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"Sobre La MetÁfora Paterna (i)"

(*) Intervención En El Seminario De Lectura Fundamentos De La Práctica Analítica: Temas Lacanianos. Escuela Freudiana
De Buenos Aires, El 30 De Agosto De 1988.

Ricardo Rodríguez Ponte

Según lo que pude entender a partir de una charla con algunos de ustedes, antes de
comenzar esta reunión, pareciera como que no hemos sabido insistir lo suficiente, de un modo
suficientemente preciso, en algunas articulaciones, más o menos claves, que de haberlo
hecho como

convenía hubieran proporcionado algo así como el esqueleto, la armazón conceptual mínima
necesaria para no perderse en los temas que tratamos de desarrollar este año, y en la lectura
de los textos que intentamos acompañar, mal que bien, con nuestros comentarios. Así, según
parece, algunos o muchos de ustedes se sienten un poco perdidos, por lo que, a modo de
introducción a nuestro tema de hoy, podría ser conveniente que recuperáramos algunos
tramos del recorrido que hemos hecho juntos.

Ante todo, fijemos una posición de lectura. Es cierto que cuando uno se propone abordar el
estudio de Lacan, así, globalmente, la apuesta parece abrumadora. Su obra teórica es
inmensa, incluso en el sentido más material y banal del término; es tanto o más extensa que la
obra publicada de Freud. Por otra parte, en un sentido ya menos trivial, no hay dominio del
pensamiento, casi, del que se pueda decir que Lacan no lo haya interrogado, cuestionado, y,
muchas veces, trastocado. Ahora bien, digo, como hipotética posición de lectura, tal vez la
cosa no sea tan complicada como aparece a primera vista. Al fin y al cabo, Lacan no habla de
tantas cosas, y esto es un punto importante. Lo dice en el Seminario 1 sobre Los escritos
técnicos de Freud, en una de las primeras clases, y lo repite en muchas otras ocasiones, a lo
largo de sus casi treinta años de Seminario: "Hasta ahora he enfocado siempre este
comentario de Freud en función de la pregunta ¿qué hacemos cuando hacemos análisis?", y
poco antes había advertido a sus oyentes: "Si no vienen aquí a fin de cuestionar toda su
actividad, no veo por qué están ustedes aquí".

Entonces, es cierto que Lacan interroga a la filosofía tradicional, a la lingüística, a la

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antropología, a la matemática, a la lógica, a la literatura de todos los tiempos; pero, no
obstante, hay una sola pregunta que sostiene esta variada interrogación: ¿qué hacemos
cuando analizamos? — qué hacemos cuando analizamos, nosotros, los analistas a quienes
Lacan se dirige. Y esta pregunta circunscribe, entonces, el campo de pertinencia, el campo
electivo de pertinencia, de todo lo que

Lacan va diciendo en su Seminario, de todo aquello que nosotros, por la apuesta que nos
reúne en este lugar, en este momento, sentimos como necesario interrogar en su decir. Este
es un primer punto.

Segundo. No solamente el campo es circunscripto por esta pregunta que se modula de


distintos modos, sino que además, los conceptos con los que trabaja ese campo no son
demasiados, son más bien pocos. En reuniones anteriores hemos esbozado parte de lo que
bien podríamos denominar el esqueleto de este año de nuestro seminario: el grafo. El grafo,
como vimos, reúne por medio de algunos vectores, circuitos, recorridos, unos pocos y
esenciales conceptos bajo la forma de una escritura: letras, que Lacan llama matemas. Ahora
bien, estas letras no son tantas. Pues los conceptos de los que se vale para tratar de formular
y responder esa única pregunta que sostiene su Seminario —¿qué hacemos cuando
analizamos?— no son tantos, son pocos, como dije. Pocos, sobre los que va y vuelve muchas
veces; pocos, que va trabajando, reformulando en sucesivas tiradas, que va modificando,
complejizando, a veces simplificando, a medida que avanza.

