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Módulo 3. Unidad 2. Marco teórico.

LOS IMPACTOS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA VIDA DE MUJERES Y


HOMBRES Y EN EL DESARROLLO HUMANO

Violencias vividas y ejercidas en función de los mandatos de género


La violencia se puede expresar y ejercer de muchas formas y maneras, y es una
forma de ejercer control y poder sobre las personas. Al mismo tiempo, el ejercicio
de la violencia tiene que ver con los mandatos de género, es decir, con el “deber
ser” establecido tanto para las mujeres como para los hombres. Por medio de la
socialización de género los niños aprenden que la violencia puede ser una conducta
legítima, y las niñas, por otro lado, construyen su identidad de género a partir de
mandatos que fundamentan un sentido de sumisión ante las diferentes vivencias de
violencia. Cada persona, vive y ejerce violencia en función de los mandatos de
género.

Existen muchas expresiones y acciones que denotan discriminación y violencia, y


que se entrelazan con los mandatos y estereotipos de género. Veamos algunos
ejemplos.

1. Expresiones que denotan discriminación y violencias. Cuando una mujer no


alcanza a cruzar antes del cambio de luz el semáforo, la expresión de los hombres
es: “Mujer tenía que ser”. Cuando se atiende a una mujer violentada, el funcionario/a
piensa: “Otra golpeada, hoy han abundado”; “Estas vienen por gusto, si después
perdonan al marido y están contentas”. También ocurre cuando juzgamos la vida de
las mujeres que han sufrido violencia. Por ejemplo, cuando creemos que una
trabajadora sexual se merece violencia por su medio de vida, cuando las opiniones
de un niño o una niña no son válidas porque no están en capacidad de pensar
seriamente. Cuando hacemos o pensamos todo eso, estamos subvalorando a las
personas y las condiciones en que se desenvuelven, planteando posiblemente una
justificación ante la violencia, minimizando a las víctimas ante los diferentes
victimarios.

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2. Acciones que expresan desprecio hacia la persona que las recibe. Mirar por
encima del hombro; hacer que la empleada doméstica coma hasta que todas y todos
los de casa hayan comido; despreciar a una trabajadora sexual, un travesti, un gay
o una lesbiana; cuando se castiga física y bruscamente a un niño o una niña,
considerando tener el derecho de hacerlo porque se es el padre/la madre o el
responsable de su cuidado, mirar despectivamente a una persona de la población
indígena.

3. Expresiones verbales que denotan desprecio. Cuando percibimos


atractiva/atractivo a una mujer lesbiana o un hombre gay, y emitimos la frase: “qué
desperdicio”, “lástima que es gay”; o cuando decimos: “mmmh, ya es hora de que
te pongas a dieta, te estás poniendo gordita”, comentarios peyorativos ante una
niña, joven o mujer de las zonas rurales, etc. Todas estas expresiones nos las han
dicho o las hemos emitido en algún momento de nuestra vida, y no se dan a través
de los gritos o golpes. Son formas en las que agredimos o nos agreden, y las vivimos
como normales. Algunas de estas expresiones nos las decimos para sí mismas/os,
y no lo vivimos como una violencia que ejercemos hacia nuestra persona. No
obstante, igual nos degrada física y emocionalmente. Ejercemos y recibimos estas
violencias en todos los espacios en que interactuamos, es decir: en la familia, el
trabajo, la escuela, la iglesia y la comunidad. Las recibimos y ejercemos con nuestra
pareja, amistades, hijas/os, parientes, compañeras/os de trabajo o estudio, o con
las personas que atendemos en nuestro trabajo, una de las dificultades más
complejas de las expresiones que denotan desprecio es cuando las arraigamos al
lenguaje y expresión cultural, fijando así la validación que permite justificar la
violencia desde la cultura, “es parte de nuestra cultura” “toda la vida nos hemos
tratado así, ahora vienen con estos cuentos”

Muchas de estas expresiones verbales de violencia se refieren a mandatos de


género, ya sea para señalar el hecho de que una persona los ha transgredido (es
decir, no se comporta “como tendría” y, por lo tanto, merece desprecio), o bien para
imponerlos.

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Algunos ejemplos de mandatos y violencias son:


La violencia física hacia los hijos por parte del papá, en el ejercicio de autoridad. En
muchas ocasiones la amenaza de la mamá “le voy a decir a tu papá”; se
corresponde con el mandato del hombre como jefe del hogar que ejerce autoridad
y exige obediencia.

