yo qué sucede aquí —¡Cállese, señora, por favor, por piedad!
y qué somos y qué esperamos. —Ahora que se aprecia la justicia, esta mujer me
—¡Silencio, por favor, por piedad! dice señora, a mí, a una ramera.
—¡Eh, se ha despertado! —¡Por favor, tenga piedad de mí, señora! ¡Hable-
—¡Eh, usted que ha leído tanto libros, quiere mos de otra cosa!
explicarnos?… —¿Qué ha hecho éste? ¡Cuatro libros! ¡Y con esa
—No sabe nada. No le pregunten nada. El obrero bagatela con que satisfizo su vanidad, todavía por
ése, acaso lo sepa. Acaba de confesar que… añadidura quiere comprar a Dios!
—No; es la ramera la que dice que sabe todo. —¡He buscado la verdad desinteresadamente!
—Viajamos. —¿Buscar la verdad mientras lloraban de dolor las
—Viajamos en un tanque. ¿No advierten el olor a gentes? Es como en un campo de batalla ir anotando los
pólvora? nombres de los muertos en vez de curar a los heridos.
—Pólvora. —Mientras exista injusticia, el buscar la verdad es
—¡Error de los sentidos! ¡Ignorancia completa! una conducta que Dios no premia.
—¡Tú, analfabeta encenagada en el vicio, quieres —¡No hablen de eso, por piedad!…
saber más que yo, que me he pasado austeras noches —¿Por qué se asusta tanto esta matrona?
quemándome las pestañas sobre los graves libros? —Es que esta dama, que fué fiel a su marido y que
—¡Se ha despertado exclusivamente para mostrar nunca tuvo hambre de nada, ni de pan ni de justicia,
su exasperada vanidad libresca! enterró a un perrito que tenía, en el fondo del jardín
—¿Y acaso la verdad está en los libros? ¿Y cuan- de su palacio.

138 139

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 138-139 7/8/16 1:36 PM


—Y le hizo una lápida que costó el importe de tres- —Se desinfló.
cientas diéz y seis cenas de un obrero hambriento. —Ni siquiera advirtió que estaba conduciéndose
—La lápida la trabajó un escultor inconsciente. como un sonámbulo…
—Y a sus domésticos, los echaba a la calle a medi- —¿Sonámbulos? ¿No somos sonámbulos, todos,
da que en su propia casa se ponían blancos y achaco- ahora? ¡Qué alegría si estuviésemos soñando o proce-
sos o enfermaban. diendo como sonámbulos! Al despertar, les diría a mis
—¡Les regalaba dos meses de sueldo! criados: “¡Todos somos hijos de Dios!”.
—¡Pero qué usurera es la gente! ¡Pero qué barato —Otra vez dormita el hombre que ha leído todos
quieren comprar a Dios las gentes! los libros.
—Esta matrona lo quería gratis. —¡Hombre frío! Yo he conocido a tantos hombres
—¡Fuí honesta y fiel! y, claro, el mal oficio de una… Los he conocido en sus
—Fué fiel al marido y cree que eso basta. Vivió pequeñas miserias. Todos los hombres son iguales.
bien sin recordar a las víctimas del dolor. Yo, una Pero los hombres que han leído todos los libros, son
ramera arrastrada en el fango… los más fríos y egoistas y vanidosos. Han perdido la
—¡Es hermosa usted! ¡Me gustaría ser su amigo! ingenuidad de la lealtad y el altruismo.
¡Tendría en mí el más obsecuente de sus admirado- —Está frío. No se mueve. No se ve. Se ha desinflado
res!… definitivamente.
—¡Miren a éste, que habiendo mecanizado su con- —Se ha muerto.
ducta, ahora inconscientemente y sin pensar cumple —¿Cómo, muerto?
actitudes instintivas como un muñeco con cuerda! —Sí, muerto. Se ha muerto definitivamente su
Cada vez que ve a una mujer, se cree obligado a… Está alma. ¡Como comprendo todo, ahora! ¡Alegría, viejo,
sufriendo todavía la presión de la otra existencia… alegría, madre de bandidos, alegría, suicidas, es nues-
—No comente nada más, porque no acabó de tra hora!
entrar cuando ya se desinfló. —Estoy seguro. Estoy tranquilo. ¡Tanto, tanto tiem-
—Se deshizo. po esperando!…

