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JOSÉ RODILLA MARTÍNEZ

EL
DIACONADO
PERMANENTE
EN LOS ALBORES DEL
TERCER MILENIO

LO QUE EL CONCILIO PREPARÓ CON TANTO ESMERO PARA


ESTA GENERACIÓN

VALENCIA 2.005
EL DIACONADO PERMANENTE
3
Con mi gratitud y reconocimiento:

A Paqui, mi esposa y amiga,


vivimos compartiendo las esperanzas del corazón
en sencillez, humildad y alabanza.

A mis hijos: Jesús +, María, Laura y Pablo.


Cada uno de ellos, fruto ilusionado de nuestro amor.

A mi tío abuelo D. Antonio Rodilla Zanón +,


de quien aprendí a estar dispuesto a servir en la Iglesia.

A mi comunidad parroquial de San Juan de la Ribera,


que conoce, alienta y con amor corrige mi caminar.

A mi amigo y maestro D. Vicente Collado, Sus reflexiones


docentes apoyaron la gestación de este trabajo

A José María Esteve O.P., a los aspirantes al diaconado permanente


cuyos deseos de imitar a Jesús en la acción de servir comparto.
5

ÍNDICE

El lento paso de los años 9


A modo de introducción 13
El mundo del que hoy somos testigos 17
La Iglesia que el Concilio nos ha descubierto 29
Los tesoros que da a conocer la Iglesia 33
Un estilo propio en el compromiso de servir 37
Indagar en nuestras raíces para comprender el diaconado 41
Los tiempos apostólicos 47
De los primeros siglos a la época reciente 53
Recuperar desde el silencio de los siglos el acontecimiento
del Concilio Vaticano II 69
Neocatecumenado. Una experiencia antigua recuperada para el
hombre de hoy 77
Realidad y Esperanza. El clero 97
De los diáconos ¿Qué esperan, qué dicen los obispos 103
Búsqueda de una pastoral vocacional: La vocación propia
del diácono 107
Abiertos al Espíritu entremos al futuro 119
La coherencia en el ministerio de la Palabra 125
María. Madre y Maestra. Modelo para la Iglesia 129
Ser Diácono Permanente hoy 133
Sinergia de la doble sacramentalidad. Algunos retos que brotan
de la acción de servir 151
Anexo I Derecho Canónico 163
Anexo II Tríptico Vocacional Diócesis de Sevilla 167
Anexo III Bibliografía 171
Anexo IV Algunos libros y artículos con referencia al diaconado 177
6 El Diaconado Permanente

1. EL LENTO PASO DE LOS AÑOS

Este pequeño trabajo estaba en mente hace algún tiempo, pero por avata-
res de la vida no me había decidido a conformar la bibliografía, las ideas, las
sugerencias. La espera, me ha mantenido expectante durante estos años ante el
desarrollo del Diaconado Permanente en otras diócesis españolas. Y el ali-
ciente para decidirme a reflexionar y poner en orden las ideas y aquello que he
ido aprendiendo, lo ha provocado una circunstancia en este tiempo de incerti-
dumbre, en la que muchos estamos expectantes, ante el prudente silencio que
en mi diócesis presenta el tema del Diaconado Permanente, cuestionando,
incluso muchas veces, aquél consejo de un venerable anciano: los tiempos de
las cosas no son los tiempos de las personas, los tiempos de la Iglesia son
otros tiempos y los tiempos del Señor no son los nuestros... En esta paciente
espera seguimos trabajando, siendo consecuentes en la disposición y en la
fidelidad a la madre Iglesia.
En el mes de junio de mil novecientos noventa y siete se convocó 1 a
quienes ejercían el oficio de ministro extraordinario de la comunión, para
renovar otro trienio y reflexionar sobre la práctica pastoral en ese ministerio
extraordinario. En una de las exposiciones sobre la gran liturgia universal del
culto al Padre, se trató el sacerdocio de los fieles en la economía salvífica, los
sacramentos, entre ellos, el del Orden. Una exposición trinitaria muy clara y
unas manifestaciones, a mi entender, no muy acertadas sobre la vinculación
para siempre del ministro ordenado con la Iglesia.
Digo no acertada, ya que el argumento que se expuso sobre el Diaconado
Permanente no era convincente, no tenía una consistencia teológica que ex-

1
Tuvo lugar para la Vicaría I en el salón de actos del Colegio Salesiano Santo Domingo Savio, Avda
Primado Reig, 2 de Valencia. Fueron tres días en los que se expusieron temas formativos y de instrucción,
por ponentes de la Delegación de Liturgia y Arte Sacro de la Archidiócesis de Valencia, motivo por el cual
la autoridad de quienes participaban impregnaban a los asistentes de las ideas expuestas. De los trescientos
cincuenta ministros extraordinarios de la Eucaristía presentes y cuya media de edad superaba con creces los
sesenta años, acogieron dicha manifestación argumental, no como opinión personal del ponente sino como
doctrina a seguir emanada de la jerarquía eclesiástica. Sin posibilidad prudente de rebatir «in situ» con otros
argumentos, me surgió la idea de completar este estudio, no como contestación a esa abundante corriente de
opinión latente en nuestra diócesis, sino mostrar desde la diversidad del pensamiento cristiano, un camino
inédito para quienes se sientan convocados a recorrerlo para luego poder adquirir la capacidad de decidir y
decir Sí, a la acción de Dios en la vida personal de quien se encuentre en esta situación.
7

presara doctrina común sino opinión y desconocimiento de la fecunda reali-


dad que va creciendo en la Iglesia.
Quizá también el miedo a esta situación de dar con candidatos adecuados,
de admitir en el clero diocesano a personas con dedicación profesional en
exclusiva y con familia a su cargo e insertos en el mundo, provoque rechazo y
temor. Es comprensible que existan reparos, que haya dudas razonables. Pero
la realidad está ahí y hay que afrontarla con humildad y sin miedos.
A lo largo de dicha sesión se enlazó con los ministerios instituidos de Lec-
tor y Acólito, abundando en el mismo argumento:
No habrá diáconos permanentes porque su ordenación vincula de por vida a la
Iglesia, lo mismo que Lector y Acólito. Son ministerios que vincula a la Iglesia a
quien es instituido de forma permanente.
El ponente laico que hablaba exponía una opinión personal coincidente
con el criterio de un sector del clero, pretendiendo con ello, justificar el dila-
tado y pertinaz silencio ante las voces que pedían la reinstauración de los mi-
nisterios mencionados, argumentando con notable desconocimiento, que la
vinculación para siempre con la Iglesia era el motivo fundamental de la sen-
tencia que acababa de pronunciar.
No hay que olvidar los requisitos precisos para ser admitido entre los can-
didatos al diaconado y presbiterado. Uno de los requisitos dice:
Deseo de dedicar la propia vida al servicio de la Iglesia, para gloria de Dios y el
bien de las almas 2
Ocurre lo mismo para recibir los ministerios de lectorado y acolitado, solo
que se sustituye el requisito anterior por el siguiente:
Firme voluntad de servir a Dios y al pueblo cristiano. 3
Quizá la sensibilidad que en mi letargo he ido adquiriendo, se sintió daña-
da, impresión que se cura con la oración y con la reflexión. Ésta, me facilitó la
posibilidad de argumentar con muchísimo cariño las diferencias de criterio
que están presentes y que puedan frenar de algún modo, la incorporación del
diaconado como carácter estable de vida, a nuestra Iglesia diocesana, jamás
podrán empañar en modo alguno la plena comunión con el ponente laico que

2
Determinaciones del Episcopado Español. Documento aprobado por la XX Asamblea Plenaria del
Episcopado. Madrid, 17-22 de Junio de 1.974
3
Idem
8 El Diaconado Permanente

hablaba, y de quién no me separa, ni la doctrina ni la vivencia de la expresión


de nuestra fe.
Trato de reflexionar desde la realidad de nuestro tiempo, los grandes
acontecimientos eclesiales del Concilio Vaticano II y de nuestro Sínodo Va-
lentino, de la reinstauración en nuestro rito latino del Diaconado Permanente
que nos enlaza con la tradición de nuestros Santos Padres, con la Iglesia
Apostólica de los primeros tiempos y con tantas comunidades que fueron
fieles al Espíritu Santo.
Es hora de encarnar en la plenitud ministerial recuperada por el Concilio
Vaticano II, el renovado sentido eclesial que nos permite identificarnos y sen-
tirnos acogidos en el regazo común de nuestra Santa Madre la Iglesia, Esposa
de Cristo, referencia fundamental de la comunión entre los hermanos que
constituimos el Pueblo de Dios.
Así como la historia de nuestros antepasados de alguna manera delimita
nuestra personalidad al tener como herencia impresa en nuestros genes, aque-
llas características individuales que nos identifican y forman parte del legado
hereditario que nos condiciona: la impronta de los éxitos, los fracasos, las
frustraciones, las esperanzas..., con la historia de la Iglesia ocurre igual. To-
das esos anhelos, esperanzas, frustraciones, toda la carga psicológica de los
siglos, nos condicionan.
Pero el Espíritu Santo induce en nuestra Iglesia particular el don de la fi-
delidad y el de la paciencia, permitiéndonos escuchar en el corazón la voz del
amado, y recuperar todo el ímpetu y la fuerza del amor de juventud, en el
desierto de la sociedad actual en el que muchos viven aislados, protegidos y
blindados, impermeables a la Palabra de Dios y hastiados ante el lento paso de
los años.
El Sínodo Valentino ha cumplido más de tres lustros y es ahora cuando
comienza a estrenar con todo su vigor, ilusión y confianza, la pujanza que en
sus constituciones se imprimen, armonizando la vida de las diversas comuni-
dades eclesiales que forman este pueblo peregrino.
De aquellos diecisiete testigos que estamparon su firma debajo de la del
Arzobispo Miguel, no solo refrendaron la veracidad de su promulgación sino
que dejaron en la impronta de su testimonio los anhelos y el sentir de un pue-
blo fiel a sus pastores, fiel a su compromiso con la Iglesia. Indudablemente el
Espíritu Santo que inspira y guía a nuestra Iglesia nos preparó una conciencia
9

de lo que somos y lo que podemos conseguir en el servicio a nuestros herma-


nos:
ser testigos de Jesucristo en el umbral inmediato del tercer milenio.
Han pasado muchos años cuando, con la energía de nuestra juventud,
éramos capaces de acometer cualquier empresa por difícil que fuera e impa-
cientes, deseábamos que la Iglesia diese los pasos más largos, más rápidos e
hiciese realidad lo que añorábamos muchos. Pero la sabiduría de tantos siglos
de tradición fue moldeando los corazones, atemperando nuestros irreflexivos
impulsos y haciendo camino de otra manera, que a la larga siempre resulta
más eficaz.
Muchos de quienes estábamos en la línea de salida de las reformas conci-
liares, apreciamos ciertas señales que caldeaban nuestro interior; algunos intu-
ían una llamada desde la espesura y la bruma de la historia de tan dilatado
período de tiempo, que nos ha permitido aprender a esperar y a ser puentes
que unan diversas realidades y facilitar el tránsito hacia lo novedoso y llama-
tivo, en este caso, el Diaconado Permanente.
Hemos envejecido como el vino guardado en el silencio de las bodegas, lo
añejo es más sabroso y hoy ya no nos importa quienes sean los que crucen a
través del puente, si quienes estábamos ilusionados desde antaño u otros nue-
vos convocados por el Espíritu. Lo verdaderamente importante y novedoso, es
que el camino está abierto y la marcha ya ha comenzado...
En la medida de lo posible transcribiré algunos textos de documentos ofi-
ciales y de otros autores; citas que tomo prestadas para la realización del pre-
sente estudio.

José Rodilla Martínez


Valencia, 25 de diciembre de 2.004
2. A MODO DE INTRODUCCIÓN

Bernard Lambert OP., en su libro Cartas sobre el Concilio, finalizaba el


capítulo 11, dedicado al Diaconado y Celibato, con una expresión de esperan-
za y con un convencimiento de que el trabajo que se estaba realizando en el
Concilio sería fecundo y duradero, restaurador y audaz. Con esos presupues-
tos se atrevió a decir:
La Iglesia es una Gracia, y cada parte de la Iglesia, cada grado dentro de su cons-
titución, implica una gracia. La economía en este aspecto es un error. Es preciso,
hacer rendir a la Iglesia todo lo que puede dar. Acaso será el diácono del año dos
mil el primero que vea los felices resultados de lo que la Iglesia le prepara hoy.
Hagamos votos, sin embargo, para que las cosas marchen un poco más deprisa de
lo que marcharon cuando la institución de los Seminarios por el Concilio de Tren-
to. 4
Hemos pasado ya el año dos mil y próximos estamos para conmemorar los
ocho lustros de la clausura del Concilio Vaticano II. Este gran acontecimiento
de la Historia de la Iglesia nos permitió rejuvenecer a hombres y mujeres,
instituciones y asociaciones, vigorizar ideas y criterios..., en definitiva, con la
conciencia de ser pueblo de Dios hemos ido sedimentando cada uno de los
estratos conciliares, facilitándonos el encuentro con nosotros mismos y el
reconocer en los demás a nuestros hermanos.
El mundo del postconcilio fue asimilando el aldabonazo que supuso para
las gentes de aquellos tiempos, la aparente confusión al tener la casa totalmen-
te revuelta, las ventanas y balcones abiertos de par en par, las cortinas y per-
sianas levantadas para airear nuestro hogar. Situación que provocó una sensa-
ción de intranquilidad, hasta que poco a poco la normalidad, la asimilación de
que los cambios eran irreversibles, de que la misma sociedad había cambiado,
hizo que retornase la paz y la tranquilidad a nuestro hogar volviendo a sus
orígenes. Las cosas comenzaron a marchar y el creyente asimiló con esperan-
za que todo era para bien, intuyendo el comienzo de un gran acontecimiento.
¿Quién se atrevía a pensar que pudiera verse envuelto en una aventura de tal cali-
bre? Pero el concilio ha estado entre nosotros, tan real y verdadero como Cristo
estuvo entre sus apóstoles. Y el que escribe estas líneas siente ahora el terror de

4
LAMBERT, BERNARD O. P. Cartas sobre el Concilio. Cristiandad 1.964
11

que el concilio -este nuevo paso de Cristo entre los hombres- haya estado entre los
suyos sin que los suyos lo conocieran. 5
El Diaconado Permanente es una puerta abierta a la esperanza, que reque-
rirá cuando nazca, el mimo, el cariño y los cuidados necesarios para que crez-
ca en el regazo de nuestra madre, la Iglesia diocesana.
En los últimos 75 años, hubo suficientes causas que justificaran la idea de
recuperar este ministerio diaconal llegándose al restablecimiento de dicho
ministerio en el Concilio Vaticano II.
Si fundamentamos nuestra reflexión en el Sínodo Diocesano Valentino
clausurado el 27 de Junio de 1.987, encontramos en él, la licencia que nos
permite hoy hablar de un entorno diaconal estable que se ofrece al laico como
opción de vida. Este Sínodo de la Iglesia particular de Valencia, al expresar el
sentido sacramental del Diaconado Permanente, completa en su jerarquía un
carácter de consagración ministerial para aquellos varones que reciban la lla-
mada de la Iglesia a ejercer el ministerio de la Caridad, de la Palabra y de la
Liturgia, instaurandolo en su constitución sinodal 564:
A tenor de la actual legislación canónica y de las normas dictadas por la Confe-
rencia Episcopal Española, instáurese en la Iglesia Valentina el Diaconado Per-
manente. A quienes lo reciban se les encomendará las funciones propias de este
ministerio. 6
Esto abriga la esperanza de que cuando la prudencia y oportunidad pasto-
ral crea oportuno iniciar el proceso de su instauración, con el decreto que así
lo establezca y se inicie el período de discernimiento vocacional, la comuni-
dad cristiana lo recibirá como un gran don de Dios.
Pero hay que preparar a la comunidad eclesial, formada por el clero y los
laicos, a recibir esta gran primicia. Disponer el terreno que permita acoger la
novedad como realidad vivificante para la Iglesia de hoy. La Iglesia del Con-
cilio está alejada por cuarenta años en que la sociedad ha cambiado substan-
cialmente, y la Iglesia del Sínodo Valentino también está distanciada del
tiempo de cuando promulgó su instauración. Hoy debe de estar dispuesta con
actitud de acogida, y en medio de la sociedad actual, a salir al encuentro con
ilusión y esperanza hacia el Diaconado Permanente, y al ver completado su
elenco ministerial, sepa situar cada gracia del Espíritu Santo, cada don, cada

5
MARTÍN DESCALZO, J. L. El concilio de Juan y Pablo. BAC 266.
6
Constituciones Sinodales. Sínodo Diocesano Valentino. 564
12 El Diaconado Permanente

carisma, cada ministerio al servicio de todos porque la Iglesia es fraternal


diakonía.
13

3. EL MUNDO EN EL QUE HOY SOMOS TESTIGOS

El paulatino abandono de lo sacro consiente un intenso y creciente some-


timiento a una forma nueva de vivir, distinta y enfrentada a la civilización que
asienta sus raíces y costumbres en el cristianismo, y cuya novedad manifiesta,
es la pérdida radical de los valores morales. Para el cristianismo el valor moral
es un fruto de la convivencia, el respeto al otro siempre es una acción sagrada
y la veneración a los ancianos el motor que mueve y cohesiona las interrela-
ciones personales, capacitando al creyente hacia una personalidad con convin-
centes valores espirituales que permitan transmitir la fe cristiana de genera-
ción a generación. La familia, como icono de la Iglesia, siempre ha hecho
presente el amor entre todos sus miembros y siempre ha sido el patrón de
referencia en el comportamiento de los cristianos en su relación con los de-
más.
El laicismo como mentor de la nueva cultura, está minando los valores
morales cristianos supliendo Verdad, Bondad y Belleza, atributos de Dios, y
nos evidencia que el creciente deterioro, nos conduce a la destrucción de los
conceptos cristianos de familia y de la educación de los hijos, alterando y
sustituyendo la concepción antropológica de hombre que ha mantenido inalte-
rable el judaísmo y el cristianismo. Si bien no es un problema reciente sí es un
mal que ya fue objeto de una encíclica en el siglo pasado por Pío XI:

Pues ya, al mandar que se dé culto a Cristo Rey por la universidad del nombre
católico, por ello mismo atenderemos a la necesidad de los tiempos presentes y
pondremos un remedio principal a la peste que ha inficionado a la sociedad
humana. Peste de nuestra edad decimos ser el que llaman laicismo con sus erro-
res y criminales intentos... Se empezó por negar el imperio de Cristo sobre todas
las naciones; se le negó a la Iglesia el derecho que viene del universidad del géne-
ro humano [Encíclica Annum sacrum, de 25 de mayo de 1899]. Y en este punto
no hay diferencia alguna entre los individuos y las sociedades domésticas y civi-
les, pues los hombres reunidos en sociedad no están menos en poder de Cristo
que individualmente. La misma es, a la verdad, la fuente de la salud privada y de
la común: y no hay en otro alguno salud, ni se ha dado a los hombres bajo el cielo
otro nombre en que hayamos de salvarnos [Hch 4, 12]; el mismo es, tanto para los
ciudadanos en particular como para la cosa pública toda, el autor de la prosperi-
dad y de la auténtica felicidad: «Porque no es el Estado feliz de otro modo que el
hombre, como quiera que no otra cosa es el Estado que la concorde muchedumbre
de los hombres .» No rehúsen, pues, los rectores de las naciones prestar al impe-
14 El Diaconado Permanente

rio de Cristo, por sí y por su pueblo, público homenaje de reverencia y sumisión,


si es que de verdad quieren, mantenida incólume su autoridad, promover y acre-
centar la prosperidad de la patria. 7
Quizá con palabras desprovistas de indumentaria barroca y con un léxico
diverso al utilizado por los Papas antes del Concilio Vaticano II, se compren-
da mejor hoy el mensaje que en aquel contexto histórico, el magisterio de la
Iglesia transmitía a sus fieles. El proceso de secularización incide en el hom-
bre actual en parecidas circunstancias, le despoja de la experiencia religiosa
que de lo sagrado tiene su vida, degrada su persona y trata de convertirlo sim-
plemente en materia animada y autónoma, casi como un desecho de la ciencia
que precisa reciclaje.
Desde la perspectiva de la historia el proceso que comenzó en la ilustra-
ción, se abre a otro debate, superando aquella etapa de la ciencia positiva que
Augusto Comte 8 supuso para la humanidad.
El paisaje agreste y frío que el hombre atraviesa en el principio de este mi-
lenio, arrastra todas las crisis del pensamiento de los siglos anteriores y el
legajo hereditario que posee, ha sido malversado por haber decretado la muer-
te de Dios, por haber desplazado de su inteligencia la trascendencia y estable-
cido al hombre en el pedestal como único soberano, y éste a su vez, de nuevo
desplazado por el estado, y el estado convertido en tirano, ahoga al hombre
que huye hacia la apatía del existencialismo tratando de recobrar una libertad
perdida, provocándole angustia y desazón, su aislamiento le conduce una vez
más a la infelicidad
Lo que es evidente es la búsqueda constante del hombre por el hombre y
en la búsqueda de ese yo también se da el encuentro con el otro; nos dice
Hermann Hesse:
Quien busca el auténtico Yo, busca al mismo tiempo la norma de toda la vida,
pues este Yo más íntimo es igual en todos los hombres, es Dios, es el «significa-

7
Quas Primas. Carta encíclica del Papa Pío XI sobre la fiesta de Cristo Rey , de 11 de diciembre de
1925. DZS 2197
8
Para Augusto Comte la historia de la humanidad presenta tres etapas; la infancia de la humanidad que
identifica como la época religiosa, la juventud que la sitúa como la etapa metafísica, y la madurez humana a
la que corresponde con la etapa de la ciencia positiva; es el triunfo de la Razón puesto que ésta, procesa el
conocimiento científico que los sentidos captan. Estos acontecimientos positivos no conocen otras realida-
des fuera de lo material por lo que este positivismo es reduccionista ya que el hecho religioso queda fuera
del hombre, no es cuantificable. La razón del hombre suple a Dios…
15

do». Los hombres en la actualidad estamos demasiado acostumbrados a fijar las


relaciones con los demás mediante leyes y convecciones que no podemos medir
según la voluntad de Dios porque no conocemos a Dios, porque lo llevamos en
nuestro interior y nunca hemos aprendido a buscarlo. 9
En el siglo XX se ha escuchado hasta la saciedad que el hombre inventa a
Dios como una necesidad de abrigo, que el rostro de Dios ha sido constante-
mente camuflado con aquellas máscaras de las tragedias griegas con las que
diferenciaban los diversos personajes que representa el hombre en la comedia
habitual de su vida, atribuyendo a Dios una realidad ficticia, fruto de la ima-
ginación del hombre débil. Esto piensan aquellos que han sido artífices del
superhombre, pero el hombre sencillo escucha otras voces, sabe muy bien lo
que no es Dios, y aún lo que ignora, bien sabe qué es lo que le hace estar se-
guro.10
El hombre ha sido engañado creyéndose dios y después de la ingesta del
otro fruto del árbol del bien y del mal, se encuentra desprovisto del bienestar
que es el fruto providente del amor. En cierta manera se le ha dado un paraíso
utópico basado en la economía y en la adquisición de una felicidad que escla-
viza y no le hace libre. Permutando su concepto y sentido de pertenencia a un
pueblo que tiene una historia de salvación personal y colectiva y que trascien-
de al propio hombre material, psíquico y espiritual, por la alabanza y culto
permanente al propio cuerpo y al estatus conseguido o anhelado de un bienes-
tar, sin otro objetivo que el ansia de agotar estadios de felicidad continua,
cuya cumbre es el propio hombre y cuya idolatría le conduce a una vida vacía,
sin sentido, sin valores y sin trascendencia...
En la concepción cristiana el hombre está convocado permanentemente al
amor. Está llamado al amor, a tener un encuentro con el otro, a entrar en la
dinámica de una comunión profunda, descubriendo en el matrimonio los de-

9
HESSE, HERMANN. Mi Credo. Bruguera 10ª edición. Barcelona 1985. 119-120
10
RODILLA MARTÍNEZ, JOSÉ. Poema inédito: Descubrir Señor tu nombre. 1973. Hay algo Dios,
que bulle en mi momento, / que me llena al no saber de Ti. / Sé lo que ha inventado el hombre./ Facetas
que responden a una necesidad de abrigo./ No sé cómo eres Dios, / ignoro la realidad que me hace estar
seguro. / En la concepción que de Ti imagino, / eres imagen difuminada / que a mis medios inteligentes
escapa. / Eres irreal y distinto a lo que en esencia eres. / No sé cómo eres Dios, / ignoro la realidad que me
hace estar seguro. / Debes ser algo extraño y diferente / porque ninguna inteligencia es capaz de expresar /
la apreciación de nuestro invento, / al que acostumbrados estamos / a convenir, a medir y apreciar... / No ha
podido el hombre por sí mismo / llegar a conocerte si Tú ante él / no te has hecho presente.
16 El Diaconado Permanente

signios de Dios comoq introductor de la capacidad y la responsabilidad para


esa correspondencia de la donación generosa y personal, exclusiva de dos
seres sexuados y complementarios que formarán la familia cristiana, al ser
testigos de la creación cuando se dan en don el uno al otro y de cuya unión
brota la fuente de la Vida.
Hoy en cambio, los patrones que la sociedad propone están muy lejos del
cristianismo. Paulatinamente, el modelo de familia cristiana, está siendo susti-
tuido por un tipo diverso de relación en la que la convivencia de sus miembros
está basada en convenios individuales de intereses, ofertando a sus hijos un
patrón de educación para la competencia, para ser el primero, para conseguir
las máximas metas con el mínimo esfuerzo, camuflando el desconsuelo, evi-
tando el dolor y maquillando los fracasos que produce la insatisfacción; por
consiguiente los ancianos estorban ante semejante proyecto, hay que apartar-
los, situarlos en un lugar que la civilización postmoderna llama residencias y
en dónde allí, ellos solos estarán más cómodos, ocultando de este modo el
sufrimiento y la caducidad de la vida que hace presente la precariedad que
acompaña al hombre, y al haber introducido estos espejismos que engañan la
realidad pueda el hombre creerse que es eterno.
Con mayor insistencia se advierte el sufrimiento de muchos ancianos al
ser separados del hábitat de sus íntimas seguridades, la agresiva amputación
de su entorno vital familiar y la ausencia del afecto de los nietos que tanto
sienten y se aprecian recíprocamente. Recuperar su presencia del olvido y su
voz del silencio a la que les ha relegado la sociedad, y mostrar al mundo que
el ciclo vital del hombre no acaba con la muerte, sino que tiene en él el prin-
cipio de una eternidad que quieren ignorar, sólo es posible si acompañamos la
sabiduría viviente de los ancianos en su propio entorno natural: la familia.
En ocasiones, la imagen que el ciudadano tiene de las instituciones de la
sociedad, está basada poco menos que en la sospecha de una presunción delic-
tiva. Por una parte el ciudadano contribuyente tiene como patrón de compor-
tamiento conductas de corrupción y fraude, de gentes sin escrúpulos que han
utilizado ilícitamente para su enriquecimiento personal recursos de la socie-
dad. Por otra parte las instituciones se rigen por normas y reglamentos, y en
ocasiones, la rigidez en la aplicación de justicia, provoca situaciones de des-
amparo o de incomprensión, generando frustración en la relación donde la
institución y las leyes están hechas al servicio del hombre, surgiendo de esta
17

relación, conductas fraudulentas por parte del ciudadano que al mismo tiem-
po se resiste o se defiende de su hipotética agresión.
La capacidad de amar y de aceptar al otro tal como es se va perdiendo. Se
deteriora la confianza con el vecino y se juzga a todo aquel que opine de ma-
nera diferente, aplicando criterios personales que no tienen en cuenta las di-
versas opiniones, y sin escuchar las razones de los demás, se hace prevalecer
la verdad particular que el individualismo genera, situando al hombre en el
centro de todo.
El tiempo no se puede perder, se gasta, se agota, se enlaza el día y la no-
che con el día y noche siguiente. La honestidad y la honradez son valores de
baja cotización y el trabajo, que además de ser escaso se comercia con él,
genera una dosis de desconfianza con lo instituido, con la propia persona.
Todo es valorable y cuantificable, convirtiéndose el dinero en amo y señor de
las conciencias, desplazando al auténtico Señor y dador de todo bien.
La vida está constantemente amenazada y la libertad del hombre ha sido
secuestrada ciento de miles de veces. Se asesina sin motivo, y cada vez es más
extensa la convicción de tomarse la justicia por la mano, aplicando los crite-
rios del asesino, desplazando la objetividad de la justicia a unos criterios car-
gados de razones vacías de contenido. Estas situaciones han grabado a fuego
en algunas conciencias el convencimiento de que los demás son meros obstá-
culos que impiden conseguir los fines que uno se propone, justificando con
ello el retorno a viejos eslóganes de eliminación del contrario, conductas que
ya fueron calificadas por la historia.
El cuerpo es la realidad palpable que hay que cultivar, dar cumplimiento a
todos los gustos, utilizarlo según convenga y obtener el máximo goce posible,
esclavizando, si es necesario, a los demás que también son máquinas de placer
y por lo tanto objetos que hay que usar...
Esta cultura predominante que día a día mentaliza a la sociedad a través
de los medios de comunicación, muestra aquellas noticias que les dan audien-
cia: catástrofes, guerras, escándalos sexuales, vidas de famosos, etc.,
Estos medios, frecuentemente no tienen éxito al decirle a la gente qué es lo que
tiene que pensar, pero tienen un éxito asombroso al decirle a la gente sobre qué
tienen que pensar.11

11
BERNARD COHEN The Press and the foreign policy (1963: 13) citado por Teodoro León Gross.
htttp://cvc.cervantes.es/obref/congresos/zacatecas/television/ponencias/leongros.htm
18 El Diaconado Permanente

Manifiesta este comentario de la Teoría de la Agenda en cierta medida, una reali-


dad: Lo que une hoy a las masas es la televisión, y la sociedad cree que única-
mente existe y es verdadero lo que se emite por televisión, y todo lo demás des-
aparece de las mentes de las personas. Aunque parezca una contradicción, vivi-
mos en la era de la comunicación, y es en ésta en la que el hombre está más in-
comunicado porque muchas veces aquellos que hablan no saben escuchar, y si no
saben escuchar no pueden saber y no conocen lo que les rodea, únicamente ven y
aprueban su realidad. No pueden comunicarse con los demás, ni siquiera llegar a
conocer a las personas.
La educación se ha convertido en un negocio, ya no es una educación para perso-
nas, sino para consumidores, ya no se educa a seres para la libertad y el desarrollo
de sus capacidades humanas, sino a consumidores, educación para una sociedad
reduccionista, donde lo único que interesa son las relaciones comerciales, todo lo
que no puede comercializarse, queda fuera, lo que no aporta beneficios es elimi-
nado. 12
Como vemos la vieja idolatría tiene tras la máscara de hoy el mismo ros-
tro de ayer.
Es prioritario proteger a la familia en nuestros días ya que está sien-
do atacada de todas las maneras imaginables, pero hay que ser cons-
cientes de los riesgos que estamos corriendo porque sistemáticamente
se le está queriendo destruir, se desarrolla una lucha y un ataque es-
tratégico muy bien calculado, y en mi opinión, la meta del mundo occi-
dental está basándose en un espejismo a través del cual se trata de con-
seguir un «bien estar social» al que aspira esta sociedad.
Paul Ehrlich 13 afirmaba en 1.972:
Sea cual sea el momento, a mayor índice de población, menos posibilidades
de vivir como reyes.

12
MARGARITA RIVIÈRE, es una prestigiosa periodista, autora de “El Malentendido”, un libro que
analiza cómo los medios de comunicación ya no informan, sino que su función actual va más allá tomando
el papel de educadores.
13
DUMONT GERARD-F. El festín de Cronos. Rialp. Madrid 1.995. 31. Se expone la teoría de neomal-
tusianismo del siglo XX y basándose en Paul Ehrlich en su obra titulada: Población, recursos, medio
ambiente, esboza este tema que es en definitiva el sustrato oculto del que parte se alimenta el cambio
antropológico del concepto familia cristiana.
19

Lo cual justifica el alimentar sin reparos el miedo de que se agoten los re-
cursos, y el alentar a los ciudadanos a acabar con las familias, y a las familias
de acabar con los hijos y con los ancianos. Esta política reductiva intenta im-
plantar el aborto, la eutanasia y la necesidad de esterilización, y sin duda la
batalla la están ganando los métodos anticonceptivos, logrando con ello un
descenso demográfico garantizado que ha conducido a conseguir cifras espec-
taculares por su rapidez e intensidad, descendiendo por debajo del reemplazo
generacional. Estas circunstancias desencadenan un cambio en el sistema
familiar, nuevas actitudes ante el matrimonio, y el número de hijos deseados,
sufre un trastorno decisivo en el Siglo XX.
Esta involución viene dada por causas sociológicas y políticas, que con-
llevan sin duda, a un cambio decisivo en los valores que hasta ahora constitu-
ían el soporte fundamental de la familia, a partir de este momento un hijo
deseado es únicamente el que está debidamente programado, de modo que si
un hijo no es buscado y programado, corre el riesgo de no nacer.
Estamos constatando que todas las referencias de equilibrio y de valores
que el hombre ha tenido en la familia, se están sustituyendo por otros concep-
tos y estilos que nada tienen que ver con ella y las generaciones que están
surgiendo sin esos puntos de apoyo, se encuentran cada vez muy mermadas en
valores. Destruyendo a la familia se consigue no educar en valores y cambiar
el concepto antropológico de hombre, que como dije antes, el judaísmo y el
cristianismo lo mantienen inalterable.
La familia que surge de la experiencia gozosa del amor fundado en el ma-
trimonio, está siendo sustituida por otros conceptos, por diversos estilos. La
sociedad en la que estamos viviendo refleja que:
El matrimonio es una de esas instituciones que ha caído a minusvalía por incom-
prender, o no querer aceptar lo que significa y lo que ha significado para la
humanidad durante muchos siglos. 14
Cada vez es más frecuente la concepción del matrimonio, no como un es-
tado de vida que el hecho religioso contempla, sino como una sociedad que da
acceso a un status económico y social en el que convergen dos egoísmos regi-
dos por la atracción sexual y el hedonismo, y que en un momento dado se
puede disolver por cualquier causa, basta el mutuo acuerdo para divorciarse.
También es cada vez más corriente la manifestación de que la virginidad no es
un valor. La generosidad, el perder la vida por el otro, la donación total sin
14
Diácono Dr. Ludwig Schmidt, Caracas, Venezuela
20 El Diaconado Permanente

esperar nada a cambio, la procreación de los hijos, la formación y educación


en valores que se les ha de brindar, son reminiscencias de una sociedad en
decadencia cuya antropología está superada. Por lo que es cada vez más nu-
meroso el grupo de los que conceptúan al hombre y a la mujer, no como seres
espirituales capaces de portar vida eterna en sus frágiles recipientes finitos de
carne y hueso, sino como actores principales cuyo único destino es la vida,
cuyo papel estelar consiste en desarrollar bien su función ecológica, viviendo
desahogadamente sin otra preocupación que el presente de ahora y ya, y al
final del proceso vital, acabar su vida en una institución cómoda que me evite
la soledad y el sufrimiento.
Hay algunos países, entre ellos España, que introducen un nuevo concepto
cultural en su realidad social, a un fenómeno novedoso que confunden con el
ser progresista, reconociendo como natural y normal las uniones homosexua-
les. En sus legislaciones lo han equiparado al nivel jurídico del matrimonio
heterosexual, «legalizando con un seudo-matrimonio» a parejas del mismo
sexo, dotándolos de idénticos derechos, deberes y responsabilidades. Aquí no
hay donación unitiva que les haga ser carne de la misma carne, ni puede bro-
tar vida porque no existe fuente de la cual brote, por el contrario, se les facili-
tará la adopción de niños que supla lo que la naturaleza es incapaz de dar.
Semejante desatino es la consecuencia de la malversación constante de aque-
llo que hace distinguir lo racional de lo irracional, y se distancia del pensa-
miento que apelaba a la razón como última instancia del hombre. Hoy esta-
mos en una etapa nueva de la humanidad civilizada que nadie antes pudo sos-
pechar. De nuevo se presentan aquellos signos de los tiempos que de la debi-
lidad moral y la crisis de valores, aún se guardan recuerdos muy adversos, que
contribuyeron y lentamente provocaron la decadencia, destrucción y posterior
desaparición de todo el imperio romano.
La historia ha conocido el fracaso del planteamiento marxista, el ocaso del
dios estado y la eliminación sistemática del hombre por causas de raza, creen-
cias o pensamiento. El pensamiento monolítico y la adhesión incondicional a
líderes totalitarios y excluyentes, ha ejercido durante décadas la eliminación
del poeta y del pensador que reflexiona sobre utopías, cuya aspiración más
profunda era la felicidad. Se ha silenciado al cantor y se han puesto sordina a
las voces que disentían, condenando al ostracismo a los profetas. Se han abor-
tado muchas esperanzas honestas de libertad que han frustrado al hombre,
pero ese hombre necesita encontrar un sentido a su vida, un sentido que no
21

esté limitado, un ansia de ser realidad trascendente y total; esa es la fuerza


que conduce al hombre en su búsqueda a percatarse de la necesidad de Dios.
¡Ser, ser siempre, ser sin término! ¡Sed de ser, sed de ser más! ¡Hambre de Dios!
¡Sed de amor eternizante y eterno! ¡Ser siempre! ¡Ser Dios! 15
El ser siempre es lo mismo que eternidad. La pretensión de ser Dios es el
enunciado último de un deseo que se posee en germen, en la urdimbre que
soporta el misterioso entramado de donde se plantea la sed de eternidad que el
hombre lleva impreso en sus genes: La necesidad de perpetuarse.
El hombre, cuando es capaz de pensar el mañana, de prever su sustento,
de ser introvertido, en ser consciente de la capacidad de verse por sí mismo,
de sorprenderse de lo que le rodea y decir soy yo; se distancia totalmente del
animal al tener una conciencia refleja. Se da cuenta de su propia vida y por lo
tanto es capaz de decir que su vida tiene sentido o su vida es un absurdo. Ejer-
ce su derecho a elegir y es capaz de planear su futuro.
Tiene pues, el hombre, la propiedad prodigiosa de la conciencia y es en
ese obrar humano cuando es consciente de la elección que en cada acto ejecu-
ta. Si en cada elección sabe calificar su acción, por su sensatez, conocerá que
tiene conciencia moral. Es pues un juicio de la razón pero no es un sentimien-
to ni una decisión.
La conciencia atestigua la autoridad de la verdad 16 decide como último
juicio decir la verdad, porque siempre hay un último juicio que nos aboca a la
acción. Y es que la conciencia da testimonio de la existencia de Dios y es Él,
hacia quien va dirigida el ansia de ser siempre, de ser inmortal. Conciencia
infinita que abarca y sostiene todas las conciencias.
Como decía Ur Von Baltasar, Dios es la garantía de nuestra inmortalidad.
Somos una idea de esa gran Conciencia total, que estamos pensados por Él
por eso existimos, y como esa gran Conciencia que nos piensa no puede olvi-
darnos, existiremos siempre. Sería esto una inmortalización porque Dios no
olvida aquello que ha pensado. En cambio el hombre olvida pronto y evolu-
ciona a impulsos de su ansia de ser, al ritmo que le marcan sus frustraciones y
su anhelo de conseguir ser protagonista, manifiesta su incapacidad de ser feliz
por sí mismo. El hombre ha ido paulatinamente olvidando su indigencia y
precariedad en aras de un progreso que le ha dominado y lo ha envuelto en un

15
MIGUEL DE UNAMUNO. Del sentimiento trágico de la vida. Biblioteca Unamuno. Alianza Edito-
rial 1.997. 3. El hambre de inmortalidad. 59
16
CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA. 1.777
22 El Diaconado Permanente

círculo económico y social que le impide ser libre incapacitándole para ser
autor de su propia historia.
Esta experiencia del hombre pesa como espada de Damocles en la con-
ciencia de la humanidad y desde la mitad del siglo pasado hasta nuestros días,
la evolución social ha generado más cambios en el comportamiento humano
que todos los siglos posteriores.
El ser señor de las cosas es vivir libre de las ataduras que te llevan a una
anulación sistemática de la personalidad, es vivir desde el señorío de uno
mismo la plena capacidad que permite dominar la insatisfacción del no estar
contento nunca con lo que se es y con lo que se tiene.
Nuestros tiempos fomentan la necesidad de que la persona sea cada vez más
egoísta, más un individuo que una persona, donde posturas solidarias no se dan si
no les afectan directamente, "donde yo no me meto en la vida de los demás, no se
metan en la mía..." En definitiva, el ser humano ya no es tan humano. Exigimos
amor y no somos capaces de darlo. Pedimos ayuda y no escuchamos, o nos ence-
rramos... En fin y por no hacer muy largo el planteamiento inicial, se deberá reva-
lorar primero al ser humano para poder construir las bases sociales que lo funda-
mentan. 17
Es cierto que existe verdadero amor en gentes no creyentes y que tienen
un sentido honesto y natural de la familia. Pero hoy, quizá más que nunca, se
pregona por todos los medios una cultura del consumo y de la consecución
fácil del éxito y destierro del sufrimiento, por lo que no tiene cabida la oferta
tradicional de la familia y del amor. Las generaciones actuales tienen graves
dificultades en encontrar modelos que les sugieran comportamientos y valores
que enriquezcan su persona porque Dios ha sido apartado del proyecto. Cuan-
do se eclipsa o elimina en la vida de los hombres a Dios, surge la soledad más
egoísta, el tedio más profundo tiende a sustituir del pedestal a «la Sabiduría
que pululaba antes de la creación del mundo» dejando al hombre infeliz como
centro de todo. En esa frustración, así nos va esta sociedad cambiante.
El cristiano se identifica como un hombre con criterio y discernimiento
propio, como un hombre libre y sin ataduras que le impidan desarrollar su
colaboración en la creación y no creerse artífice o dueño de todo. El hombre
cristiano es un hombre, varón y hembra, asume su función en la cumbre de la

17
SCHMIDT, Dr. LUDWIG. Diácono. Caracas, Venezuela.
23

creación, conoce que es imagen y semejanza de Dios, teniendo a Jesucristo


como origen y meta de su vida y como único Señor de la creación, que vive
en una sociedad cuya identidad cristiana, está siendo sustituida paulatinamen-
te y donde la increencia ha desarrollado una cultura de muerte, cuyo atractivo
inmediato es la consecución rápida de la felicidad, con posibilidades más cier-
tas de ser saciado al instante por un consumismo cruel, donde el usar y tirar, el
instrumentalizar para mi uso a los demás es la norma
Precisamente es en ese espacio vital, en esta sociedad donde hemos de
fructificar y en donde no estamos por casualidad, en el que hemos de ser sig-
nos y en donde el cristiano ha de tener un gesto claro y convincente del amor
que Dios tiene a los hombres.
Pero esta sociedad busca una fórmula magistral, una terapia que pueda ser
administrada con sabiduría y que consiga recibir una oferta clara y atrayente
para los hombres angustiados, que le devuelvan la confianza consigo misma y
con las instituciones.
La Iglesia es consciente de esta búsqueda angustiada del hombre y aunque
«no tiene plata ni oro; pero lo que tiene está dispuesta a dar»,(Hechos 3, 6) a
dar todo de sí, su tesoro mejor: el anuncio de que es posible ser feliz hoy en
medio de tanto sufrimiento y desesperación, porque Jesucristo ha muerto y ha
resucitado y todo aquel que quiera tener una experiencia de Dios, asimismo se
obliga a abrir su oído para escuchar su voz.
Es misión del cristiano encauzar todos esos anhelos y llevar la buena No-
ticia a todos los hombres de nuestra sociedad, y en especial a los desposeídos,
a quienes llevan la cruz de la incomprensión y de la soledad, la pesada cruz de
nuestras propias injusticias, sufrimiento que convoca la justicia de Dios, y a
todos aquellos que ya conocen a Cristo pero le ignoran, para que dignifiquen
su trabajo, su presencia entre las demás gentes, porque todo bautizado está
llamado a ser sal y luz de la tierra, a ser fermento en la sociedad y punto obli-
gado de referencia, donde los demás hermanos pueden encontrar el camino de
su salvación.
24 El Diaconado Permanente

4. LA IGLESIA QUE EL CONCILIO NOS HA DESCUBIERTO

La manera de expresarse la Iglesia y llevar a cabo su misión está expuesta


en las siguientes tareas:
En la escucha y la proclamación de la Palabra de Dios.
En la celebración del Misterio de Jesucristo.
En el servicio generoso a todos los hombres y de un modo especial a
quienes no reciben muestras de amor, los que más lo necesitan: los pobres,
porque el único dueño del servicio de los cristianos son las verdaderas necesida-
des de los hombres. 18
En orden a esta expresión diaconal nos sumergimos de lleno en el espíritu
del Concilio Vaticano II y proyectándose con esa luz renovada, podremos
descubrir la gran diversidad de ministerios, de carismas y funciones que el
Espíritu Santo suscita siempre para la edificación de la santidad de la comuni-
dad cristiana, para su constante renovación. La Iglesia es receptora de la ac-
ción del Espíritu y todas las riquezas que aportan sus dones son para utilidad y
santificación de todos. La fraternidad es la experiencia primera del amor que
en el encuentro y en la comunicación entre los hombres, permite compartir los
dones personales, fundando una economía que desde la libertad personal y el
respeto mutuo, surge la acogida de los diversos carismas que ordenan las fun-
ciones de quienes sirven a la comunidad.
La comunión entre carisma e institución, debe ser siempre fortalecida para
el bien común, y aunque, la experiencia tradicional de siglos nos muestra lo

18
CARDENAL JUBANY, NARCISO. Carta Pastoral: Los ministerios en la acción pastoral de la
Iglesia. Madrid. P.P.C. 1978. 11
25

difícil de esta relación, nos prepara a tener una visión de futuro avalada por
dicha experiencia.
La idea de la Iglesia, nacida como puro carisma y convertida en pocos decenios
en pura institución, sigue siendo esquema orientador para muchos estudiosos de
los orígenes cristianos, pero ninguno la mantendrá hoy día con la rigidez de sus
primeros propugnadores. Aunque con matices diversos, todos los estudiosos están
de acuerdo en admitir la existencia de funciones estables, más o menos institucio-
nalizadas, así como nadie discute la existencia y el peso de los carismas en senti-
do más estricto. 19
y aunque «no podemos permanecer en la añoranza de un pasado que nunca retor-
nará, porque la historia es irreversible; ni comportarnos como si viviéramos ya en
un futuro que no puede estar en nuestras manos» ,20
sí podemos vivir en plenitud nuestro momento actual, y en esto hay que
ser muy claros:
Respetar y acoger los frutos que se emanan del Espíritu Santo...
No tratar nunca al laicado de meros espectadores, considerándoles como
masa de gentes excluidas en la participación de la vida de la Iglesia
El laicado es consciente de su responsabilidad como Pueblo de Dios que
peregrina en un espacio y un tiempo, en un lugar y en una sociedad concreta,
que participando del sacerdocio real de Cristo, oficia permanentemente en
comunión con toda la Iglesia, sirviendo cada uno según su disposición, su
carisma y el don recibido, siempre como fruto de la vivencia del ministerio
trinitario, de la comunión y de la obediencia, que es la que discierne de la
validez de la gracia del carisma, las intenciones de servicio, los dones gratui-
tos con los que está enriquecido el laicado.
El clero y el laicado forman un solo pueblo y si cada estado de vida tiene
diferencias que les hace ser distintas en cuanto a la función que ejerce en la
Iglesia, son totalmente complementarias teniendo en Jesucristo la cabeza.
Nadie puede ejercer un carisma, ni éste será válido, si no está sujeto a la obe-
diencia, sometido a un orden jerárquico, que economiza y ordena para una
mayor santificación, que está en función del pueblo de Dios, para el bien de
toda la Iglesia.