La violencia sexual de hombres hacia mujeres, la relación sexual sin


consentimiento, por ejemplo, en una fiesta, relaciones sin protección, en el hogar,
entre la pareja, la mujer tiene el mandato de sumisión y complacer al hombre y el
mandato social para el hombre que subyace a esta violencia es: los hombres tienen
que estar siempre dispuestos a tener relaciones sexuales; estas relaciones
sexuales se centran en su placer; y existe una responsabilización de su pareja mujer
en la prevención de embarazos.

La violencia emocional que limita a las mujeres el estudio por parte de su pareja,
por ejemplo, la opinión negativa de la pareja acerca de las capacidades de la mujer
impacta en la autoestima, el autoconcepto, limitando el desarrollo personal. El
mandato que subyace es la sumisión de las mujeres y el control de los hombres, la
violencia emocional como mecanismo de control.

Los principales actores de la violencia


En los casos de violencia, siempre intervienen tres actores. Los primeros dos son
los más evidentes: el agresor y la víctima, es decir, quien ejerce violencia y quien la
vivencia. Además, estos hechos suceden en un entorno o sociedad determinada en
la que ambos se desenvuelven y donde muy a menudo representa una masa
silenciosa, incluso, la mayoría de los casos la violencia se lleva a cabo en los
escenarios tipificados como de confianza: El hogar, escenario donde se plantea que
debe prevalecer la práctica de valores, no obstante en la mayoría de los indicadores
de la violencia, se reconoce el “hogar” como uno de los principales espacios de
vulnerabilización para las niñas, jóvenes y mujeres. En este espacio, también
encontramos no solo víctima y victimario, sino también testigos silenciosos.

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Para prevenir la violencia es necesario tomar en cuenta también el actuar de esta


masa silenciosa, la cual, con su silencio e inacción, puede llegar a legitimar la
violencia. Este es un factor importante de análisis, por ejemplo, cuando se trata el
tema del acoso escolar, en el que es importante entender qué papel juega el grupo.
En algunos casos y contextos es importante analizar el silencio como respuesta al
miedo que se instaló en las diferentes poblaciones, reconociendo que el miedo es
una forma de minimizar a las personas para callarles, silenciarlas para Sullivan1, el
miedo se trata de una respuesta incondicionada a estímulos potencialmente
destructivos o nocivos, mientras que la ansiedad constituye una respuesta
condicionada de miedo que aparecía fundamentalmente ante situaciones y
contextos complejos.

Otro de los principales actores de la violencia se identifica en cada una de las


instituciones del estado, desde la poca operativización de los sistemas de
prevención y salvaguarda de los derechos de humanos, especialmente de la niñez
y mujeres, desde la atención o recepción de los casos de violencia se activa la re
victimización de las mujeres, promoviendo una cultura de la “no denuncia”
generando así una realidad más compleja para garantizar el apoyo que por derecho
merece cada uno de los casos de violencia de género.

En general, la falta de una actuación decidida y enérgica ante la problemática de la


violencia de género por parte de la sociedad, familias, comunidad, organizaciones
sociales, e instituciones del estado que no actúan eficazmente ante hechos
violentos e incluso culpabiliza a las víctimas, la convierte en una sociedad cómplice
que ejerce y perpetua una violencia silenciosa.

1 http://laberintodeandrea.blogspot.com/2011/08/la-ansiedad-segun-la-teoria-de-sullivan.html

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Las emociones que subyacen al ejercicio y vivencia de las violencias


Como se ha analizado en los módulos anteriores en relación con la construcción de
las identidades de género, las mujeres aprenden, durante su infancia, las
habilidades y conocimientos que necesitan para poder mantener una relación
positiva con su mundo afectivo; son capaces de reconocer sus emociones y se
relacionan con estas y con las de las otras personas. Además, es parte de los
mandatos de las mujeres ser comprensiva, dedicada a los demás y a entender las
necesidades prácticas y emocionales de las otras personas.

