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Mary Jeannette Stevens

(1845-1929)

Nació el 13 de septiembre de 1845 en Malone, un pequeño pueblo ubicado en el condado de


Franklin en el estado estadounidense de Nueva York. Sus padres fueron D. Dwight y Da. Jeannette
Simonds Stevens. Estudió en Fulton y luego en la Escuela Normal de Oswego, Nueva York.

Entre las trece profesoras norteamericanas que llegaron a Buenos Aires el 12 de septiembre de
1883, traídas por Domingo Faustino Sarmiento a fin de fundar Escuelas Normales en nuestro país,
se encontraba Miss Mary Jeannette Stevens, quien pronto fue cariñosamente reconocida como la
Srta. Juanita.

En principio, fue trasladada a la provincia de Catamarca donde trabajó seis meses junto a Miss
Clara Armstrong, compañera en su formación docente en Oswego, ciudad de Nueva York.

Traía consigo veinte años de experiencia en la docencia, ya que había ejercido su tarea como
profesora en distintas ciudades de su país. Por sus condiciones, pronto fue nombrada como
Directora de la Escuela Normal de Jujuy, que por decreto del Gobierno Nacional fue fundada el 1º
de febrero de 1884. Su compañera Teodora Gay, fue designada como Vicedirectora. Estas dos
profesoras neoyorkinas, abandonaron sus hogares, sus familias de clase culta e intelectual y su
patria amada, para aventurarse a lo desconocido.

Dicen que las motivaba un espíritu apostólico, Juanita había adoptado la religión católica y había
aprendido el idioma español, el cual le gustaba hablar, prefiriéndolo a su lengua natal.

La llegada a nuestra provincia no fue fácil, ya que por esa época los caminos no eran buenos y los
medios de transporte bastante precarios. Así llegó Juanita a Jujuy el 26 de marzo de 1884, después
de un agotador viaje y con treinta y nueve años. Fue sorprendida por el recibimiento cordial y
amable de buena parte de los 3.500 habitantes que tenía la provincia por entonces y que le dieron
la bienvenida.

La personalidad de Juanita se destacó pronto por su carácter vigoroso y entusiasta; ante la falta
de recursos imponía su creatividad y optimismo. Así despertaba la admiración de sus colegas y
de los padres de sus alumnos utilizando lo que tenía a su alcance y que era aprovechado por ella
para construir los elementos didácticos necesarios.

En 1890 consiguió un permiso especial de las autoridades educativas de Buenos Aires quienes le
permitieron impartir algunas enseñanzas religiosas en su escuela. Ese mismo año volvió por única
vez a su país, donde visitó a su familia.

Continuó trabajando con esmero por la educación durante veinte años. En 1903, se vio obligada
a renunciar a la escuela Normal por desacuerdos con las autoridades por asuntos religiosos. Ya se
había dictado la primera Ley de Educación Nacional (Nº 1420) la cual sostenía entre sus principios
que la escuela debía ser laica, fiel al modelo positivista que se consolidaba en el país.
Dejando el agradable departamento en el que vivía, se refugió en el Convento del Buen Pastor por
el resto de su vida. Allí enseñó a mujeres privadas de su libertad y a niños internos que no habían
tenido antes de su llegada la posibilidad de recibir educación.

A los ochenta años, con su salud debilitada, se vio obligada a dejar la enseñanza y se dedicó al
cultivo de las flores, con las que mantenía adornada la capilla del Convento. A los 84 años, el 26
de septiembre de 1829, murió apaciblemente. Sus restos descansan en el Cementerio del
Salvador.

En homenaje y gratitud a su noble y fecunda tarea, la Escuela Nº 38 lleva su nombre desde el año
1931.

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