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Documento TOL1.050.246
Doctrina
Título: Hechos, ficciones, pruebas y presunciones en el Derecho Administrativo "Taking facts
seriously"
Autores: David Blanquer
Fecha: /04/2007
Número epígrafe: 4
Título epígrafe: LA ACTIVIDAD: ¿QUÉ SE HACE CON LOS HECHOS?
TEXTO:
LA ACTIVIDAD:
¿QUÉ SE HACE CON LOS HECHOS?
I. LA DIVERSIDAD DE ACTIVIDADES QUE REALIZA LA ADMINISTRACIÓN CON
EL MATERIAL FÁCTICO
No es insólita la pretensión de explicar el proceso de aplicación del Derecho como una actividad
lógica de subsunción de una premisa menor (fáctica), en otra mayor (normativa), para llegar a una
conclusión (jurídica). Desde esa perspectiva, el proceso de aplicación del Derecho puede reducirse a
la interpretación de la norma aplicable, y a la prueba de los hechos controvertidos.
Sucede que salvo en casos aislados, ese proceso no es tan simple ni tan lineal, y requiere un compleja
labor para construir el silogismo y llegar a una conclusión aceptable. Ocurre con frecuencia que
resulta difícil establecer la premisa mayor, porque no hay una sola disposición que ya nos ofrezca
todo el material normativo necesario para resolver el caso litigioso. La tarea es mucho más compleja,
pues primero habrá que averiguar qué normas integran la premisa mayor, deberá establecerse si están
vigentes o derogadas, y fijarse su significado e interpretación. En ocasiones el ordenamiento no es
coherente, y hay que resolver las antinomias entre las distintas disposiciones del grupo normativo
aplicable para resolver el conflicto jurídico. Lo mismo cabe decir de la premisa menor o fáctica,
como luego se expone con cierto detalle. Es decir, se trata más bien de un complejo de silogismos
parciales, para cuya correcta construcción no basta con interpretar normas y probar hechos, además
hay que ponderar valores jurídicos y es forzoso argumentar su prevalencia sobre otros valores.
Dicho ello, interesa hacer ahora un esfuerzo analítico para distinguir las variadas actividades que el
aplicador del Derecho realiza o puede llegar a realizar en torno a la llamada premisa menor (o los
hechos del caso que hay que resolver); ¿qué hace la Administración con los hechos?; ¿y qué hacen
los Tribunales?
La primera respuesta que instintivamente se nos ocurre es la acción de probar la existencia de los
hechos controvertidos, pero la acreditación o demostración de la efectiva verificación de unos hechos
no agota el elenco de actividades jurídicas desarrolladas con el material fáctico (además de probarlos,
los investiga, comprueba o motiva). No faltan ocasiones en los que se limita a fingirlos. Otras veces
los certifica.
En una escala descendente sobre el grado de certeza de la existencia de los hechos podemos empezar
por la certificación de los hechos, para después de pasar por la averiguación y comprobación, llegar a
la prueba, presunción y ficción de los hechos.
B) El proceso de certificación
1. Las fases del proceso de certificación
En el desarrollo de la función certificante hay que distinguir dos fases o actuaciones administrativas
que se suceden en el tiempo (primero se dicta una resolución y después se certifica su existencia)2.
Premisa necesaria es que la Administración Pública dicte un acto. Es decir, que formule una
declaración de voluntad o juicio, que se documenta en una resolución administrativa (es una
actividad previa y en puridad ajena a la fe pública). Estamos ante el «hecho jurídico» que va a ser
objeto de certificación; por ejemplo, la nota que un profesor pone a un alumno por un examen en la
Universidad.
En la segunda fase se deja constancia de ese acto administrativo en otro documento, y la certificación
no es sino la reproducción íntegra o parcial del texto de un previo acto formalizado (la nota de un
examen, o las calificaciones obtenidas a lo largo de toda la carrera). En ese sentido se afirma que «el
funcionario fedatario debe limitarse a transcribir con fidelidad la imparcialidad del funcionario
público que expide una certificación es una imparcialidad meramente pasiva que se agota en la
fidelidad al documento que transcribe y de cuyo contenido da cuenta»3.
D) La forma de la certificación
La atribución de la fe pública al documento depende del cumplimiento de las formalidades y
solemnidades legalmente exigidas, y su expedición por funcionario que legalmente tenga atribuida la
competencia de otorgar fe pública. El ejercicio de la fe pública está sometido al cumplimiento de
requisitos formales. Con arreglo a lo dispuesto en el artículo 1216 del Código Civil: «Son
documentos públicos los autorizados por un Notario o empleado público competente, con las
solemnidades requeridas por la Ley».