19
SÁNCHEZ BOSCH, J. La primera lista de carismas. El misterio de la Palabra. Homenaje a Luis
Alonso Schökel. Cristiandad 1.983. Pág. 327
20
Valencia. Iglesia en Misión. Plan pastoral diocesano 93 - 97. 51.
26 El Diaconado Permanente

Pero estamos aún bastante lejos de lograr que todos los cristianos sean correspon-
sables en la vida y misión de la Iglesia. Los sacerdotes somos aún demasiado cle-
ricales, no nos acabamos de fiar de los laicos y no promovemos suficientemente
su participación. Los laicos, por falta de formación o de decisión, no asumi-
mos con responsabilidad nuestra misión imprescindible en la Iglesia y en el
mundo. 21
Como vemos todavía arrastramos el peso de muchos siglos, en el que los
conceptos históricos definían qu:
Los laicos son miembros de la Iglesia que no enseñan porque no saben, no actúan
porque no valen, no ejercen porque no pueden. Y todo el saber para enseñar, el
valer para actuar y el poder para ejercer está en el otro orden: el de los clérigos. 22
Tanto el clero como el laicado han de superar la cultura anterior al Vati-
cano II, no como algo desechable, sino como algo que precisa ser renovado,
de una cultura que ha sido la base del actual planteamiento y que sin aquella
hoy no tendría razón de ser esta nueva puesta al día; pero es posible que hasta
que no pasen las generaciones que arrastramos la inercia del gran empuje de
Trento, no se despejarán algunos cúmulos de niebla que enturbian la riqueza
del Concilio Vaticano II, sin duda empujará también durante muchas genera-
ciones la nave de la Iglesia Universal.
Hemos de respetar toda aquella disposición personal de quien se sienta
llamado a estos u otros menesteres de servicio y facilitar con la conversión de
nuestras actitudes la mejor acogida, porque la Iglesia es Madre y su sabiduría
hace que todos tengamos un sitio y todos sirvamos para algo. Y en el espacio
o en la parcela en la que estemos ubicados, podamos dar gloria al Señor.
Vicente, diácono de San Valero, fue víctima de una sociedad, de un de-
terminado sistema en el que ser cristiano se consideraba una amenaza contra
el poder establecido.23 El chantaje persuasivo impuesto por quienes velaban el
cumplimiento de la ley era la ofrenda de incienso como culto al Cesar recono-
ciéndole como divino, como “Señor”.

21
Valencia. Iglesia en Misión. Plan pastoral diocesano 93 - 97. 37
22
GONZÁLEZ RUANO, B. ¡Sois Iglesia ! Vida y acción de los laicos. Cristiandad 1983.109
23
«Hay una nueva raza de hombres nacidos ayer, sin patria ni tradiciones, asociados entre sí contra todas
las instituciones religiosas y civiles, perseguidos por la justicia, universalmente cubiertos de infamia, pero
auto glorificándose con la común execración: son los Cristianos.» Celso El Discurso Verdadero contra los
Cristianos Alianza Editorial Madrid 1.988, 11.
27

Vicente, voz y fuerza de su anciano obispo Valero, con humilde heroici-


dad expresó su inquebrantable fidelidad a Cristo, su Señor. Vicente fue el
acontecimiento temprano que fecundó e hizo germinar con su sangre las se-
millas cristianas durante 1700 años. Como patrón de nuestra Iglesia valencia-
na, el memorial de su martirio configura nuestra historia y la actualiza con su
testimonio, recobrando la actitud de servicio que nos mostró en su ministerio,
en la Proclamación de la Palabra, en la Liturgia y en la expresión de la Cari-
dad. Recuperar aquellas riquezas que el Espíritu regaló a su Iglesia y hacerlas
actuales restableciendo la práctica primitiva de las comunidades cristianas, es
renovar y edificar la comunidad redescubriendo de nuevo su auténtica voca-
ción misionera, practicando la caridad, proclamando la Palabra y celebrando
el gran misterio de Cristo.
El Diaconado Permanente como forma constante de vida, es ese gran teso-
ro de la Iglesia que el Concilio Vaticano II nos regala para recobrar hoy día su
ímpetu y su fuerza. El Concilio ha recuperado toda esta tradición y nos ha
injertado de nuevo en la médula de la Iglesia Primitiva permitiendo al clero y
al laicado tomar conciencia de nuestro estado y encontrar una ubicación que
revalide la actitud de servicio a la comunidad eclesial, la disponibilidad en la
predicación de la Palabra y la disposición a celebrar y festejar el gran misterio
de la salvación de Cristo resucitado, haciendo vivas y alegres las asambleas
eucarísticas en todas las comunidades cristianas que han tomado conciencia
de Pueblo de Dios
Porque la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia particular. El obispo y los
presbíteros santifican la Iglesia con su oración y su trabajo, por medio del minis-
terio de la palabra y de los sacramentos. La santifican con su ejemplo, " no tirani-
zando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey" (1 P 5, 3).
Así es como llegan a la vida eterna junto con su rebaño que les fue confiado ( LG
26 ) 24.
Pero, ”todos los miembros no tienen la misma función" (Rm 12,4). Algunos son
llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Es-
tos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el
cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo - Ca-
beza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (PO 2 y 15). El ministro
ordenado es como el icono de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se
manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la presidencia de

24
Catecismo de la Iglesia Católica. 893. 1.993
28 El Diaconado Permanente

la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y en comu-


nión con él, el de los presbíteros y los diáconos. " 25

5. LOS TESOROS QUE DA A CONCER LA IGLESIA

Cada creyente cristiano se conoce en la Iglesia en la relación que tiene con


ella, según su afinidad, su grado de participación, su madurez, su sensibilidad,
su compromiso, su testimonio y fidelidad. Cada uno, es cierto, tiene una vi-
sión de la Iglesia en la que colabora o en la que no participa en absoluto. Su
identidad cristiana, en muchas ocasiones, se constata por un bautismo, una
primera, con frecuencia, última comunión, y más tarde, por un matrimonio
por la Iglesia, quedando aún una oportunidad de que se administre los últimos
sacramentos o Unción de enfermos, según sea el criterio de los familiares, ya
que el interesado, por lo general, no está en condiciones de poder decidir.
La comunidad creyente ha experimentado y constatado en ocasiones que
algunas personas de buena fe, acuden a los sacramentos impregnados de con-
ceptos paganos que nada tienen que ver con la significación cristiana. Muchas
de estas personas tienen asumido el concepto que lo religioso tiene algo de
mágico, algo de sortilegio, porque cuando se realiza algún signo o se aplica al
símbolo una categoría de misterio acompañado con salmodias u oraciones
recitadas en un ambiente litúrgico, lo confunden y lo sitúan en un terreno de
creencias cargadas de esoterismo atribuyéndole una acción beneficiosa a lo
que de enigmático para ellos se manifiesta. Muchos creyentes no entienden y
no distinguen lo que es rito, lo que es magia y lo que es el sacramento para
poder diferenciar el sacramento del rito y de la magia.
Un rito es una acción sagrada a la que acompaña un mito, y por su parte un mito,
es la palabra sagrada que acompaña al ritual y lo explica, pero la conexión entre
el rito y el mito es tan fuerte que en realidad el mito es una parte del ritual y el ri-
tual es una parte del mito.

25
Catecismo de la Iglesia Católica. 1142. 1.993
29

En los sacramentos, el ritual es la acción sagrada que se observa y se ejecuta al admi-


nistrar el sacramento, y el mito son las palabras que acompañan a esa acción sa-
grada y que dan explicación y significado de lo que representa lo que es ese ritual.
Conviene tomar conciencia de la relación que existe entre los ritos y la magia.
Hay magia en un rito, cuando a la ceremonia ritual se le atribuye una eficacia au-
tomática en orden a conseguir el efecto hacia el que empuja el deseo. Es decir,
hay magia en un determinado comportamiento, cuando el individuo está persua-
dido de que si ejecuta exactamente el rito y se recitan al detalle las fórmulas que
deben acompañar a ese rito, entonces y sólo entonces se consigue automáticamen-
te el efecto que se desea obtener.
Los sacramentos son vividos por mucha gente como rituales mágicos. Existe ine-
vitablemente una relación de magia y rito en el sacramento. La magia por su
misma estructura fundamental no dice relación ni con el comportamiento ético de
la persona ni con las experiencias que deciden el destino de un hombre en el sen-
tido de la vida, o en general su existencia en la sociedad y en la convivencia
humana. Es característico de la magia el que las experiencias fundamentales que
vive la persona, no entran como componente o determinantes de la eficacia que se
le atribuye al ritual mágico. Esto es decisivo para comprender hasta qué punto un
creyente, vive las celebraciones litúrgicas como celebraciones propiamente cris-
tianas o más bien como ritos mágicos.
Cuando se da el caso de un cristiano que tiene un comportamiento egoísta, una
moral no acorde con el sentir cristiano y frecuenta las celebraciones eucarísticas
activamente, asiste a misa, comulga, etc..., cuando sale de ellas, sale convencido
que se le ha aumentado la gracia y que está más cerca de dios, pero sigue siendo
tan egoísta como antes. Esto es un comportamiento mágico.
Se desprende pues, que el peligro más serio que amenaza constantemente a los
sacramentos, es el peligro que consiste en vivir y practicar los sacramentos como
ritos mágicos. Porque entonces el sacramento es desnaturalizado y desvirtuado, es
vaciado de su contenido y de su significación más esencial, de tal manera que el
mismo sacramento se convierte en una fuente de engaño, de alineación, de falsa
conciencia para el que recibe el sacramento, saliendo con el convencimiento de
que aquello le ha servido, pero en realidad, aquello ha sido un puro rito mágico
que ha puesto en su vida.
El origen de la magia no radica en la razón sino en el sentimiento de deseo que te
induce a obtener algo que no se posee o el de ser protegido de una situación de
peligro. 26

26
CASTILLO, JOSÉ MARÍA. S. J. Símbolos de Libertad. Teología de los Sacramentos. Sígueme.
Salamanca 1992. 144 ss
30 El Diaconado Permanente

En este contexto se desarrollan muchas de las devociones populares y que


de muy buena fe hemos fomentado a los largo de siglos. Todos tenemos expe-
riencias de la religiosidad natural que rozan el paganismo. Pedimos a dios que
nos salve, que nos cure, que nos salgan bien las cosas que realizamos y cuan-
do salen bien dios es bueno y si salen mal dios no escucha, castiga mi com-
portamiento. Instrumentalizamos a dios y nuestra idolatría consiste en hacer
un dios a imagen y semejanza nuestra. Esto también es un puro rito mágico.
hemos de purificar y deslindar de ellas aquello que de mágico está impregna-
do, pero previamente habría que formar las conciencias populares, de lo ge-
nuino del mensaje cristiano y capacitarlas en la recepción de las peticiones del
Señor en el padrenuestro: «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo...»
aprender a aceptar a Dios como Señor de tu vida, descubrir su acción creado-
ra y renovadora en la vida de cada uno para comprender que Él es mi Padre y
que nada me puede pasar que me separe del amor de Dios.
Hay muchos cristianos que desde su alejamiento tienen formado el criterio
de que la institución eclesiástica a través de los sacramentos domina y somete
a las personas, y de esta manera ejerce un poder y un control sobre la pobla-
ción creyente. Sirvan como ejemplo los siguientes sacramentos, para captar la
cruda realidad de los argumentos que defienden desde la ignorancia e incredu-
lidad.
En el bautismo de los niños pequeños, cuando todavía no pueden decidir
por sí mismos, alegan que es una coacción a la libertad. Desde la fe cristiana
se ha proyectado siempre una experiencia de fe de los padres que con la ga-
rantía de unos padrinos comprometidos en la educación cristiana, han encau-
zado y transmitido la fe a los hijos y éste compromiso cristiano ha sido desde
la libertad que se experimenta al saberse y conocerse hijos de Dios. En uso de
esa libertad, los padres llevan y presentan en la Iglesia al niño para pedir la fe,
para pedir ser bautizado e integrado en una comunidad que le va a acompañar
toda su vida. Pero la acción libre de pedir la fe a la Iglesia es un acto de res-
ponsabilidad que el niño toma a través de la tutela de sus padres y padrinos,
siendo testigos la comunidad cristiana que a través del diácono o del presbíte-
ro le recibe e introduce en la Iglesia. Como cualquier decisión civil o ciudada-
na que afecte a un menor, se ejerce el derecho de tutela por unos tutores, por
un organismo o institución que garanticen que la opción tomada es para el
bien del niño.
En el sacramento de la penitencia se alega que se controlan las concien-
31

cias, significando que la soberanía de una persona no puede estar sujeta al


criterio de otra ni puede ser manipulada en su conciencia dirigiendo su senti-
miento de culpa a una dependencia de esclavitud por una institución. No pue-
den entender que la conversión, que la educación en unos valores positivos y
morales permiten al hombre en lo más profundo, en lo oculto de su conciencia
escrutarse y juzgarse en responsabilidad, en su actitud, en su actuar como
persona aislada y como integrante de una sociedad.
Como partícipe de una comunidad que pregona el amor de Dios, que cele-
bra y lo comparte con otras personas, a quienes reconoce como hermanos y a
quienes pide ser admitido en su seno desde la humildad y a través del sacra-
mento de la Reconciliación, sabiéndose que con su actitud y responsabilidad,
ha roto su unión con ellos, su unión con Dios.
El pecado es un movimiento de salida hacia la inestabilidad y la negación,
y la acción inversa, el retorno hacia la armonía de la recreación del hombre
nuevo, se le llama conversión.
La Eucaristía, con la obligación de asistir a misa todos los domingos, y
cada una de las exigencias que comporta lo que significa un matrimonio indi-
soluble para toda la vida y con todas las consecuencias que ello conlleva, ma-
nifiesta con sutileza una carencia en la visión, una miopía subjetiva cuyo tra-
tamiento terapéutico está en entender qué es una fiesta, cómo se participa y
qué se celebra...
De hecho los sacramentos son vividos por una gran parte de los creyentes
no como símbolos de libertad sino como ritos de dominación, sometimiento y
domesticación. Estas son las causas de la resistencia y del rechazo de esa parte
de creyentes, sobre todo de las generaciones jóvenes, a participar en los sa-
cramentos, a integrarse en la Iglesia porque no les ofrece lo que el mundo les
da, porque nuestro hablar no les alcanza o que en nuestra manera de exponer
el mensaje no resuene a la audiencia que oye sin escuchar.
Las generaciones actuales no tienen suficientemente desarrollado el oído,
y la mentalización constante que la sociedad ejerce sobre ellas, no tiene nada
que ver con el mensaje y experiencia del Jesús de los Evangelios. El pueblo
de Israel acostumbró a sus hijos a escuchar. Esa es nuestra responsabilidad
hoy: Enseñar a nuestros hijos a escuchar, a discernir, a amar a Dios.
32 El Diaconado Permanente
6. UN ESTILO PROPIO EN EL COMPROMISO DE SERVIR

En la Iglesia hay multitud de actividades que realizan personas que son


signos y testigos fieles, que hacen presente a Jesucristo resucitado y que con
su sola presencia, se trasluce en una proclamación viva y encarnada de la Pa-
labra.
Y más allá de lo que podríamos designar como actividades sacrales de la Iglesia,
las actividades de su caridad o de su diaconía, que tantas veces se ejercen en las
llamadas estructuras profanas del mundo, o más bien en las necesidades de la vida
de los hombres, por todas partes y de todos los modos en que se expresa el amor
de Jesucristo y en la línea de su reino futuro.
El pueblo de Dios está tejido de intercambios y aportaciones mutuas. Y ese mis-
mo pueblo, tomado en su totalidad o en cualquiera de sus realizaciones, es un
medio de salvación para el mundo. Los laicos, hombres y mujeres, tienen en él su
lugar propio: De la recepción de estos carismas, aún más sencillos, se deriva para
cada uno de los fieles el derecho y el deber de ejercer estos dones en la Iglesia y
en el mundo, para bien de los hombres y edificación de la Iglesia, en la libertad
del Espíritu Santo, que alienta donde quiere, pero también en comunión con sus
hermanos en Cristo y muy en especial con sus pastores. 27
En el camino hacia el diaconado hay que tener siempre presente que lo que es ins-
titución en la Iglesia debe convertirse en un acontecimiento para los hombres, es
decir, que debe aportarles algo y cambiar en ellos alguna cosa, pero sabiendo al
mismo tiempo que, desde un punto de vista bíblico, la verdad de una cosa es lo
que está llamado por Dios a ser un día. 28
El diaconado es también una opción, tomada de la tradición de la Iglesia,
verdad que está llamada por Dios a ser un día. El diaconado es una vocación
que tiene en este momento el bautizado varón. La vocación al diaconado es
una vocación legítima, independiente de que hubiera o no, una inflación de
presbíteros. Porque si hiciéramos una pastoral eficaz que hiciera atrayente la
aventura del seguimiento de Jesús, y el Espíritu Santo concediese la gracia de
llenar los seminarios y tuviéramos algún día en cada parroquia veinte presbí-
teros, ¿cerraríamos por ello los seminarios?, ¿sería lícito manifestar que nadie
tiene derecho a ser sacerdote, por el mero hecho de que existan muchas voca-
ciones o buenas intenciones de ser presbíteros?

27
CONGAR, Y. Un pueblo mesiánico.
28
CONGAR, Y. Un pueblo mesiánico.
34 El Diaconado Permanente

Hay quien dice que no existe la vocación al diaconado puesto que a nadie
se le llama a este orden sacramental, que lo único que existe es la disposición
de personas a querer ser diáconos. Por otra parte, se manifiesta muy gratuita-
mente que la única promoción del laicado es la de ser un buen laico y no la de
estar en el altar o servirse de éste, como dando a entender un criterio manteni-
do que impide la aceptación del Diaconado Permanente en nuestra diócesis, es
por la sospecha de una pretendida promoción, por lo que extendiéndola a
cualquier laico que insinúe o manifieste haber madurado esa llamada que
siente del Señor, tope con un muro infranqueable impidiendo la incorporación
al sacramento del orden a santos varones, que haberlos, ainos, como expresa
un refrán gallego.
Redunda esta manifestación anterior en la sospecha generalizada de que a
priori, se juzga como que quienes tienen esa disposición al servicio diaconal,
pretenden ser promocionados como pago o recompensa a unos servicios de
dedicación a la Iglesia, surgiendo la duda de que lo que les mueve a estos
cristianos es un deseo de prestigio, de promoción, de intereses egoístas. Nada
más lejos de esa realidad. Es bueno que la simple sospecha se tenga siempre
en función de averiguar la validez, de lo que siempre hemos definido con la
palabra «vocación», a la inclinación, a la invitación, al uso común del voca-
blo para manifestar una realidad de quien desea vivir y entregarse totalmente a
ella, pero el proceso de discernimiento debe inaugurarse allá donde no lo esté,
debe ser puesto en funcionamiento para que con criterios objetivos a la luz del
Espíritu, surjan respuestas que confirmen o rechacen las intenciones de esas
personas, que previamente deberían haber sido presentadas por una comuni-
dad parroquial que ha detectado la gestación de esa vida de fe, de esa inten-
ción en querer donarse al amor de Jesucristo.
El laico responsable, miembro de la Iglesia, de una comunidad concreta,
inmerso en el trabajo por el Reino de Dios, siendo luz y sal de la tierra en
medio de la sociedad que le ha tocado vivir, y habiendo recibido los dones y
la gracia suficiente para ser testigo de la Verdad, de Jesucristo resucitado y
siendo ese el criterio que conduce su vida, ejerce una diaconía;
se le permite como laico se dedique a las más diversas actividades pastorales,
pero se le priva de la adecuada incorporación sacramental en el ministerio. 29

29
SCHILLEBEECKX, EDWARD. El ministerio Eclesial. Responsables en la comunidad cristiana.
Cristiandad. Madrid 1.983. 150.
35

Si alguien siente que está llamado por este camino hacia un servicio con-
sagrado y que va a estar ligado de por vida a la vida de la Iglesia, tal como lo
está quien es consciente de su pertenencia a la Iglesia desde el Bautismo; de-
berá ponerlo en conocimiento de su pastor porque su carisma de servicio,
puede ser el inicio de una seria y legítima vocación, como es la de Diácono
Permanente, que descubierta, cuidada y discernida por el párroco, deberá, en
nombre de la comunidad presentarse al Obispo. No puede ser diácono cual-
quiera, puesto que siendo esto muy serio, en esto hay que ser muy claros:
Los presbíteros, sobre todo los que tienen cura de almas, pondrán especial cuida-
do en descubrir y discernir los carismas recibidos por los fieles, no para apagar la
fuerza del Espíritu, sino para reconocerlos y encauzarlos en la edificación del
cuerpo eclesial. 30
Habiendo considerado si puede ser digno del ministerio por su comuni-
dad, lo presentará al Obispo que usando de su discernimiento considera si en
verdad puede ser admitido como aspirante, siguiendo entonces la formación y
preparación al orden sagrado, o no admitiéndolo. Como bien sabemos, el
Espíritu Santo rompe cualquier barrera o freno que pongamos, asistiendo
siempre con sus dones a quienes tienen la misión profética del discernir, re-
flexionar y decidir para el bien común, para la edificación de la Iglesia.
El Diaconado Permanente se reinstaura en la Iglesia por obra del Concilio
Vaticano II y por otra parte, la instauración en cada diócesis está al criterio de
su obispo porque;
Hay criterios de oportunidad que sólo el Obispo conoce. Si alguien pregunta: ¿se
deben ordenar ya diáconos permanentes en la Iglesia de mi diócesis...?. Nos faltan
criterios para tener una visión panorámica de las necesidades pastorales en nues-
tra Iglesia particular, pero lo que si habría que proclamar desde el laicado es que
existe ese camino, esa vocación en la Iglesia, y que por tanto quien se sienta lla-
mado, tiene que pedir el diaconado, y, si no se lo dan hoy, que lo vuelva a pedir
mañana. Esa hora ya ha llegado; lo que no se sabe, puesto que sólo compite al
Obispo el ejercicio de los dones del discernimiento y de la prudencia, es si ha lle-
gado la hora de admitir a los primeros candidatos, de ordenarlos y por lo tanto
asignarles un trabajo en la parcela que sea. 31

30
Constituciones Sinodales. Sínodo Diocesano Valentino. 563
31
ISUNZA, SANTIAGO. Reflexión sobre los Carismas y Ministerios. IDCR 04-05-1.993
36 El Diaconado Permanente

El diaconado es un camino y una vocación en la Iglesia. Por ello debe es-


tar inserta esta posibilidad en una pastoral de conjunto, en una pastoral voca-
cional que nazca en las propias comunidades parroquiales.
¿No hay labor en las parroquias, en la diócesis, en medio de nuestra sociedad para
diáconos permanentes que con su presencia sean un signo de la presencia de Je-
sucristo...? 32
El diácono es el tercer grado del sacramento del Orden y, por consiguien-
te, vincula de por vida.
La imposición de las manos indica que el Espíritu de Dios separa a un ser, que se
ha elegido, toma posesión del mismo, le confiere autoridad y capacidad de ejercer
una función. 33
Es apartado del pueblo para servir al pueblo en medio del pueblo, no en el
sacerdocio sino en el ministerio de la Caridad, de la Palabra, de la Liturgia.
Y no hemos de olvidar jamás que:
Nadie tiene derecho a recibir el sacramento del orden. En efecto, nadie se arroga
para sí mismo este oficio. Al sacramento se es llamado por Dios ( cf. Hb 5, 4 ).
Quien cree reconocer las señales de la llamada de Dios al ministerio ordenado,
debe someter humildemente su deseo a la autoridad de la Iglesia a la que corres-
ponde la responsabilidad y el derecho de llamar a recibir este sacramento. Como
toda gracia, el sacramento sólo puede ser recibido como un don inmerecido. 34

32
idem
33
AUGÉ, MATÍAS. Liturgia. El gesto de la imposición de manos. Centre de Pastoral Litúrgica. Barce-
lona 1.994. 153
34
Catecismo de la Iglesia Católica. 1.578
7. INDAGAR EN NUESTRAS RAÍCES PARA COMPRENDER EL
DIACONADO

La ausencia del diaconado estable en tan dilatado período de tiempo en la


historia de la Iglesia, aportó un principio de contrariedad, ya que quienes fue-
ron formados teológicamente en el marco de una eclesiología anterior al con-
cilio Vaticano II, no pudieron contemplar dicho ministerio diaconal tal como
posteriormente se ha configurado y es posible que ello induzca alguna dificul-
tad al asignar, dentro de los esquemas pastorales, una misión específica al
Diaconado Permanente. También esa distancia en el tiempo ha contribuido a
que el pueblo cristiano no sepa o no conozca qué es un diácono; por lo se debe
difundir y formar a la comunidad cristiana en el conocimiento del Diaconado
Permanente, dando a conocer el testimonio eclesial de la presencia de estos
ordenados, manteniendo equilibrada la impronta de su triple ministerio en la
Palabra, la Liturgia y la Caridad.
Pablo VI, decía: «en la Iglesia han habido tiempos en la que la gran vir-
tud necesaria ha sido la fortaleza y no sólo en los tiempos de los mártires,
sino en los tiempos en que la Iglesia ha vivido momentos duros». La fortaleza
se necesita siempre, pero con su cierto talante profético decía: «el tiempo pre-
sente, sobre todo, el tiempo de paciencia histórica...»
Esa paciencia histórica la vemos confirmada por tantos acontecimientos... Si hoy
viéramos cómo fueron tratados en su tiempo algunas personas, lo que chirriaban,
lo que desentonaban, lo que decían en aquellos momentos, y hoy sin embargo, ya
ha pasado a ser doctrina común, ya tiene aceptación y son válidas muchas de
aquellas posiciones que escandalizaron, quitaron la paz a muchos rompiendo
quizá la comunión en algún momento. 35
Es cierto que necesitamos un tiempo de paciencia histórica porque vemos
cosas muy claras como del mismo modo vemos cosas muy oscuras. Y que, a
lo mejor, nos falta paciencia histórica y nos falta hasta el testimonio del cre-
yente que sigue en pié porque sabe que es válido lo que él propone, que no
desiste porque aquello que él intuye lo intuyen también otras personas y así,
se va abriendo paso hasta ese soplo del Espíritu a través del laicado y a través
del magisterio de los discentes, de quienes aprendemos y de los docentes, de
los que enseñan.

35
ISUNZA, SANTIAGO. Reflexión sobre los Carismas y Ministerios. IDCR 04-05-1.993
38 El Diaconado Permanente

También es cierto que muchos experimentamos de esa paciencia histórica


al no ser consciente de ello en su momento, pero retrotrayéndonos con el co-
nocimiento de hoy a las circunstancias de entonces, tenemos luz suficiente,
para entender que en la preparación del sínodo, los grupos que nos reuníamos,
palpitábamos ante la incomprensión y oídos sordos que algunos sacerdotes
hicieron, por suerte no fueron muchos, pero sí dificultaron bastante. Fue la
criba del Espíritu que firme y constantemente nos permitió ver hoy que algu-
nos grupos se diluyeron en el abandono progresivo y anónimo del silencio,
pero pese a la defección de muchos, el sínodo Valentino, nació con vocación
de futuro y de servicio diaconal a nuestra Iglesia local, y ahí está, contem-
plando el crecimiento y perfección en la fe como pueblo que celebra y festeja
al Señor.
Pero para comprender mejor el cómo y el por qué y qué es el Diaconado
Permanente, deberíamos explorar y estudiar los inicios y la evolución que
durante veinte siglos ha experimentado este ministerio. Al llamarlo permanen-
te lo diferenciamos del diaconado que la mayor parte de fieles conocemos en
la actualidad, y, que es el diaconado como paso previo a la ordenación sacer-
dotal.
La ordenación de diácono ha sido por mucho tiempo mera etapa previa para la
ordenación sacerdotal. También esta ordenación se realiza por la imposición de
manos y una invocación al Espíritu Santo. En el capítulo 6 de los Hechos de los
apóstoles se narra el nacimiento de este cargo en Jerusalén. Los apóstoles confían
los ««servicios de asistencia»» ( diakonia ) a siete varones presentados por la
comunidad. De Hchs 6, 8 y 8, 26-40 resulta que los diáconos participaban tam-
bién en el ministerio de la palabra y de bautizar. Tales son aun hoy día las funcio-
nes de los diáconos: asistir, predicar y bautizar. El concilio Vaticano II ha dado de
nuevo a esta función su valor de vocación permanente. 36
El decreto Ad Gentes del Concilio Vaticano II establece

Restáurese el orden del diaconado como estado permanente de vida, según la


norma de la constitución sobre la Iglesia, donde lo crean oportuno las Conferen-
cias Episcopales.

36
Nuevo Catecismo para adultos. Catecismo Holandés. Herder 1.969
39

Pues es justo que aquellos hombres que desempeñan un ministerio verdaderamente


diaconal, o que como catequistas predican la palabra divina, o que dirigen, en
nombre del párroco o del obispo, comunidades cristianas distantes, o que practi-
can la caridad en obras sociales o caritativas, sean fortificados por la imposición
de las manos transmitida desde los apóstoles y unidos más estrechamente al ser-
vicio del altar para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia
sacramental del diaconado. 37
Es obvio que en la realidad actual, concurren concepciones diversas sobre
el diaconado que deben ser clarificadas para una correcta praxis. Por una par-
te, está la práctica común de la Iglesia en la ordenación de diácono al candida-
to, cuya formación está orientada al presbiterado otorgándose como paso pre-
vio y transitorio, pero no por ello deja de ser indeleble su consagración. Su
ordenación es para siempre y aunque vaya a ser posteriormente ordenado
presbítero no debe considerarse, lo que la apariencia manifiesta de provisiona-
lidad, como un acto simbólico sino perenne en el que el ordenado ha sido
impreso del carácter que confiere el ministerio del orden, que es para siempre;
no recibido como preparación inmediata al siguiente grado de presbítero y
para iniciar unas prácticas pastorales durante un tiempo, abocadas en definiti-
va a dicha ordenación sacerdotal.
Por otra parte, al irrumpir el diaconado como forma estable de vida y no
como etapa entre un tiempo y otro, adquiere un matiz único, novedoso en que
el candidato al diaconado recibe la gracia de estado que imprime carácter, que
como ya manifiesta el Concilio, fortalece o fortifica para que cumpla con
mayor eficacia su ministerio.
La decisión del Concilio –concretamente por lo que se refiere al diaconado- signi-
ficó el deseo de conseguir para la Iglesia una mayor fidelidad a lo que desde el
comienzo quiso Jesucristo que fuera su imagen y sentido, tal como lo realizaron –
en medio de las limitaciones humanas- las primitivas comunidades cristianas: ser
sacramento de la salvación que Jesús, el siervo de Dios constituido Señor y Mes-
ías (Hech 2, 36), ha realizado para toda la humanidad.38
Sucede también que para ser ordenado diácono es preceptivo ser instituido
lector y acólito anteriormente. Con ello se ha dado una solución a la práctica
habitual de la Iglesia, encontrando una respuesta, en parte, a estos conflictos
en que las antiguas órdenes mayores y menores reestructuradas en el Concilio
37
Decreto Ad Gentes, 16. Concilio Vaticano II
38
CARDENAL JUBANY, NARCISO. Carta Pastoral: Los ministerios en la acción pastoral de la
Iglesia. Madrid. P.P.C. 1978. 8
40 El Diaconado Permanente

y que Pablo VI en 1.972 en su carta apostólica 39 ante la presencia de un nue-


vo ordenamiento y definición de los servicios y ministerios,
suprimió, además de la tonsura que marcaba el ingreso en el estado clerical el
subdiaconado, cuyas funciones se confiaron al lector y al acólito, ya no conside-
rados órdenes, sino ministerios y conferidos no, por ordenación, sino por institu-
ción. Los candidatos al diaconado y al presbiterado deben recibir estos ministe-
rios, pero también son accesibles a los laicos que quieran asumir en la Iglesia los
compromisos que les corresponden: El lectorado como oficio de leer la Palabra de
Dios en la asamblea litúrgica, excepto el Evangelio, y de asumir algunas funcio-
nes, como dirigir el canto o instruir a los fieles; y el acolitado, instituido para
ayudar al diácono y prestar su servicio al sacerdote" 40
Muy interesante y acertado es el tema tratado en un pequeño artículo pu-
blicado en la revista Vida Nueva y en el que su autor, Severiano Blanco 41
enfocando su punto de vista de la realidad actual, inicia la posibilidad de una
reflexión a fondo y necesaria, en busca de respuestas que den exacto sentido
al significado del rito y del propio sacramento. Habría que encontrar la formu-
lación que mejor significara litúrgicamente aquello que se quiere sacramen-
talmente transmitir para que todo el contenido y riqueza que la efusión del
Espíritu Santo imprime en el ordenado, fuese el significante más fiel a la tra-
dición bíblica que desde los apóstoles llega a nosotros. No olvidando que los
servicios y ministerios han de responder a las necesidades de cada comunidad,
por lo que es posible que unos se extinguieran y otros se incorporasen por
urgir su necesidad. Hay matices que tienen que ser definidos de nuevo a la luz
que aportan las diversas lecturas que los procedimientos de la Ciencia Bíblica
van proponiendo para su más exacta significación. Quizás convenga releer de
nuevo con una óptica lingüística creativa que de un sentido más exacto a las
consideraciones que intuimos se expresa más allá de lo que entendemos hoy
por servir y de lo que es el servir evangélico; aunque podría ser válido lo que
el autor de la Carta a los Hebreos manifiesta las múltiples maneras con que
Dios habló a nuestros padres a través de los profetas..., razón por la cual,
puede surgir un modo especial de dedicación, de servicio, que no estando
catalogado con antecedentes bíblicos, no deja de ser por ello un auxilio eficaz

39
PABLO VI. Ministeria quaedam. V, VI. Carta apostólica sobre los ministerios de la Iglesia latina.
1.972
40
JUAN PABLO II. Funciones del diácono. Audiencia general 13-10-93 Ecclesia 2.657.
41
BLANCO, SEVERIANO. Diaconado: fundamento bíblico-teológico y realidad eclesial. Vida Nueva
nº 2.098. 19-07-97. 31
41

en la gran creatividad inspirada por el Espíritu Santo con que se manifiesta a


cada comunidad eclesial en particular, con el lenguaje apropiado que expresan
sus dones. Es una forma más de manifestación con la que pueda «hacerse
presente» en nosotros, futuros padres de generaciones venideras... La Palabra
de Dios ha sido totalmente revelada, pero jamás será agotada.
Sería un trabajo pendiente en orden a profundizar en sus fundamentos te-
ológicos y, cuyos estratos más ocultos se encuentran en la tradición de la Igle-
sia. El tenue testimonio bíblico que da carta de naturaleza a esta tradición
presencial que en el concepto diaconal se manifiesta, ofrece dos diferencias:
un diaconado de servicio doméstico y un diaconado proyectado en torno a la
misión evangelizadora de los Apóstoles, auxiliándoles en las funciones de la
catequización a través del ministerio de la Palabra, la sanidad, el exorcismo y
el bautismo, etc..., como luego veremos.
En este artículo, manifiesta su autor, que «nunca aparecieron los siete co-
mo camareros atendiendo a las viudas de los judeocristianos helenistas, sino
dedicados a predicar y hacer signos exactamente igual que los doce». (Hch
6,8-10; 8,6) Aunque esto no sirva como referencia para el actual diaconado
como paso previo al presbiterado, sí es importante considerarlo como parte
integrante de la misión del Diácono Permanente, que más adelante expondré.
Quizá no sea para muchos un argumento suficiente y convincente, la
praxis de este ministerio sacramental en la Iglesia, y que por la imposición de
manos, se llamó diaconado al tercer grado del sacramento del Orden. Pero lo
que sí es irrefutable, es la constatación de que siempre ha estado latente una
disposición de servicio en cada comunidad de la primitiva Iglesia y que esta
disposición diaconal está cimentada en una imitación profunda y sincera de
Jesús, quien dio su vida para rescatarnos a todos. Esta imitación radical ha
surgido siempre que ha habido un núcleo comunitario en el que se ha desarro-
llado la Iglesia Universal, enriqueciéndose mutuamente sus componentes con
los diversos dones del Espíritu Santo y al que Pablo de Tarso llama «caris-
mas» y cuya lista es numerosa. Estas manifestaciones del Espíritu han sido
muy prolijas, de tal manera que hubo que ordenar y jerarquizar para el bien
común el uso, evitando el abuso de tan grandes frutos espirituales.
Cuando se entiende rectamente el sacerdocio de Cristo desde su persona divino-
humana, también se descubre por lo que afecta al diácono que quizás en ese sa-
cerdocio de Cristo, precisamente debido a la torcida identificación del sacerdocio
con el ministerio docente y pastoral impuesta por Calvino, poco a poco hemos ido
pasando por alto un rasgo que es esencial tanto a la imagen bíblica de Cristo co-
42 El Diaconado Permanente

mo a sus enseñanzas acerca del sacerdocio neotestamentario: el servicio salvífico


al hombre corpóreo, tal como lo ha realizado personalmente Cristo como Siervo
paciente, de Isaias (cf. Is 61, 1; 35, 5s; Mt 11, 4s ) y como obrador de los mila-
gros evangélicos ( Mc 1-3; 5 -8 ), y tal como lo reclama en sus discursos de mi-
sión a los discípulos y apóstoles (mt 10, 4: curad enfermos, resucitad muertos,
limpiad leprosos, expulsad demonios; cf. Lc 9, 1-6 ) y como queda patente en el
relato del juicio final al convertir dicho servicio en criterio de juicio ( Mt 25, 35s.
42s: servicios de hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, encarcelados).
Aunque el tenor literal de tales enseñanzas reclame hoy nuevas interpretaciones
en razón de los cambios culturales y sociales que se han operado, no cabe duda
que el espíritu de tales exigencias de Jesús y de su propio ejemplo será necesario
y vinculante para «« el ser sacerdotal cristiano»». Tal vez sea también éste el
propósito profundo del movimiento carismático de nuestros días, cuando justifica
su conducta refiriéndose a los carismas del cristiano primitivo, tal como Pablo lo
certifica respecto a Corinto». 1Cor 12, 4-11 42

42
AUER / RATZINGER. Curso de Teología Dogmática.Tomo VIII. La Iglesia. Herder. 334
8. LOS TIEMPOS APOSTÓLICOS

El diaconado primitivo como ministerio estable forma parte de la historia


de la Iglesia; se extinguió hace aproximadamente mil años quizá al difuminar
o asumir su contenido otros estamentos o no corresponder su ministerio a la
praxis de las diversas comunidades cristianas de aquella época. Pero quedó el
testimonio de su esplendor. Muchos de aquellos ministros dejaron la huella de
su santidad y el indeleble recuerdo de su ministerio.
El diaconado tiene su hontanar en el mundo bíblico del Nuevo Testamen-
to. Con abundantes antecedentes en la Iglesia apostólica y patrística, nos
muestra las diversas maneras de resolver necesidades puntuales y permanen-
tes de servicio a la comunidad, desde la perspectiva funcional y de identidad,
del hacer y del ser. Al recuperar el Vaticano II esta institución, la instaura con
la novedad y lozanía requeridas, mantiene el eje substancial y de unión entre
obispo-presbítero-diácono, completa la jerarquía, la sitúa en el mismo orden
que siempre estuvo entroncada en la tradición de la Iglesia desde su institu-
ción.
El término diácono, con su variante diaconía, se emplea en una doble acepción:
una amplia, que indica el comportamiento de servicio que han de observar los fie-
les en la Iglesia, y otra estricta, que hace referencia directa al ministerio institui-
do. Las referencias neotestamentarias al ministerio del diaconado son muy esca-
sas, pues se reducen a dos, una en el saludo de la carta a los de Filipo y otra en la
descripción que de sus cualidades morales se hace en 1 Timoteo. En ambos pasa-
jes la mención a los diáconos se halla inmediatamente después de la de los obis-
pos - presbíteros, lo cual indica que no se habla de un ministerio en sí indepen-
diente, sino subordinado y auxiliar al de aquéllos. Se trata verdaderamente de un
ministerio eclesial, en función de los obispos - presbíteros, pero, más allá de esta
afirmación, los textos bíblicos no permiten afirmar nada más sobre su naturaleza.
43

En los Hechos de los apóstoles 2, 42-47; 4, 32; 5,12-16, leemos la des-


cripción de la primera experiencia comunitaria, y atendiendo a la narración,
vemos cómo se va construyendo «la comunidad de los santos» y casi al mis-
mo tiempo, van surgiendo, ante la atención que requieren aquellos menesteres

43
ARNAU-GARCÍA, RAMÓN. «Esbozo histórico», en Orden y Ministerios. BAC. Sapiencia Fidei.
Madrid 1.995
44 El Diaconado Permanente

materiales propios del crecimiento comunitario. Como en toda sociedad nu-


merosa surgen roces, contiendas y disputas, y eran tantos los asuntos de cari-
dad que atender, que hubieron de elegir a siete varones para ordenarles en el
servicio de misiones específicas y concretas, transmitiéndoles con la imposi-
ción de manos una función eclesial. Hechos 6, 1 -7.
Se van desarrollando soluciones puntuales que configurarán progresiva-
mente la «diakonía» en un ministerio estable. Se reúnen para la fracción del
pan, para alabar a Dios, para sanar, para administrar entre los necesitados los
bienes que han sido puestos a la disposición de los apóstoles. Bien es cierto
que no se les llama diáconos pero sí se les da un cargo de servicio; luego, más
tarde, a este servicio ordenado se le llamará con el significado de su función:
« diáconos ».
designad siete hombres de los vuestros, respetados, dotados de Espíritu y de pru-
dencia, y los encargaremos de esa tarea. Nosotros nos dedicaremos a la oración y
al ministerio de la palabra. Hch 6, 3 – 4.
Tanto el ministerio de la Palabra como la servidumbre a la mesa de cada
día, son servicios y lo curioso del caso es que, los siete varones extraídos de
entre los suyos para atender la materialidad de viudas y necesitados, en lo
sucesivo se hacen de notar por la predicación que hacen. El ministerio a ellos
encomendado carece de precisión y aún mostrándose ambiguo, tradicional-
mente se les conoce y designa como diáconos; en los años siguientes se irá
configurando el contenido y profundidad del ministerio.
Hechos 6, 2-6. Al inicio de los tiempos apostólicos, los mismos
apóstoles, mediante el rito de la imposición de manos a siete hombres de bue-
na reputación, instalaron la colaboración en su misión apostólica para que se
encargaran de atender a los pobres en sus necesidades.
Hechos 8,5; 8,12. Su oficio no se limitaba a lo material, a la atención
cotidiana de la caridad, sino que podían predicar la Palabra de Dios.
Hechos 8,38 Y bautizar.
Hechos 7. Esteban catequiza relatando la historia de salvación
con espíritu profético que le conduce al martirio acaecido en Jerusalén sir-
viendo este suceso como colofón de todo lo ocurrido en la Ciudad Santa.
45

Hechos 8, 5-8. 27-40. Felipe predicaba a Cristo, exorcizaba, sanaba, en-


señaba, bautizaba y evangelizaba. Por lo que el ministerio que han recibido en
función de la comunidad comprende la Palabra, el Bautismo y la Caridad.
Hechos 21, 8 - 9. «Al día siguiente salimos y llegamos a Cesarea; en-
tramos en casa de Felipe, uno de los siete evangelistas y nos hospedamos con
él. Tenía este cuatro hijas solteras profetisas»
Vemos en este fragmento que Felipe vive en su casa, con su familia y es
identificado como evangelista, como portador de la buena noticia. Pone su
casa a disposición del evangelio y su propia familia participa, ésta posee ca-
rismas de profecía…
Felipe es recordado por su actividad evangelizante, de los demás, Nicanor,
Prócoro, Timón, Pármenas y Nicolás, no son mencionados más. Es de suponer
que en las comunidades crecientes realizarían su servicio de forma estable y
no itinerante como Felipe, del que cabe sospechar que no sirvió a la comuni-
dad con menesteres domésticos sino con la propagación de la Palabra.
La recomendación que es común al grupo de los siete es que en ellos se
acentúa un discernimiento avalado por la comunidad que los elige entre los
suyos y extraídos de ella para servir a los suyos, y presentados a los doce,
oraron y les impusieron las manos. Eran varones «respetados, dotados de
Espíritu y de prudencia…» Hechos 6,3
Se observa en la comunidad de Filipos una cierta estructura estable con
carismas de servicio muy concretos: «a todos los consagrados a Cristo Jesús
que residen en Filipo, incluidos sus obispos y diáconos». Pablo y Timoteo
ponen de manifiesto lo que es corriente en la terminología griega:
”Obispos y diáconos”: a la letra, vigilantes o supervisores y auxiliares o emplea-
dos. Estos títulos eran comunes en el mundo griego y judío, y no tenían el signifi-
cado y alcance que hoy tienen entre nosotros. Nótese el plural de “obispos” 44
Pablo, al final de la primera carta a los Corintios les anima diciendo
Vigilad, permaneced firmes en la fe, sed valientes y animosos. Haced todo lo
vuestro con amor» y, dentro de este contexto, sigue el versículo siguiente:
«Tengo que haceros una recomendación: conocéis a la familia de Esteban: son la
primicia de Acaya y se aplicaron a servir a los consagrados. Os pido que os pong-

44
ALONSO SCHÖKEL, LUIS. Biblia del Peregrino, Edición de estudio. N.T. Nota a la carta a los
Filipenses 1, 1-2. Mensajero. Bilbao 1996. 499.
46 El Diaconado Permanente

áis a disposición de gente como ésa y de cuantos colaboran con sus fatigas. 1 Cor
16, 13-16)
Estos cuatro versículos son iluminadores para el diácono casado.
Decía el emérito profesor D. Luis Alonso Schökel S. J. +,
Hay que leer con imaginación lo que está escrito con imaginación... con fantasía
lo que está escrito con fantasía, porque el Espíritu Santo es la Fantasía de Dios. 45
Esta instrucción nos permite tratar de imaginar la realidad de ese contexto,
y percibir, de la experiencia familiar que cada uno posee, aquellos pequeños
detalles que hacen grande y elocuente la narración que ilumina y aporta San
Pablo a la experiencia de nuestra propia vida.
El diácono casado es cabeza de una familia, señor de su casa, porque si el
contexto en el que pone como ejemplo a la familia de Esteban en Acaya defi-
niendo unas actitudes maduras de cristianos, quiere decir que esta familia
sirve, que en esa casa se hacen las cosas con amor, que hay animosidad para
hacer el bien prodigándose en ser servidores, en vivir con valentía la fe, que
aunque puedan haber combates que hagan tambalear las actitudes, la fuerza
del Espíritu hace inquebrantables los convencimientos del amor al Señor Re-
sucitado, que es en definitiva lo que predica Pablo en una sociedad como la
corintia, a una Iglesia naciente que se tambalea ante las tremendas dificulta-
des. El servicio, o la manera con que esta familia sirve a la comunidad es re-
conocida por Pablo, al pedir a los corintios que se pongan a disposición de
gente como ésa y de cuantos colaboran en sus fatigas.
Esta imagen es un aliciente para la vida de quienes pretendan servir a la
comunidad eclesial, que el hogar cristiano debe ser un lugar de encuentro, la
relación familiar esté basada en el amor, el trabajo y dedicación profesional
sea ejemplar, digno de cristianos, así como el servicio apostólico en el ámbito
de la comunidad busque siempre el bien de los demás. La oración y la alaban-
za broten sinceras participando en ella los hijos. La limosna, la puerta abierta,
el perder la vida por los hermanos surge espontáneamente cuando el Señor es
el Señor de la casa y el Señor de las vidas...