¿De qué habla Lacan, en resumen? En primer lugar, habla de cómo podemos entender
aquello que se produce cuando sometemos a alguien a la regla de la asociación libre, de qué
es lo que se produce cuando a alguien le damos la palabra, lo que no es una experiencia
ordinaria en la vida de los seres humanos, por más que los definamos como "seres hablantes"
— qué es lo que se produce cuando a alguien le damos la palabra, con esta consigna
paradójica de que hable "libremente". Ahora bien, lo que constatamos cuando invitamos a
alguien a que hable libremente es que, también, habla de muy pocas cosas. ¿De qué habla?
Habla, en primer lugar, de los otros que lo han constituido como sujeto en su palabra, a saber,
lo que escribimos con la letra A mayúscula, del gran Otro: habla del Otro, sede de las palabras
con las que articula su demanda, en el seno de la cual el sujeto ha devenido como tal, como
sujeto, sujeto de esas palabras. ¿De qué más habla? En segundo lugar, habla de aquellos
otros con los que se identifica y con quienes rivaliza, de los otros, con minúscula ahora, con
los que se identifica en lo imaginario para constituir su yo, lo que escribimos de distintas
maneras, por ejemplo ésta: i(a): la imagen del otro, del semejante. En el esquema L, que ya
vimos en un anterior encuentro cuando retomamos el análisis de ese "sueño de la inyección
dada a Irma", de Freud, lo escribíamos a, pero ahora preferimos reservar esa letra para
designar con ella, según el caso, según qué querramos acentuar, la causa del deseo o el
objeto donde el sujeto podrá imaginarizar su goce. De esto último también habla el sujeto al

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que le damos la palabra, y es lo que designamos con una fórmula que como tal no hemos
introducido todavía, pero que quizá mencionamos al pasar, la fórmula del fantasma, que
escribimos ($ & " ): el sujeto dividido en relación al objeto a.

Ven que no es tan complicado, que Lacan no habla de tanto. Habla, de muchas maneras, de
estas pocas cosas. De estas pocas cosas que conciernen a su práctica, la de él, pero también
la de ustedes cuando ocupan la posición del analista. Así que, ven, ustedes no carecen
completamente de puntos de referencia.

Bien. ¿Qué sucede cuando a alguien le damos la palabra? Cuando a alguien le damos la
palabra, encontramos lo siguiente: que una palabra llama a una respuesta. Lo graficaremos
así:

[gráfico]

Y en este sentido, la posición del analista, la posición instituyente del analista, el modo en que
el analista se sitúa en primer lugar en relación a esta palabra que ha otorgado — éste es un
momento de la enseñanza de Lacan que podemos ubicar por ejemplo en su escrito titulado
Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, lo que por otra parte está
recordado en la primera página del Seminario del 8 de Enero de 1958, donde más o menos
dice esto: ¿sobre qué les insisto, todo el tiempo, como una constante de lo que les enseño? —
les insisto sobre la importancia del lenguaje y de la palabra. Entonces, dado que toda palabra
llama a una respuesta, la posición instituyente del analista en relación a esta palabra es la del
oyente:

[gráfico]

La palabra llama a una respuesta, y el analista se posiciona como oyente... puesto que, aun
su silencio es una respuesta. Pero, ¿qué más dice Lacan en ese primer apartado de Función y
campo..., que les estoy evocando? Dice que no solamente la palabra llama a una respuesta,
sino que de la respuesta misma depende que dicha palabra se constituya como tal: "no hay
palabra sin respuesta". (1) ¿Se entiende? No solamente la palabra solicita una respuesta,
demanda una respuesta, sino que el hecho de la respuesta es esencial para la determinación
de la palabra como tal. Entonces tenemos el vector retroactivo:

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[gráfico]

Hay palabra, porque hay respuesta, aunque esta respuesta sea el silencio. Pero entonces,
primera función del analista: sancionar el hecho de que ahí hay alguien hablando, alguien que
está haciendo uso de la palabra.

Ahora bien, y éste es el segundo aspecto de esta posición instituyente del analista: constata
que cuando alguien hace uso de la palabra, es usado por su palabra, puesto que no bien trata
de decir lo que quiere decir se encuentra diciendo algo distinto de lo que quería decir,

más de lo que quería decir, menos de lo que quería decir, y a veces lo contrario de lo que
quería decir.

