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Estereotipos, somatotipos y creación


de personajes literarios
Posted on 12 septiembre, 2016

¿De dónde vienen los personajes tipo? ¿Por qué es tan difícil
resistirse a ellos cuando escribimos una obra de ficción?
Rastrear su origen es un ejercicio fascinante, un proceso de
deconstrucción literaria, una investigación histórica y
antropológica sobre cómo otras artes, ciencias, o incluso
algunas paraciencias han dado lugar a estereotipos que cientos
de años después asumimos sin demasiadas reticencias.

Los personajes no son personas, a pesar de que algunos


escritores insistan en considerarlos como tales. Por el contrario,
un personaje es la ilusión de una personapersona. Es como una
marioneta; está fabricado de tela, madera y cartón. Los hilos
con los que se manipula siempre están a la vista. Si el artista es
bueno, sin embargo, el espectador se olvida de todo lo demás:
de los hilos, de la felpa y, sobre todo, del propio marionetista.
Mientras dure la función, el títere estará vivo vivo.

Los personajes de una obra de ficción son, en definitiva,


simplificaciones más o menos estandarizadas de personas de
carne y hueso. Son la reducción mínima de una persona,
la representación de características suficientes de modo
que pueda reconstruirse de forma creíble. Nuestros
pequeños homúnculos imaginarios..
Es en esta simplificación necesaria donde tienen su origen
los temidos estereotipos (o, si queremos ser algo más
correctos, los «personajes tipo»). Por ese motivo aparecen de
forma recurrente una y otra vez. El detective fracasado y
alcohólico de la novela negra, el científico loco de la literatura
de terror, la femme fatale, el rebelde sin causa, el friki
granujiento con problemas sociales… Todos ellos son plantillas
de personajes, atajos más o menos burdos hacia la
imaginación del receptor. Acostumbrado al truco, el lector
rellenará de forma inconsciente los espacios que el
escritor no haya podido o querido cubrir a lo largo de la
narración.

Los estereotipos nadan siempre en la misma dirección. En


cambio, las personas reales son complejas y muchas veces
manifiestan emociones contradictorias.

Son como los clichés


clichés. Y, del mismo modo que los clichés,
pululan a sus anchas por la literatura de género, pues los
estereotipos, las fórmulas y las convenciones son elementos
que suelen ir de la mano. Forman parte intrínseca de la
definición de «género»
«género», y en buena parte esto es así porque
sirven para cumplir las expectativas del lector que busca el libro
en la estantería correspondiente.

En el fondo, los personajes tipo son fruto de la pereza del


escritor, una comodidad más
más. Pero, por otro lado, también
son la sombra de arquetipos poderosos anclados en
nuestro subconsciente y que hunden sus raíces en las historias
más antiguas que existen, los mitos, las leyendas y las
tradiciones populares.

Cada estereotipo tiene su historia, por supuesto. Tarzán,


Mowgli, Pocahontas, Atreyu y los Neytiri son personajes que
tienen su origen en el mito del «buen salvaje», por ejemplo, y
han derivado en estereotipos nuevos, como el magical negro o
incluso el magical latino. Otros provienen de las
representaciones teatrales del mundo griego y romano o de la
Commedia dell’Arte. También hay estereotipos muy recientes:
La Manic Pixie Dream Girl es una invención moderna que quizá
está relacionada de algún modo con las nuevas perspectivas de
género o con sus malinterpretaciones.

Sin embargo, la idea para escribir sobre esta cuestión acudió a


mí tras leer sobre William H. Sheldon y los somatotipos
masculinos
masculinos. Sheldon fue un psicólogo que durante los años
cuarenta desarrolló una hipótesis para clasificar a todos
los hombres (solo hombres, no mujeres) en tres «formas
básicas
básicas»: Endomórfico, mesomórfico y ectomórfico. Cada una
de estas formas corporales se correspondería con una serie de
rasgos de personalidad:

El endomórfico es el hombre gordito y fofo, y su personalidad


corresponde a la de alguien bonachón, sociable, relajado,
tolerante y moderado.

El mesomórfico tiene un aspecto maduro, erguido y


musculoso. Es el típico líder, dominador, aventurero,
competitivo y valiente.

El ectomórfico es delgado, delicado y de apariencia juvenil.


Está relacionado con las personas introvertidas y con
problemas de sociabilidad, artísticas o intelectuales.