45
Conferencia 10 de Abril de 1.998 en su última Semana Bíblica. Parroquia de San Juan de la Ribera de
Valencia. Falleció en Salamanca el 10 de Julio de 1.998.
47

Cualquiera que sea testigo de esto reconoce en esas actitudes la sumisión


personal que otorga una autoridad que emana del Espíritu al hacerse don para
todos, reconociendo en esa casa y en esa familia el Don de Dios en el servicio.
Deteniéndose en el estudio de la misión de Timoteo, se observa que
además de organizar la Iglesia, regular la liturgia y ordenar los diferentes mi-
nisterios y carismas de la comunidad, recibe encargos y consejos para el buen
gobierno de la Iglesia que preside. Entre las primeras responsabilidades que
recibe Timoteo de Pablo, es una norma de fiar, para aquellos que aspiren al
episcopado o al diaconado. Ambas normas constituyen en aquel contexto, un
perfil de rectitud, intención, comportamiento y prestigio del candidato que le
hagan acreedor de tal dignidad.
Asimismo los diáconos sean dignos, no doblados, no dados a la bebida ni al lucro
vergonzoso; han de conservar con conciencia limpia el misterio de la fe. También
ellos han de ser probados primero, y si resultan irreprochables, ejercerán su mi-
nisterio. Asimismo las mujeres sean dignas, no murmuradoras, sobrias, de fiar en
todo. Los diáconos sean fieles a sus mujeres, buenos jefes de sus hijos y de su ca-
sa. Pues los que ejercen bien el diaconado alcanzan un rango elevado y autoridad
en cuestiones de fe cristiana. 1ª Tim 3, 8 – 13.
Estas recomendaciones van más allá de un servicio doméstico, de un aten-
der necesidades materiales. Sitúa al diácono como depositario de confianza,
como alguien capaz de guardar el tesoro por excelencia, lo arcano para quien
no es creyente: la Eucaristía.
Las notas exegéticas a pie de página sobre estos versículos iluminan la
permanencia de los ministerios episcopal y diaconal en las comunidades a
cargo de Timoteo.
1ª Tim 3, 8 -13. Sobre los diáconos, con una digresión sobre las mujeres. Del
obispo hablaba en singular, de los diáconos en plural. Algunas condiciones se re-
piten. Es propio “conservar el misterio de la fe”. Se suele entender el cuerpo de
doctrina o el mensaje evangélico; algunos han pensado en la eucaristía como mis-
terio vedado a los paganos. El v. 13 les atribuye “autoridad” o capacidad de ex-
poner con franqueza temas de fe cristiana, lo cual indicaría también una función
didáctica. 46

46
ALONSO SCHÖKEL, LUIS. Biblia del Peregrino, Edición de estudio. N.T. Nota a la primera carta a
Timoteo 3, 8-13.. Mensajero. Bilbao 1996. 538.
48 El Diaconado Permanente

Vemos cómo se configuran lentamente las estructuras internas de las co-


munidades paulinas y cómo se van precisando las cualidades requeridas,
aquello que configura el ser y es fundamental para los candidatos a ejercer un
determinado ministerio. Insistiremos en otro capítulo lo referido al ser.
Retornando a los consejos a Timoteo leemos:
No te precipites en imponer a nadie las manos, no te hagas partícipe de los peca-
dos ajenos. Consérvate puro. Los pecados de algunas personas son notorios aun
antes de que sean investigados; en cambio los de otras, lo son solamente después.
Del mismo modo las obras buenas son manifiestas; y las que no lo son, no pueden
quedar ocultas. (1 Tim 5, 22. 24 -25)
En el período de discernimiento personal es necesario meditar mucho los
consejos de Pablo a Timoteo, proveen de luz suficiente para comprender las
circunstancias que constituyen nuestro propio entorno vital, y alcanzar la
humildad necesaria que frene algunos impulsos que nos inquietan; contenien-
do así nuestros propios anhelos ante la proximidad de ver el final de un cami-
no que todavía no advertimos… Dejemos que el tiempo vaya a su ritmo y
nuestro caminar sea pausado, porque así no habrá precipitación en la imposi-
ción de manos y éstas, cubrirán nuestras sienes cuando realmente emerjan
nuestras aptitudes, manifestándose en ellas los frutos que puedan hablar por
nosotros.
49

9. DE LOS PRIMEROS SIGLOS A LA ÉPOCA RECIENTE

Es en la época patrística, en la que las Iglesias particulares ya están total-


mente organizadas jerárquicamente, cuando conocemos que los servicios or-
denados en las comunidades respectivas, son ejercidos por miembros elegi-
dos por la comunidad, cuyos oficios lo realizan hombres concretos cuyos
nombres, algunos de ellos, nos han llegado por los testimonios escritos que se
mencionan en dichas cartas.
Ignacio de Antioquía escribe siete cartas en las que hace mención a la or-
ganización de cada Iglesia. Es en cierta manera el introductor de los perfiles
que caracterizan al diácono en una Iglesia organizada e introduce en la histo-
ria de la Iglesia el testimonio de un orden jerárquico presidido por el Obispo,
los presbíteros y los diáconos nombrándolos siempre;
Puesto que gracias a las personas antes mencionadas ( se trata del obispo Damas,
los presbíteros Basso y Apolonio y el diácono Zosión ) he visto la fe y he amado
a toda vuestra comunidad, os exhorto a que todo lo hagáis en concordia de Dios,
presidiendo el obispo en el lugar de Dios, los presbíteros en el lugar de la asam-
blea de los apóstoles y los diáconos - para mí, dulcísimos - a los que se les ha
confiado el servicio de Jesucristo que estaba junto al Padre antes de los siglos y se
manifestó finalmente» " 47 y sigue aconsejando en la misma carta «en el principio
y en el fin, con vuestro dignísimo obispo y con la preciosa corona espiritual de
vuestro presbiterio y de los diáconos según Dios. Someteos al obispo y también
los unos a los otros, como Jesucristo al Padre, según la carne, y los apóstoles a
Cristo, al Padre y al Espíritu, para que la unidad sea carnal y espiritual. 48
En la carta a los Tralianos puntualiza:

47
Ignacio a los Magnesios, VI, 1. Fuentes Patrísticas. Ciudad Nueva. 1.991
48
Ídem XIII, 1-2.
50 El Diaconado Permanente

Es menester también que los diáconos que son ««ministros»» de los ministerios
de Jesucristo agraden a todos de todas las maneras. Pues no son diáconos de co-
midas y bebidas, sino servidores de la Iglesia de Dios. Por tanto es necesario que
se guarden de reproches como del fuego»; sigue manifestando a continuación
que: «Recíprocamente reverencien todos a los diáconos como a Jesucristo, así
como el obispo que es figura del Padre y a los presbíteros como al senado de Dios
y como la asamblea de los apóstoles. Sin aquellos no existe la Iglesia. 49
En la carta a los Filadelfios, Ignacio, llamado Teóforo se dirige
Al obispo, a los presbíteros que están con él y a los diáconos que fueron estable-
cidos por voluntad de Jesucristo, a los cuales por propio deseo fortaleció en fir-
meza por su Espíritu Santo». Prosigue diciendo: «Esforzaos por frecuentar una
sola Eucaristía, pues una es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz pa-
ra unirnos a su sangre, uno es el altar como uno es el obispo junto con el presbite-
rio y los diáconos, mis compañeros de esclavitud. Así, todo lo que hagáis, haced-
lo según Dios.
Más avanzada la carta les solicita que:
es conveniente que vosotros, como Iglesia de Dios, elijáis un diácono que vaya
como embajador de Dios para que se alegre con ellos, que están unidos, y glorifi-
quen el Nombre. 2. Será bienaventurado en Jesucristo el que sea considerado dig-
no de tal función, y vosotros seréis glorificados. Si lo queréis, no es imposible
««hacerlo»» por el nombre de Dios, así como las iglesias más cercanas enviaron
obispos, y otras, presbíteros y diáconos», y refiriéndose a un compañero suyo les
dice: «En cuanto a Filón, diácono de Cilicia, hombre atestiguado que también
ahora me sirve en el ««ministerio»» de la Palabra de Dios, junto con Reo Agato-
podo, hombre selecto, que me sigue desde Siria renunciando a su vida. 50
En la carta a los Esmirniotas les dice:
Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre, y al presbítero como a los após-
toles. Respetad a los diáconos como al mandamiento de Dios.». Reconoce el
comportamiento de la Iglesia de Esmirna: «Hicisteis bien al recibir a Filón y a
Reo Agatopodo como a diáconos de Cristo, Dios, los cuales me han seguido por

49
Ignacio a los Tralianos, II, 3. III, 1. Fuentes Patrísticas. Ciudad Nueva. 1.991
50
Ignacio a los Filadelfios, Saludo. IV,1. X, 1-2. XI,1. Fuentes Patrísticas. Ciudad Nueva.1991
51

Dios. Ellos dan gracias al Señor por vosotros porque los aliviasteis de todas maneras.
51

A los Filipenses les puntualiza como deben ser los diáconos:


debemos caminar conforme a la dignidad de su mandamiento y de su gloria.
Igualmente, los diáconos sean irreprochables ante su justicia, como servidores de
Dios y de Cristo, pero no de los hombres: no sean calumniadores, ni dobles de
lengua, ni avaros, sino continentes en todo, misericordiosos, solícitos, caminando
conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos», y «por tanto, es
necesario apartarse de todo eso, obedeciendo a los presbíteros y a los diáconos
como Dios y a Cristo» 52
A Policarpo le dice:
Yo doy la vida por los que se someten al obispo, a los presbíteros y a los diáco-
nos: ¡ojalá pudiese tener parte con ellos en Dios! 53
En la carta de Policarpo a los Filipenses
Igualmente los diáconos sean irreprochables ante su justicia, como servidores de
Dios y de Cristo, pero no de los hombres: no sean calumniadores, ni dobles de
lengua, ni avaros, sino continentes en todo, misericordiosos, solícitos conforme a
la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos. 54
En el Pastor de Hermas detectamos ciertos abusos, son públicos algunos
pecados, pero la misericordia deja siempre abierta la puerta y la posibilidad de
enderezar lo torcido:
los que tienen manchas son los diáconos que sirven mal, saquean la vida de las
viudas y de los huérfanos y se lucran del ministerio que recibieron para servir. Si
permanecen en su pasión, ya han muerto y no tienen ninguna esperanza de salva-
ción. Si cambian y cumplen con pureza su ministerio, podrán vivir.55
En la Didaché se manda elegir obispos y diáconos:
1. Así pues, elegíos obispos y diáconos, dignos del Señor, hombres mansos, des-
interesados, veraces y probados, pues ellos también desempeñan el ministerio de
los profetas y de los doctores.

51
Ignacio a los Esmirniotas, VIII, 1. X, 1. Fuentes Patrísticas. Ciudad Nueva. 1.991
52
Policarpo a los Filipenses.V, 1-3 Fuentes Patrísticas. Ciudad Nueva. 1.991
53
Ignacio a Policarpo. VI, 1 Fuentes Patrísticas. Ciudad Nueva. 1.991
54
Policarpo a los Filipenses V 1.2 Fuentes Patrísticas. Ciudad Nueva. 1.991 218s
55
HERMAS. El Pastor. XXVI 2. Fuentes Patrísticas. Ciudad Nueva. 1.995 271
52 El Diaconado Permanente

2. Así pues, no los despreciéis, pues ellos ocupan entre vosotros un puesto de
honor junto con los profetas y los doctores». 56
Desde el primer siglo en plena expansión del cristianismo el carácter mi-
nisterial del diaconado se manifiesta como:
Diakonías propias en Clemente Romano 40, 5.
En Ignacio de Antioquia:
Diakonía de Jesucristo en Magnesios 6, 1;
diakonía de Dios en Esmirnotas 12,1;
diáconos de los misterios de Jesucristo y servidores de la Iglesia de Dios
en Tralianos 2, 3;
diáconos de Cristo Dios en Esmirnotas 10, 1;
diáconos de Dios y Cristo en epístola a Policarpo 5, 2.
Las comunidades cristianas nacientes son catequizadas por doctores y pro-
fetas provenientes de otras iglesias, que por la itinerancia, mantienen un
vínculo de dependencia con ellas y cuando van creciendo y surge la necesidad
de tener su propia organización, para vitalizar su crecimiento, deben elegir
esos obispos y diáconos que a su vez desempeñen el oficio de profetas y doc-
tores en su respectiva comunidad. Ignacio de Antioquia dice de Filón:
Aún ahora me sirve a mí en la Palabra de Dios.
También Clemente de Alejandría manifiesta:
Uno es realmente presbítero de la Iglesia y diácono verdadero de la voluntad de
Dios si es que cumple y enseña las cosas de Dios.
Ellos son garantes, en cierta manera, de la fe transmitida por la predica-
ción de esos profetas y doctores itinerantes, que van fundando núcleos de vida
cristiana por todo el viejo imperio romano, por lo que el respeto a la autoridad
en el servicio, recibida de la comunidad es fundamental, ya que el consejo que
les da el «didachista», esta fundado en la experiencia personal ya que al ser
uno de ellos, y ser extraído y elevado a un orden jerárquico para ser servidor
de ella, surgen recelos y envidias; cualquier roce humano de desprecio, moti-

56
Didaché. XV, 1-2. Fuentes Patrísticas. Ciudad Nueva 1.991
53

vado por el alejamiento aparente de una relación afectiva por tener que abar-
car el afecto a toda la comunidad así como su dedicación exclusiva al servicio
de todos sus hermanos.
Tenemos noticia del martirio del diácono Santos, del obispo Potino y de la
esclava Blandina, entre cincuenta cristianos martirizados, a través de Eusebio
de Cesárea, que conserva una carta de los cristianos de Lyon y de Vienne. Los
mártires de Lyon en el año 177, en los tiempos de Marco Aurelio.
La evolución en la vida comunitaria de las iglesias en los primeros siglos
va llenando de contenido los ministerios ejercidos en la comunidad, diferen-
ciándose epíscopos, presbíteros y diáconos, ejerciendo el ministerio de Presi-
dencia el epíscopo que se distingue de los demás presbíteros. El diácono, mi-
nistro subalterno, está vinculado a la persona del epíscopo. Quedando situados
los tres grados del ministerio que conocemos: obispo, sacerdote y diácono.
Hacia el año 251, San Cornelio I, presenta a su iglesia:
Hay 46 sacerdotes, 7 diáconos, 7 subdiáconos, 42 acólitos, 52 entre exorcistas,
lectores y ostiarios, y entre viudas y pobres más de 1500 a los que alimentan la
gracia y el amor del Señor...57
En tiempo de San Cornelio Papa, hacia el año doscientos y cincuenta, mantenía la
Iglesia Romana ciento y cincuenta y quatro clérigos , y más de mil quinientos po-
bres. 58
Desde el siglo III, los diáconos desarrollan su actividad pastoral en el ámbito de
los tres ministerios. Así la Traditio Apostólica nos habla de presidir reuniones de
instrucción y oración (TA 39), de presentar las ofrendas al obispo en la celebra-
ción eucarística (TA 8,21) y ayudar a partir el pan consagrado (TA 22). Menciona
como una de las obligaciones del diácono la de indicar al obispo los enfermos de
la comunidad (TA 34). La misma actividad se anota en la Didascalía: invita a los
fieles a reconciliarse al inicio de la asamblea litúrgica (II, 54, 1) y les da las nor-
mas precisas sobre el buen orden en las asambleas (II, 57, 6-11; 58, 5).Les hace
responsables de la pronta atención a los enfermos (III, 13, 1), les ordena visitar
personalmente a todos los necesitados (III, 13, 7) y acoger a los forasteros que
llegan a la comunidad (II,59,1). 59

57
Eusebio Historia eclesiástica, VI, 43, 11.
58
FLEURY, CLAUDIO. Las costumbres de los cristianos. Laborda. Valencia 1.771.145
59
ROYÓN LARA, E. El ministerio del diácono en una Iglesia ministerial. Estudios Eclesiásticos nº
240 1.987.
54 El Diaconado Permanente

Entre los diversos ministerios que desde los inicios del cristianismo fue
adquiriendo un significado particular es el diaconado. Éste estuvo lleno de
contenido, de funciones específicas permanentes de dedicación a la comuni-
dad.
Del tiempo de las persecuciones tenemos abundantes testimonios y datos
prácticos de la vida de aquellos cristianos que nos permiten conocer mejor sus
costumbres, su manera de vivir y sobre todo de organizarse.
El estilo de vida de aquellas comunidades insertas en un mundo hostil, in-
dudablemente sorprendían en su época, por una parte la conversión de sus
costumbres en contraste con la manera de vivir en la sociedad romana, el nue-
vo modo de relacionarse entre sí y con los demás, atraería no solo la curiosi-
dad sino la crítica, el rechazo, la envidia, la denuncia de ir contra lo estableci-
do.
Por otra parte la nueva manera de corresponderse unos con otros, amos
con esclavos, dignatarios con humildes, ricos con pobres, compartiendo los
bienes sin acepción de personas, era sin duda motivos de rechazo y crispación
ya que las actitudes de aquellos cristianos ante la vida, asumían el respeto al
otro y el amor al enemigo, el perdón de las ofensas y la aceptación de su pro-
pia historia como voluntad firme del encuentro personal con Dios, un Dios
que mostraba sus preferencias de amor con aquellos que sufren y son perse-
guidos. Desde el corazón del Imperio, proféticamente anunciaban que era
posible ser feliz en medio de esa generación, por lo que el poder establecido
sintiéndose amenazado y denunciado, derramó la sangre de quienes no reco-
nocieron al Cesar como Señor…
Aunque no es una fuente válida científicamente, por su interés en cierta
manera etnológico, incluyo en este estudio e inserto a continuación algunas
citas recogidas del libro “Las costumbres de los cristianos” 60; prácticamente
recoge la manera de vivir y organizarse aquellas comunidades de los primeros
siglos y que coinciden con lo transmitido en la tradición de la Iglesia.
-Pág. 77.61

60
FLEURY, CLAUDIO. Las costumbres de los cristianos. Laborda. Valencia 1771
61
Es la página correspondiente donde se puede hallar la totalidad del relato. Vale para todos los encabe-
zamientos que incluyan «Pág»
55

Si ellos se privaban de los gustos violentos que buscan la mayor parte de los hom-
bres, también estaban libres de tristezas, y demás pasiones que los atormentan,
pues vivían sin ambición, ni avaricia. Y no teniendo apego a los bienes de esta
vida, se afligían poco en sus calamidades: gozaban de la paz de la buena concien-
cia, y de la alegría de las acciones virtuosas que les afligía.
-Pág. 90.
Un diácono exhortaba a orar, el sacerdote hacía la oración y el pueblo le acompa-
ñaba, respondiendo AMEN.
-Pág. 91
Habiendo él comulgado, distribuía la comunión a todos por mano de los diáconos.
En cuanto a los que no habían podido asistir al Sacrificio, se les enviaba la Euca-
ristía con los diáconos, o acólitos.
-Pág. 92
El ágape que se seguía después de la comunión en los primeros tiempos, era una
cena de comidas ordinarias que hacían todos juntos en el mismo lugar. Después
se dio solamente a las viudas, y pobres; y siempre tenía en ellas una porción el
Pastor, aunque ausente. Los sacerdotes, y diáconos tenían porción doble, y se da-
ba una a cada uno de los lectores, cantores y porteros.
-Pág. 116-117
Apretaban muchas veces a los cristianos en aquellos interrogatorios, a que descu-
briesen a sus cómplices, esto es, a los demás cristianos, especialmente a los obis-
pos, y presbíteros que los enseñaban, y a los diáconos que los asistían. Y a que
entregasen los libros sagrados. Escudriñando las casas de los lectores.
-Pág.119
Entre tanto la Iglesia tenía un particular cuidado de aquellos santos encarcelados.
Los visitaban con frecuencia los diáconos, para servirlos, hacer sus recados y dar-
les los consuelos necesarios.
-Pág. 120
Se vieron prelados que consagraron sobre las manos de los diáconos, por falta de
altar.
-Pág. 141-142
Escogíanse por diaconisas las viudas más ancianas, esto es, de sesenta años.
Siempre eran las viudas más prudentes y más experimentadas las que se nombra-
ban para todos los ejercicios de caridad. Las diaconisas recibían la imposición de
manos, y eran contadas entre la clerecía, porque ejercitaban con las mujeres parte
de los ministerios de los diáconos. Era su empleo el visitar a todas las personas de
su sexo, que la pobreza, enfermedad o otra miseria hacía dignas del cuidado de la
Iglesia. Instruían a las que eran catecúmenas, o por mejor decir, les repetían las
instrucciones del catequizante. Las presentaban al Bautismo, ayudándolas a des-
56 El Diaconado Permanente

nudar, y a revestirse para que los sacerdotes no las viesen en estado indecente.
Guiaban después por algún tiempo, para dirigirlas en la vida cristiana. En la Igle-
sia guardaban las puertas por donde entraban las mujeres, y cuidaban de que cada
una se pusiese en el lugar que le correspondía. Las diaconisas daban cuenta de to-
dos los ejercicios al obispo, y con su orden a los presbíteros, o diáconos. Servían
principalmente para prevenirlos de las necesidades de las otras mujeres y para
hacer con su dirección lo que ellos no podían por sí mismos con tanta decencia.
-Pág. 147-148
Se encargaba como una obligación de la religión se diesen a la Iglesia los diez-
mos, y primicias de todos los frutos de la tierra, y del ganado para la subsistencia
de los clérigos, y de los pobres. Se llevaban aquellas ofrendas a casa del obispo, o
de los diáconos. Eran los diáconos los que cuidaban de ellos: era su obligación el
recibir todo lo que se ofrecía para las necesidades comunes de la Iglesia,
guardándolo, y distribuirlo según mandase el obispo, el cual daba las ordenes
según el informe que ellos hacían de las necesidades particulares. Era también de
su obligación informarse de aquellas necesidades, y tener listas exactas, tanto de
los clérigos, como de las vírgenes, viudas, y demás pobres que alimentaba la Igle-
sia. También les pertenecía examinar a los que se presentaban de nuevo, y el celar
sobre el modo de portarse de aquellos que ya estaban recibidos, para ver si merec-
ían ser asistidos. Les tocaba el proveer hospedaje a los forasteros, y el saber
quién, y cómo les había de pagar el gasto que ocasionasen. Acudían a ellos los le-
gos para todo lo que querían pedir o decir al obispo, a quien no hablaban tan li-
bremente por respeto, y por temor de no molestarle: y así la vida de los diáconos
era muy activa, y trabajosa. Necesitaban de atravesar a menudo la ciudad, y aún
muchas veces hacer viajes fuera de ella; siendo esta la razón por qué no gastaban
ni manteos, ni hábitos largos como los demás sacerdotes, sino solamente algunas
túnicas, y dalmáticas, por estar más prontos a la acción, y movimiento.
-Pág 162
No ordenaba el obispo, ni presbíteros, ni diáconos, ni otros clérigos, sino precisa-
do de la necesidad que tenía de ellos para el servicio de su Iglesia .
-Pág. 162
Le asistían en todos los actos públicos, como los oficiales a los magistrados, o por
mejor decir, como discípulos que acompañan a su maestros, pues estaban tan uni-
dos a él como los Apóstoles a Jesucristo. Y así, si intentara el obispo enseñar o
hacer alguna cosa contraria a las tradiciones apostólicas, no lo hubieran sufrido
los antiguos presbíteros y diáconos, le hubieran advertido caritativamente.
-Pág. 170.
Se tenía por felicidad aun el hospedar a un diácono, o el tenerle a su mesa.
57

-Pág. 256.
Los cristianos asistían de dos modos a los pobres. Uno era dándoles solamente
limosnas, y dejándolos se recogiesen a donde pudiesen. Había en cada quartel de
Roma un paraje llamado Diaconía, que era como almacén de aquellas limosnas.
Vivía en él un diácono, y recibía para este ministerio cierta cantidad de que
daba cuenta.62
La catequización era una tarea fundamental puesto que surgía desde la
íntima vivencia de la fe comunitaria. Cada catequista catequizaba en nombre
de la comunidad, manifestándose estos carismas en aquellos hermanos en los
que el Espíritu Santo separaba para este servicio. No todos estos catequistas
tenían la maestría y el dominio profesional de la enseñanza aún teniendo cua-
lidades intelectuales brillantes, pero todos tenían el celo por el Evangelio te-
niendo presente sus limitaciones humanas. Esta actitud de humildad la encon-
tramos plasmada en un escrito de San Agustín que dirige a Deogracias, diáco-
no de Cartago.
Me pediste, hermano Deogracias, que te escribiera algo que pudiera serte útil, so-
bre el modo de impartir la charla de admisión en el catecumenado. Me explicabas
que, a menudo, son conducidos hasta ti en Cartago, donde eres diácono, aquéllos
que deben recibir la primera formación en la fe cristiana, ya que tienes fama de
poseer ricas dotes de catequista, tanto por tu doctrina de la fe como por la elegan-
cia y atractivo de tu habla; pero que tú casi siempre te ves en serios apuros para
dar con el modo adecuado de inculcarles los contenidos propios de la fe cristiana,
así como determinar el inicio y fin de la narración, y sobre si a su término debe-
mos añadir alguna exhortación, o bien únicamente aquellos preceptos en cuyo
cumplimiento conozca nuestro oyente que está guardada la vida y profesión cris-
tiana. Me confesabas también y te lamentabas de que con cierta frecuencia te hab-
ía ocurrido que a lo largo de una plática prolongada y tibia, tú mismo tenías sen-
sación de ir perdiendo interés y de aburrimiento, cuanto más aquel a quien instru-
ías y los demás que estaban presentes escuchándote. Me indicabas, por último,
que todas esas vicisitudes te habían impelido a urgirme por la caridad que te de-
bo, a que no descartara entre mis ocupaciones la de escribirte algo sobre este te-
ma». 63
Conocemos a través del testimonio de Hipólito en su obra la Tradición
Apostólica, la liturgia de la imposición de manos, la administración del sa-
cramento del Orden:

62
FLEURY, CLAUDIO. Las costumbres de los cristianos. Laborda.
63
SAN AGUSTÍN. Introducción al catecumenado. Pág 43 Ediciones Clásicas. Madrid 1.991
58 El Diaconado Permanente

para ordenar a los diáconos sólo es el obispo quien impone las manos, porque no
se le ordena para el sacerdocio, sino para el ministerio del obispo, para hacer lo
que le mande. Con esta sencilla formulación, Hipólito ha vinculado el diaconado
al ministerio y lo ha descrito en función del obispo al que sirve. El obispo y los
presbíteros imponen las manos para ordenar a otros presbíteros pero solo el obis-
po impone las manos para ordenar al diácono. 64
En el siglo V, el Concilio de Calcedonia recoge en términos jurídicos la
concepción y práctica que en las comunidades cristianas se hacia del ministe-
rio en la Iglesia primitiva, ordenando y estabilizando los ministerios, articu-
lando la uniformidad de criterios para la práctica común en toda la Iglesia,
dejando bien claro la concepción eclesial del ministerio y definiendo la de-
pendencia de los ministerios y carismas a una comunidad concreta.
Cuando se ordena a un diácono, solo el obispo que le bendice ponga las manos
sobre su cabeza, porque no es consagrado para el sacerdocio, sino para servir a
éste. Hay más de una docena de cánones que comienzan: Cuando se ordena a... y
menciona los siguientes oficios: Obispo, presbítero, diácono, subdiácono, acóli-
to, exorcista, lector, ostiario, salmista. Y siguen ordenaciones para consagrar
vírgenes y viudas y el canon 101 para el matrimonio. 65
Santo Tomás da como razón fundamental y lógica la relación que cada una de
las siete órdenes guarda con la Eucaristía. Desde aquí concluye el Santo, que el
lugar de máxima categoría entre las órdenes corresponde al sacerdocio y afirma
que al diaconado corresponde servir al sacerdote en todo lo referente a la cele-
bración eucarística. Este pensamiento de Santo Tomás, tenía una lógica, desde el
momento que aceptaba el principio vinculante del orden a la Eucaristía. Pero el
planteamiento del Concilio Vaticano II ha sido otro distinto, al fundamentar el
orden en la participación de la misión de Cristo. 66
En el Concilio de Elvira, celebrado al inicio del siglo IV, se pone de mani-
fiesto que había diáconos rigiendo comunidades en ausencia de obispos o
presbíteros, ya que se dispone normas prácticas en la administración del Bau-
tismo:

64
ARNAU-GARCÍA, RAMÓN. Orden y Ministerios. BAC. Madrid 1.995
65
DENZINGER E. Concilio de Calcedonia. De las ordenaciones de los clérigos. Can. 4 (92). El
Magisterio de la Iglesia. Herder 1963 DeZ 150-158.
66
ARNAU-GARCÍA, RAMÓN. El Ministerio en la Iglesia. Facultad de Teología. Valencia. 1.991.
59

-Canon 77 «Si algún diácono que rige al pueblo sin obispo o presbítero, bautizara a
algunos, el obispo deberá perfeccionarlos por medio de la bendición; y si salie-
ran antes de este mundo, bajo la fe en que cada uno creyó, podrá ser uno de
los justos.» 67
En el período de la decadencia del diaconado tenemos el testimonio de
ciertas tensiones presentes en el mundo eclesial, que si bien no manifiesta un
problema directo con este ministerio, sí está en el trasfondo de una práctica
errónea y condenada por el Concilio de Costanza.
Errores de Juan Wicleff. Condenados por la «Bula Inter cunctas e In eminentis»
de 22 de febrero de 1414-1418. Lícito es a un diácono o presbítero predicar la pa-
labra de Dios sin autorización de la Sede Apostólica o de un obispo católico. 68
Estas tensiones manifiestan que había diáconos y presbíteros que ejercían
el Ministerio de la Palabra predicando sin autorización del ordinario corres-
pondiente, y si existe esta condenación documentada por un Concilio, hace
suponer que el problema era muy grave y que afectaba a un sector amplio de
la Iglesia en el que estaban algunos diáconos implicados.
Después de un gran silencio hasta el Concilio de Trento, se propuso una
reforma del orden. Debatido durante el tercer período de sesiones, extrema-
damente largo, cargado de tensiones e influencias políticas, en donde lo me-
nos importante eran las órdenes inferiores al presbiterado. Acaparó la máxima
tensión el nombramiento de obispos, la formulación del origen de los mismos;
debate agresivo en el que para unos era inadmisible la siguiente formulación:
La jerarquía descansa en un institución divina, en lugar de, los obispos están insti-
tuidos por Cristo. 69
Fueron tan grandes las divergencias que peligraba su continuidad por lo
que se apresuró a los padres conciliares y legados presentes a retomar otras
propuestas, entre ellas la institución de los seminarios, casas semilleros donde
se puedan formar buenos sacerdotes.
A fin de revitalizar las órdenes menores se adicionó a modo de suplemento una
relación de los deberes del ostiario, lector, exorcista y acólito, así como del sub-
diácono y diácono. 70

67
DENZINGER E. Concilio de Elvira. Bautismo-Confirmación D-52e Can. 77. Versión de Internet.
68
DENZINGER E. Concilio de Constanza 1414-1418 Errores de Juan Wicleff D-594 14. Versión de
Internet
69
HUBERT JEDIN, Historia del Concilio de Trento 4, II Eunsa. Pamplona 1981. 110
60 El Diaconado Permanente

El ascenso al sacerdocio se hace por grados, las cuatro menores y las dos órdenes
mayores; el diaconado y el orden sacerdotal se mencionan en la Sagrada Escritura
(cap 2 y can 3). La ordenación es un sacramento, no un mero rito (cap 3 y can 3),
imparte el Espíritu Santo (can 4) e imprime como el bautismo y la confirmación,
un carácter que no puede destruirse ni quitarse. 71
Pero el Concilio mantuvo firme el principio de que los ministerios inferiores deb-
ían estar vinculados a una consagración, a una orden. Por esto decidió que allá
donde los candidatos al sacerdocio no fuesen bastantes numerosos para satisfacer
las necesidades pudieran ser suplidos por hombres casados (cap 17). Repitió el
decreto de Bonifacio VIII, que atenuó las medidas tomadas por sus antecesores y
reconoció para los clérigos casados los privilegios clericales, con la condición que
llevaran tonsura y el hábito eclesiástico y que estuvieran casados una sola vez con
una mujer virgen. El Concilio de Trento consideró, por lo tanto, en las órdenes
menores, no solamente unas etapas por las cuales los candidatos pasan al sacer-
docio, sino que vio principalmente unas funciones de Iglesia. Distinguió, pues,
dos clases de clérigos: los que, establecidos por el Obispo, permanecían durante
toda su vida en el estado de minoristas, al servicio de alguna iglesia y los que se-
guían sus estudios en el seminario, como en camino hacia la recepción de las
órdenes mayores. 72
La Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia nos ha lle-
gado hasta hoy con vigor y energía, y se hace presente en nuestra generación a
través del Concilio Vaticano II para que sintiéndonos que somos Pueblo de
Dios seamos capaces de imitar el modo de servir como Jesús sirvió al Padre
por lo que restablece un diaconado de signo permanente, considerando y for-
mulando en la LG 29 en la que se concreta en los puntos siguientes:
1º. Los diáconos están en el grado inferior de la jerarquía.
2º. Se les impone las manos no para el sacerdocio sino para el ministerio.
3º. Fortalecidos con la gracia sacramental sirven, en comunión con el
obispo y su presbiterio, al ministerio de la liturgia, de la palabra y de la cari-
dad.

70 ibid 66. 112


71 Ibid 66. 120
72
NARCISO CARDENAL JUBANY. El Concilio de Trento y las órdenes menores. Estudios Eclesiás-
ticos 1961 129
61

El servicio de la caridad en la Iglesia debe estar íntimamente asociado y vinculado al


servicio eucarístico. Evidentemente que ni el presbítero ni los fieles están
exonerados de esta responsabilidad, pero el presbítero significa más a Cristo-
Cabeza y Mediador, siendo centro y animador de la unidad de la comunidad; el
ministerio diaconal, en cambio, al acentuar más la significación del servicio, invi-
ta a realizar y manifestar la unidad entre la diaconía de la caridad y la diaconía de
la eucaristía. 73
Así,
El Concilio Vaticano II resume de este modo la interpretación que ofrece la Sa-
grada Escritura y la Tradición de la fundación de estos ministerios por Jesús:
««Así, el ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos
órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose obispos, presbíteros
y diáconos»» (LG 28). La plenitud del ministerio corresponde a los obispos, que
«« por institución divina han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia
» (LG 20; FIC 711). Los presbíteros participan del ministerio del obispo ( cf LG
28 ). Esto tiene lugar en la predicación, la administración de los sacramentos,- es-
pecialmente la celebración de la Eucaristía - y través de la función pastoral (cf.
PO 4-6). Los diáconos, en el ámbito del ministerio, ejercen la diaconía de la pala-
bra, de la liturgia y de la caridad (cf. LG 29). 74
La implantación de la función diaconal en las Iglesia locales no debe consistir en
un retorno a una práctica litúrgica vacía de significación existencial. Por el con-
trario, debería asegurar el vínculo vivo entre la liturgia y la vida cristiana, entre el
ministerio del altar y la práctica de la caridad, entre el mensaje cristiano y el
mundo al que va dirigido, entre la jerarquía y los laicos. Un ministerio que mues-
tre al mundo y al hombre de hoy el rostro de la Iglesia que desea definirse como
ministerial. En definitiva un ministerio flexible, de fácil adaptación a las circuns-
tancias concretas en que vive la comunidad. 75
Si en el decreto Ad Gentes 16, se transcribe la restauración del diaconado,
sus funciones litúrgicas y pastorales están manifiestas en Lumen Gentium, 29
y el Papa Pablo VI dispuso también que

73
CONGAR, Y. El diaconado en la teología de los ministerios. 16s.
74
Catecismo católico para adultos. Conferencia episcopal alemana. BAC 500. 1.992. 325.
75
KERKVOORDE, A. Bosquejo de una teología del diaconado, 213. Estudios Eclesiásticos. 220.
62 El Diaconado Permanente

El diácono puede guiar legítimamente en nombre del párroco o del obispo, las
comunidades cristianas lejanas». 76. « Es una función misionera que han de des-
empeñar en los territorios, en los ambientes, en los estratos sociales, en los gru-
pos, donde falte el presbítero o no se le pueda encontrar fácilmente. De manera
especial en los lugares donde ningún sacerdote pueda celebrar la Eucaristía, el
diácono reúne y dirige la comunidad en una celebración de la Palabra, en la que
se distribuyen las sagradas especies, debidamente conservadas. Es una función de
suplencia, que el diácono desempeña por mandato eclesial cuando se trata de sa-
lir al paso de la escasez de sacerdotes. Pero esta suplencia, que no puede nunca
convertirse en una completa sustitución, recuerda a las comunidades privadas de
sacerdotes la urgencia de orar por las vocaciones sacerdotales y de esforzarse por
favorecerlas como un bien común para la Iglesia. También el diácono debe pro-
mover esta oración. 77
En el Congreso Internacional de Diáconos, celebrado en Budapest el 6 de
Abril de 1.991. Mons. Lajos Kada, 78 a la sazón secretario de la Congregación
del Culto Divino, en su alocución, confirmó la doctrina del Concilio Vaticano
II referente al Diaconado Permanente. En dicho artículo hace una pregunta
para presentar la importancia del diaconado:
¿Cuáles son las experiencias con los diáconos en los países donde el diaconado ha
sido introducido? Es claro que el trabajo de los diáconos para la Iglesia local es
fructífero allí donde:
-los presbíteros han sido preparados desde el seminario para una buena colabora-
ción con los diáconos, y después, entre los presbíteros -especialmente los párro-
cos - y los diáconos se realiza un buen trabajo en común;
-los diáconos son cuidadosamente elegidos y formados sólidamente, y donde esa
formación se continúa de una manera regular;
-se da a los diáconos misiones adecuadas y realizables;
-las esposas, que deben tener también una preparación adecuada, acompañan a
sus maridos en su labor diaconal, con todo el corazón e interés.
Manifiesta en su alocución que

76
Sacrum diaconatus ordinen ( n.22, 10 m) Pablo VI
77
Funciones del diácono. Ecclesia núm 2.567. -1.993. 25 6-11
78
Mons. Lajos Kada fue Nuncio de la Santa Sede en España
63

También hay, por supuesto, experiencias negativas, que cabe atribuir a un escaso
cumplimiento de los requisitos necesarios». 79 A pesar de los problemas, el dia-
conado es uno de los frutos más valiosos del Concilio.

