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EL ARTE MODERNO – Argan, Giulio Carlo

Capítulo Primero: Clásico y Románico

A lo largo de los siglos XIX y XX, aparecen con frecuencia los términos “clásico” y
“romántico”. Éstos se referían a dos grandes fases de la historia del arte: lo clásico
está ligado al arte del mundo antiguo, grecorromano, y a aquello que fue considerado
como su renacimiento en la cultura humanista de los siglos XV y XVI, es el mundo
mediterráneo, en donde la relación de los hombres y la naturaleza es clara y positiva;
lo romántico, ligado al arte cristiano de la Edad Media y más específicamente al
Románico y Gótico, es el mundo nórdico, en el que la naturaleza es una fuerza
misteriosa.
Tanto lo clásico como lo románico son teorizados entre mediados del siglo XVIII y
mediados del siglo XIX. Lo clásico, principalmente por Winckelmann y por Mengs; lo
románico, por los partidarios del renacimiento del Gótico y por los pensadores y
literatos alemanes.
Teorizar etapas históricas significa llevarlas desde el nivel de los hechos al de las
ideas o los modelos: lo cierto es que es a partir de la segunda mitad del siglo XVIII,
cuando los tratados o las preceptivas del Renacimiento y del Barroco son sustituidos
por una filosofía del arte estética, de mayor nivel teórico.
Al aparecer la estética o filosofía del ate, la actividad del artista deja de ser
considerada como un medio de conocimiento de lo real, de trascendencia religiosa o
de exhortación moral. Con el pensamiento clásico del arte. Entra en crisis la idea de
arte como dualismo de teoría y práctica: la actividad artística pasa a ser una
experiencia primaria y no ya deducida, que no tiene otro fin más allá del de su propio
hacer. Es así que el artista manifiesta explícitamente que pertenece y quiere
pertenecer a su tiempo, y como artista, abordar temáticas y problemáticas actuales.
Tanto el arte neoclásico como el romántico, demuestra que, a pesar de aparente
divergencia, ambos entran dentro del mismo ciclo de pensamiento. La diferencia
consiste sobre todo en el tipo de actitud (predominantemente racional o
predominantemente pasional) que asuma el artista frente a la historia y a la realidad
natural y social.
Entre los motivos de aquello que podríamos denominar como el fin del ciclo clásico y
el inicio del ciclo romántico o moderno (es más, contemporáneo, porque llega hasta
nuestros días) destaca el de la transformación de las tecnologías y de la organización
de la producción económica, con todas las consecuencias que implica en el orden
social y político. Era inevitable que el nacimiento de la tecnología industrial, pusieran
en crisis al artesanado. Es por esto el constante y casi afanoso proceso de cambio en
las orientaciones artísticas que no quieren quedarse atrás, en las poéticas o
tendencias que se disputan el éxito, denominadas por un ansia de reformismo y
modernismo.

Pintoresco y Sublime
Lo bello ya no es objetivo, sino subjetivo: lo bello romántico es precisamente lo bello
subjetivo, característico, mutable, que se contrapone a lo bello clásico, objetivo,
universal, inmutable.
Al distinguir entre lo bello pintoresco y lo bello sublime (términos que ya tenían un
significado en el campo artístico), Kant distingue en realidad entre dos razones que
dependen de dos distintas actitudes del hombre con respecto a la realidad; sobre
estas y sobre la relación entre ellas va a basar de hecho su “crítica de la razón”
Lo pintoresco es una cualidad que se refleja en la naturaleza del gusto de los
pintores, y especialmente de los pintores del periodo barroco. Se expresaba tanto en
la pintura como en la jardinería, que era una forma de moldear la naturaleza sin
destruir su espontaneidad. Se manifiesta en tonalidades cálidas y luminosas.
Lo sublime resulta visionario, angustioso. En cuanto poética de lo absoluto, lo
sublime se contrapone con lo pintoresco, que es poética de lo relativo. La razón es
consciente de sus propios límites terrenales, más allá de los cuales no puede haber
más que la trascendencia de aquello que está más allá de ésta.
La poética de lo sublime exalta en el arte clásico la expresión total de la existencia, y
en este sentido es neoclásica. La poética iluminista de lo pintoresco ve al individuo
integrado en su ambiente natural, y la poética romántica de lo sublime ve al individuo
obligado a pagar con la angustia y el terror la soledad, la soberbia de su propio
aislamiento; pero ambas poéticas se complementan y, en su contradicción dialéctica,
reflejan el gran problema del tiempo, la dificultad de la relación entre individuo y
colectividad.
En el arte moderno, la dialéctica entre ambos términos irá cambiando constantemente
de aspecto, pero sustancialmente va a permanecer inmutable.

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