Cuando el sujeto hace uso de su palabra, el analista encuentra, y sanciona con su respuesta,
que es la palabra la que lo usa. Ahora bien, ¿cómo, en qué lugares, en qué fenómenos
detecta el analista este uso de la palabra, este uso que la palabra hace del sujeto que
supuestamente la porta, para hacer uso de ella? ¿Dónde? En unos fenómenos, muy
particulares, que se manifiestan electivamente como tropiezos en la palabra. Tropiezos que
exceden, rebasan, trastocan, desvirtúan la intención de aquél que porta la palabra. El modo en
que se abre la dimensión del inconsciente como un Otro lugar que determina la palabra del
sujeto más allá, contrariando incluso, la intención del sujeto, es el tropiezo en su palabra. Por
lo que a estos tropiezos en su palabra los llamamos —dado que los suponemos determinados
por el inconsciente— los llamamos, precisamente, formaciones del inconsciente.

Y si ustedes me permiten trasladar este esquemita rudimentario de la palabra y la respuesta


del oyente, al grafo que hemos empezado a trabajar en anteriores reuniones, lo que teníamos
era que, ubicado el oyente de este lado, a la derecha, lo que llamábamos A mayúscula, letra
que designa al gran Otro, tenemos que un sujeto que se dirige al Otro haciendo uso de la
palabra (ésta, S?S’, es la cadena del significante) se revela determinado por este mismo
Otro, y entonces ponemos, en el lugar del mensaje, es decir, de la significación recibida por
aquél que haciendo uso de la palabra se revela usado por ésta, aquí ubicamos s(A): el lugar
de la significación, del mensaje, del síntoma.

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[gráfico]

Esta discordancia patente, primera, principial, revelada en el uso de la palabra una vez que el
sujeto es invitado a hacer uso de ella, nos lleva a una suposición —no es la única—, una
suposición que define cierta especificidad de nuestra posición de oyentes de su discurso, que
es la de que el sujeto se encuentra dividido, lo que escribimos así: $ . Y si ahora no queremos
complicarnos demasiado, por el momento decimos que el sujeto está dividido entre lo que
quiere decir y lo que efectivamente dice, entre lo que sabe que dice y lo que dice sin saber. En
esta hiancia abierta por su no-saber, ubicamos un saber que determina lo que efectivamente
dice. Esto no es el todo de la experiencia analítica —ni siquiera aludí a la transferencia ni nada
por el estilo— pero es como una suerte de verdad primera de la experiencia analítica.

Bien. ¿Cómo formalizar este uso singular de la palabra, tal como se manifiesta en la
experiencia analítica? Este es nuestro campo de pertinencia, puesto que no hacemos
lingüística ni metafísica del lenguaje. Lacan lo formaliza, precisamente, con dos fórmulas: la
de la metáfora y la de la metonimia. Voy a escribirlas para recordárselas, y las despliego un
poquito. Empecemos con la primera, la principial... Quiero decir: una propiedad de la palabra
es que una palabra se encadena con otra palabra, el estatuto del significante es la cadena. El
significante ex-siste en la cadena, y en ninguna otra parte, puesto que no existe un significante
aislado. Es la definición misma del significante, la que incluso es deducible ya a partir del
Curso de lingüística general, de de Saussure, por una serie de razonamientos que no creo
que valga la pena que rehaga ahora, porque quiero ver si llego a la metáfora paterna. El
estado de la palabra es que está ligada a otra palabra, el estado del significante es la cadena
del significante. Si queremos decir significante de otra manera, sin decir la palabra
significante, podemos decir: con-catenación. En la palabra "concatenación" está la cadena.
Cada significante es un eslabón de la cadena, y en la cadena los significantes se encadenan,
se concatenan. Ahora bien, este carácter, este estatuto de cadena, del significante, esta
relación de un significante con otro significante, en la diacronía en que se despliega la cadena,
es lo que llamamos la metonimia. Y a la metonimia, en su escrito La instancia de la letra...,
Lacan la escribe así —primero la escribo y después la leo, porque no se lee linealmente—:

f ( S...S’ ) S @ S ( - ) s

Primero del lado izquierdo de la fórmula, por fuera del paréntesis, tenemos f y S, que leemos
como "función significante"; lo que está dentro de los paréntesis lo leemos como "la conexión
del significante con el significante en la diacronía". El signo "igual" con el firulete arriba lo
leemos como "congruencia". Del lado derecho de la fórmula tenemos S y s, el "significante" y
el "significado", separados por un signo "menos" entre paréntesis. Y entonces leemos así la

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fórmula de la metonimia: la función significante de la conexión del significante con el
significante en la diacronía es congruente con el mantenimiento de la barra que separa al
significante del significado.