Por otro lado, la construcción de la identidad de género masculino, mantiene a los


hombres ajenos a esta cultura de los sentimientos. En su primera infancia, reciben
ya claros mensajes de lo que han de ser: seres fuertes que han de responder con
esa imagen en todo momento y ante todo tipo de situaciones y personas. Los niños
interiorizan esta imagen hasta el punto de que ellos mismos se ven de esa manera
ante sí, respondiendo a la obligación de no permitirse expresiones de sentimientos
que socialmente deje en evidencia su “poca hombría”, es a partir de estas
negaciones que surgen otras como el enojo y la ira, muchos hombres afirman su
masculinidad constantemente desde estas emociones, respondiendo con ellas ante
sus parejas, hijas-hijos, y el entorno. Justificando sus acciones y expresiones
violentas desde sus emociones validadas.

Los modelos de género desiguales han expandido la idea de que estas diferencias
son innatas: los hombres no lloran y las mujeres sí; los hombres no hablan de sus
sentimientos y las mujeres sí; los hombres no hablan, se callan las cosas, no se
comunican.

Sin embargo, como ya se ha señalado anteriormente, estas diferencias tienen su


origen en el proceso de socialización de niñas y niños. Por ello, hombres y mujeres
desarrollan mundos internos completamente distintos determinados por procesos
de socialización que comienzan durante la gestación y continúan en su nacimiento.
La capacidad de entender y vivir de manera positiva las emociones es un factor

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importante en la prevención de la violencia, ya que emociones como la rabia están


en la base de comportamientos violentos. Por ello, es necesario que tanto niñas
como niños aprendan a distinguir y trabajar sus emociones de una forma consciente
y positiva, de manera tal que en la adultez puedan ser capaces de evitar caer en
situaciones de violencia, tanto como perpetradores cuanto como víctimas.

Este proceso es parte de la construcción de nuevas masculinidades y


feminidades que puedan contribuir a frenar la violencia. Desde el primer
módulo, se ha venido planteando la necesidad de construir nuevas modalidades de
“ser mujer” y de “ser hombre”, que puedan estar a la base de sociedades más
equitativas.

En este sentido, es de suma importancia revisar de qué manera la construcción de


las identidades de género promueve y legitima la existencia de comportamientos
violentos por parte del género masculino, y ubica a las mujeres en una situación en
la cual, por cumplir con los mandatos, está más expuesta a sufrir violencia o a actuar
con indefensión frente a ella.

En la vía de no generalizar es importante reconocer a todos los hombres que, por


no cumplir los estereotipos sociales y culturales de género, también son víctimas de
la violencia, ejemplos de ello: hombres con características “poco masculinas” por la
voz poco grave, poca musculatura, sensibles con el entorno, pagando una factura
social por no corresponderse con el mandato social de ser hombre.

Impacto de la violencia de género en mujeres y hombres.


La violencia de género deja como consecuencia una serie de impactos en la vida
de las personas, afectando en sus diferentes dimensiones. A partir de la
construcción social y cultural, afecta de diferentes formas a mujeres y hombres; en
los indicadores de violencia que se plantean a continuación se puede observar en
cómo afecta a las mujeres:

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Según el Observatorio de Violencia de Género contra las Mujeres (ORMUSA, 2018),


la Policía Nacional Civil (PNC) de El Salvador recibió en 2017 alrededor de 16
denuncias diarias de diferentes delitos por violencia contra mujeres. En ese mismo
año, en El Salvador se registraron 3,290 casos de violencia sexual, 1,519 casos de
violencia intrafamiliar, 471 feminicidios y 501 casos de desaparición de mujeres.

En el 40% de los casos de feminicidios registrados, las víctimas fueron mujeres


menores de 30 años, incluidas 30 víctimas menores de 17 años. Las niñas y
adolescentes menores de 17 años son las principales víctimas de violencia sexual.
Según la misma fuente, la mayoría de estos delitos permanecen impunes. Estas
cifras demuestran que la violencia en contra de las niñas y las mujeres es un
problema relevante en El Salvador.