Pues bien, en este apartado se trata de determinar qué solemnidades requiere la Ley para expedir una
certificación administrativa. El documento en el que se plasma la certificación debe ser firmado por
quien tiene encomendada la función pública fedataria. También debe figurar estampillado el sello del
correspondiente órgano administrativo. Además de estar sellado y firmado por quien tiene atribuida
la fe pública, la regular expedición de la certificación exige que el documento reciba el «visto bueno»
de quien preside la Administración Pública correspondiente.
La función jurídica de ese trámite adicional del visto bueno es «expresión de que el funcionario que
lo expide, está en el ejercicio de su cargo y de que su firma es auténtica, tratándose de una mera
legalización documental, pero no de una autenticación de la certeza del contenido del documento»
(Sentencia del Tribunal Supremo de 17 de marzo de 1970 -referencia Aranzadi 1551-). El «visto
bueno» no se limita a controlar formalmente el ejercicio de la fe pública, sino que además tiene
encomendada una misión fiscalizadora de la veracidad del contenido de la certificación18.
La certificación no se expide de oficio por quien tiene atribuida la fe pública, sino que el documento
debe ser solicitado por quien tiene interés en su expedición. Es un acto rogado que se expide a
instancia de un tercero previo requerimiento al efecto, bien formulado por quienes tienen la
condición de interesado en el expediente (artículo 37.8 de la Ley 30/1992, artículo 70.3 de la Ley de
Bases de Régimen Local), bien a instancia de quien preside el órgano colegiado que ha adoptado el
previo acuerdo del que se da fe (artículo 205 del Reglamento de organización y funcionamiento y
régimen jurídico de las Entidades Locales, aprobado por Real Decreto 2568/1986, de 28 de
noviembre)19.
2. La función legitimadora para el tráfico jurídico (la prueba que sirve para dar crédito)
A lo largo de la instrucción del procedimiento administrativo el material fáctico que sustenta la
resolución se incorpora al expediente en distintos trámites (alegaciones sobre hechos e informes que
los valoran; actas de inspección o certificaciones). Se trata de tener conocimiento de la realidad para
acreditar la legalidad, acierto y oportunidad de la resolución que pondrá fin al procedimiento (es
decir, la función es dar crédito o credibilidad fáctica a la decisión que se adopta). Los hechos que
obran en el procedimiento administrativo cumplen una función legitimadora para el giro o tráfico
jurídico del acto administrativo (prestan fundamento fáctico a la ficción de acierto y legalidad de la
resolución administrativa). Si la existencia de esos hechos es aceptada no será preciso despachar el
trámite de prueba en sentido estricto, y la resolución que se dicte al final del procedimiento incluirá
los antecedentes de hecho y los fundamentos jurídicos que la justifican. Puede suceder que el
interesado en el procedimiento discrepe sobre la interpretación de las normas aplicables, pero acepte
los hechos que han quedado acreditados en el curso de la instrucción. El resultado alcanzado en el
terreno de los hechos cumple una función positiva al orillar la incertidumbre sobre el material
fáctico.
La inexistencia de conflicto sobre los antecedentes de hecho no debe identificarse con la ausencia de
actividad probatoria; lo único que ocurre es que la prueba no se utiliza para resolver un conflicto
sobre los hechos, sino para justificar la resolución en el terreno de los hechos. Esa función toma
cuerpo en la ficción de legalidad de los actos administrativos, en la ficción de veracidad de las actas
de inspección en los procedimientos sancionadores, o la ficción de acierto del justiprecio fijado por el
Jurado Provincial de Expropiación.
2. La interpretación de la prueba
A pesar de lo que a veces se afirma («re ipsa loquitur»), los hechos no hablan por sí mismos sino que
es necesario interpretar las alegaciones de las partes y las pruebas practicadas. La interpretación de la
prueba se refiere a la distinción entre lo expresado y lo percibido, entre la declaración de
conocimiento y la percepción de los conocimientos declarados. Puede existir discordancia entre lo
afirmado por un testigo y lo que el Tribunal entiende que el testigo ha afirmado. Sucede a menudo
que la Sentencia no transcribe en su literalidad lo que ha dicho un testigo (una de las partes o el
perito), sino que el Secretario judicial relata en el acta la interpretación a la que ha llegado como
consecuencia de las manifestaciones vertidas en la declaración testifical.