A nivel literario, la hipótesis de los somatotipos no es más que


una forma de hacer una descripción etopéyica a partir
de una descripción prosopográfica
prosopográfica, un modo de poner en
práctica eso de: «muestra, no cuentes». A primera vista
funciona, sí. Asociamos al gordito con una vida relajada, al tipo
musculoso con el clásico héroe de acción o el alpinista
experimentado, y al delgaducho asocial con el genio detective o
el hacker informático. Pero después de pensarlo un poco, me
he dado cuenta de que los dichosos somatotipos se han
convertido en una fórmula constante en la ficción que
consumimos a todas horas.
Evidentemente nuestro cuerpo dice muchas cosas de nosotros.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre sugerir y
forzar
forzar. El estereotipo cae con mucha frecuencia en la
caricatura
caricatura, y entonces la ilusión se desvanece. El personaje se
transforma en marioneta; asoman las costuras y el lector se
vuelve de pronto consciente de que detrás de esa historia hay
un escritor. La magia se ha terminado y Pinocho vuelve a ser un
muñeco de madera.

Cuatro ejemplos del somatotipo ectomórfico. De


izquierda a derecha: Sheldon Cooper, de The Big Bang
Theory , Sherlock Holmes, el Doctor Reid de Criminal
Minds y Victor Frankenstein en Penny Dreadful .

Para los escritores resulta muy difícil escapar de la influencia de


los personajes tipo. La tendencia hoy en día es intentar
dar la vuelta al estereotipo
estereotipo, y por eso la ficción se ha
poblado de antihéroes y jovencitas deslenguadas. Eso está muy
bien, pero no hay que olvidar que, en el fondo, los escritores
seguimos jugando al mismo juego de siempre,
utilizando las mismas reglas reglas. Dar una vuelta a un
estereotipo quizá vuelve a tu personaje algo más interesante
(aunque como ocurre con todo, también se está abusando de la
inversión del cliché), pero hay que tenerlo claro: Eso, por sí
solo, no lo hace más realista
realista.

No creo que se pueda huir del todo de los personajes tipo (los
de tu novela, inevitablemente caerán en el rango de uno o en el
de otro), pero sí se pueden evitar sus efectos más perniciosos si
tratamos de crear personajes complejos utilizando la
realidad como modelo
modelo.

Quizá los estereotipos deberían ser como el «tema» de una


obra. Deberían salir a la luz cuando el libro se termina, no ser
como figuras troqueladas que el escritor recorta de una novela
para pegarlos directamente en la siguiente.
Contenido Relacionado:
1. Creación de personajes literarios: La descripción
2. El karma y los personajes de tu novela
3. Cómo desarrollar tus personajes con un eneagrama
4. Mientras escribo, de Stephen King, o por qué no
seguir todos los consejos literarios

 Artículos  2 comentarios

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2 COMENTARIOS

Oliver Mulet dice:


12 septiembre, 2016 a las 4:03 pm

Asociar el físico de la gente con su carácter es algo que se hace


desde hace siglos. Somos muy dados a los prejuicios y, de vez
en cuando, estos se cumplen.

Tu artículo me ha recordado algunas de las pseudo-disciplinas


que estudié en Historia de la Psicología, como la fisiognomía
(centrada en estudiar la correlación de las características
faciales con la personalidad de los individuos).

Lo he disfrutado, sobre todo por la nostalgia que me ha


causado volver a ahondar en estas cuestiones; pero sobre todo
aplaudo tu apunte final. Subvertir los estereotipos está muy
bien, pero si todos nos esforzamos en crear personajes que
sean exactamente lo opuesto a lo esperado… ¿no se harán
predecibles también?

Responder

Victor Selles dice:


13 septiembre, 2016 a las 8:58 am

Gracias, Oliver. Juzgar a las personas por su físico es muy


frecuente y es lógico que se traslade a la ficción. Ni
siquiera la hipótesis de Sheldon es completamente
novedosa. Antes existía lo de los “cuatro humores”, por
ejemplo, y creo que la cosa se remonta hasta Aristóteles.
Lo curioso es que se adopte casi como estándar, y que
muchas veces no seamos conscientes. A mí me
sorprendió sobre todo el ectomórfico. Los otros dos
pueden estar más relacionados con hábitos de vida o
comportamientos, pero ¿por qué el trabajo intelectual o
artístico solo se asocia al ectomórfico y no al
endomórfico, por ejemplo?
Lo de la subversión del estereotipo es la respuesta
comodín de los escritores cuando les preguntan en una
entrevista acerca de sus personajes. Es que no falla

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