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Reflexión especulativa

La reflexión dialéctica muestra, de esta forma, el proceso por el cual la lengua es una
abstracción de los códigos restringidos que los determina al mismo tiempo que los
supone en su interior. En un sentido propio de la lógica dialéctica la lengua es un en sí.
En sí que en su apariencia es el ser carente de esencia (Lógica: 15). Es el momento del
ser en su determinación de lo que no es. Éste es el momento de la posición kantiana: la
diferencia entre fenómeno y cosa en sí. La apariencia es un momento del ser en el
sentido de que se media en lo que es inesencial, en la pura apariencia que no muestra en
su aparecer la esencia misma de la cosa, la cosa en sí. Por eso el aparecer de la cosa es
la negación de la esencia misma de la cosa como momento que, en realidad, debe
destruirse reflexivamente ya que, justamente, no es. En tanto momento es lo inesencial,
la pura apariencia o lo que no es en realidad esencial, es lo opuesto a lo que es
verdaderamente. La reflexión, justamente, muestra la dinámica de la apariencia como
negatividad, como la negación que se niega en su determinación inesencial para retornar
a sí. Por eso Hegel indica que ella no es más que “el movimiento del devenir y el
traspasar” (p. 21). El devenir, de hecho, es el movimiento reflejado. Este movimiento
del devenir no tiene principio ni fin, no se dirige de algo hacia algo sino que es un
“movimiento de la nada a la nada”. Hegel radicaliza a Kant. No hay un algo, la cosa en
sí como una determinación en sí misma sino que lo que tenemos es un movimiento que
refleja la cosa en ese mismo reflejo. La realidad es el fenómeno y la cosa en sí no es
nada, ésta es disuelta en el movimiento reflejado. La cosa no tiene ni un fundamento ni
una finalidad, o, mejor dicho, el fundamento y fin son el mismo movimiento reflejado,
la negación de la negación en tanto apariencia, es decir, en tanto determinación
inesencial que no hace más que volver sobre sí. No hay nada, en principio, por fuera del
aparecer y su movimiento reflejo. La esencia, verdaderamente, no es más que ese
movimiento, ese devenir que no tiene un punto fijo.
Hegel lo explica de la siguiente manera: “El ser existe como movimiento de la nada
hacia la nada, y así representa la esencia; y ésta no tiene el movimiento en sí, sino que
este movimiento es como la absoluta apariencia de sí misma, la pura negatividad, que
no tiene nada que negar fuera de ella, sino que niega su negativo mismo, que existe
solamente en este negar” (p. 22).

No hay una sustancia en sí en el sentido tradicional sino que la sustancialidad del ser es
el movimiento reflejado, la reflexión, que es la negación continua de toda apariencia o
determinación que se pone. Esto lo termina de explicar Hegel mediante los tres
momentos de la reflexión: la reflexión que pone, la extrínseca, y la determinante.
