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a: EL sentido Cristiano er aac: BAe) ess v2 Sentido cristiano de la muerte y oraciones por los difantos RentnrtsCh erties sod El cristiano ante la muerte RP. Pedro Herrasti, S.M. Introduccién El hecho de la muerte cuestiona el sentido de la vida. Cuando sufri- mos la separacién de un ser querido o de un amigo nos embarga una profunda congoja que parece que nada ni nadie puede mitigar, sin embargo, es el momento en que so- lo la fe tiene una palabra valida. Aqui vemos aparecer en toda su estatura la figura redentora de Cris- to Jestis. Solo El puede asegurarnos la vida y el perdén, solo El vence la muerte y el pecado con su Cruz y Resurrecci6n, solo El es nuestra es- peranza y nuestra salvacién y a El acudimos para que vende nuestras heridas sobre todo aquellas que solo EI puede mitigarlas. "Yo soy la Re- surreccién y la Vida" dijo el Sefior, y a El acudimos para que haga brillar la certeza de que si compartimos su muerte, algtin dia también compar- tiremos su Resurreccién. No olvidemos que nuestras ora- ciones constituyen un eficaz auxilio para nuestros hermanos difuntos y que la maxima expresién de ayuda es la santa misa, por eso, al rezar no sélo procuramos recordarlos para nuestro consuelo sino que los bene- ficiamos con lo cual quedan muy agradecidos. No los abandonemos en esas dificiles circunstancias. Ante una innegable realidad Vivimos normalmente un deter- minado ntimero de aiios, habiendo sufrido, como todo mundo, algunas enfermedades pasajeras. Pero un buen dia, descubrimos con pena que tenemos cancer y ese cuerpo tan fiel, tan duradero, tan util, se nos empieza a desmoronar irreme- diablemente. Y después de muchos 0 pocos cuidados, en un plazo mas 0 menos corto, morimos, O bien puede suceder que estando perfectamente sanos, caemos fulmi- nados por un paro cardiaco 0 perece- mos victimas de un accidente fatal. Al final, de una manera u otra, to- dos moriremos. Nadie absoluta- mente escapard de la muerte. Es la realidad mas irrefutable del mundo. Desde que somos concebidos en el vientre de nuestra madre, somos por definicién, mortales. La muerte es el trance definitivo de la vida. Ante ella cobra todo su tealismo la debilidad e impotencia del. hombre. Es un momento sin trampa. Cuando alguien ha muerto, queda el despojo de un difunto: un cadaver. Perplejidad Esta situacién provoca en los fa- miliares y la comunidad cristiana un clima muy complejo. El cuerpo del muerto genera preguntas, cues- tiones insoportables. Nos enfrenta ante el sentido de la vida y de todo, causa un dolor agudo ante la separa- cién y el aniquilamiento. Todo el que haya contemplado la dramatica inmovilidad de un cadaver no nece- sita definiciones de diccionario para constatar que la muerte es algo te- rrible. Ese ser querido, del que tantos re- cuerdos tenemos, que entrelazé su vida con la nuestra, es ahora un ob- jeto, una cosa que hay que quitar de en medio, porque a la muerte sigue la descomposicién. Hay que ente- rrarlo. Y después del funeral, al reti- rarnos de la tumba, vamos pensan-

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