El orden jerárquico de la Iglesia se ha completado con su reinstauración. Los


obispos y los presbíteros han recibido una ayuda auxiliar ordenada para trabajos
para los que los diáconos, activos en la vida profana y especialmente preparados
para ello, son más apropiados. Estas personas pueden servir de ejemplo y estímu-
lo para sus colegas de trabajo, con su vida familiar cristiana, su honrado cumpli-
miento del deber y sus conocimientos profesionales.
Por otra parte, pueden prestar una gran ayuda, con la palabra y con la acción, a
los otros dos grados de la jerarquía, especialmente en la actividad caritativa de la
Iglesia, y en el campo social, pero también en el servicio de la Palabra y del altar,
permitiéndoles ampliar su trabajo. La Iglesia espera de los diáconos esos servi-
cios, brevemente esbozados. Para corresponder a esas expectativas, es necesaria
una sólida formación, también en la vida espiritual. La espiritualidad del Diácono
Permanente es, en sí misma, compleja.
El diácono es un hombre consagrado y miembro de la jerarquía; su servicio
está así reforzado y se hace más efectivo a través de la gracia sacramental. El diá-
cono es, normalmente, marido y padre, con todo lo que este estado exige de un
cristiano. Y es también, en fin, un hombre que está en el mundo y que sostiene a
su familia a través de su profesión mundana, salvo que se dedique exclusivamente
al ministerio, lo cual sucede escasas veces.
Estas realidades distintas hacen, diría yo, que la espiritualidad de un diácono sea
más complicada que la del presbítero o la de un laico. Su espiritualidad debe, en
consecuencia, unificar todos esos aspectos.
De los diáconos espera la Iglesia un servicio en la Palabra, en el Altar y en la Ca-
ridad. Ustedes deben ser en la vida de familia y en la vida pública, un ejemplo
luminoso y dar un testimonio especial de la misión a que está llamado todo cris-
tiano por el bautismo. El diácono y su esposa deben ser, especialmente, un ejem-
plo vivo de la fidelidad y la indisolubilidad del matrimonio cristiano.
Guiado por el Espíritu Santo, el Concilio Vaticano II ha dado a la Iglesia el gran
regalo de la reinstauración del Diaconado Permanente. Todos nosotros estamos
por ello agradecidos al Espíritu Santo y a todos los diáconos que han aceptado la
llamada a este ministerio y lo ejercen con espíritu servicial. Que el Espíritu Santo

79
Carta a los Diáconos del comité para el diaconado. Conferencia Episcopal de España. 15 de Diciem-
bre de 1.991. nº 15
64 El Diaconado Permanente

llame a muchos a este ministerio y les dé fuerzas para cumplir fielmente el servi-
cio aceptado. 80

10. RECUPERAR DESDE EL SILENCIO DE LOS SIGLOS EL


ACONTECIMIENTO DEL CONCILIO VATICANO II

La memoria histórica que se ha mantenido de los orígenes de aquel minis-


terio y que todos conocemos, impulsó en el período de entre guerras de la
primera mitad del siglo XX, un movimiento reivindicativo que desarrolló
respuestas imperiosas de Caridad que facilitó ayuda y prestación organizativa
de las Iglesias desbordadas ante tamaña calamidad. De la experiencia de los
Círculos diaconales de Josef Hornef, 81 y de varios cristianos que estuvieron
internados en Dachau, tras la segunda guerra mundial, los laicos comprometi-
dos y el poco clero que sobrevivió de la experiencia en los campos de concen-
tración o en la clandestinidad, vieron necesario y urgente que se ordenasen a

80
Idem
81
Josef Hornef impulsor de la instauración del Diaconado Permanente desde el laicado. ¿Vuelve el diaco-
nado de la Iglesia Primitiva? Ed. Herder. Barcelona 1962
65

personas idóneas como diáconos, ya que el trabajo codo a codo con miem-
bros de las Iglesias de la Reforma, que tenían la diaconía como forma estable
de vida y servicio a sus respectivas comunidades, facilitaron en cierta manera
un patrón de comportamiento que centró la toma de conciencia de dicha expe-
riencia para la recuperación del diaconado católico. En diversas conferencias
europeas de Caritas llegaron a proponer a Pío XII el restablecimiento del mi-
nisterio diaconal estable. En la alocución que el Papa Pacelli dirigió al segun-
do congreso mundial del apostolado de los laicos en Octubre de 1957, se refi-
rió a la idea de que volver a introducir el diaconado como función diferente
del sacerdocio, todavía no estaba madura, pero que podía llegar a madurar y
en todo caso se enmarcaría dentro del orden jerárquico fijado, tal como la
tradición antigua lo concebía. Estas viejas aspiraciones del laicado surgidas en
Alemania después de la segunda guerra mundial, se hicieron realidad en el
Concilio Vaticano II 82 y posteriormente, Pablo VI sancionó canónica y litúr-
gicamente todo lo concerniente a ese orden. 83 Recientemente, Juan Pablo II
aprobó el «Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanen-
tes. El estatuto jurídico del diácono» 84
Para una Iglesia de hoy, al inicio del tercer milenio y en un momento
histórico concreto en que la sociedad no es la misma ni la Iglesia primitiva
responde al desarrollo de la actual, nos podemos cuestionar: ¿se puede recupe-
rar aquél diaconado que se ejercía en sus inicios, o por el contrario necesita-
mos de un diaconado diferente que responda a las necesidades concretas de
hoy?
A casi cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, estamos en
condiciones de poder ver que el paso del Espíritu Santo no ha sido un rápido
transito en el tiempo sino una delicada presencia permanente, una asistencia
continua en los actos de gobierno de la Iglesia, un pulular constante de hechos
y circunstancias que han influido en la historia, un arrebato de múltiples esti-
los y formas con que se expresa la unicidad de la fe.
En uno de los discursos de Juan XXIII con su voz profética manifestaba
Será verdaderamente el nuevo Pentecostés, que hará que florezca en la Iglesia su
riqueza interior y su extensión hacia todos los campos de la actividad humana;
será un nuevo paso adelante del reino de Cristo en el mundo, un reafirmar de mo-

82
LG 29
83
Sacrum diaconatus ordinem: 18 de junio de 1967; Poutificalis Rornani recognitio: 17 de junio de 1968;
Ad pascendum
84
Directorium pro ministerio et vita diaconorum permanentium» 22 de febrero de 1998.
66 El Diaconado Permanente

do cada vez más alto y persuasivo la alegre nueva de la redención, el anuncio lu-
minoso de la soberanía de Dios, de la fraternidad humana, de la caridad y de la
paz prometida en la tierra a los hombres de buena voluntad, como respuesta al
beneplácito celestial. He aquí, venerables hermanos, los sentimientos que apre-
mian mi corazón y se hacen oración y esperanza. 85
El concilio ha sido un acto de amor en el que de la fecundidad del Espíritu
Santo han ido surgiendo nuevas maneras de vivir, expresar, celebrar y que han
venido a enriquecer las que ya había, a potenciar los compromisos de aposto-
lado existentes, a iluminar nuestra historia y darnos cuenta que la Iglesia es
Madre y que en su seno se está gestando y haciendo madura la fe de sus hijos.
De esta gestación se experimenta que la acción de Dios en la vida del hombre
es eficaz a la vez que fantástica y percibiendo a través de su oído el anuncio
del Kerigma, el hombre inicia de nuevo un itinerario guiado por una promesa
que da sentido a su vida, teniendo como modelo propuesto la figura de Abra-
ham.
El Señor dijo a Abrán: - Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la
tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu
nombre, y servirá de bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a
los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán las familias del mundo.
Abrán marchó, como le había dicho el Señor... » (Gn 12,1 – 4a)
Los caminos de maduración en la fe que se han iniciado en la Iglesia, so-
bre todo desde la celebración del Concilio Vaticano II, se han ido transfor-
mando en itinerarios consistentes y seguros, al penetrar la Palabra de Dios en
la zahorra que sirve de coraza al hombre, posibilitando un proceso de conver-
sión personal que permite edificar la vida del peregrino sobre la base sólida y
cimentada de las Sagradas Escrituras. Jamás de concilio alguno surgió tanto
interés en conocer, profundizar y celebrar la Palabra de Dios, como aconteci-
miento vivo, dinámico y comprometedor para el hombre.
Es cierto que desde las encíclicas Providentísimus Deus de León XIII, y
de la Divina aflante Spíritus de Pío XII, se facilitó el lecho y el cauce para que
el Concilio Vaticano promulgase la constitución Dei Verbum. Hubo muchas
sinergias en este último siglo para que al final del mismo nos encontremos
con un panorama espléndido de diálogo permanente de Dios con el hombre
expresado en las Sagradas Escrituras. Este pueblo de Dios, nombre con que

85
Discurso Juan XXIII, 8 de Diciembre de 1.962. Sesión solemne de clausura de la primera etapa
conciliar. Concilio Vaticano II. Nº 22, 23 BAC. 1966 2º ed. 760
67

desde el concilio también tiene una nueva proyección en la significación


semántica del fonema, hace que la Iglesia se sienta más familiar y permite
también que se le conozca más como madre y maestra que como una institu-
ción fría, vieja y pasada de moda.
El vocablo carisma aparece por primera vez en el Nuevo Testamento y de-
signa una realidad cuyo origen está más allá de nuestra contingencia, procede
del designio providente de Dios y dentro de las posibilidades humanas, sin
alterar la propia naturaleza contribuye a perfeccionarla. Esta contemplación de
lo extraordinario que actúa ordinariamente en algunas personas es lo que co-
nocemos como gracia, como don o como carisma. Lo extraordinario se con-
vierte en ordinario.
En la historia de salvación del pueblo de Israel se contempla la actuación
extraordinaria de Yahvé, que protege y tutela al pueblo como una manifesta-
ción permanente. Israel con su memoria histórica, experimenta dicha acción
como la forma y manera con que Dios cuida ordinariamente a su pueblo.
Siempre la acción salvadora proviene de Dios y el pueblo ve y conoce y re-
clama siempre el comportamiento ordinario de Dios con su pueblo. Pero el
contraste está siempre desde la visión del gentil que ve en la acción del Dios
de Israel una acción extraordinaria de la divinidad. Lo ordinario es que el
pueblo de Israel no ve alterada su manera de ser, su idiosincrasia, su persona-
lidad. Yahvé Dios actúa respetando la libertad de sus hijos, respetando su
manera de ser, capacitando con su acción al hombre para que actúe siempre en
los términos de la Alianza.
Esta reflexión puede muy bien ser la base recurrente con la cual lograr
acomodar en nuestra intuición, que la acción de Dios, es tomada como una
acción extraordinaria cuando elige a unas personas para una misión especial
en la vida, siendo éste el modo ordinario con que en la Iglesia, pueblo de
Dios, manifiesta de continuo sus capacidades de asombro ante la creatividad,
la imaginación y la fantasía de Dios, hecha realidad en el Espíritu Santo, por-
que esta renovación de la faz de la tierra que ya se está viviendo en la Iglesia
del tercer milenio, es la misma acción creadora de Dios de todos los tiempos,
e idéntica a la de la «memoria histórica», que nos permite experimentar dicha
acción como la forma y manera del cuidado de Dios por su pueblo, la Iglesia.
A lo largo de esta historia reciente, estamos siendo testigos del floreci-
miento de múltiples carismas que surgen en muchos movimientos eclesiales, y
a los que habría que prestarles más atención en su comprensión, ya que de
todas las parcelas de la Iglesia emerge una realidad visible, en la que la viven-
68 El Diaconado Permanente

cia de la fe se hace comunitaria, desarrollándose unas necesidades a las cuales


hay que dar la importancia que merecen, para que su vida dinámica a favor de
todos, se celebre como don que vivifica a cada miembro para alcanzar la plena
comunión.
Con independencia del carisma fundacional de sus iniciadores o del estilo
personal de sus dirigentes, se han de encauzar dichas necesidades, atender,
organizar, celebrar, economizar y animar. En definitiva, estructurar, por así
decirlo, jerárquicamente, todas las actitudes de servicio, ordenando para el
bien de toda la comunidad los carismas regalados por el Espíritu para benefi-
ciarse todos. Quizá surja la tentación de sentirse forzado con el peligro de
colapsar los carismas al calzarlos en una estructura eclesial. Ahí está la ten-
sión perenne entre carisma e institución Ambos posicionamientos encon-
trarán sin duda el equilibrio, si no se fuerzan, si se trata de comprender y
aceptar lo extraordinario de cada uno con la sencillez de lo ordinario y con la
humildad de quien no se siente digno de las manifestaciones gratuitas de la
Gracia de Dios. La comunidad irá descubriendo a través de sus pastores el
reconocimiento del servicio de los cristianos hacia sus hermanos, hacia la
Iglesia, tiene un carácter vocacional, ya que han sido llamados a ejercerlos
como oficio.
Algunos de estos oficios se han recuperado porque han desaparecido a
causa del tiempo 86 y han sido de nuevo ejercidos. Hay en la Iglesia plurali-
dad de ministerios, pero unidad de misión.87 A cada uno de los oficios, a cada
dedicación reconocida por la comunidad se le denomina ministerio. Este pue-
de ser instituido de forma estable conferido con un rito especial. También
puede ser ejercido de forma temporal. Hay ministerios que no precisan orde-
nación o institución para el ejercicio de unas funciones determinadas al servi-
cio de la comunidad.
Algunos de estos ministerios, más estrechamente vinculados con las acciones
litúrgicas, fueron considerados poco a poco instituciones previas a la recepción de
las Ordenes sagradas; tanto es así que el Ostiariado, Lectorado, Exorcistado y
Acolitado recibieron en la Iglesia Latina el nombre de Ordenes menores con rela-
ción al Subdiaconado, Diaconado y Presbiterado, que fueron llamadas Ordenes

86
Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, 50, sobre la Sagrada Liturgia.
87
Concilio Vaticano II, Decreto el apostolado de los seglares, nº 2.
69

mayores y reservadas generalmente, aunque no en todas partes, a quienes por ellas se


acercaban al Sacerdocio.
Pero como las Ordenes menores no han sido siempre las mismas y muchas de las
funciones anejas a ellas, igual que ocurre ahora, las han ejercido en realidad tam-
bién los seglares, parece oportuno revisar esta práctica y acomodarla a las necesi-
dades actuales, al objeto de suprimir lo que en tales ministerios resulta ya inusita-
do, mantener lo que es todavía útil, introducir lo que sea necesario y, asimismo,
establecer lo que se debe exigir a los candidatos al Orden sagrado. 88
Cada comunidad eclesial es una realidad sociológica, y en ella existen
unas prioridades que atender, un potencial humano que se responsabiliza en su
organización y donde cada miembro aporta la posibilidad de contribuir según
su disposición al bien común. El magisterio discierne cada estilo propio que
nace en su seno como fruto de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia.
Esta presencia se puede manifestar más intensamente en una gran comu-
nidad de comunidades: la parroquia. Es aquí donde se hacen comunitarias
todas las vivencias presentes en el seno parroquial, donde cada cristiano vive,
desarrolla y expresa su fe según sus preferencias. Una Iglesia plural donde
cada carisma, sea nuevo o antiguo, esté en el catálogo de la historia o sea iné-
dito, deben de ser alimentados y cuidados con muchísima atención y cariño
por todos los cristianos de la comunidad, cada movimiento que nace debe
tener acogida y ser animada por la totalidad del cuerpo de Cristo que
es la propia parroquia. El párroco ejerce por oficio el ministerio de presi-
dencia, en comunión con su obispo. Las tensiones se suavizan, se conocen
más y mejor quienes con estilo propio y diferente se expresan de una u otra
manera. Así se alcanza más conciencia de que todos somos una misma Iglesia
que evita la exclusión, que no hace acepción de personas, que late con el
mismo corazón, que bombea la misma sangre por venas diferentes hacia
miembros distintos pero que forman el mismo cuerpo cuya cabeza es Cristo.
Toda la comunidad cristiana está formada por personas que transitan por un
único Camino, Jesucristo, que es la Verdad y es la Vida de nuestra unión a
Dios por medio de su Espíritu.
Si hacemos un análisis de la realidad de cualquier parroquia rural, que es
donde más se nota el choque sociocultural, convergen manifestaciones popu-
lares de espiritualidad, que son el único patrimonio posible de experiencia de
fe para muchos y un vacío generalizado de generaciones ausentes que acuden

88
PABLO VI. Carta apostólica. Motu propio. Ministeria Quedam. 15 Agosto 1.972 Preámbulo
70 El Diaconado Permanente

convocadas por la tradición de unas fiestas patronales. También, llevados por


una vivencia preconciliar de manifestar su pertenencia a una cultura cristia-
na, se acude a bautizar a los niños, pero el compromiso de educarlos en la fe
no lo contraen. Como ya dije anteriormente, la primera comunión suele ser la
última en muchos casos. En la celebración del matrimonio, ordinariamente
queda la buena voluntad de intentar hacer presente el signo de amor de por
vida, y cuando se va agotando la vida se retorna de nuevo a la Iglesia a reali-
zar el último rito que cierra el ciclo cristiano... El problema no son los sacra-
mentos, sino el grado de compromiso que se adquiere para desarrollar la vi-
vencia de la fe dentro de una comunidad cristiana.
Esta visión rural que traigo aquí es de la experiencia vivida por un padre
dominico. Está desarrollada en un libro muy interesante. En el último capítulo
titulado: De Iglesia de cristiandad a Iglesia de comunidades cristianas. A
modo de diálogo con sus amigos feligreses les abre el único futuro posible
para poder desarrollar la andadura y la formación cristiana en un pequeño
pueblo, en una pequeña parroquia, y que por supuesto es válido para realida-
des urbanas donde es más agresiva la increencia.
Me reitero en afirmar que lo que nuestro pueblo necesita no es revitalizar la pa-
rroquia en la línea de cristiandad sino crear, desde la base, una comunidad cristia-
na aunque sea partiendo de cero o de mínimos. Dada la poca población de nuestra
parroquia, sólo 600 habitantes, bastaría para comenzar una sola comunidad, fun-
damentada en la convicción vivencial de la fe y en la conversión capaz de generar
la nueva vida de la gracia de Cristo en sus miembros y ser fermento de conti-
nuas y permanentes conversiones al Evangelio para construir nuevas comunida-
des cristianas».
-La comunidad cristiana ha de estar integrada por fieles que sientan la proximi-
dad del hermano en la Eucaristía, en la fraternidad nacida del amor.
-Cristianos que rompan, de una vez, el individualismo ritual de las celebraciones
litúrgicas para dar el paso a la celebración comunitaria de los sacramentos.
-Cristianos atentos a la escucha de la Palabra de Dios para vivirla no encerrados
en sí mismos sino para poderla comunicar con el corazón abierto a los otros, sus
hermanos, partiendo del testimonio personal, que ha de llegar a ser testimonio de
la comunidad del Cristo muerto y resucitado.
71

-Cristianos convertidos, conscientes de su identificación con el Cristo total, que se-


pan vivir los conflictos de los demás, sus hermanos, como suyos propios, en la
necesidad, en la opresión, la imaginación o el olvido.
-Cristianos con la visión propia de la Iglesia universal desde la base de una co-
munidad cristiana que encarne en sí misma los valores básicos de las primeras
comunidades cristianas». 89
En una pequeña comunidad cristiana se desarrollan lazos de amor, se con-
vive, se conocen y se practica la corrección fraterna, se piden perdón y se
perdonan, se ayudan y se sirven unos a otros. Se comparte lo que se tiene, se
mitigan las necesidades y oran juntas, celebran la Palabra de Dios y los Sa-
cramentos en comunión con toda la Iglesia. El templo es un lugar de encuen-
tro, espacio donde el hombre se abre a la trascendencia de Dios, la casa
común donde cada uno crece y camina, aportando a la gran comunidad, lo que
sabe hacer y para lo que sirve, lo que es y lo que sabe; puesto todo al servicio
de sus hermanos y perdiendo la vida por cada uno de ellos. Esa es la gran
liturgia que unifica a todos y les hace entrar en fiesta. En la parroquia se mani-
fiesta la vida evangélica. De ella brota el celo misionero, donde la misión está
en medio de ellos, su barrio, su pueblo, su ciudad.

11. NEOCATECUMENADO. UNA EXPERIENCIA ANTIGUA


RECUPERADA PARA EL HOMBRE DE HOY

Hay una realidad tangible en la Iglesia que desde una perspectiva teológi-
ca de conversión y renovación, incide en el hombre convocándole, desde la
escucha del Kerigma, a iniciar un itinerario de conocimiento y profundización

89
ESPARZA TOLOSA, JOSÉ. O. P. El vacío del Postconcilio. Edibesa 1.996 304-305
72 El Diaconado Permanente

en la fe. Este itinerario se presenta hoy en la Iglesia como una experiencia de


tránsito y en el que al igual que en los primeros siglos, las comunidades cris-
tianas se iniciaban desde la escucha y celebración de la Palabra hasta la ilu-
minación del conocimiento de sí mismos para acercarse, descender y sumer-
girse en el Bautismo y ser testigos de Jesucristo Resucitado.
Este itinerario tan antiguo se denominaba catecumenado. Hoy es posible
iniciar este trayecto de profundización en la fe convocando al hombre con el
mismo anuncio kerigmático, que mueve a quien es bautizado a revivir un
camino de renovación bautismal, a quien está alejado o no está bautizado, a
iniciar el mismo camino que iniciaban quienes querían ser cristianos.
Este nuevo catecumenado no es una invención sin más, es una de las
múltiples formas de evangelización que en la Iglesia suscitó el Espíritu Santo.
Sus dones se han derramado como si de un nuevo Pentecostés se tratase. Ha
proliferado en muchas parroquias la necesidad de una renovación eclesial
dando acogida a este tipo de comunidades que convivirán con otras realida-
des, pero que todas juntas contribuirán a renovar la propia parroquia.
En otras, ha surgido la Renovación Carismática, los grupos de Charles de
Foucauld, Comunión y liberación, el Arca, Cursillos de Cristiandad, grupos de
Cáritas, Movimientos de espiritualidad, Escuelas bíblicas, y muchos más...,
Todos ellos ofrecen al hombre de hoy con un gesto claro y convincente, que
Jesucristo está vivo y presente en la Iglesia, en el mundo y que con cada uno
de sus hijos inicia una historia de amor individual y exclusiva.
Nuestros padres y abuelos no tuvieron los medios de crecer intelectual-
mente para una formación y comprensión de la fe como ahora tenemos noso-
tros, pero ellos sí tenían lo que muchos han perdido: la contemplación y la
oración ante el Sagrario, la Eucaristía en todo su misterio y esplendor para
alimentarse y formar una conciencia de Providencia, que muy pocos experi-
mentan hoy, porque para experimentar la acción de Dios en la vida y en la
historia personal, es preciso vivir y compartir en una pequeña comunidad la
expresión de la fe, celebrando la Palabra de Dios que se hace acontecimiento
elocuente para la vida de cada uno.
A través de la liturgia se manifiesta la comunión eucarística que alimen-
tando la fe capacita a los hermanos para reconocer y compartir con ellos los
lazos entrañables de caridad que les abre a vivir en el conocimiento de sí
mismos y con los otros en torno a convivencias periódicas, a reuniones sema-
73

nales de preparación y estudio de la Palabra. Se trata de vivir gratis aquello


que se recibe gratis y se da gratis. No desde el esfuerzo sino desde la necesi-
dad y ansia de un Dios vivo que permite vivir las diversas realidades con ma-
yor intensidad, que facilita al caminante el regalo de saciarse de El intensa-
mente.
Estas experiencias se realizan en pequeños grupos comunitarios, requieren
una dinámica y atención especial que pueden producir en algunos sectores de
la Iglesia incomprensión, juicios y algunas veces críticas, porque en ocasiones
surge la imagen de un aparente distanciamiento de la ortodoxia oficial, de un
alejamiento de lo establecido en la propia parroquia y que no se entiende bien,
ya que por el alcance y profundidad que requiere el catecumenado no se esta-
blece un tiempo determinado, ni se tiene prisa en agotar etapas, sino que la
propia persona y la comunidad con la que camina, guiados por los catequistas
de quienes dependen, establecen las pautas y orientaciones para que en ese
tiempo, se vaya adquiriendo madurez, unas señas nuevas de identidad en que
el hombre viejo va disipándose y apareciendo el hombre nuevo.
Este proceso es comparable al embarazo. El ser está vivo desde su con-
cepción, es persona y durante esos nueve meses que dura su gestación, se
forma y cuando nace es un hombre o mujer con rostro, impregnado de tras-
cendencia, imagen y semejanza de un Dios vivo.
Siempre es fundamental mantener la comunión con el resto de grupos que
forman la gran comunidad parroquial. La obediencia al párroco, es sin discu-
sión, él es quien discierne la validez de un carisma si está sujeto a la obedien-
cia. Hay muchos caminos válidos para la edificación personal, para ser y sen-
tirse unido a la gran Iglesia universal, pero todos tienen a Jesucristo como
Camino, como Verdad y como Vida. Por lo tanto hemos de respetar cualquier
manifestación de Vida en Cristo que se de en la Iglesia, porque son tantas las
moradas y tantos los estados de virtud, que una sola no es el todo ni el todo es
exclusivo de unos pocos.
La Iglesia es la gran casa materna y familiar donde acuden todos los her-
manos, pero muchos de los hermanos viven de diversa manera y aún siendo
diferente el estilo de sus vidas, se reconocen miembros de una misma familia,
hermanos de cada uno.
En cada familia se vive con intimidad, con estilo distinto y en cada una de
ellas existe un orden, una manera de ser que se caracteriza con la impronta de
su comportamiento. Hay una cabeza que manifiesta el principio de coheren-
74 El Diaconado Permanente

cia, de autoridad. Una autoridad que es un servicio, un servicio en la caridad,


un servicio en el consejo, un servicio en el gobierno, un servicio en la ora-
ción... En definitiva es una diaconía, una manera de servir a los demás.
- Sabéis que entre los paganos los que son tenidos por jefes tienen sometidos a
sus súbditos y los poderosos imponen su autoridad.
No será así entre vosotros; antes bien, quien quiera entre vosotros ser grande que
se haga vuestro servidor; y quien quiera ser el primero que se haga vuestro escla-
vo. Pues este Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por todos. (Mc 10, 42-45)
El mensaje evangélico es acontecimiento permanente en la Iglesia y este
modo de entender la diaconía, es recuperada del rico venero de la tradición
por el Concilio Vaticano II, siendo actual y válido en cada comunidad cristia-
na que seriamente viva y exprese la caridad, celebre la Palabra y encarne la
diaconía de Cristo que sirvió hasta la muerte.
Gracias a todas estas realidades postconciliares, frutos del Espíritu Santo,
se está llenando de contenido aquello que en la Iglesia reconocemos como
carismas, como servicios, como ministerios. Se está dando sentido a la reno-
vación de las iglesias particulares. Se han recuperado oficios que por ausencia
de contenido habían desaparecido y otros oficios que mantuvieron el testimo-
nio de su uso en las ordenes menores, gracias a ello jamás desaparecieron del
catálogo de ministerios.
Quizá el mantenimiento de este antiguo catálogo, que no por obediencia
ciega sino por fidelidad a lo que siempre fue la tradición, nos ha permitido
hoy recuperar para la realidad eclesial tan rica herencia.
Nunca se agotaron los ricos carismas de la Iglesia primitiva. Prueba evi-
dente es que siempre hubo en la Historia de la Iglesia acontecimientos ligados
a la santidad de muchos de sus hijos, algunos de ellos sufrieron la incompren-
sión de las jerarquías correspondientes. Esto que era la prueba, tenía su ga-
rantía en la sumisa obediencia al reconocer con dicha actitud la autoridad de
la Iglesia.
Han existido muchos juicios que calificaron a la Iglesia como institución
dictatorial y prepotente que amordazaba la creatividad del cristiano. Hemos de
desterrar en nuestro pensar el juicio de los comportamientos humanos que no
son fruto de la vida en Cristo. Más bien, hemos de aprender de estos compor-
75

tamientos que son tiempos de prueba, que pasando por el crisol del sufrimien-
to se purifican nuestras ansias, pasando por el desierto de la incomprensión, se
fecunda la vida interior apagando las voces que te interpretan la historia de
mil maneras diferentes a la verdadera historia de amor que Dios tiene para
cada uno en exclusiva.
Sabiduría la que utiliza el fariseo Gamaliel para decir ante el Sanedrín, al-
terado por la predicación de los apóstoles, que: «si es cosa de Dios no podréis
destruirlos y estaréis luchando contra Dios». (Hechos 5, 39)
La madurez cristiana da como fruto la sabiduría, el discernimiento. Un
cristiano ante dichas dificultades no presenta batalla, se limita a una obedien-
cia lúcida y generosa, para quien tiene fe, y ciega para quien solo ve con los
ojos caducos de la materialidad y del egoísmo. Esta manera de no resistirse al
mal, es un modo evangélico de aceptar y de entender a través de los aconte-
cimientos, la voluntad de Dios.
Hay ocasiones en que el ejercicio de un carisma es juzgado como separa-
ción de la ortodoxia, como distanciamiento de lo común y normal. Ese con-
traste se repite con mucha frecuencia porque el carisma y la manera multifor-
me de expresarse, pueden aparecer como una escisión de la uniformidad en la
expresión de una misma fe.
En la lista de carismas que se encuentra en la carta a los Corintios se rela-
tan cada variedad de manifestación del espíritu en una Iglesia naciente. Y ante
la proliferación de dichas manifestaciones surge la debilidad humana mani-
festándose en casos concretos como rivalidad y competencia entre hermanos,
obsesión y ambición que Pablo corta de cuajo:
A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común. (1ª Cor.
12,7)
Añadiendo en la misma carta:
Aspirad a los carismas más valiosos. La más grande es el Amor. Y que todo
se haga con orden y concierto. (1ª Cor. 12,31. 13,13. 14,40)
Entre los que experimentan las manifestaciones gratuitas del Espíritu se
dan estas situaciones propias de la debilidad humana, pero si estos carismas
están al servicio de todos, la Palabra de Dios revelada en la primera carta a los
Corintios, sigue siendo permanente y eficaz.
Pero en el discernimiento de la Iglesia, hay veces, que al ser protagoniza-
do por personas, sujetas también a la debilidad, al criterio personal y a la luz
76 El Diaconado Permanente

de su visión histórica, generan fricciones o provocan conflictos que solo a


través del sometimiento por obediencia a su autoridad, que no hay que olvidar
es ministerial y por consiguiente ejercida con la gracia propia de su estado, da
garantías de la autenticidad de un carisma.
Su punto de partida ha sido la contraposición entre carisma e institución: carisma
como quintaesencia de lo creativo, espontáneo, incontrolable, debido a la irrup-
ción de una fuerte personalidad; institución como resultado de la obediencia ciega
a lo establecido, administrado escrupulosamente por personalidades más bien
mediocres. 90
El cardenal Ratzinger en su informe sobre la fe califica a la Renovación
Carismática:
«como una esperanza, un buen signo de los tiempos, un don de Dios a nuestra
época,» y entre otras cosas manifiesta «mantener la justa proporción entre ins-
titución y carisma, entre la fe común de la Iglesia y la experiencia personal. 91
Recogiendo el sentir del Concilio Vaticano II se manifiesta:
Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al pueblo de
Dios por los sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino
que, distribuyendo sus dones a cada uno según quiere ( 1 Cor 12,11 ), reparte en-
tre los fieles gracias de todo género, incluso especiales, con que los dispone y
prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renova-
ción y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: A cada
uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad (1 Cor 12,7).
Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por
el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay
que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones extraordinarios no hay
que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos
de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su autenticidad y sobre su
aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo
no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo bueno. 92
El origen de todos los carismas es el Espíritu Santo y la finalidad es la uti-
lidad del pueblo de Dios, de la Iglesia.
90
SÁNCHEZ BOSCH, J. La primera lista de carismas. El misterio de la Palabra.Homenaje a L.Alonso
Schökel. Cristiandad 1.983. 327
91
FERNÁNDEZ, JAVIER. Renovación carismática católica. Vida Nueva nº 2.135 2 mayo 1.998
92
LG 12
77

Es necesario conocer bien qué dones te ha concedido Dios en Cristo. Es menester


conocer bien el don recibido en la propia experiencia de vida familiar y parro-
quial, en la participación asociativa, en el florecimiento carismático de los movi-
mientos, para saber darlo a los demás. Para enriquecer así la comunión y el im-
pulso misionero de la Iglesia. Para ser testigos de Cristo en el barrio y en la es-
cuela, en la universidad y en la fábrica, en los lugares de trabajo y diversión...Para
contribuir al bien común, como servidores de experiencias de crecimiento en bien
común, de dignidad y solidaridad, en las que los jóvenes sean auténticos protago-
nistas de formas de vida más humanas. 93
En la renovación carismática es vivido con una gratuidad extraordinaria la
pujanza y viveza de estos carismas conocidos como dones y puestos al servi-
cio de la comunidad como ministerios. El don de sanidad para quien puede
curar corporal y espiritualmente. El don del consejo o de la palabra para quien
puede orientar. El don de profecía para quien edifica a los demás...
Carisma y ministerio no son dos términos opuestos, sino complementarios. Como
dice con razón Menoud, los ministerios son espirituales, y los dones carismáticos.
Si bien los dos términos designan la misma realidad, ´servicio´ indica su naturale-
za, mientras que ´carisma´ alude al origen de los servicios concedidos a la Iglesia-
Lo cual quiere decir que el Espíritu Santo concede a los fieles unos dones (caris-
mas), pero no a título personal, para beneficio propio, sino para el servicio de los
demás miembros de la comunidad. Ahí reside la diferencia entre don místico y
don carismático: el primero es para la santificación personal del cristiano y el se-
gundo para el servicio de los demás, aunque luego el don místico redunda en be
neficio de todos, al igual que el don carismático redunda en beneficio del in-
dividuo. 94
En las comunidades neocatecumenales se hacen presente estos ministerios
en forma de diaconía, de servicio, siendo ejercidos por aquellos miembros que
la comunidad ha elegido, tras discernir su necesidad, la idoneidad del candida-
to y previa aceptación del interesado:
Ostiario 95 para quien se encarga de abrir y cerrar, organizar y preparar la
asamblea. Hace el servicio de acogida.

93
JUAN PABLO II. De la homilia en la Misa del monte del Gozo. 20-8-1.989. Iglesia en Valencia.
Suplemento del nº 107
94
GRASSO, DOMENICO. Los carismas en la Iglesia. Ed. Cristiandad 1.984. .21
95
Ostiario del Latín ÓSTIUM que significa PUERTA Hacia el año 251, San Cornelio I, en una carta a
Fabio, obispo de Antioquia dice que Roma:« hay 46 presbíteros, 7 diáconos, 7 subdiáconos, 42 acólitos, 52
entre exorcistas, lectores y ostiarios, y entre viudas y pobres más de 1500. DeZ 45
78 El Diaconado Permanente

En los primeros tiempos la comunidad cristiana experimentó la necesidad


de que algunos miembros de la comunidad fueran los encargados de recibir y
de acomodar a los fieles, de proteger alejando a quienes no tenían derecho a la
participación en la liturgia cristiana y de mantener un orden y estética en la
Asamblea.
-Pág. 198 Las costumbres de los cristianos.
Las iglesias eran guardadas con cuidado; y siempre se tenían muy limpias. San
Jerónimo alaba al sacerdote Nepociano, por el cuidado que tenía de que el altar de
su iglesia estuviese limpio, las paredes nada ahumadas, el suelo barrido, la sa-
cristía aseada, los vasos relucientes y que el ”portero” nunca se apartase de la
puerta: pues para eso servían los ministros inferiores, aunque los llamaban con
varios nombres; como Porteros, Mansionarios, Cubicularios, Sacristanes. Se ve
hoy día por el formulario de Ordenes, cual era el cargo de los Porteros.
Era de su obligación abrir la iglesia a aquellas horas, y guardar sus puertas, para
no dejar entrar a los infieles, ni a los descomulgados: siendo también de su cargo
el guardar las llaves en todo tiempo, y cuidar de que no faltase, ni se perdiese co-
sa; y así se quiso mas instituir a propósito nuevas ordenes de clérigos, para que
ayudasen en esto a los díáconos.
Can 9 (97)
Cuando se ordena un Ostiario, después que hubiere sido instruido por el arcedia-
no, sobre como ha de portarse en la casa de Dios, a una inclinación del arcediano,
entréguele el obispo, desde el altar, las llaves de la Iglesia, diciéndole: «Obra co-
mo quien a de dar cuenta a Dios de las cosas que se cierran con estas llaves.»“ 96
Cap 2 [ De las siete órdenes ]
Por que no solo de los sacerdotes, sino también de los diáconos, hacen mención
las Sagradas Letras [ Hch 6,5; 1 Tim 3, 8 ss; Flp 1, 1 ] y con gravísimas palabras
enseñan lo que señaladamente debe atenderse en su ordenación; y desde el co-
mienzo de la Iglesia se sabe que estuvieron en uso, aunque no el mismo grado, los

96
DZS 157. El Magisterio de la Iglesia. Se atribuyó al Concilio de IV Cartago, que no existió, luego al
de Arlés, lo que es cierto es que proviene de finales del siglo VI y se considera al obispo Cesáreo de Arlés (
502-542 ) el autor de la oración en la que menciona, si bien a los salmistas o cantores se los llama confes o-
res: «Oremos también por todos los obispos, presbíteros, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas,
lectores, ostiarios, confesores, virgenes y viudas »
79

nombres de las siguientes órdenes y los ministerios propios de cada una de ellas, a
saber: del subdiácono, acólito, exorcista, lector y ostiario. 97
Acólito 98 es el encargado de los objetos litúrgicos, quien prepara los or-
namentos sagrados, quien hace el pan y procura el vino para la eucaristía,
quien sirve y acompaña al diácono o al Presbítero en el altar.
Can 6 ( 94 ) Cuando se ordena un acólito, sea por el obispo adoctrinado sobre
cómo ha de portarse en su oficio; del arcediano reciba el candelario con velas,
para que sepa que está destinado a encender las luces de la iglesia. Reciba tam-
bién la orza vacía para llevar el vino para la consagración de la sangre de Cris-
to». 99
« El acólito es instituido para el servicio del altar y como ayudante del sacerdote
y del diácono. A él compete principalmente la preparación del altar y de los va-
sos sagrados, y distribuir a los fieles la Eucaristía, de la que es ministro extraor-
dinario» 100
« El servicio del altar comprende diversas funciones, por eso es conveniente que
se distribuyan entre varios acólitos.
Al acólito corresponde llevar la cruz en la procesión de entrada, servir el libro y
ayudar al sacerdote y al diácono en todo lo necesario, colocar sobre el altar el
corporal, el purificador, el cáliz y el misal en ausencia del diácono, ayudar al sa
cerdote en la recepción de los dones del pueblo y llevar el pan y el vino al al-
tar y entregarlo al sacerdote. Si se utiliza incienso, presente el incensario al sa-
cerdote y le asiste en la incensación de las ofrendas y del altar. Puede ayudar al
sacerdote en la distribución de la comunión bajo las dos especies, ofrece el cáliz
a los que van a comulgar o lo sostiene, si la comunión es por intinción. Acabada
la distribución de la comunión, ayuda al sacerdote o al diácono en la purifica-
ción de los vasos sagrados. En ausencia del diácono, lleva a la credencia los
vasos sagrados y los purifica y ordena». 101
Salmista lo ejercen quienes con su música y su voz proclama la Palabra de
Dios haciendo comunitario a través del canto la oración de la asamblea.

97
DZS 958. El Magisterio de la Iglesia. Sesión XXIII (15 Julio 1.563) Concilio de Trento. Doctrina
sobre el sacramento del Orden.
98
Ibid nota 75
99
DZS 154. El Magisterio de la Iglesia. Ver nota 85
100
PABLO VI. Ministeria Quedam n. VI. 15 de Agosto de 1.972
101
El acólito y el ministro extraordinario de la comunión. 102. Directorio litúrgico pastoral. Secretaria-
do Nacional de Liturgia. Competencias del acólito instituido.
80 El Diaconado Permanente

– Pág 224. Las costumbres de los cristianos:


Desde los primeros tiempos se habla del canto; pero es de creer, que se cantaba
más después que la Iglesia estuvo en plena libertad.
Atestigua San Basilio que en su tiempo cantaba todo el pueblo en las iglesias, los
hombres, las mujeres y los niños; y compara su voz con el ruido del mar. San
Gregorio Nacianceno la compara a un trueno. También dice San Basilio que se
cantaban los Salmos en las casas particulares, y en las plazas públicas; y que sus
cantos eran tan gustosos, que aquel regocijo ayudaba a introducir en las almas los
sentimientos divinos.
– Pág 225
La tradición de la música antigua aun se conservaba, distinguiendo los géneros de
cantos según los asuntos, dulces o veloces, alegres o tristes, graves o atractivos. Y
así es de creer, que escogieran los que conviniesen a la majestad y santidad de la
religión, guardándose muy bien de aplicar a los misterios sagrados y alabanzas de
Dios, composiciones afeminadas, propias para ablandar los corazones o excitar
las pasiones dañosas.
San Agustín creía más en la práctica de San Atanasio, que hacía rezase los Sal-
mos un Lector con voz tan baja, que más era pronunciación, que canto. Dejó a
los peritos en la música, examinen si en todo nuestro canto llano queda aun algu-
na seña de aquella antigüedad, pues parece que toda nuestra música moderna es
muy distante de aquella.
Por lo que mira el canto de las oraciones y lecciones, es fácil ver, que consiste en
muy pocos tonos, para ayudar a levantar la voz y señalar la distinción de perío-
dos.
-Pág 226
Juzgo he dicho bastante para mostrar, que los santos obispos de aquellos primeros
siglos supieron muy sabiamente emplear todo lo que capta gustosamente a los
sentidos, para imprimir en el alma aun de los más toscos, los sentimientos de reli-
gión.
-Pág 227
81

El silencio de la noche se interrumpía solamente con la lección clara y inteligible de


las profecías, y con el canto de los versículos que están entremezclados, para
hacer cada uno y otro más gustoso.
El salmista es una figura entrañable de la comunidad primitiva. Por medio de él,
el salmo principal de la misa tomó forma, y el pueblo sencillo encontró el peda-
gogo de la plegaria y de la participación en el diálogo con Dios en el interior de la
celebración. Este ministerio, asumido hoy por miembros activos de nuestras
asambleas litúrgicas: jóvenes, religiosas, hombres y mujeres adultos, permitirá
consolidar en las comunidades la recuperación del salmo responsorial como en-
cuentro con Dios en la liturgia de la palabra.
La iglesia primitiva, al organizar los ritos y los ministerios de la celebración, es-
tuvo influenciada por una doble herencia. La herencia helenística, que disponía de
tres papeles: el del músico o teórico del arte musical, el del cantor o ejecutor de la
música y el del instrumentista. La herencia judía desconocía al músico, pero dis-
ponía, en cambio, del cantor y del instrumentista.
El culto cristiano tenía, desde el principio, los recitantes-lectores, expertos en la
lectura pública que realizaban su papel mediante la cantilación, una forma de leer
intermedia entre la lectura uniforme y la salmodia.
La Iglesia de los primeros siglos, severa y prudente ante el canto, para evitar el
carácter profano, recelaba de los instrumentistas, pero quería mantener al cantor
dentro de una actitud religiosa. Ésta es la imagen que da del salmista una inscrip-
ción griega del siglo III, en Bitinia, al hacer el elogio de un joven difunto: ««
Formaba a todos los fieles en el canto de los salmos sagrados»» ». 102
Can 10 ( 98 ). El salmista, es decir, el cantor puede, sin conocimiento del obispo,
por solo el mandato del presbítero, recibir el oficio de cantar, diciéndole el presbí-
tero: « Mira que lo que con la boca cantes, lo creas con el corazón; y lo que con el
corazón crees, lo pruebes con las obras». 103
Así como en la Iglesia oriental de Antioquia existían salmistas que habían
recibido una bendición especial distinta a la del Lector, en Occidente, en la

102
El salmo responsorial y el ministerio del salmista. 120 Directorio litúrgico pastoral. Secretariado
Nacional de Liturgia. PPC 1.988
103
DZS 158. . El Magisterio de la Iglesia. Se atribuyó al Concilio de IV Cartago, que no existió, luego al
de Arlés, lo que es cierto es que proviene de finales del siglo VI y se considera al obispo Cesáreo de Arlés
( 502-542 ) el autor de la oración en la que menciona, si bien a los salmistas o cantores se los llama confe-
sores : <<Oremos también por todos los obispos, presbíteros, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas,
lectores, ostiarios, confesores, virgenes y viudas>>>
82 El Diaconado Permanente

Iglesia de Roma ha conocido y practicado desde antiguo el canto del solista,


este canto estaba confiado al mismo ministro que proclamaba las otras lectu-
ras. Aunque como servicio ministerial colectivo se aceptaba un coro o «schola
cantorum.» La formación y el reclutamiento de sus miembros, atendía no solo
a la competencia técnica, sino también a la cualidad espiritual. Se sitúan
próximos al altar pero sin estorbar a los fieles Hay una instrucción de «Sacro-
rum rituum Congregatio (SRC)»,de 3 de septiembre de 1958, nº 98c, 100-101
en la que se expresa que la «schola cantorum» está reservado a un coro de
clérigos, o, por lo menos de hombres; pero los coros mixtos e incluso femeni-
nos se permiten en ciertas condiciones. 104
Lector105 quien proclama y con su voz encarna la Palabra de Dios. Hace
viva ante la asamblea la Palabra generadora de vida.
Es indudable la herencia que de la sinagoga tomó las primeras comunida-
des cristianas, de que un lector distinto al celebrante proclamase la escritura.
Más tarde dio lugar este ministerio a un ministerio jerárquico estable inaugu-
rado por una bendición del obispo. San Justino manifiesta que es un ministe-
rio diferente al de diácono. En la Tradición Apostólica sentencia que es un
ministerio el del Lector establecido por el hecho de entregarle el libro el obis-
po pues no es ordenado.
En el concilio de Cartago 106 expresa el Canon 8:
Cuando se ordena un lector, el obispo dirigirá la palabra al pueblo sobre él, indi-
cando su fe, su vida y carácter. Luego, en presencia del pueblo, entréguele el li-
bro de donde ha de leer, diciéndole:. Toma y sé relator de la palabra de Dios, para
tener parte, si fiel y provechosamente cumplieres tu oficio, con los que adminis-
traron la palabra de Dios.
El lector queda instituido para la función, que le es propia, de leer la Palabra de
Dios en la asamblea litúrgica. Por lo cual proclamará las lecturas de la Sagrada
Escritura, pero no el Evangelio, en la misa y en las demás celebraciones sagradas;
faltando el salmista, recitará el Salmo interleccional; proclamará las intenciones
de la Oración de los fieles, cuando no haya a disposición diácono o cantor; diri-
girá el canto y la participación del pueblo fiel; instruirá a los fieles para recibir

104
MARTIMORT, A. G. La Iglesia en Oración. Introducción a la Liturgia. Extractado de la Pág 134.
Barcelona. Herder 1964 1ª edición
105
supra nota 75
106
supra nota 74 DZS 158
83

dignamente los sacramentos. También podrá, cuando sea necesario, encargarse de la


preparación de otros fieles a quienes se encomiende temporalmente la lectura de
la Sagrada Escritura en los actos litúrgicos». 107
Necesitamos formar buenos lectores, en el sentido más profundo. Hombres con
temperamento y formación, para poder representar dignamente el texto sagrado:
no sólo su contenido intelectual, sino toda la realidad plural y estructurada de la
obra. No hay que apelar solamente a la dignidad, al esplendor. Se trata de algo
mucho más serio: del ser de la obra, que sólo se realiza en la repetición. La exis-
tencia auténtica de la Palabra inspirada en la Iglesia depende también de los lecto-
res. Y no vale aquí una negligencia que apela a la omnipotencia divina: porque se
trata de la Palabra, y la vía de la omnipotencia salvadora es vía de encarnación.
En la voz significativa y expresiva del lector litúrgico vuelve a encarnarse y a
existir la Palabra de Dios; en esa representación oral se hace presente a la comu-
nidad. Y sin esa voz, toda la cadena de autores, escritores, transmisores no ha lle-
gado a cumplimiento. 108
Estas comisiones cuidarán especialmente la formación de los fieles y de los diver-
sos ministros, en particular de los lectores, para que la Palabra llegue a todos los
fieles con claridad y precisión; y así mismo cuidarán la elección de los cantos
apropiados para cada celebración. 109
Este Sínodo insta a los párrocos y rectores de iglesias para que favorezcan y
estimulen la creación de grupos de lectores y animadores de la liturgia en las dis-
tintas comunidades culturales. Quienes desempeñen estos ministerios deben ser
personas merecedoras del respeto y estima de la propia comunidad,. Y se les debe
preparar específicamente para que desempeñen eficazmente estas tareas. 110
Procúrese que en los domingos y fiestas, las misas tengan alguna parte cantada, y
asimismo que se haga uso de la diversidad de los servicios litúrgicos: no debieran
faltar, al menos el lector y el acólito. 111
En función de las distintas tareas y actividades que requiere la evangelización de
nuestro tiempo, procúrese instaurar en las parroquias y comunidades los ministe-
rios laicales de lector y acólito, tras la debida preparación de los candidatos.