Algo similar ocurre con otros medios de prueba, por ejemplo los informes periciales. No es lo mismo
la verificación de un hecho objetivo que puede ser cuantificado o medido, que la descripción por el
Tribunal de la conclusión a la que llega un informe pericial. Puede existir alguna diferencia entre lo
que dice el informe y lo que del mismo percibe el Tribunal.
V. LA PRESUNCIÓN DE HECHOS
A) El concepto estricto de presunción procesal (la existencia de un hecho incierto)
A diferencia de lo que ocurre con la ficción (que es una mentira del Derecho), en la presunción hay
un hecho conocido con plena seguridad, que guarda cierta relación con otro sobre el que no existe esa
misma certeza. La presunción es una institución procesal que tiene por finalidad el conocimiento
indirecto de unos hechos sospechados pero inciertos. La presunción permite pasar de la simple
conjetura a una certeza verosímil. Consiste en la admisión de la existencia de un hecho sin necesidad
de probarlo directamente, bastando con acreditar otro hecho distinto que tiene con el primero una
vinculación lógica o natural. Conforme a lo establecido en el artículo 386.1 de la Ley de
Enjuiciamiento Civil: «A partir de un hecho admitido o probado, el tribunal podrá presumir la
certeza, a los efectos del proceso, de otro hecho, si entre el admitido o demostrado y el presunto
existe un enlace preciso y directo según las reglas del criterio humano».
Las presunciones están relacionadas con la acreditación de hechos inciertos, pero no son un medio de
prueba (al proponer la práctica de la prueba, no cabe sugerir que se admita a trámite la práctica de la
prueba por presunciones)26. No hay una regulación procesal de la prueba mediante presunciones
(proposición, admisión, práctica).
El concepto estricto de presunción procesal se refiere a la prueba de hechos inciertos, que no debe ser
confundida con otras nociones más amplias de la presunción que inciden en la carga de la prueba,
como sucede en el supuesto tipificado en el artículo 434 del Código Civil: «La buena fe se presume
siempre, y al que afirma la mala fe de un poseedor corresponde la prueba». En ese precepto se alude
a la presunción pero únicamente se dispone una verdad interina o provisional, que puede ser
desplazada o eliminada mediante una prueba en contrario. Aquí no hay un silogismo que se
construye partiendo de un hecho probado con certeza; tampoco se busca una conexión lógica o
natural entre dos hechos; únicamente se dispone una verdad provisional y se establece sobre quién
recae la carga de combatirla. Lo mismo sucede con la presunción de inocencia y la carga de la prueba
en materia de sanciones administrativas.
La acepción rigurosa y estricta de la «presunción procesal» no agota ni absorbe todos los posibles
significados semánticos de la palabra «presunción». Fuera del terreno concreto de los hechos, y
dentro del mundo del Derecho, nada impide constatar otras acepciones de esa misma voz (que
nominalmente se llaman presunciones, pero que en realidad son simples ficciones del Derecho). El
Derecho Administrativo es un terreno abonado a la proliferación de presunciones de distinto
contenido y alcance que encubren ficciones que privilegian la posición ordinamental de la
Administración Pública (ficción de «legalidad» de los actos administrativos, ficción de «veracidad»
de las actas de inspección, ficción de «acierto» del justiprecio fijado por el Jurado Provincial de
Expropiación). A diferencia de lo que ocurre con el concepto estricto de presunción procesal, en estas
últimas acepciones no hay un vínculo entre un hecho probado y otro presunto.
B) Clases de presunción
Hay presunciones iuris tantum (que admiten prueba en contrario) y presunciones iuris et de iure (no
admiten prueba en contrario).
En atención a quién establece el nexo lógico entre los hechos, también cabe distinguir las
presunciones expresamente dispuestas por el Legislador y las construidas por el Tribunal. Además
del sujeto que las establece, se diferencian por la distinta exigencia de exteriorización de las razones
en que se fundamenta el nexo lógico entre hecho probado y hecho presunto. Conforme a lo
establecido en el artículo 386 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, en las presunciones judiciales, la
Sentencia «deberá incluir el razonamiento en virtud del cual el tribunal ha establecido la presunción».
