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Apuntes de Clase

LA CONVERSIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO


Investigación en la Sagrada Escritura

El movimiento bautista y la posición de Jesús

Los inicios de la actividad de Jesús están en estrecha relación con el


movimiento bautista; de hecho, él comienza su actividad haciéndose bautizar por
Juan (Mc 1, 9-11) y algunos de sus discípulos eran parte del movimiento de
Juan (Jn 1, 35-40; 3, 22-24). Es después de un buen tiempo que se hace una
cristianización de la figura de Juan el bautista, al ser presentado como precursor
de Jesús, y su predicación será englobada en todo el evangelio cristiano.
Históricamente, sin embargo, quedan abiertas preguntas como por ejemplo ¿qué
significa este bautismo? ¿Por qué Jesús lo hace propio y después lo abandona?
Las informaciones sobre el movimiento y sobre Juan provienen de Giuseppe
Flavio, un historiador de los asuntos judíos[Cfr. Antiquitates iudaicae XVIII,
117-119.], según el cual, Juan el bautista predicaba una conversión interior que

estaba unida al rito del bautismo para el perdón de los pecados.


La predicación de Juan el bautista entra en nuestro tema y lo hace conectado
conversión y perdón. La síntesis del evangelio evoca la predicación profética y
comprende, de alguna forma, tres cosas: el dirigirse a Dios en actitud de fe; el
alejamiento del mal y de los comportamientos que lo materializan; y el perdón
como un don divino. El perdón es concedido libremente por Dios, pero siendo
un don es posible solo frente a un cambio de orientación y de vida en las
personas. El bautismo de la conversión tiene el significado de un signo que
demuestra la disponibilidad del bautizado para la conversión.
La comprensión del bautismo como rito escatológico de penitencia y de
perdón destaca el bautismo de Juan de las numerosas purificaciones rituales que
el judaísmo conocía y eran comunes en Qumram; tiene un significado diferente y
original que pone en el centro la grandeza de Dios y llega a ser signo visible de la
disponibilidad humana para cambiar la vida y del favor con el cual Dios

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acompaña esta renovación. Para los judíos eran los sacrificios (ritos), por sí
mismos, los que traían la salvación.
La originalidad de la propuesta del bautista está en dar sentido a la ablución
bautismal; mientras los fariseos, los escenios y los hebreos ortodoxos veían en los
ritos de purificación el fundamento de un ideal religioso atento a evitar todo
contacto inmundo, el bautista se mueve en el cuadro de un empeño de
conversión de la vida. Mientras los fariseos colocaban la penitencia y la
conversión en el cuadro de una separación de los santos frente a los otros, el
bautista no tenía ningún interés por un ideal de separación. Moviéndose, tal vez,
sobre la base del vínculo entre conversión interior y rito bautismal (Ez 36, 25;
Sal 51, 9) proyecta un ideal religioso accesible a todos y, por esto, mismo, poco
usual.

La predicación penitencial de Juan el Bautista

Los textos bíblicos hablan del desierto como lugar habitual en el que Juan
bautizaba (Mc 1, 5; Mt 3, 1; Jn 1, 28); en efecto, el desierto es el lugar de la
cercanía de Dios. El evangelio pone en los labios del bautista el texto de Is 40, 3
y lo presenta como la voz que grita en el desierto; la comunidad cristiana
presenta a Juan como el mensajero que prepara la venida del Señor; para el
bautista, el retiro al desierto es, probablemente, un retiro de la civilización
urbana, como una demostración de una actitud de vida que evocaba el juicio
final. El juicio sobre la figura de Juan y de su obra no es unánime; se hace
necesario valorarlo a la luz de la presentación que hacen los evangelios,
principalmente Mateo y Lucas. Partiendo de Lc 16, 16 algunos[Colzemann por
ejemplo.] ven en Juan el signo de un cambio en la historia de la salvación, de una

discontinuidad, pues, hasta el momento sólo se tenía la ley y los profetas y ahora
aparece la predicación del Reino; aparece, en este sentido, la diversidad y la
continuidad entre el bautista y Jesús: el anuncio de la penitencia encuentra su
plenitud en el anuncio del Reino y el bautismo del agua en el bautismo del
Espíritu. La predicación reclama en primer lugar el un juicio al cual no se puede

