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UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA JOSÉ SIMEÓN CAÑAS

Licenciatura en Teología Alumno: Carlos Francisco Gil Batz


Bioética San Salvador, 04 de octubre de 2018

Lopez Azpitarte, E. & Núñez de Castro, I., «La pena de muerte», en Cruzando el
puente: Problemas éticos relacionados con la vida, San Pablo, Madrid, 2011, pp. 263-291.
En agosto de este 2018 el papa Francisco aprobó la nueva redacción del n. 2267 del
Catecismo de la Iglesia Católica. Con este hecho, finalmente, la Iglesia católica declara que
la pena de muerte es inadmisible por atentar contra la dignidad de la persona, que se mantiene
incluso después de cometer crímenes muy graves. Sin embargo, llegar a este punto no fue
fácil. Durante mucho tiempo la Iglesia no tuvo la misma postura en cuanto a la pena de
muerte que en cuanto a la tortura o la guerra, por ejemplo.
Así, pues, el artículo que nos ocupa nos presenta esta ambigüedad en el juicio de la Iglesia
acerca de la pena capital que, sin embargo, no siempre fue así. Por eso en el texto se hace un
repaso a la evolución del pensamiento cristiano acerca de la defensa de la vida y la posibilidad
de aplicar la pena de muerte: mientras que en las primeras comunidades cristianas la defensa
a la vida era radical, con el paso del tiempo, especialmente después de la imposición del
cristianismo como la religión oficial del imperio, la muerte de los criminales se aceptó e
incluso se llegó a justificar teológicamente. Se analizan también los argumentos
tradicionalmente aducidos en favor de este tipo de condena, a saber, la defensa del orden
público, la disuasión de los posibles criminales y la reparación del delito, así como las críticas
en su contra, que, efectivamente, ponen en evidencia la necesidad de proteger humanamente
a la sociedad y ya no hacerlo bárbaramente con la pena capital. Los apartados finales artículo
son dedicados a analizar la evolución de la postura de la Iglesia respecto a este tema en los
últimos años —sobre todo a partir de la primera edición del Catecismo y la postura de Juan
Pablo II en Evangelium vitae— y se concluye afirmando dos cosas: que la dignidad de la
vida humana debe ser defendida en todos sus aspectos, tanto por la Iglesia como por toda
institución que esté al servicio de las personas, y que la abolición de la pena de muerte
también implica una necesaria reforma a los sistemas penitenciarios para que las prisiones
verdaderamente sean lugares de recuperación humana y social de los reos.
Por tanto, tomando en cuenta la reformulación del n. 2267 del Catecismo, estamos ante
un artículo que nos pone en la línea de la creciente toma de conciencia tanto civil como
eclesial acerca de la necesaria abolición de la pena de muerte. Además, su lectura se hace
llamativa sobre todo por un par de aspectos. En primer lugar, el énfasis que se hace en la
necesidad de que la Iglesia levante la voz y defienda radicalmente todos los temas
relacionados con la vida humana y su praxis sea coherente con sus propuestas teóricas, lo
cual parece hacerse realidad en la figura del papa Francisco. En segundo lugar, llama mucho
la atención el quinto apartado, titulado Razones inconscientes de una justificación, pues da
la impresión de que el autor quiere desenmascarar las verdaderas razones que están de fondo
en quienes abogan a favor de la pena de muerte, es decir, un larvado sentimiento de venganza
y el deseo de eliminar a los homicidas por miedo a sufrir la misma suerte de otros inocentes.

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