107
PABLO VI. Ministeria Quedam n. V. 15 de Agosto de 1.972
108
ALONSO SCHÖKEL, L. La Palabra Inspirada. Herder 1.969 2ª ed. 250. La Palabra Inspirada..
Cristiandad 1.986 3ª ed. 265.
109
Constituciones Sinodales 449-4. 1.987
110
Constituciones Sinodales 494 a. 1.987
111
Constituciones Sinodales. 506- 1. 1.987
84 El Diaconado Permanente

Quienes los reciban han de estar persuadidos de que, en unión íntima con el
párroco, están al servicio de la comunidad, según lo prescrito por el Código. 112
Didáscalo para los niños es quien enseña y educa, Se encarga de ellos, les
reúne y prepara la eucaristía, les explica la Palabra de Dios. Les forma y
acerca a su comprensión aquellos signos que manifiestan lo trascendente. Les
introduce paulatinamente en un ambiente de oración, iniciándoles en la con-
templación del Misterio. Esta función pedagógica la cumplen prácticamente
los catequistas de niños, pero en comunidades cerradas, en grupos pequeños,
suele existir alguien que realiza este servicio, alguien que tenga un conoci-
miento claro de lo que hay que transmitir y su vida sea un ejemplo de co-
herencia que facilite a los niños su experiencia personal e íntima con Dios.
-Pág 221. Las costumbres de los cristianos.
Había también otro, que cuidaba particularmente de los niños, cuyo asiento estaba
cercano al Tribunal del obispo; y para los más chicos, se advertía a sus madres los
tuviesen en sus brazos.
El anuncio del mensaje cristiano, la transmisión de la fe y el acompaña-
miento hacia su profundización, se manifiesta en la gran acogida de la cele-
bración eucarística a la que son convocados todos quienes comparten los di-
versos ministerios y carismas que para su edificación la comunidad eclesial
celebra. Esta comunión se manifiesta con la salida hacia el exterior de ella, de
personas que en nombre y como misión de toda la comunidad actuarán anun-
ciando el Kerigma por lo que se les llama Catequistas, evangelizan en nombre
de la comunidad y en la comunidad.
El primer testimonio lo sugiere una lectura atenta en la institución como
sirvientes, ¿diáconos?, por los apóstoles que impusieron sus manos a los siete,
atendían con su servicio a los pobres y actuaban como predicadores o cate-
quistas.
Normalmente en todas las parroquias este servicio es realizado por un
grupo que mueve gran parte de la actividad juvenil. Es importante que se pue-
da contar este servicio entre los demás ministerios. De hecho, en algunas dió-
cesis se cuenta entre los ministerios característicos el de catequista.

112
Constituciones Sinodales. 565 1.987
85

En las comunidades neocatecumenales, cuyo carisma se desarrolla con


adultos, es encomendado a miembros elegidos por el grupo y les confían la
misión de catequistas. En algunos casos hay quienes se ofrecen para misiones
específicas y son enviados a catequizar a otros países.
- Pág 42. Las costumbres de los cristianos.
pero había también catequistas, a cuyo cuidado estaba la instrucción de los ca-
tecúmenos, enseñándoles en particular los elementos de la fe, sin explicarles ente-
ramente los misterios de que aún no eran capaces. Se instruían principalmente en
las reglas morales, a fin de que supiesen cómo habían de vivir después de ser bau-
tizados.
El servicio de Responsable es el oficio que más se identifica con el Diá-
cono. Su misión es ser garante de la comunidad ante los catequistas que les
evangelizaron, organizar, administrar los bienes de las colectas entre los
miembros de la comunidad en función de la caridad, atender las necesidades
de los hermanos y de las viudas, incluso de los huérfanos de miembros de la
comunidad, prepara y sirve la mesa eucarística, reparte la comunión ayudando
al presbítero y lleva la eucaristía a los hermanos imposibilitados o enfermos.
Cuando en las celebraciones de la Palabra o en el rezo comunitario del oficio
divino no hay ningún ministro ordenado, dirige la oración y proclama el
Evangelio a la asamblea. Los responsables de estas comunidades ejercen de
hecho este oficio, y muchos de los hermanos que están sirviendo a su comuni-
dad, están dando cobertura a un ministerio.
Esta realidad, cuya praxis se remonta al poco tiempo del Concilio Vatica-
no II, se vive desde la gratuidad y como un don inmerecido al que se vinculan
hacia el servicio generoso a la comunidad aquellos hermanos que lo ejercen.
El contenido vivo de estos ministerios enmarca en la Iglesia la fecunda expe-
riencia desarrollada por quienes viven y expresan su fe según el carisma pro-
pio del camino neocatecumenal.
En la conservación y adaptación de los oficios peculiares a las necesidades actua-
les se encuentran aquellos elementos que se relacionan más estrechamente con los
ministerios, sobre todo de la Palabra y del Altar, llamados en la Iglesia Latina
Lectorado, Acolitado, y Subdiaconado; y es conveniente conservarlos y acomo-
darlos, de modo que en lo sucesivo haya dos ministerios, a saber: el de Lector y el
de Acólito, que abarcan también funciones correspondientes al Subdiácono.
86 El Diaconado Permanente

Además de los ministerios comunes a toda la Iglesia Latina, nada impide que las
Conferencias Episcopales pidan a la Santa Sede Apostólica la institución de otros
que por razones particulares crean necesario o muy útiles en la propia región.
Entre éstos están, por ejemplo, el oficio de Ostiario, de Exorcista y de Catequista,
y otros que se confíen a quienes se ocupan de las obras de caridad, cuando esta
función no esté encomendada a los diáconos.
Está más en consonancia con la realidad y con la mentalidad actual el que estos
ministerios no se llamen ya Ordenes menores; que su misma colación no se llame
«ordenación», sino «institución», y además que sean propiamente clérigos, y te-
nidos como tales solamente los que han recibido el Diaconado. Así aparecerá
también mejor la diferencia entre clérigos y seglares, entre lo que es propio y está
reservado a los clérigos y lo que puede confiarse a los seglares cristianos, de este
modo se verá más claramente la relación mutua, en virtud de la cual el sacerdocio
común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque con diferentes
esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues
ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo 113
El presbítero es la cabeza de la comunidad. Hace presente en la asamblea
a Jesucristo ejerciendo el oficio insustituible de Presidencia. Ha recibido por
el sacramento del orden la misión presbiteral. Es un don de Cristo a la comu-
nidad, como lo es el diácono, como lo es el obispo para toda su Iglesia.
Las personas que tienen el carácter sacerdotal impreso por el sacramento
del Orden en cualquiera de sus tres grados son cristianos, hermanos de los
demás miembros de la Iglesia, de la comunidad parroquial, de la pequeña
comunidad o grupo y desempeñan por su ministerio la función de cabeza, una
autoridad no impuesta, reconocida por todos los hermanos porque sin ese
reconocimiento no podría existir una comunidad de creyentes.
El presbítero es en la comunidad la presencia de Cristo sacerdote que co-
hesiona todas las tendencias, todas las formas de expresión que surgen en ella.
Es la garantía y consistencia de la comunión entre los hermanos y de estos con
la Iglesia. Vela por la fidelidad a la tradición y mantiene expectante su oído
para poder discernir el lenguaje con que el Espíritu Santo habla a cada miem-
bro de la comunidad.

113
PABLO VI. Carta Apostólica. Motu propio. Ministeria Quedam.15 Agosto1.972. Preámbulo.
87

La obediencia que debemos a nuestros presbíteros está cimentada en la


obediencia que debemos a cada miembro de la comunidad. Este principio de
coherencia es signo de fidelidad en el amor entre hermanos, ya que obede-
ciendo se anteponen a los criterios individuales el bien común y éste se con-
vierte en servicio, en diaconía para todos.
El presbítero recibe una gracia muy especial del Espíritu Santo que le
hace capaz de ser el servidor que encarna a Cristo, y como dice el Concilio
Vaticano II ha sido enviado por Dios para llevar a los hombres la Palabra y
los Sacramentos. Una comunidad cristiana sin sacramentos, sin Palabra no
vive, no puede mantenerse viva, está abocada a la muerte, a la desmembra-
ción, a la dispersión. Por este motivo el presbítero es la cabeza de la comuni-
dad, y quizá sea el miembro de la comunidad eclesial que más sufra en su
carne la soledad, la mordedura permanente de su celibato. Hay una oración de
Michel Quoist que refleja la angustia permanente del sacerdote, con el gozo
de saberse elegido y apartado desde la eternidad...114
En esta reflexión queda por referir, sobre la necesidad que tienen las co-
munidades eclesiales de plantearse muy seriamente la vocación sacerdotal, de
descubrir como fruto de la vivencia en el Espíritu, la llamada del Señor que
convoca, la elección personal hacia la vida consagrada de cualquiera de sus
miembros, en especial de los jóvenes.

114
QUOIST, MICHEL. Oraciones para rezar por la calle. Pág. 86. 4ª edición. Sígueme. 1.962
Dice así: « me tropecé con los pequeños que jugaban en la acera, los niños, Señor, los niños de los
otros, que jamás serán míos. Y heme aquí, Señor, solo.
El silencio es amargo, la soledad me aplasta.
Es duro amar a todos sin reservarse nadie, es duro estrechar una mano sin querer retenerla, es duro
hacer nacer un cariño tan sólo para dártelo, es duro no ser nada para sí mismo por serlo todo para
ellos, es duro ser como los otros, estar entre los otros, y ser otro, es duro dar siempre sin esperar la
paga, es duro ir delante de los demás sin que nadie vaya jamás delante de uno, es duro sufrir los pe-
cados ajenos sin poder rehusar el recibirlos y llevarlos a cuestas.
Es duro recibir secretos sin poder compartirlos, es duro arrastrar a los demás y no poder jamás, ni
por un instante, dejarse arrastrar un poco, es duro sostener a los débiles sin poder apoyarse uno
mismo sobre otro, es duro estar solo, solo ante todos, solo ante el mundo, solo ante el sufrimiento, la
muerte y el pecado.
Hijo mío, no estás solo: Yo estoy contigo. Yo soy tú. Desde la eternidad te elegí:
Necesito tus manos para seguir bendiciendo, Necesito tus labios para seguir hablando,
Necesito tu cuerpo para seguir sufriendo, necesito tu corazón para seguir amando,
te necesito para seguir salvando: continúa conmigo, hijo.
Señor, en esta tarde mientras todo se calla y mi corazón siente la amarga mordedura de la soledad,
mientras mi cuerpo aúlla largamente su hambre oscura, mientras los hombres me devoran el alma y
me siento impotente para hartarlos, mientras mis espaldas pesa el mundo entero con toda su carga de
miseria y pecado, yo te vuelvo a decir mi sí, no en una explosión de entusiasmo, sino lenta, lúcida,
humildemente, solo, Señor, ante Ti en la paz de la tarde».
88 El Diaconado Permanente

De una comunidad viva surgirá siempre la disposición de quienes creen


escuchar su nombre desde la espesura de la noche, tal como se relata en la
vocación de Samuel. ( 1 Sam 3 ) Ojalá estén nuestras comunidades eclesiales
prontas como el profeta en su infancia a exclamar: «Habla Señor, que tu sier-
vo escucha» (1Sam 3, 9b).
Una comunidad se mantendrá viva si desde la atenta escucha de la Palabra
de Dios crece la necesidad de convertir cada día nuestras actitudes, de poner
al servicio de los demás nuestras capacidades y nuestros carismas; si de la
contemplación del misterio de Cristo podemos descubrir que estamos capaci-
tados para el amor, para la entrega, para el servicio. Todo será posible si las
comunidades comparten además de su experiencia de vida, las necesidades
materiales, las intelectuales, la disposición de servicio, la celebración frecuen-
te de los sacramentos.
Los lazos de comunión entre los hermanos se hacen más fuertes y perma-
nentes en la oración diaria y continua, solidaria y de alabanza, alimentando así
sus vidas.
Quizá nos demos cuenta que el abandono paulatino en las últimas décadas
en la celebración del sacramento de la Reconciliación y la distorsión del con-
cepto de pecado, influyen en la deformación de las conciencias y en aquellos
criterios personales que distancian, enturbian o engañan la actitud cristiana
ante la realidad del mal; llegando incluso a negar la existencia de su personifi-
cación en realidades concretas, achacando a cosas del pasado, a mitos y a la
ignorancia de las gentes de buena voluntad.
La persona que se tome muy en serio vivir el cristianismo, adquirir los va-
lores espirituales, el tener un criterio claro para optar a una vida de seguimien-
to radical del Jesús de los Evangelios, comienza sabiéndose y reconociéndose
pecadora y esta nueva actitud le ha de acompañar durante todo el itinerario de
profundización y adquisición de la vida de fe.
Pero el hombre hoy apenas escucha, sus oídos filtran y seleccionan otros
modos de comunicación por eso nos hemos cuestionado muchas veces la efi-
cacia, la inteligibilidad, incluso la validez del discurso que ofrecemos desde la
Iglesia al presentar el mensaje de salvación a la sociedad de hoy a través de
los amplios programas de pastoral, en los diferentes proyectos trienales, en los
diversos momentos en que nos planteamos la urgencia de Evangelizar...
89

El resultado de un análisis crítico puede sorprendernos al comprobar que


nuestro modo de hablar, de presentar en definitiva el mensaje cristiano, no
alcanza más allá de la epidermis. No profundiza en el corazón del hombre,
que es de donde realmente surge la conversión.
El hombre precisa de palabras, le urge estabilizar su vida con algo que
valga la pena seguir. Está cansado de los discursos de siempre, porque la so-
ciedad ha corrido mucho trecho en poco tiempo, ha evolucionado tan rápida-
mente que sus presupuestos han sido modificados. Han sido alteradas las cos-
tumbres, la apreciación de las cosas, sus tradiciones, sus referencias, su propio
estilo personal de vivir, todo aquello que ha sido signo de identidad y que ha
conformado su personalidad en la historia. Se siente insatisfecho e incómodo
consigo mismo y hoy más que nunca, la oferta que le entra por sus sentidos, la
vista, el oído, las sensaciones que percibe, le llenan de insatisfacción.
Está siendo agresivamente violado en su intimidad más preciada:
- Allí donde se está satisfecho en armonía, contento de sí mismo y con su
vida.
- Allí donde tiene un recinto familiar que le sitúa a salvo poseyendo valo-
res en los que encuentra sentido a su vida y le hace ser feliz...
Siendo su aspiración más creíble es la más utópica. Y todo porque hay
otras palabras que llenan el hueco de su comprensión. Quizá, palabras más a
tono con la experiencia que le brinda hoy el mundo. Un mundo idealizado,
lleno de respuestas inmediatas y propuestas sugerentes, donde el consumo es
la consecución rápida de la felicidad.
Ante este mensaje virulento que ensordece e incapacita para la escucha,
solo es posible decir al oído de cada hombre palabras que rompen esquemas y
tienen el sabor de lo arcano. Palabras sencillas desposeídas de una indumenta-
ria barroca y que encuentran hoy su fuerza en la intimidad que favorece tal
confidencia:
-Que Dios te quiere tal como eres. Que puedes ser feliz en medio del su-
frimiento
-Que el proyecto de felicidad que tiene preparado para ti está en el amor,
en palabras de eternidad cumplidas en Jesucristo, vencedor de la muerte en la
cruz.
Esta es la gran confidencia:
90 El Diaconado Permanente

-Jesucristo está enamorado en exclusiva de ti.


Tener un corazón según Dios es estar abierto totalmente a la escucha para
que el esperma divino penetre a través del oído donde el Espíritu Santo nos
fecunde con la semilla de la Palabra.
Hay que tener claro que la nítida voz de la Iglesia ha de llegar a quien está
alejado, llevándole la Palabra de Dios hecha vida en la vida de cada cristiano.
Podremos tener una gran riqueza en actividades, asociaciones juveniles y
grupos comprometidos que organicen actos, dispensarios, roperos, reuniones
de matrimonios, cursillos para novios, atención a los enfermos y ancianos,
pero si no se hace perdiendo la vida en ello, si no se hace en comunión de
amor con el hermano, de nada sirve. Simplemente es un activismo vacío don-
de el principio y el fin es uno mismo.
El haber descubierto que somos un pueblo, que todos los creyentes en
Jesús estamos llamados a la santidad, nos debería llevar cambiar muchas acti-
tudes, a renovar todas las instituciones, todos los estamentos eclesiales y pro-
fundizar en la búsqueda del venero, del filón preciado, del tesoro escondido,
oculto a los ojos de los inteligentes y opaco a los sabios engreídos cuya sabi-
duría sigue siendo estéril.
Renovar la totalidad del hombre supone un morir al hombre viejo y co-
menzar una obra con andamios, con lo que de provisionalidad supone, para
construir un hombre nuevo en el seno de la Iglesia. Una gestación que va ha
proveer de «Vida Eterna» y esa gravidez es la que la Iglesia tiene en cada hijo
que es bautizado. El parto hacia el alumbramiento de ese ser diferente, se ha
de formar con lentitud y con paciencia, en una comunidad pequeña en la que
todos se conozcan, donde la libertad y el conocimiento permiten descubrir en
los otros a hermanos. Hermanos que responden al mismo proyecto de amor
diseñado por Dios, con una exquisita sabiduría y con la exclusividad personal
que ha de contar con la respuesta libre y generosa de quien es fecundado por
el Evangelio.
Actualmente al igual que ayer, hay muchas formas y maneras de vivir el
Evangelio, pero si no hay una actitud de conversión personal, un cauce comu-
nitario que facilite la oración en común, celebre y se impregne de la Buena
noticia, de la Palabra de Dios, se viva la corrección fraterna, se comparta lo
que se tiene y lo que no se tiene, se viva el desprendimiento y se camine hacia
una auténtica kénosis, que vacíe de orgullo y egoísmos personales, disipe las
actitudes de rivalidad y se aprenda a ver en el otro a Cristo. Si no están pre-
91

sentes estos presupuestos o no se trabaja para conseguirlos, vano es el trabajo


y convendría cuestionar si se anuncia a Cristo o nos anunciamos a nosotros
mismos. De aquí viene la necesidad de vitalizar nuestras parroquias y conver-
tirlas en la gran comunidad de comunidades, donde nadie sea extraño y siem-
pre haya un sitio para el ausente… El Concilio Vaticano II nos lo ha propues-
to.
Para quienes no entienden estas claras manifestaciones del Espíritu, sólo
son capaces de catalogarlas como actos de solidaridad, de reparto equitativo, o
identifican ese entregarse a los demás gratuitamente, como un acto de colecti-
vismo y así, cualquiera lo entenderá como una cooperación para conseguir un
fin. No importa. Lo que sí está claro es que la expresión personal de la salida
de uno mismo hacia el otro se llama servicio, y cuando se manifiesta en
común entre quienes así lo intuyen, se llama comunión y quienes están así
unidos, la fuerza que les cohesiona se conoce como amor, y de esa vivencia
intensa, desde la manera de ser uno mismo, nacen diversos estilos de entrega a
los que denominamos, como San Pablo, carismas y éstos son los múltiples
dones gratuitos con que, entre quienes se sienten y viven como hermanos, son
bendecidos por el Espíritu Santo. En esta gran pluralidad se encuadran todos
los estilos y todas las diversas formas de vivir y encarnar el Evangelio a través
de todos los tiempos y en todas las situaciones. Nadie tiene la exclusividad de
poseer la Verdad del Evangelio. La Verdad es una maravillosa herencia que
hemos recibido para compartirla y haciendo de puente con la generación que
nos suceda, la transportaremos sin adulterar ni empobrecerla hasta la orilla del
mañana. La antorcha de la Fe seguirá alumbrando a generaciones venideras
hasta la consumación de los tiempos...
92 El Diaconado Permanente

12. REALIDAD Y ESPERANZA. EL CLERO

En una publicación de la Obra Pontificia para las vocaciones 115 recien-


temente editada, se dan datos muy significativos de la situación del clero en
Europa y, de la que he extraído los datos referentes a España en las dos últi-
mas décadas:

TABLAS ESTADÍSTICAS.
CENSO DEL CLERO DE ESPAÑA
DATOS FACILITADOS POR LA SEDE APOSTÓLICA

VARIACIÓN
AÑO 1978 1986 1994 %
78/94
PRESBÍTEROS DIOCESANOS
23.150 20.282 19.766 - 14,62
PRESBÍTEROS RELIGIOSOS
10.864 10.563 9.588 - 11,75
RELIGIOSOS PROFESOS
8.005 6.683 5.670 - 29,17
RELIGIOSAS PROFESAS
83.177 76.875 68.497 -17,65
CANDIDATOS SACERDOCIO
2.803 3.388 3.269 +16,63
DIÁCONOS PERMANENTES 5 112 181 No es significativo

115
La pastoral de las vocaciones en las Iglesia particulares de Europa. Secretariado de la Comisión
Episcopal de Seminarios y Universidades. Secretariado de Pastoral Juvenil Vocacional de la CON-
FER. Documento de trabajo del congreso sobre las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada
en Europa. Roma, 5-10 Mayo 1.997.
93

En esta tabla se observa, la disminución progresiva que experimenta el co-


lectivo de presbíteros, tanto diocesanos como religiosos, así como la involu-
ción que presenta la vida consagrada tanto masculina como femenina.

VARIACIÓN ANUAL DEL CLERO DIOCESANO EN ESPAÑA

AÑOS 78 79 80 81 82 83
FALLECEN 410 355 323 351 338 358

DEFECCIONES 218 186 173 127 95 72

ORDENACIONES 169 177 168 169 210 139

CANDIDATOS 2803 2906 3010 3039 3207 3344


AL
SACERDOCIO

AÑOS 84 85 86 87 88 89
FALLECEN 398 391 346 371 359 361
DEFECCIONES 73 87 49 67 55 33
ORDENACIONES 182 166 186 35 230 203
CANDIDATOS 3404 3346 3388 3443 3356 3359
AL
SACERDOCIO

AÑOS 90 91 92 93 94 95
FALLECEN 331 332 398 378 376 Sin Datos
94 El Diaconado Permanente

DEFECCIONES 37 31 57 37 30 Sin datos

ORDENACIONES 231 259 220 295 214 Sin datos

CANDIDATOS 3279 3199 3223 3270 3269 Sin datos


AL
SACERDOCIO

En cambio los candidatos al sacerdocio presentan una tendencia de recu-


peración optimista, aunque no suple, como observamos en la segunda tabla,
las defunciones y la reducción al estado laical de presbíteros.
No disponemos datos de la edad media de los presbíteros, aunque todos
constatamos que el progresivo envejecimiento del clero es un hecho.
Al instaurarse en España el Diaconado Permanente, observamos que aún
siendo espectacular el índice de crecimiento de los diáconos, no puede orien-
tar en nada este dato, ya que es un porcentaje muy ínfimo de la totalidad del
clero, reflejando tan sólo la tímida iniciativa con que algunos obispos han
reinstaurado en sus diócesis el tercer grado del sacramento del orden: El dia-
conado como forma estable de vida y pertenencia a la jerarquía.
En la tabla siguiente observaremos que los datos referidos al episcopado
español, pueden servir como dato global orientativo, sin pretender con ello en
modo alguno, reflejar una realidad matemática que se pueda interpolar al resto
del clero, pero sí puede orientar mucho en la situación a la que estamos siendo
abocados en la sociedad del tercer milenio.
Una de las causas más influyentes en el hecho de carecer de vocaciones,
de un descenso de ministros ordenados, de un envejecimiento del colectivo
ministerial en activo, quizá sea la pérdida de los conceptos sacros.

DATOS REFERIDOS AL EPISCOPADO ESPAÑOL

AÑOS 1.978 1.986 1.994 VARIACION


% 78/94
95

Obispos 96 100 110 + 14,58


Edad Media 61,9 64,9 67,6 + 9.21
Circunscripciones
Eclesiásticas 65 66 68 + 4,62
Centros
Pastorales 22.951 25.514 26.089 + 13,67

Es notorio el índice de edad que hace evidente un envejecimiento signifi-


cativo, pero la promoción y consagración de obispos en estos últimos años y
la dimisión, por alcanzar la edad de 75 años, distorsiona el valor de estos índi-
ces.
Es significativo que las responsabilidades pastorales van creciendo a un
ritmo muy elevado. Reflexionando a la vista de todos estos datos, podemos
tener conclusiones no muy desviadas de la realidad.
Por una parte constatamos la disminución de los presbíteros que por razón
de edad, dejan pastoralmente de ser activos, que fallecen o que solicitan la
reducción al estado laical, afortunadamente son cada vez menos, y por otra
parte, refleja el interés pastoral de llegar a todas las gentes, para ello se ha
incrementado el número de parroquias y centros pastorales en todas las dióce-
sis, delatando con estos hechos que el laicado está asumiendo parcelas pasto-
rales con mayor responsabilidad. Que la atención de la Iglesia se va exten-
diendo en todas las direcciones llegando a todos los estratos de la sociedad.
El tema de los ministerios exige, en efecto, una reflexión seria por parte de todos.
Por lo que supone de apertura a la corresponsabilidad, pide una redistribución de
competencias, así como una conversión de actitudes, principalmente por parte de
obispos y presbíteros, acostumbrados desde hace siglos –a causa de la evolución
histórica del ministerio en la Iglesia- a asumir indiscriminadamente todos los ser-
vicios de la misión ecclesia. 116
El laicado está poco a poco tomando conciencia de este estado precario en
el que nos encontramos, pero desgraciadamente nos olvidamos con mucha
frecuencia de la identidad de pueblo que nos regaló el Concilio Vaticano II,
De ahí que este pueblo mesiánico, aunque de momento no contenga a todos los
hombres, y muchas veces aparezca como una pequeña grey, sea, sin embargo, el

116 NARCISO, CARDENAL JUBANY. Carta Pastoral: Los ministerios en la acción pastoral de la
Iglesia. Madrid. P.P.C. 1978. 7
96 El Diaconado Permanente

germen firmísimo de la unidad, de esperanza y de salvación para todo el género


humano. Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de
verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal y
es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra»" 117
Este pueblo está formado por personas que poseen cada una de ellas su propia vo-
cación, sus propios dones, su lugar dentro del conjunto, todo lo cual es bien cono-
cido por Dios. Por eso hablamos de carismas. Uno de los rasgos más señalados
del Concilio ha sido precisamente esta vuelta al tema de los carismas en la ecle-
siología. Son dones de naturaleza de gracia que el Espíritu Santo hace que sean
útiles a la comunidad. San Pablo los expone de tal modo que en ellos se ha
podido ver el principio de la construcción de la Iglesia según su enseñanza.
El Apóstol enuncia, además, dos principios: el de la diversidad y de la distri-
bución ampliamente variada y el de la unidad de origen y de fin. Todo procede
del mismo Espíritu, todo se ordena a la construcción del cuerpo de Cristo. En el
plano antropológico y ético, la ley fundamental es que todos vivan los unos para
los otros, que se comuniquen mutuamente lo que han recibido, que sean los unos
para los otros, a imitación de Jesucristo, ministros de la gracia de salvación. 118
La evangelización es tarea de todo bautizado pero con la escasez de pasto-
res se hace muy difícil, ya que en la vivencia de la fe es necesaria e insustitui-
ble la participación sacramental.
El activismo nos ha aportado numerosas experiencias de superficialidad,
incluso de abandonar la comunión con la Iglesia y consiguiente pérdida de fe,
porque se ha sustituido al Señor del Evangelio y de la Vida por otros señores
que ni sacian ni motivan. Se ha sustituido el culto al Padre por la idolatría del
mensaje filantrópico. Se ha dejado de anunciar el Reino por un anuncio per-
sonal de un líder determinado que propugne la justicia social, el reparto de los
bienes o el levantamiento en armas para combatir la violencia del poderoso, la
injusticia y la opresión, y lo que siempre ha sido el no resistirse al mal, el dar
la mejilla ante el bofetón o el salivazo, lo hemos permutado por conceptos que
aun siendo lícitos y justos, no reflejan el rostro bondadoso de la misericordia y
confunden el mensaje evangélico de la no violencia con aptitudes conservado-
ras, cobardes o tan mansas que más bien las tildan de retrógradas. Se ha extin-

117
LG 9, 2.
118
CONGAR, Y. Un pueblo mesiánico. La Iglesia, sacramento de salvación. Cristiandad. 1.976. 93.
97

guido el concepto de heraldo permutándolo por voceros y charlatanes cuyos


mensajes embotan las mentes de fantasías creíbles adobadas con verdades
manipuladas.
Así se va supliendo la vida y el alimento del espíritu, que son los sacra-
mentos, y llevados por un activismo generoso, se llega a convertir el apostola-
do y la dedicación a causas eclesiales, en una peligrosa actividad si la expre-
sión vivencial de la fe es sustituida por una solidaria actividad vacía donde el
otro ya no es Jesucristo; sustituyéndole con cualquier opción de índole mera-
mente social que reivindica situaciones más o menos justas, se deja de un
lado al Amor modélico de la Palabra hecha Hombre, haciendo de la actividad
social un ídolo con brazos y piernas de barro... El cristiano está llamado a ser
en la sociedad luz, sal y fermento, signo e imagen del Amor de Dios a los
hombres.
Pero para vivir en plenitud precisamos de buenos y santos ministros orde-
nados. El Papa Juan Pablo II en su visita a Valencia, recordó a los futuros
presbíteros la importancia que los sacramentos han de tener también en la
propia vida de los sacerdotes:
Ante todo, configurados con el Señor, debéis celebrar la eucaristía, que no es un
acto más de vuestro ministerio: es la raíz y la razón de ser de vuestro sacerdocio.
Facilitadles todo lo posible el acceso a los sacramentos, y en primer lugar el sa-
cramento de la penitencia, signo e instrumento de la misericordia de Dios y de la
reconciliación obrada por Cristo».
98 El Diaconado Permanente

13. DE LOS DIÁCONOS, ¿QUÉ ESPERAN, QUÉ DICEN LOS


OBISPOS...?

Reflexionando acerca del ministerio y la vida de los diáconos permanen-


tes, y a la luz de la experiencia adquirida hasta ahora, es necesario proceder
con diligencia en la investigación teológica y con prudente sentido pastoral,
teniendo como objetivo la nueva evangelización en los inicios del tercer mile-
nio. La vocación del Diácono Permanente casado es un gran don de Dios a la
Iglesia y constituye, por esto, «un enriquecimiento importante para su mi-
sión.» 119 Nuestros obispos tomaron la palabra para hablar de los Diáconos
Permanentes en sus homilías; algunas de ellas dicen así:
Los diáconos podrían ser esos hombres buenas personas, buenos cristianos, bue-
nos trabajadores y padres de familia, pero vulgares y corrientes, como los demás,
que en ciertos momentos sirven a la comunidad cristiana en sus diversos campos
de acción: catequesis, evangelización, economía liturgia, organización, asistencia,
etc. Habría lógicamente especializaciones nacidas de la propia vocación cristiana.
Así, algunos podrían estar más dedicados al testimonio en ambientes fronterizos,
en la fábrica, en la escuela, en el mundo rural, en el mundo joven, intelectual,
marginados, etc. Otros, más al interior de la vida parroquial o de las pequeñas

119
Catecismo de la Iglesia Católica. 1571. 1.993
99

comunidades; en la organización de la catequesis infantil, o en catecumenados de


adultos, o en la celebración de la liturgia y en la vida de oración comunitaria, y
algún encuentro de reflexión de fe con un pequeño grupo cristiano, sea como
animadores o bien como un miembro más, según los casos. No se trata de supri-
mir a los presbíteros, cuyo ministerio sigue siendo muy importante e indispensa-
ble a la comunidad, pero que está siendo resituado y reformulado en el rol ecle-
sial, sino de llenar un inmenso espacio pastoral entre aquéllos y el pueblo de
Dios, frecuentemente vacío por imposibilidad tanto material como vocacional por
no haber suficiente número de presbíteros ni tampoco la suficiente cercanía, sin-
tonía y digamos hasta contigüidad. Cuando el mismo vecino de enfrente de siem-
pre, o el compañero de fábrica, o el dueño del bar de la esquina, sea el que entie-
rre al hijo, o case a su hermano, pero profundamente, se habrá ayudado más a dar
una imagen popular de Iglesia como pueblo y como comunidad que todos los
sermones y pastorales que queramos pronunciar y escribir, sobre este aspecto que
quiso conquistar el Vaticano II.
El bautizado que se dispone a recibir el diaconado lo hace en primer lugar, porque
en su manera de ser tiene una actitud y una aptitud, una disponibilidad y algunas
cualidades que indican que podría hacerlo y quiere hacerlo, contando con la ayu-
da del Espíritu y para el mejor servicio de la comunidad. Si a esto se añade la
oferta a la comunidad y la aceptación de ésta, rubricada por el obispo que coordi-
na y representa a todas las comunidades, todo ello le da, aun bajo el aspecto de
experiencia de rol y de imagen social, una estabilidad y una continuidad que ex-
plican el que, de hecho, se pueda suponer que su papel en la comunidad cristiana
tiene una importancia y una repercusión habitual que no tendría de otra manera, si
se limitara a echar una mano de cuando en cuando, sin una misión eclesial y sin
una ayuda sacramenta.120
Con motivo de la ordenación de diáconos de cuatro hombres casados, el
Obispo de Jerez dice:
El Diácono Permanente no es un cura venido a menos ni un laico subido a más.
No es un presbítero descafeinado ni un laico promovido de una manera amistosa
y facilona. Tras una larga etapa de preparación de varios años, cuatro hombres
casados de nuestra diócesis, fueron ordenados diáconos. ¿Para qué? Para adminis-
trar solemnemente el Bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al ma-
trimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el Viático a los moribundos,
leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto
y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los fune-

120
Caritas Española. PPC. Escritos en la Arena. Alberto Iniesta. Obispo Auxiliar de Madrid. 1.980
100 El Diaconado Permanente

rales y sepultura. Y también dedicarse a los oficios de caridad y de la administra-


ción económica. Siendo en todo -a tenor de su oficio- misericordiosos, diligentes,
procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos.121
Cuidar de la familia de los hijos de Dios, de su vitalidad, de su fraternal comu-
nión, de su crecimiento, debe ser cuanto verdaderamente dé sentido a vuestro mi-
nisterio. Es con los ojos y el pensamiento puestos en la solicitud por el bien de
ésta familia como debéis trabajar incansablemente y con ilusión para su expan-
sión, para hacer que el Evangelio sea acogido y vivido por todos los hombres, en
cual-
quier situación en que se encuentre, colaborando así al designio de Dios, que,
a través de su Hijo Jesucristo - y de quienes él ha confiado al ministerio de prose-
guir su misión salvífica - quiere reunir junto a sí a todos los hijos dispersos por el
mundo.
... creo que no podemos dejar de prestar atención a vuestro lugar y a vuestra mi-
sión, como diáconos, en el seno de la familia de Dios, esta familia que también el
Señor ha puesto en vuestras manos para que la cuidéis ministerialmente en todos
los aspectos. 122
El diácono ocupa en la Iglesia la imagen privilegiada de siervo; no nace por la
falta de presbíteros ni suple a nadie. No está vinculado directamente al presbítero
sino que depende del obispo, y su labor es la de primer evangelizador. Lo propio
del diácono serían los lugares fronterizos, los primeros núcleos de evangelización.
El templo no es propiamente el lugar del diácono, sino que debe ser un hombre de
la calle. Al candidato se le pide ser un hombre encarnado en la comunidad, ser
presentado por alguien en nombre de la comunidad, debe tenerse en cuenta el jui-
cio de su familia, mujer e hijos, puesto que una vocación, la del diaconado, no
puede anular a otra, la del matrimonio, y tener en cuenta su curriculum vitae y
pastoral. Si el seglar es, en representación de Cristo, hermano entre los hermanos,
y el sacerdote, cabeza y pastor, el diácono es, en la Iglesia, el representante de
Cristo servidor. 123

121
Exhortación pastoral. 7 -10- 1.992. Obispado de Jerez. Vida Nueva nº 1.868. 14 de Noviembre 1.992
122
Carta a los diáconos. Mons. Carlos Soler. nº 19 Diciembre 1.994
123
Declaraciones a Vida Nueva. José María León Acha. Director del Secretariado de la Comisión Epis-
copal del Clero. Vida Nueva Nº 1.827 de 1 Febrero de 1.992.
101

14. BÚSQUEDA DE UNA PASTORAL VOCACIONAL


LA VOCACIÓN PROPIA DEL DIACONO

Se habla con frecuencia de una pastoral vocacional, y la pastoral vocacio-


nal, a veces, se desgaja de lo que es una pastoral juvenil. La pastoral vocacio-
nal tiene que ir inmersa, integrada no sólo exclusivamente en una pastoral
juvenil, si no en todas las ofertas pastorales presentes en el universo de nues-
tra Iglesia.
Jesús es el modelo ideal del hombre y una pastoral juvenil tiene que llevar
una propuesta del seguimiento de Jesucristo. Parece que sería un fraude que
no les dijéramos a los jóvenes que existen diferentes caminos del seguimiento
de Jesucristo. Y ahí, en cualquier programa serio de acompañamiento pasto-
ral, en cualquier temario, tiene que incluir las propuestas a la vida consagrada,
al sacerdocio. Pero estas propuestas a seguir a Jesús son para todas las edades,
para todos los estados. Cualquier opción debe ser, alimentada, cuidada, ani-
mada y protegida por una comunidad en la que se haga presente la comunión
eclesial.
La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la digni-
dad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la
virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único misterio de alianza de
Dios con su pueblo. También el cristiano que por motivos diversos vive como
102 El Diaconado Permanente

soltero, encuentra en este estado su vocación particular de santificación y servi-


cio. 124
La opción por el matrimonio es uno de los grandes momentos en los que
la persona humana hace una inversión de lo mejor de sí mismo, como es la
inversión del amor, del mismo modo en la opción por la vida religiosa hay ahí
un sacramental que también supone la inversión del amor.
Evidentemente, se puede decir que la Eucaristía es la fuente del amor, pe-
ro:
desde nuestra lectura humana de los sacramentos, es el sacerdocio como sacra-
mento, el matrimonio como sacramento y la vida religiosa como sacramental, en
las que aparecen como esas tres grandes oportunidades de hacer una inversión del
amor en la causa de Jesús, o en el seguimiento de Jesús. 125
Todas las opciones hacia el seguimiento y proyección al amor en esa cau-
sa, son el fruto de los procesos serios de reflexión y de compromiso, de madu-
ración y de llevar a la práctica una decisión libre en el que se sitúa, por delan-
te de cualquier aspiración humana, una experiencia íntima, personal y exclu-
siva con Jesús.
La oportunidad que se brinda al hombre y a la mujer en la donación total
de su vida, es un acto trascendente, en el cual es posible identificar el hecho
de la profunda transformación de un ser viejo en una criatura nueva, renovada
por la acción del Espíritu al dejarse invadir por Él. Sólo se es posible vivir con
total despreocupación y plena confianza hacia lo inesperado, cuando la sor-
prendente realidad de quién encuentra a Dios en su vida, le permite despojarse
de ataduras y prejuicios y vivir la docilidad de quien se siente seguro de todo
y de todos.
En la donación hacia el amor, deben estar identificadas todas aquellas per-
sonas que ya no son jóvenes, y que tienen sus oídos prestos a escuchar en el
silencio de su intimidad la voz que resuena y retumba, que desestabiliza y te
invita a cuestionarte:
-¿ y por que yo no...?, a mis años..., con mi edad..., con mi situación...,

124
Constituciones Sinodales 716 b
125
ISUNZA, SANTIAGO. Reflexión sobre los Carismas y Ministerios. IDCR 04-05-1.993
103

En el seguimiento de Jesús no hay edades, ni siquiera situación social o


cultural que impidan al hombre escuchar su invitación. La dificultad de este
seguimiento estriba en discernir con seriedad, si en el interior de la persona
hay algún indicio que permita plantearse dicha posibilidad de respuesta a una
llamada vocacional. Para ello es necesario habituarse a escuchar desde el si-
lencio lo que pueda acontecer en el interior de la persona. Tratar de escuchar
entre tantas voces que hablan y hablan, una que contraste sobre las otras; una
voz que se distinga nítida, constante, única e inconfundible, esa es la invita-
ción que todo cristiano recibe de forma personal y exclusiva tal como la reci-
bió nuestro padre en la fe:
El Señor dijo a Abrán: -Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra
que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre,
y servirá de bendición. Bendeciré a quienes te bendigan, maldeciré a quienes
te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo. Abrán
marchó, como le había dicho el Señor, y con el marchó Lot. Abrán tenía setenta y
cinco años cuando salió de Jarán.» (Gn 12,1-4)
El relato de la vocación de Abrahán es iluminador para aquellos que ini-
cian un acto empírico de fe, ya que tal experiencia parte siempre desde la
desestabilización interior para poder, desde la libertad, caminar hacia una
promesa de felicidad.
El pueblo de Israel es el pueblo de la «Escucha».
-Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu
Dios, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo que-
darán en tu memoria, se las inculcarás a tus hijos y hablarás de ellas estando en
casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atrás a tu muñeca como un
signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus
portales. (Dt 6, 4-9)
Si despertamos en nosotros la actitud de escucha podremos capacitarnos
para tener la actitud de acogida a su Palabra. Este proceso es imprevisible ya
que la acción de libertad que Dios ejerce en la elección de cada uno, se tamiza
con la acción de libertad que uno hace y ante lo imprevisible del misterio de la
llamada y de la respuesta, de la precariedad humana ante lo trascendente, se
sitúa la interpelación de Dios en el corazón del hombre.
104 El Diaconado Permanente

Samuel 126 es la figura bíblica que hace presente la actitud ante la llamada
de lo desconocido. En ese pasaje de la Escritura se define la llamada personal,
el diálogo y la respuesta desde la espontaneidad. Una respuesta rápida, una
llamada reiterada, desconocida, una respuesta ante el misterio que le hace
experimentar sosiego y paz, y al mismo tiempo incertidumbre... Samuel preci-
sa de un intérprete: el experimentado Elí, que ante los signos evidentes que
detecta en Samuel, orienta la actitud y la decisión del muchacho, porque Sa-
muel aún no conocía al Señor...
En este hecho concreto de la Escritura podemos ver el origen de lo que es
un director espiritual y aunque sea a distancia prudencial, sí podemos referir
que ese guía con capacidad de discernimiento de espíritus está muy bien signi-
ficado con Elí.
Tenemos la historia del pueblo de Israel, que debería ser el patrón de
nuestra historia bien comprendida y asumida. Dios actúa desde la libertad y en
libertad, elige a quien quiere y como quiere.
En el caso del anciano Abrahán, es la tierra que le mostrará y en la que se
asentará para desarrollar su nueva vida, donde crecerá y hará famoso su nom-
bre que será la bendición, será la aprobación de su gesto, donde la protección
del Señor se hace tangible para todo un pueblo que nacerá de él.
En el caso de Samuel, es la predilección personal por un niño que todavía
no tenía la edad para conocer al Señor, para conocer la Ley, para ser indepen-
diente y optar por sí mismo. Opción que por él hace Ana la estéril, su madre,
que gritó al Señor desde su sufrimiento y el Señor le escuchó y de su esterili-
dad extrajo vida haciéndola capaz de ser madre.
Nos ha de animar saber que Dios cuando llama es más fuerte que todos y
que todo, y en ese todo se incluyen los miedos. En ese todo se agrupan las
dificultades e impedimentos de todo tipo.
Recuperado del olvido de siglos, para algunas personas cuyas vidas están
dedicadas a servir a sus hermanos, surgen hoy de las múltiples formas y cir-
cunstancias que permiten dedicarse al servicio en la Iglesia, un modo novedo-
so en el seguimiento a la llamada del Señor. Para estas personas, varones,
casados o solteros, que manifiestan en el vivir de cada día el vivir de Jesús,

