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Antígona: Ismene, hermana, tu que sabes todo lo que nos está pasando, lo desgraciadas que

somos, que nadie tiene tan mala suerte como nosotras, ¿qué noticias tienes de lo que Creonte
acaba de imponer? ¿Sabes algo?
Ismene: No, no tengo noticia alguna, ni buena ni mala, desde que nos vimos tras la muerte de
nuestros dos hermanos que fallecieron el mismo día.
Antígona: Me lo imaginaba, y por eso te he traído hasta aquí, para hablar contigo a solas.
Ismene: ¿Qué me quieres decir? Tienes mala cara.
Antígona: ¿Cómo no voy a tener mala cara con todo lo que nos está pasando? Uno de nuestros
hermanos ha sido enterrado honrosamente, sin embargo, al cadáver de nuestro hermano
Polínices le han prohibido una digna sepultura, incluso que alguien le llore. ¡Qué tristeza me
embarga, hermana! ¡Ni siquiera nosotras podemos darle sepultura, nos matarían, Ismene, nos
matarían!
Ismene: ¿Qué quieres que haga yo?
Antígona: Quiero que me digas si realmente puedo contar contigo. Dímelo ahora.
Ismene: ¿Qué estás tramando? ¿A dónde quieres llegar?
Antígona: Quiero saber si me vas a ayudar a enterrar a nuestro hermano.
Ismene: ¿Piensas sepultarlo sabiendo que está prohibido?
Antígona: Es nuestro hermano, Ismene, quieras o no. Nadie me podrá llamar traidora por
enterrar a mi hermano.
Ismene: Pero lo han prohibido, Antígona.
Antígona: Él no tiene autoridad para apartarme de los míos.
Ismene: Ay, Antígona, piensa en nuestro padre, cómo murió, sacándose los ojos, y nuestra
madre muerta por una soga. Y ahora, nuestros hermanos asesinados cada uno por la mano del
otro. Ahora estamos solas. Piensa en lo que podría pasarnos. Yo, aunque obligada, pienso
obedecer a las autoridades.
Antígona: Aunque no quieras ayudarme, ya todo me da lo mismo. Yo igualmente voy a
enterrarle, acompañada o no de ti. Si la muerte viene a buscarme yo me iré con ella sin temor,
sabiendo que he obrado bien. Tú haz lo que te plazca.
Ismene: Yo no pienso hacerlo, me falta fuerzas para desafiar a la ciudad.
Antígona: Digas lo que digas, soy inamovible.
Ismene: Me preocupas.
Antígona: Por mí no temas, teme por ti.
Ismene: Al menos no se lo cuentes a nadie más.
Antígona: No, hermana. Grítalo a todo el mundo. Te aborreceré si te lo callas.
Ismene: Tienes demasiado corazón.
Antígona: Debo obedecer a los dioses.
Ismene: Sí, algo lograrás. Te estás metiendo en un callejón sin salida.