Una cosa es que con frecuencia la invención del Derecho se fundamente en la protección de valores
dignos de ser amparados por el ordenamiento, y otra distinta es que toda ficción tenga
necesariamente esa finalidad tuitiva. Como dice GUASP51, «casi siempre que el intérprete se
encuentra ante una realidad construida por la ley o sea ante una ficción, ha de averiguar con el mayor
grado de certeza posible hasta qué punto se trata de una necesidad que no puede resolverse
técnicamente de otro modo o cuándo, por el contrario se trata de la mera supervivencia de un sistema
formalista al que la pereza mental de la doctrina y de la ley mantienen aún en vigor».
La construcción artificial de hechos tiene límites en el Derecho; la fantasía jurídica no es soberana y
omnipoderosa; los efectos prácticos que se producen cuando se aplica la ficción revelan que a veces
estamos ante una mentira del Derecho (por cuanto el resultado es contrario a la justicia o las más
elementales reglas de la equidad). La ficción puede ser un disfraz de la injusticia. Por decirlo en los
términos empleados por LEGAZ LACAMBRA52: «La ficción, pues, no es una mentira; pero puede
ser, en ciertos casos, una injusticia: en aquellos casos en los que no haya logrado o no se haya
propuesto como finalidad realizar una justicia superior».
Mientras que la presunción jurídica admite prueba en contrario, no ocurre lo mismo ante una ficción.
Cuando se presume un hecho se parte de una suposición que puede ser corroborada o desmentida. En
cambio, cuando se inventa un hecho sólo cabe criticar el artificio de su construcción o la injusticia de
los efectos que produce. La única argumentación que puede esgrimirse contra una ficción es la
vulneración de un valor jurídico digno de protección (desde la justicia a la interdicción de
arbitrariedad o la prohibición de indefensión).
Así sucede por ejemplo respecto a la ficción creada por la Ley tributaria53 cuando considera que una
compraventa es en realidad una donación (cuando el precio de la enajenación onerosa sea
sensiblemente inferior al comprobado por la inspección fiscal)54. En esas circunstancias la ficción
legal vulnera no sólo el principio de capacidad económica, sino también el de interdicción de la
arbitrariedad de los Poderes Públicos55.
La ficción se construye con los materiales de los que están hechos los sueños, y el Derecho despierta
cuando la imaginación ataca valores jurídicamente protegidos. En ese momento se levanta el velo de
la personalidad jurídica de la Administración o se orilla el acto ficticio que resulta de la inactividad
formal, pues se trata de una creación legal que únicamente responde a la finalidad de que el
ciudadano pueda llegar a los Tribunales superando la pasividad de la Administración, y por ello «la
Administración no puede verse beneficiada por el incumplimiento de la obligación de resolver
expresamente en plazo solicitudes de los ciudadanos, pues este deber entronca con la cláusula de
Derecho» (declara la STC 220/2003, de 15 de diciembre).
La colisión entre la eficacia administrativa y la justicia, se plantea en la ficción creada para posibilitar
la tutela judicial frente a la inactividad formal de la Administración y el incumplimiento de la
obligación legal de poner fin al procedimiento administrativo dictando una resolución expresa. Como
declara la Sentencia del Tribunal Constitucional 220/2003, de 15 de diciembre (fj 5): «Es
absolutamente inaceptable que una Administración pública que debe actuar «con sometimiento pleno
a la ley y al Derecho» (art. 103.1 CE), desatienda, primero, el cumplimiento de sus obligaciones para
con los ciudadanos y, sin embargo, manifieste luego un extremado celo en la exigencia de las de
éstos, pues ninguna pretendida eficacia administrativa puede justificar el desconocimiento de unos
valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico: la justicia (art. 1.1 CE)».
6. El silencio administrativo
La ficción jurídica más conocida en nuestro ámbito es la vinculada a la inactividad administrativa, o
por ser más preciso, la que resulta del incumplimiento de la obligación de poner fin al procedimiento
mediante una resolución expresa. No hay en rigor un acto administrativo, el acto no «existe» pero el
incumplimiento del plazo para resolver «se considera» que produce los mismos efectos. O por decirlo
en los términos empleados por el artículo 43.3 de la Ley 30/1992, «la estimación por silencio
administrativo tiene a todos los efectos la consideración de acto administrativo finalizador del
procedimiento».