126
Conviene meditar todo el relato 1 Sm 1, 2 y 3
105

muriendo día a día a su yo, a sus apetencias, a su comodidad, para que se


manifieste en nuestro cuerpo la vida de Jesús; (2 Co 4, 10) pueden hoy escu-
char en su interior la voz que les invita al seguimiento sacramental del Diaco-
nado Permanente.
No hay llamada idéntica ni las respuestas son iguales. Cada una de las
respuestas es original como el Señor lo es para cada uno. La llamada a la san-
tidad es el centro de la vida cristiana como hemos visto anteriormente. Y la
consagración bautismal orientada a la celebración permanente de la Pascua de
Jesús es la noticia que alimenta la llamada. La respuesta no tiene más modelos
y sentidos que la auténtica vocación original del seguimiento radical de Jesús.
La creatividad de las respuestas estriba en hacer coincidir mis deseos con los
deseos de Jesús, hacer converger mi proyecto de vida con el proyecto de Dios,
unir y buscar la sintonía de ambos proyectos.
El Diaconado Permanente encarna muy bien el rostro de servicio, el mi-
nisterial y el misionero con que la Iglesia se presenta al mundo después del
Concilio Vaticano II. Una pastoral que no contenga ese rostro está muy aleja-
da del encuentro generacional. El diaconado que irrumpe en este milenio tiene
vocación permanente de adaptación a los cambios que vayan surgiendo en la
sociedad. Está encarnado en el mundo para servir al mundo. Allá donde esté,
hará presente con su ministerio a la Iglesia servidora y en la evangelización
ambiental, aporta con su presencia familiar, la cercanía a un mundo en el que
es posible vivir con esperanza el amor. Esta acción pastoral conllevará implí-
cita una invitación al seguimiento de Jesús
Quien desee ser Diácono Permanente se puede ver reflejado, en cierta me-
dida, en estas figuras de la Sagrada Escritura. Precisa entablar un diálogo con
el Señor pero puede no estar capacitado para entender las claves, para iniciar
un discernimiento, porque aún no se conoce...
Es fundamental que una vocación sea probada y confirmada por la comu-
nidad, ya que en definitiva es ella quién juzga digno al candidato y lo presenta
al Obispo, quién discierne sobre la conveniencia del momento, la aptitud del
candidato, los valores humanos que posee, la necesidad de esa comunidad, el
bien común, el de la Iglesia..., son tantos los factores que pueden intervenir en
la decisión del Obispo que no pueden ser sometidos a la presión o a la conve-
niencia de una ordenación sin más.
Una vocación en la Iglesia no puede estar al criterio de la evaluación
cuantitativa de otras vocaciones y ministerios, ni estar bajo sospecha, por el
106 El Diaconado Permanente

recelo lógico, al pensar, que es una vía de promoción para algunos laicos más
o menos comprometidos. Esto sería desvirtuar la propia vocación, pero otra
cosa es, que se cierre esa posibilidad en la que muchos laicos sienten y viven
la llamada del Señor a un servicio ministerial ordenado y permanente. No hay
ninguna razón para agostar esas vocaciones.
Descubrir que Jesús es el Señor de tu vida, es el inicio, el principio de una
larga y fecunda historia de amor y entrega. La gracia sacramental que impri-
me la ordenación ayudará en la misión ministerial a que las Iglesias locales
sean más santas, y que sus hijos estén más dispuestos a identificarse con Cris-
to, Señor y dador de vida, que con su amor de oblación al Padre surge y de-
rrama el Espíritu Santo que es en verdad, el animador de toda liturgia que nos
envuelve.
Esta adhesión para siempre del candidato al ministerio es una decisión so-
lemne de generosa
entrega al servicio de los demás, al Pueblo de Dios, en comunión con el obispo y
su presbiterio. 127
Conviene tener siempre presente que el proceso vocacional que se inaugu-
ra en uno mismo, es similar al relato vocacional de Abraham y la llamada
íntima y personal, es similar a la del relato de Samuel, que desde la libertad se
manifiesta en un diálogo permanente, en un tira y afloja, porque siempre es
Yahvé Dios quien hace la Alianza y en la vida de uno mismo, se manifiestan
muy a las claras algunos signos de pertenencia a su propiedad personal.
En las Sagradas Escrituras, los ejemplos más significativo de la pertenen-
cia a la propiedad del Señor se encuentran en el profetismo, donde la acción
correctora de Dios a las actitudes que su pueblo elegido muestra, y la sabidur-
ía que va adquiriendo el pueblo, tienen como patrón los libros sapienciales, el
salterio, donde se convierte en oración y alabanza el reconocimiento de la
acción de Dios en su historia y que se vierte en el cumplimiento de las prome-
sas en Jesús, el Señor.
En el Sínodo de Obispos de 1.971, monseñor Ramón Echarren, obispo
auxiliar de Madrid, afirmaba en una intervención:

127
ARNAU-GARCIA, RAMÓN. «Reflexión sistemática» en Orden y Ministerios. BAC. Sapiencie
Fidei. Madrid. 1.995
107

128
los caminos de la fidelidad son siempre y necesariamente caminos de creatividad.
Y es verdad, porque la fidelidad del cristiano surge cuando se tiene una
experiencia viva de Jesucristo, un encuentro personal con El y del cual brotan
las más bellas expresiones de amor, cuyo patrón sólo es posible encontrarlo en
el noviazgo, donde se hace creativa la entrega, donde encuentra sentido la
generosidad y el amor. Fecundado por la esperanza, hace audaz al enamorado
que no calcula ni le interesan recompensas. Es la experiencia mística del espí-
ritu que se anonada ante lo inmanente, ante la sublimidad del ser tocado por el
Espíritu que desborda en gracias la humildad del amante.
Es audaz hablar de vocación al ministerio diaconal, pero es la expresión
más justa que se puede emplear, porque quien siente la llamada interior del
Señor, no le aterran las dificultades. Su llamada es más fuerte que todos y que
todo, por lo que es capaz de escalar lo escabroso que se presenta el camino del
seguimiento diaconal de Jesús.
Es desalentador ver que las dificultades las ponemos los hombres tal como
también se ponen sordina a los gritos de angustia de la incomprensión, a estos
convocados por el Espíritu a iniciar un camino de servicio a todas las gentes, a
perder la vida por los hombres, nuestros hermanos tal como Jesucristo lo hizo
en la cruz, por lo que hay que abrazarla y cargar con ella ya que es una Cruz
gloriosa, lecho de amor donde te desposa el Señor cada vez que la abrazas.
Seguir la invitación del Espíritu es vivir una kénosis interior para poder
desde la más cruda realidad del conocimiento de uno mismo, sentir ese soplo
del viento que te invita a caminar lejos... y por consiguiente desestabilizarse e
iniciar la marcha.
El proceso personal del discernimiento vocacional, se inicia con un acom-
pañante experimentado que le facilite claves y ayudas para iniciar el diálogo
consigo mismo y con el Señor. – Habla, Señor, que tu siervo escucha. Co-
menzar a escuchar, comenzar a responder, tomar una pausa, comenzar de
nuevo, iniciar un camino, una aventura preciosa al experimentar un volver a
nacer de nuevo desde nuestros orígenes, desde lo que somos como personas,
como bautizados, como creyentes...
Este proceso continuo comienza en los sótanos de cada uno, desde el
rincón mas recóndito de nuestra conciencia, allí donde no podemos mentirnos
ni engañarnos, donde retumba el silencio de la meditación de la Palabra de
128
SCHILLEBEECKX, EDWARD. El ministerio Eclesial. Responsables en la comunidad cristiana.
Pág.185. Cristiandad. Madrid 1.983
108 El Diaconado Permanente

Dios, donde la propia vida personal sale al encuentro desnuda y sin mentiras
ni justificaciones que auto engañan, la buena fe que te acusa e interpreta tu
historia, los complejos que agrietan tu coraza, tu mujer que te llama a la ver-
dad desde la donación total y absoluta del matrimonio sacramento, tus hijos
que denuncian la fragilidad de los afectos, los actos heroicos de la prueba y
fidelidad ante el respeto humano y la santidad de la fe. El miedo o el temor a
equivocarse y responder desde la incertidumbre o la duda. El cálculo de tus
fuerzas, tu tiempo o tus planes..., desde esa tremenda debilidad, Dios se hace
el encontradizo en la oscuridad de tu noche, tu no ves nada y luchas ante el
fantasma de tu mente, se hace fuerte y te sientes humillado porque tú estás
hecho para triunfar, te has forjado en la escuela del mundo, en la universidad
de la vida y por ello te crees que todo lo sabes y dominas, pero no te sientes
capaz de controlar esta situación que se presenta ante ti con alevosía, premedi-
tación y nocturnidad por «El desconocido».
Eres invadido ante los ataques que vienen del exterior y tu mismo te cues-
tionas:
-¿quién como yo?
No obtienes respuesta pero sigue la lucha y al fin preguntas:
-¿cuál es tu nombre?
Te obstinas en no soltarte de alguien que te puede, de alguien que es ca-
paz de vencerte como a Jacob en el vado de Yaboq (Gn 32, 25-32), y le arran-
cas su bendición porque intuyes que ese alguien ya no es un fantasma, que le
has visto cara a cara desde la negritud de tu inseguridad y es ahí donde descu-
bres que ya alborea el día de tu madurez, que ya eres mayor para seguir al
Señor, porque tienes achaques y eres un hombre capaz de ser sincero y res-
ponder, pero le has arrancado la bendición y te ha elegido y te ha cambiado el
nombre y te ha llamado Israel, ya no serás el tramposo, el embustero, el co-
mediante. Tu vida después de esa experiencia con Dios no puede ser la mis-
ma, ni pese a tu edad o tu circunstancias, te ha elegido y te hace suyo para
siempre a pesar del cansancio que arrastras... Te quiere como eres. Ahora tu
vida comienza a tener un sentido más real porque has conocido tu debilidad,
te has hecho fuerte con Dios y Él ha hecho una alianza contigo.
Una vocación parte desde la contemplación de este misterio salvífico,
asimilando que Él es el Señor de la Historia y que ésta dará la respuesta al
permanente diálogo que entabla con cada uno de nosotros. Es cierto que Dios
109

habla no solo con sonidos o ruidos, lo hace con acontecimientos que penetran
en el corazón del hombre, el cual interpreta fielmente su voluntad.
Estas mediaciones con las que Dios se vale para poder descubrir y enten-
der su lenguaje, son causas segundas que sensibilizan a la persona agudizando
su percepción, capacitándole para entender su historia y percibir con actitud
receptiva aquellos acontecimientos de encuentro: la relación con determinada
persona, algún amigo, una enfermedad, una palabra oportuna, una lectura...
A través de ellos se va clarificando y haciendo presente lo que Dios quie-
re de uno. A esto se le llama la sacramentalidad de la vida, puesto que los
acontecimientos subliman a la persona y en cierta manera le da lo que signifi-
ca. Nuestra vida es una firme propuesta de Dios que jamás queda sin respuesta
ya que el hombre siempre tiene el poder libre de réplica afirmando o negando,
aceptando o rechazando… La respuesta humana a la oferta de Dios es signo
sacramental.
La poderosa acción de Dios en la vida de uno desestabiliza ya que para
poder escuchar y entender la clave de los acontecimientos con que se escribe
la historia personal, hay que capacitar el oído del espíritu ya que estamos
habituados a oír con los órganos del cuerpo que son vulnerables, caducos,
débiles, sujetos al temor de equivocarse, a la precariedad… Quiero decir con
esto que, desde la perspectiva humana, desde el modo normal de ver y razonar
las cosas, olvidamos la dimensión espiritual que el hombre tiene. Es en esa
dimensión donde el hombre encuentra la trascendencia que le hace libre y le
hace capaz de dominar su instinto humano y armonizarlo con un impulso in-
terior que le hace escuchar lo inaudible y distinguir el panorama de sus vi-
vencias, con una luz que le hace reconocer la verdad oculta en su conciencia.
Los signos y acontecimientos en la vida de la persona, dan la pista para
descubrir en sí mismo una llamada sin voz, la intuición y animosidad que le
empujan hacia un camino indefinido, un deseo permanente de disponibilidad,
una manera de ser que te facilita la relación con los otros, unas aptitudes de
servicio, cualidades humanas elocuentes y que denotan el interior de la perso-
na, «porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. » (Mt 12, 34. Lc 6,
45. Ver paralelo Rm 3, 14)
Conociendo esos signos, ya puede uno penetrar en ese lugar donde con-
vergen la libertad, la verdad y el yo individual. Es la cámara donde resuena
potente la voz de Dios. Una voz que se deja oír nítida y brillante, íntima y con
la oferta desafiante del bien por el bien como camino que conduce a la perfec-
110 El Diaconado Permanente

ción del alma humana. Un camino de formación, donde los valores que se
presentan como modelo y patrón a imitar, garantizan y respetan la responsabi-
lidad suprema y la elección iluminada y decisiva de la conciencia.
La vida cristiana llega a su madurez cuando se está en disposición de dis-
cernir frente a planteamientos existenciales y optar bien en una determinada
elección.
Cuando se plantea: ¿qué es la vocación?, ¿qué es lo que se entiende? o
¿qué es lo que se considera?, puede uno distinguir lo que quiere ser sin ningún
tipo de duda, incluso puede suspender el juicio y cuestionarse seriamente la
procedencia de la vocación, porque puede que brote de uno mismo o venga
directamente de Dios. Si se tiene la capacidad para distinguir en la naturaleza
de los planteamientos, podrá definir si lo que se quiere hacer responde a una
dedicación profesional o por lo contrario son signos que revelan una llamada a
la que se está dispuesto a atender.
Ante un planteamiento espiritualista se corre el riesgo de convertir en ab-
soluto lo que se siente. Se puede confundir en la apreciación ya que el senti-
miento, hay veces que no es razonable y otras, surge del estado de ánimo, por
lo que no es real, no es objetivo.
El ejercicio de la libertad en el discernimiento de una vocación puede es-
tar condicionado por una apreciación psicológica que deje aparcada la reali-
dad del yo, e irrumpa en una proyección imaginativa no real. También puede
resaltar aspectos diversos de la llamada que polaricen o atribuyan una acep-
ción de otra, reduciendo la llamada en sí.
Desde la intimidad personal de la conciencia se es capaz de zambullirse en
el océano de la Gracia y surcar contra la corriente sin peligro de zozobra o
hundimiento. Al estar confiado y seguro de la relación que permite integrar
nuestra libertad en responder a la llamada, se manifiesta la acción del Espíritu
dándose una relación existencial entre Dios y la persona, repleta de cuestio-
namientos y preguntas del hombre ante el misterio de la vocación.
-¿Dios me llama para algo...?
-¿Cómo percibo esa llamada...?
-¿Por qué a mí y no a otro...?
111

Mirándose a uno mismo, despojado de la indumentaria que disfraza y al


mismo tiempo nos protege de los demás, nuestras defensas pierden su sentido
y comienza a aflorar lo que en verdad es uno: indefenso ante el poder de Dios,
tratándose de ocultar por la desnudez que uno percibe en sí mismo.
Al sentirse desnudo ante la presencia del Creador revive la escena del Pa-
raíso...
Pero el Señor Dios llamó al hombre: -¿Dónde estás?
-El contestó: - Te oí en el jardín, me entró miedo porque estaba desnudo, y me es-
condí.
-El Señor Dios le replicó: -Y quien te ha dicho que estabas desnudo? A que has
comido del Árbol prohibido?» (Gn 3, 4 ss)
En la historia personal de cada uno se nos muestra que estamos desnudos
y esa interpretación que se nos ofrece, es la misma que nos presenta el Géne-
sis con Adán y Eva. Oímos un razonar, personaje íntimo y oculto, invisible
pero presente siempre, encarnado en la realidad del hombre como acusado. En
nuestro acontecer cotidiano pasa desapercibido y nos ha invadido tanto, que lo
habitual es no tomar conciencia de su existencia y de su acción en nuestras
vidas, asumiendo plenamente como nuestra, la interpretación de la razón,
asintiendo de corazón ante la credibilidad de esa verdad.
El Señor sí se ha percibido de nuestra desnudez y se hace presente en el
acontecimiento de la historia para decirnos cual es el vestido que nos convie-
ne:
... y revestíos del hombre nuevo, que se ha renovado hasta alcanzar un conoci-
miento perfecto, según la imagen de su Creador. Revestíos, pues, como elegidos
de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad,
mansedumbre y paciencia.
«Revestíos del amor que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 10.12.14)
«Revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones pues Dios resiste a
los soberbios y da su gracia a los humildes» (1 Pedro 5, 5)
Todas estas recomendaciones que los apóstoles hacen en el Nuevo Testa-
mento, son para los creyentes Palabra de Dios. Es inicio de un camino de san-
tidad, vocación a la que todo cristiano está convocado desde el Bautismo.
Quien desea consagrar su vida a Dios asume la llamada a la santidad y al
mismo tiempo inicia el otear de los signos que he dicho antes. Viendo cómo la
112 El Diaconado Permanente

acción de Dios en la historia personal se hace presente en los acontecimientos,


en las actitudes personales, en las gracias recibidas, en los carismas que des-
puntan en uno mismo ante su comunidad cristiana, en los valores humanos
que denotan estar abierto de corazón ante la vida. Esta actitud facilita el cono-
cimiento de sí mismo, le descubre a uno la intensidad de la dedicación gene-
rosa hacia los demás en el servicio que presta y le sitúa en la encrucijada de
plantearse a qué Señor servir...
Es audaz hablar de vocación al ministerio diaconal, pero es la expresión más jus-
ta que se puede emplear, porque quien siente la llamada interior del Señor, no le
aterran las dificultades... 129
La diócesis de Sevilla ha publicado un tríptico vocacional magnífico 130,
en el que se recoge toda la información necesaria para entender cual es la
misión del Diácono Permanente, qué se requiere para ser diácono y cómo ha
de ser el diácono. Por su interés transcribo en el anexo el contenido del
tríptico.
Urge hoy tener respuestas a los planteamientos vocacionales que se hagan
presentes en nuestras respectivas comunidades parroquiales. Es bien cierto de
que ya existen planteamientos de vida muy serios y hay muchos varones que
en su interior se vienen cuestionando la necesidad de que alguien discierna, de
que alguien escuche la angustia de la fidelidad a una llamada constante, senti-
da con temblor, con humildad, con la sencillez, con la amargura de la incom-
prensión y de los juicios a modo de sospecha que forman la cruz a soportar
por estos posibles convocados por el Espíritu.
Es urgente que en el ámbito de su Iglesia diocesana se reflexione sobre
algunos planteamientos y actuaciones de quienes temen de la eficacia y la
conveniencia de admitir a un estado de vida que compromete para siempre y
ligue a la Iglesia, a los que reciban constitución de un oficio sacro o una orde-
nación ministerial.
Entre todos los miembros de este pueblo de Dios que camina hacia el Pa-
dre en la Iglesia particular, hemos de confiar en la Providencia abandonando
los miedos, la falsa prudencia que aconseja silenciar respuestas. Todos hemos
de apostar por el Espíritu y actuar siempre con claridad, con el amor que nos

129
Cf 102
130
Ver Anexo II, 151
113

complementa a todos: Jesucristo, único Señor a quien servimos. Señor de


nuestras vidas.
Si está claro en nuestra vida que la fuerza vital, el Nefesh, el Ruaj, el
aliento de Dios, nos permite vivir en plenitud, estaremos orientados siempre
hacia la Verdad, hacia la Vida y Él es el único Camino.
15. ABIERTOS AL ESPÍRITU ENTREMOS AL FUTURO

El Espíritu Santo es inabarcable. Por nada ni nadie se puede contener. In-


funde su ímpetu y su fuerza donde quiere y como quiere para que la historia,
las actitudes humanas y los posicionamientos pastorales condicionen la vida
en las comunidades eclesiales.
Ante las diversas situaciones pastorales se manifiesta con el don de la
prudencia, y en la acción humana de quien ejerce cualquier decisión o plan-
teamiento estratégico, con el don de la sabiduría. Sólo el pastor ordinario es
quien puede discernir y con su prudencia administrar, organizar y economizar
la vida eclesial y espiritual de su rebaño. Esto que puede ser válido para una
situación concreta, es en su aplicación práctica donde aún más se manifiestan
los dones y los diversos carismas con los que el Espíritu Santo enriquece
siempre a la Iglesia a través de personas concretas, irrumpiendo y sorpren-
diendo al hombre en su vida.
El diaconado se encuentra introducido en varios mundos que le cuestionan: fami-
lia, trabajo profesional, inserción social e Iglesia. Como hombre casado no puede
olvidar a su familia, con lo que incluso antes del diaconado tiene un fuerte e in-
eludible compromiso.
No es de extrañar que el propio obispo, antes de proceder a la ordenación de un
diácono, recabe la opinión y el parecer de su esposa e hijos, con quienes se des-
envuelve en la vida de cada día, y que serán sus más íntimos colaboradores y con-
fidentes ( como un resonar del mensaje bíblico ), «« lo que Dios ha unido que no
lo separe el hombre »» El diaconado no es un pluriempleo, sino una dedicación
radical en su vida.
Y así, el diácono tendrá que ingeniárselas para, sin descuidar sus dedicaciones y
trabajos, atender con todo esmero a la familia. Planteamiento, por tanto, distinto
al de un clérigo célibe.
Habrá diáconos liberados que ejerzan un trabajo eclesial más específico, pero lo
normal es que continúen su vida profesional, como antes de recibir la ordenación.
Así, su profesión será su medio de vida. por otro lado, tendrá la responsabilidad
del clérigo - que lo es - y toda la carga del seglar cristiano, porque se trata de un
hombre a caballo entre estas dos tensiones.
115

Quién pueda dudar que la vida profesional, en el campo que se quiera, será un terreno
digno de una presencia cristiana por su autenticidad, seriedad en el rendimiento, y
cómo no, por su comunicación y atención a los demás.
Si, como es frecuente el diácono se ordena ya mayor y está inmerso en el mundo,
en un ambiente familiar, de amigos, etc., su integración al diaconado no puede ser
una ruptura con el pasado ni desconexión con sus ambientes habituales, sino una
comunicación de su propia vida social, donde también hace falta ser - luz y sal -.
Continuamente hay que revisar cómo se integra un diácono en la Iglesia, que no
es presbítero ni laico, sino una nueva forma de ser miembro vivo a la que tenemos
que ir acostumbrándonos y, sobre todo, son ellos mismos los que han de ir descu-
briendo su autenticidad.
Sin embargo, el diácono debe ser un hombre lleno de sabiduría y de Espíritu San-
to; es un escogido de entre los muchos discípulos. También es un hombre dedica-
do a la oración y al ejercicio de la Palabra, aunque, quizá, se nos quiera decir que
está más inserto en la tarea humana de los laicos que el qué hacer primordial y
específico de los Doce, que hoy sería el presbiterio. 131
La apertura hacia el futuro, no es solo desde el cambio de actitudes huma-
nas, ni desde posiciones reivindicativas, colegiadas, tomadas en asambleas,
expuestas como panaceas que van a cambiar la vida y concepción de la Igle-
sia, o como recientemente hemos leído en un periódico local 132 que reproduce
en cartas de los lectores una reivindicación ácida, grotesca, de muy mal gusto,
distorsionada por cierta amargura y por una visión muy parcial e incompleta
de lo que es el Diaconado Permanente. Por otra parte, los citados escritos,
reflejan cierto drama personal de sus autores que se sienten y se manifiestan
como estafados, como ignorados entre la masa de creyentes, como condena-
dos al silencio opresivo por un tipo de jerarquía eclesial que no les tienen en
cuenta. Eso no es así ni así son los pastores que nos presiden y gobiernan, ni
así es la Iglesia que manifiestan. Con esa actitud, estamos haciendo más in-
franqueable la apertura de este camino para los convocados por el Espíritu,
hacia este servicio diaconal. Servicio que hay que comenzar a comprenderlo
desde la humildad, sabiéndose indigno de ejercerlo.
Por otra parte solo es el Obispo de la Diócesis quien ha de convocarlos,
quien ha de ver la necesidad y si bien es cierto, como hemos visto, que el cle-

131
GÓMEZ MARÍN,RAFAEL. Familia Cristiana. Nº. 4 / 1.991.
132
LEVANTE. El MERCANTIL VALENCIANO. Lectores. Pág 42 día 17-09-1.998 y Pág 45 día 24-09-
1.998
116 El Diaconado Permanente

ro es cada vez más escaso, el Diaconado Permanente no es para suplir ni para


llenar huecos de obreros en la mies. Tiene su propia vocación totalmente in-
dependiente pero complementaria al presbiterado. Tiene sus propias funciones
y no son parcelas de poder, lo que se intuye por lo que se entiende en los es-
critos mencionados, sino servicio en la caridad, servicio en la liturgia, servicio
en la evangelización. Servicios, que efectivamente, lo desarrollan laicos en
todos los lugares, pero que con la Gracia que imprime el sacramento del Or-
den, este servicio se sitúa dentro de la tradición de la Iglesia y se le da la im-
pronta, las energías y las señas indelebles del Espíritu Santo que forma la
identidad del ministro ordenado, para siempre vinculado a la Iglesia.
La apertura al futuro está en abandonarse a la acción del Espíritu Santo
que da la capacidad de vivir, conocer, amar, compartir, servir y morir por el
otro, por el prójimo, cualquiera que sea.
La apertura al Espíritu es dejar impregnarse de Él a través del conocimien-
to de Jesús, de la intimidad y vivencia personal en la escucha de la Palabra y
en la oración silenciosa, de la que brota el agua clara que da color y sonido,
fecundando con su rico venero la vida del cristiano.
La apertura al Espíritu comienza por no tener miedo de Él, por no calcular
ni tratar de instrumentalizar su acción con razones y presupuestos. Porque el
Espíritu sorprende y la mejor actitud que se puede tener es la de dejarse sor-
prender por la Fantasía de Dios y de no defenderse de su acción renovadora,
de su acción explosiva, de su acción creacional y así
conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento. Así os llenaréis del to-
do de la plenitud de Dios. El que, actuando eficazmente en nosotros, puede reali-
zar muchísimo más de lo que pedimos o pensamos». ( Ef 3,19- 20ª)
Toda esta maravilla sólo es posible encontrarla en la Iglesia, una Iglesia
que sirve al hombre, una Iglesia diakonia que amamanta, guía y protege en la
libertad de los hijos de Dios, proponiendo el misterio de la salvación a todos y
en todos los tiempos hasta la Parusía, hasta el cumplimiento visible de la pro-
mesa de una segunda venida.
Esta Iglesia siempre estuvo presta y atenta a la voz del Espíritu, que in-
ducía en el pensamiento de sus hijos la necesidad de replantearse siempre el
ponerse de nuevo al día, el de trazarse la urgencia de evangelizar y de presen-
tar al hombre de cada día su auténtico rostro de fe, de esperanza y de amor.
117

Karl Rahner en 1.960, recién anunciado la celebración del Concilio Vati-


cano II, y ante lo que esperábamos del Concilio, se expresaba de esta manera:
Pero en vista de la situación actual del mundo y de la historia, de los problemas
surgidos y de los nuevos por surgir todavía, en vista de una mentalidad que cam-
bia con velocidad prodigiosa y capta el mundo entero, la del hombre positivista,
científico de la naturaleza e industrial, se podría en sí pensar y desear que el
Evangelio sea predicado nuevamente, la verdad dicha de una manera en la que la
antigua verdad de la revelación cristiana eternamente vigente sea de nuevo repen-
sada, formulada, desde la mentalidad del hombre de hoy, cuyos comienzos y di-
ficultades de comprensión sean considerados de antemano y como indudables,
para presentar así al hombre la eterna verdad de Cristo con no más dificultades e
impedimentos de lo que es inevitable, cuando la alta verdad de Dios busca entra-
da en el hombre estrecho, preso de prejuicios y pecador. 133
Cabría hoy decir, cuarenta y cuatro años después de la publicación de esta
reflexión, que la velocidad de cambios en la mentalidad y en la apreciación de
los valores éticos y morales, el propio concepto antropológico de hombre
frente a la familia, la cultura y la sociedad, ante el hecho trascendente del acto
religioso, ante la inmediatez de la información que el fenómeno de «aldea
global» nos está envolviendo, la tremenda facilidad con que nos transporta-
mos de un lado a otro, el intercambio cultural, los fenómenos de integrismo,
de terrosismo, etc., han fomentado el hambre de espectáculo que ha incitado
en las gentes y parecen haber convenido, que los valores genuinos cristianos
son meras opiniones y opciones personales de una minoría a extinguir..., por
lo que cabe repensar con Rahner de nuevo la urgencia de
que el Evangelio sea predicado nuevamente, la verdad dicha de una manera en la
que la antigua verdad de la revelación cristiana eternamente vigente sea de nuevo
repensada, formulada, desde la mentalidad del hombre de hoy..
En cada ocasión que aparezcan signos de nuevos tiempos la Iglesia tendrá
respuestas creativas que vendrán a impulsar la marcha de sus hijos hacia el
Padre.
El hilo conductor por el cual los acontecimientos encuentran su sentido y
teje las esperanzas que forman la urdimbre de la fe y se hace presente en la
historia de los protagonistas. En la Iglesia el protagonista es el Espíritu y a
golpe de grandes momentos, de acontecimientos, vamos encontrando una

133
RAHNER, KARL. Para una Teología del Concilio. Cuadernos Taurus. Madrid 1962.- El subrayado
es mío.
118 El Diaconado Permanente

ubicación en la cual posicionarse y desde la que se vive para el otro, descu-


briendo hermanos con los que compartir la gran aventura que comenzó en la
propia creación y desde donde se es proyectado hacia ese Cristo total, que ya
Teilhard de Chardín intuía de:
una Iglesia viva cuyo centro divino es Cristo, el verdadero punto omega,134
que al mismo tiempo es principio y fin.
La Iglesia del futuro será más sencilla en muchas cosas. No juzgará de todo, no
decidirá sobre todo, en donde no sea competente...
En el futuro se tendrá una religión de libertad, que no restringirá el espacio libre y
las características particulares del hombre, ya que, donde actúa el espíritu del Se-
ñor, allí está la libertad...
La Iglesia del porvenir se hace ligera para ser móvil. No ambiciona hacerse con
pesados y poderosos aparatos, como las demás sociedades que sólo pueden contar
con la fuerza de sus instituciones...
Una Iglesia misionera es creadora: desposeída de sí misma, no se aferra a las ins-
tituciones del pasado como si la vida dependiera de ellas; ésta, en cambio, inventa
nuevas instituciones según las llamadas del Espíritu y las necesidades del tiempo;
acepta incluso confiada en la vida que tiene el Espíritu, acepta incluso el riesgo de
una muerte institucional si parece requerirlo el servicio del evangelio. Misionera,
la iglesia es comunicante, vive en simbiosis con su ambiente cultural y social,
prueba sus verdades y sus valores; no está erizada en fortificaciones, ni atrinche-
rada en la defensiva, ni armada para la conquista». 135
A propósito del Cardenal Köenig, fallecido recientemente, me impresionó
verle sentado en el suelo con centenares de jóvenes, hablando y cantando,
compartiendo la oración de Taizé allá en la década de los 70… ¡Cómo co-
nectó con todos!, ¡Cómo aproximó la Iglesia al codo con codo de la experien-
cia juvenil…! Es indudable que nos encantaría poder vivir ya esta experiencia
de Iglesia. Pero es más importante y eficaz estar siempre dispuesto a servir a
la Iglesia allá donde uno se encuentre, pese a que no le guste del todo. En la

134
TEILHARD DE CHARDIN, PIERRE. La activación de la energía. 2ª ed. Taurus 1.967.146
135
CARDENAL KÖENIG, Diciembre 1.974. Para leer Historia de la Iglesia, tomo 2 .EVD 1.991. 230
Texto citado en J. F. Six, Le courage de l'espérance. Seuil, París 1.978, 257 y 270. )
119

obediencia está la creatividad, negándose uno así mismo, muriendo todos los
días por los demás, es cuando uno encuentra y descubre la auténtica vida.

16. LA COHERENCIA EN EL MINISTERIO DE LA PALABRA

La apuesta hacia el futuro es la fidelidad al Evangelio, es la proyección


escatológica que acaba en boda. La boda del cordero profetizada en el Apoca-
lipsis y en la que el creyente en su vida, al recorrer el mismo itinerario que
inició el pueblo de Israel, experimenta cada una de las etapas del crecimiento
personal de esa fe, en los grandes cinco momentos de la Historia de Salva-
ción:
La Creación, que en el hombre toma conciencia de lo eternamente nuevo y crea-
tivo del Amor de Dios, sintiéndose querido y aceptado tal como uno es y además,
descubre que no le pide nada a cambio.
La Elección cuya proyección está en la historia de Amor y requiebros con que
Dios regala con ternura de Padre al hombre en su libertad. Descubriéndose único
y exclusivo.
La Alianza que se traduce en promesa de felicidad y cuya fidelidad mutua, que es
para siempre, se desarrolla a través de la atenta escucha de los grandes aconteci-
mientos que configuran su propia historia y que son signos del Amor de Dios en
el hombre.
El Diálogo permanente a través de los profetas, la respuesta del hombre salmo-
diando, haciendo de su sufrimiento y alegría, de su fracaso y desesperación, de su
esperanza y su frustración, gritos de Amor en el silencio de su yo...
El Cumplimiento en la experiencia vital y personal del conocimiento de un Jesús
asequible, humano, amigo, íntimo, real, auténtico Dios encarnado en la realidad
humana, respuesta a todas las preguntas y cuestiones que lleva el hombre impre-
sas en su vida, como si de una señal indeleble de pertenencia configurara su
carácter. 136
Antes del Concilio Vaticano II la Biblia no penetraba en los hogares. La
«vulgata» era una traducción del hebreo y griego bíblicos al latín, la misa se
desarrollaba en esa lengua y las traducciones al castellano además de ser esca-
sas no eran frecuentes. Esta constitución conciliar impulsó una aproximación
a las fuentes originales con actitud científica e ilusionada por acercar, no sólo
la traducción sino la comprensión y ubicación del entorno vital en que fueron

136
COLLADO BERTOMÉU, VICENTE. Reflexiones Bíblicas. IDCR Cursos Monitor Bíblico
120 El Diaconado Permanente

desarrollados los acontecimientos y escritos bíblicos. La liturgia ha hecho


comprensible la Palabra de Dios y ha permitido acercar los textos Sagrados
que pasaron de los anaqueles polvorientos a ser leídos, a ser celebrados…
Indudablemente la Dei Verbum fue el complemento preciso para encarnar en
el hombre del siglo XX la Palabra de Dios: Jesucristo.
Una sorprendente respuesta ha surgido en la Iglesia a lo largo de estos
últimos cuarenta años. La Palabra de Dios ha sido traducida, comentada, re-
flexionada, escrutada; se ha manifestado en la vida del hombre y éste la ha
recibido como es, con la debilidad, con miedo y con temblor, porque muy
bien ha experimentado que la Palabra de Dios arroya el monumento intelec-
tual de las seguridades con que el hombre se protege e irrumpe en su concien-
cia generando comportamientos radicales, si se es capaz de acogerla sin pre-
supuestos ni elucubraciones. Hablar aquí del ministerio de la Palabra, nos
transporta a la necesidad de conocerla, de hablarla con la vida, de entenderla
desde la propia opción personal. Es así cómo se transmite y cómo se predica...
porque proclamar la Palabra evangélica supone «que de lo que rebosa el co-
razón habla la boca» (Mt 12, 34 y paralelo Lc 6, 45: «de la abundancia del
corazón habla la boca»), asumiendo que antes de que llegue esa Palabra a los
labios, sea colmado el corazón de aquello que se vive.
Señor, tú me sondeas y me conoces.
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos percibes mis pensamientos.
Disciernes mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a la boca,
ya, Señor, te la sabes toda…» (Salmo 139, 1-4)
El aspirante a Diácono Permanente debe profundizar en las Sagradas Es-
crituras, escrutar cada versículo, extraer su savia con la que va a alimentarse.
Impregnarse de la sabiduría es orar desde la contemplación, es rastrear y en-
contrar el venero que conduce al tesoro escondido y que va a enriquecer tu
propia vida con los valores que no son cotizables por el mundo.
Cuando acudí a vosotros, hermanos, no me presenté con gran elocuencia y sabi-
duría para anunciaros el misterio de Dios; pues entre vosotros decidí no saber otra
cosa de Jesús, Mesías, y éste crucificado. Débil y temblando de miedo me presen-
121

té a vosotros; mi mensaje y proclamación no se apoyaban en palabras sabias y


persuasivas, sino en la demostración del poder del Espíritu, de modo que vuestra
fe no se fundase en sabiduría humana, sino en el poder divino. (1Co 2, 1-5)
Es indudable que en la vida del Diácono Permanente hay una simbiosis
entre lo carismático y lo cotidiano, entre lo excepcional y lo ordinario. Este
equilibrio no debe condicionar aquello de creativo que surja, aquello que no
se pueda controlar por lo repentino y explosivo de la inspiración carismática.
Quizá sea ese el punto donde la Gracia del Espíritu se manifieste para el bene-
ficio común, ya que hoy se precisa tener un lenguaje que permita ser entendi-
do por personas totalmente incapacitadas para la escucha de la Palabra de
Dios.
Así como el poeta se despierta en el hombre por un acontecimiento ines-
perado, la creatividad de este ministerio se soportará también en aquellos
acontecimientos que no se esperen y que, sin duda, la vida aporte a la persona.
Si está atento a su propia vida y si es consciente de todas las pequeñas cosillas
de cada día, descubrirá la paternidad de Dios, y como un hijo enamorado,
dócil y manso, fluirá de sus labios la alabanza y la buena noticia, la acción de
gracias y su permanente conversión al Amor. Esta es la clave del lenguaje
para que sea ilustrado y acogido el mensaje del Evangelio: Fidelidad a la Pa-
labra. Y es en la Palabra donde recobra el poder de fecundación el mensaje.
Transmitir la Palabra con elocuencia es hermoso, confortable para el oído,
pero no todos tienen esa capacidad del intelecto. Quizá la inspiración carismá-
tica permita anunciar con originalidad y fluidez la fantasía profética, porque
hay zonas en el corazón del hombre que va creando mientras sueña, cuando
imagina, cuando se entusiasma con el mensaje. La certeza de que la Verdad
Evangélica es un tesoro que llevamos en vasos de barro nos permite conocer
nuestra precaria realidad y nos llama a tomar una conciencia responsable del
ministerio del Diaconado
Las verdades han venido a ser como lengua peregrina para la mayoría de los cris-
tianos, y el modo de predicarlas es como un idioma desconocido: tan apartado
está de la sencillez de los Apóstoles y por encima de la común capacidad de los
fieles; y no se advierte bastante que este defecto es uno de los signos más sensi-
bles de la senectud de la Iglesia y de la ira de dios sobre sus hijos 137

137
Errores de Pascasio Quesmel. Condenadas en la Constitución dogmática «Unigénitus» 8 Septiembre
1.713. Clemente XI. Dz. 329
122 El Diaconado Permanente

Después de tres siglos nos encontramos que el «Sitz im leben» 138 es simi-
lar al nuestro, pero con notables diferencias, ya que nuestra realidad está di-
mensionada por la increencia, y la de aquél entonces, por la no inteligencia
del mensaje, por la ignorancia de los cristianos que acusaban a la Iglesia de
ser senil, con lo que ello conlleva de torpeza, de estar pasado de moda, de
estar muy achacoso..., En cambio hoy no hay una cristiandad unánime por
convicción, aunque las generaciones sucesivas partan de un bautismo o de una
incorporación más o menos consciente al pueblo de los creyentes.
En la proclamación de la Buena Nueva, la Palabra que se anuncia es ac-
ción que hace inteligible la vida, por este motivo son inseparables: «Palabra y
Vida». Una palabra refrendada por la vida de quien la pronuncia tendrá co-
herencia, será escuchada y poseerá el poder de fecundar, pero si su vida se
separa de quien la pronuncia sin involucrarse en ella, sin aportar la caja de
resonancia de la propia vida del hombre, no tendrá germen de vida, la palabra
será estéril, árida y vacía.
El ministerio de la Palabra no sólo es predicación, y aunque el don del en-
tendimiento la haga inteligible para quien la escuche y la acoja, el don de la
prudencia aconsejará cotejarla con la vida de quien la proclame. Vivir la fide-
lidad a la Palabra es la única predicación posible que pueda penetrar en el
hombre y se sienta exhortado y animado a la acogida de la Buena Noticia.
Cuando pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente en mi corazón; pero,
si quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que está en el
mío. Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra que hay
ya en el mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el sonido de la voz
hace llegar hasta ti el entendimiento de la palabra; y una vez que el sonido de la
voz ha llevado hasta ti el concepto, el sonido desaparece, pero la palabra que el
sonido condujo hasta ti está ya dentro de tu corazón, sin haber abandonado el
mío. 139

138
Traducido significa: Contexto existencial, vital. Frase alemana convenida con que designan los biblis-
tas desde principios del siglo XX y que Herman GUNKEL fue el primero que se apoyó en ella en su «In-
troducción a los Salmos. Edicep. Valencia. 1.983»: el entorno, el contexto vital, donde se desarrolla un
hecho concreto bíblico y cuyo acontecimiento debe ser entendido desde la perspectiva y situación del
hagiógrafo inspirado que lo escribe.
139
SAN AGUSTÍN Sermón 293, 3: PL 38, 1328-1329. Se puede leer en el Oficio de Lectura del III
Domingo de Adviento.
17. MARÍA. MADRE Y MAESTRA. MODELO PARA LA IGLESIA

La Iglesia nos va gestando poco a poco en su regazo de madre y con su


prudencia, nos previene y nos protege. Ella es el germen, la anticipación del
Reino de Dios, signo de un mundo nuevo que convierte en sacramento la es-
peranza de los hombres que quieren buscar en ella el sentido total de su exis-
tencia, para poder compartir con sus hermanos la alegría de tal hallazgo en
Jesucristo resucitado. Respuesta a todas las preguntas y consuelo a todas las
esperas, que por la lentitud de la gestación de las cosechas, éstas se hacen
impacientes
El Camino de la Iglesia es el propio Cristo y el caminar por Él no es una
aventura para pioneros exploradores solitarios, sino una gran peregrinación en
la que todo un pueblo itinerante va en busca de la Verdad y de la Vida.
La Iglesia tiene como modelo a María que guardaba en su corazón todo
aquello que con la expresión de su FIAT, ha dado sentido, cauce y respuesta
en la redención: la encarnación de Jesucristo
El cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino
que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los
hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la
muerte; una muerte de cruz.( Flp 2, 6-8)
María guardaba con esmero en su corazón todo aquello que le sobrepasa-
ba, trocando su sufrimiento en firme y fecunda esperanza. Su seno es la basí-
lica, el templo primero de la contemplación del misterio. Desde tan recóndito
y virginal lugar se expande la explosión de la plenitud de su Gracia porque es
conocedora desde el origen que la Palabra de Dios contenida en su seno se
proclama diciendo:
Aquí estoy, he venido para cumplir, oh Dios, tu voluntad. Pues, según esa volun-
tad, quedamos consagrados por la ofrenda, hecha una vez para siempre del cuerpo
de Jesucristo. .( Hb 10, 7.10)
María como madre de Jesús, siempre está próxima a su hijo. Acompaña
paso a paso y asociándose con Él, queda resaltada su fidelidad al estar siempre
en un segundo término, en actitud de servicio, en actitud de presteza, en acti-
tud humilde, en actitud de oración contemplativa.
124 El Diaconado Permanente

Su disposición inicial de escucha al Ángel del Señor hace de su silencio y


asentimiento, que su papel sea de suma importancia en el plano de la Salva-
ción divina.
Respondió María: - Aquí tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu pa-
labra». (Lc 1,38)
Disposición de servicio, de total disponibilidad con la vida y ante la muer-
te, sin ser dueña de sí misma por hacerse esclava ante su Señor. Disposición
total. Disposición de servicio que realiza sin que nadie lo perciba. Sin ser
vista, sin ser contada entre las primeras, pero imprescindible. Sin ella seguir-
íamos siendo esclavos del pecado.
En todo tiempo se ha identificado a María con las imágenes bíblicas que
configuran algunas de las características, que a modo de icono representan la
impronta del misterio que en Ella se encierra como custodia y sagrario vivo de
Jesucristo.
Es pues, aquella imagen de nube que protege en el desierto la marcha del
pueblo de Israel. (Ex 13, 21) (Temor reverencial ante la presencia de Dios)
La zarza ardiente que no se consume. ( Ex 3, 2) (Promesa divina de fideli-
dad)
La tienda de la reunión. (Ex 25, 8ss; 29, 4) (Lugar santo en medio del
pueblo)
El arca que lleva la alianza.( 1 S 6, 19) (Trono de la presencia terrena del
Dios invisible)
El santuario de la gloria del Señor. (1 R 7, 48-50) (Lugar santísimo donde
solamente tiene acceso el sumo sacerdote, Cristo)
La hendidura de la roca que Dios cubre con su mano mientras que pasa su
gloria. ( Ex 33, 20-23) (Seguro e inmaculado refugio desde donde Moisés
sólo pudo ver la espalda del resplandor del Señor)
María es madre, una madre que gesta en su seno, desde una fe sin pregun-
tas existenciales, la fe de una Iglesia, la fe de los cristianos. Una madre es
todo don, entrega, servicio, diákonia, aliento y ánimo de quienes siguen a
Jesús.
125