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escapar; el bautista motiva su mensaje de tres maneras diferentes: 1. Se dirige a


las personas que lo escuchan como raza de víboras, una generación que es como
las serpientes venenosas y lleva en sí un principio de muerte; 2. Contesta
radicalmente cada fe falsa que considere el derecho de la salvación por el hecho
de descender de Abraham; 3. Reclama la imagen del hacha puesta en la raíz del
árbol para el golpe decisivo.
El anuncio del juicio reclama una afirmación decisiva: Hagan obras dignas de
la conversión (Lc 3, 8). La metanoia que aquí se reclama no se agota en el
bautismo o el baño de la conversión (Lc 3, 3); se encuentra un vértice que
resume la predicación de Juan: las obras de conversión contienen una clara
referencia a la responsabilidad humana; no es el resumen de la vida cristiana sino
el primer paso para ser creyente; es algo que exige más que un simple baño de
purificación legal, es signo de un encuentro y de un don, implica toda la vida;
Juan no insiste en la separación entre buenos y malos, tanto en la
transformación de la vida.

El anuncio de la penitencia en Jesús:

La diversidad entre Juan y Jesús es de estilo, sensibilidad y contenido (Mt


11, 18-19): Juan es un asceta y Jesús vive abierto al mundo; el mensaje de Juan
señala que el juicio está cerca y que toca convertirse, el de Jesús que el Reino de
Dios está presente y se pueden acercar a él los que están cansados y agobiados;
Juan permanece en el contexto de la espera y Jesús habla del cumplimiento;
Juan sigue en el ámbito de la ley y el juicio, mientras Jesús comienza el
evangelio y hace presente el Reino. En Jesús está la novedad de cómo se habla
de Dios, cómo se presenta, cómo él es testimonio vivo de Dios que entra en las
situaciones sociales y humanas. La conversión exige las obras del reino. Dios, en
últimas, es honrado allá en donde el hombre es ayudado a vivir en la plenitud de
su vida, de su dignidad y libertad.
Sobre este fondo se puede apreciar la grandeza y debilidad de la predicación
del bautista: es una predicación marcada por una aporía; la grandeza está en su

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afirmación de que sólo Dios puede transformar la vida del pueblo; su debilidad
surge del hecho de que no es claro de dónde venga ni cómo se realiza la
conversión de un pueblo total y radicalmente pecador. Si el bautismo de
penitencia no es de por sí suficiente sino es solo relativo a un camino de
conversión, ¿de dónde viene esa capacidad de bien? La convicción de que sólo
Dios puede salvar y el apelo a un camino de penitencia no encuentran en él una
plena unidad. Sólo el carácter sacramental del bautismo cristiano, que vincula a
Cristo y hace vivir de él, puede ofrecer una respuesta a estos interrogantes.
El bautista mantiene firme la tesis profética de la intervención de un Dios
clemente, misericordioso y compasivo; a esta acción divina vincula la
manifestación de una comunidad escatológica, sacerdotal y santa, que lo sirve
con su vida. Contra la limitación del mundo fariseo sostienen que esta
comunidad no debe ser cerrada sino abierta a todos. El verdadero salto se dará
con el bautismo de Jesús, en el cual se hace presente y obra el ES; aferrado a él,
Jesús es una persona que Dios toma a su servicio y a quien da el poder de ser su
enviado y su revelador.
Inicia una fase nueva, la conversión debe venir repensada a la luz de esta
novedad. Abandonando toda concepción moralista y abrazando hasta el fondo
una visión escatológica, las escrituras cristianas presentan una nueva visión de la
conversión: ella comporta un volcarse absoluto hacia el advenimiento de la
salvación y hacerlo de manera que se asienta sin reserva al mensaje de la
voluntad divina y de la salvación. La metanoia se hace sincera y fundamental
disposición a vivir teniendo la promesa de la salvación final, incluso contra las
experiencias negativas del presente. Abandonando toda visión moralista y legal,
o toda ideología, la conversión aparece como una respuesta al actuar de Dios: no
se trata solo de aceptar y cumplir las normas, sino de hacer propias las
condiciones esenciales de una nueva realización.