Esta fórmula, sin duda, es tributaria de la subversión, introducida en ese escrito sobre La
instancia de la letra..., de la fórmula del signo lingüístico de de Saussure, puesto que ustedes
recordarán que, respecto de su algoritmo, de Saussure planteaba que en la unidad que
constituía el signo lingüístico —unidad que él designaba con la elipse que englobaba el
significado, que escribía arriba, y el significante, que escribía abajo—, esta línea horizontal,
para él, no era una barra: era lo que designaba la relación entre esas dos mitades del signo.
Esa línea quería decir que, en la unidad constituida por el signo, un significado se relaciona
con un significante en una relación, que de Saussure llamaba significación.

[gráfico]

En cambio, Lacan, a esta rayita que en de Saussure indicaba la relación, esa relación
significado/significante llamada "significación", Lacan no la llama relación, la llama barra:
barra, barrera, resistente a la significación.

Hay una propiedad del lenguaje humano que es la siguiente: las palabras no significan lo que
significan, la significación engendrada por las palabras siempre falla, cae al costado del
referente, las palabras nunca dicen lo que parece que quieren decir, por eso necesitan,
siempre, de otra palabra, y así sucesivamente. Jugar con las palabras, en definitiva, es jugar
con lo que las vuelve tullidas.

Para ilustrarlo, comparemos esto que hemos dicho con el así llamado "lenguaje de las
abejas", sin entrar a discutir ahora sobre si en verdad se puede afirmar que dicho lenguaje
sea, efectivamente, un lenguaje, o no. En el primer tomo de Problemas de lingüística general,
un libro de Émile Benveniste... Se trata de un interlocutor de Lacan, de la primera época del
Seminario, quien fue, creo, quien le sugirió la fórmula que después se hizo famosa, y que
parece que le surgió un poco como: "¿pero usted entonces viene a decir algo así como que el
sujeto recibe su propio mensaje del otro bajo forma invertida?" — a lo que Lacan le respondió
más o menos de esta manera: "Usted lo ha dicho mejor que yo, y esto lo confirma" — para
luego insistir bastante con esta fórmula. Bien. Este señor Benveniste, un lingüista, tiene un
articulito en ese libro, donde retoma los trabajos de un zoólogo alemán, Karl von Frisch. (2)
Según parece, dicho señor Karl von Frisch se la pasó años de los años, con un largavistas,
observando a las abejas en los panales. Una investigación apasionante (!?), gracias a la cual
descubrió lo siguiente: que las abejas se transmitían información referida a dónde estaba la
fuente de alimento. Cuando una abeja detectaba un macizo de flores, donde puede encontrar
el polen con el cual elaborar la miel, volaba hacia su colmena, y frente a su colmena iniciaba

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una especie de danza, o mejor dicho, dos tipos de danza. Dos danzas diferentes. Cómo eran,
no me acuerdo, porque este artículo hace una punta de años que no he vuelto a leerlo. Pero
se trataba de dos danzas diferentes, una danza en forma de ocho y la otra no me acuerdo
cómo. Ahora bien, lo interesante que observó Karl von Frisch era que con el modo de danza,
con la velocidad con que efectuaban esa danza, y con el ángulo del plano imaginario en el que
efectuaban esos giros de su danza, porque parece que las abejas son sensibles a la luz
polarizada, y entonces en relación a los rayos solares y al ángulo que con estos formaba el
plano del vuelo, ¿se entiende?, con esto indicaban la dirección de la fuente del alimento, e
indicaban también la distancia a la que se encontraba del panal.

