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Son escasos los estudios que analizan la relación entre conducta agresiva e inteligencia
emocional. Este estudio examina la relación entre inteligencia emocional rasgo y los
componentes motor (agresividad física y agresividad verbal), cognitivo (hostilidad) y
afectivo/emocional (ira) de la conducta agresiva. El Trait Emotional Intelligence Questionnaire-
Adolescents Short Form (TEIQue-ASF) y el Aggression Questionnaire Short version (AQ-S) fueron
administrados a una muestra de 314 adolescentes (52.5% chicos) de 12 a 17 años. Los resultados
indicaron que los adolescentes con altas puntuaciones en conducta agresiva física, verbal,
hostilidad e ira presentaron puntuaciones significativamente más bajas en inteligencia emocional
rasgo que sus iguales con puntuaciones bajas en conducta agresiva física, verbal, hostilidad e ira.
Este patrón de resultados fue el mismo tanto para la muestra total como para chicos, chicas y los
grupos de edad de 12-14 años y 15-17 años. Además, en la mayoría de los casos se hallaron
tamaños del efecto grandes apoyando la relevancia empírica de estas diferencias.

2.- Causas y circunstancias que elicitan esta conductas

Los delincuentes jóvenes suelen tener una trayectoria previa como agresores en los colegios y
antecedentes de familia multiproblemática, independientemente de la clase social, y/o estilos,
cuando no trastornos de personalidad principalmente antisocial y narcisista. El ser humano
actúa para satisfacer unas necesidades: Ya Maslow [22] a mediados del siglo pasado expuso su
teoría sobre la motivación humana y, después, otros investigadores han seguido sus pasos y, con
algunas variaciones, han dado por válida esa teoría. La historia de la humanidad parece también
validar su “pirámide de necesidades”, en cuanto es una historia de conductas orientadas a la
satisfacción, en primer lugar, de las necesidades fisiológicas (garantizar la comida, el agua y un
lugar que proteja de las inclemencias del tiempo); después, de las necesidades de seguridad
(protegerse de los ataques de otros); de las necesidades sociales (formar grupos, relacionarse);
de las de estima (que los demás le consideren y estimen a uno, o al menos así lo entienda, y que
uno tenga una buena autoestima) y, por último, de las necesidades de autorrealización
(conseguir la armonía interna entre los objetivos autopropuestos y la conducta). En el intento de
satisfacción de estas necesidades, las personas y los grupos han puesto en práctica unas
estrategias que desde su perspectiva meditada o espontánea han sido funcionales. En la
actualidad, seguimos la misma dirección y creemos que en tanto los seres humanos tengamos
las características genéticas y biopsicosociales que tenemos, la seguiremos poniendo en práctica.

Tanto la impulsividad como la agresividad están relacionadas con conductas desadaptativas y


numerosos trastornos mentales. En el caso concreto de niños y adolescentes, la impulsividad
está implicada en problemas como el trastorno por hiperactividad y déficit de atención o la
lectura, que, a su vez, generan problemas de aprendizaje y fracaso escolar (Harmon-Jones,
Barratt & Wigg, 1997). Según E. Barratt, los sujetos impulsivos tienen más problemas para
aprender que los sujetos con bajos niveles de impulsividad, lo que implica que la impulsividad
podría estar relacionada con el fracaso escolar, que a su vez, podría mantener también algún
tipo de relación con la conducta agresiva.

Considerando la importancia y el impacto que las conductas agresivas tienen actualmente a nivel
social y la preocupación que generan actualmente en el ámbito educativo, en esta tesis se ha
tratado de comprobar hasta qué punto la impulsividad favorece la agresividad en adolescentes,
qué tipo de relación mantienen la agresividad y los diferentes tipos de impulsividad, y cómo
influyen sobre otras variables como las capacidades intelectuales, el fracaso escolar o el género.
https://www.lifeder.com/violencia-en-la-adolescencia/

https://www.venezuelatuya.com/historia/discurso_angostura.htm

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