Conviértanse y crean en el evangelio: El anuncio del Reino

La importancia de la conversión en los evangelios es evidente; el término no

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resume solamente la predicación del bautista (Mc 1, 4) sino que se reviste de


grande importancia, también, en la predicación de Jesús (Mc 1, 15) y la de sus
discípulos, antes y después de la pascua (Mc 6, 12; Lc 24, 47). Unida al anuncio
del Reino la conversión resume la transformación necesaria para entrar en él.
Un compendio de la predicación de Jesús se encuentra en Mc 1, 15; el
término «reino», «basileia» estaba en el centro de la predicación de Jesús y
designaba no un territorio sino la autoridad y el poder de Dios, en el centro de la
noción se encuentra la realización dinámica de la realeza de Dios y su señorío
concreto (Sal 47; 93; 96; 97; 98; 99; 145; 146). El Reino de Dios tiene un
fundamento ético que los imperios humanos no logran realizar; encontrando las
expectativas humanas, el Reino de Dios coincide con una nueva cualidad de
relaciones, con Dios, con las personas y con el mundo, que es la conjunción de la
justicia y la salvación.
La presencia del Reino exige aquella acción humana con la cual una persona
lo reconoce presente y lo acoge. Esta es la tarea que los evangelios presentan
como un «convertirse y creer en el evangelio». Se trata de una actitud que
vincula la conversión y la fe: la conversión es el inicio de un camino de fe y esta
es la transformación de la persona de modo que pueda tener acceso a Dios. Visto
en su complejidad, este proceso es sorprendentemente diverso de aquello que el
imaginario popular piensa.
El primer componente de este proceso es la sorpresa y la alegría (Lc 19, 6;
Mc 5, 42; 7, 37; Lc 15, 7.10.32; Mt 13, 44-46); esta alegría no tiene nada que ver
con la diversión o con la evasión, sino que es el fruto del actuar de Dios:
proviene de Jesús, asumido en la verdad de su ministerio mesiánico.
El segundo componente de este proceso es el empeño: la alegría que se genera
por la presencia del Reino exige su traducción en una firme decisión, en un
profundo cambio de vida (Lc 9, 62; 14, 27.28.33; Mt 25, 24-29; 6, 24; Mc 12,
44), sin divisiones en la orientación, sin tomarse a la ligera, con plena decisión y
donación.
Se puede decir, entonces, que el proceso de la autonomía al discipulado, por
medio de la conversión, restituye a la persona en su libertad en su

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responsabilidad. La autoridad del Reino y del Dios-Rey no anula la libertad,


sino que la valoriza y promueve. La alegría y el empeño son las formas básicas
de una libertad que, por medio de la conversión, es llevada hacia su tarea
fundamental: dar horizonte a la vida. La conversión no se deja aprisionar en los
mandamientos sino que exige el seguimiento de Jesús, la acogida de todo su
evangelio.
La elección de Jesús va continuamente repetida; realizada una vez, la
conversión no deja de proponerse como una dimensión perenne de la vida
cristiana. Esto es lo que el evangelio señala cuando junta la conversión con la
tentación, siendo esta la que examina y pone a prueba la seriedad de la elección.
Fundada sobre el actuar de Dios, la conversión señala el empeño de la persona
que se une a su Señor y se esfuerza por vivir como a él place; la conversión es
más que arrepentimiento; es tomar distancia del pecado pero para adherirse a
Dios.

Diferentes tipologías de la conversión:

El vínculo entre la conversión y Dios, entre la metanoia y el actuar de un


Dios que se hace presente en la historia humana, obliga a explicar mejor el tema
del Reino, pues, para la SE, y sobre todo para los evangelios, la conversión surge
sólo ante la presencia del Reino.
El mensaje de Jesús sobre el reino es incluso una radical referencia a Dios de
toda la persona y su vida; este horizonte lleva a Jesús a pedir el abandono de
toda seguridad y de toda intención de asegurar por los propios medio la vida; el
evangelio recuerda tres tipos de esta intención, tres figuras que pretenden
interpretar la vida de ese modo: el rico, el piadoso y el pecador. Se trata de tres
figuras que expresan comportamientos humanos generales y pueden
encontrarse en todo lugar; son personas consideradas cerradas al encuentro con
Dios si no se convierten y por eso resultan importantes de analizar en este
discurso sobre la misión.