María es el primer ser sirviente que brinda con su SI la apertura a la tras-


cendencia al género humano. María ha recibido la revelación fundamental que
resume las promesas del Antiguo Testamento por el ángel y la ha aceptado
con fe, con su ¡Hágase!. En esta acogida de la Palabra de Dios por parte de la
fe de María, se ve la sumisión y obediencia a la Palabra de Dios como repre-
sentativa de toda la humanidad; Palabra a la que ella se somete y no es otra,
sino la que le anuncia su divina maternidad.
Dios contaba con ese acto libre, pero eficazmente previsto. Aparece una
relación directa entre la fe de María que acepta la Palabra de Dios y el hecho
de concebir en su seno al Salvador. La salvación no le llegaría a María por su
participación directa en el hecho de la encarnación sino por un fenómeno pre-
vio, por el contacto personal, por la fe, con la gracia que viene por una revela-
ción.
Y la actitud de María es el modelo propuesto en una evangelización, una
línea de vida y conducta que pueda hacer presente al hombre de hoy los de-
signios del amor de Dios a todos y cada uno de lo mortales, para participar en
la Resurrección.
Si el hombre dice: « ¡Sí!, ¡Hágase!»; acoge en su seno la Palabra de Dios
que engendra vida eterna y ese contacto íntimo y personal producirá a su
tiempo, los frutos de la gestación: Un hombre nuevo. Por ello es María la
Madre de la Nueva Evangelización.
126 El Diaconado Permanente

18. SER DIÁCONO PERMANENTE HOY

El Concilio Vaticano II recupera el Diaconado como ministerio estable, de


la tradición de la Iglesia Primitiva y nos lo ofrece como posibilidad a tener en
cuenta en el trabajo pastoral de cada Iglesia local, e injerta de nuevo en el fluir
de nuestras venas, el testimonio atávico de Vicente, para que asimilemos que
ser cristiano es ser imitador de Cristo, incluso hasta la muerte.
Desde que se reinstauró el Diaconado Permanente y su posterior puesta en
marcha por las diferentes Conferencias Episcopales, se ha escrito y hablado
con bastante frecuencia, alimentando muchas ilusiones y abrigando esperan-
zas de los seglares.140 Muchos se proyectaban hacia el futuro desde la vaga
comprensión que se tenía de la primitiva Iglesia. 141 Este conocimiento tan
escaso era suficiente para idealizar la «nueva figura del diácono.» 142 del que
no se tenía patrón de comportamientos ni modelo al cual imitar. 143 La expe-

140
En la Iglesia anterior al Concilio y durante el mismo, se tenía un concepto del seglar que ahora nos
hace sonreír, pero que en el propio Concilio en el esquema correspondiente para su aprobación se dio la
siguiente definición: «que no pertenece al orden jerárquico ni al estado religioso aprobado por la Iglesia».
El Obispo auxiliar de Panamá Marcos Mc Grath, logró introducir una seria rectificación al sentir de muchos
padres conciliares. Su argumento salió con solidez y fuerza para ser considerado y propuesto para una
redacción a debatir definitivamente. « El Santo Concilio enseña que los seglares son los fieles que, admiti-
dos por el bautismo en el Pueblo de Dios, sirven al Señor en el estado común de los cristianos y realizan
por su parte la misión de todos el pueblo cristiano en el mundo, pero no pertenecen a la jerarquía».
Congar, Küng y O´hanlon. Discursos Conciliares. pág 269-270. Cristiandad 1.964
La redacción definitiva : «Por el nombre de laicos se entienden aquí todos los fieles cristianos, a
excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso recono-
cido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautis-
mo, constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y
real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo»
Lumen Gentium, 31
141
Hay que entender que el pueblo llano, los seglares, prácticamente no tenían acceso a los estudios
teológicos, ni por supuesto a la Patrística. El latín y el griego eran las lenguas escritas con que todos los
documentos y escritos primitivos soportaban la información que nos ocupa. La liturgia era en lengua latina,
los documentos oficiales de la Iglesia también lo eran.
142
Lumen Gentium, 29 b. « se podrá restablecer en adelante el diaconado como grado propio y perma-
nente de la jerarquía.»
143
Las Iglesias Orientales han mantenido siempre la figura del diácono como grado estable. Entre las
diversas funciones está la de servir de puente de unión entre el presbiterio y la asamblea. Esta ubicación en
la liturgia es signo de lo que su función contiene: el servicio «diakonoi».
127

riencia que teníamos del diácono, estaba basada en la observación litúrgica y


en el escaso tiempo que ante nuestros ojos permanecía, ya que era un grado
transitorio, fugaz, del Sacramento del Orden, al que se accedía como paso
previo a la definitiva ordenación de Presbítero. Afortunadamente hoy, en mu-
chas diócesis, es habitual ver ejerciendo su oficio a diáconos permanentes en
diversas celebraciones litúrgicas, o al menos es más frecuente verlos en tele-
visión, en actos multitudinarios, ya que son muy visibles al llevar la estola
trasversal al cuerpo.
Este signo externo del vestir litúrgico no pasa desapercibido porque dife-
rencia, dentro del ministerio, la función de servicio con la sacerdotal. Estamos
pues, habituados a reconocer al diácono, pero aún así, hay una gran confusión
en la apreciación de la dignidad ministerial que conlleva, en el sentido de su
ministerio, en el de su función, en el de su utilidad hoy. Quizá esta concep-
ción, por ser vistosa, sea la que empobrezca el concepto diaconal de un minis-
terio estupendo que todavía queda por descubrir. Se confunde su identidad, o
mejor, se proyecta hacia su identidad un cúmulo de revestimientos que empo-
brecen un oficio tan rico y eclipsan su auténtica misión, su genuino ministerio.
La ordenación de los diáconos se diferencia de la de los presbíteros en la
que éstos no actúan junto al obispo que oficia, significando con ello que el
diácono está al servicio del obispo. El diácono recibe el don del Espíritu que
le hace capaz para la acción ministerial de servir y actuar desde la eficacia que
le imprime su ordenación, siendo esta ordenación diferente de la del sacerdo-
cio ministerial, de la cual participan los presbíteros.
En cierto modo su carisma es una realidad «abierta»: recibe el carisma del Espíri-
tu bajo la autoridad del obispo y por ello está capacitado y puede hacer todo aque-
llo que le encargue el obispo. 144
Las comunidades cristianas que gozan la experiencia de tener un diácono,
sí conocen muy bien lo específico de este grado de la jerarquía puesto que el
compartir la misión, el ser beneficiario de su ministerio despeja dudas y colma
curiosidades. Su acción en la comunidad tiene sentido y la cercanía de su ser-
vicio, hace que se asuma con total normalidad su presencia. El Diácono Per-
manente es un miembro de la comunidad, inserto en el mundo secular del que
ha sido separado y que por la acción del Espíritu Santo esta totalmente inte-
grado en ese mundo en virtud de la ordenación diaconal. Está en medio de su
pueblo no para presidir la comunidad sino para servir.
144
SCHILLEBEECKX, EDWARD. El ministerio eclesial. Responsables en la comunidad cristiana.
Pág. 88 Cristiandad. Madrid. 1983
128 El Diaconado Permanente

Hay diócesis que no tienen todavía experiencia ni patrón próximo para


configurar una idea de lo que debería ser un Diácono Permanente y ante dicha
ausencia, se ha de desterrar en nuestra mente aquello que distorsiona el con-
cepto ministerial auténtico y genuino del Diácono Permanente.
La carencia de un modelo diaconal estable nos permitirá configurar la idea
de lo qué debe de ser un diácono, si previamente despejamos del pensamiento
aquello que pueda distorsionar el concepto ministerial auténtico y genuino del
Diácono Permanente. No sirve plasmar con la imaginación y la creatividad
llenando de conceptos novedosos, un catálogo de fronteras que delimiten una
esencia. Hay que sustituir esos conceptos bienintencionados que la fantasía
construye en torno al diaconado y separar lo que es el trabajo a desarrollar, la
forma exterior o la impronta primera que se tiene del quehacer diaconal, por
tanto, esta es la tarea prioritaria: Un acompañamiento vocacional que oferte
ese seguimiento a Jesús como un proyecto de vida serio y dinámico, facilitar
el enriquecimiento de la aportación personal e inédita e intransferible de las
actitudes que se cultivan en el interior del alma humana que desea convertir
su vida en servicio a sus hermanos, a la Iglesia.
La actual reflexión teológica y pastoral se conduce hacia el ser, hacia la
esencia del diaconado, por lo que todo aquello que configure su actividad en
el ejercicio diaconal, las funciones que hayan de realizar, las que oportuna-
mente cada pastor decida en su diócesis, pasen a ser objetivos secundarios que
nazcan del concepto vital del ser diácono, porque ser diácono va más allá de
los contenidos con que se trate de estereotipar un perfil idóneo de candidato
que reúna todas las tareas o cosas que hacer.
Muchos aspirantes quieren ser diáconos desde la perspectiva del hacer, de
ejercer, de confirmar lo que uno ya viene haciendo, denotando con ello un
gran desconocimiento personal de lo que significa aquello que se desea. Intro-
ducir solo esta concepción, sería traicionar en parte el espíritu que guió a la
instauración del diaconado: el ser del diácono.
Hacer se viene haciendo siempre, pero ser consciente de qué se hace y por
qué se hace es otra cosa. Tomar identidad del acto, identificarse con el hacer
ya es un principio del ser, de asumir la identidad y reconocerse, porque una
cosa es el hacer como capacidad requerida en un oficio y otra muy diferente el
ser como naturaleza impulsada por la gracia sacramental de estado. Ser impli-
ca un acto existencial, así como el hacer es acto de soberanía del individuo. La
129

voluntad de ejercer la soberanía con el auxilio de las potencias del alma, con
el riesgo de equivocarse y la capacidad de poder rectificar, con la seguridad de
sentirse libre y ejercer la libertad, el poder decidir, el aceptar, el rechazar, el
hablar o el guardar silencio; son características del ser. Ser en un cristiano
significa que el obrar, el pensar y el actuar está orientado desde el deseo firme
de imitar a Cristo.
Solemos proyectar nuestra idealización personal con aquello que ansía
nuestro corazón; aunque en alguna ocasión se halle en ello algún agente que
sea la causa del acrecentamiento de una vocación, por lo que purificando
aquello que hay de ansia y alguna imagen de fantasía que aporta nuestra ima-
ginación, y tras una interiorización sincera de búsqueda y diálogo constante
con el Señor, se estará en disposición de iniciar un proceso de discernimiento
que avoque hacia la manifestación pública del «deseo de dedicar la propia
vida al servicio de la Iglesia, para gloria de Dios y el bien de las almas». 145
Una decisión libre, vital, que vincula para siempre al ser llamado por quien
tiene el carisma del discernimiento de espíritu y en quien prueba lo que de
sentimiento y verdad hay en ese deseo del aspirante.
La aplicación y el desarrollo del Concilio a lo largo de estos casi cuarenta
años ha dado un auge al mundo de los seglares, facilitándoles a encontrar su
identidad como integrantes del Pueblo de Dios, han ido asumiendo su corres-
ponsabilidad en la misión de la Iglesia, en el apostolado146 y han alcanzado,
por su disponibilidad y modo de actuar, la participación total en la evangeli-
zación, administración y ejecución de tareas muy comprometidas.
Al ser una importante novedad dentro de la Iglesia la posibilidad de reins-
taurar en nuestra diócesis el Diaconado Permanente, se han suscitado una
serie de desconfianzas acentuadas por la inseguridad de la primicia, repitién-
dose esta misma situación que la que atravesaron todas aquellas diócesis que
en sus respectivas circunscripciones eclesiásticas lo restablecieron. Hubo

145
Determinaciones del Episcopado Español. Documento aprobado por la XX. Asamblea Plenaria del
Episcopado. Madrid, 17-22 de Junio de 1.974
146
José Hoffner, Obispo de Münster Alemania, durante el Concilio disertó en el debate del apostolado de
los laicos la siguiente comunicación: «El apostolado de los laicos no consiste formal y principalmente en
cumplir los encargos que la jerarquía les encomienda, sino en el ejemplo de una vida verdaderamente
cristiana y en la responsabilidad de instaurar un orden temporal conforme a las normas de la justicia y la
caridad». Sigue más adelante diciendo: «lo que puedan cumplir los laicos por su propio trabajo y respon-
sabilidad, no ha de acapararlo el clero, salva siempre la estructura jerárquica de la Iglesia.» .» Congar,
Y., Küng H. y O´hallon D. Discursos conciliares. Cristiandad. Madrid 1964. 89
130 El Diaconado Permanente

cuestionamientos147 en casi todas ellas manifestándose ciertos temores y algu-


nos sin sabores. De aquella experiencia entresacamos algunos argumentos
repetitivos, idénticos a los que aquí se expresan.
En algunos sectores presbiterales se detecta cierto rechazo hacia el Diaco-
nado Permanente de candidatos casados; manifestando la sospecha y la pre-
ocupación de que la llamada a ser diácono, fuese como pago al servicio que
prestaba el laico comprometido a la Iglesia y de esta manera se le promocio-
naba a un orden jerárquico a través de la ordenación ministerial. Hay presbíte-
ros que ven la posibilidad que en este ministerio ejercido por laicos casados,
sea como un modo indirecto de romper el celibato o de tener a gente compro-
metida a tiempo parcial…
El asimilar la cultura de cambios tan extensos que originó el Concilio, in-
tuyeron que viendo su cota de poder muy mermada, algunos incluso recelaron
de que los diáconos permanentes venían a compartir lo que de diezmos o pri-
micias pudiera quedar...
Estas actitudes quizá surjan de un desconocimiento, de una falta de expe-
riencia real de personas concretas, y sobre todo por el temor a lo desconocido
y novedoso, y es que una novedad siempre es un conocimiento con percep-
ción vital.
Generacionalmente se irán despejando los obstáculos y aclarando las
incógnitas que dificultan al clero más mayor, aceptar esta realidad con que el
Espíritu Santo sorprendió a los padres conciliares cuando su institución.
Cuesta percibir la importancia de este tercer grado del sacramento del or-
den porque aflora a la superficie ese rechazo, ese impedimento subconsciente
colectivo que hay entre muchos presbíteros, para tomar en serio las intencio-
nes de algunos laicos en su disposición a la vida consagrada, que como el
matrimonio, también es de por vida.
Existe miedo a vincular de por vida a estas personas que manifiestan su
intención generosa de entregarse a un servicio diaconal. Sucediendo lo mismo
con los ministerios de lector y acólito. Son carismas que surgen para la edifi-
cación de la Iglesia. Estos temores han de alejarse si se ejerce el discernimien-

147
Estas tensiones se trataron en el Simposio sobre el diaconado de la Iglesia en España, celebrado por
el comité para el diaconado, patrocinado por la Conferencia Episcopal, entre el 18 y 20 de abril de 1.986.
Edice Madrid 1.987.
131

to, si en verdad se conoce al candidato y se le acompaña en su formación


específica. Es verdad que quienes manifiesten esa intención a ser llamados, no
todos van a poder ser admitidos para ser posteriormente elegidos. También es
verdad que siempre, en la elección idónea del candidato, se corre el riesgo de
equivocarse. El Espíritu Santo también asiste a quienes ejerzan ese riesgo, con
el don de la Sabiduría para poder corregir los fallos humanos, y también rega-
la el don de la Fidelidad y de la Perseverancia.
...para señalar aquí la categoría del diácono, cuando éste ya no realiza propiamen-
te los preparativos del sacrificio, ni de la distribución de las sagradas especies eu-
carísticas, toda vez que son tareas que se asignan a los auxiliares laicos, hemos de
decir que tales acciones por parte de los seglares tienen de hecho carácter de solu-
ción de urgencia o de necesidad, porque son propias del diácono en razón de su
ministerio y consagración. La respuesta ganará aquí en precisión, si no se con-
templa el ministerio sacerdotal sólo en sus funciones de celebración del sacrificio
de la misa y de perdonar los pecados, lo que es una visión medieval, sino que se
entienda más bien dicho ministerios desde la «participación interna en la acción
de Cristo». Y así habría que decir: cualquier cosa que el diácono realiza en el
cumplimiento de su ministerio, la cumple «en Cristo, con Cristo y por Cristo», su
acción representa en todo la acción de Cristo, incluso cuando hace las mismas co-
sas que había hecho de seglar, antes de su consagración. El ministerio sacerdotal
es primordialmente una definición y marca personal del hombre, del que se sigue
después funcionalmente su acción propia calificada como una acción sacerdotal.
148

Se detectó que algún grupo seglar, al constatar que algunos laicos eran
llamados al ministerio diaconal, manifestaron sus recelos, y estas incompren-
siones motivadas por la sospecha de restar categoría y competencia a los te-
chos alcanzados o disminución en el campo ministerial propio del laicado,
generaron una objeción incomprensible a este gran logro del Concilio Vatica-
no II que involucraba a los seglares en la viva participación de la Iglesia, po-
tenciando al laicado para ejercer por oficio aquellos ministerios, carismas,
dones y servicios que para la edificación de la Iglesia son precisos. Algunos
de ellos pueden ser instituidos de forma permanente o extraordinaria, pero
siempre vienen a enriquecer a la Iglesia, ya que su servicio es para los demás,
para el pueblo y nunca para uso personal buscando un beneficio, un prestigio,
una manera de destacar. Todos los servicios, ministerios y carismas que sur-
gen para la edificación del pueblo de Dios, la Iglesia, son por gracia del Espí-
ritu Santo, de cuyo regalo no somos merecedores.

148
AUER/RATZINGER. Curso de Teología Dogmática. Tomo VIII La Iglesia. Herder. 333
132 El Diaconado Permanente

Entre los signos de la renovación cristiana de nuestros tiempos está la


conciencia de laicado como parte activa en el pueblo de Dios, y ésta concien-
cia se ha ido cultivando desde el concilio Vaticano II, mostrando un desarrollo
ejemplar, una pujante toma de identidad que ha ido desplazando los conceptos
clericalistas preconciliares, pero también con el peligro anejo, de caer en un
extremo de excesivo laicismo. El punto intermedio es difícil de lograr si no se
posiciona y define las diferentes opciones que hagan atrayente y comprensible
determinadas formas de servir al bien común, con actividades y tareas que
forman en el conjunto eclesial, la vida material y espiritual, de la que surge la
liturgia, que es el modo ordenado de relacionarse unos con otros en este pere-
grinar, en el gran culto al Padre.
El concilio habla de un estado laical, de un laicado y de los seglares, otorgándole
en la misión de la Iglesia una participación específica y necesaria en todos los as-
pectos. Y al comienzo del decreto sobre el apostolado de los seglares escribe,
««Porque el apostolado de los seglares, que surge de su misma vocación cristiana,
nunca puede faltar en la Iglesia... Y nuestros tiempos actuales no exigen menos
celo en los seglares, antes bien, las circunstancias actuales les piden un apostola-
do mucho más intenso y más amplio…»», Más también los seglares, por su parte
partícipe del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometi-
do en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo. En reali-
dad, ejercen el apostolado trabajando para la evangelización y santificación de los
hombres, y animando y perfeccionando con el espíritu evangélico el orden de las
cosas temporales. Y como lo propio del estado de los seglares es vivir en medio
del mundo y de las ocupaciones temporales, ellos son los llamados por Dios (y no
por la jerarquía), para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostola-
do en el mundo a manera de fermento. 149
Ambas posiciones fueron fruto del rechazo a la novedad, a un mal enten-
dimiento de que los dones del Espíritu Santo son dones gratuitos y los caris-
mas que afloran, vienen a enriquecer la epidermis eclesial, a complementar las
aportaciones al bien común de los hijos de Dios.
El obispo con su autoridad administrará la conveniencia o no de la instau-
ración. Pero lo que no podemos es cortar de cuajo, talar cualquier brote que
nazca incipiente, porque puede que cortemos la oportunidad de tener un fron-
doso bosque de alabanza y bendición donde la entrega generosa de la vida sea

149
AUER/RATZINGER. Curso de Teología Dogmática. Tomo VIII. La Iglesia. Herder. 338.
133

el oficio que tome como icono a Cristo servidor, adquiriendo en El la capaci-


dad de proclamar en medio de esta sociedad que El es el único Señor.
Nadie recibe un don para beneficio propio sino para el servicio de la co-
munidad, y estas posiciones son debidas a que ambos colectivos reparan solo
en el hacer, en la tarea, en la actividad y percibían con alguna dificultad lo que
de original aportó el Concilio Vaticano II, lo que en común tenemos todos: La
vocación a la santidad. Vocación por excelencia de la que nadie es excluido.
Juan Pablo II nos gritaba hace unos años en Santiago de Compostela, en
Czhestokova, en Denver: ¡No tengáis miedo a ser santos!, ¡es hora de que
desde las terrazas, desde las azoteas gritemos a las gentes la Buena Nueva...!;
Lo volvió a gritar en París, en los Campos Elíseos. Y él, como Pablo, a tiempo
y a destiempo. Hay que seguir gritando si es preciso, de que Jesús ha resucita-
do, que está vivo y tiene la Vida eterna inédita para cada uno de nosotros...
Al concluir las Jornadas Mundiales de la Juventud en Toronto, Juan Pablo
II dirigiéndose a los 600.000 jóvenes allí congregados les dijo:
Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; por el
contrario, somos la suma del amor del Padre por nosotros y de nuestra real capa-
cidad para convertirnos en imagen de su Hijo.
En los momentos difíciles de la historia de la Iglesia, el deber de la santidad se
hace todavía más urgente. Y la santidad no es una cuestión de edad. 150
En una carta pastoral del Arzobispo de Milán en la cuaresma de 1.957 de-
cía:
Considerad el sentido religioso como la apertura del hombre hacia Dios; la incli-
nación del hombre hacia su principio y último destino; la advertencia vaga, enrai-
zada intuitivamente en la conciencia, del propio ser dependiente y responsable; el
gesto nativo de la naturaleza humana en actitud de adoración y súplica.
Termina con una cita de San Agustín:
Una conciencia íntima... invita a las almas mejores a buscar a Dios.» 151
Todos los cristianos son llamados a vivir la santidad y el Diácono Perma-
nente casado que está enraizado profundamente en el mundo, vive sirviendo
desde su experiencia gozosa del amor fundado en el matrimonio como signo
visible de santidad, siendo para sus hijos la mejor escuela, donde se vive
aprendiendo a tomar conciencia de bautizado y ser en su propia comunidad

150
JUAN PABLO II. Jornada Mundial de la Juventud. Toronto, 28 de Julio de 2.002,
151
CARDENAL J. B. MONTINI. El sentido religioso. Carta pastoral Cuaresma 1.957. Sígueme 1.964.
Colección Iglesia siglo XX nº 10. 19–23.
134 El Diaconado Permanente

familiar, en su Iglesia doméstica, icono de la familia de Nazaret que muestra


la sencillez, la humildad y la alabanza.
La familia es el útero de la Iglesia 152, donde se gestan las grandes virtudes
y la santidad para sus hijos.
Recientemente ha salido en la prensa diaria una noticia que viene a refor-
zar el planteamiento anterior que dice así:
Mora Mateo, magistrado del Tribunal Supremo de Aragón y padre de once hijos,
afirma: «Según cuentan, el único de los peticionarios que presentaba curriculum
en Bioética, no ha sido nombrado como vocal de la Comisión de Reproducción
Asistida, por sus creencias o por pertenecer a una asociación cuyas ideas no gus-
tan» ( Opus Dei). Según el escrito de este magistrado, que es miembro de la Aso-
ciación Española de Bioética (AEBI) y de la Asociación de Familias Numerosas
de Aragón, «en un Estado de Derecho, la religión, la ideología o el ejercicio lícito
del derecho de asociación no pueden ser nunca un perjuicio para acceder a un
cargo público profesional. Cuando una persona se asocia con otras legítimamente
no debería preocuparle que eso le pueda perjudicar para acceder a cargos públi-
cos». Según el magistrado, «sostener que una posición ante el derecho a la vida
no es objetiva sólo porque es distinta a la propia, y valorar esa postura en relación
con el nombramiento, es pensamiento único, totalitarismo ideológico y esconde
además miedo a la libertad, miedo al diálogo, inmovilismo y rechazo al progre-
so.153
Y aquí estamos, ubicados en la sociedad que nos toca vivir, y no se trata
de escandalizarnos sino de reconocer con humildad nuestra impotencia ante
tan abrumadora increencia, ante tan colosal torre de babel que confunde nues-
tra propia identidad. Es bueno conocer estos y todos los males que nos ace-
chan, pero con una gran dosis de tranquilidad podemos recostar nuestra mente
hacia el descanso al que nos invita el Salmo 23:
El Señor es mi pastor y nada me puede faltar... aunque camine por cañadas oscu-
ras, nada temo: Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan,

152
«los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que manifiestan y partici-
pan del ministerio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo y la Iglesia, se ayudan mutuamente a santi-
ficarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de los hijos, y, por tanto, tienen en su condición
y estado de vida su propia gracia en el Pueblo de Dios. Pues de esta unión conyugal procede la familia, en
la que nacen los nuevos ciudadanos de la sociedad humana, que por la gracia del Espíritu Santo quedan
constituidos por el bautismo en hijos de Dios para perpetuar el pueblo de Dios en el correr de los tiempos.
En esta como Iglesia doméstica los padres han de ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, tanto
con su palabra como con su ejemplo, y han de fomentar la vocación propia de cada uno, y con cuidado
especial la vocación sagrada.» L. G. 11 Concilio Vaticano II
153
MADRID, 23 enero 2003 (ZENIT.org).-
135

porque estamos seguros de que el Señor está con nosotros y nos protege,
ya que en todas las relatos en que Jesús se aparece a los discípulos exclama
siempre: ¡Soy yo no temáis! ¡No tengáis miedo, soy yo...!
No debemos cerrar los ojos ante lo que no va bien, sino preguntarnos por las cau-
sas y las razones de nuestra situación y por las relaciones de la Iglesia con el
mundo moderno o post-moderno. Las contradicciones con las que chocamos pa-
recen duraderas. No podremos cambiarlas rápidamente. 154
El Diácono Permanente y todos los cristianos, deben tener siempre pre-
sente que la presencia de Jesús es real. Que el Espíritu Santo es la fuerza que
nos renueva, nos hace nuevos cada vez. La confianza del niño a sus padres es
la novedad constante con que se despierta a la vida cada mañana y ni se pre-
ocupa de qué comerá ni con qué se vestirá, ni a donde irá ni quién le llevará.
No tiene miedo, confía sin medida.
Esta actitud de despreocupación o mejor, de abandono en manos de la
confianza natural al Padre que vela hasta de mis pasos y mis juegos, es la
actitud que Jesús trata de enseñarnos con parábolas, con pequeños midrash,
con muestras de su infinito amor al decir que, quien no sea como los niños no
entrará en el reino de los cielos... El niño jamás pierde su capacidad de asom-
bro, su alegría, su natural expresividad le hace ser espontáneo, sin miedo al
ridículo ni al cálculo de un comportamiento fingido que busca o compra afec-
tos... Santo Domingo Savio, adolescente de catorce años y discípulo de San
Juan Bosco, repetía «que nosotros hacemos consistir la santidad en estar
alegres», de esta manera en aquel Oratorio de Valdocco, sentían y vivían el
Evangelio sin prejuicios, con la misma actitud que mostraba Jesús...
El santo de la vida diaria, el santo vecino que convive, disfruta, sufre, se
alegra, llora o ríe es la actitud natural del hombre inserto en el mundo y que
no dimite por ser elegido a tarea tan ardua como es la de estar llamado a la
santidad.
La Iglesia de los comienzos primitivos tenía muy asumido que eran san-
tos:
a la Iglesia de Dios de Corinto, a los consagrados a Cristo Jesús, con una voca-
ción santa. (1ª Cor 1, 2.)
Son santos en virtud de la llamada a la santidad hecha al pueblo de Israel:

154
SESBOÜE ,BERNARD. ¡No tengáis miedo! Los ministerios en la Iglesia de hoy. Sal Terrae. Santan-
der 1.998. 20.
136 El Diaconado Permanente

Tu Israel, siervo mío: Jacob, mi elegido; estirpe de Abrahán, mi amigo. ( Is 41,


8), Yo soy el Señor, vuestro Dios, santificaos y sed santos, porque yo soy santo.
Yo soy el Señor que os saqué de Egipto para ser vuestro Dios: sed santos, porque
yo soy santo. ( Lv 11, 44s). El Señor habló a Moisés: -Di a toda la comunidad de
los israelitas: Sed santos, porque yo, el Señor, soy santo (Lv 19, 1s). Sed para mi
santos, porque yo, el Señor, soy santo y os he separado de los demás pueblos para
que seáis míos. (Lv 20, 26)
Fundamento del orden humano es la santidad; lo cual dice que el hombre en sus
relaciones con otros hombres, se abre a la trascendencia última de Dios, y que la
santidad tiene una dimensión de conducta responsable. La fórmula reiterada “Yo
soy el Señor” subraya y hace consciente la orientación trascendente de la conduc-
ta. En el contexto judío la santidad de Dios funda y orienta con mandatos y prohi-
biciones, la conducta de una comunidad “santa” (Ex 19,5) o consagrada al Se-
ñor155
Querer ser santo es el querer normal del cristiano, es responder o estar en
actitud de respuesta a la llamada a la santidad, es tener la certeza en la credibi-
lidad de la Palabra de Dios que somos nación santa, que somos santos en
nuestra ciudadanía y pertenencia y aunque esto es tarea de toda una vida y no
se consigue de una vez para siempre, nos permite conocer nuestra precarie-
dad. Ante esta indigencia permanente que acarreamos en nuestro caminar
hacia el Padre, nunca podemos estar confiados ni achacar a nuestros méritos
lo que no estamos seguros de conseguir. La santidad se nos ha dado gratis
porque Dios ha hecho una elección personal en cada uno de nosotros y respeta
escrupulosamente nuestra libertad aún haciendo una alianza, por la que pasa-
mos a ser de su propiedad personal. Siempre podemos rechazar la santidad y
siempre tenemos la capacidad de regresar al itinerario de la santidad. Está en
nuestra libertad, por eso muy sabiamente decía San Felipe Neri:
Señor, no te fíes de mí. Señor, ten de tu mano a Felipe, que, si no, un día, como
Judas, te traicionará; porque al dos por tres yo te la juego...
Bien sabía él de la precariedad humana, quizá por eso me inculcaron de
niño, que no me canse nunca de pedir cada noche en la oración por mi perse-
verancia final, porque siendo que es una Gracia de Dios que no merecemos,
podamos lograrla por la insistencia pueril y confiada a la llamada de su Mise-
ricordia.

155
ALONSO SCHÖKEL, L. Biblia del Peregrino. Edición estudio. Tomo I Volumen A.T. Prosa. 1ª
nota a pie de página. Mensajero. Bilbao 1.996. 259.
137

El pueblo cristiano, por lo general, está de acuerdo con lo constituido en


el Concilio Vaticano II, pero la sociedad de los años sesenta difiere mucho de
la actual en cuanto al logro y consecución de mayores cotas de libertad, de
inhibición y de cambio socio-cultural que en tres décadas y media han cam-
biado el panorama mundial.
...es típico del hombre de hoy: su pensamiento se inclina con facilidad sobre sí
mismo, y cuando se ilustra en la propia conciencia parece gozar en la certeza y en
la plenitud. Esto no quiere decir que haya peligro con este método. Corrientes fi-
losóficas de gran renombre han ensayado y propagado esta fórmula de actividad
espiritual del hombre como suprema y definitiva, más aún, como canon y fuente
de la realidad, impulsando al pensamiento a conclusiones abstrusas, desoladas,
paradójicas y radicalmente falsas. Pero esto no quita para que la formación en la
búsqueda de la verdad reflejada en el interior de la conciencia sea de por sí misma
altamente apreciable y se encuentre hoy prácticamente difundida como expresión
exquisita de la cultura moderna. Como tampoco quita para que, bien coordinada
con la formación del pensamiento para descubrir la verdad allí donde ésta coinci-
de con la realidad del ser objetivo, el uso de la conciencia revele siempre mejor a
quien lo realiza, el hecho de la existencia del propio ser, de la propia dignidad es-
piritual, de la propia capacidad de conocer y obrar. 156
Es cierto que lo valores que propugna el cristianismo son valores eternos y
no pasan de moda, sin embargo la oferta cristiana no se hace tan creíble por la
incoherencia que presentamos los propios cristianos. La oferta de nuestras
acciones pastorales, nacen en su mayor parte, estériles. El lenguaje que usa-
mos es diferente al utilizado por el mundo; hay veces que nuestro hablar va
impregnado de matices litúrgicos que no pueden fecundar los oídos porque no
penetran en las gentes, ya que la comprensión que se tiene hoy de las cosas no
permiten hacer planteamientos existenciales que consumen tiempo, más bien
cultivan un solapado ataque y un ignorado rechazo a la Iglesia como institu-
ción, la tildan de retrógrada, empeñada en controlar lo incontrolable... Perde-
mos el tiempo en defendernos y justificar nuestra acción ya que la defensa o
justificación de nuestras posturas se convierten en charlas apologéticas pro-
pias de tiempos románticos.
En nuestras manos está hacer creíble a las gentes, que es posible ser feliz
y ser coherente, pero para ello hay que hacer una conversión de actitudes y de
vida, convertirse de verdad a Jesucristo, con lo que ello supone.

156
MARTÍN DESCALZO, J. L. Pablo VI Encíclica Eclesiam suam. 1.964.. El concilio de Juan y Pablo.
BAC. 1.967. 688.
138 El Diaconado Permanente

Es posible que una de las misiones prioritarias del cristiano y más aún, del
ser Diácono Permanente en la Iglesia, sea formar familias en las que se cele-
bre y transmita la fe, dando a la generación siguiente un modelo de familia y
amor conyugal cuyo fruto inmediato sea una Iglesia doméstica imagen de la
gran Iglesia universal. Creo que el camino por donde estamos transitando en
este incipiente tercer milenio, es ese y el Diácono Permanente en especial,
tiene aquí un reto muy importante.
No se tiene fe si en otros no se ve y nadie es cristiano si no hay un cristia-
no antes. El cristiano debe tener claro que él es lugar de encuentro, causa se-
gunda, por la cual otros encuentren a Dios y para que se establezca esa posibi-
lidad debe vivir en plenitud la comunión eclesial, la contemplación y la inti-
midad con Jesús, la vivencia de los valores del Reino, el sermón de la monta-
ña..., palabras que vienen a iluminar profundamente las realidades del hombre
y le capacita para descubrir en su historia personal aquello que precisa ser
curado.
El respeto que se aprende en el ejercicio de la libertad induce en el hom-
bre una capacidad de aceptación del otro tal como es, pero el respeto a uno
mismo es un ejercicio arduo y difícil y sin embargo capital. Allá, donde en la
intimidad del hombre se encuentra consigo mismo, se produce el encuentro
entre el yo y su libertad, desprovisto de las circunstancias que le condicionan.
Es ahí, donde comienza el respeto así mismo. Un respeto desnudo de orna-
mentos e indumentaria que disfrazan y camuflan la autenticidad de la persona.
La Iglesia discierne sobre ti, y te humilla pensar que es un capricho lo de
la llamada, que es una frustración de juventud, que es merecimiento por tu
dedicación a la Iglesia o premio por tu generosidad, arrogancia oculta que
muchos tenemos por creernos merecedores de ese honor. Son tentaciones y
espejismos que se nos ponen delante de nuestra historia por aquel que nos
acusa constantemente.
Hay veces que conviene crucificar la razón y entrar en la voluntad de
Dios. Es más, es conveniente que la razón calle y se pliegue ante la contem-
plación del misterio, donde se manifiesta la voluntad de Dios mostrando su
proyecto de amor y felicidad exclusivo para cada uno, por que Él quiere que
seamos felices; y aunque esas tentaciones de la historia nos amarguen, nuestro
razonamiento, si se ilumina con la fe, reconoce que es el maligno quien inter-
139

preta tu propia historia. Con esa astucia fácilmente puedes llegar a maldecir
tu suerte.
La razón está muy condicionada con todo; frente a la historia es muy limi-
tada y choca con ella y aunque la fe ilumine la razón, hay preguntas que se
hace el hombre ante lo que no puede dominar. La fe es humilde ayuda a la
razón y aunque la razón no te lo diga, la fe sí te dice que Dios es amor y te
quiere como eres. En cambio si no tienes fe su hueco lo llena la soberbia y la
razón es guiada entonces por la soberbia, por lo que se hace inevitable un
choque frontal con la interpretación de tu historia, y te rebelas, y esa rebeldía
acaba en una idolatría del corazón.
Nuestra actitud de correspondencia con la Gracia nos va a permitir vivir a
plenitud la familia. Adquiriendo deseos de servir, tendremos recta intención
no buscándonos a nosotros mismos, siendo humildes reconociendo nuestras
debilidades y también, todos y cada uno de los dones que el Señor nos regale
para que los utilicen los demás, serán potenciados con nuestra disposición
permanente a perder la vida por todos.
Estas y muchas otras quizá, sean las cualidades que un candidato pueda
tener para el ministerio del diaconado, esto sólo la Iglesia puede apreciarlo al
discernir. Ser llamado a un orden sacramental, al diaconado, es reconocer un
modo de vida, una manera de actuar, de pensar, de vivir en plenitud la misma
vocación cristiana, pero con la profundidad del conocimiento de sí mismo
para ejercer desde la libertad el identificarse con Jesucristo. Ser otro Cristo.
Nuestras proyecciones quizá nos lleven a amalgamar lo que se cree que es
el diaconado con el hacer en el ministerio diaconal. Ser es la cuestión que se
debatía en Hamlet. Esta propuesta de William Shakespeare es el problema de
identidad como cuestión fundamental de la persona. Ser diácono es entender
que la vida tiene diversos estilos que valen la pena vivirlos, porque se vive
desde la gratuidad, desde la donación generosa a la voluntad de Dios que lla-
ma a través de la Iglesia.
Ser diácono tiene un componente diferenciador, está revestido de un orden
ministerial que le sitúa en medio del pueblo para servir en el camino de la
santificación de la comunidad, de la Iglesia, porque…
diácono no es uno que sirve a Cristo, sino uno que imita a Cristo en su acción
de servir. 157

157
SÁNCHEZ BOSCH, JORDI El diaconado. Cuadernos Phase nº 88. Centre de Pastoral Litúrgica.
Barcelona 1.998
140 El Diaconado Permanente

Proyectamos a veces aquello que nuestro corazón anhela e invade nuestra


mente un espejismo que puede alterar nuestra visión auténtica de la realidad y
es que por nuestra debilidad humana, hay un deseo mimético que trastorna la
verdad de una cosa y la extrapola hacia la subjetividad, haciendo creer y dese-
ar lo que no puede ser. El aspirante a Diácono Permanente debe conocer su
propia realidad personal, su auténtica ubicación en la vida y tener un dominio
sobre sí que le salvaguarde de la fragilidad de los deseos de ser alguien desta-
cado, alguien diferente a los demás. Sería esto como un cambio de identidad
que le alentara a asumir un rol diferente al suyo. 158
El problema del clericalismo en los laicos impide ser conscientes de esa
situación y ello comporta crisis de identidad que alteran la economía de los
carismas y servicios en una comunidad cristiana. Cada cristiano tiene su sitio,
su función y su identidad muy clara; no deseo utilizar la palabra «definida»
porque esto sería poner límites, limitar a la persona en su dimensión, ya que
para la efusión del Espíritu hay libertad e incontenible fuerza creativa que
supera las barreras que ponemos con nuestras paupérrimas concepciones.
La perspectiva de futuro del Diácono Permanente está en servir de puente
entre la cabeza y el cuerpo, una espina dorsal que no se ve pero necesaria para
vertebrar cada función que conexione a todas las demás. El Diácono Perma-
nente no es un funcionario de la pastoral, su apostolado consiste en ser un
testigo normal del evangelio, sin ninguna otra prebenda o prerrogativa que le
distinga. No es otro diferente al resto de las personas, porque tiene una familia
que depende exclusivamente de él al igual que las otras personas, porque vive
arraigado en el mundo, porque sufre y goza como los demás, porque es uno
más de la comunidad e integrado totalmente en ella a la que sirve imitando a
Cristo, dando y perdiendo la vida...

158
En una conversación entre aspirantes al Diaconado Permanente, uno de los participantes, expresaba su
ilusión en ser diácono para poder llevar la «tira alzacuellos» como distintivo externo que acreditase ante los
demás su pertenencia al clero. Algún otro aspirante, manifestaba su gozo en poder vestir el alba con su
estola transversal. Signo inequívoco de la confusión que existe en la identidad de un Diácono Permanente
ya que se sobre-valora la faceta litúrgica, la más vistosa, en detrimento de la totalidad del ministerio diaco-
nal. No se puede abarcar toda la profundidad y entender cada una de las características que configuran el
carácter que el sacramento del Orden imprime en el consagrado. El ser apartado del pueblo para estar en
medio del pueblo sirviéndole, no tiene que significar diferencia ni distinción sino digno signo sacramental
que reúna y dirija a la comunidad en el servicio, pero no en la presidencia. Las ansias clericales de ser
diferentes a los demás eclipsan la rica realidad que el laicado aporta en la cobertura de múltiples carismas y
ministerios en la Iglesia. Se requiere hoy una profunda y sincera reflexión en torno al ser, a la esencia de lo
que el Diaconado Permanente aportará a la Iglesia como expresión profunda y comprometida en la socie-
dad, en el mundo actual del tercer milenio que hemos estrenado.
141

Es en la comunidad eclesial donde el diácono permanente auxilia y com-


plementa al presbítero, adquiriendo en el servicio su máximo sentido como
signo sacramental que hace presente y próximo a Jesucristo. Sin la comunidad
o al margen de ella, no tiene sentido. Es en la comunidad de donde surgen los
carismas, las actitudes de servicio, el compartir. Adquiere sentido la vida que
ilumina la fe, descubres que el otro, tu hermano, es Cristo. Una comunidad
cristiana que descubre el esplendor de la fraternidad, de la donación, de la
oración y de la contemplación, está en la senda de la conversión y le facilitará
el vivir en la disponibilidad evangélica de la sencillez, en la cercanía y en la
alegría, en la imitación de Cristo se configura el ser del diácono expandiendo
su vida para generar amor desde la entrega a todos los marginados.
Es servir a la Iglesia en las tareas de caridad, es anunciar y derramar la Pa-
labra de Dios como proyecto de amor exclusivo a todos los hombres y es rela-
cionarse en la liturgia sirviendo al pueblo y al sacerdocio ministerial en la
Eucaristía.
El Diácono Permanente no viene a adornar el elenco clerical de la dióce-
sis. Su autoridad es el servicio y viene a servir ministerialmente, a ser el últi-
mo entre todos, a imitación e imagen de Jesucristo que vino a dar su vida co-
mo rescate por todos, y esta manera de servir que complace al Padre, es la
gran creatividad de la misión de Jesús al expresar qué es el servicio y cual
puede ser la diakonía a la que se invita a participar a los futuros diáconos de
la Iglesia.
Es cierto lo que se dice de aquél que renuncia al mundo por Dios, al final
tiene a Dios y al mundo y el que renuncia a Dios por el mundo, al final ni
tiene a Dios ni al mundo. Poderoso es Dios que le hace capaz de mirarse a sí
mismo y no ver diferencias en relación con los demás. No hay diferencia, sólo
el signo indeleble del Sacramento del Orden que viene a fortalecer al otro
Sacramento del Matrimonio, cuna y fuente de la vida.
Dice Valentín Oteiza que:
El diácono se ordena para vivir su existencia familiar, profesional y social bajo el
signo del servicio, particularmente ante los más necesitados; con lo que conse-
cuentemente proclama y recuerda a los cristianos –incluidos obispos y sacerdo-
tes-, que el servicio incumbe a todos; que esta misión de servicio proviene de
142 El Diaconado Permanente

Cristo y es una gracia o don otorgado por Cristo en el Espíritu, al que hay
que responder en fidelidad. 159
La llamada al servicio diaconal es precedida por una escucha atenta de la
Palabra que da confianza, que no sorprende súbitamente sino que lentamente
va calando y facilitando un diálogo continuo con el Señor, en el que se va
descubriendo la fuerza fundamental de la llamada que te invita a caminar en
constante búsqueda de la radicalidad de nuestra vida.
Las palabras de Dios no son en modo alguno como flechas que se disparan desde
la emboscada y que nunca se sabe a quién alcanzan. 160
El plan de Dios no es sorprender desde su omnipotencia puesto que te da a cono-
cer su Nombre por lo que Él renuncia a su misterio esencial y el hombre adquiere
poder sobre Él.161
Significa esto que le regala al hombre el don de la libertad, la capacidad
de negarle o aceptarle, de rechazarle o abrazarle.
Es cierto que el camino es costoso ya que el desprendimiento de muchas
posiciones de autoafirmación personal son desestabilizadas por las influencias
negativas del pecado, de la negación a la Gracia. Gracia que hay que pedir sin
descanso.
Profundizar en la oración haciendo partícipe al Señor, como el amigo más
anhelado y esperado, porque Él es la respuesta a todos los interrogantes que se
tienen. Reconocer que Jesús es el Señor de tu vida es el inicio de la docilidad.
Juan dice que «es necesario que Él crezca y yo disminuya.» ( Jn 3,30.) Él es
todo, es hacerse pequeño porque si nos hacemos como niños, esta actitud ni-
velará todas las ansias del corazón y obtendremos la sabiduría de reconocer el
camino de la vida.
Es cierto que buscamos la felicidad por donde no está, a través de la
búsqueda de sí mismo, en momentos de ofuscación y de malestar de la con-
ciencia. No hay mejor medicina que entonar el Salmo 50 (51). No hay bálsa-
mo mejor ni más grande que el dolor de los pecados. Es un gran don poder

159
OTEIZA, VALENTÍN. S.J. Diáconos para una Iglesia en renovación. Op. Cit. Vol. I. pág. 111.
Citado en Orientaciones para el Diácono Permanente en Chile. 1994 pág. 89. Conferencia Episcopal de
Chile.
160
URS VON BALTASAR, HANS. La verdad es sinfónica. Aspectos del pluralismo cristiano. Ediciones
Encuentro. Madrid 1.979. 17.
161
Ibid. 17
143

llorar por tus pecados y es una gracia enorme experimentar el amor de Jesu-
cristo. El maligno siempre trata de dividir, de fragmentar o dispersar el espíri-
tu de docilidad, de que surja una auténtica guerra civil en la conciencia del
llamado, para que no te creas que Dios te ama a pesar de tus pecados.
Estamos invadiendo el terreno al maligno porque realmente nuestro ad-
versario es Dios, que todos los días te dice que tu no eres dios, y sin una acti-
tud humilde, no te das cuenta que en tus acciones de soberanía solo te buscas
a ti, no eres capaz de entrar en la voluntad de Dios porque te incomoda. El
demonio sí es tu mejor amigo, puesto que te lo muestra cada día y te regala el
oído tratándote de complacerte, convenciéndote que tú sí vales y te mereces
más, que eres el mejor, que tienes ciencia y sabes lo que es bueno y lo que es
malo: eres dios. Y susurra al oído de tu historia lo que te gusta oír, lo que te
agrada escuchar... ¡Qué necios somos!
Con la verdad se nos engaña cada día. Las tres tentaciones de Jesús son
las mismas que se repiten todos los días, porque es muy poco imaginativo el
maligno: la tentación del pan, la tentación de la historia y la tentación del
prestigio y del poder. Si abrazamos la única Verdad andaremos seguros por el
Camino, confiados hacia la auténtica Vida. Jesucristo, mi Señor. Tú Señor.
Único modelo de Diácono en el cuál se puede uno reflejar.
He aquí que nuestro espejo es el Señor.
Abrid los ojos y miraos en él.
Conoced cómo es vuestro rostro
y proclamad la alabanza a su Espíritu,
limpiad de impureza vuestro rostro,
amad su santidad y revestíos de ella.
162
Y estaréis sin defecto junto a Él en todo tiempo.