140 141

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 140-141 7/8/16 1:36 PM


—¡Qué horror ese lenguaje oscuro! tro bandidos, y este viejo ultimado en la revuelta de
—¿Muerto? ¿Morir? los talleres metalúrgicos —superviviremos en nues-
—Morir, sí. por segunda vez. Primeramente murió tras almas inmortales. Nuestra alma es eterna. La tuya
el cuerpo material; ahora mueren las almas. Este es perecedera, como la del hombre frío que ha leído
muerto… ¡Dilo tú; viejo, que estuviste encerrado en la tantos libros…
cárcel porque luchabas contra el dominio de la injus- —Buenas noches.
ticia! —Buenas tardes.
—Porque no tuvo hambre de justicia, porque no ha —¿De dónde vienes?
hecho justicia. Solo supervivimos las almas de los que —No sé.
sufrieron la injusticia o los que… Yo no sé hablar; no —¿A dónde vas?
aprendí a hablar porque mi tiempo apenas me alcan- —No sé.
zaba para sentir el dolor de la humanidad… Solo el —¿Qué quieres?
dolor salva; nos salvamos los miserables, los golpea- —No sé.
dos… —Alma blanca, alma pura…
—Las prostitutas como yo… —¡Hace tan poco tiempo que!…
—Yo he perdonado mucho. —¡Otro!
—Pero has sido injusta y frívola. —Saludos.
—Morirás por segunda vez… —Saludos.
—¡Qué horror! —Tú vas a morir, hombre prepotente y afortuna-
—¡Qué alegría! do. ¿Vés tu aquí tantas cosas desinfladas? Son almas
—No se asusten, como Dios es bueno, tú, sencilla- muertas de seres como tú, crueles, frívolos, inúti-
mente, morirás. Nada más. les, sensualistas, egoístas, groseros. Recién acaba de
—¡No, no! morir el alma de una mujer solamente fiel al marido
—¡Sí, sí, sí! pero íntegramente fría. En cambio persistimos estos
—Nosotros, yo, una ramera, y esta madre de cua- pocos… Este viejo revoltoso como él sólo; esta mujer

142 143

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 142-143 7/8/16 1:36 PM


que tuvo cuatro hijos, cada uno peor que los otros; yo —¿Y con qué derecho tú eres inmortal y yo no lo
era prostituta… seré?
—¿Morir? —¡Pregúntaselo a Dios!…
—A este viejo lo mataron durante una huelga. A mí
me mató el hijo de un senador.
—Yo no se…
—¡Alegría, viejo, alegría! ¡Por primera vez vamos
a ver a Dios! ¡Viejo, vamos a ver a Dios! ¿Tú sabías,
cuando estábamos vivos en la tierra, cuando estába-
mos dentro de nuestros cuerpos, que llegaría el día en
que íbamos a estar con Dios, frente a frente, mano a
mano?
—Siempre creí en algo: Dios, Justicia. Por eso luché
y por eso morí. Pero como yo era liberalote y anar-
quista y hablaba el lenguaje de la tierra, y además era
ignorante, decía, por ejemplo, “consciencia” y quería
decir “Dios”.
—Dios está dentro de la palabra bondad como la
dureza en la piedra y el brillo en el sol.
—¿Así que yo, muerto ya mi cuerpo material tengo
que sufrir otra muerte, la de mi alma?
—¡Tan sencillo todo!… Comida de gusanos tu cuerpo;
la nada absoluta, tu alma… Tu alma se deshará como una
ola, como el humo, como un ruidito…
—Como un ruidito…

