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3. Cómo se ha establecido el reino del infierno en la familia.
a. LA RELATIVIZACIÓN DEL MATRIMONIO: Es la primera institución divina, tan profundamente
enraizada en el corazón del hombre, que el ser humano lo busca hasta sin la conciencia
de Dios. Pero, como un «gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef.
5, 31-32), se afana por hacer creer que no es necesario permanecer unidos.
b. LA DESTRUCCIÓN DE LOS NUEVOS HIJOS DE DIOS: Provoca que nuestros hijos se vuelvan en
contra de Dios y de la Iglesia. Si los padres no se consideran Cristo y la Iglesia, no
considerarán a los hijos discípulos de Cristo, ni hijos de la Iglesia, ni santos de Dios. Los
niños son considerados estorbo y una carga; el sacrificio no existe, sino el malpasar.
c. LA PROPUESTA DE QUE LO QUE SE VIVE YA ES SINÓNIMO DE SACRAMENTO: La familia es como
una Iglesia doméstica en cuanto al descubrimiento de la vocación a la santidad, pero
no sustituye la vida eclesial. La desacralización de la música, el arte, los templos, trae
consigo la desacralización del ser humano: aborto.
d. LA MEZCLA DE LO PROFANO CON LO SAGRADO: Padres que buscan de Dios como terapia para
alcanzar tranquilidad emocional, hijos que ven sus padres como una carga o enemigos,
padres que desplazan a Dios de su centro por un goce momentáneo (anticonceptivos,
falta contra el tercer mandamiento, etc.), hijos que llevan una vida doble de fe y moral.
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d. ACUDIR JUNTOS A LOS ENCUENTROS CON DIOS: Ver la transformación de los demás es
testimonio, igual que confesarse, los rezos y sus posturas. Puede ser en casa, pero
siempre debe tener un lugar en la Iglesia: la Santa Misa, las procesiones, las devociones
a santos particulares, etc.
e. MOSTRAR COHERENCIA SIEMPRE, AUNQUE TRAIGA CONSIGO DIFICULTADES: «Bienaventurados
seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra
vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande
en los cielos» (Mt. 5, 11-12).
Padre de Amor,
ayúdanos a hacer de nosotros otra familia de Nazaret:
que sea profundamente contemplativa,
intensamente eucarística y vibrante con verdadera alegría.