No es lo mismo una resolución expresa que pone fin al procedimiento que el silencio administrativo,
pero el Derecho finge el igual tratamiento de ambos69 (artículo 43.3 de la Ley 30/1992). No es lo
mismo la realidad empírica de la inactividad, que la realidad empírica de la resolución expresa. No es
posible probar que el silencio es una resolución expresa, pero el ordenamiento establece esa ficción
para proteger los derechos del ciudadano y para evitar que la Administración pueda lesionarlos
mediante la simple inactividad formal. Se acierta al afirmar que las ficciones70:
«no se orientan a fijar una realidad empírica, sino a atribuir a ciertos hechos el mismo tratamiento
jurídico previsto para otros hechos claramente distintos () por eso las ficciones se han podido asimilar
a las definiciones y también a las disposiciones cualificatorias, que, aunque pueden presentarse
sintácticamente como oraciones asertivas, no son susceptibles de verdad o falsedad; es más, si fuesen
consideradas desde esta perspectiva, las ficciones resultarían manifiestamente falsas».
Llegados a este punto resulta indicado recordar que según IHERING71 la ficción jurídica es una
«mentira técnica consagrada por la necesidad»; en este caso la necesidad de evitar la indefensión del
ciudadano cuando la Administración Pública incumple la obligación legal de poner fin al
procedimiento mediante una resolución expresa72. La ficción puede ser exclusivamente procesal o
sustantiva. Cuando es procesal se finge que se dan las premisas necesarias para interponer un recurso
y esa ficción excluye la pretensión de que la inactividad se consintió y ha devenido firme73. Cuando
la ficción es sustantiva se inventa la existencia de un acto; la declaración de voluntad que se finge
produce efectos vinculantes «erga omnes» en el terreno sustantivo, y esa ficción puede ser anulada
cuando es contraria a Derecho. Dicho ello conviene distinguir el acto ficticio y el acto presunto. No
debe confundirse la ficción con la presunción de hechos74. Como expresa
MORILLO-VELARDE75:
« la presunción no es un mecanismo de declarar voluntades, sino una forma de conocimiento de la
realidad, en cuanto es un instrumento o medio de prueba de la realidad fáctica. La presunción sirve
para conocer algo que es o que fue. No ocurre lo mismo con el acto ficticio. Este no existe en la
realidad, sino que es la ficción la que lo crea. Esta estructura, entre otras cosas, permite una mayor
flexibilidad, pues al no haber condicionamiento externo alguno, nada impide que esta creación se
realice en la medida de la necesidad que la impone o, al menos, aconseja».
En consecuencia no es técnicamente acertada la redacción del artículo 62.1.f) de la Ley 30/1992, a
cuyo tenor, son nulos de pleno Derecho «los actos expresos o presuntos contrarios al ordenamiento
jurídico por los que se adquieren facultades o derechos cuando se carezca de los requisitos esenciales
para su adquisición». La Ley confunde el acto presunto con lo que en realidad es una simple ficción
del Derecho. Si el acto explícito tiene su contrapuesto en el acto implícito, el acto expreso tiene su
antítesis en el acto tácito. El acto ficticio se contrapone al acto real. El resultado de la actuación
material de la que se infiere una declaración de voluntad es un acto presunto, tácito o implícito. El
fruto de la actividad formal es el acto expreso y la inactividad formal da paso al acto ficticio.
Mientras que un acto presunto admite prueba en contrario, el acto ficticio que surge de la inactividad
formal de la Administración no admite prueba en contrario76. En caso de inactividad formal no se
presume la voluntad de la Administración, sino que la Ley crea una ficción y determina sus efectos
jurídicos77.
Capítulo 1
LA IMPORTANCIA DE LOS HECHOS EN EL DERECHO ADMINISTRATIVO
Capítulo 2
LOS HECHOS EN LA TEORÍA DEL DERECHO
Capítulo 3
EL CONCEPTO DE LO FÁCTICO: ¿QUÉ SON LOS HECHOS?
Capítulo 4
LA ACTIVIDAD: ¿QUÉ SE HACE CON LOS HECHOS?
Capítulo 5
LOS HECHOS EN SEDE ADMINISTRATIVA: PRUEBAS, FICCIONES Y PRESUNCIONES
Capítulo 6
LA FICCIÓN DE VERACIDAD Y LA EXISTENCIA DE LOS HECHOS EN SEDE
ADMINISTRATIVA
Capítulo 7
LA FICCIÓN DE ACIERTO Y LA VALORACIÓN DE LOS HECHOS EN SEDE
ADMINISTRATIVA
Capítulo 9
LOS HECHOS Y LA PRODUCCIÓN DE LAS NORMAS