La violencia de género trae consecuencias graves para la salud y el bienestar, sobre


todo de las mujeres que la sufren en gran medida, impide la participación plena de
ellas en la sociedad, limita el acceso a la educación y la participación económica, y
obstaculiza los esfuerzos por lograr la igualdad de género en forma amplia. Genera
un alto impacto en diferentes dimensiones de la vida:

1. Dimensión física y psicosocial. Esta dimensión incluye aspectos relacionados


con las vulneraciones del derecho a la salud de las mujeres, en cuanto a su acceso
a una atención sanitaria adecuada y de calidad (y de manera específica, la de
carácter sexual y reproductiva).
En la dimensión física y psicosocial, y a modo de ejemplo, las mujeres sufren:
 Lesiones y secuelas físicas, psíquicas y sociales que perduran por corto,
medio o largo plazo, según sea el caso.
 Ausencias o deficiencias de protocolos médicos relacionados con la
violencia contra las mujeres, provocan la revictimización (cuestionamientos
sistemáticos de la credibilidad, demora en la realización de informes,
impactos no contemplados, etc.).

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 Depresiones como resultado de los hechos de violencia, que pueden


desencadenar hasta suicidios.
 Daño psicológico y social (miedos, inseguridades, baja autoestima,
vulnerabilidad social).

2. Dimensión económica. Impactos en la esfera personal; a menudo, van


acompañados de procesos de empobrecimiento y de exclusión económica y laboral,
que provocan el deterioro de la calidad de vida de las mujeres. Incluye:
En concreto, la violencia en el ámbito laboral, genera despidos y renuncias, con el
consecuente desempleo, además de pocas posibilidades de ascender en la carrera
si se denuncian los hechos violentos o si no se accede a propuestas acosadoras,
por ejemplo.

Pero cualquier tipo de violencia genera un impacto en la vida laboral de las mujeres:
 Descuentos por ausencias en el trabajo,
 En ocasiones, las mujeres deben abandonar su casa y salir a otra zona para
protegerse del agresor, con la consecuencia pérdida del trabajo, más
distancia, ausencias, etc.
 Si la mujer denuncia, cada vez que le citan a audiencia debe pedir permiso
en el trabajo, hay patronos que no renuevan los contratos, no ascienden a
sus empleadas, etc.
 Si trabaja en negocio propio, se desatiende el negocio por la situación
emocional, por la reducción de su presencia física en el negocio.

3. Dimensión legal e institucional. Por omisión o por acción y/o connivencia, las
instituciones funcionan con frecuencia como agentes que, si bien se adjudican
formalmente un rol de protección, en realidad generan y mantienen formas distintas
de violencia. El funcionamiento del sistema judicial en procesos relacionados con la
violencia contra las mujeres, en ocasiones revictimiza a quienes deciden denunciar
(cuestionando su credibilidad, estigmatizándola, requiriendo pruebas exigidas que
no pueden aportarse, etc.). Además, con frecuencia, utilizan mecanismos

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disuasorios (sociales, económicos, familiares, culturales, psicológicos y legales) que


impiden a muchas mujeres tomar la decisión de denunciar.

Este ejercicio es crucial para garantizar una mayor protección de las mujeres frente
a la violencia, que contribuya a desmontar los marcos institucionales y sociales de
la impunidad que perpetúan la violencia.

4. Dimensión cultural. Esta dimensión tiene relación con los contenidos


ideológicos y del sistema de valores y creencias que predominan en la sociedad y
que impactan en la vida personal de las mujeres por medio de:

 Mecanismos de violencia simbólica que justifican y naturalizan las


violencias.
 La violencia simbólica genera problemas de anorexia y bulimia, trastornos
de la alimentación en adolescentes, especialmente.
 Pérdida de confianza en las instituciones de protección de los derechos.
 Lógicas colectivas y comunitarias que excluyen y discriminan a las mujeres
violentadas (por ejemplo, en cuanto a la pérdida de oportunidades
educativas, la culpabilización de la víctima, su aislamiento familiar y social,
rechazo de comunidades religiosas, etc.).

La mayoría de los documentos que dan referencia de las consecuencias de la


violencia proporciona información sobre las víctimas, en las que se ejerce la
violencia, sin embargo, los agresores resultan ser víctimas de sus propios actos, ya
que, muchos hombres jóvenes y adultos agresores una vez identificados como
tales, reciben de sus familias, conocidos, amigos y entornos inmediatos, rechazo,
estigmatización de “violentador”, entre otros.