144 145

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 144-145 7/8/16 1:36 PM


diéndose más o menos profundamente en su subcon-
ciencia. Por ejemplo: el elemento “humo” se graba
más enérgicamente que los elementos “fogonazo” o
“estruendo”, que no acaban de fijarse bien. Los ele-
mentos o ideas que perdurarán después, realizan su
trabajo interior, combinándose con otras ideas y otros
elementos, ya sean éstos formas del pensar, ya sean
Tres representaciones de sucesos de la vida exterior. Por
ejemplo: la idea de “humo” se transforma en “humo,
representación del alma”, y ésta en “representación de
Uno de los médicos pretendió acertar en la inter- tal persona”, y a esta representación se añade o super-
pretación del sueño o visión que el frustrado suicida pone o combina la representación de un suceso.
habíales referido. Y derramó con estas palabras su Otros elementos se combinan con los ya citados.
opinión: Por ejemplo: la idea del viaje. La idea del viaje se
—A mi todo me parece muy sencillo, casi elemen- desdobla en dos: el viaje a la Eternidad, es decir, a la
tal. Un hombre está desesperado y determina sui- muerte, y algún viaje auténtico. Veamos: días antes
cidarse descerrajándose un balazo en el temporal. de la tentativa de suicidio, el hombre viajó en tren a
Antes de cometer su acto, claro está que medita lar- La Plata; podría pensarse que estuvo preocupadísimo
gamente, claro está que vive horas largas obsesionado al extremo de estar viajando en tren sin tener clara
con la idea del suicidio; pero acaso mucho más que la consciencia de ello, con mayor razón si se considera
tal idea le obsesionen otros pensamientos, por ejem- que ese hombre absolutamente todos los días usaba
plo: va a encontrarse frente a Dios. Por otra parte, un ómnibus para ir de su domicilio hasta la oficina.
ciertas ideas, o fragmentos de ideas o elementos de Solamente ese día usó el tren, y entonces, mecaniza-
ideas o de sucesos, — que piensa en esas intensas da su vida sentado en el ómnibus, ese día sintió algo
horas que preceden a su acto definitivo — van hun- extraño, extraordinario, pero vago y oscuro, estando

146 147

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 146-147 7/8/16 1:36 PM


en el tren; sintió subconscientemente que en esa oca- un burdel. Una pupila, con fama de hermosa e intere-
sión el ómnibus se parecía demasiado en su marcha sante, había sido asesinada en su apartada habitación,
a la marcha del tren, como que efectivamente estaba huyendo el autor. En los primeros momentos las sos-
viajando en tren, detalle que por momentos se le esca- pechas recayeron sobre un hombre que noches antes
paba porque la obsesión le mordía intensamente. había insultado violentamente a la víctima, vejándo-
Bueno, pues; todas estas cosas tuvieron su momen- la ásperamente con sucesivos insultos, entre ellos:
to de vitalización o exasperación cuando el hombre se “Arrastrada y prostituta”. Ese hombre de los insultos
desvaneció; y provocaron su sueño. En el cual sueño — lo habrán adivinado ustedes — era el que preten-
aparecieron otros elementos de la vida real: por ejem- dió suicidarse. Pero en su descargo el acusado dijo
plo: muy seguramente en los últimos días debió leer que la noche del crimen, desesperado porque la mujer
alguna novela de burdeles y rameras, porque en la le había rechazado, embarcó para La Plata en tren.
visión una sombra de humo dice una frase que yo ¿Tenía que hacer algo en La Plata? No; no tenía nada
conozco aunque no puedo ubicar: La frase es ésta: “¿Y que hacer; se había ido por pura desesperación. Pero
con qué derecho eres tú inmortal no siéndolo yo?”. Y se comprobó que efectivamente la noche del crimen
esta preunta inquietante la he leído yo en alguna parte. había estado en La Plata. No era él, entonces, el asesi-
Creo que en un cuento. Una prostituta le decía a un no. El asesino resultó ser el hijo de un senador…
adolescente: “¿Y con qué derecho eres tu puro y yo no Después de comentarse estos extraños sucesos,
lo soy?”. alguien preguntó:
¿Y saben ustedes por qué yo conozco todas estas —Pero doctor, ¿cómo explica usted que sucesos
cosas relativas al frustrado suicida? tan subjetivos como el asesinato de la prostituta, y
Pues, por esto… los insultos “arrastrada, etc.”, los refiera el hombre en
Y el médico sacó unos recortes de diario, cuya lec- forma tan objetiva como ajenos a él, como cosas com-
tura aclaró todo. pletamente ajenas a él?
Efectivamente: cinco días antes de la tentativa de —Es que este hombre ya es otro; los extraños
suicidio del hombre, habíase cometido un crimen en sucesos en que intervino de manera tan intensa, le

148 149

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 148-149 7/8/16 1:36 PM


trastornaron el juicio. Perderá el ojo derecho en pri-
mer lugar; y además yo creo que quedará mentalmen-
te afectado… Verá la vida desde otro punto de vista;
sus propias cosas de ayer las verá como ajenas, como
de otros, objetivamente… Por todas estas razones
decía yo al comienzo que el tal sueño y la tal visión
eran cosas sencillas, elementales. De modo que no
hay nada extraño, nada del otro mundo, nada del más INDICE
allá. Todo es profundamente terrestre, esencialmente
humano… Pág.