162
Oda 13 de Salomón. Primitivo himno cristiano siglo I Diez Macho A. Apócrifos del Antiguo Testa-
mento III. Cristiandad. Madrid 1.982. 80.
144 El Diaconado Permanente

19. SINERGIA DE LA DOBLE SACRAMENTALIDAD.


ALGUNOS RETOS QUE BROTAN DE LA ACCIÓN DE SERVIR

De los regalos inesperados con que el Concilio nos sorprendió está el


afirmar la categoría de Iglesia doméstica para el ámbito familiar; ya San Juan
Crisóstomo decía a los esposos: que vuestra casa sea como una Iglesia.
los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su pa-
labra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y,
con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada. 163
En el hogar de la familia cristiana se inicia la transmisión de la fe a los
hijos. Ellos escuchan de forma privilegiada el Kerigma, el anuncio cariñoso y
tierno de que Dios les ama, que es un Dios personal que te conoce por tu

163
Lumen Gentium 11
145

nombre y te quiere como eres y con quien es posible relacionarse, descu-


briendo las múltiples presencias que su acción delata, facilitado por un con-
texto de oración y alabanza. Es la casa el lugar donde se comparte lo que se
tiene y donde la pedagogía del amor educa en valores, forja las virtudes que
les abre en amor hacia los demás. Esta es la Iglesia doméstica que propone el
Concilio.
La experiencia que se tuvo durante su celebración, y en los años posterio-
res, en que se desarrollaban Constituciones y se aplicaban las reformas; cono-
cimos vocablos nuevos en el discurso de quienes hablaban y escuchando que
éramos pueblo de Dios, que la familia era una Iglesia doméstica, se fue for-
mando la conciencia de familia cristiana que permitió descubrir el vínculo de
pertenencia a un pueblo donde nadie era ajeno.
Otra novedad que introdujo el Concilio Vaticano II fue la recuperación del
ministerio diaconal estable, practica habitual hace mil años. En muchas Igle-
sias ante la falta de presbíteros y ante las circunstancias pastorales que preci-
saban soluciones inmediatas, comenzaron a ordenar diáconos permanentes,
dejándose llevar por el impulso del Espíritu y viviendo esta gran novedad para
después reflexionar sobre ella. De aquí parten algunas experiencias que acon-
sejaron aplicar prudencia en la preparación de cauces que contuvieran las
turbulencias que la sociedad y la historia traían por aquellas épocas. Muchas
de las Iglesias particulares que no tenían la urgencia de dar tamañas respuestas
vieron, por la experiencia de tantos siglos, que la aplicación novedosa del
Diaconado Permanente aconsejaba ser precavidas en su instauración y prefi-
rieron desarrollar vías de acceso más lentas al Sacramento del Orden para los
laicos casados, pero ambas realidades eclesiales han sido fieles al Espíritu
Santo y en esto, que todos estamos de acuerdo, se ve la pluralidad de respues-
tas que da la Iglesia ante las circunstancias de carácter histórico y social inter-
pretando los signos de los tiempos. Todo ello manifiesta la sal, luz y fermento
signo de lo que es ser cristiano.
El ministerio diaconal estable es asumido por varones, la mayoría de ellos
contrajeron matrimonio y a través de dicho sacramento, formaron un solo
corazón y una sola alma, estableciendo una familia en la que por la efusión
de la gracia sacramental del Diaconado indirectamente hace partícipes a la
esposa y a los hijos.
La reflexión teológica nos permite buscar respuestas ante cuestionamien-
tos sociales, ante la realidad de la doble sacramentalidad del diácono perma-
nente. ¿Cómo es posible que un Concilio se atreva a introducir de nuevo algo
146 El Diaconado Permanente

que se extinguió?, ¿Son los signos de los tiempos un factor a tener en cuenta
para esta nueva presencia de la Iglesia ministerial en el mundo específico de
los laicos?, ¿Qué de novedoso trae que incremente la santificación, que signi-
fique ser un signo para la sociedad…?
En la historia de la Iglesia es posible encontrar respuestas, pero el escrutar
los signos de este tiempo, sin duda, nos facilitará el camino de comprensión
para aceptar que el regalo que la Providencia nos hace con el diaconado per-
manente será para el crecimiento espiritual y corporal de la propia Iglesia.
Siete son los sacramentos de la Nueva Ley, a saber, bautismo, confirmación, Eu-
caristía, penitencia, extremaunción, orden y matrimonio, que mucho difieren de
los sacramentos de la Antigua Ley. Éstos, en efecto, no producían la gracia, sino
que sólo figuraban la que había de darse por medio de la pasión de Cristo; pero
los nuestros no sólo contienen la gracia, sino que la confieren a los que digna-
mente los reciben. De éstos, los cinco primeros están ordenados a la perfección
espiritual de cada hombre en sí mismo, y los dos últimos al régimen y multiplica-
ción de toda la Iglesia.
- Por el orden, empero, la Iglesia se gobierna y multiplica espiritualmente, y
por el matrimonio se aumenta corporalmente 164
El ministro ordinario del sacramento del orden es el obispo y el efecto es el
aumento de la gracia, para que sea ministro idóneo. 165
Podría servir el vocablo sinergia 166 para expresar la doble sacramentali-
dad que en el diácono permanente se da. El diácono casado vive su matrimo-
nio con la gracia que le otorga el sacramento y posteriormente ha recibido en
su ordenación diaconal, la gracia que le capacita para su ministerio, con un
sello indeleble que imprime un carácter nuevo que jamás se borrará.
Hay dos realidades presentes en esta situación novedosa, cuya impronta es
la incertidumbre que presentan los dos sacramentos ante una aparente amal-
gama. El hombre que desea ser diácono será marcado con un carácter indes-
tructible y al mismo tiempo al ser esposo de una mujer, está vinculado a ella
hasta la muerte de uno de ellos.

164
DZS. 695 Decreto para los Armenios. De la Bula Exultate Deo, 22 Noviembre 1439. 201
165
DZS. 701 Decreto para los Armenios. De la Bula Exultate Deo, 22 Noviembre 1439. 205
166
sunergia (cooperación). Concierto activo y concertado de varios órganos para realizar
una función. Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española 1970
147

Estos dos acontecimientos en la vida del hombre cuestionan la naturaleza


del deseo humano ante un proyecto establecido y ejercido en el que dos seres
decidieron en su día ser carne de la misma carne y formar una unidad en el
vivir y en el sentir. Esta primera decisión llevada hasta la consumación de la
promesa es bendecida por Dios y otorga aquello que significa, la donación del
uno al otro como don y como proyecto unitivo de amor en el que se funda una
familia.
Cristo es el centro de ese amor, vitaliza toda una experiencia de creci-
miento hacia la madurez en el que la pareja se descubre y conoce, celebra su
matrimonio cada vez que la entrega de su amor mutuo progresa en conoci-
miento exclusivo de generosidad y comunión. Reside esta grandeza en el des-
cubrimiento del proyecto diseñado por Dios desde en el origen de los relatos
creacionales, cuando son conscientes los esposos del don inmenso que recibe
cada uno.
La esposa es el acontecimiento, lo mejor, lo extraordinario, lo exclusivo,
lo único por lo que vale la pena luchar y perder la vida. Es fruto del desvelo
permanente del marido, porque ella misma es don que recibe el esposo es-
pontánea y generosamente. Y el marido, en ese encuentro de intercomunión
personal es descubierto por la esposa como el amado en quien recibe su fuerza
y su razón de ser, en que ambos encuentran la estabilidad emocional, afectiva
y pasional que en la recíproca atracción les permite abrirse a la vida. Este es el
proyecto exclusivo que Dios confiere en el matrimonio. Dos vidas trazadas
desde la eternidad, hechas capaces para extraer desde el amor vida abundante,
germinadoras de existencia.
Cristo es el hontanar, fuente de vida que anima el caminar de la Iglesia,
porque es El quien rompe las fronteras que nos dividen y el consuelo de todas
nuestras dolencias. El diácono está llamado a hacer visible con su servicio a la
Iglesia, la presencia permanente de la diaconía de Cristo.
El diacono permanente en su estado matrimonial y en su estado clerical
posee un equilibrio que hace posible reflejar el amor de Dios sin fisuras, con
transparencia, potenciándose la gracia de ambos sacramentos que se visibiliza
y se hace tangible en
167
ser signo de lo que Jesús quería que fuese toda la Iglesia.

167
Decreto AD GENTES, 5
148 El Diaconado Permanente

La vida en familia, con todas las tensiones y gratificaciones que tiene,


ofrece la imagen ideal de una iglesia doméstica, una comunidad familiar don-
de se percibe vida intensa; su hogar es lugar de encuentro y acogida en el que
cada miembro se ayuda mostrando el rostro vivo y permanente del amor des-
interesado revelando la auténtica figura de la Iglesia.
Al incidir la doble sacramentalidad, el intercambio mutuo de la gracia de
estado, potencia en sus miembros la colaboración en la misión recibida por el
diácono siendo fuente de esperanza y de unidad para todos los hombres, des-
tinatarios finales de su acción de servir que imita a Cristo.
Pero en todo proyecto hay algo de humano que puede distorsionar y ser
signo de división y dicotomía que hace peligrar la misión diaconal. Cuando el
diaconado es simplemente un proyecto humano, orientado desde el esfuerzo
personal de quien aspira a conseguir su incorporación en el Sacramento del
Orden, desplaza la auténtica riqueza matrimonial y el regalo de Dios como
Iglesia doméstica, se devalúa. La sinergia sacramental que caracteriza la doble
sacramentalidad se deprecia de tal manera que predomina el carácter humano
convirtiendo en ídolo, el frío prestigio que resulta de la malversación del sa-
cramento del matrimonio.
No debería ser ordenado diácono permanente quien no tuviera muy claro
el horizonte de sus relaciones afectivas y humanas en el contexto matrimonial
y familiar. Desplazar a la mujer y a la familia del proyecto unitario de esta
doble sacramentalidad, que es a la vez reflejo del proyecto unitario matrimo-
nial entre un hombre y una mujer, incapacita la acción de servir puesto que ya
comienza no sirviendo en su ámbito matrimonial. Si uno no es capaz de per-
der la vida por los suyos difícilmente pueda perderla por los demás.
Cuando hablo de sinergia de la doble sacramentalidad soy consciente de
que estamos ante una frontera inexplorada y es verdaderamente difícil apre-
ciarla desde una perspectiva celibataria.
La experiencia de enamoramiento entre un hombre y una mujer es lo más
parecido que hay para expresar la mística del embelesamiento de un hombre
ante su experiencia de Dios. Podremos reflejar aproximaciones subjetivas
pero en la proyección del amor, cada ser humano es diferente y la sensibilidad
y delicadeza de sus relaciones permiten expresarlas de múltiples maneras, no
sirviendo ninguna de patrón de expresión espiritual y humana. Es cierto que el
amor de Dios al hombre es exclusivo y la respuesta ante el conocimiento de
149

ser elegido no tiene comparación con ninguna otra respuesta. Estamos en un


terreno totalmente fluctuante pero sí es estable el convencimiento que si no
hay un equilibrio emocional, una plena comunión y un apoyo de quienes están
involucrados por la decisión de quien aspira a ser diácono, tal proyecto es
personal y no puede pasar por la criba y el tamiz de la evidencia vocacional.
Hoy podemos presentar un ministerio encarnado en lo más íntimo de la
sociedad, en la célula madre constituyente de la vida donde se encuentra su
ADN: la familia cristiana.
La familia cristiana está llamada a tomar parte viva y responsable en la misión de
la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo a servicio de la Iglesia y
de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de
amor. 168
El futuro de la humanidad está impreso en el ADN de la familia como
proyecto de Dios porque el sacramento del matrimonio significa la unión de
Cristo con la Iglesia.
La familia cristiana, hoy sobre todo, tiene la especial vocación de ser testigo de la
alianza pascual de Cristo, mediante la irradiación de la alegría y del amor y de la
certeza de la esperanza de la que deben dar razón. 169
Esta circunstancia es vivida por la familia cristiana con la expectación y el
temor que la novedad añade, al difícil equilibrio social que ha de mantener.
Conserva una responsabilidad y custodia una imagen determinada ante el
mundo. El semblante que muestre la familia es el talante que se atribuirá a la
Iglesia y ese rostro debe reflejar el amor:
La familia cristiana edifica además el Reino de Dios en la historia mediante esas
mismas realidades cotidianas que tocan y distinguen su condición de vida. Es por
ello en el amor conyugal y familiar «vivido en su extraordinaria riqueza de valo-
res y exigencias de totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad» donde se expresa
y realiza la participación de la familia cristiana en la misión profética, sacerdotal
y real de Jesucristo y de su Iglesia. El amor y la vida constituyen por lo tanto el
núcleo de la misión salvífica de la familia cristiana en la Iglesia y para la Iglesia.
170

168
Exhortación Apostólica Familiaris Consortio 50
169
Exhortación Apostólica Familiaris Consortio 52
170
Exhortación Apostólica Familiaris Consortio. 50
150 El Diaconado Permanente

La efusión del Espíritu transmitida por la ordenación diaconal confiere la


gracia sacramental necesaria al marido diácono y le capacita para desarrollar
su ministerio; ni reemplaza ni aísla la gracia de estado recibida en el sacra-
mento del Matrimonio. Una y otra gracias se refuerzan, produciéndose así la
sinergia sacramental, que es el concierto activo y concertado de ambos sa-
cramentos en una nueva dimensión que refuerza la presencia activa de la Igle-
sia ministerial, y el testimonio cristiano que proyecta la familia en medio del
mundo en que vivimos; ambos sacramentos tienen en la dimensión espiritual
y corporal el crecimiento, tal como manifiesta el Decreto para los Armenios,
ya citado anteriormente:
De éstos, los cinco primeros están ordenados a la perfección espiritual de cada
hombre en sí mismo, y los dos últimos al régimen y multiplicación de toda la
Iglesia.
- Por el orden, empero, la Iglesia se gobierna y multiplica espiritualmente, y por
el matrimonio se aumenta corporalmente…
por lo que la cooperación sacramental en este caso, sugiere se ahonde en la
reflexión teológica en aras de una mayor comprensión de la sinergia de la
doble sacramentalidad.
La participación de la esposa en la configuración del ser y en la misión
diaconal del marido es necesaria, y es el primer referente que potencia la gra-
cia de estado matrimonial. Ella como cónyuge participa de los anhelos y espe-
ranzas de su marido, ambos oran juntos y en su corazón se manifiesta un
mismo palpitar y guardan el mismo sentir, juntos proyectan y se animan, se
corrigen mutuamente en los fallos y se alegran con los aciertos. Desde ese
caminar juntos se puede comprender, que la dimensión vocacional del diáco-
no no responde a un deseo egoísta de realización personal, ni es el proyecto
propio de entrega a una causa determinada. Supone un gran don de Dios para
esa familia porque viven su gracia desde ambos sacramentos.
Esta nueva actitud que presenta la familia del diácono casado, es aconte-
cimiento que cuestionará a muchos con la evidencia de la entrega generosa, al
ser su casa un lugar de encuentro y de oración, un hogar vivo donde se acoge
y celebra la amistad, donde siempre hay un sitio reservado para el necesitado;
y en el que uno de los esposos, cuando actúa «in persona Christi» sirviendo,
por la gracia sacramental del Orden recibido, hace presente visiblemente a
Cristo servidor en medio de un mundo que precisa de signos palpables y efi-
151

cientes que manifiesten su cercanía teniendo en su esposa la primera copartí-


cipe de la misión diaconal, y con sus hijos, muestra la puerta abierta a la gene-
rosidad de la vida.
El séptimo sacramento es el del matrimonio, que es signo de la unión de Cristo y
la Iglesia, según el Apóstol que dice: Este sacramento es grande; pero entendido
en Cristo y en la Iglesia (Ef 5, 32) La causa eficiente del matrimonio regularmen-
te es el mutuo consentimiento expresado por palabras de presente. Ahora bien,
triple bien se asignan al matrimonio. El primero es la prole que ha de recibirse y
educarse para el culto de Dios. El segundo es la fidelidad que cada cónyuge ha de
guardar al otro. El tercero es la indivisibilidad del matrimonio, porque significa la
indivisible unión de Cristo y la Iglesia. 171
¿Qué reto puede aportar el diacono permanente con su familia a la nueva
evangelización de una sociedad tan distinta de la que surgió el Concilio Vati-
cano II?
Con el signo indeleble del Sacramento del Orden, el Diácono Permanente
casado, viene a fortalecer su Matrimonio, cuna y fuente de vida de la que bro-
tan los hijos, está más próximo a los ancianos, especialmente de sus progeni-
tores, teniendo, por la gracia que le asiste, cierta misión profética para la so-
ciedad, y al ser un hombre de fronteras está comprometido en la evangeliza-
ción, tiene algo que aportar para el hombre de hoy, y entre los retos que se
presentan está el recuperar el sedimento y el sustrato de aquellas raíces cris-
tianas que permitieron abrir el horizonte de la Redención a un mundo en plena
efervescencia, un mundo que caminaba buscando su propia identidad, cons-
truyéndose como pueblo y adquiriendo una cultura, unos valores y una memo-
ria, las cuales poder transmitir y perpetuar a otras generaciones posteriores y
de una manera específica podría asumir, entre otros, aquellos desafíos más
entrañables para el corazón humano:
Celebrar y transmitir la fe, vivir a plenitud la familia dando a la genera-
ción siguiente modelos de familia, de amor conyugal y filial, cuyo fruto inme-
diato sea una Iglesia doméstica, imagen de la gran Iglesia universal.
Celebrar y transmitir la fe en la última etapa de la vida, en la ancianidad.
Mostrando un modelo de integración familiar donde los ancianos son queridos
y respetados, referencia necesaria para los nietos y apoyo para los padres.
Orientado a un sector muy débil del pueblo cristiano, que fueron integrantes
de la comunidad cristiana y que son víctimas de un creciente laicismo que
171
DZS. 702 Decreto para los Armenios. De la Bula Exultate Deo, 22 Noviembre 1439. 205-206
152 El Diaconado Permanente

provoca la pérdida constante de sus referencias. Muchos de ellos creyentes


comprometidos, que hoy permanecen aislados y en algunos casos separados
de ella, pero acogidos en instituciones que les brindan servicios y atención
humanitaria y en algún orden, desprovistos del hábitat de sus íntimas seguri-
dades, del equilibrio afectivo que todos los miembros de la familia proporcio-
nan…
Es evidente que los planteamientos de la sociedad moderna, aportan un
alejamiento en la relación entre personas y con las diversas instituciones,
permitiendo experimentar con mayor frecuencia la falta de sensibilidad hacia
las personas mayores, un distanciamiento paulatino de la sociedad, en la que
habiendo sido útiles en su momento y habiendo formado parte motora de la
familia, han pasado a planos marginales en su actividad, en su relación con los
otros y a la dependencia de otras personas que deberían brindarles, para el
bienestar de todos, su tutela y servicio con creciente intensidad, y que por
causas muy desiguales, buscan su solución fuera del contorno familiar.
Entre los parámetros que en estas realidades comprobamos, está la deja-
ción de dichas funciones y la delegación a esos establecimientos especializa-
dos la atención de los mayores.
No podemos juzgar a las personas y en esto, hemos de comprender que
cada situación va acompañada de circunstancias totalmente enigmáticas, y que
la caridad cristiana debe excusar siempre. La realidad es que las personas que
viven y están en estas situaciones, acogidas en un centro geriátrico o bien,
internadas en régimen de residencia, se les brindan debidamente los cuidados
y protección de un modo sistemático. En muchos casos, para el bien-estar de
los mayores no se contempla la atención a sus necesidades espirituales ya que
éstas pertenecen a un plano no evaluable por un protocolo de actuación. Este
hacer profesional, debe ser auxiliado por una aportación complementaria y
totalmente necesaria, que facilite a la persona su propia búsqueda para reco-
nocerse y poder crecer en su dimensión espiritual.
A estas alturas de la vida, algunas personas tienen esta experiencia: mu-
chas de ellas se reconocen abandonadas, excluidas de un mundo que hasta
ayer era el suyo. No todas las personas viven con la misma intensidad esta
sensación íntima, ni valoran por igual la interpretación de su historia personal,
pero en muchas de ellas anida algo de la frustración, del desencanto y la sole-
dad.
153

Un día, Jesús de Nazaret, yendo de camino le salieron al encuentro diez leprosos que
a gritos, le dijeron:
-Jesús, Señor, ten piedad de nosotros.
Al vernos, les dijo:
-Id a presentaros a los sacerdotes.
Mientras iban, quedaron curados. Uno de ellos, viéndose curado, volvió glorifi-
cando a Dios en voz alta, y cayó de bruces a sus pies, dándole gracias. Era sama-
ritano. Jesús tomó la palabra y dijo:
-¿No se curaron los diez? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios, sino
este extranjero?
-Y le dijo:
-Álzate, ve, tu fe te ha salvado. (LC 17, 11-19)
Este pasaje evangélico viene a alumbrar la comprensión de la evangeliza-
ción que nos mueve, ya que hace presente el proyecto fundamental de Jesús:
La Redención.
Sólo uno de los diez leprosos es redimido, los demás son curados y evi-
dentemente serán felices para siempre, porque solamente con el encuentro con
Jesús les ha bastado, sus corazones han quedado tocados y en los planes de su
misericordia favorecidos, pero sólo el que volvió, entendió que su historia
estaba bien hecha dando gloria a Dios. Conoció cara a cara el rostro de la
potencia creadora de Dios, los otros le conocieron de oídas porque no supie-
ron reconocer la beneficiosa acción de Dios en la historia de aquel día de pro-
videncia y redención.
El proyecto de evangelización se mueve enmarcado en el pasaje evangéli-
co de Lucas: Tiene presente a un solo leproso junto con otros nueve… Si a
uno sólo de los ancianos a quienes se dirige esta acción evangelizadora, le
llega la noticia de la Redención, cambiará su vida y con los demás, habrán
tenido un encuentro personal con Jesucristo, reconociéndole como Señor,
siendo garante de este acontecimiento personal, la Misericordia del Padre,
cuya trascendencia sólo Dios conoce.
Nos sentimos convocados por el Papa Juan Pablo II a volver a llevar la
Buena Nueva a las gentes necesitadas, a aquellas, que al igual que nosotros,
son: ciegos, leprosos, paralíticos, incapaces de amar, de sonreír y necesitados
de tantos afectos…
154 El Diaconado Permanente

La ancianidad es un valor que no hay que perder. La ancianidad es cum-


bre que alcanzan aquellos que poseen la sabiduría. Unos son conscientes de su
situación, otros detestan y les horroriza la imagen de su propio ser; algunos
son capaces de auto engañarse para distanciar en lo venidero sus temores,
muchos son realistas y aceptan la decrepitud sin remedio y sin más plantea-
mientos, mientras unos cuantos son conscientes de lo que son y sobre todo de
su identidad, de quienes son. Todavía tienen la facultad de esperar que ama-
nezca un nuevo día, y otro, y otro tras otro…, conocen su historia, tienen pre-
sente aquellos aconteceres de los años transcurridos. Unos son conscientes de
esa esperanza y otros no se preocupan de ella.
Hay quienes no pueden ya ni conocer, ni saber cual es su identidad y ni
siquiera comprenden qué es lo que esperan, a quién esperan y por qué espe-
ran. Son enfermos aún estando alguno sano… Pero en todos ellos hay algo
diferenciador del resto de los humanos más jóvenes: Han logrado traspasar el
umbral del tiempo y ello les otorga un privilegio de su senectud.
Dice Cicerón en su tratado «de la Vejez»,
que la culpa de las lamentaciones radica en el carácter de la persona no en la
edad (8) y más adelante dice en voz de Catón: que las armas más adecuadas para
la vejez son los principios y la práctica de las virtudes, las cuales, cultivadas en
todas las edades. Al término de una vida larga e intensa, producen frutos maravi-
llosos, no sólo porque nunca te abandonan, ni siquiera en el último extremo de la
vida, da mucho gozo la conciencia de una vida bien empleada y la memoria de
muchas bellas acciones» (9)
Todo esto que fue escrito 44 años antes de Cristo recobra sentido ilumina-
do por la luz de la Resurrección, ya que estos valores de felicidad, se van disi-
pando en el recuerdo de una sociedad que está cambiando y no es capaz hoy
en día, de reconocerse así misma.
La Eucaristía, catequiza y exorcita nuestros temores y es el centro de la
vida cristiana. Es la fiesta a la que por ser bautizados estamos llamados a ce-
lebrar. En muchos de los ancianos se guarda un sentido de lo sacro, también
difuminado por los años de distanciamiento, pero con una presencia muy viva
puesto que su situación personal actualiza en la memoria todo lo trascendente
cada vez que la recuerdan.
155

Eucaristía se asocia con vestido nuevo, con fiesta, con gratitud, con la
presencia de Jesús…, un Jesús dispuesto a dejarse encontrar en cualquier
momento y por cualquier necesitado, por lo que es un acontecimiento capital
para la fe. Este motivo hace importante la acción de acercar la Fiesta Eucarís-
tica a las personas acogidas en las diversas instituciones geriátricas que están
dispersas en la sociedad, invitándoles a su celebración desde la dignidad de la
persona humana en clave catequética y pedagógica, en clave catecumenal, en
clave de encuentro de uno mismo con sus orígenes personales y en clave de
provocación al hombre viejo que llevamos todos dentro, para que aflore lo
que de niño tenemos todos, lo que de capacidad de asombro provoca la acogi-
da de la Buena Noticia. En esta clave, libre de los prejuicios que amordazan
nuestra imaginación, podremos celebrar la Fantasía de Dios, que como bien
decía el emérito profesor Alonso Schökel: El Espíritu Santo es la Fantasía de
Dios.
Hace unos años en la revista Ecclesia 172 fue publicado un informe de la
Conferencia Nacional de los Obispos católicos de Norteamérica. Debido al
interés con que es tratado el diaconado y lo iluminador que resulta su expe-
riencia, aunque no es totalmente interpolable debido a notorias diferencias de
las realidades sociales y culturales existentes, remito a la lectura de dicho
documento que viene a facilitar un mayor conocimiento de la implantación
del diaconado en el mundo, en el umbral inmediato del Jubileo 2.000.
Para una mejor inteligencia del Diaconado Permanente también se puede
consultar en el CELAM las publicaciones referentes al Diaconado en América
Latina y los Documentos Eclesiales emanados desde Medellín a Santo Do-
mingo. La experiencia pastoral de aquellas Iglesias puede alumbrar nuestra
comprensión y contribuir al conocimiento del Ministerio aunque la realidad
sociológica y demográfica sean diversas a las que se dan en nuestro viejo
continente.
Conviene tener presente la realidad del Diaconado en las Iglesias cristia-
nas. Tanto la Comunión Anglicana como las Iglesias de la Reforma han asu-
mido la profundización teológica del Diaconado y en muchas de ellas desde la
mitad del siglo XIX, comenzaron a experimentar la creciente necesidad de
dar respuesta a los acontecimientos sociales caritativos. Algunas iniciaron
servicios de caridad a imitación de las primeras comunidades primitivas, pero
no respondían al carácter ministerial transmitido sin interrupción desde los

172
Ecclesia. Documentación. Estudio sobre el diaconado en los Estados Unidos. 23 y 30 de Agosto
1.997. nº 2.855-56. 34.
156 El Diaconado Permanente

apóstoles a los que en la Tradición Católica romana, la Comunión Anglicana


173
y la Iglesia Ortodoxa tiene en la actualidad. La Iglesia Luterana inició un
proceso serio de redescubrir el Diaconado a la luz de nuestros orígenes para
que responda a la búsqueda del hombre de hoy.
Como es obvio, para comprender la acción de servir en nuestros orígenes,
hay que iniciar una constante investigación en los dichos de Jesús y en la ac-
ción de servir tal como Él nos enseñó.

ANEXOS
I. DERECHO CANÓNICO

Los siguientes números indican el canon donde encontrar desarrollado su


enunciado y en el pie de página, de dicho texto, se encuentra el comentario
que hace referencia a la disciplina enunciada.

173
Declaración común sobre la doctrina del ministerio, elaborada por la Comisión internacional anglicano-
católica romana. Cantorbery, 1973
157

236.- Quienes aspiran al Diaconado Permanente han de ser formados


según las prescripciones de la Conferencia Episcopal, para que cultiven la
vida espiritual y cumplan dignamente los oficios propios de este orden:
1º los jóvenes, permaneciendo al menos tres años en una residencia
destinada a esa finalidad, a no ser que el obispo diocesano, por razones gra-
ves, determine otra cosa.
2º los hombres de edad madura, tanto célibes como casados, según el
plan de tres años establecido por la Conferencia Episcopal.
281 & 3.- Los diáconos casados plenamente dedicados al ministerio
eclesiástico merecen una retribución tal que puedan sostenerse a sí mismos y a
su familia; pero quienes, por ejercer o haber ejercido una profesión civil, ya
reciben una remuneración, deben proveer a sus propias necesidades y a las de
su familia con lo que cobren por ese título.
757.- ; también a los diáconos corresponde servir en el ministerio de la
Palabra del pueblo Dios, en comunión con el Obispo y su presbiterio
764.- Quedando a salvo lo que prescribe el canon 765, los presbíteros y
los diáconos tienen la facultad de predicar en todas partes, que han de ejercer
con el consentimiento al menos presunto del rector de la iglesia, a no ser que
esta facultad les haya sido restringida o quitada por el Ordinario competente,
o que por ley particular se requiera licencia expresa.
765.- Para predicar a los religiosos en sus iglesias u oratorios, se necesita
licencia del Superior competente a tenor de las constituciones.
767 & 1 entre las formas de predicación destaca la homilía, que es parte
de la misma liturgia y ésta reservada al sacerdote o al diácono ; a lo largo del
año litúrgico, expónganse en ella, comentando el texto sagrado, los ministe-
rios de la fe y las normas de vida cristiana.
835 &3.- En la celebración del culto divino los diáconos actúan según las
disposiciones del derecho.
861 &1.- Quedando en vigor lo que prescribe el canon 530, n 1. es minis-
tro ordinario del bautismo el Obispo, el presbítero y el diácono.
907.- En la celebración eucarística no se permite a los laicos y a los
diáconos decir las oraciones, sobre todo la plegaria eucarística, ni realizar
aquellas acciones que son propias del sacerdote celebrante.
158 El Diaconado Permanente

910 &1.- Son ministros ordinarios de la sagrada comunión el Obispo, el


presbítero y el diácono.
943.- Es ministro de la Exposición del Santísimo Sacramento...
1009 &1.- Los órdenes son el episcopado, el presbiterado y el diaconado.
&2.- Se confieren por la imposición de las manos y la oración con-
secratoria que los libros litúrgicos prescriben para cada grado.
1015 &1.- Cada uno sea ordenado para el presbiterado o el diaconado
por el propio Obispo o con legitimas dimisorias del mismo.
1025 &1 .-...para la lícita ordenación de presbítero o de diácono se requie-
re que, tras realizar las pruebas que prescribe el derecho, el candidato reúna, a
juicio del Obispo propio o del Superior mayor competente, las debidas cuali-
dades, que no le afecte ninguna irregularidad o impedimento, y que haya
cumplido los requisitos previos, a tenor de los cánones 1033-1039; es necesa-
rio, además que tengan los documentos indicados en el canon 1050&1, y que
se haya efectuado el escrutinio prescrito en el canon 1051&2.
1025 &2.- Se requiere también que, a juicio del mismo legítimo Superior,
sea considerado útil para el ministerio de la Iglesia.
1026.- En necesario que quien va a ordenarse goce de la debida libertad;
está prohibido obligar a alguien, de cualquier modo y por cualquier motivo, a
recibir las órdenes así como apartar de su recepción a uno que es canónica-
mente idóneo.
1027.- Los aspirantes al diaconado o al presbiterado han de ser forma-
dos con una esmerada preparación, a tenor del derecho.
1029.- Sólo deben ser ordenados aquellos que, según el juicio prudente
del Obispo propio o del Superior mayor competente, sopesadas todas las cir-
cunstancias, tienen una fe íntegra, están movidos por recta intención, poseen
la ciencia debida, gozan de buena fama y costumbres intachables, virtudes
probadas y otras cualidades físicas y psíquicas congruentes con el orden que
van a recibir.
1031 &2.- El candidato al Diaconado Permanente que no esté casado sólo
puede ser admitido a este orden cuando haya cumplido al menos veinticinco
159

años; quién esté casado, únicamente después de haber cumplido al menos


treinta y cinco años, y con el consentimiento de su mujer.
&3.- Las Conferencias Episcopales pueden establecer normas por
las que se requiera una edad superior para recibir el presbiterado o el Diaco-
nado Permanente.
1032 &3.- El aspirante al Diaconado Permanente no debe recibir este or-
den sin haber cumplido el tiempo de su formación.
1034 &1.- Ningún aspirante al diaconado o al presbiterado debe recibir la
ordenación de diácono o presbítero sin haber sido admitido antes como candi-
dato por la autoridad indicada en los canon 1016 y 1019, con el rito de litúrgi-
co establecido, previa solicitud escrita y firmada de su puño y letra, que ha de
ser aceptada también por escrito por la misma autoridad.
1035 &1.- Antes de que alguien sea promovido al diaconado, tanto per-
manente como transitorio, es necesario que el candidato haya recibido y haya
ejercido durante el tiempo conveniente los ministerios de lector y acólito.
Entre el acolitado y el diaconado debe haber un espacio por lo menos de seis
meses.
1036.- Para poder recibir la ordenación de diácono o de presbítero, el
candidato debe entregar al Obispo propio o al Superior mayor competente una
declaración redactada y firmada de su puño y letra, en la que haga constar
que va a recibir el orden espontáneamente y libremente, y que se dedicará de
modo perpetuo al ministerio eclesiástico, al mismo tiempo que solicita ser
admitido al orden que aspira recibir.
1037.- El candidato al Diaconado Permanente que no esté casado y el
candidato al presbiterado no deben ser admitidos al diaconado antes de que
hayan asumido públicamente, ante Dios y ante la Iglesia, la obligación del
celibato según la ceremonia prescrita, o haya emitido votos perpetuos en un
instituto religioso.
1039.- Todos los que van a recibir un orden deben hacer ejercicios espi-
rituales, al menos durante cinco días, en el lugar y de la manera que determine
el Ordinario; el Obispo, antes de proceder a la ordenación, debe ser informado
de que los candidatos han hecho debidamente esos ejercicios.
1042.- Están simplemente impedidos para recibir las órdenes: 1º El varón
casado, a no ser que sea legítimamente destinado al Diaconado Permanente.
160 El Diaconado Permanente

1050.- Para que alguien pueda acceder a las sagradas ordenes se requie-
ren los siguientes documentos:
&1 ...el certificado de los estudios realizados a tenor del canon
1032;
&3 ...tratándose de la ordenación de diáconos, el certificado de bau-
tismo y de confirmación, así como de que han recibido los ministerios a los
que se refiere el canon 1035; y asimismo el certificado de que han hecho la
declaración prescrita en el canon 1036, y, si se trata de un casado que va a ser
promovido al Diaconado Permanente, los certificados de matrimonio y de
consentimiento de su mujer.
II. TRIPTICO VOCACIONAL DIÓCESIS DE SEVILLA

Diácono Diocesano
...hombre al servicio de la Iglesia y de la humanidad, que anuncia el
Evangelio y lo encarna en su vida. Esta vocación la vive y celebra siempre en
comunidad desde su ministerio específico, diaconal.

¿Quién es?
Un hombre al servicio de los hombres, signo vivo y sacramento de Cristo
Servidor:
“Misericordioso, diligente, procediendo conforme a la verdad del Señor,
que se hizo servidor de todos” (S. Policarpo)

¿Quiénes pueden ser candidatos?


Hombres casados, con edad comprendida 30 y 55 años, con 5 años al
menos de matrimonio estable, que han dado testimonio cristiano en la educa-
ción de los hijos, en la vida familiar, profesional, social y eclesial.

¿Cómo han de ser los candidatos?


Personas de fe íntegra, maduros humana y cristianamente, integrados en
la comunidad, que han practicado con empeño obras de apostolado y que
gozan de buena fama y costumbres intachables.
Responsables, laboriosos, con capacidad para el diálogo y sentido moral.
Han de destacar por la oración, un sentido de Iglesia humilde y fuerte,
espíritu de pobreza, capacidad de obediencia y comunión fraterna, celo
apostólico, servicialidad y una gran caridad hacia los hermanos, como amigo
de los pobres.
¿A qué se comprometen?
A realizar un período de formación.
162 El Diaconado Permanente

Una vez ordenados, a continuar viviendo de su propio trabajo en la vida


civil, insertos en la vida común de la gente, siendo testigos cualificados de la
vida cristiana.
A aceptar el Ministerio que le encomienda el obispo, en perfecta comu-
nión con el mismo y con los presbíteros, y en estrecha conexión con los segla-
res comprometidos en la Iglesia.
¿Cómo se forma?
Tras la decisión de comenzar el proceso de formación diaconal por el as-
pirante, una vez aceptada y compartida su decisión por la comunidad y por el
párroco, es presentado al Arzobispo.
El Arzobispo, después de haber consultado al Presidente de la Comisión
para el Diaconado, decidirá si admite o no al aspirante al período formativo.
Este período es de al menos cinco años, con tres etapas.
Etapa introductoria
Período de un año de discernimiento y reflexión sobre el significado de la
vocación.

Etapa formativa
Teniendo previamente los requisitos necesarios para acceder a estudios
superiores o universitarios, es el período de cuatro años de formación huma-
na, y de preparación teológica, espiritual, doctrinal y pastoral.
Etapa pastoral
Tiempo de inserción pastoral, ejerciendo los ministerios de lector y acóli-
to.
La ordenación Diaconal
Si al terminar el período de formación el Presidente de la Comisión para
el Diaconado, de acuerdo con los responsables para la formación, estiman
que el candidato reúne los requisitos necesarios para ser ordenado, éste pue-
de dirigir al Arzobispo la solicitud de ordenación.
163

El Arzobispo, tras realizar las comprobaciones oportunas, decidirá si


promueve o no al candidato al orden del diaconado.
¿Dónde se ejerce ?
El diácono ejerce su labor, según el oficio eclesiástico conferido en:
Caridad
Sirve la mesa de los pobres, como prolongación de su ministerio en la
mesa de la Eucaristía.
Ejerce en Cáritas, obras asistenciales, pastoral de la salud, ancianos,
mundo obrero, encarcelados, empobrecidos y marginados.
Palabra
Anima la catequesis en todos sus niveles.
Presenta las necesidades de la comunidad y de los pobres.
Promueve y sostiene actividades apostólicas con laicos.
Preside la celebración de la Palabra.
Proclama la Palabra de Dios, exhorta al pueblo y predica la homilía.
Liturgia
Representa al pueblo de Dios en la Eucaristía.
Asiste durante las funciones litúrgicas al obispo y al presbítero.
Administra solemnemente el bautismo.
Asiste y bendice los matrimonios.
Preside la comunidad por delegación del párroco.
Preside la liturgia de las horas.
Administra la comunión en la misa o fuera de ella, viático a los enfermos
y exposición del Santísimo.
Preside las exequias.
Administración y gobierno
Aconseja al Obispo y al párroco en sus gobiernos.
164 El Diaconado Permanente

Sostiene y anima obras sociales para la promoción integral del hombre y


la mujer.
Guía en nombre del Obispo o del párroco comunidades dispersas.
Ejerce cargos administrativos diocesanos o parroquiales.
Anima como delegado diocesano acciones pastorales.
Se responsabiliza de la parroquia en ausencia del párroco.
Coordina centros de orientación familiar.
Se encarga de relaciones diocesanas.

La familia diaconal
El diácono casado, al crecer en el amor mutuo junto a su esposa y su fa-
milia, ofrece un testimonio claro de la santidad del matrimonio y la familia,
vocación a la que están llamados. La familia diaconal es signo esperanzador
del amor de Dios al mundo.
En el matrimonio el amor se hace donación interpersonal, mutua fideli-
dad, fuente de vida nueva, sostén en los momentos de alegría y de dolor. El
amor se hace servicio. Vivido en la fe, este servicio familiar, es para el pueblo
de Dios y el mundo, ejemplo de amor en Cristo y estímulo para las demás
familias.
Afrontando con espíritu de fe los retos de la vida matrimonial y las exi-
gencias de la vida diaria, la familia diaconal fortalece la vida familiar no
sólo de la comunidad eclesial, sino de la sociedad entera, haciendo más
humana la familia de los hombres y su historia.
Diáconos diocesanos: redescubrir la fuerza de un servicio para la evan-
gelización.

ARZOBISPADO DE SEVILLA COMISION DIOCESANA PARA EL DIA-


CONADO 174

174
Plaza Virgen de los Reyes s/nº 41004 Sevilla. Responsable Diocesano: José María Estudillo Carmona
Tfnos: 954 410109 / 954 625252
III. BIBLIOGRAFÍA SELECTA

Alonso Schökel S.J. Luis.


La Biblia del Peregrino. Antiguo y Nuevo Testamento. Tomos 1, 2 y 3. Edi-
ción de Estudio. 1.997
La Palabra Inspirada. Herder 1.969
Hermenéutica Bíblica I y II. Cristiandad. Madrid 1.987
Arnau-García Ramón.
El ministerio en la Iglesia. Facultad de Teología Valencia. 1.991
Orden y Ministerios. BAC. Sapiencia Fidei 1.995
Tratado general de los Sacramentos. BAC. Sapiencia Fidei 2.003
Auer Johann / Ratzinger.
Curso de Teología Dogmática. Tomo VIII. La Iglesia Herder
Augé Matías.
Liturgia. Historia. Celebración. Teología. Espiritualidad. Centre Pastoral
Litúrgica. 1.995
Liturgia. El gesto de la imposición de manos. Centre Pastoral Litúrgica. 1.994
Bernard Cohen
The Press and the foreign policy. 1.963
Bernard Lambert o.p.
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Blanco Severiano.
Diaconado: Fundamento bíblico-teológico y realidad eclesial. Vida Nueva
nº. 2.098. 19-07-97
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P.P.C. 1978
El Concilio de Trento y las órdenes menores. Estudios Eclesiásticos 1961
Cardenal J. B. Montini
El sentido religioso. Carta pastoral Cuaresma 1.957. Sígueme 1.964. Colec-
ción Iglesia siglo XX

Castillo, José María. S. J.


166 El Diaconado Permanente

Símbolos de Libertad. Teología de los Sacramentos. Sígueme.Salamanca


1992.
Catecismo de la Iglesia Católica. 1.993
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Carta a los Diáconos.
Documentos Conferencia Episcopal Española
Ecclesia.
Estudios Eclesiásticos.
Iglesia en Valencia.
Familia Cristiana.
Levante. El Mercantil Valenciano
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Restauración del diaconado Giaquinta G.F. ECLESSIA II 1964
Pág 1365 - 1368
Rito de la Celebración Conferencia Conferencia 2003 esaa@episcopado.cl
Dominical presidida por un Episcopal de Episcopal de Diácono Enrique Saa Cesare. Director de
Diácono Chile Chile Publicaciones del Episcopado.
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laicales. Por qué? Alberto Pablo 1987 http://www.paulinas.es/editorial.htm

Tercer encuentro nacional Salgado O. ECLESIA I, pág 1977


de diáconos en Chile 370 - 374
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