1
Antígona: Mientras tenga fuerzas, seguiré.
Ismene: No hay que ir a la caza de imposibles, Antígona.
Antígona: No sigas, o tendrás mi odio para siempre. Vete y déjame a mí y mi destino.
Ismene: Hazlo si es lo que quieres. Haciéndolo demuestras que estás sin juicio, pero sabes que
te quiero.
Salen las dos, Ismene hacia el palacio y Antígona hacia la montaña
CORO: Primeros rayos del Sol del amanecer, habéis hecho huir a Polinices. Él, que por ansia
de poder se levantó contra nuestra ciudad y con su ejército asedió nuestras siete puertas. Qué
difícil es la victoria cuando el enemigo fue de los tuyos. Zeus nos ha ayudado en la victoria y
debemos tributo a Baco, danzando en su honor.
Corifeo: Aquí viene Creonte, el nuevo rey y caudillo, dados los acontecimientos. ¿Por qué nos
habrá convocado a esta asamblea?
Creonte: ¡Ciudadanos! El mando de la ciudad, que tantos problemas ha sufrido, hoy de nuevo
se endereza. Yo mismo os he mandado venir porque conozco bien vuestro respeto al gobierno
de Layo, y también al de Edipo. Y cuando éste murió, permanecísteis leales a sus hijos. Y
puesto que Eteocles y Polinices, se han dado muerte mutuamente, dado mi parentesco con ellos,
asumiré todo el poder de la realeza. Es imposible conocer los pensamientos de cualquier hombre
que no se haya enfrentado a la experiencia del gobierno. Pésimo gobernante me parece el que no
se acoge al parecer de los mejores y mantiene, por miedo, la boca cerrada. Y el que valora más a
un amigo que a su patria no me merece consideración alguna. Yo no puedo callarme al ver a mis
ciudadanos sufriendo castigo, ni puedo considerar amigo al enemigo de esta tierra. Estas son las
normas con que me propongo hacer grande de nuevo a Tebas y por ellas he mandado pregonar a
los ciudadanos las siguientes órdenes sobre los hijos de Edipo: a Etéocles, que luchó y murió
por la ciudad, se le enterrará y honrará con los sacrificios correspondientes, como a un hombre
ilustre. A Polinices, que traicionó a su tierra, he mandado dejarlo insepulto, pasto de las aves y
los carroñeros, y que no se le honre ni con tumba ni con lágrimas. Esta es mi decisión: Por mí,
nunca se honrará a los criminales como si fueran ciudadanos justos. No. Solo tendrá honores el
que cumpla con el Estado, tanto en muerte como en vida.
Corifeo: Hijo de Meneceo, éstas son tus órdenes y así puedes usar la ley, tanto sobre los
muertos como sobre los que aún vivimos.
Creonte: Y ahora, pues, como guardianes de las órdenes dadas…
Corifeo: Imponle a uno más joven que soporte ese peso.
Creonte: No es eso: ya hay hombres encargados de custodiar el cadáver.
Corifeo: Entonces, ¿qué otra cosa quieres encomendarnos?
Creonte: Que no condescendáis con los infractores de mis órdenes.
Corifeo: Nadie hay tan loco que desee la muerte.
Creonte: Pues esa precisamente será la paga que recibirán.
Llega del monte un guardián que sorprende a Creonte cuando ya se marchaba. Se detiene al verlo llegar.

Guardián: Señor, he venido hasta aquí parándome muchas veces a causa de mis reflexiones, pues tengo
miedo a lo que me pueda pasar.

Creonte: Pero, ¿qué razón hay para que estés así desanimado?

2
Guardián: Primero te explicaré mi situación. Yo ni lo hice, ni vi a quien lo hizo. No sería justo
que me castigues por ello.
Creonte: Cuidas mucho tus palabras, no vas directo al grano.
Guardián: Es que las malas noticias suelen hacer que uno se lo piense.
Creonte: Habla ya, y luego vete.
Guardián: Resulta que… alguien enterró al muerto hace poco tiempo. Lo cubrió de polvo e
hizo los ritos necesarios.
Creonte: ¿Qué dices? ¿Quién pudo ser tan osado?
Guardián: No había ningún indicio o huella. Solo estaba el cadáver semienterrado, como si
alguien quisiera evitar una ofensa a los dioses. Tampoco había señal de que algún animal
hubiera intentado comerse el cadáver. Sospechábamos unos de otros sin que saliera el culpable,
ya que todos estábamos dispuestos a jurar que no habíamos sido. Hasta que a alguien cayó en la
cuenta de que había que informarte, y me tocó a mí contarte estas malas noticias, en contra de
mi voluntad.
Corifeo: Señor, ya hace rato que me ronda la idea de si aquí no habrán actuado los dioses.
Creonte: ¡Basta! Antes de enfadarme aún más con lo que dices. No vayan a acusarte a la vez de
ser un viejo y de tener poco juicio. Lo que dices no es soportable. Los dioses no se preocupan de
este muerto. ¿Cómo iban enterrar y a honrar al que vino a destruir los templos y las leyes a ellos
confiadas? ¿Cuándo has visto que los dioses honren a los malvados? Hay gente en la ciudad que
lleva mal mis órdenes. Estoy convencido de que quien haya sido se ha dejado sobornar por
éstos, porque no hay entre los hombres institución más funesta que la moneda: ella destruye las
ciudades, saca a los hombres de su patria y les hace cometer las mayores vilezas. (Al guardián)
Juro por Zeus que si no encontráis a quien hizo esta sepultura el Hades no será suficiente para
vosotros. Os colgaré vivos hasta que confeséis vuestra acción; ya veréis a dónde lleva el afán
por el dinero venido de cualquier parte.
Guardián: ¿Puedo decir algo, o me voy?
Creonte: Pero, ¿aún no te has dado cuenta de que tus palabras me molestan?
Guardián: Mis palabras ¿te dañan en el oído o en el alma?
Creonte: ¿Qué te importa dónde me duelan?
Guardián: Porque el que te hiere en el alma es el culpable, yo te hiero los oídos.
Creonte: ¡Eres un charlatán!
Guardián: Puede, pero yo no lo hice.
Creonte: Y además, un charlatán que ha vendido su alma por dinero.
Guardián: Es terrible tener sospechas y que tus sospechas sean falsas.
Creonte: Sí, sospechas, dices bien. Si no aparecen los culpables, ya gritaréis el penoso
resultado de vuestras ganancias.
Guardián: Ojalá encuentren al culpable, pero tanto si es así como si no, no me volverás a ver.
Agradezco a los dioses haberme salvado.
Creonte y el guardián se retiran