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Dentro de las consecuencias para los hombres se pueden mencionar2:


 Dificultad para mantener relaciones estables y duraderas.
 Aislamiento, sentimiento de abandono, frustración. Depresión no reconocida
 Cambios en el humor
 Ideas e intentos suicidas
 Sentimiento de insatisfacción constante
 Aumento de conductas autodestructivas, uso de drogas y alcohol, entre otros.
 Enfrentar la justicia a causa de los delitos y en situaciones extremas, la cárcel y
la muerte
 Separaciones de personas significativas en la vida (novia, compañera de vida,
hijos e hijas, familiares)

El costo social y económico de las violencias de género en el desarrollo

La violencia de género contra las mujeres no representa solamente un problema


social o de derechos humanos, sino también es un problema económico. Según el
Banco Interamericano de Desarrollo (Pardo, 27 de noviembre de 2016),
estimaciones preliminares determinan que en América Latina la violencia de género
supone un costo de unos USD 200,000 millones anuales.

Las estimaciones de algunos países indican que solamente la violencia infligida por
la pareja puede costar hasta el 4% del producto interno bruto (PIB) de un país en
gastos personales, pérdida de ingresos y reducción de la productividad; esto es más
de lo que muchos gobiernos invierten en educación primaria (Pardo, 27 de
noviembre de 2016).

La tipología de los costos socioeconómicos de la violencia de género se puede


clasificar en estos cuatro grupos (Buvinic, Morrison y Shifter, s. f.):

2
SIS y otras. (Sin fecha) Haz tu parte. Modelo de promoción comunitaria para la prevención de la violencia de género.
San Salvador.

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1. Costos directos. Valores de bienes y servicios usados en el tratamiento y la


prevención de la violencia. Incluyen costos relacionados con: el sistema de salud,
la policía, el sistema de justicia criminal, la vivienda, los servicios sociales, etc.

2. Costos no monetarios. Dolor y sufrimiento. Incluyen: mayor morbilidad, mayor


mortalidad por homicidios y suicidios, abuso de alcohol y drogas, y desórdenes
depresivos, además de la carga de sobrellevar enfermedades crónicas provocadas
por la situación de violencia vivida. También, problemas de aprendizaje para los
casos en donde hijos e hijas han vivido la violencia como víctimas indirectas.

3. Efectos multiplicadores económicos. Se refiere a impactos macroeconómicos


en el mercado laboral y en la productividad intergeneracional (Morrison, Ellsberg y
Both, 2005). Sus efectos son: menor participación de la mujer en el mercado laboral,
menor productividad en el trabajo, menores ingresos, mayor ausentismo, impactos
en la productividad intergeneracional mediante repetición de cursos y menor
desempeño educativo de las niñas y niños, menores inversiones y capacidad de
ahorro, y fuga de capital.

4. Efectos multiplicadores sociales. Impactos en las relaciones interpersonales y


en la calidad de vida. Incluye: transmisión intergeneracional de la violencia,
reducción de la calidad de vida, erosión de capital social y menor participación en el
proceso democrático.

Dados los altos índices de prevalencia de violencia contra las mujeres en El


Salvador, la primera y más importante recomendación que hace el Navarro (2014)3
en el Informe Violencia contra las mujeres en El Salvador: estudio poblacional, es
priorizar urgentemente las medidas de prevención primaria, así como los servicios
de atención a las mujeres en salud, aspectos sociales, legales y otros servicios de
apoyo.

3
Navarro Mantas, Laura; Velásquez, Marta Judith; López Megías, Jesús (2015) Violencia contra las mujeres en El
Salvador : estudio poblacional. Universidad Tecnológica de El Salvador, San Salvador. El Salvador.

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En el mismo informa se destacan los avances del El Salvador en materia legal, “cabe
mencionar los importantes avances ocurridos en los años transcurridos desde el
estudio de la FESAL-2008 a la fecha, en materia legislativa, de sensibilización y
medidas políticas diseñadas para erradicar la violencia contra las mujeres, que
requiere un análisis exhaustivo respecto a su impacto social. Entre ellos, cabe
destacar la aprobación de la Ley Especial Integral para una vida Libre de Violencia
para las Mujeres (LEIV), el 25 de noviembre de 2010, una ley que además de velar
por los intereses y el bienestar de las mujeres víctimas de violencia contempla por
primera vez la creación de políticas de prevención (Navarro- Mantas, 2012). A esta
ley que entró en vigencia el primero de enero de 2012, se une el esfuerzo de la Ley
de Igualdad, Equidad, y Erradicación de la Discriminación de la Mujer (LIE)
aprobada en marzo del año anterior y a las que han acompañado importantes
campañas de información y sensibilización en estos años dirigidas a la sociedad.”