Reflexión que pone. La existencia de la esencia está en el movimiento reflejo, es decir,
en su negación. Como tal toda manifestación de la esencia es su aparecer que se niega a
sí misma. El movimiento reflejo es la negación de la negación. Este proceso lo que hace
es poner, la apariencia, aquello mismo que niega. La apariencia es negada como una
nada, lo que no existe en tanto determinación inesencial. La negación de la negación
significa comprender que lo que aparece debe ser negado en ese mismo aparecer, y
debido a esto, la esencia es el movimiento reflexivo que en su poner lo que manifiesta
es el presupuesto suyo en su actividad negativa. En la medida en que aparece la esencia
de la cosa ese aparecer no deja de ser el presupuesto de su propia actividad. La esencia
en sí misma es el devenir, el movimiento reflejo que dinamiza lo puesto como aquello
que debe dejarse atrás. No hay una sustancia estática, un algo permanente, o una
referencia última que determina toda actividad a priori. No encontramos en la esencia
un algo determinado de una vez a la cual lo suceden los predicados. No hay una
comprensión de la cosa en el sentido del inesse, in-esse, algo a partir de lo cual las
diversas predicaciones expresan su esencia. Ésta es el propio movimiento del aparecer y
su negación. Lo supuestamente algo, una determinación determinada, no es más que el
presupuesto de toda dinámica. La esencia de algo opera presuponiendo el aparecer
como mero presupuesto, no como un algo fijo determinante sino como aquello que debe
ser negado. Por eso la esencia en su movimiento reflejo lo que hace es retornar a sí
misma. Esto parece una contradicción. ¿A qué se retorna si no hay un algo sino una
nada como decía antes Hegel? Él responde de esta manera: “Éste algo que se halló antes
deviene solamente en cuanto se lo abandona”. (p. 24). Ésta, podríamos decir, es la
definición misma de lo presupuesto. Lo previo es algo puesto que está ahí para
abandonarse. Por eso la reflexión de la cosa en su movimiento reflejo que parte de un
supuesto comienzo para dejarlo ir en tanto origen. No hay origen, éste es un presupuesto
al que se retorna para negarlo, abandonarlo en el proceso del devenir. Es más, es sólo en
el mismo retorno que lo esencial se manifiesta como presupuesto. No hay nada previo al
retorno, siempre es el retorno mismo en su movilidad.
Siempre se retorna pero a algo que nunca es verdaderamente sino el presupuesto del
movimiento. Lo que se halla en el retorno es algo que aparenta ser determinado-
determinante pero, en realidad, es tan sólo un momento de aquello que está siendo. El
punto de partida, el origen, en este sentido es lo arbitrario de lo que está siendo. Es el
presupuesto de lo existente. Es un momento de este momento. Es una referencia
aparente, es un punto cero en relación a la apariencia de lo que está siendo ahora. Por
eso es un presupuesto y no algo a lo cual podamos remitirnos en todo momento
definitivamente. El pasado es el presupuesto de esta existencia, de este momento. No es
una fijación sino lo que se muestra cuando se abandona. Fijar el pasado es dejar de ser,
en sentido estricto. Significa abandonar la esencia de la cosa, de lo que existe, porque es
inmovilizar el devenir. Siempre retornamos, volvemos sobre sí, pero como reflejo de lo
que es: el devenir de nuestra existencia. Por eso el retorno es paradójico: se retorna pero
nunca a “algo” sino al mismo retorno. Hegel lo dice de la siguiente manera: “En efecto,
la presuposición del retorno en sí – aquello de donde la esencia procede y que existe
sólo como este volver-, existe solamente en el retorno mismo” (p. 25). En definitiva, la
reflexión que pone es la misma que presupone y por eso ese poner es poner el
presupuesto del poner mismo. En la medida en que pone pone el presupuesto.
Reflexión extrínseca. Lo puesto, la apariencia, es lo otro de la esencia en sí. Esto hace
que aparezca lo otro de sí como un algo desvinculado. Eso otro es lo finito que se opone
a la infinitud de la esencia como movimiento reflejado. Es la oposición entre lo
inmediato y la reflexión en sí. La inmediatez es un extremo y lo inmediato determinado
(la negación) es el otro extremo, en el medio se encuentra la reflexión. De aquí que la
reflexión sea como un silogismo en el que media entre la inmediatez y su negación. Esta
reflexión extrínseca es lo que Kant denomina juicio reflexionante: la inmediatez sin
regla es negada en la búsqueda del concepto (universal) y en esa búsqueda la reflexión
pone la inmediatez como su presupuesto y el universal como la esencia de aquel. Para
Hegel es extrínseca en el sentido de que la reflexión actúa bajo los extremos de la
particularidad y lo universal determinado como negación.