Entonces, según distintos tipos de vuelo en la danza, según las distintas velocidades, y según
los diferentes planos de inclinación respecto de la polarización de la luz solar, la abeja que
había descubierto una nueva fuente de alimento, llegada a su panal, transmitía a sus
hermanas esta información. ¿Pero qué ocurría? ¿Qué observó este Karl von Frisch? Que
cuando una abeja observaba la danza de la otra, no iba adentro del panal a contarle a las
demás "¿saben lo que me dijo Fulanita?", sino que ella a su vez volaba hacia la fuente de
alimento tan rigurosamente señalada, la encontraba, volvía al panal, y entonces ahí sí se
ponía a ejecutar su danza. Es decir, ¿qué es lo que no tienen, las abejas, en su peculiar
lenguaje? En primer lugar, no tienen la posibilidad de hacer meta-mensajes, es decir,
mensajes de mensajes; no tienen esto que es propio del lenguaje humano —y prácticamente
todo lo que decimos es eso— de: digo lo que me dijo otro. Por supuesto que además, como el
signo está directamente relacionado a su referente, una abeja no puede hacer un chiste, es
decir, nunca se ha visto una abeja que hiciera su danza indicando que el polen estaba a la
izquierda, cuando estaba a la derecha. En realidad, es el mismo asunto, porque la
equivocidad empieza cuando el signo no se refiere más al referente, sino a otro signo. Esta es
la esencia del significante. En cambio, la relación entre esto que Karl von Frisch llamaba
"lenguaje" y lo que era indicado por este "lenguaje", el referente, era unívoca.

El lenguaje humano se caracteriza por todo lo contrario. En primer lugar, siempre está hecho
de mensajes indirectos; todo el tiempo, aun cuando creemos que no, y esto lo van a pescar
con que hagan un poquito de reflexión, aun cuando uno testimonia de algo, siempre se refiere
a mensajes que vienen de otro. En segundo lugar, lo que dice el mensaje nunca dice
exactamente lo que parece querer decir — hay una ambigüedad inherente a todo mensaje.

Bien, esto es, entonces, lo que es recuperado con esta fórmula de la metonimia: en el
discurso del sujeto, hay un proceso constante de vaciamiento de la significación — la barra es
mantenida.

Ahora bien, dentro de esta característica del lenguaje humano, de que siempre falla en lo que
quiere decir, resulta que a veces tiene éxito, o apariencia de éxito, quiero decir: que a veces

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aparece el sentido, el efecto de sentido. ¿Cuál es el modo, según Lacan, en que se produce el
efecto de sentido? Por la vía de la metáfora, que se escribe así:

f(ï)S@(+)s

Éste es el modo en que Lacan escribe la fórmula de la metáfora en La instancia de la letra...


Después, en otro escrito, la escribe de otro modo, que vamos a ver. Ahora leemos ésta, del
mismo modo en que lo hicimos con la de la metonimia: la función significante de la sustitución
del significante por el significante en la sincronía es congruente con el atravesamiento de la
barra resistente a la significación.

Entonces tenemos que si en el primer caso la barra se mantenía, lo que escribíamos: ( - ), en


el segundo caso la barra se atraviesa, lo que escribimos: ( + ). Por otra parte, podemos leer
estos signos como "menos" y "más", y entonces diremos que la metonimia produce el "poco
de sentido" o el "menos de sentido", mientras que la metáfora produce un "plus de sentido".

PARTICIPANTE: ¿No tiene nada que ver esto que hablaste del poco de sentido con el paso
de sentido?

No, no es que no tiene nada que ver. Tiene que ver, pero no llegué ahí... Bueno, pero llegaste
vos, así que veamos algo. El "paso de sentido" está en relación a un juego de palabras que
hace Lacan a partir de la palabra francesa pas, que remite tanto al "no" como al "paso". Por
ejemplo: "pas d’argent" (no hay plata) o "Pas de Calais" (el Paso de Calais). Entonces,
pas-de-sens remite a que por un sinsentido, a un no-sentido, es posible engendrar un sentido,
pasa un sentido. Por ejemplo, una metáfora poética que ya he mencionado alguna vez: "las
dentelladas del mar", de Neruda. Si lo analizamos desde el punto de vista del sentido, "las
dentelladas del mar" es algo que no tiene sentido: el mar no tiene dientes, no muerde, etc...
No tiene sentido. Sin embargo, este no-sentido produce un sentido novedoso en la lengua,
que no hubiéramos podido despejar a partir del estudio pormenorizado de cada uno de los
significantes que componen este sintagma.