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El hombre rico:

Rico es, para los evangelios, aquel que busca asegurar la propia vida con base
en cuanto posee (Mt 19, 16-26; 6, 19-21.25-34; Lc 12, 16-21; 12, 20; 16, 19-31).
Los tesoros resultan ser aquellas propiedades en las cuales una persona amarra
el corazón hasta poner en ellas la fe, la alegría y la seguridad. Dios, en algunos
casos, puede ser parte de la vida del rico, pero no necesariamente llega a ser su
centro y sentido.
El anuncio del reino, con su básica referencia a Dios, no puede ser acogido
por quien aspira a conquistar la propia seguridad y vive en el temor angustiado
de perder aquello que por sí mismo ha construido; allá en donde la vida es
interpretada de esa manera, allá se está de frente a la tipología del hombre rico, a
una personalidad auto-referenciada, construida en torno a las cosas y al peso
idólatra que estas terminan por asumir. Jesús no busca justificar un la posesión y
la riqueza en un cuadro de justicia y orden, como hacían los fariseos, ni tampoco
abolirla, como hacían algunas sectas de Qumran; lo que verdaderamente le
interesa es colocar toda la existencia sobre una base nueva, sobre la base del
señorío escatológico de Dios, sobre la base del reino.
El cambio de vida que surge al cambiar los fundamentos de la vida es la
conversión; a Jesús le interesa afirmar el principio de que la vida sea vivida por
el reino dejando luego en el camino de cada uno la búsqueda de la modalidad.

El hombre piadoso:

Jesús llama a la penitencia también a las personas piadosas; en el tiempo de


Jesús estas era sobre todo escribas y fariseos, aquellos que debían un valor
social gracias a su aspecto religioso. Los escribas y los fariseos interpretaban la
vida a partir de las leyes de Dios y proponían el querer de Dios con base en las
leyes; es un comportamiento que el evangelio reconoce pero que, sin embargo,
termina por volverse una carga insoportable para las personas, por colocar el
centro de atención en la pureza ritual y no en la misericordia de Dios.
La predicación de Jesús exige que se viva la justicia del Reino y no la de los

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escribas y los fariseos; esto no significa el que se abandone la ley; sino al


contrario, reconocer el universal deseo de Dios que quiere alcanzar la comunión;
es necesario alejarse de la levadura de los fariseos, de un celo que no tiene
fundamento y se preocupa sólo de la fidelidad exterior; vivir sirviendo a Dios
comporta la adherencia al comportamiento de Dios, el hacer lo mismo que él
haría (Lc 6, 36; Mt 5, 48).
Porque Dios no es funcional a ningún tipo de seguridad humana, no se puede
limitar a un conjunto de leyes que de ser observadas dan algún mérito ante él; la
mentalidad del intercambio con Dios está lejos de la conversión que piden los
evangelios; convertirse a Dios es dejar que Dios sea Dios y que lo sea de verdad
en nuestra vida; solo esta actitud, que en últimas llega a ser más que una ética, da
un verdadero rostro a la conversión.

El hombre pecador:

Dirigida a todos, la predicación de Jesús parece mostrar cierta benevolencia


por los pecadores, los publicanos, prostitutas, paganos, personas que no toman
en serio la ley, pero sí van detrás de Jesús, quien es el médico de los pecadores
(Mt 11, 19; Lc 19, 1-10; 15, 1-32). Hablar de conversión para un pecador no
genera ninguna sorpresa pero el comportamiento de Jesús y su enseñanza sí
resulta sorprendente. Es necesario situar a Jesús en una sociedad en donde se
exigía un fuerte empeño en observar las normas y se excluía a los pecadores de
la convivencia social hasta que no se arrepintiera, se purificara y fuera de nuevo
admitido; Jesús tiene una actitud diferente; él va en búsqueda del que está
perdido y hace coincidir la conversión del pecador con la alegría de Dios. El
resultado es un evangelio de salvación del cual el pecador es un beneficiario,
fundamentalmente, del actuar de Dios. Los gestos y las enseñanzas de Jesús
insisten en Dios que va en busca del pecador y dejan intuir como este es bien
acogido por Dios. En el comportamiento de Jesús hacia los pecadores no está en
el centro la penitencia sino la comunión con él, sacramento de la comunión con
Dios; la conversión no es una cancelación de la culpa sino la restauración de la