Reflexión determinante. Ésta es la unidad de los dos momentos anteriores: la reflexión
que pone y la extrínseca. La primera parte de la nada y pone en tanto presupuesto y la
segunda parte de lo puesto como negación en tanto opone la aparición a su negación, lo
otro de sí mismo. La reflexión determinante, por su lado, considera la completitud de
los dos momentos anteriores en tanto la negación supera lo puesto, el aparecer, en su
retorno a sí mismo. En resumen, es la negación de la negación. Lo puesto, en este
sentido, tiene su esencia en el retorno a sí mismo de la esencia. La reflexión
determinante muestra que eso otro que niega, el aparecer, se niega a sí mismo como
movimiento reflejado de la esencia. Es la cosa misma reflejada en sí. La negación de la
negación muestra cómo se refleja a sí mismo la cosa en su esencia. Por eso en la
reflexión determinante hay dos lados: uno es aquel de la apariencia como negación que
presupone en su poner; y el otro es la negación de ese poner como retorno a sí de la
esencia. Por eso “la reflexión es un determinar que permanece en sí mismo” (p. 31). La
reflexión determinantes es la unidad de sí misma y su otro. Pero lo otro no es otro
desvinculado, extrínseco absolutamente, sino que es otro de sí, una otredad en el sentido
de diversidad de sí mismo.

La reflexión, de esta manera, podemos decir, contiene sus tres momentos asumiendo
diferentes dimensiones: la dimensión histórica, la dimensión espacial o estructural y la
dimensión histórica-estructural. Con lo cual las diferentes dimensiones no dejan de ser
históricas-estructurales. Son momento determinados que no excluyen el otro
componente sino un análisis que refleja su punto neurálgico. El primero es histórico
pero no deja de ser estructural, podemos decir, es la transmisión de la estructura vivida.
El segundo es un análisis relativo al evento de la negación que es estructural pero en
tanto evento se muestra como corte histórico. Y la tercera posición revela el modo en
que se reestructura la esencia en un nuevo posicionamiento o figura histórica.
Es verdad, siempre se trata del devenir pero ese devenir contiene en su interior una
dimensión estructural que manifiesta el plano de la oposición como la exterioridad de la
reflexión que muestra la cosificación del entendimiento (Verstand). Esto es lo que
denomina Jameson “oposición binaria”, que no significa necesariamente que se hable de
dos instancias opuestas sino del tipo de vínculo que puede hallarse entre dos o más
posiciones. Este vínculo de oposición es el tipo de relación que mantiene en su interior
la esencia de la cosa. Y es un momento determinado estructuralmente porque su
significado se encuentra en la espacialidad que diferencia como oposiciones las distintas
instancias significativas. La reflexión determinante que asume, en definitiva, que dichas
oposiciones son diferencias respecto a sí de la esencia no se resuelve en una síntesis
trascendental. La resolución, la negación de la negación, es el aparecer de un nuevo
orden, una nueva figura, que en vez de sintetizar reconoce en sí el desarrollo concreto
de una posibilidad. La resolución, en su retorno que presupone lo que abandona para
mostrarse, es la concreción de una determinación particular.
Como se dijo esto es algo diferente a la síntesis. En la resolución (Aufhebung) lo que
tenemos es un poner que contiene en sí como negación de lo anterior las diferentes
relaciones de oposición. Todo aparecer nuevo no deja de ser una negación de las
oposiciones anteriores que se resuelven en ese aparecer a pesar suyo. Lo que
entendemos por realidad, en definitiva, es esa resolución: no una síntesis sino una
yuxtaposición irresuelta unívocamente que manifiesta una posibilidad de concreción
entre otras. En este sentido, la subsunción de las diferentes posibilidades en la
realización de una de ellas implica un movimiento reflejo que contiene en sí al mismo
tiempo aquellas posibilidades privadas de ser efectivo. Las oposiciones resueltas, por
eso, están unas junto a otras en la universalidad concreta de manera yuxtapuesta.
Debido a esto en la resolución la realidad puesta es, al mismo tiempo, una superación y
una contener lo anterior. La realidad, en definitiva, a pesar de manifestarse como una
posición determinante, una negación, es una convivencia expresada y reprimida de
diferentes tiempos y espacios. No puede afirmarse que hay sólo una lengua o una
historia, un espacio y tiempo homogéneos.