Entonces, si esto está más o menos entendido, les mostraría cómo Lacan escribe la fórmula
de la metáfora en otro lugar, en otro escrito, titulado De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis. Y este otro modo de escribir la metáfora nos va a facilitar el
camino para introducir la fórmula de la metáfora paterna:

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S S’ 1

—— . —— ? S ( — )

S’ x s

Que leemos así: un significante S’, por su relación con un significado desconocido x, es
sustituido en la cadena por otro significante S, lo que produce una nueva significación (1/s).
Para que esto no quede demasiado abstracto, repasemos algunos ejemplos que ya vimos:

famillonario familia

—————— . —————— ? el famillonario

familia x

La familia, en la vida de Heine, se relaciona con no sabemos qué; según parece: con un rollo
complicado que tenía el poeta este con su tío rico, millonario, que le había negado la mano de
su hija, de la que Heine estaba enamorado, porque el sobrino era un pobre diablo, y entonces
Heine pasó a odiar a los millonarios, se hizo socialista, y todo eso que les contó Margarita Hes
en su clase. Por eso decimos "x". Esta x la bordeamos con toda esa historia, pero no sabemos
exactamente de qué se trata. Ahora bien, familia conecta con esa significación desconocida, y
entonces familia es mandada al fondo, y es sustituida en la cadena por famillonario. Y un
nuevo ser, un nuevo personaje, un poco ridículo, como dice Lacan, hace su aparición en la
escena del mundo: el famillonario, ese pobre diablo que se da aires.

Lo que es interesante de esto es que el significante sustitutivo, por una parte, mantiene abajo
—hablemos más estrictamente—, mantiene reprimido, al significante sustituido: familia, y esto
lleva a la producción de una nueva significación.

La otra vez yo decía, hablando con una parte de ustedes, que ésta es una metáfora más o
menos "fracasada", si me permiten la expresión. ¿Por qué? Porque si bien el famillonario

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mantiene reprimido familia, sin embargo no es menos cierto que ahí se ve la hilacha del
proceso, y familia retorna en el mismo famillonario. Es que, si la fórmula de la metáfora es la
fórmula de la represión, aquí vemos lo que leímos en la respuesta de Lacan a la intervención
de Jean Hyppolite en su Seminario: la represión y el retorno de lo reprimido, es la misma cosa.
Porque este famillonario, donde familia retorna, es también aquello que reprime a familia. ¿Se
entiende? El famillonario reprime, y es el escenario donde retorna la familia reprimida.
Reprimida, por su relación a un significado desconocido, que —punto importante— no es
revelado por la significación inducida por la metáfora. Por eso acá, en la fórmula de la
metáfora, del lado izquierdo tenemos x, y del lado derecho tenemos s. La significación
inducida por la metáfora no es el develamiento de esta significación desconocida que está en
causa en la represión, es una nueva significación.

El otro ejemplo, que vimos la vez pasada, lo voy a escribir de un modo ligeramente diferente a
como Lacan lo hace en su Seminario:

( ) Signor

———— . ————

Signor x

Si Signor remite a un significado desconocido x — En el Seminario, Lacan, en lugar de x, pone


Herr, y la x la pone donde yo pongo los paréntesis. Pero tienen que tener en cuenta lo
siguiente: que este Herr de ahí abajo es el Herr absoluto, es el Herr donde cesa el poder de la
palabra, o es el Herr que podría tener poder sobre aquello donde la palabra cesa, el médico
como señor de la muerte. A los fines didácticos, yo prefiero escribir ahí x, para recordar que
de lo que es de la muerte y del sexo, para Freud, no sabemos nada de eso. ¿Por qué los
paréntesis? Para sugerir que, en el discurso de Freud, ese Signor es reprimido por un hueco,
por un agujero en el discurso, agujero que ciertamente tiene bordes, paredes, de lo contrario
no hay agujero. Y bien, los bordes de ese agujero en el discurso de Freud, ustedes los
conocen, son Botticelli y Boltraffio, es decir, esos nombres sustitutivos que sustituyen mal.
Esto es algo que Freud no deja de advertir: los nombres sustitutivos no logran sustituir el
nombre olvidado, si hubieran logrado sustituirlo, no habríamos tenido el fenómeno del olvido...

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PARTICIPANTE: No entiendo. ¿El significante es un agujero o el significante va a ir a ocupar
el lugar del agujero?