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comunión, el renovado acoger de la criatura por parte de Dios, es una obra de


Dios por la cual es agradecido. La actitud del pecador que se convierte (Lc 15,
7.10) es presentada no sólo como la conversión, sino, sobre todo, como la fe.

La conversión en las distintas tipologías de misión:

Ad gentes 6, retomado en Redemptoris Missio 31, sostiene que el trabajo


misionero al que la Iglesia está llamada es uno e idéntico en cada lugar y en cada
situación, incluso, si con base en las circunstancias particulares no se explica de
la misma manera. Las diferencias no surgen de la naturaleza íntima de la misión
sino de las condiciones en las cuales esta se desarrolla y explica. Podemos decir,
entonces, en el límite de nuestro discurso que, a diferentes maneras de pensar la
misión se corresponden, también, maneras diferentes de proponer la conversión.
A partir de un análisis ligero a la misión de los discípulos de Jesús se observa
que estos, por el hecho de ser numerosos, de tener sensibilidades diferentes y de
obrar en lugares diversos, dieron vida a diversas tipologías de la misión: la
misión a los hebreos, que encuentra su origen en la predicación de Jesús y
continuada por sus discípulos; el radicalismo itinerante, que evoca los
carismáticos intinerantes durante los primeros siglos de la Iglesia; y la misión de
la gran Iglesia, según el pensamiento oficial de la Iglesia en la expresión de ella
que presenta la obra de San Lucas.

La conversión en la misión a los hebreos

Expresa la misión pre-pascual que Jesús confía a sus discípulos; comprende


una presentación de Jesús como Rabbí, la estima por la palabra del maestro
confiada de acuerdo con la tradición oral, la prohibición de ir a los paganos y
samaritanos, la presentación de los discípulos como repetidores del pensamiento
de maestro. El dato principal que, sin embargo, llega a caracterizar esta
predicación es que esta no tiene en el centro a la persona de Jesús, cuanto el
Reino. Los textos fundamentales para la comprensión de esta misión son Mc 6,

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7-13; Lc 9, 1-6.10; Mt 9, 35-10, 42; Lc 10, 1-24, de acuerdo con los cuales Jesús
da a sus discípulos la potencia del Espíritu y la autoridad sobre las enfermedades
y los envía a anunciar, incluso a través de una vida sobria, el evangelio del Reino;
se trata, ciertamente, de un trabajo difícil, sobre todo por la pequeñez del Reino
(Mt 13). La conversión, desde este punto de vista, se dirige hacia un gesto de
revelación que encuadra la realidad sobre un plano nuevo y diverso, pues, no
basta la inteligencia para entrar en el mundo de Dios, sino que se necesita la
revelación que Dios concede a los pequeños, aquellos que se confían en Dios sin
hacer cuenta de sí mismos.

La conversión en la misión del radicalismo itinerante

En textos como 1Cor 12, 28; Ef 4, 11; Rm 12, 6-7 así como en la Didaché o
Doctrina de los apóstoles se ofrece una indicación interesante acerca de un
grupo de personas que practican las costumbres o el modo de vida del Señor
Jesús[Cfr. Didaché XI, 8.], una forma de itinerancia carismática radical que hizo de
la renuncia a la estabilidad y a la vida familiar el criterio de su testimonio del
evangelio y de su búsqueda del Reino de Dios (1Tm 4, 3-5; 6, 8-9; 2Tm 3, 6-7; Tt
1, 10-11.15-16; 2Pd 2, 1-3.18-19; Jd 1, 4.8.10-12). Aunque no se conoce el
contenido exacto de su predicación, el texto de Mt 10, 7 recuerda el anuncio de
la cercanía del Reino de Dios, el limitar la búsqueda de la conversión de sus
interlocutores a la acogida que presten sin forzar nada, sacudiendo el polvo de
los pies en donde no sea acogido. Este método de misión empezó a desaparecer
con el paso de la misión rural a la urbana; las condiciones sociales diferentes
llevaron a un cambio en los métodos y dinámicas implementadas para la misión;
se pasó de cierta liberalidad a la consolidación de estructuras internas en la
ciudad.