Normativa internacional y nacional sobre la violencia de género

La Declaración Universal de los Derechos Humanos4 se considera el documento


fundamental de los derechos humanos y, en su artículo 1, establece que todas las
personas nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, y, dotadas como
estamos de razón y conciencia, debemos comportarnos fraternalmente las unas con
las otras. En el artículo 2, define que toda persona tiene los mismos derechos y
libertades, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política
o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento
o cualquier otra condición.

A pesar de la existencia de un sistema internacional de promoción y protección de


los derechos humanos, no fue hasta 1993 en la Conferencia Mundial de los
Derechos Humanos de Viena cuando se reconoció que los derechos de las
mujeres son derechos humanos.

4 Aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 217 A (iii) del 10 de diciembre de 1948.

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Los resultados sustantivos logrados en las últimas cuatro décadas, a partir de


conferencias y foros internacionales como: la Convención para la Eliminación de
Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, de 19795; la Conferencia
Mundial de Derechos Humanos, de Viena en 1993; la Convención Interamericana
para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer-Convención Belém
do Pará, de 19946; la Conferencia Mundial de Población y Desarrollo, en El Cairo,
1994; la Cumbre Mundial de Desarrollo Social, en Copenhague, 1995; la Cuarta
Conferencia Mundial sobre las Mujeres, en Beijing, 1995; el Convenio sobre
Prevención y Lucha contra la Violencia contra la Mujer y la Violencia Doméstica-
Convención de Estambul, en 2011 y 2014, respectivamente; y otros instrumentos
más, han sido hitos importantes y reafirman que es necesario nombrar y atajar las
brechas existentes en materia de acceso, goce y garantías de derechos para las
mujeres. El adelanto del Estado salvadoreño, en materia de los derechos de las
mujeres, se ha manifestado mediante la suscripción y ratificación de declaraciones,
convenciones y conferencias, regionales y mundiales. El Estado salvadoreño tiene
además la obligación de emitir informes de cumplimiento de los tratados firmados y
eso contribuye a los avances en materia de normativa nacional.

Si bien la violencia económica, patrimonial o financiera no tiene la misma presencia


en los instrumentos internacionales y en leyes sobre violencia contra las mujeres,
que las violencias física, psicológica y sexual, su consideración es creciente a nivel
internacional (Mugarik Gabe, 2017 p. 109).

En El Salvador, en 1996, se emitió el decreto legislativo de creación del Instituto


Salvadoreño para el Desarrollo de la Mujer (ISDEMU); al año siguiente, se contó
con la Política Nacional de la Mujer, a la que han seguido tres planes de acción, de
acuerdo con los distintos períodos presidenciales.

5 Ratificada por El Salvador el 2 de junio de 1981.


6 Ratificada por El Salvador con decreto 430 del 23 de agosto de 1995.

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En la última década, se ha avanzado en el abordaje integral de la violencia contra


las mujeres por medio de la aprobación y puesta en marcha de dos leyes 7 y sus
respectivos instrumentos normativos, en materia de igualdad, no discriminación y el
derecho de las mujeres a una vida libre de violencia: la Ley Especial Integral para
una Vida Libre de Violencia para las Mujeres (LEIV), sobre la cual se ha
profundizado en los contenidos de la unidad 3.1; y la Ley de Igualdad, Equidad y
Erradicación de la Discriminación contra las Mujeres (LIE).

Además, se registran avances en la implementación de estrategias


interinstitucionales e intersectoriales orientadas a la detección, prevención y
atención a la violencia contra las mujeres.

La LEIV y la Política Nacional de las Mujeres (PNM) establecen la obligatoriedad de


incluir en el ámbito educativo acciones formativas, así como normativas
relacionadas con la igualdad de género, la no discriminación y el derecho de las
mujeres a vivir libres de violencia. En el marco de la aplicación de la LEIV, desde
2013, existe el Protocolo de Actuación para el abordaje de la violencia sexual
en las comunidades educativas de El Salvador, una herramienta útil al momento
de abordar casos de acoso sexual, agresión sexual y violación sexual.

7 La LIE fue aprobada en noviembre de 2010; y la LEIV, en marzo de 2011.

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