Lo que encontramos, en el lugar en donde esperaríamos encontrar el significante sustitutivo,


en el caso del olvido, lo que encontramos es un agujero en el decir, pero un agujero dicho,
nombrado como olvido, como algo que falta: "ese pintor que pintó los frescos de Orvieto y que
se llama... no me acuerdo". No es una pura ausencia, una nada, es una falta que se hace
presente, ahí, un agujero en el espacio mismo del decir. Por eso decía yo que es un agujero
con bordes.

Bueno, dada la hora, a partir de esta fórmula de la metáfora, yo ahora simplemente voy a
escribir la fórmula de la metáfora paterna, dejamos un espacio para las preguntas, y seguimos
la vez que viene.

En relación a esta fórmula de la metáfora, en el mismo escrito sobre Schreber, que es un


escrito que Lacan redacta en las semanas estas, en las que dicta las clases 7 y 8, sobre la
metáfora paterna, pero cuyo objetivo es retomar, resumir los dos primeros tercios del
Seminario sobre Las psicosis... Por eso que esto no lo van a encontrar en el Seminario sobre
Las psicosis, porque la metáfora paterna se le ocurre recién ahora —aunque de hecho funciona
ya en el Seminario 4, en las clases sobre Juanito—. Pero cuando ahora resume el Seminario
anterior, introduce esto de ahora, que está pensando dos años después, durante el Seminario
sobre Las formaciones del inconsciente. Bueno, la fórmula de la metáfora paterna es la
siguiente:

N.P. D.M. A

——— . ——— ? N.P. (——)

D.M. ss F

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Donde: N.P. Nombre-del-Padre

D.M. Deseo de la Madre

ss significado al sujeto

A Otro

F Falo

La leemos: si el significante del deseo de la madre remite a un significado al sujeto,


desconocido, el significante del deseo de la madre va a ser sustituido por otro significante, que
es el Nombre-del-Padre, con, por consecuencia, la producción de una significación novedosa
que es el falo, la significación fálica, o el falo como significación. Esto lo voy a desplegar la vez
que viene, con un poco más de tiempo, pero lo dejamos nombrado.

Entonces, trataremos de interrogar estos términos. Pero por ahora dejo apuntado que el
Nombre-del-Padre es un significante. Esto, como primera cuestión. No es ni el padre real
—"real", en el sentido del señor ese que hace las veces de padre—, ni es el padre imaginario al
cual el hijo ama, odia, con el cual rivaliza, al que idealiza, etc... Es un significante. Lacan
elabora esto, entre otros motivos —van a leerlo en la clase 6 bis— para zafar de ciertos
impasses: el padre puede ser un huevón, dice, y sin embargo funciona como padre; puede no
estar ahí, y sin embargo funciona como padre; o puede recontra-estar ahí, como el padre de
Schreber, y no funciona como significante, etc... El padre es un significante. ¿Dónde tiene que
estar este significante, para que opere? Tiene que estar en el lugar del Otro, que es el lugar
del significante. En este esquema lo ubicamos acá, en A:

[gráfico]

Y entonces, cuando el sujeto encuentra, en el lugar del Otro, A, el significante del


Nombre-del-Padre, este nombre que, como dice ahí en el Seminario, "le da autoridad a la ley",
entonces se produce, aquí, en s(A), lugar del mensaje, una significación nueva, que es la
significación del falo. El Nombre-del-Padre dice que lo que la madre desea es el falo, falo en
relación al cual ese cachorro humano, sometido a las angustias de la Hilflosigkeit, del

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desvalimiento —recordemos que este desvalimiento, del que ya hablaba Freud en el
Proyecto..., no es sólo biológico, sino también, y principialmente, significante—, va a poder
situarse. ¿Cómo situarse en relación al deseo de la madre, que se le aparece como
enigmático? En relación a este enigma que le plantea el deseo de la madre, el padre dice que
lo que la madre desea es el falo. La vez que viene trataremos de interrogar un poco mejor
estos términos.

NOTAS:

(1) Jacques LACAN, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, en


Escritos 1, p. 237. Por otra parte, sobre este punto puede consultarse mi apertura del
Seminario «Fundamentos de la Práctica Analítica», el 28 de Abril del año pasado — cf. Ricardo
E. RODRÍGUEZ PONTE, La comunidad de nuestra experiencia, en la Biblioteca de la EFBA.

(2) Émile BENVENISTE, «Comunidad animal y lenguaje humano», en Problemas de


lingüística general, Siglo Veintiuno Editores, México, 1976.

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