La conversión en la misión «ad gentes»

Esta es la misión típica de la comunidad post-pascual; es expresión de una


comunidad mixta de judeo-cristianos que, bajo la vigilancia de los doce, se dirige

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prontamente a los paganos y samaritanos. El corazón de esta misión es la


transmisión del evangelio y su acogida, el tener la experiencia de la salvación
(1Cor 15, 1). Esta transmisión comportaba una continua y viva memoria de la
palabra y la vida de Jesús a la luz de la fe pascual; el resultado será una
transformación del contenido de la misión que pasará del anuncio del Reino al
anuncio de Jesús, el Cristo (Hch 10. 36-43). El autor que más subraya el tema
de la conversión en este contexto misionero es Lucas; él, de hecho, presenta una
una cristología explícitamente vinculada a la conversión, en donde el hijo del
hombre ha venido a buscar la salvación de aquello que estaba perdido (Lc 19,
10; Lc 5, 31-32; Lc 15); la conversión es algo tan importante que ilumina incluso
la actitud de Dios padre en relación de quien se convierte: la alegría. La
conversión surge, propiamente, del hecho de que incluso el pecador es propiedad
y pertenencia de Dios; es el regreso del pecador bajo el domino del Señor. Lo
que más sorprende en este cuadro no es la decisión del pecador, sino, más bien,
el comportamiento del Padre (Lc 15, 32)

Considérense muertos al pecado y vivos para Dios. Pablo, un apóstol


convertido

A través de la misión a los judíos, el radicalismo itinerante y los dirigentes de


la comunidad, aparecen las figuras reales de la misión y, entre ellas, la persona de
Pablo se reviste de grande importancia; es con él con quien la comunidad se abre
a una misión universal; quien acompaña, bajo la guía del ES, el paso del
cristianismo desde una cultura hebrea al mundo de la cultura helénica, la
remodelación de la fe en un nuevo contexto.
La experiencia de Damasco, sin duda, ilumina todo el pensamiento
presentado por Pablo, sobre todo en relación con la conversión; ella explica la
experiencia fundamental de la fe de Pablo, el punto de partida y la fuente de su
fe y de su pensamiento sobre la justificación.
Para Pablo la fe es una realidad compleja que nace de la escucha (Rm 10,
14-17) pero comprende la confesión y el reconocimiento del actuar de Dios (Rm

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10, 9-10), se vincula a la esperanza (Rm 4, 18-19) y exige el abandono en sus


manos (1Jn 3, 19-21). Partiendo de la experiencia de Israel, marcada por el
pecado y la misericordia, Pablo construirá su reflexión insistiendo sobre la
centralidad de la Gracia: Dios, en efecto, ha encerrado a todos en la
desobediencia para usar en todos su misericordia (Rm 11, 32). Surge así una
nueva concepción dialéctica de la fe, entendida como adhesión a Cristo, nuevo
comienzo, cambio total (2Cor 5, 17). Centrado sobre la gracia, el nuevo inicio
designa un acto de Dios capaz de habilitar a la persona a una nueva forma de
existir; en otras palabras, el don de la salvación divina toca la problemática
antropológica de la identidad, la califica y le da sentido. La obra salvífica de Dios
implica, entonces, una antropología en la cual la conversión es el inicio: obra de
Dios, la superación de la vida de pecado no viene sin implicar, por don, la
libertad del hombre.
Mejor que muchas palabras el texto de 2Cor 3, 16 reclama la dinámica de este
proceso: «Cuando se vuelva al Señor, se removerá el velo». Se trata del velo
mencionado en Es 34,34 que en 2Cor 3, 17-18 refiere una transformación en la
misma imagen de Dios, según la acción del ES. La condición cristiana está
marcada por la centralidad del resucitado y del Espíritu que nos introduce en su
vida; animada por la gracia y por la fe (por la respuesta que surge a partir del
encuentro), la conversión es el primer movimiento hacia Cristo y exige el
esfuerzo por concluir en la plena comunión con él.