3
Coro: Nada hay tan portentoso como el hombre, capaz de atravesar los mares y de arar la tierra
y sacarle fruto; capaz de la caza y de la pesca; capaz de domar y someter a muchos animales;
Y por sí mismo ha aprendido la palabra y el pensamiento, a vivir en sociedad, a protegerse de
las inclemencias del tiempo. Solo la muerte ha sido incapaz de evitar.
Y en cuanto a inventiva, ha desarrollado el conocimiento técnico más allá de lo esperable, y
unas veces lo usa para bien y otras para mal. Si cumple con las leyes y los dioses, llega a lo más
alto de la ciudadanía, pero si frecuenta el crimen, sin ciudad queda: ni se siente en mi mesa ni
tenga pensamientos iguales a los míos quien así obre.
Entra el guardián, llevando a Antígona
Corifeo: Dudo si esto lo habrán hecho los dioses… (al ver a Antígona) Pero… si ésta joven es
Antígona. Ay, mísera hija de Edipo, mísero padre. ¿Qué es esto? ¿Te traen acaso porque
desobedeciste las órdenes del rey?
Guardián: Sí, ella fue la que lo hizo. ¿Dónde está Creonte?
(Sale Creonte del palacio)
Corifeo: Aquí sale, en el momento justo.
Creonte: ¿Qué ocurre? ¿Qué hace tan oportuna mi llegada?
Guardián: Aunque convencido de que no iba a volver, debido a mi juramento, aquí estoy
trayéndote a la muchacha que ha sido hallada haciendo una tumba. No vengo aquí por
obligación, sino porque la he encontrado yo, y nadie más. Ya puedes hacer lo que quieras con
ella, que yo estoy libre de peligro y de acusaciones injustas.
Creonte: Pero esta que traes, ¿Cómo y dónde la apresásteis?
Guardián: Estaba enterrando al muerto; ya lo sabes todo.
Creonte: ¿Te das cuenta de lo que dices?
Guardián: Sí, yo la vi enterrando al muerto que tu dijiste que no se enterrase ¿O es que no es
evidente y claro lo que digo?
Creonte: ¿Y cómo fue que la sorprendieras y cogieras en pleno delito?
Guardián: Fue así la cosa: cuando volví a la guardia, bajo tus amenazas, quitamos la tierra al
cadáver dejándolo a la intemperie. Estábamos atentos unos de otros por si alguien descuidaba la
vigilancia. Al mediodía se levantó una tempestad de polvo, sin duda enviada por los dioses
debido a su pena. Cuando aclaró, vimos a esta doncella gimiendo desconsolada ante al cadáver
y maldiciendo a lo que lo desenterraron. Veloz le daba sepultura y nosotros, al verla, la
apresamos sin que ella mostrara temor ni negara nada. A mí me alegra y me da pena a la vez,
pues alegra huir de los males propios, pero es penoso llevar males a gente amiga. Pero para mí
lo importante es estar yo a salvo.
Creonte: Tú que agachas la cabeza ¿Confirmas o desmientes haber hecho esto?
Antígona: Sí, yo lo hice, y no lo niego.
Creonte: (al guardián) tú puedes irte donde quieras (a Antígona) pero tú, dime, ¿sabías que
estaba prohibido hacer esto?
Antígona: Sí, lo sabía, ¿cómo no iba a saberlo? Todo el mundo lo sabe

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