La madre y la noche.......................................................... 9
La frecuentación de la Muerte................................... 29
Un viajero........................................................................... 53
La aproximación a la Muerte...................................... 77
Un enfermo..................................................................... 107
La anticipación de la Muerte................................... 121

150

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 150-151 7/8/16 1:36 PM


Fabián Casas

Mariani llega vivo


Existen escritores que nacen en el momento justo y
cuyos textos son emblemáticos de su época. No porque den
cuenta de ella, sino porque sus escritos están infectados con la
ansiedad de lo que espera la gente. Construidos por el lector,
a estos escritores suele irles bien: consiguen seguidores a
raudales, y a veces son galardonados por los reyes que todavía
quedan en el medio.
Hay otros escritores que escriben para no volverse locos, por
fatalidad. Son escritores mientras escriben y el resto del tiempo
se pierden entre la gente o tratan de hacer la revolución. Es
a todo o nada; no está en juego el prestigio literario sino la
integridad como persona. Qué queremos ser, para qué estamos
en el mundo. Roberto Mariani formó parte de estos últimos.
Fue compinche de Roberto Arlt y hasta se dice que le corregía
sus ya legendarios errores de ortografía y sintaxis. Lo cierto es
que si nos atenemos a su biografía, también podría ser uno de
los personajes del genial Godofredo. Pasemos revista: nace en

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 152-1 7/8/16 1:36 PM


1893, fue escritor dramaturgo y poeta –a veces todo junto en de verdad escribe siendo consciente de que, tal vez, su lector
un mismo libro– y empezó trabajando como periodista en el no nazca en el tiempo que le toque vivir. Un escritor no tiene
diario Los Andes, de Mendoza. Ya viviendo en Buenos Aires, que buscar su voz personal, sino la extraña, ese registro que
también trabajó en el Banco Nación, del que fue despedido se le escapa de las manos y pone al texto en una reverberancia
por intentar agremiar a sus compañeros echando mano a la intolerable. Tanto Mariani como Arlt tomaron la realidad y la
literatura anarquista del momento. Como se ve, Mariani pegaba hiperbolizaron. Buscaron a través de la caída en desgracia, la
con la zurda. Colaboró con el periódico Nueva Era, que delación, el encuentro con Dios. Para Arlt, en el glorioso final
apoyaba la revolución bolchevique, y fundó una asociación de El juguete rabioso, Dios “es la alegría de vivir”. Para
de amigos de Rusia que enviaba a Moscú literatura criolla Mariani, en el libro que tienen en sus manos, “Dios está dentro
revolucionaria. Estuvo en el grupo de Boedo y publicó en el de la palabra bondad como la dureza en la piedra y el brillo en
diario Crítica una defensa tenaz de Sacco y Vanzetti. Después, el sol”.
con problemas económicos, terminó trabajando como chofer de La frecuentación de la muerte es un libro de 1930.
camiones en el sur argentino. Se dice que le afectó como un Un libro preperonista. Unos años antes, ampliando el campo de
mazazo el golpe que derrocó a Yrigoyen. Y que en sus últimos batalla literario, Mariani había escrito un texto polémico en el
años se había encerrado en un mutismo sombrío. Murió, como que atacó a los escritores de la revista Martín Fierro: “Los
Arlt, de un ataque al corazón. Ahora bien, ¿será cierta toda esta que estamos en la extrema izquierda revolucionaria y agresiva,
Wikipedia? ¿Era Mariani un hombre torturado, dostoievskiano y no tenemos dónde volcar nuestra indignación, no tenemos
sombrío? ¿Cómo serían de verdad los dinosaurios si, mediante dónde derramar nuestra dulzura, no tenemos dónde gritar
un viaje en el tiempo, pudiéramos verlos en acción? Ahora sólo nuestro evangélico afán de justicia humana. Por esto, y nada
nos quedan los huesos para conjeturar. Los de Roberto Mariani más que por esto, algunas gentes más o menos intelectuales,
son sus libros. creen que toda la juventud argentina está orientada en la
No abogamos por un culto llorón del escritor ignorado, genio dirección que indican los periódicos del centro y de la derecha”.
incomprendido de una época que no lo mereció. Un escritor Mariani tenía convicciones de izquierda, pero escribía con la