La conversión de Pablo:

Es un hecho que se narra en Hch 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 9-18 y del cual se
encuentran ecos en Gal 1, 13-20; 1Cor 9, 1; 15, 8-9; 1Tm 1, 13-16. Más allá de
las dificultades exegéticas que plantean las inconsistencias presentes en los
textos, sobre todo si se trató de una visión directa o de una luz, basta afirmar que
su conversión implica un cambio radical en el modo de percibir a Dios y su
designio de salvación.
En relación con la realidad del episodio se tejen las preguntas sobre si aquello

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que sucedió fue una realidad objetiva y exterior o, más bien, un fenómeno
interior acaecido en la psiche de Pablo. Personalmente prefiero que la
interpretación ofrecida por el mismo Pablo en la carta a los Gálatas cuando,
diversamente de la narración presentada en los Hechos de los Apóstoles,
interpreta el hecho que lo ha cambiado como una vocación e invita a leerlo, de
alguna manera, como una experiencia interior.
Es difícil ver las narraciones que presentan el hecho sólo como una realidad
vocacional, pues, para Pablo la vocación no es sólo un llamado a la fe en Jesús,
sino, en todo caso, un llamado al apostolado entre los gentiles (Hch 9, 15); el
fruto de la irresistible fuerza de Dios, ante la cual Pablo no puede hacer otra
cosa que ser obediente (Hch 26, 19).

La teología de la conversión según Pablo

Más que una doctrina es el fruto de una palabra que traspasa el corazón
(Hch 2, 37). De la conversión que cambia la vida nace la comunidad, la Iglesia
de Dios. La comunidad de los convertidos es el fruto de este cambio de vida
(1Cor 6, 11); unida a la fe, la conversión no se contenta con la profesión de que
Jesús es el Señor (1Cor 12, 3); exige que la fe que está en los labios esté en el
corazón y sea fuente de vida.
La conversión es decisiva. Según Hb 6, 1, la metanoia de las obras muertas y
la fe en Dios son los fundamentos de la vida cristiana. Es un llamado permanente
a la perseverancia y la fidelidad; es un empeño de toda la Iglesia; no es sólo algo
personal y cuestiona todo tipo de seguridad arrogante con que las personas
pretenden consolidar su vida. Antropológicamente hablando, la conversión pasa
a través del arrepentimiento y se explica como un punto crítico de la vida de la
persona; presentándola como un cambio de actitud y de afectos provocados
(2Cor 7, 8-13) Pablo mismo se preocupa por distinguirla de fenómenos
psicológicos afines; implica una inversión radical, un cambio dramático de vida
(Rm 6, 11) que no inicia por sí misma ni se presenta como una posibilidad propia
de la naturaleza humana sino que es tiene el valor de ser un don; la historia

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personal puede ofrecer el motivo último de la conversión o darle su forma


histórica, pero la energía creadora de este acto salvador de encuentro con Dios
es solo la obediencia de la fe, lo cual no niega el valor de la libertad y la
responsabilidad humana.

Conclusión:

La figura de Jonás, de Juan el Bautista, de Jesús y de Pablo nos permiten


alcanzar una discreta comprensión del tema de la conversión en la SE. Jonás
sacó a la luz la relación entre Nínive, la ciudad grande y mala, y la compasión de
Dios, en torno a la obediencia contrastada del profeta; el bautista introdujo el
tema del juicio e insiste en la necesidad de lograr una santificación interior, sin
que por ello se logre indicar el camino; Jesús profundiza el diálogo entre la
gracia de Dios y la libertad humana criticando todo tipo de auto-seguridad
humana o colocando el camino de la penitencia al interno de la historia de la
salvación; Pablo, finalmente, subraya la importancia del actuar divino de la
gracia y presenta, de este modo, la conversión a la luz de la doctrina sobre la
justificación.

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