Lo que tenemos es una multiplicidad. Una convivencia de posibilidades resueltas en una
que no es más que una apariencia de ser, o sea, no es. Lo puesto que retorna, la
negación de la negación, es un volver a poner negativo que muestra su realidad en
función del presupuesto que pone en su mismo poner. La resolución pone su
fundamento histórico-estructural en su ponerse. Lo puesto como resolución, en
definitiva, es la interpretación que decide en tanto es la realización de una posibilidad
como praxis. La reflexión determinante es una interpretación y ella es puesta como
objetivo concreto de realización. Es lo tematizado (interpretación de la esencia). Eso
tematizado es la concreción interpretativa del scopus: el desarrollo inmanente de la
cosa.
Ahora bien, la resolución en tanto interpretación, no tiene una génesis o un origen sino
que en su toma de posición hace posible la génesis como presupuesto. Debido a esto
toda interpretación es proyectiva o un pro-grama. Es un programa que opera como
lectura hacia y desde. En tanto se muestra hacia delante, al futuro, reescribe el pasado.
La negación de la negación como programa, sin embargo, no significa una utopía en el
sentido craso del deber ser. El programa es un deber ser en tanto es el desarrollo
concreto de una posibilidad inmanente en la cosa misma. De alguna manera la cosa
sigue siendo. La reflexión determinante es una interpretación resolutiva que inscribe en
lo tematizado su programa (incremento de ser). Y es a partir de este programa que
aparece la realidad y su génesis, la estructura pro-puesta y su historia. La experiencia
hermenéutica, el hecho de dar cuenta de la finitud, está puesta ahí como negación de la
negación; es decir, todo programa sabe que no deja de ser una presunción en última
instancia. Nunca será verdadero definitivamente porque el mismo movimiento
dialéctico se lo impide. Debe saberse como diferencia, en el sentido hegeliano estricto.
Es una diferencia de la cosa misma respecto a ella y no a otra cosa. No hay una medida
externa. Se comprende diferente porque no puede sino comprenderse de esa manera;
cualquier programa que pretenda fijar el movimiento reflejo es, en suma, una
abstracción. La cristalización de un programa se resuelve como una planificación: una
determinación abstracta que opera como un universal vacío. El programa es una
dirección asumida, en cambio, el plan es una determinación que se torna indeterminada
debido a que no se atiene al momento de la reflexión externa, es decir, a la
contradicción estructural de sus elementos inmanentes. La planificación se abstrae del
movimiento reflejado de la esencia. El programa es la interpretación de la cosa según
una dirección que se toma de modo proyectivo.
En este sentido, lo proyectado se asume como posibilidad que se sabe finita, una
determinada concreción y no una planificación en su sentido abstracto. Como negación
de la negación lo que postula el programa es el pasaje de la negación en tanto crítica a la
positividad de una propuesta específica. Este pasaje es lo que indica el momento de
traspasar la mera contradicción en un sentido de oposición. Esto queda representado en
el término medio del silogismo: es la particularidad que niega el universal. Lo niega en
el sentido de particularidad, de oposición. Pero esta oposición es la que debe mostrarse,
al mismo tiempo, como una diferencia. La oposición debe entenderse diferencialmente
y esto significa que la negación no debe cristalizarse sino que debe retornar. El
programa, entonces, se redime como negación y se moviliza en otra dirección en la
realización de la cosa misma. El programa, de esta manera, debe salirse de la oposición.
Pero, como se dijo, no en dirección a una cierta sustancia permanente sino que el
retorno se dirige al aparecer mismo. Esto significa saberse finito.
Lo real de la realidad es el modo de la dinámica del aparecer, sin referencia alguna. Lo
real es la inquietud de la realidad. No hay adaptación, tampoco hay principio (arjé). Lo
real es lo especulativo en el sentido de la apertura de la esencia como potencia absoluta,
la posibilidad en sí o, como dice Heidegger, posibilitación. Siempre nos encontramos
con una identidad diferencia, no una simple identidad.

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