II III

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 2-3 7/8/16 1:36 PM


potencia de la derecha. Varios de los relatos que arman La cocinero agresivo, cuyas descripciones memorables permanecen
frecuentación de la muerte son largos soliloquios en la memoria por mucho tiempo. Como cuando narra –al igual
que parecen nacer del simple placer de narrar, y en los que que Roberto Bolaño en 2666– una serie de asesinatos que
un fluir interno de los personajes crea una deriva letal. En un presencia un periodista de policiales: “Al entrar en la habitación vi
relato, un hombre planea un viaje –pero se queda donde está–; el cadáver de la anciana ¡qué grotesco! Detenida en una postura
en otro, planea un suicidio; en otro, ya fracasado el suicidio, se inacabada. Al descubrir a los ladrones ella, instintivamente, se
encuentra convaleciente en una cama de hospital, como sucede había inclinado y doblado para sacarse un zapato con intención
también en Malone muere, de Samuel Beckett. Al igual de arrojárselo. Y yo vi el cadáver de la vieja, sentado en el sillón
que en la famosa trilogía del irlandés, el personaje de Mariani de mimbre, inclinado toda a la derecha –de este modo así…–
se narra historia para hacer avanzar el relato. Donde Beckett con la mano de ese lado apretando el zapato que no alcanzó a
dice: “Quién, cuándo, dónde”, o: “la imposibilidad de avanzar, descalzar completamente”. Una más: “En el hotel Roma, cerca
la certeza de que no sirve avanzar, la necesidad de avanzar”, de Constitución, vi el cadáver del frutero que estaba arrodillado
Mariani propone: “Más lejos. No se regresa. Pero siempre como rezando con las nalgas sobre los talones y el pecho
aparece el punto de partida y nunca el puerto de llegada ni nada sostenido por la pared”.
referente al regreso. No se regresa. Un viaje a quién sabe dónde, En el comienzo de El mito de Sísifo, Albert Camus escribió
sin regreso, pero viaje, como un viaje cualquiera, por ejemplo a que no existe más que un problema filosófico serio: juzgar si la
Montevideo”. Y también percibe la inutilidad del lenguaje: “Las vida vale o no la pena de ser vivida. La vida, en las condiciones
palabras también se avejentan y se mueren. Ya no me evocaban en que nos toca –con injusticias sociales, con injusticias
nada; o desfallecían como en un crepúsculo en que no es ni día esenciales– es algo monstruoso. Roberto Mariani escribió en
ni noche”. En esto, Mariani es terriblemente moderno. Maestro esta encrucijada con la fuerza de un cross a la mandíbula:
del grotesco –permitámonos la libertad de compararlo con un “Primeramente muere nuestro cuerpo; es una muerte física
cocinero–, Mariani es especialista en tucos espesos, hechos que bien se puede despreciar; todos morimos en este sentido
con lentitud para que su sabor sea en verdad poderoso. Es un físico. Pero algunos seres, dada la vitalidad, la salud, la lucidez

IV V

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 4-5 7/8/16 1:36 PM


y otras condiciones de su alma –no la vitalidad del cuerpo–, esos
continúan viviendo, es decir, sus almas prosiguen ‘conscientes’ y
con facultades corporales como la voz y la voluntad. Es decir: las
almas prolongan una existencia extraña: todo el ser se aglomera
en el alma sin cuerpo, las facultades que antes residían en la
carne perecedera se sintetizan en el alma ahora sin cuerpo”.
¿Qué es el alma sin cuerpo? Este libro hermoso.

Mariani-La frecuentación de la muerte 2016.indd 6 7/8/16 1:36 PM

Anda mungkin juga menyukai